S·a·l·u·d·a - Diputación de Valladolid

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S ·a·l·u·d·a
U
n año más me dirijo a vosotros vecinos e hijos del pueblo de Alaejos para haceros llegar
el programa de las fiestas patronales en honor de Nuestra Señora de la Casita.
Entro con estas cuatro líneas en vuestras casas después de un año de trabajo para el
pueblo de la corporación municipal y de la comisión de festejos para agradecer a todos ellos y a
los vecinos del pueblo su colaboración y apoyo en todas las actuaciones que hemos organizado
a lo largo de estos meses.
Después del trabajo llegan las horas de descanso y diversión, llega agosto y la casita, acuden
los familiares, amigos y conocidos que disfrutan de la época estival en nuestra villa a todos ellos
¡bienvenidos!
Hemos elaborado una programación con actividades para todas las edades, jóvenes y adultos, mayores y niños, deseamos que la ilusión con la que hemos organizado las fiestas os llegue a
todos y cada uno de vosotros, que participéis en ellas gratamente y os hagan pasar ratos inolvidables en compañía de aquellos a los que apreciáis.
Recordando las fiestas del año pasado, vuestra participación, civismo y disfrute con todo lo
que organizamos me llena de orgullo ser vuestro Alcalde, espero que la unión, la participación
y el apoyo de unos a otros sea cada año mayor para que nuestras fiestas y nuestro pueblo ocupe
día a día el lugar que se merece.
Dar alma a Alaejos es todo mi afán tanto en los meses fríos de invierno en los que en el
pueblo residimos muchos menos como en los meses calurosos donde nuestras calles están llenas
de jóvenes y niños, nuestro trabajo solo tiene un objetivo el bien de nuestros vecinos y la mejora
de su calidad de vida.
Espero que nuestra patrona la Virgen de la Casita, símbolo de unión y concordia entre los
vecinos de la villa de Alaejos nos haga pasar unos días inolvidables que queden en el recuerdo
de todos nosotros.
Os deseo en nombre de la Comisión de Festejos, de la Corporación Municipal y como
Alcalde unos días felices y agradables llenos de diversión e ilusión. Disfrutad a rabiar, alegremente y sanamente.
Un fuerte abrazo de vuestro vecino y Alcalde
Carlos Mangas.
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ABUNDANDO
EN LOS FONSECA
E
n el anterior programa de fiestas patronales (año 2007), se trataba documentada y
pormenorizadamente de dos miembros de la numerosa y esclarecida prole de la familia que
tanto tuvo que ver con la historia del régimen señorial de nuestra villa, nuestra propia historia.
Con los comentarios que siguen se intenta, si cabe, que los alaejanos y cuantos tengan curiosidad sobre
el particular, puedan disponer de los datos y antecedentes que se ofrecen, noticia en suma, del devenir de
Alaejos.
1.- Breve semblanza de don Alonso I de Fonseca, constructor del castillo-fortaleza de
Alaejos.
Alonso I de Fonseca, arcediano y deán de Salnés, Obispo de Ávila, Arzobispo de Sevilla, llega a la sede
Compostelana en 1460, reincorporándose nuevamente a su primitivo destino de Sevilla en 1463.
Según fray Felipe de la Gándara en su libro “Armas y triunfos de Galicia” editado en 1661, cap. XXVI,
nos dice de los Fonseca tienen su origen en dos hermanos, caballeros de sangre real de Hungría, que vinieron
a España en época de Alfonso VI, y que Pierres heredó la Quintana de Fuenteseca de donde tomó el
apellido. Del primero del que hay noticias fidedignas es de Men Gonçalez de Fonseca, señor de Quintana
de Fonseca, tierras situadas entre el Miño y el Duero y que participa en la conquista de Toledo.
De este desciende Don Pedro Rodríguez de Fonseca que casó con Inés Botello a quien Fernando de
Portugal dio como dote la fortaleza de Olivenza y el Señorío de Las Villas de Castel-Rodrigo, Mira y otras
además de las tercias de Badajoz y casas principales de Toro, por cuanto sus descendientes adquirirían el
patronato de su Iglesia Mayor. Don Pedro desciende de Beatriz Rodríguez de Fonseca que casó con el Doctor
Juan Alonso de Ulloa a la que Baltasar de Zúñiga llama “Santa Madre Iglesia, por aver sido ermana madre i
abuela de muchos insignes Prelados destos Reinos i proceden deste matrimonio los Señores de Coca, Alaejos…”.
Hay una cierta confusión entre Alonso I y Alonso II, ya que entre ambos se produjo una doble permuta
en las Sedes Compostelana e Hispalense y también entre sus armas. Los avatares de la sede Compostelana
con sangrientos hechos entre la nobleza, clero y monarquía están documentados en la “Historia de la Iglesia
de Santiago” de Celso Emilio Ferreiro y “Galicia en tiempos de los Fonseca” de Salustiano Portela.
En los “Claros Varones de España” de Hernando del Pulgar, coetáneo de Alonso I de Fonseca, Arzobispo
de Sevilla encontramos un retrato perfecto del clérigo cuando dice que era un hombre de mediana estatura,
bien parecido, hijo del Doctor Juan de Ulloa del linaje de hidalgos del Reino de Galicia, natural de la ciudad
de Toro y que tomó el apellido de su madre, era poseedor de un agudo ingenio, además de tener una gran
inteligencia y ser muy instruido por su condición de eclesiástico. “El sentido de la vista tenía muy ávido y
coddicioso, mas que ningún otro de los sentidos y siguiendo esta su inclinación placíale tener piedras preciosas y
joyas de oro y de plata y otras cosas fermosas”. Con respecto a las cosas a su servicio las quería de gran perfección
y se deleitaba en ello. “Era assi mismo muy limpio en su persona y en sus vestiduras y trajes y muy ordenado en
sus gastos”.
Entró al servicio del Rey Don Enrique cuando era Príncipe del que fue Capellán Mayor y promovido
por su intercesión como Obispo de Ávila y posteriormente Arzobispo de Sevilla ocupando un lugar relevante
en los Consejos de los Reyes Don Juan y Don Enrique considerándosele muy astuto y justiciero, prestando
grandes y leales servicios a la Corona por lo que Don Juan le hizo merced del Señorío de Coca y de Halaejos
(sic), donde edificó una fortaleza, por permiso real según se transcribe, y otros mayorazgos: “Yo el rrey:
por quanto vos el reverendo padre Don Alfonso de Fonseca Obispo de Avyla my oydor e del my consejo me fesysteis
rrelacion que a my merced plasyendo e con my licencia e mandamiento entendedes faser una fortaleza en
la vuestra villa de Alaejos et me suplicasteis e pedisteis por merced que para ello vos mandase dar e dyese my
licencia e facultad e los muchos e buenos servicios que me avedes fecho e fasedes de cada dia tove lo por bien et
por la presente vos do licencia e facultad para que syn pena ny calupnia alguna podades faser e fagades
qualquier fortaleza en la dicha vuestra villa de Alahejos non embargante cualesquier leyes e derechos en
contrario de esto sean los cuales yo por la presente de my propio motivo e cierta ciencia e poderio rreal assoluto de
que quiero usar e uso en esta presente abrrogo e derogo en quanto a este atañen o atañer pueden de lo cual vos
mande dar esta my carta firmada de my nombre fecha en la my villa de Escalona quinse dias de julio año del
nascimiento de nuestro señor IHOXPO de mill e quatro cientos e cinquenta e tres. yo el rrey, yo el dottor Fernando
Dias de Toledo por su mandado del rrey lo fise escribir”.
2.- En torno a un capitel armero fonsequino.
Con motivo de acompañar a su última morada a una persona amiga fallecida, me acerqué a rezar una
oración a mi panteón familiar y al regreso para salir del camposanto me llamó la atención lo que parecía y
era un capitel armero, de mármol blanco, invertido, en su día remate del fuste de una columna, que servía a
modo de peana a una cruz de hierro colocada en la cabecera de una sepultura, pudiendo comprobar que fina
y artísticamente talladas estaban las armas de un Arzobispo que podrían pertenecer, “prima facie”, a Alonso
Ulloa Fonseca (1418-1473), Arzobispo de Sevilla, Señor de Coca, o a Alonso Fonseca, Obispo de Osma,
Cuenca y Ávila o a Alonso Acevedo Fonseca, Arzobispo de Santiago, Patriarca de Alejandría.
Como armas de los Fonseca se conocen las que campean en el colegio Fonseca de Santiago de Compostela
(Alonso III), o las de la sepultura de Alonso II en la iglesia de Santa Úrsula de Salamanca, o en el Pazo de
Ulloa de Cambados: “DE ORO CINCO ESTRELLAS DE GULES EN SOTUER”.
Las armas del capitel de Alaejos se blasonan a continuación: escudo rectangular cuadrilongo redondeado
en su parte inferior, cuartelado en cruz.
1º. Cinco estrellas pentapuntadas en sotuer que corresponden al apellido Fonseca. (En algunas
representaciones aparecen sexti u octipuntadas).
2º. Dos cánidos (¿lebreles?) en palo. Bordura de sotuer.
3º. Ajedrezado, que corresponde al apellido Ulloa.
4º. Las figuras aparecen actualmente muy erosionadas aunque todavía pueden apreciarse dos
cuadrúpedos (bóvidos, plantígrados, équidos, etc.), en palo.
Del jefe del escudo sale, acolado, un báculo episcopal, debajo del capelo arzobispal.
SIGNOS EXTERIORES DEL ESCUDO
Timbrado de capelo (sombrero) del que salen a ambos lados cordones con cuatro órdenes de borlas en
1, 2, 3 y 4.
Las armas blasonadas corresponden a la dignidad arzobispal por el número de borlas (10) y su propietario
ejerció jurisdicción eclesiástica (báculo).
A la vista de lo que antecede y salvo mejor criterio, estimo que en el capitel armero se representan las
armas de Don Alonso Ulloa Fonseca (1418-1473) o de Don Alonso Fonseca (m. 1505). Menos probable
es que sean de Don Alonso Acevedo Fonseca (1475-1507), Arzobispo de Santiago, Patriarca de Alejandría
pues en vez de báculo tendría acolada una cruz patriarcal o del “bastardo” Don Alonso Acevedo Ulloa,
Arzobispo de Santiago.
El estado de conservación de la pieza no es bueno ya que aparte de la mutilación sufrida al haber sido
separado con fuerza de su fuste, se ha maltratado la parte opuesta, que probablemente llevase también las
armas arzobispales descritas.
Se trata de una labra artística y finamente ejecutada de las representaciones y elementos exteriores (capelo,
borlas, báculo), adornándose a modo de volutas de flores de cuatro pétalos. ¿Influencias italianizantes del
Cinquecento?
A falta de datos facilitados por la propiedad sobre cómo llegó a ella el capitel, que algo facilitaría su
“iter”, considero que, salvo datos histórico-artísticos y heráldico-genealógicos más precisos, a los que me
someto, quizá formara parte de la columna de algún claustro, corredor o galería interior del castillo hoy
derruido o de alguna edificación de la época desaparecida y merecería que el mismo, tal como el que suscribe
puso en conocimiento del Ayuntamiento de Alaejos en escrito de 20-08-2007, figurase inventariado en
el acervo cultural de la villa bajo el título jurídico-administrativo pertinente como “reliquia” de la época
señorial del municipio.
Finalmente quiero invitar a redescubrir lo que nos han dejado en herencia, pues de lo contrario quién
sabe si a nuestra casa otros vendrán y, como dice bien el adagio, de ella nos echarán.
Sustraída esta singular pieza en el mes de enero de 2008, el hecho fue denunciado a la Guardia Civil por
el Sr. Alcalde-Presidente de la villa en dicho mes.
En consecuencia, el patrimonio histórico-artístico de Alaejos queda desgraciadamente empobrecido
por la delictuosa acción de desalmados, a los que desde aquí profundamente desprecio, y por último con
impotencia y abatimiento invoca el brocardo del Derecho Romano clásico: “RES CLAMAT DOMINO”.
Zamora, año 2008
Adolfo M. Araujo González.
P.S. Corrigenda: En el anterior programa de fiestas de 2007, y respecto al cáliz gótico de plata sobredorada de la
Iglesia de San Pedro, opinaba que a pesar de que la tradición oral le atribuía al Obispo de Cuenca Doctor Fernández
Vadillo, el mismo había sido llevado a dicha iglesia por los que tenían a su cargo el castillo de la villa. Pues bien, he
comprobado en documento de 13 de abril de 1730 que el cáliz que estos entregaron en San Pedro no era todo él de plata
sobredorada sino “de alquimia con la patena y copa de plata en blanco que era del Oratorio del Castillo de esta Villa….”,
mientras que el tenido como del Obispo Fernández Vadillo efectivamente es de dicho Prelado que adquiriría o mandaría
hacer a sus expensas: “Un cáliz de plata labrado a buril, sobredorado con su patena de plata sobredorada, con una cruz en
medio, que dio el Obispo de Cuenca”.
Fe de erratas: En el anterior programa de fiestas de 2007, en el artículo de Adolfo M. Araujo González, titulado “En
defensa del público reconocimiento del que fue ilustre hijo de la villa: Don Juan Fernández Vadillo”, donde decía “Regaló
de su peculio el retrato del altar mayor así como el coro bajo de nogal con 20 sitiales a los pies del templo” de San Pedro, debería
haber dicho “Regaló de su peculio el retablo del altar mayor”.
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LOS VINOS DE ALAEJOS EN LA
LITERATURA DEL SIGLO XVI
Todos conocemos que el siglo XVI fue crucial en la historia de Alaejos. Su ventajosa posición
en una encrucijada de caminos, la favorable coyuntura económica iniciada en el reinado de los
Reyes Católicos y el impulso dado por los Fonseca, marcan el despegue y el esplendor de la villa
durante gran parte del siglo XVI. Basado en gran medida en la calidad de sus vinos, cuya fama
tuvo reflejo en la literatura de la época. Fueron nuestros clásicos y sus constantes alusiones a
este vino en sus obras lo que le dieron rango literario y en algunos casos paremiológicos como
los celebres versos de:
QUEVEDO..... Esteren sus casas estos recoletos
que a la chimenea pasan el mal tiempo.
Vistan de tapices salas y aposentos;
gasten tocadores y grana en el pecho:
que tapices y esteras todo me lo cuelo,
y cuelgo las salas que están acá dentro
Los paños franceses no abrigan lo medio
que una santa bota de lo de Alaejos
CERVANTES, ya nos había hablado del vino de Alaejos por boca del Licenciado Vidriera:
Allí conocieron la suavidad del Trebiano, el valor del Montefrascon, la fuerza del Asperino, la
generosidad de los dos griegos Candia y Soma; la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y
apacibilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chentola, sin que entre todos estos
señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos
y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía, ni como pintados en
mapa, sino real y verdadexamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la Imperial mas que Real
Ciudad, recamara del Dios de la risa; ofreció a Esquivias, a Alanis, a Cazalla, Guadalcanal y
la Membrilla, sin que se le olvidase de Rivadavia y de Descargamaria. Finalmente, mas vinos
nombro el huésped, y mas le dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco.
Los autores de nuestro teatro clásico tuvieron también bien presente este vino al que le atribuían
todo tipo de virtudes, llegando, incluso, a personificarlo en la figura de un médico (aunque
fingido) como hizo TIRSO DE MOLINA en La Fingida Arcadia:
(PINZON se finge médico y dice: )
Yo soy de nación gallego;
mi natural Rivadavia,
el doctor parra mi abuelo
gran medico de infusiones,
mi padre el doctor Sarmiento;
yo, que de razón debiera
llamarme conforme aquesto
también el doctor Racimo,
porque no lo consintieron
las aguas de aquel otoño
que las viñas corrompieron
vine a llamarme en Castilla....
ANGELA: ¿Como?
PINZON : El doctor Alaejos
ANGELA : Todos son nombres vinosos
También podemos destacar cómo LOPE DE VEGA habla del filósofo Alaejos en La Dorotea:.
TEODOSIA: Toma estos higos, Gerarda
GERARDA: Por ti tomare uno, que no lo hiciera por el padre que me
engendro.Pero es menester que sepas que con el higo se
bebe tres veces
TEODOSIA. ¿Quien lo escribe?
GERARDA : El filosofo Alaejos. ¿Pensaste que era Plutarco?
Abrole por medio. Dame, Celia, la primera
En la misma obra Gerarda declara tener más afición al vino que a la poesía:
DOROTEA : ¿Que es eso, tía, que te suena en la manga?
GERARDA : Un papelillo que estaba encima de la mesa deste
caballero magnifico.
Parecieronme versos; y aunque es verdad
que soy mas aficionada a una bota de Alaejos
que a las trescientas de Juan de Mena, por si es cosa que puede
aprovecharte, me lo puse en la manga.
Léemelo, por tu vida.
También el dramaturgo MIRA DE AMESCUA en La Fénix de Salamanca, nos cuenta en un
personaje:
SOLANO : Jaramillo, este tu amo
debe de ser hechicero,
escolar o nigromante;
porque aquellos embelecos
y aquestas transformaciones,
¿quien las hace sino aquellos
que andan de viga en viga
y vuelan de techo en techo?
y si es así, Jaramillo
dile que yo se lo ruego,
que no me convierta en ganso
sino en vino de Alaejos
La rivalidad entre vinos de la zona ya estaba presente en el siglo XVII, nótese la disputa que
establece TIRSO DE MOLINA en este fragmento de La Lealtad contra la envidia:
OBREGÓN: ¿Hay bota?
CAÑIZARES : Con munición de Alaejos
OBREGÓN : Esa afrenta
tome Medina a su cuenta,
pues silos sus vinos son
los monarcas de Castilla.
Es evidente que Alaejos tuvo un tiempo glorioso alrededor de sus vinos. Cuesta imaginar, desde
la perspectiva de cuatro siglos, que el paisaje de estos campos estuviera plagado de viñedos.
Como casi siempre, a toda época de esplendor le sucede otra de decadencia. En años sucesivos,
las rivalidades con otros vinos, las diversas crisis y las epidemias, terminaron con las cepas, dando
paso a otros cultivos.
Teresa Mangas Lucas
MONTES Y ÁRBOLES DE ALAEJOS
José Ojeda Nieto
En la Baja Edad Media, hace pues más de medio milenio, el monte de Alaejos se extendía entre los límites
de Castronuño y Castrejón, bordeando las rayas fronterizas de estos dos pueblos y los de Vadillo y Torrecilla
de la Orden. Así pues, una guirnalda de árboles –encinas, especialmente– protegía el terrazgo por los lados
sudoccidental y partes del meridional y septentrional. Con las nuevas técnicas al uso –SigPac– (como otrora
lo hiciera con técnicas cartográficas) se calcula una superficie para el monte de aquellas centurias próxima
a las 3.000 hectáreas, quizá superándola: distribuido, por supuesto, en monte alto, denso, cerrado (la parte
más interna y protegida) y monte bajo, adehesado (los bordes, donde los aldeanos acudían a buscar leña,
pasto y, poco a poco, tierras para roturar).
Los estudios llevados a acabo en los pueblos comarcanos confirman la existencia de montes localizados
en las zonas más alejadas de las poblaciones. Resulta así que la abundancia de árboles no sólo era evidente,
sino que éstos se hallaban en las zonas de confluencia, en los deslindes, en las rayas de los términos. Es decir,
el monte de Alaejos se extendía por el límite fronterizo con los pueblos citados, uniéndose al monte de estas
localidades, lo que dificultaba el conocimiento exacto de la línea de demarcación (de aquí los continuos
pleitos y los continuos deslindes), e incrementaba los conflictos entre pueblos y vecinos. Ir de un pueblo a
otro suponía atravesar los montes de uno y otro, y ya se sabe que el bosque es propicio para el encuentro
inesperado. Que se lo digan si no a Juan de Topas, quien: «venyendo d seguir el dho pl[e]ito... le tomaro[n]
en el mont de Alaejos e le diero[n] tantos de palos fasta q dis q le qbraro[n] e le dexaro[n] por muerto»
(a. 1494).
Pero el monte no sólo es refugio de facinerosos y alimañas, proporciona leña y madera, pasto para el
ganado y, si se va aclarando y de monte denso se pasa a monte hueco (adehesado), pronto se transforma
en tierras de labor. Y en esto los alaejanos, como en otras partes, no hicieron sino seguir la corriente del
momento: desbrozar, talar y ampliar el terrazgo a costa del monte. Furtivamente las más de las veces,
consentidas otras, al cabo del tiempo el monte se fue reduciendo: a principios del siglo XVI ya quedan
–siempre aproximadamente– 1.000 hectáreas, pues las otras 2.000 se han reconvertido en tierras de labor,
siguiendo el proceso explicado. Tierras que fueron de aprovechamiento comunal y que en 1585 pasaron, tras
un proceso similar a la desamortización decimonónica, a propiedad privada.
El tiempo no pasaba en vano. El ataque al árbol no cesaba y la mengua del bosque continuaba. A finales
del siglo XVI quedaban algo más 750 hectáreas de bosque denso, cerca de 1.000 si tenemos en cuenta
el adehesado. El siglo XVII, siglo de escasa presión demográfica, dio un respiro, hasta el punto de que la
superficie dedicada a las encinas se mantendría en cantidades similares, continuando así hasta las primeras
décadas del siglo XVIII, cuando se contabilizaron 1.454 obradas (unas 725 ha). Mas enseguida, en 1752,
se redujo a 1.417 obradas (715 ha, aproximadamente), sin duda consecuencia del despegue demográfico
que tuvo lugar en la citada centuria. Pero no acabaría aquí el ataque arboricida, pues entre las roturaciones
llevadas a cabo desde mediados del siglo XVIII y las de principios del XIX, el monte de encinas, que era ya
una reliquia, desapareció del todo. Gómez de la Torre, historiador de la época, apunta que en 1800 ya no
quedaba ninguna encina. Y lo curioso es que lo da por bueno, como síntoma del desarrollo labriego.
¿Qué queda hoy de las encinas, del monte, de aquel monte símbolo en parte de la grandeza de la
villa de Alaejos? Porque era símbolo de su riqueza y poderío, por eso los comuneros cuando llegan al
pueblo, deseosos de vengarse de la quema de Medina del Campo, piensan en talarlo. Herirán así en lo más
profundo a los alaejanos, y puestos a ello talarán, ¡nada menos!, que 11.088 encinas, y el monte entero de
Valdefuentes. Pequeña herida al cabo para tan gran superficie, pero no desdeñable. El problema no está
empero en el desmán de los comuneros, sino en el poco cuidado y desinterés de los vecinos por el monte,
para ellos sólo terreno de posible expansión agrícola.
Monte refugio de rebaños, abastecedor de madera para la construcción y para los aperos, fuente de
energía para el común de los aldeanos pues de él extraen la leña tan necesaria para la cocina y la calefacción
(entre 30 y 10 carretadas por vecino y leña se precisan según testimonios de los alaejanos de 1522). Si
tantos beneficios reportaba, ¿por qué se dio al traste con él? ¿Nadie defendía al bosque, nadie mostraba su
preocupación por la constante deforestación a la que estaba sometido? ¿Acaso los legisladores no se dieron
cuenta de «la mucha desorden –que había- en el deszepar y talar e cortar de los montes y pinares e otros
Árboles»? (Son palabras de Carlos V, allá por 1518). Como demuestran las palabras del emperador no se
ignoraba el problema. No obstante, la preocupación fue aun mayor en el hijo –Felipe II– quien propondrá
medidas proteccionistas para salvaguardar el patrimonio heredado y transmitirlo a los descendientes. Pero
oigámosle: «en lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos... temo que los que vinieran
después de nosotros han de tener mucha queja de que les dejemos los bosques y sus riquezas consumidas;
y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días» (1572). Es curioso que casi un siglo después (1656)
un funcionario –Toribio Pérez Bustamente– insistiría en la misma idea, lo que viene a indicar lo poco
que se había hecho: «E importa mucho la conservación de los montes ya que no hay lugar bueno sin
ellos y también porque debemos conservarlos a los venideros, como los pasados los conservaron a los
presentes».
Leyes protectoras existían. Bien que bajo una visión utilitarista y no ecológica, pero al menos despuntaba
ya una cierta inquietud: «pues la tierra está muy despoblada de madera porque Anda gran desorden en
cortar –razón por lo cual– se a servido de mandar que se ponga horden y que se planten de nuevo cada
uno en su jurisdiçión los que buenamente paresçiere» (1552). La legislación iba, sin embargo, por un
lado; los hechos, por otro. Desbroces, talas e incendios superaban a las medidas políticas, dejadas, como
acaba de señalarse, a la voluntad de los pueblos. Éstos no cumplían con lo legislado, continuando con los
cortes de árboles sin previsión futura. Especialistas agrónomos del momento indagaron en las causas: ¿qué
pasaba entre los españoles, se preguntaba Alonso de Herrera, allá por 1584, que «si en comiença[n] a cortar
un enzinal para leña no saben entrecriar unos árboles nuevos entre tanto que gastan lo viejo... No sé si
lo haze alguna mala constelació[n] que tenemos los españoles o poco cuidado de lo venidero».
Sólo cuando se echó en falta la madera (sobre todo en las atarazanas) la legislación se endureció y se
hizo más expeditiva. Desde el último tercio del siglo XVI las recomendaciones pasan a ser órdenes: no se
podrá cortar árbol alguno sin permiso de las autoridades, la poda será, obligatoriamente, dejando «horca y
pendón» (o sea una horquilla y una vara), prohibición de quemar rastrojeras... Y hasta Alaejos introduce en
sus Ordenanzas de 1580 la prohibición de pastar durante 6 años la zona del monte donde hubiera tenido
lugar un desastre (no importa si provocado o natural).
Sin embargo, será en el siglo XVII, y sobre todo en el Siglo de la Ilustración, cuando se adopten
medidas de reactivación, ya no sólo proteccionistas. Es decir, ya no es tanto el prohibir lo negativo cuanto
incentivar lo positivo: la reforestación. Es a partir de ahora, del Siglo de las Luces, del siglo XVIII, cuando
las leyes acojan las ideas que un siglo antes habían propuesto los arbitristas y los hombres preocupados por
la situación de los árboles en España. De estas medidas, que señalamos a continuación, saldrán fortalecidos
y multiplicados, no nacidos, los pinares, sustituyendo, pero no igualando, al monte de encinas, aquel que
en un tiempo, hace medio milenio, señoreaba y definía el paisaje de Alaejos.
En cuanto a las medidas –de 1656- para reforestar se señalaron:
1º Que todos los lugares tengan viveros con «paredes en la parte Norte para que estén más calientes
y abrigados».
2º En el plantar habrá de tenerse extremo cuidado pues «tan malo es dexar de plantar como plantar
mal».
3º Las plantaciones habrán de hacerse «desde mediado Diciembre hasta mediado febrero, y en Luna
creciente, con buenas hoyas, y espinar las plantas con espino y no con zarzas».
4º Una vez plantados «No se ha de limpiar ni rozar la tierra donde se plantaren, porque quanto
más madera más defendido estará de los vientos, y de los ganados». Se reconoce que esto puede
propalar los incendios, pero a su parecer causan más daño «los ganados, porque estos acuden cada
día y los incendios raras veces».
5º Siempre que se corte un árbol será con permiso de las autoridades y además «con obligación de
poner en lugar del árbol que se cortare, según fuere, dos o tres o más».
6º Cada vecino habrá de plantar «dos caxigas (=quejigos) cada año».
Hacia mediados del siglo XVIII se constata que las medidas no se están cumpliendo, pues son
muchos los pueblos que descuidan las instrucciones «y si algunos plantan, se pierden a corto
tiempo por no ponerles los espinos y estacas que previenen, para que de esta suerte se mantengan
hasta estar fuera de peligro». Siguen, por otra parte, los fuegos, ocasionados por las quemas de
rastrojos por lo que se ordenó –estamos en 1776– «que ningún vecino ni persona particular de los
Pueblos sea osado a quemar rastrojo Alguno, ni poner fuego en qualquier heredad, sitio proprio
ô ageno... bajo la pena de ocho ducados». Se obligó también a podar y limpiar los pinares... Por
último, precisando las instrucciones del siglo anterior, se ampliaron las instrucciones con otras tres
normas más:
7º Que los ayuntamientos planten 3 árboles por cada vecino anualmente, con la obligación de vigilar
su crecimiento hasta que estén «presos de tres ojas». Es decir, con vigilancia y mantenimiento
durante tres años.
8º «Que los terrenos y montes incendiados queden incultos... prohibiéndose en ellos el Pasto de
Ganados por seis años». (Recordemos que ya Alaejos contaba con esta disposición desde 1580 en
sus Ordenanzas). En 1778 se amplió a siete años.
9º A los dueños de bosques y pinares se les prohibió «sembrar los terrenos quemados, ni pastar los
talados p[ar]a quitar â los dañadores la esperanza de sacar utilidad de sus delitos».
De poco sirvieron las normas pues al cabo, al iniciarse el siglo XIX, el monte de encinas, como señaló
Gómez de la Torre, desapareció del todo, sin dejar vestigio alguno. En una época donde la leña y la madera
eran cruciales para la vida cotidiana su escasez se haría notar entonces con toda la crudeza (sobre todo la
crudeza del invierno). Razón por la que se reactivarían las plantaciones –pero ahora– de pinos (árbol de
crecimiento más rápido que la encina). Los inicios, sin embargo, parece que fueron lentos si hemos de creer
la noticia que aporta Madoz en su Diccionario Histórico-Geográfico: anota que en 1845 la villa cuenta con
¡tan sólo! 1.300 pinos. O sea, unas 2 hectáreas aproximadamente. Es cantidad muy reducida para darla por
cierta, quizá quiso decir obradas o fanegas. En este supuesto –obradas o fanegas y no pinos–, Alaejos tendría
unas 650 hectáreas de pinares. Cifra más plausible, que explicaría cómo mientras se fueron cortando las
encinas se iban plantando pinos. Es hipótesis lógica, pues no cabe pensar que durante un tiempo el término
de Alaejos estuviera sólo y exclusivamente con 2 hectáreas de arbolado: verdadero desierto arborícola, de
ser cierto.
Desconozco con precisión la superficie forestal actual. En todo caso, no superará las 300 hectáreas,
probablemente menos si se es un poco exigente a la hora de tener en cuenta el porte del árbol. Porque
ni todo monte es forestal, ni toda la flora es árbol. En cualquier caso, y aún dando por buena la cifra
expuesta, Alaejos no puede presumir de riqueza silvícola, bien al contrario hoy la nota dominante es la
escasez, la penuria... Escasez y penuria que se aprecia mucho más si se recuerdan los tiempos históricos
cuando los árboles cubrían una superficie diez veces mayor. Hoy de aquel monte de encinas sólo nos quedan
reminiscencias filológicas, el nombre de algunos pagos del término: el Encinar, el Carrascal...
CAVE CANEM
(Cuidado con el perro)
Lo que sigue es una historia personal, un trocito del rescaño de mi infancia. Es posible que haya quien se
identifique con ella, es parte del juego y uno de los objetivos de estas líneas.
La infancia es la etapa de la vida a la que acudimos a menudo en busca de recuerdos felices. Y no suele fallar. Pero
a veces, al rebuscar, encontramos recuerdos antipáticos. Aquellos que la vivimos al comienzo de la segunda mitad
del pasado siglo tenemos en el sobrao de la cabeza algún episodio aislado al que mejor no quitarle el polvo, mejor
abandonarlo con sus telarañas en el rincón del olvido. Hoy es otro camino el que voy a patear.
Los infantes éramos felices por el simple hecho de ser niños. Pero hay una característica que parece ser inherente a
la infancia, al menos a la mía, y no es otra que el miedo. Cuando niños tenemos miedo, más aún, miedos, en plural, a
la oscuridad, a la soledad, a las tormentas, a los perros. Un servidor tenía y mantiene un irracional recelo a los perros.
Y había muchos perros. Eso era lo peor. Perros callejeros, sin amo, perros callejeros con amo, galgos con tanganillo
o sin él, perros de caza, ratoneros, pequeñitos pero matones, perros pastores, celosos hasta el hastío de su profesión,
perros guardianes, grandotes y con porte de seriedad, que imponían un respeto tremebundo.
No les voy a cansar pero a mí esos bichos me parecían fieros, negros zainos, bragaos y meanos.
El caso es que los chicos, por ser chicos, a menudo jugábamos con el miedo. Y, cómo no, con los perros. Toma
del frasco, Toñito. Pero era cosa buena, sí señor. El miedo, qué digo, los perros, te aceleraban el corazón y las piernas.
Ahora, tras largos años de profundas y serias reflexiones, entiendo porque corríamos tan rápido.
Porque tenía la vida mucho de rutina, rutina sólo alterada por el ciclo estacional. La primavera y el verano eran
estaciones infantiles, el clima y los días largos hacían de estas épocas el festival de juegos que sólo la llegada de la noche
interrumpía. Y la plaza. La gran plaza alejana, con la solitaria farola en medio, solitaria pero la más abrazada que he
conocido, llena de chicos y chicas (prometo no volver a repetir el femenino, por éstas, mua), alboroto y alborozo,
griterío, alegría y Canuchi, una ricura de perro, alguien había ido a pincharlo y ya estaba en el albero. ¡Leñe!. Yo
no encontraba donde subirme, la farola parecía un racimo de chicos, los columnas del soportal también, así que, ya
saben, si en un pinar no encuentras pino donde subirte, sal a espeta perros y a correr como alma que lleva el diablo.
Pero esto no era lo peor. Faltaba la vuelta a casa. ¿Por dónde? Si por la bajada al Arrabal, el ladrido largo y
profundo de Leguas, mastín leonés, que, al rececho tras la verja del portal, esperaba a los niños miedosos, aceleraba,
aún más, mis piernas y mi corazón. Si por las cuatro calles, primero Jon, mala leche tenía el jodío perrito, luego,
sentados a la puerta de la casa, un montón de hermanos que, sabedores de mi terror, me zumbaban los galgos. Hoy
sé que no me corrían, pero es igual, no me hubieran pillado, bueno iba yo pa casa.
Y al día siguiente otra vez la escuela. La escuela no estaba mal. Algún cachete que otro por aquí, un mimbrazo
por allá. Lo normal, tampoco es para quejarse. Lo malo el recreo. El recreo y Jumillano, un perrolobo de mucho
cuidado. Siempre había quien le hacía rabiar. Hay más de una nalga y algún que otro trasero con las marcas de sus
colmillos. Os aseguro que el mío no.
Otra cosa era Estrella, perrita ratonera con residencia frente a la escuela, que parecía una fiera bragada pero que
sólo quería jugar; corría tras uno, luego tras otro, siempre tras de todos. Se lo pasaba genial y mis amigos también.
No quería repetirlo, pero qué le vamos a hacer, yo no.
Y los domingos, se me olvidaban los domingos y la misa, bueno, la misa como misa no, sino el llegar a la iglesia,
a Santa María. Tenía que sortear a un piazo de animal de presa que pa qué, para más señas atendía al nombre de
Bocanegra, le venía al pelo el nombrecito.
Qué más quieren que les cuente. Únicamente decirles que los perros nombrados tenían amos buenos. Personas
a las que desde aquí quiero honrar en su memoria, con alguna de ellas mantuve una amistad cordial a pesar de
la diferencia de edad. Vayan por tanto estas líneas en honor y en recuerdo de D. Teodoro Castander, D. Miguel
Caballero, D. Ángel López, D. Felipe Pérez, D. Ramón Mangas, Dª Josefa Rodríguez y D. César Buenaposada.
Lucas Varela
Alaejos, julio 2008
HONORES Y DISTINCIONES
José Luis Pérez Muñoz
U
na de las facultades que las leyes reconocen a todos los municipios es la de premiar merecimientos
especiales o servicios prestados por personas, colectivos, empresas, entidades o instituciones. Aun
careciendo de una regulación expresa, el Ayuntamiento de la villa ha venido otorgando diversos
honores y distinciones que a continuación enumeramos.
I. HIJOS ADOPTIVOS O PREDILECTOS
La distinción de hijo predilecto es la que se concede a alguien que ha nacido en Alaejos, mientras que la
de hijo adoptivo se concede a alguien nacido fuera de nuestro ámbito territorial. Posiblemente estos títulos
constituyen la mayor distinción concedida por el Ayuntamiento de Alaejos.
A don Juan Muñoz y Vargas se le nombró hijo adoptivo el 9 de noviembre de 1877 “por los servicios
especialísimos que constantemente ha benido prestando a esta localidad y muy particularmente por la inesperada
condonación de la contribución y empréstito forzoso, correspondiente al año economico de mil ochocientos setenta
y tres a setenta y cuatro, conseguidos por su constante actibidad y buen deseo”. Juan Muñoz y Vargas (18351919), adscrito al Partido Liberal, fue Diputado a Cortes por el distrito de Nava del Rey (Valladolid) y por
Segorbe y Lucena del Cid (Castellón). Fue general de división y llegó a actuar como ministro de Ultramar,
en ausencia del titular, en 1891, durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena.
A don Luis González se le nombró hijo predilecto el 21 de abril de 1926 “por el acto generoso y altruista
realizado por la entrega en metálico al Sr. Presidente [el alcalde don Aurelio-Martín Hernández Monge] para
la compra de la casa que se destinará a Cuartel de la Guardia Civil”. Serían 20.000 pesetas las pagadas por el
Ayuntamiento a doña Dionisia Sánchez Rodríguez, vecina de Siete Iglesias, el 7 de junio del mismo año por
el inmueble donde hoy se encuentra el Centro Cívico, el edificio de Cruz Roja y una vivienda municipal.
Luis-Alejandro González Santana (1851-1928) desempeñó el cargo de primer teniente alcalde desde julio
de 1909 hasta que fue elegido alcalde de la villa, cargo que ocuparía de 1910 a 1913.
A don Miguel Primo de Rivera se le nombró hijo adoptivo el 29 de enero de 1927 “para dar una
pequeña satisfacción al incansable caudillo e insigne gobernante (...) que se ha sacrificado enormemente por la
paz y progreso de España, tanto interior como exteriormente”. Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (18701930) ingresó muy joven en el ejército y desarrollo su carrera militar, sobre todo, destinado en colonias
españolas. En la península fue capitán general de Valencia, Madrid y Barcelona. Contando con la anuencia
del ejército y del rey Alfonso XIII dio un golpe de estado en 1923, durante el que se suspendió la vigencia
de la Constitución de 1876, se censuró a la prensa y se disolvió el Parlamento, implantando una dictadura
que duraría hasta 1930, cuando presentó su renuncia al rey.
A don Eduardo Callejo se le nombró hijo adoptivo el 28 de noviembre de 1929, siendo ministro de
Instrucción Pública y Bellas Artes durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Llama la atención
que no aparezca en el acuerdo del Pleno ninguna circunstancia que motive la distinción. Posiblemente el
nombramiento estaría relacionado con la aprobación de los proyectos para construir en Alaejos dos edificios
de nueva planta con destino a Escuelas graduadas con cuatro secciones cada una, cuyo decreto se publicó en
la Gaceta de Madrid de 12 de marzo de 1929, ascendiendo el presupuesto del edificio de niñas a 118.750,94
pesetas y el de niños a 125.368,91. Al igual que ocurre en la actualidad las subvenciones no financian
completamente las inversiones, sino que una parte debió salir de las arcas municipales (en este caso el 30%
fue la aportación municipal). Eduardo Callejo de la Cuesta (1875-1950) como ministro redujo la duración
del bachillerato a seis años, estableció los niveles de bachillerato elemental y superior y las modalidades de
Ciencias y Letras; en el ámbito universitario estableció asignaturas obligatorias y optativas y un sistema de
titulación uniforme para todo el país. Era catedrático de Filosofía del Derecho y, tras su etapa al frente del
ministerio, volvió al magisterio en la Universidad de Valladolid. Después del golpe de estado del general
Franco fue nombrado consejero permanente del Consejo de Estado, del que sería su presidente desde 1946
hasta su muerte.
A don Adelio Castaño Casquero (n. 1950) se le nombró hijo adoptivo el 30 de junio de 1983 no
sólo por “las obras realizadas (...) sino el difícil momento en que se hizo cargo de la Alcaldía, la preparación y
cultura (...) sus atenciones para con todos fueran o no de su partido”. Maestro en el Colegio Nacional Mixto
de Alaejos, del que más tarde ocuparía el cargo de director, y primer alcalde de la villa (1979-1983) en el
actual período constitucional.
A don José Guerra Guerra (n. 1934), cura-párroco de la villa desde el año 1981, se le nombró hijo
adoptivo el 28 de septiembre de 2007 por “su amor y entrega a toda la comunidad vecinal”.
II. ALCALDE/-ESA HONORARIO/-A
A Sus Majestades los reyes don Alfonso XIII y doña María Victoria Eugenia se les nombró alcalde y
alcaldesa honorarios de la villa el 16 de enero de 1925. Los concejales Fernando Lucas González, Simeón
Lucas Alonso y Miguel Caballero González fueron designados para trasladarse a Madrid el día 21 del mismo
mes y entregar a los reyes las insignias del nombramiento; el viaje y la estancia, que pagó el Ayuntamiento,
costaron 355 pesetas.
A propuesta de la Junta de la Ermita, la Virgen de la Casita fue nombrada alcaldesa de honor de la villa
el 27 de abril de 2000, invistiéndola con la vara de dicho cargo el 10 de mayo del mismo año. Este mismo
nombramiento, a propuesta de la Asociación Amigos del Patrimonio Cultural de Alaejos, se desestimó por
el Pleno municipal en 1990, fecha del V Centenario de la aparición mariana, al considerar que ese título casi
la rebajaría, pues ya ostentaba “el título de Patrona de Alaejos [que] es el mayor título de honor”
III. INSIGNIA CON EL ESCUDO DE ALAEJOS
Es una insignia que reproduce el escudo de la villa de Alaejos y parece ser que tiene, por la costumbre,
el carácter de condecoración en su grado más elevado de medalla de honor, debiendo ser acordada para cada
caso por el pleno del Ayuntamiento y entregada a autoridades que nos visiten o a los miembros de la propia
Corporación, aunque la lista es más extensa.
En 1983 se entregó a don Gregorio Peces-Barba Martínez, Presidente del Congreso de los Diputados,
que nos visitó el 15 de enero; a don Francisco Delgado Marqués, Presidente de la Diputación Provincial de
Valladolid, que nos visitó el 3 de abril de 1984; a don José Constantino Nalda, Consejero de Presidencia
y Administración Territorial de la Junta de Castilla y León, que visitó Alaejos el 27 de diciembre de 1984;
a don Dionisio Llamazares Fernández, Presidente de las Cortes de Castilla y León, con motivo de la visita
que hizo el 29 de marzo de 1985; el mismo año, a los empleados municipales que llevaran en propiedad
en la plaza o puesto de trabajo al menos un año, es decir, doña Ana-Isabel Crespo Martín, don Isidoro
Hernández Nieto, don Abelardo Marcos Guerras y don Jesús-Vicente Buitrón Antón “en atención a su
entrega al trabajo”; a don Fernando Zamácola Garrido, Consejero de Agricultura de la Junta de Castilla y
León, que visitó la villa el 5 de septiembre de 1987 con motivo de dar el pregón de las fiestas; en 1988 a
don Federico Pastor López, auxiliar técnico sanitario, “practicante” en Alaejos durante más de treinta años
y con motivo de su jubilación; a don Godofredo Garabito Gregorio, académico de Bellas Artes, poeta,
con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1988; a don César Otero Villoria, Secretario General
de la Diputación Provincial de Valladolid, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1989; a don
Roberto Domínguez Díaz, vallisoletano y máxima figura del toreo, en su visita a la villa en 1989; a don
Celso Vázquez Gallego, periodista de Televisión Española, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de
1990; a doña María-Dolores Ortega Peinado, Diputada a Cortes por Valladolid, con motivo de pronunciar
el pregón de fiestas de 1991; a doña Carmen Lucas Lucas, Directora General de Administración Territorial
de la Junta de Castilla y León, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1992; a don Juan-Antonio
García Calvo, Presidente de la Diputación Provincial de Valladolid, con motivo de la visita que realizó a la
villa el 28 de octubre de 1992; a don Francisco González, Director de los Servicios informativos de Radio
Nacional de España en Castilla y León, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1993; en el mismo
año a don José Álvarez de Paz, secretario del Ayuntamiento, tras muchos años de servicio, con motivo de
su nuevo destino en la Junta de Castilla y León; a don Juan Colino Salamanca, Diputado del Parlamento
europeo, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1994; a don José-Antonio Ortega Fernández,
componente del grupo de música Candeal, con motivo de pronunciar el pregón de fiestas de 1995; a don
Abelardo Marcos Guerra, alguacil del Ayuntamiento, con motivo de su jubilación en 1996; en el mismo
año, a don Julio Mangas Manjarrés, catedrático de Historia antigua de la Universidad Complutense de
Madrid, con motivo de pronunciar el pregón de las fiestas patronales; a don Antonio Monsalvo García, con
motivo de pronunciar el pregón de las fiestas de 1997; a D. Javier Solana Sedeño, periodista de La Voz de
Medina, con motivo de pronunciar el pregón de las fiestas de 1998; a doña Leire Pajín Iraola, Diputada
en el Congreso, con motivo de pronunciar el pregón de las fiestas de 2000; a don Jesús Quijano González,
Procurador de las Cortes de Castilla y León, con motivo de pronunciar el pregón de las fiestas de 2001;
en 2008 se le ha concedido a don José-Alfonso Ballesteros Fernández, Presidente de la Real Academia de
Medicina de Islas Baleares, por concurrir los méritos de ensalzar la figura del insigne médico don Antonio
Hernández Morejón, con la inauguración del aula que lleva el nombre del alaejano en el Hospital Illa del Rei
de Menorca; también ha quedado constancia escrita de la entrega de la insignia honorífica a los miembros
del Ayuntamiento que lo eran en 1984 y a los concejales que tomaron posesión en 2007 y no la tenían.
En los últimos años la insignia ha sido revestida de mayor distinción al entregarla, en algún caso, en oro.
Así, a don Adelio Castaño Casquero, primer alcalde del actual período constitucional y maestro que fue en
la villa, se le concedió la insignia honorífica de oro de la Corporación Municipal con motivo de pronunciar
el pregón de las fiestas patronales de 2007, valorando “su conducta ejemplar en todo momento, de acuerdo con
valores como la tolerancia, la libertad y el amor a la tierra”; y a don José Guerra Guerra, cura-párroco de la villa
durante veintiséis años, se le concedió con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo.
IV. ROTULACIÓN DE CALLES, PARQUES, EDIFICIOS.
Son diversos los nombres de personas ilustres, alaejanas o no, que figuran en el callejero de la villa,
destacando la marcada tendencia en los últimos años a señalar calles con el nombre de escritores: Miguel de
Cervantes, Francisco de Quevedo, Miguel Delibes, Antonio Machado, García Lorca, etc.
En 1939, siendo alcalde de la villa don Primitivo Baena Cuadrado, el Pleno municipal aprobó por
unanimidad dar nombre a los dos grupos escolares: “Calvo Sotelo al de niñas [actual edificio de la plaza
Hernández Morejón] y de José Antonio Primo de Rivera al de niños [actual edificio de la calle Ronda del
Castillo]”. En 1981, a propuesta del alcalde y maestro en dichas escuelas don Adelio Castaño Casquero, que
fue aceptada por unanimidad, se les dio el nombre de Miguel de Cervantes, “por su vinculación a Valladolid
y porque en alguna de sus obras se cita a Alaejos y sus vinos”.
En 1986, a propuesta del alcalde don Emilio Frutos Monsalvo, se aprobó por unanimidad dar el nombre
de Grupo de Viviendas Comunidad de Castilla y León a las viviendas de protección oficial que se acababan
de construir.
En 2002, siendo alcaldesa doña María-Cristina Aguado Lucas, se puso el nombre de Hernández Puertas
al terreno de juego, destinado a campo de fútbol, situado en la zona deportiva, en atención a la Fundación
Familia Hernández Puertas, benefactora de la villa; y al parque situado en la calle Huerta Grande, en 2004,
el nombre de otra gran benefactora del patrimonio histórico artístico de este municipio, María Teresa
Villanueva.
V. PLACAS CONMEMORATIVAS
En 1943, siendo alcalde don Agustín Alonso Portillo, el Pleno municipal acordó por unanimidad
“encargar dos lápidas una por cada parroquia en las que se inscribirán los nombres de los caídos en la Santa
Cruzada de esta villa”, siendo el orden en que debían figurar “por fechas de fallecimiento ocupando primeros
lugares los Jefes y oficiales”. Las dos placas, en mármol blanco, con los escudos, letras grabadas y pintadas y los
cuatro clavos decorativos fueron realizadas por el marmolista-cantero vallisoletano Agapito Conde; costaron
al Ayuntamiento un total de 1.520,40 pesetas y se inauguraron, tras la misa para los caídos, el domingo 13
de febrero de 1944, siendo descubiertas por cada párroco: don Antonio Lorenzo Santos en Santa María y
don Antonino Díaz Ramos en San Pedro.
En el año 1988, siendo alcalde don Armando Caballero Morante, se concedió una placa a las personas
mayores de noventa años, nacidas en Alaejos; desde entonces, convertida ya en costumbre de consideración
y respeto hacia nuestros mayores, se ha ido disminuyendo la edad de los homenajeados hasta quedar fijada
en los ochenta años, distinguiéndose también a las personas que, aunque no hayan nacido en Alaejos, llevan
toda la vida viviendo aquí. En 1996 se concedió una placa conmemorativa al alguacil municipal, don
Abelardo Marcos Guerra, con motivo de su jubilación; en 2008 se ha entregado una placa conmemorativa
al Col-legi Oficial de Metges Illes Balears por la labor divulgadora que hace del ilustre médico alaejano don
Antonio Hernández Morejón. (El Ministerio de Defensa editará, posiblemente en 2009, un libro sobre el
ilustre alaejano escrito por don Alejandro Belaústegui).
VI. OTRAS DISTINCIONES
Existen varios acuerdos tomados por el Pleno municipal, la mayor parte de agradecimiento o felicitación,
entre los que destacamos los siguientes: en 1991 se propone a don Florentino Corrales Caballero como ecoconsejero municipal “por el interés mostrado en la plantación y conservación de los árboles en Alaejos”; en 1993
se felicita al caballero legionario paracaidista don Fernando Casado Casado, voluntario en la Agrupación
Madrid, por encontrarse en Bosnia “prestando servicios humanitarios como casco azul de la O.N.U.”; en
el mismo año también se felicita al Secretario del Ayuntamiento, don José Álvarez de Paz, por haber
desempeñado su cargo “con especial dedicación y con indudable independencia profesional”, con motivo de
su traslado a la Junta de Castilla y León; en 2001 se agradecen a don Adolfo Araújo González “los trabajos
de restauración del bastón de Alcaldía existente así como del regalo de uno nuevo”; y en 2003 se reconoce a la
Asociación Mujeres de Alaejos “la realización desinteresada y gratuita de los trabajos de confección de cortinas
para el despacho de la Alcaldía”.
Alaejos ha dado a lo largo de la historia muchas personas ilustres, pero sólo algunas han sido reconocidas
como tal por el Ayuntamiento. Una de las circunstancias más destacables es el poco número de féminas
que aparecen en la nómina; otra, desde mi punto de vista, es la carencia de un reglamento que unifique el
procedimiento para la concesión de las distinciones; una tercera, y última, es que son todos los que están,
pero no están todos los que son. La nómina de los homenajeados está integrada exclusivamente por los
distinguidos de los que ha quedado constancia escrita, de ahí la importancia de abrir un libro registro
donde se anoten las concesiones conferidas, con indicación de los nombres, circunstancias, méritos, fecha
de concesión, etc.
Al margen de circunstancias políticas, todas las personas citadas debieron ser, en su momento y bajo la
perspectiva institucional imperante, acreedores de los honores y títulos otorgados. Por ello, consciente de
que la historia de un pueblo no se puede trocear, olvidar o manipular, hemos querido ofrecer una relación
de las personas honradas o distinguidas por el Ayuntamiento de Alaejos, estemos o no de acuerdo, con una
clara vocación integradora y de respeto a la pluralidad ideológica.
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