M Rosa Taría aller de Lojo etras N° 42: 73-90, 2008 Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… issn 0716-0798 Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank, en Historia de una pasión argentina de Eduardo Mallea1 The Intellectual Travellers: Keyserling and Frank in Historia de una pasión argentina, by Eduardo Mallea María Rosa Lojo CONICET, UBA, USAL2, Argentina [email protected] La década de 1920 es conocida por ser aquella que termina con el golpe militar contra el presidente constitucional Hipólito Irigoyen, y que por lo tanto cambió para siempre la vida política en Argentina. También fue el período cuando los renombrados intelectuales y escritores extranjeros (Tagore, Ortega y Gasset, Keyserling, Frank) llegaron como visitas y fueron tratados, en todo sentido, como si fuesen oráculos de quienes se esperaba una suerte de revelación acerca del destino de la Argentina. Esto representó, a su vez, un tiempo de preparación para el llamado ensayo nacional que florecería en la década siguiente, con pensadores tales como Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada. Una de las obras más influyentes de Mallea, Historia de una pasión argentina (1937), origina un debate con dos de estos intelectuales extranjeros: uno de ellos, Frank, es visto como un modelo de héroe; y el otro, Keyserling, es amargamente rechazado, pero ambos ciertamente establecieron temas decisivos en la construcción de la propia imagen argentina. Palabras clave: viajeros intelectuales, Keyserling, Frank, Mallea, autoimagen de la Argentina, ensayo nacional. The decade of 1920 is known to be the one which ended with a military coup against the constitutional President Hipólito Yrigoyen, and so changed, for ever since, Argentina’s political life. It was also the period when renowned foreign intellectuals and writers (Tagore, Ortega y Gasset, Keyserling, Frank) came as visitors, and were treated, in a sense, as if they were oracles from whom it was expected a sort of revelation about Argentina’s destiny. It represented, all the same, a time of preparation for the so called national essay which would flourish in the following decade, with thinkers such as Eduardo Mallea and Ezequiel Martínez Estrada. One of Mallea’s most influential works: Historia de una pasión argentina (1937) raises a dialogue with two of these intellectuals: one of them (Frank) is seen as a model and a hero; the other (Keyserling), is bitterly rejected, but the two certainly established decisive issues for the construction of Argentina’s self image. Keywords: intellectual travelers, Keyserling, Frank, Mallea, Argentina’s self image, national essay. Fecha de recepción: 14 de mayo de 2007 Fecha de aceptación: 27 de marzo de 2008 1 Reelaboración de la conferencia leída en el ciclo “De escrituras y reescrituras” (2003), Centro de Estudios de Literatura Comparada “María Teresa Maiorana”, Universidad Católica Argentina. 2 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina), Universidad de Buenos Aires, Universidad del Salvador. 73 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 La década del 30, signada por la Gran Depresión y la crisis de la economía agroganadera que hasta entonces había asegurado la riqueza de la Argentina moderna, es también la década del golpe de Estado –primera quiebra del orden constitucional después de la pacificación de 1880– y la etapa de florecimiento del llamado ensayo nacional. La cuestión nacional ciertamente no era nueva3, se venía discutiendo desde la gesta de la independencia y la generación del 37; continúa con el auge del positivismo, preocupado por diagnosticar la enfermedad (el atraso) argentino con respecto al conjunto de las naciones civilizadas, y por recomendar prácticas curativas. Resurge con dramatismo en los llamados primeros nacionalistas (Rojas, Gálvez) del Centenario, que ven amenazada la singularidad cultural de la nación en tanto comunidad étnica e histórica por una inmigración aluvional. Pero en los años que siguen al 30, las circunstancias conflictivas, mundiales y nacionales, marcan un punto de inflexión. La duda del propio valor, la angustia, el desencanto (tanto con respecto a la eterna prosperidad del granero del mundo como con respecto a la suficiencia de la mera prosperidad económica), asedian las páginas que ahora se escriben, muchas de ellas en tenso diálogo –como refutación, comentario o asentimiento—con las opiniones que en la década inmediatamente anterior habían volcado, en la Argentina y sobre la Argentina, viajeros famosos. La Institución Cultural Española, el Instituto Cultural Argentino-Norteamericano, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la Asociación Amigos del Arte (presidida por Elena Sansinena de Elizalde), las gestiones de Victoria Ocampo (ya antes de que pensara en la fundación de Sur), y de otros intelectuales o mecenas (como Samuel Glusberg) y, a veces, la casualidad (como la enfermedad que forzó a detenerse en el Río de la Plata al premio Nobel Rabindranath Tagore), habían estimulado la llegada de un elenco de notables que se sucederían sobre la escena argentina, no solo para ilustrar al público sobre asuntos de su competencia profesional, sino para responder –desde la autoridad conferida por su fama y su sabiduría– los interrogantes que los propios argentinos les hacían acerca de su futuro, su destino y su condición identitaria, a la manera de quien tiende la mano, 3 María Teresa Gramuglio señala con justicia la influencia determinante de estos viajeros en el giro peculiar que toma, en la década, el ensayo de tema nacional. “...en esa inflexión, las imágenes de la Argentina que prodigaron los visitantes extranjeros fueron tanto o más movilizadoras que los efectos del golpe militar”, “Posiciones, transformaciones y debates en la literatura”. Nueva historia argentina. Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943). Ed. Alejandro Cataruzza. Buenos Aires: Sudamericana, 2001. 342 (véase 348 y ss). Ver también: Aguilar, Gonzalo y Mariano Siskind. “Viajeros culturales en la Argentina”. Historia crítica de la literatura argentina. El imperio realista. Tomo VI. Eds. Ed. Noé Jitrik, María Teresa Gramuglio. Buenos Aires: Emecé, 2002. 367-89. ■ 74 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… con ansiedad, a un experto quiromante4. El mencionado Tagore (en 1924), José Ortega y Gasset (en 1916, 1928 y 1939)5, María de Maeztu (en 1926), Hermann von Keyserling y Waldo Frank (en 1929), Pierre Drieu La Rochelle (1932) forman parte de esta galería de exégetas nacionales (voluntarios o no). Tres de ellos: Ortega, Keyserling y Frank tendrán una gravitación decisiva sobre la futura ensayística nacional. Ortega dedicó a la Argentina varios ensayos, reunidos en su mayoría en el libro Meditación del pueblo joven6. Entre ellos, los más revulsivos fueron, sin duda: “La Pampa... promesas”, y “El hombre a la defensiva”; tanto revuelo causaron que se creyó obligado a publicar una autojustificación: “Por qué he escrito ‘El hombre a la defensiva’”7. Tanto en la obra inicial de Mallea: Conocimiento y expresión de la Argentina (1935) como en Historia de una pasión argentina (1937)8, se observan coincidencias con ideas fundamentales de Ortega: la misión de las élites intelectuales y la severa autoexigencia a la que estas élites deben someterse; las críticas a la superficialidad brillante y al narcisismo del argentino visible, asimilador de informaciones, imitador de sensibilidades, pero refractario a la creación esforzada y a la elaboración profunda; la censura del mero afán de lucro que está convirtiendo a la Argentina en factoría. Pero en Historia de una pasión... hay dos diálogos, explícitos e insoslayables, cada uno de los cuales ocupa un capítulo del libro: uno sobre Waldo Frank (“América”) y otro sobre el Conde de Keyserling (“Meditaciones”). En los títulos de ambos capítulos existe una referencia implícita a libros de ambos pensadores, anteriores al de Mallea. En el caso de Frank: Our America –Nuestra América– de 1919, y también, por qué no: The Re-Discovery of America –1929– y America 4 Así lo señaló Victoria Ocampo en el memorable ensayo “Quiromancia de la Pampa” (1929). Testimonios. Serie primera a quinta. Buenos Aires: Sudamericana, 1999: 29-36. 5 Ver, sobre las visitas de Tagore y Ortega, Lojo 2007. 6 Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América. Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial, 1981. Ver también Meditación de nuestro tiempo. Las conferencias de Buenos Aires, 1916 y 1928. Ed. José Luis Molinuevo. México: Fondo de Cultura Económica, 1996. 7 Entre los que respondieron explícitamente a Ortega, para asentir o rebatirlo, se cuentan, por esos años: Emilio Coni, Roberto Giusti, Manuel Gálvez, Raúl Scalabrini Ortiz, Victoria Ocampo, además de las huellas tácitas, pero reconocibles en la obra de Mallea, de Canal Feijóo, de Leopoldo Marechal, como lo ha señalado Gloria Videla de Rivero, “Ortega y Gasset en las letras argentinas: Mallea, Marechal, Canal Feijóo”, Anales de literatura hispanoamericana, 20 (1991): 165-78. En el capítulo ya citado María Teresa Gramuglio destaca también la reverberación de las ideas orteguianas en Ezequiel Martínez Estrada, así como lo hace Nora Pasternac en Sur: una revista en la tormenta. Los años de formación 1931-1944. Buenos Aires: Sur, 2002. 67. 8 Edición utilizada: Historia de una pasión argentina. Prólogo de Marcos Aguinis. Buenos Aires: Corregidor, 1994. Citada en adelante como HP. 75 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 hispana, de 1931. En lo que hace a Keyserling, las Meditaciones suramericanas (1931) traducidas al español y publicadas en Madrid por Espasa-Calpe en 1933. Pero la remisión a los libros (que en lo concerniente a Keyserling es minuciosa, e incluye citas textuales) se intrinca, inseparablemente, con el retrato de los autores, con la construcción malleana de los autores como personajes, ellos también, de su pasión argentina, en interlocución permanente con el tenso yo lírico de un narrador-ensayista que describe su búsqueda nacional con los tonos y el lenguaje de la experiencia poética. Ambos personajes se configuran antitéticamente ante Mallea, el joven escritor en procura de ejemplaridades, como un modelo y un antimodelo, un héroe y un antihéroe, o un ayudante y un oponente en su propia pesquisa. Sus rasgos físicos, su conducta privada y pública, su personal carisma pesan casi tanto como sus libros, a la hora de decidir sobre la bondad y, en particular, sobre la credibilidad, de sus doctrinas y sus impresiones sudamericanas. Waldo Frank, el “hermano americano” y la armonía cósmica9 Cuando llega a la Argentina en 192910 Waldo Frank –escritor hoy vastamente olvidado– tenía cuarenta años y era ya una celebridad11. Sus actividades –dice Alan Trachtenberg– […] se entrecruzaron con casi todos los movimientos artísticos, intelectuales y políticos importantes del período comprendido entre 1910 y 1950 […] había sido el paradigma de la cultura radical y de toda una generación de escritores, entre los que había figuras como Sherwood Anderson, Hart Crane, Alfred Stieglitz, Van Wyck Brooks, Randolph Bourne, Jean Toomer, Paul Rosenfeld y Lewis Mumford. Ningún otro miembro de este grupo compitió con su espectro de asociaciones y amistades, que se extendieron a las capitales intelectuales de Norteamérica, Inglaterra, Francia, España e Hispanoamérica. En virtud de su afición a los viajes, de su desenvoltura frente a diversas tradiciones culturales y de su acceso a una gama notable de experiencias, la perspectiva que Frank tenía de su época era inigualable. (Frank, Memorias 9) 9 Ver especialmente en relación con el tema Lojo-Mizraje, 2005. visita –dice María Teresa Gramuglio (355)– fue promovida por Samuel Glusberg y auspiciada por el Instituto Cultural Argentino Norteamericano y por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde dio conferencias. 11 Véase la referencia de Nora Pasternac (59-60), y el prólogo de Alan Trachtenberg en Memorias, de Waldo Frank. Buenos Aires: Sur, 1975. 10 Su ■ 76 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… Se pueden esgrimir diversas razones para explicar el cono de sombra en que cayó luego –durante los últimos veinticinco años de su vida12 y después de su muerte– marginado de la gran corriente de la cultura estadounidense. Su singularidad sin concesiones, y su posición política heterodoxa –fue simpatizante del comunismo en los años 30 y de la Revolución Cubana en los 60– combinada con una religiosidad cósmica y una valoración particular del mundo cultural hispánico (muy crítica del capitalismo protestante en los Estados Unidos), sin duda contribuyeron a que se lo viera como una figura inasimilable e inclasificable, decididamente atípica13. El sentimiento místico, la apertura a lo trascendental, lo separó de la mayoría de los compatriotas intelectuales de su generación –apunta Lewis Mumford (Frank, Memorias 30-1)–14, así como de los mismos comunistas a los que apoyaba, aunque con reservas15, y desde una concepción sui generis del comunismo. Su buena relación con el partido (del que nunca fue afiliado) se rompería pronto, por cierto, en 1937, cuando se atrevió a solicitar que se formase un tribunal internacional (compuesto por 12 Señala Lewis Mumford, en su “Introducción” a las citadas Memorias de Frank: “Durante el último cuarto de siglo de su vida, Waldo Frank se sintió desdeñado e ignorado por sus compatriotas, y en los años finales ningún editor quiso estudiar siquiera la posibilidad de publicar sus obras de ficción.” (20). Solo conservó, dice Mumford, sus lectores latinoamericanos. 13 Mumford agrega otras razones posibles, achacables al carácter de Frank y a su entorno formativo: una niñez y juventud económicamente privilegiadas, con todos los recursos a su disposición, que, junto con sus sobresalientes dotes intelectuales y su éxito precoz, habrían propiciado un sentimiento mesiánico y megalómano de superioridad capaz de cegarlo y aislarlo de la realidad: “Lamentablemente, su idea de que poseía poderes mágicos capaces de transformar el mundo –idea que compartió con una larga serie de profetas religiosos, grandes y pequeños–, perjudicó su aptitud para trabajar con sus prójimos o para conquistar la lealtad absoluta de éstos.” (24-5). 14 La religiosidad de Frank no era estricta y unilateralmente confesional. Hijo de una familia judía neoyorquina, culta, acomodada y cosmopolita, Frank, aunque sin negar sus orígenes, no fue educado en la práctica religiosa: “...era judío de nacimiento y no sabía hebreo. Nunca había pisado una sinagoga. Mis lecturas del Antiguo Testamento eran menos que escasas. Nada de Talmud y nada de Marx. Nunca había leído a Spinoza. Era un norteamericano, un estudiante universitario norteamericano típicamente ignorante” (Memorias, 90-1). Ya adulto, su fe se desarrolló en un sentido amplio, alcanzando una comprensión profunda del cristianismo, más afín con el catolicismo que con la Reforma. Frank destacó la influencia del visionario y heterodoxo William Blake como una marca fundamental en su obra, en tanto integraba política y religión (Memorias, 243). 15 “Sabía que ellos explotaban mi prestigio, que se burlaban de mí cuando yo insistía en la necesidad de ‘superar a Marx’. Yo era un místico, y para ellos esto era casi tan grave como ser un débil mental. Sin embargo, pensaba que mis ideas, si eran válidas, los conmoverían. (...) Me escuchaban mientras yo exponía en mis conferencias, ensayos y libros, la tesis de que solo el hombre total e integral puede crear una revolución fecunda... y no me hacían caso. Por lo que sé, nadie se apropió de la denominación comunismo integral. (...) Esta definición privada me permitió decir, en una o dos ocasiones en que hablé en asambleas públicas, “nosotros los comunistas’, sin mentir demasiado. O eso pensaba yo. En realidad, aumenté la confusión que existía en torno de mi persona, y por consiguiente, frustré mi intento de comunicación. Este fue un fracaso que habría de pagar en los restantes años de mi vida” (Memorias, 303). 77 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 eminencias como Bertrand Russell o Romain Rolland) para esclarecer la verdad acerca de los juicios de Moscú y la persecución inflingida a dirigentes trotskistas16. La relación entre Waldo Frank y Eduardo Mallea fue larga y compleja. Si existe un Waldo Frank de Mallea, visto por él, también existe un Eduardo Mallea visto por Frank, como el “principal novelista argentino de su generación” (Frank, Memorias 273), y como un escritor más completo y profundo que Borges, el mejor estilista, pero consagrado a una literatura de evasión17. Los textos de Mallea y Frank se reflejan unos a otros, como recíprocos espejos. No es casual que Frank cite en sus Memorias (Capítulo 4: “Triunfo y derrota en la Argentina”) las palabras que abren el capítulo 7 (“América”) de Historia de una pasión: Por esos días llegó a Buenos Aires un escritor de otra latitud de América. Venía precedido ya de fama y mucha gente se acercó a su palabra; pero el verdadero sentido de su mensaje fue apenas comprendido y pronto olvidado. No era un mensaje fácil; al revés, era muy difícil. Sin embargo, su lenguaje no era difícil y su concepción general de los problemas era [...] tan dilatada como precisa. Lo que era difícil en este mensaje no era su cuerpo externo, sino su asimilación, y si no se estaba dispuesto a vivirlo, el mensaje era, en su totalidad, inútil; no quedarían de él en ese caso más que los vocablos desiertos. (Memorias, 273-4) Frank apunta que tales palabras “habrían de ser proféticas”, sin aclarar puntualmente luego a qué se refiere. La derrota que se enuncia en el título del capítulo no puede estar relacionada con la falta de éxito o de repercusión inmediata. Por el contrario, no deja de destacar el enorme eco en el público y en la prensa, que lo trata (aquí menciona especialmente a Crítica) como “si hubiese sido un astro de cine 16 “La respuesta llegó en el número siguiente del Daily Worker. En un editorial firmado, Earl Browder, el dirigente máximo, me acusaba de ser un tonto, un flojo, un burgués irrecuperable. Corría el mes de mayo de 1937. Los días de mi ensayo de relación con los comunistas, cualquiera fuera su forma o su sentido, habían terminado” (Memorias, 305). 17 South American Journey. New York: Duell, Sloan and Pearce, 1943. 72: “Jorge Luis Borges, his generation’s finest stylist, brazenly devotes his genius to a literature of fantasy and utter escape –incidentally lifting the detective story to a new height oy literary excellence. Eduardo Mallea, a far deeper man, in his Historia de una pasión argentina, reveals his sense –profund and potent– of Argentina’s destiny; and his long story of Porteño life, La bahía del silencio... a novel whose very touch and sound is like the city... shows the dissolvent pampa in the nullity, the white boredom of its characters: wraiths of a spiritual, actionless limbo.” (72-3). ■ 78 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… visitante” (275). Sin embargo, aquellos en quienes más esperanzas deposita para la realización de ese mensaje18, terminarán defraudándolo, acaso –dice– por el nivel insuficiente de madurez histórica de los pueblos. Victoria Ocampo, objeto de su permanente admiración19, funda –inspirada por él mismo— la revista Sur20, que Frank deseaba considerar como el saldo más importante de su visita, y que, en su idea, debía unir las Américas, y ser el vocero y la guía de una transformación cultural creativa de América Hispana, y de su relación con América del Norte21. Para la época en que Frank escribe estas Memorias (entre 1962 y 1967), el grupo original de Sur ya no es el mismo. María Rosa Oliver (con quien Frank tuvo más estrecha afinidad ideológica) y Victoria Ocampo, aunque continúan siendo amigas, se han separado intelectualmente. La asociación de Ocampo con el editor Samuel Glusberg, deseada por Frank, nunca llegó a cuajar: Mi alianza cultural no pasó de ser un sueño. Mi concepción de la revista como organismo era ajena a Victoria, a quien también le resultaban ajenos la mayoría de los autores norteamericanos e hispanoamericanos, que Glusberg estimaba más por lo que significaban como promesa e intención que por sus logros acabados. La revista Sur publicó muchos buenos trabajos, pero se mantuvo al margen de lo que yo anhelaba y de lo que el hemisferio necesitaba. (Memorias, 282) 18 Cabe señalar que Frank resumió sus ideas –dirigiéndose expresamente al público hispanohablante– en un texto titulado “Primer mensaje a la América Hispana”. Revista de Occidente <Madrid> (1930). La palabra mensaje sin duda no es casual, y no puede escindirse de la carga de revelación profética y trascendental, que tanto Frank como sus discípulos (el caso del joven Mallea) atribuían a estas ideas renovadoras en tanto vía de salvación continental. 19 Victoria –criatura maravillosa sobre quien, dice Frank, habían caído tres maldiciones: la de la belleza, la inteligencia y la fortuna (Memorias, 274)– aparece en todas sus evocaciones: tanto en las citadas Memorias como en América Hispana. Un retrato y una perspectiva. Buenos Aires: Losada, 1950 (1ª ed. 1931). 122-4; South-American Journey, 74, 77, 103-105, 167. Este libro se halla dedicado, por lo demás, entre otras personas, a Victoria Ocampo y María Rosa Oliver. 20 Así lo refirió la misma Victoria en su Autobiografía. VI. Buenos Aires: Sur, 1984. 52-3. En este tomo, que termina de escribir en 1953, Ocampo se refiere extensamente a su amistad con Frank e incluye parte de la correspondencia mantenida con el escritor norteamericano. Puso punto final a esta Autobiografía en 1953. 21 Esta fue, en efecto, la idea original. Dice Victoria Ocampo en el citado tomo de su Autobiografía: “En principio se trataba de una revista cuyo papel sería poner en contacto los escritores de América del Norte con los de América del Sur, al mismo tiempo que revelar a nuestros lectores las nuevas generaciones de escritores argentinos y lo mejor de los europeos. El proyecto era ambicioso. Los hechos probaron que nada es más difícil que establecer un contacto entre el Norte y el Sur de nuestro continente. Cuestión de dólares, entre otras cosas.” (69). 79 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 Desde luego que Sur pudo haber representado para Frank solo una decepción menor al lado de otras, como la deriva histórica de la Argentina hacia el fascismo (ya en 1942, fecha de su tercer viaje a nuestro país, Frank fue intimidado y agredido por un grupo parapolicial de extrema derecha, después de haber sido declarado persona no grata por el gobierno de Castillo)22 y luego hacia la democracia incompleta y el eterno retorno de los golpes de Estado. Pero en 1929, Sur todavía no existe, ni aún como sueño. El joven Mallea (veintiséis años, promesa de las letras) no conoce a Victoria Ocampo. Será Frank mismo, paradójicamente, quien luego vinculará a Mallea y Ocampo, y también a Ocampo con María Rosa Oliver, en su afán de formar un grupo de afines que pudieran hacerse cargo de la revista futura23. Mallea le es presentado a Frank al embarcar, junto con otros periodistas y escritores, en el puerto de Montevideo, rumbo a Buenos Aires. Comienza a trabajar para él como traductor de sus conferencias (que escribía primero en inglés), y se establece entre ellos una estrecha relación naturalmente asimétrica: del ilustre (Frank), al oscuro (Mallea), del mayor al más joven; del maestro, en suma, al discípulo. Como ya he señalado, Mallea no se ciñe al comentario de los textos de Frank. En realidad, ni siquiera intenta tal comentario en un sentido tradicional. Su intención no es citar una obra literaria sino transmitir una revelación que le ha sido hecha oralmente, en momentos de privilegiada intimidad y cercanía. Es la revelación de un laico, pero que tiene un sentido hondamente religioso. Sobre el andamiaje de algunas ideas rectoras lo que se entrama es una suerte de visión mística: de ahí que el mensaje, más que simplemente conocido, requiera ser vivido desde una adhesión íntegra del ser que excede el mero entendimiento. Mallea no repite o interpreta el mensaje de Frank. Reconstruye la experiencia de exaltación que ese mensaje ha despertado en él: la certeza de una armonía cósmica posible, un 22 Frank narra detalladamente este episodio en South American Journey, 215 y ss. Cabe notar que en ese momento los intelectuales, horrorizados ante lo ocurrido, no pueden creer que los agresores fuesen argentinos: “Now, they had to know the fascizing nature of their own government and its sinister, immediate connection wirh the kind of violence they read about in Europe” (218). 23 María Rosa Oliver, perteneciente al mismo estrato social de Victoria Ocampo, la conocía (de lejos) por relaciones familiares y proximidad de iglesia y vecindario. La había visto recitar, aunque sin trabar amistad, que empieza solo cuando Frank las relaciona (ver María Rosa Oliver. La vida cotidiana. Buenos Aires: Sudamericana, 1969. 259). En cuanto a Mallea, joven provinciano de la burguesía ilustrada, le había sido presentado a Victoria por Ricardo Güiraldes en Amigos de Arte. Victoria no había retenido el nombre, y la vinculación real entre ambos empezó recién al año siguiente de la visita de Frank, con el motivo de la revista. ■ 80 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… acuerdo del cielo y de la tierra, el anticipo de una plenitud, de un cumplimiento histórico: un orden nuevo, propio de las dos Américas, capaz de renovar el “caduco orden europeo” y de superar el espíritu disociador del oro y de la máquina en la América nórdica y protestante, así como de dar una forma social y política vigorosa a la vitalidad dispersa de la América Hispana. Mallea menciona en forma explícita solamente dos libros de Frank: la colección de ensayos Salvos (1924) y sobre todo Our America (1919) como el texto que lo ha interesado en el pensamiento del autor. En este trabajo (una de las obras iniciales), al que su autor consideraba como “simiente y espíritu de mi mensaje literario”, se hace un fuerte cuestionamiento del espíritu mercantilista y la voluntad de poderío del protestantismo puritano que ha colonizado la América del Norte y ha logrado una inmensa eficacia utilitaria al costo de limitar y resecar las fuerzas creativas y estéticas, entendidas como vano derroche. En su revisión de la nueva literatura norteamericana, que discute este pensamiento homogéneo, Frank señala cómo los artistas recientes (Theodore Dreisser, Sherwood Anderson, Frederick Booth, Carl Sandburg, entre otros) exaltan “la santidad del fracaso”: “proclaman que los fines materiales a que hemos reducido nuestras vidas son mentiras artificiosas y que la gloria de la verdad no es sino la gloria del ser” (Frank, Nuestra América 135). Los héroes novelescos de Mallea parecen prefigurados en esta descripción, que tiene en algunos aspectos, podría decirse, también una dimensión premonitoria con respecto a la literatura latinoamericana (y, sobre todo, la argentina) de la segunda mitad del siglo XX. Claro que en Frank la contracara del (aparente) fracaso material es el descubrimiento de la interioridad, la expansión de cada individuo en una nueva relación vital integradora con el mundo y con su comunidad y su cultura profunda. No siempre los héroes malleanos (a menudo desesperados) lograrán esta clase de reinserción cósmica. Menos aún, los héroes de nuestra novelística posterior, que, como bien los ha caracterizado Graciela Scheines24, suelen merodear en un pasaje indeciso, al margen de la Historia, decepcionados de utopías, aunque sin dejar de añorar, inútilmente, el paraíso perdido. Pero el muy joven Mallea, y el maduro, aunque todavía joven Frank de 1929, estaban lejos de la desesperanza. La última imagen del capítulo malleano recuerda intensamente a la de los participantes en el borgeano “congreso del mundo”25 deambulando en la noche, felices 24 Las metáforas del fracaso. Desencuentros y utopías en la cultura argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 1993. 25 Me refiero al cuento “El congreso”, en El libro de arena. Barcelona: Plaza y Janés, 1977. 81 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 participantes de una beatitud universal, después de haber quemado su pretenciosa biblioteca. Nos muestra a Frank y a Mallea caminando juntos en la “noche americana”, ansiosos de propagar su fe –una fe mucho más que libresca– en la nueva conciencia de América. El Frank que pone en escena Mallea parece haber correspondido adecuadamente al actor intelectual, protagonista espontáneo de un monodrama en sus conferencias (el autor se reconoció en él años más tarde)26 pero también es un símbolo, una figura idealizada, edificada a la manera de Mallea aún en ciertos detalles significativos donde se reconoce la marca del autor de ficciones. Así, la propiedad de la casa de Vicente López, donde se aloja Frank en su primer viaje, es atribuida por Mallea a un compatriota suyo (de Frank) y es descrita como un paradigma de la arquitectura sureña de los Estados Unidos: “en esa casa de dos plantas –la primera a ras de tierra, la segunda abuhardillada–, con troneras en el rojo tejado, se respiraba la dulce atmósfera de la Luisiana o de Carolina del Sur, con la puerta de cumbre triangular entre las columnitas de templete” (HP, 120)27. El recuerdo del mismo Frank, en cambio, pasa por otro lado: “Durante mi primera visita a Buenos Aires, me alojé en la villa de un hombre de negocios inglés ausente, en Vicente López, un suburbio situado aproximadamente a media hora de tren del centro. Me recordaba una cabaña de Surrey o un chalet de Suiza” (Memorias, 285). En la personalidad de Frank, Mallea ve confluir excelencias diversas: un genio que se ha construido a sí mismo con tal rigor, austeridad y obstinación, que parece comparable a un espíritu del Renacimiento italiano, aunque con la ventaja de insuflar, al profano humanismo renacentista, “la piedad, la profundidad y el sentimiento religioso –fundamental– de uno de los santos guerreros del milenario” (HP, 120). Muy diferentes son las descripciones de otras dos amigas, María Rosa Oliver y Victoria Ocampo, que lo ven desde una óptica tanto más terrena: ambas señalan, con cierta ironía crítica, la tendencia de Waldo al profetismo (Oliver 309; Ocampo, Autobiografía VI, 51); hablan libremente de sus imperfecciones: “las de todo ser humano”, “con algunas variantes”, dice Victoria Ocampo, que lo considera “susceptible como un argentino, egoísta y generoso, envuelto en una mezcla de misticismo y de sensualidad (...) enamorado de América, del comunismo y de las mujeres en general” 26 “En Buenos Aires yo monté una especie de teatro intelectual. Al principio yo no lo noté. En su libro, Mallea me describió mejor de lo que podría haberlo hecho yo mismo. Como conferenciante, yo era ‘espontáneo’, sin teorías o ideas preconcebidas acerca del arte bastardo de la disertación en público. Yo tenía algo que decir, de persona a persona, y lo decía” (Memorias, 276). 27 También se empeña Mallea en retratar a Frank, que era, sí, de movimientos lentos, con “el tranquilo andar de los sembradores en la pradera norteamericana” (HP, 120), aunque le constaba que era un neoyorquino nativo y un hombre de ciudad. ■ 82 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… (Ocampo, Autobiografía VI, 51). María Rosa Oliver, extraordinaria memorialista, no olvida consignar, junto a innegables virtudes, sus manías, sus aspectos irreductiblemente puritanos (a pesar de su visión demoledora del puritanismo), su carácter posesivo y exclusivista en la amistad (Oliver 310-1). Claro que Historia de una pasión... es una obra de juventud y de combate, y las memorias, tanto de Ocampo como de Oliver, son textos de reflexión crítica y autocrítica, escritos en la madurez tardía. Indudablemente, el Frank que Mallea diseña es funcional a su propio programa de escritura y de vida. A diferencia de otros exégetas de América (como Ortega y Keyserling) Frank escribía con un concreto “conocimiento de causa”. No solo había viajado por casi todo el continente, y alternado con todos los estratos sociales (a diferencia de los dos pensadores antes citados, que se mantuvieron dentro del círculo de la intelectualidad burguesa y la alta sociedad), sino que se había documentado cuidadosamente en fuentes históricas. No obstante, Mallea no destaca esa faceta, y prefiere presentarlo como el ensayista-poeta de América28, capaz de ver la realidad americana –como él mismo la veía– mediante la transfiguración de la metáfora, hecha a la medida de sus sueños: “Y todo el sistema creador de Waldo Frank, toda su América, es una metáfora viva: es decir, una realidad resuelta en forma de belleza” (HP, 129). El malvado conde Keyserling. Sudamérica como novela gótica del Báltico Hermann von Keyserling (1880-1946), vástago de la nobleza alemana y rusa establecida en el Báltico, antiguo señor feudal de Rayküll y Lönno, arrojado a la pequeña ciudad alemana de Darmstadt por la filosofía, la revolución rusa y la Gran Guerra, se halla hoy casi tan olvidado como Frank, fuera del círculo de los especialistas. Autor de una voluminosa obra escrita, ejerció en su tiempo una notable influencia, congregó en su Escuela de la Sabiduría a las figuras más brillantes de su época y logró un renombre mundial como conferencista itinerante. Relacionado con las corrrientes intuicionistas y vitalistas, buscaba integrar en la concepción antropológica tanto los aspectos irracionales e instintivos como los espirituales, más allá de parámetros estrictamente racionalistas29. Su mayor originalidad se halló tal vez en 28 También el Frank joven prefería considerarse así, en Nuestra América, donde apunta que la esencia de su obra, antes que crítica e histórica, es lírica y estética. 29 Su pensamiento tiene en este sentido afinidades considerables con el de Carl G. Jung, de quien fue amigo y paciente eventual. Se refirió especialmente a la personalidad del psicólogo y a su teoría en el libro de memorias Viaje a través del tiempo. Buenos Aires: Sudamericana, 1951; tomo II, capítulo VII. 83 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 el área de la interpretación comparada de las culturas, en particular el vínculo (y la tensión) oriente/occidente30. Keyserling, luego de una prolongada relación epistolar con Victoria Ocampo (que había comenzado a leer sus libros en 1927) llega por fin a la Argentina gracias a las gestiones de esta, por las mismas fechas en que lo hace Waldo Frank. Pero lejos de ser el hermano, el afín, el prójimo, aparece en principio en la obra de Mallea como el absolutamente otro, una suerte de bárbaro invasor que no entiende (o no quiere entender) ese mundo al que supuestamente ha venido a llevar esclarecimiento, y por ello lo pisotea, como el elefante en un bazar, para luego presentar a los argentinos una imagen distorsionada de sí mismos en los fragmentos de cristalería que resultan del estropicio y producen efectos deformantes como los espejos de feria. Los ataques al conde se concentran tanto sobre sus ideas como sobre su personalidad. El contraste con la presentación de Frank es violento y nítido, en lo físico (Frank era un hombre bajo, de aspecto sobrio, y así lo destaca Mallea)31 y en lo ético: Nada de positivo, esta vez, sino una suerte de intransigencia alucinada, de negación delirante, ululante, a nuestro continente; una especie de absurdo terror mental que era como el grito del flojo de corazón en la noche del desierto. Este conde báltico que inundaba su vida con torrentes de champaña y devoraba las listas completas de viandas en uno de los cuartos principales de cierto lujoso hotel de la ciudad, era un gigante de barba rala, cráneo mongólico y ojos acerados –fríos, pequeños– que había fundado en un pueblo de Alemania su Escuela de la Sabiduría y viajaba ahora en un ebrio rapto por el mundo, sosteniendo que uno de los pilares del ‘motus’ creador de la conciencia del Espíritu era el modo como su imaginación transformaba el Universo.” (HP, 133) Acaso no esté demás decir que tal convicción no era privativa de Keyserling, sino que propendían a ella, en general, todos los filósofos alemanes desde que Hegel creyó que el Espíritu Universal se había 30 Esto se ve particularmente en el Diario de viaje de un filósofo, obra en dos tomos, donde Keyserling narra su periplo por los países más remotos: Japón, China, India, Ceylán, Birmania, y también la América del Norte. Esta obra, junto con Figuras simbólicas, fue lo primero que Victoria Ocampo leyó de la producción de Keyserling. 31 “Era un hombre de pequeña estatura, con una luz joven y brillante en los ojos claros, la llama de pelo suelta, la nariz roma y pequeña, y el andar lento de esas naturalezas a quienes el ejercicio permanente de la inteligencia impone un ritmo armónico y sin precipitación...” (HP, 120); “Su modo de vestir era sencillo, su apariencia civil sobria y franca, con algo deportivo en su ligero traje de “tweed” claro” (123). ■ 84 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… encarnado por fin en su filosofía. Y el pensamiento hegeliano, por cierto, se halla muy presente en las consideraciones keyserlinguianas acerca de la naturaleza en América. Pero Keyserling, gran comedor y bebedor, exhibía, además, unos modales atroces que escandalizaron (y por qué no, divirtieron también) los salones porteños: lo había visto –dice Mallea– “ebrio de champaña –hundido con todo el peso de su voluminoso cuerpo en un sofá de los Amigos del Arte–, la boca llena de saliva, los ojos desorbitados, la frente empapada de sudor como sacerdote del más bárbaro ritual” (HP, 135). Los comentarios de las otras dos testigos, María Rosa Oliver y Victoria Ocampo, coinciden esta vez, plenamente, con los dichos de Mallea, y agregan incluso detalles grotescos: En una comida que le dio Alfonso Reyes en la embajada –señala Oliver– pude observar a Keyserling mesa de por medio. No conversaba, monologaba puntuando el monólogo con estentóreas carcajadas que hacían crujir el respaldo de su silla y al final de las cuales parecía que, olvidando tenedor y cuchillo, en distraída regresión, se pondría a arrancar la carne a dentelladas. Mojaba continuamente con vino el bocado que tenía en la boca aureolada de grasa entre la barba y el bigote, porque prescindía de la servilleta. Para estar a tono con su pantraguelismo, debía habérsela atado al cuello, pero la servilleta sólo apareció cuando él, al levantarse, la arrojó, hecha un bollo, sobre la mesa. En la sala se sentó al piano y, acompañándose con maestría, se puso a ulular cantos de sonido salvaje que interrumpía para pedir champagne o para que se acercaran a él las muchachas mexicanas de cuerpos bien torneados que lo observaban con los ojos negros llenos de risa. No bien tenía una a su alcance, la aferraba de un brazo mientras con la otra mano seguía martillando el teclado o empinando copa tras copa. (Oliver 255) La Autobiografía de Victoria Ocampo enriquece estas descripciones con una anécdota desopilante. Llevado por la elocuencia y los vapores alcohólicos el enorme Keyserling parece haberse apoyado sobre la cabeza del diminuto Alfonso Reyes como si se tratara de un bastón (20). Más allá de las anécdotas, aunque sin dejar nunca de tenerlas en cuenta, Mallea sabe exactamente qué criticar y sabe por qué hacerlo. En el resultado libresco de su visita: las Meditaciones suramericanas, Keyserling había contado su experiencia casi con los rasgos de una novela de horror gótico; la palabra “horror”, por lo demás, se repite copiosamente a lo largo del libro, que no evade las alegorías y las personificaciones teratológicas. Figuras monstruosas como esfinges surgidas de los “fondos abisales” asaltan los sueños y la vigilia del 85 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 filósofo32, desde sus primeros contactos con el nuevo paisaje primordial. En este se encarna –sostiene– la “matriz terrestre” de la vida, la “Magna Mater” (Keyserling, Meditaciones… 31), la “levadura de la creación”, y se vive, por lo tanto, una sexualidad a la vez frenética e inocente donde la lujuria se anega en una actividad reproductora incesante, melancólica y taciturna33. Aquí se pregunta Mallea si esa sombría reptilidad que el filósofo báltico atribuye a la humanidad de la América meridional (y la argentina en particular): telúrica, primitiva, y ante la cual se aterra, no viene sino de su propio miedo ante lo primitivo, salvaje y desaforado que hay en él mismo, no en los sudamericanos, precisamente. Estas líneas, publicadas en 1937 y tal vez nunca leídas por Keyserling, coinciden asombrosamente con la reflexión crítica que, años después, el propio filósofo hace sobre lo vivido en su viaje. Dice Mallea: Toda su interpretación la reduce a la tierra, a lo telúrico, pero por esto: porque la tierra lo posee y pierde él la posibilidad de someterla a una meditación no aterrada. Al ir a gritar su horror ante tantos seres aprisionados por la tierra, es él quien revela el modo como está repentinamente poseído, y sólo de tiempo en tiempo su espíritu confiere a aquellos seres que pueblan la América Hispana, al liberarse él mismo, la esperanza de su liberación. Él mismo es víctima de la condición que les depara, ya que cuanto más auténticamente desprevenido y generoso es un espíritu, menos capaz es de concebir una zona de humanidad entregada a la absoluta prevención y la sordidez. Y así se engaña el filósofo de Darmstadt: el mundo que ve no es el que rendiría su imaginación en estado de pureza; el mundo telúrico que de pronto lo circunda no es otra cosa que el reflejo de su propio espanto telúrico... El mundo que percibe el miedoso está lleno de miedos. (HP, 136) Y dirá Keyserling, años después, refiriéndose a su aventura argentina: “fue allí donde por vez primera adquirí clara conciencia de la tierra y, por ende, de lo telúrico que hay en mí como una de las cosas que 32 Así, la visión de un ser híbrido y gigantesco, que abre el capítulo titulado “El miedo original”. “Un cuerpo indefinible, mujer, serpiente, amiba y pulpo al mismo tiempo; manos y pies desarrollándose como tentáculos, escurridizos como pseudopodos, y una angosta cabecita femenina” (45). 33 Por cierto que la crispación de las imágenes, encadenadas en este derrotero, suele conducir a afirmaciones disparatadas, como cuando Keyserling dice que en los prostíbulos porteños “no reina el desenfreno escandaloso sino el silencio de la procreación concentrada, y en los intervalos, la serenidad del descanso después del trabajo” (Meditaciones…, 37). ■ 86 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… me son esenciales” (Viaje…, 454). En realidad, en esta experiencia Keyserling cree haber proyectado un antiguo y profundo conflicto con su madre –mujer de fuerte carácter que volvió a casarse al enviudar con un hombre de clase inferior, cosa que Keyserling, heredero varón, no pudo perdonarle nunca–: Pero cuando en la Argentina tomé repentinamente contacto completo con la tierra, sentí nuevamente con respecto a mi madre algo estremecedor o, mejor dicho, mucho más espantoso todavía. Allí, como puede verse en las Meditaciones suramericanas, adquirí perfecta conciencia de lo demoníaco del averno, que desde entonces acepté también como algo que me pertenecía y ya no traté de eludirlo primero. (Viaje…, 479) Mallea no podía conocer entonces esta confesada proyección, que se hace pública solo cuando se dan a la imprenta las memorias del filósofo, pero acaso conoce otra: la que signa la complicada historia de amor y despecho34 entre Keyserling y Victoria Ocampo, su mecenas y principal anfitriona en Buenos Aires. La idolatría intelectual que Victoria sintiera por Keyserling, la pretensión del filósofo de que esta devoción se trasladase inmediatamente al terreno erótico, el inequívoco rechazo de Victoria, en lo que a esto respecta, al conocerlo personalmente, y el furioso desengaño de Keyserling al comprobarlo, han sido narrados, a su manera, tanto por el filósofo mismo, en el capítulo “Victoria Ocampo” de Viaje a través del tiempo (último de estas memorias) como por Victoria, en su Autobiografía, Vols. IV, V y VI, y en el punzante ensayo El viajero y una de sus sombras, escrito como respuesta al capítulo que pretendía representarla en Viaje a través del tiempo. No es posible desarrollar en este marco tan compleja trama, pero bien puede decirse que ella confirma la intuición malleana. Keyserling estaría proyectando en su visión de Sudamérica sus propios y ancestrales terrores y deseos. Dos mujeres: la madre y Victoria (probablemente parecida a esa madre de dominante personalidad, que además se convirtió a la causa feminista en la etapa de su segundo matrimonio)35, se superponen a la imagen de una terra incognita que evocó para él, en un momento de inflexión vital, sus fantasmas y pulsiones profundas. 34 “Rencor” y “despecho” son dos palabras que Mallea repite para referirse a las impresiones sudamericanas de Keyserling (“oscuro fondo (a la vez rencoroso y aterrado, resentido, no sin un extraño y remoto despecho) del que no podía desligarse el autor al hablar de las cosas sudamericanas”, HP, 138). 35 “Comenzó una vida totalmente nueva, en la cual, una vez que hubo echado nuevas raíces, hizo, sobre todo, bien. Se preocupó apasionadamente de todo lo relacionado con la emancipación de la mujer y con la justicia social, y lo hizo como demócrata fanática y como representante de la fe en la igualdad niveladora, compensando así la conciencia de haber sido infiel a la tradición...” (Viaje…, 469). 87 ■ Taller de Letras N° 42: 73-90, 2008 Por otra parte, Mallea sabe admitir lo que otros (Ortega, Oliver, la misma Victoria) también admitieron: esos destellos de brillante intelección objetiva que Keyserling lograba alcanzar, entre impresiones injustas o arbitrarias. Uno de ellos –concede Mallea– es su valoración de Sudamérica como el mundo más rico en el orden emocional, el único orden que para Keyserling podría conducir, con sus fuerzas creativas, casi mesiánicamente, a la regeneración de la humanidad. Mallea se niega a darle razón, en cambio, en cuanto a la teoría de la gana, emparentada sin embargo, para el báltico, con esa misma delicadeza y sensibilidad36, y a la que dedica todo un capítulo del libro. Otros ensayistas, como Martínez Estrada, prestarán más atención a ese componente imprevisible e irreductible a la medida racional, que Keyserling creyó ver en el comportamiento de los argentinos (sobre todo de algunas argentinas) y que a él por lo menos le resultaba difícilmente descifrable. Más allá de las connotaciones personales que en el filósofo pudieran estar implícitas, lo cierto es que hoy sigue desvelando a los ensayistas contemporáneos un parecido enigma, y que algunas frases de las Meditaciones..., leídas ahora, poseen, en ese sentido, una estremecedora sugestión: Esta vida no sigue un rumbo, sino una pendiente. No es maravilla que, al ser reflejada por la conciencia intelectual, provoque una melancolía y un escepticismo sin fondo. Jamás sucede nada nuevo. Nada sirve de nada. En nada puede confiarse. Ningún esfuerzo vale la pena. (183-4) Se trate o no del misterioso impulso ciego de la gana, tal como lo percibía Keyserling, lo cierto es que las oscuras opciones, omisiones o fatalidades de la sociedad argentina, que intentan dilucidar o explicar tantos recientes libros de ensayo, la llevaron, a fines del segundo milenio, a la casi disolución política y la bancarrota económica, en duro contraste con respecto a fines de la década del veinte, cuando llegaron estos visitantes, y cuando aún se la consideraba nada menos que como un polo rival y complementario de los Estados Unidos en el continente americano. Bibliografía Aguilar, Gonzalo y Mariano Siskind. “Viajeros culturales en la Argentina”. Historia crítica de la literatura argentina. Ed. Noé Jitrik. 6. El imperio realista. Ed. María Teresa Gramuglio. Buenos Aires: Emecé, 2002. 367-89. 36 “En la Argentina, el mundo de la gana se manifiesta más impresionantemente que, a mi saber, en parte alguna, pues su pasividad esencial va acompañada de progresivismo exterior, agilidad intelectual y sensibilidad finísima” (Meditaciones..., 189). ■ 88 María Rosa Lojo Los viajeros intelectuales: Keyserling y Frank… Frank, Waldo. Nuestra América. [1ª ed. 1919]. Traducción de Eugenio Garro. Buenos Aires: Babel, 1929. . Redescubrimiento de América. [1ª ed. 1929]. Traducción del inglés por J. Héctor de Zaballa. Buenos Aires: Losada, 1947. . América hispana. Un retrato y una perspectiva. [1ª ed. 1931]. Traducción de León Felipe. Buenos Aires: Losada, 1950. . South American Journey. New York: Duell, Sloan and Pearce, 1943. . Memorias. Revisadas por Alan Trachtenberg. Introducción de Lewis Mumford. Traducción de Eduardo Goligorsky. [1ª ed. University of Massachussets Press, 1973]. Buenos Aires: Sur, 1975. Gramuglio, María Teresa. 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