VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN D Olimpia: dos polos espirituales de Grecia, dos inagotables fuentes de pura helenidad, dos cálidos hogares para las horas comunes de un pueblo empeñado sin desmayo en la mera supervivencia. ELFOS y Delfos es soberbio, masculino, vertical : de las gargantas rojas de las Fedríades, en los días de tormenta, llueven rocas colosales mientras ruge, espantable, el trueno; allá arriba, muy arriba, las águilas reales cruzan su vuelo a l t i v o ; abajo, en la escarpada ladera, entre las doradas piedras del santuario o tras los espesos muros defensivos, atisbamos tal v e z el perfil rapaz, la tonsurada cabeza de algún miembro de la ambiciosa casta sacerdotal de Apolo o escuchamos el recio entrechocar de las broncíneas armas de la turba focea, los hijos esforzados y suicidas de Filomelo y Onomarco. Olimpia, en cambio, es llana, dulce, femenina: a la sombra del Cronión, suavemente túrgido y cubierto de verde espesura, Alfeo y Cladeo arrastran desde siglos el silencioso fluir de sus aguas mansas; en las mañanas otoñales, el gris y el pardo de las nobles columnas derribadas se tiñen con la alegre invasión del amarillo jaramago, del azul crisantemo, de la anaranjada caléndula; y es entonces cuando, desapa- 11 FERNANDEZ'GALIANO recida ya la ruidosa barabúnda del turismo veraniego, resulta más grato sentarse al tibio sol para gozar de la increíble serenidad del recinto. La imaginación hace lo demás. La ilustre explanada está llena, como cada verano olímpico, de una abigarrada multitud en que figura lo mejor y lo más selecto de Grecia: los más fuertes, los más jóvenes, los más poderosos. El santuario vibra todo entero con el raudo galope de los caballos, el agudo chirrido de la cuadriga que se ciñe a la meta, la ronca aclamación del público, el quejido de las flautas rituales, el sonoro canto del victorioso cortejo. A q u í y allá, grupos bulliciosos e inquietos van y vienen, se saludan, riñen, intrigan, llegan tal vez a las manos; unos rodean a Milón de Crotona, el celebérrimo atleta, que exhibe, entre risotadas, bárbaras muestras de su legendaria fuerz a ; otros comentan la hazaña de la yegua Aura, que obtuvo la victoria en la carrera para su jinete desmontado; los aplausos celebran al feliz Diágoras, el gigante rodio que, llevado en hombros por sus hijos también vencedores, tuvo en vida el delicioso anticipo de una ascensión a los cielos; óyense los agudos gritos del niño que, jugando con sus tabas o sus muñecos de barro, acaba de abrirse la cabeza contra el toro de bronce ofrendado por los corcireos; sube a los dioses el grasiento olor de las víctimas quemadas en el altar de los Y á m i d a s ; el gran Fidias, con sus manos todavía manchadas de polvillo de oro, cierra con llave el taller en que van ajustándose las piezas del ingente Z e u s ; Tucídides vaga entre las gentes impresionado por unos capítulos a que ha dado lectura H e r ó d o t o ; y el flujo y reflujo de las masas curiosas corre de pronto ante la noticia de que un perturbado, cuyo raro nombre es Peregrino Proteo, se ha lanzado a una hoguera para llamar la atención sobre sus doctrinas cínicas. Y por encima de todo, paz, paz, p a z . . . Los vocablos olímpicos son benéfica retahila de sedantes y tónicas drogas para una Hélade cansada ella misma de luchas fratricidas; 12 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA D E PLATON concordia, armonía, unión panhelénica, tregua sagrada, fraternidad espiritual... Pero la llamada cuatrienal no sólo significa invitación al sentimiento de unidad nacional y armisticio, siquiera sea pasajero, en las discordias intestinas de las ciudades constantemente enzarzadas unas con otras, sino también señal cronológica, como una especie de potente faro que lanza su isócrona pulsación de luz sobre los hombres todos para indicarles que han transcurrido cuatro años y que se está ya algo más lejos de la cuna y más cerca del sepulcro y que no debe ser menospreciada la amable ocasión para fiestas y regocijos disfrutados en común. Por eso la cuenta por olimpíadas no perdió nunca su vigor como mudo testimonio del pasar del tiempo sobre los humanos. Quizá este sistema cronológico pueda ser método fértil para el estudio de figuras y períodos de la Historia de la Literatura. Generalmente los manuales de esta materia, sea cual sea el país o época a que se refieran, hacen perder un tanto la perspectiva histórica al lector a fuerza de pasearle vertiginosamente hacia arriba y hacia abajo de la escala de los siglos en la usual ordenación por géneros y, dentro de ellos, por personajes enfocados de una v e z desde el nacimiento hasta la muerte. Esto conviene, evidentemente, desde el punto de vista de la evolución literaria de un autor o de las influencias ejercidas sobre sus imitadores o rivales; pero probablemente es desventajoso si se quiere atender al estudio de actividades reflejadas en un mismo plano sincrónico. Parece, pues, que las veinte olimpíadas a través de las que discurre la larga y bella existencia de Platón pueden ser otros tantos cortes horizontales dados en la realidad de sus tiempos, palpitantes escenas de la vida cultural y literaria griega encuadradas, como debe ser, en el marco del acontecer de la Historia solemnemente ritmado por el augusto péndulo olímpico. 13 FERNANDEZ-GALIANO Olimpíada 89. A ñ o 424 antes de Jesucristo. Mientras, en la acomodada casa de Aristón, rodean nodrizas y fieles esclavos la cuna del futuro filósofo, la Hélade anda embarcada en la gran aventura de la guerra del Peloponeso. L o peor para Atenas parece haber pasado y a : el asedio asfixiante de A r q u i d a m o ; los horrores de la peste; el sentimiento de desamparo ante la muerte de Feríeles. Nicias, Demóstenes y Cleón, sacando fuerzas de flaqueza, han restablecido en parte la situación con una serie de golpes afortunados en A c a m a nia, en Pilos, en Citerà. Ahora es ya Esparta la que, humillada, teme incursiones enemigas en todo el contomo peloponésico y respira cuando, a duras penas y gracias al genio de Brásidas, se consigue evitar la captura de Mégara. En Atenas, sin embargo, las cosas políticas no marchan bien. Cleón, el demagogo, halaga los instintos del pueblo, elevando, por ejemplo, a tres óbolos el sueldo de los jurados, lo cual ha provocado los ataques del incisivo Aristófanes en Los caballeros y del también comediógrafo Éupolis en La raza dorada. En la primera de estas obras, Nicias y Demóstenes, criados del demo, conspiran contra el paflagón que embauca a su omnipotente señor y se atribuye, como en Esfacteria, los méritos que en realidad no le pertenecen. Pero, además, tampoco este éxito, casual en parte, debe enorgullecer a los atenienses : por ese camino del belicoso imperialismo no se va a ningún lado. Y , entre tanto, la sensación de Olimpia ha sido el espartano León, vencedor con la cuadriga, que, por primera vez en la historia de los juegos, ha triunfado unciendo a su carro un hermoso grupo de caballos importados, pertenecientes a la raza venética que ya doscientos años antes había ensalzado Alemán como la más veloz en la carrera. Siete años tiene Platón. Comprende, pues, las conversaciones que a su alrededor mantienen los mayores; pero de muchas de ellas no es capaz todavía de enterarse del todo. 14 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN Se hablará en el androceo, por ejemplo, con cierto calor de los incidentes de Olimpia. Los eleos, enconados contra Esparta por la ocupación injusta de la ciudad de Lépreo, han resuelto excluir de la fiesta a los lacedemonios con el pretexto de una auténtica o no violación de la tregua sagrada. El viejo y opulento Licas, no obstante, decidió presentar al concurso su cuadriga con el tenue subterfugio de una inscripción del carruaje como perteneciente al común de los beocios; pero cuando, conseguido el triunfo, proclamó el heraldo la victoria en consonancia con lo escrito, Licas, no pudicndo contener su orgullo y su júbilo, saltó del asiento para coronar al auriga en calidad de propietario ganador. Los jueces eleos, sin tener en cuenta su edad ni sus circunstancias, le sometieron a los rabdóforos para la correspondiente tanda de azotes reglamentarios; y esto fue comidilla de Olimpia y ocasión de rencor y disgusto entre los espartanos, Pero éstos no tuvieron más remedio que tolerar el bochorno a que un pequeño pueblo vecino les sometía. Los cieos estaban envalentonados. La guerra, en aquellos cuatro años, había dado un número vertiginoso de vueltas imprevisibles. Primero los atenienses, tan animados por los últimos éxitos militares, pagaron caro en Delión el error de haber olvidado el consejo de Pericles presentando batalla en campo abierto a los espartanos: y allí, en la triste retirada del ejército vencido, fue donde el joven Alcibíades, que escapaba a caballo, presenció aquella escena inolvidable en que, junto al abatido general Laques, marchaba estoicamente Sócrates, pesadamente cargado con el equipo del hoplita, pero Heno de dignidad, confortando a todos con su porte gallardo y el fuego inextinguible de su mirar de toro bravo. El desastre se llama ahora Brásidas para los atenienses: y más concretamente, para el pobre Tucídides, peor general que historiador, al que la caída de Anfípolis costará veinte años de fecundo destierro literario. T o d o esto llena de des- 15 FERNANDEZ-GALIANO ilusión al pueblo; cifistas, Nicias en trae como secuela ración de futuras y la coincidencia de dos gobernantes paAtenas y el rey Plistoanacte en Esparta, un armisticio a modo de tanteo y prepanegociaciones. A l g o más de un año dura la tregua, prolongada por el reglamentario período de paz pitica del verano del 422. Con ello, los ánimos se relajan un poco y los comediógrafos pueden atender a temas menos relacionados con la guerra. Aristófanes comete entonces un terrible error, que un inocente, y no él, habría de expiar. La comedia Las nubes acierta en cuanto a los males que en Atenas está produciendo la extensión de las doctrinas sofísticas, con su exaltación del racionalismo frente a la tradición y de la ley del más fuerte en oposición con la justicia y la piedad; pero yerra terriblemente al escoger a Sócrates como blanco de sus aguzadas ironías. La mayor parte del público, con rara sagacidad, así lo entendió; y fue una gran decepción para el celebrado autor el tercer puesto obtenido por su obra. Además, la fina caballerosidad del pueblo ático quiso al mismo tiempo tributar merecido homenaje a un viejo poeta que había sido genial maestro de la comedia antigua — " c o m o un torrente impetuoso—dice el propio Aristófanes—que recorría las llanuras llevándose los árboles con la fuerza prodigiosa de su p a l a b r a " — y que, abatido por la edad y la bebida, no era ya más que una sombra de sí mismo. Pero Cratino, que iba a morir al año siguiente, encontró fuerzas para reírse de su propia persona, conmovedor y patético payaso, fingiendo, en su obra La botella, que su esposa de tantos años, la Comedia hecha mujer, le reprochaba su connubio adulterino y reiterado con la seductora Embriaguez, estorbo crónico para un trabajo literario serio. Y el público premió con la victoria aquella alegre farsa casi postuma de quien tanto les había divertido en mejores tiempos. Doce meses después, las cosas continúan poco más o menos en el mismo estado. El armisticio sigue en vigor, pero la 16 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA DE PLATÓN paz no termina de concertarse, en parte porque Cleón y Brásidas, cada uno desde su ciudad, se emplean hasta el máximo en mantener latente el fuego de las hostilidades. Aristófanes, muy disgustado ante su fracaso, vuelve al tema político y dirige sus tiros, en Las avispas, contra la manía de litigar de los atenienses, fomentada por la generosidad del Estado para con los heliastas; y Eurípides, en Las suplú cantes, se indigna — " E s p a r t a es cruel y tiene el espíritu rico en perfidias"— contra la mala fe lacedemonia que se opone al sincero deseo de paz de todos los atenienses no demagogos. En octubre del 422, recién expirado el armisticio, Cleón y Brásidas, redivivos hijos de Edipo, mueren el mismo día en la batalla de Anfípolis, en que también interviene Sócrates como buen ciudadano ; y esta doble desaparición refuerza en las dos ciudades el partido pacifista. Y a nadie piensa más que en la paz como rosado ideal. Queda un menos que mediocre demagogo, Hipérbolo, que aspiraría a recoger la herencia belicista de C l e ó n ; pero tampoco faltará un comediógrafo que le desacredite con atroces burlas. Esta vez es Éupolis, amigo y coetáneo de Aristófanes, afín también a él en ideas conservadoras. En aquel año 4 2 1 , este autor se halla en plena actividad: una sola comedia, cuyo título significa algo así como El joven libertino, basta para poner en la picota a Hipérbolo y reducirle a silencio temporal. El mal, sin embargo, está más hondo. También Éupolis se da cuenta de que el rumbo amenazador que toman los asuntos de Atenas tiene su origen, al menos parcial, en la actitud de ciertos círculos burgueses que, atraídos por el brillo de la sofística, se convierten en difusores de las nuevas doctrinas desorientadoras del pueblo y, por otra parte, constituyen un mal ejemplo con su conducta desenfadada. La comedia Los aduladores nos ofrecería, si la conociéramos entera, un panorama similar al escenario del delicioso Protágoras platónico: la casa de Calías, hijo de 17 FERNANDEZ-GALIANO Hiponico, el riquísimo ateniense en cuyos salones pululan las extravagantes figuras sofísticas —Protágoras, Hipias, Polo, Predico —veneradas poco menos que como infalibles oráculos por una juventud que les sigue. Allí vemos, sobre todo, a dos personajes que desempeñarán papel importantísimo en los años que van a venir. Alcibíades, cuñado de Calias, es un joven por quien resulta muy difícil no sentirse atraído: su gran talento, su simpatía arroUadora, su belleza física extraordinaria, la elegancia innata de cada uno de sus gestos y actitudes son otros tantos salvoconductos para andar tranquila y alegre- mente por entre la mejor sociedad de Atenas. Procedente de una de las principales familias y emparentado con todas las de la misma clase, habría estado llamado a ser el jefe nato del partido aristocrático y convertirse en otro Cimón más genial. Pero allí estaba el piadoso Nicias, con sus rancios escrúpulos y su sempiterna indecisión, como una especie de vistoso y pomposo cofre de buenas cualidades patrióticas del que se tardó bastante en saber que estaba vacío. Alcibíades no podía o no quería luchar contra é l ; y ésta fue su tragedia. La amplitud de su espíritu inquieto, y tal vez las consecuencias del trato de hombres del pueblo como Sócrates, le llevan a sentirse tentado por la aureola demagógica; con lo cual se encuentra en la falsa posición de tener que erigirse en guía y caudillo de gentes entusiastas e inspiradas por un ideario en que él no cree. Porque aquel hombre brillante, pero tremendamente egoísta y escéptico que fue Alcibíades se reía por dentro de la democracia y de sus posibilidades de aplicación práctica en Atenas. Y así, a los treinta años mal contados, el político mejor dotado de la ciudad, incapaz de encontrar objetivo concreto alguno a sus habilidades y , por otra parte, morbosamente ambicioso y deseoso de hacerlas valer, empieza la serie de piruetas maravillosas, lamentables o trágicas que traerán la ruina a sus concluda18 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN danos y a él la melancolía indecible de la muerte en el destierro. Otro miembro interesante de la tertulia de Calias (y es lástima que no quede espacio para hablar, por ejemplo, de Autólico, el joven pancraciasta, favorito del dueño de la casa, cuyo nombre da título también a otra mordaz comedia de Éupolis) es Critias, primo de la madre de Platón, amigo igualmente de Sócrates y causante involuntario de persecución para su maestro. Éste sí que, por lo menos, sabe lo que quiere: él sí que v e clara la falta de aptitud del pueblo para gobernarse a sí mismo y la necesidad de un régimen duro y oligárquico. Dos veces veremos iniciarse este intento de renovación política y dos veces fracasará con escándalo: tampoco Critias sobrevivirá al desastre de su ideario, pero al menos habrá salvado ante los venideros el tesoro intacto de la coherencia e integridad de una actitud, si equivocada, no por ello llevada con menos valor personal hasta las últimas consecuencias. Los aduladores obtuvo el primer premio en el concurso de las Grandes Dionisias del 421 ; Aristófanes, autor de La paz, hubo de contentarse una vez más con el segundo. Sin embargo, esta vez merecía mejor suerte. Su comedia es una maravillosa y entusiástica fábula, llena de optimismo, en que el vendimiador Trigeo, ayudado por gentes del pueblo, libera a la Paz personificada de las cadenas que la oprimen y la introduce triunfalmente en Atenas. Quizá el tono vibrante de la pieza influyó sobre el éxito final de las negociaciones, coronadas el 8 de abril con la firma del tratado. Y al poco tiempo, digna celebración de tan importante suceso, debió de producirse en la Acrópolis la consagración solemne del templo de la Victoria áptera. La paz llegó finalmente; y con ella, la hora meridiana de Alcibíades. Elegido estratego en el 420, consigue m u y pronto, en un golpe certero y lleno de visión política, la constitución de una cuádruple alianza en que Argos, la Elide 19 FERNANDEZ-GALIANO y Mantinea serán como el dogal incómodo que va a obligar a Esparta a medir mejor el alcance de sus actos en lo sucesivo. Por eso, porque el horno político y diplomático no estaba para peligrosos bollos, el anciano Licas hubo de soportar los golpes del rabdóforo con el magnífico estoicismo de un hombre formado en el duro molde de la educación espartana. * » * Cuando comienzan las pruebas de la olimpíada 9 1 , son ya once los años que tiene el niño Platón. N o s lo imaginamos, pues, plenamente inmerso en el ambiente escolar adecuado a un vastago de casa culta y aristocrática. Maestros de primeras letras, de música, de gimnástica; cuidadores y aliptas especializados en formación deportiva; lectores, ayos, pedagogos. Rollos de papiro, tablillas enceradas, punzones y estiletes; horas y horas de ejercicio mnemotécnico, recitaciones, improvisaciones dialécticas; y tal vez, por la noche, en la infantil pesadilla en que un severo filólogo, lUada mano, pregunta el sentido de raras glosas homéricas : " ¿ Q u é significa K Ó p u ^ i p a ? ¿ Q u é significa à j i e v T i v à K Ó p r i v a ? " Eran afíos de paciente siembra en una mente receptiva y despierta ; y años también en que el ritmo de la historia se remansó algo entre los males pretéritos y los que habían de venir. H o y , sin duda, habríamos llamado "guerra fría" a aquel período en que, teóricamente en paz Atenas y Esparta, n o desperdician ocasión para hostilizarse en pequeñas campañas tácticamente acotadas. El nuevo aliado. Argos, resulta incómodo y belicoso. Está empeñado en un litigio con Epidauro, apoyado por la también dórica Lacedemonia. A Alcibíades le tienta la empresa. H a y argumentos para t o d o s : a los militares les impresionarán las ventajas de una posible dominación ateniense del santuario, estratégicamente situado a las puertas del Peloponeso; a los viejos conservadores, la circunstancia de que Asclepio, el dios de Epidauro, acaba de 20 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN ser solemnemente entronizado en Atenas con destacada intervención del devoto Sófocles. T o d o aquello termina calamitosamente con la derrota de Mantinea (esta vez ya nada puede salvar de la muerte al honrado y desdichado Laques) y con la traición de Argos, unido súbitamente a Esparta en un típico "renversement des alliances"; y los atenienses no saben contra quién reaccionar. ¿Contra Alcibíades, el imprudente consejero de la infeliz iniciativa? ¿ O tal vez contra Nicias, que, lleno de recelos y escrúpulos, nunca está a la altura de las circunstancias? De momento, el demagogo Hipérbolo intenta resucitar el caduco ostracismo sin lograr más que ser la última víctima de él. Queda el camino despejado para la rara pareja de políticos dispares e incompatibles entre sí. Nicias parte para Délos, donde nunca olvidarán su grandiosa entrada desde Renea por el puente de madera y las ceremonias que culminan en la consagración de la palmera broncínea dedicada a Apolo. Alcibíades, por su parte, está en un gran momento. Con motivo del triunfo literario del trágico A g a tón, se celebra aquel célebre simposio en que el político, más ameno que nunca en su jovial semiembriaguez, hace las delicias de los asistentes con un elogio de Sócrates entreverado de cariñosas burlas e inteligentes verdades. Era una fría y larga noche de invierno, según el propio Platón nos cuenta. Unos meses después, luce la luna llena en la suave tibieza estival de Olimpia. Esta vez el festín conmemora una hazaña increíble: Alcibíades ha mandado a los juegos nada menos que siete cuadrigas, más que nunca ningún competidor, y ha obtenido los tres primeros puestos del certamen. El banquete ha sido fabuloso; los atenienses le han nombrado héroe nacional con derecho a manutención vitalicia en el pritaneo; el artista Aristofonte trabaja ya en monumentales pinturas votivas; y el poeta Eurípides, en la cumbre de su carrera, ha condescendido a componer personalmente el grandioso epinicio; " T e admiro, hijo de Clinias, 21 FERNANDEZ-GALIANO Bella es la victoria; pero lo más hermoso es lo que ningún otro de los helenos ha l o g r a d o : conseguir con el carro el primer puesto, y el segundo, y el tercero..." » * * En la olimpíada 92, el año 412, el panorama se nos muestra totalmente distinto. El acragantino Exéneto ha obtenido su segunda victoria consecutiva en la carrera pedestre del estadio. Es ya, pues, Sicilia, esa América de la Antigüedad donde brillan riqueza y poderío en las grandes ciudades y en las vastas llanuras cargadas de trigo, la que ha atraído hacia sí el centro de gravedad de la vida deportiva, cultural y política. El Viejo Mundo ha cometido el error de ir imprudentemente a provocar al N u e v o ; y Atenas ha caído y ya no se oye junto al Alfeo el piafar soberbio de los corceles de Alcibíades. Y no faltaban, ciertamente, augurios seguros de decadencia enviados por los dioses: el pío Nicias lo supo siempre muy bien. La ciudad había ido deslizándose insensiblemente desde la antigua sobriedad y moderación, desde la santidad y dignidad arcaicas, hacia un tipo de ideas nuevas inspirado por las únicas deidades en que empieza ya a creer el pueblo: Pasión y Fuerza. Primero fue lo de Melos, la matanza salvaje que puso fin a la resistencia encarnizada de un pequeño pueblo erguido frente al imperialismo ateniense. Los isleños no aspiraban sino a ser neutrales en la guerra fratricida panhelénica; pero para Atenas esto resultaba intolerable. N o había más opción que el sometimiento; porque, como dice brutalmente el embajador ático en el diálogo de Tucídides, "la justicia prevalece en la raza humana, mas solamente en condiciones de igualdad, pues los poderosos hacen lo que les permiten sus fuerzas y los débiles han de ceder ante ellos". " Y los atenienses — a ñ a d e Tucídides un poco más abaj o — ejecutaron a todos los mellos de edad viril que cayeron en sus manos y redujeron a la esclavitud a los niños y a 22 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA DE PLATON las mujeres". A s í como suena. Doce años antes, la condena total dictada contra los mitileneos había sido anulada por el pueblo en un arrebato algo tardío de generosidad, y los remeros portadores de la orden de indulgencia no comían ni bebían en su afán de llegar a t i e m p o ; pero los atenienses del 415 no eran ya los mismos. Y así, los delegados enviados a Segesta, que ha pedido ayuda contra Selinunte y Siracusa, vuelven deslumhrados de lo que por allá han visto, del dinero y la magnificencia y el brillo de las armas y la fortaleza de las naves. D e nada sirven los torpes intentos de Nicias, sensato pero nunca demasiado hábil, Alcibíades está dispuesto a embarcar a su ciudad en uru empresa tras de la que asoman el dominio de Italia, las delicias ibéricas del jardín de las Hespérides y la tentación de aquellas puertas gaditanas que abren el paso, según Pindaro, a un mar de tiniebla infranqueable. El viejo Eurípides está apenado. También él, como Sócrates, v e alejarse por los caminos peligrosos de la irresponsabilidad y la ambición desorientada a aquel Alcibíades a quien no se podía, a pesar de todo, dejar de querer. Mas poco puede conseguir un cansado e inerme poeta trágico: apenas sino dar testimonio. Y eso es lo que hace en sus Troyanas: "Menester es que el hombre prudente huya de la guerra; pero, si a ello llega..., es innoble el morir por una causa no hermosa..." Inútil t o d o ; inútil también que, en una noche aciaga de mayo, todas las estatuas de Hermes que llenan las calles de Atenas aparezcan mutiladas por mano anónima. Evidentemente, la divinidad ha querido decir a l g o ; pero los atenienses no lo entienden. L o único que se produce es un ambiente opresivo, medroso, lleno de rumores, en que todos temen a todos y nadie sabe de dónde va a venir el g o l p e : si de los amigos de Alcibíades, que se ha atrevido a profanar obscenamente los sagrados misterios, o de las pandillas oligárquicas que van a mostrarse pronto tan activas, o del 23 FERNANDEZ-GALIANO revoltijo de esclavos, libertos, delatores y politicastros que vive en aquella atmósfera ominosa como el pez en el agua. El 414 se presenta año triste también. Alcibíades anda ya por Esparta haciendo a su ciudad todo el daño que puede. Es muy difícil que el pundonoroso Nicias y el nada más que pasable estratego Lámaco lleven a buen fin la campaña que tal vez su compañero de mando habría podido salvar con su talento inmenso. La paz está ya rota, y Atenas se encuentra frente a todos sus antiguos enemigos más la fuerza enorme de Siracusa y sus aliados. N o es extraño que los literatos busquen refugio en las nubes o en los desiertos. El tercer premio del concurso cómico de aquel año lo obtiene Frínico, que en su obra El solitario había explotado, como años atrás Los salvajes de Ferécrates, el tema del misántropo retirado para siempre de un mundo loco. Aristófanes, que en Los caballeros se había burlado de Hipérbolo por un supuesto proyecto de conquista de Cartago, comprende ahora, sin duda, que los tiempos no están para amargas bromas con la ilusión entera de Atenas. N o , es mejor caminar, con Evélpides y Pistetero, hacia esa ideal Villacuco de las Nubes que nos enseñan desde lejos el grajo y la corneja. Allí todo es perfecto: sicofantas y sacerdotes embaucadores, demagogos y sofistas reciben al fin el trato merecido, y Pistetero sube al colmo de la mayor fortuna. Porque Aristófanes ya prevé que al 414 superará con mucho en males para Atenas el 4 1 3 : el año de la ocupación espartana de Decelia, que va a ser clave táctica para todo el resto de la guerra; de la marcha hacia la muerte de los jóvenes a quienes como refuerzos condujo Demóstenes a Sicilia (y aún Eurípides tiene ánimos para presentar esperanzadoramente, en los versos finales de Electra, a los Dioscuros "corriendo hacia el ponto siculo para proteger las proas marinas de las n a v e s " ) ; el año, en fin, del desastre total y definitivo, con los tristes cadáveres de Demóstenes 24 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN y Nicias tirades en el suelo junto a las puertas de Siracusa y los soldados y marineros muriendo en las canteras de hambre, de sed y de disentería. Y , como único elemento renovador en la política ateniense, una comisión de probulos (el poeta Sófocles, con sus ochenta y cinco años, y otros ciudadanos de la misma o parecida edad) que no representa ni la democracia pura ni la revolución totalitaria que las camarillas oligárquicas pretendían: un término medio, un simple ir tirando y esperar lo que v e n g a . . . L o que vendrá, naturalmente, con la despiadada lógica de la historia a lo largo del tremendo año 4 1 2 : la rebelión de Jonia, que ve abierto el cielo para la emancipación después de tantos años de dominio ático, y el tratado vergonzoso por el que los espartiatas, hijos de los héroes de las Termopilas, se unen a los persas, en amistad nacida del odio común, para rematar al enemigo caído. En aquella primavera siniestra, mientras Alcibíades va y viene por el Egeo tejiendo la red de su despecho contra Atenas, estrena Eurípides su tragedia Helena, famosa desde su misma aparición per las ingeniosas novedades de su trama. El poeta no tiene ya fuerzas más que para maldecir al hijo de Clinias, que, superficial y egoísta como la propia esposa de Menelao, profanó los misterios amparado en la prepotencia que le daban su hermosura y simpatía juveniles ; a los falsos adivinos, creadores en el pueblo de vanas esperanzas cuando se preparaba el viaje a Sicilia ; y en general a todos los elementos belicistas que tan nocivos han resultado para la ciudad : " ¡ Necios cuantos buscáis el mérito en la guerra y en la punta de la lanza militar, creyendo insensatamente que aliviáis con ello los trabajos de los h o m b r e s ! " Eurípides es una sombra del pasado: y más todavía Éupolis, relativamente joven, pero que no ignora quizá que le restan pocos meses de vida. En todo caso, su comedia Los demos es una nostálgica farsa en que, ante un coro de luchadores de Maratón, los viejos políticos de la edad áurea 25 FERNANDEZ-GALIANO — S o l ó n , Milcíades, P e n d e s — vuelven del otro mundo a poner orden en Atenas. Entre tanto. Platón es un adolescente de quince años más bien propenso a la hipocondría y la introspección. L a muerte de su padre y las segundas nupcias de su madre debieron de contribuir a sumirle aún más en sus pcnsamien' tos, siempre vueltos al mundo antiguo que los libros le han hecho entrever. D e momento, no le queda otra cosa que escuchar, observar y meditar mucho. La guerra, que tantos hogares atenienses enluta o perturba, le está vedada por su edad; en las conversaciones a que asiste, tal vez en casa del rico meteco Cefalo o en la palestra de Táureas, ha de limitarse a atender, con los ojos y los oídos muy abiertos, y grabar en su espíritu las figuras inolvidables que por aquC' lias tertulias van desfilando: el viejo Sófocles, sus parientes matemos Critias y Cármides, el comediógrafo Aristófanes... Todos coinciden en que los asuntos marchan muy mal. La Atenas de Cimón y Aristides ha perecido, y estos terribles lodos en que hoy se ensucia Alcibíades son la inevitable se^ cuela del polvo demagógico que empezó a levantar su tío Péneles. El pueblo ha adquirido poder, pero sin salir de su primitiva ignorancia; y los mejores, aquellos magníficos aristócratas de la elegía y el libelo del Pseudo-Jenofonte, no han sabido evitar la degradación cayendo al menos elegantemente. Y a no hay quien crea en la democracia. Los amigos de la casa de Platón, sus parientes de más edad, su propio hermano mayor Adimanto, abrigan todavía esperanzas en un régimen honrado, fuerte, lleno de la altiva dignidad que hoy falta a la república. Y el muchacho, en su candorosa inexperiencia, asiente silenciosamente. Los otros n o saben que de noche, a la luz macilenta del candil de aceite, el futuro filósofo se ensaya en componer tragedias que hablan de tiempos pasados para siempre en que el ciudadano vivía feliz bajo la égida de un rey piadoso y justo. 26 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN Pero el rumbo de la política no es ése precisamente. El año 411 es el de la representación de Lisístrata, la vivaz heroína aristofánica que, enamorada de la paz panhelénica ("¿Por qué no os reconciliáis? Veamos, ¿qué os lo impide?"), encuentra un método infalible para apartar a los maridos de la guerra; el del nuevo acercamiento a Atenas del inestable Alcibíades, que, aburrido ya de la escasa amenidad de los espartanos, comprende también tardíamente que el birlarle la mujer al rey Agis no era el mejor camino para estrechar lazos interestatales; el de la breve revolución oligárquica de los Cuatrocientos, que hace aflorar a la superficie una rara fauna de audaces aventureros — A n t i f o n t e , Pisandro, Frínico— y proporciona al de Clinias el pretexto para levantar en Samos la bandera de la resistencia democrática al frente de una armada fiel al pueblo. Parece verdaderamente como si los dioses hubieran decidido, en sus supremas asambleas, tocar con la vara mágica de la victoria al hijo pródigo que quiere volver a Atenas cargado con los laureles navales de Cinosema, de Abidos, de Cícico. Platón, movilizado como efebo a los dieciocho años y quizá combatiente y a con sas hermanos en una escaramuza librada junto a Mégara, tiene probablemente ocasión de reflexionar a la salida del teatro en que el viejísimo Sófocles acaba de estrenar su Füoctetes: sí, todo eso está muy bien, pero ¿ n o prefiere y a el público al noble y sincero Neoptólemo, espejo de pureza juvenil, frente a las astucias del trapacero Ulises, falaz como un sofista, violento como un demagogo? Henos ya en el 408, año de la olimpíada 93. Eurípides, antes de marchar a la corte de Arquelao de Macedonia, ha presentado un Orestes en que la Paz es "la más bella de las diosas" y en que " u n argivo no argivo, introducido en el censo por la fuerza, confiando en su poder revolucionario y en su grosera franqueza", inflama a la asamblea con las suficientes dotes de persuasión para inducir a los ciudadanos a su propio m a l : es el hombre de moda en Atenas, Cleo- 27 FERNANDEZ-GALIANO fonte el tracio, otro Cleón, otro Hipérbolo, que entusiasma a las masas con subsidios monetarios y con la reanudación de las obras del Erecteo. Y en Olimpia, ¿ q u é ha ocurrido este año? Narran unos viajeros, recién llegados de allí, que el cireneo Éubates causó el regocijo popular sacándose como de la manga la estatua propia que, previsoramente y aleccionado por un sueño profético, traía desde Libia para un eventual triunfo en el estadio, y que nadie habla en el Altis más que del pancraciasta Polidamante, un tesalio capaz de retener a los cuatro caballos de una cuadriga con la increíble potencia de su enorme mano. * * « Decididamente, los dioses abandonan Atenas, su antigua morada, la bella ciudad divina coronada de violetas. Dejó para siempre Alcibíades, tras breve estancia que no le aportó ni gozo ni sosiego, aquella patria de la que dice Aristófanes que, como la amante apasionada al amante infiel, " a un tiempo le añora y le aborrece y le quiere poseer"; murieron ya los viejos trágicos, Eurípides y A g a t ó n , y el sereno Sófocles, "bondadoso aquí en el Hades como allá en la tierra", según nos lo presenta el Dioniso de Las ranas; y la propia Atenea ha ascendido a los cielos entre el humo y las llamas de su templo incendiado. La guerra está terminando. Atenas comete ya torpeza tras torpeza, crimen tras crimen. En Egospótamos, los marineros se dispersan todas las mañanas para ir a acopiar víveres dejando las naves indefensas y varadas en la costa. Alcibíades está viendo, desde el castillo tracio en que habita desterrado, aquella monstruosidad táctica y, después de dudarlo mucho, al fin se decide a visitar a los generales para llamarles la atención sobre la deficiencia : el amor al oficio de las armas ha podido en él más que el rencor. Pero T i d e o y Menandro le despiden con cajas destempladas : "Lárgate de a q u í : los estrategos somos nosotros, no t ú " . Alcibíades 28 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA DE PLATÓN se encoge de hombros y desaparece. A los pocos días, los expedicionarios son cazados como conejos en la playa y por los caminos. Platón vive por entonces en un mundo nuevo y prometedor: ha conocido a Sócrates. Feo, desgarbado, mal vestido, grotesco en su aspecto de viejo sátiro; pero predicador incansable del bien y la virtud. Aristófanes y Éupolis no le entendieron; pero Platón se ha dejado captar para siempre por su verbo de oro. Le ha oído en las calles, y en las plazas, y en los simposios en que conversa, bebe y ama la juventud ateniense; y también en la asamblea. Allí se ha desahogado el furor impotente del pueblo que se siente vencido contra los generales que habían mandado en la batalla de las Arginusas; todos los políticos se doblegaban ante la ira de la plebe; pero hubo un prítanis, uno solo, que se opuso sin pestañear a la ilegalidad pretendida. Sócrates, naturalmente. "Preferí la ley y la justicia, con peligro de cárcel o de muerte, a la injusticia con vosotros". Éste es un lenguaje no nuevo, pero sí insólito desde hace muchos años. Los jóvenes siguen al maestro; y entre ellos, claro está, el hijo de Aristón. Cuando, en el año 404, se produjo en Olimpia la sensacional derrota de Polidamante ante el paleneo Prómaco y el curioso episodio de Ferenice, que se vistió de varón para presenciar llena de orgullo, burlando la prohibición general para las mujeres, la victoria en el pugilato infantil de su hijo Pisírrodo, la guerra estaba a punto de acabar con fin calamitoso para Atenas. La siguiente olimpíada n o ofreció al público, siempre ansioso de novedades, ninguna anécdota emotiva o picante; pero, en cambio, los temas de triste conversación debieron de ser infinitos para los atenienses acudidos a Olimpia. La ciudad, definitivamente vencida; el espartano triunfador, orguUosamente inmortalizado en el m o - 29 FERNANDEZ-GALIANO numento colosal de Delfos; Cleofonte, el ùltimo partidario de la resistencia a ultranza, eliminado por pacifistas y oligarcas; " y después de esto — c o n c l u y e lacónicamente Jenofont e — Lisandro entró navegando en el Pireo y regresaron los desterrados y se empezó a demoler los muros con mucho entusiasmo, al son de las flautas, y todos creían que aquél era el día del comienzo de la libertad para Grecia". Y luego, los Treinta erigidos en comisión suprema de la ciudad derrotada. Entre ellos, Critias y Cármides. Escuchemos la confesión de Platón en su famosa carta séptima: " S e daba la circunstancia de que algunos de éstos eran allegados o conocidos míos, y en consecuencia requirieron al punto mi colaboración, por entender que eran actividades que podrían interesarme. La reacción mía no es de extrañar, dada mi j u v e n t u d ; y o pensé que ellos iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen de vida injusto y llevándola a un orden mejor, de modo que les dediqué mi más apasionada atención, a ver lo que conseguían". Oigamos ahora a Aristóteles hablar de los T r e i n t a : " A l principio eran moderados con los ciudadanos y fingían gobernar con la constitución tradicional... y a los sicofantas y a los malvados aduladores del pueblo los hacían desaparecer, con lo cual se alegraba la ciudad, pensando que obraban así con buena intención..." Pero las ilusiones no duraron n a d a : "después que tuvieron más sujeta a la ciudad, no respetaron a ningún ciudadano, sino que mataban a los que sobresalían por sus riquezas, estirpe o dignidad, para evitar peligros o por deseo de rapiña..." Así continúa el estagirita, y Platón anota melancólicamente que " e n poco tiempo hicieron parecer bueno como una edad de oro el anterior régimen", " y y o , lleno de indignación, me inhibí de las torpezas de aquel p e r í o d o . . . " Porque aquellos que habían prometido dignificar y limpiar una Atenas corrupta no consiguen sino robar, encarcelar y matar a mansalva; arrancar a las mujeres los pendientes de 30 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA DE PLATON ks orejas, como a la cuñada de Lisias; hacer cómplices de sus iniquidades a conciudadanos inocentes, salvo aquellos que, como Sócrates, supieron defenderse con altivez; y hacer subir las sagradas escaleras de la acrópolis a un brutal espartano al mando de setecientos de los suyos. L a revolución devora siempre a sus propios hijos: el mundo político ateniense era demasiado mezquino para contener a dos oligarcas ambiciosos e inteligentes. Surgió, por tanto, la disensión interna y murió dulcemente Terámenes bebiendo la cicuta, con una sonrisa, a la salud del bello Critias. Estaba, pues, en la lógica de las cosas y en los designios divinos que cayeran los T r e i n t a : murió su inspirador, aquel nuevo Alcibíades sin talento ni gracia, expiando su vida con un fin heroico, y junto a él Cármides, quizá no ya tan hermoso, en sus despojos sangrientos, como cuando, entre risas y guiños picaros, los contertulios de la palestra se empujaban unos a otros por sentarse a su lado. El momento parecía ser entonces de los energúmenos del otro b a n d o : Trasibulo, el conductor del ejército resistente, y resentidos como el orador Lisias, menos estimado por la familia de Platón que su padre, el noble anciano Cèfalo. Pero los emigrados nunca tienen razón con sus lamentos y sus reivindicaciones: el pueblo está gozoso de vivir, de haber sobrenadado en la terrible matanza; los espíritus, ahitos de sangre, necesitan olvido y tranquilidad; y el antiguo perseguido, ese residuo de épocas pretéritas que suspira por la total vuelta al pasado, se convierte en figura antipática y en fea sombra de un cuadro luminoso. N o son, pues, Trasibulo ni Lisias los que gobiernan, sino los moderados de ambas facciones, como Anito, Arquino y Formisio: liberales transigentes, generosos con la victoria, y antiguos partidarios de Terámenes, considerado ahora como un mártir y un héroe. Y Platón, a quien los años y los sucesos no han entibiado todavía un optimismo limato, vuelve a ilusionarse con 31 FERNANDEZ-GALIANO la nueva coalición : " d e nuevo, aunque ya menos impetuosamente, me arrastró el deseo de ocuparme de los asuntos públicos"; porque, como dice Aristóteles, " e n verdad se ve que obraron muy bien y de modo más político que nadie con relación a las desgracias anteriores". Amnistía, reconciliación, deseos generales de paz y trabajo en c o m ú n : veremos en qué para todo esto. "Matasteis, Dáñaos, matasteis al sabio ruiseñor de las Musas, que a nadie hacía daño, al mejor de los h e l e n o s . . . " La profecía de Eurípides se ha cumplido. Sócrates, nuevo Palamedes calumniado, ha muerto. Platón marchó a Mégara, triste, abatido, enfermo del cuerpo y del alma en segunda orfandad. " Y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo... y que no cesará en sus males el género humano hasta que los filósofos ocupen los cargos públicos o bien los que ejercen el poder en las ciudades lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra". N o hay, pues, otra solución: fracasada la política en todos sus matices, en todas sus facciones, toca ahora gobernar a la filosofía. Ella sin duda acertará a infundir en las leyes y en las conductas justicia y virtud como las que Sócrates preconizó siempre. Dos caminos se ofrecen para llegar a esta meta lejana, pero posible. Que los filósofos, gentes aisladas y dadas a la meditación, sean llamadas al poder es cosa poco probable; mas lo que sí cabe es buscar gobernantes jóvenes y enérgicos y, emprendiendo su educación desde muy pronto, moldear sus almas y sus conciencias en un ideario verdaderamente filosófico. Y Platón se pone a la obra. El instante parece ciertamente propicio. U n aire nuevo de universalismo está purifi- 32 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN cando la enrarecida atmósfera en que empezaban a moverse las ciudades, sumidas perpetuamente en su miope política de campanario de aldea. Los helenos empiezan a fijar su atención en los bárbaros; los atenienses, en los espartanos; cada polis, cada pequeña comunidad, en el vecino de la puerta de al lado. T a l vez no sea preciso encerrarse en sueños de hegemonía unilateral; tal v e z el prójimo no sea tan malo, tan salvaje y tan rudo como parece. Jenofonte, un escritor hábil, pero poco profundo, que trató también a Sócrates sin llegar a penetrar mucho en el meollo de sus doctrinas, acaba de regresar de una azarosa expedición en que Ciro pereció heroicamente con su empeño de arrebatar el trono persa a su hermano Artajerjes. V u e l ve con los ojos y la memoria cargados de recuerdos asiáticos. En Ciro el Joven, como años más tarde en el primero y más glorioso de los Aqueménidas, v a a presentar a los helenos el tipo idealizado del monarca valeroso, discreto, honesto, lleno de prudencia y de justicia. Porque todo está en la educación, en la recta educación que los sofistas preconizaban desde hacía un siglo, y los dos Ciros han tenido la suerte de ser perfectamente educados en el aspecto físico y en el moral. L o mismo que ocurre con Agesilao. A Jenofonte le encandilan las costumbres, los métodos, la constitución de Lacedemonia; algo más tarde, no dudará en enfrentarse con su propia patria en las filas de los guerreros espartanos de Coronea. Su modelo ideal ahora es el rey perfecto que con tanta desenvoltura se mueve por los campos de batalla de Europa y Asia. U n optimista incurable este Jenofonte cuyos libros se tiñen tan frecuentemente con el rosa de los cuentos maravillosos. Pero no es el único. Precisamente en Olimpia va a surgir una vez más la ilusión, quizá no tan utópica, de la unidad y el buen gobierno. Allí Cinisca, la hermana de A g e silao, ha redondeado las glorias militares de éste inscribiendo por primera y segunda vez un nombre femenino en la lista 33 FERNANDEZ-GALIANO de los vencedores con la cuadriga; allí también se ha presentado el anciano Gorgias, maestro de sofistas, rico en años y en glorias, para incitar a los griegos a la concordia y a la unión en una defensa común contra la amenaza del Este. Esparta busca ya descaradamente la amistad y la protección persa: sólo una política conjunta de noble independencia y honradez podría salvar a Grecia de una gran vergüenza. Platón se pone a la o b r a ; pero con una visión de las cosas más aguda y realista que los sofistas y sus discípulos. Son años de trabajo intenso y retiro melancólico. La estancia en Mégara dura poco. La hospitalidad de Euclides es muy grata, pero un culto ateniense de pura cepa no puede resignarse a vivir desterrado en aquel ambiente dórico de escasísima densidad espiritual. Por otra parte, el peligro de una persecución general contra los discípulos de Sócrates parece haber pasado. En realidad, las gentes de Atenas están un poco arrepentidas de su propia acción. Bien es verdad — p o d r í a n alegar para justificarse a sí m i s m a s — que el procesado hizo poco por allanar el camino a la clemencia. Puede ser; pero esto no les exculpa. El filósofo siguió siendo un buen ciudadano, que participó como caballero en las expediciones militares de T a n a gra y Corinto; mas sin ilusión alguna. Empezaba ya a sentirse muy apartado de todo y de todos salvo sus recuerdos. D e él ha dicho con razón T o v a r que "con sus barbas raudales, solitario y descentrado, a primera vista debía parecerles a los atenienses un aristócrata fuera de su época". Y , en efecto, lo era y lo estaba. Su época nada tenía que ver con los años monótonos y azarosos de la guerra corintia. Aquel hombre de treinta y tres precozmente madurado vivía ya con los fantasmas de antaño. Es el período de los primeros diálogos, cortos, pero llenos de vida. Los ecos del proceso y sus incidencias, como Eutifrón, la Defensa, Critón; 34 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN la fijación de conceptos previos de orden ético en Cármides, Lisis, Laques; y ya un enfrentamiento total ante la vida en Trasimaco, incorporado luego a La república como libro I, y en Gorgias y Protágoras. En este último, el cálamo nostálgico de Platón ofrece el más logrado de los cuadros literarios con su reconstrucción del ambiente sofístico en la casa de Calias : en los otros dos, por el contrario, su prosa se hace más incisiva y apremiante. En ellos sopla ya el mal viento de la crisis moral traída por aquel círculo de aficionados inconscientes. Trasimaco es un retor iracundo y grosero, que pretende definir la justicia únicamente como el interés del más fuert e ; pero en el fondo no es tan fiero como nos lo pintan. Como ocurrirá con Polo en Gorgias, siente secreta e instintiva admiración hacia la justicia, lo cual sitúa a priori su actitud como falsa e inconsistente. N o así la de Cálleles. Éste resulta impresionante en su defensa del hombre fuerte e inmoral como un león a quien la sociedad intenta en vano esclavizar con halagos y engaños; en su desprecio de la ley como contrato social con que los débiles se aseguran contra los poderosos; en su negativa a contener las pasiones que engrandecerán y consumarán al héroe. Dodds ha mostrado muy bien cuánto ha influido el ideario de Cálleles en el de Federico Nietzsche, con su moral de señores frente a la moral de esclavos y su exhortación a desentenderse del bien y del mal en la conquista del poder; con lo cual tendríamos la paradoja de que Platón haya contribuido precisamente a hacer recaer sobre nosotros, los hombres del X X , lo que él fustigaba en la Atenas del v antes de J. C. Porque en el colapso moral y material de la Europa de los años cuarentas no puede dejarse de oir el estampido de la dinamita que el propio Nietzsche reconocía en su ideario. Pero tampoco es ilógico que haya sucedido así. En el alma de Platón, m u y dentro, muy en el fondo, hay una clara y rotunda semilla ealielea ; Cálleles, se ha dicho, es lo que Platón tenía que 35 FERNANDEZ-GALIANO haber sido en su mundo y su ambiente y lo que tal vez habría sido sin la influencia de Sócrates. D e ahí el programa de vida y actividades que, desnudando aquí su alma más que en ningún otro lugar, nos ofrece: Sócrates va a perecer, como él mismo prevé en inolvidable párrafo; pero a Platón ("yo con la multitud ni siquiera discuto") no le cogerá el vulgo despreciable y peligroso en el mismo cepo. Escarmentará en el ejemplo del maestro. Se apartará de la sociedad y de los hombres ; renunciará al amor y al matrimonio con una Jantipa cualquiera, porque filosofía y familia son difícilmente compatibles; y buscará, solo o m u y poco acompañado, el oscuro camino de la felicidad para los humanos. La olimpíada del 388 sorprende a Platón entre nuevos cuidados y preocupaciones. L o de menos es que haya surgido un tenaz competidor, Isócrates, hombre al parecer insignificante, de poca voz y peor salud, rata de biblioteca y pedante componedor de discursos pulidos. El alegato contra los sofistas, especie de manifiesto de su recién abierta escuela retórica, no era más que una serie de tópicos banales sobre educación y moral. Es lógico que entre él y Platón haya surgido desde m u y pronto una total desavenencia. A l hijo de Aristón le molesta Isócrates hasta cuando intenta ser g r a t o : hasta en sus elogios desmesurados de Alcibíades, a quien muchos en Atenas empiezan ahora a glorificar; hasta en su tímida defensa de Sócrates frente a la acusación del sofista Polícrates. A l principio. Platón n o juzga necesario responder a las punzadas de un enemigo al que cree pequeñ o ; finalmente, un poco harto ya, lanza él también alguna que otra indirecta; pero, en fin, todo eso no le inquieta demasiado. T a m p o c o que el ya anciano Aristófanes, al que han llegado noticias del plan ideal de vida y gobierno que prepara Platón en su composición de La república, comience ya, 36 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN como siempre, a aprovechar en Las asambleístas el fácil tema cómico de la comunidad de mujeres. Después de todo, es su oficio. A Platón le cargan un poco lo que él llama "las chanzas de los graciosos", sobre todo cuando el gracioso de ahora es el que hace ya años contribuyó a llevar a Sócrates ante los tribunales. Pero lo más grave es que el filósofo vuelve derrotado y desilusionado de su primer viaje a Sicilia. Dionisio el Viejo no ha sido el gobernante ideal que las palabras demasiado optimistas de su cuñado Dión pudieron hacer suponer. Quizá tenga razón el inquieto Lisias cuando, aprovechando el ambiente exaltado de una tórrida Olimpia, ha exhortado con éxito a los desocupados para que apedreen las tiendas del tiranuelo exótico que viene a dar lecciones nada menos que a la vieja Hélade. Platón ha sufrido disgustos, peligros, traiciones. N o , decididamente el mundo no es hermoso visto de cerca, cuando desciende uno de su filosófica torre de marfil. Cuatro años más. Olimpíada 99. U n a n o v e d a d : las cuadrigas tiradas por potros. Gana, como casi siempre, un espartano. Por fuera, la situación sigue siendo delicada. La paz de Antálcidas : un verdadero reparto de influencias. Persia, Esparta, la Siracusa de Dionisio, cada una marchando a su rincón para digerir recelosamente el bocado suculento. " Y sin embargo — d i r á Platón en Menéxeno— nos quedamos solos otra vez por no querer cometer ninguna acción vergonzosa e impía abandonando a los helenos frente a los bárbaros". El filósofo tiene por entonces otras cosas en que preocuparse: ha fundado la Academia y está escribiendo sus mejores diálogos. Fedón, el canto de cisne de un Sócrates firmemente persuadido de que vale la pena correr el riesgo de que el alma sea inmortal; El banquete, supremo tratado del amor; la parte central de La república; Menón, 37 FERNANDEZ-GALIANO con SU "la virtud no es enseñable" y el ignorante siervo ("nadie entre sin saber geometría") resolviendo un complicado problema con la simple reminiscencia de lo aprendido por la psique en vidas anteriores. A q u í está ya el místico que ha traído de tierras itálicas y siciliotas ese interés por las doctrinas orficopitagóricas, tan consoladoras, de que nunca se desprenderá. Cuarenta y siete años. U n buen momento para levantar la pluma y meditar sobre la propia existencia. Los amigos, los coetáneos, empiezan ya a desaparecer de la escena. En este 380, en que el niño Dinóloco triunfó en el estadio cumpliendo el sueño profético de su madre, ha muerto Eudides, el antiguo amigo y generoso huésped megareo. Y a la vida no dejará de irle deparando noticias igualmente tristes cada cuatro o cinco años. Antes que Euclides fue el comediógrafo Aristófanes, aquel chispeante interlocutor del banquete de Agatón a cuyas chocarrerías tanto temía el médico Erixímaco; luego se irá el longevo Gorgias; y en seguida, Democrito, el jonio, cuyos escritos estaban en la biblioteca académica; y detrás de él Antístenes, el cínico, caricatura desgarrada e impúdica del Sócrates menos platónico y más populachero; y cinco años después Lisias, y al cabo de otros cinco Jenofonte... La torre de marfil se va quedando cada vez más lejana y sumergida en el abstruso mar de la teoría. E n cambio, Isócrates no sabe sustraerse a la tentación de la política práctica. ¿Por qué no dar él también, como su maestro Gorgias, como su amigo Lisias, el d o de pecho olímpico con un cuidado discurso epidíctico? Dicho y hecho. Y a está en la calle su Panegírico, escrito polémico en favor de la hegemonía ateniense y de la liberación de los griegos unidos frente a la deshonrosa hipoteca que recae sobre ellos con la paz de Antálcidas. Esta v e z , la vocecilla del retor, amplificada por su escuela y captada por un cierto senti- 38 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN miento general de que algo había que hacer, no clamó en el desierto. Dos años después, Atenas era de nuevo, como en los buenos tiempos, cabeza de una confederación enderezada contra Esparta, si no de momento contra Persia. V a n a surgir, en luminosa sucesión de personalidades militares y políticas, tres grandes hombres que habrían podido destacar mejor en épocas más propicias que ésta ya demasiado tardía: Ifícrates, Cabrias, Timoteo. El último, hijo del insigne C o nón, es amigo de Platón, pero también discípulo predilecto de Isócrates. Éste puede, por tanto, pensar que su influencia ha pesado en tal ocasión. El tiempo pasa velozmente. Olimpíadas l o i , 102, 103... Desfilan por el Altis los héroes: el pancraciasta Estomio de Elide; otro eleo, el auriga Troilo, cuyo triunfo quedó empañado por sospecha de ilegalidad; una nueva espartana, Eurileónide, vencedora con la higa... Isócrates sigue escribiendo incansable. Da consejos, por ejemplo, a Nicocles, reyezuelo chipriota que puede ser modelo vivo de las prácticas pedagógicas de la escuela; pone en guardia a los helenos, en su Plataico, contra el peligro tebano. Dos años más tarde, los hechos le han dado la razón. Beocia ha triunfado en Leuctra. Esparta ha pasado a la historia. Tebas y Atenas están frente a frente; y a su alrededor, los bárbaros o semibárbaros, tan despreciados siempre, pero que hoy tienen de su parte la riqueza mejor explotada y la savia joven de sus nuevas generaciones : Siracusa, los tiranos de Peras y Macedonia que se despereza ya de una siesta secular. Nuestro filósofo tiene cincuenta y uno, cincuenta y cinco, cincuenta y nueve años... Atrás quedaron Fedro, TeetC' to, Parménides, La república ya terminada. En la renovada lucha de los dos Platones, el que ya no cree en los hombres como son hoy y el que sufre ante la nostalgia de una vida 39 FERNANDEZ-GALIANO política activa que las circunstancias le negaron, ha vuelto otra v e z este último a levantar la cabeza en quijotesca empresa. El segundo viaje a Sicilia ha sido un segundo fracaso. Dión, el gran amigo de los académicos, creyó que, al morir el viejo Dionisio, su hijo, bien dotado y animoso, se dejaría captar e influir hasta convertirse en el soñado monarca filosófico. Platón, un poco a regañadientes, accedió a realizar el largo viaje por que n o se le acusara de rehuir dificultades ni trabajos. Los principios fueron prometedores: el filósofo redactaba leyes y los cortesanos, encantados ante la nueva moda, se dedicaban a llenar de figuras geométricas los suelos enarenados de Palacio. Pero luego sobrevinieron el destierro de Dión, la reclusión forzosa de Platón en la acrópolis y, finalmente, la vuelta a Grecia con la promesa, por parte del tirano, de que, en momentos más oportunos, tanto el maestro como su discípulo serían llamados para rematar la obra empezada. A él no se le ocultó jamás que esto era un mediocre expediente para disimular el resultado negativo del viaje iniciado con tanta ilusión. Afortunadamente, queda la Academia y el trabajo sosegado y eficaz en ella. Acaban de llegar dos discípulos de inteligencia excepcional: Aristóteles y Eudoxo. El primero se interesa especialmente por la Medicina y las Ciencias naturales; el segundo, por las Matemáticas. Ambos vienen de países exóticos, de Macedonia el uno y de Caria el otro. Es signo de los tiempos. Es inútil que Isócrates se desgañite llamando a Arquidamo hijo de A g e silao, a Nicocles el chipriota, a los hijos de Jasón de Peras, al propio Dionisio con el que pensó, el pobre, triunfar donde Platón había tropezado. La historia ya no apunta a Atenas. Y así, mientras se preparaban El sofista, El político y Filebo, Timeo y Critias, pasó el año anolímpico, el de los 40 VEINTE OLIMPIADAS EN LA VIDA DE PLATON juegos organizados ilegalmente por los de Pisa y no reconocidos por los eleos, y luego hubo otro tercer viaje a Sicilia tan infructuoso como los anteriores. Dión, contra lo prometido, no había sido llamado, lo cual auguraba muy poco sobre las disposiciones positivas de Dionisio. Creyó, sin embargo. Platón que su deber le obligaba a cruzar otra vez "el paso entre Escila y la funesta Caribdis"; y volvió a Atenas convencido finalmente de que el gobierno ideal no era cosa de este mundo. Pocos meses antes, Epaminondas, el último tebano, había muerto valerosamente en la batalla de Mantinea. Esparta y Atenas, unidas al fin, consiguieron poner término a la fulgurante, pero breve hegemonía de Tebas. ¿Quién va a suceder a Beocia? Nadie al parecer. El escudo del héroe caído no habrá ya quien lo recoja. Y Jenofonte termina sus Helénicas apuntando con tristeza que "después de esta batalla hubo todavía más incertidumbre y confusión que antes en la Hélade". Siete años más, sólo siete años, y ya tenemos a Filipo dueño de Anfípolis. Meses más tarde, una orguUosa tetradracma de plata conmemora la victoria del ambicioso soberano en las carreras de caballos de Olimpia. Tenía que ser así. Mientras tanto, desaparecen en poco tiempo Cabrias, T i moteo, Ifícrates. Los dos últimos son procesados por el pueblo. Ifícrates logra difícilmente la absolución; pero T i m o t e o resulta condenado y tiene que abandonar Atenas. Para Isócrates éste es golpe g r a v e : en un discurso posterior intentará justificarse. Pero la verdad es que se ha demostrado que con sus enseñanzas retóricas no se llega ni a conseguir convencer al menos predispuesto de los tribunales. Isócrates, pues, fracasó; pero no es precisamente el único. T o d o en Grecia es derrumbamiento y desilusión. El 41 FERNANDEZ'GALIANO viejo Agesilao, víctima de una absurda aventura egipcia, vuelve por el mar a Esparta, embalsamado en miel su cadáver según la costumbre patria. D e nada ha servido su actividad infatigable de tantos años. N o podrá alegar, ciertamente, en el Hades que dejó a Lacedemonia más próspera y fuerte que cuando la tomó en sus manos. Agesilao no fue, no pudo ser el tirano ideal. Dionisio no llegó a recibir una verdadera educación antes de su subida al trono. Quedaba, pues, un último experimento que hacer. Y a que no filosofan los gobernantes, que gobiernen los filósofos. Ésta fue la última amargura que a Platón le restaba. Su amigo Dión, el compañero de tantas meditaciones académicas, logra al fin expulsar de Siracusa al joven Dionisio, cada vez más arrogante y duro con sus subditos. Parece, por tanto, que llegó el momento esperado por los platónicos. Pero el optimismo, si es que esta vez lo hubo, debió de ser muy fugaz. A los tres años, Dión, víctima de la conjuración de Calipo, apenas puede jactarse sino de haber tenido que gobernar poco más o menos como Dionisio, entre recelos y temores y viéndose obligado a suprimir a sus propios amigos sublevados contra él. Dos olimpíadas más. El sobrino y los amigos se han empeñado en que Platón, con sus ochenta y un años a cuestas, acuda a la boda de algún conocido. El filósofo se encuentra particularmente bien. Le han servido, con las debidas proporciones en la mezcla, un poquito de vino, ese "eficaz remedio de la sequedad de la vejez" de que habló en su último diálogo. El anciano está medio dormido, con un dulce calor que sube del estómago a sus mejillas. En el tridinio vecino — ¿ o lo está s o ñ a n d o ? — habla alguien mucho de un tal Filipo de Macedonia. Debe de ser un error. Platón no conoce a más Filipo que el fiel opuntio a quien 42 VEINTE OLIMPÍADAS EN LA VIDA DE PLATÓN ha encargado que dé la última mano a Las leyes. N o ha habido más remedio que hacerlo así. En estos meses se le han empezado a embarullar terriblemente las ideas. El libro está saliendo seco, deshilvanado, lleno de frases sueltas y de razonamientos incompletos. A veces, el propio escritor no lo reconoce al releerlo. Y no sólo la forma; también el fondo mismo resulta extraño. ¡ Cuánto han endurecido a su autor los años y la soledad! ¡ Q u é raro, qué siniestro ese consejo de ciudadanos que debe legislar en la tiniebla! ¡ Qué severos, los castigos contra los ateos! Habrá que comentar todo esto con el hombre de Opunte... " ¿ C ó m o se llama? ¿Quizá Pedro? N o , ése murió hace años. U n a vez le vi con Sócrates: andaban los dos con los pies descalzos por el lecho del Iliso... ¿ O será Lisis? N o , no, Lisis era aquel niño mi» mado, tan hermoso, a quien su madre pegaba en los nudillos cuando él enredaba con la rueca... Como la nuestra a Glaucón, siempre molestando con sus pájaros y sus perros, trastornándolo todo... Aquello sí que era vivir, y divertirse... Luego vino lo peor... Muertos, muchos muertos... A Sófocles hubo que enterrarle con permiso de Lisandro, porque no se podía pasar por el camino de Decelia... Y o he visto a Lisandro por las calles de Atenas, con su perfil de águila, y a Terámenes volviendo de Esparta, y todo el mundo diciendo que nos había engañado... ¡ Qué mal resultó aquello! ¡ Y las comidas horribles de Siracusa, tan pesadas, y uno teniendo que fingir que todo le gustaba! ¿ Y para qué? ¿ D ó n d e quedó la ciudad perfecta? ¡ A h , sí, arriba, en la calle, a la luz del sol! ¡ Si es que no hemos salido de la caverna! ¡ Y a veréis, ya veréis todos! ¡ Dión, Eudoxo, Aristóteles, Espeusipo! ¡ Arriba sin m i e d o ! ¡ Gimnástica, música, dialéctica! ¡ Hacia arriba siempre!... N o importa que algunos se nos queden en el camino... Alcibíades se ha entretenido cortando el rabo a su perro, y Aristófanes ha tenido que pararse: no puede más de hipo... Es que entonces se bebía mucho, y se amaba mucho tam- 43 FERNANDEZ'GALIANO bien... 1 Engendrar, engendrar en el bien y en la belleza! ¡ T e n í a razón la vieja Diotima! Ahora y a todo es gris, todo es igual. Soldados, soldados, soldados; calamidades y calamidades. N o hemos arreglado n a d a ; todo está peor que nunca. Pero ya estamos en la pradera. La reconozco: Er el panfilio hablaba mucho de ella. Y ésta es la virgen Láquesis, subida en su alta tribuna. H a y que elegir un nuevo lote. Y o no sé si me equivoqué o no en mi elección anterior. En todo caso, ya lo dice ella bien claro: 'la responsabilidad es del que elige : no hay culpa alguna en la divinidad*. La responsabilidad, evidentemente, era mía. Quise ser político y no lo fui : soñé con el gobierno de mi ciudad y me quedé en el reino confuso de la utopía. Y , sin embargo, no me arrepiento de ello; no me arrepiento de e l l o . . . " 44