De Hiroshima y Nagasaki a nuestros días

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S e p a r a t a
d e
l a
J u v e n t u d
-
D o m i n g o
10
d e
Agosto
de
2014
-
Año
14
De Hiroshima y Nagasaki
a nuestros días:
Informando de los crímenes estadounidenses contra la humanidad.
Servicio Noticioso
Un Mundo Que Ganar
(Agosto de 2013)
Hace 68 años, el 6 de agosto
de 1945, los Estados Unidos
cometieron el peor ataque terrorista de la Historia, el bombardeo
atómico de Hiroshima.
El 9 de agosto, otra bomba
atómica estadounidense destruyó la ciudad japonesa de
Nagasaki. Cada una de las dos
explosiones equivalían a 10.000
toneladas de dinamita. La temperatura alcanzó los 1.000º
Celsius (1.832º Fahrenheit). Las
explosiones y la nube redioactiva que provocaron mataron
a más de 200.000 personas, ya
fuera inmediatamente o en los
meses siguientes. Muchos años
de sufrimiento esperaban a los
supervivientes y a sus hijos por
el cancer y otras enfermedades
causadas por la radiación.
La destrucción de estas dos
ciudades no supuso la primera
demolición de grandes centros
urbanos, pero la escala de asesinato no tenía precedentes. Nadie
más, antes o después, ha usado
las armas nucleares.
Los EE.UU. desencadenaron
la era nuclear en los últimos días
de la Segunda Guerra Mundial.
Alemania ya se había rendido.
La economía japonesa había sido
destruida y su capital reducida a
cenizas. Su ejército había sufrido derrotas decisivas. Muchos
historiadores, aunque no todos,
creen que Japón se habría rendido sin la bomba atómica. El
propósito del ataque no era solo
asegurarse que los EE.UU. y
sus aliados ganaran la guerra,
si no más bien, asegurarse que
los EE.UU. y solo los EE.UU.
japonesa. En Washington, en
aquella época, “había la creencia
de que lanzar la bomba podría
una manera que reforzaría enormemente la posición estratégica
norteamericana en Asia”, según
contó el historiador y profesor
de sociología estadounidense
Mark Selden en una conferen-
cia organizada en Londres por
Greenpeace para celebrar el 60º
aniversario en 2005.
EE.UU. estaba determinado a
no permitir a la Unión Soviética
tomar el papel japonés como primera potencia colonial en Asia.
La URSS era todavía un país
socialista en aquel momento.
Había sido aliado de EE.UU. durante la guerra contra Alemania
y Japón, pero antes de que ter
estaban ya enseñando sus dientes
a la URSS y posicionándose para
dominar gran parte del mundo.
El bombardeo de esas dos
ciudades es tan relevante hoy
en día como lo ha sido siempre,
aunque el mundo ha cambiado
mucho.
Los EE.UU. siguen blandiendo sus armas de destrucción
masiva para remodelar forzadamente el mundo de acuerdo
con sus intereses imperialistas.
Cuando el presidente estadounidense Barack Obama y otros
representantes de estos intereses
su empresa criminal con falsa
ira contra las armas químicas en
Siria y amenazas de usar armas
atómicas para parar el programa
nuclear iraní, la población mundial debería recordar los despiadados bombardeos de civiles
en Hiroshima y Nagasaki para
perseguir esos mismos intereses.
Además, la lucha entre aque esos crímenes y aquellos que
se oponen y los denuncian, es
todavía más dura hoy en día.
Después de los bombardeos
de Hiroshima y Nagasaki, las
autoridades norteamericanas
estaban negando los informes
sobre la radiotoxemia de la
bomba atómica. El primer periodista occidental en ese escenario, el progresista australiano
Wilfred Burchett, escribió: “En
Hiroshima, 30 días después de
que la primera bomba atómica
destruyera la ciudad y sacudiera
al mundo, la gente todavía está
muriendo, misteriosa y horriblemente -gente que resultó
ilesa en el cataclismo- de un
algo desconocido lo cual sólo
puedo describir como una plaga
atómica. Hiroshima no parece
una ciudad bombardeada. Se
ve como si una apisonadora
monstruosa hubiese pasado
sobre ella y hubiese pulverizado su existencia. Escribo estos
hechos tan desapasionadamente
como puedo con la esperanza de
que sirvan de aviso al mundo”.
Las autoridades de la ocupación
pudieron evitar que enviase un
télex. Cuando el artículo apareció, Estados Unidos acusó a
Burchett de difundir propaganda
japonesa. Burchett más tarde fue
a Vietnam para informar desde el
punto de vista de las fuerzas de
liberación.
Los censores militares de
Estados Unidos lograron parar
los artículos escritos por el pri-
mer periodista estadounidense
en llegar a Nagasaki después de
la bomba. George Weller, que
se consideraba a sí mismo muy
patriota, en un principio escribió
a favor de la bomba atómica
como si fuera simplemente un
tipo de explosivo más poderoso.
Sus primeros artículos muestran
mucho escepticismo sobre la
existencia de la “enfermedad X”,
como se llamaba la radiotoxemia
en un primer momento, pero más
tarde vio evidencia innegable
que le convenció de lo contrario.
Solamente ahora, después de la
!
a la luz estos artículos (ver la
página electrónica en inglés de
Mainichi Newspapers).
El reportero del New York
Times en Hiroshima, cuyos
informes gran parte del mundo
"
!
-
les de los Estados Unidos. Negó
la existencia de la radiotoxemia
y minimizó la seriedad y el carácter especial de la devastación
causada por las armas nucleares,
las cuales entonces el gobierno
de los Estados Unidos estaba
contemplando usar contra la
Unión Soviética. Más tarde se
supo que este periodista, que
ganó el premio Pulitzer por su
trabajo, estaba en la nómina del
Pentágono. Un artículo de Mark
Selden publicado en Yale Global
Online llama esto un ejemplo
temprano “de lo que ahora llamamos periodismo encamado”.
Cabe destacar que casi 60
años más tarde, las autoridades
estadounidenses y británicas
y sus voceros en los medios,
incluyendo al New York Times,
usaron el mismo tipo de decepción respecto a la guerra de Irak,
primero sobre las inexistentes
armas de destrucción masiva en
el país, y después para disimular
la muerte y devastación causada
por la invasión y ocupación. El
Times dirigió al grupo de medios
siervos del gobierno en su intento por desacreditar a Bradley
Manning, el soldado estadounidense que reveló la grabación
militar secreta de un helicóptero
estadounidense que asesinaba
deliberadamente a civiles iraquíes, incluyendo a niños.
El video Asesinato Colateral
provocó un castigo severo a Manning en la prisión militar antes incluso de su actual juicio, en el que
se enfrenta a una vida en prisión.
También enfureció al gobierno
de Obama y a sus socios contra
Julian Assange, cuya organización Wikileaks distribuyó esos
materiales. El gobierno de Obama,
en la actualidad en guerra contra
Edward Snowden (que también
reveló secretos), habría hecho sin
duda todo lo posible para silenciar
y castigar a aquellos que echaran
a perder los inentos de cubrir las
consecuencias del bombardeo
atómico de Japón y amenzaban
con arruinar la imagen estadounidense de “chico bueno” alcanzada
a través de la hipocresía, el secreto
y la coerción.
2
Del libro Hiroshima de John Hersey
(En realidad, eran gotas de humedad condensada que caían de
la turbulenta torre de polvo, aire
&
que ya se habían elevado varios
kilómetros sobre Hiroshima.)...
El señor Tanimoto pensaba en
su esposa y su bebé, su iglesia,
su hogar, sus parroquianos, todos
hundidos en aquella oscuridad
horrible. Una vez más comenzó
a correr de miedo: pero esta vez
corría hacia la ciudad.
El novelista y periodista estadounidense John Hersey
llegó a Hiroshima después del bombardeo del 6 de
agosto de 1945, y volvió otra vez el año siguiente
para hacer entrevistas.
John Hersey escribió una
crónica del bombardeo de Hiroshima a través de los ojos
de seis personas que entrevistó
para el New Yorker. Llamado
“el artículo más famoso jamás
publicado en una revista”, todavía está disponible en forma de
libro, un libro que ayudó a abrir
los ojos de varias generaciones.
Los siguientes extractos de
Hiroshima se concentran en las
experiencias contadas por dos de
esos supervivientes.
Exactamente a las ocho y
quince minutos de la mañana,
hora japonesa, el 6 de agosto
de 1945, en el momento en que
la bomba atómica relampagueó
sobre Hiroshima, la señorita
Toshiko Sasaki, empleada del
departamento de personal de
la Fábrica Oriental de Estaño,
acababa de ocupar su puesto en
rando la cabeza para hablar con
la chica del escritorio vecino.
En ese mismo instante, el
doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas
para leer el cotidiano Asahi de
Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre
uno de los siete ríos del delta
que divide Hiroshima; la señora
Hatsuyo Nakamura, viuda de
un sastre, estaba de pie junto a
la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su
casa porque obstruía el carril
cortafuego; el padre Wilhelm
Kleinsorge, sacerdote alemán
de la Compañía de Jesús, estaba recostado en ropa interior y
sobre un catre, en el último piso
de los tres que tenía la misión
de su orden, leyendo una revista
jesuita, Stimmen der Zeit; el
doctor Terufumi Sasaki, un joven
miembro del personal quirúrgico
del moderno hospital de la Cruz
Roja, caminaba por uno de los
corredores del hospital, llevando
en la mano una muestra de sangre para un test de Wasserman; y
el reverendo Kiyoshi Tanimoto,
pastor de la Iglesia Metodista
de Hiroshima, se había detenido
frente a la casa de un hombre rico
en Koi, suburbio occidental de
la ciudad, y se preparaba para
descargar una carretilla llena
de cosas que había evacuado
por miedo al bombardeo de los
B-29 que, según suponían todos,
pronto sufriría Hiroshima.
La bomba atómica mató a
cien mil personas, y estas seis
estuvieron entre los sobrevivientes. Todavía se preguntan por
qué sobrevivieron si murieron
tantos otros. Cada uno enumera
muchos pequeños factores de
suerte o voluntad -un paso dado
a tiempo, la decisión de entrar,
haber tomado un tranvía en vez
de otro- que salvaron su vida. Y
ahora cada uno sabe que en el
acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes
de las que nunca pensó que vería.
En aquel momento, ninguno
sabía nada... Entonces cortó el
cielo un resplandor tremendo.
El señor Tanimoto recuerda con
precisión que viajaba de este a
oeste, de la ciudad a las colinas. Parecía una lámina de sol.
Tanto él como el señor Matsuo
reaccionaron con terror, y ambos
tuvieron tiempo de reaccionar
(pues estaban a 3.200 metros
del centro de la explosión). El
señor Matsuo subió corriendo las
escaleras, entró en su casa y se
lanzó de cabeza entre los bultos
de sábanas. El señor Tanimoto
dio cuatro o cinco pasos y se
arrojó entre dos rocas grandes
del jardín. Se dio un fuerte golpe
en el estómago contra una de
ellas. Como tenía la cara contra
la piedra, no vio lo que sucedió
después. Sintió una presión repentina, y entonces le cayeron
encima astillas y trozos de tablas
y fragmentos de teja. No escuchó
rugido alguno. (Casi nadie en
Hiroshima recuerda haber oído
nada cuando cayó la bomba...)
#
vió, el señor Tanimoto levantó
la cabeza y vio que la casa del
hombre de los rayones se había
derrumbado. Pensó que una
bomba había caído directamente
sobre ella. Se había levantado
una nube de polvo tal que había
una especie de crepúsculo alrededor. Aterrorizado, incapaz
de pensar por el momento que
el señor Matsuo estaba bajo las
ruinas, corrió hacia la calle.... Lo
primero que vio en la calle fue
un escuadrón de soldados que
habían estado escarbando en la
ladera opuesta, haciendo uno de
los mil refugios en los cuales los
japoneses se proponían resistir
la invasión, colina a colina,
vida a vida; los soldados salían
del hoyo, y la sangre brotaba de
sus cabezas, de sus pechos, de
sus espaldas. Estaban callados
y aturdidos. Bajo lo que parecía
ser una nube de polvo del lugar,
el día se hizo más y más oscuro.
No había sido fácil para la
señora Nakamura. Su marido,
Isawa, había sido reclutado justo
después del nacimiento de Myeko, y ella no había tenido noticias suyas hasta el 5 de marzo de
1942, día en que recibió un telegrama de siete palabras: “Isawa
tuvo una muerte honorable en
Singapur”... Isawa no había
sido un sastre particularmente
exitoso, y su único capital era
una máquina de coser Sankoku.
Después de su muerte, cuando su
pensión dejó de llegar, la señora
Nakamura sacó la máquina y
empezó a aceptar trabajos a destajo, y desde entonces mantenía
a los niños -pobremente, eso
sí- mediante la costura.
La señora Nakamura estaba
de pie, mirando a su vecino,
cuando todo brilló con el blanco
más blanco que jamás hubiera
visto. No se dio cuenta de lo
$
de madre empezaron a empujarla
hacia sus hijos. Había dado un
paso (la casa estaba a 1.234
metros del centro de la explosión) cuando algo la levantó y la
mandó como volando al cuarto
vecino, sobre la plataforma de
dormir, seguida de partes de su
casa.
Trozos de madera le llovieron encima cuando cayó al piso,
y una lluvia de tejas la aporreó;
todo se volvió oscuro, porque
había quedado sepultada. Los
escombros no la enterraron profundamente. Se levantó y logró
liberarse. Escuchó a un niño que
gritaba: “¡Mamá, ayúdame!”, y
vio a Myeko, la menor -tenía 5
años-, enterrada hasta el pecho e
incapaz de moverse. Al avanzar
hacia ella, abriéndose paso a
manotazos frenéticos, la señora
Nakamura se dio cuenta de que
no veía ni escuchaba a sus otros
niños...
Desde el montículo, el señor
Tanimoto vio un panorama que
lo dejó estupefacto. No sólo una
zona de Koi, como había creído,
sino también la parte entera
de Hiroshima que podía ver a
través del aire turbio despedían
un miasma denso y espantoso.
Aquí y allá, macizos de humo
habían comenzado a abrirse paso
a través del polvo. Se preguntó
cómo daños semejantes podían
haber salido de un cielo silencioso; incluso unos pocos aviones volando alto hubieran sido
detectados. Las casas vecinas
se quemaban; cuando comenzaron a caer gotas de agua del
tamaño de una canica, el señor
Tanimoto creyó que venían de
las mangueras de los bomberos
que luchaban contra el incendio.
Después de la explosión, la
señora Hatsuyo Nakamura, la
viuda del sastre, salió con gran
esfuerzo de entre las ruinas de su
casa, y al ver a Myeko, la menor
de sus tres hijos, enterrada hasta
el pecho e incapaz de moverse,
se arrastró entre los escombros
y empezó a tirar de maderos y a
arrojar baldosas en un esfuerzo
por liberar a la niña. Entonces
escuchó dos voces pequeñas
que parecían venir de cavernas
profundas: “Tasukete! Tasukete!
¡Auxilio! ¡Auxilio!”. Pronunció
los nombres de su hijo de diez
años, de su hija de ocho: “¡Toshio! ¡Yaeko!”. Las voces que
venían de abajo respondieron.
La señora Nakamura abandonó a Myeko, que al menos
podía respirar, y frenéticamente lanzó los destrozos por los
aires. Los niños habían estado
durmiendo a más de tres metros
el uno del otro, pero ahora sus
voces parecían provenir del
mismo lugar. El niño, Toshio,
tenía al parecer cierta libertad
de movimiento, porque su madre
lo podía escuchar socavando la
montaña de madera y baldosas al
tiempo que ella trabajaba desde
#
!
apresuró a tomarlo de la cabeza
para sacarlo. Un mosquitero se
había enredado intrincadamente
en sus pies como si alguien los
hubiera envuelto con cuidado.
Dijo que había saltado por los
aires a través de la habitación,
y que bajo los escombros había
permanecido sobre su hermana
Yaeko. Ahora ella decía, desde
abajo, que no podía moverse
porque había algo sobre sus
piernas. Escarbando un poco
más, la señora Nakamura abrió
un hueco encima de la niña y
empezó a tirar de su brazo. “Itai!
¡Duele!”, exclamó Yaeko. La
señora Nakamura gritó: “No hay
tiempo de ver si duele o no”, y
jaló a la niña entre lloriqueos.
Entonces liberó a Myeko. Los niños estaban sucios y magullados,
pero no tenían ni una cortada, ni
un rasguño.
La señora Nakamura los
sacó a la calle. No tenían nada
puesto, salvo sus interiores,
y, aunque el día era cálido,
confusamente se preocupó de
que fueran a pasar frío, así que
regresó a los destrozos y hurgó
3
dosamente; ni siquiera los niños
lloraban; pocos hablaban siquiera. Y cuando el padre Kleinsorge
dio a beber agua a algunos cuyas
caras estaban cubiertas casi por
completo por las quemaduras,
bebían su ración y enseguida se
levantaban un poco y hacían una
venia de gratitud...
en ellos buscando un atado de
ropas que había empacado para
una emergencia, y vistió a los
niños con pantalones, camisas,
zapatos, cascos de algodón para
bombardeos llamados bokuzuki
e incluso, absurdamente, con
abrigos. Los niños estaba callados, salvo Myeko, la de cinco
años, que no paraba de hacer
preguntas: “¿Por qué se ha hecho
de noche tan temprano? ¿Por
qué se ha caído nuestra casa?
¿Qué ha pasado?”. La señora
Nakamura, que ignoraba qué
había pasado (¿acaso no había
sonado la sirena de despeje?),
miró a su alrededor y a través
de la oscuridad vio que todas
las casas de su barrio se habían
derrumbado. La casa vecina, la
que estaba siendo demolida por
su dueño para abrir un carril
contrafuegos, había sido completamente demolida (si bien
de forma algo rudimentaria); el
dueño, que había querido sacri
'
!
yacía muerto...
Tras cruzar el puente Koi y
el Puente Kannon, después de
haber corrido todo el camino,
el señor Tanimoto vio al aproximarse al centro que todas las
casas habían sido aplastadas y
muchas estaban en llamas. . .
estaba tan impresionado por la
vastedad del daño que corrió más
de tres kilómetros hacia el norte,
hacia Gion, un suburbio al pie de
las colinas. . . En Gion, se abrió
paso hacia la orilla derecha del
río principal, el Ota, y siguió su
curso hasta encontrar incendios
de nuevo. . . encontró fuego de
nuevo, junto a un templo Shinto;
se topó, en un golpe de suerte
increíble, con su esposa. Ella
llevaba a su niña en brazos. El
señor Tanimoto estaba emocionalmente tan agotado que nada
podía sorprenderlo. No abrazó a
su esposa; simplemente le dijo:
“Ah, estás a salvo”. Ella le contó
que había regresado de Ushida
justo a tiempo para la explosión;
había quedado enterrada bajo la
parroquia con el bebé en sus brazos. Contó cómo los destrozos
la habían aplastado, cómo había
llorado la niña. Había visto una
grieta de luz y con una mano
la alcanzó y la fue agrandando
poco a poco. Después de una
media hora, le llegó el chisporreteo de la madera quemándose.
*
+!
y enseguida salió también ella,
arrastrándose. Dijo que ahora
se dirigía de nuevo a Ushida.
Tanimoto dijo que quería ver
su iglesia y ayudar a la gente
de la Asociación de Vecinos. Se
separaron tan casualmente -y
tan perplejos- como se habían
encontrado.
La gente siguió llegando en
tropel al parque Asano durante
todo el día. . . La señora Nakamura y sus hijos estuvieron
entre los primeros en llegar, y
se instalaron en el bosquecillo
de bambú cerca del río. Todos
estaban sedientos, y bebieron
agua del río. De inmediato sintieron náuseas y comenzaron a
vomitar, y todo el día sufrieron
arcadas. Otros tuvieron náuseas
también; pensaron (probablemente debido al fuerte olor de
la ionización, un “olor eléctrico”
producido por la fisión de la
bomba) que era un gas lanzado
por los norteamericanos lo que
los hacía sentirse enfermos.
Cuando el padre Kleinsorge y
los otros sacerdotes llegaron al
parque, saludando a sus amigos
al pasar, los Nakamura estaban
enfermos y abatidos. Una mujer
llamada Iwasaki, que vivía en la
vecindad de la misión y estaba
sentada cerca de los Nakamura, se levantó y preguntó a los
sacerdotes si debía quedarse
donde estaba o ir con ellos. El
padre Kleinsorge dijo: “No sé
cuál sea el lugar más seguro”.
Ella se quedó donde estaba; más
tarde, aunque no tenía ni heridas
ni quemaduras visibles, murió...
Cuando llegó el señor Tanimoto, todavía con su tazón en la
mano, el parque estaba repleto
de gente y no era fácil distinguir a los vivos de los muertos,
pues la mayoría tenían los ojos
abiertos y estaban inmóviles.
Para un occidental como el padre Kleinsorge, el silencio en el
bosquecillo junto al río, donde
cientos de personas gravemente
heridas sufrían juntas, fue uno
de los fenómenos más atroces
e imponentes que jamás había
vivido. Los heridos guardaban
silencio; nadie lloraba, muchos
menos gritaba de dolor; nadie
se quejaba; de los muchos que
murieron, ninguno murió rui-
La mañana del 20 de agosto,
mientras se vestía en casa de su
cuñada en Kabe, la señora Nakamura -que no había sufrido corte
ni quemadura alguno, aunque
había sentido náuseas durante
toda la semana. . .- notó al peinarse que el cepillo se llevaba
un manojo entero de pelo; la
segunda vez, ocurrió lo mismo,
así que de inmediato dejó de
peinarse. Pero durante los tres o
cuatro días que siguieron, su pelo
siguió cayéndose solo, hasta que
se quedó casi calva. Comenzó
a vivir dentro de la casa, prácticamente escondida. El 26 de
agosto, tanto ella como su hija
Myeko se despertaron sintiéndose débiles y muy cansadas, y se
quedaron en cama. Su hijo y su
otra hija, que habían compartido
con ella todo lo ocurrido durante
y después de la bomba, se sentían perfectamente.
Casi al mismo tiempo, el
señor Tanimoto cayó repentinamente enfermo: sentía malestar
general, cansancio y fiebre.
Ninguno de los cuatro lo sabía
entonces, pero comenzaba a
afectarlos la extraña y caprichosa
enfermedad que después sería
conocida como radiotoxemia.
Un años después de la bomba, la señorita Sasaki había quedado lisiada; la señora Nakamura
se encontraba en la indigencia;
el padre Kleinsorge estaba de
nuevo en el hospital; el doctor
Sasaki era incapaz de hacer el
trabajo que antes hacía; el doctor
Fujii había perdido el hospital de
treinta habitaciones que tantos
años le costó adquirir, y no tenía
planes de reconstruirlo; la iglesia
del señor Tanimoto estaba en
ruinas, y él ya no contaba con
su excepcional vitalidad. Las
vidas de estas seis personas, que
se contaban entre las más afortunadas de Hiroshima, habían
cambiado para siempre...
Sería imposible saber qué
horrores quedaron grabados en
la memoria de los niños que vivieron el día del bombardeo de
/'
7
!
sus recuerdos, meses después
del desastre, parecían ser los
de una excitante aventura.
Toshio Nakamura, que tenía
diez años en el momento de la
bomba, fue capaz muy pronto
de hablar con libertad, incluso
con desparpajo, acerca de la
experiencia, y algunas semanas
antes del aniversario escribió,
para su profesor de la Escuela
Primaria de Nobori-cho, un
ensayo en el cual se ceñía a
los hechos: “El día antes de la
bomba fui a nadar un rato. En
la mañana estaba comiendo
cacahuetes. Vi una luz. Caí
sobre el lugar donde dormía mi
hermana pequeña. Cuando nos
salvaron, yo sólo alcanzaba a
ver hasta el tranvía. Mi madre
y yo comenzamos a empacar
nuestras cosas. Los vecinos
caminaban por ahí heridos
y sangrando. Hataya-san me
dijo que huyera con ella. Dije
que quería esperar a mi madre.
Fuimos al parque. Hubo un
torbellino. En la noche se quemó
en el río. Pasamos una noche en
el parque. Al día siguiente fui al
puente Taiko y me encontré con
mis amigas Kikuki y Murakami.
Buscaban a sus madres. Pero la
madre de Kikuki estaba herida y
la madre de Murakami, lamentablemente, estaba muerta”.
El Servicio Noticioso Un
Mundo Que Ganar es un servicio
de Un Mundo Que Ganar, una
publicación política y teórica
inspirada por la formación del
Movimiento Revolucionario
Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninistamaoístas.
--------¡El mundo no puede esperar!
E-mail: [email protected]
4
Centro de investigación biológica de EE.UU.
Fort Daetrick, ¿detrás del brote de ébola?
La corresponsal de RT Káren Méndez investiga qué
relación tiene el centro de investigaciones biológicas
estadounidense Fort Detrick con el reciente brote de
ébola en África y a quién han beneficiado las pandemias a lo largo de la historia.
La alarma que generaron en la
población mundial distintas corporaciones mediáticas, especialmente la CNN, sobre el brote de
Ébola en países de África, y luego
su insistencia sobre la vacuna
que se encontró para curar esta
enfermedad, dejó al descubierto
muchas cosas.
Este lunes, 4 de agosto de 2014,
CNN lanzó la “exclusiva” diciendo que las autoridades estadounidenses ofrecían un tratamiento no
probado en humanos para curar el
Ébola. Además, informaron que
el medicamento ya había sido
administrado al doctor estadounidense Kent Brantly, afectado por
esta enfermedad en África, y que
los efectos en el paciente habían
sido “milagrosos”. Luego se pudo
conocer, por ellos mismos, que
el medicamento era desarrollado
por la compañía biotecnológica
con sede en San Diego, EE.UU.,
llamada Mapp Biopharmaceutica,
"
el ejército estadounidense en el
Fort Detrick, y que hace un año
inocularon el virus del Ébola a un
grupo de monos.
¿Qué es el Fort Detrick?
El Fort Detrick, ubicado en
Maryland (EE.UU.), es un centro
de investigación biológica y de
desarrollo de armas químicas que
desde hace más de 50 años se
dedica a detectar enfermedades
mediante una “manipulada ingeniería de la infección”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Fort Detrick emprendió
una intensa investigación sobre
guerra biológica que estuvo supervisada por George Merck, un
gran aliado de Hitler y presidente
de una de las mayores industrias
farmacéuticas de EE.UU.
Y es que una de las tantas cosas
que copió el gobierno estadounidense del nazismo fue su programa de guerra biológica que se
aplicó durante el Tercer Reich. A
través de la Operación Paperclip,
los servicios de inteligencia y
militares de EE.UU., llevaron de
forma secreta a EE.UU. a unos
<=="
>
[
de ellos todos sus secretos en armas químicas y experimentación
médica.
Fue así como en 1946 el Gobierno de Harry Truman reclutó prin
"
para Hitler. Una de las principales
'
>&\sable de la sección de armamento
biológico del Tercer Reich. Este
experto en enfermedades víricas
llegó a EE.UU. en 1949 y desde
entonces empezó a trabajar en la
Marina de Estados Unidos, desde
ese lugar empezó a investigar las
40 cepas mas virulentas del mundo, además de brindar asesoría a
miembros de la CIA y a los llamados bioguerreros del Fort Detrick.
Se denuncia que desde Fort Detrick se inocularon virus como el
VIH, Ébola, Peste bubónica, Antrax y Virus del Nilo Occidental.
En los años 70 el Fort Detrick
cambió de nombre. Ahora se llama instalaciones Frederick para
Investigación sobre el Cáncer, que
es supervisado por Departamento
de Defensa, el Departamento de
Seguridad Interna, CIA e Instituto
Nacional del Cáncer.
En ciudad Maryland mas de
500 familias afectadas con cáncer
sospechan que causa de su enfermedad se debe a los experimentos
químicos que hace el Cuartel Detrick cerca de sus viviendas.
En septiembre de 2010, la propia cadena estadounidense FOX,
divulgó un reportaje en el que
entrevistan a pobladores que viven
cerca de las instalaciones del Fort
Detrick, en Maryland.
Uno de los testimonios es del
agricultor Bill Krantz, quien lleva toda una vida viviendo cerca
del Fort Detrick. Él mismo dice
que desde niño veía que “desde
el Cuartel rociaban químicos en
los campos desde helicópteros,
aviones y globos aerostáticos”. El
mismo señor Krantz cuenta que
habló con el Jefe de Seguridad del
Fort Detrick y éste le aseguro que
lo que caía encima de sus tierras y
de su familia era inofensivo. Pero
con los años varios familiares de
Krantz tienen cáncer.
Otro poblador de la zona dice en
ese reportaje audiovisual de FOX
“me mudé a Frederick en 1992.
Me casé con Deborah Cross en
1993 y estuvimos casados 19 años.
Mi hija Kristen René Hernández
murió de cáncer en el cerebro en
2008. Mi esposa murió en 2010 de
cáncer renal, la metástasis le llegó
al cerebro”. Dice que han hecho
pruebas con los hidroquímicos
alrededor de la base militar y que
son los mismos dióxidos que encontraron en la sangre de su hija y
esposa, con la misma huella molecular de unos químicos extraídos
en los alrededores del lugar.
Largo expediente de
bioterrorismo
En el año 2011, el ex presidente
de Guatemala, Álvaro Colom,
denunció que Estados Unidos
inoculó enfermedades venéreas en
696 guatemaltecos durante 1946 y
1948. Ante semejante escándalo,
lo único que dijo Estados Unidos
fue “discúlpenos”. Pero Guatemala no fue el único país víctima
"
de EE.UU., es larga la lista de
crímenes de lesa humanidad que
ha cometido ese país en su guerra
biológica.
En 1931, Cornelius Rhoads
patrocinado por el Instituto Rockefeler y quien formó parte de la
Comisión de Energía Atómica
de EE.UU., infectó a cientos de
ciudadanos puertorriqueños con
células cancerígenas mientras
realizaba experimentos médicos.
En 1951, Estados Unidos utilizó
plumas de aves infectadas con Ántrax para provocar peste en Corea
^
amarilla en ese país.
En 1962, EE.UU. contaminó un
barco de caña de azúcar que hizo
escala en puerto rico rumbo a la
Union Sovietica.
En 1966, el Pentágono hizo
quebrar varias ampollas de Bacillus subtilis en las rejas de ventilación del metro de Nueva York
exponiendo a más de 1 millón de
personas a esta bacteria.
En 1970, el Fort Detrick desarrolló técnicas de biología molecular
para producir retrovirus, hoy conocido como VIH.
En la década de los 70, EE.UU.
desarrolló la Operación Mangosta.
La CIA inoculó en Cuba distintos
_
caña para afectar distintas zonas
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más de 700 cerdos y el moho azul
del tabaco que destruyó mas del
85% de esas plantaciones.
En 1981, en Cuba, introdujeron
el virus del Dengue Hemorrágico
que le costó la vida a 158 cubanos,
de ellos 61 niños.
En 1990 en Los Ángeles aplicaron de manera experimental la
vacuna del sarampión en bebes
negros e hispanos.
En 1995, el Gobierno de EE.UU.
admitió que le ofreció a criminales
"
cuantiosas sumas de dinero e inmunidad a cambio de información
sobre las investigaciones que realizaban sobre la guerra biológica.
Una semana después del ataque
a las Torres Gemelas, Estados Unidos sufrió un extraño ataque con
Ántrax. En junio de 2008, Bruce
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dounidense se suicidó antes de ser
acusado por estos atentados. Pero
Irvins no es el único científico
que pierde la vida en extrañas
circunstancias.
En julio de 2003, el científico
británico David Kelly fue hallado
muerto, dentro de su casa, luego
de darle un entrevista secreta a la
BBC de Londres, en la que con
&
Irak tuviera armas de destrucción
masiva y que simplemente era
una excusa para invadir y saquear
a ese país. Este hecho generó
innumerables interrogantes, pero
también dejó al descubierto el
perverso mundo de las guerras
biológicas de Estados Unidos y
Gran Bretaña.
Aunque las Convenciones sobre
Armas Químicas y Biológicas
ilegalizan la producción, el almacenamiento y uso de armas biológicas, Estados Unidos mantiene
los mayores arsenales de estas
armas de destrucción masiva y ha
sido el primer país en aplicarlo.
Nunca podremos olvidar lo que hicieron contra el pueblo vietnamita
y camboyano con el tristemente
recordado “Agente Naranja”,
fabricados entre el gobierno de
Estados Unidos y la farmacéutica
Bayer.
Desde el año 2001, Estados
Unidos ha gastado unos 50.000
millones de dólares en armas
biológicas. Antes de partir, el ex
presidente George Bush asignó
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millones de dólares más para
gastos en bioarmas, es decir, 39%
más de lo que se asignó para el
año 2008.
Pero también se ha denunciado
que estas bioarmas han llegado a
manos irresponsables. Así sucedió
con el caso de Cuba, cuando agentes de la Central de Inteligencia
de Estados Unidos le entregaron
a miembros del grupo terrorista
“Omega 7” armas bactereológicas para introducirlas en Cuba
y acabar con la Revolución. El
líder de la Revolución Cubana,
Fidel Castro, lo denunció en su
momento en la ONU, pero pasaron
muchos años para que el mundo
esas denuncias.
Pero propios ex funcionarios estadounidenses fueron más allá. El
ex presidente del Banco Mundial,
ex secretario de Estado de Estados
Unidos, quien ordenó el bombardeo masivo contra Vietnam, y
quien fue miembro del Programa Ampliado de Inmunización,
Robert Mcnamara, dijo en una
oportunidad a un diario francés:
“Hay que tomar medidas draco
en contra de la voluntad de las
poblaciones. La reducción de la
tasa de natalidad ha demostrado

consiguiente, debemos aumentar
la tasa de mortalidad. ¿cómo? Por
medios naturales. El hambre y la
enfermedad”
Aumentan las víctimas, suben
las acciones en la bolsa
Mientras aumentan las víctimas
de Ébola, se agudiza la paranoia
desde las corporaciones mediáticas (que también ha permitido
distraer la atención internacional
sobre verdaderas masacres como
la que ejecuta el gobierno de Israel contra Palestina), suben las
acciones de las farmacéuticas en
la bolsa.
Una noticia de CNN en Español, titulada “El Ébola impulsa a
farmacéutica en la Bolsa”, así lo
&dístico se dice textualmente:
“Las acciones de una compañía
con base en Vancouver que trabaja en una medicina para frenar
la enfermedad subieron 40% en
la última semana. (…) Tekmira
Pharmaceuticals tuvo un aumento más alto de lo usual porque
los inversionistas esperan que
las agencias de salud de Estados
Unidos aprueben un medicamento
conocido como TKM-Ebola”
Y por si fuera poco, el propio
científico estadounidense que
supuestamente inventó la vacuna
contra el Ébola en el Fort Detrick,
el señor Larry Zeitlin asegura que
“el principal obstáculo, al menos
para nosotros, es el apoyo econó_
Gobierno de EE.UU., pero llega
a borbotones (poco a poco), lo
que hace muy difícil desarrollar
rápidamente un fármaco”.
Esta historia hace recordar lo que
sucedió años atrás con las conocidas gripe aviar y gripe porcina,
que tras expandirse por distintos
países del mundo, apareció la
farmacéutica estadounidense Gilead Science promocionando un
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mientras miles y miles de personas
se desesperaban buscando el Ta!
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¿Por qué sonreía?. El documental
“Operación Pandemia” de Julián
Alterini nos lo responde.
Alternini precisa en su documental que, Donald Rumsfeld fue el
Presidente de la Gilead Science
hasta el año 2001, cuando el ex
presidente George Bush lo nombró Secretario de Defensa, puesto
desde el cual Rumsfeld aprobó
en el año 2005 un presupuesto
del cual 1200 millones de dólares
fueron destinados a su ex compañía para elaborar 20 millones de
\
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medicamentos que autorizó la
Organización Mundial de la Salud para tratar tanto la gripe aviar
como la porcina.
Todo parece indicar que la historia se repite, y que la alarma que
genera la CNN sobre el Ébola, es
impulsada por grandes empresas
farmacéuticas que dicen tener la
cura y sólo con ese anuncio ya han
logrado incrementar sus acciones
en la bolsa.
La realidad es que estas grandes
farmacéuticas junto con el Fort
Detrick son responsables, como la
historia lo demuestra, de inocular
y propagar diversos tipos de enfermedades por el mundo para así
maximizar sus ganancias a costilla
de la vida de los demás, casi siempre los africanos, a quienes aún
utilizan para sus experimentos.
La historia ya ha demostrado que
detrás de cada brote de este tipo de
enfermedades está el cartel de las
farmacéuticas, una de las indus
!
perversas del mundo.
Káren Méndez
Las declaraciones y opiniones
expresadas en este artículo son
de exclusiva responsabilidad de
su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
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