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Literatura
EL YO ELASTICO DE WALT WHITMAN
Por Eduardo Stilman
En 1843, Ralph Waldo Emerson invocó a un poeta verdaderamente original, que cantara al pueblo y la democracia
norteamericanos con voz tan novedosa como ellos. Doce años después, Walt Whitman, periodista sin antecedente
literario alguno, publicó un escuálido libro titulado Hojas de hierba, que contenía doce poemas y un prefacio, y se
apoderó del rol de “El Bardo de la democracia”. El aspecto del librito era tan enigmático como provocador: el frontispicio
no reproducía el nombre del autor sino su figura, vestida con estudiado descuido, luciendo camisa abierta, sombrero
reclinado, barbita de sátiro, en pose de “pensativa indolencia”. Su identidad se revelaba en la página 29: era “Walt
Whitman, un americano, uno de los toscos, un cosmos”; los poemas –que celebraban al hombre común y al cuerpo
humano, encarnados en el “Yo” de Whitman– carecían de título. Sus alardes y atrevimientos (entre ellos el novedoso uso
del verso libre, que a muchos se les antojó mera prosa) desencadenaron críticas agresivas. El poeta John Greenleaf
Whittier arrojó el libro al fuego. Pero Emerson le dio su espaldarazo epistolar: “Es la más extraordinaria muestra de
talento y sabiduría producida en América. Me ha proporcionado una gran alegría. Tiene los mejores méritos: fortifica y
estimula. Le doy la bienvenida en el comienzo de una gran carrera”.
Fotografía de Walt Whitman
Whitman no sólo reprodujo sin permiso el elogio de Emerson: aprovechando sus contactos periodísticos publicó a diestra
y siniestra impresionantes panegíricos que él mismo redactaba. Como este: “¡Al fin un bardo americano! ¿No lo
necesitábamos? ¡Has llegado en el momento justo, Walt Whitman!”. O este otro: “La idea que constituye la más alta
contribución de este hombre, que se alza imponente entre las vastedades de la poesía homérica y biblíca, es la idea de la
Totalidad... Posee la solución de todos y cada uno de los problemas... y su talismán es el Todo”. Lo fantástico del caso es
que sus autoelogios serían convalidados por los grandes poetas que lo sucedieron, casi sin excepción. Pessoa le hizo eco
perfecto: “¡Te saludo, Walt Whitman, mi hermano en el universo! ¡Portal a todo! ¡Puente a todo! ¡Carretera a todo!”
Allen Ginsberg dijo: “Querido padre de barba gris, maestro del antiguo coraje solitario”; García Lorca lo soñó en el East
River y el Bronx con la barba llena de mariposas. Neruda reconoció su parentesco: “Primo hermano mayor de mis
raíces... ...tú me enseñaste a ser americano”. José Martí, Ruben Darío, Hart Crane, Edgar Lee Masters, Ezra Pound, Car
Sandburg, Vladimir Maiakovsky, Langston Hughes, Wallace Stevens, también se declararon sus fieles. Pocos escaparon
al mito, a veces sofocante, que el astuto periodista de Brooklyn diseñó como un traje a su medida.
MALDITO BEODO. Nació el 31 de mayo de 1818 en West Hills, Long Island, New York. Fue el segundo de nueve
hermanos, hijos de Walter Whitman y Louisa Van Velsor. Al cumplir once años, Walt dio por terminada su educación en
escuelas públicas de Brooklyn, y empezó a trabajar, primero en un estudio jurídico, y después, en el Patriot de Long
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Island, donde aprendió tipografía y empezó a codearse con el periodismo. En 1834 publicó su primer artículo firmado en
el Mirror de New York. Amaba cruzar ida y vuelta, una y otra vez, por puro placer, en el ferry del East River, con cuyos
barqueros estableció gran camaradería. Pero debió volver a Long Island, donde fue maestro itinerante entre 1836 y
1841. Luego retornó a New York decidido a ser periodista y convertirse en escritor de ficción.
Desde entonces vivió en New York o en Brooklyn, firmando artículos e historias en una veintena de publicaciones. Con e
seudónimo “Paumanok” (nombre aborigen de Long Island) publicó también relatos y poemas convencionales y
comentarios de arte, música, teatro y ópera. Cambiaba de empleo con frecuencia, y –a pesar del atuendo con que se
mostraría en la tapa de su libro– vestía a la moda. “Habitualmente iba de levita y sombrero alto, llevaba un bastón
liviano e, invariablemente, una flor en el ojal”. Era fanático de la ópera, que le inspiraría la forma rapsódica de sus
versos, y amaba la Biblia del Rey James, cuya lectura le permitió “reinventar” el verso libre.
En 1842, a pedido del dueño del The New World escribió la novela Franklin Evans, el beodo, mamarracho destinado
a reforzar la causa de los abstemios, que cuenta la historia de un joven campesino víctima de la bebida, que causa la
muerte de tres mujeres. Carteles proclamando a Whitman “uno de los mejores novelistas del país” empapelaron los
muros, y rápidamente se vendieron veinte mil ejemplares del libro. En años posteriores, mortificado por su mera
mención, Whitman diría que lo había escrito en tres días, en estado de ebriedad.
Hacia aquellas épocas nace el misterio que convierte a Whitman en un caso único en la historia literaria. ¿Cómo un
escritor de segunda se convirtió de la noche a la mañana en un genio revolucionario que cambió la forma y el destino de
la poesía? ¿Fabricó una obra y un autor obedientes al proyecto emersoniano? ¿O se desató súbitamente la furia de su
genio? Débiles indicios sostienen ambas posibilidades. Apuntes realizados entre 1847 y 1850 contienen descubrimientos
que reaparecerían en Hojas de hierba, algunos de cuyos pasajes sugieren momentos de trance o iluminación. Estudió a
los grandes maestros, con el propósito evidente de diferir de ellos. Desechó la rima y el metro. Afinó sus ideas políticas y
actitudes raciales, radicalizando su discurso democrático, y absorbió las vicisitudes de la vida diaria y la de su patria,
para catalogarlas de manera nada común. Seguro de su genio, se convirtió en maestro del autobombo, para luchar por
un trono del que se adueñó sin mayor consulta. Todos y cada uno de los momentos de su vida –y de la vida de otros–
fueron integrados en una obra única, a la que solo su muerte puso fin. Su infancia en Long Island y en Brooklyn, el día
de 1824 en que el general Lafayette lo alzó en sus brazos y le dio un beso; la bohemia periodística y literaria, su
camaradería con los conductores de coches de alquiler y los barqueros del ferry de Brooklyn, sus viajes a la refinada
Boston y a la exótica New Orleans, el Mississippi, los remates de esclavos, el día que el “gurú”, frenólogo y editor
Lorenzo Fowler “leyó su cabeza” y le confirmó su destino excepcional; su participación como samaritano en la guerra de
Secesión; el negro, el indígena y el proletario, fueron contenidos por un “Yo” elástico, el Yo de
Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan,
Turbulento, carnal, sensual, comedor, bebedor y procreador,
Ni sentimental, ni erguido por encima de los hombres y mujeres, ni alejado de ellos,
Ni modesto ni inmodesto
.........................
Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo cuanto toco y me toca,
El olor de mis axilas es un aroma más exquisito que la plegaria,
Mi cabeza es más que las iglesias, las biblias y las doctrinas.
LA BIBLIA Y EL CALEFON. Whitman descubrió las posibilidades poéticas de la infinita catalogación, de la oratoria y de
informe periodístico, y que todo cuanto había en el universo podía celebrarlo como parte de si mismo. Su libro fue
sagazmente definido por Emerson como “Una notable combinación del Bhagavad Gita y el New York Herald”
Whitman pasaría el resto de su vida completándolo, aumentándolo, y redefiniendo su rol de Gran Poeta Nacional. Entre
la primera edición, casi un folleto, y la última, monumental, median casi cuarenta años puramente dedicados a la pasión
poética, y a menudo a las mezquinas imposturas que exige la publicidad. Ningún Hojas de hierba fue igual al anterior,
y es imposible imaginar como sería el actual si al poeta se le hubiera concedido la eternidad. Entre la guerra de Secesión
y la guerra de Irak ha corrido mucha agua bajo el puente.
Se esforzó por ingresar al mundo literario y “hacer la carrera”. Estrechó su relación con Emerson, quien lo presentó a
otras destacadas personalidades; trabó amistad con los artistas Kirke Brown, Elihu Vedder y el fotográfo Gabrie
Harrison, y cultivó la amistad de influyentes. Se hizo habitué del salón de Pfaff , donde concurría también, entre otros
radicales de la época, Ada Clare, la “Reina de la Bohemia”, madre soltera orgullosa y militante. Pasaba mucho tiempo
entre la gente humilde, para satisfacer una inclinación natural y su “hambre de caras”. Escribió los poemas de Cálamo,
que celebran la camaradería masculina (cemento de la democracia, según él), y los de Hijos de Adán, que celebran e
amor del hombre por la mujer retratando el cuerpo humano con desenfadada candidez. Ambas secciones aparecieron en
la edición de 1860, la segunda a pesar de la recomendación en contrario de Emerson. “La pasión sexual en sí misma, en
tanto normal y no pervertida, es intrínsecamente legítima y no necesariamente un tema impropio para el poeta”, repuso
Whitman. No existiendo en aquella época un cholulismo de la homosexualidad, Cálamo no molestó a nadie, ni al propio
Emerson, pero Hijos de Adán sí. La irrelevante cuestión de la sexualidad de Whitman ha sido examinada hasta la
náusea. Prefería la amistad de los hombres a la de las mujeres, y sus cartas a sus amigos de uno y otro sexo eran
cálidas y afectuosas, casi románticas. Su idea manifiesta acerca del afecto entre hombres sostenía que en un sistema
que enseña a los varones a competir y odiarse, es bueno enseñarles el afecto. Tenía la costumbre de obsequiar “anillos
de la amistad”. Envió uno, y llamó “amor”, a Anne Gilcrist, que, entusiasmada, cruzó el Atlántico para casarse con él. No
hay pruebas fehacientes de que haya sido homosexual, ni siquiera de que haya tenido sexualidad alguna.
REDOBLES DE TAMBOR. La fe optimista de Whitman en la democracia fue sometida a dura prueba por la Guerra Civil,
que estalló en 1861. Sus hermanos Andrew y George se alistaron en el ejército de la Unión. La guerra terminó con e
Whitman bohemio, y lanzó a un hombre generoso y sacrificado al más bello empleo de su vida: el cuidado de soldados
heridos en batalla. A fines de 1862, el nombre de George apareció en una lista de heridos en la batalla de
Fredericksburg. Walt se dirigió al frente. George convalecía de una herida sin importancia, pero fuera del hospital de
campaña se apilaban pies, piernas, brazos amputados. Durante dos semanas allí, y durante los años siguientes en
Washington, Whitman se dedicó al servicio hospitalario voluntario, ofreciendo todo auxilio posible a esos desdichados,
con los que estableció a menudo intensa relación afectiva. Ganó la confianza de los médicos, y el día de Año Nuevo de
1863 fue puesto a cargo de un convoy de heridos transferidos a hospitales de Washington.
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Decidió permanecer en esta ciudad, donde obtuvo un puesto en la oficina del Encargado de la Nómina del Ejército. Vivió
frugalmente, para satisfacer mínimas necesidades de sus protegidos. Para ello también recolectó miles de dólares entre
amigos y corresponsales. Se estima que durante su estada en Washington socorrió a casi cien mil soldados.
Reunió sus poemas de guerra en un libro llamado Redobles de tambor. A mediados de 1864 comenzó a quejarse de
“malestares” en la cabeza y los médicos le aconsejaron un descanso. Marchó a Brooklyn, donde restableció contacto con
amigos de la época de bohemia en Pfaff, conoció nuevos amigos y nuevas cervecerías.
El 14 de abril de 1865, a pocos días de finalizada la guerra, el presidente Lincoln fue asesinado. Whitman deambuló por
las calles de Brooklyn y New York, testigo y partícipe de la pena y dolor que incorporó en sus elegías Cuando las lilas
florecían en el patio y ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!, única muestra de verso regular y rimado en toda su obra, que
casi de inmediato se convirtió en su poema más popular.
EL BUEN POETA CANOSO. Estaba ansioso por regresar a Washington, y en enero de 1865 sus amigos le consiguieron un
puesto en la Agencia de Asuntos Indígenas del Departamento del Interior. Cuando, tras hojear su libro, el jerarca James
Harlan lo despidió sumariamente, sus partidarios, encabezados por William Douglas O’Connor, publicaron una encendida
defensa titulada El buen poeta canoso, y lograron que fuera casi inmediatamente transferido a la oficina del Fiscal
General, y luego al Departamento de Justicia del Tesoro. Con esto, Whitman ganó un mote para toda la vida y un
trabajo seguro para ocho años. Durante esta etapa en que hizo tantas relaciones, Whitman conoció también a Peter
Doyle, conductor de coche de alquiler y antiguo soldado de la Confederación, quien se convirtió en uno de sus íntimos
amigos. A pesar de la disparidad de intereses y de edades, Whitman dedicó a Doyle mucho de su tiempo. La
correspondencia entre ellos fue publicada por uno de los ejecutores literarios de Whitman bajo el título de Cálamo.
La cuarta edición de Hojas de hierba apareció a fines de 1866. Descuidada y caótica, presentada en cinco
compaginaciones diferentes, es un reflejo de las dificultades que encontraba para ordenar su obra como una totalidad.
Gracias a William Michael Rossetti, que preparó en Londres una selección “potable” para los lectores ingleses (Poemas
de Walt Whitman, 1868), el poeta encontró nuevas ideas para integrar los poemas de la guerra con el resto de la
obra. Esta edición inglesa fue el inicio de su reputación mundial.
En 1869, una amiga de Rossetti, la escritora Anne Gilchrist, leyó Hojas de hierba, reconoció su valor, y se enamoró del
carismático y abarcativo “Yo” que lo había escrito. Al año siguiente publicó un ensayo analítico sobre el libro, e inició
correspondencia con Whitman, en la que llegó a declararle su amor y proponerle matrimonio, sin que Whitman haya
acertado a mostrarse del todo disuasivo. Anne era la atractiva e inteligente viuda de Alexander Gilchrist (cuya
inconclusa biografía de William Blake, finalizada por ella, constituye todavía una referencia bibliográfica estándar), y
tenía cuatro hijos. En 1876 la escritora embaló muebles, cuadros, bibliotecas, porcelana y platería, y se trasladó a
Filadelfia, para descubrir que Walt Whitman, estaba en esos momentos lejos de calcar físicamente al “Yo” viril y robusto
del Canto de mí mismo. Descartada la relación amorosa, se estableció entre ambos profunda amistad. El poeta acudía
casi todos los días a la casa de ella en Filadelfia, donde había una habitación a él destinada. Fue un período muy feliz
para ambos. Los Gilchrist dejaron Filadelfia en abril de 1878, para pasar un año en Boston y en Nueva York. De regreso
en Inglaterra, Anne escribió un segundo ensayo sobre Whitman, Una confesión de fe, y trabajó incansablemente
organizando colectas para él. Murió en 1885 y Whitman le dedicó un poema.
HOJAS DE HIERBA QUINTA. La quinta edición fechada en 1871-1872, contenía Redobles de tambor y Pasaje a la
India. Vistas democráticas, de la misma época, es una reunión de desparejos textos en prosa, no todos inéditos.
En enero de 1873, cuando comenzaba a hacer amigos literarios en el exterior (Rudolf Schmidt en Dinamarca, Freiligrath
en Alemania, Madame Blanc en Francia, Edward Dowden en Irlanda; Anne Gilchrist, Rossetti, Swinburne, Robert
Buchanan, Roden Noel, en Inglaterra) sufrió su primer ataque cerebral. Con el lado izquierdo del cuerpo casi paralizado,
debió abandonar su puesto en el gobierno, y no pudo volver a trabajar. Tuvo que trasladarse a Camden, New Jersey,
para ponerse al cuidado de su hermano, el coronel George Whitman y su esposa. Allí pasaría los años de prueba que le
quedaban, haciendo gala de una entereza envidiable, sin abandonar un instante su libro. En mayo murió su madre.
Perdió contacto con el círculo de Washington y con Peter Doyle.
Pero hizo nuevos amigos, tan fieles como los anteriores, entre ellos el Dr. Richard Bucke; Thomas Harned, en cuya casa
el poeta conoció, en esos últimos años, multitud de compatriotas y extranjeros notables; y Horace Traubel, a quienes
designaría albaceas literarios. Hicieron de Camden lugar de peregrinación, celebridades como Oscar Wilde, Longfellow y
Bram Stoker, cuya admiración rindió a Whitman el curioso homenaje de tomarlo como modelo físico del conde Drácula.
En febrero de 1875 un segundo ataque lo impulsó a iniciar un gran esfuerzo para dar forma final a Hojas de hierba,
proyecto que no completaría hasta 1881. En 1876, para conmemorar el Centenario de la nación, publicó una edición
limitada y autografiada de su obra, en dos volúmenes de prosa y poesía, para vender en Inglaterra, con el fin de aliviar
“las estrecheces del autor... paralítico... pobre... que espera la muerte”. Con mensaje similar, publicó una denuncia sin
firma en West Jersey Press, titulada Actual situación americana de Walt Whitman, según la cual, aunque
aplaudido en el exterior, vivía en Estados Unidos en la mayor pobreza. Sus admiradores ingleses iniciaron una colecta,
pero observadores locales denunciaron una triquiñuela. Su salud mejoró, y durante un período realizó varios viajes, en
uno de los cuales llegó a Canadá para visitar al Dr. Bucke. A principios de 1879 pronunció en Nueva York su primera
conferencia sobre Abraham Lincoln, que repetiría una docena de veces hasta 1890.
HOJAS DE HIERBA SEXTA. Entre agosto y octubre de 1881 permaneció en Boston, supervisando la sexta edición de
Hojas de hierba, que preparaba desde 1875. La obra fue declarada obscena, Whitman se negó a revisar su contenido,
y el editor Osgood desistió de comercializarla. Esto hizo que el libro se agotara rápidamente cuando vio la luz en
Filadelfia en 1882, año en que Whitman publicó también la prosa de Días Ejemplares.
En 1884, con las ganancias de la sexta edición compró su casa de la calle Mickle 328, en Camden. Sus seguidores
contribuyeron para regalarle una calesa y contratar un conductor, gracias a lo cual pudo pasear y visitar conocidos y
vecinos.
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Otro ataque, en 1886, no le impidió repetir su conferencia sobre Lincoln en Elkton, Camden y Haddonfield entre febrero
y mayo del año siguiente. Sus amigos continuaban promoviendo colectas en su favor: seguidores de Boston le enviaron
ochocientos dólares para la compra de una cabaña de verano en Timber Creek. Whitman jamás compró la cabaña, pero
destinó parte del dinero al proyecto de su mausoleo en el cementerio de Camden.
Casa de Walt Whitman
La conferencia del 14 de abril de 1887 en el Madison Square Theather deNueva York, seguida por una recepción en e
Hotel Westminster, recaudó 600 dólares. Posó para el escultor Sidney Morse, y para Herbert Gilchrist, J. W. Alexander y
Thomas Eakins.
En junio de1888, un nuevo ataque lo postró. Horace Traubel comenzó a visitarlo casi diariamente, y a tomar las notas
que utilizaría para preparar los nueve volúmenes de Nueve Años con Walt Whitman. También ayudó al poeta a
preparar sus últimas publicaciones. A pesar de sufrir otra serie casi fatal de ataques, Whitman dio a luz Ramas de
Noviembre, y el monumental Poemas y Prosa Completos de Walt Whitman 1855-1888, prácticamente compilado
por Traubel.
El 31 de mayo de 1889, sus amigos celebraron el septuagésimo cumpleaños de Whitman en Filadelfia: él no concurrió a
banquete, pero sí a escuchar los discursos de sobremesa. Confinado en una silla de ruedas, mientras su salud se
deterioraba rápidamente, dependía del constante cuidado de sus muchos amigos. En abril de 1890 dió su última
conferencia en Filadelfia. Y tras veinte años de guardar silencio ante la insistencia del escritor y militante “gay” inglés
John Addington Symonds, que pretendía que “aclarara el carácter” de la camaradería celebrada en los poemas de
Cálamo, Whitman le escribió rechazando de plano sus “mórbidas inferencias”, e informándole que, aunque nunca se
había casado, era padre de seis hijos ilegítimos, dos de ellos muertos. En octubre contrató la construcción de un
mausoleo en la parcela que el cementerio de Harleigh, Camden, le había donado en 1885. Él mismo lo diseñó, y
especificó que la pesada puerta de piedra debía permanecer siempre abierta, por si a su espíritu se le antojara vagar por
el mundo. Hoy en día, los paseantes que pagan el tour a este sepulcro, no se encuentran con su espíritu, sino con un
actor que, caracterizando al poeta, emerge del interior del mausoleo con un ejemplar encuadernado de Hojas de hierba
en las manos.
Sus dos últimas publicaciones fuero Adiós, mi fantasía (1891), y la llamada “edición del lecho de muerte” de Hojas de
hierba (1892)
Murió el 26 de marzo de 1892. Diez días antes había entregado a Traubel su último poema. Obituarios referidos a su
vida y obra se publicaron en los periódicos más importantes de los Estados Unidos y en Londres. Una muchedumbre
concurrió a su funeral; por momentos la fila de admiradores se extendió a lo largo de tres cuadras. El New York Times
dio la nota excéntrica, declarando que Whitman “no puede ser llamado un gran poeta, a menos que neguemos que la
poesía sea un arte”. Uno de los discursos fúnebres, dijo, en cambio, que “Whitman marchó entre los hombres, entre los
escritores, entre los lustradores y barnizadores verbales, entre los sastres y sombrereros literarios, con la inconsciente
majestad de un dios antiguo”. Y en Camden, 1892, Jorge Luis Borges le rendiría curioso homenaje: un poema que es e
puro verso libre del maestro, pero termina mostrando que las posibilidades del metro y la rima no están muertas: que
hasta es posible encontrar palabras que rimen con Whitman:
Su voz declara: casi no soy
Pero mis versos ritman
La vida y su esplendor,
Yo fui Walt Whitman.
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Página Corregida por Walt Whitman
Publicación: Septiembre 2009
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