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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A S E P T I E M B R E 2 0 1 1
No se puede conquistar
al público para la causa
de la ciencia con los modos
del matón del patio de recreo
—SERGIO
DE RÉGULES
Todos
para la
ciencia
Además LAS PORTADAS
y LOS ROSTROS
DEL FONDO
489
489
D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
Joaquín Díez-Canedo Flores
DIRECTOR GENERAL DEL FCE
Tomás Granados Salinas
DIRECTOR DE LA GACETA
Moramay Herrera Kuri
JEFA DE REDACCIÓN
Ricardo Nudelman, Martí Soler,
Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo
Tomás, Nina Álvarez-Icaza, Juan Carlos
Rodríguez, Alejandra Vázquez
CONSEJO EDITORIAL
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
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León Muñoz Santini
DISEÑO
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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es una publicación mensual editada por el
Fondo de Cultura Económica, con domicilio
en Carretera Picacho-Ajusco 227, C. P. 14738,
Colonia Bosques del Pedregal, Delegación
Tlalpan, Distrito Federal, México.
Editor responsable: Tomás Granados Salinas.
Certificado de Licitud de Título 8635 y de
Licitud de Contenido 6080, expedidos por
la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es un nombre registrado en el Instituto
Nacional del Derecho de Autor, con el
número 04-2001-112210102100, el 22
de noviembre de 2001. Registro Postal,
Publicación Periódica: pp09-0206.
Distribuida por el propio
Fondo de Cultura Económica.
ISSN: 0185-3716
SUMARIO
PROBLEMAS Juan Gelman 0 3
ESPEJO Y GUÍA Juan Nepote 0 6
ALEJANDRA JÁIDAR,
PIONERA MÚLTIPLE Jorge Flores Valdés 0 8
PEQUEÑO APUNTE PARA LA
HISTORIA DE UNA GRAN COLECCIÓN Rafael Vargas 0 9
ALAS DE PAPEL PARA LA CIENCIA Julieta Fierro 1 1
¿PARA QUIÉN TRABAJA
SU PERIODISTA FAVORITA? Javier Crúz 1 3
10 POR CIENTO Enrique Gánem 1 5
NO QUIERO LATINES Sergio de Régules 1 7
¿POR QUÉ ES DIFÍCIL
DIVULGAR MATEMÁTICAS? Carlos Prieto de Castro 1 9
CAPITEL Tomás Granados Salinas 2 0
NOVEDADES DE SEPTIEMBRE DE 2011 2 0
EL ROSTRO Y LA ENTRAÑA Víctor Díaz Arciniega 2 2
D
esde México primero, para todos
después: nuestra principal colección de
libros de divulgación científica cumple
este mes 25 años de actividad. Entre
Un Universo en expansión, de Luis Felipe
Rodríguez, y Venenos: armas químicas
de la naturaleza, de Juan Luis Cifuentes
y Fabio Germán Cupul, hay otras 227
obras que exploran diversas caras del
conocimiento científico: mucha física
y biología —incluidas la ecología y las ciencias del mar—, abundante
astronomía y medicina, un poco de química y matemáticas, más algunas
pinceladas de ciencias aplicadas, filosofía de la ciencia y aun manuales
para usar estos volúmenes en el salón de clases.
Para festejar este cuarto de siglo hemos reunido en esta entrega textos
que reviven el momento y la gente que participó en el alumbramiento de
la serie, pero sobre todo un conjunto de ensayos sobre la importancia de
que la ciencia esté presente en la sociedad. Festejamos, pues, con la vista
en el pasado —ahí cuando la insustituible Alejandra Jáidar encendió la
chispa original de la colección— y en el futuro, para lo cual invitamos
a un grupo de notables comunicadores de la ciencia —divulgadores
profesionales, periodistas, científicos en activo— a reflexionar sobre
los retos y las responsabilidades que enfrentan al llevar el saber de la
ciencia al público no especializado. Ellos dan el nombre a esta edición de
La Gaceta, pues trabajan, cavilan, escriben todos para la ciencia. Todos
también compartimos la certeza de que las ciencias no deben permanecer
en el aislamiento de cubículos y laboratorios, sino que deben nutrir a la
sociedad, contribuir a la formación de sus ciudadanos, aportar soluciones
a sus problemas: deben hacerse públicas, es decir publicarse.
Este mismo mes lanzaremos la convocatoria a la duodécima edición
del concurso Leamos La Ciencia para Todos, gracias al cual un mundo de
jóvenes de todo el país leen y comentan los libros de la serie. Para obtener
mayor información, invitamos al lector interesado a visitar
www.lacienciaparatodos.mx.W
PORTADA
Collage de León Muñoz Santini
2
a
SEPTIEMBRE DE 2011
POESÍA
En dos anchos volúmenes, circula ya con nuestro sello la Poesía reunida de Juan Gelman.
En sus versos de factura simple, habitados por las cosas y los seres de todos los días, hay siempre
una exploración de algo superior, un paseo por las alturas. Sirva de ejemplo este poema, tomado del último
trozo del segundo tomo, intitulado El emperrado corazón amora
Problemas
JUAN GELMAN
Se desplaza el estado territorial
a un gorrión que lo mira,
masa esparcida en ojos negros.
Come y no se repite, migajas, el alcol
quema el labio para que nada sufra.
El rayo rompió la nube donde
navegaba un sopor escondido.
Torbellinos muy altos
dan y toman palabras
ausentes de sus antes.
Todo lo que hacen el cielo, el agua,
la tierra, el fuego, abraza
lo que seremos como fuimos,
los racimos que curan
asmas de la memoria.
Las alas de la almohada blanca
son materia sin nombre,
ignoran el plumaje del mal
suyo en jardines.W
SEPTIEMBRE DE 2011
a
3
4
a
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: LAURA ESPONDA AGUILAR
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
TODOS
PARA LA
CIENCIA
Recordamos aquí el nacimiento de
La Ciencia para Todos, hace 25 años:
el momento en que surgió, parte de su
trayectoria y a dos de sus promotores:
la física Alejandra Jáidar y el editor
Jaime García Terrés.
Y procuramos ver qué es y cómo debe
ser la comunicación entre científicos y
el público en general; de ese sutil nexo
depende que la sociedad se apropie
de los saberes de la ciencia
SEPTIEMBRE DE 2011
a
5
Ilustración: M AUR IC IO G ÓM EZ M OR IN
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
Un cuarto de siglo cumple La Ciencia para Todos, la colección con que el Fondo
busca poner en contacto a los hacedores del conocimiento científico con sus lectores no
especializados. En esos 25 años el mundo —incluidos desde luego los submundos de la
ciencia y de los libros— se ha transformado de manera radical, por lo que no es inoportuno
acompañar el festejo con reflexiones acerca del porvenir de esta serie
PERFIL
Espejo y guía
JUAN NEPOTE
6
a
SEPTIEMBRE DE 2011
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
H
ay dos batallas que en
México todavía no hemos sabido ganar: mejorar la imagen pública
de la ciencia, hasta que
se la reconozca como
parte fundamental de
aquello que nombramos cultura, es decir,
que incorporemos una
actitud científica a nuestro conjunto de costumbres,
pasiones y creencias; la otra tiene que ver con el desdén —dentro de la comunidad de investigadores— hacia la divulgación científica, porque parece ignorarse
que cuando el físico británico John Ziman defendía
que “el científico es un hombre de pluma; escribir libros es su vocación” de lo que hablaba era del compromiso que los científicos deben honrar para construir
canales de comunicación entre la ciencia y el resto
de la sociedad. No se han ganado esas dos batallas,
pero tampoco han faltado intentos. ¿Un ejemplo? La
Ciencia para Todos, que, sin interrupción, viene publicando el Fondo de Cultura Económica desde hace
exactamente un cuarto de siglo. Es el esfuerzo más
extenso y perdurable de libros de divulgación científica en lengua castellana. Para bien o para mal, es un
auténtico homenaje a la bibliodiversidad.
Ni el país ni el mundo que vio nacer esos libros
existen más: en 1986 no había ni el más mínimo asomo de Hotmail, Facebook, Twitter o Google (Tim
Berners-Lee habría de desarrollar la web tres años
después) y la mayor parte de los televisores mexicanos sintonizaban únicamente programas nacionales, 24 Horas con Jacobo Zabludovsky o Siempre en
Domingo con Raúl Velasco. Para recibir una llamada
telefónica había que esperar hasta llegar a la oficina
ta en nuestro país son extranjeros. Ello es reflejo de la
juventud de nuestra comunidad científica. Pero ésta,
al acercarse ahora a su madurez, hace posible la publicación de una serie de libros de divulgación científica,
escritos por autores de México, con el objeto de que el
público de habla española se entere, en su propio idioma, de lo que se sabe, se investiga y se conjetura en el
dominio de la ciencia”, se leía en la entusiasta presentación de los primeros libros.
La misión era, pues, tornar visible el quehacer de la
comunidad científica nacional. Y la meta consistía en
hacer libros baratos con grandes tirajes; publicar un
título cada mes, difundir la ciencia hecha en México. Y
el proyecto no pecaba de autismo: ese mismo año nació
la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia
y la Técnica; en 1984 se había fundado el Sistema Nacional de Investigadores y en 1971, el Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología; por esa época la Academia de
la Investigación Científica, nacida en 1959, estaba por
transformarse en la Academia Mexicana de Ciencias,
institución de valiosa pertinencia social. Además, a
los buenos oficios del fce y su experiencia probada en
proyectos editoriales, se sumaba otra ventaja: las colecciones de libros de ciencia en castellano por aquellos tiempos eran prácticamente inexistentes. Así que
había condiciones suficientes para que La Ciencia desde México entregara buenas cuentas. Y la respuesta de
los lectores fue inesperada, por generosa: ahora, luego
de 25 largos años, se contabilizan cerca de 5 millones
de ejemplares vendidos de los casi 230 títulos que conforman la colección. Nadie más en el mundo ha hecho
algo así.
Porque el entusiasmo rápidamente se desbordó,
hasta apurar un replanteamiento en el proyecto editorial: en un principio se invitaba sólo a investigadores
mexicanos a escribir los libros, pero en 1996 se amplió
lengua— que Libraria entregó con exquisito cuidado editorial en los primeros años del siglo xxi.
Y si en México, fuera de estos ejemplos, las editoriales han mostrado cierta miopía para estimular la perpetuación de la especie, en otras latitudes han sabido aprovechar el interés masivo que
genera la lectura de divulgación científica: ahí está
Metatemas, de Tusquets Editores; Drakontos, de
Editorial Crítica, o Ciencia que Ladra…, de Siglo
xxi Editores de Argentina, cada una dirigida por
un personaje bastante peculiar, que se encarga
de imprimir su sello de editor y perfilar el diálogo
entre los lectores y los libros: Jorge Wagensberg,
José Manuel Sánchez Ron y Diego Golombek, respectivamente, quienes contemplan su obra editorial como una totalidad codependiente y continua,
compatible al anhelo de Roberto Calasso: “cada título es como el capítulo de una novela completa”.
La Ciencia para Todos, en cambio, cuenta con
todo un comité de selección compuesto por una
veintena de investigadores de primer nivel, más
el cuidado de uno o varios responsables por parte de la editorial. Esto tiene como resultado que la
colección sea irregular en estilo, extensión y calidad, con obras absolutamente deliciosas, clásicas
(en la acepción de Italo Calvino: “un clásico es un
libro que nunca termina de decir lo que tiene que
decir”) y que se reimprimen con pasmosa constancia, junto con otros libros ilegibles, más próximos a
un reporte de trabajo pobremente escrito que a un
verdadero texto de divulgación científica; mientras
Metatemas y Drakontos hacen apuestas seguras,
pagando los derechos de traducción de autores de
rimbombante fama mundial, La Ciencia para Todos representa un escenario valiosísimo para que
los investigadores establezcan una conversación
“
LA MISIÓN ERA, TORNAR VISIBLE EL QUEHACER
DE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA NACIONAL
Y LA META CONSISTÍA EN HACER LIBROS BARATOS CON GRANDES TIRAJES
”
o a la casa, la mayoría de las compras se pagaban en
efectivo y para realizar un trámite bancario había
que acudir al banco, entre lunes y viernes. En ese
mismo año, y en el Estadio Azteca, Diego Armando
Maradona dio la cátedra de futbol más sublime, el
transbordador Challenger se desintegró repentina,
inexplicablemente, apenas un minuto después de
haber dejado el suelo del Kennedy Space Center en
Florida, el cometa Halley se dejó ver en la Tierra por
segunda vez durante el siglo xx y la central nuclear
de Chernóbil dejó escapar a la atmósfera una cantidad letal de material radiactivo. En 1986 nos enteramos de las muertes de Juan Rulfo, Simone de Beauvoir y Jorge Luis Borges, y como precaria consolación habríamos de enterarnos de los nacimientos de
Robert Pattinson, Lady Gaga y Megan Fox. Se trata
del mismo año de lanzamiento de la campaña Rock
en tu Idioma que trajo a nuestro país a Soda Stereo,
Enanitos Verdes, Radio Futura, Alaska y Dinarama, Hombres G, efervescencia que estimuló a músicos mexicanos como Caifanes, Fobia, Café Tacuba o
Kenny y los Eléctricos.
Fue allí y entonces que —en medio de una gran
crisis financiera (la enésima, la de siempre)— el poeta Jaime García Terrés, director general del Fondo;
Alejandra Jáidar, imparable científica y la primera
mujer que se licenció como física en la Facultad de
Ciencias de la unam; y María del Carmen Farías, recién incorporada al fce para hacerse cargo del Área
de Ciencia y Tecnología, labor que desempeñó por
veinte años de manera impecable, pariendo y cuidando para la editorial un acervo envidiable, imaginaron unos libros donde “los jóvenes conocieran
algo de ciencia de manera amable”. Con la complicidad de varios investigadores mexicanos destacados,
y gracias al patrocinio de la Secretaría de Educación
Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, en septiembre de 1986 nació La Ciencia desde
México. “La mayoría de los libros científicos a la ven-
SEPTIEMBRE DE 2011
la convocatoria a científicos de toda Hispanoamérica:
“Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar
Océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores,
científicos y técnicos, que extienden sus actividades
por todos los campos de la ciencia moderna, la cual
se encuentra en plena revolución y continuamente va
cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto
nos rodea”, anuncia todavía la presentación que antecede a cada uno de los textos. Diego Golombek, biólogo
argentino de significativa relevancia internacional y
uno de los líderes más respetados en comunicación de
la ciencia, recuerda que “durante un tiempo La Ciencia
para Todos era nuestro reducto secreto —o no tan secreto— para tener acceso a literatura científica apasionante, escrita por vecinos de idioma (o casi…) y de intereses. Con títulos prometedores conocimos a nuestros colegas mexicanos y alguna que otra traducción
que se volvía accesible al lado de los imposibles precios
en pesetas o euros o dólares. Así, los stands del fce o
de México en la feria del libro de Buenos Aires eran de
los primeros en ser depredados en busca de la ciencia
de los cielos, de los amores o de los tiempos.”
Y es que La Ciencia para Todos ha servido de referencia —de espejo, que lo mismo refleja atinadas
virtudes que defectos imperdonables— a otros proyectos más o menos semejantes: desde Viajeros del
Conocimiento, la colección que en la década de los
noventa dirigió Victoria Schussheim en Pangea Editores —una serie de biografías de científicos de todas
las épocas, escritas por divulgadores e investigadores
mexicanos, acompañadas con traducciones de textos
originales del personaje en cuestión—, hasta los libros
que sigue publicando adn Editores bajo el nombre de
Viaje al Centro de la Ciencia, original combinación de
recursos literarios y divulgación científica a cargo de
autores mexicanos, o la sorprendente qed, colección
de sustanciales libros de matemáticas y astronomía
—hasta ese momento inéditos o agotados en nuestra
a
directa con los lectores y relaten sus historias. Esto
tiene como resultado un universo bibliográfico
rico y novedoso, rabiosamente único, una inspiradora ventana hacia la realidad, como acota Golombek: “tal vez La Ciencia para Todos haya tenido la
virtud máxima de servirnos de espejo y de guía, de
demostrarnos que la aventura científica también
puede tener cara y territorio, lenguaje propio y entusiasmo. De ese camino seguramente surgieron
honestos admiradores e imitadores en Latinoamérica —unos verdaderos Salieris de la ciencia—… y
en eso estamos.”
El impacto de estos 25 años de existencia de La
Ciencia para Todos es inconmensurable. Ha tenido
una influencia determinante en la formalización
de la investigación científica en México, y quizás
haya llegado el momento de que haga algo semejante por la divulgación científica de nuestro país,
para que deje de ser una actividad marginada de la
ciencia oficial. Celebrar el venerable pasado y el saludable presente de uno de los proyectos más importantes en nuestro idioma para popularizar la
ciencia debe ser una invitación a reflexionar sobre
cómo queremos que sea su futuro. Porque los retos de hoy son muy distintos de los de 1986. Ya en
el prólogo a Un universo en expansión, el primero de
los libros de la colección, el enormísimo Guillermo
Haro señalaba que “la ciencia sólo puede sobrevivir si se concibe como un proceso infinito, que día
con día se supera y que nunca termina”; así también es interminable el sendero de la creación de
libros para la ensoñación y la comprensión del universo que habitamos.W
Juan Nepote escribe sobre ciencia y sociedad para
La Jornada Jalisco y para Ciencia y Desarrollo.
Su libro más reciente, Científicos en el ring. Luchas,
pleitos y peleas en la ciencia, será publicado en
Argentina por Siglo XXI Editores.
7
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
La dinamo que proveyó la fuerza para el surgimiento de La Ciencia desde México ya
no está con nosotros. Fallecida en 1988, Alejandra Jáidar ocupa un lugar central en la
historia, y aun en la mitología, de esta colección, por lo que deseábamos rendirle un
homenaje en estas páginas memoriosas. Quién mejor para hacerlo que uno de su mayores
cómplices en esta ardua y fecunda labor
PERFIL
Alejandra Jáidar,
pionera múltiple
J O R G E F L O R E S VA L D É S
S
i ha habido una mujer promotora de la ciencia mexicana,
ella fue la indomable Alejandra
Jáidar. Fue pionera en más de
un sentido. A finales de 1961 se
recibió como física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de
México. Fue la primera mujer
que obtuvo la licenciatura en
esta disciplina en México. Siempre se interesó por divulgar la ciencia. Fue pionera también en la organización de las ferias de ciencia, donde estudiantes de
secundaria y preparatoria concursaban presentando
equipos y experimentos inventados por ellos. Pero
cuando el entusiasmo de Alejandra dejó una huella
más profunda, fue al convertirse en la pionera de La
Ciencia desde México, hoy La Ciencia para Todos,
colección de libros del Fondo de Cultura Económica
que este septiembre cumple un cuarto de siglo.
En 1985 la producción de libros dedicados a la divulgación de la ciencia era magra, casi inexistente.
Se habían dado ya los sepSetentas, colección exitosa
para difundir la cultura. Resultaba evidente, sin embargo, que para los editores de esos libritos la ciencia
no formaba parte de la cultura. Quedaba un hueco en
la producción editorial mexicana. Se requería de la
pasión de Alejandra para llenar este hueco.
La historia empezó cuando Alejandra y su amigo
Jorge Farías, a la sazón gerente general del Fondo,
me propusieron crear una serie de libros sobre ciencia, producidos por investigadores que trabajaran en
nuestro país. Me solicitaban el apoyo de la Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica, que entonces estaba a mi cargo. De esa discusión,
una más de las muchas en las que sucumbí al encanto de Alejandra, surgió la que luego sería La Ciencia
desde México. Poco después, Alejandra logró que un
grupo de científicos nos reuniéramos con don Jaime
García Terrés, director del fce, para plantear la idea
de la colección. Ahí se decidió crear un comité de
selección de los títulos y de los autores, coordinado
—por quién más— ¡por la pionera! Todo eso ocurrió
8
en enero de 1985, veinte meses antes de que aparecieran los primeros ejemplares de nuestra colección. A la
muerte del secretario Jesús Reyes Heroles, fui forzado
a abandonar la sep; afortunadamente, Salvador Malo,
físico y amigo también de Alejandra, continuó apoyándola. Se consiguió que la empresa fuera conjunta entre
el Conacyt, la sep y el Fondo, y también se echó a andar el comité de selección.
Alejandra nos reunía, al menos una vez al mes, en
una salita de juntas cerca de su oficina del Instituto
de Física, en un edificio que se conocía como Colisur.
Así se llamaba, porque el departamento en que trabajaba Ale era el Departamento de Colisiones y el edificio se hallaba al sur del edificio principal del Instituto. Recuerdo esas reuniones con gran gusto, pues el
entusiasmo que irradiaba nuestra coordinadora era
contagioso. Esto nos llevaba a proponer algunas locuras: tirajes de 30 mil ejemplares, publicación de un libro cada mes, conseguir que los investigadores —que
siempre decían estar muy ocupados y no tener tiempo
para actividades inferiores, como divulgar la ciencia—
se comprometieran a escribir un texto. Ahí entraba
también la física Jáidar.
En las reuniones del comité de selección se pensaba en cuáles autores y qué temas deberían proponerse.
Una vez decididos los dejábamos a merced de Alejandra. Ella los visitaba, les proponía ser autores, y casi todos sucumbían. Se les pedía un índice del libro y un primer capítulo. Si el comité lo aceptaba, el autor firmaba
un compromiso con el Fondo y recibía un adelanto de
regalías. Este último ayudaba pero en última instancia
lo decisivo era la pasión que Ale ponía para lograr su
objetivo: echar a andar La Ciencia desde México.
Nuestra coordinadora logró en pocos meses lo que
parecía imposible. Convenció a decenas de científicos
de que escribieran un libro dirigido a un público general. Como muestra se publicó uno con tema astronómico, cuyo autor fue Luis Felipe Rodríguez. A la postre es el más vendido de toda la colección. Finalmente,
en ocasión del aniversario de la fundación del Fondo
de Cultura Económica, con la presencia del presidente Miguel de la Madrid, se lanzaron en septiembre de
1986 los tres primeros títulos de La Ciencia desde Mé-
a
xico: el número uno fue el ya mencionado de Luis
Felipe; el número dos de la serie, escrito por Juan
Luis Cifuentes y dos colaboradoras, y que sería el
primero de una larga serie de libros sobre el mar y
sus recursos; y tuve la suerte de que el libro número tres me contara entre sus coautores.
Por parte del Fondo, el primer encargado de la
serie fue el escritor Felipe Garrido. Pronto tomó
esta posición María del Carmen Farías, egresada de
la Facultad de Filosofía y Letras pero actriz de vocación. Con ello se conjuntaba un temible equipo:
Alejandra y Maricarmen, juntas, resultaban irresistibles y los autores no podían dejar de cumplir
su compromiso. Así, estas dos mujeres consiguieron hacer realidad la serie de libros sobre ciencia
más larga en la historia no se diga de México sino,
me parece, de toda la historia de la humanidad.
Alejandra fue importante, también, para la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica. Ella fue la secretaria de la primera mesa directiva. Por ello la Somedicyt estableció
después el Premio Nacional de Divulgación de la
Ciencia Alejandra Jáidar. También su labor resultó
crucial para conseguir fondos de la iniciativa privada para la construcción de la biblioteca del Instituto de Física, el cual fue siempre su casa. Por ello y
todo lo que hizo por nuestro Instituto, al auditorio
principal se le impuso el nombre de Alejandra Jáidar. Estos dos hechos, el premio y el auditorio que
llevan su nombre, muestran el gran aprecio que
muchos colegas físicos y divulgadores tenían por
la encantadora Ale. Por ello, con gran pena, recibimos la noticia de su muerte, ocurrida en 1988. Surgió un hueco difícil de llenar.W
Jorge Flores Valdés, investigador emérito
del Instituto de Física de la UNAM, es un tenaz
divulgador del conocimiento científico: impulsó
los Domingos en la Ciencia, dirigió el Universum
y el Museo de la Luz, ha escrito decenas de artículos
para lectores no especializados y libros como
La gran ilusión.
SEPTIEMBRE DE 2011
fotografía: HÉC TOR G AR C ÍA
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
La visionaria iniciativa de Alejandra Jáidar encontró en Jaime García Terrés la
sensibilidad necesaria para convertir en ejemplares —cientos de miles de ejemplares—
lo que era sólo una idea. Y es que el poeta era un frecuentador de la cultura científica, esa que
C. P. Snow vio, con pesar, separada de la literaria: en su biblioteca personal,
varios centenares de libros atestiguan su afición por el saber científico
PERFIL
Pequeño apunte para la historia
de una gran colección
R A FA E L VA R G A S
H
ans Magnus Enzensberger ha señalado
cuán frecuente es oír
a gente bien instruida e inteligente confesar su ignorancia
respecto de las matemáticas con una
singular mezcla de
despecho y desdén:
“¿Las fórmulas matemáticas?, eso para mí es veneno,
yo ahí desconecto sin más.” Y le asombra, con razón,
que si bien su exclusión de la esfera de la cultura “equivale a una especie de castración intelectual, no parece
molestar a nadie. “A quien encuentra lamentable este
estado de cosas […] se le mira como un ser extraño.”1
Esta especie de analfabetismo que padecemos
quienes no sabemos casi nada en relación con los números, más allá de sencillas operaciones aritméticas, se extiende al resto de las vulgarmente llamadas
“ciencias duras” (física, química, biología, astronomía, geología), de las cuales acaso conocemos datos
históricos, algunas anécdotas y una parte mínima de
su vocabulario, pero nada más.
La división de los estudios superiores entre humanidades y ciencias, generada a raíz de las ideas
científicas que produjo la Ilustración y profundizada
por la revolución industrial a finales del siglo xviii,
dio pie a una escisión cultural que desde hace tiempo
ha puesto en entredicho el sistema educativo occidental. Los primeros en referirse a ella fueron Thomas Henry Huxley (1825-1895), médico especializado en fisiología y anatomía comparativa —abuelo de
Aldous y Julian Huxley—, y el poeta Matthew Arnold
(1822-1888), que durante 35 años fue inspector escolar de enseñanza primaria.
En 1880, invitado a pronunciar el discurso inaugural de cursos en Mason College, institución fun-
dada en Birmingham cinco años antes para brindar
educación científica a quienes se dedicarían a la manufacturación industrial, Huxley abogó por conceder a la
educación científica el mismo nivel de prestigio social
que disfrutaba la educación clásica tradicional, basada
principalmente en el estudio de las letras y la filosofía.
Dos años después, en el marco de una de las famosas
conferencias anuales Rede,2 en la Senate House de la
Universidad de Cambridge, Matthew Arnold habló sobre “Literatura y ciencia”, y en el curso de sus reflexiones
respondió a Huxley que el estudio de la literatura incluía
también el examen de clásicos científicos como los Principia, de Newton, y El origen de las especies, de Darwin,
del cual T. H. Huxley era un apasionado defensor. Pero
si no tuvo inconveniente en aceptar que la enseñanza
de las ciencias naturales podía producir especialistas
de valía, Arnold mantuvo que las letras (en especial las
griegas y latinas) eran condición indispensable para la
existencia de un hombre verdaderamente educado.
Huxley y Arnold eran amigos, pero sus orígenes
eran muy distintos: mientras que el primero era un autodidacta proveniente de una familia modesta, el segundo era hijo de un distinguido profesor universitario que le había proporcionado una educación refinada. La diferencia era grande en aquel tiempo. Muchas
familias privilegiadas creían que las ciencias no eran
carreras adecuadas para un caballero, de la misma
manera en que hoy se tiende a desdeñar los estudios
técnicos. Ésa era la posición de Arnold. El intercambio
entre él y Huxley anticipa la polémica que sostendrían
ochenta años después Charles Percy Snow (1905-1980)
y Frank Raymond Leavis (1895-1978).
El 7 de mayo de 1959 correspondió al físico y novelista C. P. Snow, como era comúnmente conocido, pronunciar la conferencia Rede de ese año, en el mismo
lugar en el que lo había hecho Arnold. Snow, quien ya
era una celebridad pública, habló sobre un asunto en
el que, según señaló, venía pensando desde hacía un
buen tiempo: la existencia de dos culturas, claramente diferenciadas, y cada vez más apartadas una
de otra, al punto de volverse excluyentes. Era algo
que había descubierto, dijo, dada su propia condición de científico y autor literario, que le permitía
moverse “entre dos grupos, comparables en inteligencia, de idéntica raza, no muy distinto origen
social e ingresos parecidos, pero que habían dejado
de comunicarse casi por completo, cuyos ambientes intelectuales, morales y psicológicos tenían tan
poco en común que en vez de ir de Burlington House o de South Kensignton a Chelsea uno bien podría haber cruzado un océano.”3
Resumida de manera muy gruesa, la conferencia
de Snow planteaba que los hombres de letras abusivamente se habían autodenominado intelectuales,
negándoles esa misma calidad a los científicos. Si a
los escritores les parecía patético que un científico
ignorase la obra de Shakespeare, para los científicos era grotesco que un humanista no supiera nada
de física en pleno siglo xx. El sistema educativo inglés había fomentado esa división, que no era privativa del Reino Unido, pues se había extendido a
toda la cultura occidental. Peor era que, al haber
privilegiado la enseñanza de las humanidades a
costa de la educación científica, el sistema educativo había propiciado que las élites gobernantes carecieran de información científica, esencial para
tomar decisiones que afectaban profundamente
a sus sociedades. Una nueva política educativa no
bastaba por sí sola para remediar esa enorme brecha, concluía Snow, pero sin ella ni siquiera se podía empezar a enfrentarla.
En un principio su tesis suscitó una serie de
reacciones muy favorables por parte de personajes tan distinguidos como Bertrand Russell y John
Cockroft (premio Nobel de Física en 1951), pero a
comienzos de 1962 F. R. Leavis, uno de los más dis-
1“Puente levadizo fuera de servicio o las matemáticas en el más allá de
la cultura”, en Los elixires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y en
prosa, traducción de Ángel Repáraz, Anagrama, Barcelona, 2002.
2Las conferencias Rede, llamadas así en memoria de sir Robert Rede,
se iniciaron a finales del siglo xvii y se mantienen hasta el día de hoy. Se
considera un gran honor ser invitado a impartirlas.
3Cito la versión al español hecha por Mónica Utrilla: C. P. Snow y F.
R. Leavis, Las dos culturas, México, unam, 2006, Pequeños Grandes
Ensayos, 133 pp., presentación de Hernán Lara Zavala.
SEPTIEMBRE DE 2011
a
9
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
P E Q U E Ñ O A P U N T E PA R A L A H I S T O R I A D E U N A G R A N C O L E C C I Ó N
Contra ese trasfondo histórico hay que situar el nacimiento de una colección de divulgación científica
como La Ciencia desde México, que andando el tiempo habría de convertirse en La Ciencia para Todos. Es
indudable, y hay diversos testimonios de ello, que la
iniciativa para crearla se debe a la admirable Alejandra Jáidar, quien hace precisamente cincuenta años
se convirtió en la primera mujer en obtener su título como licenciada en Física por la unam —salvando,
como recuerda Claudia Trujillo Villa, “un sinnúmero
de obstáculos familiares y sociales que impedían que
las mujeres fueran a la universidad y que estudiaran
una carrera científica”. 5
Los trabajos de Alejandra Jáidar como divulgadora
de la ciencia merecen un espacio mucho mayor que el
de estos apresurados apuntes. Pero para nuestro propósito hay que mencionar que otro de los frutos de sus
constantes esfuerzos fue la fundación de la Sociedad
Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (Somedicyt), que este septiembre festeja también
25 años en funciones. La primera actividad de esa sociedad fue la publicación, en el número 70 de la revista
Ciencia y Desarrollo (septiembre-octubre de 1986), de
un manifiesto que deja ver, entre otras cosas, la madurez de la circunstancia que permitió el surgimiento de
La Ciencia desde México. Cito aquí sólo sus párrafos
iniciales:
“La ciencia y la técnica han transformado las estructuras fundamentales de la sociedad y han determinado en gran medida las relaciones económicas entre los países, así como sus posibilidades de desarrollo.
”México como cualquier país, requiere mantener,
fortalecer y ampliar su capacidad científica y técnica
para mejorar los niveles de vida de sus habitantes, de
acuerdo con sus propias necesidades y no con las que
se le impongan desde el exterior.
”Nuestra cultura debe incorporar en mayor medida el conocimiento científico y técnico, porque éste
brinda seguridad y favorece la independencia económica y política.
”La divulgación del conocimiento científico y técnico permite establecer los vínculos entre la investigación, la docencia, la tecnología y la industria; entre
el científico, el maestro, el técnico y el industrial.
”La divulgación del conocimiento científico permite entender, analizar y prever el efecto de la ciencia y
la técnica sobre la sociedad.
”La divulgación del conocimiento científico y técnico constituye otra forma de enseñanza de las ciencias y de orientación vocacional a los estudiantes.
”Una comunidad científica responsable entiende
y acepta la obligación de compartir el conocimiento y comunicarlo no sólo en los salones de clase, las
publicaciones científicas, los congresos de especialistas, sino en espacios abiertos a todos los sectores
de la población, a través de los distintos medios de
comunicación.”
Pero en la realización de la colección también tiene
4C. P. Snow, The Two Cultures, Cambridge University Press, lxxiii +
108 pp., introducción de Stefan Collini.
5Claudia Trujillo Villa, “Alejandra Jáidar Matalobos, pionera de la física
en México”, Hypatia. Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del
Gobierno del Estado de Morelos, número 20, enero de 2006.
10
gran mérito el editor que supo acoger la propuesta de la
entusiasta científica. En 1985, cuando la doctora Jáidar
—ya convertida en titular del Departamento de Física
Experimental del Instituto de Física de la unam— se
acercó al Fondo de Cultura Económica para plantear
la idea de una colección dedicada exclusivamente a la
difusión de la ciencia que se producía en México, se encontró con un poeta receptivo al tema desde hacía muchos años atrás. Por herencia y por convivencia familiar, Jaime García Terrés —nieto del doctor José Terrés,
impulsor de la educación científica durante el Porfiriato, y pariente político de dos eminentes cardiólogos, Ignacio Chávez Sánchez e Ignacio Chávez Rivera—, había
desarrollado un interés por la ciencia que se acrecentaría a través de su larga y estrecha amistad con el doctor
Ramón de la Fuente, fundador del Instituto Nacional de
Psiquiatría.
Una de las manifestaciones de ese interés (no la más
temprana, conste) es un artículo publicado en el diario
Novedades el 3 de febrero de 1965 bajo el título de “Hoy
las ciencias adelantan”. 6 Cito un par de fragmentos:
“Muchos escritores, filósofos, humanistas, siguen
dándose, hoy por hoy, el lujo de una virtual indiferencia
frente a la siempre flamante, siempre incesantemente
renovada problemática que la ciencia ofrece.
”Hace ya varios años C. P. Snow, novelista y científico
inglés, planteaba esta paradójica situación en Europa.
Sus libros continúan discutiéndose con calor.
”Pero entre nosotros, que yo sepa, ni siquiera se ha
planteado la cuestión. ¿No es extraño?
”De ningún modo sería yo partidario de una superstición cientificista. De un práctico imperialismo de un
tipo de saber en perjuicio de otros.
”Lo que me parece apremiante es el empeño por
aproximarse, cada vez más, a una relativa unidad del saber, a un contacto sistemático entre los diferentes canales de la cultura.
”A medida que pasa el tiempo, se evidencia la fragilidad de las fronteras que separan a las llamadas ciencias
del espíritu de las denominadas ciencias de la naturaleza. […] en la época presente resulta ya muy difícil, si no
imposible, encogerse de hombros ante las aportaciones
y orientaciones de la ciencia contemporánea.”
En la época en que Jáidar y García Terrés se conocieron éste ya era un decidido, si bien discreto, lector de
obras sobre ciencia 7 y se había convertido en un fervoroso partidario de la divulgación científica. Durante los
años en que éste se desempeñó como subdirector general, al lado de José Luis Martínez (1976-1982), y como
director general (1982-1988), el Fondo publicó muchos
y muy notables libros de divulgación, de autores como
Jeremy Bernstein, Freeman Dyson, Lewis Thomas,
Peter Brian Medawar, Thomas S. Kuhn, Jean Dorst,
George Gamow, Edward Wilson, Brian Stableford
—para mencionar sólo unos cuantos— propuestos por
el propio García Terrés, quien solía leer con curiosidad
personal, y de editor, las reseñas de ese tipo de obras
en publicaciones como el Times Literary Supplement o
Le Monde. Al mismo tiempo, se afanaba obteniendo recursos para apoyar la realización de los cinco tomos de
la magna Historia de la ciencia en México, obra de Elías
Trabulse publicada entre 1983 y 1989. De manera que la
disposición de García Terrés hacia el proyecto de Alejandra Jáidar no podría haber sido más propicia.
No debe perderse de vista en esta pequeña historia
otro dato esencial: el apoyo que el químico Héctor Mayagoitia Domínguez —director general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología entre 1983 y 1988— brindó, tanto al Fondo en general como a La Ciencia desde
México en particular.
Para acompañar el lanzamiento de la colección, en
septiembre de 1986 apareció un número especial de La
Gaceta, con más de sesenta páginas, dedicado de manera integral a cuestiones científicas. Se tituló “Revoluciones de la ciencia”, y en él se incluyeron anticipos de ocho
de los primeros veinticinco títulos de la colección. En la
segunda parte de la nota de presentación de ese número
—escrita por García Terrés, aunque sin su firma— se lee:
“Desde sus inicios el Fondo de Cultura Económica
intentó contribuir en la tarea de difusión de la ciencia.
Los primeros títulos publicados datan de hace ya varias
décadas: Meteorología, de Pedro Carrasco, y la Historia
de la ciencia, de Charles Singer, ambos de 1945.
”El fce, sin dejar de prestar atención editorial a
las obras escritas en nuestro idioma, ha propiciado la traducción de un número considerable de títulos de divulgación escritos en otras lenguas, que
abarcan el conocimiento científico en su extensa
variedad.
”A medida que este trabajo daba sus frutos —un
mercado editorial, una comunidad de lectores que
según maduraba experimentaba la necesidad de articular por sí misma ese conocimiento— el Fondo
constataba la urgencia de abrir una colección integrada por títulos expresamente escritos para situar
La Ciencia desde México.”
La colección se presentó al público en un acto
muy concurrido el 4 de septiembre de 1986, día del
quincuagésimo segundo aniversario del Fondo, en
la terraza de la sede de esa casa editorial, ubicada
entonces en Avenida Universidad y Parroquia. Esa
noche Alejandra Jáidar leyó unas palabras que desafortunadamente parecen haberse perdido, y García Terrés hizo lo propio en su calidad de anfitrión.
Creo que citarlas es la mejor manera de concluir
este apunte:
“Desatina quien hoy día pretende hallar cualesquiera diferencias hostiles entre la ciencia y las humanidades; o en términos más concretos, entre la
ciencia y la literatura. Aun antes de que aparecieran
en el horizonte editorial títulos como Física para
poetas y otros similares, todo escritor atento y sensible había ya comenzado a interesarse en los fascinantes laberintos abiertos por el genio científico en
una tierra hasta entonces considerada firme.
”Pero en nuestros días la ciencia no es sólo objeto
de fascinación literaria. Ni sólo perfectible instrumento para mejor comprender el mundo. Es también, querámoslo o no, tema cotidiano de la política, de la estrategia militar y de cuantos se empeñan
todavía por la supervivencia del hombre sobre este
planeta.
”Todo ello hace del repertorio científico actual un
filón, tan espléndido como propicio, que los medios
de comunicación (¿y qué otra cosa es, por excelencia, el libro?) no pueden ignorar.
”La presente situación, por otra parte, obliga a la
industria editorial mexicana a la renovación constante de cauces vivos y ofertas eficaces al gran público, destinatario natural, aunque no siempre posible,
de nuestros esfuerzos. Así surgió la serie de Lecturas Mexicanas, que el Fondo inició, con la ayuda de
la Secretaría de Educación Pública, hace casi exactamente tres años. Y así nace ahora la colección que
hemos denominado La Ciencia desde México, que
lleva idénticos propósitos de divulgación a gran escala, y que cuenta con el apoyo adicional del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología, además de la cooperación reiterada de la sep.
”Se calumnia al pueblo cuando se le ofrecen halagos fáciles a supuestos prejuicios o supersticiones.
Éste que hoy presentamos a ustedes constituye, a
nuestros ojos de viejo editor, el producto ejemplar
que los lectores mexicanos reclaman y merecen. Al
aportarlo una vez más, el Fondo de Cultura Económica cumple de modo cabal con los principios que lo
fundaron…”W
Rafael Vargas, mientras García Terrés era director
del Fondo, fue asistente de Relaciones Públicas bajo
las órdenes de Alba Rojo.
Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO
tinguidos e inflexibles críticos literarios del Reino
Unido, pronunció una conferencia en la que atacó a
Snow con ferocidad. De entrada le negó calidad como
científico y como novelista (“ni siquiera existe como
tal”). Demolió su autoridad moral y calificó los argumentos de Snow como la cháchara de un tecnócrata
que no comprende que las letras siempre han defendido lo mejor del espíritu humano.
Se ha dicho muchas veces que los argumentos de
Leavis fueron ataques ad hominem, motivados por la
animadversión pero, aunque en buena medida ello
es cierto, Leavis aportó en su refutación consideraciones de gran inteligencia. La muy informada historia de la polémica escrita por el inglés Stefan Collini,
historiador de las ideas, para acompañar la edición
de 1993 del libro de Snow 4 desmenuza y matiza las
ideas y razones que había detrás de cada uno de los
debatientes y ayuda a comprenderlas en su contexto.
Es probable que, sin la ácida intervención de
Leavis, los planteamientos de Snow hoy no serían
tan recordados. Su trascendencia se potenció cuando se convirtieron en parte de una controversia ilustrativa de esa brecha entre las humanidades y las
ciencias que al paso del tiempo más bien parece haberse acrecentado.
6Ese artículo se encuentra en La feria de los días, tercer volumen de las
Obras de Jaime García Terrés, coeditado por El Colegio Nacional y el fce en
el año 2000.
7Entre los más de 26 mil títulos que Jaime García Terrés reunió en su
biblioteca, recientemente adquirida por el Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes para formar parte de los acervos de la Biblioteca de México,
setecientos pertenecen al rubro de divulgación científica.
a
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: L EÓN M UÑOZ SANT INI
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
¿Qué busca un científico al dirigirse al público no especializado? Despertar una
inquietud, más que transmitir un conocimiento concreto: ésa es la tesis de una de nuestras
más singulares astrónomas, practicante de un estilo personalísimo, vital, jolgorioso, de
divulgación científica. Aquí describe, en un agradecible tono confesional, su nexo con la
colección que este mes cumple 25 años
E N S AYO
Alas de papel para la ciencia
JULIETA FIERRO
M
e enteré de la existencia de la serie de
libros de divulgación científica editados por el Fondo
de Cultura Económica desde su inicio. En esa época,
me quejaba con una
amiga por la ausencia de suficientes noticias de ciencia en la prensa.
(Por cierto la amiga es Estrella Burgos, una de las
creadoras y actual editora de la revista ¿Cómo Ves?,
dirigida a los jóvenes bachilleres.) Me contestó que
había que generar un boletín de prensa y enviarlo a
los responsables de cultura de los periódicos, con
la advertencia de que podían publicar cualquiera
de sus contenidos. En los años ochenta la entrega
era por correo postal, pues no había correo electrónico, ni procesadores de palabras como los que tenemos hoy.
SEPTIEMBRE DE 2011
Por eso decidí hacer el boletín Orión, preparado con
máquina eléctrica —comprada a plazos, lo que en esa
época era todo un lujo—, en el que incluía dibujos que
yo misma preparaba con tinta negra (lo de dibujar es
un decir; a lo más garabateaba); lo fotocopiaba luego
para mandarlo a los medios. Hasta donde tengo noticia, los periódicos nunca publicaron nada. Lo que sí
sucedió es que comencé a tener más y más solicitudes
de suscripción gratuita a Orión, entre personas comunes y corrientes. Incluso la revista Ciencias, de la Facultad de Ciencias de la unam, incluyó el contenido de
Orión en sus páginas centrales y más tarde en separatas. Una de las características del boletín era presentar
una reseña mensual de alguno de los libros de La Ciencia desde México, como se llamaba en ese entonces la
colección cumpleañera. Así comencé a leer los libros y
muchos me gustaron, otros me resultaron aburridos o
incomprensibles. Aprendí mucho gracias a ellos. Uno
de los miembros del comité de selección de manuscritos, el doctor Jorge Flores Valdés, me comentó que
uno aprende más mientras más sabe. Y así fue: leía con
a
gran interés sobre temas que aún recuerdo, en los
que no me hubiese aventurado si no fuera por la
premura de generar una reseña mensual (¡leo con
dificultad!).
Comprendo que los jóvenes no se animen a leer
un volumen completo. El problema con la lectura es que toma tiempo dominarla. Necesita uno
ejercitarse en el alfabeto, de tal suerte que sea una
aventura retadora y no un arduo trabajo memorístico (esto lo descubrí cuando me entusiasmé con
los silabarios del japonés y los jeroglíficos egipcios). Se debe uno adentrar en las palabras y conocer su sentido. Al principio es una lata, porque si
no se entiende algún vocablo y después de muchos
esfuerzos uno lo encuentra en el diccionario, no
necesariamente se disipan nuestras dudas; es algo
horrible. Parte de mi dificultad fue tener una educación trilingüe, que ahora agradezco. Así que al
leer hay que tener paciencia. Poco a poco, uno se da
cuenta de que en gratas ocasiones, aunque no se conozca el significado de cierta palabra, el contexto
11
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
A L A S D E PA P E L PA R A L A C I E N C I A
nos ayuda a entenderla. Después hay que aprender a
leer oraciones y saber qué diablos quiso decir el autor
y al final hay que enfrentarse a los párrafos y libros
completos.
Como habrá notado el lector, yo soy de las personas para las que leer ha sido un reto sin tregua de
toda la vida, y La Ciencia para Todos me ayudó, pues
había temas que conocía y adquirí velocidad ininterrumpida en su compañía. Me cuesta tanto trabajo
leer, que la primera página de cada libro la leo dos veces, para habituarme a la tipografía y no quedarme
petrificada con una Q o una J escritas en estilos novedosos. Cabe notar que además de libros de ciencia
me gustan las novelas: las tengo formadas por grados de urgencia y deseo, además de que las numero:
cuando no logro decidir cuál abordar, organizo una
rifa (aunque a veces hago trampa).
Cuando se inventó la imprenta, pocas personas
sabían leer y se leía en voz alta, aunque uno estuviera
solo. Se acostumbraba que los escuchas se arrimaran
des mentes de nuestra época; versa sobre la evolución
química del universo. Ambos somos miembros del comité editorial de ciencias del Fondo; nunca pensé ser
distinguida con semejante honor.
No puedo dejar de mencionar que he sido jurado
del concurso Leamos La Ciencia para Todos. Ha sido
una experiencia muy interesante, pues me ha dado
una idea directa del rezago en lectoescritura que existe en el país (algo que no es ningún secreto); pero, más
importante aún, he podido comprobar que en toda la
república hay excelentes maestros que impulsan a sus
alumnos a entender lo que leen y a apropiarse del conocimiento. Además he corroborado lo que también
me ocurre al impartir conferencias: que en todo el país
hay talento; lo que se requiere ahora son oportunidades. Por fortuna varios de los libros de la colección están disponibles en línea —completos o al menos algunos fragmentos—, gracias a lo cual los jóvenes pueden
consultarlos con calma, leer algunas páginas y decidir
cuál desean analizar.
comprendan. Con todo respeto, si esto fuera así no
necesitarían estudiar treinta años de manera formal hasta obtener un posgrado.) Al concluir la conferencia me voy con la ilusión de que quien me escuchó se emocionó y más tarde hojeará uno de los
libros que le cayó del cielo, y lo leerá, y le gustará, y
se lo prestará a un amigo que a su vez lo hojeará, y
le parecerá suficientemente interesante para leerlo, y ambos competirán en el concurso, y ganarán,
y se encontrarán conmigo en la cena de gala con los
autores, y les tocará en mi mesa, y yo rifaré más libros entre mis acompañantes, y se emocionarán, y
de nuevo los leerán, y colaborarán a que la ciencia
sea grata, útil e interesante para todos.
No vaya el lector a pensar que mi afán divulgativo se reduce a las charlas. En mi cajuela llevo una
caja de libros. Vamos a suponer que alguien en el
súper me pregunta si soy Julieta Fierro; antes de
que continúe y de que confiese que es mi fan número uno, salgo corriendo por un ejemplar y se lo
“
EL MOTIVO DE HABER DESARROLLADO MI MUSCULATURA
CON LA ESPECIALIDAD DE LANZAMIENTO DE LIBROS DE LA CIENCIA PARA TODOS
SE DEBE A QUE PIENSO QUE UNA CONFERENCIA DE DIVULGACIÓN SÓLO LOGRA
EMOCIONAR A LOS ASISTENTES
al lector y comentaran y preguntaran lo no entendido. Ahora es difícil que alguien esté leyendo el mismo libro que uno y por tanto no llega la clarificación.
No es que mis amigos no sean cultos sino que en
toda la vida sólo leeremos unos cuatro mil libros de
los millones de títulos existentes. Así que en el siglo
xx el diálogo que era público debe ser interior; uno
se debe preguntar si entendió, si le agradó lo leído,
si está interesante. Este último paso les cuesta trabajo a muchos estudiantes de educación básica. Por
eso es recomendable que lean en voz alta en casa, en
compañía, por turnos, para retomar la manera tradicional, que lleva muchos más siglos que la lectura
silente. Participar en el concurso Leamos La Ciencia
para Todos, con amigos que lean el mismo libro, les
ayudará a triunfar.
Llegó el día en que María del Carmen Farías, en
esa época directora de la colección, me invitó a escribir un libro. Para tomar valor le pedí a un gran
divulgador, simpático, listo, buen escritor, que lo escribiéramos juntos (se trata de Miguel Ángel Herrera). Él se ocuparía de la parte histórica, ya que ambos sabíamos que lo haría bien, y yo de la parte más
bien densa. Mike ya no está con nosotros: murió en
un accidente automovilístico; lo extraño, hicimos
maravillosos proyectos juntos, como trabajar de directores en Universum. Nuestra criaturita editorial
se llamó La familia del sol, que dedicamos a nuestros
respectivos hijos. Escribí mi parte a mano, sobre volantes tamaño carta que por un lado anunciaban una
conferencia que impartí en Puerto Vallarta. Una secretaria lo transcribió a máquina. Las ilustraciones
eran en blanco y negro. Nada que ver con mi libro
más reciente de la colección, que escribí con Silvia
Torres: Nebulosas planetarias. La hermosa muerte
de las estrellas, con hojas centrales de papel grueso
y suavecito, e impecables figuras a color. Ahora está
por publicarse mi tercer volumen en esa colección,
escrito junto con Manuel Peimbert, una de las gran-
”
En 1989 se iniciaron los concursos para lectores de
la colección entonces llamada La Ciencia desde México. He visto cómo ha crecido la cantidad de jóvenes y
docentes que no sólo en México sino en varios sitios
de Iberoamérica participan en el concurso: ¡están leyendo libros completos! Debo confesar que lo que me
sorprende es que los premios consisten en venir a la
Ciudad de México y conocer sitios donde se hace investigación, pero lo que más les gusta a los ganadores es
conocer a los autores. Yo nunca me imaginé que a un
joven le pudiera hacer más ilusión conocerme, aunque
sea durante el instante que le toma sacarse una foto
conmigo, que visitar un laboratorio de biofísica o un
observatorio astronómico.
¿Qué es lo que más me gusta hacer con los libros de
la colección La Ciencia para Todos? Regalarlos. Resulta que me dedico a la divulgación de la ciencia y lo que
considero que hago mejor es impartir conferencias,
lo cual es una lástima porque puedo llegar a un público muy reducido. (En comparación, salir en la tele en
términos de masas es mucho más eficiente.) Una de las
razones por las que me gusta tanto dar charlas es que
siempre llevo libros y con cualquier excusa atribuible
a la fuerza de gravedad, que es tema fundamental para
comprender al universo y sus maravillas, le lanzo libros
al público. Tengo una buena técnica: el libro debe estar
en posición horizontal, con el lomo hacia el auditorio, y
debo aventarlo con giro incluido. Como soy el peor pitcher que he conocido, los libros vuelan al azar: se ven
preciosos. Los ejemplares parecen platillos voladores
con alas de papel.
El motivo de haber desarrollado mi musculatura con la especialidad de lanzamiento de libros de La
Ciencia para Todos se debe a que pienso que una conferencia de divulgación sólo logra emocionar a los asistentes. Es imposible pensar que la mayoría aprenderá
y entenderá gran cosa. (Sé que hay quienes no comparten mi idea y piensan que recorrer una sala sobre mecánica cuántica en un museo basta para que la
dedico: el recipiendario se queda mudo de la emoción, mientras yo sigo comprando. De vez en cuando, un cerillo —el chico que nos ayuda a embolsar
las compras en el supermercado— mira intrigado
un libro de mi cajuela; eso basta para que un segundo después sea suyo. Es más, cuando en la fila
de las cajas de alguna librería del Fondo un padre
de familia tiene cara de mortificado porque finalmente encontró, después del duro peregrinar entre
tiendas de libros, el ejemplar que le encargaron en
la escuela a su hijo y se da cuenta de que no podrá
pagar, miro al cajero, que me pasa dentro de una
bolsa nuevita el volumen al que pensaba renunciar el pater familias, introduzco uno de los libros
de La Ciencia para Todos y se la entrego al hombre.
¡Es un evento maravilloso!; confirmo entonces que
erré mi profesión de hada.
Sería injusto de mi parte no señalar que La Ciencia para Todos no habría sido posible sin los cientos
de personas enamoradas de cada uno de los volúmenes que conforman la colección de divulgación
de la ciencia más vasta en idioma español. Utilizo
la palabra enamoradas porque sólo así se explica
que durante 25 años se haya incrementado el acervo hasta llegar a 230 obras, en una gran variedad
de temas. Asimismo, debo mencionar que cientos
de miles de concursantes los han hecho suyos y miles de personas como yo no sólo se ponen contentas
al leerlos, sino que también se sienten orgullosas
de regalarlos.W
Julieta Fierro, bailarina aficionada, es
investigadora del Instituto de Astronomía de la
UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua. Estamos por publicar en La Ciencia para
Todos Evolución química del Universo, que escribió
con Manuel Peimbert.
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12
a
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: TERRESA GUZMÁN ROMERO
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
Detrás de muchas noticias hay un trasfondo científico que no suele ser explicado
—y a menudo ni siquiera es percibido—. Los periodistas que se especializan en
las ciencias buscan describirlo, cuestionarlo, comunicarlo al público, pues así los
ciudadanos pueden exigir decisiones políticas de altura. ¿Podemos esperar tanto de
quienes presentan el saber científico en los medios?
E N S AYO
¿Para quién trabaja
su periodista favorita?
JAV I E R C R Ú Z
¿
Tiene usted una periodista favorita en México? Y, si la tiene,
¿puede identificar rápidamente
la característica que la hizo su
favorita? ¿Es su valentía, su inteligencia, su profesionalismo? De
ser así, ¿no son estos rasgos lo
menos que deberíamos esperar
de todos los periodistas?
Compliquemos la cuestión:
¿trabaja para usted su periodista? El medio que usted consulta, ¿orienta su actividad periodística a los
intereses de los ciudadanos que lo favorecen?
Haga una prueba simple. Si suele leer un diario,
deje de hacerlo por dos semanas; guárdelo, pero no
lo lea. Terminado el periodo de prueba, recupere la
sección principal de las ediciones que dejó de leer y
señale las notas que, dos semanas después, aún son
relevantes. Eso debe haber dejado fuera un volumen
algo vergonzoso de notas que sí fueron publicadas,
a pesar de su famélica vida de anaquel. Pero, para
la prueba de fuego, recupere (internet lo permite,
hasta cierto punto) los titulares de su medio favorito de hace un año y examine qué de lo que entonces
le ofrecieron para “estar bien informado” vale ahora
más que un comino.
El punto no es si el periodismo es un termómetro
preciso de la historia en cierne; lo interesante es si en
los procesos de jerarquización de la información los
editores de su medio favorito están pensando remotamente en lo que necesita saber usted hoy, mañana,
en quince días y dentro de un año.
La cuestión ha sido examinada, si bien desde otro
ángulo y con otras conclusiones, por el periodista
Mario Campos en la revista Etcétera.1 Entre su papel
de analista de medios y protagonista en ellos, Campos, que conduce el noticiario matutino del Instituto
Mexicano de la Radio, se incluye explícitamente en
el mea culpa, gesto en el cual lo acompañamos varios
más. Tras preguntarse para quién trabajan los medios y ofrecer la respuesta de repertorio (“para los
ciudadanos, naturalmente”), Campos hunde el dedo
más allá de la superficie: “si uno mira el contenido de
1
www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=2646
SEPTIEMBRE DE 2011
muchos de los medios —y lo digo con la conciencia de
no estar libre de pecado— descubrirá que en muchas
ocasiones más que estar al servicio del ciudadano, y
con la mira puesta en sus necesidades, la atención está
colocada en el poder…”
Si bien esto no responde su pregunta inicial (¿para
quién trabajan los medios?), sí deja claro, al menos,
que no son ni los ciudadanos ni nuestras necesidades
de información lo que ocupa la atención de los editores en México. Si lo fuera, lo notaríamos en la agenda
temática, en la jerarquización y, sobre todo, en el tratamiento de la información: la asignación de reporteros,
la elección de fuentes, la agudeza de las entrevistas, la
profundidad y el rigor de la investigación periodística,
la extensión de los productos.
En pocas palabras, si los periodistas trabajasen para
los ciudadanos, la calidad de sus productos sería otra.
Un ejemplo hace aterrizar las generalidades. Con
los ojos del mundo puestos en Cancún en noviembre de 2010, a propósito de la cumbre mundial sobre
cambio climático, el presidente Calderón eligió “dar
la nota” anunciando el compromiso de su gobierno para cambiar los focos tradicionales por nuevas
versiones ahorradoras, en nombre de la modernidad
ambiental.
Fue nota: los medios de mayor alcance colocaron el
programa Luz Sustentable (su engañoso nombre oficial) en posiciones relativamente prominentes de sus
respectivos espacios. Le fue bien, a esta nota, en la batalla de la jerarquización. La Jornada le dio la portada
de su sección Sociedad y Justicia; Reforma la colocó en
la página 2 de su primera sección; El Universal desplegó la nota en primera plana, arriba del doblez, con un
pequeño gráfico y un llamado a la sección Nación. En
otros medios, incluidos los electrónicos, la situación
fue similar.
La información era relevante en la medida en que
anunciaba la prohibición, para 2014, de vender focos
incandescentes en todo el país y prometía ahorros en
energía y en emisiones de gases de efecto invernadero.
Siendo que el tema no sólo conserva su importancia
por 15 días sino que la mantendrá, con seguridad, hasta diciembre de 2011, ¿no contradice este ejemplo las
insinuaciones del principio de este texto? ¿No es una
buena prueba de que los editores de esos diarios tienen
a los ciudadanos precisamente en la mira de su trabajo
periodístico?
a
Reparemos en un detalle: dos de esos tres diarios encajaron esa información en secciones consagradas a la política. Y aunque La Jornada sí la colocó en la sección donde suelen aparecer las notas
de ciencia, no había ni rastro de ciencia en ninguna
de las notas con que estos diarios (o cualquier otro,
para el caso) informaron sobre Luz Sustentable.
¿Debía haber ciencia en los productos periodísticos sobre ese alarde presidencial en una reunión internacional llena de políticos? Alegaré que
sí, pero examinemos primero las consecuencias de
que la ciencia haya quedado fuera. Los lectores de
esas notas se habrán enterado de que se cambiarán
47 millones de lámparas y focos, de que Calderón
“ofreció dar 4 lámparas ahorradoras a cada casa”
(El Universal) —pero en realidad sólo las ofreció
a casas de familias con escasos recursos, y no las
dará él sino nosotros, los ciudadanos—; de que el
gobierno calcula poder evitar, así, la emisión de un
millón de toneladas de CO2 por año y la combustión de 2.5 millones de barriles de petróleo, con el
consecuente “ahorro de 12 por ciento del consumo
energético en las próximas dos décadas” (Reforma); y de que “ya está en curso la licitación internacional para el cambio, en una primera etapa, de
más de 22 millones de focos” (La Jornada).
¿Queremos más ciencia? Los tres medios reprodujeron, diligentemente, la siguiente información
(citando a Calderón como fuente): “la energía destinada a la iluminación representa la quinta parte
del consumo total a nivel internacional y genera
seis por ciento de las emisiones globales de efecto
invernadero”. Dejemos de lado el hecho de que eso
es comparar la velocidad con el tocino y reparemos,
más bien, en que la falta de ciencia en la cobertura
periodística dejó huecos en la información: i] cómo
es que los focos ahorradores ahorran tanta energía
y cómo, para lograrlo, contienen mercurio, cuya
disposición al final de la vida útil de cada foco supondrá un maltrato ambiental multiplicado por 47
millones si no se traza una estrategia preventiva;
ii] que está bien documentada la llamada “paradoja
de Jevons”, que en la coyuntura actual toma la forma del “efecto rebote”: si se aumenta la eficiencia
en el uso de un recurso no renovable y en consecuencia el precio disminuye, entonces aumentará
el consumo y pronto se desvanecerá el ahorro (esta
13
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
¿ PA R A
Q U I É N T R A B A J A S U P E R I O D I S TA FAV O R I T O ?
“
¿PARA QUIÉN TRABAJA, ENTONCES,
EL PERIODISTA DE CIENCIA?
PUES, SI SE SABE COMPROMETIDO CON SU FUNCIÓN SOCIAL,
TRABAJA PARA LOS CIUDADANOS, PROPORCIONÁNDOLES
LA INFORMACIÓN CIENTÍFICA QUE ENTIENDE QUE
ES INDISPENSABLE PARA LA TOMA DE DECISIONES
”
versión un tanto simplista es disputada por economistas ambientales con buenas razones, pero ello
abona en favor del punto que estoy argumentando),
y iii] que, de acuerdo con cifras de la propia Secretaría de Energía, el sector en el que tendría impacto la
sustitución de focos (consumo doméstico de energía)
supone menos de la mitad del consumo energético
del sector transporte.
Si el tema se ve desde una perspectiva científica,
y no exclusivamente política, el enfoque debe estar
en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso de la iluminación doméstica,
las emisiones ocurren en las plantas generadoras de
electricidad, si es que éstas usan combustibles fósiles. Se entiende que disminuir el consumo en los
focos ayuda; pero el balance energético calculado
con principios científicos permite establecer que la
prioridad no debería estar en el consumo doméstico de luz eléctrica sino en la combustión del sector
transporte.
¿Por qué estaría justificado invertir millones de
pesos de los ciudadanos en una licitación internacional para regalar focos ahorradores, mientras no
se hace nada para mitigar las emisiones del sector
transporte?
OTRO PERIODISMO ES POSIBLE
La pregunta nos regresa al tema original. Según Mario Campos, “la atención [de los medios] está colocada en el poder, cualquiera que sea su presentación,
público o privado”, pues, en su papel de vigilante, el
periodismo “requiere estar atento a cada paso de los
poderosos para documentar cualquier abuso”. Si por
“poder” se entiende el poder político o el empresarial, se tiene la receta para hacer periodismo ortodoxo en México. En este contexto, la función de vigilancia se ejercería monitoreando el proceso de licitación, y por “abuso” se entendería corrupción, en su
acepción más vulgar.
Hay, empero, otra interpretación válida. A nadie sorprende en México que los funcionarios, y no
pocos empresarios con ellos, se agencien el dinero
ciudadano con actos de corrupción. Bien cuando la
prensa los pesca y nos informa. Pero ocurre que esto
no es lo único que hacen los “poderosos”. Concedamos la presunción de inocencia al programa Luz
Sustentable y volemos con la hipótesis de que ahí no
hay nada ilegal.
Para reforzar el punto, cobijemos con la misma hipótesis a la decisión (fallida) de tirarse un clavado al
fondo del Golfo de México a perseguir el “tesoro escondido” del petróleo en aguas profundas. Y a la decisión de aprobar sembradíos “experimentales” de
maíz transgénico trasnochado en el norte del país.
Y a la decisión de subsidiar el consumo de gasolina y
diesel pero no a las otras formas de energía renovable. Y a la decisión de imponer tres metros de “aisla-
14
miento social” entre ciudadanos en espacios públicos,
como se hizo durante la epidemia de A-H1N1. La lista
podría seguir.
El punto, por si no quedó claro, es que los llamados
“tomadores de decisiones” hacen exactamente lo que
diría Perogrullo: toman decisiones. Algunos (los funcionarios) en nuestro nombre, otros (los empresarios)
en el de su interés propio, pero con impactos públicos a
veces mayúsculos. Tienen, por tanto, responsabilidades sociales.
Veamos con esa misma luz al periodismo profesional: ¿cuál es su responsabilidad social? Las respuestas son múltiples y este espacio es limitado. En consecuencia, ofrezco aquí la interpretación en que se ha
basado el trabajo periodístico, didáctico y de investigación científica en la Unidad de Periodismo de Ciencia, de la unam. Partiendo del reconocimiento de la
importancia social de los tomadores de decisiones,
particularmente los que reciben salarios pagados con
dinero ciudadano, hemos agregado un doblez a la función de vigilancia que Mario Campos reconoce en los
medios. Además de estar atentos a los actos de corrupción, nosotros esperamos de los periodistas el análisis
crítico de los procesos de toma de decisiones de gran
impacto en la vida de los ciudadanos, particularmente en los casos en que las decisiones deben ser tomadas
con base en información científica.
¿Para quién trabaja, entonces, el periodista de ciencia? Pues, si se sabe comprometido con su función social, trabaja para los ciudadanos, proporcionándoles la
información científica que entiende que es indispensable para la toma de decisiones.
¿Puede, entonces, considerarse adecuada la cobertura del programa Luz Sustentable sólo con la información que nos fue proporcionada? No, evidentemente, porque nada se nos dijo a los ciudadanos del proceso
mediante el cual el poder ejecutivo decidió dar prioridad al tercer sector en orden de consumo energético
(según el propio poder ejecutivo), ignorando, por lo que
sabemos, los dos primeros. ¿Con base en qué información científica decidieron, en nombre nuestro, invertir
nuestro dinero en licitaciones públicas internacionales para regalar bombillas? ¿Con base en qué información científica decidieron que la estrategia óptima para
el país era abandonar casi todo intento de explotar los
recursos renovables de energía e importar, mejor, la
tecnología que se supone adecuada para perforar más
pozos petroleros a 3 mil metros bajo el agua del Golfo?
¿Con qué criterios de agronomía mesoamericana se
decidió aprobar siembras de maíz transgénico en México, aun a la vista de la información científica que lo
desaconseja y que parece haber sido puntualmente entregada a los tomadores de decisiones?
Nada de esto apareció en la prensa mexicana con la
densidad y profundidad que necesitamos los ciudadanos. Al menos en este frente, los periodistas de ciencia
fallamos en nuestra función social de vigilancia. Pero
a
el asunto va más allá, porque la de vigilancia no es,
no debe ser, la única función del periodismo, ciertamente no del periodismo de ciencia. Pensemos,
por ejemplo, en el curioso caso de las investigaciones sobre el estrés extra que parecen sufrir los machos alfa de cierta especie de primates, asunto profusamente reportado en la prensa internacional.
O en la hipótesis de que el lado oscuro de la Luna
presenta (es un decir) una topografía insospechadamente accidentada porque puede haber sufrido
el impacto de una segunda luna, mucho menor, formada durante el mismo fenómeno inicial pero finalmente untada en la cara que nunca le vemos a la
Luna triunfante. O en la hipótesis, casi teoría, aún
en construcción por dos astrofísicos mexicanos,
que permitiría explicar una serie notable de observaciones de dinámica de galaxias prescindiendo de
la incómoda hipótesis de la materia oscura.
Todos estos casos caben mal en la categoría de
“información que los ciudadanos necesitamos para
decidir algo urgente, amenazante, potencialmente dañino/benéfico en gran escala”. Pero lucirían
muy bien en cualquier lienzo colgado bajo el rubro
“información que necesitamos los ciudadanos para
entender algo que nos permitirá ensanchar los horizontes culturales”, y esto es, también, parte de
la función social del periodista de ciencia: satisfacer siempre la pregunta más elemental: ¿cuál es la
ciencia de esta historia?
Es absolutamente cierto que para responder esa
pregunta los reporteros deben haber sido dotados
con la formación profesional, y equipados con los
recursos necesarios, para poder acceder a las fuentes primarias del periodismo de ciencia: los artículos científicos y los científicos que los escriben.
Eso, admitámoslo, es un problema. Pero admitamos igualmente que es un problema con solución.
El verdadero problema, el auténtico factor limitante, es que para siquiera aspirar a tener una
prensa como la descrita aquí, una prensa constructora de ciudadanía, la primera condición es tener
periodistas genuinamente dispuestos a imponerse
criterios de calidad bien sustentados, porque comprenden que trabajan para los ciudadanos.
No para sí mismos.
¿Para quién estima usted que trabaja su periodista favorita?W
Javier Crúz, físico y periodista, trabaja en la
Unidad de Periodismo de Ciencia de la UNAM y en el
IMER; colabora mensualmente con Letras Libres.
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: PAOLA ÁLVAREZ BALDIT
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
Para que una idea, cierta o falsa, útil o banal, alcance amplia difusión basta que la
asimile un pequeño sector de la sociedad. Aquí, El Explicador —cuyo mote es preciso, pues
sabe cómo presentar toda la complejidad de los hechos científicos a quienes viven inmersos
en los medios masivos de comunicación— encomia al libro como medio para transmitir
conocimientos, en particular los de la ciencia
E N S AYO
10 por ciento
ENRIQUE GÁNEM
F
undado en 1824, el Instituto Politécnico Rensselaer
es una institución dedicada por su fundador a “la
aplicación de la ciencia
para los propósitos comunes de la vida humana”.
Desde entonces ha ofrecido una gran variedad y
cantidad de trabajos científicos y técnicos muy valiosos. Hace algunos días,
uno de los muchos trabajos publicados por esta institución me llamó la atención en forma especial. El autor principal —Boleslaw Szymanski— y su equipo son
miembros del Centro de Investigación Académica en
Redes Sociales Cognitivas. En su trabajo emplearon
técnicas computacionales y métodos analíticos para
analizar los frecuentes y normalmente sorprendentes cambios de opinión que experimenta una sociedad moderna.
Las conclusiones son presentadas en el denso lenguaje técnico necesario (paradójicamente) para ofrecer ideas claras, sin ambigüedades. Según el equipo
de Szymanski, cuando una idea se logra infiltrar en
aproximadamente el 10 por ciento de los miembros de
una sociedad, en poco tiempo se dispersa rápidamente. Así, por ejemplo, si se logra convencer a una pequeña fracción de la comunidad de las virtudes o defectos
de un candidato, puede producirse un cambio espectacular en los resultados de una elección.
En el pasado, algunas ideas que permanecieron
dormidas por siglos de pronto parecieron tomar el
control de la mente colectiva con una rapidez mayor
que con la que se dispersaban las terribles epidemias
de peste (y para algunas personas, sobre todo las que
tenían más que perder con el cambio en el statu quo,
estas ideas eran aún más temibles… después de todo
es más fácil escapar a la peste que a una revolución).
Este fenómeno fulminante se ha presentado con frecuencia en la historia de la sociedad humana, y se ha
SEPTIEMBRE DE 2011
acelerado en el último siglo (en parte por eso resulta
tan difícil comunicarse con un joven de 15 años si usted tiene 50: entre uno y otro han ocurrido no una sino
varias revoluciones culturales fulminantes).
Si usted nació en la segunda mitad del siglo xx, sabe
perfectamente de lo que hablo: el despertar de la cultura de los derechos humanos, la revolución sexual, las
frecuentes (y no siempre trascendentes) sacudidas en
el mundo de la música… Los valores, las virtudes y los
defectos del México de 2011 serían maravillosos y profundamente amenazantes para un viajero del tiempo
que viniera de la década de 1960; para una persona del
siglo pasado resultarían incomprensibles y en no pocos casos aterradores (imagínese a su bisabuelo viendo un video de Lady Gaga).
Este proceso ha sido estudiado por las mismas fuerzas que en el pasado se opusieron a ellos. Muchos gobiernos y grupos de poder buscan frecuentemente desarrollar mecanismos que sirvan para infectar con una
idea particular a un grupo significativo de personas;
saben que si la cantidad es suficiente (aunque sea baja)
conseguirán los resultados que buscan. Para muestra
basta un botón: el extraño y sorpresivo cambio de opinión del público mexicano poco antes de las elecciones
presidenciales pasadas es un buen ejemplo (conste que
no estoy ofreciendo un juicio de valor sobre el asunto…
sólo señalo un hecho conocido por todos).
En el pasado este proceso fue mucho más lento.
Las extrañas perspectivas de Demócrito, por ejemplo,
tardaron casi dos mil años en convertirse en un hecho
aceptable (las primeras evidencias indirectas de la
existencia de los átomos aparecieron casi al final del
siglo xviii). El movimiento de los planetas alrededor
del Sol fue propuesto con claridad por Heráclides de
Ponto, en el siglo iv antes de nuestra era, y no se convirtió en un hecho aceptado sino hasta el siglo xvii.
La idea de amar al prójimo por encima de intereses
personales tardó 18 siglos en convertirse en la Declaración de los Derechos Humanos (y quién sabe cuánto
tiempo tendremos que esperar para que se convier-
a
ta en una realidad cotidiana en todo el mundo).
Otras ideas, relacionadas tanto con el mundo físico como con el humano y el espiritual, sufrieron la
misma suerte.
La inercia cultural es entendible: una de las nociones más fundamentales para el ser humano es la
seguridad, y por eso a tanta gente le parecía preferible vivir en las terribles (pero predecibles) condiciones de la Edad Media; sólo cuando las ideas del
Renacimiento lograron infiltrarse en suficientes
mentes aventureras ocurrió el cambio social y cultural que ahora admiramos, pero que en su época
fue visto no sólo con sospecha, sino con verdadero
pánico por la mayoría (cuando menos al principio).
Por esto se han desarrollado mecanismos cada
vez más finos para evitar otros “desastres” similares. La enseñanza obligada de ciertos valores sociales (a veces acompañada de violencia de algún
tipo), la cuidadosa repetición constante de ciertas
ideas en los medios de comunicación masiva y la represión directa de los siempre escasos individuos
capaces de generar y comunicar ideas nuevas con
efectividad son buenos ejemplos. Sólo la comunicación masiva efectiva de nuevas ideas puede contrarrestar ese freno cultural. Para los que temen
el cambio, cualquier idea nueva es peligrosa: así, la
idea misma de que la tierra gira alrededor del sol
o de que las damas pueden vestirse como les dé la
gana (incluyendo la posibilidad de trabajar en oficinas con sueldos equivalentes a los masculinos, la de
deshacerse de los sostenes o la bendita idea de usar
minifalda) han sido atacadas con la misma saña.
Para que llueva, es necesario que el aire esté saturado con humedad, pero falta algo más; es necesaria la presencia de pequeñas impurezas en el aire.
Una parcela atmosférica puede estar sobrecargada
de humedad y aun así no tener una sola nube. Pero
si aparecen pequeños objetos (como moscas, diminutos granos de sal expulsados del mar por la acción de las olas y hasta bacterias), la humedad se
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10
P O R C I E N TO
condensa alrededor de ellos. En poco tiempo aparece
una gota. La sola presencia de esa gota (por su acción
electrostática) estimula la formación de otras a partir
de la humedad del aire cercano. En poco tiempo, aparecen muchas gotas cerca del núcleo de condensación.
Poco tiempo después nace una nube y luego viene la
tormenta.
Con las ideas pasa lo mismo: basta con que se dispersen las ideas básicas de los derechos humanos para
que alguien más comience a pensar que los hombres
y las mujeres tienen la misma capacidad intelectual y
profesional, o que la gente del campo merece los mismos servicios médicos que los que reciben los blanquitos citadinos. En poco tiempo, aparecen miles de
nuevas ideas, tanto o más inquietantes y deliciosas.
Cualquier idea nueva puede tener un efecto igualmente rápido e inesperado.
Desde el Renacimiento, la tecnología ha creado técnicas que permiten comunicar ideas en forma precisa
y a gran escala, y estas técnicas han crecido en efectividad, alcance y rapidez en forma espectacular. Justo
cuando el Renacimiento (como movimiento cultural)
comenzaba a afianzarse en las mentes europeas, Johannes Gensfleich zum Laden zum Gutenberg inventó
el primer sistema de comunicación masiva de la historia moderna. Después de una desastrosa aventura en
el negocio de los espejos, Gutenberg consiguió una serie de préstamos que le permitieron entrar al
negocio de la impresión. Las imprentas
de la época eran abundantes, pero
las técnicas de impresión eran
espantosamente lentas (en
mucho casos, los impresores grababan en
madera cada una de
las páginas de un
libro, para luego
embarrarlas con
tinta y ponerlas
en contacto con
papel en sus
grandes prensas). Gutenberg
decidió
usar
los tipos móviles prefabricados (que ya se
usaban en otros
ambientes) para
componer rápidamente las páginas
de un libro. En pocos
días podía imprimir
centenares de copias de un
libro que, con las técnicas antiguas, tomaban varios años.
Pasó el tiempo y mejoró la tecnología. El telégrafo permitió el envío de textos
completos a través de océanos enteros y la radio eliminó la necesidad de cables. Luego llegaron la televisión
y el internet. Los medios actuales son muy poderosos:
por ejemplo, la guerra de Vietnam fue detenida principalmente por la acción del público estadunidense,
asqueado por las terribles imágenes enviadas por la
televisión. Sin embargo, estos medios también son especialmente vulnerables al control mental.
En el caso de la televisión, los requerimientos técnicos para montar y hacer funcionar una televisora son
tan formidables que sólo unos cuantos tienen los medios para hacerlo con las condiciones necesarias para
hacer llegar una señal a nivel nacional. La escasez de
frecuencias utilizables, dictada en parte por la naturaleza, permite que los gobiernos del mundo mantengan
un estrecho control sobre su uso. Además, los grandes
costos (a veces artificiales) de ese medio obligan a los
empresarios a depender de grandes patrocinadores,
que con frecuencia imponen su criterio sobre los contenidos de la programación. Quizás es por eso que el
enorme valor potencial educativo y creativo de la televisión no se ha materializado en un solo país. En casi
todo el mundo, la televisión es una pasta cultural gris,
con un sabor excesivamente dulce y con un contenido alimenticio casi nulo (con algunas raras y aisladas
excepciones).
La radio es un poco más libre, pues existen muchas
más frecuencias asignables y el costo de operación es
mucho menor, pero aun así el control gubernamental
de las frecuencias y el control de contenidos por parte de los patrocinadores frecuentemente convierte a
la radio de muchos países en manjares culturales insípidos e intrascendentes. De todos los medios mo-
a
dernos, el más libre y poderoso es la internet. Por
su estructura tecnológica es casi imposible de auditar (y mucho menos de controlar). Es por esto
que de todos es el que más ataques sistemáticos ha
recibido.
Y, sin embargo, de todos los medios de comunicación masiva, el que más trascendencia ha tenido con el paso del tiempo ha sido el libro. Tome el
caso de La revolución de los orbes celestes: la obra
de Copérnico trataba sobre astronomía… un tema
aparentemente intrascendente en la vorágine intelectual y social del siglo xvi, pero las ideas que
planteó sirvieron de inspiración a los intelectuales franceses un par de siglos más tarde. Las suaves
y aparentemente inocuas palabras de Copérnico
destronaron a Luis XVI; es por este libro que, desde entonces, usamos la palabra revolución (que significa literalmente “girar alrededor de algo” con el
sentido con el que aparece en términos como Revolución francesa).
A pesar de lo que mucha gente piensa, creo que
el libro sigue siendo el medio de comunicación más
importante del mundo moderno. Por una parte, el
libro ofrece la mayor densidad intelectual de todos
los medios de comunicación masiva: en un libro se
pueden presentar muchas ideas en un paquete pequeño que se puede leer y releer las veces que uno
quiera y en donde uno quiera (la radio, la
televisión e incluso la internet normalmente presentan información mucho más somera,
pero de manera más
espectacular).
Por
otro lado, y al igual
que la radio y la
televisión, el libro se puede
adaptar fácilmente a las
tecnologías
elec t rón icas modernas y quizá
con mayor
éxito: tengo
en las manos un aparato que me
permite llevar
más de tres mil
libros en formato electrónico; su
batería dura varias
semanas y puedo almacenar los libros y las
revistas de mi colección en la
computadora, y puedo cargarlos y
descargarlos de este aparato con gran facilidad. Cada vez que salgo de casa llevo esta cosa
conmigo; si tengo que hacer cola en algún sitio, puedo ser acompañado por lo mejor de Cervantes, Stanislaw Lem o incluso Ray Bradbury (por no mencionar las revistas científicas que leo cada semana).
La palabra impresa (en papel o en una pantalla
electrónica) no solo ofrece ideas más detalladas,
precisas y profundas que cualquier otro medio de
comunicación masiva, sino que también puede
enamorar con mayor facilidad que otros medios
porque estimula mejor la imaginación; sigo prefiriendo leer las obras de Verne que ver una película
o visitar un sitio web sobre ellas.
El libro, sea tangible o intangible, tiene otra virtud. Cuando los contenidos son de valor, tarde o
temprano los hace llegar a ese 10 por ciento crítico,
necesario para producir cambios sociales. El libro
es el medio que puede escapar mejor a la censura
(por eso los “bomberos” de Fahrenheit 451 nunca terminaban su trabajo). Creo que, en los años
por venir, la palabra impresa, el primer medio de
comunicación intelectual de la historia, seguirá siendo el impulsor del progreso de la sociedad
humana.W
Enrique Gánem, mejor conocido por las ondas
hertizanas como El Explicador, estudió biología y
se ha dedicado a la informática. Desde hace varias
décadas se ha valido de la radio para hacer llegar el
conocimiento científico al gran público.
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: LAURA ESPONDA AGUILAR
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
En el binomio que conforma la frase “divulgación de la ciencia” hay no poca tensión.
Quienes se dedican a poner el conocimiento científico en términos llanos, accesibles para la
mayoría, aspiran a sintetizar amenidad y rigor. De larga tradición, este esfuerzo equipara
al divulgador con el traductor, pues ambos se dedican a construir puentes entre apartadas
regiones idiomáticas —y aun epistemológicas
E N S AYO
No quiero latines
SERGIO DE RÉGULES
Tratar de convencer a otra persona es indecoroso,
es atentar contra su libertad de pensar o de creer o de
hacer lo que le dé la gana. Yo quiero sólo enseñar, dar
a conocer, mostrar, no demostrar
jaime sabines
E
n 1686 el poeta y dramaturgo manqué Bernard de
Fontenelle se retorcía las
manos de angustia por
el futuro incierto de su
creación más reciente, un
libro titulado Conversaciones sobre la pluralidad
de los mundos. A Fontenelle no le había ido bien
con la crítica. De su teatro se decía que había enseñado al público a bostezar y su poesía no la conocía nadie; pero el nuevo libro no era ni poesía ni teatro, sino
una aleación en la que el autor había combinado sus
aspiraciones literarias y su amor por el conocimiento
científico.
Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos
es un diálogo imaginario repartido en seis veladas,
durante las cuales el narrador y la marquesa de G***,
amiga suya, discurren sobre astronomía y se imaginan a los seres que podrían poblar la Luna y los planetas, ahora que sabemos que éstos son otros mundos y no efluvios etéreos impulsados por ángeles. Es
una obra inspirada por el afán generoso de compartir las maravillas que los astrónomos estaban encontrando en el cielo, maravillas que, sin un mediador
como Fontenelle, le estarían vedadas al lego que no
habla la lengua técnica del astrónomo.
Hoy el libro de Fontenelle es un clásico de la divulgación de la ciencia, pero su autor no podía saber lo
que el destino le deparaba a la obra. “Estoy en la misma posición que Cicerón cuando quiso poner en la-
SEPTIEMBRE DE 2011
tín las cosas de la filosofía, que hasta entonces sólo se
habían tratado en griego”, se lamenta Fontenelle en el
prefacio. Quizá se imagina al político y filósofo romano, su antecesor en la divulgación del conocimiento,
en la arena del circo, entre las fieras y el público, tratando de convencer por un lado a los conocedores de la
filosofía, que sabían griego y no necesitaban que se la
contaran en latín, y a los legos, que no digerían la filosofía ni en griego, ni en latín, ni en almíbar, porque no
les interesaba. Fontenelle fue a meterse en el mismo
dilema: ofrecer en lenguaje natural un conocimiento
especializado que se expresa en otra lengua. Así resume su situación: “quizá por buscar un medio en que [la
astronomía] conviniese a todo el mundo haya yo dado
con uno en que no conviene a nadie”. En concreto, las
Conversaciones podrían resultarles poco rigurosas a
los expertos y áridas a los legos: un trabajo inútil.
CON MELÓN O CON SANDÍA
El dilema del divulgador sigue vigente. Cerca de trescientos años después, el biólogo, poeta y divulgador
Carlos López Beltrán escribía en la revista Naturaleza:
“Muy a menudo incomprendida, [la divulgación de la
ciencia] debe realizarse entre dos fuegos. Por un lado,
debe extraer su sustancia, sus materiales, del cerrado
ámbito científico, y debe, por otro lado alcanzar, interesar y, si es posible, hasta entusiasmar al lector común con sus resultados. La crítica es dura por ambos
lados.” La divulgación “sirve a dos amos; el rigor y la
amenidad”.
En principio, nada debería impedir ser riguroso y
al mismo tiempo ameno, pero, en el ánimo de muchos
críticos (y hasta enemigos) de la divulgación, rigor y
amenidad son polos opuestos, lo que obliga al sufrido
divulgador a tomar partido.
Así, cuando me siento a escribir sobre ciencia, la
necesidad de rigor se me manifiesta como una presencia que me vigila por encima del hombro: un ceñudo
investigador científico dispuesto a destriparme si me
a
permito la más tímida metáfora, un rapto de lirismo, o bien —¡horror!— una anécdota personal. La
necesidad de ser ameno se me aparece, en cambio,
como un lector indiferente con el que ansío congraciarme y que bosteza y mira el reloj si suelto
términos técnicos, palabrejas domingueras o resultados científicos sin contexto, historia ni gracia.
“El científico exige no ser traicionado”, dice López
Beltrán. Ese celoso científico no se conforma con
nada que no contenga todas las ecuaciones y el lenguaje técnico. En cambio “el lector exige claridad y
calidad”, lo que es cierto, pero sólo del lector que ya
está interesado en la ciencia y que lee textos de divulgación por gusto; pero al lector común, como en
tiempos de Fontenelle, la ciencia le es desconocida
y por lo mismo indiferente. Ese lector no me exige
nada. Mi trabajo es atraerlo y sugerirle, sutilmente,
que la ciencia merece, por lo menos, atención.
Mi experiencia —¿o será mi gusto?— me dice
que la buena divulgación no es la que reproduce
verbatim el libro de texto, el artículo especializado, las palabras del investigador —la que se inmola
en el altar del Rigor Científico—, sino la que existe
para los que no son científicos, la que reconoce que
la mayoría de la gente ni sabe ciencia, ni tiene por
qué saberla; una divulgación que aspira a compartir más que a instruir. López Beltrán la caracteriza muy bien en su artículo de 1983. La divulgación
“es un discurso autónomo y creativo […] que no es
ni un apéndice del mundo científico ni un periodismo especializado. Por su fin y por su exigencia está
más cerca de los textos literarios.”
TÉCNICOS CONTRA LITERARIOS
“No quiero latines en lo que pretendo vulgar”, escribía en el siglo xviii Carlos de Sigüenza y Góngora, matemático, astrónomo y divulgador novohispano avant la lettre, en una discusión sobre los cometas en la que alegaba que éstos no son presagios
17
N O Q U I E R O L AT I N E S
funestos. Sigüenza usó esta frase para excusarse de
omitir las opiniones de multitud de expertos (las cosas habían cambiado desde tiempos de Cicerón, en
que la lengua docta era el griego y la común el latín;
para Sigüenza es el latín la lengua de los doctos que
se ha de traducir). Los divulgadores de hoy podríamos enarbolar esta frase como lema para anunciar
que en nuestro trabajo no podemos dar cabida a la
jerga técnica ni las formas de decir con que se comunican los profesionales de la ciencia, llenas de sobrentendidos y presuposiciones.
Hace unos años me tocó presentar en el museo
Universum el proyecto de una exposición en la que
participé. En cierto momento hablé de la coherencia que habíamos buscado entre las distintas partes
de la exposición. Un colega físico me reclamó que
coherencia, en física, no quería decir lo que yo estaba implicando, reclamo impertinente, puesto que
en la sala los únicos físicos éramos él y yo. “Sí, pero
yo estoy hablando en español, no en físico”, le dije,
y seguí adelante. La jerga técnica tiene su lugar y
cumple una función en los artículos especializados y entre profesionales, pero cuando uno
sale al mundo, como persona bien educada
deja de hablar en el idioma elitista de la
ciencia profesional. En una fiesta, por
ejemplo, sería un suicidio social insistir en hablar “físico”, que viene a ser
como hablar húngaro, con el agravante de que quien habla “físico”
queda, además, como un pedante
insufrible.
Pero escoger el registro de lenguaje adecuado no es sólo cuestión de buenas maneras, sino
de comunicación eficaz. Al divulgador que quiera hacer contacto con su público (y no hay
de otra: la divulgación es, ante
todo, comunicación) le conviene echar mano de las técnicas
del lenguaje literario, como da a
entender Carlos López Beltrán,
empezando por una muy sencilla: usar la lengua natural. El
originalísimo escritor y predicador británico Laurence Sterne decía por boca del narrador
de su Tristram Shandy: “No
soporto las disertaciones —y
sobre todas las cosas del mundo es una de las más tontas, al
disertar, oscurecer la propia
hipótesis poniendo una hilera de palabras rimbombantes e
incomprensibles como un muro
entre uno y su lector.” Lo que tenemos que comunicar los divulgadores —el pensamiento científico, los resultados de la ciencia, las
polémicas de la ciencia— ya es bastante difícil como para que, encima, lo
compliquemos expresándolo en una lengua que nuestro público desconoce.
Así pues, nada de latines, pero hay palabras (como coherencia) que tienen doble nacionalidad: viven al mismo tiempo en el lenguaje
técnico y en el cotidiano. En su dimensión técnica,
estas palabras adquieren significados restringidos,
pierden holgura semántica. Es más, los vocablos de
la ciencia aspiran a la monosemia monda y lironda,
mientras que la riqueza (y desde luego la sabrosura)
de la lengua común y la expresión literaria está en lo
contrario: en la polisemia, en la posibilidad de interpretarse, en la libertad. Hasta podríamos decir que
el lenguaje técnico es exactamente lo contrario del
literario: el primero tiene el objetivo de llevar al lector en camisa de fuerza por un sendero bien trazado, el segundo lo sitúa en un terreno extenso y solamente le sugiere direcciones de la manera más sutil.
Quizás el terreno es montañoso y las direcciones las
propone la topografía. En el texto especializado, en
cambio, hay un letrero con una flecha descomunal
que dice, perentorio, “por aquí”.
Las ventajas, para la divulgación, del sugerir del
lenguaje literario sobre el imponer de la jerga técnica se aprecian en estas palabras del escritor francés
Georges Perec: “Había yo descubierto la libertad en
la escritura: cómo se puede dejar al lector libre de
entender, de elegir; cómo se puede influir en él por
medios indirectos; cómo se le puede convencer. Y
18
esto es posible si trato de evitar las afirmaciones, si
dejo siempre al lector la posibilidad de escoger entre
diversas interpretaciones posibles de un suceso o de
un sentimiento.” Conclusión: se puede influir y convencer dejando al lector en libertad, que siempre será
mejor que confundirlo y mangonearlo.
BULLYING INTELECTUAL
En un texto de divulgación, la holgura que ofrece Perec a sus lectores tiene su equivalente en la libertad
de disentir de la ciencia, sus métodos, sus resultados
(libertad que también puede apropiarse el divulgador,
por cierto). El público no es tonto, como suponen algunos divulgadores poco avezados. Tampoco hay que
“enseñarle a pensar”, frasecita intolerable que les he
oído a otros divulgadores domingueros. El público es
ciudadano y tiene derecho a sus propias opiniones (incluso cuando el público es niño). “Yo llego a odiar las
cosas verosímiles si me las presentan como infalibles”,
convertirlo. “Lo importante es que se entere de las
ideas, mostrarle lo que creen los creyentes, pero no
tratar de convencerlo.”
DIVULGATORE TRADITORE?
El divulgador interpreta el sentido de la investigación científica y lo expresa en un lenguaje comprensible para el público; dicho de otro modo, la divulgación se parece mucho a la traducción.
Hay quien piensa que traducir es fácil: sólo hay
que recorrer el texto original con diccionario en
mano y sustituir cada palabra por su equivalente
en el idioma de destino: pollito-chicken, gallinahen… Por supuesto, quien tenga esta idea tontísima de la traducción no apreciará que traducir es
crear y no entenderá cómo puede Javier Marías
decir que, de sus novelas, la que más le satisface
es su traducción de Tristram Shandy. Este traductor ingenuo se figura que una buena traducción es
equivalente a un original porque dice lo mismo, y
por lo tanto que el traductor que no consigue decir lo mismo es un traidor. Pero no. “Traducir
significa siempre ‘limar’ algunas de las consecuencias que el término original implicaba”, escribe Umberto Eco en Decir
casi lo mismo. “En este sentido, al traducir no se dice nunca lo mismo. La
interpretación que precede a la traducción debe establecer cuántas y
cuáles de las posibles consecuencias ilativas que el término sugiere pueden limarse.”
En esto del limar y el negociar, la traducción y la divulgación de la ciencia se parecen a
la cartografía, la ciencia de verter en un plano lo que originalmente es esférico. Representar
la superficie esférica de la tierra
en un plano exige renuncias: es
imposible —y siempre lo será—
dar cuenta de todos los detalles.
Hay que elegir qué representar
fielmente en cada caso. Si quiero
representar bien las posiciones
relativas de los países, tendré
que deformar las distancias; si
quiero conservar los tamaños
relativos de los continentes, deformaré sus contornos. No es
un defecto de la cartografía; es
una consecuencia matemática
ineludible de la traducción de la
esfera al plano.
Pero un mapa es valioso por
sí mismo, aunque traicione a la
esfera.
LA REDENCIÓN
DEL MAPA
escribe Montaigne en un ensayo sobre la educación, “y
prefiero expresiones que moderen la audacia de lo propuesto. Tales son: ‘quizá, acaso, un tanto, algo, se dice,
yo pienso’…”
Cae mal quien nos muestra los resultados de la
ciencia como verdades absolutas. Me consta. Hace
poco, en un acto público en Guadalajara, una conocida investigadora pronunció una invectiva contra las
creencias populares en la que esgrimió la ciencia y su
impepinable verdad como filosa espada que dejó malheridos a muchos asistentes. “Esto está demostrado
científicamente, ¿sí?”, decía, con esa pregunta final
que suena más a amenaza. Me causó pésima impresión (y eso que yo estaba de acuerdo con ella). Creo
que esta táctica, más que alegar en favor de los resultados de la ciencia, es puro mangoneo intelectual. No se
puede conquistar al público para la causa de la ciencia
con los modos del matón del patio de recreo.
Yo prefiero hacerle caso a Jaime Sabines, que algo
sabía de comunicación, y “dar a conocer” la ciencia
más que recetarla como remedio para la ignorancia.
El historiador de la ciencia Jonathan Hodge, en una
visita a Universum, opinaba que al público no hay que
a
La divulgación, la traducción y el
mapa son discursos autónomos y creativos; aportan puntos de vista distintos
de los que manifiestan sus originales, tienen otra utilidad y, por si fuera poco, pueden
ser bellos independientemente de su original.
“Una buena traducción resulta siempre un aporte crítico a la comprensión de la obra traducida”,
dice Umberto Eco. “Una traducción orienta siempre hacia una determinada lectura de la obra […]
porque, si el traductor ha negociado eligiendo prestar atención a determinados niveles del texto, de
esa forma ha focalizado automáticamente hacia
ellos la atención del lector.”
Como mínimo, la traducción, la divulgación y el
mapa sirven para orientar, que no es poca cosa, y
podrían tener otros efectos. Según Fontenelle, Cicerón decía que sus obras, lejos de ser infructuosas, podían impulsar a muchos legos a convertirse
en filósofos por la facilidad de leer los libros de filosofía en su propia lengua y deleitar a los doctos con
la versión latina de lo que conocen en griego. En el
fondo, Fontenelle sabe que su propia obra tendrá el
mismo efecto. Su inquietud de que sus esfuerzos
divulgativos resulten inútiles es pura retórica.W
Sergio de Régules, físico, ejerce de divulgador científico
en la UNAM y es el coordinador científico de la revista
¿Cómo Ves? Su libro más reciente es Galileo Galilei,
observador del universo (SM Editores, 2009).
SEPTIEMBRE DE 2011
Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
T O D O S PA R A L A C I E N C I A
Las matemáticas son la disciplina menos presente en La Ciencia para Todos, aunque de
una u otra manera se cuela en casi todos los volúmenes. Acaso ese tímido papel se debe a una
dificultad intrínseca para divulgar la ciencia de los números. Aquí, el autor de uno de los
pocos títulos sobre matemáticas en nuestra serie describe el berenjenal en que se mete quien
quiere comunicar la médula del quehacer matemático
E N S AYO
¿Por qué es difícil
divulgar matemáticas?
CARLOS PRIETO DE CASTRO
L
as matemáticas parecen
existir desde siempre; sin
ellas, los babilonios y los
egipcios no habrían sido
capaces de levantar su imponente obra arquitectónica. No obstante, lo que
podríamos llamar matemáticas modernas no surgió
sino hasta que Zermelo y
Fraenkel formularon los axiomas sobre los que se apoya la lógica que permite demostrar formalmente los
teoremas que las conforman. Se tratan estos axiomas
de una serie de postulados que se aceptan sin ninguna
prueba, y es como consecuencia de ellos que se obtiene
la demostración lógica de todas las aseveraciones que
constituyen lo que hoy llamamos matemáticas. Ello
no significa que las matemáticas sean pura lógica, sino
que de la lógica depende la formalización de las demostraciones, que casi siempre se intuyen por la esencia
misma de la afirmación que se conjetura.
Es un hecho que hoy por hoy las matemáticas están conformadas por una amplia variedad de ramas
que interactúan unas con otras de maneras por demás intrincadas. Vemos que, a través de la topología
algebraica, el álgebra y la topología están inextricablemente ligadas; de igual forma ocurre con la topología diferencial, que conjuga la topología con el cálculo diferencial, o con la geometría algebraica, que
fusiona la geometría y el álgebra conmutativa. Podría continuar con una lista interminable de sinergias que no contribuiría en mucho más que en mostrar la vastedad del acervo matemático de nuestros
días y sus vínculos.
Los célebres resultados que han sido obtenidos en
los últimos cincuenta años incluyen el teorema de
los cuatro colores, cuya prueba combina la combinatoria con algoritmos computacionales, o el último
teorema de Fermat, cuya prueba, aun tratándose de
una afirmación inherente a la teoría de los números,
requirió de la teoría de funciones complejas y de las
ecuaciones diferenciales. Todos estos resultados han
sido obtenidos combinando técnicas de varias ramas
de las matemáticas. Esto no significa que sean una
disciplina pequeña, sino que muestran la unidad que
las matemáticas tienen.
¿Por qué entonces es tan difícil hacer divulgación de las matemáticas? La primera dificultad que
enfrentamos es saber para quién se escribe. Si pretendemos divulgar —es decir, acercar al vulgo— un
sentir sobre las matemáticas, tenemos que partir
del hecho de que los futuros lectores no conocen el
objeto de discusión, y quizá ni les interese saber de
la belleza y de la fuerza que tienen las matemáticas.
Entonces el reto que tenemos ante nosotros es doble, a saber: provocar el interés del lector y transmitirle aquello que sobre las matemáticas queremos
comunicar.
Una argucia a la que se puede recurrir para abordar un tema es tomar como punto de partida algún
hecho matemático con el que el lector promedio esté
familiarizado. Así, para divulgar algo acerca del último teorema de Fermat podemos explicar al lector el
significado de que una ecuación de la forma
SEPTIEMBRE DE 2011
(1)
xn + yn = zn, para n > 2,
tenga soluciones enteras (esto es lo que se denomina
ecuación diofantina, en honor a Diofanto, el padre de la
aritmética). La argucia aquí puede consistir en considerar primero el caso n = 2 y tomar la ecuación
x2 + y2 = z2,
(2)
y luego en pensar que las indeterminadas x y y denotan
las longitudes de los catetos de un triángulo rectángulo, y z su hipotenusa.
x
y
z
Entonces la ecuación (2) se transforma en el célebre
teorema de Pitágoras, quizá la más famosa de todas las
aseveraciones matemáticas. Una vez hecho esto, le hemos dado al lector un asidero. De aquí podemos pasar
a la consideración de las ternas pitagóricas, como 3, 4,
5 o 5, 12, 13, y observar que son soluciones de la ecuación (2), es decir, que si tomamos x = 3, y = 4, z = 5 o x =
5, y = 12, z = 13, entonces se satisface la ecuación (2), a
saber,
32 + 42 = 52 o 52 + 122 = 132,
como se verifica fácilmente. Así, ya le explicamos al
lector lo que significa que la ecuación (2) tenga soluciones enteras. Ya con esto en la mano podemos especular con el lector sobre la posible existencia de soluciones enteras para la ecuación (1) cuando n es igual a
3. Finalmente puede explicársele al lector que Fermat
aseguró que esa ecuación no tiene soluciones enteras
cuando n es mayor que 2.
x–y
x
y
z2 = 4(xy/2) + (x – y)2
= 2xy + x2 – 2xy + y2
= x2 + y2
Yo no sé si históricamente haya un vínculo entre el
teorema de Pitágoras y el último teorema de Fermat;
sin embargo, el vincularlos parece natural. Tampoco
sé si esto realmente motive el problema que represen-
a
ta el último teorema de Fermat. Llama la atención
que transcurrieran trescientos años desde que
Fermat escribió su enigmática afirmación hasta
que Andrew Wiles logró dar una demostración de
dicha afirmación, después de que grandes cerebros
como el de Carl Friedrich Gauss tratasen infructuosamente de dar una demostración de tal hecho.
Aquí pasamos a una tercera dificultad: ¿sabrá
el lector cabalmente lo que significa demostrar?
¿Comprenderá por qué es fundamental dar una
demostración fuera de toda duda de cualquier hecho matemático que aseveremos? Aquí podemos
nuevamente apelar a alguna prueba del teorema
de Pitágoras y explicar que, una vez presentada
tal prueba, dicho teorema queda establecido como
una verdad absoluta y permanente, y que puede ser
utilizado sin ningún temor a que estemos fundamentando algo sobre bases dudosas. Llegada esta
etapa, podríamos suponer allanado el camino para
hablar de la demostración de Wiles. Sin embargo,
no es claro aún si el lector comparte la importancia que para un matemático reviste el tener una
demostración para una afirmación que no parece tener relevancia alguna para el bienestar de la
humanidad.
Cabe aquí recordar ahora lo que el gran Gauss
escribió en una misiva a Friedrich Bessel acerca de
los números complejos, que hace doscientos años,
en 1811, empezaban a cobrar importancia. Gauss
escribió: “No se trata aquí de aplicaciones prácticas, sino de que el análisis es para mí una ciencia
independiente que perdería extraordinariamente
en belleza y orden con la postergación de aquellas
magnitudes fingidas [los números complejos].” Y
es aquí donde el factor belleza entra en juego. Es la
belleza de la teoría a la que apela Gauss más que a
los fines prácticos que ésta pudiere tener, que hoy
por hoy sabemos que los tiene y muchos.
Aquí llegamos a otro punto fundamental, que
es el hecho de que, cuanto más avanzamos, más
incursionamos en un mayor nivel de abstracción.
Ésta es la esencia de las matemáticas y lo que quizás explique la dificultad que ellas representan en
la escuela y en general.
En resumen, la matemática exige un alto grado de abstracción, requiere de un lenguaje propio
para poder expresarla y entenderla, y por tanto su
divulgación resulta muy complicada. Demanda
del lector una gran voluntad de abordar un escrito de matemáticas, disposición a quizá no entender
muy bien lo que se está leyendo, voluntad de leer y
releer, y tal vez un cierto umbral de resistencia a
la frustración. Lo mismo ocurre —dicho sea para
concluir—, aunque en un nivel diferente, con los
matemáticos cuando tratamos de leer y entender
sobre un tema que no nos es del todo conocido.W
Carlos Prieto de Castro, investigador del Instituto
de Matemáticas de la UNAM, es autor de Aventuras
de un duende en el mundo de las matemáticas
( FCE, 2005, La Ciencia para Todos), cuya segunda
parte verá la luz muy pronto.
19
Ilustración: EM M ANUEL PEÑA
CAPITEL
Artículos
científicos
DE SEPTIEMBRE DE 2011
A
unque abundan los puentes que
tratan de librar la zanja que aún
hoy divide a los hombres de letras
y a los de ciencia, no está claro
cuál es el mejor modo de reconciliar a las
“dos culturas” descritas por C. P. Snow hace
poco más de medio siglo. Buena parte de
esta edición de La Gaceta ha girado en torno a los intentos de poner el conocimiento
científico al alcance de quienes por vocación
o mero azar quedan lejos del mundo de las
matrices y los matraces, de la cromatografía
y los cromosomas. Infrecuente, y a menudo
perturbador, es que el instrumental, la jerga,
los procedimientos para producir ciencia se
apliquen a asuntos estrictamente humanísticos. Y a no pocos irrita que el fruto de tales
afanes haga caso omiso de las singularidades
de las artes y preste atención a lo cuantitativo, a lo regular, a lo objetivo.
T
al vez no sea muy larga, pero existe
ya una tradición de poner las técnicas estadísticas al servicio del
análisis literario. No se sabe con
certeza quién escribió doce de los poco más
de ochenta ensayos que Alexander Hamilton, James Madison y John Jay publicaron,
en 1787 y 1788, en The Federalist para promover la naciente constitución de Estados
Unidos; estudiando la frecuencia de uso de
vocablos comunes, al menos dos equipos de
investigación, en los años sesenta y en la década pasada, estimaron quién podría haber
escrito esos textos —Madison—. Con procedimientos semejantes, que prestan atención
a elementos en apariencia triviales, otros
detectives estadísticos han podido proponer
el orden en que Platón produjo sus diálogos.
A
finales del año pasado, Science
publicó “Quantitative Analysis of
Culture Using Millions of Digitized Books”, entre cuyos autores
figuran investigadores sobre todo de Harvard —entre ellos el célebre lingüista Steven
Pinker— y de Google, la hoy omnipresente
empresa que se originó con un astuto buscador en internet. Ahí no sólo se da cuenta
del potencial académico del acervo de obras
polémicamente digitalizadas por Google:
más de cinco millones de títulos, que suman
cerca de medio billón de palabras, sino que
se acuña el término culturomics, que ya no
puede empeorar mucho si lo traducimos
como “culturomía”. ¿Su propósito?: ensanchar las fronteras de la rigurosa investigación cuantitativa para abarcar un amplio
abanico de fenómenos de las ciencias sociales y las humanidades. Ese estudio pionero,
que ya ha tenido descendencia en la propia
Science y en Nature, puede resultar irritan-
20
lectura para quien actúa en el orbe
de la ciencia, sean sus ejecutantes
o quienes confeccionan sus
políticas.
ciencia y tecnología
1ª ed., Lima, 2011, 273 pp.
978 9972 663 66 6
$320
CIENCIA,
TECNOLOGÍA,
INNOVACIÓN
Políticas para América Latina
FRANCISCO SAGASTI
Sagasti es un convencido de que en
las tres palabras con que bautizó
su obra, interdependientes por
naturaleza, se halla la clave que ha
permitido a naciones como China
o Corea enfrentar con eficacia sus
graves desequilibrios sociales y
económicos. Latinoamérica está
ante la irrepetible oportunidad de
plantearse políticas que pongan en
marcha una eficaz transformación
de sus sistemas educativo, de
investigación y productivo, por
lo que las ideas contenidas en
este volumen pueden ayudar a
dar el viraje que necesitamos.
Experto de la onu y el Banco
Mundial para estos menesteres, el
autor presenta aquí una apretada
historia de la ciencia, describe
los modelos conceptuales que
explican la interrelación entre
quienes generan ciencia, quienes la
aplican y quienes desde el Estado
la promueven, evalúa las acciones
que se han llevado a cabo en el
subcontinente y muestra el papel
de los organismos internacionales
como promotores y acervos de
información. Es una apetecible
a
TEMAS DE ÉTICA
Y EPISTEMOLOGÍA
DE LA CIENCIA
convencional como recurso
discursivo. Estas disquisiciones
sobre el conocimiento científico,
sobre la dimensión moral de
la investigación y los usos que
puedan darse a sus hallazgos,
son excepcionalmente claras,
refinadas en su presentación y
con destellos de humor —y de
expresiones de admiración y
respecto recíprocos—. Tras leer
a Pérez Tamayo como filósofo
amateur, más en el sentido de
amante que de aficionado, como él
mismo aclara, uno no puede más
que decir de él lo que ha dicho de
su venerado Bertrand Russell: es
“un sabio universal”, conocedor
de la naturaleza humana; sirva
de ejemplo su reciente Personas
y personajes (fce, 2011), donde
retrata a decenas de colegas y
figurones de la cultura.
ciencia, tecnología,
sociedad
1ª ed., 2011, 111 pp.
978 607 16 0650 1
$130
Diálogos entre un filósofo
y un científico
LEÓN OLIVÉ Y
R U Y P É R E Z TA M AYO
No espere el lector en estas
páginas una sucesión de
parlamentos como los que
caracterizan a Platón o los
que le merecieron la gloria a
Galileo. Este esbelto volumen
reúne en cambio algunas de
las ponencias que Olivé y Pérez
Tamayo han presentado en el
reputado Seminario de Problemas
Científicos y Filosóficos de la
unam, más la presentación de un
libro en la misma universidad;
hay desde luego réplicas,
precisiones sobre lo dicho por
uno u otro, y aún pequeños
debates, pero no el diálogo
HISTORIA DE
LAS ALCOBAS
MICHELLE PERROT
Del lujo desmedido de la cámara
de los reyes y las alcobas de las
quisquillosas cortesanas, hasta
SEPTIEMBRE DE 2011
N OV E DA D E S
los dormitorios colectivos de los
obreros, los miserables agujeros
de los vagabundos, los fríos
cuartos de los secuestrados, las
salas de los enfermos, el lecho
de muerte y hasta los cuartos de
hotel dibujados en el imaginario
de los novelistas, este libro es
un recorrido por la historia
y las diversas formas que ha
adquirido la habitación. Michelle
Perrot ha hecho una minuciosa
investigación en torno a un
espacio en el cual el hombre vive
los sucesos fundamentales de su
vida: “Son muchos los caminos
que conducen a una habitación: el
nacimiento, el reposo, el sueño, el
deseo, el amor, la meditación, la
lectura, la escritura, la búsqueda
de uno mismo o de Dios, la
reclusión voluntaria o forzada, la
enfermedad, la muerte.” Pareciera
que la forma de estructurar la
intimidad atañe no sólo a la vida
privada sino que ha impactado en
la historia social de la vivienda.
historia
Traducción de Ernesto Junquera
1ª ed., Siruela-fce, 2011, 353 pp.
978 607 16 0673 0
$280
ECOS
R A FA E L C A D E N A S
La poesía es palabra viva que
se dice en silencio, según el
descubrimiento de la mirada en
curso, o que brota en voz alta,
sonora, o queda casi, sosegada.
La del venezolano Rafael
Cadenas ha de decirse de las dos
maneras, en ambas dimensiones.
A la publicación del grueso
volumen de su Obra entera (2ª
ed., 2009) el fce añade ahora la
puesta en luz y en aire del disco
compacto Ecos, para los que
quieran escuchar en voz propia
los poemas de este poeta entero,
uno de los mayores escritores de
Venezuela y sin duda una de las
voces más vigorosas y dueñas de
vitalidad y sapiencia del mundo
de habla castellana. Hay en
especial dos registros en la obra
de Rafael Cadenas; en ocasiones
sorprenden imágenes sensitivas,
registros insospechados de un
mundo nutrido por la atmósfera
siempre marina del Caribe,
una sensualidad natural que a
menudo se torna en expresión
lírica de calmo amor y soledad.
Otras veces el poema transcurre
en un tono conversacional, de
modo entrañable o irónico.
entre voces
1ª ed., 2011, 1 cd
978 607 16 0681 5
$70
SEPTIEMBRE DE 2011
CIUDADES
R A M O N X I R AU
De Florencia, “ciudad de
banqueros, políticos, condottieri,
artistas y pícaros […] donde los
puentes trazan ágiles y poderosos
arcos sobre la curva líquida del
Arno”, a los semáforos acuáticos de
Venecia, que conducen al mar; de
Milán a una estatua de Catulo en
Verona, estas Ciudades muestran
el recorrido histórico y cultural
que realizo el filósofo Ramón
Xirau por algunas de las urbes más
emblemáticas de Italia, que a su
vez contienen parte fundamental
de la historia de Occidente. Es un
paseo por calles y monumentos
pero también por la vida y la
obra de los grandes pintores
renacentistas, de san Agustín
y san Anselmo, de Giordano
Bruno, Marsilio Ficino, Pico della
Mirandola, el ya mencionado
Catulo y muchos más que han
esculpido la historia artística y
cultural de Italia, país que según
el autor de Entre la poesía y el
conocimiento. Antología de ensayos
críticos sobre poetas y poesía
iberoamericanos (fce, 2001, Tierra
Firme), “ha entendido el espacio
que los hombres construyen”.
centzontle
1ª ed., 2011, 128 pp.
978 607 16 0699 0
$75
LA BRUJA Y EL
ESPANTAPÁJAROS
G A B R I E L PA C H E C O
Una bruja ha caído en el bosque
luego de volar junto a un grupo
de colegas que surca los cielos
en monociclo. Indignadas, éstas
deciden abandonarla en el bosque
como castigo a su descuido, pero
una pequeña ave que ha sido
testigo de la caída le cuenta lo
sucedido al espantapájaros de
una granja vecina. Éste, acaso
enamorado de la hechicera
caída en desgracia, decide hacer
algo sorprendente, aun a riesgo
de su propia vida. La bruja y el
espantapájaros es una cálida
fábula de amor narrada con
dibujos de tonos opacos, lúgubres
y de extraordinaria calidad, en
los que nada es intrascendente: el
detalle con que Pacheco aborda
sus lienzos digitales exige al lector
un recorrido atento de las formas,
las figuras, los trasfondos, pues en
lo insignificante puede hallarse
la clave del relato. Sin palabras,
éste es un intenso diálogo poético
con el lector infantil. El Fondo
cuenta en su catálogo con una obra
ilustrada por Pacheco: Hago de voz
un cuerpo, con poemas de, entre
otros, David Huerta, Francisco
Hinojosa, Eduardo Langagne
y Francisco Segovia, libro que
mereció un premio de la feria del
libro de Bolonia.
los especiales de
a la orilla del viento
1ª ed., 2011, 44 pp.
978 607 16 0678 5
$120
EL CRISTAL
CON QUE SE MIRA
ALICIA MOLINA
Aquí se narra la historia de Emilia,
una niña muy aplicada que vive
los problemas que implica tener
miopía y sordera. Además de
tratar los conflictos habituales de
toda chica a punto de pasar a la
adolescencia (las peleas con amigos
y familiares, la insubordinación
contra los padres, la incomprensión
absoluta), el libro plantea un
asunto fundamental: Emilia no
es una niña mejor o peor que los
demás por el mero hecho de vivir
con un tipo de discapacidad. “Eres
distinta, Emilia. Todos somos
diferentes y nadie es perfecto”,
le ha dicho su maestra, al ver el
enojo de la niña ante sus carencias
corporales. Y aunque Emilia en un
principio se niega a usar anteojos,
pues piensa que se verá fea, termina
por darse cuenta de los beneficios
que le deja hacer lo correcto: “Todo
es según el cristal con que se
mira, y cada problema encuentra
su solución. Bastan tres cosas:
entender que lo que es, es; atreverse
a decir la verdad, y aprender a
esperar y confiar.” Divertida y
quizás incluso edificante, es una
historia escrita para un público que
verá aquí reflejadas muchas de las
inquietudes y pasiones propias de
su edad.
a la orilla del viento
1ª ed., 2011, 216 pp.
978 607 16 0654 9
$70
a
te por la contundencia con la que convierte
conteos de palabras en hipótesis sobre profundas transformaciones culturales, pero es
un seductor ejemplo de convivencia pacífica, fecunda, entre letras y números. Confiamos en que el filón dé más que la amorfa pepita con que se festejó su hallazgo. El poder
obviamente inhumano de las computadoras
para procesar datos no significa que éstas
puedan generar conocimiento y menos, valga la cursi palabrita, sabiduría.
O
tra revista científica —puede uno
imaginar que un físico de caricatura levante la ceja al describir
así a Psychological Science— presentó el mes pasado un curioso hallazgo que
atañe al aguafiestas que nos adelanta el inesperado desenlace de un libro o una película.
En “Story Spoilers Don’t Spoil Stories”, de
Jonathan D. Leavitt y Nicholas J. S. Christenfeld, de la Universidad de California en
San Diego, se afirma que conocer en qué terminará un relato, sea policial o de misterio,
sea uno de esos engañosos cuentos en que al
final todo era un sueño, produce mayor satisfacción que leerlos desde una pura y total
virginidad respecto del argumento. Para llegar a tan anticlimática conclusión, los investigadores agregaron al comienzo de textos
de John Updike, del irónico Roald Dahl, del
reverenciado Antón Chéjov, de la ocurrente
Agatha Christie y aun de Raymond Carver
un parrafito en el que se adelantaba el desenlace y sometieron cada una de las versiones a grupos de al menos 30 personas que,
faltaba más, no conocieran el relato. Con las
siempre discutibles métricas de los estudios
sobre la psique, los lectores consideraron
más satisfactoria la experiencia cuando conocían hacia dónde conduciría el flujo narrativo. Los autores del artículo concluyen
que la buena escritura depende poco de la
trama y la sorpresa.
R
ematemos este periplo con una
escala en un artículo de Acta Neurochirurgica, un journal europeo
de neurocirugía, en el que se describen los traumatismos que Astérix, Obélix y sus secuaces causaron a lo largo de 34
volúmenes, es decir los primeros 24 dibujados por Albert Uderzo con argumento del
genial René Goscinny, más 10 producidos
sólo por el primero. La cifra de heridos, lo
confieso, parece baja, dada la afición de los
galos a divertirse repartiendo mamporros
a los legionarios que custodian, desde sus
cuatro frágiles campamentos, la idílica aldea armoricana que resiste hoy y siempre al
invasor: a 704 llega el recuento de pacientes
con daño cerebral traumático, que es el objeto de estudio de “Traumatic Brain Injuries
in Illustrated Literature”, cuyo autor principal es Marcel A. Kamp, de la Universidad
Heinrich Heine. Asombra, eso sí, el sexismo,
pues los investigadores hallaron que 698
destinatarios de los sopapos son varones. Es
comprensible, por su parte, la distribución
de los orígenes nacionales de las víctimas:
casi dos terceras partes (63.9 por ciento)
son vasallos de Julio César, pero el recuento
de los daños incluye 120 galos, 59 bandidos
y piratas, 20 godos, 14 normandos, 8 vikingos, 5 britanos y 4 extraterrestres (¡?). Y si
bien el galo de rubios bigotes y su pelirrojo
comparsa causaron el 57.6 por ciento de los
traumatismos, sólo el 83 por ciento de los
agresores estaba bajo el influjo de la poción
mágica —vaya fuerza la del restante 17 por
ciento—. Para evaluar la gravedad del daño,
los traumatólogos lectores de cómics hicieron su diagnóstico a partir de síntomas claros —ojos saltones, lengua colgante, mirada
extraviada— y concluyeron que 390 casos
presentaron traumatismo severo, 89 uno
moderado y 225 uno ligero; con alivio, informan que no hubo víctimas fatales.W
TOM Á S GR A NA DOS SA LINA S
21
El FCE vio la luz pública en septiembre de 1934. Hemos puesto a circular dos obras que
revisan sendos aspectos de la historia de esta institución —y los comentamos aquí como parte
del festejo de cumpleaños—: una sobre las portadas de los miles de libros que llevan nuestro
sello, otra sobre la gente que los ha hecho posibles. Permítasenos este brindis en palabras de
quien ha estudiado la historia de la casa
El rostro y la entraña
V ÍCTOR DÍAZ AR C INIEG A
——————————————
L
os recientes libros Historia en cubierta e Iconografía del
FCE son dos relatos de índole histórica sobre el Fondo de
Cultura Económica a propósito de su 75 aniversario. El
primero, elaborado por Marina Garone Gravier, se ocupa de la imagen visual a partir de las cubiertas o portadas de sus libros y el segundo, elaborado por Jaime Soler Frost, se ocupa de su gente, esa heterogénea familia
que por elección propia también ha hecho suya la responsabilidad de la empresa editorial. Las dos perspectivas corren paralelas, aunque una se ostenta públicamente para cumplir su cometido y la otra actúa dentro del ámbito cerrado de las
oficinas y gabinetes, talleres, bodegas y librerías, todos ellos junto con las amistades cómplices de los afanes culturales del fce. Ambas son sustantivas: una apela
directamente al lector y la otra se ocupa de algunos de los muchos aspectos implícitos en el hacer que la obra de un autor se materialice en el libro. De esta manera, se cumple el ciclo completo: el libro desde el manuscrito original hasta que
llega impreso al lector.
Los poco más de 75 años de historia del fce son dignos del jubileo que ilustran
los dos libros. La Iconografía del FCE es el álbum de la familia y sus allegados, y la
Historia en cubierta exhibe a los cientos de vástagos ejemplares nacidos de esos
hombres y mujeres afanados en hacer libros, esas herramientas decisivas para el
saber, el conocer y el placer, todo simultáneo y propositivo. En este punto subrayo una doble cualidad. La primera: la historia de las cubiertas muestra no sólo la
paulatina e inducida transformación de la imagen de los productos de la empre-
22
sa, sino también evidencia la voluntad de una permanente correlación de la empresa con su presente, incluso adelantándose a él; es la exigencia de actualización
y, simultáneamente, la exigencia de continuidad respecto de la propia tradición
en cuanto a los estilos gráficos empleados por la editorial en tantos años. La otra
cualidad ilustrada en la iconografía es el natural paso generacional de los individuos que desde la creación del fce han contribuido y lo siguen haciendo para el
beneficio de la empresa, entendido este concepto en su sentido más tradicional:
el acto de emprender las tareas encaminadas a hacer el bien a las personas, como
sin duda hacen los libros.
Aunque las dos obras se ajustan a una exposición atada a un desarrollo cronológico a partir de 1934 —con sus naturales y sintéticos antecedentes para el caso
de la evolución del diseño de las cubiertas desde poco antes de la imprenta de Gutenberg—, ninguna de ellas se pretende formalmente una historia. Por supuesto y
no obstante, con tal característica ambos libros son una muy rica fuente de información útil para ampliar, para detallar y, ¡claro!, para complementariamente ilustrar la Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, que elaboré
para conmemorar el 60 aniversario. Naturalmente, estos libros son independientes, tienen su propia vida y todos pretenden contribuir al mejor conocimiento de
la editorial. Más y mejor aún: la Historia en cubierta y la Iconografía del FCE, debido
a su rigurosa singularidad, sustentan sensiblemente la construcción de dos vetas
importantes de la historia cultural de México.
En el trabajo de Marina Garone Gravier, su sólido conocimiento de las artes
gráficas y el diseño cristaliza en un —por muchos motivos— estupendo libro. A
primera vista destaca sobremanera su diseño, desde su cubierta hasta la compo-
a
SEPTIEMBRE DE 2011
sición de cada una de las páginas: el sugerente manejo de los colores anaranjados
en las guardas, negros en los cambios de capítulo, blanco amarfilado en el conjunto, más el impecable manejo de las tintas negras y rojas y de la armónica diagramación del volumen. Conforme nos adentramos en el contenido, la presentación del prestigiado diseñador Victor Margolin ayuda al encuadre internacional,
cuando describe cómo el diseño de las cubiertas del fce en sus 75 años de vida ha
estado a la altura de las realizadas por otras editoriales importantes de otros países. Me detendré en una de sus afirmaciones: “el fce ha sido el campo de entrenamiento de muchos diseñadores jóvenes”.
Con esta línea se sintetiza el cuidadoso y documentado análisis de la evolución gráfica de las cubiertas de los libros del Fondo realizado por Garone Gravier.
También esa línea contiene el rasgo distintivo de la empresa editorial: en ella ha
habido una permanente renovación de las perspectivas gráficas impulsada por
los naturales cambios generacionales y, a su vez, estos cambios revelan una conciencia y libertad de la editorial para permitir y aun estimular la creatividad gráfica de los diseñadores. Si una lección ofrece la Historia en cubierta es precisa-
fce. Sí, es cierto, es el álbum familiar: ahí están las modestas instantáneas tomadas al acaso, sea para el registro amistoso de la faena laboral cotidiana, sea para
la constatación de la presencia de los generosos cómplices en la cristalización del
proyecto cultural centrado en el libro, sea para dar cuenta visual del paso generacional de esa cada vez más numerosa familia. Para usar la figura clásica: en la
Iconografía del FCE están los rostros que hacen el tronco, los brazos y las ramas
del árbol genealógico y las casas y talleres en donde han ejercido su noble oficio
editorial.
De la nota liminar escrita por Alí Chumacero he parafraseado una línea esencial: en esas fotos se da cuenta de “la complicidad benéfica con el fin de crear y
llevar adelante tareas sin las cuales el hombre sería un ser incompleto”. El fce ha
propiciado durante 75 años esa comunidad de intereses que con toda elocuencia
se muestran en las fotos. Más allá de las circunstancias de esas instantáneas, la
gran mayoría carece de pretensiones estéticas o fines periodísticos; en esos registros de ocasión podemos constatar cómo y por quiénes la empresa editorial
del FCE ha contribuido a la construcción de la cultura mexicana dentro del ámbi-
“
EL CUIDADOSO REGISTRO DE ESAS GENERACIONES
DE ILUSTRADORES, DISEÑADORES, EDITORES
Y FECHAS DE PRODUCCIÓN MUESTRA CÓMO LA AUTORA
CONCIBE UNA PARTE DE SU QUEHACER COMO HISTORIADORA
DEL DISEÑO GRÁFICO: LA SUCESIÓN DE INDIVIDUOS DENTRO DE UNA
SECUENCIA CRONOLÓGICA; IDÉNTICO CRITERIO SIGUE EN SUS ANÁLISIS
DE LAS CUALIDADES GRÁFICAS DEL DISEÑO, SUBORDINADAS AL
NATURAL EJE DE CADA UNA DE LAS COLECCIONES Y DE LAS
PUBLICACIONES PERIÓDICAS
”
mente ésta, la exploración gráfica de un diseño con voluntad de cambio acorde con una tradición, en la que se combinan los temas y rasgos
distintivos de las colecciones, la singularidad de cada uno de los libros
y la naturaleza del público lector, meta final del libro.
El cuidadoso registro de esas generaciones de ilustradores, diseñadores, editores y fechas de producción muestra cómo la autora concibe una parte de su quehacer como historiadora del diseño gráfico: la
sucesión de individuos (personas, en muchos casos con el respectivo
currículum) dentro de una secuencia cronológica; idéntico criterio sigue en sus análisis de las cualidades gráficas del diseño, subordinadas
al natural eje de cada una de las colecciones y de las publicaciones periódicas. Como tal, más que una historia estricta, es un magnífico catálogo cronológico y temático cuya elocuencia mayor es la de mostrar
la evolución de los estilos gráficos empleados, todos ellos arraigados en
sus respectivos momentos históricos y sus contextos geográficos, en la
medida de considerar a todas las filiales extranjeras de la editorial. Es
decir, la propuesta del análisis histórico de la autora consiste en la exhibición del proceso de cambio a través del tiempo en la elaboración de
las cubiertas, y 75 años acumulados de experiencia son toda una cátedra de la conciencia gráfica del fce en sus libros.
Sin embargo, debo llamar la atención sobre tres omisiones significativas. La primera aparece en el sucinto y suficiente recuento histórico
de la producción editorial, que en su secuencia cronológica dejó fuera el periodo de 1970 a 1976 (p. 64); la importancia no está en las tres
breves direcciones de la empresa —tienen lo suyo, pero aquí no son
pertinentes—, sino en el ingreso de Jaime García Terrés al frente de la
Gerencia de Producción: como experimentado editor y promotor cultural, estuvo al frente de una nueva y pujante generación de editores,
diseñadores y promotores, por decir lo menos. La segunda está relacionada con la anterior: en su cuidadoso recuento de las publicaciones
periódicas, Garone Gravier dejó fuera el por muchos aspectos penoso
periodo de 1967 a 1970 de La Gaceta (p. 230). La tercera omisión es su
parcial análisis de la colección Tezontle: dejó fuera de su recuento la
multitud de obras cuya singularidad las colocaría en la categoría de libro-objeto, como es el caso de este libro, por su estupenda manufactura y soberbia cualidad gráfica.
Para mi sorpresa y desazón, la Iconografía del FCE está lejos de estas
cualidades editoriales. Pero esto no le resta méritos a la laboriosa investigación iconográfica realizada por Jaime Soler Frost. Si bien el recuento de la exposición sujeta a la secuencia cronológica resulta simple, también tiene un beneficio, más útil cuando se trata de las imágenes fotográficas de personas y lugares, que nos permite la nítida identificación
del paso del tiempo. Así, junto a los rostros de los artífices está la paulatina construcción del cuerpo editorial que propiamente son los libros,
generosamente referida por el registro cronológico de algunas significativas obras y autores, y por la reproducción de algunas de las portadas
—sin la exquisitez de la calidad de reproducción ni la escrupulosa selección hecha por Marina Garone Gravier.
Esta propuesta de doble secuencia —personas o lugares y obras—
también resulta benéfica para el mejor conocimiento de la historia del
SEPTIEMBRE DE 2011
ICONOGRAFÍA
DEL FCE
JA IM E
SOLER
F R O S T,
C O M P.
tezontle
1ª ed., 2011, 195 pp.
978 607 16 0736 2
HISTORIA
EN CUBIERTA
El Fondo
de Cultura
Económica
a través de sus
portadas
(1934-2009)
to de la cultura letrada. Subrayo una cualidad también esencial: entre
los técnicos de la casa editorial y los autores de la empresa intelectual
hay una tan estrecha como fraterna relación, sea por la visita amistosa
a las instalaciones, sea en los actos protocolarios institucionales, sea
en el simple júbilo privado de la familia editorial que se reúne expresamente para tomarse la foto todos juntos.
Así, en el escrupulosamente diseñado rostro implícito en las cubiertas de los libros y en la vital entraña humana de los hacedores de esos
libros podemos identificar los dos extremos del horizonte que, ahora,
estructura la simbólica historia del fce. En la Historia en cubierta de
Marina Garone Gravier está registrada la experiencia acumulada durante 75 años, con la cual los diseñadores de la editorial fueron cristalizando las propuestas gráficas de las cubiertas de los libros creadas
expresamente para atraer la atención del lector. Con esta sugerente
propuesta la autora creó un ejemplar catálogo histórico que muestra
con detalle la evolución del diseño gráfico, definitoria de la presencia
visual de la editorial ante su público. Sin duda fundamental es el aporte analítico que ofrece Garone Gravier al poco atendido capítulo de las
artes gráficas aplicadas a la industria editorial, tan significativo en la
historia cultural de nuestro país.
Simultáneamente, la Iconografía del FCE constituye una sutil historia familiar integrada por fotografías de ocasión y por un recuento
de las obras más significativas durante los 75 años de actividades de la
editorial. Es un hecho: en México son pocas las empresas que puedan
sentirse orgullosas por alcanzar tantos años de vida, renovadas generacionalmente por sus trabajadores, sus colaboradores y, por supuesto,
sus lectores. Esta renovación sólo se explica por la sensible comunidad
de intereses que naturalmente han estimulado la integración de los individuos, sea dentro de la empresa o sea en torno de ella. Las más modestas de las instantáneas lo prueban con sensible elocuencia: muestra la entraña humana de la empresa. Agradezco sobremanera a Jaime Soler Frost que me haya permitido dar cuerpo y rostro a muchos
individuos que sólo conocía por la abstracción de su nombre, como
por ejemplo don Sindulfo de la Fuente, cuyos gestos coloquiales en su
faena diaria me permiten imaginarlo como un hombre satisfecho con
sus humildes y nobles tareas como corrector y editor. Así, la entraña
secreta consignada en tan disímbolas fotos revela a la heterogénea familia de la editorial, ocupada en cristalizar los intereses comunes del
hacer libros y de hacerlos llegar a los lectores. ¡Cuánta y tan benéfica
complicidad!W
MARINA
GA RON E
G R AV I E R
tezontle
1ª ed., 2011, 302 pp.
978 607 16 0564 1
$490
a
Víctor Díaz Arciniega, historiador, es investigador de la UAM Azcapotzalco. Es autor de Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica,
1934-1994; hace unos meses se reeditó su Querella por la cultura “revolucionaria” (1925).
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Joel S.
Migdal
Estados débiles,
Estados fuertes
El trabajo de Migdal pone de cabeza casi todo
lo que sabemos sobre la debilidad del Estado.
Para él, el Estado no es el único actor capaz de
generar normas; es uno entre muchos
otros más o menos institucionalizados,
más o menos formales: iglesias, familias,
clientelas, redes, corporaciones, comunidades…
Éste es el primer título de la colección Umbrales,
dirigida por Fernando Escalante Gonzalbo
y Claudio Lomnitz
www.fondodeculturaeconomica.com
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