Colonización política de la sociedad civil y espacios públicos

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XVII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Cartagena, Colombia, 30 oct. - 2 nov. 2012
Colonización política de la sociedad civil y espacios públicos ficticios: las razones
históricas del vacío participativo en México
Alberto J. Olvera Rivera
Introducción
En México, a 12 años de transición democrática, sorprendía hasta hace unos meses a cualquier
observador la casi total desaparición en el espacio público de los movimientos sociales populares y la
ausencia relativa de la antes protagónica y festejada sociedad civil. ¿Cómo es posible que en un país
donde el gobierno apenas funciona la sociedad no sea un factor de poder que impulse el cambio
político, ante todo, la profundización de nuestra precaria democracia electoral?. La crisis de
legitimación del presidente electo en julio de 2012 ha cambiado esta situación por primera vez en años.
Sin embargo, el triunfo del PRI, el saqueo de las arcas del Estado y la explotación de los consumidores
por monopolios u oligopolios privados alcanza proporciones tan alarmantes que es preciso preguntarse
por las condiciones políticas y sociales que han permitido tales excesos. En los tiempos del
autoritarismo priísta la propia centralización del poder en la presidencia de la república conducía a la
apropiación patrimonial de los bienes públicos, a la más completa falta de transparencia en el ejercicio
del gobierno y al monopolio del espacio público por el propio Estado. Lógicamente, quedaban en el
ámbito privado tanto los acuerdos entre políticos y empresarios como los arreglos entre políticos y
líderes corporativos, que eran los factores determinantes de la definición y, sobre todo, de la ejecución
de las políticas públicas. Pero alcanzada la democracia electoral, y desmontado el presidencialismo casi
absoluto, la continuidad de las prácticas del viejo régimen y el debilitamiento de la sociedad civil
obligan a repensar el problema del espacio público y los límites de la democratización en nuestro país.
Retomar el concepto de espacio público hace sentido hoy día porque nos permite pensar lo político y la
política desde una perspectiva que pone el acento en la relación entre sociedad, Estado y medios de
comunicación. Lo relevante del rescate contemporáneo de esta noción es la primacía de la publicidad,
es decir, de hacer manifiesto lo que está oculto, de pronunciar en público las opiniones que habían
permanecido privadas, de poner en conocimiento de los otros las ideas, valores y principios que se
sostienen, así como los actores que portan esos temas e intereses. De aquí el potencial de la categoría,
pues en países de tradiciones autoritarias, es justamente el carácter privado de los arreglos políticos y la
naturaleza igualmente privada de los mecanismos de exclusión lo que invisibiliza la falta de
democracia y reduce el concepto y la práctica de la política.
Este concepto, que en la mejor tradición de las ciencias sociales combina elementos descriptivos y
normativos, implica una crítica a las nociones dominantes de democracia y de política. En la teoría
democrática y en los estudios sobre las transiciones democráticas, la democracia aparece como un subsistema cerrado que se refiere únicamente a las reglas de acceso al poder por parte de los actores
políticos, modelo limitativo dentro del cual no caben las prácticas políticas que emanan de la sociedad.
Está en cuestión lo que es la política y lo que es lo político. El campo de lo político abarca los
conflictos de valores, normas e intereses que caracterizan la vida social. Lo político no se expresa
solamente como la relación entre los ciudadanos atomizados y el Estado en el ámbito de la elección y
autorización de sus representantes, sino en los múltiples espacios donde se debate, se define y se decide
el bien público. Lo propiamente político radica precisamente en los espacios de conflicto en los que se
muestran y negocian no solamente las distintas orientaciones y valores, sino donde se acuerda lo que es
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común a todos y lo que es lo propio (los elementos fundantes de las identidades colectivas) 1. Esos
espacios de debate constituyen precisamente el espacio público, cuyos sujetos son actores de una
sociedad civil diversa y plural. En tanto, la política se refiere al conjunto de acciones colectivas e
individuales que se orientan a intervenir en la definición, implementación y control de las políticas
públicas y de la acción del Estado en general, a través no sólo de los mecanismos electoralesy
parlamentarios tradicionales, sino de una compleja y variada serie de prácticas y mecanismos que
canalizan la intervención social en el campo de las relaciones de poder.
Como puede observarse, el espacio público no se reduce a ni consiste principalmente en los medios de
comunicación masiva. La televisión, la radio y la prensa constituyen el aspecto macrosocial de un
espacio y de unos procesos que tienen lugar a varias escalas, que van desde lo microlocal (asambleas,
reuniones, demostraciones, debates) hasta el espacio global virtual creado por el internet. 2Es por ello
que el análisis de la intervención de la sociedad en el espacio público no puede limitarse a la
constatación de la poca atención que los medios le dan a los diversos actores sociales en la actualidad,
ni a la denuncia de su falta de poder frente a la clase política y al Estado. El problema es más complejo,
y tiene que ver con las dificultades que la sociedad encuentra para crear nuevos e innovadores sujetos
de cambio, con la escasez y debilidad de espacios públicos para debatir e impulsar nuevos principios y
orientaciones culturales y con la desconexión comunicativa entre los escasos actores sociales
consolidados y el Estado. Esta última dificultad es a su vez una “síntesis de múltiples
determinaciones”, pues en ella confluyen los problemas de representación de los partidos políticos, la
incapacidad de las instancias parlamentarias para recibir y procesar las demandas sociales y la propia
debilidad histórica de la sociedad civil.
El concepto de espacio público ha sido objeto de un largo debate en América Latina. Para empezar,
hubo que oponerse a la noción de que lo “público” se refería al Estado, en que tanto éste constituía lo
opuesto del sector privado. Al menos en México y en Brasil ésta fue la idea dominante durante los años
de oro del proyecto desarrollista.3 El rescate de lo público como un espacio de la sociedad es
relativamente reciente, y se llevó a cabo primeramente en Brasil. La discusión sobre el espacio público
en Brasil se encuadró en la perspectiva del proyecto participativo, que ganó un lugar en la Constitución
de 1988 y que fue defendido en el proceso de transición por numerosos movimientos sociales. 4 De
acuerdo con esta óptica, los espacios públicos son instancias deliberativas que permiten el
reconocimiento de y le dan voz a nuevos actores y temas, que no son monopolizadas por algún actor
social o político o por el Estado mismo, sino que son heterogéneas, es decir, que reflejan la pluralidad
social y política; que, por lo tanto, visibilizan el conflicto, ofreciendo una opción para manejarlo de
manera que se reconozcan los intereses y las opiniones en su diversidad, y en las que hay una tendencia
a la igualdad de recursos de los participantes en términos de información, conocimiento y poder.5
Así, la categoría de espacio público permite entender, entre otros procesos, que en la construcción de la
democracia el ejercicio de la deliberación, bajo condiciones adecuadas, amplía la esfera de la política,
1Al respecto ver el excelente texto de Adrián Ramírez Velázquez, La Reconfiguración de lo Público y su Impacto en lo
Político, Puebla, UIA-Puebla-CUHM, 2008.
2Alberto J. Olvera, “Apuntes sobre la esfera pública como concepto sociológico” en Metapolítica 9, enero-marzo de 1999,
México, pp. 69-79.
3Nuria Cunill, Repensando lo Público a partir de la Sociedad, Caracas,, CLAD, 1997.
4Evelina Dagnino (ed.), Sociedad Civil, Esfera Pública y Democratización en América Latina: Brasil, México, FCEUNICAMP, 2002.
5Leonardo Avritzer, Democracy and the Public Sphere in Latin America, Princeton, Princeton University Press, 2002.
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abre oportunidades de innovación y permite un tipo de relación entre la sociedad civil, la sociedad
política y el Estado que, basada en proyectos compartidos, crea la posibilidad de existencia de un
campo de cooperación igualitaria antes inexistente.6
Sin embargo, en México el estudio del espacio público parecería consistir más bien en una doble
historia: una de ausencias, tanto de actores sociales autónomos como de experimentos de innovación
democrática, y otra de continuidades de procesos de control político desde el Estado sobre la sociedad
y de monopolización del espacio público por una clase política antidemocrática. Para explicar de
manera sucinta las causas y consecuencias de este modelo hegemónico de espacio público en México,
en este capítulo proponemos, en primer término, un breve análisis histórico del par estrechamente
relacionado de la sociedad civil y la esfera pública en nuestro país; en segundo lugar, un estudio de los
actores de la sociedad civil y de los espacios públicos en el período de transición;en tercer término, un
mapeo de los movimientos sociales populares de los años recientes, y finalmente un diagnóstico de los
problemas post-transición que estos actores/espacios/procesos plantean y que explican la invisibilidad
de lo social en el presente y, aún más, la parálisis democrática del país.
Los factores históricos.
En el viejo régimen la definición del interés público era un monopolio del Estado, que era una especie
de“ogro filantrópico” (Octavio Pazdixit) que definía por sí y para sí qué era lo que al pueblo mexicano
le convenía. El Estado mexicano tenía una misión histórica auto-asignada, definida en la constitución
de 1917, que era entendida en los tiempos históricos de este régimen como una especie de “revolución
permanente”, como un prolongado proceso de implantación en la sociedad de un proyecto político
modernizador dirigido desde el Estado. Hasta 1982 se hablaba en México siempre de la revolución, de
la misión histórica del régimen revolucionario, una retórica que sobrevivió todavía al principio de la
implantación neoliberal, a lo largo de los años 80 del siglo pasado, y que vino a ser sustituida por un
nuevo imaginario apenas en los años 90 con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Pero a lo largo de
todo el siglo XX mexicano hubo un monopolio de la definición de qué era el bienestar público por el
Estado. Este monopolio simbólico se articulaba con patrones históricos de inclusión política y social,
de representación política y de ciudadanía, que eran los factores reales que definían la relación entre el
Estado y la sociedad.
El patrón histórico de inclusión se refiere a cómo las personas, en lo individual o en lo colectivo, se
sienten reconocidas por el Estado y de alguna forma participan políticamente en él. Esta inclusión tuvo
en México dos mecanismos principales históricos. El primero fue el corporativo:la sociedad del trabajo
estaba toda ella incorporada dentro de este patrón organizacional (Confederación de Trabajadores de
México, Confederación Nacional Campesina, Confederación Nacional de Organizaciones
Populares).La CNC campesina, la CTM de los trabajadores industriales y del Estado y la CNOP de las
clases medias bajas urbanas representaban tanto los intereses de clase o sector de sus miembros, como
sus intereses políticos a través del partido oficial, el PRI, del que constituían sus tres sectores. El único
sector excluido de la representación política formal era el de los empresarios, quienes a cambio tenían
un trato privilegiado a través del particularismo directo en su relación con el Estado. El otro mecanismo
de integración(porque el patrón corporativo nunca fue totalizador) era un particularismo localista
6Evelina Dagnino, Alberto J. Olvera y Aldo Panfichi, “Para otra lectura de la disputa por las construcción democrática en
América Latina” en Evelina Dagnino, Alberto J. Olvera y Aldo Panfichi (coord.), La Disputa por la Construcción
Democrática en América Latina, México, FCE-CIESAS-Universidad Veracruzana, 2006.
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clientelar, que se expresaba en la atención descentralizada a actores sociales locales a través de la
intermediación de caciques regionales. El clientelismo político se ejercía de manera privada y
específica, pues ser clientes es recibir un favor a cambio de un servicio 7. Además, el enorme peso del
Estado como fuente de trabajo para los profesionales egresados de universidades públicas le permitió
controlar políticamente las asociaciones profesionales y los sindicatos de trabajadores del propio
gobierno. Es por ello que México es uno de los pocos países de América Latina que nunca tuvo
asociaciones de médicos y de abogados que promovieran una política de defensa de derechos
ciudadanos.
La representación política era en consecuencia un mecanismo de delegación corporativa o clientelar.
No era electoral, porque las elecciones,aunque las había,no eran competitivas, sino que cumplían
funciones de legitimación simbólica y legalización ficticia de un orden autoritario. Había una
sorprendente ausencia de derechos de ciudadanía para todos los mexicanos. No había derechos
políticos,pues el voto no servía para elegir a los gobernantes, que eran designados desde arriba.No
había tampoco una ciudadanía civil consolidada, porque al igual que ahora, no había un acceso a la
justicia eficaz ni un proceso judicial debido8. Tampoco había derechos sociales, excepto para quienes
estaban incluidos en el pacto corporativo, y eso de manera mediada políticamente.En suma, el viejo
régimen negó o mediatizó la condición de ciudadanía a la inmensa mayoría de los mexicanos.
El sistema político era sumamente eficaz en cuanto al control político se refiere (y extraordinariamente
estable gracias a sus claras reglas de sucesión), porque logró segmentar a la sociedad, de tal forma que
los sectores (minoritarios) más organizados y poderosos políticamente recibían ciertos beneficios y
eran reconocidos por el Estado e incluidos en el sistema, y aquellos que no tenían poder eran
marginados y/o controlados.
En otras palabras, el régimen de la Revolución Mexicana (1929-2000) tenía como cimiento una especie
de fusión entre la sociedad y el Estado por la vía del sistema corporativo de representación social y
política.9 Esta “fusión” denegaba la autonomía política de los actores sociales y cerraba los espacios de
la política misma, al conducir ésta exclusivamente al interior del Estado. No había espacios públicos
como terrenos naturales de acción civil. Los actores sociales emergentes aspiraban a tornarse públicos a
través de la movilización y de la apelación a los medios de comunicación, casi completamente
controlados por el Estado. Sistema corporativo, partido único y control de los medios fueron las bases
fundamentales del régimen autoritario.
La política como oposición a y/o confrontación con este régimen fue practicada siempre por diversos
movimientos y sujetos sociales en determinadas circunstancias y espacios históricos, siempre cortos en
duración y poco significativos en términos políticos. La situación cambió después de 1968 porque los
espacios de resistencia y confrontación se ampliaron notablemente en el contexto de una relativa
liberalización del régimen. La sociedad civil entendida como un conjunto de actores y movimientos
sociales y civiles independientes del Estado que luchan por derechos o por reivindicaciones específicas
se materializó a lo largo de los años setenta y primera mitad de los ochenta del siglo pasado.
7Para una discusión a fondo de la naturaleza del clientilismo en América Latina, ver: Javier Auyero, La Política de los
Pobres: las prácticas clientelistas del peronismo, Buenos Aires, Manantial, 2001.
8El ámbito de la justicia ha funcionado siempre en medio de la corrupción sistémica, por lo que básicamente y casi en
exclusividad el mercado y el Estado han definido quien tiene acceso a la justicia y quién no.
9Alberto J. Olvera,(coord.), Sociedad civil, gobernabilidad y democratización en América Latina, México, FCE, 2003.
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Se trataba de una sociedad civil constituida por nuevas organizaciones de campesinos, del sindicalismo
independiente, de agrupaciones empresariales medianas y pequeñas, en suma, por expresiones de clase
que rompían con el patrón corporativo, así como por un movimiento estudiantil de proporciones
nacionales que representaba la emergencia de una nueva cultura política que contenía tanto elementos
de identidad radicales de izquierda (una autocomprensión revolucionaria) como democráticos
(reivindicación de derechos). Del movimiento estudiantil habrían de desprenderse diversos grupos
culturales que progresivamente desarrollarían agendas específicas como el feminismo, el ecologismo y
la lucha por los derechos humanos. En la emergencia de estos movimientos influyeron decisivamente
las corrientes progresistas de la iglesia católica, las cuales proporcionaron la base organizacional y
financiera para el despliegue de estos movimientos socioculturales y para su vinculación con redes
internacionales de organizaciones afines.
En un país autoritario, en el que la izquierda y la derecha partidarias apenas tenían una modesta
representación política y donde los movimientos sociales más importantes estaban en abierta
confrontación con el Estado, sólo podían impulsarse desde el gobierno espacios públicos controlados,
los cuales configuraban un sistema de participación ciudadana institucionalizada meramente simbólica.
En efecto, los comités y consejos que el Presidente De la Madrid (1982-1988) ordenó que se
constituyeran en los diversos órdenes de gobierno reflejaron fielmente la estructura corporativa que
caracterizaba al viejo régimen, con la inclusión controlada de los empresarios y algunos colegios
profesionales. De esta época proviene la tradición de la simulación de la participación en consejos. La
crisis económica que vivía el país en esos tiempos, abierta por la macrodevaluación de 1982, era el
peor momento posible para impulsar algún tipo de participación real en la vida pública.
Un gran giro en el enfoque gubernamental de la participación ciudadana y por tanto en la creación
potencial de nuevos espacios públicos se va a producir en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari
(1988-2004). Salinas enfrenta los graves problemas de legitimación con que había nacido su gobierno,
producto de un gran fraude en las elecciones presidenciales de julio de 1988, con una doble estrategia:
de un lado, una política de negociación con el partido de la derecha, el Partido Acción Nacional,
mediante el cual se pacta la puesta en práctica de una política económica neoliberal radical; de otro, un
pacto con algunos grupos y movimientos populares, controlados básicamente por la izquierda maoísta
(entre ellos buena parte del movimiento campesino independiente y de la dirigencia del movimiento
urbano- popular, así como un sector de los intelectuales de izquierda). Este sector va a concebir e
implementar un programa de política social innovador que recibiría el nombre de SOLIDARIDAD, al
mismo tiempo que diseñaba proyectos específicos para sus propias organizaciones.
La extraña combinación de proyecto económico neoliberal y alianza con la izquierda maoísta en el
terreno de la política social fracasó como proyecto político debido a varias razones. La primera fue la
fragilidad organizativa, breve duración y falta de representatividad política de los Comités de
Solidaridad, que no podían suplir a la eficiente maquinaria política del PRI tradicional. La segunda fue
que la mayoría de las fuerzas de izquierda se agrupó en el recién creado (1989) Partido de la
Revolución Democrática, cuyo líder era Cuauhtémoc Cárdenas, el derrotado candidato presidencial de
un frente nacionalista en las elecciones de 1988. El PRD, bajo asedio, se vio obligado a desarrollar una
política contestataria a través de luchas post-electorales en todo el país. Grandes movilizaciones
sociales, como las del estado de Tabasco, quedaron atrapadas en el ciclo de confrontación entre el
gobierno y el PRD. Las luchas sociales tendieron a subordinarse a las luchas electorales.
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El espacio de la emergente sociedad civil quedó entonces más acotado y especializado. En efecto,
mientras los partidos actuaban en un clima de abierta confrontación que se manifestó en decenas de
conflictos postelectorales, varios de ellos violentos, los actores civiles cuyas dirigencias no se
trasladaron a los partidos se preocuparon por crear una presión social a favor de la democracia desde
afuera del sistema político. Estos actores tenían un perfil muy definido. Se trataba de las emergentes
organizaciones no gubernamentales, de algunos grupos conservadores cuya matriz era un catolicismo
tradicional y de grupos culturales urbanos, anclados en las universidades y en el sistema educativo en
general, todos los cuales coincidían en la aspiración democrática. La terrible derrota que habían sufrido
los sindicatos independientes y las organizaciones campesinas radicales a mediados de los ochenta, así
como la rutinización del movimiento urbano popular, condujo a la pérdida de poder e influencia de los
sectores popular-clasistas de la sociedad civil. 10Las asociaciones empresariales se convirtieron en un
campo de batalla entre simpatizantespríístas y panistas y las asociaciones profesionales mantuvieron su
acostumbrado perfil discreto y privado. Así, la sociedad civil de los años noventas adquiere un perfil
marcadamente dominado por las ONG’s, su sector más visible y organizado. Esto no quiere decir que
no hubiese otros actores activos de la sociedad civil, sino que estaban debilitados u optaron por
mantenerse en el ámbito privado.
En esta fase el espacio público mediático empieza a ser dominado por los procesos electorales y en
general los conflictos internos de la clase política. Sin embargo, la liberalización relativa de los medios
abre la puerta a un emergente debate de temas ecológicos, de derechos humanos, de derechos de la
mujer y, por supuesto, de críticas desde la sociedad civil a las limitaciones y obstáculos a la democracia
electoral. Sin embargo, los conflictos sociales pierden la atención de los medios en medio de la tensión
generada por una transición en marcha. Las ONGs logran abrir un tanto la agenda de la discusión a
losnuevos temas, pero los espacios públicos locales se concentran también, prioritariamente, en la
agenda de la transición electoral.
La lucha por los derechos de ciudadanía y la debilidad de la sociedad civil
Si bien la transición a la democracia puede entenderse como un proceso que en México fue secuestrado
por los partidos políticos, en realidad en su gestación los sectores urbanos de clase media, nucleados en
torno a ONG’s diversas y a algunos grupos conservadores, impulsaron, a través de un movimiento
social nacional, la Alianza Cívica, una gran lucha por la democracia electoral. La lucha fue exitosa, por
cierto, en tanto que las elecciones del 2000 resultaron ser las más limpias de la historia y en tanto el
movimiento prodemocrático logró controlar efectivamente el proceso electoral desde el interior mismo
del Instituto Federal Electoral.11Por tanto, las elecciones del 2000 significaron, de alguna manera, el
momento culminante del movimiento prodemocrático y con ello la necesidad de pasar a una agenda
distinta, apropiada a la nueva etapa histórica que se acababa de abrir. Esto significaba la apertura de
espacios de cooperación entre actores sociales y gobierno y el desarrollo de una capacidad de vigilancia
y control social sobre el ejercicio del gobierno.
Desde 1997 los actores civiles de la ciudad de México, que constituían la vasta mayoría del mundo de
las ONG’s, habían experimentado las nuevas oportunidades que abría la llegada de los partidos de
oposición al ejecutivo local. El gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas (1997-2000) estableció un acuerdo
10Alberto J. Olvera, “Las tendencias generales de desarrollo de la sociedad civil en México” en Alberto J. Olvera, Sociedad
civil…, op.cit.
11Alberto J. Olvera, “Movimientos sociales prodemocráticos, democratización y esfera pública en México: el caso Alianza
Cívica” en Olvera, Sociedad civil…,op. cit.
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con las ONG’s progresistas que se llamó Plataforma de Organizaciones Civiles de la Ciudad de
México, la cual diseñó proyectos concretos en materia de política social y e impulsó algunas leyes que
habrían de favorecer el crecimiento del sector. 12 Se experimentó con planes delegacionales
participativos,13 se emitió una nueva Ley de Participación Ciudadana (que resultó completamente
fallida)14 y una nueva Ley de Fomento a las Actividades de las Organizaciones Civiles en el 2000
(Álvarez, 2006.)15, que por fin abría un espacio de reconocimiento legal a estas organizaciones y creaba
una vía de financiamiento público a sus actividades, demanda largamente sostenida por este sector
desde principios de la década de los noventa. Asimismo, se aprobó una Ley de Desarrollo Social que
incluía la consulta a las organizaciones civiles y consideraba la posibilidad de financiar algunos
proyectos conjuntos con ellas (2000), y se creó el Instituto de la Mujer del Distrito Federal en
1999.Estas experiencias e innovaciones legales no se tradujeron todavía en una institucionalización
sustantiva de espacios públicos de cooperación entre sociedad y Estado, pero se abrió una ventana de
oportunidad para la cooperación intersectorial.
Este modelo trató de ser puesto en práctica a nivel federal con el nuevo gobierno democráticamente
electo (2000-2006), en cuyo discurso hubo continuas evocaciones a la sociedad civil y a sus supuestas
virtudes intrínsecas. Sin embargo, los espacios públicos a través de los cuales esta cooperación quiso
canalizarse resultaron fundamentalmente fallidos. La creación del llamado Consejo de la Sociedad
Civil en 2001, que constituyó una gran alianza de ONG’s progresistas y de asociaciones conservadoras
de tipo asistencialista, no condujo a resultados tangibles a excepción de la promoción y ulterior
aprobación de la Ley Federal de Apoyo a las Actividades de las Organizaciones de la Sociedad Civil a
fines del 2003, similar a la que ya tenía la ciudad de México. La ley previó la creación de un registro
nacional de organizaciones civiles que hipotéticamente debería de abrir la puerta a la obtención de
financiamiento público para actividades de interés social. La ley resultó restrictiva al dejar fuera del
campo de las actividades consideradas de interés público la lucha por los derechos humanos y al
desarrollo sustentable. Asimismo, la instancia creada para la vigilancia y evaluación de la aplicación de
la Ley, llamada Consejo Técnico Consultivo, carecía de facultades legales y de presupuesto propio
como para ejercer una verdadera actividad de vigilancia en este campo.16
La institución creada por el gobierno federal para promover acuerdos más amplios con la sociedad
civil, la llamada Coordinación para la Alianza Ciudadana, resultó un fiasco al carecer de funciones y
capacidades sustantivas y al no conseguir la confianza de los propios actores sociales. Dentro de la
Coordinación no se construyó ninguna capacidad analítica ni operativa para planear y ejecutar formas
de vinculación novedosas entre el gobierno y la sociedad civil. Esta oficina careció de fuerza legal,
institucional y política dentro del propio gobierno, y después de dos años de penosa existencia, cerró
sus puertas sin pena ni gloria.
Sin embargo, hubo dos espacios institucionales y legales largamente reclamados por el movimiento
12Lucía Álvarez, Carlos San Juan y Cristina Sánchez-Mejorada (coords.), Democracia y exclusión. Caminos encontrados
en la Ciudad de México, México, Plaza y Valdés, UAM-INAH-UNAM-UACM, 2006.
13Alicia Ziccardi (coord.), Planeación participativa en el espacio local: cinco programas parciales de desarrollo urbano
en el Distrito Federal, México, UNAM IIS, 2001.
14Sergio Zermeño, “La participación ciudadana en el Distrito Federal (la normatividad y sus resultados)” en Lucía Álvarez,
Carlos San Juan y Cristina Sánchez- Mejorada, op.cit.
15Álvarez 2006
16Carlos Zarco y Rafael Reygadas, “Pasado y futuro de la Ley Federal de Fomento a las Actividades Realizadas por
Organizaciones de la Sociedad Civil”, Serie: Documentos de Reflexión, Consejo Consultivo de la LFFADOSC, 2008.
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civil que fueron creados en los primeros años del gobierno de Fox. De un lado, el Instituto Nacional de
las Mujeres, que fue seguido por la creación de Institutos de la Mujer en la mayoría de los estados de la
República, con lo cual se le ha dado visibilidad y reconocimiento simbólico a las históricas luchas por
los derechos de la mujer que han llevado a cabo numerosas organizaciones feministas desde hace dos
décadas. Por supuesto, en esos Institutos ha prevalecido el interés de la clase política por controlar los
espacios recién creados y por evitar su verdadera autonomía política, de tal forma que a la fecha el
balance es negativo, ya que estos institutos han favorecido proyectos asistenciales y no proyectos de
creación de ciudadanía fundados en la defensa de los derechos de las mujeres. La colonización por
parte de la derecha de la mayoría de estas instancias les ha dado un perfil conservador.17
La emulación federal de las leyes e instituciones desarrolladas en el gobierno de la Ciudad de México
no implicaba la existencia de proyectos políticos similares. En la Cd. de México hubo un esfuerzo de
cooperación con organizaciones civiles no asistencialistas, tratando de impulsar la ciudadanía desde
abajo. Si bien el proyecto se quedó en sus inicios, hubo un esfuerzo en esa dirección. En el gobierno de
Fox, si bien ciertos dirigentes del campo progresista ocuparon algunos puestos importantes, su
capacidad de intervención fue sumamente limitada y los representantes del conservadurismo moral y
político acapararon las posiciones decisivas. En realidad la derecha no ha articulado en México un
discurso político coherente hacia la sociedad civil, ni siquiera ha utilizado el concepto del tercer sector
ni ha implementado políticas públicas orientadas a la promoción del voluntariado privado, que ha sido
la agenda específica de la derecha para la sociedad civil en América del Sur.18
El PAN es tan pobre ideológicamente que no cuenta con un proyecto para el campo civil. Por su parte,
la izquierda partidaria mexicana sufre la herencia hegemónica del asistencialismo estatistapopulista(que es afín al asistencialismo neoliberal en términos de ejecución de ciertas políticas
públicas). El gobierno de López Obrador en la Cd. de México (2000-2006) terminó retrayendo a la
izquierda a la reproducción de las tradiciones clientelistas y asistencialistas del viejo PRI 19. Así, el
proyecto asistencialista se ha tornado hegemónico en la clase política, sea en su vertiente conservadora,
sea en la vertiente populista.
Hubo, sin embargo, un terreno en el que se registraron avances relevantes.La aprobación unánime en
2003 de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, y la
consiguiente creación del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), significó un triunfo
simbólico importante del sector prodemocrático de la sociedad civil que desde 1995 había empujado la
lucha por el derecho de la información a través de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y la
Alianza Cívica.20La aprobación de esta ley y la creación del instituto fueron empujadas a partir del año
2000 por un nuevo tipo de movimiento social en el que se articularon algunos medios de comunicación
(periódicos nacionales), investigadores y algunos políticos de los tres partidos principales, logrando
gran visibilidad pública y el consenso de los partidos. El llamado Grupo Oaxaca fue la cabeza visible
de este movimiento que tuvo seguidores activos en varios estados del país y que contó con la simpatía
17Florida Riquer, Del movimiento feminista a la institución: ¿una historia que aún no puede contarse?, Jalapa, Cuadernos
de la Sociedad Civil 10, CIESAS-Universidad Veracruzana, 2005.
18Carla Almeida, “El marco discursivo de la “participación solidaria” y la nueva agenda de formulación e implementación
de las acciones sociales en Brasil” en Dagnino, Olvera y Panfichi, op. cit.
19Algunas políticas públicas se definieron, pero no necesariamente se ejecutaron, en términos de derechos. Un ejemplo es
la pensión universal a personas de la tercera edad, así como el acceso a la salud. Sin embargo, el avance conceptual es
notable, lo cual le da un potencial democratizador a este tipo de políticas públicas.
20Olvera, “Movimientos sociales…”, op. cit.
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de una gran parte de los medios de comunicación.21 La aceptación de la ley por parte de los principales
partidos políticos tuvo que ver, desde el PRI y desde el PRD, con el hecho de que estos partidos no
estaban en el gobierno federal y veían en la ley un instrumento potencial de control sobre el gobierno
panista. En cambio, el presidente Fox y el PAN veían en la ley un ejemplo de su compromiso
democrático, ya expresado en la campaña presidencial, el cual además serviría para tratar de controlar a
una burocracia gubernamental que era largamente priísta. Esta coincidencia estratégica explica que esta
ley haya sido el único aspecto de la tan traída y llevada “Reforma del Estado” que fue aceptada a nivel
constitucional e impulsada por los tres partidos. Otros estados de la república ya habían iniciado el
camino de esta innovación institucional, si bien a través de leyes precarias, y después de la aprobación
de la ley federal, se ha dado un proceso de reforma continua de las leyes estatales que ha dado lugar a
una abigarrada y muy diferenciada experiencia local.22
La Ley de Desarrollo Social del 2003, aprobada por los tres partidos, no significó un avance tan
sustancial como el anterior. En primer lugar, esta ley no elevó los derechos sociales a la categoría de
derechos ciudadanos, sino que tan sólo estableció las reglas y las condiciones bajo las cuales se le daría
estabilidad jurídica e institucional a una política focalizada de lucha contra la pobreza que ya había sido
diseñada e implementada desde el gobierno de Ernesto Zedillo (1994-2000). Si bien la ley contemplaba
la creación de un consejo consultivo y marcaba la obligatoriedad de la transparencia informativa sobre
los beneficiarios de esta política, en realidad no se alcanzó un grado de publicidad de la política social
que constituyera un verdadero cambio de orientación de la misma. En efecto, la ley no abrió espacios
de deliberación para los propios beneficiarios, que continúan teniendo una relación individualizada con
el gobierno, ni le otorgó a su consejo consultivo la capacidad de modificar las modalidades de
implementación de la política contra la pobreza. Si bien hubo avances en términos de acordar criterios
de definición y medición de la pobreza y de creación de mecanismos transparentes de ejecución de esta
política, la Ley de Desarrollo Social plantea una continuidad respecto a una política del régimen
anterior que no amplía el horizonte de los derechos de ciudadanía y que no crea instancias efectivas de
contraloría social.23
Se entiende entonces que los actores de la sociedad civil urbana se hayan visto obligados a ampliar sus
esferas de acción y a tratar de hacer funcionar las instituciones recién creadas, pasando de una política
de confrontación y presión desde afuera del sistema político a una política ciudadana entendida como
colaboración crítica con el gobierno, sobre todo con sus instancias orientadas a garantizar derechos de
ciudadanía.
En efecto, una de las áreas de expansión de las actividades civiles en los años recientes ha sido la
llamada contraloría social, esto es, espacios públicos específicos que tratan de llevar a la práctica un
control relativo por parte de los ciudadanos sobre ciertas políticas públicas. Sin embargo, muy poco se
ha avanzado en prácticas de contraloría social sobre el poder ejecutivo en sus diferentes niveles debido
a la irrelevancia política y a la debilidad jurídica e institucional de los numerosos consejos consultivos
que atraviesan toda la administración pública.24 Son aún débiles y precarios los escasos esfuerzos de
21John M. Ackerman, El Instituto Federal Electoral de Acceso a la Información Pública: Diseño, Desempeño y Sociedad
Civil, Jalapa, Cuadernos para la Democratización, CIESAS-Universidad Veracruzana, 2007.
22Rubén Alonso, Leyes de transparencia y acceso a la información pública gubernamental locales: la emergencia del
derecho a la información, Jalapa, Cuadernos para la Democratización 9, CIESAS- Universidad Veracruzana, 2007.
23Felipe Hevia, “Contraloría Social en el Programa Oportunidades: análisis desde una perspectiva de interfaz socioestatal”
en S.A., Contraloría y Participación Social en la Gestión Pública, Caracas, CLAD, Gobierno de España, 2007.
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vigilancia del poder legislativo que impulsó primeramente la Red Ciudadana de Chihuahua25y que
lamentablemente sólo han continuado organizaciones profesionales como Fundar en la ciudad de
México e instituciones académicas como el CIDE, las cuales han empezado a evaluar también el
desempeño de algunas instancias del poder judicial.
Uno de los logros de los movimientos por los derechos civiles fue la institucionalización de las
comisiones de derechos humanos. La presión civil e internacional contra Carlos Salinas lo obligó a
crear la Comisión Nacional de Derechos Humanos en 1993, decisión que fue seguida por la creación de
Comisiones de Derechos Humanos en todas las entidades federativas. Sin embargo, estas instituciones,
a pesar de su autonomía política legal, no han logrado jugar un papel relevante en la efectiva defensa y
ampliación de los derechos civiles de los mexicanos. La colonización política de estas comisiones,
clara en la mayoría de los estados de la república y patente en la Comisión Nacional, ha traído como
consecuencia su relativa deslegitimación, y su conversión en aparatos burocráticos opacos e
ineficientes, lo cual ha obligado a las organizaciones civiles de derechos humanos a continuar sus
actividades de denuncia y a recurrir a los mismos instrumentos de lucha que venían utilizando desde
fines de los años ochentas: la denuncia pública, las campañas nacionales y la interposición de recursos
jurídicos cuando esto es posible.26
La colonización política de organismos formalmente autónomos de defensa de derechos parece estarse
reproduciendo en los Institutos de Acceso a la Información, tanto el federal como los estatales, los que,
conforme se institucionalizan, parecen perder contacto con la sociedad y actuar, paradójicamente, con
escasa transparencia. Algunos casos notables sobresalen por romper con esta tendencia, por ejemplo,
Jalisco, donde el Instituto de Transparencia ha sorprendido por su autonomía política. 27Pero la regla es
el retroceso, como lo demuestra el caso del estado de Querétaro, donde la nueva constitución estatal
recientemente aprobada en 2008, ha fusionado a la Comisión de Derechos Humanos y al Instituto de
Transparencia en un solo organismo carente de fuerza política y jurídica.
Los institutos electorales estatales, el Instituto Federal Electoral y los tribunales electorales estatales y
federal padecen también los estragos de larutinización y de la manipulación política por parte de los
partidos. La experiencia ha demostrado fehacientemente que esos institutos no son capaces de aplicar
cabalmente la ley, ya que carecen de los recursos institucionales y jurídicos necesarios, además de que,
en forma perversa, los partidos han logrado controlarlos a través del nombramiento de sus consejeros.28
La crisis electoral abierta por el rechazo de López Obrador a los resultados de las elecciones
presidenciales del 200629 y la constatación de la pérdida de autonomía de los organismos electorales
han actualizado la necesidad de un nuevo ciclo de lucha por los derechos políticos. Así, tal parece que
cada ganancia simbólica, jurídica e institucional de la agenda democrática de la sociedad civil tiene que
24Felipe Hevia, “Participación ciudadana institucionalizada: análisis de los marcos legales de la participación en América
Latina” en Dagnino, Olvera, Panfichi, op.cit; Ernesto Isunza y Felipe Hevia, Relaciones Sociedad Civil- Estado en México.
Un ensayo de interpretación. Jalapa, Cuadernos para la Democratización 4, CIESAS-Universidad Veracruzana, 2006.
25Alberto J. Olvera, “Notas sobre la Participación Ciudadana desde la Óptica de las Organizaciones de la Sociedad Civil”
en Felipe Hevia (ed.), Agenda Ciudadana de Políticas Públicas para el Fortalecimiento de la Sociedad Civil, México,
INCIDE Social- Mc Editores, 2007.
26John M. Ackerman, Organismos Autónomos y Democracia: El caso de México, México, Siglo XXI- UNAM, IIJ, 2007.
27Alonso, op. cit.
28Ackerman, Organismos Autónomos…, op. cit.
29Alberto J. Olvera, “Resistencia política y sociedad civil: el PRD, López Obrador y los límites programáticos y políticos
de la izquierda mexicana” en Gustavo Vega (coord.), México ante los retos del futuro, México, COLMEX, 2007.
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ser defendida una y otra vez de los embates de un sistema político que se niega a hacerse más público y
a respetar la ley.
La protesta social, la derrota de los movimientos populares y el cierre del espacio público.
La prolongada transición se ha visto salpicada de múltiples movilizaciones sociales de toda índole, por
parte de actores sociales muy diversos, en todo el país. La protesta social se ha expresado en dos
formas principales en los años recientes. Por un lado, como una política radical anti-sistémica,
proveniente de movimientos sociales populares, localizados principalmente en las zonas atrasadas del
país, y por otro, como un conjunto de movimientos civiles urbanos, localizados más bien en el ámbito
de la lucha por derechos, que acaban de ser analizados en la sección previa.
En lo que se refiere a los movimientos populares destacan tres: el principal, el desarrollado por
indígenas de Chiapas a través delEjército Zapatista de Liberación Nacional, el cual tuvo una
importancia extraordinaria de orden simbólico en los años 90´s, en un período que abarca desde su
aparición hasta el cierre de la negociación con el gobierno (1994-1999). El zapatismo introdujo una
innovación extraordinaria en términos de espacio público al usar con enorme sabiduría el espacio
mediático, logrando lo que ningún movimiento socialhabía alcanzado hasta entonces: la constitución de
una enorme red nacional de solidaridad y una impresionante proyección internacional, que convirtió al
EZLN en el actor social mexicano más conocido e influyente en la esfera pública global durante varios
años. La defensa de los derechos del sector más olvidado y marginado de la vida pública, los indígenas;
la cuidadosa dramatización de sus acciones; el mensaje construido bajo parámetros morales y literarios
innovadores, y su crítica de la política democrática vigente, sin romper por completo con ella, le otorgó
al EZLN una legitimidad y una visibilidad sin precedentes en la historia contemporánea de la sociedad
civil popular mexicana.
El proyecto político zapatista, consistente en la promoción de la autonomía indígena, la construcción
desde debajo de una especie de poder popular y la crítica antipolítica de la política institucionalelectoraldeterminó los alcances y límites de su influencia política. El proyecto indigenista-radical era
claramente inviable como proyecto nacional. Además, en razón de que el EZLN no abandonó del todo
su ambigüedad revolucionaria, y durante un tiempo pendió sobre sus líderes la amenaza de la
detención, eligió una forma muy peculiar de lucha: la ausencia, es decir, la aparición sólo intermitente
del movimiento en la esfera pública. Esta decisión tuvo sus ventajas, pues mantuvo el movimiento
vigente durante largo tiempo; sin embargo, tuvo una gran desventaja: la imposibilidad de crear un
verdadero movimiento indígena a nivel nacional que permitiera al EZLN trascender su escala regional.
Los zapatistas tuvieron su última oportunidad en el año 2001, cuando el presidente Fox decidió
permitirles realizar una gira nacional y hablar ante el Congreso para exigirle una nueva ley de derechos
indígenas, dándole de esa manera una salida institucional al movimiento. Sin embargo, el EZLN,
después de realizar la gira con un éxito político extraordinario y de haber hablado ante el congreso, se
retiró antes de que la ley fuese aprobada, lo que dio lugar a que el PRD y los otros partidos se quedaran
sin elementos para juzgar cuál era el era el mínimo jurídico que el EZLN podía aceptar. La aprobación
de una ley minimalista, muy por debajo de lo negociado con el gobierno en los famosos “Diálogos de
San Andrés”,30condujo a un rompimiento radical entre el EZLN y los partidos políticos, especialmente
con el PRD, pues el EZ se consideró traicionado por ese partido y en general por la clase política en su
30Luis Hernández y Ramón Vera(comp.), Acuerdos de San Andrés, México, Era, 1998.
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conjunto. Este desenlace reforzó al interior del EZ el rechazo de la política institucional, que se
consideraba contaminada por intereses materiales y morales inaceptables, y ante la cual la única
alternativa era la construcción de una autonomía política desde abajo, fundada en la reconstitución de la
comunidad. Lamentablemente, el EZLN fue perdiendo influencia en la opinión pública al refugiarse en
sus “zonas liberadas” en Chiapas y al no ser viable la generalización de su proyecto autonómico al
resto de la sociedad.
En 2006 el sub-comandante Marcos, líder mestizo visible del EZLN, decidió que el movimiento
emprendería la llamada “Otra Campaña”, que consistiría en una gira nacional en la que se criticaría a
los partidos políticos en su conjunto, se denunciarían los vicios de la clase política y se invitaría a la
gente a abstenerse de votar. Esta acción tuvo lugar justo en un momento en que Andrés Manuel López
Obrador, el líder de la izquierda, tenía mayores probabilidades de triunfo, de tal forma que la “Otra
Campaña” tuvo poco eco nacional, si bien logró atraer a su seno a muchos grupos radicalizados,
dispersos a lo largo del país.31 El movimiento no tuvo un impacto duradero, pues no tenía realmente un
proyecto a ofrecer más allá del rechazo anti-político de los partidos y las instituciones. La “Otra
Campaña” careció de estructuras orgánicas y de propuestas concretas aplicables a un país complejo, de
tal forma que la anti-política no pudo convertirse en una alternativa nacional y sí en cambio restó al
PRD tal vez medio millón de votos decisivos que significaron la diferencia entre el triunfo y la derrota.
Casi al mismo tiempo se produjeron otros dos movimientos populares radicales, uno localizado en un
pequeño pueblo cerca de la ciudad de México, llamado Atenco, que se volvió internacionalmente
famoso porque sus pobladores rechazaron la construcción de un aeropuerto en sus tierras y durante
algún tiempo representaron el rechazo radical desde abajo a una modernización forzada. El movimiento
usó mecanismos simbólicos muy llamativos para los medios, como marchas usando machetes, y logró
en efecto detener la construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad. Pero el movimiento se radicalizó y
dentro de su propia comunidad empezó a aislarse dada su posición antipolítica: sus líderes rechazaron
las elecciones locales y la aplicación de programas de política pública. En la esfera pública nacional el
movimiento no logró establecer un proyecto político que trascendiera la defensa de sus tierras. El
movimiento terminó de una manera trágica, con una represión masiva por parte de los gobiernos estatal
del Estado de México y federal, sus líderes detenidos y procesados, sin que el pueblo de Atenco hubiera
salido en defensa de estos dirigentes radicalizados, a pesar de la flagrante violación de derechos
humanos que la represión del movimiento acarreó. La derrota fue la consecuencia de la separación
entre una dirección radicalizada y un movimiento popular que dejó de reconocerse en esa dirección, y
de la falta de alternativas viables que crearan un espacio político popular propositivo, que fuera más
allá de la resistencia.
Otra experiencia relevante es la de la movilización popular masiva en el estado de Oaxaca en el período
que va de mayo de 2006 a marzo de 2007. La sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE) “tomó” físicamente en mayo de 2006 el centro histórico de la ciudad de Oaxaca
para protestar por diversas razones de orden laboral, en un conflicto clásicamente enmarcado en la
gramática del particularismo. Pero la acción rápidamente se transformó en una especie de protesta
política masiva, social y políticamente plural, en contra del cuestionado gobernador del estado debido a
la incapacidad e impopularidad de éste. El movimiento se radicalizó como reacción al desalojo que
intentó el gobernador con nulo éxito en junio, lo cual reforzó al movimiento popular, creándose la
31Rafael Sandoval Álvarez, “La Otra Campaña, Subjetividad Emergente” en S.A, Los Movimientos Sociales y el Poder: La
Otra Campaña y la Coyuntura Política Mexicana, Guadalajara, La Casa del Mago, 2007.
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Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Durante algunos meses del año 2006 el
movimiento se constituyó en una especie de comuna populary creó una especie de espacio público aestatal, articulando muchos agravios,32cometidos por un gobernador especialmente incompetente,
represivo y corrupto. Se planteó una especie de “autogobierno” temporal en el contexto de una lucha de
posiciones políticas.33La participación fue masiva, no así el debate público, que quedó capturado por las
corrientes más radicales. La lamentable coincidencia de este movimiento con las elecciones
presidenciales del 2006 le restó visibilidad nacional e hizo que el partido de izquierda, el PRD, se
desinteresara del mismo. Por otro lado, el gobierno federal panista, tanto el anterior como el actual, no
pudieron ni quisieron apoyar al movimiento popular en términos de proponer la destitución del
gobernador por la única vía legal disponible en México: el juicio político en la cámara federal de
diputados. El PAN requería de la alianza con el PRI para poder continuar gobernando y superar los
retos planteados por el PRD después de las elecciones de 2006. El movimiento de Oaxaca quedó en
consecuencia políticamente aislado.El movimiento se desgastó debido a que era insostenible la
movilización masiva permanente, y hacia mediados del 2007 el gobierno pudo detener a los dirigentes
de la APPO, sin que hubiera una capacidad popular de reacción.
La experiencia de Oaxaca mostró que cuando grandes movimientos sociales no son institucional y
democráticamente canalizados, tienden a ser hegemonizados por los sectores radicalizados de la
sociedad civil, los cuales difícilmente puedenconstruir alianzas amplias a nivel nacional, tanto con
otros actores de la sociedad civil como con partidos políticos. En condiciones de polarización política,
los potenciales democratizadores de la apertura temporal de espacios públicos innovadores no se
traduce una construcción democrática duradera, sino en la agudización del conflicto, la derrota de los
movimientos y el retroceso hacia formas más agudas de autoritarismo.
La resistencia al “fraude electoral”.
Las elecciones presidenciales de 2006 terminaron en uno más de los conflictos post-electorales que han
caracterizado nuestra interminable transición a la democracia. La crisis política abierta por el
desconocimiento de los resultados por parte del PRD puso en cuestión la legitimidad del organismo
electoral federal autónomo y la del propio presidente electo. La reacción del candidato derrotado,
Andrés Manuel López Obrador, tiene que leerse en una doble perspectiva.
De una parte, debe reconocerse que las instituciones electorales demostraron graves insuficiencias y no
estuvieron a la altura de una elección cerrada. En primer término, el IFE cometió diversos errores antes,
durante y después de la jornada electoral, todo lo cual puso en duda la limpieza de los comicios y la
neutralidad del árbitro electoral. En segundo lugar, la intervención abusiva e ilegal del Presidente de la
República y de empresarios privados en la campaña constituyó una flagrante violación a las leyes
vigentes y representaron una desventaja ilegal e ilegítima para López Obrador. 34Peor aún, el Tribunal
Federal Electoral (TRIFE), reconociendo la existencia de estos actos ilegales, determinó no ejercer
acción alguna dada la supuesta imposibilidad de medir el efecto de los mismos en los resultados. Por
todas estas razones, la resistencia postelectoral estaba justificada, pues señalaba correctamente las
insuficiencias institucionales y jurídicas de una transición a la democracia electoral que se pensaba
concluida. Sin embargo,la exigencia de recuento total de votos que la Coalición por el Bien de Todos
32Gustavo Esteva, “APPOlogía” en S. A, op. cit.
33Carlos Beas Torres, La Batalla por Oaxaca, Oaxaca, Ediciones YopePower, 2007.
34José Antonio Crespo, Hablan las Actas. Las debilidades de la autoridad electoral mexicana, México,
RandomHouseMondadori, 2006.
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(la alianza PRD-Convergencia-PT) planteó colocó el problema en un dilema de todo o nada. Un
recuento parcial no sería aceptado (que era lo único que las reglas permitían), y, una vez que el Consejo
General del IFE se negó al recuento total, la única alternativa disponible era la reversión de esta
decisión por el TRIFE o, en su defecto, la anulación de la elección. La presión sobre el TRIFE,
mediante la movilización, regresó al país a los tiempos previos a la reforma de 1996. Finalmente, el
TRIFE ordenó un nuevo recuento parcial que no cambió los resultados, con lo que los espacios legales
de protesta se cerraron. En el proceso, las instituciones electorales sufrieron una merma considerable de
legitimidad y credibilidad.
Sin embargo, y esta es la otra parte, la forma de la resistencia (la ocupación de las calles del centro de
la ciudad de México) y el discurso generado por López Obrador en esta nueva fase de la lucha se
constituyeron rápidamente en francas desventajas para su propio movimiento político. En primer lugar,
la ocupación de la ciudad alienó el apoyo de las clases medias y de la mayoría de los medios de
comunicación. En segundo lugar, la guerra de cifras y de argumentos no pudo ganarse de manera
decidida, de tal forma que un amplio sector de la opinión pública no apoyó el carácter radical de la
protesta postelectoral. En tercer sitio, el discurso confrontativo de López Obrador colocó al PRD al
borde de la resistencia antisistémica y lo condujo a una práctica política de carácter schmittiano.35
En efecto, el politólogo alemán Carl Schmitt (1987) consideraba que la política era el arte de definir los
amigos y los enemigos con el fin de destruir a estos últimos. Crítico acérrimo de la democracia
parlamentaria, a la cual consideraba completamente capturada por los intereses del mercado, propuso la
peligrosa idea de que la única verdadera democracia era la reconstrucción de la absoluta soberanía del
Estado, es decir, de la capacidad de decisión última de la entidad estatal, a través de un gobierno
unipersonal que estuviese por encima de todas las otras fuerzas y que sintetizara la unidad de la nación
y el pueblo. El líder carismático y fuerte que logra situarse por encima de todas las fuerzas representa el
instrumento de esta curiosa representación de la democracia.
López Obrador definió en esta etapa de lucha postelectoral, entre el 3 de julio y el 1 de diciembre del
2006, que los enemigos de la democracia eran todos aquellos que no impulsaran el recuento de los
votos por él solicitado, los medios de comunicación que lo criticaran y todo aquel que no apoyara la
resistencia. El carácter abiertamente confrontacional del discurso obligó a los sectores neutrales de la
población a considerarse excluidos del frente propuesto por el candidato derrotado. Por otra parte, la
decisión de López Obrador, una vez emitido el dictamen del TRIFE, de autonombrarse “Presidente
Legítimo” en una “Convención Nacional Democrática” convocada por él mismo y en la que fue virtual
orador único, acentuó el carácter antisistémico de su movimiento y la emergencia de un concepto de
democracia como la unidad entre el líder y las masas.
López Obrador repitió el mismo prejuicio que Cárdenas expresó en cada una de sus derrotas
electorales: una victoria del PAN era inmoral e impensable en un país de tradiciones revolucionarias y
tan profundamente desigual en lo social. Se trataba de un error histórico intolerable. Pero el líder
olvidaba que esos factores históricos no podían garantizar la victoria de la izquierda ahora como no lo
habían hecho antes. Tal vez en esta ocasión la victoria estaba más cerca que nunca gracias a la
extraordinaria ineficiencia de Fox como político, a la prolongada parálisis económica del país y a la
conversión del propio López Obrador en una víctima del sistema y un líder carismático con gran
conexión con las masas. Bajo estas condiciones, la derrota de la izquierda era en verdad casi
35Olvera, “Resistencia política y sociedad civil…”, op. cit.
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impensable.
La falta de preparación mental y política para la derrota condujo a López Obrador a sacar a flote las
distintas limitaciones de esa izquierda mexicana que en realidad tiene una escasa identidad como una
izquierda política. El caudillismo, el personalismo, la visión crítica y hasta cínica de la propia
democracia electoral y de sus instituciones y la recaída en una visión amigo-enemigo para definir los
campos de las alianzas nos retrotrajeron a una época que se pensaba acabada. Para colmo, estas
concepciones se acompañaron de una práctica política que enfatizaba el liderazgo unipersonal de López
Obrador en ausencia de un programa definido. Más aún, en el camino de la resistencia, el PRD reforzó
sus ya tradicionales tendencias anti-intelectuales y anti-participativas. Así, muy poco se impulsó la
deliberación y el debate y la misma convención nacional democrática se convirtió en un acto
aclamatorio similar a las ficticias “consultas” que López Obrador hizo vía telefónica en sus primeros
años de gobierno.
La derrota de la resistencia perredista ha significado un gran retroceso para la izquierda partidaria en
México, magnificada después por la división interna del partido en el contexto de sus elecciones
internas de marzo de 2008, que implicaron la comisión de un gran fraude electoral por parte de los dos
contendientes principales. La escasa autoridad moral que el PRD pudo haber conservado se vino por la
borda ante el espectáculo lamentable de manipulación electoral interna, que implicó prácticas
corporativas, compra de votos, fabricación de los mismos y hasta robo de urnas.El PRD y más en
general la izquierda toda padece una terrible crisis de identidad, de misión y de sentido.
Todo lo anterior arroja un panorama gris para la izquierda, justo en una época en la que emergen cada
vez más indicios de un profundo descontento social en todo el país. La izquierda partidaria está
desmembrada, con el PRD desinstitucionalizado y dividido. La izquierda social casi ha desaparecido,
víctima del neoliberalismo y del clientelismo. La nueva izquierda radical formada por los activistas de
Atenco, Oaxaca y La Otra Campaña sufre las consecuencias de la represión, del aislamiento político,
de su falta de proyectos viables y de la escasez de recursos humanos, financieros y materiales.
Reflexiones finales.
La democracia electoral recientemente ganada no modificó el orden político fundamental del país. Si
bien el mecanismo de representación política es ahora electoral, con partidos estables y competitivos y
elecciones más o menos limpias, lo cierto es que los mecanismos de inclusión y de reconocimiento de
ciudadanía siguen siendo los del viejo régimen. El clientelismo y el particularismo continúan siendo
todavía hoy, los mecanismos hegemónicos de relación entre la sociedad y el Estado. El PAN y el PRD
fueron excelentes alumnos del PRI en la copia de sus métodos políticos. En vez de que los partidos
democráticos desarrollaran un nuevo proyecto de reconstrucción de la relación entre la Sociedad y el
Estado, simple y sencillamente copiaron las tecnologías y las prácticas del partido oficial.
Si bien la CTM ya no es una corporación central, los sindicatos de las grandes empresas paraestatales
siguen siendo intocables, y la CTM, como corporación que controla antidemocráticamente la vida de la
mayoría de los sindicatos del país, sobrevive. La CNC casi ha desaparecido, pero el Estado federal
democrático simplemente ha tomado prestadas las prácticas que ya Salinas y Zedillo habían
desarrollado como método de control de los actores sociales en el campo: la negociación particularista,
vía “proyectos productivos” y aplicación más o menos laxa de las reglas de operación de los programas
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de desarrollo rural. Se negocia con cada una de las organizaciones los “apoyos”, sustituyendo un
corporativismo centralizado por un particularismo descentralizado que finalmente es afín a las prácticas
priístas anteriores.
En el caso de las clases medias urbanas, infinitamente más numerosas y políticamente más poderosas
que en los tiempos de apogeo del viejo régimen, el gobierno democrático simplemente ha continuado la
política de redistribución de la renta petrolera, y la táctica de resolver por vías descentralizadas las
demandas de cada uno de los grupos sociales urbanos. Por otra parte, las políticas de vivienda le siguen
dando un papel a los intermediarios políticos, quienes aun someten a numerosos ciudadanos a un
régimen de clientelismo temporal. Las políticas sociales focalizadas también contienen un potencial de
uso clientelar y no construyen ciudadanía.
En términos de representación política, pasamos de la representación corporativa a la delegación
partidaria.Los partidos asumieron la representación de la ciudadanía sin compromiso mutuo, es decir,
sin rendición de cuentas, que es, junto con la autorización, uno de los elementos centrales de la
representación política democrática.36Los procesos de autorización, pero sobre todo de accountability,
no han funcionado de manera adecuada debido a la naturaleza misma del régimen representativo
heredado del pasado autoritario, que se preserva sin cambios hasta la fecha, y cuyo principio central es
la no-reelección. La no-reelección era funcional al PRI porque le permitía tener a la clase política en
continua circulación y era el fundamento mismo de su pacto interno como solución civilizada al
problema de la sucesión. Pero este pacto condujo a que el gobierno fuera absolutamente ineficiente. El
régimenpriísta se fundamentaba en un Estado frágil en términos de capacidades técnicas y operativas,
en razón de casi ningún cuadro político ni técnico que hubiera aprendido a manejar el negocio
permanecía en su cargo, ni en el poder ejecutivo ni en el legislativo. La etapa democrática reproduce
este vicio37.
En materia de participación ciudadana, tanto la izquierda como la derecha han puesto en práctica
experimentos participativos, con diferencias notables en su espíritu, aunque no necesariamente en su
ejercicio. En el campo de la derecha, la participación, aparte de ser políticamente selectiva, pues se
dirige a los sectores de élite de la sociedad civil, apunta básicamente a la eficacia y a la eficiencia
gubernamentales y no a la democratización del ejercicio del poder público. Se trata de una lectura
tecnocrática de la participación muy afín al discurso del Banco Mundial. En el caso de la izquierda, en
sus experimentos hay un intento de democratización de la vida pública, un esfuerzo de apertura del
gobierno no sólo en la búsqueda de la eficacia, sino de incorporación ciudadana al ejercicio mismo del
gobierno. No obstante, los resultados pueden no ser tan diferentes en un lugar y en otro, puesto que en
todos los casos los promotores se han topado con la realidad de que los ciudadanos están poco
organizados y que los propios funcionarios carecen de la tradición y de las herramientas de
canalización de esta participación ciudadana de una manera constructiva. Además, la voluntad política
de las autoridades casi nunca tiene continuidad entre un gobierno y otro.38
Espacios públicos potencialmente promisorios para la participación ciudadana se han multiplicado,
como los consejos consultivos, de desarrollo sustentable, municipales, de planeación, de la mujer, de
36Hanna Pitkin, The concept of representation, Berkeley, University of California Press, 1967.
37La reelección per se no va a resolver este problema si no es acompañada de la rendición de cuentas horizontal y del
control socialdel Estado. Mientras esto no sea así se mantendrá un sistema delegativo.
38Alberto J. Olvera, “Las relaciones entre democratización y participación en México: Apuntes para su historia” en Revista
Controversia, 191, Bogotá, Colombia, 2008, pp. 71-104.
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los organismos de derechos humanos, etc., en los que hipotéticamente los sectores medios, intelectuales
y profesionales, podrían hacer oír sus voz.Pero muy pocos de ellos operan realmente o son tomados en
serio por las autoridades políticas.
Además, y esto es tal vez lo más grave, continúa la fragmentación y parcialización de laciudadanía. 39
La única adquisición de los mexicanos en el prolongado y penoso proceso de transición ha sido la
ciudadanía política, la cual se ejerce episódicamente, cada tres años, dependiendo de los absurdos
calendarios electorales. Las ciudadanías civil y social siguen siendo sumamente precarias.
En los movimientos sociales sigue siendo hegemónica una gramática particularista, en la que no se
exigen derechos universales. Cada movimiento se organiza a favor de objetivos específicos que
únicamente beneficiarán a aquellos que se movilizan.
Desde la perspectiva del espacio público mediático, en la deficiente democracia actual la sociedad se ha
vuelto invisible mientras que los partidos políticos han adquirido un enorme protagonismo, una
centralidad sobredimensionada respecto del rol que efectivamente juegan. Esta notable ausencia de lo
social ha sido una característica de la transición política mexicana.
En suma, el espacio público como suma de espacios político-sociales orientados a reconocer los
conflictos, canalizar constructivamente la participación de la sociedad e innovar en las formas de
gobernanza, tiene una existencia precaria y poca influencia en la vida pública en el México
contemporáneo.
La tarea de expandir el espacio público va de la mano con la necesidad de crear las condiciones para
una ciudadanía plena. Esta forma de profundizar la democracia requiere de la reconstrucción
simultánea de los sectores populares de la sociedad civil y de un partido de izquierda que comparta un
proyecto político común con ellos. Esta es una condición indispensable para luchar por la refundación
del Estado a través de una nueva constitución y nuevos modelos de relación entre la sociedad civil y el
Estado.
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Dr. Alberto J. Olvera
Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales
Universidad Veracruzana
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