A un mes de la constitución de la junta de... - Conciudadanos, autoridades militares, religiosas y ...

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A un mes de la constitución de la junta de gobierno
1973-10-11 - Augusto Pinochet
Conciudadanos, autoridades militares, religiosas y civiles, amigos de países extranjeros; señoras y señores:
Al cumplirse un mes del pronunciamiento de las Fuerzas Armadas y de Carabineros hemos querido llegar a esta
tribuna a presentar al pueblo de Chile la situación en que hemos encontrado a la nación y las repercusiones que
en todo orden significan para su desenvolvimiento como país libre y soberano.
Hemos asumido este deber con absoluta responsabilidad y con la certeza de estar cumpliendo cabalmente con
la misión que el Estado nos asigna, como fuerzas vigilantes de su seguridad interna y custodia de los más altos
valores morales, intelectuales, sociales, políticos y económicos.
Los últimos años del Gobierno de la nación han arrastrado al país a variados trastornos destinados a producir
entre los chilenos la miseria, el odio y la violencia. Por ello, como paliativo a tan nefastos sucesos, las Fuerzas
Armadas y Carabineros asumieron el Gobierno inspirados en la noble misión que, como hombres de armas, les
dispone la ley, la que no sólo es preservar fundamentalmente la soberanía de la nación cuando ésta se ve
amenazada interna o externamente, sino en velar por mantener el orden interno y la seguridad física y moral de
todos los conciudadanos.
Cuando el Estado de Derecho es vulnerado sin que se dé la ocasión a ningún pronunciamiento ni positivo ni
negativo de las Fuerzas Armadas y de Orden y los acontecimientos se desarrollan bajo un aspecto físicamente
pacífico, sin que se advierta la profunda descomposición moral y económica porque se atraviesa, es porque se
ha llegado a un caos interno que coloca al Estado, en el más grave peligro para su normal desenvolvimiento.
En tal caso será obligación de las Fuerzas Armadas y Carabineros restablecer la vida normal del país, sin que
aquello signifique quebrantar los sanos principios del respeto a la ley y a las normas que el Derecho establece. Si
existiera alguna culpa será para aquellos que, con sus actitudes contrarias a la Constitución y a las leyes,
prescindan de sus deberes como mandatarios, traten de producir el caos interno y no valoren que, por sobre sus
ideas políticas, está la patria, y lleguen a poner en grave peligro su soberanía y su seguridad.
Más condenable aún será para aquellos a quienes por todos sus medios la ciudadanía les reprobó los actos
ilegítimos que en el mandato de Gobierno asumían y mantenían. Actitud más que rígida era suicida.
El Parlamento, la Corte Suprema de Justicia, la Contraloría General de la República, los gremios, las mujeres, la
juventud así lo expresaron reiteradamente, y su preocupación por los desbordes totalitarios del régimen
marxista de un Gobierno ególatra sólo encontraron la fría respuesta de un mutismo insensible y sectario; pero
ese reclamo multitudinario jamás fue escuchado por quienes tenían el deber de preservar los principios
fundamentales que alientan nuestra institucionalidad.
No se acató a la Cámara de Diputados, que mostraba el grave quebrantamiento de la Constitución por el
régimen marxista, señalaba el propósito inmoral de instaurar un sistema totalitario, con el desconocimiento y el
atropello sistemático de los demás Poderes del Estado, ya que se privaba a los ciudadanos de sus garantías
individuales, permitiendo la creación de poderes paralelos ilegítimos que ponían en grave peligro a la Nación.
Al clamor de los gremios, de las mujeres y de la juventud, que veían con pavor la destrucción de la Nación, al
negárseles el futuro de libertad y progreso del pueblo, no quedó otro camino a las Fuerzas Armadas y
Carabineros, sino el poner término a ese estado de desquiciamiento de todo orden, y ofrecer una esperanza de
paz y recuperación al pueblo chileno, hasta ese momento tan miserablemente traicionado.
No estamos aún en condiciones de medir en toda su magnitud el mal que se ha causado a nuestra patria, pero
ya los chilenos hemos escuchado el balance del estado financiero de la Nación que ha hecho el Contralor
General de la República, y las medidas de orden económico que se deben adoptar para enfrentar la grave crisis
que se avecina, como lo indicara el señor Ministro de Hacienda en la presente semana. Cada una de las oficinas
públicas, cada empresa estatizada o intervenida, cada Banco, cada Organismo del Estado, es una verdadera caja
de sorpresas, que muestran parte de un proceso de corrupción moral y administrativa increíbles.
No sólo se dilapidaron los recursos materiales de la Nación, sino que se derrochó toda una energía creadora de
un pueblo con mejores destinos, y por la corrupción moral de los funcionarios que alentaron la desidia y el ocio
malsano, no se trepidó en dilapidar los recursos del pueblo de Chile en su propio beneficio, usufructuando de
placeres y de una vida licenciosa, digna de un país en decadencia y corrompido.
Por ello, ningún funcionario político dejará de pagar su responsabilidad y nadie quedará impune por estos
delitos que van contra la contextura misma de la Patria.
Pero también señalamos que no aceptaremos la injusticia para aquellos hombres que, de buena fe, creyeron en
las falsas promesas sociales de estos nuevos mesías que difundían el odio y el rencor entre los chilenos.
Por ambiciones políticas, desde hace muchas generaciones se ha fomentado en Chile, consciente o
inconscientemente, la división del pueblo: Se ha hecho lo posible por ahondar la brecha entre los pobres y los
que no lo son; entre los que no han tenido acceso a la educación y los que la han recibido. Se ha tratado de
ahondar diferencias entre campesinos y poblaciones urbanas; entre trabajadores del sector público y del sector
privado; entre civiles y uniformados; entre los que profesan tal o cual ideología: En definitiva, se ha impulsado la
tendencia para estimular los factores que nos dividen, olvidando a aquellos que nos unen como chilenos, hijos
de una tierra, hermanos de una tradición y forjadores de una Patria con mejores destinos.
Hoy
al
construir
la
nueva
sociedad,
lo
hacemos
tomando
como
base
a
estos
factores.
La gesta del 11 de septiembre incorporó a Chile en la heroica lucha contra la dictadura marxista de los pueblos
amantes de su libertad.
En ese mismo ánimo libertario, que movió a checoslovacos y húngaros, para luchar su enemigo poderoso e
inclemente, es que se ha impregnado el espíritu de los chilenos, para derrotar al marxismo internacional.
Por ello, inicialmente en todo el mundo se ha hecho presente la campaña en contra de Chile desatada por los
países socialistas; la calumnia y el engaño han entrado en juego permanente para distorsionar en el exterior la
imagen real de Chile, pero ya los países se han dado cuenta de esta acción encubridora del comunismo
internacional y la verdad volverá a triunfar sobre el embuste.
Los siniestros planea para realizar una masacre en masa de un pueblo que no aceptaba sus ideas, se habían
preparado en forma subterránea. Países extranjeros enviaron armas y mercenario del odio para combatirnos;
sin embargo, la mano de Dios se hizo presente para salvarnos, a pocos días, antes de consumarse tan horrendo
crimen. Hoy sabemos qué habría ocurrido, ya que los documentos encontrados así lo indican: el marxismo
internacional hubiera desatado la guerra civil, en cumplimiento de sus siniestros planes, y la vida de más de un
millón de chilenos, se habría segado a sangre y fuego.
La situación se controla, pero persiste la amenaza externa e interna de chilenos que se sienten rabiosamente
defraudados en sus propósitos totalitarios y, desde otros países, incitan a extranjeros a luchar contra sus propios
hermanos.
Por ello, subsisten el estado de guerra interno y el estado de sitio, del cual la ciudadanía tiene que tomar cabal
conciencia, porque de su espíritu de responsabilidad, depende el éxito de nuestras gestiones de paz y concordia,
en que estamos empeñados para el bien de Chile y de sus hijos.
Para esto, es preciso que cada ciudadano comprenda la difícil tarea que desempeñan las Fuerzas Armadas y
Carabineros, ya que para preservar la paz y la seguridad, arriesgan permanentemente su vida.
Conciudadanos, no es tarea grata y fácil la que estamos desarrollando; es labor difícil y sacrificada, que requiere
el aporte solidario y colectivo de todos nosotros. El fracaso de nuestra misión será el fin de Chile y de sus hijos.
Es imposible señalar, en un solo conjunto, las medidas que en forma inmediata o mediata y a largo plazo…No es
tarea fácil; la destrucción ocasionada a la economía de Chile y la descomposición del espíritu laboral alcanzó
límites incalculables. La indisciplina produjo tal desconcierto en todos los trabajadores, al extremo que en la
semana un obrero tenía un rendimiento de 1,2 días de trabajo, es decir, 10 horas sobre las 40 que corresponde;
el resto eran desfiles, reuniones, manifestaciones, etc.; ello nos da una pauta, para que se comprenda a los
extremos que se alcanzó.
Hemos declarado que para este Gobierno no hay vencedores ni vencidos, porque entendemos a Chile como una
Unidad de destino… comprometidos en un mismo destino, a navegar en un mismo barco, cuyo arribo a puerto o
cuyo naufragio depende de todos, y alcanzará finalmente a todos. Por tanto, proclamamos la unidad nacional
como la aspiración más preciada y sólida para la recuperación de Chile.
Por la misma razón, rechazamos categóricamente la concepción marxista del hombre y de la sociedad, porque
ella niega los valores más entrañables del alma nacional y pretende dividir a los chilenos en una lucha deliberada
entre clases aparentemente antagónicas, para terminar implantando un sistema totalitario y opresor, donde se
niegue los más caros atributos del hombre como ser racional y libre. Aspiramos a derrotar al marxismo en la
conciencia de los chilenos, que podrán comparar y juzgar a cada cual por sus resultados.
Junto a la misión de reconstruir la unidad nacional perdida, proclamamos como nuestro objetivo próximo más
inmediato alcanzar el desarrollo económico y la justicia social, que tanto anhela nuestro pueblo. Para ello hemos
solicitado el concurso de los técnicos más capaces e idóneos en cada materia, con absoluta prescindencia de su
filiación política o partidaria, y sin otro requisito que el estar dispuesto a cooperar en la tarea patriótica que nos
hemos propuesto.
La administración de empresas y servicios públicos y privados no pueden considerarse como parcelas para el
cuoteo o repartijas políticas, sino como una misión de servicio público que requiere la formación de una escuela
de eficiencia, honradez y continuidad.
Para lograr el desarrollo económico realizaremos una política pragmática y realista, evitando todo dogma,
prejuicio o copia foránea. Fomentaremos la inversión pública y privada, nacional y extranjera, como único
vehículo de aumento estable de la producción; todo ello, claramente señalado en una razonada planificación
económica.
El verdadero nacionalismo no consiste en rechazar las inversiones extranjeras sino en sujetarlas a normas que
aseguren como condición prioritaria el beneficio de Chile. Para promover las inversiones, la capitalización y el
ahorro, ofreceremos la confianza que nace de la seriedad, del respeto a creer en las reglas del juego y de la
valorización del trabajo esforzado de cada cual. El talento creador de nuevas fuentes de riqueza y ocupación
para los chilenos recibirá el más amplio apoyo de un régimen que pretende armonizar equilibradamente la
iniciativa privada con la necesaria intervención estatal en la marcha de una economía moderna: El rol del Estado
moderno es, fundamentalmente, servir de árbitro entre productores y consumidores y a ello tenderá nuestro
esfuerzo.
Es conveniente la participación consciente y responsable de la ciudadanía, como clave de la democracia viva y
depurada, que deberá abrirse paso hacia el futuro; para ello daremos nuestra prioridad a los Colegios, al
profesional, a los gremios y a los trabajadores, para que en estrecho contacto con ellos, reflejen el auténtico
pensamiento del pueblo organizado, en torno a sus actividades de trabajo o estudio. A través de ellos, se podrá
recoger una voz técnica frente a los problemas, ilustrando de este modo las decisiones de Gobierno, condición
indispensable para que esta relación se configure en forma fructífera. La despolitización de las organizaciones de
estudio y de trabajo en general, no serán instrumentos de partidos o grupo alguno, sino expresión del verdadero
sentir de quienes constituyan el grupo desde los más bajos niveles. Hoy la inmensa mayoría del país ha
empezado a construir.
En la tarea de reconstruir al país tiene particular relevancia la participación organizada de la juventud y de la
mujer, que tanto idealismo y decisión han mostrado en estos años.
En ellos está la savia del futuro y la base de la familia, pilares ambos de una Patria en marcha. Daremos
horizontes a la juventud de hoy, de mañana y la seguridad para la mujer. Estos incentivos en el nuevo régimen
permitirán a estos sectores tan vitales la más activa y eficiente participación.
La educación es un derecho fundamental de todo niño o joven de la patria. No sólo se trata de dar alimentación,
vivienda y vestuario dignos a todos los chilenos. Es necesario, además, entregarles el acceso a la cultura, en tal
forma que los coloque en igualdad de oportunidades sociales frente a la vida. La educación debe formar en el
joven los grandes valores de la nacionalidad, sin buscar ninguna forma de adoctrinamiento o concientización
política, ya que con ello se vulnera el sagrado respeto por la libertad interior de cada ser humano. Una
verdadera educación que alcance a todos los chilenos, es, además, en este nuevo Estado, el camino
indispensable para que Chile progrese en la ruta de la tecnología que caracteriza al mundo contemporáneo.
Para lograr los objetivos señalados es indispensable para el nuevo Gobierno dotar a sus actos de la más estricta
moralidad pública… El orden, la limpieza material de nuestras ciudades y la disciplina en nuestros actos serán el
reflejo de la depuración moral de la patria.
El Gobierno complementará y asegurará lo anterior a través del restablecimiento integral del principio de
autoridad, que se ejercerá sin contemplaciones contra todos aquellos grupos minoritarios y extremistas que
intenten perturbar la convivencia pacífica entre los chilenos, como, igualmente, contra toda forma de
delincuencia. Nunca más un pequeño grupo de audaces contará con la tolerancia oficial para crear y practicar
una filosofía de violencia, que pretenda separar la unidad de los nacidos en este suelo, que tienen una enseña
común y un ancestro cultural e histórico, que forman el block monolítico de la chilenidad.
Afianzadas las metas anteriores, las Fuerzas Armadas y de Orden darán paso al restablecimiento de nuestra
democracia, la que deberá renacer purificada de los vicios y malos hábitos que terminaron por destruir nuestras
instituciones. Una nueva Constitución Política de la República debe permitir la evolución dinámica que el mundo
actual reclama, y aleje para siempre la politiquería, el sectarismo y la demagogia de la vida nacional; que ella sea
la expresión suprema de la nueva institucionalidad y bajo estos moldes se proyecten los destinos de Chile. En
ella, conforme a nuestras mejores tradiciones históricas, el pueblo deberá ser el verdadero origen y destinatario
del ejercicio del Poder.
Reconstruir siempre es más lento y más arduo que destruir. Por ello sabemos que nuestra misión no tendrá la
transitoriedad que desearíamos, y es así como no damos plazos ni fijamos fechas.
Sólo cuando el país haya alcanzado la paz social necesaria para el verdadero progreso y desarrollo económico a
que se tiene derecho y Chile no muestre caras con reflejos de odio, será cuando nuestra misión habrá terminado.
Para acelerar estas metas, pedimos a Dios su ayuda, y a nuestro pueblo su abnegación y patriotismo y a quienes
tienen la responsabilidad del Gobierno, su propia entrega, sin limitaciones, en beneficio de la causa que han
abrazado.
Conciudadanos, Juro ante la bandera de los Padres de la Patria, que a los que hoy la responsabilidad del
Gobierno no nos lleva otro norte sino el servir a Chile, con toda fe y patriotismo y si es necesario dar nuestra
vida, gustosos la daremos, ya que como hombres de armas juramos entregarla en bien de Chile y su destino y
que hoy lo sellamos ante el país entero con un Viva Chile nacido de lo más profundo del corazón.
http://beersandpolitics.com/discursos/augusto-pinochet/a-un-mes-de-la-constitucion-de-la-junta-de-gobierno/1000
Discurso en el Estadio Nacional
1990-03-12 - Patricio Aylwin
Este es Chile, el Chile que anhelamos, el Chile por el cual tantos, a lo largo de la historia, han entregado su vida; el Chile libre,
justo, democrático. La nación de hermanos.
Nos reunirnos esta tarde con esperanza y alegría. Con esperanza, porque iniciamos, por fin, con espíritu fraterno y
anhelantes de libertad y de justicia, una nueva etapa en la vida nacional. Con alegría, porque -por primera vez al cabo de
veinte años- emprendemos una ruta que ha sido elegida consciente y voluntariamente por nosotros mismos; no nos ha sido
impuesta, sino que corresponde a la decisión libre y soberana del pueblo de Chile.
Hoy celebramos un nuevo amanecer. Más que festejar el triunfo concretado formalmente ayer en la transmisión del mando
ante el Congreso Pleno, solemnizamos en este hermoso encuentro nuestra firme voluntad de forjar la unidad nacional, por
caminos de reconciliación entre todos los chilenos, sobre las bases del respeto mutuo, el imperio irrestricto de la verdad, la
vigencia del derecho y la búsqueda constante de la justicia.
Realza esta celebración la presencia de nuestros invitados, gobernantes y representantes de naciones amigas. Nos
acompañan ahora, en este feliz momento, como nos acompañaron con su solidaridad en los tiempos de persecución y de
dolor, en el asilo generoso que dieron a los chilenos exiliados, en la defensa de los derechos humanos de tantos
compatriotas y en la lucha del pueblo de Chile por recuperar su democracia. En nombre de este pueblo, ahora les decimos:
Gracias, muchas gracias. Y les decimos algo más: Podéis tener la seguridad de que el reencuentro de Chile con a democracia
significará también nuestra incorporación activa a todas las instancias de colaboración internacional que corresponda para
contribuir con nuestro aporte al desarrollo de los pueblos, al logro de la justicia y la paz entre las naciones y al pleno
imperio de los derechos humanos en todos los rincones de la Tierra.
Nos acompañan, también, en esta fiesta, millones de chilenos que de uno u otro extremo del territorio nacional, o en la
añoranza de la patria desde sus lugares de residencia, voluntaria o forzada, en otras tierras, tienen puesta su esperanza en
la recuperación de nuestra democracia. A todos ellos les enviamos un fraternal saludo.
Hoy asumimos el compromiso de reconstruir nuestra democracia con fidelidad a los valores que nos legaron los Padres de
la Patria y que configuran lo que el Cardenal Silva Henríquez ese varón justo y gran amigo del pueblo a quien tanto
debemos- ha descrito hermosamente como "el alma de Chile': el amor a la libertad y el rechazo a toda forma de opresión,
la primacía del derecho sobre la arbitrariedad, la primacía de la fe sobre cualquier forma de idolatría, la tolerancia a las
opiniones divergentes y la tendencia a no extremar los conflictos, sino procurar resolverlos mediante soluciones
consensuales.
¡Estos valores imperarán de nuevo entre nosotros!
Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia
entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares, sí
señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos!
¡Tenemos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena! Sean trabajadores o empresarios, obreros o
intelectuales; abrir cauces de participación democrática para que todos colaboren en la consecución del bien común;
acortar las agudas desigualdades que nos dividen y, muy especialmente, elevar a niveles dignos y humanos la condición de
vida de los sectores más pobres; cuidar de la salud de nuestros compatriotas, lograr relaciones equitativas entre los actores
del proceso económico, abrir a nuestros jóvenes acceso a los conocimientos y oportunidades de trabajo y de progreso
propias del tiempo que vivimos; promover la participación y dignificación de la mujer en la sociedad chilena; dar a nuestros
ancianos el respeto que merecen; impulsar el crecimiento y asegurar la estabilidad de nuestra economía; mejorar los
términos de intercambio de nuestro comercio exterior; defender el medio ambiente y la adecuada conservación de
nuestros recursos naturales renovables y no renovables; contribuir con nuestros mejores aportes a la democratización, al
desarrollo e integración de América Latina y a la consolidación de la paz en el mundo; implementar, en fin, las políticas
diseñadas en el programa de gobierno que la Concertación de Partidos por la Democracia presentó al país.
Habrá dificultades causadas por los obstáculos y amarras que el pasado régimen nos deja en el camino; las habrá derivadas
de la naturaleza misma de las cosas, y habrá también algunas –no menos importantes- originadas en nosotros mismos.
Nadie ignora que el pasado gobierno pretendió eternizarse en el poder. La historia enseña que tales intentos jamás logran
prevalecer sobre el derecho de los pueblos a gobernarse por sí mismos. Así está ocurriendo ante nuestros ojos en variadas
partes del mundo. Así lo estamos demostrando nosotros también aquí, con el propio acontecimiento que celebramos. Pero
nuestra satisfacción en este día no puede impedimos advertir con claridad las numerosas limitaciones, trabas y pies
forzados que, en su afán de prolongarse, nos deja el régimen hasta ayer imperante. Quienes ejercieron el poder total se
empeñaron hasta el último día en reducir el poder de las nuevas autoridades democráticas. Quienes dispusieron de los
bienes del Estado como dueños absolutos, sin limitaciones, se ingeniaron para sustraer cuanto pudieron de esos bienes a la
administración que constitucionalmente corresponde al Presidente de la República. Muchos se preguntan por qué
aceptamos estas cosas, y no ocultan su repulsa a las formas corteses en que se ha realizado el proceso de traspaso del
gobierno mientras se consumaban estos hechos.
Los demócratas chilenos escogimos, para transitar a la democracia, el camino de derrotar el autoritarismo en su propia
cancha. Es lo que hemos hecho, con los beneficios y costos que ello entraña.
Sinceramente creo que la vía que escogimos fue la mejor entre las posibles. Lo cortés no quita lo valiente. Tengo la
convicción de que la mayoría de las trabas con que se ha pretendido dejarnos amarrados no resistirán el peso de la razón y
del derecho. Confío en que el Congreso Nacional, por encima de las diferencias de partidos, aprobará las reformas
necesarias para asegurar el funcionamiento normal y expedito de nuestra renaciente democracia. Estoy cierto de que si
alguien llegara a abrigar la tentación de emplear la fuerza contra la voluntad del pueblo, nuestras Fuerzas Armadas y de
Orden no se apartarán de sus deberes institucionales. También deberemos superar dificultades propias de la naturaleza de
las cosas.
Nuestro programa es vasto; los requerimientos son múltiples. Hay muchas necesidades largamente postergadas que
esperan ser satisfechas. No podremos hacer todo al mismo tiempo. Deberemos establecer prioridades. Lo justo es empezar
por los más pobres. Es mucha la gente con problemas. Daremos la primera prioridad a los que realmente son más
necesitados.
Nuestro país pertenece al mundo en desarrollo. Nuestro ingreso nacional por habitante es bajo; si lo distribuyéramos por
igual entre los 12 millones de chilenos, nadie quedaría satisfecho y detendríamos el crecimiento. Para salir de la pobreza
tenemos que crecer, y esto exige estimular el ahorro y la inversión, la iniciativa creadora el espíritu de empresa. Las
políticas gubernamentales deberán conciliar los legítimos requerimientos en la satisfacción de las necesidades
fundamentales, con espíritu de justicia social, y las exigencias ineludibles del crecimiento.
Todo en la vida requiere tiempo. ¿Cuántos años nos costó recuperar la democracia? El hecho de que ahora tengamos un
gobierno del pueblo no significa que los problemas se van a solucionar milagrosamente; significa, sí, que de inmediato,
desde ahora mismo nos vamos a poner a trabajar para solucionarlos, y contamos par ello con el esfuerzo y participación de
todos. Sólo así consolidaremos nuestra democracia y resolveremos los problemas.
También deberemos cuidarnos de las tentaciones propias del poder, sea creyéndonos dueños del mismo en vez de meros
mandatarios del pueblo soberano y responsables ante éste de su desempeño, sea convirtiendo la legítima controversia
democrática en la lucha despiadada por conservar, acrecentar o conquistar poder.
El poder ha de ser para nosotros un mero instrumento para servir. Conservaremos y acrecentaremos la confianza de
nuestros compatriotas en la medida misma en que seamos capaces de servir eficazmente el bien común de la nación.
Por mi parte, asumo la honrosa y difícil responsabilidad que el pueblo me ha encomendado, con la firme voluntad de ser el
primer servidor de Chile y los chilenos.
¿Qué pueden mis compatriotas esperar de mí?
Que ejerza el poder que se me ha confiado con integridad y plena entrega, sin pretender honores ni rehuir sacrificios,
buscando siempre el bien común según los dictados de mi conciencia. Que diga siempre la verdad, sin apartarme nunca del
derecho y buscando afanosamente la justicia.
Que sea leal a los valores democráticos y leal también, dentro del marco de las bases programáticas que constituyen
nuestro compromiso con el pueblo de Chile, a quienes me honran con su apoyo.
Que trate, en fin, de ser para todos mis compatriotas como un buen padre de fan-tilia, que pone su mayor diligencia,
abnegación y autoridad en labrar el bienestar y la felicidad de su gente, preocupándose especialmente de los hijos que más
lo necesitan, en este caso, de los más pobres y humildes.
¿Y qué espero yo de mis compatriotas?
Espero y reclamo, antes que nada, comprender que las tareas de construir una democracia verdadera y sólida y de
conquistar el progreso y la justicia a que aspiramos, no son sólo del gobierno, del Parlamento o de las autoridades, sino de
todos los chilenos; que de todos se requiere imaginación, esfuerzo, iniciativa, disciplina y sacrificio, y que sólo podremos
cumplirlas con la colaboración de todos. Nuestro gobierno no vendrá a sustituir las obligaciones que tiene cada chileno,
cada organización social, cada empresa; estará para apoyarlos, estimularlos, respaldarlos; pero nadie puede olvidar que
Chile somos todos y lo hacemos entre todos diariamente.
Espero y demando a todos patriotismo, para entender y aceptar que por encima de los intereses particulares de personas,
grupos o sectores, está el interés general de Chile. Si queremos alcanzar un orden político, económico y social justo y
estable, cada cual debe estar dispuesto a contribuir generosamente en la medida de sus posibilidades.
Espero y exijo a todos acatar las vías de la razón y del derecho para promover sus aspiraciones, absteniéndose de acudir a la
violencia para imponer lo que se pretende. Quien lo intente por esa vía, no lo logrará. La fuerza es propia de las dictaduras;
la razón y el derecho son las armas de la democracia.
Bien sé que son muchos los chilenos maltratados y postergados durante estos largos años, que están cansados de esperar y
visualizan en el retorno a la democracia la pronta solución de sus problemas, muchas veces angustiosos. Yo comprendo su
urgencia y los invito a comprender también que -como lo dije insistentemente en la campaña electoral- necesitaremos
tiempo y mucha colaboración. Si han soportado tantos años de espera forzada, les pido ahora un poco de paciencia
voluntaria y racional.
Y a los chilenos que han prosperado contando con la tranquilidad de un orden impuesto por la fuerza, les pido comprender
que en las sociedades contemporáneas no hay orden ni seguridad estables sino sobre la base del consenso racional
fundado en la justicia.
El anhelo de paz que prevalece entre nosotros requiere de todo nuestro esfuerzo para mantener y proyectar hacia el futuro
el clima de acuerdos que ha caracterizado nuestro tránsito hacia la democracia.
Compatriotas:
Pidamos a Dios que nos ayude a cumplir la tarea que Chile espera de nosotros.
Pidámosle sabiduría para hacer las cosas bien y no caer en errores ni torpezas.
Bicentenario de Chile
2010-09-15 - Sebastián Piñera
Chilenas y chilenos:
Quiero agradecer esta oportunidad que nos da la Cámara y el Senado, en esta invitación a participar en el homenaje
que nuestro Congreso le otorga a la patria entera, con ocasión de la celebración de nuestros 200 años de vida
independiente.
En esta fecha histórica, quisiera honrar la memoria de los más de 3 mil hombres y mujeres que a lo largo de nuestra
historia sirvieron a Chile, como diputados o senadores, desde estos escaños. Muchas veces con pasión, pero siempre
con patriotismo.
Quiero recordar también a los 37 hombres y mujeres que me han antecedido en el cargo de Presidente de la
República, que por voluntad soberana del pueblo hoy tengo el honor de ejercer.
Y en forma muy especial, a los que hoy día nos acompañan en este Congreso Nacional: a don Patricio Aylwin, a don
Eduardo Frei, a don Ricardo Lagos, a doña Michelle Bachelet.
Su presencia en este acto habla y vale más que mil palabras, y da cuenta no solamente de la trascendencia de las
fechas que estamos conmemorando, sino que también demuestra la solidez de nuestra democracia y la madurez de
nuestra amistad cívica, las cuales sin duda trascienden y superan, y por mucho, las legítimas diferencias que nos
distinguen, por profundas que a ratos ellas parezcan.
Este Congreso Nacional, en sus 199 años de independencia y de existencia, tiene el honor de ser uno de los 5 más
antiguos del mundo, porque su historia se confunde con la historia misma de la República.
Desde su fundación, un 4 de Julio del año 1811, este Congreso Nacional ha aprobado más de 27 mil leyes y se ha
transformado en una cuna privilegiada para la deliberación, el diálogo, el debate y la búsqueda de los tan necesarios
acuerdos nacionales, en los temas que nos interesan a todos los chilenos.
Fue aquí en este Congreso Nacional donde se escribieron nuestros códigos y donde se dio vida a nuestras
instituciones republicanas. Fue aquí en este Congreso Nacional, donde se declaró la guerra y fue también aquí donde
se recuperó la paz.
Por estos escaños que hoy día ocupan los actuales diputados y senadores, pasaron muchas de las figuras más ilustres
de nuestra vida republicana. Algunos forjadores de la patria, como don Bernardo O’Higgins, Camilo Henríquez, José
Miguel Infante. Otros que nos distinguieron, como los más grandes poetas e intelectuales de nuestro país, como
Andrés Bello, Benjamín Vicuña Mackenna, José Victorino Lastarria, Eusebio Lillo, Pablo Neruda.
Y también pasaron por este Congreso Nacional 24 Presidentes y ex Presidentes de la República, que sin duda todos
ellos prestaron sus mejores servicios a nuestro país, desde estos estrados.
En primer lugar, el respeto al mandato popular, del cual nunca debemos olvidar que no somos amos ni mucho menos
dueños, sino meros servidores y depositarios temporales de la confianza de nuestro pueblo.
Respeto a nuestra Constitución y a nuestras leyes, cuyas normas hemos jurado guardar y hacer guardar. Y que junto
con los reglamentos y las tradiciones de convivencia interna, definen la misión y las atribuciones de los diputados y
senadores.
Y respeto, finalmente, por ustedes mismos, los miembros de este Congreso, tanto por su condición de representantes
del pueblo de Chile, como por las ideas y convicciones a las cuales adhieren, cualquiera sean éstas y para cuya
defensa y promoción cuentan siempre con las herramientas de la razón, la persuasión, el diálogo y el voto, pero
nunca con los instrumentos de la fuerza, la coacción o la amenaza.
Comprendo muy bien las dificultades que entraña la tarea legislativa. Durante 8 años tuve el honor de
desempeñarme como senador de la República, en momentos en que en Chile recién se iniciaba el retorno a su
normalidad democrática. Y, por lo mismo, me duele, como le duele a muchos chilenos, la gradual pérdida de prestigio
que afecta a la actividad política en general y a algunas de nuestras instituciones más representativas, como el propio
Congreso y los partidos políticos en particular.
Porque estamos frente a una paradoja: nuestros ciudadanos demuestran un alto aprecio por la democracia, pero
también expresan una creciente desafección por la política. Y ésta es una paradoja peligrosa, porque digámoslo fuerte
y claro: no hay democracia sana con política enferma.
Y que nadie se mueva a engaño, no pretendo desde esta tribuna criticar la sana y necesaria rebeldía, e incluso, la
cierta indocilidad con que la actual ciudadanía, activa y celosa de su propia autonomía, debe escrutar a quienes
ostentan posiciones de poder.
Mi llamado de atención va más bien a este creciente distanciamiento que muchos compatriotas expresan frente a lo
público, frente a aquello que nos incumbe y nos interesa a todos, porque esta desafección se produce cuando piensan
que lo público no afecta lo privado, en circunstancias que, por definición, somos seres que vivimos y necesitamos vivir
en una sociedad, en una comunidad. Y a esa permanente inclinación a reclamar, y cada vez con más fuerza y con más
vigor sus derechos, pero muchas veces desconocer o dilatar el cumplimiento de sus deberes.
Y este creciente debilitamiento frente al respeto que se debe a la autoridad, partiendo por este Congreso Nacional, y
que no es muy distinto al que sufren muchos carabineros en las calles de nuestro país, profesores en nuestras aulas, e
incluso muchos padres en sus propios hogares.
Y no podemos ni debemos resignarnos ante esta realidad. Es tarea y responsabilidad de todos recuperar el respeto a
la autoridad legítima, el respeto a todos nuestros compatriotas y el aprecio ciudadano por la buena política, que no es
otra que aquella que tiene y busca un impacto real, perceptible y significativo en la vida y calidad de vida, y en las
oportunidades y el futuro de millones y millones de nuestros compatriotas.
Yo estoy muy consciente que el Gobierno tiene una gran responsabilidad en esta materia, y me comprometo a
cumplirla, entre otras, la de no extremar el sistema presidencialista que nos rige, porque podría terminar agotando la
iniciativa que le cabe también a ustedes, diputados y senadores de la República y miembros de este Congreso, en una
democracia que busca poderes equilibrados.
Pero la enfermedad que adolece nuestra democracia es, en último término, una crisis de representación, que afecta
no solamente a nuestro país, afecta a muchas, sino a todas las democracias del mundo. Y por ello tenemos que
enfrentarla.
Y esa es la razón de fondo por la cual nuestro Gobierno ha presentado a la tramitación de este Congreso una
profunda y ambiciosa agenda pro-democracia, que busca hacerla más vital, más joven, más participativa y también
más transparente.
Entre otras iniciativas de esta agenda pro-democracia, destaco la inscripción automática, que va a permitir volver a la
participación ciudadana a más de 4 millones de chilenas y chilenos que están marginados.
El voto voluntario, para que tengamos que conquistar los votos con argumentos y con entusiasmo, y no con la
amenaza de una multa.
El derecho a voto a los chilenos que viven en el extranjero y que mantienen un vínculo o una pertenencia con nuestro
país.
La iniciativa que establece la posibilidad de que los ciudadanos tengan también iniciativas de ley.
Las primarias voluntarias, vinculantes y financiadas por el Estado, para asegurar una mayor transparencia y
participación en la designación de los candidatos.
La reforma que busca simplificar los plebiscitos comunales, de forma de potenciar la participación de los ciudadanos
en aquellas materias que les son tan queridas y tan caras a su vida cotidiana.
Todas éstas, estoy seguro, van a ser analizadas, perfeccionadas y ojalá enriquecidas en nuestro Congreso.
Y quiero también reiterar la disposición de nuestro Gobierno, a iniciar un diálogo, a escuchar planteamientos que nos
permitan perfeccionar nuestro sistema electoral, potenciando sus fortalezas y atributos y, por supuesto, corrigiendo
sus defectos y debilidades.
Honorables diputados y senadores:
La conmemoración de nuestro Bicentenario como nación independiente, constituye sin duda una formidable
oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con el espíritu de unidad nacional que ha estado siempre presente
en los momentos estelares de nuestra historia.
Porque si hay algo que nuestra historia se encarga de recordarnos una y otra vez, es que en la unidad está la raíz de
nuestra fuerza y en la división está el germen de nuestra debilidad. Porque la historia nos muestra que cada vez que
nos hemos unido detrás de objetivos nobles y factibles, por audaces y ambiciosos que parecieran, nada ni nadie nos
ha impedido alcanzarlos.
Al fin y al cabo, y como he recordado en otras ocasiones, y en este mismo salón, la soberanía que nos ha sido confiada
por el pueblo, convierten a este Presidente y a este Congreso Nacional en aliados y no en adversarios, en la noble
causa de traer progreso y bienestar a todos los chilenos y chilenas.
Estoy consciente que hemos tenido muchos quiebres en nuestra sociedad a lo largo de nuestra historia. Hay veces en
que se han levantado las armas de chilenos contra chilenos, como ocurrió en las guerras civiles del año 1851, 1859, y
tal vez la más dura y cruel de todas, la de 1891.
También hemos tenido quiebres democráticos, como el año 1924 y el año 1973, como nos recordaba el presidente
del Senado.
Es cierto, el año 73 tuvimos un quiebre de nuestra democracia, pero si lo miramos con objetividad y sin pasión, creo
que todos tenemos que concluir que ese quiebre no fue algo súbito ni intempestivo. Ciertamente fue evitable, pero
obedeció a una democracia que venía enferma de mucho antes. Enferma de exceso de ideologismo, de violencia, de
falta de respeto al Estado de derecho, de nula capacidad de diálogo, de violencia.
Y por eso mismo, pienso que tenemos que aprender de nuestra historia.
Por eso, este espíritu de unidad es algo que quisiera invocar una vez más, hoy día, a las puertas de nuestro
Bicentenario. Unidad entre Gobierno y oposición, entre el sector público y el sector privado, entre trabajadores y
empresarios, entre el Estado y la sociedad civil.
Una unidad nacional que, por cierto, no significa confundir los roles, ni renunciar a los valores, principios o
convicciones que cada uno libremente quiera adherir. Significa, simplemente, recordar que más allá de todas nuestras
legítimas diferencias, hay algo mucho más fuerte que nos une, que es nuestro amor por nuestra patria y nuestro
compromiso por escribir las páginas más hermosas en su historia.
Por eso, con este mismo espíritu de unidad, quiero hoy enviar un mensaje lleno de cariño y esperanza a nuestros
pueblos originarios, y particularmente a nuestro pueblo mapuche. Los chilenos debemos sentirnos muy orgullosos de
ser una nación multicultural, pero también no podemos dejar de reconocer que durante décadas, y quizás siglos,
hemos negado a nuestras comunidades de pueblos originarios las oportunidades necesarias para su progreso
material y espiritual y para su plena integración a nuestra República.
Por eso nuestro Gobierno, a través del Plan Araucanía, tiene el firme propósito de aprovechar la conmemoración de
este Bicentenario para desarrollar un plan cuya magnitud, alcance y ambición excede lo que ha sido tradicional y
compromete no solamente recursos, sino que compromete voluntades. Y eso incluye darle reconocimiento
constitucional, reforma que está en las manos de este Congreso, e incluye también apreciar, valorar y promover lo
que es su principal riqueza, su cultura, tradiciones, idioma, reevaluar nuestras instituciones y políticas hacia nuestros
pueblos originarios y tomar en nuestras manos la gran tarea de mejorar la calidad de su educación, su acceso a la
salud, su desarrollo productivo, su capacidad de emprendimiento y, por cierto, apuntar a cerrar la brecha en materia
de calidad de vida y oportunidades que hoy día los condena a una situación de rezago.
También hemos presentado un proyecto de ley que restringe el ámbito de la justicia militar, aquello que en nuestra
opinión le es propio en una sociedad democrática, de forma tal que excluya de su competencia y jurisdicción a los
civiles. Junto con otro proyecto de ley que perfecciona nuestra legislación antiterrorista, que sin descuidar la lucha
contra este flagelo, que junto al narcotráfico son enemigos crueles y formidables, busque tipificar mejor las conductas
terroristas, fortalecer el debido proceso, racionalizar sus penas y facilitar y agilizar la aplicación de la justicia.
Quiero reafirmar también que, con la misma fuerza con que hemos hecho y seguiremos haciendo todo lo
humanamente posible para rescatar sanos, salvos y con vida a nuestros 33 mineros que están atrapados a 700 metros
de profundidad, bajo la roca de una montaña en la Región de Atacama, vamos a utilizar todos los instrumentos del
Estado de derecho para resguardar la integridad física y la vida de los 34 comuneros que están en huelga de hambre.
También quiero aprovechar de destacar y agradecer la prolífica labor que este Congreso ha realizado desde el 11 de
marzo de este año, tiempo en que me ha correspondido el honor de ejercer el mando supremo de la nación.
En estos poco más de 6 meses han ingresado a este Congreso más de 51 proyectos de ley, 18 de los cuales ya han sido
aprobados y hoy son ley de la República.
Podría destacar y mencionar muchos, pero prefiero recordar y agradecer el acuerdo que hoy día se logró para poder
dar una solución definitiva a un problema que ha afectado a millones de chilenos, como es la situación que afecta al
Transantiago.
Quiero también reconocer que esta productividad y alta calidad legislativa que ha mostrado este Congreso en estos 6
meses, no tiene precedentes en los 20 años previos de nuestra vida democrática.
Y, por tanto, quisiera, desde esta tribuna, hacer un reconocimiento y por cierto mostrar la gratitud de este Presidente
por la labor que ha cumplido este Congreso.
Honorables miembros, senadores, diputados, amigas y amigos:
En momentos en que nos aprontamos a conmemorar nuestro Bicentenario, pocas cosas pueden ser más oportunas y
más necesarias que reflexionar sobre lo que significa ser chilenos e intentar desentrañar de nuestra identidad, aquello
que nos caracteriza y, en cierto modo, aquello que nos distingue de los demás pueblos de esta Tierra.
Sin duda podrían existir muchas respuestas a esta pregunta, pero si yo tuviera que elegir una, diría que somos un
pueblo formado en la adversidad y el rigor, al que nada le ha resultado fácil, en que todo se ha conquistado con
esfuerzo y en que cada progreso, aún el más insignificante, ha significado sacrificio, compromiso y perseverancia de
muchos chilenos.
Un país pequeño y en el fin del mundo, un país separado de los demás por los desiertos más áridos del mundo, por las
cordilleras más altas del mundo y por el Océano más hermoso del mundo. Y, al mismo tiempo, un país que ha sido
golpeado tantas veces por las fuerzas duras e incontrolables de la naturaleza, pero que siempre ha demostrado ese
temple y esa tenacidad que es parte del alma de nuestro pueblo y que nos enorgullece como chilenos.
Pero más importante aún, yo diría que es precisamente ahí donde reside nuestra mayor fortaleza, porque a partir de
la adversidad siempre hemos ido forjando un temple y una tenacidad, una resiliencia para recuperarnos frente a los
golpes del destino o de la naturaleza, que han hecho de Chile un país seguro de sí mismo y que es capaz de pararse
frente a este mundo moderno, muy firme en sus pies y saber integrarse con la fortaleza de nuestras tradiciones y, al
mismo tiempo, buscando integrarnos a esta sociedad global y a este nuevo mundo que emerge ante nuestros propios
ojos.
El presidente del Senado hablaba de un siglo corto. Y es cierto, el siglo en nuestro país históricamente fue corto, como
también lo fue en el mundo entero, porque se inició cuando el mundo pasó bruscamente de la Belle Epoque, a la I
Guerra Mundial, la guerra de las trincheras, la guerra de los millones d-e muertos y terminó cuando frente a nuestros
propios ojos, sorprendiendo a muchos de nosotros, cayó el Muro de Berlín y cayeron muchos muros, y dieron origen a
un mundo nuevo, que es el mundo en el cual nosotros estamos viviendo.
Pero junto con ese muro, como el Muro de Berlín, que dividía al mundo entre el Este y el Oeste, cayó otro muro, tal
vez más duro y más cruel que el anterior, que no corría de Norte a Sur, sino que de Este a Oeste y separaba al mundo
del Norte, que era el mundo de la riqueza, del mundo del Sur, que era el mundo de la pobreza.
Y por eso, porque llegamos tarde a la revolución industrial, perdimos la oportunidad de ser un país desarrollado.
No podemos llegar tarde a esta nueva revolución, que es más potente y más profunda, que es la revolución de la
sociedad del conocimiento y la información.
Y sin duda estamos preparados para ello, porque es un país que sabe pararse en sus propios pies, como muy bien lo
dijo Alonso de Ercilla en La Araucana, cuando hablaba de que “la gente que lo habita es tan granada, tan altiva,
gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a dominio extranjero sometida”.
Porque si hay algo que hemos aprendido en la historia, es que los países necesitan recordar a sus héroes, para no
perder el rumbo, para inspirarse en su heroísmo y para reafirmar su propia identidad. Y Chile tiene una constelación
de héroes: O’Higgins y Carrera, que desde hace algunos días atrás se juntaron en la Plaza de la Ciudadanía y observan
con mucha atención el Palacio de La Moneda. Como Prat, como los 77 héroes de la Concepción y tantos otros héroes
anónimos a lo largo de nuestra historia, pero cuyos ejemplos de generosidad y grandeza hemos conocido tantas veces.
Este año del Bicentenario no sólo nos ha servido para rendir homenaje a los próceres de antaño, sino que también, y
es igualmente importante, nos ha permitido descubrir a los héroes del presente.
Como nunca antes en estos meses hemos podido conocer a esos héroes anónimos, que difícilmente van a aparecer
en los libros de historia, pero que enfrentados a la adversidad, al desafío y al dolor, supieron responder con la misma
grandeza y generosidad que los héroes de antaño.
Y es bueno reflexionar acerca de ese misterioso instante en que estos hombres y mujeres, sencillos, comunes y
corrientes, de carne y hueso, con las mismas virtudes y defectos que muchos de nuestros compatriotas, se
transforman en héroes.
Pienso en las veces en que Carrera y O’Higgins dirigieron nuestros Ejércitos para lograr nuestra Independencia. O
cuando Carrera Pinto decidió inmolarse para salvar el honor de nuestra patria. O en los momentos que Prat decide
abordar un monitor que lo excedía largamente en capacidades.
O en los minutos y horas que siguieron al terremoto y maremoto que nos golpeó el 27 de febrero de este año, cuando
muchos compatriotas, y lo pudimos ver, arriesgaron sus propias vidas por salvar las de otros compatriotas que
muchas veces ni siquiera conocían. O en aquellas palabras, primeras palabras que con emoción leímos, cuando
supimos que los 33 mineros estaban a salvo, que ellos, que llevaban casi tres semanas atrapados en la profundidad de
la montaña, nos enviaron un mensaje no solamente para decirnos que estaban vivos, sino también para decirnos que
estaban bien. No solamente para decirnos que estaban entregados a su suerte y a resguardo, sino que estaban en el
refugio, y para decirnos que no estaban divididos, que estaban más unidos que nunca los 33.
Es el salto de estos ciudadanos a héroes donde subyace un radical aprecio a las bondades de la vida cotidiana para
abrazar una causa más grande y más noble que la propia.
Y esa renuncia, en el fondo, es un acto de amor, amor a Dios, amor a la patria, amor al prójimo. Un amor que sabe
convertir el dolor en esperanza, la tristeza en alegría y la angustia muchas veces en heroísmo. El llanto en sonrisa, un
amor como el que estoy seguro los chilenos y chilenas tenemos por el trabajo bien hecho y por nuestra patria.
Porque lo he visto con mis propios ojos, como muchos de ustedes, a lo largo y ancho de nuestro país. Como muchos
chilenos, y especialmente los padres, están dispuestos a cualquier sacrifico por legarles a sus hijos una vida mejor y
por aportar a una patria más grande y más noble.
Por eso este año del Bicentenario, cuando nos aprontamos a dar ese gran salto al desarrollo, hacia un país sin pobreza
y con verdadera igualdad de oportunidades, nunca olvidemos que la principal riqueza de nuestro país no está en sus
abundantes recursos naturales ni en sus hermosos paisajes, ni en la altura o tamaño de nuestros edificios o máquinas.
Está en nuestra gente, en nuestro pueblo, en nuestros héroes, los de ayer, los de hoy y los de siempre.
Por eso en estos tiempos históricos, pero también de grandes oportunidades, estoy seguro que nuestra generación, la
generación del Bicentenario, sabrá estar a la altura del tremendo desafío que tenemos por delante.
Hicimos una transición de un gobierno autoritario a un gobierno democrático que fue ejemplar, y que es así
reconocida en muchas partes del mundo, pero esa transición ya es parte de la historia, es la transición antigua. Y
nosotros tenemos un compromiso con la transición nueva, la transición joven, la transición del futuro, que es
transformar a nuestro país, tal vez, en el primer país de América Latina que antes que termine esta década pueda
decir con humildad, pero también con orgullo “hemos derrotado la pobreza, hemos derrotado el subdesarrollo y
hemos creado una sociedad que permita a todos sus hijos desarrollar sus talentos y tener verdadera igualdad de
oportunidades”. Y poder de esa manera cumplir con el sueño de todas las generaciones, pero que nosotros tenemos
una formidable oportunidad de llevar a la realidad: construir esa patria libre, grande, próspera, justa y fraterna con la
cual siempre hemos soñado.
Por eso quiero terminar estas palabras pidiéndole a Dios que bendiga a nuestra patria y que bendiga a todas sus hijas
e hijos, y diciendo con mucha fuerza que me siento orgulloso, más orgulloso que nunca de ser chileno. ¡Viva Chile!
Muchas gracias.
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