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DIAGNÓSTICO DE ESQUIZOFRENIA EN INVESTIGACIÓN:
APROXIMACIÓN POLIDIAGNÓSTICA, INVENTARIO OPCRIT 4.0.
Martínez-Leal, R.; Torres, F.; Soriano, M.F.; Macizo, P.; Ribes,M.
Grupo Andaluz de Investigación en Salud Mental. Universidad de Granada.
RESUMEN:
El labor diagnóstica o de confirmación del diagnóstico, tanto en la clínica como en la investigación,
no es una tarea fácil. Existen multitud de criterios operativos diferentes para realizar el diagnóstico
y ninguno de ellos hasta el momento ha demostrado su superioridad sobre los demás. Esta
situación hace que la fiabilidad de los diagnósticos esté en tela de juicio y dificulta enormemente la
obtención de resultados concluyentes en los estudios, así como su replicación y comparación. En
este trabajo proponemos la alternativa Polidiagnóstica que consiste en diagnosticar a un paciente
mediante varios sistemas diagnósticos que se corresponden con definiciones alternativas de la
enfermedad. Para ello utilizamos el instrumento OPCRIT 4.0, demostrando, que es un sistema
rápido, fiable y útil para obtener el diagnóstico de un mismo paciente a través de diferentes
sistemas de clasificación. El uso de este instrumento aumenta la fiabilidad del diagnóstico,
posibilita! la comparación entre clasificaciones y la replicación de resultados y además mantiene
una base de datos que posibilita el diagnóstico según los principales criterios operativos existentes
hasta el momento.
Introducción
El diagnóstico mediante entrevistas estructuradas difícilmente se aplica en la práctica clínica dado
el tiempo que estas entrevistas requieren para su administración [1]. Así mismo, la tarea de
confirmación del diagnóstico de un paciente para su inclusión en una investigación puede conllevar
un consumo importante de tiempo en detrimento del que disponemos para obtener otros datos no
diagnósticos en nuestro estudio. Otro problema frecuente en la investigación de trastornos
psicóticos es que estos se encuentran conceptualmente situados a lo largo de un amplio espectro,
haciéndose difícil la distinción entre los mismos. Además, la diversidad de criterios, definiciones y
clasificaciones diagnósticas hace que muchas veces los resultados de las investigaciones no sean
concluyentes y dificulta de forma extrema la comparación entre estudios y la replicación de
resultados.
Algunos autores proponen el uso de un paradigma polidiagnóstico para trabajar e investigar con
este tipo de trastornos. La aproximación polidiagnóstica consiste en diagnosticar a un mismo
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paciente o a una misma muestra mediante varios sistemas diagnósticos que se corresponden con
definiciones alternativas de la enfermedad [2]. Esta metodología cobra una gran importancia para
trabajar con esquizofrenia y con otros trastornos psicóticos, ya que los límites de unos y otros no
están claramente establecidos y el estudio del valor diagnóstico de la sintomatología se ha probado
ampliamente infructuoso, generando multitud de criterios operativos diferentes.
Además, los criterios diagnósticos operativos realizados por consenso (CIE-10, y DSM-IV) se
muestran arbitrarios en cuanto a los criterios de inclusión, exclusión y duración del trastorno [3],
son muy diferentes entre sí [4] y no resultan útiles para todo aquel investigador que pretenda
trabajar con una visión alternativa de la enfermedad [5,6]. Desde este trabajo, abogamos por el uso
de la aproximación polidiagnóstica y en concreto por la aplicación del instrumento OPCRIT, la
herramienta polidiagnóstica que más difusión ha obtenido en el ámbito de la investigación.
Antecedentes históricos
A principios del siglo XIX aparecieron casi simultáneamente las primeras publicaciones de casos
que describían una forma de locura que se manifestaba en personas jóvenes y que conllevaba una
gran "desesperanza y cambios degradantes en el individuo" [7,8]. Desde que aparecieron estas
descripciones que hoy en día reconoceríamos como esquizofrenia, se multiplicaron las definiciones
que se hicieron de este mismo trastorno dándole diferentes nombres. Fue Emil Kraepelin (1869)
quien unificó todas las diferentes descripciones que existían hasta el momento en subtipos de un
mismo trastorno que bautizó como "demencia precoz".
Posteriormente, las ideas de Kraepelin fueron modificadas por Bleuler (1911) quien introdujo el
término esquizofrenia en lo que él consideraba como un grupo de trastornos más que como
subtipos de uno solo.
Estos y otros autores formaron un constructo por el que la esquizofrenia se reconocía como un
grupo heterogéneo de trastornos mentales que comienzan al principio de la edad adulta y que se
caracterizan por alucinaciones, anormalidades en el lenguaje, pensamiento, movimiento y afecto.
Añadiendo que la persona suele tener poca o ninguna conciencia sobre el hecho de que esas
experiencias no son normales.
A partir de este constructo, se comienza a identificar la esquizofrenia a través y únicamente a
través, de los signos y síntomas que caracterizan al trastorno y que nos sirven para discriminarlo
de otros tipos de alteraciones mentales. En un primer momento, este constructo presentaba el
problema de que no especificaba cuáles eran los síntomas que podían encontrarse ni tampoco
cuáles eran los más discriminativos ni en qué área recaía el énfasis principal de esta enfermedad.
La fiabilidad del diagnóstico de esquizofrenia
La cuestión de la fiabilidad diagnóstica de la esquizofrenia ha venido presentándose como un
problema constante a lo largo de casi un siglo de práctica clínica y de investigación. Fue en la
década de 1930 a 1940 cuando comenzaron a detectarse diferencias enormes en los registros de
primeras admisiones hospitalarias de esquizofrenia entre Estados Unidos y el Reino Unido [9].
En un primer momento se desconocían las causas de estas diferencias y se barajaba si podían ser
debidas a las características clínicas propias de diferentes poblaciones o si, por el contrario, eran
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debidas a las diferencias que existían entre los criterios diagnósticos que se utilizaban en cada
país.
Se establecieron varios estudios para indagar las causas de estas diferencias, como el "Proyecto
Diagnóstico UK/US" y el "PILOT" [10]. En ambos se contaron con los diagnósticos realizados por
profesionales locales contrastados con los diagnósticos realizados a través de una entrevista
estructurada y un programa informático por un equipo de profesionales involucrado en los
proyectos. Todos los estudios confirmaron que mientras que seguían existiendo diferencias entre
los diagnósticos locales, los diagnósticos alcanzados por los equipos del proyecto eran
comparables y tenían una buena fiabilidad inter-evaluadores. Concluyendo así, que las diferencias
encontradas en las tasas de hospitalización eran debidas principalmente a las grandes diferencias
que existían en la práctica diagnóstica en cada país. Ambos proyectos y en especial el PILOT,
demostraron de forma bastante clara que la fiabilidad inter-jueces podía potenciarse de forma
espectacular si se utilizaba una técnica de entrevista estructurada y si se adoptaban
procedimientos diagnósticos estándar como, por ejemplo, un programa diagnóstico informatizado.
Criterios operativos
Es en este contexto en el que aparecen los primeros criterios operativos para la definición del
trastorno. El uso de definiciones operativas fue sugerido por Bridgman como forma de resolver
algunos problemas conceptuales que se presentaban en Física [11]. Aplicado al campo de la salud
mental, los criterios operativos exigen que el clínico lleve a cabo una serie de pequeños
"experimentos" en los que obligatoriamente se necesita que haya una serie de resultados
predecibles que se ajusten a la definición del trastorno y que, por lo tanto, permitan que el
diagnóstico se aplique.
Estos criterios operativos incluyen un listado de ítems que deben estar presentes y dentro de cada
ítem una serie de posibilidades de respuesta eg. Tipos de alucinaciones o tipos de delirios...Así, en
la mayoría de los casos el clínico puede obtener información sobre los síntomas que presenta el
paciente y en qué grado aparecen. El formato predominante de estos criterios es un ítem de la lista
A, dos de la lista B, dos de la lista C, etc.
En 1959 aparecieron los Síntomas de Primer Rango de Kurt Schneider, quien escogió entre los
síntomas más obvios y fáciles de identificar de la esquizofrenia, aquellos con mayor utilidad
diagnóstica diferencial. A partir de los años 70 se hizo un esfuerzo por desarrollar múltiples
definiciones operativas de esquizofrenia (eg. Feighner [12], Carpenter, Strauss & Bartko [13],
Spitzer et al. [14], etc.) culminando este esfuerzo en 1980 con la aparición del conjunto de criterios
operativos del Manual Diagnóstico y Estadístico Tercera Edición, producido por la Sociedad de
Psiquiatría Americana [15], la revisión posterior que se hizo de este manual conocida como
DSM-IIIR [16] y la cuarta edición de este mismo manual, DSM-IV [17]. Siguiendo el liderazgo de la
APA la Organización Mundial de la Salud (OMS) produjo la décima Edición de la nueva
Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) en un formato de criterios operativos para
todas las enfermedades mentales, incluyendo la esquizofrenia [18].
Todas las definiciones operativas que precedieron y que influyeron de forma sustancial en los
criterios del DSM-III y posteriores ediciones, han tenido una enorme difusión en el ámbito de la
investigación, ya que estas definiciones fueron diseñadas para ser aplicadas de forma sencilla y
clara y para facilitar tanto el acuerdo como la comunicación entre los clínicos. Además el
establecimiento de diagnósticos fácilmente comparables hace que sea posible la replicación de
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estudios1.
Otro de los méritos atribuibles al desarrollo de diagnósticos basados en criterios operativos es que
contribuyeron enormemente a la potenciación de la fiabilidad del diagnóstico de esquizofrenia. Si
tenemos en mente que en aquellos momentos el DSM-II proponía que la clasificación diagnóstica
debía basarse en el mejor juicio y práctica clínica de un comité y de sus consultantes, el hecho de
que Feighner propusiera la validez diagnóstica de su nueva clasificación sobre la base de
descripciones clínicas, estudios de laboratorio, diferenciaciones de otros trastornos, estudios de
seguimiento y estudios familiares no deja de ser impactante y revolucionario a la vez.
Sin embargo, a pesar del avance que supuso la aparición de definiciones operativas de la
esquizofrenia, su uso ha estado marcado también por la aparición de importantes limitaciones que
han hecho que nos replanteemos el uso de cualquiera de las clasificaciones diagnósticas derivadas
de ellas.
Dado que la etiopatogenia de la esquizofrenia sigue aún en nuestros días siendo desconocida, es
casi imposible que contemos solamente con una clasificación diagnóstica universalmente
aceptada. Para que esto sucediese, debería darse un acuerdo "ateórico" sobre la etiología de la
enfermedad, y las escuelas conductuales, psicodinámicas y biológicas, deberían consensuar una
definición común e igualmente aceptable.
Como fruto de este desacuerdo etiológico, han aparecido conjuntos diversos de definiciones
operativas, especialmente para los trastornos psicóticos: los Síntomas de Primer Rango de
Schneider, 1959; los Criterios de Sant Louis; Feighner y cols, 1973; los Criterios Diagnósticos para
la Investigación (CDR), Spitzer et al., 1975; DSM-III, DSMIII-R y DSM-IV, Asociación Psiquiátrica
Americana, 1980, 1987, 1994; y CIE-10, Organización Mundial de la Salud, 1992. Sin embargo,
ninguna de estas aproximaciones a la definición del trastorno ha demostrado su validez. Y cuál de
estas alternativas recoge la definición más valida de la enfermedad es una cuestión que
permanecerá en el campo de la especulación hasta que se encuentre una etiología precisa del
trastorno, o varias, si de diversos trastornos se trata.
Aparte de esta aparente arbitrariedad, el uso de sistemas operativos de clasificación también
comporta varias limitaciones:
1.- Para empezar, existe una considerable reducción en la cantidad de información que se usa para
los diagnósticos operativos en comparación con una situación clínica común. La historia clínica del
paciente, la información de un tercero, la respuesta previa a la medicación, así como otras formas
de recoger la información tan difíciles de explicar como la "impresión clínica", son informaciones
que normalmente no aparecen en las definiciones operativas. Además existe la tendencia en este
tipo de clasificaciones a centrarse en la sintomatología positiva que presenta menos problemas a la
hora de ser puntuada que la sintomatología negativa, más difícil de observar y cuantificar como
puede ser la abulia o la anhedonia.
2.- Una segunda limitación es que estas definiciones operativas imponen un esquema diagnóstico
"top down" o de "arriba a abajo", lo que las convierte en sistemas de clasificación bastante rígidos.
Es decir, que un porcentaje importante de las personas puede obtener el diagnóstico de "Psicósis
Atípica" o "Trastorno psicótico no especificado" al no cumplir ninguno de los criterios, mientras que
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otros sistemas nosológicos como el Examen del Estado Presente o PSE son más flexibles. Farmer
et al. (1992) diagnosticaron a los mismos 397 pacientes psicóticos usando cinco criterios
diagnósticos diferentes (ver figura 1) comprobando que clasificaciones como el DSM-III arrojaban
más personas dentro de la categoría de "Psicosis Atípica" que dentro de cualquier otra, alcanzando
casi el 40% de la muestra total. No deja de ser sorprendente que el grupo formado por casi el 40%
de la muestra en el DSM-III y del 21% en el DSM-III-R sea considerado como grupo "atípico" dentro
de los sistemas de clasificación diagnóstica.
Así mismo, comprobaron que clasificaciones como el DSM-III y DSM-IIIR tenían criterios más
restringidos para el diagnóstico de esquizofrenia (32% y 40% respectivamente) mientras que
definiciones como la RDC (68.3%) se presentaban bastante más flexibles. A través de cambios en
las gráficas, también se pueden seguir las características de cada clasificación diagnóstica, por
ejemplo en el DSM-III-R aparecen casi un 10% de las personas en el grupo del Trastorno Delirante,
categoría recogida como Trastorno Paranoide en el DSM-III pero que no arroja practicamente
ningún resultado en esta clasificación, debido a los diferentes criterios que ambos mantienen para
clasificar un mismo trastorno.
En el trabajo de validación del instrumento OPCRIT 4.0 que estamos llevando a cabo en el Grupo
Andaluz de Investigación en Salud Mental (GAISAM), se utilizó la misma metodología usada por
Farmer et al. (1992).
Diagnosticamos a 106 personas clasificados por sus psiquiatras como psicóticos funcionales
-Esquizofrenia, Trastorno Esquizoafectivo, Psicosis Atípica o no especificada y Trastorno delirantecon cinco criterios operativos distintos sobre la base de la información contenida en su historia
clínica. En un intento de replicación, pero también de actualización, eliminamos los criterios de
Feigner y Taylor/Abrams y añadimos los del DSM-IV y la CIE-10, obteniendo los resultados que se
muestran en la figura 2.
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A simple vista podemos comprobar que tal y como veíamos en el estudio de Farmer et al. (1992) se
encuentran diferencias importantes en torno a diferentes definiciones del trastorno. Al igual que en
el estudio anterior, observamos cómo una población importante de personas vuelven a ser
clasificados dentro del grupo de Psicosis Atípica, alcanzando en todas las clasificaciones del DSM
valores por encima del 20% de la muestra. Tanto en la clasificación de Psicosis atípica como en la
de Trastorno Esquizofrénico, las clasificaciones del DSM se muestran muy igualadas entre sí, a
diferencia del estudio anterior, aunque mantienen un criterio algo más estricto en comparación con
la CIE-10. A excepción de DSM-III, comprobamos que la inclusión de los nuevos criterios del
DSM-IV y la CIE-10 reducen bastante el número de personas que quedan sin diagnóstico final, al
igual que observamos como las clasificaciones DSM han ido flexibilizando el diagnóstico de
Trastorno Delirante conforme han aparecido nuevas ediciones. Llama la atención el descenso que
se observa en el diagnóstico de esquizofrenia en el criterio RDC, siendo probable que la incorrecta
puntuación de un sólo ítem haya desvirtuado una cantidad importante de los diagnósticos, ya que
como apuntan Farmer et al. (1992) la sensibilidad de esta clasificación a un solo ítem en el que se
valora la predominancia de síntomas psicóticos o afectivos dentro del cuadro clínico es
extremadamente alta y probablemente, parte de los casos dentro del diagnóstico de trastorno
Esquizoafectivo deberían estar incluidos en la categoría de Esquizofrenia.
Teniendo en cuenta que el Estudio de Farmer et al. (1992) no da información sobre DSM-IV y
CIE-10, hemos tenido a bien considerar los resultados de Peralta y Cuesta (2003) obtenidos sobre
una muestra de 660 pacientes psicóticos a los que diagnosticaron simultáneamente con ambos
criterios (ver tabla 1).
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Comprobamos que a pesar de las posibles diferencias entre estudios, los porcentajes obtenidos en
cada clasificación para el diagnóstico de la esquizofrenia son muy similares.
Salvando las distancias en cuanto a las diferencias muestrales -ya que no conocemos las
características sociodemográficas y clínicas de la muestra de Farmer et al. (1992)- lo importante,
es que diez años después y tras incorporar dos nuevos conjuntos de criterios operativos, los
resultados derivados de diversas definiciones de la enfermedad siguen manifestando diferencias en
cuanto al diagnóstico de esquizofrenia, que el número de casos diagnosticados como Atípicos
continúa siendo excesivo y que ninguna clasificación ha demostrado su validez por encima de las
demás.
3.- Una tercera limitación que presentan estos criterios es que no abarcan una puntuación
estandarizada que nos de una idea de la gravedad del trastorno. Una vez que se presenta el
diagnóstico del paciente difícilmente obtenemos información sobre su pronóstico, dando por
sentado que varias personas que presenten un mismo diagnóstico de esquizofrenia sufren un
mismo estado crónico y altamente incapacitante, mientras que la práctica clínica nos demuestra
que esto no es necesariamente así siempre y que existen diferentes posibilidades de rehabilitación
que pueden obtener mejor resultado en unos personas que en otros. El no incluir criterios de
gravedad plantea una cuestión altamente relevante, puesto que si el umbral diagnóstico de la
enfermedad se sitúa extremadamente bajo obtenemos un aumento de la población que presenta
este trastorno, mientras que si se sitúa por encima, obtenemos un descenso en el número de
personas que son diagnosticados de esta enfermedad.
4.- La cuarta limitación de los criterios operativos tal y como plantean Farmer y MacGuffin (1989) es
la falta de una jerarquía diagnóstica dentro de estas clasificaciones. Este problema complica
sustancialmente tanto la práctica clínica como la investigación, puesto que presenta problemas a la
hora de decidir si una persona presenta un trastorno afectivo con sintomatología psicótica o si
realmente padece esquizofrenia. Aunque existen argumentos bastante fuertes en contra de la
introducción de jerarquías de este tipo, es también coherente pensar que no debe dejarse al juicio
del clínico una decisión tan relevante, ya que puede verse influida por prejuicios y otros criterios
subjetivos, y los criterios operativos nacieron precisamente para evitar este tipo de diagnósticos
arbitrarios.
5.- Presuponen una estabilidad diagnóstica que no se corresponde con la clínica y no tienen en
cuenta el momento evolutivo concreto que presenta el enfermo que se evalúa. La perspectiva
evolutiva que ofrecen como instrumento carece de valor pronóstico y sólo sirve para subtipificar
retrospectivamente casos de larga evolución. Suelen presentar problemas ante casos de silencio
psicopatológico presente o cuando el conjunto sindrómico ha evolucionado de tal manera de un
episodio a otro que el cambio de tipo diagnóstico se hace obligado. Puede que a ello se deba la
alta representación de la Psicosis Atípica.
La aproximación polidiagnóstica: el Cuestionario de criterios diagnósticos operativos
OPCRIT 4.0
Tal y como hemos señalado, la introducción de criterios operativos ha contribuido enormemente al
aumento de la fiabilidad diagnóstica de la esquizofrenia pero también conlleva diversos problemas
y limitaciones. Autores como Kendell (1975, 1983) han defendido el uso de orientaciones
polidiagnósticas como forma de solucionar estas limitaciones, considerándolas imprescindibles al
menos en estudios biológicos. En la práctica, esto significaría que la mayoría de los investigadores
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seleccionaría un conjunto de criterios operativos para utilizar en su hipótesis de trabajo, pero que
recogería y registraría la información clínica de forma que pudieran aplicarse otras definiciones
operativas. De esta forma se permitiría no solo una gran flexibilidad y una mayor facilidad para
replicar resultados, sino que se permitiría un análisis mayor de las diferentes definiciones
operativas y se podrían comparar en términos de utilidad diferencial.
Con el fin de reproducir esta propuesta polidiagnóstica, McGuffin, Farmer y Harvey (1991)
diseñaron el cuestionario de criterios operativos diagnósticos OPCRIT para trastornos afectivos y
psicóticos. Este cuestionario contiene 90 ítems que recogen información sobre psicopatología y
funcionamiento premórbido, así como datos sobre la historia familiar y personal del persona. Estos
ítems se puntúan haciendo una revisión de la historia clínica o consultando otros informes sobre el
paciente; así mismo, esta información se puede completar a través de una entrevista personal.
Aunque el OPCRIT no ha sido diseñado con el formato específico de una entrevista estructurada
diagnóstica, sus contenidos han sido incorporados completamente a la entrevista DIGS (Entrevista
Diagnóstica para Estudios Genéticos) (Nuremberg y cols, 1994).
El OPCRIT puede ser puntuado sobre la base de la información completa de una persona o sobre
la base de un episodio concreto dependiendo de las necesidades de la investigación. Sin embargo,
se recomienda que en aquellos casos que arroje un diagnóstico afectivo, se realice al menos una
vez, una puntuación basada en un episodio.
La tarea de puntuación se facilita y se estandariza ya que cada ítem cuenta con una definición
detallada incluida en un glosario. Los datos del cuestionario se introducen en un programa
informático llamado igualmente OPCRIT que es capaz de ofrecer diagnósticos sobre los principales
trastornos afectivos y psicóticos en función de diez de los grandes conjuntos de criterios operativos
existentes así como de clasificar la esquizofrenia sobre la base de tres subtipos diferentes. Las
clasificaciones que utiliza el OPCRIT son:
· DSM-III, (APA, 1980)
· DSM-III-R (APA, 1987)
· DSM-IV (APA, 1994)
· RDC, Criterios Diagnósticos para la Investigación (Spitzer et al., 1975)
· Criterios de SANT LOUIS (Feighner et al., 1972)
· Criterios Flexibles de CARPENTER (Carpenter et al., 1976)
· Los Síntomas de Primer Rango de SCHNEIDER (Schneider, 1959)
· Los Criterios de TAYLOR Y ABRAMS (Taylor y Abrams, 1978)
· Una versión de los Criterios Franceses para la Psicosis no Afectiva (Pull et al., 1987).
· CIE-10 (OMS, 1993)
· Clasificación del Subtipo de TSUANG Y WINOKUR (Tsuang y Winokur, 1974)
· Clasificación del Subtipo de CROW (Crow, 1980)
· Clasificación del Subtipo de FARMER et al. (Farmer y cols, 1983)
Diversos estudios muestran que el OPCRIT es un sistema fiable y que es una herramienta valiosa
para el estudio de la esquizofrenia. McGuffin et al. (1991) demuestran que el OPCRIT presenta
altos niveles de fiabilidad interjueces cuando este análisis se realiza sobre las categorías
diagnósticas finales y una fiabilidad razonable cuando el análisis se realiza ítem a ítem.
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Williams et al. (1996) comprobaron que con el entrenamiento apropiado, el OPCRIT podía utilizarse
por diferentes evaluadores de distintos países con distintas aproximaciones teóricas, Farmer et al.
(1993) examinaron el uso del sistema OPCRIT y lo utilizaron para explorar la definición de
esquizofrenia; Azevedo et al. (1999) realizaron la versión portuguesa del OPCRIT y concluyeron
que presentaba una buena fiabilidad interjueces así como una concordancia excelente entre
diagnósticos proporcionados por el OPCRIT y diagnósticos obtenidos a través de gold estándars;
Cardno et al. (1996) utilizaron el sistema OPCRIT para hacer un análisis factorial de los síntomas
de la esquizofrenia, encontrando resultados similares a los aportados por estudios que utilizaban
otros métodos y entre otros muchos Craddock et al. (1996), comparando los diagnósticos
proporcionados por el OPRIT con otros gold estándar concluyeron que el sistema OPCRIT era una
alternativa a la aproximación polidiagnóstica fiable, válida y rápida equiparable al uso de otros
sistemas convencionales pero con un ahorro de tiempo considerable.
Como parte del trabajo que venimos realizando en el GAISAM, comparamos los diagnósticos de 88
pacientes confrontando el diagnóstico clínico facilitado por su terapeuta -CIE-10- con el diagnóstico
obtenido con el sistema OPCRIT a través de los datos de la historia clínica. Los porcentajes de
concordancia del diagnóstico facilitado por el terapeuta con los diagnósticos ofrecidos por el
OPCRIT son los siguientes y pueden observarse en las figuras 3. y 4.
En nuestro trabajo, comprobamos que los diagnósticos facilitados por el OPCRIT coinciden de
forma bastante aceptable (67%) con el diagnóstico proporcionado por el terapeuta, cuando
buscamos un diagnóstico fiable y robusto, basado en el acuerdo de la mayoría de criterios
operativos diagnósticos. Este tipo de comparación podría utilizarse en investigación cuando lo que
nos interesa es tener un grupo de personas con un diagnóstico claro de esquizofrenia. Sin
embargo, cuando lo que nos interesa es tener un grupo de pacientes con diversos trastornos
psicóticos y aún así mantener un nivel de seguridad más que aceptable en cuanto a los
diagnósticos que presentan, la unión del diagnóstico seguro aceptado por todas o la mayoría de
clasificaciones con el OPCRIT más el diagnóstico apoyado por DSM ó CIE-10 obtenido por el
OPCRIT, frente al diagnóstico proporcionado por el terapeuta, obtiene un porcentaje de
concordancia del 79.5%.
En conclusión, podemos afirmar que el OPCRIT supone una forma rápida y fiable de obtener
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confirmaciones diagnósticas para la mayoría de trastornos, teniendo como referencia las
principales clasificaciones diagnósticas desarrolladas hasta la fecha. Es de fácil aplicación y tiene
como único requisito que debe ser usado por un clínico experimentado tras un mínimo
entrenamiento en su uso. Debido a su facilidad de uso y a su rapidez, puede ser utilizado en una
amplia variedad de estudios, cuando la prioridad es contar con un diagnóstico fiable y preciso.
Entre otras ventajas, proporciona una base de datos que puede servirnos para posteriores análisis
dentro del mismo estudio, permite volver a obtener los diagnósticos según diferentes
clasificaciones y colabora a aumentar el conocimiento que tenemos de los diferentes criterios
operativos y de su utilidad.
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