Ficha Catedral de Palencia - Excursiones Virtuales Culturales

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Catedrales de Castilla y León
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Catedral de Palencia
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Catedral de Palencia
El origen de esta Catedral, rodeado de misterio,
debemos buscarlo bajo tierra, en la Cripta de San
Antolín. De momento, quedémonos con que el edificio
actual no es sino el tercero que se construyó en este
lugar, tras uno de época visigoda y otro románico
(consagrada en 1219 por el gran obispo Tello Téllez de
Meneses), ambos desaparecidos.
El proceso constructivo de la gran catedral gótica que los sustituyó fue muy lento y lleno de titubeos
arquitectónicos en sus tres fases: la inicial en la que se concluye la cabecera, de 1321-1423; la del
cambio de proyecto entre 1423-1485 en la que se alza desde la cabecera hasta las grandes portadas; y
la final, de 1485 a 1523, cuando se elevan las naves y se remata la obra. Este camino por los tiempos del
Gótico al Renacimiento, aun suponiendo la destrucción de la primitiva iglesia románica, nos deja ante una
colección exquisita de obras de arte en piedra y madera, como el trascoro, las portadas, retablos,
púlpitos, rejas y puertas.
Ya al exterior, lo primero que nos sorprende es su tamaño. Y es que la de San Antolín de Palencia es
una de las catedrales góticas más larga de España con 114 metros por 43 ancha, siendo la tercera - sólo
después de las de Toledo (120 m) y Sevilla (116 m). El enorme edificio que hoy vemos comenzó a
construirse en el siglo XIV, en 1321, en estilo gótico inspirado en las catedrales de Burgos y León. Como
dijimos, el proceso de construcción fue muy lento y lleno de problemas. En 1423 se decidió cambiar el
proyecto -es decir, el diseño de su arquitectura-, aunque no fue hasta 1485 cuando se dio el impulso
necesario que por fin consiguió acabar el edificio en 1523, momento en el que ya empezaba a dominar el
nuevo estilo que llamamos Renacimiento. Así pues, la catedral de Palencia se construyó en tres fases
distintas, las tres góticas, y los trabajos duraron ni más ni menos que 200 años.
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La primera piedra de la nueva Catedral gótica se
puso, en un solemne acto, el 1 de junio de 1321. La
construcción se comenzó por la cabecera, es decir, la
zona que rodea y cubre el altar mayor. Al exterior
reconocemos las capillas de la girola, de planta
hexagonal con sus grandes ventanales, y sobre ellas los
contrafuertes y arbotantes que se alzan para sostener
la bóveda de la capilla mayor. Todo ello nos recordará a
otras catedrales góticas como las de León y Burgos.
Esta cabecera, hasta las portadas más cercanas a ella,
es obra de esa primera campaña constructiva, entre
1321 y 1423.
Fachada principal
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Como curiosidad, en una de las gárgolas (desagües de piedra decorados) nos encontraremos la figura
de un fotógrafo, tallada en el siglo XIX durante una restauración, y que parece retratar a los visitantes.
En la fachada de la Plaza de la Inmaculada hay dos portadas. La que se abre cerca de la cabecera se
conoce como puerta del Salvador o de los Novios, ya que por ella salieron en 1388, tras contraer
matrimonio, el rey de Castilla Enrique III y Catalina de Lancaster, boda que puso fin a la guerra civil que
había devastado el reino. Del otro lado del primitivo transepto o nave transversal, hacia el Norte, se
abre la más modesta de las puertas del templo, conocida como del Hospital o de los Canónigos, porque
frente a ella se alza el Hospital de San Antolín y San Bernabé, desde el siglo XII administrado por el
Cabildo.
Las más monumentales portadas se abrieron una al Norte, hacia la Plaza de Cervantes, y se conoce
como puerta de los Reyes o de San Juan, ya que en el parteluz que divide el acceso vemos la imagen de
San Juan Bautista; los de los Reyes viene de que sólo se abre para la procesión del Corpus o cuando un
monarca la visita. Y la otra hacia al Sur que es la principal de la Catedral, y se conoce como la Puerta de
Santa María o del Obispo, presidida en el arco conopial que la remata por la imagen del santo titular, San
Antolín, y bajo el patrón la Virgen con el Niño que le da nombre.
Lo lento de la construcción y los cambios de proyecto hacen que la catedral palentina tenga dos
capillas mayores y dos naves de crucero (transepto). Ello, junto a la gran presencia de los muros que
cierran el coro, hace que tengamos la sensación de un espacio compartimentado, casi como si tuviera
muchas habitaciones sin techo. El sentido unitario, y la grandiosidad del edificio, se recupera si alzamos
la vista siguiendo los altos pilares hacia las espléndidas bóvedas de crucería estrellada de la nave
central, con el ornamental diseño de sus nervios y los escudos que las decoran.
Empezaremos la visita por la que hasta 1521 fue
capilla mayor, conocida hoy como Capilla del Sagrario.
Accedemos a ella desde la girola -así llamamos al pasillo
que rodea por detrás a la capilla-, a través de una
puerta en la que se reutiliza una reja de hierro
románica. Se cubre con una hermosa bóveda de
principios del siglo XV, obra de hacia 1424 de un
maestro llamado Isabrante. En su interior se conserva
el sepulcro de doña Urraca, hija del emperador Alfonso
VII de León y Castilla, que llegó a ser reina de Navarra,
así como una mesa de altar románica, también de la
vieja catedral. El retablo es obra renacentista,
atribuida al escultor Juan Ortiz el Viejo.
Interior Catedral
Bajo un arco que da al Norte, hay un hermoso
sepulcro de piedra. La que allí yace es doña Inés de
Osorio, fallecida el mismo año que Colón llegó a
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América, es decir, en 1492. La acompaña una doncella, situada a
sus pies, de cuya coleta tiraban los estudiantes palentinos para
aprobar los exámenes, siguiendo una curiosa tradición que es
mejor no imitar.
A la girola, en torno a esta capilla del Sagrario, se abren cinco
capillas de planta hexagonal, y otras dos, rectangulares y
estrechas, en los extremos. Son la parte más antigua del
edificio. Tras la estrecha del lado sur, la primera de las
hexagonales es la de San Pedro o de los Reyes Magos; la
siguiente es la de San José; la central es la del Monumento;
sigue la de Nuestra Señora la Blanca, que la tradición dice fue la
primera en alzarse y está presidida por una Virgen con el Niño
en alabastro, gótica del siglo XIV; continuamos por la de San
Miguel y terminamos en la rectangular y estrecha,
antiguamente dedicada a San Cristóbal y hoy conocida como
capilla del Baptisterio, desde que aquí se situó la pila bautismal.
Capilla Mayor
De la antigua cabecera pasaremos a la que desde principios del siglo XVI es la capilla mayor, cerrada
por una hermosa reja renacentista. La preside, bajo sus bóvedas estrelladas, un excepcional retablo. Es
impresionante no sólo por sus dimensiones (20,5 m de alto y 10,6 m de anchura), sino por la variedad de
las escenas y calidad de las pinturas y esculturas que lo decoran. En el centro, sobre el sagrario, vemos al
patrono de la diócesis y de su catedral, San Antolín, obra del genial escultor del siglo XVII Gregorio
Fernández. Además trabajaron en él Juan de Valmaseda, Juan de Flandes, Alejo de Vahía, o el taller de
Felipe Vigarny. Sin exagerar, estamos ante uno de los retablos más interesantes de España.
En los muros que cierran la capilla mayor se colocaron varios sepulcros y entre ellos, se situaron
hermosos retablos y esculturas, como el impresionante Ecce Homo, es decir, Cristo atado de manos, con
la corona de espinas y el manto que apenas tapa las
heridas de su cuerpo tras la flagelación. Esta dramática
escultura se atribuye a Gil de Siloé, uno de los más
geniales escultores de finales del siglo XV.
Naves
Las naves laterales se cubren con bóvedas de
crucería más sencillas que las de la central. Al lado
norte, frente a la capilla mayor y en cada tramo de la
nave lateral se abre una capilla, sumando así hasta siete,
dedicadas a San Sebastián, San Jerónimo, la
Inmaculada Concepción, San Fernando, San Ildefonso,
San Gregorio y Santa Lucía. Destacamos, en la capilla de
San Ildefonso, el soberbio retablo renacentista, obra
cumbre de Juan de Valmaseda.
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Junto a la capilla de Santa Lucía se abrió en el siglo
XVIII la de las Reliquias, última de las construidas en la
Catedral. Tiene planta octogonal, y albergaba una
importante colección de restos de santos, objetos de
gran devoción.
Frente a la capilla mayor nos encontramos con el
crucero, que así llamamos al espacio situado en la
intersección de la nave central con el transepto o nave
transversal. Tras éste, hacia el oeste, se sitúa el coro,
ocupando dos tramos de la nave mayor. El coro es el
espacio reservado a los canónigos, donde se sentaban para
rezar y cantar, en una serie de asientos de madera que
llamamos sillería del coro. Esta de Palencia fue realizada
en madera de nogal a principios del siglo XV, por encargo
Trascoro
del obispo Sancho de Rojas. Sus artífices fueron los
maestros llamados Luis Centellas y Juan de Lille, y consta del sitial o trono episcopal, 55 sillas y dos
bancos en el piso alto, y 46 sillas en el bajo. La reja de hierro que cierra el coro es muy hermosa, y fue
realizada Gaspar Rodríguez de Segovia.
Tres muros rodean la sillería del coro, dos por los laterales y otro por detrás, que eso llamamos
trascoro, hacia el fondo de la nave. En ellos se esculpieron hermosos retablos de piedra renacentistas y
barrocos que incorporan esculturas de piedra y madera. Entre las segundas, vamos a pararnos ante el
llamado retablo del Salvador, situado en el tramo del lado norte más cercano a los pies del templo. En el
centro, dentro de un hueco u hornacina, podemos admirar una obra maestra del gran escultor Felipe
Vigarny: se trata de un imponente Cristo en Majestad.
El trascoro se concibe como un retablo, así que podemos decir que la catedral de Palencia tiene tres
retablos principales: el de la capilla del Sagrario, el de la capilla mayor y éste. Se alza sobre la entrada a
la cripta, y dibuja con su filigrana de piedra cinco calles enmarcadas por pilares, con un gran escudo de
los Reyes Católicos y relieves de San Bernardo a los pies de la Virgen, el martirio de San Ignacio de
Antioquía y otras estatuas de santos. En el centro destaca el soberbio políptico de Nuestra Señora de la
Compasión, especie de retablo de pintura con puertas compuesto por siete tablas con el tema de los
Dolores de la Virgen. Esta obra, que muestra el sufrimiento de la madre de Cristo, es obra del genial
pintor Jan Joest de Calcar, encargada por el obispo Fonseca en 1505. Es, sin duda, una de las mayores
joyas de la Catedral de Palencia.
En la parte baja del trascoro nos llamará la atención un hueco y un pasillo que desciende mediante
escaleras hacia la Cripta de San Antolín. Si bajamos por ellas, en los laterales nos acompañan unos
relieves renacentistas que nos narran una bonita y curiosa historia relacionada con el origen de la
Catedral. Cuenta la leyenda que San Antolín era un santo venerado en la ciudad francesa de Pamiers, y
que sus reliquias -es decir, sus huesos- habían sido traídas a Palencia por el rey visigodo Wamba a
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mediados del siglo VII. Tras la invasión musulmana de la
Península y la despoblación de esta zona durante siglos, se
perdió su recuerdo. Con el avance de la Reconquista,
fueron descubiertas por el rey navarro Sancho III el
Mayor mientras cazaba un jabalí, reveladas por el propio
San Antolín, quien milagrosamente paralizó el brazo del
rey cuando iba a clavar su lanza en la bestia. Maravillado,
el monarca decidió construir una nueva catedral sobre los
restos de la visigoda, y ampliar la cripta. Sucedió esto en
el año 1034, momento en el que se restauró la diócesis.
Ésta tuvo su centro en una catedral románica, consagrada
en 1219, y de la que apenas nada resta, pues fue sustituida
por actual.
La Cripta
Esta cripta es un espacio subterráneo, lleno de misterio, en el que se respira una atmósfera especial
compuesta de dos espacios distintos. El espacio primitivo oriental, al fondo, es rectangular y angosto,
con una zona cubierta con bóveda y al fondo una triple arquería de arcos de herradura sobre columnas y
capiteles muy antiguos, de época romana, y reutilizados. Esta zona se corresponde con la cripta visigoda,
del siglo VII, que fue ampliada en el siglo XI, hacia el año 1034, tras el suceso del rey y el jabalí. Su planta
es basilical, es decir, es un espacio rectangular con un ábside semicircular, éste decorado con arquerías,
abierta la central a la parte antigua. Se cubre con bóveda de medio cañón con potentes arcos de
refuerzo que llamamos “fajones”, y que parten del suelo.
A la entrada de la cripta hay un pozo, cuya agua se considera milagrosa. Siguiendo una tradición muy
querida por los palentinos, éstos acuden a beber de ella todos los 2 de septiembre, fiesta de San Antolín,
patrón de Palencia.
Subiendo las escaleras de la cripta, y aún nuestra cabeza
llena de imágenes de los sucesos legendarios que dieron
origen a la Catedral, alzamos la vista hacia las hermosas
bóvedas del fondo de la nave central. En ese breve
recorrido visual habremos hecho un viaje muy largo en el
tiempo, desde la Alta Edad Media hasta el Renacimiento.
Bóvedas
Digno de admirar también es el espléndido púlpito que
encargó el obispo Luis Cabeza de Vaca en el siglo XVI. Se
trata de una pequeña plataforma elevada desde la que el
predicador dirigía el sermón a los fieles. Para que se
escuchasen bien sus palabras, la corona una especie de
paraguas que llamamos tornavoz. Además de la portada de
acceso al claustro.
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Abandonamos ya este sorprendente monumento. Pero antes, si podemos, debemos reflexionar sobre
tanta belleza pasean por el claustro situado al sur de las naves. Tiene planta cuadrada, con 24 tramos
cubiertos con bóvedas de crucería estrellada, de un trazado distinto en cada panda, y lo mismo las
cuatro angulares. De estilo renacentista, fue construido entre 1506 y 1516, siguiendo las trazas de
Juan Gil de Hontañón.
A esta Catedral se la ha llamado “la Bella Desconocida”, seguramente porque no mucha gente la
conocía. Es verdad que, desde fuera, no parece ofrecer la belleza artística que su interior esconde.
Vosotros, que ahora ya la habéis descubierto, podéis llamarla desde ahora “la Bella Reconocida”, y si no
lo habéis hecho ya, no tenéis excusa para acercaros a Palencia y visitarla.
Produce: NICER/Imagen M.A.S.
© Textos: José Manuel Rodríguez Montañés/José Luis Hernando Garrido
© Fotos: Imagen M.A.S.
© Infografías: NICER
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