SÓLO PARA PARTICIPANTES ________________________________________________________________________ Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL Proyecto gobernabilidad democrática e igualdad de género en América Latina y el Caribe Reunión de Expertos “Políticas y programas de superación de la pobreza desde la perspectiva de la gobernabilidad democrática y el género” Quito, Ecuador, 25 de agosto de 2004 Aporte de los programas de superación de la pobreza a la promoción de la gobernabilidad democrática y la equidad de género Aporte de los programas de superación de la pobreza a la promoción de la gobernabilidad democrática y la equidad de género. Insumos para la reunión de expertos sobre políticas y programas de superación de la pobreza desde la perspectiva de la gobernabilidad democrática y el género, CEPALCONAMU, Quito-Ecuador, 25 de agosto de 2004. En este documento se retoman algunos puntos de reflexión presentados en el artículo “Mujeres pobres: ¿prestadoras de servicios o sujetos de derechos? Programas de superación de la pobreza en América Latina desde una mirada de género” (Agosto 2004) que a su vez sintetiza las principales conclusiones de un estudio (98 p.) llevado a cabo para la Unidad de la Mujer de la CEPAL sobre el mismo tema. Las conclusiones se basan en el análisis de 8 programas de superación de la pobreza en la región: Vaso de Leche de Perú, como un ejemplo de programa de asistencia alimenticia; Progresa/Oportunidades de México y Bono Solidario de Ecuador, como ejemplos de programas de transferencias monetarias a través de madres de familia, condicionadas y no condicionadas; el Plan Nacional de Empleos de Emergencias (PLANE-I) de Bolivia y el Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados de Argentina, como ejemplos de programas dirigidos a la inserción laboral; el Programa Guarderías Comunitarias de Guatemala, como ejemplo de un programa de organización del cuidado infantil en las comunidades pobres; el Programa de Apoyo a las Mujeres Jefas de Hogar de Escasos Recursos de Chile y el Programa Construyendo Oportunidades de Costa Rica, como ejemplos de programas dirigidos específicamente a mujeres pobres. ¿En qué medida los programas de superación de la pobreza reconocen la diversidad, promueven la inclusión y la participación ciudadana? Participación ciudadana - El empoderamiento individual y social de los y las pobres en general y de las mujeres en particular, no parece ser el objetivo principal de la mayoría de los programas en la región que – a pesar de la actual tendencia de prestar mucha atención al “capital social” – siguen transfiriendo recursos de una manera bastante asistencialista, dando lugar a prácticas de corrupción, compra de votos, y otras prácticas antidemocráticas. A menudo, el fortalecimiento de la ciudadanía parece interesar a los diseñadores de políticas en la medida y hasta el punto que ello significa la participación de la comunidad como “co-ejecutores” de los programas lo que hace bajar los costos de implementación, pero sin que ello implique un cuestionamiento del orden social, económico - y de género – de las cosas. - Los apoyos que brindan la mayoría de los programas no son derechos, sino que son “beneficios” temporales, otorgados a grupos bien delimitados, de acuerdo a criterios de elegibilidad y condicionados a ciertos requisitos o contraprestaciones. Los criterios de elegibilidad pueden ser más o menos establecidos y refinados o completamente arbitrarios. Sea como sea, no existen mecanismos legales para exigir su incorporación como beneficiario/a. Y los “beneficios sin derechos” son temporales. - Cinco de los ocho programas no tienen un enfoque de derechos orientado a poner fin a cualquier tipo de exclusión y discriminación. Al contrario, manejan un enfoque asistencialista enfocado en atender a las (algunas) necesidades básicas de las familias y/o 1 personas. No promuevan, por ejemplo, que las personas conozcan sus derechos ni tampoco prestan asistencia judicial. Las estrategias de intervención se limitan generalmente al nivel individual o del hogar y no promueven el empoderamiento ni la acción colectiva con miras a cambiar relaciones inequitativas de poder y acceso a los recursos. - Muchos programas incorporan inicialmente a las mujeres como “recursos” más que como beneficiarias. Tanto las beneficiarias como los técnicos de los programas asumen que su trabajo en el área de la “reproducción” humana sea una responsabilidad intrínsicamente vinculada con su condición de ser mujer y por lo tanto, no debe ser (demasiado) valorizado. O dicho en otras palabras: “es lo que corresponde”. El costo social de incorporar a las mujeres como ejecutoras y prestadoras de servicios sociales – sin debidamente valorizar este trabajo – es la perpetuación de una discriminación y explotación social de género. - Sin embargo, es posible encontrar en casi todos los países un desarrollo de la ciudadanía femenina como un efecto no buscado de los programas asistenciales. Como “efecto imprevisto” las mujeres no solamente han aumentado la confianza en si mismas sino que han encontrado, en el mediano plazo, espacios de socialización y reciprocidad, desarrollando capacidades de liderazgo, reclamando el reconocimiento a su identidad y a su trabajo doméstico y comunitario además de una redistribución de este trabajo en términos más equitativos. Inclusión - La creciente focalización de los beneficios sociales no se debe, en primer lugar, a un objetivo redistributivo sino a una necesidad de optimizar los recursos estatales cada vez más limitados en el marco de los procesos de ajuste estructural. - Innegablemente, los programas que han, de manera deliberada o no, transferido recursos monetarios o no directamente en manos de las mujeres han aumentado su acceso “independiente” a ellos y de esta manera incrementado aparentemente su mayor control sobre ellos, lo que en sí es un hecho positivo. El tener acceso a recursos propios aumenta la gama de opciones para las mujeres en cuanto a estrategias de sobrevivencia, por un lado, y por otro lado, disminuye su dependencia económica y social de compañeros, familiares, redes informales y privadas de apoyo. - Las evaluaciones de los programas aquí considerados demuestran que, en la medida que los programas de alivio o superación a la pobreza fomenten deliberadamente la capacitación colectiva y organización social de las mujeres, los efectos en cuanto a su empoderamiento individual y social han sido más destacados. En la medida que las mujeres participan en espacios de formación y acción colectiva surge una nueva conciencia y nuevas demandas: tener acceso a más capacitación; obtener acceso a activos y servicios financieros para insertarse en actividades productivas; mejorar sus condiciones laborales y defender sus derechos como “trabajadoras”. Diversidad - Ninguno de los programas estudiados prestó en su diseño una debida atención a las distintas formas que pueden asumir los hogares. Los programas no incorporan la heterogeneidad de los distintos tipos de familias en cuanto a ciclo de vida, composición y estructura, así como diversidad en las formas de organización familiar. En este sentido, programas que entregan un subsidio único por hogar o familia, sin tomar en cuenta la composición del hogar, y el número de dependientes, favorecen claramente a las familias 2 pequeñas nucleares, igual como los programas que ponen un tope en cuanto a miembros de la familia a ser beneficiados. - Varios programas se centran todavía alrededor del supuesto de la familia nuclear con hombre “proveedor económico” y mujer “esposa-madre”. En consecuencia y contrario a los hallazgos de estudios sobre participación económica y de encuestas piloto del uso del tiempo, se basan en el mito de la mujer inactiva que tiene mucho tiempo disponible para participar activamente en este tipo de programas, a través de su asistencia en reuniones informativas, formativas, apoyo a programas de salud y educación, etc. - Solamente los dos programas de empleo transitorio y el Bono Solidario de Ecuador, han beneficiado directamente a mujeres “no madres”, a pesar de que en un caso se debe a un problema de focalización. Es llamativo que la información en cuanto a los beneficiarios considerados “sin responsabilidad familiar” – niños, solteros y ancianos – generalmente no se desglosa por sexo ni se analiza desde una óptica de género, ni en los diseños, justificaciones o evaluaciones de los programas. - Tampoco los programas que benefician preferiblemente a los hogares encabezados por mujeres han prestado una debida atención a las distintas formas que pueden asumir estos hogares: monoparentales, ausencia temporal – por migración – o definitivo del cónyuge (muerte, separación o divorcio), presencia o no de otros adultos, número de hijos y otros dependientes económicos, etapas de ciclo de vida, etc. ¿En qué medida los programas de superación de la pobreza están “institucionalizados”, forman parte de las políticas social y económica o se articulan con estas? - Los programas de combate a la pobreza son programas “de emergencia” y de “alivio” más que expresiones de políticas de superación de la pobreza. - Los programas generalmente no cuestionan los actuales paradigmas y estrategias del desarrollo socio-económico. - En ningún caso las justificaciones o diseños hacen referencia a las fuentes de financiamiento o el origen de los recursos con que cuentan. Sin embargo, debería ser claro que cuando el financiamiento de estos programas no está ligado a una promoción de políticas tributarias más equitativas o políticas financieras más redistibutivas, una parte importante de las transferencias recibidas por los y las beneficiaras de los programas antipobreza, serán “devueltas” a los fondos del Estado, por ejemplo, a través del pago del Impuesto al Valor Agregado (IVA). - A menudo los programas alimenticias reparten productos importados bajo aranceles muy bajos o aranceles cero, desmantelando de esta manera la economía local, en lugar de alentar la producción y el empleo local sobre todo de los grupos socialmente y económicamente excluidos. - Los dos programas que otorgan un beneficio monetario, por debajo del salario mínimo legal, a cambio de una contraprestación laboral, promueven indirectamente una “rebaja del empleo”. Más aún porque los documentos oficiales consideran estas contraprestaciones laborales como “empleos”, incorporándoles en sus estadísticas oficiales de trabajo y demostrando los efectos positivos de los programas en la disminución del desempleo. El hecho de que en los dos programas estudiados, estos “empleos transitorios” son 3 mayoritariamente ocupados por mujeres, indica una nefasta tendencia hacia una rebaja pública del empleo y trabajo – sobre todo - femenino. - Los dos programas coordinados por las oficinas nacionales para el adelanto de la mujer, que son los que más promueven la ciudadanía e inclusión de las beneficiarias, desde una perspectiva de derechos son los programas de menor peso político y presupuestario, y de menor alcance en cuanto a número de personas beneficiadas. ¿Qué prioridad tiene el tema de “género y pobreza” en la agenda institucional y en el debate público? - Las mujeres, y más específicamente las jefas de hogar, han surgido como nuevo grupo “vulnerable” lo que, sin embargo, no necesariamente signifique que su incorporación en los programas se da desde un afán de romper la reproducción de la discriminación social y de género. A contrario: en muchos casos, la atención hacia las mujeres se da en función de sus papeles productivos y reproductivos como “madres”, a servicio de los otros, con miras a aumentar la eficiencia de las intervenciones dirigidas a las familias y, sobre todo, los niños. En la práctica – y a menudo contrario a lo que se explicita al nivel de la política “discursiva” - los programas “explotan” el imaginario social de que la mujer está “a servicio de los otros” sin que ello sea contra- balanceado por una expectativa similar hacia el trabajo y el aporte de los hombres. En última instancia, este aporte (solidario y gratis) de la mujer en la superación de la pobreza – deliberadamente o no- está “al servicio” de una reducción en los gastos estatales sociales. - Los resultados de los programas que reconocen a las mujeres en sus responsabilidades y trabajo tradicionalmente asumidos en estas áreas confirman los supuestos de eficiencia. Las mujeres son eficientes prestadoras y facilitadoras de servicios sociales y están preocupadas por el bienestar de sus hijos y familias en lo que concierne su alimentación, salud, educación, entre otros. - El programa Progresa/Oportunidades de México, a pesar de no explicitar en su diseño un objetivo relacionado directamente con la promoción de la autonomía y el empoderamiento de las mujeres, ni tampoco abordar temas de derechos, ni de violencia o discriminación social y sexual, además de implementar, en general, estrategias de atención que corresponden más bien a programas asistencialistas que reproducen el “estatus quo”, ha incorporado algunas estrategias innovadoras y eficientes para promover una mayor equidad de género. - Los dos programas coordinados por las oficinas de la mujer, son los únicos analizados en los cuales se pudo dedicar una explícita preocupación por quebrar la segregación sexual del trabajo y la subvalorización del trabajo femenino además de tener claramente un enfoque de derechos, en general, y estar orientados a poner fin a cualquier tipo de discriminación – también por razones de sexo y género - que afecta a su población beneficiaria. Promueven estrategias de “empoderamiento” individual y social con miras a lograr una mayor autonomía económica y social. Abogan por que las personas tengan un mayor acceso a los servicios y beneficios de carácter universal, puestos a disposición por el Estado, mientras que por otro lado, están preocupados por que estos servicios tomen en cuenta las necesidades y demandas específicas de estas personas. Más que estar preocupados por las necesidades básicas de las personas, relacionadas con el diario vivir, 4 abogan por responder a algunas de sus necesidades estratégicas relacionadas con su posición de exclusión política y económica, estigmatización social y discriminación. Conclusiones - Los programas “focalizados” de alivio a la pobreza y de emergencia, no pueden sustituir las políticas sociales universales que deberían estar dirigidas a superar el problema crónico y estructural de la pobreza, promoviendo el cumplimiento de los derechos económicos y sociales de las personas. Desde un enfoque de derechos, los programas puntuales de alivio a la pobreza deberían promover un mayor acceso de los y las pobres a servicios sociales de calidad, que responden a sus necesidades y demandas. La promoción de los derechos de las mujeres y de una mayor equidad social y de género es claramente más fácil y factible en el contexto de una política y de programas que promueven los derechos económicos y sociales de las personas en general. Los dos programas coordinados por los organismos de las mujeres constituyen experiencias valiosas de programas “integrales”, que demuestran la coexistencia fructífera de programas puntuales con políticas universales, promoviendo una mayor atención a las necesidades y derechos de grupos más excluidos y vulnerabilizados. - A pesar de sus falencias, los programas de transferencias monetarias pueden ofrecer pistas interesantes para el desarrollo de una verdadera red de protección social dirigida a los y las trabajadoras pobres no asalariadas, en la medida que sus beneficios fueran universales y basados en derechos exigibles. - Habla por sí solo que –desde un enfoque de derechos – la promoción de beneficios universales a partir de criterios legalmente establecidos, es mucho más recomendable que la prestación de servicios o beneficios temporales restringidos a ciertos grupos de la población meta y basado en criterios de focalización más bien arbitrarios que pueden aumentar un sentimiento de inseguridad. - Al mismo tiempo, debe quedar claro que es necesario implementar mecanismos y criterios de “acción positiva” si el objetivo es romper la reproducción de la inequidad y exclusión, sea en términos sociales, étnicos, de raza, edad, clase social o género pero lo ideal es que estos sean institucionalizados, ampliamente conocidos y reconocidos. Cuando los criterios son razonables, uniformes y legalmente exigibles, su aceptación será menos problemática. - Es recomendable reconsiderar la tendencia de vincular los programas de transferencias monetarias a exigencias o “condicionamientos” a través de contraprestaciones laborales o actividades en el área de la educación y salud, por varias razones. El condicionamiento al trabajo o “empleos transitorios” conlleva el riesgo de oficializar públicamente una rebaja del empleo, y más específicamente del empleo femenino. Adicionalmente se puede preguntar en que medida programas de alivio o superación de la pobreza, pueden justificar una “contratransferencia obligatoria económica o social” por parte de la población “beneficiada”. Las exigencias impuestas generalmente llevan a una mayor carga de trabajo para las mujeres dado que los programas no intentan quebrar la tradicional división sexual de tareas que impone a las mujeres el trabajo – no valorizado – en el área reproductiva de la alimentación, salud y educación, sino que más bien la reproducen y la refuerzan. - Los programas de “ayuda” o de transferencias de beneficios podrían tener un mayor impacto en las economías locales en la medida que promoverían una mayor participación 5 de los y las beneficiarias como actores y sujetos de su propio desarrollo. En la medida que estos programas podrían estimular la compra y repartición de productos localmente producidos, por (micro-)empresas constituidas por mujeres pobres y otros sectores excluidos, promoverían no solamente la autonomía económica de las personas sino también de las comunidades, aumentando su seguridad alimentaria. - Es oportuno revisar el tema del financiamiento de los programas re-distributivos. Para que este tipo de programa (o “política”, en este caso) realmente pueda tener un efecto redistributivo sostenible, su financiamiento podría estar garantizado con fondos públicos obtenidos a partir de políticas nacionales redistributivas en el área de la tributación o del sector financiero en lugar de depender de préstamos internacionales que deben ser reembolsados y no implican ningún mecanismo de redistribución. - Los programas preocupados por generar una mayor equidad deberían, como parte de sus estrategias de intervención, prestar una atención a 1) el quiebre de la división sexual desigual del trabajo y del acceso al poder; 2) la promoción del trabajo de cuidado y reproducción como una responsabilidad social; 3) la promoción de una “economía del cuidado” que no transfiere los costos y el trabajo a las mujeres; 4) la erradicación de la violencia sexual y el resguardo de los derechos sexuales y reproductivos como condición “sine qua non” para combatir la pobreza. - Las experiencias sistematizadas y las evaluaciones demuestran claramente el enorme potencial que tienen los programas para cambiar injustas y desiguales relaciones de poder, en la medida que facilitan la formación colectiva y organización social de los marginados y excluidos, en este caso más específicamente de las mujeres. Los programas que prestan asistencia puntual – sin promover la acción colectiva - desaprovechan esta capacidad. Por otro lado, hay que velar por que el enfoque del “capital social” no sea utilizado como justificación para aumentar el “voluntariado social” en el contexto de reformas estatales caracterizadas por la reducción del personal y costos para diversos programas sociales. - Es recomendable seguir promoviendo la implementación de políticas y programas integrales, ejecutados intersectorialmente con miras a articular políticas y programas públicos y de la sociedad civil. Para asegurar una adecuada atención al objetivo de la equidad de género y los derechos de las mujeres, es preciso promover una estrecha coordinación y/o co-ejecución entre los distintos ministerios e instituciones públicos y las oficinas nacionales para el adelanto de las mujeres. - Una política de superación de la pobreza con enfoque de género, no se puede limitar a beneficiar a mujeres “jefas de hogar” y ni siquiera a “las mujeres pobres”. Los programas pueden y deberían beneficiar tanto a mujeres como a hombres de distintos grupos etáreos, étnicos y socio-económicos y al mismo tiempo estar preocupados con responder a las necesidades estratégicas de los segmentos más excluidos, promoviendo su acceso universal a recursos, bienes y espacios de poder; igualdad de derechos; igualdad de oportunidades y participación social y política, también en las instancias de monitoreo y control de los programas que surgen en el contexto de la descentralización. - Sería pertinente nutrir el debate en cuanto a la descentralización del Estado y promover mecanismos de descentralización y monitoreo local que no signifiquen un mayor desmantelamiento del Estado, ni tampoco un debilitamiento del control ciudadano. En el caso de que la ejecución de programas o proyectos anti-pobreza está a cargo de instituciones privadas con objetivos institucionales netamente empresariales, habría que desarrollar un sistema de control público y ciudadano que permite asegurar que la promoción de la equidad social y de género esté efectivamente incorporado en los objetivos 6 y mecanismos de ejecución de los programas. El fortalecimiento del monitoreo ciudadano es aún más relevante en el caso de que se implementan programas asistencialistas que no se basan en un “derecho a beneficios” sino que se caracterizan por dar “beneficios sin derechos”, lo que aumenta la posibilidad de prácticas de corrupción, compra de votos y abusos. - En la búsqueda de estrategias más eficientes para terminar con la pobreza y la exclusión económica y social, las reflexiones y análisis de género – al incorporar más indicadores sociales y humanos - pueden aportar varios elementos y pistas hasta ahora no suficientemente considerados o elaborados. El analizar debidamente la economía no remunerada reproductiva y la participación de mujeres y hombres en ella, como también sus condiciones de participación y beneficios obtenidos, puede demostrar el carácter político de cualquier decisión económica y social que afecta a las personas al nivel más micro y privado de sus relaciones económicas, sociales y afectivas en el hogar y en sus comunidades. Adicionalmente, puede aportar consideraciones, conceptos y nuevas pistas vinculadas con una revalorización social y cultural amplia del trabajo reproductivo y una “economía del cuidado”, apuntando a un modelo de desarrollo “alternativo” al actual, más orientado al desarrollo humano, sostenible, con equidad. Lieve Daeren, Representante Fondo de Cooperación al Desarrollo (FOS), Perú y (ex)Consultora Unidad de la Mujer y Desarrollo, CEPAL. 7