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OTRAS VOCES
El murciélago
en el Teatro de la Ciudad
E
El elenco y el coro de Die Fledermaus
Fotos: Ana Lourdes Herrera
l murciélago (Die Fledermaus) es una opereta cómica
estrenada en Viena en 1874 cuya inolvidable música fue
compuesta por Johann Strauss hijo (1825 – 1899), conocido
desde su época como “El rey del vals”. Esta obra, como ocurre muy
a menudo, no gustó el día de su estreno; podría hablarse incluso de
un fracaso, pese a su deliciosa música. Strauss le cambió algunas
cosas, quitó pasajes musicales innecesarios, agregó otros nuevos
y, así, la presentó en Berlín donde tuvo un clamoroso éxito. Fue
entonces cuando los vieneses comenzaron a aceptarla.
Strauss escribió una docena de operetas, de las cuales la más famosa
es El murciélago. Esta obra alterna partes cantadas y partes habladas.
Se basa en una comedia alemana de Julius Roderich Benedix llamada
Das Gefängnis (La prisión), que a su vez proviene del vodevil Le
Réveillon, de Henri Meilhac y Ludovic Halévy (los libretistas de
la ópera Carmen). En el divertido libreto de El murciélago se hace
alusión y homenaje a otras óperas; por ejemplo, la serenata del tenor
en su entrada del primer acto es una clara alusión a La traviata; el
hecho de que el tercer acto se desarrolle en una prisión es una alusión
a Fidelio de Beethoven… La acción se lleva a cabo, no en Viena,
como muchos suponen, sino como indica el argumento: “en algún
lugar a orillas del agua junto a una gran ciudad”.
Esta obra, joya entre las operetas, el público mexicano la adora y
acude con devoción cada vez que se programa. Desde la época de
la compañía de zarzuela de los papás de Plácido Domingo y, aún
antes, en México El murciélago se canta en español, al igual que
septiembre-octubre 2011
La viuda alegre de Franz Lehár y otras. Hace poco más de 20 años,
en el Teatro de la Ciudad, Fernando Lozano dirigió ambas obras
auspiciadas por el ISSSTE. Sin duda, aquélla fue la mejor versión
de la obra de los últimos años. Ya en este siglo, en 2007 se presentó
en Bellas Artes otro Fledermaus, cantando en alemán y hablando en
español, que no gustó y que fue criticada por la innovación bilingüe.
Esta nueva producción que presenta la Secretaría de Cultura de la
Ciudad de México repite aquel error: parlamentos en español y canto
en alemán. ¿Para qué? Si todo el elenco y el público son mexicanos,
por ende hispanoparlantes y, sobre todo, amén de la tradición, hay
una traducción eficiente, ¿por qué no usarla? Al igual que en 2007, el
personaje de Frosch, el carcelero borracho que no canta, lo (des)hizo
Hernán del Riego, quien entonces tampoco gustó y recibió severas
críticas por sus morcillas políticas de ínfima categoría, tipo carpa
que en El murciélago están del todo fuera de lugar. “¡Chale carnal!”,
le decía a Frank, el director de la prisión. ¡De no creerse! Pero la
culpa es del director escénico quien, al permitírselo, se convierte en
cómplice.
La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México fue ubicada sobre
el escenario, tras una cortina “de gasa” translúcida, robando la mitad
del espacio a la escenografía y los cantantes, de manera que el coro
ya no cabía y tuvo que ser colocado en la primera fila de butacas.
Para cantar, sus integrantes se ponían de pie, volteaban al público y
después se sentaban. ¡Pero si hay un foso para la orquesta y se puede
usar, para así evitar todas estas incomodidades!
pro ópera
1
3
2
4
1. Armando Mora (Eisenstein)
e Yvonne Garza (Rosalinde)
2. Edgar Gil (Falke)
3. Víctor Hernández Galván
(Alfred)
4. Charles Oppenheim (Frank)
La gala fue cortada. Sin ella, de plano no es El murciélago. ¿Qué es
la gala? En el segundo acto transcurre una fiesta en casa del príncipe
Orlofsky (casi en todas las operetas hay una fiesta donde corre a
mares el champagne que entonces era carísimo y un símbolo de
riqueza). El príncipe ofrece a sus invitados la actuación de algunos
artistas invitados. Strauss escribió varias polcas para este momento,
y la obra quedó con el formato de “Grand Opera” que incluye
solistas, orquesta, coro y ballet. Poco a poco se han ido sustituyendo
estas polcas por valses del propio Strauss, cantados o bailados
o por lo que se le antoje al director concertador. Ojo: al director
concertador, que es la máxima autoridad en la ópera, zarzuela u
opereta, donde la prioridad es la música y el canto. Volviendo a la
gala, es célebre la grabación de Herbert von Karajan, quien incluyó
nueve canciones con 10 invitados. La gala de El murciélago se ha
vuelto tan importante y emblemática que muchas veces atrae más
pro ópera
al público que la propia opereta, y además puede ser distinta en cada
función. Pues Josefo Morales, el director y “adaptador” de la versión
que nos ocupa, de plano la eliminó. Y la obra perdió el alma, quedó
trunca.
“¿Por qué, Josefo? ¿No se puede usar el foso?”, le preguntamos
en entrevista. “Sí se puede usar el foso. Si puse a la orquesta en el
escenario fue porque quise, y así pónlo en tu crónica”, nos contestó.
Es una pena que las prioridades estén frecuentemente al revés. Como
decía arriba, en una ópera, opereta o zarzuela la autoridad máxima
es el director orquestal, pero el director de escena con frecuencia
pierde los parámetros, pierde la razón y se considera a sí mismo lo
más importante. Pero no, Josefo: tu obligación es defender la obra,
no agredirla; defender la voluntad del compositor y del libretista. Y
septiembre-octubre 2011
Hernán del Riego (Frosch)
realizar un montaje de acuerdo a sus indicaciones: no pisotear la
obra y colocarte a ti mismo en un exceso de soberbia inexplicable
como el muñequito del pastel y, para colmo, demencialmente tirano.
Tu obligación es proporcionarle a los cantantes todas las facilidades
para que puedan trabajar a su máximo rendimiento, y no estorbar al
concertador ni ofender al público con tus berrinches.
¿Johann Strauss pidió la orquesta en el escenario? ¿Verdad que
no? Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Y Rodrigo Macías y la OFCM
no tienen boca para protestar por este atropello? Seguramente
la Secretaría de Cultura capitalina confió en ti, y tú invitaste a
Rodrigo Macías, quien por miedo a que lo corras se limita a decir
“¡sí maestro, sí maestro!” Que la primera violoncellista no puede
tocar porque su codo izquierdo choca en cada arcada con la cortina
que está a 10 centímetros; ni modo: así lo pidió Josefo Morales
y se amuelan todos. Rodrigo Macías, OFCM: no sean agachados
cuando se topen con este tipo de atropellos. Digan: ¡no señor, no
lo vamos a hacer, no vinimos a hacer locuras! Y, si insiste, pídanle
a la Secretaria de Cultura que les envíen otro director que, al fin,
mejores que Josefo y que sí son conocedores, los hay por montones
y sin importarlos del extranjero. Para colmo, aquí están trabajando
con fondos públicos y están obligados a la rendición de cuentas a
la ciudadanía. Si fuera dinero de Josefo, él sabrá lo que hace; pero
siendo fondos públicos está obligado a hacer las cosas bien y, si no,
que la patria se lo demande.
¿Pueden creer que en el cartel de El murciélago no dice quiénes
cantan? Ah, pero eso sí: dice que José Antonio Morales dirige la
escena. ¿Cuándo entenderán los directores de escena que sólo son un
intérprete más? No es necesario que reescriban ni que adapten una
obra: sólo interprétenla.
Buena escenografía y vestuario en estilo Art Decó minimalista, de
Rosa Blanes Rex. El personaje del Príncipe Orlofsky está escrito
para mezzo-soprano, así fue la voluntad de Johann Strauss, y ¿saben
por qué? ¿Saben por qué muchas óperas y operetas le encomiendan a
las mezzos o a las sopranos que interpreten un papel masculino (por
ejemplo: Cherubino en Le nozze di Figaro, Idamante en Idomeneo,
el paje en Rigoletto, Oscar en Un ballo in maschera, Octavian
en Der Rosenkavalier…)? La razón es muy simple: en los siglos
anteriores al XX, las damas usaban por lo general todo tipo de faldas
y vestidos con fondos, crinolinas y demás. Al encomendarles a las
cantantes que realizaban un rol de hombre debían usar pantalones,
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lo cual resultaba enormemente atractivo y excitante para el público
masculino en virtud de que se dibujaba el contorno del trasero
de las damas. Además, si los pantalones no eran largos, también
se dibujaba bajo las medias el contorno de las pantorrillas. Ésa
es la razón de que en el teatro cantado o hablado en ocasiones se
encomendara a las damas que hicieran algún personaje masculino:
un toque de sensualidad.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, a causa de las guerras
mundiales y de la emancipación de la mujer, las cosas cambiaron y
comenzó a generalizarse entre ellas el uso de los pantalones, además
de las faldas cada vez más cortas y los vestidos entallados, por lo
que el efecto descrito arriba se perdió. ¿Qué interés podría tener ver
a una mujer de pantalones en el teatro si en la vida diaria la mayoría
los usan e incluso llevan prendas mucho más reveladoras? El
personaje del Príncipe Orlofsky lo han interpretado bajos, barítonos,
tenores dramáticos, contratenores y sopranistas, amén de mezzosopranos, pero si hemos de ser fieles a la tradición y, sobre todo, si
hemos de respetar la voluntad del autor, ha de encomendarse este
personaje a una mezzo-soprano.
Triunfó la música, que finalmente es lo más importante, de
maravilla. ¡Qué gran Eisenstein hizo el barítono Armando Mora!
Bien actuado, simpático, disfrutándolo. Muy bien su pareja,
Rosalinde, interpretada por Yvonne Garza, guapa, buena actriz y
mejor soprano. Estupendo el bajo Charles Oppenheim (Frank),
que por derecho propio ya se convirtió en el bajo bufo mexicano
de la década y sigue cosechando éxitos uno tras otro. Excelente el
tenor Víctor Hernández Galván (Alfred), gracioso, desenvuelto,
con un canto fácil y diáfano, buena emisión y buena técnica,
actoralmente muy adecuado, muy bien en el género de la comedia.
Liliana del Conde (Adele), bien actoralmente y admirable como
soprano, acometió de maravilla las difíciles agilidades vocales y los
sobreagudos. Muy bien actoral y vocalmente Héctor Sosa (Príncipe
Orlofsky). Rodrigo Macías, el director concertador, cumplió
de maravilla pero sin regalarnos ningún momento de genialidad
interpretativa.
Decía la inolvidable Ofelia Guilmain: “Yo hago teatro, pero hay
otros que hacen tiatro, y otros que hacen taetro”. Pues entonces éste
no fue El murciélago, fue El “murciégalo”, o peor: El “murciélao”
(sin la “g”, porque no hubo gala). o
por Mauricio Rábago Palafox
pro ópera 
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