El discípulo de Cristo se forma celebrando

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El discípulo de Cristo se forma celebrando Nelson Jair Cardona Ramírez Pbro. Algunos para definir al hombre, se centran sobre todo en su característica de hombre
que piensa (homo sapiens), es decir, un ser que puede desde su racionalidad abstraerlo todo,
volverlo concepto. La sociedad griega clásica, de la que heredamos mucho ha hecho sentir
a no pocas personas que la racionalidad está por encima de la emotividad, el cerebro por
encima del corazón, el pensar por encima del amar, lo verdadero por encima de lo bello.
También en la formación de discípulos podemos caer en la misma tentación exagerando el
papel de lo doctrinal-racional y creyendo que basta tener bien claros los elementos de la
realidad y analizarlos de modo adecuado para que las cosas salgan como las planeamos a
partir de nuestros principios, casi que automáticamente.
Otros, sobre todo en el siglo pasado, se centraron para definir al ser humano, en su
característica de hombre que hace (homo faber), un ser que inventa, fabrica y que, buena
parte de lo que sabe se endereza a una acción cuantificable. Su interés es el progreso y la
técnica y si esto se exagera, va cayendo en un utilitarismo degradante del espíritu humano.
También en la formación de discípulos podemos caer en esta tentación activista que se
olvida de los elementos contemplativos, creyendo que basta tener las estrategias justas y las
acciones oportunas para que el mundo se transforme.
Los tiempos actuales nos han hecho volver la mirada hacia otras dimensiones del ser
humano que quizás han sido minusvaloradas en el pasado: el ser humano es también
hombre emotivo (homo patheticus), un ser afectivo al que la emoción, el sentimiento, la
pasión le dan una riqueza interior invaluable; por eso mismo es un hombre que juega, que
hace fiesta, que celebra (homo ludens). Desafortunadamente también aquí se notan ya
excesos. En no pocas veces, aún en la formación de discípulos, empezamos a advertir que
la lúdica arriesga a ponerse por encima de la verdad y de la acción transformadora.
No se trata de poner en pugna estas dimensiones para ver cuál puede más, sino más
bien comprender que son elementos interconectados de un mismo sujeto que es el ser
humano: doctrina-celebración-acción, son tres momentos de un mismo acontecimiento que
se explícita de manera diversa: lo que la persona capta como verdad con su racionalidad; lo
transforma en gesto, en arte, en fiesta, en belleza con su afectividad y lo vuelve dinamismo
eficaz transmitiendo la bondad pensada y ritualizada con gestos concretos de compasión.
Con un ejemplo podemos comprenderlo mejor: racionalmente entendemos que el
amor es un sentimiento de benevolencia hacia otro ser. Cuando de hecho nos encontramos
con alguien que responde a ese sentimiento, no sólo le decimos “te amo”, “te quiero”, “te
aprecio”, sino que nos acercamos y le abrazamos o besamos, es decir, celebramos,
ritualizamos, gesticulamos ese sentimiento para luego hacerle sentir nuestra solidaridad con
él o ella acompañándolo, preguntándole por su vida, manifestándole que puede contar con
nosotros siempre…
En la vida cristiana esa dimensión emotiva, lúdica, estética, simbólica, celebrativa, es
llamada liturgia. En ella el predominio (no la exclusividad), lo tiene el gesto: el beso, el
1 abrazo, el agua que se derrama, la mano que se impone, el anillo que se entrega, el pan que
se parte, el cántico que se entona, el incienso aromático que se eleva….
Nadie piense que es un momento ajeno al proceso formativo, pues lo que la teología
hace a través sobre todo de la palabra, la liturgia lo hace a través sobre todo del gesto.
1.
Nuestro Dios se ha hecho historia, por eso celebramos la historia
El Dios de los cristianos, no es lejano e indiferente ante la suerte de los hombres, sino
el Dios que se ha metido en la historia. Desde el acontecimiento del Éxodo aparece como el
Dios que escucha los gemidos de los oprimidos y se ha dispuesto a salvarlos (Ex…. ); su
Hijo Jesucristo, eterno como el Padre ha llevado al extremo esa cercanía de Dios con el
hombre al encarnarse y compartir su suerte hasta la extrema prueba de la muerte, Él ha
sentido compasión de nosotros porque andábamos como ovejas sin pastor (
) y el
Espíritu, eterno como ellos, ha querido desde Pentecostés habitar en el corazón de todos los
hombres, constituyendo los cuerpos en los nuevos y auténticos templos.
Así, si el Dios de los cristianos es Dios de la historia, entonces la liturgia de los
cristianos es celebración del paso de Dios por la historia social e individual del hombre. Por
eso, en la liturgia cristiana el tiempo tiene gran relevancia.
2.
En la liturgia, el catequista celebra la fe que provoca el pasado salvador
Abundan en nuestra época las memorias artificiales. Instrumentos de variados
tamaños y formas que conservan con gran fidelidad y objetividad las narraciones orales,
escritas o visuales de los acontecimientos; artefactos sin duda importantes para la
conservación de nuestra historia, pero que no poseen el encanto de la memoria humana.
En efecto, el recordar humano no se contenta sólo con tirar fuera los hechos
descarnados, sino que tiene la capacidad de enriquecerlos e interpretarlos a la luz de lo
precedente y de lo siguiente; no se limita sólo a narrar acontecimientos, sino que cuando el
discurso empieza a hacerse inadecuado, lo convierte en poesía, en símbolo y en rito; no se
agota en la mera sucesión de los instantes y de los hechos, sino que evoca y revive las
emociones y sentimientos que los acompañaron y los constituyeron en algo inolvidable.
El pueblo de Israel es un pueblo que no sólo recuerda, sino que hace de su recuerdo
una celebración y a eso lo llaman memorial. No se trata simplemente de traer a la mente
algo pasado, como quien rememora un acontecimiento placentero; se trata de algo más.
Tampoco era una dramatización a la cual asistía el pueblo como mero espectador, pero sin
tomar parte en lo que representa. No se trataba tampoco de la repetición histórica de un
hecho; lo que sucedió, aconteció sólo una vez y no se puede repetir. Lo que hacía la
celebración de Israel era “reactualizar”. La liturgia hacía presente mistéricamente el
acontecimiento pasado, es decir, revivía el hecho en una dimensión teológica, haciendo al
fiel y al pueblo contemporáneos del hecho salvífico.
Como memorial de las grandes gestas que ha vivido, unido a su pueblo, Dios pide
que se hagan celebraciones: del día séptimo, día culmen de la creación, hecho para el
descanso. (Exodo 20,8), de la pascua, fiesta grande por la liberación del pueblo de la
esclavitud egipcia (Nm 9, 1-3). Pide además Yahvé que se hagan memoriales y este término
2 se aplicaba a las piedras preciosas que llevaba el sumo sacerdote junto al efod (Ex 28,12) y
en el pectoral del juicio (Ex 28,29) para hacer concreto el recuerdo de los hijos de Israel
delante del Señor. Las doce piedras son conmemorativas del paso del Jordán (Jos 4,7).
También puede decirse que es memorial, el tributo pagado en rescate de la propia persona
(Es 30,16), la oblación de celos (Núm 5,15-18), el recuerdo escrito de la derrota de Amalec
(Es 17,14); el libro memorial del juicio delante del Señor (Mal 3,16), la trompeta y su
sonido, que anuncia el novilunio y las grandes fiestas (Núm 10,1-10). Y es memorial por
excelencia la fiesta de la pascua y de los ázimos (Ex 13,3-9; 12, 14), quienes las celebren
tienden un puente sobre las generaciones y se incorporan a una experiencia que explica y
unifica todo el pueblo. Celebrar la Pascua es tomar parte del Éxodo original, es unirse a esta
experiencia fundante del Pueblo y de su relación con Dios. La liturgia pascual condensaba
los hechos principales de la historia de Israel: la creación del mundo, el nacimiento y la
muerte de los patriarcas, el nacimiento y el sacrificio de Isaac, la liberación de Egipto, la
venida del Mesías en el futuro. El pasado, el presente y el futuro se daban cita aquella
noche. Todos los años, al celebrar el tiempo fundador, los judíos revivían la totalidad de su
historia como la historia de una salvación. Este recuerdo del pasado iluminaba la certeza de
que la acción del Dios de la historia proseguía también hoy; finalmente esta celebración
abría las puertas del futuro en que Dios, a través de Moisés que vendría de nuevo, traería la
liberación total, definitiva en la que el presente vería cómo se fusionaba el paraíso perdido
con el reino mesiánico venidero.
Jesús también asumió la categoría del memorial y celebra como buen judío las
liturgias que rememoran el paso de Dios por el pueblo: festeja el sábado, sube a Jerusalén
para celebrar la Pascua (Jn 2, 13-25) y celebra también la fiesta de las tiendas (Jn 7, 1-39).
Pero, además instituye su propio memorial: La cena de despedida se constituye en un acto
consciente del Señor, en el misterio de su entrega. Adelantando su muerte de modo
litúrgico, Jesús le da un contenido totalmente nuevo. Anticipando su muerte en la cena, la
resignifica y hace de ella, no es un asesinato, sino una ofrenda libre, voluntaria. Se entrega
porque quiere y se entrega porque nos quiere. Esa cena deberá ser en adelante celebrada por
los discípulos en memoria suya (Lc 22,19-20), orden que parece confirmada en la
experiencia de los discípulos de Emaús (Lc, 24, 13ss). Además de la Eucaristía, también
ordena celebrar el Bautismo como signo de adhesión de los creyentes a su vida, a su
muerte, a su resurrección (Mt 28,19-20).
También el cristiano está llamado a cultivar el recuerdo y para eso tiene el auxilio del
Espíritu Santo: recordar lo que Cristo ha dicho (Jn 15,7), guardar sus mandamientos (Jn
15,10); el kerigma se convertirá en un modo de perpetuar a través de la predicación lo que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han hecho por la Iglesia (Hch 2, 14-36). Pero también
en el cristiano ese recuerdo debe ser celebrado.
Por eso la Iglesia, basándose en los gestos más significativos de su fundador, ha
establecido 7 ritos que mantienen unidos a los fieles con su Señor y actualizan en el hombre
su misterio de amor y misericordia:
Tenemos en primer lugar el Bautismo: Jesús de Nazareth predicó la conversión y
envió a sus discípulos a predicarla, juntamente con todo lo que él les había enseñado y les
3 pidió que, como signo externo de tal conversión, bautizaran en el nombre de la Trinidad
(Mt 28, 19-20). Así, quien se bautiza ha escuchado la misma predicación de Cristo en sus
tiempos en Palestina y recibe el perdón divino, es más, Dios se viene a vivir en su corazón.
Es también claro para nosotros que Cristo donó el Espíritu Santo, para que sus
discípulos estuvieran capacitados para cumplir la misión (Hechos 1,7-9). Cuando la Iglesia
confirma acude a esos hechos sucedidos en tiempo de Cristo, pero que continúan
efectuándose ahora, cada vez que el Ministro signa en la frente con crisma a los
confirmandos.
Que Jesucristo perdonó los pecados de los que se acercaron a él con arrepentimiento,
lo sabe cualquier persona que haya leído el Evangelio (Marcos 2,5-12). La Iglesia sabe que
debe continuar con esa obra de Misericordia Divina y por eso derrama sobre el penitente,
en el sacramento de la confesión, el mismo amor compasivo que tuvo el Señor para con los
pecadores de su tiempo.
En la Eucaristía, se hace memoria de algo que efectivamente ocurrió en el pasado y
que atestiguan Mateo (26,26-28), Marcos (14, 22-24), Lucas (22, 19-20) y Pablo (1 Cor 11
23-25): “que Jesús la noche en que iba a ser entregado a su pasión voluntariamente
aceptada, tomo pan...”. Cada vez que el cristiano recuerda la Cena de Jesús en actitud de
agradecimiento, Dios renueva su amor Salvador y toda la purificación, redención y
salvación que nos regaló en los acontecimientos de la pasión salvadora de su Hijo, nos los
vuelve a regalar en el mismo momento en que celebramos con fe la Eucaristía.
Jesús amó a los enfermos con particular predilección: sanó enfermedades físicas,
psíquicas y espirituales, sobre todo amando y devolviendo a los enfermos su dignidad
perdida (Lucas 6,17-19). La Iglesia sigue fiel al ejemplo de su Señor y con el sacramento de
la Unción sigue acompañando a todos los enfermos que creen en Cristo.
La historia de Jesús con sus fieles ha sido interpretada como una historia de amor que
termina en una boda. De hecho, en algunos pasajes del Evangelio a Jesús se le llama
“Esposo” y San Pablo invitará a los esposos a que se amen del mismo modo como se aman
Cristo y la Iglesia (Efesios 5,25-27). Así, la Iglesia, a través del Sacramento del Matrimonio
quiere que la pareja de esposos se constituya en un signo del amor entre Cristo y la Iglesia y
quiere que se constituyan para los demás cristianos en memorial de un amor que no termina
y que está basado en la comprensión, el perdón y la reconciliación.
Finalmente, Cristo quiso que un grupo de personas especialmente escogidas se
constituyera en pastores de la nueva comunidad. Así eligió Doce que lo representarían ante
los hermanos y los pastorearían en su nombre (Marcos 3,13-19). Por esto, la Iglesia,
inspirada en los gestos de su Señor y Maestro, ha instituido un Oficio en servicio de los
hermanos llamado “Ministerio” que se otorga con el sacramento del Orden. En él se da a
los elegidos la misma gracia que Cristo otorgó a los Doce y a los Setenta y dos para que
guiaran sabiamente el rebaño de la Iglesia.
Esta actualización celebrada de los misterios de Cristo se realiza gracias a la acción
del Espíritu Santo. Así como gracias a su acción la Palabra Creadora del Padre tiene su
eficacia, la palabra del Profeta adquiere resonancia divina, el Verbo Eterno se hace carne, la
4 palabra y el gesto de Jesús provocan el milagro; de la misma manera gracias a la acción del
Espíritu Santo, la gracia derramada por el Padre, a través la obra redentora del Hijo, viene
comunicada a la Iglesia y a los individuos que celebran las grandes gestas de Dios.
El gesto de la imposición de manos que está presente en todos los sacramentos es el
signo externo que muestra al Espíritu Santo transformando los elementos materiales en
puro signo de la presencia de Cristo entre nosotros, haciendo que a través de ellos, la Gracia
del sacramento original que es Cristo, se siga actualizando en los hombres de todos los
lugares y tiempos.
3.
En la liturgia el Catequista adelanta el goce de lo que su esperanza aguarda
Pero, los seres humanos no sólo recordamos, sino que también podemos “imaginar”.
Si por el recuerdo hacemos presente el pasado, por la imaginación hacemos presente el
futuro; tejemos un porvenir deseable. En efecto, la liturgia, gracias a la acción del Espíritu,
hace presente el pasado salvador en que Dios intervino de numerosas maneras para salvar a
sus fieles y aunque ese pasado hubiera sido doloroso, el cristiano lo celebra con gozo, pues
tiene la certeza de que, aunque no se haya manifestado todavía el triunfo en plenitud, Dios
ya venció, la muerte ya fue superada, el pecado ya fue perdonado y el demonio ya fue
vencido. Recuerdo y Promesa, llenan de entusiasmo al Pueblo Santo de Dios, para seguir
actualizando los gestos de Cristo y en ellos entregar la Gracia que salva.
La liturgia cristiana tiene siempre presente el futuro glorioso, aun en las celebraciones
de tono penitente y los mismos ritos funerarios así:
-­‐ Las liturgias de la iniciación cristiana realizan el misterio de la comunión
íntima con la Trinidad, que si bien será plena en el cielo, se vive de modo real desde
ya: por esos sacramentos somos Hijos del Padre, hermanos de Jesucristo, templos
del Espíritu, hermanos que se reúnen en banquete eucarístico que no es otra cosa
que el adelanto del banquete en el cielo, caracterizado por la abundancia y la
fraternidad.
-­‐ Los actos penitenciales nos recuerdan que a pesar del dolor que sentimos por
nuestro pecado y del que hemos producido a los que hemos afectado, Cristo ha
vencido el pecado, la gracia ha vencido la condena. Donde abundó el pecado ha
sobreabundado la gracia y por eso, aún en medio de la vergüenza, del
arrepentimiento y la contrición la liturgia se recubre del tono de una esperanza que
se ha adelantado en la consecución de su objeto. Si bien la purificación será plena
sólo en el cielo, ya desde ahora el cristiano puede disfrutarla gracias a la liturgia
sacramental.
-­‐ Las liturgias con los enfermos nos recuerdan que Cristo venció el dolor y la
enfermedad, y que puede hacerlo aún hoy. Pero que, pase lo que pase, quien vive
esos acontecimientos límite de la experiencia humana, si lo hace al lado del Señor
los hará más llevaderos, pues su carga y su yugo son livianos.
-­‐ Las liturgias que consagran y bendicen el amor humano echan mano de la
esperanza que brota del ilimitado amor de Dios por el hombre, de Cristo por su
Iglesia e invita a los enamorados a fijar los ojos en ese modelo que, aunque
inigualable, puede dar fuerza sobrenatural a su amor.
5 -­‐ Las bellísimas liturgias de ordenación echan mano de la fidelidad inigualable
de Cristo Servidor, Pastor, Sacerdote, Maestro y Cabeza de la Iglesia para
proponerla a los elegidos como el modelo que deben seguir y como el triunfador
sobre el pecado al que deben aferrarse durante toda la vida.
Así pues, la celebración cristiana no sólo en recuerdo, sino también adelanto
esperanzado del gozo pleno.
4.
En la liturgia el Catequista Celebra el amor comprometido con el hermano
Pero, entre pasado y futuro podemos caer en las tentaciones de la nostalgia y de la
ilusión, olvidando que el presente es el tiempo de la acción, del compromiso, de la
determinación. Por eso, el culto cristiano si no está acompañado del compromiso concreto,
ha perdido algo que le es esencial.
Yahvé, en el Antiguo Testamento, no aceptaba sacrificios rituales que no estuvieran
acompañados de un corazón misericordioso y solidario, el oferente debía verdaderamente
sintonizar con el sentido que Dios mismo había dado a los rituales (Is 1,11-17). Pablo a los
cristianos les insiste también que la Eucaristía debe celebrarse con una actitud del corazón
por parte de los oferentes, pues si no, no correspondería al ideal de quien la instituyó.
La comunidad de Corinto se reunía una vez por semana. Esta reunión parece ser, la
precedía una cena común y luego celebraban la Eucaristía, en la que ya aparecen agrupados
los dos gestos del pan y el vino. Seguramente eso lo harían en la casa particular de algún
cristiano rico. Los primeros que llegan empiezan ya a comer y a beber su propia cena, en
vez de esperar a los que llegarán más tarde, los pobres, que sólo pueden acudir acabada su
jornada de trabajo. En las mesas de los primeros crece la alegría y algunos llegan a
emborracharse. Hay pues, una situación evidente de falta de fraternidad. Además de no
esperar a los demás, tampoco les hacen partícipes de lo suyo.
Pablo va a demostrar que una reunión de estas características es exactamente lo
contrario de lo que Cristo pensó cuando nos encargó que celebráramos la eucaristía. Es un
pecado social: no contra Cristo directamente, o contra la eucaristía mal celebrada en sí
misma. El pecado está en la cena previa, y es un pecado contra los hermanos. La
argumentación de Pablo sonaría así: Cristo fue entregado, nos dio su propio cuerpo y
encargó a la comunidad que celebrara esto como memorial de su entrega por los demás.
Ahora bien, ¿cómo puede llamarse memorial de la entrega de Cristo lo que hacen los
corintios, que no son capaces de esperarse los unos a los otros, que no hacen partícipes de
su comida a los más pobres, que los avergüenzan, que desprecian la comunidad?
Liturgia y vida no pueden desligarse ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, son
dos caras de una única moneda. Pasado, presente y futuro interactúan en la liturgia cristiana
haciendo de ella un elemento formativo sin par.
6 El discípulo de Cristo se forma evaluando Nelson Jair Cardona Ramírez Pbro. Entre lo que se sueña y lo que se logra, siempre habrá una brecha, entre lo ideal y lo
que se alcanza siempre habrá un déficit. Normalmente todos nuestros planes tienen una
buena cuota de utopía, de ilusión y eso está bien, pues los ideales altos generan un empeño
mayor en los encargados de conseguirlos. Al poner en marcha en el mundo real los planes
y proyectos, el hombre empieza a darse cuenta de varias cosas:
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Que entre la nitidez de la idea y la posibilidad de realizarla existe una brecha grande
Que las mismas personas que idean los planes, pueden menos de lo que soñaron.
Que la institución y sus líderes, que se suponía apoyarían todo lo planeado, no están
siempre tan abiertas, tan dispuestas, tan entusiastas como se esperaba.
Que los beneficiarios de nuestros planes no siempre están dispuestos a renunciar a
sus propias convicciones, a sus personales proyectos, a su particular modo de ver las
cosas para seguir las que otros han considerado, son las ideales.
Que el entorno histórico, político, cultural, social… obstaculiza no pocas veces el
avance del proyecto soñado.
Que el cansancio, el tedio y la fragilidad humana abren ventanas para la corrupción
de los mejores planes.
Cuando el sujeto se percata de esto y no cede a la tentación de acallar sus preguntas,
nace un momento sumamente interesante, fuente de madurez para quien se arriesga a
hacerlo: el momento de evaluar, de revisar la vida y los proyectos. Esas evaluaciones en
ocasiones llevan a un cierto pesimismo, o más bien a un benéfico realismo, pues quien
evalúa sabe en el fondo que organice como organice, siempre tendrá que vérselas con sus
propios límites, los ajenos y los del entorno.
Por eso, un catequista debe añadir un elemento que hace propiamente cristiana una
evaluación: la lógica de Dios, sus tiempos, sus formas, su paciencia…
1.
Las grandes evaluaciones en la Biblia
En los libros de los Reyes encontramos un ejemplo de evaluación religiosa: en él se
nos relatan los acontecimientos sucedidos desde David hasta el destierro, pasando por Elías,
Eliceo, Isaías y muchos otros reyes y profetas. Es que, el pueblo escogido por Dios tenía
unas certezas, derivadas del modo como habían concebido el plan de Dios sobre ellos, que
era al mismo tiempo su plan: serían una gran nación, tendrían por siempre libertad y
soberanía, Dios los protegería de todo y de todos. En efecto, Las tribus de Israel se
convirtieron en un reino, en una nación «como las demás naciones», con sus épocas de
prestigio y sus fracasos lamentables, según las ambigüedades del poder de sus reyes, que
son las mismas que las de todo poder humano, pero ahora se encuentran en el destierro. El
libro se escribe entonces tratando de comprender lo que les había pasado en el 587 cuando
Jerusalén cayó y sus habitantes fueron desterrados a Babilonia: ¿qué sucedió?, ¿por qué
Dios no protegió a Jerusalén como ellos tenían planeado? ¿Por qué David no tenía un
sucesor en el trono como se esperaba según el plan original?
7 La conclusión a la que llega su evaluación es que, el sistema estatal instituido por
David no aseguró al pueblo de Israel ni la posesión tranquila del suelo ni la fidelidad a la
alianza pactada con Yahvé. Ésta Alianza se rompió y quedaron anuladas las promesas que
se hicieron a los antiguos. Dios dio varias oportunidades pero el balance es francamente
negativo. Está claro que el pueblo de Dios no puede ser una nación como las demás. A
pesar de su final dramático, la evaluación hecha reconoce que esa historia conoció
momentos felices, horas gloriosas, cambios inesperados hacia el bien. Israel ocupó su lugar
en el mundo y en la historia. La mayor parte de las promesas se realizaron durante un
tiempo notable y no se perdió todo: las guerras y las deportaciones no fueron un genocidio.
Aunque disperso, el pueblo sigue existiendo y tiene todavía un jefe: Jeconías, un
descendiente de David, reconocido como rey por los babilonios (2 Re 25,27-30), y su
descendencia está asegurada. La misma prueba es un signo de que el Señor no se ha
retirado de la historia: sigue aún activo en ella. La evaluación invita al lector israelita a
reconocer sus infidelidades y a cambiar de vida. No habrá porvenir sin una conversión
profunda de todo el pueblo. Dios restablecerá el reino de David, pero con instituciones
corregidas y con un pueblo renovado al que se le dará un «corazón nuevo (Buis Pierre.
1995. El libro de los Reyes. Navarra: Verbo Divino).
En el Nuevo Testamento es el libro del Apocalipsis el que evalúa. Este libro ha
surgido en un momento de crisis para las iglesias (en tiempo de Domiciano, al fin del siglo
I d.C). El libro no sólo se refiere a persecuciones externas, sino también al gravísimo riesgo
que corren las iglesias de contaminarse con costumbres paganas, en su esfuerzo de coexistir
con una cultura que es hostil. Por eso el autor da la voz de alarma, llamando a la resistencia.
El siguiente cuadro ilustra el proceso evaluador de Apocalipsis 2,1 – 3,22. En él se resalta
lo bueno, se reprocha lo malo, se hace una invitación y se anuncia una promesa.
8 2.
Hay que evaluar con mirada de discípulo
Los ojos, si sólo fueran para ver no ofrecerían una expresividad tan alta al rostro que los
posee, pero hay algo más en los ojos, que los hace ser espejos del alma y que da al rostro unas
características definitorias bastante particulares: la mirada. No hay ojos profundos, sino
miradas profundas, no hay ojos serenos, sino mirada serena. Por eso, el Papa Francisco en su
discurso al CELAM nos invita para que no sólo veamos la realidad, sino para que lo hagamos
con la mirada que debe caracterizarnos: la de discípulos.
Existe “una tentación, (dice el Papa), que se dio en la Iglesia desde el
principio: buscar una hermenéutica de interpretación evangélica fuera del
mismo mensaje del Evangelio y fuera de la Iglesia. Un ejemplo:
Aparecida, en un momento, sufrió esta tentación bajo la forma de
asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de “ver, juzgar, actuar” (cf. n.
19). La tentación estaría en optar por un “ver” totalmente aséptico, un
“ver” neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la
mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces:
¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con
mirada de discípulo”.
Ahora bien, la mirada de discípulo no es necesaria sólo para el “ver, juzgar y actuar”
sino también para el momento de evaluar, pues un momento de evaluación meramente
9 sociológico nos haría caer en las trampas del eficientismo, o en una técnica empresarial que
es ajena a la teología y espiritualidad pastoral.
Evaluar, tanto como planear, implica contemplar no sólo las acciones que los Agentes
humanos han hecho y lo que han dejado de hacer, sus aciertos y desaciertos, los éxitos y
errores estratégicos, sino también tener presente que Dios es protagonista en nuestra acción
pastoral y por eso, debemos contemplar los éxitos y aparentes fracasos a la luz de Dios, de
su paciencia, de sus tiempos, de sus métodos a fin de que, en lo que hemos hecho,
evaluemos todo teniendo en cuenta la verdad de su providencia que guía la historia,
recordando que, si bien nos compete actuar por instaurar el reino de Dios, éste sólo llegará
a plenitud por una intervención de Dios que lo hará fructifica plenamente en el Cielo…
(cfr. Aparecida 19).
3.
Toda evaluación nos lleva a reconocer la inadecuación del Agente humano
Evaluar lleva a considerarnos de algún modo ineficaces. Pero el cristiano sabe que
Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos. Cuando Moisés oyó la
misión para que era llamado tuvo miedo; cuando Jeremías se encontró con Dios en el
almendro de su jardín quiso excusarse en su juventud; cuando Isaías experimentó la gloria
en el templo se sintió un hombre de labios impuros; ante la presencia santísima de Jesús,
Pedro exclamó: apártate de mi Señor que soy un pecador.
Para comprender la actitud de Dios al elegir para encargos delicados a seres
limitados, hay que meterse en la lógica divina, no en la humana. Su lógica no es la nuestra;
sus pensamientos tampoco y sus designios menos. Así como prefirió a Abel en vez del
primogénito y fuerte Caín, a Jacob ante el fuerte heredero Esaú, así como hizo portadora de
la bendición a la maldita tribu de Leví, como prefirió a David en vez de a sus hermanos
fuertes y mayores, así nos ha elegido a nosotros. Por ninguna dignidad distinta a la pasión
por Él y a la humildad ante Él. Es que, Dios no quiere a ninguno que se alce en altivez y
que pretenda poner sus méritos ante Él. Así como aplastó la soberbia de la torre que quiso
llegar al cielo para encararlo; así como despreció la pedantería del fariseo del templo, así
como derribó a los soberbios de sus tronos, así quiso adelantarse a despedazar toda soberbia
en nosotros. No teníamos absolutamente nada que ofrecerle para que nos llamara a ser
Sacerdotes, sin embargo, así lo quiso.
Somos parte de la pléyade de llamados que sólo pueden ofrecer la confesión humilde
de su honda indignidad y cuyas evaluaciones que le enrostran permanentemente un déficit
personal, lejos de sacarlo del esfuerzo continuo por cumplir su misión, lo lleva a confiar
cada vez más en el poder de la Gracia y le lleva a confesar como Pablo que Dios ha elegido
a lo necio para confundir lo sabio, lo débil para confundir lo fuerte (1 Cor. 1,27ss) y que
llevamos este ministerio en vasijas de barro para que a todos quede patente que la fuerza
transformadora es de Dios y no nuestra (2 Cor. 4,7).
10 4.
Toda evaluación cristiana nos lleva a considerar el punto de vista de Dios
Cuando se hace una evaluación desde la fe, se llega a la conclusión de que, el gran
éxito no es una de las promesas de Dios. Por eso, el cristiano no puede ni planear ni evaluar
desde las tentadoras y sugerentes falacias del éxito, sino sólo desde la dinámica de la fe y
de la esperanza, de la lógica de Dios.
Moisés, sin tener en cuenta a Yahvé, tenía grandes planes con una perfecta lógica
humana: matando al egipcio quería ganarse la simpatía del pueblo, pero éste lo rechazó.
Dios lo llamará luego, a su tiempo y según su lógica a ser portavoz de su voluntad. Moisés
alcanzará así la gloria, no a su estilo, sino al modo divino. Moisés no fue faraón, Moisés no
entró en la tierra prometida, pero Dios entró en la vida de Moisés y lo hizo feliz y grande
(Dt. 34). Parecido a Moisés fue Elías, orgulloso y altivo quiso exterminar, sin mandato de
Yahvé, las religiones paganas matando por su propia cuenta y riesgo a los sacerdotes de
Baal. Como Moisés tendrá que huir, como Moisés será llamado por Dios en el desierto para
regresar y cumplir su misión, ahora sí, con la lógica de Dios y no con la del gran éxito (2
Re. 2, 9-10). Pablo, seguramente tenía proyectos bastante ambiciosos, dadas sus
características de personalidad; pero al final de la segunda carta a los Corintios (12, 7-10)
cuenta un detalle de sí mismo. Son sólo cuatro versículos, pero encierran un vuelco radical
de vida. Trasluce en ellos un individuo que, quizás después de un proyecto ambicioso se
abre a una visión totalmente nueva e inédita de su verdad en la que tiene que reconocer que
Dios ha obrado justamente a través de su debilidad.
Aún más, ni siquiera en su ascenso moral y espiritual el cristiano puede prescindir
de la lógica divina. Es cierto, que un catequista y una comunidad enamorada de Jesús tiene
más fuerza para sacar de sí aquel mal que no la deja identificarse con los sentimientos de
Cristo, pero no por eso puede soñar o proyectar con dominar y derrotar al mal, ni confundir
la santidad a la que está llamada con la ausencia radical del mal, de todo mal, dentro y fuera
de sí, o con la falta de pecado y perfección absoluta, o con todo lo que le permite sentirse
mejor que los demás y poderse presentar llena de méritos y orgullosa de presunción ante la
presencia del Altísimo. Es más, podríamos incluso decir que el catequista y la comunidad
que se toma en serio la vida cristiana debe esperar descubrir y ver muy de cerca sus
demonios; cuanto más alto aspire, más observará la debilidad de su naturaleza. Se decidirá
a luchar contra ellas, pero no podrá borrarlas ni hacerlas desaparecer hasta el punto de dejar
de sentir su impulso (Cencini 2005); por eso, al cristiano las evaluaciones lo retan, pero no
lo descorazonan.
La parábola del trigo y la cizaña nos ofrecen una actitud imprescindible para
cualquier evaluación:
El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla
en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró
encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo
fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron
11 a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que
tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le dicen
entonces los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les dijo:
"No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejen que
ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los
segadores: Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y
el trigo recójanlo en mi granero." (Mt 13,24-30)
En la visión de Jesús, el Reino de los Cielos está ya presente aún en medio de las
realidades negativas de este mundo. La historia comunitaria y personal, es un campo en el
que bien y mal cohabita. Pero, ni siquiera los trabajadores más comprometidos de la viña
del Señor tienen derecho a ponerse en el lugar de Dios, ni puede apresurarse
temerariamente a juzgar mediante evaluaciones meramente humanas lo que pertenece al
Reino y lo que no. Si así lo hicieran correrían el riesgo de confundir la maleza con el trigo,
o viceversa. Sólo el tiempo, en que se manifiesta patente la paciencia divina, pondrá las
cosas en su lugar. Al final, cuando llegue el juicio divino cada cual habrá dado su fruto y
entonces podrán separarse sin posibilidad de error, como el mismo Mateo lo afirma en el
pasaje en que después de un juicio en el amor, unos van a la derecha y otros a la izquierda
(Mt 25,31-46).
5.
Dios ama las pequeñas cifras
Por no sé qué extraña razón, los seres humanos somos alérgicos a lo pequeño y los
sueños de grandeza nos emocionan y entusiasman, olvidando que el gran éxito no es una de
las promesas de Dios. Por eso, el cristiano no puede planear desde las tentadoras y
sugerentes falacias del éxito, sino sólo desde la dinámica de la fe y de la esperanza, de la
lógica de Dios.
Adán y Eva querían ser como dioses, los de Babel querían construir torres que
llegaran al cielo; los reyes y el pueblo querían expandir sus territorios para ser los más
poderosos, Moisés sin tener en cuenta a Yahvé, tenía grandes planes con una perfecta
lógica humana: matando al egipcio quería ganarse la simpatía del pueblo, pero éste lo
rechazó. Dios lo llamará luego, a su tiempo y según su lógica a ser portavoz de su voluntad.
Moisés alcanzará así la gloria, no a su estilo, sino al modo divino. Moisés no fue faraón,
Moisés no entró en la tierra prometida, pero Dios entró en la vida de Moisés y lo hizo feliz
y grande (Dt. 34). Parecido a Moisés fue Elías, orgulloso y altivo quiso exterminar, sin
mandato de Yahvé, las religiones paganas matando por su propia cuenta y riesgo a los
sacerdotes de Baal. Como Moisés tendrá que huir, como Moisés será llamado por Dios en
el desierto para regresar y cumplir su misión, ahora sí, con la lógica de Dios y no con la del
gran éxito (2 Re. 2, 9-10). Pablo, seguramente tenía proyectos bastante ambiciosos, dadas
sus características de personalidad; pero al final de la segunda carta a los Corintios (12, 710) cuenta un detalle de sí mismo. Son sólo cuatro versículos, pero encierran un vuelco
radical de vida. Trasluce en ellos un individuo que, quizás después de un proyecto
12 ambicioso se abre a una visión totalmente nueva e inédita de su verdad en la que tiene que
reconocer que Dios ha obrado justamente a través de su debilidad.
También la Iglesia se preocupa mucho por su grandeza numérica y anualmente hace
sus estadísticas, basadas primordialmente en esa preocupación por lo cuantitativo.
Extrañamente Dios no teme lo pequeño: empieza con poco, lo ayuda a crecer; viene luego
la caída deja un pequeño resto fiel y Dios, vuelve a empezar.
Así ocurrió con Noé, con Abrahán y con Israel y así sigue siendo. Jesús es
plenamente consciente del principio del pequeño número. A los suyos les llama “pequeño
rebaño” (Lc 12, 32). En sus parábolas desarrolla una doctrina del principio del pequeño
número, cuando compara el reino de los cielos a un grano de mostaza (Mc 4, 30…). Una
semilla de mostaza pesa apenas un miligramo y tiene un diámetro de un milímetro. Pero su
grandeza radica en que alcanza en pocas semanas de un metro y medio hasta tres. Jesús no
compara el reino de Dios con la semilla de mostaza, sino que se refiere a todo el proceso,
de semilla a hortaliza y se remonta desde esta hortaliza a la imagen mística del árbol del
mundo, al que acuden los pájaros, anidando en sus ramas. La analogía no es estática: habla
de la venida del Reino de Dios. Pero diciendo: Dios empieza por realidades pequeñas.
En la parábola de la levadura (Lc 13, 20s) no sólo compara estáticamente la soberanía
divina con el pequeño puñado de fermento, sino con todo el proceso. Las tres medidas,
unos cuarenta litros, de harina en que se introdujo el fermento, forman también parte del
juego. El resultado final, cuando el pan sale del horno, son unos 50 Kg. de pan, lo que
significaba entonces pan para unas 150 personas. Una sola noche le ha bastado al pequeño
puñado de levadura para fermentar esta enorme cantidad. Esta parábola aporta algo nuevo.
El pequeño principio posee una increíble capacidad de transformación: la potencia de
Dios para transformar el mundo y hacerlo sabroso. De esto está seguro Jesús en medio del
desconcertado y perdido puñado de discípulos que le rodea. No hay fuerza adversa capaz de
impedir que el pequeño inicio de Dios llegue a ser grande. Por esto explica Jesús la
parábola del destino de la siembra en el campo (Mc 4, 3- 8). Está la semilla que cayó en el
camino y se la comieron los pájaros. No tenía la menor alternativa. Luego, la que cayó en
terreno pedregoso de poca tierra. Creció, pero el sol la agostó. Por lo menos había crecido
un poco, pero se acabó. Luego, la semilla entre espinos: creció, pero los espinos la
asfixiaron. Según las leyes de las narraciones populares, ahora llega lo importante. La
semilla que cayó en buena tierra creció. De cada grano salieron 30, 60 ó 100 granos. De
nuevo se refiere la parábola al proceso, del que forman también parte los enemigos del
reino de Dios, los fracasos, los rechazos, a pesar de los cuales se impondrá al fin el gran
triunfo divino. Jesús conoce muy bien la imposibilidad de la obra divina en este mundo.
Además de la pequeñez de los principios, hay que tener en cuenta la oposición masiva.
Esta, sin embargo, no acabará con la obra de Dios, que se irá abriendo camino, no sólo en
el mundo venidero, sino también en éste. Las cifras diminutas de Dios están preñadas de
esperanza y de futuro. (Cfr. Lohfink, N. El Principio Bíblico Del Pequeño Número).
13 La sociedad ha iniciado una nueva época y todo entró en metamorfosis, aun lo
religioso. De este remesón sólo lo auténtico y valioso quedará. También nosotros
deberemos deshacernos de mucha cosa superflua que recogimos por el camino de nuestra
historia, quizás quedarán pequeños restos, pero no hay que angustiarse, con ese pequeño
rebaño Dios continuará su plan.
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