Resumen THE SAGAS: fICTIONS Of HISTORY Abstract

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Las Sagas: las ficciones de la historia
Raúl Millán H.*
Resumen
No ha habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos. Contar
historias ha sido quizás una de las actividades culturales más
importantes del hombre desde el momento en que éste desarrolló
la facultad del lenguaje. El ser humano alberga un fuerte impulso
hacia la relación de los hechos históricos y testimonios del pasado.
La novela es una téchne, es decir, un arte y una técnica narrativa
al mismo tiempo. Las sagas son biografías y relatos medievales
organizados novelescamente a partir de la fusión de la realidad y
la imaginación, mitad historia, mitad literatura, que comparten
unas características comunes por encima de su amplia variedad de
personajes y sucesos. Aquí, en concreto, describimos la idiosincrasia
histórica del género y las relaciones con las técnicas y contenidos de
la novelística occidental desde el punto de vista de la narratología o
semiótica del relato.
Palabras clave: Historia Novelada, Teoría del Relato, Narrativa
Medieval.
THE SAGAS: FICTIONS OF HISTORY
Abstract
There has never been anywhere a people without stories.
Storytelling has been perhaps the most important cultural
Raúl Millán H.: IPC-UPEL. Profesor de lenguas y literaturas clásicas (IPC). Abogado (UCV). Magíster en
literatura hispanoamericana (IPC). Publica en revistas especializadas en cultura y ciencias del lenguaje.
Recibido: febrero 2010
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Aceptado: abril 2010
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Raúl Millán H.
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activities of man from the moment he developed the faculty of
language. The human being has a strong boost to the relation
between historical facts and testimonies of the past. The novel
is a techne, ie, an art and a narrative technique at the same time.
The sagas are biographies and organized romantically medieval
stories from the fusion of reality and imagination, part history,
part literature; they share common characteristics over its wide
variety of characters and events. Here, in short, we describe
the idiosyncrasies of the genre and historical relations with the
techniques and content of Western novels from the point of view
of narratology and semiotics of the narrative.
Key words: Historical Novel, Narrative Theory, Medieval Narrative.
Las sagas: historia y ficción
Entre los siglos IX y X de nuestra era, mientras Europa entraba en
la Alta Edad Media organizándose en estados feudales, navegantes
y guerreros escandinavos ocuparon Islandia, llevando consigo, en
forma oral, una singular literatura novelesca: las sagas. Al tiempo
que los juglares difundían una de las más altas manifestaciones del
relato épico, los cantares de gesta, los sagnamenn perfeccionaban
la técnica de la prosa narrativa contando de memoria las genealogías y proezas de sus clanes y reyes. Al principio, tratábase sólo de
anécdotas aisladas, concisas, simples, que se fueron ampliando con
nuevos episodios a medida que se propagaban de boca en boca hasta
su fijación in mente, pulidas por la práctica de narradores diestros,
capaces de leer y escribir, interesados más en conservar que en extender las historias recibidas.
La narración sin texto escrito provoca con el tiempo el olvido o la
descomposición total. De antiguo, la escritura rúnica había sido
una aplicación casi secreta en el área escandinava. Las runas eran
signos pictográficos utilizados en piedra, madera o metal para hacer
sortilegios, producir oráculos o grabar plegarias y lamentaciones
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fúnebres, todo menos fijar por escrito las aliteraciones y asonancias
de una cultura literaria secularmente oral. Los islandeses adoptaron el alfabeto latino de tipo anglosajón al filo del siglo XII. Doctos
copistas pusieron por escrito las sagas, recopilaron los poemas
éddicos y redactaron sumarios de la mitología, los linajes y las leyes de Escandinavia. Una de las primeras sagas que merecieron el
honor de la escritura fue la de Olaf Haraldsson, rey y héroe de los
noruegos, caligrafiada alreddor del año 1180 probablemente en el
monasterio benedictino de Thingeyrar.
Eran textos para ser leídos, no cantados ni recitados con acompañamiento de instrumento musical. El contacto del narrador de sagas
con el público se basaba en un orden diferente al de la literatura
actuada de los juglares. Estos llevaban sus historias directamente al oído y a la vista. Los oyentes, a quienes el juglar se dirigía,
guardaban cierta relación con los espectadores que asisten a una
representación teatral. El juglar mismo, al interpretar de viva voz el
cantar, resultaba de algún modo un actor dotado de imprescindibles
facultades escénicas.
Las sagas se redactaron con la fluidez de la expresión oral y se
difundieron sujetas a una presentación formulística ya de antes
inventada y transmitida por varias generaciones de historiadores
anónimos. También en la épica y en los exemplos medievales se
repetían fórmulas elaboradas ex profeso ampliamente reconocidas
por el público. Como se lee en Kristjansson (1970), con la formula
“Había una vez...”, sembrada de genealogías, el relator de sagas indica aquello a lo cual se encamina la narración: un suceso que ocurrió
en tiempos pasados, uno o dos siglas atrás, y en un sitio específico:
Había un rey guerrero llamado Olaf el Blanco, que era el hijo
del rey Ingjald, el hijo de Helgi, el hijo de Gudrod, el hijo de
Halfdan Pierna Blanca, rey de los hombres de las Tierras Altas. Olaf fue en una expedición vikinga a las Islas Británicas,
donde conquisto Dublín [...]
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...
Había un hombre llamado Thorvald, el hijo de Asvald, el hijo
de Ulf, el hijo de Bueyes-Thorir. Thorvald era el padre de Eirik el Rojo. El y Eirik abandonaron su hogar en Jaederen, en
Noruega, a causa de unas muertes, y fueron a Islandia, que
ya había sido ampliamente poblada por aquel entonces [...]
La novela comprende un sinnúmero de formas, estilos y contenidos
a veces difíciles de definir y catalogar: novela bizantina, gótica, rosa,
etc. Uno de los grandes maestros del género, Sthendal, dijo: “la novela es un libro que entretiene contando” (citado de memoria). La
novela es un cuento de narración lenta y expandida que satisface las
necesidades recreativas de losa hombres. Según se cree, los primeros
ensayos novelísticos surgieron en la antigüedad grecorromana. Del
período helénico se recuerdan las Fábulas milesias (al parecer esbozos novelescos de contenido licencioso) y principalmente las llamadas
novelas griegas o bizantinas, fabulosas historias de amor y aventura
protagonizadas por seres de belleza increíble expuestos a las peores
desgracias y fatalidades —raptos, naufragios, separaciones forzosas,
etc.— hasta llegar a un final feliz. Las Aventuras de Querea y Calirroe de Caritón de Afrodisia, es quizás la novela grecoalejandrina
más antigua de todas. En Roma, El satiricón de Cayo Petronio y El
asno de oro de Lucio Apuleyo, obras de la época imperial, son dos
ejemplos calificables como novelas, si consideramos la desenfadada
relación de personajes triviales y extravagantes y de ambientes callejeros y tabernarios, que nada tienen que ver con el tono exaltativo y
elevados modelos de la epopeya clásica.
La evolución del género quedó interrumpida en la Europa cristiana
durante mil años. No obstante, desde la temprana Edad Media, breves
narraciones en prosa, nacidas en distintos lugares de Asia, se extendían de país en país siguiendo la ruta hacia Occidente. Unidos por
un mínimo hilo argumental, los libros de apólogos se transformaron
más tarde en esquemas novelescos, cultamente escritos, que gozaron
de gran difusión por su amenidad didáctica y moralizante. La Dis274
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ciplina clericalis de Pedro Alfonso, por ejemplo, fue traducida del
latín a casi todas las lenguas vernáculas, convirtiéndose en auténtico
best-seller de la narrativa didascálica. Asimismo, mediando el siglo
XII, la amplia divulgación del roman en las cortes feudales produjo un
boom literario de considerables proporciones. Chrètien de Troyes es
el romancier que mejor trata en esos relatos versificados el mundo
maravilloso y simbólico de la caballería andante y el amor courtois:
Lancelot o el caballero del lago y Perceval o el cuento del Grial
son sin duda dos de las obras más afortunadas de toda la novelística
medieval, demostrado por el gran número de traducciones, adaptaciones y refundiciones posteriores.
El extraordinario éxito alcanzado por Chrètien de Troyes hizo que
pronto se popularizaran interesantes relatos en prosa centrados
en el misterio de la eucaristía y la intriga de amor, articulados en
novelas como Lanzarote, La demanda del Graal o La muerte del
rey Arturo, obras de las primeras décadas del siglo XIII, firmadas
por Gautier (o Walter) Mapp. Por ese tiempo las sagas son presentadas al público como registro objetivo de las cosas sucedidas, o
sea, como historia en el sentido prístino de la palabra. En Islandia,
la mítica Thule de los romanos, la ficción novelesca nace disfrazada
de historia, y aunque lo fantástico aparece en ellas, los escritores
prefieren ser tenidos por historiadores y no como demiurgos de
conflictos y personajes irreales. Siguiendo la técnica de los monjes
celtas, que habían logrado gran perfección en las leyendas y relatos
hagiográficos, los sagnamenn coadyuvan a la verosimiltud nombrando los archivos, los documentos, la evidencia oral disponible.
O citan a los cronógrafos, especialmente a Ari el Sabio, autor de un
libro de historia, el Islendingabök, del que se conserva un resumen
en latín medieval.
Las afirmaciones de los relatores sobre la procedencia erudita o sobre la oralidad de sus fuentes son meras estrategias retóricas de la
novela y el cuento. El narrador de sagas pretende ante todo dar un
aire de veracidad a la anécdota. La verosimilitud es una cualidad de
los géneros narrativos que consiste en crear la ilusión de realidad.
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No significa que el ambiente o los personajes de la obra sean reales
o verdaderos, sí que el lector crea en esa posibilidad. Hay verosimilitud, por ejemplo, en los simulacros veristas de los fabliaux
medievales, donde el efecto de realidad se emplea novelísticamente
para ridiculizar individuos y caracteres sociales, tanto como en el
viaje sobrenatural de Dante por los círculos y embudos del infierno.
De cualquier modo, este rasgo de la ficción tiene que ver con la percepción del narratorio en las distintas épocas. Llamamos narratorio
al receptor imaginario a quien está destinado el texto narrativo.
No se debe confundir con el lector real así como el narrador no se
confunde con el escritor que aparece en la portada del libro.
Decíamos que los relatores de sagas buscan hacernos creer que sus
historias son reales, no inventadas ni dudosas. También Cervantes y
Defoe van a insistir en que las aventuras de don Quijote y de Robinson
Crusoe son historia verdadera. La novela requiere de la ficción sin la
cual dejaría de serlo para convertirse en despacho noticioso. En las
sagas abundan casos insólitos y sucesos inusitados como en las visiones míticas y alucinadas de la vida cotidiana del realismo mágico. En
la Saga de Njal, se habla de espadas y lanzas que se rebelan y pelean
por sí solas contra los hombres:
La segunda noche, las espadas saltaron de las vainas en las
naves de Brodir y hachas y lanzas volaron por el aire y pelearon. Las armas persiguieron a los hombres. Estos quisieron
defenderse con los escudos [...]
A menudo se cuenta sobre muertos que se levantan, hablan y participan del mundo de los vivos. Grettir, en la saga que lleva su nombre,
mata en combate singular a un espanto que ronda por su casa:
Una noche, Grettir lo esperó y combatió con él. Rompieron
cuantos muebles había y salieron peleando al campo. Grettir tenía una espada corta y pudo matar a aquel muerto
que había vuelto a vivir [...]
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Algunas veces nos encontramos frente a episodios de hechicería,
magia y licantropía. En la Saga de Egill, hay hombres que se transforman en lobos y mujeres en pájaros. En la historia de Svarfathardel, los guerreros vikingos luchan contra los berserkrs, enemigos
implacables dotados de fuerza sobrehumana, que gritan en la batalla
y se convierten en osos. En las sagas conviven personajes históricos
con criaturas de la fantasía y el mito. En la Saga de Eirik el Rojo,
leemos cómo Thorfinn Karlsefni, quizás el primer europeo que intentó
colonizar seriamente América alrededor del año 1010, avista y trata
de cazar al hombre de un solo pie, el unípedo, ser fabuloso del Liber
monstrorum y otros bestiarios medievales:
Un día, por la mañana, Karlsefni y sus hombres vieron que
algo resplandecía en la parte más distante del claro. Aquello
se movió y resultó ser un Unípedo que se acercó brincando a
la nave [...]
De todas maneras, el narrador advierte que la historia emana de
alguna autoridad o de alguien que estuvo allí, a quien sucedió todo o
que todo lo vio con sus propios ojos. Dice por ejemplo: “Fue el propio
Karlsefni quien contó, con más lujo de detalles, la historia de todos
estos viajes que aquí hemos pormenorizado con alguna extensión”
(citado por Jones, 1961). Otras veces los relatores indican que cuentan lo que han oído hace tiempo o afirman que el asunto narrado es
traducción de lo que leen en un libro antiquísimo. Estamos ante un
auténtico ardid novelesco fácilmente discernible en aquellos relatos
contados según ciertos informantes, testimonios, manuscritos o
papeles inéditos a los que se hace mención. En El ingenioso hidalgo
Don Quijote de La Mancha y Cien años de soledad, tal es el caso.
Las sagas: historia y discurso
Para Serrano Poncela, una islendingasa es una narración “que ni
es novela ni es historia, ni novela histórica, ni historia novelada, de
aquí su singularidad como género literario” (1971: 137). La novela
es un cuento expandido donde se narran hechos imaginarios aunque
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verosímiles en mayor o menor detalle. En su nivel más general, la
novela tiene dos aspectos: es al mismo tiempo una historia y un
discurso.
Los personajes, la trama y la ambientación son los elementos que
pertenecen a la historia en tanto registro de un suceso imaginable.
El ambiente indica el tiempo y el lugar en que ocurren los hechos
relatados. Su estudio permite determinar los montajes espaciales y
cronológicos de la narración: linealidad, circularidad, retrospección,
etc. Tengan forma humana, animal o fantástica, los personajes son
las entidades figurativas que protagonizan las acciones: disfraces
sutiles del escritor, meras invenciones o copias más o menos fieles
de personas reales. Sin desconocer su proyección simbólica, su
consistencia psicológica o su dimensión histórica, los personajes se
reconocen por el rol o papel que cumplen en el curso de los acontecimientos, moviéndose en perpetuo intercambio de beneficios
y daños. El héroe es el personaje principal de la novela (en este
sentido, el vocablo héroe equivale a protagonista).
La trama es propiamente la parte narrable de la historia y se relaciona con la serie de acciones y episodios, enlazados entre sí, que
constituyen el argumento de la obra. La trama incluye dos tipos
de unidades básicas: los núcleos y las digresiones. Los núcleos son
dinámicos y tienen que ver con los eventos y secuencias matrices
de la novela. Así, por ejemplo, esta serie compone una secuencia
de núcleos narrativos: lo deseó + lo buscó + lo encontró (o no). Las
digresiones constituyen los segmentos estáticos (interpolaciones,
descripciones, desfases cronológicos...) que afectan el ritmo interno
de la narración: crean una atmósfera, provocan suspenso, señalan las
características de los personajes y el ambiente, etc. Estas unidades
inciden en la economía del relato y tienen la mayoría de las veces
una función accesoria o complementaria.
Como discurso, la novela está constituida por la totalidad de los
enunciados lingüísticos emitidos por el narrador frente al lector
virtual. Pero el discurso es más que la suma de las frases narrati278
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vas, descriptivas o dialogadas del texto. El discurso es el centro
de coordinación de la novela. Aquí lo que interesa es la técnica u
organización empleada por el novelista para hacernos conocer la
historia de una forma dada por la combinación de un elemento
de función nominal (correspondiente a la primera, segunda o
tercera persona) con un elemento de función verbal (en pasado,
presente o futuro).
La perspectiva del narrador, en el sentido visual de la expresión,
se organiza a partir de una distinción polar: desde afuera o desde
adentro. Por lo común, se suele emplear la tercera persona para
relatarnos los sucesos desde afuera, con conocimiento de todo
lo que los personajes hacen y piensan incluso en los niveles más
profundos de la conciencia (narrador omnisciente). En cambio,
la primera persona se considera la forma por antonomasia de la
visión desde adentro. En este caso, ordinariamente, el narrador es
igual a un personaje y puede desempeñar un papel estelar como
agente de la historia (narrador protagonista) o, al contrario, ser
tan solo un discreto observador de los hechos que transcurren
en torno a él (narrador testigo). La segunda persona es técnica
novedosa y supone una colocación ambigua: el narrador puede
estar dentro, como una conciencia que se habla a sí misma, o puede
estar fuera, como una voz que va contando los sucesos mediante
el uso apelativo o apostrófico del lenguaje. También el manejo de
los tiempos verbales es asunto de primer orden en la novela. Hay
prospección cuando la visión de los acontecimientos sigue el curso
del tiempo y retrospección cuando lo remonta.
En general, la primera persona está casi ausente en las narraciones
medievales, con la excepción de las facecias y cuentos de peregrinos y viajeros vagabundos, en que la ficción se ve reducida a su
condición más menguada: el embuste. Los profesionales del relato
literario usan la tercera persona. Las sagas están redactadas con el
método omnisciente. Quien cuenta no está dentro de la historia
ni habla sobre sí mismo. No toma al lector como confidente ni se
dirige al público. Narra ceñido al acontecimiento, y si penetra en la
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mente de un personaje, enseguida se aparta para observarle desde
afuera, rigurosamente separado de él: es la omnisciencia novelesca
en su mejor forma. Utiliza, sí, recursos variados como el diálogo y
el suspense para captar la atención del lector o del oyente. Escuchamos la historia de labios del narrador, en tercera persona, pero
oímos también, como en una escena, las voces de los personajes.
Son parlamentos lacónicos, esa concisa manera de decir las cosas,
típico en los personajes de las sagas. He aquí un ejemplo: el barco
de Bjarni Grimolfsson es arrastrado por el viento al Mar de Groenlandia y comienza a hundirse acribillado por un ejército de gusanos,
cuando echan a la suerte las plazas disponibles para escapar en el
bote salvavidas:
la fortuna decidió que el propio Bjarni, junto con la mitad de
la tripulación, ganara una plaza, y todos ellos abandonaron
el barco para ir en el bote.
Cuando estuvieron en él, un joven islandés que había sido
compañero de a bordo de Bjarni le preguntó: “¿Vas a dejarme
aquí, Bjarni?”
“Así ha de ser”, contestó Bjarni.
“Pero no es eso lo que prometiste cuando dejé la granja de mi
padre en Islandia para ir contigo”, dijo el joven.
“No veo ninguna otra salida”, dijo Bjarni. “¿Se te ocurre a ti
algo mejor?”
“Propongo cambiar nuestros puestos: que tú subas aquí y
que yo baje ahí”.
“Así se hará”, dijo Bjarni. “Puedo ver tu temor a la muerte”.
Asi que intercambiaron sus sitios. El islandés entró en el
bote y Bjarni volvió a bordo de la nave [...]
Se cita en estilo directo los discursos pronunciados por los actores
del relato, caracterizados por la economía de léxico (los breves
discursos de los interlocutores, que constituyen el diálogo, se
denominan réplicas). La historia está contenida en las réplicas de
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los personajes. El diálogo hace posible que veamos el suceso en el
momento en que se produce con los actores sorprendidos en el acto
de habla. Otras veces se mencionan los discursos y parlamentos sin
alterar la textura retórica de la narración. Esta técnica es diferente del diálogo y consiste en resumir en estilo indirecto lo que los
personajes piensan y dicen. De todas maneras, diálogos y réplicas
contribuyen a dibujar la idiosincrasia de los personajes, la mayoría
de ellos sacados de la realidad histórica y trasplantados al mundo
novelesco, como Eirik el Rojo, que estableció una colonia en Groenlandia en 985, o Leif Eiriksson, su hijo, que desembarcó en algún
punto de la costa norteamericana, donde crecían las uvas y el trigo
silvestre, entre los años 999 y 1000 de nuestra era.
Elaboradas en el crisol de la historia, en las sagas se huye del
lenguaje complejo y difícil de los skálds, poetas y compositores
islandeses de aquella época propensos a la oscuridad por el uso
extremado de metáforas y perífrasis herméticas, semejante al
arte preciosista de los trovadores provenzales. Por el contrario, el
narrador de sagas emplea un vocabulario relativamente sencillo.
La claridad de expresión y la neutralidad narrativa son características del género. Los relatores eligen la palabra adecuada, cuentan
con objetividad, con precisión de lenguaje, ajustándose a lo que
quieren decir y no toman partido ni a favor ni en contra de los
personajes y eventos de que se trata. Los juicios están a cargo de
los personajes, no del narrador, que ni opina ni moraliza. Las sagas
son relatos fluidos, escritos en lengua llana, vistos desde afuera
por el historiador, que se refugia tras un artificio de exposición
novelesco llevado a la práctica ejemplarmente, de entonces acá,
por autores como Flaubert o Pérez Galdós: la ilusión de que los
hechos se cuentan por sí solos.
Las sagas: historia y narratología
El viaje es una estructura épico-novelesca que implica la organización del material narrativo en forma episódica. En las jornadas
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heroicas, el protagonista marcha hacia la magnificación o hacia la
apoteosis, lógrelo o no, triunfe o fracase. Como tópico novelesco,
el viaje se desarrolla a partir del recorrido de un héroe itinerante
quien entra en contacto con otros personajes (ayudantes y oponentes) a medida que se desplaza por los ambientes del relato.
Sea como movimiento físico o como traslación vinculada a la
inteligencia evocativa u onírica del personaje, el viaje es uno de
los modelos ejemplares de la narratología o semiótica del relato:
estudio de las narraciones en sus técnicas y estructuras constitutivas independientemente de las substancias discursivas en que
se manifiestan. Lo que da carácter peculiar a la sagnaskemtan,
o relatos de sagas, es esa organización novelesca que nos lleva de
cuento en cuento, de peripecia en peripecia, sin perder el clásico
hilo narrativo, el mismo que se encuentra en germen en los relatos
de Odiseo ante los feacios enmarcados dentro de la estructura más
amplia de la epopeya homérica.
En los cantos y relatos de navegación de los ciclos bretón y celta,
abundan caballeros y monjes visionarios que viajan en busca de tierras míticas e islas bienaventuradas. Arthús, el buen rey cristiano,
viaja a curar sus heridas al país de las hadas, la isla de Avalón, en
barco que navega sin vela ni remos lejos del alcance de la muerte.
Cormac busca la copa de la verdad en constante travesía por mar y
tierra hasta el Jardín del Edén, la Llanura de las Delicias, el País de
le Eterna Juventud... más allá de las brumas del océano conocido.
En El viaje de san Brandán de Benedeit, el santo arriba después
de cinco años a una isla sostenida por cuatro columnas de oro, el
Otro Mundo, un lugar tranquilo y sin edad envuelto en música celestial. Conle el Rojo viaja a bordo de una nave de cristal por mares
y geografías exóticas tras una mujer inmortal que hace olvidar el
tiempo... También las sagas siguen el paradigma del viaje por mar
hasta tocar tierra (aquello que los griegos llamaban un periplo).
Pero en las sagas la acción transcurre en un mundo real, en épocas
y lugares definidos: Noruega, Islandia, las islas Orcadas, las Faroes,
las Hébridas, o en lugares distantes como Groenlandia y Vinlandia,
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la América visitada por los normandos. Se describe el paisaje, no
con el rigor de la exactitud geográfica, sí con el realismo que puede
infundir la imaginación. Esta es, por ejemplo, la topografía de las
tierras que Leif Eiriksson bautizaría con el nombre de Vinlandia
según se lee en la Saga de los groenlandeses:
Y finalmente dio con unas tierras cuya existencia nunca hubiera sospechado. Había allí campos de trigo silvestre, trigo
que se sembró a sí mismo, y vides y arces entre muchos otros
árboles [...]
Las sagas son historias sin aventuras caballerescas ni héroes
idealizados. En la mitología, los héroes son criaturas semidivinas,
exceden a los demás por sus facultades sobrenaturales aunque se
hallan expuestos a las potencias superiores del destino y la muerte.
A ellos se atribuye el ideal de civilización, la redención del mundo
y aun el origen de los usos y costumbres de los grupos sociales. A
veces desafían la voluntad de los dioses como Prometeo que robó
el fuego para ayudar a la humanidad, o el Coyote de algunos mitos
norteamericanos, que hizo lo mismo. En el contexto de la épica clásica y medieval, el héroe aparece como actor principal de cantos de
navegación y relatos de guerra, conquista y formación de pueblos.
Como producto cultural, el héroe es el exponente concreto en la obra
de algunos de los valores más fuertemente estimados en una época
o en una civilización dada, que proyecta en él sus propios ideales.
Para la nobleza feudal, el heroísmo es el centro de una actividad
relacionada con las contiendas y las operaciones de combate. En su
aspecto material, de acuerdo con Curtius (1975), el ideal heroico
medieval cristaliza en el valor militar, el talento bélico, la fortaleza
física y la destreza en la batalla. Roldán, el Cid, Sigfrido y Beowulf
son representantes conspicuos de los modelos heroicos de la Alta
Edad Media.
En la novela el héroe se desacraliza y pasa a identificarse con el
personaje principal de la narración. Durante el siglo XIII, surgen
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curiosos intentos por novelar las duras empresas de los héroes de
la antigüedad grecolatina adaptadas al ordo medieval. Los romans
de Alejandro y Eneas son los mejores ejemplos. Asimismo, se acrecen los héroes de ficciones sentimentales mezcladas con la intriga
y el misterio, cuyos modelos serían Tristán e Isolda y su obsesiva
y trágica historia de amor. Galaad, Gawain, Bohort, Yvain y demás
paladines de la Tabla Redonda, son protagonistas de novelas que
actúan envueltos en una aureola mística para cumplir con una alta
misión llena de magia y sobrenaturalidad religiosa. En Sir Gawain y
el caballero verde (anónimo) o en Yvain o el caballero del león
de Chrètien de Troyes, hallamos dos magníficos ejemplos de perfección y maravillas caballerescas provenientes del ciclo de leyendas
del reino de Arturo. En cambio, los héroes de las sagas son seres
matizados, jamás encarnaciones del bien o del mal, más acorde con
la realidad humana. No alcanzan dimensiones fantásticas. Están
gobernados por los sentimientos de fama y fortuna pero aceptan
el destino y la muerte con naturalidad y mirándolos de frente, tal
como se infiere de sus propias palabras:
Thorvald preguntó a sus hombres si alguno había resultado
herido. Todos ellos contestaron que habían salido ilesos de
la batalla.
“Tengo una herida en la axila”, dijo entonces Thorvald. “Una
flecha voló entre la borda y mi escudo y se detuvo bajo mi
brazo. Es la flecha que me llevará a la muerte [...]
Esta una de las versiones de la muerte de Thorvald Eiriksson, hijo
de Eirik el Rojo (en otras, una flecha le alcanza en la ingle). En el
sistema literario de las islendingasögur, los héroes se desplazan
de una historia a otra con frecuencia inusitada. Son personajes que
aparecen y reaparecen. En una saga son protagonistas incontrovertibles, conocemos sus antecedentes familiares y sus descendientes,
y en otras los vemos de perfil, como figuras adyacentes a los hechos
principales. Son varios destinos individuales que se entremezclan
en una gran crónica de linajes y familias, algo análogo, si se quiere,
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al universo literario de Balzac, que agrupa extensas narraciones
en una gran obra novelesca, La comedia humana, donde quedará
patentada magistralmente la técnica de los personajes que reaparecen. Cada figura de las sagas es vista desde afuera en su dimensión
real y a la vez diluida en una vaga atmósfera de fabulación y lejanía.
Los historiadores casi no usan la etopeya (con la cual se describe
sólo el carácter o las cualidades morales de una persona) pero sí la
prosopografía y más aún el retrato o descripción de los personajes
atendiendo a sus características físicas y morales en un solo enfoque.
En la Saga de Eirik el Rojo dice:
Leif era alto y fuerte, de impresionante apariencia y de conducta casi siempre moderada [...] Gudrid era una mujer muy
bien parecida, era inteligente y sabía bien como comportarse
entre extraños [...]
El narrador da unas pocas apreciaciones de su fisonomía y su carácter pero ni condena ni elogia. Los personajes están recreados
únicamente mediante sus propios discursos y acciones. Así, por
ejemplo, sabemos que Gudrid rechaza los encantamientos de la
sibila de Groenlandia. El historiador no lo dice. Lo da a entender
sólo a través de los actos y las palabras del personaje de la misma
manera que han hecho algunos buenos novelistas modernos como
Hemingway.
Como observa Casariego (1993), a veces distintos narradores
cuentan la misma historia en una especie de contrapunteo narrativo avant la lettre. Se logra con ello la multiplicación del
punto de vista en torno a un acontecimiento único, rotándose los
distintos narradores ante el lector. Frecuentemente se nos dice:
“unos cuentan las cosas de esta manera, otros de otra...” Pero
el interés se centra en la trama, en la acumulación de historias
encadenadas y emocionantes contadas en sucesión lineal, una
detrás de la otra. De manera que una vez que termina la primera
comienza la segunda, y así sucesivamente, como en la Saga de los
groenlandeses, donde los hijos de Eirik el Rojo parten de forma
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consecutiva hacia Vinlandia y cada uno de los viajes proporciona
la base a las respectivas narraciones.
También el hilo de Ariadna de la trama recorre a menudo otros senderos. Para Tomachevsky, en esencia, “la novela, como gran forma
narrativa, no es en general más que la unión de varios cuentos”
(1992: 187). La intercalación es un procedimiento narratológico
que consiste en la inclusión de una o más historias dentro de otra
principal. Son ejemplos los episodios novelescos de la muerte de
Atli en la Saga de Grettir y la venganza de Hallgerd la Hermosa
contra Gunnar en la Saga de Njal. En la Saga de Eirik el Rojo, la
aventura intercalada de Thorfinn Karlsefni está tan bien detallada
que podría dársele el nombre de la Saga de Karlsefni. Y dentro
de ésta hallamos el relato de Bjarni Grimolfsson, que se unió a la
expedición de Karlsefni y murió inopinadamente en el mar de los
gusanos. He aquí la vieja técnica del cuento dentro del cuento, la
historia dentro de la historia, una narración principal que engloba
dentro de sí un conjunto de narraciones (como el Sendebar y el
Panchatantra orientales) repetida después por Chaucer, Boccaccio y en general por los novellieri italianos en las colecciones de
cuentos de la narrativa menor postmedieval.
Las sagas son historias de viajes que pueden andar hacia atrás o
hacia adelante en el tiempo. Habitualmente el viaje es lineal aunque
no es raro encontrar saltos y rotaciones cronológicas. No siempre
la historia marcha en un perfecto ajuste entre la sucesión de los
hechos y el avance del tiempo. El pasado es el momento axial de
la narración. Pero a veces los acontecimientos nos llegan a través
de fragmentos que corresponden a distintos instantes del pasado.
En unos casos, la anécdota retrocede para exponernos hechos aparentemente banales que después cobran relevancia. En otros, se
anticipa y entonces comprendemos por adelantado un suceso que
parece oscuro o insignificante.
En los diseños del relato moderno, el quebrantamiento de la linealidad constituye por sí solo un ostensible rasgo innovador. Una saga
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puede llegar a ser un auténtico cruce de caminos sin menoscabo
de la fluencia narrativa. A menudo, cuando la intriga llega a un
punto elevado, el narrador la difiere y pasa a contar otros hechos,
por ejemplo las aventuras de un personaje distinto, para luego ir
reuniendo hábilmente las diversas anécdotas en una sola. A cada
paso nos refieren dos o más historias de forma alternada, de modo
que se empieza con una de ellas, se interrumpe y se cuenta otra, se
vuelve a interrumpir y se sigue con la primera, y así hasta el final.
En la saga precitada, las historias de Eirik y Gudrid se yuxtaponen
hasta que se encuentran en un punto de la narración. Se trata de
lo que Barthes (2001) llama historias en zig-zag (procedimiento
que se hará normal en aquellos tejidos narrativos modernos que
han perdido todo nexo con la literatura oral). El desarrollo en línea
paralela de dos o más relatos situados tiempos y lugares diferentes
es técnica revolucionaria en las novelas de Faulkner. Cortázar lo
hará a nivel de maestría en cuentos como La noche boca arriba o
Todos los fuegos el fuego.
Las sagas: preeminencia de la historia
Borges (1982) ha observado que la invención de la prosa novelesca
por los historiadores islandeses e uno de los hechos más originales
de toda la literatura. Esto contradice las tesis que relacionan el
surgimiento y la expansión del género con el ascenso de la clase
burguesa. Las sagas nacieron en un medio aristocrático. En realidad,
los sagnamenn no pretendieron escribir novelas pero “sus métodos
fueron reinventados independientemente por los grandes novelistas
después de siglos de tanteo e incertidumbre”, como apuntó W.P.
Ker, citado por Borges.
Las formas novelescas occidentales han conocido varias épocas de
auge y decadencia. La difusión del género aumentó de manera hasta entonces imprevisible a partir de la invención de la imprenta a
mediados del siglo XV. De inmediato pasan a ser objeto de consumo
masivo las narraciones de caballeros andantes (Amadís, Tristán,
Cifar, etc.) que van por el mundo en busca de aventuras fantásticas
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sujetos a un rígido código moral. Luego la novela pastoril se afirmó
como reacción contra los abusos y extravíos aventureros de los libros
de caballería, idealizando la vida de pastores enamorados cuyos
hechos y cometidos se ubican en un ambiente artificial y apacible:
el locus amoenus. Poco después la picaresca sentó las bases de la
nueva forma narrativa, al convertir en novela las ficciones autobiográficas de unos antihéroes cínicos y desvergonzados capaces
de todo tipo de engaños para burlar la miseria y el hambre sin que
le inquieten escrúpulos de ninguna clase.
La consagración de la novela moderna se sitúa en los inicios del
siglo XVII con la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. La gran propagación continúo en la centuria
siguiente como resultado de las experiencias periodísticas, los
aportes decisivos del relato autobiográfico y la incorporación de
la técnica narrativa epistolar. Por primera vez la novela abre el
camino a un material literario novedoso en que la aventura y lo fantástico son sustituidos por la intimidad y el análisis introspectivo.
La plena expansión del género llegó en el siglo XIX con el advenimiento del romanticismo y el realismo (y junto con ellos muchos
de los mejores autores de todas las épocas: Scott, Hugo, Balzac,
Flaubert, Dickens, Tolstoi, Dostoievsky, etc.). Aparecen las grandes narraciones románticas basadas en una nueva concepción
del pasado histórico, lo idílico, lo fantástico, lo social, lo utópico,
que rompen con las limitaciones impuestas por el análisis de
caracteres y los adocenados conflictos pasionales y morales de la
novela psicológica. Con el realismo, los subgéneros novelescos se
multiplicaron enseguida. La novela pasó a ser reflejo de las nuevas formas de la vida burguesa. Los escritores adoptaron como
principios la objetividad, la sobriedad del lenguaje, la descripción
pormenorizada de las costumbres, personajes y conflictos de las
clases medias urbanas. La novela sirvió para exponer una tesis con
sentido crítico y sin idealizaciones de ningún tipo y para ahondar
en las profundidades del alma humana con una particular visión
de lo ético y lo religioso.
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El siglo XX significó para la novela una completa revolución en el
tratamiento de las técnicas narrativas. Historias que se funden
en el fluir de la memoria y el tiempo. Novelas que transcurren
sujetas a un monólogo interior con los rasgos de discontinuidad
espacial, ruptura temporal y ausencia de relación lógica en los
hechos. Relatos sin signos de puntuación que reproducen en
la escritura las características de la conciencia y del material
psíquico en su nivel anterior a la expresión hablada. Sin duda,
la técnica con que el novelista opera evolucionó hacia un hermetismo narrativo justificado muchas veces por sus novísimos
temas y contenidos: nihilismo y angustia existencial, obsesión
y sentido metafísico del tiempo, exploración de zonas no conscientes de la personalidad, entre otros aspectos, unidos a un
virtuosismo lingüístico a menudo llevado al extremo (como en
Proust o Joyce, por ejemplo).
Sin embargo, desde las novelas griega y latina de los siglos I y II
hasta los experimentos formales y estilísticos del siglo XX, hay
una sola cosa en la que todos los consecuentes lectores de novelas
parecemos estar de acuerdo: en que la expectativa principal, hágase
lo que se haga en otros aspectos, es recibir una historia, buena o
mala, realista o maravillosa, de contenido social o psicológico, pero
siempre historia. Los islandeses asistían al althing a escuchar la
lectura (pocos sabían leer), a entretenerse oyendo historias en
las largas veladas de los inviernos boreales. Los personajes eran
reconocibles y afamados, el teatro de los hechos coexistente y de
fácil ubicación, la anécdota cautivante y puesta bajo la garantía
de lo verosímil. Entre muchos relatos fascinantes, leemos cómo
en algún lugar de Vilnandia los vikingos y los skraelingar (algonquinos o esquimales tal vez) protagonizan, sin nadie saberlo,
un acontecimiento para los anales de la historia real y verdadera:
el encuentro y la primera batalla campal entre europeos y americanos, narrado con todos los recursos de la prosa novelesca bajo
control y sabiamente aplicados:
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[...] Pero una mañana miraron en torno y distinguieron
nueve pequeñas embarcaciones de cuero. Los hombres que
iban en ellas agitaban palos que producían un sonido semejante al que hacen los mayales desgranando centeno. El
movimiento de los palos seguía el camino del sol.
Karlsefni preguntó: “¿Qué puede significar esto?”.
“Bien pudiera ser una señal de paz”, respondió Snorri. “Cojamos un escudo blanco y vayamos con él a su encuentro”.
Así lo hicieron. Los recién llegados remaron hacia ellos y los
miraron con asombro cuando llegaron a tierra. Eran pequeños y de fea apariencia y su pelo descuidado. Tenían ojos
grandes y anchos pómulos. Se quedaron donde estaban durante un rato, maravillándose, y luego se alejaron remando
hacia el sur y rodearon el promontorio [...]
Los skraelingar no dieron señales de vida durante tres semanas enteras. Pero a su término los hombres de Karlsefni vieron un enorme número de embarcaciones que se
acercaban desde el sur, derramándose como un torrente.
Esta vez blandían los palos en la dirección opuesta a la que
sigue el sol y todos los skraelingar aullaban. Karlsefni y
sus hombres alzaron entonces escudos rojos y avanzaron
hacia ellos. Cuando se produjo el choque nació una feroz
batalla [...]
Nada de dilaciones ni de prédica social. Nada de examen introspectivo, ni de disquisiciones estéticas ni exhortaciones moralizantes.
Nada de exhuberancias verbales. El narrador centra el interés sobre la anécdota, sobre lo que está ocurriendo, elige la frase justa
y la distancia adecuada, y sitúa en primer plano lo que ha sido en
todos los tiempos del arte de la historia y la novela: contar cosas
y sucedidos.
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Referencias
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Coyoacán.
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Casariego Córdoba, A. y P. (1993). Saga de los groenlandeses. Saga de
Eirik el Rojo. Madrid: Siruela.
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México: FCE.
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Serrano Poncela, S. (1971). La literatura occidental. Caracas:
Biblioteca de la UCV.
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