SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS

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SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
La caja de Pandora
Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando nuestro mundo se hallaba en la infancia,
había un niño llamado Epimeteo, que nunca había tenido padre ni madre, y para que no
estuviera solo, otra niña, procedente de un lejano país, y que se llamaba Pandora, fue
llevada a vivir con él.
La primera cosa que vio Pandora al entrar en la casa en que vivía Epimeteo, fue
una gran caja, y casi inmediatamente después de haber atravesado el umbral, preguntó
qué había en ella.
—Mi querida Pandora —contestó Epimeteo —es un secreto. La caja fue dejada
aquí, para que estuviese bien guardada; y yo mismo no sé lo que contiene.
—Pero ¿quién te la dio? —preguntó Pandora — ¿De dónde procede?
—Una persona de aspecto risueño e inteligente la dejó ante la puerta antes de que
llegaras tú; y según vi, apenas podía contener la risa al hacerlo.
—Ya lo conozco,—dijo Pandora pensativa—era Mercurio. Éste fue quien me trajo,
y sin duda hizo lo mismo con la caja. Estoy segura de que es para mí, y probablemente,
contiene hermosos trajes y juguetes o bien una golosina.
—Es posible—contestó Epimeteo alejándose—pero hasta que Mercurio regrese y
nos autorice para ello, no tenemos el derecho de abrirla.
— ¡Qué muchacho tan tímido! —murmuró Pandora, cuando el niño salía de la
casita. —Me gustaría que fuese más animoso.
Y en cuanto Epimeteo se marchó, la niña se quedó mirando el objeto que había
despertado su curiosidad.
Las esquinas de la caja aparecían talladas con mucho arte y primor. En los lados
había figuras muy graciosas de hombres, mujeres y lindísimos niños. La cara más bonita de
todas había sido esculpida en alto relieve, en el centro de la tapa. Ninguna otra
particularidad se advertía, exceptuando la obscura y lisa riqueza de la madera
pulimentada y el rostro del centro con unas guirnaldas de flores sobre sus cejas.
La caja permanecía bien cerrada y no por una cerradura u otro medio semejante,
sino con una cuerda de oro cuyos dos extremos estaban atados de un modo tan
complicado, que, probablemente, nadie habría logrado deshacer el nudo. Y, sin embargo,
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precisamente al ver tal dificultad, más deseos sentía Pandora de examinarlo, a fin de
averiguar cómo había sido hecho.
—Creo—se dijo—que ya sabré des-hacerlo y luego atarlo otra vez, y como de ello
no ha de resultar ningún daño…
Ante todo, trató de levantar la caja. Elevó un lado algunos centímetros y la dejó
caer, produciendo algún ruido. Un momento después le pareció oír que dentro se removía
algo. Aplicó el oído y escuchó. Sin duda alguna se percibía dentro algo así como murmullos
apagados.
Y al retirar la cabeza, sus ojos se clavaron en el nudo de la áurea cuerda.
—No hay duda de que quien hizo este nudo es persona muy ingeniosa, se dijo —
pero me parece que lo podré deshacer.
Entretanto los brillantes resplandores del sol atravesaron la abierta ventana. Pandora se
detuvo para escuchar, pero al mismo tiempo e inadvertidamente, retorció algo el nudo, y
con gran sorpresa vio que la cuerda de oro se había desatado por sí misma, como por
magia.
— ¡Que cosa tan extraña! —exclamó la niña. — ¿Qué dirá Epimeteo? — ¿Sabré
hacer otra vez el nudo?
Hizo una o dos tentativas para conseguirlo, pero pronto vio que tal intento era muy
superior a su destreza. Así, pues, nada podía hacer, sino dejar la caja desatada hasta el
regreso de Epimeteo.
Entonces la niña pensó que su amigo creería que había mirado el interior de la
caja, y no siéndole posible evitar que así se lo figurara, se dijo que lo mejor era justificar
tal sospecha satisfaciendo su curiosidad… No habría podido asegurar si era ilusión o no,
pero le parecía que algunas voces murmuraban dentro de la caja:
— ¡Déjanos salir, querida Pandora, déjanos salir! ¡Seremos para ti muy buenos
compañeros de juego! ¡Oh, déjanos salir!
— ¿Quién será? —Pensó Pandora. — Sin duda hay alguien vivo dentro. Sí,
seguramente. Voy a dar una mirada, sólo una y luego volveré a cerrar.
Pero ya es tiempo de que veamos lo que hacía Epimeteo.
Aquella era la primera vez, desde que llegara su compañera de juegos, que había
tratado de divertirse solo, pero como se aburría, decidió interrumpir sus juegos y volver a
donde estaba Pandora. En el momento en que iba a entrar en la casita, la mala niña tenía
la mano a punto de levantar la tapa de la caja, y Epimeteo la vio. Si él la hubiera avisado
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dando un grito, Pandora, probablemente, habría retirado la mano de la caja; y tal vez no
fuera conocido aún el fatal misterio que guardaba.
Cuando Pandora levantó la tapa, el aire se obscureció porque una nube negra salió
de ella y se extendió ante el sol, ocultándolo completamente. Luego, durante algunos
instantes, se oyó un murmullo y una serie de gruñidos que pronto se transformaron en un
fragor parecido al estampido del trueno… Pero Pandora, sin hacer caso de ello, acabó de
levantar la tapa de la caja y miró a su interior.
Pareció como si una multitud de seres alados pasaran rozándole el rostro, huyendo
del encierro, y en el mismo instante oyó la voz de Epimeteo que exclamaba en tono
lastimero, como si experimentara algún dolor:
— ¡Oh, me han picado! ¡Me han picado! ¡Perversa Pandora! ¿Por qué has abierto
esa maldita caja?
La niña dejó caer la tapa e incorporándose miró a su alrededor para ver qué le
había ocurrido a Epimeteo. La nube que se había formado obscureció de tal modo la
habitación que apenas podía divisarse lo que en ella había. Pero oyó un desagradable
zumbido, como si por allí revolotearan enormes abejorros. En cuanto sus ojos se hubieron
acostumbrado a la imperfecta luz que reinaba, vio un enjambre de feas y asquerosas
figuras provistas de alas de murciélago y armadas de terribles aguijones en sus colas, una
de las cuales fue la que picó a Epimeteo. Pocos instantes después también Pandora
empezó a quejarse, pues sentía no menos dolor y miedo del que experimentara su
compañero de juegos, pero sus quejas fueron más ruidosas que las de Epimeteo. Un
repugnante y ruin monstruo se posó en su frente, y la habría herido tal vez de gravedad si
Epimeteo no lo hubiera impedido.
Ahora, si desea saber el lector quienes eran aquellos feos seres evadidos de La caja
en que estaban prisioneros, le diremos que formaban la familia completa de los males.
Había malas Pasiones, muchas especies de Cuidados, más de ciento cincuenta Dolores y
Tristezas, gran número de Enfermedades y, en fin, más formas de Maldad de lo que es
dable imaginar. Entretanto no sólo Pandora, sino también Epimeteo, habían sido
gravemente picados y sufrían mucho, cosa que les parecía tanto más intolerable, cuanto
que era el primer dolor que sentían desde que existía el mundo. Por esta razón estaban de
muy mal humor y muy disgustados uno de otro.
Epimeteo se sentó en un rincón dando la espalda a Pandora y ésta, por su parte, se
dejó caer al suelo, apoyando la cabeza sobre la fatal y abominable caja. Lloraba
amargamente como si su corazón fuera a destrozarse.
De pronto se oyó un golpecito procedente del interior de la caja.
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— ¿Quién podrá ser? —se preguntó Pandora, levantando la cabeza. En cuanto a
Epimeteo, o no había oído el golpe, o estaba demasiado preocupado para hacer caso de
él. Sea como fuere, no contestó.
— ¿Por qué no me hablas? —exclamó Pandora sollozando
Y entonces se oyó nuevamente el golpecito, procedente del interior de la caja. Era
tan suave que parecía como si lo dieran los dedos de un hada.
— ¿Quién eres? —preguntó Pandora sintiendo aún cierta curiosidad.
Una vocecita dulce contestó a sus palabras, diciendo:
— ¡Levanta la tapa y lo verás!
—No, no—contestó Pandora echándose a llorar de nuevo. —Ya estoy
escarmentada de haber abierto la caja. ¡Ya que estás encerrada, no saldrás!
Y miró a Epimeteo mientras hablaba, solicitando su aprobación a lo que acababa de decir.
Pero el muchacho sólo murmuró que tal prueba de buen juicio era tardía.
— ¡Ah! dijo nuevamente la dulce vocecita —obrarás bien dejándome salir. No soy
como esos monstruos que tienen aguijones en la cola. Ven, hermosa Pandora. Estoy
segura de que me dejarás salir.
Y había un encanto tal en el tono de aquella voz, que casi era imposible negarse a
lo que pedía. Pandora, al oiría, sentía disiparse su tristeza y Epimeteo, que continuaba en
su rincón, volvió la cabeza mostrando en su aspecto mejor humor que antes.
—Querido Epimeteo—exclamó Pandora, — ¿has oído esa vocecita?
—Sí, contestó él, todavía malhumorado—y ¿qué?
— ¿Te parece que abra otra vez la caja?
—Obra como quieras —replicó Epimeteo. —Después de lo hecho ya no importa
que repitas tu imprudente acción.
—Podrías hablarme con alguna mayor bondad —murmuró la niña enjugándose los
ojos.
— ¡Si estás deseando verme!—gritó la vocecita, dirigiéndose a Epimeteo. —Ven,
querida Pandora, abre porque tengo gran prisa por consolarte.
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— ¡Epimeteo! —exclamó Pandora —Suceda lo que quiera, estoy resuelta a abrir la
caja.
—Y, como la tapa parece muy pesada, —dijo el niño atravesando la habitación —
yo te ayudaré.
Y así los dos niños unieron sus fuerzas para abrir nuevamente la caja. Salió de ella
un personaje sonriente, cuyo cuerpo parecía formado con rayos de sol.
Empezó a revolotear por la estancia, iluminando los lugares en que se posaba. Se
llegó a Epimeteo, y tocó ligeramente con uno de sus dedos el lugar donde le había picado
el Dolor y en el acto el niño dejó de sentir sufrimiento alguno. Luego besó a Pandora en la
frente y el daño que le causara el Mal fue también inmediatamente curado.
— ¿Quién eres, hermosa criatura?— exclamó Pandora—
—Soy la Esperanza —contestó el brillante ser.
—Tus alas tienen el color del arco iris —añadió la niña. — ¡Qué hermosas son!
—Sí, son como el arco iris —dijo la Esperanza —porque aun cuando mi naturaleza
es alegre, estoy formada de lágrimas y de sonrisas.
— ¿Querrás quedarte para siempre a nuestro lado? —preguntó Epimeteo.
—No me moveré mientras me necesitéis —contestó la Esperanza sonriendo. —No
os abandonaré mientras viváis en el mundo. Sí, queridos niños, sé que más tarde os será
otorgado un don inapreciable.
— ¡Oh, dinos cual!
—No me lo preguntéis —repuso la Esperanza poniéndose un dedo en sus rosados
labios. —Pero no desesperéis, aun cuando nunca gozaseis en esta vida de la felicidad que
os he anunciado. Creed en mi promesa, porque es verdadera.
— ¡Creemos en ti! —gritaron a coro Epimeteo y Pandora.
Y así lo hicieron, y no solamente ellos, sino que también todo el mundo ha
confiado en la Esperanza, que desde entonces vive en el corazón de los hombres.
Tal es el poético ropaje con que la imaginación griega ha vestido la caída de los
progenitores del linaje humano, que con diversas formas se nos presenta en las
tradiciones y mitos de los pueblos antiguos.
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El mito de Eurídice
Los árboles del otoño estaban inmóviles y los pájaros habían interrumpido sus
trinos; Orfeo, el músico más grande entre los mortales, cantaba la celebración de sus
bodas con la hermosa doncella Eurídice.
Después de la ceremonia, todos los seres de la naturaleza miraban a la pareja
pasearse a través del campo abierto. Repentinamente, Eurídice lanzó un grito y luego cayó
al suelo mientras una serpiente venenosa se escapaba por entre la hierba. Orfeo, gritando
el nombre de su esposa, trató de abrazarla, pero ya era demasiado tarde. El veneno había
inundado las venas, y su dulce alma había descendido a la oscuridad.
Con la muerte de Eurídice, Orfeo quedó anonadado por la pena, e incluso los
árboles y las fieras salvajes se lamentaban con él cuando, con cantos, recordaba su
pérdida. Así llegó el día en que, no pudiendo soportar más tanta tristeza, decidió partir
hacia el Averno en busca de Eurídice.
Caronte transportó a Orfeo a través del tenebroso pantano del Estigio, ese oscuro
río que separa el reino de los vivos del de los muertos. Luego Orfeo, con una antorcha en
la mano, se adentró por regiones profundamente oscuras, plagadas de los ecos de
horrendas voces que resonaban a través de paisajes cavernosos en donde flotaban los
espectros de los muertos y los fantasmas que allí habitaban.
A tientas, por un camino oscuro e inclinado, fue descendiendo. A su paso encontró
a las Furias de rostros marchitados y formidables cuerpos. Al Cancerbero, perro de tres
cabezas, guardián del palacio de Plutón y Proserpina, quienes se conocían como los
señores de los muertos.
Cuando Orfeo llegó al brumoso salón del trono y se encontró ante el rey y la reina,
se postró de rodillas.
- Bienvenido, Orfeo –dijo Plutón-. Levántate y cántanos las razones de tu presencia.
Orfeo comenzó a acariciar la lira, y con su más bella voz, entonó el canto de su perdido
amor:
Permitidle volver conmigo.
Tal vez regrese a vosotros.
No me la deis;
Tan sólo prestádmela, os lo ruego.
Mientras Orfeo cantaba con su dulce voz, lágrimas de hierro corrían por las mejillas
de Plutón. Las lágrimas también brotaban de los ojos vacíos de los pálidos espectros y
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fantasmas. Y las Furias, inclinando sus torturadas frentes, lloraron por primera vez en su
vida. Hasta el can de tres cabezas lloró; y lloró también el barquero del río Estigio. Todos
dejaron de hacer lo que estaban haciendo para sollozar por la pareja acabada tan
tempranamente.
Después de secar sus lágrimas, Plutón y Proserpina hicieron llamar a la esposa de
Orfeo; pero de nuevo se humedecieron sus rostros cuando, una vez llegada al salón del
trono, y agotada por su fatal herida, exclamó:
- ¡Orfeo, has venido por mí!
Mientras la acercaba a él y escondía su rostro contra ella, Orfeo pudo percibir el
perfume dulce de las flores que aún tenía entretejidas en sus cabellos.
- Eurídice puede volver contigo –dijo Plutón-, pero sólo con una condición: que no
voltees a mirarla durante tu viaje de regreso. Debes confiar en que te estará siguiendo.
Hasta que ambos no se encuentren de nuevo en la Tierra, no debes mirar hacia atrás, o tu
viaje habrá sido en vano.
Orfeo aceptó satisfecho una condición que parecía muy sencilla, y luego de
agradecer a los amos del país de los muertos, comenzó su incursión hacia la tierra a lo
largo del escarpado y oscuro camino, mientras Eurídice lo seguía. Con la determinación de
no mirar hacia atrás, dejó que su esposa pasara al lado del perro guardián, de las Furias
con sus cabelleras de sierpes, y que luego tomara los lúgubres pasajes poblados de
espectros y fantasmas. Cuando el humo de su antorcha penetró el aire profundamente
oscuro, y cuando la caverna se llenó de horribles gritos, Orfeo anheló poder mirar hacia
atrás para confirmar que Eurídice estaba bien; pero, recordando la advertencia de Plutón,
aguantó su deseo.
Por último, después de que el barquero lo hubo conducido a través del fosco río
Estigio, Orfeo divisó un raudal de luz que penetraba por la puerta del Tártaro. Esperó
hasta haber salido de la oscura caverna de la muerte, y luego se dio vuelta para mirar a su
amada. Sin embargo, Orfeo había olvidado que, para obedecer la advertencia de Plutón,
ambos debían estar fuera del Averno antes de que él pudiera mirarla de nuevo; entonces,
en cuanto sus ojos se posaron en el dulce y hermoso rostro de Eurídice, ésta expresó un
“Adiós”, y luego desapareció en el negro abismo.
Orfeo corrió en pos de Eurídice, pero espectrales fantasmas le impidieron el paso.
Le suplicó al barquero que lo llevara de nuevo al país de los muertos, pero éste hizo caso
omiso a sus ruegos. No hubo nada que hacer; no pudo regresar, ni Eurídice pudo volver a
él. Se había internado en el más allá de nuevo, y esta vez para siempre.
El enamorado dejó la orilla del río Estigio y se arrastró hasta lo más alto de una
verde colina azotada por los vientos, y allí lloró y se lamentó. Pero sus lamentos pronto se
fueron convirtiendo en bellos y lastimeros cantos. Y he aquí que, a medida que iba
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cantando, los árboles se le iban acercando: un roble de robustas ramas cargadas de
bellotas, un sauce que crecía junto al río, un resplandeciente abeto plateado, un arce rojo,
un limonero, un laurel y un tilo. Todos estos árboles protegieron a Orfeo del áspero viento
y de los rayos ardientes del sol, mientras oían su triste y hermoso cantar.
Eco y Narciso
Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla
incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de
los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera,
furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar y solamente repetir el final de
las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar,
recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él
nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y
así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado.
Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las
muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino,
siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le
rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a
las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y
quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.
Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos
más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista,
hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su
presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el
camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando
Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí… me sigues… -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba,
habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como
la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron
entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa… pero
su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del
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amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció
quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que
le había oído… “qué estúpida… qué estúpida… qué… estu… pida…”. Y dicen que allí se
consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la
cueva…
Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis… y así, Némesis, diosa griega que
había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que
había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso
recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se
encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había
predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente.
Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien
cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación.
Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió
ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una
nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos,
reflejándose siempre en ellos.
El mito de Teseo y el Minotauro
El Rey Minos, de Creta, tenía varios hijos: Ariadna, Fedra, Glauco, Catreo, pero su
predilecto era Androgeo, joven fuerte y vencedor en el gimnasio y la palestra.
Cuando en Atenas se organizaron los juegos en honor de Palas Atenea, se
reunieron los mejores atletas griegos, y allí partió Androgeo, para medirse con los más
fuertes paladines de la Hélade, con el beneplácito de Minos, quien esperaba a su hijo
regresar con la corona del triunfo.
El joven príncipe logró vencer en todas las pruebas a sus rivales, los mejores
campeones de la ciudad. Pero los atenienses, en lugar de vitorearlo, hicieron recaer su
furia sobre él, por haber derrotado a sus luchadores, y esa misma noche le dieron muerte.
Al recibir la noticia el Rey Minos, sintió un inmenso dolor, pero inmediatamente se
despertó en él un irrefrenable deseo de venganza, y marchó con un numeroso ejército a
sitiar a Atenas, hasta que logró que se rindieran incondicionalmente, e impuso
condiciones y penas terribles.
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Entre sus condiciones, estableció que durante nueve años, los atenienses debían
enviar a la isla de Creta a siete robustos jóvenes y a siete doncellas, quienes serían las
víctimas que se ofrecerían para ser devorados por el minotauro.
El minotauro, mitad hombre y mitad toro, vivía en un laberinto, cercano a Cnosos, capital
de Creta. Estaba encerrado en dicho laberinto y se alimentaba de carne humana, de
esclavos y prisioneros de guerra, así como los jóvenes atenienses, que enviaba el rey
Minos.
Año a año, llegaban los mensajeros de Creta a elegir a sus víctimas.
Al tercer año, un joven y gallardo joven hijo del rey ateniense Egeo, llamado Teseo,
se ofreció voluntariamente, pues se consideraba capaz de enfrentar y dar muerte al
minotauro.
Al enterarse el Rey Minos, expresó:
- Como miembro de la familia real estás eximido de ir como víctima. Pero si
insistes, te diré que, aunque mates al minotauro, jamás encontrarás la salida del laberinto.
-No me importa- respondió el joven Teseo, me basta con matar al monstruo y ser
útil a Atenas.
Ariadna, quien escuchó el diálogo, secretamente, por la noche se acercó al joven y
le entregó un puñal y un ovillo de hilo, diciendo:
-Con este puñal mágico, podrás atravesar el corazón del minotauro, y si sigues el
hilo de este ovillo podrás hallar la salida.
Agradecido quedó el joven Teseo, y penetró en el laberinto, desenvolviendo el
ovillo de hilo. Durante horas recorrió el laberinto hasta enfrentarse con la bestia. Después
de ardua lucha, logró atravesar el corazón del monstruo con el puñal que le entregara la
bella Ariadna. El minotauro expiró entre convulsiones. Y Teseo rescató a sus compañeros,
con los que emprendió el camino de regreso siguiendo el hilo.
Fue aclamado por la gente de Cnosos por haberlos liberado del monstruo y del
salvaje castigo que año a año debían tributar al minotauro.
Teseo, victorioso, regresó a Atenas en su nave con las velas desplegadas y con
Ariadna, su nueva y hermosa enamorada.
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Eros y Psique
Psique era hija de un rey griego, era muy bella y todo el mundo la admiraba, tanto
que llegaron a descuidar la veneración a la diosa Afrodita.
Ésta enfurecida al ver que descuidaban su veneración, encargó a su hijo Eros que
hiciera enamorarse a la muchacha de un monstruo, pero él acabó enamorándose de ella.
En su desesperación, los padres de la joven acudieron al santuario de Delfos para
consultar al oráculo. Apolo, aconsejado a su vez por Eros, dijo a sus padres que debían
vestir a su hija como si se tratase de una boda. Debían llevarla a orillas del mar, en donde
sería recogida por un monstruo horroroso. Una vez que llegaron al lugar indicado, el
Céfiro se la llevó volando.
Céfiro la transportó hasta un palacio en donde Psique quedó profundamente
dormida. A la mañana siguiente, guiada por unas voces, empezó a recorrer el palacio, pero
no había nadie, estaba solitario, sin embargo cayó la noche y recibió en su lecho a un
compañero, lo recibe a oscuras, mientras él le advierte que no intentase contemplar su
rostro.
Psique vivió muy feliz, aunque sentía añoranza de su familia y de sus dos
hermanas. Ésta pide a Eros que sus hermanas la visiten, ante la insistencia de la joven Eros
tuvo que aceptar.
Sus hermanas fueron a visitarla y se apoderó de ellas una gran envidia. Cuando se
enteraron que Psique no había visto a su amante, le advirtieron que posiblemente
compartía su lecho con un monstruo, esto hizo que la joven se llenase de miedo y de
curiosidad.
Se proveyó de una lámpara de aceite y de un cuchillo, con el cual pretendía matar
al monstruo (en el caso de que así fuese). Cuando se decidió a encender la lámpara,
descubrió aliviada que compartía su lecho con un magnífico joven, pero tuvo la mala
suerte de que una gota de aceite de la lámpara cayó sobre el cuerpo del joven, entonces
éste se despertó.
Al sentirse traicionado, abandonó a la joven para no volverla a ver más.
Psique llena de desesperación, buscó a su compañero de cama por todas partes,
pero nadie quiso ayudarla, para no contrariar a la diosa del amor, Afrodita.
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Finalmente acude ante la diosa para pedir socorro, ésta la maltrata, además le
encarga tareas humillantes y casi imposibles: tenía que seleccionar semillas del campo,
tenía que recoger lana de corderos salvajes, tiene que descender incluso a los Infiernos,
pero también tuvo que buscar un frasco de crema (de belleza) que pertenecía a Perséfone
(diosa de los Infiernos).
Recibió el frasco sellado con la orden de que no lo abriera, pero la curiosidad pudo
más y tuvo que abrirlo, quedó completamente dormida cayendo en un sueño del que no
despertó.
Eros la buscaba y la encontró durmiendo, la despertó con un toque de sus alas.
Hermes la condujo al Olimpo, Zeus la reconcilió con Afrodita, además le concedió la
inmortalidad.
Seguidamente Eros y Psique celebraron una ceremonia de matrimonio en el
Olimpo con la asistencia de todos los dioses olímpicos.
Ícaro y Dédalo
En la isla de Creta, existió hace muchos años un rey llamado Minos, este rey poseía
grandes riquezas y algo que nadie tenía: un hijo de fuerza extraordinaria, con cabeza de
toro al cual denominó Minotauro. Minos pensó ponerlo en un lugar seguro, de donde no
pudiera escapar, así que le encargó a Dédalo, un gran arquitecto de la época, que
construyera un enorme y complicado laberinto. Dédalo aceptó y junto con su hijo Ícaro,
emprendió la gran obra. Cinco años después terminaron el laberinto, éste era tan grande
que solo ellos sabían el camino correcto.
El rey Minos quedó satisfecho, pero tuvo miedo de que Dédalo e Ícaro revelaran el
secreto del laberinto, así que les negó el permiso para abandonar la isla de Creta. Dédalo
se dio cuenta que escapar de la isla sería imposible por el mar, ya que el rey Minos ordenó
a todos los soldados de su ejército a vigilar las playas de día y de noche. Pero Dédalo era
un hombre muy ingenioso e ideó un maravilloso plan consistente en escapar volando
como las aves.
Dédalo e Ícaro se dedicaron a reunir muchas plumas de las aves que sobrevolaban
la isla y juntándolas todas las unieron con cera de abeja. Sin que nadie los viera, pegaron
las plumas y construyeron dos pares de alas. Cuando estuvieron listas, Dédalo pegó un par
de alas en la espalda de Ícaro y otro par en su propia espalda. Y Dédalo dijo a Ícaro:
“¡Volemos fuera de la isla! Pero debemos de tener cuidado de no volar demasiado alto,
pues el sol quemaría nuestras alas”.
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Padre e hijo iniciaron el vuelo. A Ícaro le pareció tan hermoso volar como los
pájaros que olvidó las advertencias de su padre. Voló, voló y voló más alto, al punto de no
escuchar los gritos desesperados de Dédalo. El calor del sol empezó a derretir la cera de
las alas de Ícaro haciendo que las plumas comenzaran a desprenderse. Las alas no
soportaron más el peso de Ícaro y cayó ante la mirada atónita de su padre.
Según la leyenda, las plumas quedaron flotando sobre el mar y tiempo después se
formó la isla Icaria, llamadas así en recuerdo del joven que intentó volar al sol.
La Añañuca
Es una flor típica de la zona norte de nuestro país, que crece específicamente entre
Copiapó (Región de Atacama) y el valle de Quilimarí (Región de Coquimbo). Pocos saben
que su nombre proviene de una triste historia de amor.
Cuenta la leyenda que en tiempos previos a la Independencia de Chile, en la
localidad de Monte Patria, vivía Añañuca, una bella joven indígena que todos los hombres
querían conquistar, pero nadie lograba.
Un día llegó al pueblo un minero que andaba en busca de un tesoro. Al conocer a
Añañuca, surgió el amor entre ambos, por lo que decidieron casarse.
La pareja fue feliz durante un tiempo, pero una noche, el joven tuvo un sueño
donde un duende le revelaba el lugar en donde se encontraba la mina que por tanto
tiempo buscó. A la mañana siguiente, sin avisarle a nadie, ni siquiera a su mujer, partió a
buscarla.
Añañuca, desolada, lo esperó y esperó, pero pasaban los días, las semanas, los
meses y el joven minero nunca regresó.
Se dice que éste habría sido víctima del espejismo de la pampa o de algún
temporal, causando su desaparición y, presuntamente, su muerte.
Añañuca pronto murió, producto de la gran pena de haber perdido a su amado.
Fue enterrada por los pobladores en pleno valle en un día de suave lluvia. Al día siguiente,
salió el sol y todos los vecinos del pueblo pudieron ver un sorprendente suceso. El lugar
donde había sido enterrada la joven se cubrió por una abundante capa de flores rojas.
Desde ese momento, se asegura que esta joven se convirtió en flor, como un gesto de
amor a su esposo, ya que de esta manera permanecerían siempre juntos. Así fue que se le
dio a esta flor el nombre de Añañuca.
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Primer año medio - 2014
SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
Tololo Pampa
Ubicado entre Vallenar y Copiapó, el pueblo Tololo Pampa se aparece majestuoso
al viajero perdido, pero, al día siguiente, el afuerino despierta en la arena, viendo cómo ha
desaparecido.
Se cuenta que las extensas planicies del desierto, hacia el norte de Freirina (en
Atacama), a los viajeros perdidos se les aparece sorpresivamente un pueblo encantado
repleto de luces, vida nocturna, calles, luces y restaurantes. Una hermosa ciudad, que
resulta una excelente parada para el descanso.
Son muchas las historias que se entretejen acerca de este pueblo, desde su
nombre, pasado por su origen o destino, hasta los relatos de quienes aseguran haber
bailado allí, comido y comprado regalos para sus seres queridos, y que luego amanecen
con la cabeza sobre una piedra, en medio de la pampa.
Una forma fiable de saber que no fue un sueño y que realmente había visto al
Tololo Pampa, es que a pesar de que el pueblo completo desaparecía, el regalo adquirido,
una copa, un cenicero o una joya, permanecía.
Alrededor de su nombre se teje otra leyenda. Su singular denominación vendría de
la princesa Tololo Pampa, habitante de este misterioso, lugar, donde es resguardado por
Pata Larga -apodo que deriva de sus enormes pies- Él también es llamado "el gigante
minero" porque pasa su vida buscando tesoros para regalarlos a su princesa.
Se dice además que si una persona ve al gigante minero, tendrá suerte por el resto
de su vida.
Finalmente, en cuanto a su destino, se dice que Tololo Pampa reemplazará a la
ciudad nortina de Copiapó cuando esta desaparezca. Se supone que ese día un hombre va
a disparar un cañonazo sobre Copiapó, rompiendo el encanto que mantiene Tololo Pampa
como su pueblo fantasma, para convertirse en otra ciudad de Chile.
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Primer año medio - 2014
SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
La leyenda de la Quintrala
A principios del siglo XVII, en la época colonial, nació Catalina de los Ríos y
Lisperguer hija de Don Gonzalo de los Ríos y Encio, y la Doña Catalina Lisperguer y Flores;
una millonaria familia, entrelazada con muchas potencias de la época.
La Doña Catalina, también conocida como la Quintrala, debido a su rojizo cabello,
era una mujer alta, muy hermosa, con mirada dura y penetrante, que poseía muchas
tierras en Santiago. La leyenda cuenta que esta mujer hizo pactos con el Diablo en
múltiples ocasiones, que era mala como este mismo, era capaz de los más atroces actos
llevada a eso desde joven debido a que su madre y su abuela - posteriormente su tutora también lo eran, unas asesinas. Un día caminando por sus terrenos se encontró con un
árbol, que tenía la cara de Cristo, por lo que ordenó cortarlo y en él, tallar un Cristo el cual
colocó en su sala de estar y este, fue testigo de los más atroces planes de esta mujer, de
muertes, engaños, brujería, torturas, etc. este Cristo fue bautizado como ''el Cristo de la
agonía''. Tiempo después en un ataque de ira ordenó que lo quitasen de su casa y lo
llevaran a la iglesia San Agustín, debido a que ''la seguía con la mirada''.
Este Cristo actualmente sigue ahí, aunque se le llama ''Cristo de Mayo'', debido a
que hubo un terremoto en mayo y Catalina se refugió en la iglesia junto con su hermana,
todos los muros cayeron, excepto en el que se encontraba el crucifico, aunque,
descendiendo su corona de espinas hasta su cuello, hasta hoy sigue ahí ya que nadie se
atreve a tocarla.
Podemos destacar entre las atrocidades de las cuales era capaz, un día en que su
servidumbre, unos indios, se escaparon, y ella mandó a un mayordomo a buscarlos y
traerlos, prendiéndoles fuego y así que murieran, lenta y dolorosamente.
Se cuenta que mató a su padre agonizante con un pollo envenenado, y se dice que ella
estaba enamorada del padre de una iglesia cercana a su hogar, pero este la presionó para
casarse en un matrimonio arreglado con otro hombre, así que esta quiso cobrar venganza
matándolo a través de la brujería, pero el huyó hacía Perú, para volver mucho tiempo
después cuando ella fue aprisionada debido a sus crímenes, aunque igualmente no recibió
castigo alguno, gracias a la influencia de su dinero.
Con su esposo, tuvo un hijo, el cual no llegó a sobrepasar los 10 años, y murió
enfermo, también ella hizo un pacto diabólico para que este se cure, pero al parecer no
fue oído.
Esta mujer posteriormente dispuso su testamento, en el cual deseaba se hicieran
veinte mil misas en su honor y otras 500 en honor a quienes mató, para ello dispuso su
dinero.
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SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
La Quintrala ha sido uno de los personajes más famosos de los tiempos Chilenos,
debido a su maldad, y sus pactos con el diablo, su hechicería, asesinatos de diversos tipos
y las más grandes atrocidades que puedan existir, a las que, según la época debían
merecer el más fuerte de los castigos; la muerte, pero debido a su poder económico, logró
salir impune, ya que aunque la religión era considerada la dominante de los tiempos
coloniales, el poder y el dinero siempre han sido fundamentales para ''salirse con la suya''.
Se dice que en esa casa en la que vivió, podían oírse ruidos, y los transeúntes comentaban
el aire frío y las vibras negativas, además de que al mirar a la mujer a los ojos, podían
sentir un escalofrío recorrer su cuerpo, la Quintrala era analfabeta, jamás aprendió a leer,
pero sin embargo ha sido una de las mujeres más malignas de todos los tiempos,
alcanzando un gran impacto en el país, sobre todo por el hecho de que siempre conseguía
lo que quería y se salía con la suya.
Esta leyenda se desarrolla en nuestro país, aunque principalmente en sus propiedades y
en su casona en la Ligua. Se ha ido difundiendo desde alrededor del 1600, sobre todo
cuando Benjamín Vicuña Maquena escribió en 1977; una crónica en la cual la resalta como
una mujer deplorable y maligna. Comenzó cuando esta hizo su primer pacto con el diablo,
además de que ya antes su familia resaltaba por ser bastante malvada.
Los testigos de su maldad ya están muertos, a excepción de aquel Cristo en su sala
de estar; el cual es el único que actualmente está vigente en una iglesia.
La leyenda de la Quintrala pertenece al género de leyendas urbanas debido a que
produce miedo debido al vínculo que se establece entre esta mujer y la maldad, el diablo,
apariciones, la religión, etc. Además de haberse transmitido de generación en generación
y posteriormente sido difundida a través de la literatura, el cine y el teatro.
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SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
La leyenda de las Tres Pascualas
Al final del siglo XVIII, tres muchachas llamadas Pascuala iban a lavar ropa a una
laguna, como en aquellos tiempos lo hacían casi todas las mujeres pobres de la ciudad. Era
realmente un espectáculo pintoresco y lleno de vida el que ofrecían esas hileras de
mujeres que en la mañana y en la tarde iban a lavar a la laguna.
Cuando llegaba la tarde, o mejor dicho a la oración, emprendían el camino de
regreso a sus hogares. La mayoría eran lavanderas de profesión, como las tres Pascualas.
Caminaban con sus grandes atados de ropa que llevaban generalmente sobre la
cabeza. A menudo marchaban cantando o conversando en alta voz.
Era agradable el cuadro multicolor que ofrecía la laguna con la ropa de distintos
colores que flotaba al viento o estaba tendida sobre las ramas y que se distinguía desde
lejos.
Una tarde, cuando otras compañeras llegaron hasta la laguna, encontraron
flotando los cadáveres de las tres Pascualas.
¿Cuál fue la causa de esta desgracia?
Se asomaron tanto al agua que cayeron y no pudieron salir, perecieron de este
modo.
Las tres Pascualas amaban a un mismo hombre, y después de larga meditación en
la noche anterior resolvieron poner término a sus días, arrojándose a la laguna que era su
propio sustento.
Llegaban hasta la laguna todos los días a lavar; mientras realizaban su trabajo,
entonaban hermosas canciones.
Un día llegó hasta la casa de las tres muchachas un forastero en demanda de
hospedaje, el que fue acogido gustoso por el padre de las jóvenes.
Todos los días al morir la tarde, regresaba hasta la casa el solitario forastero y
miraba a las Pascualas que volvían cantando, al aire sus trenzas rubias y su atado de ropa
sobre la cabeza.
El joven se enamoró de las tres hermosas muchachas y cada una, en secreto, le
correspondió su amor.
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SELECCIÓN DE MITOS Y LEYENDAS
No sabiendo a cuál de ellas elegir como su esposa, en la noche de San Juan les dio
cita a las tres en la orilla de la laguna.
A las doce de la noche el forastero remaba, pero desesperado al ver reflejarse en
las plateadas aguas a las tres Pascualas, comenzó a llamar: ¡Pascuala...! ¡Pascuala...!
¡Pascuala...! Las tres al sentir su nombre se creyeron elegidas y comenzaron a entrar en
las traicioneras aguas.
Desde entonces, en las hermosas y encantadas noches de San Juan, a las doce, se
ve un bote y entre el croar de las ranas surge una voz que llama desesperadamente a las
mozas.
El Caleuche
El Caleuche es un buque misterioso que navega y vaga por los mares de Chiloé y
del sur de nuestro país. Se dice que lo tripulan brujos muy poderosos. Por lo general
aparece cuando hay neblina, que él mismo crea, y en las noches oscuras se ilumina
intensamente. Nunca surca las aguas de día.
En la cubierta de esta legendaria embarcación se realizan grandiosos bailes y es
posible escuchar una maravillosa música de fiesta. Son justamente estas melodías las que
atraen a los náufragos o tripulantes de lanchas veleras, a los cuales incorpora como parte
de su dotación.
Sin embargo, el Caleuche se convierte en un simple madero flotante si una
persona, que no sea bruja, se aproxima a él o, incluso, se hace invisible.
Los marineros del Caleuche tienen ciertas particularidades físicas, como una sola
pierna para andar, porque la otra la llevan doblada por la espalda, y también son
desmemoriados, para impedirles que cuenten el secreto de lo que sucede a bordo.
Al Caleuche no hay que mirarlo, porque a los que lo hacen, los tripulantes los
castigan torciéndoles la boca, la cabeza hacia la espalda o matándolos de repente, por
arte de brujería. Pero cuando esta misteriosa embarcación se apodera de una persona, la
traslada a las profundidades -porque también puede navegar bajo el agua-, mostrándole
grandes tesoros y ofreciéndole parte de ellos con la sola condición de no contar lo que ha
visto.
También se dice que cuando un comerciante de la zona se enriquece rápidamente,
es porque ha hecho ocultas negociaciones con el Caleuche.
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Una de las acciones más importantes de este barco es recoger a los que mueren
ahogados, acogiéndolos en su interior, lugar que les sirve de eterna mansión.
El Trauco
El Trauco pertenece a los mitos del sur chileno. Se comenta que el Trauco sería un
hombrecito de alrededor de 80 centímetros de altura, tiene un rostro varonil y feo, sin
embargo posee una mirada muy dulce y sensual.
Vestiría traje y sombrero de Quilineja, planta trepadora también conocida como
coralito, usada para hacer canastos o escobas. En su mano derecha lleva un hacha de
piedra, que remplaza por un bastón, llamado Pahueldún, cuando se encuentra frente a
una muchacha soltera que ha ingresado al bosque. Los que han visto al Trauco dicen que
se cuelga de la rama de un Tique, árbol de gran altura, también conocido como Olivillo.
Desde aquí espera a sus víctimas.
Suele habitar cerca de las casas de los chilotes para así poder vigilar a las doncellas
que le interesan. Se mete a las casas, cocinas y a todos los lugares imaginables sólo para
ubicar a una nueva "conquista". Los habitantes de Chiloé, conociendo sus mañas, tratan
de no descuidar a sus hijas. Para esto toman precauciones tales como evitar que vayan
solas a buscar leña o a arriar los animales. Son en esas oportunidades donde el Trauco
aprovecha de utilizar su magia.
A pesar de su afán por perseguir doncellas, el Trauco jamás actúa frente a testigos,
es decir, nunca atacará a una muchacha si esta va acompañada de alguien. Cuando divisa
a una niña desciende rápidamente del árbol. Luego da tres hachazos al Tique, con los que
parece derribarlos todos.
La niña luego de recuperarse del susto, se encuentra con el Trauco a su lado, quien
sopla suavemente su bastón. Sin poder resistir el encanto del Trauco cae en un profundo
sueño de amor. La muchacha, al despertar del embrujo, regresa a su casa sin saber
claramente lo sucedido. Nueve meses después, tras haber experimentado cambios en su
cuerpo por la posesión del Trauco, nace el hijo de este misterioso ser.
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Mito azteca de la creación del mundo
Los aztecas tienen como dios principal a Tonacatecuhtli, quien tuvo por mujer a
Tonacacihuatl (conocida también como Xochiquetzal). Ellos se criaron en el decimotercer
cielo, de cuyo principio no se supo jamás. Engendraron a cuatro hijos. El mayor,
Tezcatlipoca rojo, llamado así porque nació colorado. Al segundo hijo lo nombraron
Tezcatlipoca negro, el peor de los tres porque fue el que más mandó y nació negro en
medio de todos los seres y cosas.
Al tercero llamaron Quetzalcoatl, conocido también como "Noche y viento".
Mientras que al último y más pequeño lo llamaron Huitzilopochtli.
De los cuatros hijos de la primera pareja, Tezcatlipoca negro era omnipresente,
conocía todos los pensamientos y los corazones; así es que lo llamaron Moyocoya, cuyo
significado es el de todopoderoso. Su hermano menor, Huitzilopochtli, nació sin carne,
con los huesos desnudos. Así se mantuvo durante los seiscientos años de quietud entre los
dioses, etapa en la que nada hicieron.
Pasado el largo período, los cuatro hijos de Tonacatecuhtli se juntaron para
ordenar lo que habrían de hacer y la ley que tendrían. Convinieron en nombrar a
Quetzalcoatl y Huizilopochtli para que impartieran las órdenes. Entonces, por comisión y
parecer de los otros dos, hicieron el fuego, después medio sol que, como no estaba
entero, alumbraba poco y luego hicieron al hombre Oxomoco y a la mujer llamada
Cipactónal. Les dieron la orden de que no holgaran, sino que trabajaran siempre. A él lo
mandaron a labrar la tierra mientras ella hilaba y tejía.
Terminada su tarea con los primeros hombres, los dioses hicieron los trescientos
sesenta días del año que dividieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. Luego
crearon a los dioses que habitaron el infierno: al "Señor del Inframundo" y a su esposa, la
"Señora del Inframundo". Les llegó la hora de crear los cielos y comenzaron por el más
alto, desde el decimotercero para abajo para continuar con la creación del agua. La tierra
fue creada por los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, quienes bajaron a tierra a la diosa
del cielo. Ella tenía las articulaciones completamente cubiertas de ojos y bocas con las que
mordía como una bestia salvaje. Antes de que la bajaran había agua (que nadie sabe quién
creó) sobre la cual la diosa caminaba. Cuando vieron esto, los dioses se dijeron: "Es
necesario hacer la tierra", y diciendo esto se convirtieron los dos en grandes serpientes.
Transformados, una de las serpientes agarró a la diosa de la mano derecha y el pie
izquierdo y la otra de la mano izquierda y el pie derecho, tiraron tanto que la partieron por
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la mitad. Con la parte de atrás de los hombros hicieron la tierra, y la otra mitad la llevaron
al cielo.
Los otros dioses se enteraron y se enojaron mucho, entonces para recompensar a
la diosa de la tierra por el daño que le habían hecho, los dioses descendieron todos del
cielo y ordenaron que de ella salieran los frutos necesarios para la vida de los hombres: de
sus cabellos hicieron los árboles y flores, de su piel las pequeñas hierbas y flores, de los
ojos hicieron los pozos, las fuentes y las pequeñas cavernas, de la boca los ríos y grandes
cavernas mientras que de los agujeros de la nariz y de los hombros, los valles de las
montañas y las montañas mismas respectivamente.
Mito maya sobre el origen del hombre
Los dioses quisieron crear nuevos seres capaces de hablar y de recolectar lo que la
tierra podría ofrecerles. Pero estas nuevas criaturas debían ser capaces de rendir
homenaje a sus creadores.
Es así que formaron el cuerpo del primer hombre con lodo. Lo modelaron con
minuciosidad, sin olvidar ningún detalle.
Desgraciadamente, el resultado fue deplorable: sin dientes, los ojos vacíos, sin
ninguna gracia, estos muñecos no podían mantenerse de pie y se desintegraban bajo el
agua.
Sin embargo, el nuevo ser tenía el don de la palabra, una voz armoniosa, jamás
oída en este mundo. Pero no tenía conciencia de lo que decía.
A pesar de todo, los dioses decidieron que estos seres frágiles vivirían. Deberían
luchar para sobrevivir, multiplicarse y mejorar su especie, esperando que unos seres
superiores no los reemplazaran.
Las nuevas criaturas fueron fabricadas en madera para que ellas pudieran marchar
bien derechas sobre la tierra.
Se unieron entre ellas y tuvieron hijos. Pero estos seres no tenían sentimientos. No
podían comprender que debían su presencia sobre la tierra solo a la voluntad de los
dioses.
Deambularon sin saber a dónde iban, tales muertos vivientes. Cuando hablaban no
había ninguna emoción en sus voces.
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Vivieron muchos años hasta que los dioses decidieron condenarles a muerte: una
lluvia de cenizas se abatió sobre estos seres imperfectos. Después el agua fluyó tanto que
alcanzó las cimas de las montañas más elevadas. Todo fue destruido.
Los dioses crearon entonces nuevos seres. Pero ellos no correspondieron tampoco
a sus esperanzas. El pájaro Xecot Covah les reventaba los ojos, mientras que el felino
Cotzbalam los destripaba. Los sobrevivientes afrontaron las acusaciones de todos los seres
y objetos que se creían sin alma: las piedras de moler, las marmitas, los cántaros, los
perros, todos se quejaban de los malos tratos que habían recibido y amenazaban ahora a
los hombres.
Éstos tuvieron miedo, huyeron, subieron sobre los techos que se desplomaron.
Entonces se refugiaron en los árboles. Pero las ramas se rompieron. Intentaron encontrar
refugio en las grutas; pero las paredes se derrumbaron.
Los pocos sobrevivientes se transformaron en monos. Es por eso que los monos
son los únicos animales que evocan la forma de los primeros seres humanos de la tierra
Quiché.
Entonces los dioses se reunieron una vez más a fin de crear un nuevo ser hecho de
carne y hueso, y dotado de inteligencia. Esta vez se sirvieron del maíz; modelaron su
cuerpo con esta pasta blanca y amarilla y les introdujeron pedazos de madera para que
sean más rígidos.
Rápidamente, los nuevos seres humanos hicieron prueba de inteligencia:
comprendieron el mundo que los rodeaba. Estos seres se llamaban Balam Quitzé, Balam
Acab, Ma Hucutah e Iqui Balam.
Entonces los dioses interrogaron al primero de ellos:
- Habla en tu nombre y de los otros, y dinos cuáles son tus sentimientos. ¿Eres
consciente de tus poderes?
Balam Quitzé les respondió:
- Ustedes nos han dado la vida y gracias a eso sabemos lo que sabemos, somos lo
que somos; hablamos, marchamos y comprendemos lo que nos rodea. Sabemos ya dónde
reposan los cuatro rincones del mundo, los cuales marcan los límites de todo lo que nos
rodea.
Pero los dioses no apreciaron que los nuevos seres sepan tantas cosas. Faltaba que
conocieran sólo una parte del mundo que los rodeaba. Sólo una parte de lo que existía les
sería revelada y no deberían comprender todo. Faltaba limitar el campo de sus
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conocimientos a fin de reducir su orgullo. Sino sus hijos percibirían aún mejor las
realidades del mundo hasta saber tanto como los dioses, y creerse dioses ellos mismos.
Faltaba remediar este peligro que sería fatal para el orden fecundo de la creación.
Entonces los dioses limitaron el campo de sus conocimientos.
A fin de que estos seres no estuviesen solos, los dioses crearon las mujeres.
Durmieron a los hombres y ubicaron cerca de ellos a las mujeres, desnudas y apacibles.
Cuando se despertaron, vieron con alegría lo bellas que eran. Para distinguirlas les
dieron nombres que evocaban la lluvia según las estaciones.
Las parejas se formaron y tuvieron hijos que comenzaron a poblar la tierra.
Ciertos entre ellos eran más dotados que otros. Por esta razón los dioses los
eligieron para que fueran Adoradores y Sacrificadores, sacerdotes en las funciones más
elevadas.
Los primeros seres engendrados eran tan bellos como su madre, tan fuertes como
su padre y supieron adivinar el misterio de sus orígenes.
Es así que Balam Quitzé y los otros ancianos fueron los generadores de los seres
humanos que vivieron, se desarrollaron y formaron las tribus del Quiché. Estos primeros
hombres se propagaron sobre la tierra, en la región del oriente.
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