G. Mistral - Luis Emilio Recabarren

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RECADOS PARA AMERICA.
TEXTOS DE GABRIELA MISTRAL
Mario Céspedes G. – Co-Edición Revista Pluma y Pincel - Instituto de Ciencias
Alejandro Lipschutz
El rostro cuarentañero de Bolívar
El rostro cuarentañero de Bolívar es y será siempre uno de los que más
intriguen en la iconografía americana, cosa muy diversa de la placidez sonrosada de
Washington y menos feo pero no menos patético que el de Lincoln. No tiene más de
cuarenta años, y las arrugas le hacen una reja de prisionero, y la prisión es verdadera
y corresponde a la fatiga y al desengaño que por fin le han atrapado. Las arrugas lo
trabajan de dentro y fuera, al revés de los demás hombres maduros. A los otros les
estropea la sed y a éste el corazón, su enemigo, el clavo de adentro que no se puede
despuntar.
El aguileñismo salta aquí y allá en la iconografía indo-española, del cura
Hidalgo a Sucre, de Sucre a San Martín, de Portales a Alberdi, salta con todos sus
grados y sus modos: aguileño-árabe, aguileño indígena y aguileño caucásico. Como el
más riguroso aguileño se nos queda el de Bolívar.
Dicen que entre las facciones este tabique divisorio de la cara cuenta
muchísimo y en el caso de Bolívar lo cuenta con su delgadez de navaja que es el filo
mismo de la voluntad y sin lentitud de grosuras
Nos han hablado mucho de los ojos, muy negros y muy grandes, que
gobernaban cuando querían, y también cuando no querían, por bellos y por cargados
de pasión.
¿Quién no querría ver la mirada de Bolívar y repartírsela en este momento? Las
mujeres desearíamos que nos diera la que daba a Teresa de Toro; los muchachos le
pedirían la que lamió la urna en que iba el corazón de Girardot; los generales, la que
tenía en lo apretado de la batalla, cuando la derrota posible le endurecía los ojos o se
los enloquecía de dignidad; los viejos buscarían la de la meditación de Jamaica,
aplacada y melancólica. Todos querríamos mirarle, pero habría que saber a quiénes él
querría mirar...
Si queremos averiguar algo de cualquier personaje entre los que clavetean
nuestro oficialismo sur-americano, con tachuela de oro o clavo rústico, hagamos este
ejercicio sencillo: -"¿Comería este señor en la mesa del fino Bolívar? ¿Lo tomaría
Bolívar del brazo yendo al comicio? ¿Le retendría cerca de su cama de morirse, para
hacerle un encargo respecto de su gente?".
La frente le desequilibraba enteramente la cabeza; se la llevaba consigo, o
como dice no sé quién, "se la comía". La mitad de la cara la toma ella de sien a sien,
aquella especie de llano surcado, de campo de labor con la esteva visible que acaba
de pasar. Es tan vieja la frente que se necesita saltar pronto a los ojos para que ellos
nos devuelvan la fuerza. La mitad inferior de la cara humana parece ser aquella que
"da"; aliento, mirada, sonrisa, de gestos y frases; la mitad superior recibe, muy quieta,
muy parada, las respuestas que le echan al rostro. Ha oído tristes cosas esta frente de
Bolívar; le han contado las miserias que sabemos de Páez sobre la lealtad, el Perú las
suyas sobre la anarquía, y todos los otros sobre el agradecimiento. Peores son las que
ha recibido después, el gran pobre.
Esta frente se pone a mirar la tierra de Suramérica para ver si la han dividido,
y allí se está ella, todavía hecha provincias, con su poltrón mestizo dueño de la
cosecha india; se echa atrás la frente para mirar lejos, y lo que ve son las fronteras
que él no quiso y que cada día se cuajan y se enderezan más; a veces, esta frente con
ojos intrusos se nos cae encima de nosotros a ver lo que somos, y nos halla celosos
como Páez, traicionero como el negro malo de Jamaica, y sobre todo, lacios del
trópico que a él no le descoyuntó, nunca.
La boca delgada y larga, que hablaba a veces preciso y a veces abundante,
tiene las dos canales de la pena que se la desgarran un poco y ella nada muestra de
victoriosa ni de confiada. Lo desalentador que vieron aquellos ojos y lo podrido que
olfateó la nariz alerta ha bajado a la boca, y allí estás las arrugas evidentes contando
el sucedido de la cara entera.
Las mejillas se secaron tanto que hacen acordarse del eucalipto o del quillay,
cuando lo arrancan de un tirón. No quedó en ellas nada de la grosura infantil de que
todos conservamos algo, y si su madre hubiese visto a su hijo cuarentón, qué pena
habría sentido de esta lonja de hueso con piel en que había parado la morbidez de su
vientre de criolla.
Dicen que el cabello mulateaba, con rizos bien confesados, pero éstos eran
suaves y brillantes. Las que habrían contado este cabello de ardentía y suavidad en el
tacto habrían sido las mujeres de su vida. Lástima que entre los contadores del héroe,
los O'Laary y los Ludwig lo pongan todo, y las mujeres que mucho podemos decir, no
digamos nada o digamos lo mismo que se les ocurre a los hombres.
Ya sabemos que el cuerpo pecaba más bien de pequeño y yo no escondo que
un Bolívar con cuatro palmos más de cuerpo, llenaría el gusto de mis ojos, que
disfrutan viendo los sarmientos en llama del Greco, que se estiran todo lo posible. Sin
embargo, aún esto se lo alabo como manera de lealtad a la raza. Nuestro indioespañol es pequeño sin la insignificancia del otro mongol, pequeño y eléctrico como el
andaluz, o pequeño suficiente como el francés. Hay que bajar a una quebrada de Chile
para hallar en el mestizo de vasco cuerpos lanzados con un puñado de barro a la
altura posible. Pequeño, don Simón, y lo ágil que se sabe; no cansó monturas, no
ladeó sillas, y Edison diría de él que era la materia de su gusto la bombilla eléctrica
que da lo más con lo menos.
Sabemos que a ese hombre de batallas no lo volvió matonesco la montura y
que, en cuanto bajaba, era civil, como si al general lo dejase en el estribo, y por
añadido tan cortesano, que bailaba como si se pasara el día danzando sobre los
tapices.
Servía para muchas cosas, y en esto como en el cuerpo menudo, hay que
anotarle el sudamericanismo. Para muchos menesteres servimos, a fuerza de llevar
dos y tres sangres, y no somos raza tiesa ni de un solo pedal.
Fascinante, ágil y definitivo Bolívar.
Hagámosle criatura cotidiana mejor que nombre de aniversario; vivámosle en la
permanencia y no sólo en las letras puntuadas de los centenarios.
Vivámosle en la continuidad como se vive una ley; pongámonos a tenerlo por paisaje
nuestro, hasta que nos corra por la sangre, hecho la masa de nuestra sangre.
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La Cacería de Sandino
Mister Hoover ha declarado a Sandino "fuera de la ley". Ignorando eso que
llaman derecho Internacional, se entiende, sin embargo, que los Estados Unidos
hablan del territorio nicaragüense como del propio, porque no se comprende la
declaración sino como lanzada sobre uno de sus ciudadanos: "Fuera de la ley
norteamericana".
Los desgraciados políticos nicaragüenses, cuando pidieron contra Sandino el
auxilio norteamericano, tal vez no supieron imaginar lo que hacían y tal vez se asusten
hoy de la cadena de derechos que han creado al extraño y del despeñadero de
concesiones por el cual echaron a rodar su país.
La frase cocedora de Mr. Hoover suena a ese Halalí de las grandes cacerías,
cuando sobre la presa que ha asomado el bulto en un claro del bosque, el cuerno
llamador arroja a la jauría. Es numerosa la jauría esta vez hasta ser fantástica: sobre
unas lomas caerán cinco mil hombres y decenas de aeroplanos. También equivale la
frase a la otra de uso primitivo: “Tantos miles de pesos por tal cabeza", usada en toda
tierra por los hombres de presa.
Lástima grande que la cabeza enlodada del herrero que la prensa yanqui
llama bandido, sea, por rara ocurrencia, una cabeza a la cual sigue anhelante el
continente donde vive toda su raza y una pieza que desde Europa llaman de héroe
nato y de criatura providencial los que saben nombrar bien.
El herrero se parece más a Hércules que al Plutón infernal que ve Mr. Hoover.
Enlodado corre por las cuchillas, a causa de los pantanos en que ha de escurrirse
como culebra; carga las dos o tres pistolas que le dan las fotografías malignas de los
semanarios neoyorquinos porque corre perseguido por los ajenos y los propios, y cada
árbol y cada piedra de su región le son desleales; y su defensa toma aspecto de locura
porque vive un caso fabuloso como para voltear a cualquiera la masa de la sangre.
Desde los años 1810, o sea desde el aluvión guerrero que bajó de México y
Caracas hasta Chile, rompiéndolo todo para salvar una sola cosa, no habíamos vivido
con nuestra expectación un trance semejante.
Mr. Hoover, mal informado a pesar de sus veintiún embajadas, no sabe que el
hombrecito Sandino, moruno, plebeyo e infeliz ha tomado como un garfio la
admiración de su raza, excepto uno que otro traidorzuelo o alma seca del Sur. Si lo
supiese, a pesar de la impermeabilidad a la opinión pública de la Casa Blanca (la
palabra es de un periodista yanqui) se pondría a voltear esta pieza de fragua y de
pelotón militar, tan parecida a los Páez, a los Artigas y a los Carreras, se volvería, a lo
menos, caviloso y pararía la segunda movilización.
El guerrillero no es el mineral simple que él ve y que le parece un bandido
químicamente puro; no es un pasmo militar a lo Pancho Villa, congestionado de ganas
de matar, borracho de fechoría afortunada y cortador de cabeza a lo cuento de Salgari.
Ha convencido desde la prensa francesa y el aprecio español hasta el último escritor
sudamericano que suele leer, temblándole el pulso, el cable que le informa de que su
Sandino sigue vivo.
Tal vez caiga ahora esa cabeza sin peinar que trae locas las cabezas
acepilladas de los marinos ocupantes; tal vez sea esta ocasión la última en el millar de
las jugadas y pérdidas por el invasor. Ya no se trata de una búsqueda sino de una
cacería, como decimos.
Pero los marinos de Mr. Hoover van a recoger en sus manos un trofeo en el
que casi todos los del Sur veremos nuestra sangre y sentiremos el choque del
amputado que ve caer su muflón. Mala mirada vamos a echarles y un voto diremos
bajito o fuerte que no hemos dicho nunca hasta ahora, a pesar de Santo Domingo y de
Haití: "¡Malaventurados sean!".
Porque la identificación ya comienza y a la muerte de Sandino se hará de un
golpe quedándose en el bloque. El guerrillero es, en un solo cuerpo, nuestro Páez,
nuestro Morelos, nuestros Carrera y nuestro Artigas. La faena es igual; el trance es el
mismo.
Nos hará vivir Mr. Hoover, eso sí, una sensación de unidad continental no
probada ni en 1810 por la guerra de la independencia, porque este héroe no es local,
aunque se mueva en un kilómetro de suelo rural, sino rigurosamente racial. Mr Hoover
va a conseguir, sin buscarlo, algo que nosotros mismos no habíamos logrado;
sentirnos uno de punta a cabo del Continente en la muerte de Augusto Sandino.
Nueva York, 1931.
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Pequeño mapa audible de Chile
Se nos ocurre que la "radio" podría dar, ella y no otra, un ensayo de "mapa audible" de
un país. Ya se han hecho los mapas visuales, y también los palpables, o sea los de
relieve; faltaría el mapa de las resonancias y que volviese una tierra "escuchable".
La cosa vendrá, y no muy tarde: se recogerá el entreveramiento de los estruendos y
los ruidos de una región; sin tocar las facciones del suelo, colinas ni ciudades,
posando angélicamente los palpos de la "radio" sobre las atmósfera brasileña o china,
se nos entregará, verídico como una máscara, impalpable y efectivo, el doble sonoro,
el cuerpo sinfónico de una raza que trabaja, padece y batalla.
El país, para este como para otros menesteres, resulta arduo de recorrer y de atrapar.
La caja de sonidos es larguísima. Hay que escuchar como el venado: con oreja y no
solo abierta, sino tendida en tubo captador.
A estas horas comienza allá nuestro día de vivir. Es casi la mañana. En la región Norte
(pampa salitrera -costa cuprífera y de platas y oros-) resuenan barretas, picos y palas,
en un infierno rítmico; se descascara a golpe brutal y numérico, o se dinamita, el
llamado desierto de la Sal. En las pausas de silencio se oyen máquinas moledoras de
la pasta salvaje llamada "caliche": piedra y sal, ganga y polvo.
El desierto de la Sal amasó y remató al hombre chileno, bien plantado, bien fundado,
logro cabal de la carne americana. El ha salido de su pelea con la costa calichera y de
su vida de pecho a pecho con el mar. Cuentistas y poetas, cuando quieren decir al
hombre nuestro, no lo hacen sino marino o minero, y dicen así sus dos forjas
naturales.
Más abajo sobre Atacama y Coquimbo, donde comiénza la vegetación, el barretero y
la picadura es la misma, neta y testaruda; pero se muelen materias mas nobles: el
cobre, sangre de nuestra geología; la plata, que después de haber sido abundante, ya
ralea y hurta el bulto. El oro no sale de minas: en la montaña un poco mágica de
Andacollo, el oro va por arroyos y regatos, en pepitas de mostaza o de arroz. Estas
aguas milagrosas, que nacen al pie de un templo indígena, mantenían antes a grupos
de naturales que no querían violentarlas por no extinguirlas; hoy dan de comer a siete
mil hombres en jornadas diarias.
Trenzado con el estruendo de los picos, oye la oreja delgada el jadeo del hombre. No
se le ve, ni hace falta; tiene el pecho ancho, labrado por el gran resuello; cara de
matador de piedras, y cuando se endereza de calar y descuajar, una criatura camina
con la marcha de lo que es: va como el dueño de todo suelo, y parece que clavara con
el talón señor cada uno de sus pasos.
Saltar ahora, echando la oreja en ficha tirada al Sur. Hay primero un alborozo de
puerto, del puerto mayoral del Pacífico, que mentamos con donoso nombre español:
Valparaíso. Valle del Paraíso. Si hemos navegado desde San Francisco, nos dolimos
en las costas tropicales de la falta de un puerto patrón y patrono de aguas; pero al
llegar a estas alturas, echaremos un ¡aleluya! Valparaíso vale para segundón de San
Francisco; Valparaíso cumple por la costa suramericana entera.
Los barcos entran y salen de la bahía, arriesgada a los vientos y que la terquedad de
los chilenos forzó, obligándola a volverse desembarcadero. Hierve en malecones y
agua un pueblo vivo, que parece marsellés o catalán; va y viene un cardumen de
tráfico marítimo que grita en inglés y en español las picantes interjecciones marineras.
Valparaíso hace lo suyo. Lo suyo son veinte mil barcos anuales recibidos y lanzados.
Lo que lanza son las industrias novedosas y garridas de la zona, que él distribuye a lo
largo del trópico; lo que recibe son los azúcares, los arroces tropicales y la maquinaria
yanqui e inglesa, que en poco más también se hará por nosotros mismos territorio
adentro.
Un mar violento y voluntarioso, el mar nombrado con su adjetivo opuesto de Pacífico,
excita y espolea con yodos y sales a los grupos de descargadores, de grumetes y
gente de pesca. Es un agua digna de griegos, brava y humana; ni el caldo hirviendo
del Ecuador, ni la plancha mortecina del Círculo Austral. ¡Bahía mayor de Valparaíso!
Anda en novelas y poemas ingleses y noruegos. Quien navegó la conoce y la cuenta
siempre al contar sus mares.
La oreja se suelta ahora de la costa, porque el oído, como el ojo, cambia con gusto de
pasto y más le place seguir que quedarse.
Estamos en el interior, sobre región de nombre preciso; en el Llano Central, gloria
botánica de Chile. El valle del Ródano es más corto; el del Po, lo mismo; el del Nilo se
le parece en la longura y la generosidad de los limos.
Corre un aire suave y dulce, sobresaltado de poco viento, y los olores del agro se
duermen en la caja profunda del llano. Las resonancias han mudado desde el desierto
hasta aquí: los sonidos se humanizan y se ablandan sobre el suelo de pulpa y el aire
de poca ráfaga. El mar y la montaña, grandes, agitados, se hallan distantes. Es el
clima por excelencia de Ceres, seguro, estable; clima de matriz de tierra o de mujer.
En otras partes del mundo, vivir será la riña rabiosa y enlodada contra el peñasco o la
marisma; allí vivir se llama complacencia y seguro, destino natural del hombre hijo de
Dios.
Las viñas y los huertos frutales se reparten aquel suave corredor terrestre: una luenga
faja verde, sin llaga de aridez, deleite de castas agrarias. Hay riegos suficientes, que
dan nuestras aguas de ingeniería en canales lentos y eficaces. Los rectángulos
pulcros de granjas, las provincias agrónomas, corresponden a melocotones,
manzanos y viña, y más abajo, a los anchos paños de trigos: provincias de color y de
aroma departamentos frutales, distritos, graneros. La gente latina no logró sobre hogar
mediterráneo viñedo ni pomareda mejores que los del valle central del Chile.
Todavía atraviesan aquí y allá antiguos arados romano españoles, con su crujido de
queja de hombre; pero lo más frecuente va siendo la maquinaria agrícola luciente y
rápida, que pasa con un chichás de banda de langosta o con pequeño estruendo de
aceros musicales, echando ascuas a lado y lado del campo.
Este aire rural tiene más canciones que los otros que dijimos. Las mujeres deshierban,
podan y vendimian entre canto y comento. En el vocerío de la trilla clásica de
Aconcagua o Chillan, y en la alargada de la vendimia de Coquimbo, cabrillean gritos y
hablas de mujeres y niños. La oreja se da cuenta de que aquí sí las voces del "homo"
y la "Fémina" son diversas como dos continentes y dos órdenes. El hombre grita a lo
hondero, con pedrusco lanzado; la mujer silba o modosea a lo codorniz y a lo tórtola,
ya sea que cante o que sólo diga; es el habla suramericana la más dulce de este
mundo, el más tierno acento hablado por hijo de hombre.
Ahora ya rematamos el viaje. La Patagonia estará muy lejos; pero la retenemos contra
Geografía y destino y debemos decirla.
En esta inmensa meseta austral se oye, cuando algo se oye, una marea salvaje que
pecha entre los canales y forcejea en el gran estrecho. Hacia el interior, apenas
poblado, hay unos silencios de hierbas inmensas, de gruesos y dormidos herbazales,
que se parecen al estupor que dan los témpanos en el último mar. De cuando en
cuando, gritos alzados y caídos de pastores que arrean con dos o tres notas
quebradas y subidas.
Y en las estaciones malas es el viento patagón, bastante peor que el simún y la
tramontana, el que hace su fiesta desesperada sobre la llanura sin atajo, en una
carrera de búfalos rompedores de unas praderas entregadas y contritas. Pero vuelve
el silencio de las praderas buenas, donde pace la tierra verde, su madre y su costumbre. La oveja se duerme en esta anchura blanca o verde, y el que goza este
encantamiento por unos años se enviciará en silencio, como el ojo se enviciará en
extensiones.
Yo me gocé y me padecí las praderas patagónicas en el sosiego mortal de la nieve y
en la tragedia inútil de los vientos, y las tengo por una patria doble y contradictoria de
dulzura y de desolación.
**********
TEXTOS Y POEMAS
“QUE POCO ME CONOCEN”
Del libro “Gabriela, rebelde magnífica”
Le agradaba enormemente pasear por las calles de Rapallo El mar, las palmeras
azotadas por el viento, el azul fuerte eran un sosiego para su temperamento y para
sus ojos que se sumaban a esa profundidad. Descansaba y callaba. Caminó con
lentitud y apoyada en mi brazo.
-¡No puedo con este corazón! Matilde. Así, despacio, llegaremos lejos. Atravesábamos
la ciudad, deteniéndonos y recreándonos con esas presencias. Nunca caía en
sentimentalismos impropios.
Empero, sin desearlo o deseándolo, buscaba la manera de hablar de Chile. Le
gustaba que yo le refiriese muchas cosas. Interminablemente. De literatura de asuntos
sociales, en especial lo concerniente a los niños; de política, de lo femenino. Se reía
cuando le contaba los avances femeninos y me decía: -País de grandes mujeres; de
mujeres valientes que, muchas veces, son más valientes, más responsables y
ejecutivas que los hombres. Es necesario que usted luche por ellas. Tiene potencia y
las aconsejará bien. ¡Lástima que yo no pueda ayudarla desde aquí! Sobre lo político,
siempre que hablé con ella, estuvo en desacuerdo con los presidentes.
-¡Matilde -me dijo-, una vez me prohibieron desde allá y por orden de Gabriel González
Videla recibir en el Consulado a Neruda! ¡Qué poco me conocen! Me hubiera muerto
cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al gran poeta y por último, a un chileno
perseguido y a quien en sus primeros pasos influí con lecturas que le seleccioné y que
afirmaron su recio espíritu. Yo fui perseguida. ¡Y cómo! También fui echada de revistas
y diarios. Me echaron de "El Mercurio". Y lo serán muchos otros escritores que gritan
las verdades. ¡No olvide nunca esto! Hay que transmitir la intensidad del alma y decir
con valentía el mensaje que brota del corazón, antes que lo rompa la muerte.
¿Anonadarse o callar? ¡Semi-muerte! Allá se persigue o se les hace sombra a los
escritores mientras están vivos y son valientes. O se atreven a declarar sus ideas y
sus anhelos.
Su profecía se cumplió en ella misma. Si yo no la hubiera resucitado a fuerza de cariño
y de artimañas, ¿habría llegado a obtener el Premio Nacional, por iniciativa de otros?
Chile era demasiado angosto para ella. Se consideraba ciudadana del universo sin
hacer distinciones de religión, razas, idiomas y credo político o geografía. El mundo le
pertenecía. La tierra italiana era un canto viviente, escuchando el enigma de la gran
mujer poeta.
MENSAJE DE GABRIELA
DERECHOS HUMANOS
MISTRAL
SOBRE
LOS
Hace ocho años dos palabras bajaron hacia las multitudes de varías naciones y de
millones de hombres, y son esas palabras las que celebramos hoy en la forma de los
Derechos Humanos. Muchas patrias ya conocían esta honra pero no eran todas las
criaturas quienes gozaban de estos derechos. Este día llegó por fin hace ocho años y lo
celebramos como un nacimiento pascual.
No eran pocos los que dudaron de que la libertad acarrease bienestar a tos pueblos
retardados y ellos mismos habían rehusado a hombres y mujeres esta gracia tan
justiciera. Celebramos la universalidad de nuestra hazaña civil, pero subsiste en
nosotros todavía un gesto de tristeza. Echemos una mirada que abrace al mundo y
quedaremos pensativos. Recordemos en este aniversario el ancho y noble bien logrado
y hagamos con fervor el voto de que esta fecha será en el Calendario de 1956
absolutamente gloriosa.
Los elegidos que recibieron la chispa divina, bajaron a redimir no sólo pueblos
que vendrían después.
Los presentes, que estábamos hartos de tan larga espera, los que aceptamos
seguir viviendo como entes privilegiados, continuaremos esta campaña. En
ninguna página sagrada hay algo que se parezca al privilegio y aún menos a la
discriminación: dos
cosas que rebajan y ofenden al hijo del hombre.
Yo sería feliz si nuestro noble esfuerzo por obtener los Derechos Humanos fuese
adoptado con toda lealtad por todas las naciones del mundo. Este triunfo será el
mayor entre los alcanzados en nuestra época.
Leído en la Sesión Solemne celebrada el 10 de diciembre de 1955, en la Gran Sala de
la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La Reforma Agraria
Tal vez el amor de la tierra por el que la cultiva esté en relación con la dosis angustiada
en que éste la ha recibido.Ellas sí no han pecado, las buenas gentes, del pecado
americano por excelencia, que es la botaratería del suelo, la lujuria de la ocupación y la
necesidad del badiísmo. Si hay gentes que merecen en Chile el reparto agrario el cual
corrija la ignominia de cuatro siglos de despojo del campo al peón, ésas son las
primeras a las que habría que desagraviar por la vieja ofensa y recopmpensar por las
laregas lealtades.El latifundio chileno forma parte del bloque de la crueldad
conquistadora y colonial;pero teniendo una porción grande, delito tiene más, mucho
más aún de estupidez y de estupidez criolla. El gran pecador es aquí el Estado; se exhibe
con una imbecilidad verdaderamente "soberana".
El ruego
Señor, Tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.
Cal de mis huesos, dulce razón de la
jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse
nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!
Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho,que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.
Me replicas, severo, que es de plegaria
indigno
el que no untó de preces sus dos labios
febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trizándose las sienes como vasos sutiles.
Pero yo, Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su
frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!
¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le
quería,
y que él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Que enturbió para siempre mis linfas de
alegría?
¡No importa!Tú comprende ¡yo le amaba,le amaba!
Y amor (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas
mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio,
conservando, bajo ella, los ojos extasiados.
El hierro que taladra tiene un gusto frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes
amorosas.
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh Rey de los
judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.
Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo
entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la
vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.
Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu
manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos,
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi
llanto.
¡Di el perdón, dilo al fin! Va a espaciar en el
viento la palabra, el perfume de cien pomos
de olores
al vaciarse; toda agua será
deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro
esplendores.
Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra
forjaste,
Ilorará por los párpados blancos de sus
neveras;
¡Toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!
Obrerito
Madre, cuando sea grande
i ay! ¡qué mozo el que tendrás!
Te levantaré en mis brazos
como el viento alza el trigal.
Yo no sé si haré tu casa
cual me hicistes tú el pañal;
y si fundiré los bronces,
los que son eternidad.
Qué hermosa casa ha de hacerte
tu niñito, tu titán,
y qué sombra tan amante
el alero te va a dar.
Yo te regaré una huerta
y tu falda he de colmar,
con las frutas perfumadas:
pura miel y suavidad.
O mejor te haré tapices
con la juncia de trenzar;
O mejor tendré un molino,
el que canta y hace el pan.
¡ Ay! qué alegre tu hombrecito
en la fragua va a cantar,
O en la rueda del molino
en las jarcias y en el mar.
Cuenta, cuenta las ventanas
que estas manos abrirán;
cuenta, cuenta las gavillas
si las puedes tú contar...
El Estado gendarme
Veo la América del Sur en un temblor. Aún no logro ver claro. Sabe Ud. que no
creo en la mano militar para cosa alguna. Dios ayude a los buenos.
Recuérdeme algo que me preocupa desde hace años: Procurar que nuestra
gente vea, palpe y comprenda que nuestra raza está dando no sé qué clase
de cultura que en nada mejora sus instintos crueles. De esto recuérdeme usted. Es
una llaga parece la vida de nuestros pueblos en cuanto al simple amor al prójimo.
Ni el escritor ni el artista ni el sabio ni el estudiante pueden cumplir su misión en
ensanchar las fronteras del espíritu si sobre ellos pesa la amenaza de las fuerzas
armadas, del Estado gendarme que pretende dirigirlos. El trabajador intelectual no
puede permanecer indiferente a la suerte de los pueblos, al derecho que tienen de
expresar sus dudas y sus anhelos. América en su historia no representa sino la lucha
pasada y presente de un mundo que busca en la libertad el triunfo del espíritu.Nuestro
siglo no puede rebajarse de la libertad a la servidumbre.Se sirve mejor al campesino,al
obrero,a la mujer,al estudiante,enseñandole a ser libres, porque se le respeta su
dignidad.
(Carta dirigida a Benjamín Carrión)
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Fuente: Textos y Poemas. Fortín Mapocho – 29 –Enero -1988.
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