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VOLVER A GALICIA
cuentos y poemas con gallegos argentinos
(con estudio monográfico)
María González Rouco
Colectividades Argentinas
González Rouco, María: Volver a Galicia. Buenos Aires, 2009. (Colectividades Argentinas)
páginas
ISBN DE LA EDICION ABREVIADA: ISBN 978-987-605-217-7
María González Rouco
[email protected]
http://volveragalicia.galeon.com/
http://volveragalicia.blog.arnet.com.ar/
www.edicioneselescriba.com.ar/
Este libro, el primero de la colección "Colectividades Argentinas", fue bendecido en la
Parroquia Santiago Apóstol de la Ciudad de Buenos Aires. Incluye varios
trabajos publicados en Monografias.com, cuentos y poemas publicados en diarios,
revistas e internet y fotos antiguas y actuales.
Prólogo de Carlos Penelas. Entrevista de Margarita Ferrer. Comentarios acerca de la
obra por la Presidente de la "Fundación Rosalía de Castro" Helena Villar-Janeiro,El
Coordinador de "Berce Das Orixes" Lionel Rexes Martínez, la escritora e ilustradora
Anxeles Ferrer, la inmigrante destacada María Rosa Iglesias, el historiador Ruy Farías,
el Co-Director de la "Cátedra España" de la UCES Lic. Jorge Alonso y los periodistas
Antonio Requeni, Sebastián Jorgi, Carolina de Grinbaum y Raquel González Bonorino
de Rocca, entre otros. Fragmentos de cartas del Dr. Alberto Núñez Feijöo y el Lic.
Santiago Camba. Fotos por Carlos Prebble.
Portada: Paseo del Inmigrante Gallego, contiguo a la Parroquia Santiago Apóstol. Núñez,
CABA, Argentina, 2008.
Acerca de la autora
Nieta de gallegos de Lugo y La Coruña, María M. González Rouco nació en
Buenos Aires, en 1960. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de dicha ciudad, de la que egresó con los títulos de Licenciada en Letras con Orientación en
Letras Modernas (1984) y Profesora en Letras (1983). Escribió su Tesis de Licenciatura sobre
los aspectos autobiográficos de la obra de Manuel Mujica Láinez, dirigida por el Dr. Guillermo
Ara y manteniendo correspondencia con el escritor. Compiló la antología Territorios de infancia
(Plus Ultra, 1994), en cuyo estudio preliminar amplía el tema investigado en su tesis.Cursó
asimismo algunas materias de la carrera de Historia de las Artes, estudios que abandonó para
dedicarse de lleno al periodismo.
Ha publicado ensayos, comentarios, reportajes, notas de actualidad, cuentos y poemas en los
diarios La Prensa (donde tramitó, en 1990, su Matrícula Nacional de Periodistas), Clarín, La
Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Voz del Interior de Córdoba, La Capital de Rosario, La
Capital de Mar del Plata, Diario de Cuyo de San Juan, Pregón de Jujuy, El Diario de la Región
de Chaco, El Diario de Paraná, El Tiempo de Azul, El Tiempo de Saladillo, The Southern Cross,
Mundo Israelita y Diario Armenia. Colaboró en el magazine digital Argentina Universal
(Washington, Estados Unidos), en la revista digital Vetas (Santo Domingo, República
Dominicana), en Letras-Uruguay (Montevideo, Uruguay) y en El Quincenal de Hungría
(Budapest, Hungría). Hasta la fecha, aparecieron con su firma más de mil doscientos artículos
periodísticos.
Escribe en la revista el gRillo, que dirige la escritora Carolina de Grinbaum; en esta revista se
ocupa además de la Secretaría de Redacción y las Relaciones Públicas. Anteriormente escribió
en Letras de Buenos Aires, Proa, Pliego de Poesía, Napenay y Lucanor (argentinas) y en Alba
de América (estadounidense).
En 2006 creó Inmigración y literatura; desde abril de 2008, este blog es el más visto de Arnet,
con un promedio de 13700 visitas mensuales en 2009. En 2008 creó, junto a Carlos Prebble, el
fotoblog Colectividades argentinas, uno de los más vistos de Arnet, en el que aparecen fotos
tomadas desde 1995, junto a otras que les han hecho llegar o están publicadas en sitios de
colectividades. En total, son más de 3500 fotos, a las que se suman las 1200 de Gallegos y
Asturianos... y las 350 del Museo de la Inmigración. En diciembre de 2008, el Equipo Editorial
de Monografias.com la invitó a crear uno de los diez blogs de Autores Destacados; así surgió
Libros de las colectividades.
Es autora de Inmigración y literatura (2002), libro digital publicado en el sitio
www.monografias.com, y de las series Visiones del inmigrante (2003), Inmigración a la
Argentina: Personalidades (2003) e Inmigración a la Argentina: Colectividades (2003),
publicadas en el mismo sitio.
En 1996, el periódico Viajero Celta la nombró "Personaje Celta" del mes de Julio.
Trabajos de su autoría aparecieron en sitios del país y el extranjero; entre ellos, en el periódico
virtual Galiciaoxe (www.galiciaoxe.org), en A Grileira, publicación de la Fundación Xeito Novo
(www.agrileira.com), en el sitio de los irlandeses (www.irlandeses.com.ar), el de la Unión
Compatriótica Armenia de Marash (www.marash.com.ar), el de los estudiantes de Historia y
Geografía de la Universidad de Las Palmas de la Gran Canaria, España
(www.aquacanary.com/historia/Arte.htm), Gema Consulting Services ([email protected]),
Kulturburg (www.kulturburg.org) y Guía Cultural (www.guiacultural.com).
Algunos de sus trabajos figuran como enlaces recomendados en las páginas de Horacio
Vázquez-Rial (www.vazquezrial.com) y María Rosa Lojo (www.mariarosalojo.com.ar).
Su monografía ―El viaje‖ fue citada por Lorena Amaro Castro et al., en Lenguaje y
Comunicación, libro para 3r. año de educación media (Santiago de Chile, Santillana del
Pacífico, 2005), mientras que Jorge Lanata citó en ADN Mapa genético de los defectos
argentinos (Buenos Aires, Planeta, 2004), la monografía ―El idioma‖. Cuarenta y cuatro trabajos
publicados en Monografias.com y numerosas notas periodísticas y comentarios bibliográficos
publicados en Letras-Uruguay aparecen citados como bibliografía en Los gallegos en el
imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa, por María Rosa Lojo (dir.), Marina Guidotti y
Ruy Farías (Fundación Barrié de la Maza, Vigo, 2008).
Pasajes de sus críticas bibliográficas aparecen en libros de Sebastián Jorgi, Cristina Pizarro y
Carolina de Grinbaum, entre otros.
Recibió distinciones en diversos certámenes de cuento, poesía y ensayo. En 1991 se la
distinguió con el Primer Premio en el concurso ―Cuentos de miedo y misterio para lectores a
partir de los diez años‖, otorgado por la Editorial Magisterio del Río de la Plata a Martín y el
diablo bretón (publicación y anticipo de los derechos de autor). El jurado que lo otorgó estaba
integrado por Marta Giménez Pastor, Nelí Garrido y Julio Azamor. Dicho libro fue traducido al
portugués y publicado –como A casa mal-assombrada- por Ediçoes Loyola en San Pablo,
Brasil, en 1995.
Cabe destacar, asimismo, el premio otorgado en 1997 por la revista el gRillo a su cuento ―Un
cielo para mi abuelo‖; dicho premio consistía en la publicación de un volumen individual cuentopoesía; así se publicó Josefina en el retrato (Buenos Aires, el grillo, 1998).
Algunos de estos cuentos, y otros inéditos en Internet, integran el libro digital Volver a Galicia,
publicado en Letras-Uruguay en 2005. En 2009, se editó en formato papel.
Entre otros premios, fue distinguida con los siguientes: Tercer Premio, Categoría Familiares de
Profesionales, por el poema ―Mi abuelo‖, en el Concurso Literario convocado en 2008 por el
Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires; Mención del Jurado, por ―El
regreso del indiano‖, en el Concurso Literario convocado en 1999 por el Consejo Profesional de
Ciencias Económicas de Buenos Aires -Jurado: María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer
y Jorge Masciángioli-; Mención Especial, por ―Un cielo para mi abuelo‖, en el Concurso Literario
convocado en 1997 por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires.
Jurado: María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge Masciángioli; Primera Mención,
por el cuento ―Peregrinación‖, en el Concurso ―El Inmigrante‖, convocado en 1995 por la SADE
Filial Centro (Azul, Provincia de Buenos Aires), y el Círculo Literario Mitre; Segundo Premio,
Categoría Familiares de Profesionales, por el poema ―De España‖, en el Concurso Literario
convocado en 1994 por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires.
Jurado: María Angélica Bosco, Nicolás Cócaro y Eduardo Gudiño Kieffer; Mención, por el
ensayo ―Vagabundos y romeros‖, en el concurso convocado por el Ateneo Cultural de la
Ciudad de Buenos Aires en 1985. Jurado: Ricardo Adúriz, María Alicia Domínguez y Oscar
Hermes Villordo.
Ha participado en la antología Nosotros el Sur (Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1992).
Ejerce la docencia en un colegio porteño. Como docente, asistió a la Jornada "Día del Foklore"
(UCA, 2009), el Taller de Marta Prada (Centro Caras y Caretas, 2008), el 3er. Encuentro
Pedagógico (Nuestra Sra. de la Misericordia de Belgrano, 2008) y el Curso de Mitigación de
Riesgos (Escuela Técnica Ingeniero Latzina, 2009), entre otros.
[email protected]
Páginas web y blogs que integran el proyecto INMIGRACION Y LITERATURA
INMIGRACION Y LITERATURA el libro
vida cotidiana de los inmigrantes y exiliados, reales y de ficción, que llegaron a la Argentina
entre 1810 y 1960
http://inmigracionyliteraturaellibro.blog.arnet.com.ar/
INMIGRACION Y LITERATURA y otros trabajos
Colectividades, Inmigrantes Destacados, Inmigración y Literatura
Página linkeada en www.monografias.com
(http://www.monografias.com/Links/Lengua_y_Literatura/index.shtml )
Fecha de inicio: 10 de agosto de 2006
http://inmigracionyliteratura.es.tl/
INMIGRACION Y LITERATURA blog
actualidad de las colectividades argentinas
el blog más visto de Arnet!!!
19268 visitas entre el 1° y el 30 de septiembre de 2009
http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/
ANTOLOGIA INMIGRANTE
literatura argentina con personajes inmigrantes y exiliados que llegaron entre 1810 y 1960
http://antologiainmigranteargentina.galeon.com/
VOLVER A GALICIA
cuentos con gallegos argentinos
http://volveragalicia.blog.arnet.com.ar/
GALLEGOS Y ASTURIANOS...
cultura inmigrante en la Argentina
1200 fotos
http://espaniolesargentinos.blog.arnet.com.ar/
EL HOTEL DE INMIGRANTES
testimonios y literatura
investigación: http://inmyliteratura.galeon.com/aficiones1935449.html
350 fotos: http://museodelinmigrantedebsas.blog.arnet.com.ar/
INMIGRANTES DESTACADOS
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http://inmigrantesyexiliadosar.blog.arnet.com.ar/
COLECTIVIDADES ARGENTINAS
investigación: http://colectividadesar.galeon.com/
3500 fotos de fiestas, encuentros, muestras y muchos otros eventos
el tercer fotoblog más visto de Arnet!!!
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LIBROS DE LAS COLECTIVIDADES, en Monografias,com:
http://blogs.monografias.com/maria-gonzalez-rouco/
Mi página personal
MARIA GONZALEZ ROUCO
libros, trabajos, artículos periodísticos, cuentos y poemas
http://mariagonzalezrouco.galeon.com/
http://loslibrosquecomente.blog.arnet.com.ar/
http://albumgonzalezroucoprebble.blog.arnet.com.ar/
ENTREVISTA A MARIA GONZALEZ ROUCO
Conversaciones al filo del milenio
Maria González Rouco nació en Buenos Aires. Curso estudios en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de dicha ciudad, de la que egreso con el titulo de licenciada en Letras,
con Orientación en Letras Modernas. Escribió su Tesis de Licenciatura sobre los aspectos
autobiográficos de la obra de Manuel Mujica Láinez, dirigida por el Dr. Guillermo Ara y
manteniendo correspondencia con el escritor.
Colabora en los diarios La Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Capital de Mar del Plata y El
Tiempo de Azul, en cuyos suplementos aparecen sus trabajos sobre inmigración, tema sobre el
que escribe desde 1980.
Ha publicado ensayos, comentarios, reportajes, notas de actualidad, cuentos y poemas en los
diarios La Prensa (donde tramitó su Matricula Nacional de Periodista), Clarín, La Voz del
Interior de Córdoba, La Capital de Rosario, Diario de Cuyo de San Juan, Pregón de Jujuy, El
Diario de Paraná y El Tiempo de Saladillo, y en el periódico The Southern Cross.
Colabora asimismo en las revistas Letras de Buenos Aires y el gRillo. Anteriormente escribió en
Proa, Pliego de Poesía, Napenay y Lucanor (argentinas) y en Alba de America
(estadounidense).
Recibió distinciones en diversos certámenes de cuento, poesía y ensayo. Entre ellas se
destaca el Primer Premio en el concurso «Cuentos de miedo y misterio para lectores a partir de
los diez años», otorgado por la Editorial Magisterio del Río de la Plata a Martín y el diablo
bretón en 1991 (publicación y anticipo de los derechos de autor). El jurado que lo otorgó estaba
integrado por Marta Giménez Pastor, Neli Garrido y Julio Azamor. Dicho libro fue traducido al
portugués y publicado por Edicoes Loyola en San Pablo, Brasil
Compiló la antología Territorios de infancia, (Plus Ultra, 1994), en la que amplia el tema
investigado en sus tesis.
Es autora de los volúmenes inéditos Inmigración en la Argentina (ensayos) e Inmigración a la
Argentina: Bibliografía reciente (en preparación).
—Usted es una colaboradora de larga data de La Cultura en EL TIEMPO ¿Como surgió el
contacto con Azul?
—En el año 83, yo estaba escribiendo mi tesis de Licenciatura sobre la obra de Manuel Mujica
Láinez, bajo la dirección del profesor Arturo Cambours Ocampo, en la Universidad de Buenos
Aires. En ese momento, Cambours, además de ser titular de Literatura Argentina II, dirigía el
Instituto de Teatro y, fuera del horario de clase, atendía allí a quienes deseaban verlo. Como
tesista, yo iba muy seguido y me encontraba con alumnos más avanzados, con los que
conversábamos sobre la carrera. Algunos de esos alumnos enviaban trabajos al profesor
Carrau. Uno de ellos me dijo que existía un suplemento en Azul, y que el director sin duda
leería lo que yo le enviara. Fotocopié parte de una monografía sobre ―La muerte en Misteriosa
Buenos Aires‖ que había realizado con una compañera para la materia de Cambours
(Literatura Argentina II), le adjunté una carta y lo envié. Pensé: ―¿qué me va a publicar? No
tengo curriculum, no me recibí, no lo conozco‖. En fin, todo eso que piensa uno cuando intenta
algo por primera vez. Pasaron los meses y a fin de año, un día, encuentro un sobre con la
inconfundible letra de Carrau: me enviaba el suplemento con nuestra primera colaboración. Les
debo muchas cosas a usted y al profesor, pero la más importante es —creo yo— que no hayan
discriminado por fama o por logros profesionales. Junto a mis notas aparecían colaboraciones
de Miguel Ángel Viola, Luis Ricardo Furlan y las de muchas otras personas que ya en ese
entonces tenían renombre.
Por otra parte, al permitir que una colaboradora publique algo, se está generando una
retroalimentación que hace que ese periodista se esfuerce, intente nuevos caminos. Se lo
alienta. Y usted sabe muy bien cuántas notas mías desechó el profesor Carrau; así también se
aprende.
—Sus colaboraciones versan sobre diferentes temas y géneros: critica literaria, reseñas de
plástica, investigaciones, creación literaria. ¿Qué prioridades podría establecer en esta
enumeración?
—Sin lugar a dudas, lo fundamental para mi es la investigación acerca de la inmigración. Es lo
que más me interesa y a lo que le dedico el tiempo que puedo. De este afán surgieron muchos
trabajos publicados en diversos diarios —principalmente en este suplemento, La Capital de Mar
del Plata y La Nueva Provincia de Bahía Blanca— que espero poder reunir algún día en un
volumen. Me interesan tantos los autores clásicos —Cane, Gerchunoff, Poletti—, como
aquellos que, a menudo en ediciones de autor, se lanzan a contar su historia o las de sus
mayores.
Cuando alguien habla de inmigración, ahí trato de estar, más allá de que sea una muestra, un
recital o la presentación de un libro. Es un tema que me atrae desde muy chica y, con los años,
se hace más importante para mí porque como adulta, como profesional, como esposa y como
madre, entiendo a mis abuelos desde una perspectiva diferente de la que tenía a los veinte
años, cuando escribí para Literatura Argentina I mi primera monografía al respecto. Los
diferentes temas que escribo también me interesan, pero ninguno como éste, al que dedico un
esfuerzo del que surgen, no sólo las notas, sino un diccionario de bibliografía reciente en el que
trabajo desde hace tres años.
—Usted es una nieta de inmigrantes, y de hecho ha investigado el tema de la inmigración.
¿Cómo surge este interés?
—Las historias de mis abuelos eran, en mi infancia, un ―cuento‖ interesante para mí. Ese tipo
de narración familiar sin duda me marcó. Cada vez que se juntaban mis parientes tenían dos
temas de conversación, a saber: cómo cambió su vida al llegar a América y cuándo iban a ir de
visita a su tierra. En la Facultad estudié muchas obras al respecto, de la generación del 80 en
adelante, y lo vi como tema literario. Hoy, me intereso no sólo por la comunidad gallega, sino
por todas aquellas que emigraron a nuestro país, inclusive en la actualidad. Trato de compartir
con los de mi edad experiencias similares, de homenajear a los mayores, y de transmitir a los
más jóvenes lo terrible y desgarradora que debe haber sido la experiencia para quienes quizás
ya sabían que nunca iban a volver.
—¿Como repercute la presencia de las comunidades?
—Yo diría que repercute en cuanto los argentinos convivimos diariamente, en la capital y en el
interior, con asociaciones que muestran a la sociedad su historia y su cultura y, al mismo
tiempo, nos hablan de la capacidad de sacrificio de los hombres y mujeres de cada
colectividad. Son custodios de tradiciones, de testimonios de hondo contenido ético y la
frecuentación de las mismas siempre es enriquecedora. Su presencia es constante; basta con
leer cualquier diario o revista para comprobarlo.
Margarita Ferrer de Carrau
EL TIEMPO, Azul, 3 de septiembre de 2000
A la memoria de mis abuelos,
Pedro González y Carmen Corral, de Lugo,
y Martín Rouco, de La Coruña
Cada vez que se juntaban,
mis mayores tenían dos temas de conversación,
a saber:
cómo cambió su vida al llegar a América
y cuándo iban a 'volver a Galicia'
MGR
En este volumen reúno cinco cuentos sobre inmigrantes y varios poemas, inspirados por
testimonios y lecturas, publicados originalmente en El Tiempo de Azul, y digitalizados en Letras
Uruguay.
En "Josefina en el retrato", evoco a través de una niña de la década de 1880, las actitudes
de la elite porteña hacia la inmigración.
―Peregrinación‖, evoca el doloroso instante de la partida y a la esperanza que impulsaba a
quienes dejaban su tierra.
Antonio González, nacido en Lugo en marzo de 1890, protagoniza ―El regreso del indiano‖,
cuento en el que inventé para mi abuelo paterno una vida más feliz que la que realmente tuvo.
En ―Un cielo para mi abuelo‖, evoco los últimos días de mi abuelo materno.
Escribí mi cuento ―Volver a Galicia‖, basándome en una anécdota familiar; en 1971, mi
padre conoció personalmente en Muras a su tío Marcelino Corral, quien lo recibió sorprendido.
Los poemas constituyen otras tantas formas de abordar un pasado que me conforta y
acompaña.
Precede a los textos literarios un trabajo monográfico publicado originalmente en
Monografias.com, que tiene por objeto informar someramente acerca de la realidad evocada en
los cuentos y poemas.
Vida cotidiana
Presentación
Me propongo en este trabajo recuperar para los inmigrantes y sus descendientes esas historias
cotidianas que nos describen la vida en la tierra nueva. Para ello, he recurrido a los testimonios
de escritores, historiadores, actores, periodistas, y de los inmigrantes que conozco, incluidos
los familiares. También transcribo testimonios de hijos y nietos de quienes llegaron de lejos.
Encontré mucho material en librerías ―de viejo‖ y en bibliotecas. Después de que se publicaron
las monografías por separado, muchos lectores me hicieron llegar experiencias, y me
permitieron incluirlas en este trabajo. Archivando y preguntando, llegué a reunir los recuerdos
transcriptos en esta obra, que intenta ser un homenaje a quienes vieron a la Argentina como la
tierra de ―paz, pan y trabajo‖.
Los textos a los que me refiero, y que transcribo parcialmente, provienen de memorias,
biografías, ficción, poesía y reportajes. Salvo algunos pasajes provenientes de dramas y films,
el teatro, el cine y la televisión, tan ricos en expresiones acerca de la inmigración, no han sido
reflejados en estas páginas; abordaré este aspecto en un futuro.
No me ocupo de los inmigrantes que descollaron en las artes, las ciencias y el comercio, entre
otras áreas, porque ellos son tema de otros trabajos; busco reflejar la vida del inmigrante
común, como lo fueron mis abuelos y tantos otros que llegaron aquí entre 1810 y 1960.
Escribir este libro llevó muchos meses, y un trabajo de archivo de años. Fue una tarea difícil en
lo emotivo, porque muchos de los episodios relatados se referían a la crueldad humana y su
reflejo en toda la sociedad, pero especialmente en los más desprotegidos. En América, esos
inmigrantes encontraron una vida digna –aún debiendo soportar a los xenófobos-, pero su
historia de hambre, persecuciones y torturas los acompaña, estén donde estén. Como
contrapartida, asistimos también al relato de sus logros, los que alcanzaron con fe, laboriosidad
y privaciones.
En un principio, tomé el lapso que va de 1880 a 1930 –entre esas fechas llegaron a Buenos
Aires mis abuelos gallegos, y a Tandil, mis bisabuelos lombardos-; luego me di cuenta de que
era necesario incorporar material relativo a décadas anteriores y posteriores a las
mencionadas, sin el cual, el trabajo quedaría incompleto.
―Inmigración y literatura‖ fue el título del primer artículo periodístico que escribí sobre este tema.
Esa visión literaria se fue ampliando con historias de vida, historietas, films y muchos otros
aspectos que resultan valiosos a la hora de conocer una etapa. Doce de los capítulos que
componen este volumen fueron publicados durante 2002 en el sitio www.monografias.com.
Luego los amplié y actualicé, y agregué dos más, que también fueron publicados en el mismo
sitio.El trabajo completo apareció en www.monografias.com en 2005.
Este libro, en el que hablan personalidades relevantes y otras que no lo son, es el tributo que
rindo a esos hombres y mujeres, para que sus sacrificios, sus tradiciones, sus anécdotas, sean
recordados por los protagonistas y conocidos por sus descendientes, quienes hoy quizás
tientan suerte en la tierra de sus abuelos.
I Motivos
Algunas de las páginas que se escribieron sobre la inmigración nos muestran la idea de
emigrar desde los instantes en los que surge. La vemos afirmándose, madurando en esas
mentes en las que la desesperación es un sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como
dice Gustavo Cirigliano, en sus ―Disquisiciones tangueras‖- ―Todo aquel que dejó su país, su
patria de origen, de hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún expulsado por ella, fue
impelido a irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas‖ (1).
José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de Orense, se refirió en 1998 al
sentimiento de los gallegos emigrantes: ―Los gallegos han colaborado en la realización de la
Argentina, pero nunca se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir un sentimiento
de rencor por no haberles dado la posibilidad de progresar en su lugar de nacimiento. Ellos
saben que si Galicia no les ha dado oportunidades es porque no ha podido‖ (2).
En el sitio ―Asturias en la emigración‖, Luciano Méndez Muslera enumera los motivos que
llevaron a los asturianos a emigrar; habla de la imitación e inculcación, la salida de los hidalgos
segundones y gente acomodada, los ―ganchos‖ o agentes de los armadores, la evasión del
reclutamiento militar, y los motivos económicos o de población (3). Estos motivos, aunque con
variantes, pueden aplicarse a ciudadanos gallegos, pero es necesario agregar otro: los dramas
personales –los cuales, aunque mínimamente, también fueron causa de emigración.
Notas
(1) Cirigliano, Gustavo: ―Disquisiciones tangueras‖, en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de
2001.
(2) Estévez, Paula: ―Buenos Aires es nuestra 5° provincia de ultramar‖, en La Prensa, 7 de
noviembre de 1998.
(3) Méndez Muslera, Luciano: ―Asturias en la emigración‖, www.telepolis.com.
Guerras, persecuciones
Leopoldo Díaz, en el poema ―Tierra prometida‖, expresa: ―¡América! te anuncia el nuevo día/ en
que el arte y la ciencia te den gloria./ Serás del pensamiento la victoria,/ no la victoria de la
guerra impía.// La voz del porvenir es la voz mía;/ mi palabra augural no es ilusoria;/ hecha de
luz y lágrimas tu historia/ habla en mí con fervor de profecía.// El viejo mundo se desploma y
cruje... El odio, entre la sombra acecha y ruge.../ Una angustia mortal tiene la vida...// Y como
leve arena que alza el viento,/ a ti vendrán el paria y el hambriento/ soñando con la Tierra
Prometida‖ (1).
La política aparece reiteradamente como motivo de emigración. La Guerra Civil fue el motivo
para que muchos españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo Cuadrado Moure,
pasajero del Massilia, quien recuerda ese trance: ―En el año 1936 sube Franco, aquella
tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa
guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros,
el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas,
teníamos la canción y teníamos a América‖ (2).
Con respecto a lo que acontecía en España -relata Ema Wolf-, en América, las opiniones
estaban divididas: ―En 1896 se creó la Asociación Patriótica Española. Organizó una bolsa de
trabajo, se ocupó de repatriar a los que carecían de medios para hacerlo y colocó comisarios
en los barcos para que controlaran las condiciones en que se hacían las travesías. Pero el
motivo de su fundación fue la guerra entre España y Cuba‖.
―A mediados de la década del ‘90 la nutrida colonia hispana se conmovió al saber que cobraba
fuerza en Cuba la lucha por la independencia, debido a la acción de José Martí y los grupos de
patriotas. La Asociación promovió colectas para ayudar a la nación en guerra y a los soldados
que se batían lejos de la patria. Las opiniones, sin embargo, no eran unánimes. Dentro de la
colectividad había quienes apoyaban la causa cubana. A los gritos de ‗¡Viva España!‘ y ‗¡Viva
Martí!‘ se trenzaban los dos bandos en las veredas de la Avenida de Mayo, y en una
oportunidad volaron como proyectiles las sillas y mesas del café Tortoni. Cuarenta años más
tarde, cuando la Guerra Civil partió a España en dos, se enfrentaron en el mismo escenario
franquistas y republicanos. Nada de lo que sucedía allá resultaba indiferente a esta especie de
sucursal de la península‖.
―Al ser bombardeado en la bahía de La Habana el acorazado Maine, de la marina de los
Estados Unidos, esta potencia encontró un pretexto para intervenir en Cuba e iniciar acciones
contra España que, debilitada, ya no pudo defenderse. Los españoles en la Argentina
manifestaron su indignación en mítines callejeros agitando banderas amarillas y rojas. Con
festivales y suscripciones, la Asociación Patriótica logró reunir fondos para adquirir un buque
de guerra, el crucero Río de la Plata, que donó a la armada de su país. Pero el enemigo ya era
otro y muy dispares las fuerzas. España resignó su colonia, que no hizo sino cambiar de mano‖
(3).
Los españoles inmigrantes se organizaron para ayudar a sus compatriotas en guerra. Lo
cuenta Manuel Castro: ―Durante los años de la guerra civil, Dopazo y sus músicos, entre los
que se encontraban sus hijos, eran llamados para recaudar fondos para la Madre Patria. Los
del bando nacional lo hacían por medio de Lola Membrives en el Teatro Avenida y los
republicanos en el Luna Park‖ (4).
Helvio Botana escribe en sus memorias: ―mi padre convirtió la guerra española en problema
argentino, pues así se lo tomó... Por influjo de Crítica nuestra población tomó partido a favor o
en contra de Franco. Así fue, en toda la República una beligerancia polémica nos invadió. Y
como en toda guerra, hubo hechos notables y ridículos, abnegados y aprovechados. El ‗no te
metás‘ desapareció. La Argentina vibró y se vivió pasionalmente un suceso que fue nuestro‖
(5).
Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que él vivía ―se hablaba de lo que ocurría en el
mundo –y en el mundo ocurrían nada menos que la guerra civil española y el nazismo- o en
nuestro propio país, este último vivido más bien a nivel de realidad cotidiana, y no sin reflejos
del anterior‖ (6).
Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro, un conflicto bélico relacionado con la vida
cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: ―nunca he dudado de que la Guerra Civil también se
libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco
declaró el estado de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a
toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos
tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra
mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis
hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo,
Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa
natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era
entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre
y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo
no tenía con quién jugar‖ (7).
Llorarían asimismo los padres de María Rosa Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires
al Oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-, quien se define como
―la primera generación argentina nacida de una pareja de exiliados durante la Guerra Civil‖ (8).
Antonio Gonzalo Soto Canalejo es recordado como el líder de la Patagonia Rebelde. ―En 1936
cuando se declara la guerra civil en España Soto intenta ir a pelear por la República, pero su
salud no se lo permite‖ (9).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan europea, llegó a la Argentina. En Latas de
cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé
1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas.
Relata el protagonista: ―Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado
esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la
vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo‖ (10).
Notas
1. Díaz, Leopoldo: ―Tierra prometida‖, en Cantan los pueblos americanos. Selección de
Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
2. S/F: ―Esa magnífica legión de viejos‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
3. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
4. Castro, Manuel: ―Manuel Dopazo‖, en Viajero Celta, Buenos Aires, Año I N° 9, Julio de 1996.
5. Botana, Helvio: Memorias. Tras los dientes del perro. Buenos Aires, 1977.
6. Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
Vol. VI (Capítulo).
7. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
8. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero,
1987.
9. S/F: ―Antonio "Gallego" Soto Líder de la Patagonia Rebelde‖, Información tomada del folleto
distribuido en Buenos Aires, Santa Cruz y Punta Arenas, durante los homenajes a Antonio
"Gallego" Soto con motivo del centenario de su nacimiento en octubre de 1997. Ferrol 1897 Punta Arenas 1963. Versión galega: ―O ―gallego‖ Antonio Soto, líder da Patagonia Rebelde‖ Lois Pérez Leira - Actualidade CGI Outubro 1/1999. Incluido en www.discepolo.org.ar.
10. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.
229 pp.
El reclutamiento
Luciano Méndez Muslera menciona como motivo de emigración de los asturianos la evasión
del reclutamiento militar: ―el sistema de reclutamiento era de tiempos de Carlos III y consistía
en tomar a un mozo de cada cinco de reemplazo (de ahí que se les defina con la palabra
‗quintos‘ a los reclutas) quedando así vinculado a la tropa por un período de ocho años, aunque
por diversas causas económicas del estado español en aquellos tiempos, se llegaron a
conceder licencias temporales (preferentemente durante las cosechas)‖.
Los españoles no estaban de acuerdo con esa reglamentación: ―El sistema de ‗quintos‘ fue
muy contestado (motín 1773 Barcelona) y también fue rechazado por algunas localidades
como Madrid, así como también por profesiones como licenciados, clérigos, maestros de
escuela, etc‖. Como en todo reglamento, siempre había excepciones: ―el sorteo no se hacía
con rigor y el quinto sorteado era sustituido por un pobre o vagabundo, si el médico no lo
declaraba incapacitado. Esto dio lugar a que los más desamparados o sin influencia alguna
fuesen al servicio militar‖. Además, ―en 1837 quedó establecido que se podía sustituir la
obligación militar por una cantidad de dinero, (...) estas cantidades estaban muy por encima de
las posibilidades de los campesinos asturianos‖.
El período de reclutamiento, ya largo, se extendió décadas más tarde: ―En el año 1885 se
estableció también que la duración del servicio militar se fijara en doce años, desde la entrada
en la caja de reclutas hasta el término de la segunda reserva‖. Y se agrega una nueva
alternativa: ―También se crea la figura del sustituto, otra de las posibilidades de librarse del
servicio militar; los quintos destinados en ultramar podían buscarse un sustituto, que debería
ser de la misma zona, soltero o viudo sin hijos y sin sobrepasar los treinta y cinco años. Esto
dio lugar a que los dueños de las caserías llegaran a amenazar a sus inquilinos con perder la
casería que tenían en régimen de alquiler si uno de sus hijos no hacía el servicio militar en
sustitución de un hijo del dueño de las fincas‖. Recién en la segunda década del siglo XX deja
de llevarse a cabo esa práctica: ―Estas reglamentaciones siguieron en vigor hasta 1912 en que
se suprimieron y aparecieron otras formas de servicio militar‖.
No sólo la posibilidad de ser reclutados alarmaba a los jóvenes: ―Esta larga duración era
suficiente para animar a la emigración, pero a esto se añadían las guerras (Cuba, Filipinas,
carlistas en España y otras guerras coloniales, sobre todo la de Marruecos que fue la que más
alto grado de emigración produjo)‖ (1).
El gallego Francisco Coira llegó a la Argentina en 1925, ―como vienen todos los inmigrantes,
para buscar algo mejor... y en realidad, escapando del servicio militar, que se hacía en
Africa...(...) lo que significaba, con las pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse...‖ (2).
Encontramos en una novela una alusión a esta realidad. En Un dandy en la corte del rey
Alfonso, María Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el motivo que llevó a su
padre a emigrar y la situación económica en la que debió hacerlo: ―todas habían pertenecido a
mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una
mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y... Y nada más. ¡Ah, sí: las
monedas!‖ (3).
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op.cit.
2 Ceratto, Virginia: ―Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo‖, en La Capital,
Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
3 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
Hacer la América
―Es de tener en cuenta también los factores económicos –dice Méndez Muslera-; con la
desamortización de Mendizábal se agrava la situación de los campesinos, al elevar los
propietarios las rentas de las caserías, forzando a los campesinos a emigrar, a la vez que
impedía también el que los colonos pudieran acometer mejoras en la explotación. (...) También
el factor poblacional es de tener en cuenta, ya que en la segunda mitad del siglo XIX las altas
tasas de fertilidad alcanzadas no permitían ofrecer tierras a los hijos a través de nuevas
particiones de caserías por alcanzar éstas una extensión mínima. Esto añadido a la elevación
de las rentas y de los impuestos forma otro pilar fundamental como causa de emigración‖ (1).
Para los gallegos de mi familia, había dos destinos: Buenos Aires y Cuba. Mi abuelo paterno y
sus hermanos emigraron a Manzanillo; desde allí, mi abuelo se trasladó a Buenos Aires,
mientras que sus hermanos quedaron en la isla.
Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: ―En aquella época
las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos
enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era
habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con
los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por
tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en
la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza
sería no tener que luchar con un truhán como yo‖ (2).
Aucario Pérez Cartoy afirma: ―-Vine por la desesperación. Mi padre era herrero y mi madre
agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas las sacábamos antes de que
maduraran, por el hambre‖ (3).
José Campos Barral manifiesta: ―-Yo me siento gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy
español. Pero en el ‘49, en España, se pasaba mucha miseria‖ (4).
Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de comida: ―Yo me vine a los 18, para tratar de
mandar dinero. Allá se pasaba hambre. Ibamos al matadero a buscar la sangre de la vaca. La
hervíamos, la cortábamos en pedazos, si había aceite se freía y si no se comía hervida‖ (5).
Alberto Cortez escribe, a propósito de su canción ―El abuelo‖, acerca de la emigración de sus
mayores: "De alguna manera esta canción que viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por qué?,
pues simplemente porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una vida yo, su
nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese camino que él no pudo realizar a lo largo de su
larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y algunos años. (...) La
Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios
horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los hermanos García
habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta ―sua terriña‖ natal no podía
ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. (...)‖ (6).
En su libro Los abuelos gallegos en America, escribe Alberto Sarramone: ―Todos conocemos
gallegos que con el hatillo al hombro y una ilusion sin limite en el pecho, llegaron mas lejos que
nadie, mas lejos en la distancia y tambien mas lejos en la intensidad, sin haberse propuesto
otra cosa que hacer unos modestos ahorros con los que haber comprado de regreso a su
aldea, la leira de millo, el campo de maiz que se veia desde su ventana‖ (7).
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
2 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
3 Guerriero, Leila: ―Cuentos de gallegos‖, en La Nación Revista, 17 de abril de 2005. Fotos:
Martín Lucesole.
4 ibídem
5 ibídem
6 Cortez, Alberto: ―El abuelo‖, en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en
www.galespa.com.
7 Sarramone, Alberto: Los abuelos gallegos en America, citado por Rubén Servia.
Imitación, inculcación
―Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por
qué no, algo les habían contado de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que
desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo,
ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de Inmigrantes y luego la
ciudad, las ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la gente, qué
comerían y dónde dormirían‖ (1).
Muchas veces, los emigrantes prósperos no regresan, pero envían cuantiosas sumas para
colaborar con el desarrollo de la región que los vio nacer. En las Aguafuertes gallegas, Roberto
Arlt se refiere a don Gumersindo Busto, y los hermanos Juan y Jesús García Naveira,
filántropos que hicieron obras con parte de la riqueza acumulada en América (2).
Notas
1 Riestra, Jorge: ―Las voces de la ciudad‖.
2 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Buenos Aires, Ameghino, 1997.
Salida de los hidalgos segundones
―La salida de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la emigración no era aún
masiva, ha servido de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde las provincias
del norte de España excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o
económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban a causa de su miseria y que
muchos emigrantes vascos, santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños capitales y una
formación cultural adecuada‖ (1). No he encontrado testimonios al respecto.
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
Los ―ganchos‖ o agentes de los armadores
Estanislao Zeballos se refiere a los agentes en La rejión del trigo, obra de 1883. Allí leemos:
―La palabra de los agentes y de los contratistas está desacreditada en Europa desde el siglo
pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oida‖ (1).
Por otra parte –afirma Alejo Peyret-, los potenciales emigrantes eran tentados con ofertas de
otros países: ―Necesitamos poblaciones que no solamente tengan la actividad física, la
laboriosidad en grado relativamente superior, sino que sean también superiores
intelectualmente y exentas de las preocupaciones de la superstición y del fanatismo. Para
conseguir nuestro propósito sería menester mantener agentes permanentes en Europa, que no
dejemos un momento sin llamar la atención sobre estas comarcas. Sería menester acudir a los
periódicos, a las publicaciones baratas, a folletos, avisos, etc. Sería menester combatir por la
prensa y la propaganda oral la acción de los enganchadores que trabajan para los Estados
Unidos y para Brasil‖ (2).
Notas
1 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.
2 Vernaz, Celia: op. cit.
Dramas personales
Pero también hubo otros motivos que llevaron a quienes emigraron a tomar una decisión tan
difícil.
El orensano Ramón Santamarina pierde, con pocas horas de diferencia, a su padre –que se
suicidó- y a su madre, fallecida a causa de la trágica decisión de su marido. ―Los tíos del niño
Ramón –afirma Alberto Vilanova Rodríguez-, que no fueron capaces de acudir en su socorro,
pero sí avergonzarse del inocente, pero pobre pariente, a pesar de que se había decidido a
luchar por la vida, antes de lanzarse a la mendicidad, le agarraron y le depositaron en un
orfanato, de donde muy pronto se fugó, ofreciéndose como grumete en un velero
contrabandista que salía para Buenos Aires, con la decisión y energía que caracterizaron
siempre su extraordinaria voluntad. En 1840, pues, ponía sus plantas en la Argentina, el país
que con el correr de los años iba a ser testigo de sus virtudes y de su genio‖ (1).
La censura social impulsa allende el mar. En 1886 –escribe Claudio Savoia-, ―zarpó el barco
que sacaba de España al niño Manuel Miranda, alejado de su patra por su abuela para
protegerlo –a él y a su madre- de la vergüenza de ser hijo natural‖ (2).
De su abuela dijo el periodista Vicente Muleiro: ―Como decía Gila, mi abuela era una
solterona... Tan solterona era doña Francisca Muleiro que a sus hijos les puso su apellido.(...)
Murió cuando yo era un adolescente y se llevó el secreto de su infancia gallega y la íntima
épica de su inmigración‖ (3).
Un gallego, en Frontera sur, huye de la ira de su suegro: ―Primero tuve que escapar yo. Pasé
un mes en el monte. Me buscaron con perros, decididos a matarme‖. Vuelve a buscar a su
novia, y se casan en Cádiz. En Barcelona muere la mujer, dejando a un hijo. ―Desde el
momento en que la enterré –dice el viudo-, me entregué a un único propósito: ganar dinero,
porque con dinero se puede todo. Quería comprar mi vida y la tuya, mi libertad y la tuya, y
regresar para vengarme, empezando por tu abuelo...‖ (4).
En La trama del pasado (5), de Cristina Bajo, ―Una joven aristócrata, Ignacia Arias de Ulloa,
abandona a su marido y huye con una criada llevándose muy poco: su estuche de esgrima, y el
halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa solariega de su madre se encuentra con que ésta
ha decidido regresar a las provincias del Río de la Plata, su tierra de nacimiento, para ajustar
viejas cuentas. Sin pensarlo, Ignacia se embarca con ella‖ (6).
Notas
1. Vilanova Rodríguez, Alberto: Los gallegos en la Argentina. Buenos Aires, Ediciones Galicia,
1966. Tomo II. Pág. 760. Premio de Historia en el Concurso Extraordinario de 1957, celebrado
para conmemorar el cincuentenario de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires.
Prólogo de Claudio Sánchez-Albornoz.
2. Savoia, Claudio: op. cit.
3. Muleiro, Vicente: ―El mirador‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
4. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit
5. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 384 páginas
(Biblioteca Cristina Bajo)
6. S/F: en www.edsudamericana.com.ar
.....
Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su
tierra y embarcarse hacia un país desconocido, en el que se establecieron y del que, quizás,
nunca pudieron regresar.
II El viaje
El tema del viaje es un tópico reiterado en la literatura universal. El escritor y periodista Rubén
Benítez, autor de la novela de inmigración La pradera de los asfódelos, me dijo en un reportaje:
―Ulises es tal vez literariamente el primer emigrante que sueña con el regreso a su entrañable
tierra. Lo detienen los cantos de sirena y la magia de Circe‖. Al igual que el griego, ―el
inmigrante europeo también partió y cayó en las mismas redes. El viaje o ―nostos‖ griego,
enlaza con la nostalgia, el dolor del regreso‖ (1).
En las páginas que leímos, encontramos la evocación de la travesía vista, no sólo como
material literario, sino también como un momento de la vida propia o de los mayores que se
desea reflejar, para dar testimonio y rendir homenaje a tantos seres que buscaron en otra tierra
lo que en la suya no encontraban.
Notas
(1) Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
Permiso para embarcar
Marcelo Bazán Lascano señala que la Ley Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de
inmigrante. Distingue ―entre los inmigrantes ‗sensu stricto‘, o sea los que venían con pasaje de
segunda o tercera clase por cuenta del gobierno u otras entidades, y los que entre el 25 de
mayo de 1810 y el presente han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en
cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los segundos son, prima
facie, definibles como inmigrantes ‗lato sensu‘, aunque hubieran venido en primera clase y
aunque lo hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos nobiliarios‖ (1).
Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y refugiados: ―El inmigrante toma una decisión y
asume el riesgo, aunque tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene capacidad u
oportunidad para decidir. Otra de las diferencias fundamentales es la experiencia vivida antes
de la partida. Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de la muerte de
personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales, (...). Luego está el trauma del
desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la destrucción de todos los bienes‖.
Cuando se trata de un refugiado, por más que se esfuerce por sobreponerse, ―El desarraigo
golpea la salud hoy y para el resto de la vida. (...) En muchas ocasiones, el desplazado debe
adaptarse a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus seres queridos. No resulta
extraño que sean frecuentes los intentos de suicidio, los conflictos conyugales, el retraimiento
social, la sensación de peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas agresivas... Un
caso donde el desarraigo es especialmente doloroso es el de los ancianos, que desarrollan
más cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para adelantar la muerte‖ (2).
Tomada la decisión, se emprende la travesía. Primero, por las oficinas que otorgan el permiso
de embarque. No viajaba el que quería, sino el que conseguía la autorización imprescindible
para embarcar. La enfermedad, la senectud, eran muchas veces objeto de discriminaciones
que separaban a las madres de sus hijos, a los hermanos entre sí.
Una vez logrado el permiso de embarque, el inmigrante debe dirigirse al puerto, soportar varios
días en el mar y, finalmente, arribar a Buenos Aires, donde algunos se establecerán, y desde
donde otros seguirán viaje hacia el interior, a las colonias en las que quizás encuentren a algún
ser querido. De este largo periplo dan cuenta muchas de las páginas que leímos.
Notas
1 Bazán Lazcano, Marcelo: ―Carta de Lectores‖, en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre
de 1999.
2 ABC: ―El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida‖, en La Prensa, Buenos
Aires, 9 de mayo de 1999.
La partida
―Dejar la tierra propia, la de la pertenencia, puede ser una decisión personal o también una
elección forzada, a veces violenta. Aunque existe el derecho de fuga, de descubrimiento, de
encuentro, como dice el filósofo italiano Sandro Mezzadra, los migrantes suelen verse
obligados a emprender un camino de ida en busca de un destino que no siempre es mejor que
el abandonado‖ (1).
Algún gallego tendría en su mente los versos de Rosalía de Castro, la poeta que escribió: ―¡Van
a deixala patria!.../ Forzoso, mais supremo sacrificio./ A miseria está negra en torno deles,/ ¡ai!,
i adiante está o abismo!...‖ (2).
María Rosa Lojo evoca la partida de su padre: ―Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de
esos exiliados. Para él ya había pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la cárcel, la
‗redención de penas por el trabajo‘. Sin embargo se despidió de los castañares centenarios y
los caminos de piedra. Cedió a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –
magras por cierto, como miembro de una familia numerosa- hizo las valijas y cruzó el océano.
Dejaba irremediablemente truncos los estudios que había iniciado cuando el mundo era otro, el
sueño de convertirse en oficial de la Marina de la República. Dejaba negocios equivocados y
proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era
un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‗mala cabeza‘, y de play-boy coruñés,
que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para
sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El
futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi,
otra persona‖ (3).
Quienes partían perdían, asimismo, otros afectos muy caros. Recuerda Luis Varela, en De
Galicia a Buenos Aires: ―Dejaba yo en España algo que inconscientemente llevaba conmigo a
bordo. Aquel caballo brioso no podía despegarlo en sueños de mi cerebro. También quedaba
en Galicia un perro que se llamaba Sereno, que yo había criado de cachorro y con tanta pasión
que me acompañaba en mis salidas de caza. No era un pointer de pura raza, pero sí un
incansable rastreador y si ni él ni yo éramos excelentes cazadores, vaya si me había dado
satisfacción por los montes de la campiña gallega. Aquellos fieles amigos yo los cuidaba como
si fueran mis hijos. El negocio para mi casa hubiera sido que nos fuéramos los tres juntos.
¿quién los iba a cuidar ahora? Y en la incómoda posición de la litera, soñaba más que dormía,
siempre en puro sobresalto, creyendo que a mis amigos les estaba pasando algo malo‖ (4).
María, la gallega que deja su tierra en Como si no hubiera que cruzar el mar, novela juvenil de
Cecilia Pisos, pregunta en una carta por su mascota. ―¿Cómo están todos allí? ¿Madre?
¿Padre? ¿Joel y Fernando? ¿Y Blanquita? ¿Y mi gallinita pinta? ¿Ya se la han comido?‖ (5).
A los inmigrantes ―de alguna manera, los acompañaba la esperanza, aún teñida del dolor de
dejar atrás pasado, historia, familia, amigos, afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El
dolor no era poco pero el equipaje que cargaban –liviano, muy liviano- estaba amarrado con
sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de encontrar amparo o un destino mejor, la de volver
y devolverse a esa tierra que, por razones distintas, ahora los expulsaba‖ (6).
En su ―Homenaje al inmigrante‖, canta Betina Villaverde: ―Sí, y fueron valientes, mares de por
medio/ sus raices quedaron/ mas, no vacilaron, fijo en sus mentes un/ mapa brillaba,
Argentina./ Abriéndose en abanico, ancha y hermosa/ Argentina los cobijó/ idiomas extraños,
se entremezclaban, un fin/ lo mismo pedian, trabajo./ Santa palabra, paz, trabajo, hogar,/ sus
norte marcaban/ su equipaje, la fe, la voluntad como arma/ la fortuna, sus manos‖ (7).
Notas
1 Pavón, Héctor: ―Migraciones: las fatigas de un nuevo horizonte‖, en XV Cumbre
Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Salamanca 2005, España. 14 y 15 de
octubre. Buenos Aires, Clarín, 2005.
2 Castro, Rosalía de: Obra Poética. Barcelona, Biblioteca Bruguera, 1972.
3 Lojo, María Rosa: ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Sitio Al Margen Revista
Digital.
4 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
5 Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones Eugenia Nobati. Buenos
Aires, Alfaguara., 2004. 216 pp. (Serie azul).
6 Fesquet, Silvia: ―La tierra de uno‖, en Clarín Viva, Buenos Aires 8 de julio de 2001.
7 Villaverde, Betina: poema enviado por e-mail a MGR en 2004.
Un viaje penoso
En su poema ―Barco, barcos‖, dice Amalia Ottonello: ―esta nave tan grande/ viene de Europa./
Llegan hacinados/ con sueños de progreso,/ inmigrantes –asustados-― (1).
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los inmigrantes
realizaban el viaje hacia América: ―El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante.
De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos
barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido
eran como cargamento de esclavos‖ (2).
Francisco Lores Mascato, Presdente de la Federación de Asociaciones Gallegas, y su esposa,
―En 1952 hicieron 10.000 kilómetros juntos, desde Ogrove a Buenos Aires, pero no cruzaron
palabra. Quizás fue el mareo o la diferencia de edad: cuando se bajaron del vapor Entre Ríos,
en el puerto de Buenos Aires, él tenía 19 y ella 8. Siete años después, un par de gaitas en San
Telmo cambiaron las cosas. Boas noites, bonita, le dijo Paco, y María del Carmen aceptó bailar
un pasodoble en la Federación de Entidades Gallegas. Cuatro décadas después, Lorena, la
hija de ambos, canta antiguas canciones celtas en el mismo salón‖ (3).
Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela ―con sus tres primeros
hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños
intactos)‖ (4).
Sin una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el padre del poeta González Carbalho.
De su profunda pena dará testimonio el hijo en su lírica. Hacía música el galleguito, ―la
armónica en los labios/ hice todo el viaje‖ (5).
Hacer juntos semejante travesía crea lazos. Lo afirma Sergio Pujol: ―Uno baila con los de su
clase social, sus paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los inmigrantes que
llegaron con uno en el barco‖ (6).
También se escuchaban narraciones. Algunos viajeros traían libros. El padre de Rodolfo
Alonso trajo de España un Juan Moreira, un Quijote, un Martín Fierro y un Bertoldo, Bertoldino
y Cacaseno, ―toda una significativa selección‖ (7); mi abuela, la Imitación de Cristo, de Kempis.
Arturo Lezcano me escribe que la madre de José María Martín trajo desde Galicia un cuadro
titulado ―La abuela y el niño‖, de Fernando Alvarez de Sotomayor. Pensaba procurarse con su
venta algún dinero para establecerse en América.
Los olores no llegaban a la distinguida primera clase: ―En el barco –relata Henestrosa-, los
brillos y perfumes de los ricos estaban confinados en un salón, bien protegidos de los vahos de
la chusma que se apiñaba en la bodega‖ (8).
Viajando en esas condiciones, era fácil que se propagaran las enfermedades. A las
enfermedades a bordo se refiere Claudio Savoia, quien afirma que la ―fiebre inmigratoria‖ de
1907 fue bautizada así por los historiadores porque casi todos los pasajeros de los barcos
llegaron a la Argentina con fiebre (9).
Otras eran las desventuras de los intelectuales españoles que llegaron a bordo del Massilia, el
5 de noviembre de 1939. Esta noticia apareció al día siguiente en el diario Noticias Gráficas:
―Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un
rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero
nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y
menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos
ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que
representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría
situación de los delincuentes incomunicados‖ (10).
El escritor Rodolfo Alonso afirma, refiriéndose a los exiliados gallegos, que ―si Buenos Aires –y
con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de
inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos
ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de
viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios,
sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces
mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R.
Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a
Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el
franquismo‖ (11).
Notas
1 Ottonello, Amalia: ―Barco, barcos‖, en Taller literario Museo Histórico Sarmiento: La esquina
literaria Año 1996 Profesora Nenè D‘Inzeo. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
2 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
3 Peralta, Elena: ―Clubes españoles‖, en Clarín, Buenos Aires, 3 de julio de 2005.
4 Carballeda, Elsa: ―El altillo de Elsa‖, en Floresta y su mundo, Año 9, N° 106, Febrero 1999.
5 Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletín
Galego de Literatura.
6 Pujol, Sergio.: ―El baile, una historia de sexo, violencia y tensiones sociales‖, en La Capital,
Mar del Plata, 13 de febrero de 2000.
7 Alonso, Rodolfo: en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
8 Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
9 Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
10 Schwarzstein, Dora: ―La llegada de los republicanos españoles a la Argentina‖, en Estudios
Migratorios Latinoamericanos, 37. CEMLA. Buenos Aires, 1997.
11 Alonso, Rodolfo: ―La Galicia del Plata‖, en El Tiempo, Azul, 1° de diciembre de 2002.
En el puerto
Por fin, se avista la tierra americana.
El narrador describe, en Frontera sur, uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la
década del 80: ―Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías
pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los
carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que
fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las
ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e
hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del
griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de
las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la
contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie
cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida‖ (1).
A criterio de Delfín Garasa, ―Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo.
Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz,
con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas
ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el
muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a
otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los
modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y,
finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas,
un ‗enorme hormiguero‘ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos,
exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra?
De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien
en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados
levitones, los ‗turcos‘ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos
pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los
holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer
besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos.
Y agrega Pascarella: ‗La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno
aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad
desierta‖ (2).
Jorge Isaac evoca, en Una ciudad junto al río, el momento en que los extranjeros arriban a la
nueva tierra: ―Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de
manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin
oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos‖. Seguidamente,
describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las
peculiares características de cada grupo (3).
En La rejión del trigo, Estanislao Zeballos imagina el estado de ánimo del inmigrante: ―Mirad al
colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido
desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos,
ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las
palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a
frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por
la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias
preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más
vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña
situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer‖ (4).
La casa de Myra es la novela de Aurora Alonso de Rocha que mereció el Segundo Premio
Xerox para autores inéditos, en 2001. En ella, la escritora relata qué sucedía, en el año 1874,
cuando los inmigrantes descendían del barco: ―Un mulato joven movía con el pie descalzo el
pedal de la máquina. Con cada golpe una nube de cal pulverizada cubría la ropa, las manos, la
cara, el equipaje de cada viajero‖ (5).
Otro escritor alude a una variante de esa práctica: ―De aquella antigua inmigración que inspiró
al dramaturgo Vacarezza, a la que desinfectaban con los chorros de fumigadores de animales
sobre los muelles de Puerto Madero donde hoy se come con inmaculada vajilla, quedan sus
jerarquizados descendientes –nosotros-, bruscamente sobresaltados‖, afirma Orlando Barone
(6).
La ciudad que recibe al inmigrante es aquella que evoca María Rosa Lojo, en su novela
Finisterre. En 1832, ―Buenos Aires era entonces una ciudad blanca y baja, quizá sólo atractiva
desde la lejanía. Ilusionaba los ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban
acercándose a la entrada del río ancho y playo, donde resultaba imposible fondear, cedía el
encantamiento. (...) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas de a trechos. Animales
muertos y montones de desperdicios se acumulaban en algunas esquinas‖ (7).
Notas
1 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
2 Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la
ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
3 Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
4 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.
5 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
6 Barone, Orlando: ―El avance de la intolerancia aldeana‖, en La Nación, Buenos Aires, 13 de
febrero de 2000.
7 Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)
.....
Así viajaban los inmigrantes hacia la ―tierra de promisión‖. Tristeza, incertidumbre,
enfermedades, los acompañaban, pero también la esperanza de que en la Argentina
encontrarían paz, libertad y bienestar.
III Primeros días
La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros, con su documentación argentina, se encuentran
con sus familiares, amigos, o empleadores, o se remiten a las instituciones que los orientan.
Algunos inmigrantes son esperados por sus parientes, a los que conocen en el momento de
arribar a la Argentina.
El padre de Gladys Onega ―Llegó solito, y cuando fue a la casa de su tío Agapito Vega,
hermano menor de mi terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la cochera y
no en la cama más blanda, como aquella que le reservaban siempre al tío Agapito en la casa
da pena de Galicia‖. La escritora se pregunta: ―¿El tío que lo encandiló en Galicia con la ilusión
de América fue el primero que empezó la destrucción de la ilusión?‖ (1).
―A la Argentina –recuerda Luis Varela, en De Galicia a Buenos Aires- no se podía emigrar sin
un contrato de trabajo, pero se hacía responsable de nosotros mi tío José, hermano de mi
madre, que nos estaba esperando en el puerto, acompañado de la hija, mi prima Norma, que
lucía un gorrito de punto muy blanco, y con una sonrisa y un beso nos levantó un poco el
ánimo, sintiéndonos ya amparados en casa de nuestra familia americana, mis tíos habían
emigrado hacía ya 30 años y, por supuesto, los hijos eran criollos. (...) La habitación también
estaba lista para los dos huéspedes. Dos camitas plegables entre la pila de cajones de cerveza
en la cocina del bar, que era además depósito de mercadería. Desfilaban las cucarachas de 5
ó 6 en fondo, pero yo ya desfilare varias veces con otros bichos, y si bien estaba familiarizado
con las pulgas, había que acostumbrarse a convivir con todo bicho viviente‖ (2).
Cuando llegó en el ―Bremen‖, en 1929, mi abuela pasó en casa de unos parientes los pocos
días que faltaban para su casamiento. Mi abuelo había llegado mucho tiempo antes, y vivía a
unas cuadras.
Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, sufren ―las penurias del desembarco en
Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un destino‖ (3). Algunos se hospedan
en otros hoteles. Días después, se trasladarán a un conventillo; a una vivienda más digna, o
viajarán hacia el interior.
Notas
1. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
2. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
3. Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
El Hotel de Inmigrantes
Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el Hotel (1), sólo si observaban el reglamento de
la institución. El mismo establecía, por ejemplo que ―Después de cada comida, a la hora
indicada por el reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le hayan entregado antes,
sin lo cual no podrá ausentarse del Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que limpiar las
instalaciones y ocuparse del transporte de víveres. La parte destinada a los hombres, está
separada de la de las mujeres; al igual que en el barco, está prohibida la promiscuidad. Con
todo, se respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus niños. Una vez escuchado
el timbre del silencio nocturno, está prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal
debe avisar a la dirección del establecimiento. Está permitido salir a determinadas horas, pero
quien no haya regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar la noche en el Hotel‖
(2).
En el siglo XIX, ―La aglomeración de gente presentaba un cuadro poco edificante. En ‗La
Nación‘ (N° 2355), denunciaba el mal estado del hospedaje a los extranjeros. A un pedido de
aclaración del ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración informó que: ‗el Asilo de
Inmigrantes está muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E: lo ha
reconocido así y mandó levantar planos y presupuestos de la obra que debe construirse en el
terreno que al efecto fue cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro...‘ y agrega que
nunca habían tenido enfermedades infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo,
se destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por día por el médico. Luego informa
el señor Dillon: ‗Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo y cuando llegan se
envían al Río que está inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en esa operación,
la pasan en la Plaza, de manera que sólo en los días de lluvia se siente algún inconveniente,
cuando existe mucha aglomeración, pero basta uno o dos días buenos para que todo esté
seco, pues el aire y la luz penetran por todas partes‖ (3)
La transmisión oral tiene gran importancia en esta clase de evocaciones. En mi familia, como
en tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se hospedó en 1905 en
el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su muerte temprana me privó de este testimonio que
hubiera sido para mí el más preciado.
En novelas y cuentos encontramos testimonios acerca de la existencia de esta institución.
Ellos, de diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su
importancia en la comunidad.
Notas
1 González Rouco, María: ―El Hotel de Inmigrantes‖, en www.monografias.com.
2 Armus, Diego: Manual del emigrante italiano. Colección Historia testimonial argentina.
Documentos vivos de nuestro pasado. Buenos Aires, CEAL, 1983.
3 Cracogna, Manuel I.: Primera fundación de Avellaneda, en www.hammerprohosting.com.
Otros hoteles
Rosalind Kildare Neira y su marido, Tomás Farrelll, personajes de la novela Finisterre, de María
Rosa Lojo, llegan a Buenos Aires. Ella recuerda: ―Nos alojamos al principio en un hotel español
cercano al Fuerte: el Comercial, que nos habían recomendado por la calidad de la comida.
Cuando mi marido cerró con llave la puerta de nuestro cuarto, me quité las botas, me aflojé el
corsé, abrí el embozo de la cama y le tendí los brazos. Me parecía maravilloso estar con él a
solas, tranquilos por fin sobre una tierra firme que sería la nuestra. Llegué a Buenos Aires casi
recién casada. Nos habíamos elegido libremente, con el beneplácito de mi padre viudo que me
entregó confiado a Tomás Farrell, doctor en medicina, como él, e hijo, como yo, de un irlandés
y una gallega. (...) Tomás y yo no pensábamos afincarnos en Buenos Aires. Los médicos eran
aún más apreciados en las provincias interiores que en el puerto cosmopolita, y ya nos
esperaba un puesto vacante, en una villa cercana a la ciudad que se llama Córdoba, a
imitación de la Córdoba española‖ (1).
Notas
1 Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
Nuevos porteños
Muchos inmigrantes se quedaron en la ciudad de Buenos Aires; vivieron en conventillos,
pensiones, casas y departamentos.
―El secreto de cómo se produjo este pasaje de tanta gente de los cuartos del conventillo a una
vivienda mejor reside seguramente en la comparación, durante todo el período, entre el precio
medio de un cuarto en aquéllos y el nivel general de salarios en esta época de plena
ocupación‖ (1), afirma Francis Korn.
El conventillo fue el escenario del sainete, como lo afirma Vacarezza en un conocido soneto:
―La escena representa un conventillo./ Personajes: un grébano amarrete,/ un gallego que en
todo se entromete,/ dos guapos, una paica y un vivillo.‖(4). Allí ―nació el lunfardo, que no es el
idioma del delito, como Antonio Dellepiane tituló su libro sobre esta jerga porteña, publicado en
1894‖ (2).
En una ―pocilga de conventillo‖ vivía Benito, el criado gallego presentado por Gregorio de
Laferrere en ¡Jettatore! (3).
También vivían en un conventillo los personajes de ―No hagan olas‖, de Elsa Bornemann: ―En
aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los
inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –tambiénalquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las
veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de
cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‗el Ruso‘, aunque hubiera
nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‗los gallegos‘, si bien
habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‗los turcos‘ al matrimonio de
sirilibaneses; ‗los tanos‘, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían
conocido Nápoles e –invariablemente- ‗el Chino‘, a cualquier japonés que diera en fijar allí su
transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos
geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos
pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la
dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‗la Homera‘ y ‗el Homerito‘, en
clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las
criaturas que habitaban esa construcción tipo ‗chorizo‘ (cuartos en hilera, cocina y bañitos
ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban‘ con los mismos motes que sus
padres, sólo que en diminutivo‖ (4).
Los conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias, El Universo y el Conventillo de la
Paloma. En ellos ―se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los lavaderos.
En las piezas vivían familias enteras, a veces con seis o siete hijos, lo que provocaba
hacinamiento y promiscuidad. (...) Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema
de ―cama caliente‖, en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar un par
de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien
optaba por ese método debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del
cuerpo y dormir parado‖ (5). Esto nos da una idea del enorme sacrificio que debieron hacer
muchos de los que venían en busca de un futuro mejor.
El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés
Carretero: ―‗En 1887 la población total era de 404.173 habitantes, con una densidad de 89
habitantes por hectárea‘, computó Carretero, pero ya el cambio comenzaba a operarse con la
afluencia de la inmigración, ‗que modificó los amplios patios de las casas porteñas, que se
dividieron para facilitar dos o tres pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los
terrenos‘‖ (6).
―El plan del 80 naufraga –señala Sergio Pujol-: la presión de los inmigrantes y la tipología
‗degenerescente‘ de la que hablan los analistas sociales se corporiza en la vida de
hacinamiento de los conventillos y en la violencia nocturna, así como en las huelgas que de día
suelen frenar el curso de las calles y las rutinas de un trabajo explotador‖ (7).
―A partir de fines del siglo XIX y para comienzos del XX –considera Francis Korn-, la proporción
de los que vivían en conventillos comenzó a descender (al 18% en 1890, al 14% en 1904 y al
9% en 1919) y la proporción de conventillos sobre la edificación total también bajó de manera
importante, Como es un hecho que durante todo el período considerado el conventillo fue la
peor vivienda posible, puede deducirse que el problema general de la vivienda fue mejorando
notablemente. Cómo se produjo esta mejora, aún sin haberla observado, puede llegar a
visualizarse con cierta claridad si se considera que el ritmo de la construcción durante el
período fue abrumador (entre 1904 y 1914, por ejemplo, se construyeron en la ciudad 31,66
metros cuadrados por habitante agregado por año) y que la mira de los recién llegados estaba
puesta en alcanzar una mejor vivienda y, en lo posible, propia. Los que construían eran sobre
todo inmigrantes: los datos muestran que entre 1887 y 1914 los propietarios de inmuebles de la
ciudad crecieron proporcionalmente más que la población (un 400%); que si se compara la
cantidad de propietarios con la cantidad de familias, se ve que los primeros constituían, entre
1909 y 1914, alrededor de un 60% sobre la cantidad de familias; que los extranjeros eran,
durante todo el período, más del 50% de los propietarios de inmuebles y llegaron a ser el 60%
en 1914; que esos propietarios extranjeros se distribuyeron por toda la ciudad, aun en las
zonas de más alto valor de la tierra (como San Nicolás y el Socorro); que lo que se construía
era de ladrillo en alrededor del 95%; que el financiamiento de todo esto salió fundamentalmente
del bolsillo de los habitantes (el Banco Hipotecario aportó poco al financiamiento de la
construcción privada, sólo el 6% en 1913, y, en general durante el período, nunca más del
10%). Una idea de por qué en tantos casos la ilusión de la mejor vivienda se convirtió en
posible la puede dar la siguiente relación: si se compara el precio promedio mensual de un
cuarto de conventillo con los peores salarios de la época, se ve que constituía el 22 % del
salario más bajo (el de albañil) y el 15 % de los de un herrero o un carpintero. Si se piensa que
no había población desocupada y que en cualquier otra actividad el porcentaje que
representaba ese alquiler debía ser aún menor, se puede deducir que de esa ecuación salía
parte, por lo menos, del capital empleado en la construcción de viviendas‖ (8).
En ―El Antonio‖, cuento incluido en La manifestación, Jorge Asís escribe: ―Cómo no recordarlo,
cómo olvidar los picados en las calles, y de la gallega neurótica que no daba la pelota cuando
caía en su casa, o la devolvía cortada, y los piedrazos que caían de noche en su techo de
chapa‖ (9).
Notas
1 Korn, Francis: ―Buenos Aires siglo XX/ Los conventillos. Un sistema que reproducía a la
sociedad en miniatura‖, en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
2 Vacarezza, Alberto: ―Un sainete en un soneto‖, en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.
3 Laferrere, Gregorio de: ¡Jettatore!, en Laferrere, Gregorio de: ¡Jettatore! Las de Barranco.
Buenos Aires, CEAL, 1968.
4 Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones:
O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.
5 S/F: ―Todo comenzó en los conventillos‖, en La Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de 2000.
6 S/F: ―De la Gran Aldea a la aldea global‖, en La Prensa, 3 de diciembre de 2000.
7 Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp. (Biografías y memorias)
8 Korn, Francis: Buenos Aires, mundos particulares 1870- 1895- 1914- 1945. Buenos Aires,
Sudamericana, 2004. 192 pp- (Ensayo).
9 Asís, Jorge: ―El Antonio‖, en El cuento argentino 1959-1970* antología A. Castillo, D. Sáenz,
H. Conti y otros. Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz (sel., prólogo y notas). Buenos
Aires, CEAL, 1981 (Capítulo).
.....
Con sacrificio, con nostalgia, vivieron los inmigrantes sus primeros días en nuestra tierra.
Algunos volvieron a sus patrias, pero muchos se quedaron en esta nación de la que hoy
emigran sus nietos.
IV Hacia el interior
En ―La formación de una raza argentina‖, José Ingenieros –nacido en Italia- se alegra de la
adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: ―Las variedades de la raza
europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a
otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el
Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas,
las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad,
distinta de las originarias‖ (2).
Notas
1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
2 Ingenieros, José: ―Ensayo de identidad‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
Buenos Aires
José Navarro y Humberto Sánchez fundaron en Mar del Plata la tienda ―Los gallegos‖: ―Con
poca mercadería y muchas ganas de ganar dinero, los dos gallegos dormirían muchas noches
sobre los dos únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio de largas horas de
trabajo y temerosos que un desborde del arroyo se llevara rápidamente las ganancias del mes‖.
A ellos se sumaron más tarde los empleados Enrique Martínez y José Vicario. ―Recuerda doña
‗Conce‘, la esposa de José Vicario que ‗cuando ellos (Vicario, Martínez y Navarro) iban al
campo a hacer propaganda y vender, nosotras las mujeres, preparábamos las viandas. Es que
estaban afuera varios días y debían llevar la comida. Sí, claro que con la señora de Martínez
tratábamos de ayudar. Hubo épocas muy malas, como aquella de la crisis del 30... bueno,
nosotras confeccionábamos ropa interior, camisetas y todas esas prendas para ser vendidas
en la tienda...‖ (1).
Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría ―El Progreso‖ los hermanos Martínez y la esposa
de uno de ellos. ―Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo Kremer- eran medio duros de
entendederas, pero nunca dejaron de pagar sus cuentas, ni de tener preparados los billetes
para los proveedores, cuando estos presentaban sus facturas. (...) Los gallegos, no sólo eran
muy trabajadores, sino que hacían todo solos, no contrataban personal alguno; esto, unido a
una vida austera, hizo que pronto cimentaran su posición‖ (2).
Aurora Alonso de Rocha se refiere a los editores de periódicos de Olavarría, localidad
bonaerense: ―Los españoles, dueños de un buen idioma hablado y, seguramente,
monopolizadores del español escrito en un país babélico, eran los editores obligados‖ (3).
Elena Guimil es la autora de ―Mi búho‖ (4), uno de los seis relatos del Premio La Nación 1999
de Cuento Infantil. En ese relato, que transcurre en Pellegrini, la escritora recuerda la
oportunidad en que su padre, ―un gallego fornido‖ le trajo un pichón. Acerca del texto premiado,
afirma la autora: ―Este cuento nació en un momento muy especial de mi vida, donde los
recuerdos de la niñez se hacen vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme de frente
con los grandes ojos amarillos de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino
de tierra rumbo a un campo‖.
La casa de Myra (5), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo
Premio para Autores Inéditos, en el ―Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el
marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‗El libro del Autor al Lector‘ ‖.
En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un
personaje: ―En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos
manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven
como gemas transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo
cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mezclada de
cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las
botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera
para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de
ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada
pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa‖.
Notas
1 S/F: ―El baratillo‖, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
2 S/F: ―Mar del Plata: Fallas criollas‖, en La Capital, Mar del Plata, 21 de marzo de 2004,
www.lacapital.com.ar.
3 Alonso de Rocha, Aurora: ―Los gallegos en Olavarría‖, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.
4 Guimil, Elena: ―Mi búho‖, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
48 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
Entre Ríos
A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco Izquierdo, quien escribe en 1882: ―Los primeros
días que pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un verdadero bosque
salvaje, sin más habitantes que los nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de
las especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede
imaginarse cuál sería la primera impresión después de un viaje terrible en el mar, y los
trasbordos cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para calmar nuestra
primera mala impresión que recurrir al librito o contrato lleno de ofertas por el General Urquiza,
en vista de los cuales nos resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos encontrábamos
como tribus salvajes, apiñados bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que el de la
naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en una estancia de algunas leguas a nuestro
alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los alejados
contornos‖ (1).
Notas
1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
La Pampa
Alberto Cortez escribe, a propósito de su canción ―El abuelo‖, acerca de la emigración de sus
mayores, que se establecieron finalmente en La Pampa: "De alguna manera esta canción que
viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por qué?, pues simplemente porque mi abuelo se fue de
emigrante y después de casi una vida yo, su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese
camino que él no pudo realizar a lo largo de su larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia.
Murió a los ochenta y algunos años. Los hermanos Eladio y Germán García era viajantes
vendedores de empresas porteñas. Allí en Trenque Lauquen conocieron a las hermanas
Laburu, se enamoraron y después de un relativamente corto noviazgo se casaron y se fueron a
vivir a Buenos Aires. La Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza
que ofrecía amplios horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los
hermanos García habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta ―sua terriña‖ natal
no podía ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. Germán, Eladio y
David, los tres hermanos García, se embarcaron en Vigo, como todos los gallegos emigrantes
con destino a Buenos Aires. Al llegar se emplearon como viajantes en una empresa de tabacos
y ―El abuelo‖ y su hermano Germán en uno de sus viajes de ventas a las poblaciones del
interior, conocieron, noviaron y se casaron con dos hermanas de origen vasco, Doña Julia
Laburu, mi abuela y Doña Leonor Laburu. Estas hermanas vivían con su familia en Trenque
Lauquen, hoy una floreciente ciudad de la provincia de Buenos Aires. Ya casados regresaron a
la capital. Como en aquella gran ciudadano se veían las cosas claras como para hacer dinero
pronto Eladio, mi abuelo y su joven esposa Julia emprendieron viaje hacia el oeste en busca de
organizar un pequeño comercio en algún pueblo de los que se fundaban aprovechando la riada
de gente que buscaba trabajo en el ferrocarril en construcción. Recaló primero en General
Villegas, ultima población de la provincia de Buenos Aires y allí las cosas no le fueron del todo
bien y como consecuencia de aquel fracaso, malas siembras y peores negocios, desalentado,
decidió internarse más al oeste.. Pero antes, quiso con ayuda de sus hermanos regresar a
Galicia con toda la familia y así lo hizo. Nadie en la familia supo explicarme las razones de ese
regreso. Seguramente su exultante juventud de entonces más los fracasos s los que antes hice
referencia convocó una tormenta de dudas de que a lo mejor en España podría salir adelante,
pero no fue así. Permaneció allí un par de años viviendo a expensas de la familia y en esa
breve estancia nació mi padre en Pungín provincia de Orense, una aldea a escasos quince
kilómetros de la capital provincial. Al año del nacimiento de mi padre el abuelo su mujer y su
prole volvieron a Argentina para no regresar jamás a España. En realidad en la canción yo digo
que nunca volvió a España sin embargo como se ve no es totalmente cierto. Claro que este
regreso no quise tomarlo en cuenta, porque se produjo a muy poco tiempo de haber emigrado
y por circunstancias, por mi desconocidas. Ya de regreso a Argentina retomó su éxodo hacia el
oeste hasta llegar a una naciente población (apenas un caserío) que por entonces se llamaba
Villa Jardón en honor a la familia que había donado los terrenos para su fundación. Más tarde
las tendencias reivindicadoras de la cultura indígena de la zona lograron cambiar el nombre de
Villa Jardón por el actual: Rancul. Allí se instaló comprando, siempre con ayuda de sus
hermanos una casa en la que muchos años después, el 11 de marzo de 1940 nacería yo.
Montó un negocio en donde se vendía de todo para la gente del campo. (...) Sin embargo pese
a ser un gallego de pura cepa y ejercer su galleguidad en casa siempre se habló castellano a
diferencia de mis abuelos maternos que en su casa, entre los abuelos mi madre y sus
hermanas se hablaba en piamontés. No me extraña que yo haya salido con una cierta
tendencia a la nostalgia. (...)‖ (1).
Notas
1. Cortez, Alberto:
www.galespa.com.
―El
abuelo‖,
en
www.albertocortez.com.ar.
Reproducido
en
Tucumán
En 2002, Guadalupe Henestrosa mereció el V Premio Clarín de Novela por Las ingratas Novela
sentimental.
Una de las gallegas que presenta en esa obra, se establece en Tucumán: ―Griseldo Salazar
había perdido los brazos a los dieciocho años: un trapiche azucarero se los había arrancado
sin ninguna dulzura. Desde entonces llevaba un poco más abajo del codo unos muñones llenos
de cicatrices. Después de varios meses en el hospital entre láudano y enfermeras, los médicos
lo habían puesto en las calles de San Miguel de Tucumán sin manos para llevar el atadito de
ropa, lo único que tenía en el mundo. (...) Todo se hizo rápido, con un trámite civil y una
bendición del padre Agapito. No hubo almuerzo de festejo porque Griseldo no comía en
público: cuando estaban a solas, Socorro le colocaba una gran servilleta en el cuello y lo
alimentaba como a un bebé. (...) Roca colaboró con la compra de mercaderías, y hasta Cachito
dio una mano para cargarlas en la caja del camión. Unos días después de la boda el asunto
estaba resuelto, y Socorro, convertida en la señora de Salazar, estaba lista para instalarse en
el lejano Norte e iniciar una nueva vida entre las sierras. No podía ni siquiera pensar en el
futuro: los ojos y el aliento sólo le alcanzaban para contemplar un día a la vez‖ (1).
Notas
1 Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas Novela sentimental. Buenos Aires, Suma de Letras
Argentinas, 2005. 264 pp.
.....
Al norte y al sur, al este y al oeste, se dirigieron los inmigrantes, en busca de un lugar donde
establecerse, donde trabajar y criar a sus hijos. Muchos de sus descendientes siguen viviendo
en la provincia elegida por sus ancestros, y es frecuente encontrarlos trabajando en el mismo
rubro que sus antepasados, en empresas que crecieron a través de los años.
V Actitudes
En 1910, el nicaragüense Rubén Darío escribió ―Canto a la Argentina‖, en el que expresa:
―¡Argentina, región de la aurora!/ ¡Oh, tierra abierta al sediento/ de libertad y de vida,/ dinámica
y creadora!‖ (1).
El doctor Alberto Sarramone, autor de varios libros sobre la historia de la inmigración en
nuestro país –algunos de ellos traducidos al francés-, afirma que ―La noción exacta y actual de
emigración, en general, tiene dos referentes direccionales: emigración en un sentido estricto,
cuando se busca significar la salida de personas o grupos de un país o región. Inmigración,
noción relacionada con la recepción de población externa en un país o región determinado‖, y
señala que ―ambas tienen su origen en el régimen de libertad instaurado a partir de la
revolución francesa, con el reconocimiento de los derechos del hombre y del ciudadano y entre
ellos el de emigrar, consagrados en la constitución del 31 de octubre de 1791. Con
anterioridad, no se podía hablar de las formas modernas de emigración, que requieren como
notas definitorias para la existencia plena del fenómeno, estar en un marco aunque sea
imperfecto de libertad‖ (2).
Ya hemos citado a Marcelo Bazán Lazcano, quien se refiere a la Ley Avellaneda, de 1876, la
cual proporciona la definición de inmigrante (3).
Félix Luna señala que ―la política de inmigración que llevaron adelante los gobiernos del
Régimen Conservador fue muy amplia y nada discriminatoria. No se pusieron trabas a ningún
tipo de inmigración. (...) La política era pues muy amplia y, aunque en algún momento hubo
voces que se levantaron para protestar contra algún tipo de inmigración que aparentemente no
interesaría al país, en ningún momento se sancionaron leyes restrictivas‖ (4).
En "De políticos, santos y literatos", señala Fernando Sorrentino:
"Después del derrocamiento, en 1852, de Juan Manuel de Rosas, se sancionó, el 1º. de mayo
de 1853, la Constitución de la Nación Argentina. En el "Preámbulo", los representantes
concluyen diciendo que '[…] ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución para la
Nación Argentina' tras haber afirmado que lo hacen 'con el objeto de constituir la unión
nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra
posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino'.
Ahora bien, cuando cualquier culto político argentino de traje y corbata enfrenta una cámara de
televisión o pontifica ante un micrófono de radio o se desgañita en una barricada popular, una
irresistible fuerza altruista lo impulsa a adoctrinar de este modo a sus oyentes: 'En cuanto a la
inmigración, ya se sabe que, según lo estipula nuestra Constitución, la Argentina está abierta a
todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino'.
Y si, de acuerdo con la versión evangélica latina, San Lucas (2, 14) ha dicho 'Gloria in altissimis
Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis', el opulento ocioso en cuestión ha metido, velis
nolis, al santo entre los constituyentes de 1853, reemplazando el amplio atributo del mundo por
el muy restrictivo de buena voluntad.
Este traspié se debe, sin duda, a que -en su versatilidad- los políticos argentinos pueden citar
con igual soltura los Evangelios y la Constitución nacional, sin haber leído ni aquéllos ni ésta"
(5).
¿Qué sucedió con los inmigrantes que llegaron a la Argentina? ¿Fueron aceptados o
rechazados? La actitud que toman no será la misma, según el inmigrante sea anglosajón o
italiano y español, y según la clase social a la que pertenezcan nativos y extranjeros. Aún
dentro de la clase dirigente hay divergencia: mientras que Cané (6) y Cambaceres (7) alertan
sobre el peligro de la inmigración, Ocantos (8) y Zeballos (9) la ven positiva. Los personajes de
Fray Mocho entablan con el inmigrante una relación cordial; los criollos de Arias y Burgos lo
aborrecen.
Notas
(1) Darío, Rubén: ―Canto a la Argentina‖ (fragmento), en Obras Completas. Buenos Aires,
Ediciones Anaconda, 1949. 347 pp.
(2) Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración argentina.
(3) Bazán Lascano, Marcelo: en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1999.
(4) Luna, Félix: Breve historia de los argentinos. Buenos Aires, Planeta, 1995. Investigación
gráfica: Graciela García Romero y Felicitas Luna. Fotografías: Graciela García Romero.
(5) Sorrentino, Fernando: "De políticos, santos y literatos", en "El Misionario", El blog de
Babab.com, Nº 31, Invierno 2006-2007.
(6) Cané, Miguel: Prosa ligera. Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1919.
(7) Cambaceres, Eugenio: En la sangre: Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
(8) Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.
(9) Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.
En el siglo XIX
En 1845, escribió Sarmiento: ―¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración
europea que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos? (...) Después de la
Europa, hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América
muchos pueblos que están como el argentino, llamados por lo pronto a recibir la población
europea que desborda como líquido en un vaso? (...) ¡Oh! Este porvenir no se renuncia así
nomás! (...) No se renuncia a un porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada, por ese
cúmulo de contradicciones y dificultades: ¡las dificultades se vencen, las contradicciones se
acaban a fuerza de contradecirlas!‖ (1).
María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los
hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de ―una tanda de hombres intelectuales
y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser
diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de
los inmigrantes que habían llegado para ‗laburar‘, como decían ellos. Aunque los habían
confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y
sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo
a los sueños que los habían transportado a América, ‗m‘hijo el dotor‘ ‖ (2).
En el prólogo a su novela ¿Inocentes o culpables?, Antonio Argerich manifiesta: ―me opongo
franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los
destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (...) La intromisión
de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la
marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es,
que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos
unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la
República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica
un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un
sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo‖.
Argerich sostiene que ―para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas
fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una
inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede
surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta
inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el
país‖. Considera que ―tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de
afuera‖ y que ―es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino
impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa‖
(3).
―En la Argentina -sostiene David Viñas-, en los años 1860 y 1870, la secuencia es: paraguayos,
montoneros, indios. Liquidados, la búsqueda del otro distinto y peligroso termina en el
inmigrante. Desaparecidas las tolderías convencionales, aparecen las ‗tolderías rojas‘: los
malones ya no vienen del Sur, sino de Barracas, o de La Boca...‖ (4).
Félix Luna explica en un reportaje el origen de la intolerancia: ―Se había soñado con una
inmigración ideal: anglosajona, o franceses de clase más o menos alta, casos que fueron
excepcionales. En cambio, los que vinieron fueron en su inmensa mayoría inmigrantes pobres,
personas provenientes de zonas más atrasadas de Europa, de España e Italia,
fundamentalmente, que huían de la miseria. Por eso, el tipo de inmigración provocó alguna
resistencia y, diría, determinados rezongos en gente como Sarmiento, que en algún momento
se manifestó con criterios antisemitas‖ (5).
En ―La Argentina racista‖, ―el escritor Pedro Orgambide analiza el costado más intolerante de
los argentinos. Y describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia los destinatarios de
la discriminación: el indio y los mestizos, primero, luego los españoles, italianos y judíos que
llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los países limítrofes‖ (6).
Una Noticia de la Defensoría del Pueblo acerca de la discriminación de los extranjeros
latinoamericanos en 2000, afirma que ―Los argumentos son viejos. Podría decirse que
comenzaron a utilizarse en los últimos años del siglo anterior, cuando se responsabilizaba a los
inmigrantes de origen europeo de haber traído al país ideas disolventes. Con esa excusa se
dictó la ley de residencia que autorizaba a expulsar a aquellos extranjeros que desarrollaran
actividades sindicales y políticas‖ (7).
Bien lo dice Mempo Giardinelli, en Santo Oficio de la Memoria. El año 1896 fue terrible porque
―ése fue en año en el que se habló mucho y muy mal de las mafias de italianos que llegaban al
Río de la Plata, y de la molicie y peligrosidad de los inmigrantes en general. Algo que después
fue una constante de este país: hablar de la inseguridad fue hablar pestes de los extranjeros"
(8).
Larva acusa de xenofobia a ―los grandes terratenientes ‗dueños‘ de gran parte de la Patagonia
y de la Pampa húmeda‖: ―Ellos mismos son los que frenaron el aluvión de inmigrantes que a
fines del siglo pasado y comienzos de éste venían al país, dos tercios de los cuales se vieron
obligados a volver a la miseria de su país de origen, después de amontonarse en el Hotel de
Inmigrantes. Los que se quedaron poblaron los conventillos de La Boca‖ (9).
La intolerancia se hizo ver en una circunstancia desgraciada: ―El Aedes prolifera en zonas
encharcadas, lo que hace que haya habido epidemias de fiebre amarilla inmediatamente
después de inundaciones, (...) –señala Antonio Elio Brailovsky-. La que en 1871 devastó
Buenos Aires, obligó a evacuarla en medio de escenas de pánico que recuerdan a las del
Exodo y mató a una gran cantidad de su población, se originó en una creciente del Riachuelo,
después de una primavera de lluvas excepcionales‖ (10). La gran epidemia de fiebre amarilla
de 1870 es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra memoria nacional. Menos
conocido es que la inmensa mayoría de las víctimas del ‗vómito negro‘ y del terror subsiguiente
fueron los inmigrantes‖ (11).
―Hacia 1870 –escribe Alicia Dujovne Ortiz-, en Buenos Aires se desencadenó la fiebre amarilla
(...). Fue por el tiempo en que los porteños se volvieron blancos. A los indios los acababan de
ultimar, y los negros, con la peste, se acabaron por sí solos‖ (12).
En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: ―La
afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con
sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En
ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y
hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de
los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma
general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control.
Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre
amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente
convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas,
como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita‖ (13).
La intolerancia causó, quizás, la ―Masacre de Tandil‖. Refiriéndose al juez de paz Figueroa,
expresó en sus Memorias el pionero danés Juan Fugl: ―En el fondo de su alma sentía odio a los
extranjeros y al creciente agro en la zona del Tandil, tanto porque él, familiares y amigos tenían
tierras y grandes estancias lindantes, y se sentían molestos por las leyes que los obligaban a
pagar los daños causados por animales en las tierras sembradas, y ahora protegidas. También
porque repartía tierras entre criollos o nativos, en general muy simples y sin ningún ánimo de
mejorar, no a extranjeros que, aunque vivían pobres con su trabajo y amistoso relacionamiento,
pronto formaban un capital y vivían holgadamente‖ (14).
Ocantos no se cierra a la postura común en su época, que consistía en combatir la inmigración.
El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos
grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia
desgraciada o, incluso, a la muerte. En Quilito escribe que la ola de la emigración europea nos
aporta periódicamente lo bueno y lo malo, afirmación que indica una amplitud de criterio que
muchos de sus coetáneos no poseen (15).
Miguelín, uno de los personajes de Julián Martel, expresa algo parecido: ―Es cierto que la
inmigración en general nos aporta grandes beneficios, pero también lo es que todo lo que no
tiene cabida en el viejo mundo, viene a guarecerse y medrar entre nosotros. El Gobierno
debería ocuparse de seleccionar...‖ (16).
Para Estanislao Zeballos, tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura a
la inmigración, ya que ―un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta
pública‖. Condena ―el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigración‖ y se muestra
a favor de ―estimular la inmigración espontánea‖, la que ―se mueve por sí misma y paga su
viaje, atraída por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro teatro de
trabajo, ó decidida por consejos o proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y
amigos establecidos felizmente en la República‖ (17).
Notas
1 Sarmiento, Domingo Faustino: Facundo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
3 Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
4 Prieto, Martín: ―Archivo de desapariciones‖ (entrevista con David Viñas), en Clarín, Buenos
Aires, 26 de abril de 2003.
5 Gilbert, Abel: Buenos Aires no es sólo Puerto Madero‖, en La Nación, Buenos Aires, 14 de
febrero de 1999.
6 S/F, en Orgambide, Pedro: ―La Argentina racista‖, en Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.
7 Noticias de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires: ―Los culpables de todo.
La historia se repite‖, en Centenario, Buenos Aires, Junio 2000.
8 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1997.
9 Larva: ―Xenofobia. Denuncien al abuelo‖.
10 Brailovsky, Antonio Elio: La ecología en la Biblia. Buenos Aires, Milá, 2005. 202 pp.
(Ensayos).
11 Zengotita, Alejandro Ulises: ―Los inmigrantes‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
12 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
13 Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
14 Fugl, Juan: Memorias, citado en Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de
inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé, 2001.
15 Ocantos, Carlos María: op. cit.
16 Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979.
17 Zeballos, op. cit.
En el siglo XX
Aceptación
La apertura de nuestro país a la inmigración es elogiada por la chilena Gabriela Mistral, quien
escribió: ―La Argentina está dando a nuestros países una enseñanza que ellos no quieren oír:
la de que un año de inmigración hace más por la raza que diez años de trabajo social gastado
en mejorar la carne vieja. Ninguna empresa –educación popular, higiene social, etc.- acelera la
evolución de un país nuevo como ésta del injerto‖ (1).
Leopoldo Lugones, en ―la ‗Oda a los ganados y las mieses‘ muestra una expansión jubilosa en
la exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de cordial
resonancia. Desde el diálogo pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo o al
extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de recuerdos, Lugones hace
explícita una convivencia con el mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende
por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el diminutivo y las imágenes justas
multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese vivo universo‖ (2).
En ―La formación de una raza argentina‖, José Ingenieros se alegra de la adaptación al medio
geográfico que se verifica en los inmigrantes: ―Las variedades de la raza europea aquí
trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio
físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la
Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas
blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta
de las originarias‖ (3).
En una geografía tan vasta, se encontraban inmigrantes procedentes de diversas latitudes. ―‘La
creencia en que la Argentina era un crisol de razas nunca tuvo el ciento por ciento de adhesión,
pero fue una creencia eficaz: sirvió para que los extranjeros se sintieran argentinos‘, asegura el
antropólogo Pablo Semán, especialista en el tema‖ (4). Los niños y los jóvenes -afirma
Guillermo Jaim Etcheverry- adquieren un papel dominante en la vinculación de los mayores a la
nueva sociedad (5).
Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los
catorce años: ―Fui un autodidacta, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas
sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la
escuela es una forma de pagar esa deuda‖ (6).
Los argentinos recibimos el aporte de esos inmigrantes. Lo destacó Jorge Luis Borges: ―en
todos aquellos años habíamos hecho muchas cosas. Habíamos hecho de este territorio perdido
una gran república por obra ciertamente de la inmigración también, que ha hecho de nosotros
un país que difiere de otros de este continente, por el hecho de ser un país de clase media y de
población blanca, sin mucha población indígena y casi sin población africana, ya que los
esclavos y los descendientes de los esclavos misteriosamente desaparecen‖ (7).
Lo dice Yvonne Fournery, guionista del documental periodístico ―La otra tierra‖: ―La ideología,
tanto en la primera oportunidad, en los ‘80, como ahora, fue la misma, o sea, no poner el
acento para nada en la colectividad o comunidad, sino en la síntesis de las culturas. Es decir,
hacer hincapié en el aporte que significó a nuestra identidad esa cultura. Lo cual enriquece al
programa, lo hace mucho más vivo y mucho más real. De lo contrario, se transforma en una
cosa... te diría que pintoresca o turística... y no es ésa la intención‖ (8).
Notas
1 Mistral, Gabriela, citada por Gustavo Cirigliano, en El Tiempo, Azul.
2 Ara, Guillermo: ―Leopoldo Lugones‖, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires,
CEAL, 1980.
3 Ingenieros, José: ―Ensayo de identidad‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
4 Rocco-Cuzzi, Renata: ―Mitos del granero del mundo‖, en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo
de 2000.
5 Jaim Etcheverry, Guillermo: ―Los nuevos emigrantes‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 7
de abril de 2002.
6 Beltrán, Mónica: ―La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos‖, en Clarín,
Buenos Aires, 25 de abril de 1999.
7 Borges, Jorge Luis: ―Temas del tango‖, en La Nación, Buenos Aires, 1° de junio de 2003.
8 Ceratto, Virginia: ―Yvonne Fournery. ‗ La indiferencia, en un 94%, es falta de conocimiento‘ ―,
en La Capital, Mar del Plata, 18 de marzo de 2001.
Intolerancia
En Aventuras de Edmund Ziller, Pedro Orgambide define al xenófobo como el ―sujeto de
apariencia normal que odia a los extranjeros‖ y que ―suele creer que los judíos adoran la
cabeza de chancho y que los negros son una raza inferior, y que Dios estaba pensando en su
pinche país cuando creaba el Universo‖ (1).
En su Historia del baile, Sergio Pujol evoca al ―alborotabailes‖: ―Loco Lindo siente náusea por
toda esa gente, que es mayoría. Se alarma ante la posibilidad de un futuro poblado de patas
sucias y alientos desconocidos. Se siente ajeno a esa promesa de país. Cree que los
inmigrantes no deben gozar de derechos civiles. Son un mal cálculo de la clase dirigente. Pero
siempre la ambigüedad, la revulsión interior: Loco Lindo no puede disimular la excitación que la
sola idea de un contacto con esa gente le provoca. Camina lleno de deseo rumbo al baile. Ya lo
dijo Grandmontagne: Loco Lindo es el clásico ‗alborotabailes‘ que exhibe descaradamente su
éxito con las hembras –hembritas, decía la nota, entre paternalista y despectiva-, ante una
sociedad que no sabe cómo contener las energías sexuales que enturbian los juegos de
miradas insinuantes y violencias corporales. Cuando los inmigrantes danzan -¡y lo hacen casi
todas las noches!-, Loco Lindo irrumpe con su salud de potro a la arena social para molestar‖
(2).
Uno de los líderes criollistas que Leopoldo Marechal crea en Adán Buenosayres, expresa su
punto de vista acerca de las consecuencias de la inmigración: ―La devoción al recuerdo de las
cosas nativas –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte- es lo único que nos va quedando
a los criollos, desde que la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son los mismos extranjeros los
que se burlan de nuestro dolor! ¡Si es para llorar a gritos!. (...) Es verdad que la ola extranjera
nos metió en la línea del progreso. En cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país:
¡nos ha tentado y corrompido!‖. Adán Buenosayres, en cambio, piensa ―que nuestro país es el
tentador y el corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido‖. El filósofo
villacrespense Samuel Tesler, exclama: ―Estoy harto de oír pavadas criollistas‖ (3).
En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un
gallego. Le dice: ―-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre. Avelino,
Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‗Este era el recibimiento que le hacían los habitantes de
ese país que prometía tanto, todos apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos... para
no responder a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y quisieron estar
en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde, ahora había que
ser fuerte, apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña
valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos lentamente recorrieron ese
largo pasillo, jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si
estaban mal presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para que
este país al cual recién llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento
necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los llevó a cruzar el mar en busca de un
futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía
un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos,
haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si
de algo no podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el trabajo y la voluntad a
pesar de a veces tragarse las lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las
sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo eran, eran más fuertes que un roble‖
(4).
Félix Lima es el autor de ―Otra vez en la milonga, trágico doblete‖, artículo en el que incluye su
―Carta pra alá‖. La mujer ideada por Lima, escribe: ― ‗Por aquí con a jerra, nos ponemus jordus,
pues o que no suben os mayoristas, os subimus nosotros, por más que el jobiernu aprieta el
torniquete a los especuladores y el hornu no está para janancias desmesuradas, pero tú sabés
que aquí como en Lojroñu, en Londón como en Juacintón, en Hamburju comu en Ríu de
Ganeiro, echa a ley, echa a trampa‖ (5).
Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor –novela distinguida con el premio Nacional de
Literatura- , afirma en un reportaje que ―Aquellos tanos y gallegos que venían con una mano
atrás y otra adelante también eran segregados‖ (6). Ellos, a su vez, despreciaban a los
provincianos.
A veces –y esto debía ser mucho más doloroso- la discriminación venía de los propios
inmigrantes, avergonzados de su origen, como relata Gloria Pampillo: ―mi padre y mi tío (...)
habían nacido aquí y el 12 octubre jugaban al truco. Estaba puesta la radio y el locutor hablaba
de la raza. ‗Sacá esa gallegada‘ le dijo mi tío a mi papá y mi abuelo se puso furioso. Esta es
otra de las pocas anécdotas que recuerdo y, sin embargo, mi padre me la contó una sola vez‖
(7).
Gladys Onega escribe en su autobiografía: ―La elle y la ye se igualaban cuando terminábamos
la lección, pero era imposible confundir calle con caye porque me las dictaba en castellano y no
en argentino; mi padre y mis tíos también lo hablaban, logrando para esas letras dos sonidos
distintos que sólo imitábamos para reírnos por lo bajo de la gallegada‖ (8).
La discriminación era frecuente en las escuelas. Recuerda José Cameán Parcero: ―Yo también
fui gallego de m... y también colorado‘, porque así es mi color de cabello. Y más de una vez
tuve que escuchar a mis compañeros decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me
molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro años me sentía uno más. No sabía mi
conciencia la diferencia de ser gallego o argentino‖ (9).
Notas
1. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
2. Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp.
3. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
4. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
5. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Ediciones Tor, 1935.
6. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
7. Lima, Félix: ―Otra vez en la milonga, trágico doblete‖, en Caras y caretas, 1939.
8. Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, Buenos Aires, 15
de agosto de 1999.
9 S/F: ―José Cameán Parcero. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán‖, en El mensajero
gallego, N° 2, Abril de 1998.
.....
La literatura ha encontrado una salida para estos planteos. En el cuento ―El ancestro‖, Jorge
Torres Zavaleta brinda un enfoque acertado de la cuestión, en el cual nativos e inmigrantes
quedan hermanados por un mismo origen (1).
Notas
1. Torres Zavaleta, Jorge: ―El ancestro‖, en El hombre del sexto día. Buenos Aires, Orión, 1977.
VI El idioma
María, la gallega que llega a la Argentina en Como si no hubiera que cruzar el mar, novela
juvenil de Cecilia Pisos, escribe: ―Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y
las voces que se escuchan son de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que
ninguno se entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro
a alguien que me hable en español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio
cualquiera‖ (1).
Para algunos inmigrantes –los españoles- y para quienes lo habían aprendido antes de
emigrar, el idioma no era un obstáculo más entre tantos que se les presentaban. Para otros, en
cambio, era un problema ante el que reaccionaban de distinta manera: intentando hablarlo o
negándose deliberadamente a la incorporación del mismo.
Hubo diferentes formas de aprender castellano. Nos ocuparemos de ellas. Y también de
quienes no quisieron aprenderlo.
Notas
1. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos
Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
El conventillo
En ―Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que reproducía a la sociedad en
miniatura‖, Francis Korn se refiere a los conventillos como uno de los lugares en que se daba el
aprendizaje: ―El idioma de esta comunidad aleatoria era un castellano con miles de variaciones
que, a pesar de todo sus defectos, forzaba a los recién llegados a aprender a comunicarse por
su intermedio‖ (1).
En Aventuras de Edmund Ziller, novela de Pedro Orgambide que obtuvo una Mención en el
Premio de Novela México, se evoca el habla de los inmigrantes nucleados en los conventillos.
Así los ve un peculiar extranjero: ―Ellos no sólo hablaban infinidad de idiomas en sus aldeas
(que llamaban conventillos) sino que honraban a sus brujos llevándolos a la gran casa de la
Palabra: el Congreso‖ (2). Recordaría el narrador, si lo hubiera conocido, el babélico Hotel de
Inmigrantes.
Conocer un idioma no es sólo aprender a expresarse en él, sino que entraña también una
visión del mundo. Refiriéndose a quienes debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz María
Rosa Fugazot, en un reportaje: ―Me crié entre actores capaces de hacer un italiano perfecto, un
gallego, un turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un acento; sabían penetrar una
psicología. Los personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con nostalgia por su
tierra y un gran amor al lugar que los había acogido. Eran seres complejos, que había que
saber observar‖ (3).
Mariano Saba, integrante del grupo de teatro del Colegio Nacional Buenos Aires señala que,
para componer un personaje: ―Primero analizamos la obra y luego estudiamos la llegada del
inmigrante a la Argentina. Cada uno tenía que bucear en su árbol genealógico y rescatar fotos
y recuerdos. Más tardes entrevistamos y grabamos para estudiar sus tonos y encontrarnos con
su nostalgia y su tristeza‖ (4).
Notas
(1) Korn, Francis: ―Buenos Aires Siglo XX/Los conventillos: Un sistema que reproducía a la
sociedad en miniatura‖, en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
(2) Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
(3) Cosentino, Olga: ―Cosecharás tu siembra‖, en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
(4) ‖Rapidísimo‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 2 de enero de 2000.
La escuela
Gladys Onega también habla sobre la influencia de la instrucción pública en los hijos de los
inmigrantes: ―A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue
el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta.
Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar
las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en
gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de
todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso
tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en
el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente
se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública‖ (1).
Francis Korn coincide en esta afirmación: ―Los chicos (los mayores, de la misma nacionalidad
que sus padres y los menores, argentinos) concurrían a las escuelas públicas o a las religiosas
de alrededor y, eso sí, entre ellos, el único idioma utilizado era el porteño‖ (2).
Aprendían o mejoraban su castellano, y –afirma Luis Alberto Romero- ―Gracias a la prosperidad
y a la educación pública, era común que los hijos ocuparan posiciones mejores que los padres‖
(3).
Muchos de estos hijos se dedicaron a la docencia. ―Qué origen social tuvieron las primeras
normalistas?‖, pregunta Alberto González Toro. ―Clase media. Hijos de inmigrantes, como la
mayoría de los docentes de fines del siglo XIX y principios del XX –explica la licenciada Roxana
Perazza, flamante secretaria de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires-. Ellos
valoraban la educación como una herramienta de movilidad social y como una forma de
acceder a determinados bienes culturales que solamente a través de la escuela se podían
conseguir‖ (4).
Escribe María Rosa Lojo: ―Más allá de la historia y de la fábula, de Rosalía de Castro y de
Alfonso el Sabio, lo cierto es que en la vida cotidiana, antes de ir al colegio, yo hablaba con
‗ces‘ y con ‗zetas‘, de ‗tú‘ y de ‗vosotros‘, como si acabase de pasar por la Aduana. Extranjera
en mí propia tierra, fui un objeto de fascinada curiosidad los primeros días de clase. Por
supuesto, pronto me aclimaté y me convertí –linguísticamente- en una argentina más. Pero
sólo de puertas afuera. En la intimidad de la casa perduraron, hasta la muerte de mis padres, el
‗tú‘ y el ‗vosotros‘, el léxico de la Península: ‗cerillas‘ y no ‗fósforos‘, ‗falda‘, en vez de ‗pollera‘,
‗acera‘, por ‗vereda‘ , ‗dentro‘ y ‗fuera‘, no ‗adentro‘ y ‗afuera‘. No fui el único caso de ‗doble
identidad‘ idiomática: ésa era una de las marcas habituales del ‗exiliado hijo‘ ― (5).
Lolita Torres, descendiente de inmigrantes, no sabe el motivo de su acento: ―No puedo explicar
–dijo la actriz- el por qué del acento español. No sé, me viene de adentro, y eso que mis padres
eran argentinos. Mis abuelos paternos eran navarros y los de mamá eran gallegos. Por un
tiempo, todos creyeron que yo era española y eso provocó el estallido en la comunidad
hispana. Cuando se enteraron de que era argentina no tuvieron el menor prejuicio y me
siguieron apoyando‖ (6).
Gladys Onega escribe que ―los que habían venido de allá‖ ―hablaban esa fala melosa, que a
nosotros no nos enseñaron por vergüenza de aldeanos‖ (7).
Mis abuelos paternos, gallegos de Lugo, nunca enseñaron a sus hijos ese idioma, que ellos
aprendieron de tanto escucharlo. Mi abuelo materno, de La Coruña, y mi abuela materna,
argentina hija de lombardos, tampoco transmitieron sus idiomas a su descendencia.
El padre del poeta Rodolfo Alonso, gallego, cursó estudios primarios siendo ya adulto (8). Otros
gallegos –como Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, que llegó
a la Argentina a los catorce años-, no tuvieron acceso a la escolaridad: ―Fui un autodidacta, me
formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país
nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa
deuda‖ (9).
No sólo a hablar castellano se aprendía en la escuela. ―La Argentina en 1870 tenía 80 por
ciento de analfabetos –afirma Roberto Cortés Conde- y hacia 1919 ese índice se había
reducido al 30 por ciento‖ (10). El analfabetismo era común entre los inmigrantes. Lo menciona
Lucio V. Mansilla, en sus Memorias‖ (11). Félix Luna afirma que los analfabetos eran utilizados
con fines políticos‖ (12).
En la escuela se transmitían asimismo los valores que la clase dirigente quería inculcar. Miguel
de Marco, Presidente de la Academia Nacional de la Historia afirma: ―en el pasado, la
generación de Sarmiento y Mitre quería que el país se poblara con inmigrantes que integraran
un crisol de razas. Para formar y unificar a esa sociedad nueva y aluvional se difundían las
vidas de determinados personajes, de bronce, que fueran verdaderos ejemplos. No se dieron
cuenta de que un San Martín que no duerme no es creíble, lo mismo que un Sarmiento que
nunca faltó a la escuela. En las escuelas se mostró esta especie de historia oficial con
personajes sin humanidad, quienes por tenerla no pierden grandeza‖ (13).
―El grave problema de preservar nuestra identidad en medio de las influencias foráneas,
preocupó también a la generación del 80 y a la del Centenario –escribe Lucía Gálvez-, ¿cómo
hacer para que los deseados inmigrantes se sintieran argentinos? En aquellos tiempos los
medios de comunicación –diarios y libros- no influían tanto a las masas. Fueron las escuelas
las encargadas de dar una educación que recalcara aquellos valores que se quería enseñar y
preservar‖ (14).
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa
Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: ―Por las mañanas, en la escuela pública donde todos
concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea
memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio
raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar‖ (15).
Notas
1 Duche, Walter: ―Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖, en La Prensa Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.
2 Korn, Francis: op. cit.
3 Cosentino, Olga: ―La Argentina de los deseos‖, en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.
4 González Toro, Alberto: ―Fulgor y nostalgia de la maestra normal‖, en Clarín, Buenos Aires, 8
de junio de 2003.
5 Lojo, María Rosa: ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Sitio al margen.
Noviembre de 2002.
6 Freire, Susana: ―Lolita Torres. Una voz que le cantó a los corazones‖, en La Nación, Buenos
Aires, 15 de septiembre de 2002.
7 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
8 Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
9 Beltrán, Mónica: ―La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos‖, en Clarín,
Buenos Aires, 25 de abril de 1999.
10 Cosentino, Olga: ―La Argentina de los deseos‖, en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.
11 Mansilla, Lucio V.: citado por Colegio Schönthal.
12 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
13 Urien, Paula: ―Revisar el futuro‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de julio de 2002.
14 Gálvez, Lucía: Panel en la muestra Aquel siglo XX. Biblioteca Manuel Gálvez.
15 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
Otros caminos
No sólo en el conventillo o en la escuela se aprendían otras lenguas. Completa en su trabajo el
aprendizaje del castellano uno de los personajes de Vázquez-Rial, una institutriz irlandesa, que
se emplea en casa de un gallego. Dice la joven: ―Llego de Irlanda hace tres días y vengo aquí‖.
Su empleador la corrige: ―-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado con el índice, en un
lugar situado detrás de su hombro derecho-. Y vine‖. En esa misma obra, un porteño dice a un
gallego: ―no se dice le acerco, sino lo acerco. Ya sé que es gallego, pero va a cambiar‖. El
gallego le responde: ―No sé si quiero cambiar. Menos lengua se les pide a los turcos o a los
polacos. ¿Por qué se ocupan tanto los argentinos de los españoles?‖ ―Es distinto –dice el
porteño. Esos siempre van a ser ridículos. No tienen remedio. Ustedes sí‖ (1).
Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario. ― ‗Mucho
antes de ser diccionarios escolares, de ser llevados en la mochila, equiparados al resto de los
útiles, los diccionarios eran un objeto muy valioso para las familias, un texto de consulta‘,
cuenta el profesor de Historia de la Educación, Rafael Gagliano. (...) También es parte de la
cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda
lengua. Está muy conectado con los autodidactas‖ (2).
De uno de sus tíos dice Gladys Onega: ―Claro es que Eliseo poca escuela tenía, era un
autodidacta de aldea y de pueblo como todos los gallegos de mi familia, siempre tratando de
pulirse con la lectura del diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin
desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su afición a la grandilocuencia. (...) El Quijote y
el diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con exactitud pero con exceso pues
no había adquirido los moldes que impone la educación formal, por eso no calibraba el uso y
abuso de los epítetos ni percibía la risa que provocaban en oyentes que no los habían leído o
que ni siquiera tenían referencia de su existencia‖ (3).
Notas
1 Vázquez-Rial, Horacio: op. cit
2 S/F: ―De generación en generación‖, en Clarín, Buenos Aires, 19 de marzo de 2000.
3 Onega, Gladys: op. cit.
.....
En el conventillo, en la escuela, trabajando, en forma autodidacta o no, los inmigrantes
aprendieron la lengua de la nueva tierra. La lengua que otros rechazaron, quizás por el
inmenso dolor de haber dejado su tierra.
VII Religión
La religión fue muy importante para los inmigrantes. Constituía una fuente de fortaleza frente a
la adversidad, al tiempo que significaba un vínculo con sus tierras de origen.
Católicos
El sentimiento religioso estaba presente en la casa del gallego Onega. Para que su hija
enferma aceptara comer, él recurría a lo que su imaginación le sugería, incluido el ángel de la
guarda: ―Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y
tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y
alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres
resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el
correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de
comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué,
otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por
todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían‖ (1).
El padre de María Rosa Lojo, en cambio, le dio este consejo: ―Veo a mi abuela materna pasar
una a una las cuentas del rosario, mientras augura la condenación eterna de papá, ese ateo
que osa desafiar la Voluntad Divina, sin cuya anuencia no se movería ni la hoja de un árbol. El
ateo pierde una batalla cuando mamá logra enviarme al Sagrado Corazón (el Sacre Coeur de
Magdalena Barat, las monjas con las que ella había estudiado). Sin embargo, no se desalienta.
Unos días antes del ingreso escolar, me llama secretamente: ‗Tu madre y tu abuela se han
empeñado en que vayas a ese colegio. Pero tú no seas tonta hija mía. No creas en lo que te
dicen las monjas‘ ‖ (2).
Una inmigrante gallega sufre una desgracia relacionada con la religión. Cuenta Guillermo
Saccomanno: ―A mi abuela le gustaba mucho escuchar y contar historias, y me hablaba de una
parienta de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa. En su aldea en España, esa mujer
había tenido un hijo con el cura, y el chico se le había ahorcado a los treinta y tres años.
Cuando yo tenía siete u ocho años, a la tardecita me cruzaba a la casa de esta otra gallega,
que me contaba la historia de San Jorge y el dragón mientras me daba pan mojado en vino con
azúcar‖ (3).
Notas
1 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa.
Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
2. Lojo, María Rosa: ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Sitio al margen. Buenos
Aires, noviembre de 2002.
3. Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, Buenos Aires, 15
de agosto de 1999.
Onomásticos
Los inmigrantes consideraban más importantes sus onomásticos que sus cumpleaños. El día
de San Pedro, mi abuelo lucense armaba una larga mesa en el patio, e invitaba a todos los
inquilinos.
Primera Comunión
Gladys Onega, hija de un gallego y una criolla, recuerda la semana previa y el día de su
Primera Comunión, en Acebal, provincia de Santa Fe:
―De esa semana recuerdo vivamente el cuidado en no pecar para evitar el bochorno de
confesarme una y otra vez como les sucedía a los varones que decían malas palabras,
pegaban trompadas, no perdonaban a sus enemigos y llegaban tarde a la doctrina. Ser buena
era bastante fácil porque estaba convencida de que Jesús estaba ansioso de que yo lo comiera
y mi ansiedad no era menor por comérmelo; la única preocupación que tenía a ese respecto es
que debía tener cuidado de no morderlo. Probarme el vestido una y otra vez para alforzarlo
unos centímetros más dada mi menguada estatura, que me armaran la capota en la cabeza y
se les escapara algún alfilerazo y ensayar gestos piadosos con la cabeza inclinada, las manos
unidas sosteniendo el libro de misa nacarado, calzar los Carlitos y pasarles un trapito si se les
veía una mota eran actividades más difíciles pero, en aquellos tiempos, esos ajetreos eran más
placenteros que pecar‖.
―Del 8 de diciembre recuerdo vagamente la entrada a la iglesia impregnada de incienso, las
voces del coro, el sonido del latín del padre, las campanadas, los murmullos de los fieles. No
puedo traer a la memoria el momento mismo de la comunión ni nada más de lo que pasó esa
mañana. Sólo recuerdo que el vestido de Maruja era de piqué y que yo me volqué el chocolate
sobre el mío‖ (1).
Notas:
1. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro Una historia de infancia en la pampa gringa.
Buenos Aires, Grijalbo, 1999.
Festividades católicas
La Navidad es una ocasión muy especial, que se recuerda, por lo general, vinculada a la
infancia de quienes debieron dejar su país.
Carmen Brey Moure -personaje de Las libres del Sur, de María Rosa Lojo- compara la Navidad
gallega y la argentina: ―La Navidad en Buenos Aires no era Navidad –se entristeció Carmen-.
No extrañaba la nieve (en la tierras siempre húmedas y verdes de su infancia rara vez nevaba).
Pero sí el aire frío que resonaba como una campana con las exclamaciones y los cánticos y era
sensible como una piel retráctil cuando se lo rozaba con el aliento. En Buenos Aires la
atmósfera se coagulaba en una nube sofocante que sólo se despejaba de a ratos, con el viento
del río. No había castañas que se asaran al amor de la lareira, no había mar, no había ánimas
que llegaran a buscar el calor de los vivos en la noche de Nadal, a pedir el perdón de las
ofensas que contra ellos habían cometido, o al contrario, a perdonar a los deudos por los viejos
pecados o las malas pasiones que aún los atormentaban y que antaño los habían enemistado‖
(1).
Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce relatan una anécdota navideña que tiene como personajes
a Discépolo, Tania y un gallego: ―Nos cuenta Francisco García Giménez que alguna vez
escuchó junto con otras personas, el siguiente relato de boca de don Enrique Santos Discépolo
(Discepolín): En los días que nos llegaban mal barajados por la suerte contraria, un 24 de
diciembre estábamos en casa solos, secos y amargados. De repente, llamaron a la puerta.
Tania, mi mujer, fue a abrir... ¡Era el gallego del almacén de enfrente con una canasta
repleta!... Desde la avellana al turrón, desde las pasas de uva a la sidra: ‗como ustedes no me
hicieron ningún pedido, me atreví a traerles esto. No se preocupen me lo pagarán cuando
puedan‘. ¡Lo machuqué de un abrazo! Tania, emocionada se puso a llorar‖ (2).
En Frontera sur, la Navidad de los gallegos es descripta así: ―Nadie hacía caso al belén
armado en la primera sala, junto al zaguán, con un gordo Jesús tallado que dejaba pequeñas a
todas las demás figuras, y cuya tosquedad ratificaba el carácter laico de la celebración de
aquel día‖ (3).
Gladys Onega recuerda el Día de Reyes de su infancia: ―Todo estaba preparado para el goce y
todo el dolor nos esperaba. En los zapatos encontrábamos treinta, cuarenta y hasta cincuenta
pesos. Eran cantidades que no hubiéramos soñado tener en aquella patria pastoril. Pero nos
esperaba algo peor: tampoco podíamos gastarlas, correr a comprar la bicicleta ni la Marilú. Ese
mismo día mi padre depositaba el dinero en la libreta de ahorros que había abierto para cada
uno de nosotros en su propia caja fuerte y no lo volvíamos a ver jamás‖ (4).
Santiago Apóstol, es la fiesta de todos los gallegos. ―Este mes –dice el editorial de julio de
1996- Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en
Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de España y duerme su sueño eterno en Santiago
de Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje a todos los gallegos celtas‖
(5). En esa misma publicación, se anuncian los festejos que se llevarán a cabo el 25 de ese
año, día de Santiago Apóstol: ―Donación de obras de arte al patrimonio del Centro Gallego por
artístas plásticos argentinos, gallegos y sus descendientes. Colocación de ofrendas florales a
Castelao y Rosalía de Castro en el hall principal del Centro Gallego de Bs. As., Misa a
celebrarse en la Basílica Santa Rosa de Lima‖ (6).
Notas
1 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
2 Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de
Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
3 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
4 Onega, Gladys: op. cit.
5 S/F: ―Editorial‖, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, julio de 1996.
6 S/F: ―Jornadas Patrióticas Gallegas‖, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, Julio de
1996.
Judíos
Funerales judíos
El funeral judío es evocado por Horacio Vázquez-Rial. El viudo, gallego, ―maravillado al ver que
el cuerpo de Raquel, que él recordaría siempre en otra forma, era entregado a la tierra sin caja,
juzgó que su retorno a lo elemental sería rápido y perfecto. Allí, en el cementerio, oyó a un
anciano judío decir una frase que le acompañaría en lo que le quedase de vida; ‗Que el espíritu
que el Señor le concedió regrese junto a él‘ ― (1).
Notas
1. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.
Casamientos
El casamiento es una de las formas en las que el inmigrante se integra a la nueva sociedad.
En el tango ―Un gallego‖, con música de H. Fréderic, escribe Armando Tagini: ―Los ojazos de
una criolla,/ que con frecuencia le vieron,/ en el gaita produjeron/ la llama de la pasión./ Y un
puro amor/ nació con gran frenesí‖ (1).
Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia. En
Cuando el tiempo era otro, escribe Gladys Onega: ―otro dolor eran las peleas entre mis padres,
y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una
criolla que nunca pudo entender la cultura gallega‖ (5). No sucedió lo mismo a los padres de
Patricia Palmer. Dijo la actriz: ―Mi padre era economista y filósofo, un catalán de ideas
anarquistas que venía del horror de la guerra. Mi mamá, en cambio, era una nena bien de acá,
hija única, y no había vivido nada. Pero cada uno fue el complemento perfecto del otro‖ (2).
Algunas mujeres recibían la ―llamada‖ de sus novios o maridos. En Amor migrante, de Stella
Maris Latorre, un gallego escribe a su novia, en 1943: ―sabes Olimpia no es tan fácil la vida
aquí como la pintan, todo lo que tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor el
no tener donde apoyar la cabeza para derramar esas lágrimas a veces por las grandes
injusticias, a las cuales no puedes hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y debes
agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué mi derecho de piso como le llaman aquí.
Ahora soy patrón, este hotel está esperando a su patron, pienso que ya es tiempo de que
vengas aquí a Buenos Aires, nos casaremos en una Iglesia que se llama De La Piedad es muy
antigua y hermosa, queda cerca de nuestro hotel; ya ves lo que digo ‗nuestro Hotel‘, (...) quiero
que me contestes pronto, quisiera que para el mes de septiembre a más tardar te decidas a
venir, en esa época aquí es primavera, es una época hermosa, donde florecen las plantas, las
amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras, así florecerá nuestro amor, deseo me
contestes pronto, haremos los preparativos, para hacer una boda bonita, como tú te lo
mereces, no te ates por tus hermanos, más adelante los podemos traer si ellos quieren venir,
Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya
verás te acostumbrarás (...) espero me contestes pronto, disculpa que insista pero necesito
poner fecha de casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado Ocampo‖
(3).
En Frontera sur, un gallego dice al padre de su novia judía: ―Si usted lo aprueba y ella lo desea,
nos casaremos. Entonces Raquel será rica, porque yo soy rico. También debo informarle que si
usted no lo aprueba, pero ella lo desea, nos casaremos sin su bendición. Estamos en la
Argentina, no en el sur de Polonia. Eso es todo‖ (4). El judío manifiesta no tener prejuicios.
Notas
1 Tagini, Armando: ―Un gallego‖, en www.todotango.com.
2 Duche, Walter: ―Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖, en La Prensa, Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.
3 Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
4 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
.....
En la alegría, en la tristeza, siempre está presente la religión ancestral, la misma que enlaza el
pasado con el presente, y se proyecta hacia el futuro.
VIII Oficios
En muchos de los textos que leímos aparece el inmigrante como una persona laboriosa, que
logra un bienestar económico valiéndose de su habilidad en distintos oficios o en el comercio.
En la Argentina, ellos trabajarán duro para lograr un bienestar y para brindarles a sus hijos un
futuro mejor, aunque algunos de estos hijos no sepan agradecerlo. Muchos inmigrantes se
ocuparán en la misma tarea que en sus países de origen; otros, deberán aprender nuevas
formas de ganarse la vida.
Marío Bunge destaca la laboriosidad de los inmigrantes, cuando dice: ―Me hubiera gustado vivir
mi vida adulta entre 1880 y 1930. Esa fue la Edad de Oro del País. Fueron los tiempos en que
vinieron montones de gallegos y gringos a trabajar duro y a enseñar a trabajar con su ejemplo.
Entonces fue cuando nacieron la agricultura a gran escala, la industria nacional y el Estado
moderno. En esa época se pasó de la barbarie a la civilización. (...) Es verdad que también se
cometieron crímenes tales como la guerra genocida y rapaz contra los indios. Pero en definitiva
lo bueno pesó más que lo malo‖ (1).
―En esa época –afirma Carlos Ibarguren en La historia que he vivido- aparecían millonarios que
pocos años antes habían llegado al país sin un centavo en el bolsillo o con muy poco capital.
Era el caso de Carlos Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco francés; de Ramón
Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey, irlandés, propietarios todos ellos de enormes
extensiones de campo; o de Nicolás Mihanovich, dálmata, que empezó como botero y ya era
dueño de varias empresas de transporte fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De
Voto, italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual que Rafael Calzada, español, o
de Francisco Soldati, italiano y muchísimos más cuyos apellidos hoy figuran en los rangos de la
más alta sociedad‖ (2).
Evoca el sentimiento que impulsaba a todos por igual: ―Un optimismo irresistible, un frenético
entusiasmo contagiaba a todos. A los argentinos, que veíamos la súbita transformación de
nuestra modesta República en una nación rica y opulenta. Y también a los extranjeros que
estaban embarcados en la aventura fascinante del progreso, la riqueza y la mágica
transformación de sus vidas‖.
―Los argentinos conocemos bien las virtudes de los inmigrantes: Quien se sobrepone a grandes
dificultades será, posiblemente, una persona valiosa para el país que lo recibe‖, escribe Clara
Obligado (3).
Notas
1 Cosentino, Olga: ―La Argentina de los deseos‖, en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.
2 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
3 Obligado, Clara: ―Ley de inmigración en España. Tan global, tan legal, tan xenófoba‖, en
Clarín, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
En Buenos Aires
En sus memorias, Lucio V. Mansilla expresa que no cualquier ocupación está destinada a los
inmigrantes: ―Y el vasto campo de la política, de las aspiraciones que enaltecen, de los anhelos
de justicia, ¿quién lo fecundará? ¿El inmigrante? Su misión es otra. Ambos deben ser útiles, en
su esfera de acción. Está bien. Pero, como dice Ruskin, ¿qué significa ‗útil‘ y cuál es la
naturaleza de la utilidad?‖ (1).
En ―Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que reproducía a la sociedad en
miniatura‖, escribe Francis Korn: ―todos los habitantes de este edificio con tres patios tenían
ocupaciones variadas, los hombres y las mujeres. Había sastres, modistas, hojalateros,
vendedores ambulantes de diversas mercancías, albañiles, lavanderas, verduleros,
almaceneros, empleados de zapatería‖ (2).
De España era un trabajador evocado por Félix Luna en Soy Roca. Nos referimos a
Gumersindo García, mayordomo del presidente, hombre que, de a poco, fue ascendiendo
desde su primitiva ocupación de mucamo, gracias a su bonhomía y fidelidad (3).
En Locuras de Isidoro, historieta de Dante Quinterno, aparece un mayordomo gallego. ―Quién
no disfrutó alguna vez –pregunta Marcelo Benini- de los enredos protagonizados por Isidoro,
ese porteño de vida disipada que rehuía a cualquier esfuerzo físico, incluido el trabajo, y
pasaba sus horas en casinos, hipódromos y boites? Imposible olvidarlo: casi siempre vestía
saco cruzado, polera, mocasines y tomaba whisky importado. Vivía disgustando a su pobre tío,
el coronel Urbano Cañones, quien sólo confiaba en él cuando estaba acompañado por
Cachorra Bazuka, una hermosa rubia de aparente compostura que en realidad era su
compañera de juergas. Su otro aliado era Manuel, el mayordomo gallego, que lo apañaba ante
el severo militar cuando Isidoro metía la pata. Autos deportivos, ruletas, cartas de póker,
cigarrillos y noche componían la iconografía de Locuras de Isidoro, la popular revista que el
inolvidable Dante Quinterno (1919-2003) publicó entre 1968 y 1976, año en que empezó a
reeditarse‖ (4).
En ¡Al campo!, de Nicolás Granada, aparece Santiago, un criado gallego. El autor lo hace
hablar en esta forma: ―Este señor prejunta por las señoras. (...) –Usted dispense; nu lu sabía.
Que no estaban en casa, esu sí; pero que estuvieran en el monte... Si usted quiere que se lu
dija...‖ (5).
Inmigró el ama de llaves Jovita Iglesias, que trabajó en casa de los Bioy durante casi cincuenta
años (6).
Tampoco le temía al trabajo la abuela gallega de Guillermo Saccomano, quien relató en un
reportaje: ―Mi abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta y de lavandera de
familias bien de la época. Con todo, acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde
estaban muy sometidos‖ (7).
La ―gallega‖ –afirman Elguera y Boaglio- era ―una institución de la época que aspiraba a tener
cada familia de la clase media. La ‗gallega‘ era una moza robusta, trabajadora, honesta, leal,
sensata, frecuentemente analfabeta, que permanecía con la misma familia hasta casarse con
su Manuel (que así se llamaba su prometido) o volverse a su pueblo galaico, acosada por la
morriña, la morrinha da minha terra‖ (8).
Cuando Fray Mocho presenta a una doméstica gallega, desliza una crítica social, ya que a esta
mujer un personaje le dice que la patrona ―se aprovecha de que sos d‘España para sacarte el
jugo por unos cuantos centavos‖ (9).
Una inmigrante –que en realidad era leonesa, nacida en Mataluenga del Bierzo- inspira a Niní
Marshall: ―El humor es siempre una salida honorable. Lo supo desde siempre, acaso lo intuyó
aquella Marina Esther Traverso, nacida en Caballito hace justo un siglo, sexta hija de un
matrimonio asturiano de primera inmigración. Por fatalismo y por elección, fue una chica de
barrio. Tertulias de canto y baile son coro y escenario de sus primeros enmascaramientos:
deforma las voces, acuchilla al diccionario, le da valor barriero a cada expresión. Con
castañuelas y panderetas se sube al palco del Centro Asturiano. Tiene 12 años y su primer
público es la gallega Francisca, la empleada doméstica, a la que ella inmortalizaría como
‗Cándida‘ ― (10).
En ―Departamento para familias‖, cuento incluido en el volumen Pasos del gran bailarín, el
sevillano afincado en la Argentina Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada
gallega (11).
Enrique Larreta canta, en ―Las criadas y el niño‖, a las domésticas españolas: ―Que otros digan
de escuelas y de universidades./ Yo canto el cuarto aquel de plancha y de costura/ y sus
buenas mujeres. ¡Galicia! ¡Extremadura!/ y las que me enseñaban a palmear soledades.//
España de las tierras y no de las ciudades./ También las castellanas de grave catadura./ La
blanca, la trigueña; la moza, la madura./ De todas las pellejas, de todas las edades.// ¡Ay, qué
cuentos aquellos! Fablas de romería./ Consejas de la lumbre. ¡Y qué linda manera/ de nombrar
cada cosa! ¡Cuánta sabiduría!// entre aquellos refajos! Erase que se era/ un juglar que les debe
toda su nombradía./ Gaita sentimental y sonaja parlera‖ (12).
Florencio Sánchez es el autor de En familia. Uno de los personajes de esa pieza confiesa:
―Todavía no me doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida. Con decirte que
yo, tu madre, que fue siempre una mujer de orden y delicada, ha llegado hasta robarle a una
pobre gallega sirvienta... (...) Hasta robarle, sí señor; hasta robarle a una pobre mujer los
ahorros que me había confiado‖ (13).
En ―La historia del comic en la Argentina‖ (14), el autor se refiere a una inmigrante: ―La
historieta pasa a la prensa diaria recién en 1920, cuando el diario La Nación empieza a publicar
tiras, con gran enojo de muchos de sus lectores, que pensaban que con estas "frivolidades" se
desmerecía la "seriedad" de la publicación. (...) debuta con sus personajes, en los periódicos,
Lino Palacio, que crea a "Ramona" (...), en 1930, para ‗La Opinión‘ " (15).
―Cuenta la anécdota que Palacio se inspiró en una mucama gallega que trabajaba en la casa
de su abuelo para crear a Ramona. Observador como todo humorista, el autor crea un
personaje que es un estereotipo derivado de la inmigración poco instruida que llegó a Argentina
a principios de siglo. Como tantos otros inmigrantes, Ramona es empleada doméstica.
Ignorante y algo bruta, inocente y demasiado sincera, tales las características que detonan la
comicidad de este personaje. Ramona es el primero de los grandes personajes de Lino
Palacio, al que seguirían Don Fulgencio, Avivato y Cicuta, entre otros. Estos personajes, como
los de otros autores de la época, se caracterizan por basar su humor en una cualidad que
produce el efecto cómico, recurso que se repite de tira en tira. En el caso de Ramona, su
ignorancia produce todo tipo de malentendidos. La interpretación literal de lo que le dicen, su
incapacidad para el doble sentido, provocan las situaciones que sufren sobre todo sus
patrones. Su inocencia y simpleza la llevan a una sinceridad extrema, que desemboca en algo
parecido a la insolencia. Pero Ramona no tiene malicia, todo lo que hace es sólo consecuencia
de lo bruta que es. Ramona fue el primer gran personaje argentino que apareció en los diarios.
Comenzó a publicarse en 1930, en La Opinión, diario oficialista que salió apenas por un año. A
partir de 1938 se publica en el diario La Razón, donde se hace exitosa. Varios autores se
hicieron cargo de la tira: Toño Gallo, Guillermo Guerrero, Dobal y Faruk (hijo de Lino Palacio).
A partir de 1958 Ramona es continuada por Cecilia, hija de Lino Palacio‖ (16).
En Los primeros fríos, de Alberto Novión, uno de los actores expresa: ―-Ahora me voy a
conversar con una mucamita que trabaja en la Legación de España, es galleguita y sin primo,
¿se da cuenta?‖ (17).
Relata el narrador, en ―El convite de Barrientos‖, texto de Santiago Estrada de 1889: ―Pero todo
lo que llevo referido habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi alojamiento,
desconociéndome la voz y tomándola entre sueños por la de un pariente que acababa de morir
en El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en pena,
volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en cuanto amaneciera daría de
limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba al embarcarse para América‖ (18).
Cambaceres, en su novela En la sangre, manifiesta desprecio hacia el gallego portero de la
universidad (19).
Enrique Méndez Calzada incluye, entre los personajes de su ―Cuento de Navidad‖, a un
ordenanza, ―el leal Lavandeira‖, quien ―extrajo de su vieja maleta de inmigrante un haz de
folletines amarillecidos ya por el tiempo y corcusidos con hilo negro en su margen izquierdo, a
guisa de doméstica encuadernación. Se trataba, según pude observar, de El judío errante,
pacientemente coleccionado, y recortado de las hojas de El Heraldo de Madrid, periódico que
publicó en folletín esa lata inmortal hace cosa de doce o catorce años‖ (20).
En ―Verde y negro‖, cuento incluido en Unidad de lugar, Juan José Saer escribe: ―Eran como la
una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una en punto,
sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del
pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al otro día no
laburaba‖ (21).
En una de sus aguafuertes porteñas, titulada ―Elogio del lavacopas‖, Roberto Arlt homenajea a
los inmigrantes españoles: ―Quiero hacer hoy el elogio del lavacopas, del lavacopas como
elemento de progreso nacional, del lavacopas como ejemplo de honestidad, de contracción al
trabajo, del lavacopas cuya filosofía se la enseñaron los borrachos al borde del mostrador, y
cuya feroz y dulce pasión por el dinero se la enseñó la miseria del terruño y la ejemplar
conducta del patrón, del patrón que, como los antiguos patrones griegos, sentaba a su mesa al
esclavo y le zurraba cuando hacía falta‖ (22).
Inmigrantes eran los propietarios de las confiterías de los Balnearios de la Costanera Sur,
evocados por Mauricio Kartun. Al finalizar la temporada, ―Se hace ruido y se brinda en la
despedida con las jarras que convidan esta vez los patrones, invariablemente gallegos y judíos‖
(23).
Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice
a un argentino: ―¿Cómo te creés que la pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho
horas por día... ¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos... soberbios... maleducados, ¡coño!
¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida. Dormía en el sótano
con una escoba en la mano para espantar las ratas... Treinta años juntando plata... ¡plata y
odio! ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me
hablás?‖ (24).
―El Orensano‖, un afilador gallego, protagoniza ―Se abrió el cielo‖, de Jorge Alberto Reale. El
inmigrante ―es de Orense el pueblo de la chispa y los dulces arpegios. Enjuto, desdentado,
recóndito. El pobre está un poco arqueado, su cara afilada, parece disecarse. Nadie sabe si
tiene familia. Cuando se lo indaga, dice con orgullo: -Soy descendiente de Rosalía de Castro-,
más aún, afirma, ser de cuna noble, dijéramos de escudos y blasones, no solamente porque se
lo crea buena persona. Dice de paso y por lo bajo: -Ser bueno no quiere decir ser inofensivo, la
bondad sin talento no vale nada. Y así va, así viene y así pasa con su anticuada armadura,
entre esmeriles y calderones. Es todo uno con algo de músico y filósofo trashumante‖ (25).
El abuelo de Gloria Pampillo, gallego, era comerciante, y había elegido el mismo nombre para
todos sus negocios: ―Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes
que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le
dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o
en la panadería: La flor de Galicia‖ (26).
―Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una pequeña carnicería
en un mercado municipal que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a su padre
en sus recorridas por el Mercado de Liniers‖ (27).
En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio ―Dr. Alfredo A. Roggiano‖ de la
Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: ―Porque era
muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de
un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera
gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo... (...) La tarde
anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la
inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de
compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando
de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos.
Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en
un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse
diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente
cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al
mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta‖ (28).
Un neno da tenda es evocado por Federico García Lorca en uno de sus Seis poemas galegos
(29).
En el cuento ―El residente‖, de Teresa Freda, aparece una gallega, ―pobre y santa enfermera,
medio bruta pero buenaza‖ (30).
En Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli, se habla de un oficio que desempeñaban
los españoles. En 1886, ―Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé
por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal,
quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como
luciérnagas nerviosas‖ (31).
Escribe Virginia Messi: ―‘El Gallego Penitenciario‘ ocupó un rol tan destacado en la historia de
los primeros penales que fue honrado días atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un
lugar central del Museo del S.P.F.‖ (32).
El alcalde Horacio Benegas Lynch, Director del Museo del Servicio Penitenciario, me comenta
que él los recuerda, a esos gallegos recién desembarcados que, con su valijita, pasaban a
higienizarse antes de tomar el barco que los llevaría a Ushuaia.
En La fuga (33), novela distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna
presenta, entre otros inmigrantes, a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros gallegos
de Betanzos que tiene un sobrino en Mendoza.
Cuando visitó nuestro país en 1998, José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de
Orense, expresó: ―hemos mandado a los mejores hombres y mujeres a este país, y Galicia lo
ha sentido profundamente. Ellos han tomado la decisión de venir y trabajar de sol a sol para
salir adelante‖ (34).
Coincide con él José Bendoiro Diéguez, que creó la escuela gallega Coyam, quien afirma: ―El
trabajo es el principio gallego por definición‖ (35).
Estaba presente en estos inmigrantes la necesidad de enviar dinero a quienes habían quedado
en la tierra natal, muchos de ellos soportando la guerra. Esa realidad es la que refleja Alfredo
Navarrine en su tango ―Galleguita‖, de 1924, cuando dice: ―Juntar mucha platita para tu pobre
viejita que allá en la aldea quedó‖ (36).
Pero que no ocurra a quienes tanto se esfuerzan como a esos inmigrantes que evoca Elsa
Gervasi de Pérez en su ―Carta a Galicia‖, en la que narra cómo un argentino de ascendencia
española embauca a una familia de gallegos. El Paco escribe a sus padres: ―La Paquita
sapuesto a noviar con un mochacho arjintino hijo de jallejos como nosotros. Es muy bueno y
nos va a cuidar la platita. (...) La Paquita se fue por ahí a caminar para ver si lo halla al novio ya
que hace unos días se mudó y el pobreciño solvidó de darnos la diricción‖ (37).
También estaban al acecho los hispanos que los estafaban. En Lunas eléctricas para las
noches sin luna, escribe Belén Gache: ―Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende
alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes,
gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por
diamantes‖ (38).
Notas
1 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias.
2 Korn, Francis: ―Buenos Aires siglo XX/ Los conventillos. Un sistema que reproducía a la
sociedad en miniatura‖, en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
3 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
4 Benini, Marcelo: ―Isidoro Cañones era de Villa Pueyrredón‖, en El barrio. Periódico de
noticias, Agosto de 2003.
5 Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en El teatro argentino 3.Afirmación de la escena nativa.
Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
6 Hendler, Ariel: ―Jovita Iglesias. Una vida con los Bioy‖, en Clarín, 2 de septiembre de 2002.
7 Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, 15 de agosto de
1999.
8 Elguera, Alberto y Boaglio, Carlos: La vida porteña en los años Veinte. Buenos Aires, Grupo
Editor Latinoamericano, 1997.
9 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
10 Göttling, Jorge: ―Biografías de Buenos Aires‖, en Clarín, Buenos Aires, 4 de agosto de 2003.
11 Guerrero Estrella, Guillermo: ―Departamento para familias‖, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R.
Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano,
notas de Alberto Ascione. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
12 Larreta, Enrique: ―Las criadas y el niño‖, en Cantan los pueblos americanos. Selección de
Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
13 Sánchez, Florencio: En familia, en El teatro argentino 4.Florencio Sánchez. Selección,
prólogo y notas por Luis Ordaz. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
14 Trabajo ―realizado por Néstor G. Giunta, en el año 2004, basándose en un texto original del
profesor Oscar De Majo, quien autorizó las modificaciones y agregados efectuados aquí sobre
el artículo aparecido en ‗Signos Universitarios‘ (Bs. As., Universidad del Salvador, Año XV N°
29, en el año 1996)‖
15 Giunta, Néstor G.: ―La historia del comic en la Argentina‖, en www.todohistorietas.com.ar
16 S/F: ―Ramona‖, en www.historieteca.com.ar.
17 Novión, Alberto: Los primeros fríos, en El teatro argentino. 6.El sainete. Prólogo de Abel
Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Capítulo. Buenos Aires,
CEAL, 1980.
18 Estrada, Santiago: ―El convite de Barrientos‖, en 20 relatos argentinos. 1838-1887.
Selección y prólogo de Antonio Pagés Larraya. Ilustraciones en colores de Horacio Butler.
Buenos Aires, Eudeba, 1969.
19 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
20 Méndez Calzada, Enrique: ―Cuento de Navidad‖, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y
otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de
Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
21 Saer, Juan José: ―Verde y negro‖, en J. J. Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El
cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo y notas del Seminario Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
22 Arlt, Roberto: Nuevas aguafuertes porteñas. Buenos Aires, Hachette, 1960. 329 páginas.
Estudio preliminar de Pedro G. Orgambide.
23 Kartun, Mauricio: ―Enciéndanse las luces del viejo varieté‖, en Clarín Viva.
24 Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de aquí, en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de
la Flor, 1999.
25 Reale, Jorge Alberto: ―Se abrió el cielo‖, en el grillo, N° 36, Noviembre-Diciembre 2003.
26 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela inédita.
27 Sainz, Alfredo: ―PERFILES Un imperio tras las góndolas‖, en La Nación, Buenos Aires, 30
de octubre de 2005.
28 Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.
29 García Lorca, Federico: Seis poemas galegos, en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos
Aires, Corregidor, 1996.
30 Freda, Teresa C.: ―El residente‖, en El Tiempo, Azul, 26 de mayo de 2002.
31 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
32 Messi, Virginia: ―Los últimos días de la vieja cárcel de Caseros‖, en Clarín, Buenos Aires, 8
de noviembre de 2000.
33 Mignogna, Eduardo: La Fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
34 Estévez, Paula: ―Buenos Aires es nuestra 5° provincia de ultramar‖, en La Prensa, Buenos
Aires, 7 de noviembre de 1998.
35 S/F: ―Cultura gallega en la escuela‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 17 de marzo de 2002.
36 Navarrine, A. y Petorossi, H.: ―Galleguita‖, citado por Gustavo Cirigliano, en El Tiempo,
37 Gervasi de Pérez, Elsa: ―Carta a Galicia‖, en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de
Cultura. Buenos Aires, 1994.
38 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.
En las provincias
Hubo comerciantes en la costa, como los gallegos que fundaron la conocida tienda
marplatense. José Navarro y Humberto Sánchez ―Con poca mercadería y muchas ganas de
ganar dinero, los dos gallegos dormirían muchas noches sobre los dos únicos mostradores de
la tienda vencidos por el cansancio de largas horas de trabajo y temerosos que un desborde
del arroyo se llevara rápidamente las ganancias del mes‖. A ellos se sumaron más tarde los
empleados Enrique Martínez y José Vicario. ―Recuerda doña ‗Conce‘, la esposa de José
Vicario que ‗cuando ellos (Vicario, Martínez y Navarro) iban al campo a hacer propaganda y
vender, nosotras las mujeres, preparábamos las viandas. Es que estaban afuera varios días y
debían llevar la comida. Sí, claro que con la señora de Martínez tratábamos de ayudar. Hubo
épocas muy malas, como aquella de la crisis del 30... bueno, nosotras confeccionábamos ropa
interior, camisetas y todas esas prendas para ser vendidas en la tienda...‖ (1).
Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría ―El Progreso‖ los hermanos Martínez y la esposa
de uno de ellos. ―Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo Kremer- eran medio duros de
entendederas, pro nunca dejaron de pagar sus cuentas, ni de tener preparados los billetes para
los proveedores, cuando estos presentaban sus facturas. (...) Los gallegos, no sólo eran muy
trabajadores, sino que hacían todo solos, no contrataban personal alguno; esto, unido a una
vida austera, hizo que pronto cimentaran su posición‖ (2).
En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: ―El campo se subdividió; la casa y
unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia, que
aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de los primeros tiempos
fueron incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en las
fajas, y apenas caían unas gotas la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío.
Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él‖ (3).
Aurora Alonso de Rocha se refiere a los editores de periódicos de Olavarría, localidad
bonaerense: ―Los españoles, dueños de un buen idioma hablado y, seguramente,
monopolizadores del español escrito en un país babélico, eran los editores obligados‖ (4).
Alberto Cortez escribe, a propósito de su canción ―El abuelo‖, acerca de la emigración de sus
mayores, que se establecieron finalmente en La Pampa: "Germán, Eladio y David, los tres
hermanos García, se embarcaron en Vigo, como todos los gallegos emigrantes con destino a
Buenos Aires. Al llegar se emplearon como viajantes en una empresa de tabacos y ―El abuelo‖
y su hermano Germán en uno de sus viajes de ventas a las poblaciones del interior,
conocieron, noviaron y se casaron con dos hermanas de origen vasco, Doña Julia Laburu, mi
abuela y Doña Leonor Laburu. Estas hermanas vivían con su familia en Trenque Lauquen, hoy
una floreciente ciudad de la provincia de Buenos Aires. Ya casados regresaron a la capital.
Como en aquella gran ciudadano se veían las cosas claras como para hacer dinero pronto
Eladio, mi abuelo y su joven esposa Julia emprendieron viaje hacia el oeste en busca de
organizar un pequeño comercio en algún pueblo de los que se fundaban aprovechando la riada
de gente que buscaba trabajo en el ferrocarril en construcción. Recaló primero en General
Villegas, ultima población de la provincia de Buenos Aires y allí las cosas no le fueron del todo
bien y como consecuencia de aquel fracaso, malas siembras y peores negocios, desalentado,
decidió internarse más al oeste.. Pero antes, quiso con ayuda de sus hermanos regresar a
Galicia con toda la familia y así lo hizo. Nadie en la familia supo explicarme las razones de ese
regreso. Seguramente su exultante juventud de entonces más los fracasos a los que antes hice
referencia convocó una tormenta de dudas de que a lo mejor en España podría salir adelante,
pero no fue así. Permaneció allí un par de años viviendo a expensas de la familia y en esa
breve estancia nació mi padre en Pungín provincia de Orense, una aldea a escasos quince
kilómetros de la capital provincial. Al año del nacimiento de mi padre el abuelo su mujer y su
prole volvieron a Argentina para no regresar jamás a España. En realidad en la canción yo digo
que nunca volvió a España sin embargo como se ve no es totalmente cierto. Claro que este
regreso no quise tomarlo en cuenta, porque se produjo a muy poco tiempo de haber emigrado
y por circunstancias, por mi desconocidas. Ya de regreso a Argentina retomó su éxodo hacia el
oeste hasta llegar a una naciente población (apenas un caserío) que por entonces se llamaba
Villa Jardón en honor a la familia que había donado los terrenos para su fundación. Más tarde
las tendencias reivindicadoras de la cultura indígena de la zona lograron cambiar el nombre de
Villa Jardón por el actual: Rancul. Allí se instaló comprando, siempre con ayuda de sus
hermanos una casa en la que muchos años después, el 11 de marzo de 1940 nacería yo.
Montó un negocio en donde se vendía de todo para la gente del campo‖ (5).
Notas
1 S/F: ―El baratillo‖, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
2 Kremer, Isaías Leo: ―Proveeduría ‗El Progreso‘ ―, en Mundo Israelita. Buenos Aires, 8 de
agosto de 2003.
3 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
4 Alonso de Rocha, Aurora: ―Los gallegos en Olavarría‖, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.
5. Cortez, Alberto: ―El abuelo‖, en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en
www.galespa.com.
.....
En su mayoría sin estudios, los inmigrantes se las ingeniaron para que sus hijos pudieran
estudiar. Haciendo lo que sabían o aprendiendo nuevas labores, encontraron una vida digna,
en la que el esfuerzo tuvo frutos. El país les ayudó, pero ellos no cejaron.
IX ¿Qué comían?
¿Cuál fue la alimentación de los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre 1810 y 1960?
Me refiero a ella, a partir de testimonios históricos, literarios y periodísticos.
En la tierra natal
Los inmigrantes nos hablan, en sus testimonios, de su alimentación en los países de origen.
Salvo muy contadas excepciones, la idea de la exigüidad de las comidas se reitera, habiendo
algunos – en su mayoría, irlandeses y gallegos- de los que sabemos que hasta debieron
soportar hambrunas (1). Esa realidad es evocada por Carlos Penelas en su poema ―Aldea‖:
―Hay sepulturas horadadas en la piedra./ Y una espadaña que es extraña en la tierra./ Hubo
batallas, nobles y normandos./ Hubo tégulas, molinos de mano./ Y mitos y hembras y dioses
paganos./ Canes pétreos sostienen el alero/ de las ruinas de un cenobio./ Aquí un hombre
decidió su exilio/ por la hambruna‖.
Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, ―contaban que cuando servía el caldo, los
cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las
más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella
sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o
muiño velho e o prado d‘arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos
del minifundio en una propiedad mayor‖ (11).
Notas
(1) Delgado, Alicia: ―Una morriña harto gallega‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 30 de
mayo de 1999.
(2) Penelas, Carlos: ―Aldea‖, en Desobediencia de la aurora. Buenos Aires, Ediciones del Valle,
2000.
(3) Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
Abundancia americana
Contrapuestos a la evocación de la pobreza que se vivía de un lado y el otro del mar,
encontramos pasajes en los que se alude al asombro de los inmigrantes ante la cantidad de
comida que había en la Argentina.
Escribe Enrique Pinti: "Cuando, allá por los años cincuenta, llegaba la última ola de inmigrantes
europeos de la posguerra, los prósperos argentinos se asombraban al ver el valor que le daban
a un plato de comida caliente y a la tranquilidad de irse a dormir sabiendo que no tendrían que
levantarse en medio de la noche para meterse en un refugio antiaéreo por un bombardeo" (1).
La alimentación de quienes dejaron su tierra -además de ser un tema recurrente en la
literatura- ha sido estudiada por renombrados especialistas. En ―La huella del inmigrante‖,
Fernando Devoto se refiere a la cocina nativa como un modo de diferenciarse: ―Aunque los
inmigrantes estuvieron inicialmente deslumbrados por la abundancia de carne mantuvieron sus
hábitos alimentarios. Lo revelaban las estadísticas de comercio exterior y el surtido de los
almacenes. Aspiraban tanto a conservar sus tradiciones como a diferenciarse socialmente a
través de sus consumos. No se producía una fusión o ‗crisol‘ culinario con la cocina nativa sino
más bien una yuxtaposición. Los distintos componentes coexistían en un menú sin mezclarse
en un mismo plato‖ (2).
―Como los mismos inmigrantes –afirman Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti-, la aceptación de sus
bagajes culinarios por parte de los nativos, cualquiera fuera su clase social, tomó su tiempo. En
todo caso, los sectores más altos de la estructura social porteña estaban dispuestos a aceptar
los platos propuestos por la cocina francesa, epítome de la civilización gastronómica, que
además de reforzar su posición social le daba otro –aunque inesperado- recurso para
diferenciarse del mero pueblo. El mero pueblo, por su parte, vio en el recién llegado un
advenedizo, cuando no un usurpador de labores y privilegios o un explotador (ya que, por
cierto, muchos extranjeros regenteaban comercios tan conspicuos, necesarios y a veces únicos
para los sectores populares como las pulperías o los almacenes de ramos generales)‖.
―Los inmigrantes desembarcaron con sus baúles y ollas, con las añejas recetas que intentaron
repetir mientras ‗hacían la América‘ y todos fueron alcanzados por la pasión carnívora. La
carne puso fin a la endémica carencia de proteínas de las poblaciones rurales. Imaginemos el
cambio que significó para estos campesinos empobrecidos, alimentados con una comida que
aquí se consideraba casi forraje, disponer de carne en abundancia. Carne y mate fueron los
principales aportes de la cocina porteña a la de los inmigrantes que hasta el momento apenas
consumían carne roja (de porcinos u ovinos) y que tenían una dieta esencialmente vegetariana.
-La novedad dietética para los inmigrantes consistió en la incorporación de la carne que los
nativos tenían como su artículo central. Por su parte, el elemento nativo incorporó artículos de
procedencia vegetal como el pan, las pastas y la cerveza‖ (3).
―La población que emigraba de Europa trajo su cultura culinaria. Los españoles querían
garbanzos y arvejas, y un montón de cosas que aquí no se cultivaban. El gran consumidor de
los fideos y los tomates fue el italiano. Todo esto se iba concentrando en los barrios, que se
agrandaban cada vez más. Entonces se empiezan a establecer los puestos de las ferias
dedicados exclusivamente a vender jamón cocido o jamón crudo, o costillares de vaca, de
cerdo, además de las verduras, las frutas, los garbanzos...‖ (4).
Víctor Ego Ducrot señala que ―la llegada de productos alimenticios de los más diversos
rincones del mundo también se hizo sentir sobre todo en los hábitos de los sectores sociales de
mayor poder adquisitivo, aunque muchas de las novedades que se podían encontrar en las
‗tiendas de ultramarinos‘ fueron de consumo popular, por su bajo precio y porque no existían
sustitutos de manufactura local. Entre esos productos se hallaban el azafrán, las especias
básicas –como la pimienta y el pimentón-, algunos licores y el chocolate‖ (5).
Entre los españoles, ―Los nuevos inmigrantes reforzaron el ‗aire de familia‘ de la cocina
argentina, pero con las pautas alimentarias de la época, que si bien marcan una continuación
del patrón tradicional no eran simples cristalizaciones del tiempo de Garay ni de fines del siglo
XVIII, cuando arribara la penúltima oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el
ajo, el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas están de regreso en su versión original. El
puchero a la española, presente en el menú de pensiones y restaurantes de la colectividad,
recupera la carne de gallina y los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado por
carne de vaca, porotos y maíz‖.
―Los gallegos aportaron sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en pepitoria; los asturianos
la fabada (alubias de gran tamaño acompañadas en la olla por morcillas, chorizos, cebollas y
tocino); los vascos el marmitako a base de atún y papas y el bacalao en sus cuatro versiones
(al pilpil, al ajoarriero, a la vizcaína y ligado); los aragoneses el pollo al chilindrón y las
criadillas; los valencianos las paellas, las variedades de arooces y los mejillones salteados con
tomates y pimientos; los andaluces el gazpacho, el ajo blanco, la sopa de caldo de gallina, el
atún con tomate, las berenjenas con queso, la caldereta de cordero y los jamones de Trévelez
y Jabugo. De Madrid y la región central los menúes atrapan cocidos, callos, sopa de ajos,
tortillas, cochinillos y perdices; de Cataluña los embutidos, las butifarras, los salchichones de
Vic, el conejo marinado, las setas, el lomo frito con alubias, la zarzuela de pescado y el arroz
bogavante; de las islas Baleares la sobrasada y la ensaimada‖.
―Fuera de los restaurantes y los clubes de colectividades, en las casas de familia, nada triunfa
más que la tortilla, las simples papas peladas, lavadas y cortadas en rajitas delgadas que se
fríen en aceite o manteca de cerdo con el complemento de los huevos batidos y salados‖ (6).
Notas
1 Pinti, Enrique: "El lobo y los chanchitos", en La Nación Revista, Buenos Aires, 1º de abril de
2007.
2 Devoto, Fernando: ―La huella del inmigrante‖, en Clarín, Buenos Aires, 2 de julio de 2000.
3 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos Aires, Grijalbo.
4 González Toro, Alberto: ―El tímido regreso de las ferias de Buenos Aires‖, en Clarín, Buenos
Aires, 2 de marzo de 2003.
5 Ducrot, Víctor Ego: Los sabores de la mafia. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002.
6 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
En el conventillo
Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes
de los conventillos: ―Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros:
esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los
piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El
conventillo es el reino de la ensalada cruda‖ (1).
La arqueología nos ha proporcionado recientemente datos acerca de la alimentación de los
inmigrantes de clase baja: ―Schavelzon asegura que en una excavación en lo que era un
conventillo, en las calles Defensa y San Lorenzo, descubrieron una gran diversidad alimentaria
que, en teoría, tenía que ver con los inmigrantes de distinto origen que lo habitaban. ‗Comían
cuises, avestruces y lagartos‘, informa. Y no tanta carne vacuna: muchas de las vacas eran
salvajes y su carne, muy dura‖ (2).
Notas
1 Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El
conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970.
2 S/F: ―Basureros del pasado‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 9 de enero de 2000.
En los barrios
La hija del gallego Joaquín González cuenta que a los inmigrantes de esa procedencia ―Les
gustaba comer jamón, tomar buenos vinos‖. De esa tierra –afirma Claudio Savoia- llegaban
manzanillas y bacalao (1).
Y desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los familiares de
Gladys Onega, como tantos otros inmigrantes ―respondían con la acción: armaban, envolvían
en lienzo, rotulaban con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y
aseguraban con sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar
y quién sabe cuándo llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para
protegerla acudían a Dios y al diablo‖. Los niños participaban en los envíos: ―Los chicos
también éramos leales y creíamos que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos,
chocolate y chocolatines, que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que
íbamos haciendo bolas de papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las
balas para la República‖ (2).
Como agradecimiento por las encomiendas de ropa usada que enviaban durante la contienda,
mis abuelos paternos recibían chorizos da terra que atravesaban el Atlántico en latas vacías de
dulce de batata. Para algún festejo importante, como un casamiento, ellos compraban grandes
cantidades de ciruelas, que llenaban un fuentón, y ponían a enfriar el vino en odres, cubiertos
con trapos húmedos. Su comida cotidiana consistía en puchero, nabizas, asado con papas,
que mi abuela –al igual que sus vecinas- hacía cocinar en el horno de la panadería, y de
postre, budín de pan. Desayunaban tazones de café con leche acompañados por pan con
manteca y azúcar. Los días de fiesta, ensaimada. Ya anciana, mi abuela nos convidaba mate
cuando la visitábamos, pero nadie recuerda a partir de qué fecha adquirió esa costumbre, y si
lo hacía en vida del abuelo.
El cumpleaños de uno de los personajes gallegos de Vázquez-Rial coincide con el día de
Navidad. El autor de Frontera sur describe los manjares que degustarán los invitados: ―Las
mujeres pusieron las mesas en el último patio, emparrado, de obligado tránsito para quien
pretendiera ir de la casa, a la que se entraba por el oeste, desde la calle Pichincha, a la cuadra,
abierta al sur, a Garay. Al anochecer, los blanquísimos manteles quedaron sepultados bajo
fuentes y más fuentes en que lucían el jamón, las almejas, el pavo fiambre, los ahumados, el
lechón adobado, el bacalao o el pulpo con pimentón leonés y aceite de uva del país, espeso y
de aroma salvaje. Aparte colocaron las galletas, los turrones partidos y las nueces peladas.
Vinos y sidras se enfriaban en tinas de agua. Todo aquello había llegado en un carro del
Almacén Buenos Aires, tienda de vinos, licores y comestibles importados de ultramar, que
Giacomo Zappa había fundado quince años atrás en Artes y Cuyo‖.
Otro de los personajes, un pequeño gallego, compara ese espectáculo con el de su propio
cumpleaños: ―Ramón, sentado en el tercer peldaño de una escalera que llevaba del piso de
baldosas rojas a los techos, asistió azorado al desembarco de aquellas riquezas. No recordaba
haber visto, y de hecho no había visto, nada semejante en toda su corta vida. De hacía poco,
del anterior 2 de noviembre, era la más lujosa de sus memorias, la del festejo de su propio
cumpleaños, el sexto, en un puesto rural próximo a Durazno, en la Banda Oriental, donde
amigos de Roque habían asado un costillar de ternera‖ (3).
En la fonda, Manuel Londeiro -personaje de Hacer la América, de Pedro Orgambide- ―pide pan
y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo,
y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si comes
tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel Londeiro
no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena‖ (4).
Petra, una de las ―ingratas‖ de Guadalupe Henestrosa empleada como cocinera en una
pensión, no soportaba que criticaran sus comidas: ―El minestrón era la principal fuente de
conflictos: los italianos aseguraban que la española era incapaz de captar la naturaleza sutil de
la sopa de verduras y que cortaba la zanahoria en rodajas demasiado gruesas. Petra no iba a
soportar esas críticas. Ante la menor queja retiraba los platos con el gesto desairado de un
artista incomprendido y los inconformes se quedaban con la cuchara suspendida en el aire y
sin caldo donde sumergirla. La patrona hacía caso omiso de los desplantes de la cocinera: por
su guiso de lentejas hubiera soportado cualquier humillación‖ (5).
En casa de María Rosa Lojo, hija de un gallego y una madrileña, se consumían alimentos que
resultaban extraños para los chicos con los que ella se relacionaba, los cuales consumían, a su
vez, alimentos que rara vez se veían en casa de estos españoles: ―También los sabores, los
gozos de la comida, se conformaron y se acuñaron fuera de los hábitos de la cocina argentina
moderna. Para mí eran absolutamente familiares los pulpos y los langostinos, los calamares,
los camarones y mejillones ajenos a los hábitos de las pampas, y que más bien horrorizaban
con sus valvas, sus tintas y sus viscosos tentáculos a la mayoría de mis compañeras de
escuela. En cambio, durante la infancia y adolescencia consideré como elementos exóticos las
pastas y la pizza –‗clásicos‘ para un recetario argentino, definido por su neta hibridez ítalocriolla-. Mi familia consintió únicamente en incorporar el asado. Otros platos locales,
compartidos por ambas cocinas, provenían del más antiguo fondo hispánico colonial: el
puchero (versión vernácula del ‗cocido‘), las natillas, el arroz con leche aromado con canela.
Mis padres se resistieron tenazmente al mate, símbolo supremo de argentinidad que también
hubiera representado para ellos –creo- un supremo renunciamiento‖ (6).
En la Argentina, quien quiera comer la auténtica ―Torta para el Apóstol‖, encontrará la receta en
Viajero Celta (7).
Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del
sentimiento que aúna a chef y comensales: ―A través de Morriña (palabra entrañable para
nosotros) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron
de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria
cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión‖ (8). El
publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de ―Cocina gallega‖,
leemos: ―En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena
paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años
en la Argentina)‖ (9).
En España, un gallego que retornó sin haber podido ―hacer la América‖ encontró en los
manjares argentinos un medio de vida. Lo cuenta Norma Morandini: ―como la patria es la
infancia, el tiempo se evoca con los sabores que se perdieron. En una pastelería de la calle
Menéndez y Pelayo, cerca de la plaza Cavia, se forma una fila para comprar. Un pequeño
negocio donde se pueden conseguir medialunas, tarta de acelga, yerba, vinos argentinos y esa
delicia que se arma como exclusividad nuestra, los sandwiches de miga. (...) lejos de lo que
podría pensarse, el negocio no pertenece a ningún argentino. Su dueño, un gallego que vivió
veinte años en la Argentina, al regresar encontró la prosperidad que le fue esquiva como
inmigrante. Gracias a los sabores que se trajo del Río de la Plata, su negocio crece cada día‖
(10).
La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y
que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam
Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana,
comenta que la anciana ―De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había
descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo
ricos que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos
saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa
eran mejores que con la picada común‖ (11).
Notas
1 Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
2 Onega, Gladys: op. cit.
3 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
4 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984, pág.20.
5 Henestrosa, María: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
6 Lojo, María Rosa. ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Sitio al margen.
Noviembre de 2002.
7 S/F: ―Torta para el apóstol‖, en Viajero Celta, Año I, N° 9. Buenos Aires, Julio de 1996.
8 Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
9 Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 14-20 de febrero de 2000.
10 Morandini, Norma: ―Tierra de exilio‖, en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.
11 Becker, Miriam: ―La última idische mame‖, en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.
En el interior
Gladys Onega, santafesina hija de un gallego y una criolla, cuenta: ―Mi madre no sabía nada de
la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos
discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que
comíamos espolvoreados con azúcar‖ (1).
Aún hoy perviven las recetas de la abuela. En su restorán marplatense, los hermanos Morales
hacen la empanada gallega tal como la hacía Manuela Eiras en Padrón, según la receta que
trajeron de La Coruña hace cuarenta y tres años (2).
Notas
1 Onega, Gladys: op. cit.
2 En La Capital de Mar del Plata.
.....
En la pobreza o en la abundancia, los inmigrantes mantuvieron la tradición culinaria como una
forma más de vincularse a la tierra añorada, de preservar su cultura, y de transmitirla de
generación en generación, al tiempo que veían en la cocina nativa un medio para diferenciarse
en una sociedad cosmopolita.
X Costumbres
―La Capital Federal, en 1936, tenía el 88% de extranjeros o hijos de extranjeros –afirma la
socióloga Susana Torrado. Es decir, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX era
un pedazo de Europa en la Argentina‖ (1). La actriz Rita Cortese recuerda la presencia
inmigrante en la sociedad: ―Cuando yo era chica, los inmigrantes europeos eran algo vivo y
cercano. Tanos y gallegos, como decíamos, estaban allí, al lado nuestro, en la calle, en el
barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus costumbres, comidas, espectáculos.
Formaban parte de nuestra vida cotidiana‖ (2).
De sus países de origen trajeron los inmigrantes sus costumbres, las que perduraron en la
nueva tierra. La crianza de los hijos, la celebración de los acontecimientos familiares,
diferenciaban a las colectividades y, aún hoy, se siguen observando los mismos lineamientos
que hace décadas, aunque influenciados por el medio en que se desarrollan.
Notas
1 Roffo, Analía: ―La familia argentina se diseñó contra toda presión‖, en Clarín, 27 de febrero de
2000.
2 Gaffoglio, Loreley: ―Me acordé de un viejo amor‖, en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de
2002.
La ética
La ética era un valor fundamental para los inmigrantes. Lo afirma Eduardo Mignogna, autor de
La fuga: ―Nuestros padres, nuestros abuelos, amaban el apellido, la ética, la responsabilidad
civil de tener un trabajo y de hacerse cargo de sus hijos y dejarles un apellido. Con su muerte
se pierde un sentido de la ética y el país es testigo de esto. Los nietos saben que no tienen el
primer referente a quien pedirle explicaciones y aparece la plata dulce, la financiera, esos
hombres con apellidos en los diarios sin que les importen las manchas en una política macabra
de robos e impunidad‖ (1).
Notas
1 Boccanera, Jorge: ―A dos puntas‖, en Clarín, 26 de septiembre de 1999.
La solidaridad
La solidaridad era otro de los bienes espirituales de los inmigrantes. Ema Wolf y Guillermo
Saccomanno señalan que ―La inmigración, por esos años, hacinaba a un grupo humano de
orígenes diversos y remotos que convivía con rencores e indiferencias pero unido por esa
desgracia común de sentirse pobres y relegados en una tierra extraña‖ (1).
En el Hotel de Inmigrantes también se agrupaban los recién llegados. Comenta el profesor
Jorge Ochoa de Eguileor: ―Aquí había inmigrantes de diferentes países, con diferentes idiomas,
que hacían sus grupúsculos ya entre sí, se juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían
logrado estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la calle, porque tenían libertad de
salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras también se juntaban de acuerdo a la
nacionalidad en los jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se pasaban la mañana
en el jardín, en los grandes jardines‖ (2).
Esa unión de los primeros tiempos dio origen a asociaciones importantes, a muchas de las
cuales se refiere Rosa Majián en su guía (3). Surgieron los medios de las colectividades,
estudiados por la antropóloga Viviane Oteiza Gruss: ―De las publicaciones periódicas
publicadas en la ciudad de Buenos Aires en 1887, 82 estaban redactadas en español, 7 en
italiano, 5 en francés, 4 en inglés y 4 en alemán. Es decir, estos números indican que la
mencionada libertad de expresión, junto con la fuerte inmigración de aquellos años, fue el caldo
de cultivo para gran cantidad de publicaciones de colectividades" (4). Una publicación tuvo que
ver con el origen del Centro Gallego: ―El Eco de Galicia fue fundado por José María Cao
Luaces el 7 de febrero de 1892. Este fue el órgano de los residentes gallegos en la Argentina
desde ese momento y uno de los antecedentes de la fundación del Centro Gallego de Buenos
Aires‖ (5).
Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes de esa región: ―Lo que van a
hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a
agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros
Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ―da mía terra‖, como
dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse
entre ellos‖ (6).
―Las sociedades de socorros mutuos (...) tuvieron un amplio desarrollo, y se extendieron a todo
rincón del país donde llegaron los contingentes inmigratorios –comenta Angel Jankilevich. El
censo realizado en 1904 en la Capital Federal revelaba la existencia de 97 entidades de
socorros mutuos‖ (7).
―La llegada del migrante siempre está cargada de esperanzas e incertidumbres. Y la asociación
con otros connacionales es una de sus estrategias para cubrir sus necesidades culturales y
recreativas –opina Lelio Mármora, director de la Organización Internacional para las
Migraciones. Así surgieron entidades que dieron a los recién llegados espacios solidarios en un
medio extraño, y varias resultaron centro de excelencia para los argentinos‖. El deporte tiene
que ver con esta realidad: ―Igual integración se dio en los clubes: a través del fútbol, los
extranjeros conservaron su identidad y se sumaron a la sociedad‖ (8).
―Los clubes de fútbol fundados específicamente para colectividades surgieron a mediados de
los 50. El 7 de mayo de 1955 nació ACIA (sigla de la Asociación Calcio Italiano en la
Argentina), actual Deportivo Italiano. Siempre con el ‗Deportivo‘ por delante, en 1956 se sumó
Español, en el 62 surgió Paraguayo y el último, Armenio, debutó un año después. Este póquer
de colectividades fue creciendo hasta alcanzar la cúspide en la década del 80, en la que
españoles, armenios e italianos llegaron a Primera División. Después, la debacle. Con escasos
socios y suculentas deudas, este cuarteto pasa por una crisis tan profunda como la de la
mayoría de los clubes. Lo curioso, en este caso, es que representan a colectividades tan
numerosas como futboleras. Y que, sin embargo, les dan la espalda a sus orígenes. ¿Caso
grave de amnesia? ¿Falta de identidad?‖ (9).‖
Notas
1 Wolf, Ema y Saccomanno, Guillermo: El folletín. Buenos Aires, CEAL, 1972.
2 Markic, Mario: ―En el camino‖, en TN, 12 de septiembre de 2002.
3 Majián, Rosa: Guía de las colectividades extranjeras en la República Argentina. Buenos
Aires, Ediciones Culturales Buenos Aires, 1988.
4 Iglesias, Jorge: ―Una Babel de tinta‖, en La Nación, Buenos Aires, 24 de noviembre de 2002.
5 S/F: ―José María Cao Luaces: el padre de la caricatura argentina‖, en GaliciaOXE,
www.galiciaoxe.org, 2002.
6 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela inédita.
7 Jankilevich, Angel: ―Historia de los Hospitales de Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires‖,
en www.aadhhosorgar.htm
8 Mármora, Lelio: ―Fútbol para integrarse‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de febrero de
2000.
9 S/F: ―Un pedacito de la tierra natal‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
Hijos
La preocupación por los hijos está ligada a la inmigración. Es lógico, si pensamos que muchos
de los inmigrantes no veían a sus hijos en años, como los padres de Jesús Amorín Varela: ―Mis
padres eran gallegos y fueron a Cuba. Ahí nací yo. A los dos años me llevaron a Galicia y me
dejaron al cuidado de mis abuelos maternos. Estuve con ellos hasta los diecisiete y en 1929
me vine para la Argentina‖ (1).
Pensemos en las penurias que pasaron esas familias en sus países de origen, durante la
travesía y hasta que lograron una mínima situación económica. A la Argentina –escribe
Graciela Montes-, ―fueron llegando los inmigrantes. Solteros y muy jòvenes, algunos casi niños,
venìan a ‗hacer la Amèrica‘. Provenìan de España, de Italia, de Turquìa, de Rusia, de Francia,
de Polonia, de Yugoslavia, en general eran muy pobres y estaban dispuestos a trabajar duro...
Algunos regresaron a sus pagos, pero la mayorìa, màs de un millòn, se quedò. Para esos
inmigrantes, los hijos eran valiosos. El triunfo de esos hijos en la vida era la certificaciòn de su
propio èxito‖ (2).
Marcelo A. Moreno considera que ―En nuestro país el amor hacia los chicos constituye una
especie de culto nacional. Casi nada está tan bendecido en nuestra sociedad como hacer
cosas –sacrificios incluidos- por nuestros hijos. Desde las historias de inmigración el amor a los
chicos se erige en sentimiento supremo y hasta sirve no pocas veces de coartada‖ (3).
Recordemos al respecto un concepto de Guillermo Jaim Etcheverry, quien afirma que, en esa
clase de familia, ‖los niños y los jóvenes adquieren un papel dominante. Lo hacen al convertirse
en el lazo de unión que vincula a los mayores con el nuevo entorno que, a menudo, les resulta
hostil‖. La función de los menores es la intermediación: ―Los jóvenes, que se adaptan a gran
velocidad, son los encargados de traducir la nueva cultura a sus padres‖. La familia así
conformada, cambia su estructura original: ―Cuando esa tarea de condescendiente
intermediación se convierte en imprescindible, esos jóvenes terminan ejerciendo un poder real
sobre sus mayores‖ (4).
El amor por los niños se evidencia en el interés por hacerles pequeños regalos, por cocinar
para ellos, por brindarles expresiones de cariño en una comunidad que no recurre al dinero
para los placeres. En ―Mi búho‖, Elena Guimil recuerda la oportunidad en que su padre, ―un
gallego fornido‖ le trajo un pichón. Cuando el padre volvía de cazar –dice la hija- ―yo me
sentaba en un banquito impaciente, mirando fijamente la bolsa cerrada que descansaba
olvidada junto a la puerta. Adentro había algo que se movía, algo que era para mí. Mi padre
sólo la abriría después de tomar su café caliente. Unicamente él podía hacerlo. Pero no parecía
tener ningún apuro. Me miraba de hito en hito y sonreía detrás de su taza. Creo que disfrutaba
con mi impaciencia. El contenido de la bolsa de arpillera era un misterio para mí, aquel que
esperaba ansiosa todas las semanas. ¿Qué sería esta vez? ¿Un tero, un lechuzón o un
zorrito? La criatura asomó sus gigantescos ojos amarillos y se posó en la mano de mi padre.
Emitió una especie de silbido cuando me acerqué‖ (5).
El padre de Gladys Onega era paciente con su hija enferma: ―Después de haberme ofrecido el
néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito
nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de
chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija
menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al
diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos
de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por
el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le
ocurrían‖ (6).
Al ver a su padre muerto, dice un personaje de Vázquez-Rial: ―Mi padre. Aquel gigante que me
tomaba de la mano y me llevaba hasta el fin del mundo. Cogido de su mano crucé el océano.
Cogido de su mano vi el cortejo de un rey negro. Cogido de su mano encontré a Germán.
Cogido de su mano. Cogido. ¡Dios santo! Lo pienso en su lengua‖ (7).
Francisco Luis Bernárdez llora a su madre gallega: ―Nuestras pequeñas bicicletas iban por
aquella carretera de España./ Detrás quedaba Carballino, con sus casas envueltas por la
madrugada./ Dejando mi corazón mucho más a obscuras, el amanecer despuntaba./ ¿Era
posible que pudiera venir, como todos los días, la mañana?/ El silencio de mis hermanos era el
eco de la soledad de sus almas./ Yo sentía sobre mis hombros algo parecido al peso de una
montaña./ El paisaje abría los ojos como si no se hubiera enterado de nada./ Nunca olvidaré
que en el monte de Corzos había un ruiseñor que cantaba./ Al llegar a Dacón oímos el nombre
querido en la voz de la campana./ Mamá y el mundo habían muerto para siempre y sólo aquella
voz los lloraba‖ (8).
María Nieves, bailarina de tango, ―proviene de una familia humilde –ella reafirma ‗más que
pobre‘-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres eran de Lugo, España y aquí tuvieron
cinco hijos.(...) De chica la humildad familiar no la marcó. Asegura que eran muy felices y que
eso es imborrable. (...) A veces me dicen, ‗sos demasiado humilde, sos una tonta‘. Así me hizo
mi mamá, eso me legó. Me enseñó a andar derecha por la vida y no hacerle daño a nadie‘. Esa
misma mamá –‗la gallega‘- cuando era niña le cantaba tangos y valsecitos en vez de una
canción de cuna‖ (9).
En una entrevista realizada por Ana Da Costa en 2000, Juan Filloy evoca a sus padres: ―Mi
madre fue una francesa que vino en una de las promociones de inmigración del siglo pasado,
en una inmigración de labriegos franceses que se afincaron en Pigüé, en la provincia de
Buenos Aires. Pero ella se independizó ocupándose del servicio doméstico en la Capital
Federal, especialmente en el barrio de San Telmo, el barrio Sur de Buenos Aires. Mi madre era
francesa, natural de Toulouse, de un pueblo que se llama Gourdan, que está cerca de la línea
férrea que liga Toulouse con Lourdes. De modo que ella estaba ahí, en ese pueblo, junto a una
localidad que se llama Montesquieu, un lugar famoso en la antigüedad por unas aguas
termales, a las cuales asistían muchas figuras próceres de la literatura mundial. Mi madre se
casó aquí, en la Argentina, con un español nativo de Galicia y formaron un hogar en el cual
fuimos cuatro hermanos. Pero mi madre había tenido primero relaciones matrimoniales con un
belga que la abandonó con tres hijos, los cuales fueron acogidos por mi padre. Los siete
crecimos y fuimos educados aquí, en la ciudad de Córdoba. Papá y mamá se conocieron en
Tandil, cerca de la Piedra Movediza, que es una figura que se hizo sumamente popular en
casa, porque mi padre tuvo dos hijos en las proximidades de la Piedra Movediza. Mi madre fue
una persona muy vivaz, de genio muy alegre, pero absolutamente analfabeta. Leí un artículo
sobre Delich, que apareció en La Nación, en el cual confiesa que su madre fue analfabeta;
bueno, yo digo lo mismo: mi mamá fue analfabeta. Nació en Francia el mismo día en que nació
el Delfín, vale decir, el hijo de Napoleón III y la Reina de Francia. Por esa razón mi madre tenía
derecho a una educación gratuita, tanto para la escuela primaria, como la secundaria y la
superior. Pero mamá tuvo que venir al país, de modo que no aprendió jamás a leer. Era una
mujer muy inteligente, con toda la inteligencia de los instintos. En el negocio de mi padre
atendía una sección de la tienda en la cual ella se manejaba con total exactitud en los cálculos
de los efectos que vendía. Por ejemplo, pongamos por caso que un cliente compra siete metros
de satén, o de guipure, cuyo precio era $1,75; mamá no necesitaba un lápiz de ninguna
especie, ella, mentalmente, en el acto, decía cuánto era. Tenía una capacidad matemática que
es muy particular de muchas personas en Francia‖ (10).
Notas
1 S/F: ―Pérez Millán‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
2 Montes, Graciela: ―La infancia y los responsables‖, en Machado, Ana María y Montes,
Graciela: Literatura infantil. Creación, censura y resistencia. Buenos Aires, Sudamericana,
2003.
3 Moreno, Marcelo A.: ―El país de los chicos felices‖, en Clarín, Buenos Aires, 2 de abril de
1997.
4 Jaim Etcheverry, Guillermo: ―Los nuevos emigrantes‖, en La Nación, Buenos Aires, 7 de abril
de 2002.
5 Guimil, Elena: ―Mi búho‖, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
6 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
7 Vázquez- Rial, Horacio: op. cit.
8 Bernárdez, Francisco Luis: ―Poema de las cuatro fechas‖, en Cielo de tierra. Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1948. Ilustraciones de Horacio Butler.
9 Pacheco, Carlos: ―María Nieves: la princesa del Plata baila hoy‖, en La Nación, Buenos Aires,
7 de marzo de 2004.
10 Da Costa, Ana: ―Entrevista a Juan Filloy‖, en www.bibnal.edu.ar, 2 de marzo de 2000.
Nietos
En América, por lo general, la familia estaba integrada solamente por los padres y los hijos, ya
que los demás habían quedado en la tierra de origen. Esto se evidencia en Frontera sur, novela
en la que un gallego inmigrante dice a su padre que no se acostumbra a los líos de parentesco;
el padre le responde: ―Si vives toda tu vida en Buenos Aires, donde no hay más que hijos y
padres, cuando los hay, no te acostumbrarás. Pero si un día vas a Galicia, sí‖ (1). Con el correr
del tiempo, esa realidad irá cambiando.
A sus abuelas españolas, inhumadas en tierra americana, canta Ricardo Adúriz: ―Dulces
abuelas trashumadas/ desde estos cielos/ a aquellos cementerios./ Que vuestros nombres, en
medio del océano/ de sombra, sajados vivos de la noche larga,/ os devuelvan la luz de un
tiempo suave/ en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid de fin de siglo.// Vuestras son
estas últimas luciérnagas,/ fragmentos puros de un espejo roto,/ donde brillan los rostros del
olvido‖ (2).
Guadalupe Henestrosa afirmó: ―Desde hacía años venía pensando en el tema del desarraigo.
Me interesaba especialmente el caso de las mujeres jóvenes, el testimonio personal, los
sentimientos que se tejen en un apuesta vital tan fuerte. En parte se vincula con la experiencia
de mis propias abuelas, ambas inmigrantes españolas. Una de ellas, Carmen Oliveros, cuyo
nombre usé como seudónimo para el Premio, llegó a los 19 años, sola, en el año 20. Hoy
suena sencillo pero en esa época cruzar el mar implicaba casi irse a otro planeta, no volver a
ver a la familia, vivir a una carta por año, en un contexto de gente prácticamente analfabeta. Y
tener que cargar además con la gran pregunta: irse para qué. Al sentarme a escribir, todo eso
estaba sobre la mesa. (...) María Cruz, mi otra abuela, llegó a la Argentina con sus hermanas.
Ese recuerdo fue el puntapié inicial.‖ (3).
En un reportaje, Martín Seefeld evoca a su abuela inmigrante: ―Aprendí todo de mi abuela Lala.
Era gallega y me enseñó a disfrutar de todo, desde un plato de lentejas hasta bailar‖ (4).
Ernesto Schoo recuerda a su abuelo gallego: ―En la estancia de mi abuela materna, en
Pergamino, hay una vasta biblioteca, en parte heredada de su marido, mi abuelo gallego, y en
parte formada por sus hijos. Allí está todavía la famosa Biblioteca de La Nación, con mis
lecturas favoritas, Julio Verne y Conan Doyle (las aventuras de Sherlock Holmes, que me
llenaban de terror y a las que intentaba exorcizar dibujándolas como historietas) y Alejandro
Dumas y H. G. Wells. En otros estantes relucían los lomos dorados de colecciones enteras de
revistas españolas, que le mandaban a mi abuelo y que él hacía encuadernar: La Ilustración
Artística, el Album Salón, Blanco y Negro. De 1896, 1898 (el año de la pérdida de las últimas
colonias españolas, Cuba y las Filipinas), 1900, 1902...Yo leía ávidamente esos mamotretos,
enterándome de las alternativas de la guerra de Cuba, o la de los boers en Sudáfrica. No había
disciplina o rubro que no me interesara: los comienzos del cinematógrafo, el estreno de La
Boheme de Puccini en el Liceo de Barcelona (casi todas esas revistas se editaban,
lujosamente, en la capital de Cataluña), la evocación de los bailes de carnaval en el Madrid de
1850. En otra habitación, en un enorme mueble con puertas vidriadas estaba la inabarcable,
interminable Enciclopedia Espasa. Por ahí descubrí también los Artículos de costumbres de
Mariano José de Larra (Fígaro), modelo para todo aspirante a cronista, aún hoy‖ (5).
A su abuelo, enfurecido por una travesura, se refiere Gloria Pampillo: mi padre ―me contó
muchas veces cómo hizo estallar con un rifle de aire comprimido los sapos de cerámica que mi
abuelo había hecho traer de Valencia y que tiraban agua por la boca en la fuente. Después se
trepó a un pino y Severiano desde abajo le decía ‗Pancho, baja‘ pero él permaneció allí,
esperando que al gallego se le calmara la furia‖ (6).
No todos los niños tenían familiares que los cuidaran tan amorosamente. El Patronato de la
Infancia surgió vinculado con la inmigración, para proteger a los pequeños de los que las
familias no podían hacerse cargo. Con motivo de conmemorarse los 110 años de la fundación
de esta institución, dice el diario Clarín: ―El Patronato se fundó el 23 de mayo de 1892, en
medio de la gran crisis económica y política que asolaba la Argentina, mientras miles de
inmigrantes llegaban al puerto de Buenos Aires con poco más que sus esperanzas en la valija.
Un grupo de personas quiso proteger a los niños desamparados que desbordaban los
inquilinatos y deambulaban por las calles, y nació el Patronato para cumplir esa misión: desde
su creación atendió a más de 1.750.000 niños en situación de riesgo‖ (7).
También fue importante para los inmigrantes la obra de Santa Francisca Javier Cabrini, quien
―recorrió Europa y las tres Américas, fundando colegios, orfanatos, hospitales, asistiendo a los
presos, mineros, y en particular a los inmigrantes más indigentes, por eso el Papa Pío XII la
proclama ‗Patrona de los Emigrantes‘ el 8 de septiembre de 1950‖ (8).
Notas
1 Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.
2 Adúriz, Ricardo: Torre del homenaje. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Centro
Iberoamericano de Cooperación, 1979.
3 Garzón, Raquel: ―ENTREVISTA CON MARIA G. HENESTROSA Bajo el signo del folletín‖.
(Foto: David Fernández), en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2002.
4 Madrazo, Cecilia: ―Martín Seefeld: 10 cosas que sé‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 29
de diciembre de 2002.
5 Schoo, Ernesto: ―Mis aprendizajes Memorias‖, en La Nación, Buenos Aires, 13 de noviembre
de 2005. Ilustración de Guillermo Roux.
6 Pampillo, Gloria: op. cit
7 S/F: ―Más de un siglo por los chicos‖, en Clarín Viva, 23 de mayo de 2002.
8 Folleto entregado en 2002 en el Hotel de Inmigrantes.
Contar
En los recuerdos de los inmigrantes se reitera la alusión al gusto que sus mayores sentían por
la narración. De estos padres que narran sus historias de la tierra natal, nacen hijos que las
relatan en el seno del hogar o profesionalmente, o que las escriben en libros. La vocación se
transmite; sólo cambian los medios de expresión.
En casa de los Villafañe trabajó ―una señora española‖, de la que dice Javier, el titiritero: ―tenía
una memoria extraordinaria y decía romances antiguos españoles –aprendí de ella el Romance
del cebollero-. Pablo Medina destaca: ―La insistencia con que Javier Villafañe vuelve de tanto
en tanto en sus conversaciones sobre la figura de aquella gallega Rosa, la cuentacuentos,
poemas, romances y otros decires, es significativa no sólo por su evocación sino también
porque la califica como imagen formadora‖ (1).
Rodolfo Alonso dice que nunca olvidará el ―legítimo entusiasmo‖ con que su padre gallego les
relataba ―anécdotas para él imborrables de su infancia. Anécdotas que no eran sólo de
hombres y de hechos, como las inefables ocurrencias de Novás, el cantero de su pueblo,
cachaciento y mordaz, sino también el reiterado recuerdo de ese ruiseñor cantando en lo alto
de un pino o la nutria cazada a escondidas, de noche, sobre el lomo del río‖ (2).
Cuanto escuchó en su hogar sirvió a Gladys Onega para escribir Cuando el tiempo era otro,
acerca de cuya génesis afirma: ―Todo parte de un hecho real, pero hay ficción en cuanto hay
una creación lingüística muy grande. Nunca junté papeles ni documentos, pero en mi casa todo
el tiempo se estaban contando cosas. No había otra manera de conectarse con la gente de
España; no los conocíamos. (...) los gallegos siempre contaban historias diferentes y muy
amenas, y completamente extrañas sobre el viento, el frío, la nieve, y las contaban en todo el
pueblo‖ (3).
Responderían al chamado antergo al que aluden Manuel Castro Cambeiro y Eliseo Mauas
Pinto, en el poema ―Soy el llamado ancestral‖, en el que expresan: ―Son a voz que pradica,
incansabele/ antre os do meu pobo/ lonxe da terra,/ a qu‘os exhorta/ a non anuzar de si
mesmos‖ (4).
Guillermo Saccomanno, nieto de una gallega, también recuerda esa afición de la anciana, a la
que se sumaba la de su parienta: ―A mi abuela le gustaba mucho escuchar y contar historias, y
me hablaba de una parienta de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa. En su aldea en
España, esa mujer había tenido un hijo con el cura, y el chico se le había ahorcado a los treinta
y tres años. Cuando yo tenía siete u ocho años, a la tardecita me cruzaba a la casa de esta
otra gallega, que me contaba la historia de San Jorge y el dragón mientras me daba pan
mojado en vino con azúcar‖ (5). Narrador él mismo, Saccomano fue distinguido con el Premio
Nacional de Literatura correspondiente al año 2000 por su novela El buen dolor.
Mi abuela gallega contaba el amargo relato de un hijo que abandonaba a su padre bajo el
mismo árbol bajo el cual, décadas antes, el anciano había abandonado al suyo. También el del
zapatero que tenía una herramienta tan afilada, que se cortó el delantal de cuero, el pecho y a
una vieja que estaba del otro lado de la pared.
En la película Luna de Avellaneda, dirigida por Juan José Campanella, don Aquiles, un
inmigrante gallego, relata el cuento de ―los tres galleguitos‖, a los que se les descompone el
coche en el que viajaban, y juegan un picadito a la luz de la luna. Esa circunstancia da origen al
club y al nombre que lleva. Cuando la institución corre peligfro, debido a las deudas, le piden al
gallego que cuente su cuento, como una manera de hacerlo sentir feliz.
Notas
1 Medina, Pablo: ―Historias de ida y vuelta‖, en Villafañe, Javier: Antología. Obra y
recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
2 Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
3 Duche, Walter: ―Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖, en La Prensa, Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.
4 Mauas Pinto, Eliseo y Castro Cambeiro, Manuel: ―Soy el llamado antiguo‖, en Legado Celta.
Buenos Aires, Editorial Tres + Uno, 1993.
5 Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, Buenos Aires, 15
de agosto de 1999.
Cantar
Así como les gusta contar, a los inmigrantes también les gusta cantar. Cantan en su tierra, en
el barco, y cantarán también en la tierra nueva.
Canta y baila Marita Tuero, quien afirma:
"A los ocho años me incorporé al Ballet del Club Deportivo Español, aprendiendo a bailar las
danzas regionales de mis mayores, y desde ese momento estuve cada vez más vinculada a
esta cultura, sintiéndome también una emigrante más, y hablando siempre de ―Volver a
España‖, y no de ―conocerla‖, porque en realidad, ya la conocía.
Luego, los caminos de la vida, y de esta carrera tan hermosa que elegí (la de cantante) me
fueron llevando hacia la Copla Española, sin darme cuenta que en realidad, este estilo, había
estado en mi vida desde siempre, y conocía muy bien el repertorio porque lo había en mi casa
y en las de mis abuelos.
Hoy puedo decir que tengo la satisfacción de compartir con mi público, por lo general emigrante
también, todas esas canciones que tanto nos emocionaron estando lejos de nuestra tierra, y
conmoverme viendo los ojos de mi madre, o de mi abuela, brillando por las lágrimas, cuando
me escuchan cantar en gallego o en asturiano. Siento que asi los estoy acercando un poco
más a esa España tan querida, viajando hasta ella, aunque sea con la imaginación, por un
ratito…" .
En el cantar se advierte una espontánea vocación artística, y una memoria que no quiere
fenecer.
.....
La ética, la solidaridad, el amor por los más pequeños, el respeto por los mayores, el recuerdo
de quienes quedaron en la tierra natal, el contar y el cantar, son las constantes en las
costumbres inmigrantes, que aún perviven en los descendientes americanos.
XI Festejos
El Cruce del Ecuador, las Fiestas patrias argentinas, las Fiestas patrias y tradicionales de los
inmigrantes, la Fiesta del Inmigrante, los aniversarios, la finalización de las diferentes guerras,
la iniciación de la Guerra de las Malvinas, la creación e independencia del Estado de Israel, los
cumpleaños, el Año Nuevo, el Carnaval y el Mundial de Fútbol 1978 son algunas de las
ocasiones en las que se evidencian las costumbres que los inmigrantes trajeron de sus tierras;
son circunstancias en las que ellos y sus descendientes exteriorizan su alegría y su
agradecimiento a la nación que los recibió. Me refiero asimismo a festejos rechazados por
algunos de los inmigrantes, por diferentes motivos. No me ocupo de los festejos religiosos, ya
que reuní información sobre algunos de ellos en el capítulo VII, ―Religión‖.
Fiestas patrias de los inmigrantes
Gladys Onega dedica un capítulo de sus memorias a la descripción de un festejo de la
comunidad italiana de Acebal, provincia de Santa Fe. Transcribo un fragmento de ese capítulo,
titulado ―De cómo la hija de los Onega llegó a cantar la Giovinezza‖:
―(...) llegado el 20 de septiembre, fui una bambina más invitada a la fiesta de la Sociedad
Italiana para celebrar la gran fiesta de los italianos. (...) La maravilla me cundió cuando
llegamos al salón de la Sociedad Italiana; no me bastaban los oídos para gozar de ‗faccetta
nera, faccetta nera, bella abisinia‘, ni los ojos para ver lo que veía. Allí todo eran banderas de
seda, todo eran cocardas de papel crepe, todo eran pendones colgados de lámparas,
ventanas, puertas y telón, todo eran cintas colgadas de las lámparas y todo eran servilletas de
colores que honraban la patria italiana. Por obra de magia, el cine ya no era el cine sino una
piazza romana, nuestro conocido escenario de matinés y noche no era escenario sino un gran
palco y las mesas hechas de tablones sostenidos por caballetes y cubiertos de papel de blanco
de panadería no eran tablones sino mesas cubiertas de manteles adamascados‖ (1).
Notas
1 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro Una historia de infancia en la pampa gringa.
Buenos Aires, Grijalbo, 1999.
Visitas reales
En El Sur y después –obra teatral de Roberto Cossa-, una pareja relata que ha visto los
festejos del Centenario: ―-Lo que nos costó llegar...! - ¡Vieran lo que son los festejos! Tuvimos
que dar un rodeo por detrás de la Municipalidad! -¡Pero vi a la Infanta Isabel! ¡La vi! –Y el
presidente dijo: Cumplimos cien años de libertad y tendermos libertad por cien años más‖ (1).
La protagonista de Lunas eléctricas para noches sin luna, novela de Belén Gache, relata: ―Para
los festejos del Centenario, nuestro país recibirá una serie de visitas de representaciones
diplomáticas, económicas y culturales de países extranjeros. Se han organizado, así mismo,
una serie de recepciones de gala, funciones teatrales, desfiles militares, inauguraciones de
monumentos, un tedéum en la Catedral e, incluso, una serie de exposiciones internacionales
que abarcarán disciplinas como la agricultura, la industria y las bellas artes y que se
desarrollarán en distintos puntos de la ciudad. (...) En los alrededores de la Plaza de Mayo han
colocado una serie guirnaldas de luces resaltando las líneas arquitectónicas de todos los
edificios. Cerca de la Casa de Gobierno han armado un lujoso palco desde el cual la Infanta
Isabel saludará al pueblo argentino‖. La Infanta llega a la Argentina el 18 de mayo de 1910:
―Los habitantes de Buenos Aires han salido de sus casas y se han convocado en la Plaza de
Mayo. Criollos e inmigrantes, italianos y polacos, ricos y pobres se han reunido todos en este
día memorable‖ (2).
Notas
1 Cossa, Roberto: Gris de ausencia, en Teatro 3. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
2 Gache, Belén: Lunas eléctricas para noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
Fiesta del Inmigrante
Las Fiestas del Inmigrante se realizan en muchas localidades, y agrupan a quienes llegaron de
otras tierras, a sus descendientes y a los nacidos en el país que los recibió. Me refiero a
algunos de estos festejos:
El 8 de septiembre de 2002 tuvo lugar en los jardines del Ex Hotel de Inmigrantes la Fiesta de
las Colectividades. Semejante a la que se realizó otros años en el Rosedal, incluyó la
presentación de conjuntos folklóricos de diferentes comunidades, la venta de productos típicos
y la degustación de comidas regionales, así como también el obsequio de posters y folletería.
En esa oportunidad, el profesor Jorge Ochoa de Eguileor, la arquitecta Seró Mantero y sus
colaboradores presentaron más material del Museo de la Inmigración.
Aniversarios
En 1996, en el marco de las Jornadas Patrióticas Gallegas, los inmigrantes de ese origen y sus
descendientes celebraron el 17° aniversario del Centro Galicia de Buenos Aires, con una Gran
Romería en el ―Campo Galicia‖. La jornada se inició con una misa solemne y procesión, luego
hubo danzas gallegas a cargo de los grupos que integran la escuela del Centro Galicia y
actuación del grupo de gaitas del Centro Galicia. Más tarde se llevó a cabo el almuerzo ―17
aniversario‖ y, finalmente, el baile con la participación de renombradas orquestas de la
colectividad gallega y española (1).
Notas
1 S/F: ―Jornadas Patrióticas Gallegas‖, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, Julio de
1996.
Cumpleaños
Uno de los gallegos de Frontera Sur, novela de Horacio Vázquez-Rial, festeja su cumpleaños.
Dice la hija: ―Todavía hay mucho que hacer para esta noche. Es una fiesta muy grande -explicó
desde la puerta-, muy importante para nosotros. Mi padre no se lo habrá dicho, pero, amén de
la Nochebuena, celebramos su cumpleaños. Y va a estar todo el mundo. Todos los hermanos,
y todos los huéspedes, y todos los amigos, que alguna vez fueron huéspedes también. (...)
Siempre llega gente de allá, de Galicia, y no la va a dejar en la calle, ¿no?‖ (1).
Notas
1 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona,. Ediciones B, 1998.
Carnaval
En Las ingratas –novela de Guadalupe Henestrosa que mereció el Premio Clarín de Novela
2002-, el carnaval marca el inicio de la relación entre la dueña de la pensión y uno de sus
huéspedes, que luego se convertiría en su marido: ―Así estaban las cosas, cuando una noche
de carnaval, mientras todo el mundo había ido hasta el corso de la avenida para ver pasar las
carrozas, Roca prefirió quedarse en el patio fumando un cigarro y silbando bajito. Petra iba de
acá para allá con un balde, regando las macetas. (...)
Afuera sonaban los gritos de las comparsas, los falsos alaridos de las mascaritas, las bombas
de estruendo a lo lejos; adentro, en ese mundo de macetas, baldosas y sillas de mimbre, el
silencio era más fuerte. En la atmósfera verde, Petra era otra, más blanda, tierna, casi
indefensa: Melchor Roca la miraba embobado, sumergido con ella en el ambiente acuático y
levemente corrupto de la noche de carnaval‖ (1).
En su novela Hacer la América, Pedro Orgambide evoca un carnaval de la década del 20:
―Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello,
boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se
lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables,
degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad
al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de
Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos
perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de
hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia;
danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los
enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas
romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una
orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta‖ (2).
Victor Hugo Ghitta evoca el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda ―las largas mesas
familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las fiestas
populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que nos
peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y
meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con
las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de
trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones
blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y
las verbenas‖ (3).
Manuel Enrique Pereda evoca los carnavales en Villa Pueyrredón: ―Había una vez... allá por los
años 1922, una familia formada por Don Clemente Enrique Pereda, argentino, nacido en el
Bajo Belgrano, y Doña Estrella Mon, española, de Galicia, con su hijo Manuel Enrique (...), que
se radicaron en una pieza alquilada en la calle Argerich 4685 a un matrimonio de italianos de
apellido Pettorosi que tenían tres hijos llamados Pascua, Armando y Pepa, siendo estas chicas
mis primeras compañeras de juegos (...) Tengo presente a la tana Doña Emilia, de carácter
fuerte y cerrado dialecto, cuando al poco tiempo de convivir en su casa, siendo carnaval, mi
viejo le tiró un baldazo de agua. ¿Qué ‗rosca‘ se armó! Se lo quería comer crudo‖ (4).
Se disfrazaba Alberto Tarrío, hijo de inmigrantes gallegos. Cuenta su hijo Fabián: ―Mi viejo
sabía vivir y hacer de cada momento con los demás, un tiempo grato. Lo que me viene a la
cabeza es el espíritu que tenía de buena vida. Divertido, atrevido; era de disfrazarse para los
carnavales o para fin de año, y viajar disfrazado en un colectivo a los corsos de la Boca. A
nosotros nos daba un poco de vergüenza, pero hoy reconozco que lo hacía porque tenía un
espíritu muy lindo‖ (5).
Luna de Avellaneda, película dirigida por Juan José Campanella, se abre con la evocación del
carnaval de 1959 en el club -fundado por tres gallegos- que da nombre al film. A criterio de
Pablo Scholz, ―Los protagonistas de Campanella suelen recorrer un viaje interno. Nunca
sienten que pisan en terreno firme. Román (Ricardo Darín, demostrando por enésima vez que
solito es capaz de llevar adelante cualquier proyecto, si está bien escrito) se casó con la más
linda del barrio (Verónica, Silvia Kutica), fue activista en la Facultad, pero se quedó. Es vocal
en el Luna de Avellaneda, el club de barrio donde nació en el carnaval de 1959 —el año en que
nació Campanella, otro acierto del guión, y habrá más: incluir a Alberto Castillo, ginecólogo,
como quien lo haya traído al mundo—. Por ese motivo y otros más, que el espectador
descubrirá si no se le nubla la vista, el club significa mucho para Román‖ (6). ―La nostalgia escribe Adolfo C. Martínez-, el presente enrarecido por una sociedad siempre dispuesta a
agotar las posibilidades del hombre argentino y la fuerza del amor como necesidad vital de
recomponer la vida y las angustias son los permanentes temas que Juan José Campanella y
sus coguionista Fernando Castets y Juan Pablo Domenech presentan en la pantalla con esa
pátina de calidez y de hondura dramática, en la que no están ausentes el humor y los fracasos‖
(7).
La clase alta aborrecía esa clase de festejo. Relata María Rosa Oliver, en sus memorias: ―En
Europa el carnaval nos había pasado inadvertido, quizá porque cae aún en invierno, pero aquí,
como broche del verano, era una fiesta. Una fiesta larga e importante que tercamente mis
padres y parientes trataban de pasar por alto como, al leer los diarios, salteaban las páginas en
que, con semanas de anticipación, se informaba sobre los preparativos para que llegaran a su
máximo esplendor las carnestolendas o el reinado del dios Momo, nombres sugestivos que en
casa nadie pronunciaba pero que en las revistas iban enmarcados entre guardas que evocaban
las futuras serpentinas‖. A la pequeña María Rosa le gustaban las máscaras: ―Me gustaban las
que iban a los bailes infantiles de disfraz organizados en el Hotel Bristol de Mar del Plata. Pero
la única vez que a duras penas, y después de insistentes súplicas, nos permitieron ir a la fiesta
nos la aguaron bastante porque ‗...eso de ponerse disfraz ¡qué esperanza...! Lo único que
faltaría... Eso, jamás...‖ (8).
―Los improvisados –comenta Andrés Carretero- preferían cubrirse con una sábana, lucir algún
antifaz o pintarse la cara con corcho quemado. El disfraz más frecuente en todos los corsos fue
el de Oso Carolina. También eran comunes los disfraces de Martín Fierro o Juan Moreira, los
más valientes aparecían incluso montados a caballo, ganándose el aplauso del público‖. Pero
no todos los disfraces estaban permitidos: ―Las disposiciones municipales prohibían el uso de
disfraces de monja o sacerdote y aquellos trajes que parodiaran uniformes militares en vigencia
o que representaran costumbres obscenas‖ (9).
El disfraz de Oso Carolina que menciona Carretero tiene una historia de pobreza. Escribe
Podeti: " ‗Según tengo entendido, el oso carolina era un disfraz de oso hecho con bolsas de
arpillera, en algunos casos bolsas que habian sido usadas para arroz y por lo tanto
conservaban el sello de 'carolina 0000' o el que correspondiera. Como ya no hay arpillera,
ahora podría manguear unas bolsas de polipropileno blanco y disfrazarme de 'Oso Núcleo de
alimento para aves'.‘ (Fuente: El lector Javier Unamuno, que no cita fuente alguna ni nada.
Probabilidades de exactitud: 85 %, porque es casi una efeméride - o como sea el singular de
‗efemérides‘ - y a pesar de que parece inventado y de que empezó su alocución con ‗Según
tengo entendido‘, frase hecha turbia como pocas)‖ (10).
Notas
1 Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas Novela sentimental. Buenos Aires, Suma de Letras
Argentina, 2005. 264 pp.
2 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984, pág. 237.
3 Ghitta, Víctor Hugo: ―Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas‖, en La Nación, Buenos Aires,
2 de septiembre de 2001.
4 Pereda, Manuel Enrique: Nuestra querida Villa Pueyrredón. Buenos Aires, Del Carril
Impresora, 1986. Citado por Eduardo Criscuolo en ―Páginas para el recuerdo de Villa
Pueyrredón‖, El Barrio Periódico de Noticias, Año 6, N° 62, Buenos Aires, Mayo de 2004.
5 Piotto, Alba (Texto y producción); Rosito, Enrique y Digilio, Rubén (fotos): ―Mi papá‖, en Clarín
Viva, Buenos Aires, 20 de junio de 2004.
6 Scholz, Pablo O.: ―CINE: CRITICA‖, en Clarín, Buenos Aires, 20 de mayo de 2004.
7 Martínez, Adolfo C.: ―Un retrato costumbrista de la Argentina actual‖, en La Nación, 20 de
mayo de 2004.
8 Oliver, María Rosa: La vida cotidiana. Buenos Aires, Sudamericana, 1969.
9 Carretero, Andrés: Vida cotidiana en Buenos Aires. Planeta.
10 Podeti: ―¡MIRA VOS! Dato 69: El Oso Carolina‖, en Weblog Clarín.
XII Entretenimientos
No todo era trabajo para los inmigrantes y sus hijos. También tenían sus entretenimientos, a los
que se dedicaban en compañía de coterráneos y argentinos, o en la soledad propicia a la
lectura y a la música.
Reuniones
Como afirmo en otro capítulo (1), a los inmigrantes les gustaba reunirse. En sus ratos libres se
encontraban para comer, conversar, bailar y recordar la tierra que dejaron. La fiesta de
Santiago Apóstol, las romerías y el carnaval eran excelentes oportunidades para entretenerse
junto a los paisanos.
En el recuerdo de Gladys Onega, las romerías de Acebal ―tienen el sonido de España, pero las
figuras y el escenario que conservo están creados en Hollywood, tal como yo los veía en las
matinés de los domingos: los zapateos y castañeteos de Agapo iniciando todas las noches la
fiesta con El Gato Montés, El Relicario o cualquier otro pasodoble que bailará también a la
madrugada, para dar por terminada la fiesta cuando yo esté dormida en brazos de mi tía
Martina; el chanssonier de la orquesta de Buenos Aires, por el que se volvían locas las chicas
del pueblo, con traje y zapatos blancos y cantando con una bocina: (...) En ese recuerdo
hollywoodense no hay pataduras, sólo se ven las piernas que se entrecruzan, hienden los
vestidos y se meten en el cuerpo del otro, rozándose las medias de seda con los brines y
palmbeaches y sin pisarse, sin arrugarse, sin que ningún paso en falso rompa la armonía.
Todos son artistas de cine, perfectos en esa magia que me hace morir de envidia, pero que me
da la certeza de que algún día sería mi turno‖ (1).
Notas
(1) González Rouco, María: ―Inmigración y literatura: costumbres‖, en www.monografias.com..
(2) Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
Cine
Una abuela gallega va al cine con su nieto. Escribe Saccomanno: ―En el Cine California daban
El Conquistador de Mongolia, con John Wayne, una de las primeras películas en cinemascope.
Al empezar la proyección, espantada, la abuela se tapó los ojos. Las hordas de mongoles
galopaban sobre comarcas incendiadas. Vamos, rapaz, te urgió la abuela. Las cimitarras se
alzaban en la pantalla. La abuela se agachaba en la butaca, aterrorizada, protegiéndose. Al
terminar la función, todavía temblando, la abuela te dijo que no había venido al cine para sufrir.
Porque la película le había resucitado aquel horror de la guerra‖ (1).
En Acebal se asistía asimismo a esta clase de funciones. Escribe en su autobiografía Gladys
Onega: ―Por aquellos años en que la gran diversión era el cine, lo que se veía en la pantalla era
lo real sin ninguna discusión; sin embargo, tal vez por la desmesura con que se desplegaba
ante los ojos, yo llegaba a comprender que el lujo de las películas de teléfono blanco sólo era
un mecanismo que me permitía entrar y vivir en la fantasía. Pero, qué pasaba cuando veía
cintas con familias, siempre norteamericanas, de padres e hijos que trabajaban e iban a la
escuela como nosotros; entonces empezaba a dudar y a preguntarme si eso también no sería
fantasía, porque no podía creer que esa gente con hábitos semejantes a los nuestros, viviera
en casas de cine; y en cambio, si eso era real, por qué nosotros no teníamos algún sofá,
alguna mesita con lámpara, alguna colcha bonita, alguna fotografía o cuadro en las paredes.
Nada. Según mi madre, no había necesidad, según papá, no estábamos en condiciones de
comprarlos. Lo cierto es que nunca hubo nada hermoso en la casa sino la casa misma‖ (2).
Notas
1 Saccomanno, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.
2 Onega, Gladys: op. cit.
Radio
Una abuela escuchaba la radio con su nieto. En El buen dolor, leemos: ―Aunque la abuela era
madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados
en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La
obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa
madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas
terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento‖
(1).
En casa de Pampillo, un 12 octubre, ―Estaba puesta la radio y el locutor hablaba de la raza‖.(2).
El vestíbulo de la casa de los Onega, en Santa Fe, ―era el sitio de la radio, de donde salían los
despropósitos lingüísticos de Catita, la música de moda, los boletines que informaban a los
hermanos Onega la cotización de la papa y lo cereales y, tal vez, los radioteatros que todavía
no nos interesaban; debíamos esperar a vivir en Rosario para que intercambiáramos lavados
de platos por horas de novelas‖ (3).
Notas
1 Saccomanno, Guillermo: op. cit.
2 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela inédita..
3 Onega, Gladys: op. cit.
Lectura
Algunos viajeros traían libros. El padre de Rodolfo Alonso trajo de España un Juan Moreira, un
Quijote, un Martín Fierro y un Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, ―toda una significativa
selección‖ (1).
Acerca de la afición por la lectura que sentían los hermanos Onega, escribe Gladys que su
hermano ―odiaba Lenguaje e Idioma Nacional con la misma decisión con que amaba la lectura,
contradicción anárquica que mi hermana y yo no padecimos, pues para nosotros los libros se
gozaban, se estudiaban y se aprendían. A Bebo no lo tentaba la lectura silenciosa y apartada,
le gustaba contar a los otros o que los otros le contaran e inventar mundos físicos, contantes y
sonantes de trompadas, corridas, trepadas, huidas, escaladas, atadas, escapadas y
arrastradas por el pastito, que de repente era la pradera‖ (2).
Notas
1 Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Onega, Gladys: op. cit.
Música
Hacía música el galleguito de González Carbalho: ―la armónica en los labios/ hice todo el viaje‖
(1)
Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un instrumento muy difundido. El gaitero Carlos
Núñez, de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que ―los mejores gaiteros no
permanecieron en Galicia sino que la mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada‖. En
la Argentina y en Cuba, entraron en contacto con otros ritmos, al punto que ―La música gallega
se benefició de estas influencias, de estas tradiciones más abiertas‖ (2).
Manuel Castro escribe acerca de Manuel Dopazo: ―La llegada de una compañía de zarzuela a
Buenos aires que ofreciera Maruxa, requería la presencia de un gaitero. Manuel Dopazo era el
elegido. Su actividad artística lo hizo llevar la gaita al Teatro Colón que es a lo máximo a lo que
se puede aspirar. Fue la noche del 12 de octubre de 1930 estando presente en esa ocasión el
Presidente de la República Argentina, don Hipólito Yrigoyen. (...) Además de ser un eximio
ejecutante, Dopazo fabricaba gaitas, generalmente para vender y fue aquí en Buenos Aires
donde aprendió a tornear. Manuel Dopazo vivió de la gaita y mantuvo una familia de once hijos.
Fue el único que pudo hacer eso, otros gaiteros tenían otros trabajos. Soldaba las gaitas con
plata, soplando y eso lo llevó a la tumba‖ (3).
Gabriel Deus se refiere a ―los grandes maestros gaiteros inmigrantes, maestros que han venido
a este país con una gaita entre su equipaje. De estos maestros podemos nombrar a Cesáreo
Rodríguez, a Jesús Longarela quien ha sido profesor del gaitero Alberto López, y actual
integrante del grupo "Sete Netos". Entre estos maestros se encuentra también Camilo Deus
quien aparte es uno de los pocos artesanos de palletas para gaitas que hay en el país.
También lo tenemos a Jesús Mariño quien también es artesano de gaitas. En fín, entiendo que
gracias al legado de estas personas que gracias a Dios, a pesar de los años transcurridos,
siguen transmitiéndonos esa cultura interpretando en sus gaitas esas jotas y muñeiras que
suenan con un aire muy distinto ya que en sus dedos, al ejecutar la gaita, demuestran en cada
nota el sentimiento de un inmigrante‖ (4).
José Cameán Parcero cuenta que su padre ‖como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y
le enseñó a él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y
con los Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos
todavía los conserva en su taller de autos antiguos‖ (5).
La música acompaña, alegra los momentos tristes, y acerca a esa tierra que quizás no se
volverá a ver.
Notas
1 González Carbalho, José: ―Cuando mi padre habló de su infancia‖, en Requeni, Antonio: ―Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho‖. Separata del Boletín Galego de Literatura.
2 Monjeau, Federico: ―Carlos Núñez. En la cresta de la ola celta‖, en Clarín, Buenos Aires, 11
de mayo de 1998.
3 Castro, Manuel: ―Manuel Dopazo‖, en Viajero Celta.
4 Deus, Gabriel: e-mails enviados a MGR en 2004.
5 S/F: ―José Cameán Parcero‖. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán‖, en El Mensajero
Gallego, N° 2, Abril de 1998.
Baile
Se bailaba durante la travesía. Bailaba la clase alta; cinco hermanas gallegas recuerdan ―los
oropeles del baile de primera clase que habían espiado colgadas de un ventanuco de la
cubierta. En el barco, los brillos y perfumes de los ricos estaban confinados en un salón, bien
protegidos de los vahos de la chusma que se apiñaba en la bodega‖ (1). Lo relata Guadalupe
Henestrosa en Las ingratas, obra distinguida en 2002 con el V Premio Clarín de Novela.
En el barco se crean lazos que perduran en la nueva tierra; éstos se evidencian, por ejemplo,
en la elección de los compañeros de baile. Lo afirma Sergio Pujol: ―Uno baila con los de su
clase social, sus paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los inmigrantes que
llegaron con uno en el barco‖ (2).
―El Tango –sostienen Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce- desde sus comienzos ha
participado en la lucha para la estructuración del sentido que caracterizó a la sociedad
argentina. Su música, su poesía, su ejecución ofrecen maneras de ser y de comportamiento y
también formas de satisfacción física y emocional. Por ello, abre una brecha para que se
encuentren las generaciones brindando diferentes mensajes para reconocernos‖ (3).
A criterio de la antropóloga María Susana Azzi, ―La sociedad argentina siempre ha sido un
melting pot o crisol de razas y todavía lo es: la Argentina es una sociedad abierta donde no
existen ghettos. El tango como institución informal que acogió a decenas de miles de
inmigrantes –especialmente italianos-, es un ejemplo muy regio de eso. La investigación del
tango es la historia del multiculturalismo en la sociedad argentina y es el rescate de redes
sociales y de símbolos de identidad cultural. El tango es una experiencia multivocal que cuenta
la historia de personas muy diversas; es la aceptación de la diversidad y la inclusión de lo
marginal dentro del sistema. No sólo es un vehículo que acelera la integración cultural sino que
el tango es un integrador multicultural. En el estudio del tango encontramos una clave para
comprender la trama esencial de la sociedad argentina moderna. El tango expresa temas
culturales con los cuales el argentino se identifica; el tango moldeó la psicología de mucha
gente. En una sociedad de inmigrantes con raíces aún jóvenes, cuando los padres y el estado
no brindaron una educación que reflejara las edades del país, el tango fue la respuesta a esta
omisión. El tango es un género popular complejo que incluye danza, música, canción, narrativa,
gestual y drama. Es filosofía y pathos. En el tango confluyen innumerables elementos
culturales y estéticos de origen africano, americano y europeo, que a su vez interactúan y se
potencian. (...)‖ (4).
Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda ―las largas
mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las
fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que
nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y
meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con
las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de
trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones
blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y
las verbenas‖ (5).
En Secretos de familia (6), Graciela Cabal recuerda su aprendizaje de muñeira: ―A mi amiga
Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la
muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben
bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero
igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la
muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto
tiempo que no baila... ‘Sea buena, mamita‘, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio.
Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos.
Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se
saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y
primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se
pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar,
porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de
Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan
los bigotes‖.
El baile ilumina los últimos momentos de una anciana inmigrante. Cuando ―Doña Conce‖, la
gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, ―e
incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la
sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación
entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta. Tarareaba al mismo
tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las
circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de
tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y cerró los ojos
sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño‖ (7).
Notas
1 Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
2 Pujol, Sergio: ―El baile, una historia de sexo, violencia y tensiones sociales‖, en La Capital,
Mar del Plata, 13 de febrero de 2000.
3 Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de
Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
4 Azzi, María Susana: ―Aportes de las colectividades a la cultura nacional: La contribución de la
inmigración italiana al tango‖, en Archivo Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad
de Olavarría, Secretaría de Gobierno, Año 2000, Revista N° 4.
5 Ghitta, Víctor Hugo: ―Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas‖, en La Nación, Buenos Aires,
2 de septiembre de 2001.
6 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
7 Dietsch, Jorge: ―Doña Conce o la despedida‖, en El Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999.
Juegos
Carlos Penelas es el autor del poema ―Los trasterrados‖, que dedica a sus abuelos gallegos
Pedro Penelas y Tomás Abad. En él dice: ―Llevaban en la sangre/ el honor, la palabra, la
brisca‖ (1).
En su casa, los hijos del gallego Pampillo jugaban al truco (2).
Notas
1 Penelas, Carlos: ―Los trasterrados‖, en El mirador de Espenuca. Buenos Aires, Torres Agüero
Editor, 1995.
2 Pampillo, Gloria: op. cit.
Pulseada
Al gallego Londeiro, personaje de Hacer la América, de Pedro Orgambide, ―El albanés lo
desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene
ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No
me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el
jornal‖. Sin embargo, lo hace: ―Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las
monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores" (1).
Notas
1 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
Fútbol
En ―Algunas historias con mujeres en los barrios de Buenos Aires allá por 1940‖, Zulema
Buceta recuerda a su padre gallego, hincha de fútbol: ―Mi papá, este... mirá, era gallego, pero
no era... en realidad no era gallego, porque se hizo ciudadano argentino, ¡eh!... Mi mamá, no le
hablaras de... pero mi papá, sí... (...) Mi papá nació en el año mil ocho noventa y dos. Mi mamá,
en mil ocho noventa y tres... él vino con la madre y con mi tío José (...) No sabés las cosas que
hizo mi papá por Chicago... pilas de medias, de los jugadores... porque ahora son medias con
los colores, de Chicago... pero esas eran blancas y las traía. No sé quién las lavaría. Mi papá
las traía y me decía ―ayudame a coser‖. Mi papá en el galpón... que tenía un galpón ahí (señala
a la finca lindera, donde Zulema vivió su niñez) y escuchaba las audiciones desde Japón, no sé
de qué... y, entonces... te quiero contar todo, viste... y al final, este, algo me queda... bueno, y
me decía que yo lo ayudara a coser las medias...‖ (1).
Notas
1 Buceta, Zulema: ―Algunas historias con mujeres en los barrios de Buenos Aires allá por
1940‖, en Bitácora global.
Juegos infantiles
La hija de Londeiro juega a las estatuas con las hijas del árabe: ―se quedaba inmóvil con un pie
en el aire. (...) -¡Míralas! Se creen unas reinas... pero tarde o temprano van a parir como
nosotras –vaticina la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena‖ (1).
Notas
1 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
.....
Así se entretenían los inmigrantes y sus hijos en la nueva tierra, en los momentos en que
descansaban de esa dura tarea de ―hacer la América‖.
XIII La nostalgia
Sintió nostalgia por su tierra la mayoría de los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre
1810 y 1960. Sintieron, asimismo, nostalgia por la nueva tierra quienes, después de muchos
años en la Argentina, regresaron –temporaria o definitivamente- a sus países de origen.
La tierra natal
Más allá de los logros obtenidos en la nueva tierra, la nostalgia acompaña siempre al
inmigrante. A pocos les sucede como a Francisco Coira, quien nació en España en 1906 y
expresa: ―No creo en la nostalgia...‖ (1).
En el hospital del Hotel de Inmigrantes –afirma Horacio Di Stéfano-, los médicos se
enfrentaban a un mal incurable: ―lo irremediable era la tan común patología de los ‗enfermos de
añoranza‘, lejos de sus raíces, con la hermosa y triste vista al río que los envolvía desde los
ventanales‖ (2).
En su ―Poema al emigrante universal‖, Manuel Conde González refleja ese sentimiento en los
versos que dicen: ―Impregnado de nostalgias/ sangrando melancolías/ jamás renuncia a la
tierra/ que viera la luz un día.// (...) Lleva siempre en su retina/ los cuadros de ensoñación/ con
hermosas alboradas/ y bellas puestas de sol.// El camino a la escuelita/ al maestro preceptor/ la
iglesia con sus campanas/ repiqueteando: din don‖ (3).
La evocación de la tierra natal se asocia, generalmente, a la de la infancia, en la que quien
emigró se sentía protegido, a pesar de la pobreza o las guerras que pudieran apenarle. La
nostalgia por el país de origen se trasunta en relatos, canciones, comidas típicas, costumbres,
tradiciones que se heredan imbuidas por ese sentimiento.
Se titula precisamente ―Nostalgia‖ uno de los cantos del poema ―Cuando mi padre habló de su
infancia‖, de José González Carbalho. En ese texto enumera las posesiones que el niño
inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En
América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: ―Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/
por el que andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven sólo para que
llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
pobre!‖ (4).
Carmen, la gallega que viaja con sus hijos a la Argentina en Hacer la América, de Pedro
Orgambide, expresa: ―Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más
pudiera pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No
pienses que estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan
el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches
soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas
con la casa, Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen,
haremos otras casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los
aserraderos, en los muelles... Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar
de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que
dejaron. Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel,
trabajadas por el sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el
olor de la tierra?‖ (5).
Seis gallegas llegan a buenos Aires; son Las ingratas, de Guadalupe Henestrosa, quien ganó
el V Premio Clarín de Novela en 2002. Recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la
que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: ―Esa noche entre esas
paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron
la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron
a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas
gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra
donde todas las cosas tenían otro olor?‖ (6).
Otros gallegos, los padres de Esther Goris, también sentían nostalgia por su tierra. Dice la hija:
―De chica, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan
nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica‖ (7).
Antonio D‘Argenio testimonia la nostalgia de su madre: ―Cuando era yo un chiquillo de ocho o
nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro país en 1920 desde su Lugo natal, en
Santiago de Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una
audición llamada ‗Por los caminos de España‘. En esos momentos yo no entendía cómo el
rostro de mi madre se cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y
escuchaba, por ejemplo, el sonido de una gaita‖ (8).
En ―Tríptico a Galicia‖, Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa región:
―Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/ en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
por las vides de Galicia como raíz sangrante/ tendrá su mente endulzando retornos válidos. (...)
Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo que el corazón de ese hombre/
desparrama, porque el amor, vive en su España‖ (9).
José Tomás Oneto escribe en ―La ‗morriña‘ de Compostela‖: ―aquí, en nuestro suelo, los hijos
de esa Galicia emigrada, con su corazón hipotecado, seguirán escuchando las campanadas
gallegas. Y no habrá ningún gallego que deje de oírlas, aunque lo crean loco. Y soñarán con su
tierra lejana, con las siete estrellas que conforman la guardia de honor del Cáliz, consagrado
con la Hostia, en el escudo de Galicia. (...) Y habrá quien sienta el rumor de zuecos paisanos
en las rúas de Santiago, y las charlas de los viejos menestrales, y verá con nostalgia cómo se
vuelve calle el camino... Entonces, entornarán los ojos húmedos con la imagen del Finisterre,
esa proa de Galicia hacia el universo, verdadero trampolín de sus sueños emigrantes....‖ (10).
Descendiente de un gallego y una madrileña, María Rosa Lojo nos dijo en un reportaje: ―En
casa se hablaba de España como del ‗paraíso perdido‘, al que mis padres siempre quisieron
regresar‖ (11). Los españoles que presenta en Canción perdida en Buenos Aires al oeste –
novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986- sufrían el desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. Dice la narradora que, en su hogar argentino, ―era el
sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos,
como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo
recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba,
tácitamente, como para sí: ‗Donde yo me he criado...‘ Y ya no escuchábamos; lo demás se
perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una
plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir‖ (12).
Así soñaba el gallego en el poema de García Lorca: ―¡Triste Ramón de Sismundi!/ Sinteu a
muiñeira d‘agoa/ mentre sete bois da lúa/ pacían na sua lembranza./ Foise para veira do río,/
veira do Río da Prata./ Sauces e cabalos múos/ creban o vidrio das ágoas./ Non atopou o
xemido/ malencónico da gaita,/ non viu o imenso gaitero/ con boca frolida d‘alas;/ triste Ramón
de Sismundi,/ veira do Río da Prata,/ viu na tarde amortecida/ bermello muro de lama‖ (13).
Notas
1 Ceratto, Virginia: ―Volver a empezar‖, en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
2 Di Stéfano, Horacio: en TANGOshow.
3 Conde González, Manuel: ―Poema al emigrante universal‖, leído el 17 de agosto de 2005 en
―Gente de buena pasta‖, programa que conduce Patricia Magariños por Radio Cultura, 97.9.
4 González Carbalho, José: ―Cuando mi padre habló de su infancia‖, en Requeni, Antonio: Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletin Galego de Literatura.
5 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984, pp. 102-3.
6 Henestrosa, María: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
7 Goris, Esther: ―Galicia, tierra añorada‖, en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
8 D‘Argenio, Antonio: en ―El regreso a la tierra de uno‖, en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre
de 1999.
9 Urbina García, Eugenio: ―Tríptico a Galicia‖, en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de
1999.
10 Oneto, José Tomás: ―La ‗morriña‘ de Compostela‖, en Clarín, Buenos Aires, 25 de julio de
1976.
11 González Rouco , María: ―María Rosa Lojo: la inmigración gallega‖, en El Tiempo, Azul 17
de marzo de 1991.
12 Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero
Editor, 1987.
13 García Lorca, Federico: ―Cantiga do neno da tenda‖, en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo.
Buenos Aires, Corregidor, 1996.
Los amores
La sintieron asimismo Manuel y María, personajes de mi cuento ―Volver a Galicia‖. De ellos
digo: ―Manuel murió, luego de una larga agonía, sin regresar a su aldea. No había consuelo
para su pena. Cuando cerró los ojos, tenía en su mano el escapulario que le había dado su
madre. Lo había conservado con él a lo largo de su vida. La muerte de Josefa, su mujer, fue –si
se puede- más desgarradora. Había recibido poco antes una carta de sus hermanos, en la que
le decían que ya estaban viejos, que si no se veían pronto, quizás ya no volvieran a verse.
Misivas como ésa eran moneda corriente entre los inmigrantes de distintas nacionalidades. Los
angustiaba pensar que el plazo se terminaba. Josefa no tenía dinero para viajar, tampoco sus
parientes. Tenían que conformarse con las cartas que llegaban periódicamente, con las fotos
que recibían en abultados sobres‖ (1).
Refiriéndose a su padre gallego, escribe Gladys Onega en su autobiografía: ―Ignoraba y lo
ignoré por mucho tiempo cuánto había llorado desde aquel día en que se fue de junto al señor
Manuel y la señora Carmen, sus padres, mis abuelos. (...) mi padre choraba por él y por sus
padres que sí eran de Galicia, se habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro,
secándose las lágrimas con un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe
por qué luto de una muerte ya ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la
partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraguas también negro que los protegía de la
chuvia que nunca había escampado desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se
convirtió en extranjero aquí, en un mundo que no había visto‖ (2).
Notas
1 González Rouco, María: ―Volver a Galicia‖, en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.
2 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
Paliativos
Para conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de su tierra algo que les resulta
especialmente querido. Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que, ―en una
valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre guardaba cartas, cuadros, que todos
los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver a ver a sus familiares. Había de todo.
Era su historia‖ (1). La íntima historia que lo acompañaba en la tierra nueva.
Formar una familia en la nueva tierra puede ser un paliativo. La amistad es otro de los
paliativos para la nostalgia. En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un gallego escribe a su
amada, en 1943: ―tengo pocos amigos, gentes de la aldea que me han hecho más llevadero el
desarraigo y llenaron muchas veces de alegría mi corazón, ya te conté en cartas anteriores lo
de Don Nicanor y doña Valentina, con Avelino siempre vamos, nos prepara el cocido, Nicanor
hace el unto, las filloas, no sabe igual a lo de allí pero nos trae añoranzas de ese lugar‖ (2).
Notas
1. Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
2. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
.....
La nostalgia los embargaba; canta Cristina Assennato en ―País de inmigrante‖: ―-porque
comimos el pan triste/ y la sal quemó ciertas noches/ porque tu hijo y el mío/ caben en el
proyecto del pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva del trigo,/ en el signo abierto de la gran
ciudad‖ (1). Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la nación que los recibió.
―¡Que el emigrante se consuele! –dijo Alejo Peyret.- Por encima de la patria está la humanidad;
ante que ciudadano de un cantón es hombre, es habitante del globo, es ciudadano del
universo‖ (2).
Notas
1 Assenato, Cristina: ―País de inmigrante‖, en El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.
2 Vernaz, Celia: op. cit.
XIV Volver
Gran parte de los extranjeros que se establecieron en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por
un tiempo. Pero no siempre será fácil regresar.
Opciones
Algunos inmigrantes, que vivieron aquí durante décadas, no quieren volver a su tierra natal, ni
siquiera por un tiempo –nos dijeron-, porque se sienten abandonados por ella, o porque creen
que ya no encontrarán a nadie conocido allí. No quiso volver, entre otros, Francisco Coira,
quien nació en España en 1906 y expresa: ―Nunca me quise volver. No creo en la nostalgia...‖
(1).
Un gallego destacado, Arturo Cuadrado Moure, manifiesta que no desea regresar; tiene una
misión que cumplir en su nueva tierra: ―Volver a España, ya... ¿para qué? Aquí tengo forjado mi
corazón entre amigos. Creo que la República Argentina, como el resto de América, está en un
despertar, tenemos una obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para
ellos están estos corazones que llegaron del exilio español‖ (2).
Otro gallego, creado por Vázquez-Rial, ―sólo hablo del tema al final. Era un error, o una ilusión.
No podía volver. Nadie, nunca, puede volver cuando ha dejado atrás el infortunio‖ (3).
Los Goris, inmigrantes gallegos, volvieron a su tierra. ―De chica –afirma la hija, Esther-,
escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia
se convirtió para mí en una región mítica‖. Ahora que sus padres regresaron, dice: ―Sólo falta
que vuelva yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado‖ (4).
Un inmigrante retorna, luego de trabajar décadas en nuestro país: ―Con el guardapolvo de
mozo todavía puesto, José Trillo, quien fue durante cincuenta años fue una de las ‗caras‘ del
Británico, contó cómo se sentía por tener que dejar el tradicional bar. ‗Estoy muy triste, pero
algún día tenía que ser‘, dijo. Muy emocionado, anunció que -después de haber pasado casi
toda su vida en Argentina- volverá a radicarse en Galicia. ‗Me voy a España‘, concluyó‖ (5).
En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis Seoane, quien, aunque nacido en Buenos Aires,
vivió muchos años en España. El escribió: ―Soy y seré siempre un desarraigado permanente.
Lo seré aunque decida volver a mi país. Es el destino del exiliado‖ (6).
―Galicia es casi sinónimo de inmigración –escribe Solla-, porque de Galicia, por emigrar,
emigraron: trabajadores, intelectuales, energía eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo
dos signos: uno, que lo empujaba fuera de su tierra en procura de una mejor situación
económica y otro que lo hacía volver. Así tenemos que, siendo el país que da mayor porcentaje
de emigración, también somos, curiosamente, el que mayor índice de retornados tiene por
número de emigrantes. En el fenómeno migratorio puede establecerse una correlación: padres
y mujer quedaban en Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta constante quizás sea el
factor más importante que favoreció tan elevado número de retornados, además del apego que
los gallegos tenemos a nuestra tierra‖ (7).
Otros jamás podrán regresar, y morirán añorando el retorno. Es que, para los gallegos, morir
en su tierra tiene fundamental importancia. Lo explica Emilio González López: ―Sólo los que
mueren en su tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar este mundo, de seguir viviendo
en él cerca de los suyos, de su casa y de su tierra. El que tiene la dicha de morir en Galicia se
queda entre deudos y amigos a los que puede ver todas las noches a su voluntad‖ (8). Sobre
este tema escribí el cuento ―Un cielo para don Martín‖, en el que evoco los últimos días de mi
abuelo coruñés (9).
Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la
Argentina su padre, ―Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita,
educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo‖ (10).
No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. ―Su rancia estirpe gallega se
ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin
pisar la tierra que lo vio nacer. ‗Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las
propinas. Y la jubilación, para qué hablar‘, cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en
España para que su vida sea menos empinada‖ (11).
Algunos emigrantes regresan espiritualmente a su tierra natal haciendo cuantiosas donaciones,
como las que menciona Roberto Arlt: ―la llamada Biblioteca América, obra de un patriota
gallego residente en Buenos Aires, don Gumersindo Busto, quien tuvo la feliz idea de fundar la
Universidad Libre Hispano Americana‖ y la obra de los hermanos Juan y Jesús García Naveira,
dos comerciantes ya fallecidos en el año en que se escriben las crónicas, enriquecidos en la
República Argentina, cuyas donaciones ―son asombrosas por la cifra en metálico que
representan‖ (12).
Notas
1 Ceratto, Virginia: ―Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo‖, en La Capital,
Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
2 S/F: ―Esa magnífica legión de viejos‖, en Revista Mayores, Buenos Aires, Año II, N° 11, 1994.
3 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B. 1998.
4 Goris, Esther: ―Galicia, tierra añorada‖, en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
5 S/F: ―Desalojaron el Bar Británico‖, en Clarín, Buenos Aires, 23 de junio de 2006.
6 Seoane, Luis, en el video de la muestra ―Luis Seoane. Pinturas, dibujos y grabados‖, en el
Museo de Arte Moderno, junio 2000.
7 Solla, Andrés: op. cit.
8 González López, Emilio: Galicia, su alma y su cultura. Ediciones Galicia. Centro Gallego de
Buenos Aires, Instituto Argentino de Cultura Gallega, 1978.
9 González Rouco, María: ―Un cielo para don Joaquín‖, en Josefina en el retrato. Buenos Aires,
el grillo, 1998.
10 Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
11 Commisso, Sandra: ―Un marinero que eligió ser mozo y quedarse en tierra‖, en Clarín, 16 de
julio de 1998.
26 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Ameghino, 1997.
De regreso
Para los inmigrantes que regresan temporariamente a sus países de origen, el viaje tiene
distintos significados, vinculados con su pasado.
La nostalgia impulsa a un gallego que llegó de niño. Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra,
en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Su amigo Antonio Pérez-Prado lo definió como
un ―galaico-porteño‖ (1). Fue ―un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas
encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro‖.
La falta de medios no fue un obstáculo para que el emigrante viajara: ―En 1960, Don Francisco
sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su
deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta
Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni‖ (2).
Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega. Cuenta Gladys, su hija: ―Cuando mi
hermana tenía dos años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que él había prometido a sus
padres en aquel día de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que había hecho la
América, en la medida en que América se lo había permitido y él la había podido. Mi madre no
lo acompañó porque tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella estaba tan llena de
peligros y de misterios como para mis abuelos aldeanos el lugar remoto donde ella había
nacido y adonde había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba vivir en la casa de su suegra,
mi terrible abuela Carmen. Ya conocía historias de la señora da pena que, con justicia, no la
alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá
se quedó dos años que mi madre aprovechó para pasar a su hija de la cuna a la cama
matrimonial. Cuando volvió, José era un desconocido que sacó a la hijita de cuatro años de esa
cama para acostarse él y para engendrar otra hija. A los nueve meses nací yo‖ (3).
Otros emigrantes regresan a su tierra nimbados del prestigio que les da su destacada
trayectoria cultural, donde muestran el fruto de su talento. En 2000, Bernaldo Souto, traductor
del Martín Fierro, regresó de Galicia, donde ―brindó una serie de conferencias y presentó tres
libros de poesías bajo el título ‗Luz y sombras‘. Pero su mayor satisfacción fue enterarse que
en fecha próxima, su traducción gallega del Martín Fierro será publicada por la Xunta de
Galicia, en una edición bilingüe de lujo‖ (4).
Notas
1 Pérez-Prado, Antonio: ―Recuerdos de la América pródiga‖, en Clarín, Buenos Aires, 19 de
noviembre de 2000.
2 Marabotto, Eva: ―La esquina del librero, barro y pampa‖, en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
3 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1997.
4 Turcatti, Esteban: ―El gaucho que conquistó el mundo‖, en La Capital de Mar del Plata, 5 de
noviembre de 2000.
En busca de las raíces
A veces, son los descendientes los que regresan, en busca del paisaje añorado por sus
mayores. Acerca de esta clase de travesía, dice Juan Bedoian: ―Quizás ese viaje es como
mirarse al espejo por primera vez, recuperar una parte nuestra que nunca puede desaparecer:
las semillas de lo previo. Y es también el viaje más importante que uno puede hacer porque es
un viaje que nos nombra, un viaje que no cesa en el tiempo ya que siempre estuvo en nuestros
sueños y quedará allí para siempre, sin adioses, intocado como el relato de un viejo que cuenta
cómo era su casa en su aldea de Italia, qué hacía en el campo, cuándo y con quién llegó a la
Argentina. Ese viaje es una vuelta al seno materno, a un espacio casi sagrado, lleno de
afectos, risas o pesares que nuestro bisabuelo le contó a nuestro abuelo y nuestro abuelo a
nuestros padres y nosotros a nuestros hijos. En un país de inmigrantes que desciende de los
barcos como éste, ese viaje cierra el círculo de nuestro destino: anuda los lazos familiares,
sociales, geográficos, culturales y especialmente emocionales que ligan nuestra historia con la
historia original. Como si fuese un hilo invisible en el que están unidos todos los mundos, los
viejos relatos, los gestos ya cumplidos y todos los tiempos‖ (1).
Estar en la tierra de los mayores es un aliciente para la labor intelectual. En una conferencia
dictada en 1994, afirma Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de 1978 le da ―a la tarea de
investigar, una cuota mayor de entusiasmo‖. Se refiere a su viaje a Galicia: ―de pronto,
estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil veces recreados. (...) ¿Cómo
pudieron irse? –preguntó mi hija de quince años. ¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del
encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos, el lugar donde el mar era la mar y
había puertos de tierra‖ (2).
En el pueblo del que partieron los ancestros, se encuentran latentes las raíces. En ―Temas de
la patria anterior‖, González Carbalho escribe: ―Quienes fueron antes que yo en mi sangre,
partieron por donde yo entré en España. Recuerdo que en algún coloquio de lembranzas,
hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos
para irse. Estaba haciendo la práctica para la gran travesía. El alma navegante se estaba
familiarizando con la onda, el yodo, la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió siendo niño.
Y yo volví por donde él partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y experiencia,
hombre y afán de indagar en la raíz, de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita
respirar los aires de su patria anterior‖ (3).
Adolfo Pérez Esquivel ―parte para Galicia en breve a dejar él también su huella escultórica.
‗Voy a hacer un monumento a la memoria en Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un
parque al que le van a poner mi nombre‖, comentó‖ (4).
El viaje permite, en algunas oportunidades, vivir de cerca la dura vida que se llevaba antes de
emigrar. En un reportaje, afirma Guillermo Saccomano, autor de El buen dolor: ―Yo recuerdo
cuando fui a España por primera vez, en el setenta y pico. En la casa de los parientes, en
Santiago de Compostela, un familiar me mostraba emocionado el baño: había llegado a tener
sanitarios y después de trabajar en el campo, podía pegarse una ducha. Si esto era así en los
años setenta, pensá lo que sería en 1910, 1920‖ (5).
―Cuando finalmente llegué a Galicia –escribe Gladys Onega- sólo reconocí y sólo recuerdo el
olor ácido a estiércol y la moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que nunca me había
hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias menos pesadas, y las nieblas tan
vagorosas y pobladas de brujas temibles como las inventadas por los hermanos Grimm, que
allí se llamaban as meigas‖ (6).
Sirve para comprender más a quienes emigraron. Esther Goris conoció Pontevedra a los veinte
años. En diciembre de 1999, cuando evoca ese viaje, escribe: ―Recién al disfrutar de cerca de
esa belleza incomparable entendí por qué a mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la
Argentina‖ (7). Otro tanto sucede a Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó a
España. Ella dijo: ―Desde pequeña escuchaba a mi madre hablar de un extraño camino, que
siempre se llamó ‗francés‘, senda única y concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se
apagó y puse su sueño en mi mente y en mi corazón‖ (8).
Arroja luz sobre la propia existencia, a la que completa y da sentido. Algo así sentía la
protagonista de mi cuento ―Volver a Galicia‖, basado en una anécdota familiar. Acerca de esta
mujer, digo: ―Hasta que no lograra pisar esa tierra, nada tendría valor para ella, porque le
faltaba su punto de partida, el origen que la había llevado a ser quien era‖ (9).
Para Vicente Muleiro, viajar al pueblo de su abuela fue muy importante: ―‖Lo que se veían eran
unas chozas de piedra, una isla del pasado enclavada en la Galicia europeizada. Sin embargo,
ese pueblo tosco por donde trajinaron los pastores que me anteceden significaba mucho para
mí‖ (10).
Al protagonista de la canción de Alberto Cortez lo llevó la promesa que hiciera a su abuelo: ―Y
el abuelo un día cuando era muy viejo/ allende Galicia/ me tomó la mano y yo me di cuenta/
que ya se moría/ Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas/ y con menos prisa: ‗Prométeme
hijo que a la vieja aldea/ irás algún día/ Y al viento del Norte dirás que su amigo/ a una nueva
tierra, le entregó la vida‖ (11).
En ―Al contrario de lo que dicen‖, escribe Julio César Barros: ―Mi abuelo era un gaita nacido en
Monforte de Lemos y llegado a estas comarcas cuando tenía un poco más de 18 años. Como
otros tantos millones de españoles, se abrió camino aprovechando honestamente las
oportunidades que ofrecía el país, en aquellos mejores días. Se casó con una argentina,
aumentó cuanto pudo la prole, compró su chalecito y se jubiló despues de haber cinchado no
sé cuantos años en el Roca. Una vida tan modesta, que mal hubiera podido despertar la
curiosidad de nadie. (...) Ahora, ya devenido en inmigrante yo también, comprendo su ternura‖
(12).
El padre de la escritora María Rosa Lojo había plantado un castaño: ―Mi padre no solamente
intentó compensar con imágenes míticas la llamada ‗pérdida de los objetos tangibles‘. El, que
no creía en Dios, creía en los árboles. Como lo hiciera Rafael Alberti, fuimos a vivir a Castelar,
donde había muchos, y las casas tenían (y tienen aún hoy) amplios jardines. En el parque
trasero de la nuestra ya había un ciruelo, y varios árboles frutales. Pero mi padre plantó,
también, un joven castaño. Era su árbol fundador, después de todo, un verdadero ‗árbol
madre‘, árbol de la vida, árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las necesidades de
toda una familia, y por extensión, de la especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada
primavera, la esperanza del reencuentro. Pero los castaños no se avienen con el clima de
Buenos Aires: los frutos eran muy malos, casi raquíticos, ni siquiera valía la pena extraerlos de
su coraza puntiaguda. Sin embargo el castaño dio otro fruto mejor y más esperado‖.
Cuenta la hija lo que sucedió con ese árbol, símbolo de un anhelo ―Cuando ya mi padre había
muerto pude, por fin, ‗volver‘ a la tierra que yo aún no conocía y donde él no llegó a retornar
nunca. A mi regreso, el castaño comenzó a morir, irremediable y violento. En un mes se había
secado de la copa a las raíces. Comprendí que simplemente daba por cumplida su misión
terrena, que siempre había estado allí sólo para encarnar la fuerza del deseo, la poderosa
pulsión de la nostalgia, el primer mandamiento que se le impone al exiliado hijo‖ (13).
Ruben Servia recuerda el viaje a la tierra de sus mayores: ―en 10 minutos llegamos a A
Coruña... Noia... Lousame... bajé del auto... y lo que caminé desde ese auto hasta los brazos
de mi tía... no puedo explicarte, no podré expresarte qué me pasaba, era como caminar
volando... liviano... sin nada adentro... ahogado... alegría... La abracé, lloré como hacía mucho
no lo había hecho, recordé a mi papá, a mis abuelos, estaban ahí, en medio de nosotros dos...‖
(14).
Y, en los tiempos que corren, significa la posibilidad de empezar de nuevo. Porque, como
escribe el nicaragüense Sergio Ramírez, ―Ahora que tantos argentinos descuajados de la
normalidad de sus vidas se quieren subir a los viejos barcos en que sus antepasados llegaron
desde Calabria, o desde Marsella, o desde Vigo, a buscar un refugio quizás imposible frente a
la catástrofe que la repetida corrupción ha traido sobre la Argentina, el rollo de la película es
echado a andar, pero hacia atrás‖ (15). ―La tierra generosa se ha vuelto marchita –escribe
Héctor Gambini. Y la nueva inmigración se está volviendo. Y muchos de los hijos de la vieja
inmigración también se quieren ir. A la aventura de cruzar el océano al revés que los abuelos‖
(16).
Notas
1 Bedoian, Juan: ―El viaje sentimental‖, en Clarín, 17 de octubre de 1999.
2 Alonso de Rocha, Aurora: ―Los gallegos en Olavarría‖, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.
3 Gonzalez Carbalho, José: op. cit.
4 Zacharias, María Paula (texto); Roll, Mauro (fotos): ―La vidriera cultural‖, en La Nación
Revista, 22 de agosto de 2004.
5 Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, Buenos Aires, 15
de agosto de 1999.
6 Onega, Gladys: op. cit.
7 Goris, Esther: op.cit.
8 S/F: ―Gozo y sacrificio en el camino de Santiago‖, en La Capital, Mar del Plata, 30 de julio de
2000.
9 González Rouco, María: ―Volver a Galicia‖, en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.
10 Muleiro, Vicente: ―El Mirador‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
11 Cortez, Alberto: ―El abuelo‖, citado por Colegio Schönthal.
12 Barros, Julio César: ―Al contrario de lo que dicen El abuelo de Cortez‖, en La Unión Digital,
Edición Número 2572, Lunes 1 de Marzo de 2004. www.launion.com.ar.
13 Lojo, María Rosa: ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Revista Digital Sitio Al
Margen. Noviembre de 2002.
14 Servia, Rubén: e-mails enviados a MGR en 2004.
15 Ramírez, Sergio: ―Yo quería ser argentino‖, en El Tiempo, Azul, 15 de septiembre de 2002.
16 Gambini, Héctor: ―Cuando la historia se muerde la cola‖, en Clarín, Buenos Aires, 16 de
mayo de 2002.
…..
Sea cual fuere la motivación y los posteriores efectos en el espíritu del que lo realiza, los
testimonios acerca de la vuelta a la tierra de origen o a la de los mayores se suman día a día,
hablándonos de una nostalgia y de una inquietud que pervive en el tiempo.
Testimonios
Inmigrantes y exiliados
A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco Izquierdo, quien escribe en 1882: ―Los primeros
días que pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un verdadero bosque
salvaje, sin más habitantes que los nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de
las especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede
imaginarse cuál sería la primera impresión después de un viaje terrible en el mar, y los
trasbordos cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para calmar nuestra
primera mala impresión que recurrir al librito o contrato lleno de ofertas por el General Urquiza,
en vista de los cuales nos resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos encontrábamos
como tribus salvajes, apiñados bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que el de la
naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en una estancia de algunas leguas a nuestro
alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los alejados
contornos‖ (1).
Arturo Cuadrado Moure evoca su exilio: ―En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda
traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil
que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército
republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos
la canción y teníamos a América. Era nuestro guía espiritual, nuestro árbol intocable, profundo
y alto, don Antonio Machado. (...) desde México a Buenos Aires realizamos todos nuestros
sueños, todas nuestras esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que
habíamos triunfado... Ortega y Gasset nos había enseñado el camino de amar más que luchar‖
(2).
Daniel Artola entrevista a Salvador de la Calle, periodista del diario Crítica: ―Es diciembre de
1923. Estefanía es una pasajera más del vapor Alba que viene de Vigo, España, rumbo a la
Argentina. El barco está cargado de inmigrantes con sus esperanzas a cuestas. Ella sabe que
el destino está cerca y le habla a su bebé, Salvador, que extiende las manos debajo de la
manta que lo cubre. Tiene la convicción de que ésta será una gran tierra, donde el trabajo y la
felicidad no serán una utopía. A su esposo Rafael lo espera el campo. Después de unos días
en el Hotel de Inmigrantes marchan a El Socorro, un lugar intermedio entre San Nicolás y
Pergamino. Allí necesitan brazos fuertes para sembrar la tierra: el futuro para ellos se
cosechará recogiendo bolsas de maíz. (...) Salvador se ha dado el gusto de volver a la tierra
que lo vio nacer. En 1989 visitó a una tía en su pueblo natal: ‗Estaba en la campña y me la
pasaba comiendo sardina, quesos de cabra y trozos de jamón crudo, porque allí no lo cortan en
fetas como acá‘ ― (3).
Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los
catorce años: ―Fui un autodidacta –dijo-, me formé en la calle, y como la mayoría de mis
compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus
hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda‖ (4).
Francisco Lores, presidente de la Federación de las Asociaciones Gallegas de la República
Argentina, recuerda: ―Llegué en 1952 desde O Grove. Trabajé como mecánico, pasé los
desarraigos al igual que muchos. Fui mecánico y ahora estoy jubilado, dedicado a esta pasión
que es conservar nuestro patrimonio‖ (5).
Jesús Amorín Varela relata: ―Mis padres eran gallegos y fueron a Cuba. Ahí nací yo. A los dos
años me llevaron a Galicia y me dejaron al cuidado de mis abuelos maternos. Estuve con ellos
hasta los diecisiete y en 1929 me vine para la Argentina‖ (6).
Francisco Coira nació en 1906 en Catoira. ―Me vine en 1925 –cuenta-, como vienen todos los
inmigrantes, para buscar algo mejor... y en realidad, escapando del servicio militar, que se
hacía en Africa...(...) lo que significaba, con las pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse... a
gatas tenía el sexto grado, así llegué, y aquí logré todo lo que soy, un trabajo, una familia, una
vida‖ (7).
No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. ―Su rancia estirpe gallega se
ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin
pisar la tierra que lo vio nacer. ‗Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las
propinas. Y la jubilación, para qué hablar‘, cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en
España para que su vida sea menos empinada‖ (8).
María Mercedes Arias ―se recuerda a sí misma como una campesina de Porto, una aldea de la
comarca gallega de Valdeorras donde todavía se ve a lo lejos el río Sil y el Castillo del Conde
de Rivadavia, construido en el siglo XV. ‗Araba el campo con mis dos hijos porque mi marido se
había ido a la Guerra Civil que estalló en 1936. Llenábamos un carro con las castañas que
había en el bosque, las comíamos asadas y con un vaso de leche. Yo tenía 38 años y como la
posguerra era muy dura, nos vinimos a la Argentina‘, cuenta‖ (9).
Entrevistada por Débora Campos, relata María Rosa Iglesias: "Mi padre nos había prohibido a
mi hermano y a mí hablar gallego, actitud que siempre sentí arbitraria y descalificadora. Perder
mi idioma fue una mutilación. Cuando más grande quise volver a hablarlo, no me atreví porque
me avergonzaba hacerlo mal. (...) Escribo en gallego pero con menor capacidad expresiva que
en castellano. La conciencia de estas limitaciones me ha impedido hasta ahora encarar una
obra literaria en gallego ya que el lenguaje literario requiere de mayor destreza que el
informativo. Tengo la ilusión de poder superar estas trabas en los próximos años. La sordera
me dificulta escuchar conversaciones o seguir audiciones de radio donde se hable un lenguaje
coloquial o figurado muy propio de la literatura y esto lógicamente, dificulta mi ejercicio del
gallego que sólo practico en lecturas. En suma, siento que aún me faltan herramientas para
expresar adecuadamente mi pensamiento. Si bien el gallego fue mi primer idioma y conservo
sus estructuras básicas, no hay que olvidar de que es un gallego practicado y hablado hasta
los 5 años, demasiado elemental como para hacer literatura‖ (10).
Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del
sentimiento que aúna a chef y comensales: ―A través de Morriña (palabra entrañable para
nosotros) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron
de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria
cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión‖ (11).
El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de ―Cocina gallega‖,
leemos: ―En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena
paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años
en la Argentina‖ (12).
José Cameán Parcero recuerda: ―Yo también fui gallego de m... y también colorado‘, porque
así es mi color de cabello. Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros decir que
me habían cambiado por un cuero. Pero no me molestaba, quizás porque yo al venir a los
cuatro años me sentía uno más. No sabía mi conciencia la diferencia de ser gallego o
argentino‖. Cuenta que su padre ‖como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le enseñó a
él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y con Los
Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los
conserva en su taller de autos antiguos‖ (13).
Un inmigrante tiene un bar en la Isla Maciel: ― ‗Esto era la calle Florida, entre el frigorífico, las
areneras, los astilleros –dice el Gallego-. Y ahora... ya ni comidas damos. Es una pocilga. Me
dan ganas de largar todo pero no puedo‘. Su bar quedó varado en algún cierre mpreciso, ese
día último en que la heladera despachó la porción final para uno de crudo y queso. Y pensar
que el bar del Gallego hasta tenía un reservado, con manteles y todo. Al Gallego le dan ganas
de llorar. La enorme mesa de billar tapada con una tela parece meterle más luto al que ya
tiene. Sólo el comensal de siempre va por su vasito de vermú, antes del almuerzo. Pero ya no
se dicen nada‖ (14).
En un bar de Gaona y Concordia, en Buenos Aires, transcurre probablemente el cuento
―Hombre de la esquina rosada‖, de Jorge Luis Borges. En ese bar trabaja un mozo gallego:
―Pepe ‗Galleguito‘ Castro (62 años, vecino desde hace 34), único mozo del Gaona, acredita:
‗Se inauguró en 1908‘. Y otra cosa más. Casualidad de la vida o no, hoy está pintado de rosa,
dato que no aparece en el texto pero que sí remite al título del cuento. ‗Borges sabe que, en
aquella época, los almacenes eran de ese color, lo cuenta en Fundación mítica de Buenos
Aires‘, apunta Sorrentino. Ajeno a los análisis literarios, Pepe pone cara de circunstancia al
nombrarle a Borges. ‗Me dolió cuando dijo que no quería morir en la Argentina‘, apunta el
hombre que nació en Santiago de Compostela y por nada del mundo quiso salir en las fotos‖
(15).
Julio Méndez Iglesias se presenta: ―A mí me dicen el otro Julio Iglesias. Porque además de
vender flores, toco música gallega, celta, religiosa y folklore de todo el mundo con mi guitarra y
mi armónica. Pero ni Dios me dio el don de hacer lo que hace él, ni a él le dio el don de hacer
lo que hago yo. (...) También soy poeta, tengo como 500 hermosos poemas para editar. (...)
Otro amor que tengo son las palomas. (...) Nací en España, en Santiago de Compostela, por
eso firmo mis poemas como El Compostelano. Tengo 63 años. Me casé en 1985 con una
argentina y tengo dos hijos, un nene y una nena. Hace 35 que vine a la Argentina, tenía 25
años. A los pocos meses me puse esta florería. Me gusta mi vida, mi trabajo. Lo hago con
agrado, a pesar de que es muy ingrato, porque en la calle se sufre mucho, se sufre la
intemperie, la gente‖ (16).
―Pedro Fernández, español, y de Orense, como corresponde a un afilador que se precie de tal,
dado que esta ciudad gallega se conoce como la tierra de los afiladores por excelencia, con
ochenta años de edad, recuerda cuando recorría más de cien cuadras por día: ‗Si uno se
sacrificaba podía ganar un pesito más. Después, todo cambió, con la industrialización el trabajo
desapareció‘. Don Pedro cuenta que aprender el oficio no es fácil, y que hasta puede ser
riesgoso. Como certificando sus palabras muestra el dedo índice de su mano derecha con la
impronta de una herida producto de la inexperiencia inicial. Con su bicicleta roja y sus piedras
anduvo por muchos rincones del país, pregonando su máxima fundamental: ‗La comida sabe
mejor cuando el cuchillo corta bien‘ " (17).
―A partir del año 1918 don José Loureiro, un simpático gallego, trabajó en la Costanera Sur,
con la fuente de Lola Mora como fondo. ‗Los domingos con buen tiempo hacía hasta cincuenta
fotos a cuarenta centavos, las tres postales con la misma pose, las coloreadas a mano,
cincuenta‘ ‖ (18).
Leila Guerriero reúne, en su nota ―Cuentos de gallegos‖, diversos testimonios:
El de Susi Rodríguez: ―-los gallegos éramos lo más despreciado de España –dice Susi-. Estaba
prohibido hablar en gallego. A las aulas había que entrar saludando ‗viva España‘ y ‗viva
Franco‘, y las maestras te castigaban si no usabas el castellano. (…) –Cuando nos fuimos de
mi pueblo, La Guardia, aquello fue un entierro –dice Susi, sentadita y rubia en su casa del
barrio de Lanús Oeste junto a Cari, su marido–. Yo tenía 12 años y vine porque me trajeron.
Primero vino mi padre, y al año llegamos con mi madre y mi hermano. Ella trajo once baúles
con cosas. (…) –Hacía calor y tenía una tristeza enorme. Fuimos a vivir a Fiorito. Yo venía de
una casa con pozo de agua pura, un cuarto para cada uno, el baño adentro. En Fiorito
teníamos que recoger el agua del tren, el baño era un agujero en el fondo. Papá se compró un
taller mecánico, mamá trabajaba en una fábrica, y yo tenía que cuidar a mi hermano de 5 años.
No me dejaron estudiar. Hubiera querido estudiar medicina, pero no pude hacer siquiera el
colegio secundario‖ (19).
Aucario Pérez Cartoy afirma: ―-Vine por la desesperación. Mi padre era herrero y mi madre
agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas las sacábamos antes de que
maduraran, por el hambre‖ ‖. Volvió en 1994: ―–Fue la desilusión de mi vida –dice Cari–.
Habían pasado 32 años. Quería ver a mi amigo Antonio. Corrí para darle un abrazo y me dice
‗hola, cómo estás‘. Así, frío. Le digo ‗bien, tengo una mujer, dos hijos‘. Y me dice ‗tú estás
mejor, tú puedes venir aquí, y yo no puedo ir a la Argentina‘ (20).
José Campos Barral manifiesta: ―-Yo me siento gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy
español. Pero en el ‘49, en España, se pasaba mucha miseria. Yo he llevado bofetadas del
maestro por hablar gallego. Me decía: ‗Hable cristiano‘. Mi padre era republicano, y tenía la
libertad condicional. Estaba harto. Primero vino mi hermano mayor, luego mi padre, mi madre,
la abuela. Y luego yo. Tenía 16 años. El 24 de marzo de 1949 llegué a Buenos Aires. Lo
primero que te decían era "¿a qué viniste acá, gallego?, ¿a matarte el hambre?". Cuando
caminaba por este país y veía cómo estaban los tachos de basura llenos de comida pensaba
‗ay, mi madre, con esto se alimenta toda Galicia‘ ‖ (21).
José Manuel Castelao Bragaña, abogado y presidente del Consejo General de la Emigración
relata: ―Vi la multitud en el puerto y busqué, entre todos esos rostros, el de mi padre. El me
había dejado niño y se encontró frente a un hombre. Pasada la primera alegría del encuentro,
yo lloraba todos los días. Pero mi padre dijo algo que por entonces tenía sentido: ‗Les dejo más
futuro a mis hijos en la Argentina sin nada que en España con todo‘. Si me dijeran ahora para
siempre España o para siempre Argentina, yo digo para siempre Argentina. Aquí nadie me
preguntó dónde había nacido, no pagué un peso por mi título universitario de abogado. En
Buenos Aires soy un gallego morriñoso y en Galicia soy un porteño nostálgico. Yo creo que el
emigrante gana algo único, y es el espíritu de libertad. Es él solo, todo depende de él. Por eso
a los emigrantes no les gusta que los manejen, porque han pagado muy caro el precio de esa
libertad. Todo lo que ha hecho lo construyó sobre el dolor y la nada‖ (22).
Manuel Fajardo, dueño de la pizzería La Continental, brinda su testimonio: ―A los tres días de
estar aquí, me empleé en el Ferrocarril del Sur como peón de cocina. El cocinero me puso una
bolsa de patatas de 40 kilos y me dijo: 'Pélelas'. Le pregunté: 'Cuántas'. Y me contestó: 'Pélelas
todas'. (…) -Lo que más orgullo me da es que les he dado trabajo a más de 700 argentinos –
dice Manuel, que vive en una casona de Parque Centenario seis meses al año y los otros seis
meses los pasa en España-. El secreto es trabajo, trabajo y más trabajo‖ (23).
Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de comida: ――–Nos estafaron: dos sinvergüenzas se
quedaron con el dinero para comprar la casa de nuestra vejez. El ahorro de 48 años de trabajo.
Ahora tengo 71, artrosis, dedo martillo, juanetes. Menos suerte y plata para comprarme mi
casa, tengo de todo. Yo me vine a los 18, para tratar de mandar dinero. Allá se pasaba hambre.
Ibamos al matadero a buscar la sangre de la vaca. La hervíamos, la cortábamos en pedazos, si
había aceite se freía y si no se comía hervida‖ (24).
―Acabo de leer las historias contadas en la nota Cuentos de gallegos –afirma Ana Varela-.
Historias casi iguales a la mía y a las de tantos de mis conocidos. Pero hay un punto que
quiero aclarar. En Galicia no estaba prohibido hablar gallego. Todos lo hablábamos libremente,
pero, con muy buen criterio, en las escuelas de toda España se obligaba a los alumnos a
hablar y escribir castellano. Era el lugar adecuado para aprenderlo y practicarlo. Yo aprendí mis
primeras palabras en castellano a los 5 años. Aún agradezco a quien me enseñó, sabiendo que
al llegar a Buenos Aires iba a necesitarlo‖ (25).
Escribe a La Nación, María Dolores Bermúdez: ―Gracias por habernos hecho tener esos
momentos llenos de emoción en la nota que dedicó a nosotros, los tantísimos gallegos que
vinimos a hacer la América, allá por la primera parte del siglo pasado. ¡Cómo nos identificamos,
cuántas historias similares! Primero, el papá; luego, algún hermano mayor, y finalmente mamá
con el resto de la familia: éramos seis con mamá; aquí ya estaba papá con sus dos hijos
mayores y, para afianzar nuestro amor por esta querida Argentina, nació el noveno hijo‖ (26).
Escribe Franco Varise: "Cuando la calle Sarmiento todavía se llamaba Cuyo y los sombreros
aún lucían entre los caballeros de Buenos Aires, la casa The Brighton era el lugar predilecto de
aquella estirpe "angloporteña" para elegir sus prendas de vestir.
El local donde estaba ubicada la sastrería resistió como pudo el paso del tiempo. Por fortuna
los biselados y esmerilados permanecieron casi intactos, incluso después de que la
renombrada marca surgida en 1908 desapareció definitivamente en 1976.
Ahora, Fermín González, un empresario gastronómico del microcentro, decidió recuperar The
Brighton en la dirección original (Sarmiento 645), aunque en lugar de zurcir finos trajes y
sombreros abrió un restaurante con la intención de devolverle su brillo tradicional a este rincón
porteño. Las tareas de restauración ocuparon nueve meses y tuvieron especial atención en
recuperar los detalles de la época.
"Fue un amor a primera vista; siento veneración por ese estilo en el trabajo de la madera y lo
veo como algo viviente que regresa a la ciudad", señaló González, un ciudadano español que
llegó al país a principios de la década del setenta. "El gallego", como él mismo se define, tuvo
mucho éxito con un local de venta de sandwiches (los mejores de Buenos Aires, dicen),
llamado Café Paulin, a pocos pasos de The Brighton. "El destino me llevó a esperarlo",
comentó González, pues, entre 1978 y 2002 funcionó allí otro clásico, Clark s II. "Estoy
satisfecho por restaurarlo y ponerlo de nuevo a funcionar; algunas personas me acercaron
viejas prendas de The Brighton y me agradecen por haberlo recuperado", explicó el
empresario" (27).
Notas
1. Izquierdo, Francisco: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
2. S/F: ―Esa magnífica legión de viejos‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994. Foto: Jorge
Navós, en SICE.
3. Artola, Daniel: ―Salvador de la Calle lleva tres cuartos de siglo residiendo en Saavedra ‗En
1929 el barrio estaba lleno de quintas‘ ―, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Año
6, N° 67, Octubre de 2004.
4. Beltrán, Mónica: ―La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos‖, en Clarín,
Buenos Aires, 25 de abril de 1999.
5. Urfeig, Vivian: ―Un nuevo museo rescata la historia de inmigrantes gallegos‖, en Clarín,
Buenos Aires, 13 de diciembre de 2005.
6. S/F: ―Pérez Millán‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
7. Ceratto, Virginia: ―Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo‖, en La Capital,
Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
8. Commisso, Sandra: ―Un marinero que eligió ser mozo y quedarse en tierra‖, en Clarín, 16 de
julio de 1998.
9. Pogoriles, Eduardo: ―Volver a las raíces‖, en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
10.
Campos,
Débora:
"Follas
Novas",
en
Fios
invisibles
http://fiosinvisibles.blogspot.com/2006/02/follas-novas.html, 8 de febrero de 2006.
11. Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
12. Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 14-20 de febrero de 2000.
13. S/F: ―José Cameán Parcero. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán‖, en El
mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.
14. Piotto, Alba: ―La Isla Maciel por dentro‖. Fotos: Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos Aires,
27 de junio de 2004.
15. Tagtachian, Magdalena: ―Entre la Avenida Gaona y Juan B. Justo. Borges dejó su huella en
el barrio‖, en Clarín, Buenos Aires, 11 de diciembre de 2002.
16. S/F: ―Click. El otro Julio Iglesias‖, en Clarín Viva, Buenos Aires, 12 de octubre de 2003.
17. Spinetto, Horacio: ―Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate - El Afilador‖, en
www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.
18. Spinetto, Horacio: ―Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate - El fotógrafo de plaza‖, en
www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.
19. Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): ―Cuentos de gallegos‖, en La Nación
Revista, 17 de abril de 2005.
20. ibídem
21. ibídem
22. ibídem
23. ibídem
24. ibídem
25. Varela, Ana: ―Gallegos‖, en La Nación Revista, 30 de abril de 2005.
26. Bermúdez, María Dolores: ―Gallegos (II)‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo
de 2005.
27. Varise, Franco: "La ciudad recupera el encanto de Brighton De sastrería inglesa a fino
restaurante", en La Nación, 28 de enero de 2007.
Hijos
En una entrevista realizada por Ana Da Costa en 2000, Juan Flloy evoca a su padre: ―Mi madre
fue una francesa que vino en una de las promociones de inmigración del siglo pasado, en una
inmigración de labriegos franceses que se afincaron en Pigüé, en la provincia de Buenos Aires.
(...) se casó aquí, en la Argentina, con un español nativo de Galicia y formaron un hogar en el
cual fuimos cuatro hermanos. Pero mi madre había tenido primero relaciones matrimoniales
con un belga que la abandonó con tres hijos, los cuales fueron acogidos por mi padre. Los siete
crecimos y fuimos educados aquí, en la ciudad de Córdoba. Papá y mamá se conocieron en
Tandil, cerca de la Piedra Movediza, que es una figura que se hizo sumamente popular en
casa, porque mi padre tuvo dos hijos en las proximidades de la Piedra Movediza‖ (1).
En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis Seoane, quien, nacido en Buenos Aires en el seno
de una familia gallega, vivió muchos años en España. El escribió: ―Soy y seré siempre un
desarraigado permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país. Es el destino del exiliado‖
(2).
"Hija de Gaudencio, un uruguayo descendiente de franceses, y Josefa, una española viuda y
con siete hijos de su previo matrimonio, Libertad Lamarque fue la cuarta de una seguidilla de
hijos que sus padres habían concebido y que no sobrevivieron. (...) Su infancia se desarrolló en
un hogar humilde en el que sonaban las coplas y nostálgicas canciones gallegas entonadas por
su madre y las palabras de su padre anarquista" (3).
Dijo Manuel Cao Corral, Director de la Cátedra España de la UCES:
"Soy hijo de padre gallego, nacido en Santiago de Compostela; que ya en el país llegó a fundar
la Federación de Sociedades Gallegas de la República Argentina, hoy ubicada en la calle
Chacabuco 955 de esta Capital.
Nuestro padre desde pequeños nos inculcó el amor a Galicia. En nuestro hogar se respiraba un
permanente aire de galleguidad y recuerdo que festejábamos en los barcos que llegaban de
España, las fiestas de la colectividad.
Nos inculcaron el amor y el respeto a nuestros padres y a nuestra galleguidad" (4).
Antonio Pérez-Prado expresó: ―Yo también soy gallego, nacido en Buenos Aires –en
Monserrat- porque Galicia es una nación histórica (las otras dos son Euzkadi y Cataluña, que
también tienen idioma propio y son mucho más antiguas que la España consolidada en un
Estado)‖ (5).
Afirma: ―Yo, si he tenido una impronta... ha sido la de mi madre. Si mi galleguidad tiene un
sello, ha sido el de ella. Puedo cantar horas de canciones gallegas. Todas me las cantaba mi
mamá, y contaban la misma historia. Que el cura embarazaba a la criada y nacían los niños
con cara de cura‖ (6).
Adolfo Pérez Esquivel ―parte para Galicia en breve a dejar él también su huella escultórica.
‗Voy a hacer un monumento a la memoria en Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un
parque al que le van a poner mi nombre‖, comentó‖ (7).
Rodolfo Alonso dice que nunca olvidará el ―legítimo entusiasmo‖ con que su padre gallego les
relataba ―anécdotas para él imborrables de su infancia. Anécdotas que no eran sólo de
hombres y de hechos, como las inefables ocurrencias de Novás, el cantero de su pueblo,
cachaciento y mordaz, sino también el reiterado recuerdo de ese ruiseñor cantando en lo alto
de un pino o la nutria cazada a escondidas, de noche, sobre el lomo del río‖ (8).
Gladys Onega habla sobre los distintos idiomas que escuchó en su infancia: ―A mí lo que más
me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que
tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que
se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en
aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no
en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo
hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas
palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban
en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor
unificador de la escuela pública‖ (9).
En "El misterio del cuarto amarillo", escribe Carlos Penelas:
"En mi infancia escuchaba hablar de todo. Se tomaba la sopa y se discutía sobre el peronismo,
la demagogia, la corrupción. O del dictador Franco, nacido en Ferrol. Siempre había un tema
de conversación en la sobremesa o en las caminatas con mi padre. El honor, el individualismo,
lo grotesco de la existencia, la perversidad de las instituciones, el maquillaje de las mujeres, la
rutina del matrimonio, las escenografías eclesiásticas, la barbarie y el libertinaje, la banalidad…
Mis hermanos participaban con sus monólogos y sus puntos de vista. Cada uno de ellos
aportaba un dato, una secuencia, un lenguaje diferente. Aparecía la ópera, la pintura, el cine,
las revistas de humor, las historietas, la fisonomía de la ciudad. Todo era un aporte para
intentar cultivar la inteligencia y las manifestaciones artísticas. Se hablaba de despojos, del
engaño sistemático del Estado, de las fachadas familiares, de la improvisación, del mal gusto
de una época en crisis. De la frivolidad y la imbecilidad humana. Temas que vengo repitiendo
desde distintas ópticas en cada uno de mis columnas" (10).
En una entrevista, manifestó Horacio Vázquez-Rial: ―Yo vengo de una familia absolutamente
definida históricamente, como una familia gallega con por lo menos ocho generaciones de
permanencia registrada en Galicia. Es decir donde no entraron ni siquiera asturianos en la
historia. Ni nadie de Zamora ni de ningún país limítrofe ni de León. Por lo tanto no hay cruce en
el sentido étnico del mestizaje. Yo soy tan mestizo como cualquier habitante de grandes
ciudades en el orden cultural. El mestizaje de Buenos Aires, el mestizaje de Barcelona, ahora
el mestizaje de Madrid es el mío pero es el mío en la medida en que es mestizaje de gran
ciudad. Lo mismo sería en Madrid, lo mismo sería en Nueva York. Es decir está uno en medio
de una serie de corrientes, de lenguas, de libros, de periódicos, no es muy distinto el
funcionamiento de un intelectual en una gran ciudad o en otra. Yo no creo que mi producción
hubiera sido muy diferente en Londres de lo que es en Barcelona, salvo por lo que hace al
oído, al idioma en mi oído. Yo acepto esto porque además me da igual, realmente me da igual‖
(11).
Acerca de sus padres, dice María Rosa Lojo: ―Mis padres me legaron el amor por su tierra, pero
yo también aprendí a amarla a través de sus grandes escritores. Soy la primera generación
argentina nacida de una pareja de exiliados durante la guerra civil; en casa se hablaba de
España como del ‗paraíso perdido‘, al que mis padres siempre quisieron regresar‖ (12).
Manuel Castro es hijo de gallegos. ‗Soy un coleccionista de gaitas‘, dice Castro y cuenta
orgulloso que tiene siete de esos instrumentos. ‗La primera gaita me la compré en un viaje que
hice a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros escoceses. La cultura celta me
fascina‖ (13).
Gabriel Deus – hijo de un gaitero inmigrante, y gaitero él mismo de la Agrupación Folklórica
Baixo Miño- escribe:
"Las cosas de la vida hicieron de que yo naciera en Argentina, aunque dentro de mi siento sin
dudas de que llevo esa mezcla de sangre gallega por parte de mi padre y madrileña por parte
de mi madre. Ellos se conocieron y se casaron en este país y ya de muy pequeño me llevaban
a las corales y conjuntos gallegos en los cuales han participado en aquel entonces, tomando
contacto con el canto y con los instrumentos de percusión.
Durante mi adolescencia intente aprender a bailar gallego hasta que desistí por ser muy ―pata
dura‖. Pasaron muchos años hasta que un día tome una de las gaitas que mi padre tenía
guardadas en una habitación de la casa. Sin conocimiento alguno la arme recordando la forma
en la cual el lo hacia, comencé a soplar y luego de un gran esfuerzo logre hacerle sonar
algunas notas, seguí insistiendo hasta que sin aire y muy agotado por el esfuerzo decidí tomar
un descanso. En eso llego mi padre que justamente regresaba de una actuación y al verme me
pregunto con sorpresa ¿qué estas haciendo con esa gaita? Estoy intentando tocar algo pero
hay que soplar tanto que hasta me duele la cabeza ¿Y cómo no te va a doler la cabeza si esa
gaita está pinchada, no te diste cuenta de que pierde aire? Fue a partir de ese momento que
comenzó a despertar en mi cierto interés por ese extraño instrumento, interés que luego me ha
conectado con inmigrantes gallegos de los cuales, al ir escuchando los relatos de sus vivencias
relacionadas con la diaria lucha a la cual se han tenido que enfrentar para poder seguir
subsistiendo en una tierra que cada vez amenazaba con ser mas pobre, tomando por ello la
dura decisión de dejar a sus afectos en la búsqueda de un nuevo horizonte que les diera un
porvenir mucho mas digno, partiendo hacia otras tierras, no solo con el afán de mejorar la
situación de vida, sino también para ayudar a sus pares que apostaron a quedarse en sus
aldeas y pueblos.
Todas esas historias, todos esos recuerdos contados por sus protagonistas, han puesto ante
mis ojos una realidad que hasta entonces desconocía, en gran parte, por esas cosas de la
edad que hacen que no le demos importancia.
Hoy, con el transcurso de los años, cuanto mas escucho sobre ellos más respeto siento por
aquellos hombres y mujeres, respeto por el cual y no por casualidad, son el motivo por el que
los dos grupos que actualmente integro como músico, son los que poseen un mayor caudal de
emigrantes que han comenzado con toda esta historia, gente que a pesar de su edad y de todo
lo vivido todavía tienen fuerzas para seguir manifestando y transmitiendo ese amor que sienten
por su tierra gallega, expresándolo con una pequeña parte de su cultura que es la música, esa
música que durante un tiempo les ha servido de remedio para mitigar el dolor del desarraigo, el
dolor del esfuerzo por tanto trabajo y del dolor que se siente en lo más profundo cuando la
inmensa distancia hace que solamente los familiares, todos esos seres queridos que han
quedado en Galicia, pudieran ser vistos solamente en los recuerdos" (14).
María Nieves, bailarina de tango, ―proviene de una familia humilde –ella reafirma- ‗más que
pobre‘-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres eran de Lugo, España y aquí tuvieron
cinco hijos. A los 8 ó 9 años María comenzó a ir a las milongas con su hermana mayor y de
tanto ir a ver bailar tango, un día la invitaron a la pista y bailó. De chica la humildad familiar no
la marcó. Asegura que eran muy felices y que eso es imborrable. (...) A veces me dicen, ‗sos
demasiado humilde, sos una tonta‘. Así me hizo mi mamá, eso me legó. Me enseñó a andar
derecha por la vida y no hacerle daño a nadie‘. Esa misma mamá –‗la gallega‘- cuando era niña
le cantaba tangos y valsecitos en vez de una canción de cuna‖ (15).
Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda ―las largas
mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las
fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que
nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y
meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con
las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de
trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones
blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y
las verbenas‖ (16).
En una conferencia dictada en 1994, afirma Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de 1978
le da ―a la tarea de investigar, una cuota mayor de entusiasmo‖. Se refiere a su viaje a Galicia:
―de pronto, estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil veces recreados. (...)
¿Cómo pudieron irse? –preguntó mi hija de quince años. ¿Cómo, de un lugar mágico? Era el
lugar del encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos, el lugar donde el mar
era la mar y había puertos de tierra‖ (17).
María Aurora Barbeito escribe acerca de sus orígenes:
"Te cuento que soy hija de padre gallego (Pontevedra, As Neves) y de madre asturiana
(Oviedo, Cerredo). Estuve educada en ambiente gallego-asturiano, lo que me valiò que en la
escuela me llamaran la gallega; elegì este ambiente porque me siento màs cómoda y creo que
soy una gallega nacida en la quinta provincia, Buenos Aires.
En una oportunidad, estando en la peluquerìa Manolo y Pepe, en Talcahuano y Marcelo T. de
Alvear -asturianos-, comenzamos a hablar del Puerto Pallares y comenté algunos detalles de
cómo se colocaban las cadenas para llegar arriba cuando había mucha nieve. El señor me
preguntò: ¿cuànto hace que vino?. No podìa creer que yo no conocìa ese lugar, porque todavía
no había viajado a España.
En el año 1999 realicè mi viaje tan soñado; parè unos dìas en Madrid, y luego tomé el òmnibus
hacia Pontevedra y me iba dando cuenta de que yo esos lugares ya los conocía, aunque no
había estado físicamente allí. La descripción del pueblo, las fuentes, las carreteras, ya las
conocìa, asì como los vecinos y las casas donde habían nacido mis padres. En ambos lugares
la descripción fue exacta. ¿Cómo me hicieron amar a Galicia y Asturias? Las Fiestas
Patronales, La Fiesta de la Virgen de las Nieves, la procesión de San Roque, la Vìrgen del
Carmen, la empanada gallega,los feisulos... Bueno,todo lo tengo en mi memoria con el mismo
amor que mis padres me lo contaron" (18).
Los Goris, inmigrantes gallegos, regresaron a su tierra. ―De chica –afirma la hija, Esther-,
escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia
se convirtió para mí en una región mítica. (...) Recién al disfrutar de cerca de esa belleza
incomparable entendí por qué a mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la Argentina. (...)
Ahora hace unos meses que mis padres volvieron a radicarse en Galicia. Sólo falta que vuelva
yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado‖ (19).
―El origen de los negocios de Alfredo Coto –escribe Alfredo Sainz- está ligado a la carne, que
aún continúa siendo una de sus principales fuentes de ingresos, ya que cuenta con tres
frigoríficos propios que abastecen a sus supermercados y también exportan parte de su
producción. Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una pequeña
carnicería en un mercado municipal que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba
a su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers. Con su esposa, Gloria, en 1970 fundó
la primera carnicería, aunque desde antes estaban en el negocio de la compra de hacienda y el
reparto de carne en pequeños comercios‖ (20).
Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la
Argentina su padre, ―Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita,
educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo‖. La
entrevistada recuerda que en una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre
guardaba ―cartas, cuadros, que todos los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver
a ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia‖ (21).
Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó a España, dijo: ―Desde pequeña escuchaba
a mi madre hablar de un extraño camino, que siempre se llamó ‗francés‘, senda única y
concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y puse su sueño en mi mente y en mi
corazón‖ (22).
Ramón Suárez "O Muxo" tiene presente a su padre cuando hace el balance de su Camino de
Santiago:
"'Mi Camino', fue todo espiritualidad, sentí desde el mismo inicio que brotaban en mi los
mejores sentimientos, que no reconocía: al automovilista prepotente que a diario conduce por
Buenos Aires, al intolerante hincha de Racing de Avellaneda y del Celta de Vigo, al que pocas
veces tiene tiempo para tomar un café con un amigo, al que nunca quiere ceder. Se me llenó el
espíritu; con la alegría y alborozo de la juventud; con la persistente y observadora marcha del
japonés Ken; con la calma y sapiencia del belga Jak, que cuando le pregunté como estaba me
contestó: "de los pies mal, del cuerpo regular, pero lo importante, la cabeza muy bien"; con la
fidelidad y amistad a sus dueños, de las perras Sasha y Queen; con el conocimiento que el
irlandés Gerald tiene de nuestro gaitero Carlos Nuñez; con la alegría de los andaluces; con lo
que hablé de nuestra historia y cultura con los jóvenes gallegos; con el Burgalés hijo de un
gallego que no estaba muy de acuerdo en que usemos un idioma distinto del castellano, y que
entendió y aceptó mi larga disertación sobre el tema; con el compañerismo de todos; con el
cariño y respeto que todos mostraron por Galicia y su gente; CON EL RECUERDO DE MI
PADRE QUE NO PUDO VOLVER A LA TIERRA" (23).
Antonio D‘Argenio testimonia la nostalgia de su madre: ―Cuando era yo un chiquillo de ocho o
nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro país en 1920 desde su Lugo natal, en
Santiago de Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una
audición llamada ‗Por los caminos de España‘. En esos momentos yo no entendía cómo el
rostro de mi madre se cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y
escuchaba, por ejemplo, el sonido de una gaita‖ (24).
Ruben Servia recuerda el viaje a la tierra de sus mayores: ―en 10 minutos llegamos a A
Coruña... Noia... Lousame... baje del auto... y lo que camine desde ese auto hasta los brazos
de mi tía... no puedo explicarte, no podré expresarte, que me pasaba, era como caminar
volando... liviano... sin nada adentro... ahogado... alegría... La abrace, llore como hacia mucho
no lo había hecho recordé a mi papa a mis abuelos estaban ahí, en medio de nosotros dos...‖
(25).
José Luis Noya escribe: ―En las aldeas de Berdía y Vilar do Rey, en Galicia, nacieron mis viejos
que, como muchos gallegos, vinieron a radicarse a nuestro país. Este año tuve la suerte de
conocerlas y fue una experiencia única. El momento del encuentro familiar es difícil de
describir. Comprobé que esa familia, desconocida para mí, tenía gestos similares a la que se
encuentra del otro lado del Atlántico‖ (26).
Daniel Míguez recuerda: ―Viví en la casa de San Lázaro donde nació mi padre, enfrente de la
iglesia donde él, como monaguillo, enloquecía con travesuras al cura y dormí en la cama de mi
abuela, Gloria, que murió sin conocer a sus nietos argentinos. También caminé a orillas del río
donde lavaba la ropa y soñaba mi abuela Concepción, que me crió en Buenos Aires, y besé al
viejito de 97 años que fue el hermano que ella más quiso. Y toqué las herramientas de
zapatero que mi abuelo Manuel dejó en un taller en la casa de Labacolla en 1912, para venirse
a la Patagonia, a los 16 años, con aires de anarquista. Fue mucho más que cumplir un deseo
profundo. Fue como saldar una deuda metafísica‖ (27).
Fabián Tarrío recuerda a su padre, hijo de inmigrantes gallegos: ―Mi viejo sabía vivir y hacer de
cada momento con los demás, un tiempo grato. Lo que me viene a la cabeza es el espíritu que
tenía de buena vida. Divertido, atrevido; era de disfrazarse para los carnavales o para fin de
año, y viajar disfrazado en un colectivo a los corsos de la Boca. A nosotros nos daba un poco
de vergüenza, pero hoy reconozco que lo hacía porque tenía un espíritu muy lindo‖ (28).
Un sombrerero es hijo de españoles: ―En Gaona al 1200, se encuentra la tradicional
sombrerería "Winter", que funciona allí desde hace 63 años bajo la batuta de don José "Pepe"
Ferro, porteño de casi "90 pirulines", hijo de padre gallego, de Lugo, y de madre leonesa.
Eduardo, su hijo se da una vuelta todos los días para ayudar en todo lo que haga falta. "Aquí
de los 40 hasta el 60, había un trabajo bárbaro, los sábados la gente hacía cola en la puerta del
local, es que los muchachos tenían que ir a bailar al vecino Club Buenos Aires (y sin sombrero
era una vergüenza). También tenía una importante clientela de la colectividad israelita. Pero
hoy la actividad está muerta, a lo sumo se vende alguna que otra gorra". En las vitrinas los
elegantes orión lucen junto a los chambergos de fieltro "de primera calidad", negros, marrones
y grises, "los negros siempre con forro, los de otro color no". Junto a ellos vemos la horma, con
la que se tomaban las medidas de la cabeza del cliente y así poder hacerle su sombrero. "En
verano se usaba panamá, y también ranchos", recuerda don José, y agrega: "Muchas veces los
muchachos que iban al hipódromo, a las carreras, y acertaban una fija, revoleaban su
sombrero por el aire". Esto situación de euforia, le venía muy bien al negocio, porque los
apostadores volvían a comprar nuevos sombreros. Ferro conoció el oficio siendo joven, desde
los 18 años hasta los 23 trabajó en la fábrica de sombreros "Dominoni", que quedaba en
Monroe 1683/ 87, entre Montañeses y Arribeños, con salida también por Blanco Encalada.
"Recuerdo una casa que continúa, como yo en esta lucha tan despareja, "Maidana", en
Rivadavia al 1900. En fin, cosas de la vida, -murmura mientras acaricia a su perro Colita-. Pasa
todo tan rápido..." (29).
Horacio Spinetto se refiere a un paragüero inmigrante: ―En Independencia y Colombres
funciona desde hace más de cuarenta años la paragüería "Víctor", propiedad de don Elías
Fernández Pato, un español que llegó a los 18 años desde su tierra gallega y se dedicó a
vender y arreglar paraguas por las calles porteñas. En 1957 abrió su local, al que puso el
nombre de su hijo recién nacido‖ (30).
―Felicitaciones por la nota Cuentos de gallegos –escribe Marta Eijo a La Nación-. Las historias
de los entrevistados bien pueden coincidir con la de mis padres. Algunos participantes en ella
han dejado sus huellas de esfuerzo e idoneidad en el Centro Gallego de Buenos Aires,
mutualidad de la que soy socia y que, sorteando as dificultades de la economía pendular en
estos últimos años, sigue cobijando a esos inmigrantes, a sus hijos y nietos mediante la
prestación médica y el acceso al Instituto Argentino de Cultura Gallega‖ (31).
En el Museo de la Inmigración, sito en el ex Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, se relata en
un panel la historia del matrimonio Mosquera López-Alvarez Marante, emigrados desde
Orense.
En otro panel, en ese mismo museo, se relata la historia del pontevedrés Martínez Padín.
En agosto de 2006, al crear esta página web, recibí este mail de Antonio Britti Valcárcel:
"Estimada María, pasear por sus textos tan placenteramente, no sólo agiganta la morriña que
acompañó siempre a mis mayores, sino también, evoca el dulce, maravilloso e inolvidable
recuerdo, de su sencillez, su don de gente, ese inconfundible y contagioso amor por la música
y la alegría de su espíritu, dones heredados, que me acompañarán toda mi vida.
María, su obra, refresca almas y devuelve lozanía a los recuerdos. Que Dios la bendiga por
lograr algo tan maravilloso y tan simple como la vida misma. Vaya a través de su hermosa
obra, el más cariñoso recuerdo a mi querida madre, Angelita Valcárcel de Britti, y mis abuelos.
Cuánto me alegra que tamaña obra suya, haya sido publicada en ese sitio WEB. Es un
hermoso acontecimiento. La felicito de corazón. Cuánto me alegro por usted y por el homenaje
que representa a todos nuestros queridos recuerdos, pero también me alegro por todos
aquellos gallegos y demás españoles, los cuales podrán acceder a tan provechosa y amena
lectura".
En su blog "Poeta viajero", escribe Roberto César Hermida: "Mi familia, ambas ramas, vinieron
a la Argentina en 1930, por la rama paterna mis abuelos solos, dejaron a sus tres hijos en
España, estas cosas que hacian los emigrantes y que hoy nos resultan inexplicables. Mi padre
pudo reencontrarse con los suyos recién en 1939, al término de la guerra civil, y le permitieron
salir de la península,con lo puesto, via portugal, y por reencuentro familiar. Viajó con su
hermana de 13 años, él tenía 15. Su hermano mayor recién vino a la Argenina diez años
después. Mi madre emigró con sus padres y su hermana mayor, llegó a la Argentina con solo
tres meses de edad. Quiso la casualidad que las dos ramas de la familia terminaran viviendo
en el mismo Barrio de Buenos Aires, Villa Devoto, donde se conocieron mis padres y se
casaron en 1950; tuvieron tres hijos mi hermano Daniel(1953), yo (1955)y Alejandra(1958). La
rama paterna es natural de Barros y de O Casar de Cangues,ambas en Irixo, Ourense y la
rama materna de Rodeiro, Riobó, Pontevedra. La rama paterna de mi madre eran de Betanzos
en Coruña. Como veran tengo raíces en tres de las cuatro provincias Gallegas. Fui el primer
hombre de la familia en regresar en los últimos setenta años, viajé en octubre del 2000. Solo mi
abuela paterna en 1953 y mi madre en 1979 y 1998 y la hermana de mi papá, habían podido
viajar antes" (32).
Cuando fue a visitar la aldea donde nació su madre, en Pontevedra, escribió el periodista
Roberto Neira: ―Un vecino se acercó a nosotros, intercambiamos saludos, y al darnos a
conocer, en poco menos de una hora, toda la aldea había sido alertada de nuestra presencia.
Una comitiva se organizó inmediatamente, casa por casa , algunos vecinos y hasta amigas de
mi madre que todavía estaban con vida y que la recordaban como si nunca se hubiera ido, nos
abrazaban con lágrimas en los ojos. ¿Patético, nostálgico…?. Quizás... Pero cuánta emoción
nos embargaba‖ (33).
"Su abuela materna marchó de polizón de Vigo a Buenos Aires y logró eludir la orden de
expulsión tras escribirle una carta personal a Eva Perón. Su padre dice haber emigrado de O
Grove a Argentina 'porque me gustaban os tangos' ".
Lorena Lores canta "Alecrín: 'É a nana que a miña nai me cantaba de nena en Bos Aires. Aínda
que hai varias versións sobre o que significa alecrín, para min, como di a letra, é a flor do toxo'.
En otros temas, como Duas beiras, compuesto por Lorena, la cantautora reflexiona sobre ese ir
y venir ambas orillas del Atlántico, entre Galicia y Buenos Aires, donde siguen viviendo sus
padres" (34).
Silvia Ramos, la autora de la obra teatral Para Angustias ... Consuelo, es hija de gallegos,
ambos de Lugo. Ella escribe:
"No es necesario que explique cuanto de ellos nos atraviesa desde nuestra infancia.
Pasaron muchos años, hasta que pude darme cuenta de lo que significa ser hija de
inmigrantes...darme cuenta que es ser inmigrante.
Soy actriz, y a veces me atrevo a escribir...me gusta escribir, sin ser dramaturga.
En el año 2001, viví un año es España y tuve la felicidad de conocer la aldea donde nacieron
mis padres...San Vitorio, Monforte, Lugo. España....esa era la dirección donde desde pequeña
envíaba las cartas.
Fue una experiencia mágica...reconocer lo desconocido...sentir el lugar como propio...entender
de que me estaban hablando...
Fue a partir de esta experiencia, cuando comienzo a garabatear algunas lineas, que hablaban
de anécdotas contadas por mis padres, tiosy abuelos...a las que se sumaron las de amigos...y
alguna de cartas que pude rescatar.
En tanto escribía, me sorprendí, llorando, como reconociendo un dolor...o morriña...cuanto
había detras de aquellas historias, que son las mias, porque son las únicas que tuve, hasta que
me fuí insertando en la escuela...
Mi casa era una pequeña Galicia...con huerta, gallinas, música española...y donde las papas
eran patatas!!!
Despues de tirar muchos borradores...quedó una estructura...y ahí empezó el sueño de poder
mostrar todo esto..."
Marita Tuero me escribe: "He nacido en Buenos Aires, pero mi madre es gallega y mi padre hijo
de asturianos, y siempre, desde niña, viví las tradiciones españolas en mi casa y en las de mis
abuelos: las comidas, las celebraciones, y por supuesto la música…" .
Notas
1 Da Costa, Ana: ―Entrevista a Juan Filloy‖, en www.bibnal.edu.ar, 2 de marzo de 2000.
2 Seoane, Luis, en el video de la muestra ―Luis Seoane. Pinturas, dibujos y grabados‖, en el
Museo de Arte Moderno, junio 2000.
3 S/F: "BIOGRAFIAS. Libertad Lamarque (1908-2000)", en Miradas, Multicanal, septiembre de
2007.
4 http://www.nucleo-ortopedico.com.ar/modules.php?name=News&file=article&sid=108
5 Pérez-Prado, Antonio: ―Recuerdos de la América pródiga‖, en Clarín, 19 de noviembre de
2000.
6 Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): ―Cuentos de gallegos‖, en La Nación
Revista, 17 de abril de 2005.
7 Zacharias, María Paula (texto); Roll, Mauro (fotos): ―La vidriera cultural‖, en La Nación
Revista, 22 de agosto de 2004. Foto: www.pagina12.com.ar.
8 Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
9 Duche, Walter: ―Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖, en La Prensa,Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.
10
Penelas,
Carlos:
"El
misterio
del
cuarto
amarillo",
en
http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2008/08/07/escribe-carlos-penelas.html
11 Espinosa Viale, Sara: ―Señoras y Señores, con Todos Ustedes... Horacio Vázquez Rial‖.
12 González Rouco, María: ―María Rosa Lojo: la inmigración gallega‖, en El Tiempo, Azul, 17
de marzo de 1991.
13 S/F: ―Un periodista loco por la gaita‖, en Clarín, 26 de septiembre de 1997.
14 Deus, Gabriel: e-mail enviado a MGR
15 Pacheco, Carlos: ―María Nieves: la princesa del Plata baila hoy‖, en La Nación, Buenos
Aires, 7 de marzo de 2004. Foto: http://www.todotango.com/Spanish/creadores/mnieves.asp.
16 Ghitta, Víctor Hugo: ―Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas‖, en La Nación, Buenos Aires,
2 de septiembre de 2001.
17 Alonso de Rocha, Aurora: ―Los gallegos en Olavarría‖, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.
18 mail 2009
19 Goris, Esther: ―Galicia, tierra añorada‖, en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
20 Sainz, Alfredo: ―PERFILES Un imperio tras las góndolas‖, en La Nación, Buenos Aires, 30
de octubre de 2005.
21 Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
22 S/F: ―Gozo y sacrificio en el camino de Santiago‖, en La Capital, Mar del Plata, 30 de julio de
2000.
23 Suárez, Ramón: "Mi camino", en http://www.galiciaconvos.com.ar/convos_camino_cast.htm.
24 D‘Argenio, Antonio: en ―El regreso a la tierra de uno‖, en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre
de 1999. Nota de la ed.: ¿Lugo o Santiago de Compostela?
25 Servia, Rubén: e-mail enviado a M. G. R.
26 Noya, José Luis: ―Aldeas de Galicia‖, en ―La vuelta al origen‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de
septiembre de 1998.
27 Míguez, Daniel: ―El tío Pedro‖, en ―Testimonios‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre
de 1998.
28 Piotto, Alba (Texto y producción); Rosito, Enrique y Digilio, Rubén (fotos): ―Mi papá‖, en
Clarín Viva, Buenos Aires, 20 de junio de 2004.
29 Spinetto, Horacio: ―El sombrerero‖, en ―Los oficios. Entre el olvido y el rescate‖, en
www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
30 Spinetto, Horacio: ―El Paragüero y el Bastonero‖, en ―Los oficios. Entre el olvido y el
rescate‖, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
31 Eijo, Marta: ―Gallegos‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo de 2005.
32
Hermida,
Roberto:
"Presentarme,
Gallego",
en
"Poeta
Viajero"
http://rorberthermida.blogspot.com/, 27 de abril de 2008.
33
Neira,
Roberto:
Como
aquella
vieja
foto...‖,
en
http://viajeseincentivos.blogspot.com/2008_01_30_archive.html.
34 Lugilde, Anxo: "La galaico-argentina Lorena Lores lanza 'Alecrín', disco de los retornados",
en La Voz de Galicia, http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2003/12/19/2265664.shtml, 19
de diciembre del 2003.
Nietos
Ernesto Schoo recuerda a su abuelo gallego: ―En la estancia de mi abuela materna, en
Pergamino, hay una vasta biblioteca, en parte heredada de su marido, mi abuelo gallego, y en
parte formada por sus hijos. Allí está todavía la famosa Biblioteca de La Nación, con mis
lecturas favoritas, Julio Verne y Conan Doyle (las aventuras de Sherlock Holmes, que me
llenaban de terror y a las que intentaba exorcizar dibujándolas como historietas) y Alejandro
Dumas y H. G. Wells. En otros estantes relucían los lomos dorados de colecciones enteras de
revistas españolas, que le mandaban a mi abuelo y que él hacía encuadernar: La Ilustración
Artística, el Album Salón, Blanco y Negro. De 1896, 1898 (el año de la pérdida de las últimas
colonias españolas, Cuba y las Filipinas), 1900, 1902...Yo leía ávidamente esos mamotretos,
enterándome de las alternativas de la guerra de Cuba, o la de los boers en Sudáfrica. No había
disciplina o rubro que no me interesara: los comienzos del cinematógrafo, el estreno de La
Boheme de Puccini en el Liceo de Barcelona (casi todas esas revistas se editaban,
lujosamente, en la capital de Cataluña), la evocación de los bailes de carnaval en el Madrid de
1850. En otra habitación, en un enorme mueble con puertas vidriadas estaba la inabarcable,
interminable Enciclopedia Espasa. Por ahí descubrí también los Artículos de costumbres de
Mariano José de Larra (Fígaro), modelo para todo aspirante a cronista, aún hoy‖ (1).
Lolita Torres manifestó: ―No puedo explicar el por qué del acento español. No sé, me viene de
adentro, y eso que mis padres eran argentinos. Mis abuelos paternos eran navarros y los de
mamá eran gallegos. Por un tiempo, todos creyeron que yo era española y eso provocó el
estallido en la comunidad hispana. Cuando se enteraron de que era argentina no tuvieron el
menor prejuicio y me siguieron apoyando‖ (2).
Alberto Cortez es el autor de la letra y música de la canción ―El abuelo‖. El cuenta la historia de
ese tema: "De alguna manera esta canción que viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por
qué?, pues simplemente porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una vida yo,
su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese camino que él no pudo realizar a lo largo de
su larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y algunos años. (...) La
Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios
horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los hermanos García
habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta ―sua terriña‖ natal no podía
ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. Germán, Eladio y David,
los tres hermanos García, se embarcaron en Vigo, como todos los gallegos emigrantes con
destino a Buenos Aires (...)‖ (3).
En ―Al contrario de lo que dicen El abuelo de Cortez‖, escribe Julio César Barros: ―Mi abuelo
era un gaita nacido en Monforte de Lemos y llegado a estas comarcas cuando tenía un poco
más de 18 años. Como otros tantos millones de españoles, se abrió camino aprovechando
honestamente las oportunidades que ofrecía el país, en aquellos mejores días. Se casó con
una argentina, aumentó cuanto pudo la prole, compró su chalecito y se jubiló despues de haber
cinchado no sé cuantos años en el Roca. Una vida tan modesta, que mal hubiera podido
despertar la curiosidad de nadie‖ (4).
Escribió Gloria Pampillo: ―Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando
llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un
ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que
lejos de la tierra, ―da mía terra‖, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me
volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos‖ (5).
Entrevistada por Mariana Ruiz, la cantante y docente Graciela Pereira recuerda: ―Yo siempre
fui la nieta más mimada de mi abuelo gallego, Manuel, y con quien tenía más comunicación.
Cuando mi abuelo se fue haciendo más viejito, perdió la vista, y yo lo empecé a acompañar a
las reuniones en los centros de la colectividad y a las conferencias, etc. Cuando murió —en el
70— sentí un terrible vacío y cuatro años después (en 1974) me incorporé al coro del ‗Centro
Gallego‘ de Buenos Aires. Allí empecé a encontrarme con esos amigos mayores de mi abuelo.
Yo era para ellos la nieta de Pereira‖ (6).
Me escribe Stella Maris Latorre: "mi abuelo, que nació en 1881, se llamaba Juan Latorre y era
el papá de mi padre Manuel Angel Latorre. Mi abuelo nació en Soria, pero no se sabe la aldea.
No pudimos averiguar; buscaron por las parroquias pero no, sólo que él siempre dijo que nació
en Soria. Era comerciante de cueros. Tengo un pariente que vive en Aragón -es Miguel Angel
Latorre, el de las galerías fotográficas-; él está permanentemente haciendo trabajos
importantes para el Reino de Aragón y muchas galerías muy famosas. El me dijo que no se
sabía lo de la aldea y averiguamos mucho por los sacerdotes y en Santiago por el archivo
también; además, él pertenecería a Castilla La Vieja, no? Yo, en realidad, la nacionalidad la
tendré en breve por ser viuda de español (gallego de Lugo), pero hacía las averiguaciones de
mi abuelo por conocer más de mis raíces. Mi abuelo inmigró en el año 1914; él había
enviudado, así que al venir aquí se casó nuevamente con mi abuela, Paula Luján de Villa
Garcia de Arousa y en 1920 nació aquí mi padre".
Guillermo Saccomanno relató en un reportaje:
―Mi abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta y de lavandera de familias bien
de la época. Con todo, acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban muy
sometidos. Yo recuerdo cuando fui a España por primera vez, en el setenta y pico. En la casa
de los parientes, en Santiago de Compostela, un familiar me mostraba emocionado el baño:
había llegado a tener sanitarios y después de trabajar en el campo, podía pegarse una ducha.
Si esto era así en los años setenta, pensá lo que sería en 1910, 1920. Aquellos tanos y
gallegos que venían con una mano atrás y otra adelante también eran segregados. Por eso me
indigna cuando se discrimina a los peruanos y a los bolivianos. Ahora la casa de al lado de la
de mi vieja está llena de peruanos y bolivianos, parece una sucursal de El cóndor pasa. Y se
matan laburando.
(...) A mi abuela le gustaba mucho escuchar y contar historias, y me hablaba de una parienta
de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa. En su aldea en España, esa mujer había
tenido un hijo con el cura, y el chico se le había ahorcado a los 33 años. Cuando yo tenía 7 u 8
años, a la tardecita me cruzaba a la casa de esta otra gallega, que me contaba la historia de
San Jorge y el dragón mientras me daba pan mojado en vino con azúcar. Imagináte a esa
edad, que te cuenten eso mientras te dan vino, ¿sabés adónde te mandan?‖ (7).
Guadalupe Henestrosa afirmó: ―Desde hacía años venía pensando en el tema del desarraigo.
Me interesaba especialmente el caso de las mujeres jóvenes, el testimonio personal, los
sentimientos que se tejen en un apuesta vital tan fuerte. En parte se vincula con la experiencia
de mis propias abuelas, ambas inmigrantes españolas. Una de ellas, Carmen Oliveros, cuyo
nombre usé como seudónimo para el Premio, llegó a los 19 años, sola, en el año 20. Hoy
suena sencillo pero en esa época cruzar el mar implicaba casi irse a otro planeta, no volver a
ver a la familia, vivir a una carta por año, en un contexto de gente prácticamente analfabeta. Y
tener que cargar además con la gran pregunta: irse para qué. Al sentarme a escribir, todo eso
estaba sobre la mesa. (...) María Cruz, mi otra abuela, llegó a la Argentina con sus hermanas.
Ese recuerdo fue el puntapié inicial‖ (8).
―En Internet, decenas de páginas promueven la búsqueda y el encuentro con familiares de
antaño, (...). Casi todos los que buscan, más que los hijos, son los nietos. –Es normal –dice
Pablo Cirio, musicólogo, investigador de la música tradicional gallega en prácticas espontáneas
y profesionales en la Argentina-. La capa de gallegos nativos está jubilada. Los hijos hoy tienen
entre 40 y 50 años , y son los que se llevaron la peor parte. Pagaron el resentimiento de sus
padres, que querían insertarse como argentinos y no les interesaba mantener sus raíces.
Como muchos eran analfabetos, querían posicionar a su descendencia en mejor lugar.
Entonces no les enseñaron el idioma. ¿Para qué va a hablar gallego? Que hable inglés, que
sea abogado. Ahora los nietos son los que están interesados en la vida de sus abuelos, el
idioma, la música. Y, claro, en el pasaporte‖ (9).
Acerca de su abuela, nacida en Piteira, Orense, escribió el periodista Vicente Muleiro: ―Como
decía Gila, mi abuela era una solterona... Tan solterona era doña Francisca Muleiro que a sus
hijos les puso su apellido.(...) Murió cuando yo era un adolescente y se llevó el secreto de su
infancia gallega y la íntima épica de su inmigración‖ (10).
En un reportaje, Martín Seefeld evoca a su abuela inmigrante: ―Aprendí todo de mi abuela Lala.
Era gallega y me enseñó a disfrutar de todo, desde un plato de lentejas hasta bailar‖ (11).
Escribe Mario Vidal: "La población de Wilde estaba compuesta en su mayoría por inmigrantes
tanos, gallegos y turcos. Había mucha gente de otros países que venía huyendo de las guerras
y entonces uno aprendía idiomas y dialectos casi sin querer; a mi me daba risa oir hablar a los
tanos en su media lengua y mi viejo los imitaba muy bien. Mi abuela era gallega y solía
hablarme en su idioma. Esos inmigrantes instalaron aquí sus costumbres de origen y algo muy
común era la quinta; casi todas las casas tenían quinta y gallinero. Entonces la gallega me
mandaba a la forrajería a comprar afrecho y rabacillo para las gallinas, también maíz. Yo tenía
que agarrar un balde, ponerle agua hasta la mitad y echarle afrecho, revolver hasta que espese
y darle a las gallinas" (12).
Cecilia Figaredo ―Habla con voz fuerte y remite a sus orígenes: ‗Figaredo es español; mi abuelo
era de Oviedo y mi abuela, de Galicia. Por parte de mamá son italianos, así que en mi casa
cada vez que nos reunimos es hablar a los gritos, todos juntos. Es un bardo y nadie se
escucha‘ ‖ (12).
―En 1886 –escribe Claudio Savoia-, mucho antes de convertirse en el apellido de un polémico
dirigente del fútbol, Lalín era sólo un pequeño pueblo de Pontevedra, en la provincia española
de Galicia. Desde allí, al igual que otros miles de esperanzados con dejar atrás su
desesperanza –como los antepasados del polémico dirigente- Nieves Barcala partió hacia
Buenos Aires. El mismo año, desde el mismo pueblo, zarpó el barco que sacaba de España al
niño Manuel Miranda, alejado de su patria por su abuela para protegerlo –a él y a su madre- de
la vergüenza de ser hijo natural. En La Boca, en un conventillo, Nieves se empleó como
doméstica. Su dueña, Paca, era tía de Manuel, a quien Nieves conoció... en una reunión de
inmigrantes de la sociedad Hijos del Partido de Lalín. Se casaron. Compraron el conventillo‖
(13). Esta es la historia que Daniel Miranda, uno de los nietos, relata al periodista.
―Las historias de mis abuelos eran, en mi infancia, un ‗cuento‘ interesante para mí –dije en una
entrevista-. Ese tipo de narración familiar sin duda me marcó. Cada vez que se juntaban, mis
parientes tenían dos temas de conversación, a saber: cómo cambió su vida al llegar a América
y cuándo iban a ir de visita a su tierra‖ (14).
Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela ―con sus tres primeros
hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños
intactos)‖ (15).
Aún hoy perviven las recetas de la abuela. En su restorán, los hermanos Morales hacen la
empanada gallega tal como la hacía Manuela Eiras en Padrón, según la receta que trajeron de
La Coruña hace cuarenta y tres años (16).
―¿Quién puede decir con seguridad que su receta de empanada gallega es la auténtica? –
pregunta Alicia Delgado. Hay tantas empanadas como abuelas gallegas, y todas son válidas
mientras no transgredan ingredientes y técnicas básicas (que no a todos les importan si el
resultado es rico). La empanada gallega de Doña Tere, un restaurante con pocos meses de
vida y antecedentes en Cariló, lleva una masa de pan crocante, la que preparaba la abuela de
Héctor Rodríguez, muy apropiada para contener el relleno, en este caso una mezcla de
diversos pescados desmenuzados más cebolla, ajíes y otros aromas; por cierto sabrosa, bien
presentada con hojas frescas aderezadas‖ (17).
María de los Angeles Hernández escribe: "Mi abuela Josefina Seoane, se conocio con mi
abuelo Francisco Hernandez Prieto, trabajando juntos en la casa del General Racedo, uno de
los que hizo la campaña al desierto con Roca, claro que ya era viejito para cuando mi abuela
trabajaba alli, bueno el capturo a la hija del cacique Calfucurà, padre del que luego llamariamos
Ceferino Namuncura, y esa hija capturada estaba en la cocina, y no sabia pelar papas y era
una princesa en el real sentido de la palabra, le cambiaron el nombre y le pusieron Mercedes a
la hija del cacique, y mi abuela conto que se llamaba Nube azul. Luego derrocaron a Yrigoyen
en el 30, mi abuelo asmatico tenia que ir a Córdoba, y mi abuela gallega y piola penso en
volverse a España".
Silvia Puente recuerda a sus mayores y la herencia espitirual que le dejaron:
"Mi abuelo paterno era carpintero; mi abuelo materno editaba un periódico titulado Galicia. Por
suerte para mí, vivían con nosotros. El domingo era el día más bello de la semana. En primer
lugar, porque era el único en el que nos permitían dormir hasta tarde. En segundo lugar,
porque era el más inquietante: ese día aprendíamos más que en la escuela.
Para cuando mi hermana y yo estábamos bañadas y bien vestidas, ya se había armado la
ronda de hombres presidida por mis abuelos, en el patio, bajo la sombra del naranjo. Allí
estaban sus amigos, y los hombres más jóvenes: mi padre y mis tíos.
¿Qué edad tendría yo entonces, si sentada en un sillón de jardín mis pies no llegaban a tocar el
piso?
¿Qué decían esos hombres?, ¿qué hacían? Leían los diarios y los comentaban en voz alta. A
veces discutían acaloradamente, y ya sabíamos que entonces aparecerían mi madre o mis tías
para decir que bajaran la voz. La orden se cumplía, pero la discusión seguía. Era apasionante,
y aunque mi hermana y yo aparentemente no entendiéramos nada, entendimos todo.
Era una época en la que las mujeres estaban en la cocina y sólo los hombres leían el diario. Le
agradezco a mi madre el habernos permitido elegir entre la cocina y el patio. Le agradezco esa
libertad cuidadosa, la misma que mi hija me agradece hoy a mí.
Elegido nuestro camino, y aun cuando pasaron muchos años antes de que pudiéramos usar
medias de seda, seguimos los domingos, junto a esos hombres, la Guerra de Vietnam, la
Guerra Fría, las primeras aventuras espaciales, los golpes de Estado, el peronismo y el
antiperonismo. Compartimos también las etapas en que a algunos de ellos les tocó la cárcel
por elegir que iban a seguir leyendo y opinando según sus propias convicciones" (18).
"Con estas obras Néstor Goyanes, artista gráfico argentino, cierra una etapa que empezó hace
algunos años con la serie del "Arbol de la Identidad".
Todo comenzó en un viaje a Galicia, esa tierra de los abuelos que lleva en el alma, con las
cartas que su madre celosamente guardaba de "los parientes" que vivían allá, con las
estampillas, con los sobres, con esas piedras que formaban el "Puente de la Abuela Petra", su
primera litografía de gran tamaño. De allí en más siguieron unas series de obras sobre el "Arbol
de la Identidad", donde la figura de la madre y el abuelo se repetían constantemente en una
especie de danza profunda y sentimental, enlazados por cartas de torpes caligrafías y de
errores gramaticales, pero llenas de algo que jamás se encontrará en un diccionario o
enciclopedia: el amor y el sentimiento" (19).
En "Mis recuerdos de Gardel", escribe Rodolfo Alvarez Russó:
"(...) conocí a doña Berta. Si se puede decír que la conocí por sólo haberla visto y contemplado
en el momento quizá, más penoso de su vida. Era una viejecita, de cuerpo menudo, enjuto, sus
cabellos eran blancos y vestía de negro en riguroso luto.
Vivía en la calle Jean Jaures (Juan Jaures) en una casa con un zaguán cerrado con una puerta
de hierro pintada de negro. Mi abuelo paterno(de Ourense-Galicia) vivía en la casa contigua
donde un pariente (gallego)tenía un negocio de venta de productos lácteos.
Cuando la vi, fue allá para fines del 1935, yo apenas tenía seis años de edad y recuerdo como
ella con un pañuelito blanco enjugaba sus lágrimas mientras pasaba sus manos acariciando un
mueble (baúl) en el que había llegado la ropa que su hijo envió desde Medellín-Colombia,
antes del fatal desenlace.
Cuando al fín repatriaron las cenizas del zorzal criollo, la avenida Corrientes se convirtió en un
mar de gente que en un cortejo fúnebre de dolientes sin distingos de raza,color o edades
acompañaba el antiguo carruaje azabache tirado por caballos de pelo oscuro y brilloso en el
trayecto hacia su última morada en el Cementerio de la Chacarita.
Tomado de la mano de mi abuelo, apenas pude alcanzar a divisar la cruz que adornaba la
cúpula del carruaje, pero pude sin embargo, a pesar de mi corta edad, percibír el sentimiento y
la congoja que el pueblo exteriorizaba ante el dolor por la irreparable pérdida del ídolo abatido
en las trágicas circunstancias de aquel triste día 24 de junio de 1935" (20).
La cantante Naty Cortez es nieta de una coruñesa, una "gallega maravillosa", que llegó a la
Argentina a los seis años, y nunca pudo volver a Galicia.
Me escribe la actriz y cantante Marcela Fernández Señor:
"Soy nieta de cuatro gallegos y como me gusta aclarar, 'gallegos' de Galicia, ya que en
argentina, suele llamársele gallego a todos los españoles…
Desde pequeña me crié entre inmigrantes y no solo con los gallegos de mi familia ya que nací
en un barrio de Temperley donde confluían varias colectividades.
A la vuelta de mi casa paterna está el club La Puebla del Brollón de niña escuchaba a los
gaiteros y veía como se bailaban la jota y la muñeira y guardé en mi memoria los cantos de mis
abuelos en esa ―lingua tan doce‖, como din os galegos.
Me acerqué a mis raíces y a mi galeguidade, cuando perdí a mis ancestros, fuí hace unos años
a aprender lengua galega al colegio Santiago Apóstol y allí me reeencontré con el mundo que
imaginaba de pequena…
Además tuve la suerte de viajar y conocer los pueblos de mis abuelos y ver con mis propios
ojos la tierra de la que falaban".
Al presentar el dúo "La Quinta" en la 35° Feria Internacional del Libro, Gabriel Lage contó que
cuando su abuelo llegó a la Argentina, se empleó en la editorial que publicaba el diario "El
Mundo", y tenía francos rotativos. Cuando le tocaba franco el domingo, era una fiesta.
Entonces, se reunía con su amigo, y cantaban canciones de su tierra. Otro tanto hacía, años
después, el padre de Gabriel con quien luego sería el padrino del director de coro. Ahora, es
Gabriel quien canta con su amigo, Jorge Spector.
Notas
1 Schoo, Ernesto: ―Mis aprendizajes Memorias‖, en La Nación, Buenos Aires, 13 de noviembre
de 2005.
2 Freire, Susana: ―Lolita Torres. Una voz que le cantó a los corazones‖, en La Nación, Buenos
Aires, 15 de septiembre de 2002. Imagen: www.lastfm.es.
Foto: http://www.iceberg-nocturno.org/2.1.%20Cati-Gavi-CRONICAS.htm
3 Cortez, Alberto: ―El abuelo‖, en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en
www.galespa.com.
Foto: http://www.albertocortez.com/Galeria/home.asp
4 Barros, Julio César: ―AL CONTRARIO DE LO QUE DICEN El abuelo de Cortez‖, en La Unión
digital, Edición Número 2572, Lunes 1 de Marzo de 2004, www.launion.com.ar.
5 novela inédita
6 Ruiz, Mariana: ―ENTREVISTA CON GRACIELA PEREIRA. PRESIDENTA Y FUNDADORA
DE LA ASOCIACIóN CULTURAL ‗OS GROMOS‘ ‗Las instituciones gallegas tuvieron un signo
machista, como era la sociedad de la época‘ ‖, en Galicia en el mundo,
http://www.cronicasdelaemigracion.com/article.php?article_id=2657&category=2&action=read.
7 Chiaravalli, Verónica: ―Un corazón tomado por la memoria‖, en La Nación, Buenos Aires, 15
de agosto de 1999.
8 Garzón, Raquel: ―ENTREVISTA CON MARIA G. HENESTROSA Bajo el signo del folletín‖.
(Foto: David Fernández), en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2002.
9 Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): ―Cuentos de gallegos‖, en La Nación
Revista, 17 de abril de 2005.
10 Muleiro, Vicente: ―El mirador‖, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
11 Madrazo, Cecilia: ―Martín Seefeld: 10 cosas que sé‖, en La Nación Revista, Buenos Aires,
29 de diciembre de 2002.
Vidal, Mario: "Colaboraciones", en http://www.elortiba.org/colabora13.html. Buenos Aires, 2001.
12 Demare, Silvina: ―Cecilia Figaredo METIDA EN EL BAILE‖, Fotos: Alejandra López, en
Clarín Viva, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2005.
13 Savoia, Claudio: ―El equipaje de los sueños‖, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
14 Ferrer de Carrau, Margarita: ―CONVERSACIONES EN EL FILO DEL MILENIO, Entrevista a
María González Rouco‖, en El Tiempo, Azul, 3 de septiembre de 2000.
15 Carballeda, Elsa: ―El altillo de Elsa‖, en Floresta y su mundo. Año 9, N° 106. Febrero de
1999.
16 En La Capital de Mar del Plata.
17 Delgado, Alicia: ―Otra cocina española en Palermo‖, en La Nación Revista, Buenos Aires, 30
de abril de 2005.
18 Puente, Silvia: "En domingo aprendí a pensar", en La Nación Revista, Buenos Aires, 25 de
marzo de 2007.
19 Gil, Rafael: en "de Cartas, Barcos y Trenes", catálogo de la muestra de Néstor Goyanes en
Ática Galería de Arte, mayo de 2008.
20
Alvarez
Russó,
Rodolfo:
"Mis
recuerdos
de
Gardel",
en
http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2009/03/04/mis-recuerdos-de-gardel.html.
Argentinos de otras colectividades
Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes
de los conventillos: ―Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros:
esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los
piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El
conventillo es el reino de la ensalada cruda‖ (1).
La historia de un café tiene que ver con un inmigrante: ―Tan cheto, tan cheto, pero La Biela
empezó siendo, en 1850, una pulpería de un gallego que le quiso poner La Veredita, pero le
salía ‗viridita‘ ― (2).
García Meróu destaca la importancia de los Juegos Florales del Centro Gallego: ―Los Juegos
Florales, en que obtuvieron premios Andrade, Oyuela, Castellanos, García Velloso, etc.,
produjeron un pequeño movimiento literario que debe ser estudiado y apreciado por todo el que
quiera reflejar, aunque sea de una manera superficial, las manifestaciones del intelecto
argentino en la época contemporánea‖ (3).
José Navarro y Humberto Sánchez fundaron la conocida tienda marplatense ―Los gallegos‖.
―Con poca mercadería y muchas ganas de ganar dinero, los dos gallegos dormirían muchas
noches sobre los dos únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio de largas
horas de trabajo y temerosos que un desborde del arroyo se llevara rápidamente las ganancias
del mes‖. A ellos se sumaron más tarde los empleados Enrique Martínez y José Vicario.
―Recuerda doña ‗Conce‘, la esposa de José Vicario que ‗cuando ellos (Vicario, Martínez y
Navarro) iban al campo a hacer propaganda y vender, nosotras las mujeres, preparábamos las
viandas. Es que estaban afuera varios días y debían llevar la comida. Sí, claro que con la
señora de Martínez tratábamos de ayudar. Hubo épocas muy malas, como aquella de la crisis
del 30... bueno, nosotras confeccionábamos ropa interior, camisetas y todas esas prendas para
ser vendidas en la tienda...‖ (4).
Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría ―El Progreso‖ los hermanos Martínez y la esposa
de uno de ellos. ―Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo Kremer- eran medio duros de
entendederas, pro nunca dejaron de pagar sus cuentas, ni de tener preparados los billetes para
los proveedores, cuando estos presentaban sus facturas. (...) Los gallegos, no sólo eran muy
trabajadores, sino que hacían todo solos, no contrataban personal alguno; esto, unido a una
vida austera, hizo que pronto cimentaran su posición‖ (5).
Otros gallegos viajaban a Ushuaia. ― ‘El Gallego Penitenciario‘ ocupó un rol tan destacado en la
historia de los primeros penales que fue honrado días atrás con una estatua recordatoria,
ubicada en un lugar central del Museo del S.P.F. ‗A principios de siglo los primeros guardias
eran gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos
llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el
Hotel de Inmigrantes y eran destinados a unidades de acá‘, recuerda el alcaide mayor retirado
Horacio Benegas, asesor del museo y jefe de visitas de la Unidad 16 en los 60‖ (6).
Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce relatan una anécdota que tiene como personajes a
Discépolo, Tania y un gallego: ―Nos cuenta Francisco García Giménez que alguna vez escuchó
junto con otras oersonas, el siguiente relato de boca de don Enrique Santos Discépolo
(Discepolín): En los días que nos llegaban mal barajados por la suerte contraria, un 24 de
diciembre estábamos en casa solos, secos y amargados. De repente, llamaron a la puerta.
Tania, mi mujer, fue a abrir... ¡Era el gallego del almacén de enfrente con una canasta
repleta!... Desde la avellana al turrón, desde las pasas de uva a la sidra: ‗como ustedes no me
hicieron ningún pedido, me atreví a traerles esto. No se preocupen me lo pagarán cuando
puedan‘. ¡Lo machuqué de un abrazo! Tania, emocionada se puso a llorar‖ (7).
Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Fue
―un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y
lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro‖. ―En 1960, Don Francisco
sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su
deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta
Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni‖ (8).
En Mar del Plata, en noviembre de 2000, el diario La Capital publicó una nota de Esteban
Turcatti titulada ―El gaucho que conquistó el mundo‖. En ella leemos: ―Bernaldo Souto, poeta
gallego, había traducido el Martín Fierro a ese idioma en el año 1980. Establecido en la
Argentina desde hace muchos años, regresó recientemente de su tierra natal, Galicia, donde
es muy conocido por su obra literaria y periodística. Allá brindó una serie de conferencias y
presentó tres libros de poesías bajo el título ‗Luz y sombras‘. Pero su mayor satisfacción fue
enterarse que en fecha próxima, su traducción gallega del Martín Fierro será publicada por la
Xunta de Galicia, en una edición bilingüe de lujo‖ (9).
―Hacia la época del Centenario –destacan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti- cuando la ola
española supera a la italiana, los ‗gallegos‘ (y especialmente los auténticos hijos de Galicia),
asomarán tras los mostradores de almacenes, hoteles, restaurantes, bares y confiterías. La
política de la ‗amalgama‘ triunfará en el lugar menos previsto por sus ideólogos: la cocina (en
todo caso, la cocina del conventillo se presenta como primer espacio de reconocimiento,
negociación e integración). La gastronomía italiana será adoptada, resignificada y servida por
cocineras y cocineros españoles en lugares públicos y en casas particulares. Se estaba
produciendo, en todo caso, el fin de las ‗islas culinarias‘ de los grandes contingentes
migratorios: la revolución ‗que acaba estructurando las características esenciales del menú
porteño. El menú porteño se define: no es otra cosa que los platos más emblemáticos de la
gastronomía italiana junto con la carne criolla y algunos manjares españoles (tortilla de papas)
y franceses (omelettes), cocinados y servidos por hijos de la península... ibérica. Las salsas
tendrán una condimentación distinta (la ‗pomarola‘ se olvidará del aceite de oliva), los tiempos
de cocción serán otros, los ingredientes serán alterados, subvertidos u omitidos. (...)‖ (10).
En España, un gallego que retornó sin haber podido ―hacer la América‖ encontró en los
manjares argentinos un medio de vida. Lo cuenta Norma Morandini: ―como la patria es la
infancia, el tiempo se evoca con los sabores que se perdieron. En una pastelería de la calle
Menéndez y Pelayo, cerca de la plaza Cavia, se forma una fila para comprar. Un pequeño
negocio donde se pueden conseguir medialunas, tarta de acelga, yerba, vinos argentinos y esa
delicia que se arma como exclusividad nuestra, los sandwiches de miga. (...) lejos de lo que
podría pensarse, el negocio no pertenece a ningún argentino. Su dueño, un gallego que vivió
veinte años en la Argentina, al regresar encontró la prosperidad que le fue esquiva como
inmigrante. Gracias a los sabores que se trajo del Río de la Plata, su negocio crece cada día‖
(11).
Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al tango. No es muy amable la impresión
que tenía Carlos Gardel sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a Astor
Piazzolla: ―Mirá pibe, el ‗fueye‘ lo tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como un gallego‖ (12).
En casa de los Villafañe trabajó ―una señora española‖, de la que dice Javier, el titiritero: ―tenía
una memoria extraordinaria y decía romances antiguos españoles –aprendí de ella el Romance
del cebollero-. Pablo Medina destaca: ―La insistencia con que Javier Villafañe vuelve de tanto
en tanto en sus conversaciones sobre la figura de aquella gallega Rosa, la cuentacuentos,
poemas, romances y otros decires, es significativa no sólo por su evocación sino también
porque la califica como imagen formadora‖ (13).
― ‗Si cantan, es ti que cantas; si choran, es ti que choras; i es marmurio de rio, i es a noite, i es
a aurora‘. Estos versos de Rosalía de Castro, así como muchos otros de tantos poetas gallegos
pudieron oírse durante décadas en los labios de Lita Soriano (...) la actriz del decir gallego por
excelencia y aquella intérprete de carácter que supo descollar en teatro, TV y radio,
principalmente. (...) ‗Lita fue una trabajadora total de la actuación. Sufría mucho cuando no
estaba activa. Su vida eran el teatro y sus sobrinos‘, cuenta Roberto Trespando, que fue su
esposo durante 40 años‖ (14).
Refiriéndose a quienes debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz María Rosa Fugazot, en
un reportaje: ―Me crié entre actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un turco,
un judío perfecto. Actores que no imitaban un acento; sabían penetrar una psicología. Los
personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con nostalgia por su tierra y un gran
amor al lugar que los había acogido. Eran seres complejos, que había que saber observar‖
(15).
La actriz Rita Cortese recuerda la presencia inmigrante en la sociedad: ―Cuando yo era chica,
los inmigrantes europeos eran algo vivo y cercano. Tanos y gallegos, como decíamos, estaban
allí, al lado nuestro, en la calle, en el barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus
costumbres, comidas, espectáculos. Formaban parte de nuestra vida cotidiana‖ (16).
Carlos Gorriarena evoca su infancia cosmopolita: ―Mis primeros recuerdos son los de un barrio
de casas bajas, espaciadas, deplorables; frescas en el verano por las enredaderas, los vastos
espacios de las quintas que entonces, donde ahora también se levantan deplorables edificios
altos, proveían de verduras a la pueblerina capital. Calles de tierra, con puentecitos que las
separaban de las zanjas de las aguas servidas; también de las aguas de lluvias torrenciales, de
las veredas también meadas por los perros y cubiertas por tramos de pastizales cortos. (...)
Una población poco indígena, compuesta de inmigrantes armenios que por las noches se
reunían en manadas para rememorar los asesinatos cometidos por los turcos... Polacos,
italianos y gallegos‖ (17).
La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y
que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam
Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana,
comenta que la anciana ―De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había
descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo
rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos
saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa
eran mejores que con la picada común‖ (18).
Maximiliano Matayoshi es el autor de Gaijin, novela que ganó en 2002 el premio Primera
Novela Alfaguara - UNAM.
El expresó: "Me fascina la cultura celta, los irlandeses y los escoceses. La primera atracción
que tuve fue su rebeldía, su estar en contra del Imperio. Después hay un montón de miradas
que tienen los celtas que son tan poco occidentales y tan ricas de por sí. Estudié inglés en
Edimburgo y en Dublín. Me encantan. Son una cultura que se quiso acallar pero que peleó para
salir a la superficie. Los irlandeses pelearon hasta el final, los escoceses pelearon hasta el
final, los gallegos la pelearon yéndose, emigrando. Porque no siempre irse es escapar. Lo celta
quedó como símbolo de la rebeldía" (19).
En ―A Coruña, con sugestivos semblantes‖, escribe Horacio de Dios: ―don Amancio Ortega, que
nació y sigue viviendo aquí, lanza los modelos que se extienden en todo el planeta al compás
de sus tiendas Zara y marcas anexas que lo han convertido en uno de los diez hombres más
ricos del mundo, según la revista Forbes. (...) Lo que ocurre es que su historia de éxito
espectacular tiene mucho más que ver con la actualidad que el antiguo sueño de hacerse la
América y volver a la patria chica para construir una mansión que demostrara a los vecinos qué
bien les había ido. Los gallegos dejaron de emigrar y hoy son un ejemplo para seguir sin salir
de su casa‖ (20).
John Argerich se refiere a algunos inmigrantes: ―recordé una copla que cantaban los mozos
gallegos del Munich que hay frente al Rosedal: ‗De Cádiz a Vigo/ de un salto llegué.../ Tan sólo
por verte/ La punta del pie‘ ‖ (21).
En ―El gueto de Villa Crespo‖, Alberto Benchouam escribe: ―También se cuenta la graciosa
historia de una gallega, encargada de un inquilinato que al ver aparecer a un niño llorando por
un insulto, exclamó extrañada: pobre niño... qué culpa tiene de ser judío y se dice que en ese
mismo mes increpó a un compadrito: Mire usted hace tres meses que me debe el alquiler de la
pieza... sepa que aquí hay muchos que aunque son judíos y no los saca usted de esa por
perdidos que estén... pagan puntualmente‖ (22).
En 2006 se vio en la Argentina la miniserie Vientos de agua, una coproducción del canal
Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares (la sociedad de Campanella y el autor Eduardo
Blanco. La dirigen Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Paula Hernández y Bruno
Stagnaro (23).
Entrevistado por Sandra Russo, manifestó Campanella: ―La coproducción argentino-española,
una historia de exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo XX y los
argentinos que huyeron en el 2001 admite, según Campanella, una clara connotación:
―Tenemos la fantasía de ser ‗apolíticos‘, pero hacemos política permanentemente, hasta
cuando miramos televisión‖.(...) Cuenta Campanella que para los trece capítulos de Vientos de
agua trabajaron dos años y medio. ―Escribimos los dos primeros guiones cuatro autores juntos:
Aída (Bortnik), Juan Pablo (Domenech), Aurea (Martínez) y yo. Fueron ocho meses. No sólo
había que recrear la génesis de los personajes, sino el modelo de estructura sobre el que
descansaría la historia. Mucho ida y vuelta, mucha reescritura. El resto de los guiones se llevó
adelante desde marzo de 2004.‖ La idea de entrecruzar a un inmigrante asturiano analfabeto
que abandona su tierra natal perseguido por la Guardia Civil con la de su propio hijo, un
arquitecto que en 2001 cruza el Atlántico hacia España buscando cómo rearmar su vida y
mantener a su familia, se le ocurrió al director mientras vivía en EE.UU., donde residió 18 años.
―Un día, en Nueva York, me desperté a las cinco de la mañana para leer todos los diarios
argentinos antes de ir a filmar, y pensé ‗pobre el abuelo, que no podía hacer esto‘, pero
después, destruido por la realidad argentina, me dije: ‗bueno, qué suerte que el abuelo pudo
olvidarse de todo y empezar de cero‘. O sea, el desarraigo, antes y ahora, es tremendo.‖ Y
sobre el desarraigo cabalga Vientos de agua, porque tanto en el barco ―Aquitaine‖, que trae al
asturiano Andrés Olalla a la Argentina, como en el piso madrileño en el que se hospeda
muchas décadas más tarde su hijo, hay cubanos, húngaros, franceses, italianos, gente que por
un motivo u otro tuvo que dejar su tierra y se hace mutuamente una compañía precaria pero al
mismo tiempo férrea: la compañía que se hacen los desesperados. Allí nacen esas amistades
que se mantendrán de por vida y los roces inevitables de los que intentan permanentemente
mantener algún tipo de equilibrio‖.
―¿Por qué Andrés es asturiano y no gallego? De las corrientes inmigratorias, la más
identificable para los argentinos es la gallega. Quienes trabajaban en la miniserie dudaban.
Hubo un par de elementos que inclinaron la balanza hacia Asturias. ―La idea siempre fue serles
fiel a todos los idiomas y dialectos. Se habla italiano, pero también genovés o comasco, por
ejemplo. Y el bable, que es el dialecto asturiano, es menos cerrado y más parecido al
castellano‖, cuenta Campanella. ―Pero además, Asturias es España, el resto es tierra
reconquistada. Y hubo revueltas mineras en el ‘34, que fueron la mecha que encendió la
Guerra Civil. Así que tomamos el mundo minero de Asturias‖ (24).
En noviembre de 2006, me escribió Nisa Forti Glori, italiana radicada en la Argentina: "Yo
estuve en Vigo-Nigrán-Bayona en abril-mayo y volví embelesada por la belleza de las rías y por
la serenidad y 'honestidad' de los lugareños. Con decirte que cuando llegué, creo que a
Santiago de Compostela, un empleado o funcionario en el aeropuerto me saludó así:
'Bienvenida a esta ciudad. Aquí no debe preocuparse por nada. Nadie la va a asaltar, ni a
robar,ni hacerle daño. Dediquese a disfrutar su estadía. Queremos que vuelva'. Me sonaron a
palabras celestiales".
El tenor Darío Volonté recuerda una anécdota que tuvo como personaje a un inmigrante:
―Trabajó para varias agencias de fletes y algunas empresas. ‗Cargué heladeras, bolsas de
cemento, pianos, lo que fuera‖, cuenta. Y empezó a tomar clases de canto con José Crea, su
‗único maestro‘. Quien le hizo comprender que contaba con una voz de tenor que podía ser su
instrumento. Una tarde, cuando se estaba yendo a su clase, otro fletero lo paró:
- ¿A dónde vas?
- A Temperley, a estudiar canto.
- ¿Se come de eso?
- Si a uno le va bien, sí.
El Gallego lo despidió con un mensaje ‗bien de inmigrante que se rompió el traste‘, que Volonté
no olvidaría jamás: ‗Entonces, estudiá‘ ― (25).
Rolando Hanglin evoca a una mucama gallega: ―Mi cuñada María José Ordóñez tiene una
mucama de 80 años llamada Ricarda. Llevan juntas algo más de 50 años. No son muchas las
tareas que Ricarda cumple hoy: es una señora mayor. Pero nunca será despedida. Jamás será
sancionada. No piensa entablar litigio laboral. Porque María José y Ricarda pertenecen a la
vieja alianza. Patrona y mucama, dos mujeres unidas en la riqueza y en la precariedad, la salud
y la enfermedad, la suerte y la desgracia. Para siempre. La patrona (en este caso) paga la
jubilación, algunos pesos para gastos y el plan médico privado. Uno de los buenos. Y la
mucama vive en su casa de siempre, la casa de la patrona. Allí tiene su habitación, sus
cuadros, sus fotos, su ropa, sus recuerdos. Así será, hasta que llegue la hora final para alguna
de las dos. Naturalmente, Ricarda tiene sus hijos y sus nietos.Y los visita regularmente. Pero
ya se sabe: es ley de vida, los hijos tienen, cada uno, su propia historia. Hoy por hoy, cada uno
tiene que contar –para la vejez– con un puñado de seres queridos que ha elegido uno mismo.
Su pareja, tal vez un hermano, algún amigo entrañable... ¡Y eso es todo! Así era antes. Mi tía
Cándida Braga tuvo durante 50 años a doña Carmen García, oriunda de La Coruña. Y mi
abuela Matilde contó con la morenísima Lucía, a quien poco y nada pudo pagar en los últimos
años. Hasta que las dos murieron de viejas. En esa íntima alianza incondicional, cada una
tenía su papel. La mucama era mucama. La patrona era señora. "La señora." Había códigos de
respeto sacrosanto. Una daba las órdenes (nunca como una tirana caprichosa; eso no es de
señora), la otra obedecía ligerito, pero sin servilismo. Cocinando y barriendo con un nivel
profesional que ya no existe. Había jerarquías diferentes, pero al mismo tiempo solidaridad,
ternura, afecto, compañía, decencia‖ (26).
Desde Madrid, escribe Silvia Pisani: "A los alcaldes españoles les ha dado por cuestionarse.
No por chanchullos inmobiliarios -¿qué es eso?- sino por banalidades tales como las últimas
causas aristotélicas. Ahí va un ejemplo: "Madrid, ¿qué pasaría si nunca pasara nada?",
interroga -campaña publicitaria mediante- el ascendente regidor madrileño, Alberto Ruiz
Gallardón.
Por pasar, pasa de todo. Incluso que la población rota, cambia, hace la valija, viene y se va a
ritmo de vértigo. Hoy, según datos oficiales y a caballo de la fuerte corriente migratoria, uno de
cada seis habitantes de la capital española es extranjero. Vienen de todos lados, de todas las
lenguas y con una fuerte posibilidad de empezar su nueva vida como camarero.
Ellos llegaron y otros se van, desaparecen, se transforman o, como corresponde a la época, se
reciclan. Y el cambio ahora se devora al mozo gallego, convertido en especie en extinción, en
beneficio de la nueva camada de camareros que llegan sobre todo de América latina, y que, en
vez del áspero "¿qué le pongo?" cuando uno se acerca a la barra, ofrecen, con voz temerosa,
un "agüita" después de comer.
Se acaban los mozos gallegos. Y es posible que los últimos se encuentren en Buenos Aires,
como una especie para proteger. Una estirpe que desciende de aquellos otros inmigrantes que
llegaron cuando la ciudad no era una "actitud" sino una poderosa esperanza. Una mano
servicial y entrañable que, como casi todo, un día crece. Y se va" (27).
"En febrero de 2008, comenta José Enrique:
"No soy gallego ni descendiente de ellos, quizá el hecho de haber nacido en la Quinta Provincia
Gallega, Buenos Aires, me otorgue algun derecho sobre el tema, era apenas un hablante y
estudioso del habla de nuestros vecinos brasileños hasta encontrame con una nasa cuya
carnada era un escrito en Gallego Reintegracionista, entré en la nasa. Los gallegos saben que
esas nasas de Normas Gramaticales tienen muchos agujeros y centolla o rodaballo que en ella
entre sólo se queda adentro si le alcanza algun hechizo. Pues al diablo con las normas, Dónde
están las palabras genuinas de los hombres de la tierra? Así este argentino que había
navegado de la Bahía de San Salvador hasta las costas portuguesas, seguido el viaje hasta
Angola, Timor y siempre más allá, acabó en las Villas de Corme y Laxe y raspando las piedras
de la costa arrancando los frutos del mar con los perceberos de El Roncudo. Vivo en Australia
y más allá del Tango y el Mate, aprender buen Gallego es la manera de dejaros bien claro que
sois mucho mucho más que el blanco de nuestros "Chistes de Gallegos". Sólo una cosa, estos
gallegos de Galicia no son ni la sombra de los gallegos de ultramar, no tienen el aliento ni el
arrojo de los gallegos de Buenos Aires. Le cabe a Ustedes cuidar el idioma y enfrentar a la
Xunta en la obstinada defensa de lo que les corresponde y gallego que se atreva a la pedante
intención de negaros tal derecho, también se llevará una hostia de este neofalante. Mis tangos
australianos en el URL http://www.unsigned.com/tangobarquartet, mi regalo y homenaje final.
Apertas" (28).
Notas
1. Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El
conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. S/F: ―Programa de Domingo‖, en Clarín Viva, Buens Aires, 9 de noviembre de 2003.
3. García Merou, Martín: Recuerdos literarios. Prólogo y notas de Julia Elena Sagaseta.
Buenos Aires, Rudeba, 1973.
4. S/F: ―El baratillo‖, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
5. Kremer, Isaías Leo: ―Proveeduría ‗El Progreso‘ ―, en Mundo Israelita. Buenos Aires, 8 de
agosto de 2003.
6. Messi, Virginia: ―Los últimos días de la vieja cárcel de Caseros‖, en Clarín, Buenos Aires, 8
de noviembre de 2000.
7. Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de
Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
8. Marabotto, Eva: ―La esquina del librero, barro y pampa‖, en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
9. Turcatti, Esteban ―El gaucho que conquistó el mundo‖, en La Capital, Mar del Plata, 5 de
noviembre de 2000.
10. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
11. Morandini, Norma:
12. S/F: ―Astor Piazzolla. Alma de bandoneón‖, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de
2000.
13. Medina, Pablo: ―Historias de ida y vuelta‖, en Villafañe, Javier: Antología. Obra y
recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
14. Gorlero, Pablo: ―Lita Soriano: una actriz de carácter‖, en La Nación, Buenos Aires, 28 de
marzo de 2004.
15. Cosentino, Olga: ―Cosecharás tu siembra‖, en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
16. Gaffoglio, Loreley: ―Me acordé de un viejo amor‖, en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio
de 2002.
17. Gorriarena, Carlos: ―gorriarena por gorriarena ‗Un cuadro tiene que romper la pared‘ ―, en
www.pagina12.com.ar, 26 de Junio de 2005.
18. Becker, Miriam: ―La última idische mame‖, en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.
19. Giuffré, Mercedes: ―En busca de la identidad argentina‖, en Sitio al margen, Diciembre de
2003, www.almargen.com.ar.
20. Dios, Horacio de: ―A Coruña, con sugestivos semblantes‖, en La Nación, Buenos Aires, 12
de septiembre de 2004.
21. Argerich, John: ―El amasijo ARRIBA Y ABAJO (Donde se habla de lo que dijo el finado
Pestolini en cierta oportunidad), en Argentina Universal, Wahington D. C., Septiembre de 2005.
22. Benchouam, Alberto: ―El gueto de Villa Crespo‖, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen
(comp.): Crecer en el gueto Crecer en el mundo. Buenos Aires, Milá, 2005.
23. Lamazares, Silvina: ―DETRÁS DE ESCENA DE LA GRABACION DE ‗VIENTOS DE AGUA‘
Una historia de inmigrantes en dos tiempos‖, en Clarín, Buenos Aires, 2 de setiembre de 2005.
24. Russo, Sandra: ―Vientos de agua‖, la miniserie dirigida por Juan Jose Campanella ―Antes y
ahora, el desarraigo es tremendo‖, en www.pagina12.com.ar, 11 de Junio de 2006.
25. Slusarczuk, Eduardo (texto) y Rosito, Enrique (fotos): ―La voz del barrio‖, en Clarín Viva,
Buenos Aires, 26 de noviembre de 2006.
26. Hanglin, Rolando: ―PENSAMIENTOS INCORRECTOS Las mucamas‖, en La Nación
Revista, Buenos Aires, Domingo 31 de diciembre de 2006.
27. Pisani, Silvia: "El mozo gallego, en extinción", en La Nación, 18 de marzo de 2007.
28.
http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2008/01/19/noticias-argentinas-enanosacosta.html
Inmigrantes de otras colectividades
En 1944, escribe Constancio C. Vigil en El Maíz, fabuloso tesoro (1):
"Pero una vez más les ocurrió a los españoles, y luego a los restantes europeos, lo mismo que
le ocurre a cada hombre en particular: lo de mirar y no ver, lo de tener y no saber lo que se
tiene, lo de menospreciar lo ya alcanzado para desear otra cosa.
Sólo hubo una excepción y correspondió a los de Galicia, porque poseen mucho de aquello
que se llama 'sentido común'. Los gallegos advirtieron que el maíz superaba al oro, puesto que
era oro comestible, lo valoraron en todos sus quilates, lo sembraron con amor, lo cosecharon
con entusiasmo y lo aderezaron a la manera de los indios. Aún hoy se come en Galicia un pan
de maíz que es manjar difícilmente superable. La planta del maíz o su mazorca están allí
siempre presentes, como si estas provincias fueran una prolongación de América. Más aún lo
parecen porque su gente vive con el pensamiento allá y aquí a la vez, y físicamente viene y
regresa de contínuo, y no cree cambiar de patria cuando llega al Nuevo Mundo" (1).
Vigil, Constancio C.: El maíz, fabuloso tesoro. Buenos Aires, Atlántida, 2007. 120 pp.
Gallegos no inmigrantes
José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de Orense, se refirió en 1998 al
sentimiento de los gallegos emigrantes: ―Los gallegos han colaborado en la realización de la
Argentina, pero nunca se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir un sentimiento
de rencor por no haberles dado la posibilidad de progresar en su lugar de nacimiento. Ellos
saben que si Galicia no les ha dado oportunidades es porque no ha podido‖ (1).
En una entrevista, afirma Carlos Rodríguez Brandeiro, Coordinador del Area de Lengua
Gallega del Colegio Santiago Apóstol, de Buenos Aires: ―muchos de los padres de los niños,
aunque son gallegos o descendientes de gallegos no tienen conciencia de ello e incluso a
veces lo niegan. Tengo la sensación de que dejan lo gallego un poco de lado. Creo que el
ambiente global de Buenos Aires, aunque por la cantidad de gallegos y descendientes que hay
aquí le decimos la quinta provincia gallega, no es de galleguidad‖ (2).
Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un instrumento muy difundido. El gaitero Carlos
Núñez, de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que ―los mejores gaiteros no
permanecieron en Galicia sino que la mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada‖. En
la Argentina y en Cuba, entraron en contacto con otros ritmos, al punto que ―La música gallega
se benefició de estas influencias, de estas tradiciones más abiertas‖ (3).
Arturo Lezcano me escribe que la madre de José María Martín trajo desde Galicia un cuadro
titulado ―La abuela y el niño‖, de Fernando Alvarez de Sotomayor. Pensaba procurarse con su
venta algún dinero para establecerse en América.
Notas
1 Estévez, Paula: ―Buenos Aires es nuestra 5° provincia de ultramar‖, en La Prensa, 7 de
noviembre de 1998.
2 Ruiz, Mariana: ―Carlos Rodríguez Brandeiro, Coordinador del Area de Lengua Gallega del
Colegio Santiago Apóstol ‗Con nuestro trabajo queremos conseguir que el Colegio irradie
galleguidad en Buenos Aires‘ ―, en Galicia en el mundo. Buenos Aires, 5-11 de julio de 2004.
3 Monjeau, Federico: ―Carlos Núñez. En la cresta de la ola celta‖, en Clarín, Buenos Aires, 11
de mayo de 1998.
Foto: http://www.agrileira.com/images/fotoscarlosn.htm.
Foto de A L: http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2001/04/28/536219.shtml
Españoles inmigrantes
Sergio Pujol cita el testimonio de un inmigrante asturiano famoso: ―en los ambientes copados
por inmigrantes, quien desee tutearse de vez en cuando con el tango deberá aceptar el
espectáculo de otras danzas; la jota hace furor en el Velódromo y en el Pabellón se bailan
todos los ritmos, según ordene el maestro de turno. Escribirá años más tarde el dibujante
Alejandro Sirio en su libro De Palermo a Montparnasse: ‗Bajo hileras de banderitas españolas,
en medio de una babélica algarabía de baladros ‗iujujús‘ y ‗aturuxos‘ y al son de la jeremíaca
gaita, la gimiente chirimía, la zumbona guitarra, del insistente bombo, el redoblante tambor y la
intermitente pandereta, brincan y saltan estos romeros sus jotas, zortzicos, sardanas, muñeiras
y seguidillas, hasta quedar extenuados. Bailan para descansar del agobiador trabajo cotidiano‖
(1).
Notas
1. Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp.
Españoles no inmigrantes
En febrero de 2005, el Presidente de España, Don José Luis Rodríguez Zapatero, escribió al
Centro Gallego de Azul. En esa misiva expresó: ― (...) Estuve encantado de visitar el país
hermano que ha acogido a tantos ciudadanos españoles, que en muchas ocasiones y por las
dolorosas circunstancias que todos conocemos, no tuvieron más remedio que dejar España
para refugiarse en otros países, de entre los que cabe destacar muy especialmente la
República Argentina, en donde fueron recibidos con tanta solidaridad y cariño. (...) ― (1).
Entrevistado por Marina Aizen, dijo Julio Iglesias, madrileño hijo de un orensano: "Argentina es
un país que no puedo entender. ¿Cómo un país hecho por inmigrantes se convierte en un país
de emigrantes en el mismo siglo? Un país donde llegaron los bisabuelos con tanta visión, con
tanto cariño, tantas fuerzas, se montaban en aquellos barcos, si vieran que después de 80
años esos bisnietos, nietos, tuvieran la necesidad de irse" (2).
Notas
1 S/F: ―El Centro Gallego de Azul recibió el agradecimiento del Presidente de España‖, en El
Tiempo, Azul, 27 de febrero de 2005.
2 Aizen Marina (texto), Canero, Jesús (fotos): "Si me dejas no vale", en Clarín, Viva, 8 de abril
de 2007.
Destacados
Agrasar, Ramón
―Fundada en 1896 por don Ramon Agrasar, gallego de Pontevedra, la estancia La Julia sigue
en manos de la familia. Hoy es Alicia Agrasar la anfitriona de una casa, sólida e infinitamente
calida, que encuentra su mejor simbolo en una chimenea que también le da al sitio genuino
calor de hogar.
A 200 km de Santa Rosa, La Pampa, y vecina de la laguna de Guatrache y de sus fangos
curativos, como también de la colonia menonita Nueva Esperanza, las actividades de La Julia
incluyen visitas a estos sitios poco comunes y de inagotable interes por su naturaleza o su
cultura" (1).
Notas
1. [email protected]: ―Por los caminos de La Pampa En la inmensa llanura, La
Julia ofrece su cálida hospitalidad, cerca de las termas de Guatrache y de la colonia menonita‖,
en
La
Nación,
23
de
julio
de
2006.
Imagen
http://www.lapampaestancias.com.ar/destinos/lajulia/servicios.htm.
Alonso y Pita, Juan Carlos
Juan Carlos Alonso y Pita nació el 6 de julio de 1886 en Ferrol, La Coruña. Falleció el 15 de
febrero de 1945. ―Realizó exposiciones en Buenos Aires, Madrid, Roma, Río de Janeiro, etc.
Fue miembro de la Real Academia Gallega. Emigró a Argentina con 13 años y comenzó a
trabajar en la tienda de un pariente en un pueblo. Muy pronto se marchó a Buenos Aires, donde
empezó a trabajar como recadero en la revista Caras y Caretas. No obstante, dada su
habilidad para la caricatura, pronto entró en la redacción como caricaturista. En 1919 pasó a
dirigir él la revista y más tarde y fundó y dirigió también la revista Plus Ultra. También se dedicó
a la pintura, consiguiendo un gran éxito‖ (1).
Notas
1 S/F: Juan Carlos Alonso y Pita‖, en www.galegos.info.
Amigo, Manuel
―El artista plástico Manuel Amigo nació en Lugo, España, en 1946. Vivió en la Argentina desde
los 3 años y falleció en Buenos Aires en 1992. Artista polifacético, fue fundador y director de la
revista Posta y Nudos en la cultura argentina. Participó de las tendencias artísticas ligadas al
movimiento popular, militando activamente en la lucha antigolpista de 1974 a 1976 y en la
resistencia a la dictadura‖ (1).
1. S/F: ―Muestra plástica ‗Un arte contra el horror‘ ―, en El Barrio Villa Pueyrredón, Abril 2006,
Año VIII, Ed. Nº 84.
Bermúdez, Gerardo
La Juvenil es, por calidad, trayectoria y servicio, la empresa líder en pastas frescas
artesanales.
La Juvenil fue desde el comienzo una empresa familiar, y, nos enorgullece decirlo, sigue
siéndolo hoy, cuarenta y un años después de la inauguración de su primer local.
Su fundador, Gerardo Bermúdez, es un inmigrante gallego, que llegó en los años 50 a Buenos
Aires. Rápidamente comenzó a aprender el oficio de fabricante de pastas y, siendo muy joven
aún, abrió su primer local propio, en la Avenida Federico Lacroze, barrio de Belgrano.
Desde entonces -y con la colaboración entusiasta de sus hermanos primero, de hijos y
sobrinos después-, el sueño siguió creciendo hasta alcanzar su dimensión actual, que sustenta
nuestra posición de liderazgo indiscutido en el mercado de las pastas frescas artesanales. (...)".
Notas
1. www.la-juvenil.com.ar, 2000.
Blanco-Amor, Eduardo
Eduardo Blanco-Amor nació en Orense en 1897; falleció en Vigo en 1979. ―En su primera
época se relacionó con escritores de la Generación del 27. Emigró muy joven a Argentina, país
donde desarrolló una importante labor periodística: director de las revistas Céltiga y A Terra,
así como del periódico de la Federación de Sociedades Gallegas de la Emigración;
corresponsal en España del periódico bonaerense La Nación. Fue profesor extraordinario de la
facultad de Humanidades y Ciencias de Uruguay. Hasta 1936 su labor se desarrolló en el
campo de la poesía (Romances gallegos, 1928 y Poema en cuatro tiempos, 1931). En
Argentina publicó una novela en castellano, La catedral y el niño (1949), y algunas obras de
teatro. Sería su novela A esmorga (La parranda, 1959) la que le valdría una gran fama.
Merecen también ser destacadas otras obras como Os biosbardos (1962), Las musarañas (una
recopilación de cuentos), Farsas pra títeres (1973) (Farsas para títeres) y Teatro pra xente
(1974) (Teatro para la gente)‖ (1).
Notas
Varios autores: Enciclopedia Clarín. Buenos Aires, Visor, 1999.
Bouchet, José
José Bouchet nació en 1853 en Pontevedra, ―pero se educó y formó en nuestro país. Pintor
autodidacta, obtuvo una beca para estudiar en Florencia. Fue profesor en el Colegio Nacional
de Buenos Aires y descolló entre los pioneros del arte local‖. A criterio de Juan José Cresto,
―La obra de José Bouchet es numerosa y tiene dos aspectos: motivos históricos y retratos de
personalidades de su época, que a veces resultan de invalorable testimonio representativo. Es
el autor de El malón, Una caravana de indios, San Martín en el Plumerillo y La primera misa en
Buenos Aires. Las dos últimas obras integran el patrimonio del Museo Histórico Nacional‖ (1).
Notas
1 Cresto, Juan José: ―La primera misa en Buenos Aires / Cómo ver la obra‖, en La Nación
Revista, Buenos Aires, 27 de marzo de 2005.
Calle, Salvador de la
Daniel Artola relata la vida de Salvador de la Calle, periodista del diario Crítica: ―Es diciembre
de 1923. Estefanía es una pasajera más del vapor Alba que viene de Vigo, España, rumbo a la
Argentina. El barco está cargado de inmigrantes con sus esperanzas a cuestas. Ella sabe que
el destino está cerca y le habla a su bebé, Salvador, que extiende las manos debajo de la
manta que lo cubre. Tiene la convicción de que ésta será una gran tierra, donde el trabajo y la
felicidad no serán una utopía. A su esposo Rafael lo espera el campo. Después de unos días
en el Hotel de Inmigrantes marchan a El Socorro, un lugar intermedio entre San Nicolás y
Pergamino. Allí necesitan brazos fuertes para sembrar la tierra: el futuro para ellos se
cosechará recogiendo bolsas de maíz. (...) Salvador se ha dado el gusto de volver a la tierra
que lo vio nacer. En 1989 visitó a una tía en su pueblo natal: ‗Estaba en la campña y me la
pasaba comiendo sardina, quesos de cabra y trozos de jamón crudo, porque allí no lo cortan en
fetas como acá‘ ― (1).
Notas
1 Artola, Daniel: ―Salvador de la Calle lleva tres cuartos de siglo residiendo en Saavedra ‗En
1929 el barrio estaba lleno de quintas‘ ―, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Año
6, N° 67, Octubre de 2004.
Cao y Luaces, José María
En su investigación acerca de Caras y Caretas, Adrián Pignatelli señala: ―Los dos dibujantes
que se destacaron, en la primera época del semanario, fueron Manuel Mayol y José María Cao
y Luaces. Mayol era de origen español y de una apariencia física netamente gallega. Era un
dibujante litógrafo que había trabajado en Don Quijote, donde firmaba con el seudónimo de
Heráclito. (...) En cuanto a Cao, había nacido en Lugo. Llegó a Buenos Aires en 1886 cuando
contaba con 23 años. Empezó ganándose el pan haciendo caricaturas relámpago a los
transeúntes que poblaban el Paseo Colón. Luego, se vinculó a un taller de grabados y
comenzó a colaborar en varias revistas, entre ellas El Sudamericano. Colaboró activamente en
Don Quijote, firmando como ‗Demócrito II‘. Cuando se incorporó a Caras y Caretas, en 1898,
también aparecían dibujos suyos en su propia revista, llamada El Cid Campeador, su primera
experiencia editorial. Cao se retiró definitivamente de Caras y Caretas en 1912 y junto a
muchos de sus compañeros de la revista editaron Fray Mocho, en homenaje al famoso
cuentista. También trabajó en el diario La Nación y en Crítica. Cao falleció el 27 de enero de
1918. Cabe preguntarse : ¿cuáles eran las diferencias entre Mayol y Cao? Si bien los unía un
denominador común, y que era el talento para reflejar la realidad, ya que ellos no eran solo
dibujantes, sino ‗periodistas dibujantes‘, los trabajos de Cao apuntaban más hacia lo político y
resultaba más evolucionado. En cambio, Mayol, no sólo se dedicaba a lo político, sino que le
prestaba atención a lo cultural‖ (1).
Notas
1. S/F: ―Caras y Caretas‖ de Adrián Ignacio Pignatelli. Publicado en Historia de Revistas
Argentinas. Tomo II . AAER, incluido en www.learevistas.com.
Cao Turnes, Manuel
"Manuel Cao Turnes, santiagués, nacido el 4 de junio de 1896, que emigrara a los 15 años,
forjando posición y familia en Buenos Aires. Contrajo matrimonio con María Olimpia Corral,
como él emigrante, originaria de la provincia de Lugo, con quien tuvo dos hijos.
Fue uno de los gestores de la Federación de Sociedades Gallegas. Durante la Guerra Civil
colaboró activamente en la organización de la solidaridad con la España republicana, junto a
Ramón Rey Baltar, Campos Couceiro, Blanco Amor y Alonso Pérez, coordinando la ayuda al
frente republicano. Manuel Cao Turnes falleció el 23 de febrero de 1952" (1).
Manuel Cao Corral resume la biografía del inmigrante:
"Soy hijo de padre gallego, nacido en Santiago de Compostela; que ya en el país llegó a fundar
la Federación de Sociedades Gallegas de la República Argentina, hoy ubicada en la calle
Chacabuco 955 de esta Capital.
Nuestro padre desde pequeños nos inculcó el amor a Galicia. En nuestro hogar se respiraba un
permanente aire de galleguidad y recuerdo que festejábamos en los barcos que llegaban de
España, las fiestas de la colectividad.
Nos inculcaron el amor y el respeto a nuestros padres y a nuestra galleguidad.
Comienza mi padre, emigrante gallego, siendo administrador del ―Sanatorio de Cirugía
Ortopédica y Fracturas‖,que , a la sazón, dirigía el Prof. José Vals y como ViceDirector, el Prof.
Luis Dellepiane Rawson, instalados en la calle Chacabuco 464 y mi familia en el piso superior.
Producida la muerte del ViceDirector se incorpora el Prof. Carlos Enrique Ottolenghi y se
trasladan a un edificio de 4 pisos en la calle Maipú 757 pasándose a llamar ―Sanatorio de los
Huesos‖, que tenía una capacidad de 350 camas, consultorios, quirófanos y se atendía a
enfermos accidentados del trabajo.
La permanente vinculación con los directores me iba despertando el deseo de estudiar
medicina. Lamentablemente en 1953 fallece mi padre y el Dr. Ottolenghi me ofrece continuar
con la administración. Acepto -lo que era una enorme responsabilidad- y conduje por más de
10 años dicho sanatorio" (2).
Notas
1 Widmann, E.:
http://www.espaexterior.com/index2.php?&numero=467&accion=noticia&seccion=Exterior&noti
cia=9208
2 http://www.nucleo-ortopedico.com.ar/modules.php?name=News&file=article&sid=108
Foto tomada por CP en la sala homónima en la FAGA.
Cisnero Luces, César
César Cisnero Luces, ―fundador del primer periódico gallego en Sudamérica‖, ―nació el 22 de
setiembre de 1849. Aparte de extensas actividades literarias, viajes a Cuba, Uruguay,
participación en la guerra y finalmente llegada a la Argentina, fue el fundador del periódico ‗El
Gallego‘. Cisneros había participado de una campaña galleguista en el diario ‗El Correo
Español‘ de Buenos Aires y había incentivado así a un grupo de gallegos residentes que
hicieron circular una convocatoria –de la cual Cisneros participó- que daría como resultado la
fundación del primer Centro Gallego de América fundado en Buenos Aires en 1879. La
participación de Cisneros fue importantísima y pocos días después, el 27 de abril de 1879,
aparecía su periódico semanal ‗El gallego‘. Deseoso de alentar al recién nacido Centro
Gallego, puso a su disposición a ‗El Gallego‘ de manera gratuita –a pesar de que le habían
ofrecido un sueldo. (...) Reproducía en él poesías de los mejores vates gallegos; contaba con la
colaboración de los escritores dispersos por América e insertaba las reseñas de todos los actos
del Centro Gallego. Pero El gallego ocasionaba más pérdidas que ganancias a su fundador y
propietario, director y redactor, César Cisnero Luces. (...)‖ (1).
Notas
1 S/F: ―El Gallego‖, en Viajero Celta, Año I, N° 9, Julio de 1996.
Colmeiro Guimaraes, Manuel
Manuel Colmeiro Guimaraes nació en Pontevedra en 1901; falleció en su país de origen en
1999. Llegó a Argentina a los 12 años y volvió a España a los 25. Perteneció a la generación
de los renovadores de la pintura gallega y fue precursor del arte abstracto en España. Contrario
a la tradición regionalista gallega, basada en la reproducción costumbrista de la vida rural,
adoptó la estética de las vanguardias, aunque no por ello dejó de inspirarse en las clases
menos favorecidas. Durante la Guerra Civil Española vivió en la Argentina, vinculado a los
plásticos locales‖ (12). Fue uno de los autores de los murales de las Galerías Pacífico: ―otro
fundamento de Galerías Pacífico son sus eternos murales. Juan Carlos Castagnino, Demetrio
Urruchúa, Antonio Berni, Manuel Colmeiro y Lino Enea Spilimbergo, los fundadores del Taller
de Arte Mural, fueron los cinco pintores encomendados, en 1946, para convertir la cúpula
central del edificio en una verdadera obra de arte de aproximadamente 500 m2" (1).
Notas
1 S/F: ―Galería Pacífico‖, en Aerolíneas Argentinas Magazine, Buenos Aires, Diciembre de
2003.
Cordeiro Monteagudo, Manuel
"Manuel Cordeiro Monteagudo nació en La Coruña en 1927. Llegó a la Argentina en 1952 y
desde ese momento participó activamente de la colectividad gallega en Buenos Aires, desde su
actividad como dibujante y artesano, como así también de dirigente. Editó la publicación ―Lume
Novo‖; fue cofundador del coro ―Brétemas i Raiolas‖ y del conjunto ―Breogán‖; fue activo
representante -a la vez que secretario de estudios- de las ―Mocedades Galeguistas‖; ilustró
revistas y libros editados en Galicia y Argentina; es miembro del Instituto Argentino de Cultura
Gallega desde hace más de 20 años. Actualmente es Vicepresidente de la Fundación de
Cultura Gallega Xeito Novo" (1).
Notas
1. Tilve Rouco, Mariela (texto y fotos): "Manuel Cordeiro expone en el más popular de los
museos de pintura argentina", en Diariocrítico Argentino, 18 de mayo de 2009.
Corral Vide, Manuel
Manuel Corral Vide nació en Lugo en 1952. ―Gallego, de esos que no olvidan ni sus raíces ni
sus tradiciones. El Manuel poeta, periodista, pintor y dibujante de trazo incisivo, hace un culto
de la buena cocina y de la hospitalidad‖ (1).
―En su condición de hombre de cultura ha publicado libros, realizado más de 40 exposiciones
de pintura y dibujo, trabajó como escenógrafo y director de teatro, dirigió revistas y escribió
muchísimos artículos periodísticos. Viajó mucho, pero nunca olvidó su origen gallego,
promoviendo en cuanta ocasión se le presentó, su cultura y tradiciones‖ (2).
Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento que
aúna a chef y comensales: ―A través de Morriña (palabra entrañable para nosotros) el nombre
de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron de las
características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria
cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión‖ (3).
El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de ―Cocina gallega‖,
leemos: ―En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena
paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años
en la Argentina)‖ (4).
Décadas más tarde, el chef incluye el conejo en su menú celta, que consta también de una
―Cabeza de Jabalí sobre tostadas‖ y ―Paleta a la armoricana con habas verdes‖, entre otros
platos (5).
Notas
1 S/F: ―BIENVENIDOS A VIDES, TAPAS Y VINO La sencilla calidez de una tasca‖, en
http://www.videstapas.com/.
2 S/F: ―Cocina Celta de Manuel Corral Vide‖, en www.labasicaonline.com.ar.
3 Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
4 Corral Vide, Manuel: ―Cocina gallega‖, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos
Aires, 14-20 de febrero de 2000.
5 Corral Vide, Manuel: ―Menú Celta de Samain‖, en http://www.videstapas.com/
Cuadrado Moure, Arturo
Acerca del arribo de C M a la Argentina, escribe Dora Schwarztein:
"El 5 de noviembre de 1939, a bordo del Massilia, llegaron exiliados con destino a Chile,
Paraguay y Bolivia. " "No permiten ni asomarse a los ojos de buey a los intelectuales españoles
en tránsito", titulaba el diario local Noticias Gráficas la noticia del arribo del Massilia al puerto de
Buenos Aires, "Las medidas adoptadas contra el grupode intelectuales y artistas españoles son
de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un
marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a
ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No
sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente
que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la
sombría situación de los delincuentes incomunicados" " (1).
Cuadrado Moure evoca su juventud: "Tuve el capricho y la suerte de entregarme a la famosa
generación del 98 español. Fueron mis amigos y maestros don Ramón María del Valle Inclán,
don Miguel de Unamuno, don Pío y Baroja, Ortega y Gasset. Con ellos he vivido, con ellos he
aprendido a luchar y también a vencer. Porque en mi generación no sabemos de derrotas, no.
Hemos sufrido persecución, guerras, cárcel, exilio y todo se ha transformado en una canción.
(...)
En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que
matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi
dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid,
Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América. Era
nuestro guía espiritual, nuestro árbol intocable, profundo y alto, don Antonio Machado. (...)
desde México a Buenos Aires realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras esperanzas,
todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que habíamos triunfado... Ortega y Gasset
nos había enseñado el camino de amar más que luchar‖.
Manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que cumplir en su nueva tierra: ―Volver a
España, ya... ¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón entre amigos. Creo que la República
Argentina, como el resto de América, está en un despertar, tenemos una obligación con la
gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están estos corazones que llegaron
del exilio español‖ . Y expresa su agradecimiento hacia la Argentina: ―Aquì tuvimos gente
importantìsima, sòlo queda Rafael Alberti. Cuando nos encontramos la ùltima vez por las calles
de Madrid, los dos soñàbamos con Buenos Aires. Fue alto ejemplo para la vida espiritual que
dos poetas ya viejos, de 90 años, recordemos con ardor que le debemos nuestro vida, que le
debemos nuestra libertad a este maravilloso pueblo argentino, al cual tenemos que exigir,
pedir, que obligar a que no se duerma, a que no frivolice. Un gran futuro nos espera, el mundo
entra en el momento de una gran reconstrucciòn, tenemos que construir, que cantar, que vivir y
para eso tenemos la historia, tenemos los libros y tenemos la gran puerta que es este cielo de
la Cruz del Sur que acogiò a todos los poetas que habìan perdido su nacionalidad para
hacerlos nuevos ciudadanos en un pueblo bello, justo, alegre y con un gran destino intelectual‖
(2).
En agosto de 1998, Clarín lo evocó así: ―Había nacido en Alicante pero amaba el aire seco,
austero, de Galicia, donde vivió la adolescencia. Enamorado fiel, trabajó desde joven en
publicaciones dedicadas a la defensa de la cultura gallega. Su generación supo unir en un
mismo haz los fervores políticos, los culturales y la celebración de la vida, y él honró todas
estas pasiones. Todavía no había cumplido un cuarto de siglo cuando fundó, con más
entusiasmo que capital, la librería y editorial Nike. La Guerra Civil lo encontró, claro, en las filas
de la República. Pero ni entonces Arturo Cuadrado Moure abandonó el oficio: dirigió las
ediciones del Ejército del Este, hechas -otra vez- más a fuerza de voluntad que de papel. Bajo
ese sello y bajo las balas se dio el lujo de publicar España, aparta de mí este cáliz, de César
Vallejo; La rosa blindada, de Raúl González Tuñón; El viento en la bandera, de Córdova
Iturburu, y España en el corazón, de Pablo Neruda. Después, la derrota lo obligó al exilio.
Como tantos otros republicanos que en México, en Chile y en la Argentina se convirtieron en
animadores de la vida cultural, Cuadrado Moure no se dejó ganar por la melancolía. Fue
periodista en la Crítica de Natalio Botana y fue cofundador y director de las editoriales Emecé,
Nova y Camino de Santiago. También de Botella al Mar, una editorial de poesía que hubo de
publicar más de tres mil títulos, entre ellos, poemas de un joven Julio Cortázar y también de
Alejandra Pizarnik. Más editor que poeta, pero también poeta, entre sus libros están Soledad
imposible y Canción para mi caballo muerto. Dirigió, además, por décadas, el semanario
Galicia. En 1995, la embajada de España lo condecoró con la Medalla al Mérito Civil. Murió el
5, a los 94 años, en Buenos Aires‖ (3).
Notas
1 Schwarsztein, Dora: "La llegada de los republicanos españoles a la Argentina", en Estudios
Migratorios Latinoamericanos, Nº 37, CEMLA, Buenos Aires, 1997.
2 S/F: ―Esa magnífica legión de viejos‖, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
3 S/F: ―El oficio de editar, aun bajo las balas‖, en Clarín, 9 de agosto de 1998.
Deus, Camilo
"Camilo Deus nació en 1934 en Chantada, Provincia de Lugo; llegó a Buenos Aires en 1948.
Integró los conjuntos Bretemas e Raiolas, Lembranzas da terra y Centro Arzuano Mellidense;
los coros Breogan y Rosalía de Castro y la Agrupación Folklórica Tuy Salceda. En la actualidad
integra la Agrupación Folklórica Baixo Miño. Viajó a España con el Centro Arzuano Mellidense
en el año 1998 y, con la Agrupación Folklórica Tuy Salceda, en el año 1996. Fue integrante de
la Comisión Directiva y músico del AGGA (Asociación de Gaiteros Gallegos Argentinos).
Integra actualmente la Banda de la Unión de Sociedades Gallegas, la cual ha tocado en el
banquete en agasajo a la visita al país del Presidente de la Xunta de Galicia Don Manuel Fraga
Iribarne. Participó junto a la Agrupación Folklórica Baixo Miño en los festejos realizados en la
Casa de Galicia de Buenos Aires en relación a la Boda Real de Felipe de Borbón y Letizia
Ortíz".
Camilo Deus fue vocal de la AGGA, asociación que lamentablemente ya no existe, cuyo
Estatuto general tenía por objetivo: "1) Difundir y preservar el folclore musical gallego en todas
sus expresiones.2) Priorizar y recuperar los valores culturales de la emigración gallega en
América.3) Difundir y enseñar la ejecución de la gaita gallega y demás instrumentos
tradicionales.4) Realizar tareas de investigación musicológica sobre las diversas
manifestaciones musicales de Galicia y sus inmigrantes en América".
La Asociación de Gaiteros Gallegos Argentinos era "una entidad civil sin fines de lucro
compuesta por el siguiente Consejo Directivo: Presidente: Daniel Alejandro Pazos,
Vicepresidente: Norberto Pablo Cirio, Secretario: Walter Almirón García, Pro secretario: Carina
Fragoso, Tesorero: Javier Alvite, Pro tesorero: Gustavo Fernández, Primer vocal: María Jesús
Rodríguez, Segundo vocal: Sebastián Fentanes, Tercer vocal: Jesús Mariño, Vocal suplente
primero: Camilo Deus, Vocal suplente segundo: Ademar Alvarez; y un Consejo Revisor de
Cuentasintegrado por Héctor Mario Bedoya y Juan Carlos Vila" (1).
Gabriel Deus – hijo del gaitero, y gaitero él mismo de la Agrupación Folklórica Baixo Miñoescribe: ―los grandes maestros gaiteros, (...) en sus dedos, al ejecutar la gaita, demuestran en
cada nota el sentimiento de un inmigrante‖.
Notas
1. Deus, Gabriel: e-mails enviados a MGR.
Dopazo Goutade, Manuel
Manuel Dopazo Goutade (Santirso de Manduas, Pontevedra, 1883).
En un extenso trabajo, del que reproduzco un fragmento, Manuel Castro destaca la relevancia
de Manuel Dopazo: "La llegada de una compañía de zarzuela a Buenos aires que ofreciera
Maruxa, requería la presencia de un gaitero. Manuel Dopazo era el elegido. Su actividad
artística lo hizo llevar la gaita al Teatro Colón que es a lo máximo a lo que se puede aspirar.
Fue la noche del 12 de octubre de 1930 estando presente en esa ocasión el Presidente de la
República Argentina, don Hipólito Yrigoyen. Dopazo y sus músicos también recorrieron Brasily
Uruguay. Participó en la película "Cándida" con la famosísima Niní Marshall y en "La calle junto
a la luna" con Marisa Ibáñez Menta y Juan Carlos Thorry. Además de ser un eximio ejecutante,
Dopazo fabricaba gaitas, generalmente para vender y fue aquí en Buenos Aires donde
aprendió a tornear. Manuel Dopazo vivió de la gaita y mantuvo una familia de once hijos. Fue el
único que pudo hacer eso, otros gaiteros tenían otros trabajos. Soldaba las gaitas con plata,
soplando y eso lo llevó a la tumba" (1).
Notas
1 Castro, Manuel: "Manuel Dopazo", en Viajero Celta, Año I, N° 9, Julio de 1996.
Fajardo, Manuel
Entrevistado por Leila Guerriero, Manuel Fajardo, propietario de las pizzerías La Continental,
afirmó: "-Lo que más orgullo me da es que les he dado trabajo a más de 700 argentinos -dice
Manuel, que vive en una casona de Parque Centenario seis meses al año y los otros seis
meses los pasa en España-. El secreto es trabajo, trabajo y más trabajo" (1).
Notas
1. Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): "Cuentos de gallegos", en La Nación
Revista, 17 de abril de 2005.
Fernández, Manuel Rosendo
"Buenos Aires es la Capital más europea del Continente, en la que abundan los rincones
amistosos, aptos para citas amorosas, refugio de soledades, para confesiones entre amigos,
para una discusión política, una reunión de negocios o una clase de tango.
Ellos son los Cafés y Confiterías porteñas. Sin ellos seria inconcebible esta Ciudad, nostálgica,
amistosa y por momentos tan mágica. Las confiterías y cafes, son una de sus principales
características.
Privilegiado balcón fue y es, la Confitería IDEAL.
Nacida a solo dos años de los festejos del Centenario de la Independencia, emplazada a pocos
metros de la avenida Corrientes y Suipacha, esquina porteña si las hay, la Confitería IDEAL
ofrece, como pocos rincones de Buenos Aires, la oportunidad de mostrar los secretos de esta
Ciudad.
Ni muy vieja ni muy moderna, ese enorme espacio vibra sin alterar a sus mozos, la mayor parte
con mas de 30 años de servicioen la casa. Estas canas que guardan tanta historia podrían
mencionar a los cientos de famosos que se llegaron a sus salones. Visitantes como Maurice
Chevalier, María Félix, Dolores del Río, Vittorio Gassman, Robert Duvall. En ella se filmaron
películas como "Tango" de Saura o la versión de "Evita" con Maddona. Muchos Presidentes
argentinos y funcionarios de todos los rangos, disfrutaron de el "copetín en la IDEAL". Artistas,
escritores, pintores y músicos de todas las épocas la visitaron.
Sus Vitreaux y sus arañas, sus paredes recubiertas de añejas maderas importadas y las
opulentas escaleras de mármol, y su famosa "Pérgola", única en el mundo, evocan sin duda a
París.
En el Piso Alto se escuchan compases de Tango. La escalera de mármol y el viejo ascensor,
son el preludio de la llegada al primer piso, el Salón de Baile de la IDEAL. Allí se baila desde
1990. Eran tiempos de esplendor porteño, allá por 1912. Su fundador: Don Manuel Rosendo
Fernández, emprendedor inmigrante español.
La "IDEAL" , nació como confitería de prestigio, con su decorado deco y su mezcla milagrosa
de la más alta burguesía argentina con visitantes de todos los colores.
La Sala de Baile hoy es honrada por los mas afamados "milongueros" tanto porteños como de
otros orígenes. Y también los mejores profesores de tango" (1).
Notas
1. www.confiteriaideal.com
Galán Rodríguez, Francisco
"Francisco Galán Rodríguez, nacido en 1902 y fallecido en 1971, fue un militar español, que
destacó por su actividad durante la Guerra Civil Española, en la que participó en las filas del
Gobierno de la Segunda República Española. Era hermano de Fermín Galán, quien participara
en la Sublevación de Jaca, y militante del Partido Comunista de España.
Participación en la Guerra Civil Española: Teniente de la Guardia Civil retirado e instructor de
las MAOC al estallar la Guerra Civil Española. Jefe de la columna que se dirige a Somosierra el
21 de julio del 36 y defiende el sector.Participa en la organización del Quinto Regimiento en los
primeros meses de la guerra.El 10 de noviembre de 1936 llega a Madrid y se hace cargo de las
tropas de Clairac, actuando en la Casa de Campo. El 13 de noviembre es herido, pero continúa
en la lucha por la capital. Por su actuación en la defensa de Madrid obtiene gran popularidad y
carisma. Esascendido a Comandante a finales del 36. Nombrado jefe de la 22º Brigada Mixta
en noviembre del 36, participa en el ataque a Teruel de diciembre, en donde es herido y
sustituido. En abril del 37 vuelve a participar con su brigada en el 2º asalto a Teruel. En mayo
de 1937 es ascendido a Teniente General, y durante unos dias es el jefe de la 39 División. A
mediados de mayo se dirige al Frente Norte, y el 9 de julio se hace cargo de la 4º Division
Vasca, luego 51 División, y participa en la defensa de Santander. Aparece después en Asturias
al frente de la División B, antes 51 División (agosto del 37), en el sector de Arenas de Cabrales.
Entre el 8 y el 19 de febrero del 38 se hace cargo de las tropas del XX C.E. que defienden
Teruel. Jefe del XI C.E. del Ejército del Este (4 abril 38 - 30 dic 38) reorganiza la gran unidad
tras el rio Noguera Pallaresa y ataca la cabeza de puente de Tremp (mayo 1938). Participa en
la defensa de Cataluña, primero con el XI C.E. y desde el 30 de diciembre con el XII C.E. A
principios de marzo del 1939 es nombrado Jefe de la base de Cartagena; a su llegada el 4 de
marzo se produce una revuelta pronacional, no pudiendo controlarla y huyendo con la Flota
republicana a Argelia. Se exilia posteriormente a Argentina, permaneciendo al margen de toda
actividad política" (1).
Notas
1. http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Gal%C3%A1n.
Gil, Francisco
Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Fue
"un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y
lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro". "En 1960, Don Francisco
sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su
deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta
Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni" (1).
Notas
1 Marabotto, Eva: "La esquina del librero, barro y pampa", en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
Izquierdo, Francisco
A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco Izquierdo, quien escribe en 1882: ―Los primeros
días que pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un verdadero bosque
salvaje, sin más habitantes que los nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de
las especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede
imaginarse cuál sería la primera impresión después de un viaje terrible en el mar, y los
trasbordos cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para calmar nuestra
primera mala impresión que recurrir al librito o contrato lleno de ofertas por el General Urquiza,
en vista de los cuales nos resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos encontrábamos
como tribus salvajes, apiñados bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que el de la
naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en una estancia de algunas leguas a nuestro
alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los alejados
contornos‖ (1).
Notas
1 Izquierdo, Francisco: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
Lopez Amado, Dionisia
Dionisia Lopez Amado (Cedeira, La Coruña - Buenos Aires, 2008) "miembro de la agrupación
Madres de Plaza de Mayo, murió ayer a los 80 años, aunque lo noticia recién se conoció hoy.
López Amado falleció tras permanecer internada desde el lunes, destacaron sus familiares por
medio de representantes del organismo defensor de los derechos humanos.
La "Gallega", como la reconocían sus pares de las Madres, buscaba saber desde el 15 de
mayo de 1976 el destino de su hijo Antonio, secuestrado y desaparecido por las fuerzas
militares junto a su esposa Stella Maris cuando ambos tenían 24 años.
Había nacido en Cedeira, ciudad española ubicada en la provincia de La Coruña. En 1952 llegó
a la Argentina acompañada de su esposo y su hijo, de sólo cinco meses de edad. López
Amado recordaba la jornada en que fue raptado Antonio como "un día gris de 1976".
'Me convertí en una de las primeras Madres de Plaza de Mayo con mi pañuelo blanco y mi
dolor a cuestas', dijo en una ocasión. Hasta su muerte fue titular de la Comisión de Familiares
de Desaparecidos Españoles y presidió, en forma honoraria, la Comisión por la Memoria, la
Verdad y la Justicia de la Zona Norte del gran Buenos Aires.
En un comunicado, sus compañeros destacaron que el fallecimiento encontró a Dionisia 'con la
conciencia del deber cumplido' y 'el cariño de su familia'.
'Aunque no tuvo justicia para su hijo y nuera, supo por innumerables bocas que no habrá vuelta
atrás, que las Madres y Abuelas, los Familiares, Hijos y Hermanos no dejarán que esa página
cruel de nuestra historia quede en el olvido', agregó el informe" (1).
Notas
1 S/F: "Falleció Dionisia Amado, una Madre de Plaza de Mayo", en CRITICA de la Argentina,
http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=14924, 30 de noviembre de 2008.
Foto: www.galespa.com.ar
Lores Mascato, Francisco
Francisco Lores Mascato (1933), "Presdente de la Federación de Asociaciones Gallegas, y su
esposa, ―En 1952 hicieron 10.000 kilómetros juntos, desde Ogrove a Buenos Aires, pero no
cruzaron palabra. Quizás fue el mareo o la diferencia de edad: cuando se bajaron del vapor
Entre Ríos, en el puerto de Buenos Aires, él tenía 19 y ella 8. Siete años después, un par de
gaitas en San Telmo cambiaron las cosas. Boas noites, bonita, le dijo Paco, y María del
Carmen aceptó bailar un pasodoble en la Federación de Entidades Gallegas. Cuatro décadas
después, Lorena, la hija de ambos, canta antiguas canciones celtas en el mismo salón‖ (1).
Notas
1 Peralta, Elena: ―Clubes españoles‖, en Clarín, Buenos Aires, 3 de julio de 2005.
Mariño Barcia, Jesús
Jesús Mariño Barcia nació "en España el 24 de enero de 1933, oriundo de la Parroquia de
Vilas, pueblo distante a unos 7 kms. de Santiago de Compostela, ha sido uno de los más
grandes referentes no solo en la transmisión de la ejecución de la gaita gallega sino que
también ha sido una de las pocas personas dedicadas en este país a la construcción en forma
artesanal de palletas, pallones y demás elementos que componen una gaita tradicional gallega.
Desarraigado por las consecuencias de la guerra civil en junio de 1949 llego a este país con las
valijas llenas de ilusiones y sus manos preparadas para salir adelante en una tierramuy
diferente a la suya cosa que no le fue muy difícil lograr ya que aquí encontró la contención y el
apoyo de muchos otros emigrantes. Una vez instalado Jesús comenzó a dar sus primeros
pasos en la gaita tomando clases con el gaitero Manuel Dopazo Goutade hasta que el destino
inexorable quiso quedarse con la vida de su maestro a causa de una enfermedad en el año
1952. Con los conocimientos y la práctica adquirida paso a integrar el conjunto Brétemas e
Raiolas en el cual se inició. También fue integrante del Coro de la Asociación Residentes de
Vigo hasta que decidió alejarse del mismo por motivos laborales. En el año 1987, luego de un
largo período de tiempo (25 años aproximadamente) Jesús volvió a tomar contacto con su
amado instrumento en el Centro Arzuano Mellidense lugar en el cual pasó a ser mas tarde
director del cuerpo de músicos y fundador de la escuela de gaitas de dicha Institución con la
cual a su vez realizó dos giras artísticas por distintas comarcas y ayuntamientos de Galicia
destacando entre ellas su participación junto a los Hermanos Garceiras. Desde los comienzos
del grupo de música tradicional Emigrantes Gallegos Jesús ha sido un gran eslabón en el
desarrollo de este proyecto debido a su profundo conocimiento y gran experiencia. Hoy
podemos decir que nos sentimos muy orgullosos de haber podido cumplir juntos con nuestro
desafío que fue el de la grabación de nuestro primer trabajo discográfico. Por esas cosas de la
vida el destino quiso quedarse con su vida y a pesar de que el silencio de su gaita nos dice que
el ya no se encuentra entre nosotros mantenemos en nuestros corazones el recuerdo de quien
ha sido un gran colega, amigo y maestro" (1).
Notas
1 Deus, Gabriel: "Pequeño homenaje a Jesús Mariño Barcia 24-01-1933 / 27-07-2006"
Mayol, Manuel
ver Cao Luaces
Pérez Fernández,Joaquín
"El bailarín Joaquín Pérez Fernández nació en Vigo, España, en 1906; falleció en Buenos Aires
en 1990. "A lo largo de su carrera realizó diversas giras con sus espectáculos de danzas típicas
por Europa, acompañado por su propia compañía. Tras radicarse en la Argentina, en 1952
trabajó en la película Torrente indiano, de Bernardo Spoliansky y Leo Fleider, con guión de
Ariel Cortazzo, que se estrenó dos años más tarde. (...) Fue declarado Ciudadano Ilustre de
Buenos Aires" (1).
Notas
1 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
Pérez Longarela, Jesús
"El gaitero Jesús Pérez Longarela nació en 1930 en San Martín de Cota, Lugo, y emigró en
1950. Ya en Buenos Aires participó en la renombrada Coral Cultural y Artística Rosalía de
Castro, conformando el primer grupo de gaiteras. En 1979, tras la disolución de la mencionada,
forma y dirige la Coral Lembranzas da Terra. En el 2005, junto a notables contemporáneos,
funda Emigrantes Gallegos, donde participa hasta estos días.
Don Jesús fue maestro de muchos jóvenes gaiteros, he aquí el testimonio vivo de Daniel Pazos
en la revista 'A Grileira': '…en esa época yo estaba en la Coral Rosalía de Castro y estabamos
ensayando en el Centro Orensano de Buenos Aires y nos vamos a la Asociación Gallega de
Buenos Aires porque habían hecho una fusión entre el Centro Orensano y la Asociación
Gallega, entonces la Coral Rosalía de Castro decidió ensayar en la Asociación Gallega que era
el ex Centro Coruñense, en la calle Loria, entonces ahí tuve mi segundo maestro que fue Jesús
Pérez Longarela. Jesús me había enseñado piezas y llegó un momento mientras que Jesús me
iba pasando una pieza yo iba aprendiendo diecisiete'.
(...) En el año 2006, la Federación de Sociedades Españolas lo premió, junto a los músicos
más representativos de nuestro colectivo gallego en Argentina, por su invalorable trabajo en
pos de la música popular gallega.
Su actual grupo, Emigrantes Gallegos, ha sido creado con humildad. La intención de los nueve
gallegos emigrados a Argentina era la de hacer un registro sonoro de la cultura de Galicia para
que las futuras generaciones no se lo perdiesen, no dejasen de disfrutar de la belleza de las
notas de la gaita y de los tambores. Pero el éxito que tuvieron ―Los Emigrantes Gallegos‖ en el
país de acogida les ha obligado a pensar a lo grande. Han grabado dos discos con música
tradicional y de autoría propia" (1).
Notas
1 Texto y foto: S/F: "Homenaje a Jesús Pérez Longarela", en Irmans, Buenos Aires, Federación
Unión de Asociaciones Gallegas de la República Argentina, 2007.
Porrúa, Francisco
En "Los sueños de un profeta" (1), artículo publicado en La Nación, Tomás Eloy Martínez
recuerda al coruñés Paco Porrúa:
"A fines de la década del 50, cuando llegué a Buenos Aires, muy pocas personas leían a los
grandes narradores latinoamericanos. Aunque en la Capital vivían algunos de los mayores,
como Jorge Luis Borges y Miguel Angel Asturias, y casi todos publicaban sus relatos con
asiduidad en el suplemento dominical de La Nación o en la revista Sur, sus libros pasaban
inadvertidos fuera del círculo letrado. Algunos visitantes de Chile o de México llegaban a veces
a leer sus cuentos en ceremonias secretas a las que asistían treinta devotos, pero en las
conversaciones de los cafés no se discutía sino a Sartre, a Camus y a Aldous Huxley, cuyas
experiencias con la mezcalina parecían rozar el umbral de mundos asombrosos‖.
―De vez en cuando, como al pasar, alguien elogiaba las ficciones de un tal Julio Cortázar, que
vivía en París, o el enrarecido mundo del uruguayo Felisberto Hernández, que había publicado
en Buenos Aires, sin pena ni gloria, una colección de relatos con un título raro, Nadie encendía
la lámparas. Vivíamos en el fin del mundo, a orillas de un río barroso, y tal vez por eso nunca
nos mirábamos o, cuando lo hacíamos, era sólo para medirnos con lo que pasaba más allá del
océano‖.
―Una tarde de domingo conocí en la casa de Victoria Ocampo al primer editor profesional de mi
vida. Yo suponía entonces que los editores debían parecerse a Victoria y hacer un poco de
todo: escribir, traducir, publicar revistas y pasear por Buenos Aires a los grandes personajes de
ultramar. Como buen provinciano de veinte años, vivía yo en un mundo de ideas fijas, donde
las personas y las cosas debían parecerse a lo que me habían dicho que eran‖.
―El editor me habló, en cambio, de una profesión que era tan azarosa como un juego de dados.
Se llamaba Antonio López Llausás. Me contó que era catalán (ya lo advertía su acento,
puntuado por elles rotundas) y que los fragores de la Guerra Civil Española lo habían
expulsado a Francia, de donde lo rescataron Victoria Ocampo y Oliverio Girondo para que
fuera gerente general de la empresa que acababan de fundar: Sudamericana. La nueva
editorial se abriría como un afluente de Sur, el sello de Victoria‖.
"Un editor no debe dejarse conmover por el éxito ni por el fracaso -me dijo aquella tarde-. Tiene
que publicar sólo los libros en los que cree. Si no lo hace, más vale que se ocupe de otra cosa."
Era un hombre calvo, afable, que parecía de otro siglo, aunque debía de tener poco más de
cincuenta años. Semanas más tarde me llamaron de su parte para invitarme a conocer los
enormes depósitos que Sudamericana tenía en la calle Humberto I de Buenos Aires. Entre las
novelas rozagantes de Manuel Mujica Lainez y Salvador de Madariaga, descubrí, en un rincón
del fondo, algunos tesoros‖.
―En centenares de paquetes se acumulaban, abandonados por los lectores, libros que pocos
años después serían clásicos: Bestiario, la primera colección de cuentos de Julio Cortázar;
Adán Buenosayres , la caudalosa novela de Leopoldo Marechal; La vida breve, de Juan Carlos
Onetti, y esa joya llamada Nadie encendía las lámparas . Me fui de allí con un ejemplar de cada
uno de aquellos títulos y nunca me separé de ninguno: me han seguido como un talismán a
todas partes, aun en los exilios menos hospitalarios. "Un editor a veces pierde y a veces gana me dijo López Llausás en el depósito, mientras señalaba las altas columnas de despojos-. Pero
nunca sabe si pierde cuando gana o si gana cuando pierde‖.
―El catalán recién llegado en 1939 tardó un par de años en convertir su editorial en un negocio
redondo. Como no podía conquistar a Jorge Luis Borges como autor de Sudamericana, llevó a
su editorial dos de las novelas que Borges había traducido para Sur: Las palmeras salvajes , de
William Faulkner, y Orlando , de Virginia Woolf. Sus primeros grandes éxitos fueron, casi
siempre, libros de otras partes: Cuán verde era mi valle , de Richard Llewellyn; El bosque que
llora , de Vicki Baum; La luna se ha puesto , de John Steinbeck; Llegaron las lluvias , de Louis
Bromfield; Una hoja en la tormenta , de Lin Yutang, y el invencible precursor de los manuales
de autoayuda: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas , de Dale Carnegie, que
apareció en 1940, cuatro años después de su lanzamiento en inglés. Mientras fortalecía su
catálogo con títulos seguros, López Llausás se obstinaba también en cobijar a la desventurada
literatura latinoamericana. En 1948 se arriesgó a publicar Adán Buenosayres contra la
recomendación de todos sus asesores, que detestaban las inclinaciones peronistas del autor.
La novela fue recibida con un silencio de muerte, que sólo Julio Cortázar se atrevió a romper.
Un año antes se había aventurado con Felisberto Hernández y seguiría haciéndolo con
Cortázar, con Onetti o con autores que eran sus amigos del alma, como Eduardo Mallea y
Salvador de Madariaga‖.
―Cuando lo conocí, en 1959, era ya un editor de enorme prestigio, con varios premios Nobel en
su catálogo (Thomas Mann, François Mauriac, Hermann Hesse, Steinbeck, Faulkner,
Hemingway) y una oficina llena de manuscritos esperando turno. Le pregunté cómo hacía para
no quedar mal con los escritores que aspiraban a su patrocinio y me contestó lo que les decía a
todos: "Nunca publico nada sin la aprobación de mi lector desconocido". Cuando la gente
quería saber quién era, López Llausás cambiaba de tema‖.
―Durante mucho tiempo creí que el lector desconocido era un ardid, hasta que averigüé que se
trataba de una persona de carne y hueso. Se llamaba Francisco Porrúa, y tenía tal vocación de
anonimato que hizo falta el inmenso éxito de la literatura latinoamericana en los años 60, del
que es uno de los responsables, para sacarlo de la cueva‖.
―Porrúa era reservado hasta la mudez y lúcido hasta la extenuación. De los cientos de lectores
que he conocido, pocos -o ninguno- tienen su olfato y su perspicacia. Llegó a la editorial en
1955 de la mano de Jorge López Llovet, hijo de don Antonio y subdirector de Sudamericana en
aquellos años. A Jorge le había interesado el buen criterio con que Porrúa manejaba su
pequeña editorial, Minotauro, y lo invitó a ser su asesor. Se quedó allí hasta 1971 y se marchó
a Barcelona en 1977, porque ya no podía soportar -es lo que me dijo mucho después- tantas
historias de muerte en la Argentina‖.
―Porrúa fue sacando de la manga nombres como los de Cortázar, Italo Calvino, Ray Bradbury,
Alejandra Pizarnik y Marechal, hasta que en 1967 atrajo también al entonces desconocido
Gabriel García Márquez. Cuando murió López Llovet, en 1962, don Antonio dejó que Porrúa se
encargara por completo de la selección de libros, reservando para sí sólo la relación con
aquellos escritores a los que consideraba "de la casa". Después de Cien años de soledad , ser
un autor de Sudamericana se convirtió casi en un sello de honor para cualquier creador de
ficciones, tanto en Perú como en México y Venezuela‖.
―El tiempo se fue llevando todas esas hazañas y trayendo otras nuevas. En 1979 murió López
Llausás y la editorial quedó al mando de Gloria Rodrigué, su nieta mayor. Algunos grandes
nombres del pasado se mantuvieron fieles y nunca publicaron en otra parte, como García
Márquez. Y a la vez, ciertas famas inesperadas se sumaron a la lista de éxitos, como la de
Isabel Allende‖.
―Ahora que Sudamericana está por cumplir sesenta años y el reino de los libros se rige por
códigos más complejos, quizá no sea inútil volver la mirada hacia atrás y redescubrir la osadía,
el instinto y la locura que hacían falta para ser un editor latinoamericano en 1939, cuando
empezó esta historia‖.
Notas
1 Martínez, Tomás Eloy: "Los sueños de un profeta", en La Nación, 4 de septiembre de 1999.
Quirós, Ignacio
"Ignacio Quirós nació en Vigo en 1931. Por aquellos tiempos la ciudad olivica respiraba los
nuevos aires de la segunda república. Ignacio paso sus primeros años de vida en una Galicia
de miedos y esperanzas. A pocos metros de su casa, estaba el puerto, donde salían varios
barcos diarios, rumbo a América. A Ignacio le gustaba acercarse hasta el viejo muelle, para ver
aquella historia cotidiana. Los padres de Ignacio y su hermano mayor eran entusiastas
simpatizantes de la república y del Frente Popular. Vigo era una ciudad obrera, donde latían las
ideas de la redención social. Botana el diputado obrero y socialista, dirigía a los trabajadores de
la ciudad. U.H.P. era el grito de los que creían ciegamente en una república que tenia que
devolverle la dignidad. Pero la ilusión duro tan solo algunos años. En 1936 el general Franco
trunco la esperanza colectiva de un pueblo, que estaba a punto de conseguir los anhelos de
libertad. El escritor argentino Ricardo Molinari en una entrevista realizada a Quirós, para la
revista Galicia Emigrante señaló sobre su vida:
' A los seis años vinimos a Buenos Aires. Era en 1937. No es necesario agregar más. La fecha
puede servir de referencia exacta. Pero recuerdo Vigo con nostalgia. Nuestra casa estaba
cerca de la Alameda y desde la cocina podían verse los jardines y el puerto. Recuerdo
nítidamente mis travesuras infantiles, las huidas por aquellas calles empinadas, las entradas al
cine de contrabandoy las correrías por el Berbés. Después todo se nubla y me encuentro en
Buenos Aires. En aquella época no sabia él por que. Ahora comprendo que la vida obliga, y
que mis padres debieron partir para evitarse complicaciones y para evitárselas a mi hermano
mayor. Vinimos a América mi padre, mi madre, mi hermano y yo el menor de seis hermanos.
Cuatro mujeres y dos hombres. Hoy estamos todos reunidos en la Argentina y volver es un
deseo más a los muchos que tiene la vida'
Los Quirós trabajaron duro, en una Buenos Aires que recibía a centenares de miles de
inmigrantes.
'De chico - continua Quirós - cuando veía una película salía a la calle sintiéndome el héroe.
Después en la Escuela Industrial de la NaciónNº 3 de la Calle Montes de Oca, actúe en las
fiestas de final de curso y en el día de los estudiantes. Eran tropelías artísticas que hoy me
avergüenzan. Audaces y desconcertantes. Pero allí estaba la magia de la representación. Sin
ese fervor inicial nunca se podrá proyectar una esperanza'.
A Nacho como le llamaban los más íntimos le había entrado la pasión por el teatro, profesión
que se convertiría en su razón de ser.
'Debuté, aunque parezca mentira, -señala Quirós- con una compañía inglesa que actuaba en
inglés para la 'Misión de Marineros'. La de la calle Independenciasobre el viejo Paseo Colón.
Allí me entrené maravillosamente. Hicimos a Noel Coward y Bernard Shaw entre otros. En
1952 ingresé al Instituto de Arte Moderno. Debuté con Poof de Salacroux donde hice un
ciclista. Es el personaje que nunca olvidare. Iene mi mejor emoción y mi más entrañable
agradecimiento. Al año siguiente pusimos Esquina peligrosa de J. B. Pristley y al año siguiente
El Hombre de mundo de Ventura de la Vega.
Esta obra mundana fue puesta en tono de farsa lograndosé un éxito difícil de superar. Su
propio autor si hubiese podido verla habría sido el primer sorprendido. Tengo desde entonces
un cariñoso recuerdo por mi antoñito, personaje de enredo que si bien no era el más importante
tenía actuación destacada. Ya iba asentando mi juego escénico y teniendo más confianza en
mí mismo. Después vino 'verano y humo'. éxito firme que se repuso tres veces. Lo curioso es
que empecé haciendo dos papeles intrascendentes y este año finalicé por ser un protagonista.
Antes habíamos hecho 'Amada y Tú' de la escritora gallega Amparo Alvajar (primer esposa de
Arturo Cuadrado) en colaboración con A Caballero, de tono poético, que fue una experiencia
más en el camino.
Fue entonces cuando vino el éxito de 'las Brujas de Salém de Arthur Miller. Cumplí allí el
protagonista. John Proctor, y la crítica en general destacó mi labor en forma encomiable. En
realidad el personaje estaba dentro de mi manera. En la exaltación del honor frente a una
sociedad de cuáqueros fuera de la realidad humana. Interpretamos entonces 'Lo que no fue' de
Noel Coward y Muerto son sepultura, de Jean Paul Sartre. Eso me trajo el llamado de Armando
Discépolo para el Presidente Alvear, que retomaba su anterior denominación, y
profesionalmente hicimos El carguero de las seis de Tili Bena; La respuesta fue dada, de
Malena Dandor y El circo de oro, de Sergio Leonardo. Y así estamos en este año de 1957 que
me depararía una nueva gran emoción. Primero debutamos con Verano y humo, que me dio la
oportunidad, repito del protagonista de una obra donde yo había hecho papeles secundarios.
Esta experiencia es muy interesante para un actor que estudia en todos los momentos; y
después abordamos Caligula, de Camús, en la traducción de Victoria Ocampo'.
En su larga trayectoria como actor, se desataco tanto en el teatro, como en la televisióny el
cine. En esta última actividad obtuvo la Concha de Bronce de San Sebastián por su actuación
en la película 'Cinco gallinas y el cielo'. Durante varios años estuvo contratado por la empresa
cinematográfica Argentina Sono Filmes. Con la aparición de la televisión Quirós se convirtió en
uno de los galanes más importantes del generode las telenovelas. A finales de los años
sesenta filmo una película con el destacado cantante españolRafael, la cual fue un suceso de
taquilla en todos los cines porteños.
Ignacio Quirós participó como protagonista de la famosa película 'Digan lo que digan' donde el
papel protagonico lo tiene el famoso cantante Raphael. La misma fue dirigida por el director
Mario Camus. Por aquellos años Raphael era una estrella del canto, arrasando con la ventade
discos y convocando a verdaderas multitudes a sus galas. Este tirón de Raphael fue utilizado
para filmar una película en la Argentina con Nacho Quirós uno de los artistas más importantes
de los años sesenta. El propio Raphael en sus reciente memorias editadas, nos cuenta sus
impresiones de aquella película:
'En Digan lo que digan compartían el reparto conmigo Serena Vergano, una vez más, y un
excelente actor argentino, Ignacio Quirós. Este era mi hermano mayor en la ficción. Con
Ignacio interpreto la que yo considero la mejor - con mucho - de las secuencias
cinematográficas de toda mi carrera. A la espera, naturalmente, de ese difinitivo papel que esta
por llegar y que, por descontado, llegara. La secuencia es la del reencuentro de los dos
'hermanos' cinematográficos en los muelles del puerto de Buenos Aires. No es por nada, pero
en dicha escena tanto Ignacio como yo estamos de diez para arriba. Cada vez que la repaso
me reafirmo más en este juicio, que contiene toda la vanidad que debe contener'
El escritor y artista plástico Luis Seoane en su libro Figuracións le dedica un dibujoy una
semblanza donde señala que: 'Ignacio Quirós, Nacho Quirós pra nós é un exempro do que
perde Galicia coa súa emigración, con cada home que emigra, con cada neno que marcha cos
seus pais pra non voltar'
Quirós convino su trabajo actoral con la de empresario de espectáculos artísticos. En Villa
Gesell regenteo durante varios años un CafeConcert donde estreno la obra 'Historia del
zoológico' de Albee. También tubo una empresa de reproducción de pósters y de pinturas
artísticas.
En la actualidad, a los 68 años de edad Quirós sigue recordando a su Vigo natal y soñando con
una nueva obra de teatro.
'Algún día cumpliré un sueño más, entre los muchos que me obsesionan: representaré a Valle
Inclán'.
Así concluía aquella entrevista para Galicia Emigrante este gran actor que junto con Enrique
Muiño, Lusiardo y Tacholas marcaron una etapa muy importante del teatro argentino" (1).
Notas
1. Pérez Leira, Lois: "Ignacio 'Nacho' Quirós", en Enciclopedia da Emigración Galega,
www.cigmigracion.com. Publicado en www.galespa.com.ar.
(*) Murió de cáncer pocos meses después de este reportaje el día 12 de diciembre de 1999, en
Buenos Aires.
Ribas Montenegro, Federico
Federico Ribas Montenegro ―nació el 26 de octubre de 1890. (...) En 1908 llega a la Argentina
como tantos emigrantes gallegos. En su pequeña maleta llevaba algunas ropas, fotos
familiares y algunos pinceles y lápices para comenzar a trabajar. (...) Los primeros meses
caminó en procura de trabajo, hasta que comenzó como pintor decorador. Más tarde empezó
como colaborador de famosas revistas de época Papel y Tinta y PBT en el diario Última Hora.
Posteriormente incorporóse a la revista satírica Caras y Caretas. En aquella histórica y
emblemática revista de actualidad y sátira, trabajaban dos destacados caricaturistas gallegos
de gran fama José Maria Cao y Juan Carlos Alonso. (...) Después de algunos años en Buenos
Aires juntó algún dinero para cumplir un viejo sueño conocer París. Así fue como en 1912
llegaba a capital francesa. Trabajó como director artístico de la revista Mundial que dirigía
Rubén Darío y para Le Rire. (...) El alzamiento militar contra la república, el 18 de julio de 1936
encuentra a Federico Ribas en su casa de Beluso, allá estaban también disfrutando del verano
Fernández Mesquita y su novia la genial pintora Maruja Mallo. Los militares pronto se hacen
cargo de la villa y comienza la represión. El alcalde recientemente electo Johan Carballeira es
detenido y fusilado y así una serie de amigos de Federico. La intuición sobre la gravedad de la
situación lo llevó a trasladarse hasta Vigo donde estará oculto en la casa de unos familiares y
desde allá tomará un barco hasta la Argentina. El 7 de noviembre de aquel año fatídico, estará
nuevamente en el puerto de Buenos Aires. En aquella ciudad tenía amigos y un nombre
ganado por su trayectoria artística. Era un hombre con grande experiencia en el mundo
periodístico. Es así como fue nombrado director artístico de la gran revista argentina Atlántida.
Durante su estadía en este país realizó distintas exposiciones y colabora con distintos
periódicos antifranquistas como España Republicana. Realizó una serie de dibujos o estampas
sobre el terror cometido por el franquismo en la provincia de Pontevedra. A fines de 1949
regresó a España, falleciendo en 1952‖ (1).
Notas
1 Pérez Leira, Lois: ―Federico Ribas: un artista xenial‖, en Confederación Intersindical Galega
(www.galizacig.com), Vigo, 2 de agosto de 2004. Traducción de MGR.
Rodríguez Castelao, Alfonso Daniel Manuel
El político, pintor, periodista y escritor Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao ―nació en
Rianxo el 30 enero de 1886, aunque pasó toda su infancia en Santa Rosa de Toay, en La
Pampa Argentina, donde habían emigrado sus padres. La familia Castelao vuelve a Rianxo en
1900 y Alfonso-Daniel se licencia en la Facultad de Medicina de Compostela en 1908,
cursando el Doctorado en Madrid al año siguiente, donde comienza a destacar como
caricaturista, tras lo que se establece en Rianxo y adhiere el movimiento agrarista Acción
Gallega. Como pintor, Castelao fue un gran artista condicionado por su casi ceguera y por la
necesidad que sentía de crear un arte al servicio de Galicia, primando la comunicación sobre
las cuestiones artísticas. El arte gráfico de Castelao se define primeramente por su constante
humorística y satírica en la que las gentes humildes suelen ser los protagonistas. A partir de la
Guerra Civil española, la crueldad y miseria de aquel acontecimiento causa que el dibujo de
Castelao evolucione hacia la denuncia de la tragedia y mezquindad del fascismo. En el año
1916 deja la Medicina y se desplaza a Pontevedra, donde entra en el grupo cultural
"Irmandades da Fala" y participa en la Asembleia Nazonalista de Lugo, subscribiendo una
transcendente declaración nacional. En 1920 toma en cargo la dirección artística de la
publicación "Nós" y viaja por Francia, Países Bajos y Alemania. En 1922 inicia su producción
narrativa publicando "Un Ollo de Vidro". En el año 1924 ingresa en el Seminario de Estudos
Galegos y funda la Coral Polifónica de Pontevedra con Lousada Diéguez. Dos años más tarde
inicia la publicación "Cousas" y en 1929 viaja a Bretaña para estudiar sus cruceros, de lo que
resulta el libro "As Cruces de Pedra na Bretaña". En el año 1930 asiste al Pacto de Lestrove,
donde se formó la Federación Republicana Gallega, interviene en los actos del Partido
Nacionalista Republicano Gallego y participa en la histórica asamblea de redacción de las
bases del Estatuto del Estado Federal de Galicia. Al año siguiente edita el álbum "Nós" y es
elegido diputado en el Parlamento de España por el Partido Galleguista, que había obtenido 16
diputados. En 1934 ve la luz "Retrincos", "Os Dous de Sempre", y la edición definitiva de
"Cousas", ingresa en la Real Academia Gallega y es desterrado por el gobierno conservador a
Badajoz, donde permanece hasta el cambio de gobierno en 1935. De nuevo parlamentario por
el Partido Galleguista, estalla la Guerra Civil al encontrarse Castelao en Madrid para entregar el
texto del Estatuto de Autonomía de Galicia, refrendado a favor por un 98% de los votos, y en el
que el líder galleguista había tenido una actuación de relevancia. Durante la guerra española
participa en la organización de las Milicias Gallegas, a las que pertenecía Enrique Líster, y se
desplaza con el gobierno republicano a Madrid, Barcelona y Valencia, donde publica los
álbumes "Galicia Mártir" y "Atila en Galicia". En 1938 es enviado por el Ministerio de
Propaganda a Rusia, Estados Unidos y Cuba para obtener apoyo entre los emigrantes a la
causa republicana. De regreso a Nueva York embarca a Buenos Aires, donde fijará su
residencia. En la capital argentina estrenó en 1941 "Os vellos non deben de namorarse", la
aportación de Castelao al teatro gallego. En el año 1944 publica la obra cumbre del
pensamiento galleguista, "Sempre en Galiza" y se convierte en primer presidente del Consello
de Galiza, el gobierno de Galicia en el exilio. En 1945 funda con catalanes y vascos la revista
Galeuzca, recuerdo de la alianza política de 1933, y un año más tarde es nombrado ministro
del gobierno de la República en el exilio, por lo que se traslada a París. Vuelve a Buenos Aires
en 1947 y dos años más tarde le afecta un cáncer de pulmón. Se publica "As Cruces de Pedra
na Galiza" a poco tiempo de su fallecimiento, el 7 enero 1950, siendo enterrado en el Panteón
del Centro Gallego del cementerio de La Chacarita, Buenos Aires, con masiva asistencia y
cariño de personajes llegados expresamente de todo el mundo. El Senado de Argentina acordó
erigir un monumento en su honor como igual decidió el ayuntamiento de Buenos Aires dándole
su nombre a una plaza. Desde entonces, parte de la ingente obra de Castelao ha sido
publicada en varios idiomas, del húngaro al italiano, del francés al ruso, del inglés al chino, del
vasco al portugués..., y desde la caída del régimen del dictador Franco los restos del más
insigne gallego de la historia reposan en el Panteón de Gallegos Ilustres, en Galicia‖ (1).
Notas
1. S/F: ―HISTORIA Castelao‖ en www.riasbaixas.net.
Rodríguez Pardo, Ramiro
Se puede decir que Ramiro (Rodríguez Pardo) fue uno de los padres de la cocina moderna en
el país. Junto al recordado Gato Dumas, revolucionaron la menospreciada actividad del
cocinero para convertirla en lo que es hoy.
Nacido en Galicia, llegó al país con 21 años desde Suiza. Pasó por algunas cocinas (entre ellas
el celebre Palacio de la Papafrita!!), y tiempo después conoció al Gato para abrir La Chimere
en el ‘66, donde Ramiro nos contó que previo a la apertura, reunieron 30 menús de los lugares
más populares de la ciudad, los extendieron sobre una mesa y se dijeron: ―hagamos algo
distinto‖.
Así comenzó ese nuevo proyecto, basándose sobre dos pilares fundamentales: diferenciarse
del resto y combinar su trabajo con diferentes actividades artísticas, en donde conoce entre
otros al genial escultor colombiano Fernando Botero. De esta forma, la gente se siente atraída
desde un principio por la propuesta y así Ramiro comienza su ascendente camino dentro de la
gastronomía local. Tuvo a su cargo Drugstore, Clarks y el legendario Catalinas, uno de los
mejores de su época.
Con 48 años de profesión, 17 restaurantes y una infinidad de conferencias dadas a lo largo de
toda latinoamérica, Ramiro sigue dando cátedra en Sinclair (Sinclair 3096), su genial local de
Palermo, donde días tras día, además de dejar su impronta de buen tipo, hace lo que mejor
sabe: cocinar" (1).
Notas
1
Kordon,
Ezequiel:
"Embajadores
Gourmet",
en
http://www.glamout.com/nota.asp?IdNota=1069. Imagen: www.cuisine.com.ar.
Sabor, Josefa Emilia
Josefa Emilia Sabor ―En 1939 egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA con el
título de profesora, y en 1946, como bibliotecaria. (...) Realizó en ella toda su carrera docente,
culminando como profesora titular con dedicación exclusiva de la rama Referencia-BibliografíaDocumentación del Dpto. correspondiente. (...)‖ (1).
En 2005 se anuncia, ―La profesora Josefa Emilia Sabor recibirá el próximo 7 de abril el primer
premio de la categoría "Historia" de los Premios Nacionales otorgados por el gobierno
argentino a los intelectuales, científicos y artistas de todo el país. Lo recibirá por su libro Pedro
de Angelis y los orígenes de la bibliografía argentina, publicado por Ediciones Solar en 1995, y
de manos del secretario de Cultura de la Nación, José Nun. La entrega de dicho galardón se
realiza a todas las ramas del conocimiento, especialmente a obras creadas por argentinos. En
este caso se trata de 140 premios en total otorgados a 26 especialidades. El Premio Nacional
estaba suspendido desde 1995 y anteriormente consistía en una suma de dinero y en una
pensión vitalicia. Ahora se le ha quitado dicha suma permanente dada la economía
racionalizada del gobierno‖. "Pepita" Sabor, nacida en Pontevedra, ―autora de numerosos libros
y artículos de la profesión y con sus vitales 88 años, lo recibirá el 7 de abril a las 10,30 en el
Palais de Glace (o Palacio Nacional de las Artes, tal como fue nombrado recientemente) de
Buenos Aires‖ (2).
Notas
1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1986.
2 S/F: ―POR SU LIBRO SOBRE DE ANGELIS DENTRO DE LA CATEGORÍA "HISTORIA"
Josefa Sabor recibe el Premio Nacional‖, en Boletín Informativo Electrónico del Centro de
Estudios de Bibliotecología de la Sociedad Argentina de Información, N° 18, Abril de 2005,
www.sai.com.ar.
Santamarina, Ramón
El orensano Ramón Santamarina pierde, con pocas horas de diferencia, a su padre –que se
suicidó- y a su madre, fallecida a causa de la trágica decisión de su marido. ―Los tíos del niño
Ramón –afirma Alberto Vilanova Rodríguez-, que no fueron capaces de acudir en su socorro,
pero sí avergonzarse del inocente, pero pobre pariente, a pesar de que se había decidido a
luchar por la vida, antes de lanzarse a la mendicidad, le agarraron y le depositaron en un
orfanato, de donde muy pronto se fugó, ofreciéndose como grumete en un velero
contrabandista que salía para Buenos Aires, con la decisión y energía que caracterizaron
siempre su extraordinaria voluntad. En 1840, pues, ponía sus plantas en la Argentina, el país
que con el correr de los años iba a ser testigo de sus virtudes y de su genio‖ (1).
Notas
1. Vilanova Rodríguez, Alberto: Los gallegos en la Argentina. Buenos Aires, Ediciones Galicia,
1966. Tomo II. Pág. 760. Premio de Historia en el Concurso Extraordinario de 1957, celebrado
para conmemorar el cincuentenario de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires.
Prólogo de Claudio Sánchez-Albornoz. Imagen: commons.wikimedia.org.
Soto Canalejo, Antonio
"Antonio Soto Canalejo nació el 8 de octubre de 1897 en El Ferrol, Galicia, España. Su padre
muere en 1899 en el hundimiento del barco Oquendo en un hecho de guerra cerca de Cuba.
Su madre se vuelve a casar en 1900 y viene a Buenos Aires. La mala relación con su padrastro
obliga a su madre a enviarlo a Galicia con sus tías.
En 1914 ya con 17 años Soto se resiste a ingresar en la milicia para ir a combatir a Marruecos.
Soto era un hombre muy generoso y culto. Los obreros en la Patagonia lo aceptarán como su
líder en gran parte por la capacidad oratoria, aunque a veces no le entendieran su lenguaje
estilizado.
Llega a Santa Cruz con un grupo de teatro y de zarzuelas. Se le ocurre participar y hablar en
una asamblea y ahí le piden que se quede. A los pocos meses se convierte en líder
sindicalista. Decía palabras como las siguientes : ' ... a seguir con la lucha, a triunfar
definitivamente para conformar una nueva sociedad donde no haya ni pobres ni ricos. Donde
no haya armas, donde haya alegrías... y respeto por el ser humano'.
Posteriormente y fruto de su actividad sindical, vienen las persecuciones policiales. En la época
de la sangrienta represión en la segunda huelga, en una última asamblea la mayoría de los
huelguistas decide entregarse a las tropas. Soto insiste en que serán fusilados sin
contemplación. No le creen por lo que se despide del grupo y junto a algunos pocos emigra
furtivamente hacia Chile.
Su plan original era llegar a Buenos Aires para denunciar los hechos trágicos. En Chile forma
una familia y tiene seis hijos. Le ocurrirán un par de accidentes de tránsito (manejaba
camiones) lo que disminuye su capacidad física. Recorre Chile de norte a sur.
En 1935 intenta ingresar a la Argentina, es detenido y echado del país. Llega a hablar en las
calles de Rio Gallegos ante algunos anarquistas incondicionales pero sin llegar a captar la
atención del resto.
En 1938 abandona a su familia y forma un segundo hogar de la que nace su hija Isabel (actual
propulsora de las recordaciones a su padre). Mantiene un pacto de silencio durante muchos
años pero ante la insistencia de su hija comenzó a hablar del tema de la Patagonia Trágica.
Fallece en el año 1963 en Punta Arenas (Chile)" (1).
Notas
1
S/F
en
El
Correo
de
la
Diáspora
Argentina,
http://www.elcorreo.eu.org/esp/article.php3?id_article=8607.
Souto, Bernaldo
En Mar del Plata, en noviembre de 2000, el diario La Capital publicó una nota de Esteban
Turcatti titulada ―El gaucho que conquistó el mundo‖. En ella leemos:
―El Martín Fierro tuvo difusión mundial y es lógico que así fuera, por el genio de su autor y por
los motivos fundamentales que lo movilizan que son valores de carácter universal, la libertad
del hombre frente a la omnipotencia de los poderosos. La obra lleva más de treinta y cinco
traducciones, y en algunos idiomas las versiones se multiplican. Las ediciones suman más de
seis mil en el orden mundial.
En el año 1983 se constituyó en la ciudad de Buenos Aires, el Círculo de Traductores del
"Martín Fierro". Su presidente fue Alberto Gómez Farías, traductor del poema al idioma chino y
su secretario Bernaldo Souto, que lo tradujo al gallego. Sus otros miembros y traducciones
fueron: Pero Tutavac, croata, Stanislav E. Jancarik, eslovaco, Jorge C. Primbas, griego, Tine
Debeljak, esloveno, Ladislao Szabó, húngaro, Kehos Kriger, yiddish, Yauad J. Nader, árabe,
Enrik Magkiewicz, polaco, Serafín Grecco, calabrés, Txomin Takakortexarena, vasco, Enric
Martí Muntaner, catalán.
Bernaldo Souto, poeta gallego, había traducido el Martín Fierro a ese idioma en el año 1980.
Establecido en la Argentina desde hace muchos años, regresó recientemente de su tierra natal,
Galicia, donde es muy conocido por su obra literaria y periodística. Allá brindó una serie de
conferencias y presentó tres libros de poesías bajo el título ‗Luz y sombras‘. Pero su mayor
satisfacción fue enterarse que en fecha próxima, su traducción gallega del Martín Fierro será
publicada por la Xunta de Galicia, en una edición bilingüe de lujo.
En la contratapa del libro, Souto hace su crítica del poema: 'la obra supera el marco
costumbrista de la poesía gauchesca para proyectarse en valores de calidad ecuménica.
Martín Fierro representa un pueblo con sus defectos y virtudes que constituye el seguro
perenne del hombre, en su incertidumbre ontológica (...) En su lucha contra la sociedad injusta
y cínica, configura al hombre en la perpetua contienda por la libertad, que alcanza a darle un
sentido a su vivir, solitario y desvalido' ‖ (1).
Notas
1 Turcatti, Esteban ―El gaucho que conquistó el mundo‖, en La Capital, Mar del Plata, 5 de
noviembre de 2000.
Valenzuela, Ramón de
Ramón de Valenzuela (1914-1980), ―en vida y obra -afirma Rodolfo Alonso-, resulta un
testimonio cabal de aquella digna generación de intelectuales y artistas gallegos que, habiendo
soñado con el resurgimiento de una Galicia aplastada, en lo más íntimo de su ser, por siglos de
sometimiento y represión, tuvieron que enfrentarse con el alzamiento militar contra el legítimo
gobierno de la República, que liquidaría también aquellas ilusiones al desencadenar la
sangrienta guerra civil española que, merced a la directa intervención de la Italia fascista y la
Alemania nazi, iba a culminar en la interminable dictadura franquista. Y, por si fuera poco, se
trata además de una historia que continúa en ultramar. Porque si Buenos Aires –y con ella la
Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes
(obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos),
a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los
exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas,
editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente
republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder
político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la
auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo. Entre ellos,
Valenzuela no fue de los primeros, pero sí de los más significativos. (...) Valenzuela sólo iba a
escribir en dos publicaciones argentinas: Galicia emigrante, dirigida por el impar Luis Seoane,
entre 1955 y 1957, y la prestigiosa página literaria del diario La Gaceta, de Tucumán, entre
1956 y 1960. En ambas publica, por primera vez, muchos de los relatos que luego se
integrarían en la primera edición de O. Naranxo, realizada por el sello gallego Brais Pinto en
1974. (...)‖ (1).
Notas
1 Alonso, Rodolfo: ―La Galicia del Plata‖, en El Tiempo, Azul, 1º de diciembre de 2002.
ANTOLOGÍA
Memorias
En Juvenilia, Miguel Cané se refiere a inmigrantes de ese origen:
―Recuerdo una revolución que pretendimos hacer contra don José M. Torres, vicerrector
entonces y de quien más adelante hablaré, porque le debo mucho. La encabezábamos un
joven Adolfo Calle, de Mendoza, y yo. Al salir de la mesa lanzamos gritos sediciosos contra la
mala comida y la tiranía da Torres (!las escapadas habían concluido!) y otros motivos de queja
análogos. Torres me hizo ordenar que me le presentara, y como el tribuno francés, a quien
plagiaba inconscientemente, contesté que sólo cedería a la fuerza de las bayonetas. Un
celador y dos robustos gallegos de la cocina se presentaron a prenderme, pero hubieron de
retirarse con pérdida, porque mis compañeros, excitados, me cubrieron con sus cuerpos,
haciendo descender sobre aquellos infelices una espesa nube de trompadas. El celador, que,
como Jerjes, había presenciado el combate de lo alto de un banco, corrió a comunicar a
Torres, plagiando el a su vez a Lafayette en su respuesta al conde de Artois, que aquello no
era ni un motín vulgar, ni una sedición, sino pura y simplemente una revolución‖ (1).
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban
el viaje hacia América: ―El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De
España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos
de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran
como cargamento de esclavos‖ (2).
En 1992, el diario Crónica editó la colección Nuestro Siglo - Historia de la Argentina, dirigida
por Félix Luna. En uno de esos volúmenes, titulado "El vigor de las colectividades 1914-1930",
se incluyen fragmentos del Diario, inédito hasta entonces, de un gallego. El inmigrante escribe:
"De los cinco hermanos yo era el más chico, y allá en aquellas aldeas cuando se tienen tres
años y pico ya hay que salir a llevar los chanchos al campo, cuando uno es más grande debe
salir con las ovejas, luego sale con las vacas. El monte quedaba bastante retirado del pueblo;
me acuerdo que cuando salía con las ovejas o los chanchos volvía a casa cuando ya era de
noche. Pasaba todo el día con un pedazo de pan y otro de panceta, cuando llegaba la cosecha
de castañas éstas se asaban y se comían con papas y maíz. Era por eso que en las cosechas
no se pasaba hambre.
Con los 19 años de edad arribé a la Argentina; a esa edad en que los mozos gallegos se ven
obligados a elegir un destino: por un lado la emigración, la gran aventura donde uno juega sus
posibilidades y da rienda suelta a sus ansias; por el otro, la entrega de la propia vida a un
poder central servil y omnipotente, como auténticos desheredados, muchas veces obligados a
defender con las armas el bienestar o el acrecentamiento de los bienes materiales de los
señoritos. Elegí la aventura, la misma aventura que habíamos sido obligados a acometer tantos
paisanos y mis propios hermanos mayores. Emigré entonces a la Argentina. Algún tiempo
después tambien vino mamá.
El barco que me trajo no era de lujo ni ofrecía mucha seguridad. Finalmente, y luego de un sin
fin de peripecias, llegó al lugar de destino que fue la ciudad de Bahia Blanca. Desde esa ciudad
al sur de Buenos Aires, y junto con los cinco primos que hicieron el viaje conmigo, viajamos en
un tren que nos trajo a Constitución, en la Capital Federal. Llegamos allí sin un centavo,
asombrados pero llenos de ilusiones. Era el dia 3 de junio del año 1911, a las diez de la
mañana exactamente .
Si bien en esa época el trabajo no sobraba, no faltaba tampoco para un gallego dispuesto y
voluntarioso. Luego de encontrar a los hermanos, volver a ver a los paisanos que habían
venido anteriormente y comenzar a relacionarme con tantos otros que se hallaban en Buenos
Aires, ciudad a la que Castelar llamó "la quinta provincia gallega", comenzó mi primer tarea. Mi
hermano Antonio trabajaba con don Marcelino Gayol vaciando pozos negros con baldes y a
esa tarea me agregué yo. Tenían un carro con tanque.
En el año 1914 fui a hacer una temporada en la cosecha, trasladándome con otros amigos y mi
primo Pedro al pueblo de Baradero en la provincia de Buenos Aires. Ese era un trabajo que se
realizaba por contrato y por temporada en el interior del pais, y una actividad que desarrollaban
muchos paisanos aun no independizados económicamente.
En el año 1920 trabajé en el frigorífico La Negra, pero yo andaba en los movimientos de
reivindicaciones obreras y quedé afuera tras la primera huelga, que por aquellos tiempos eran
muy violentas e intervenia un organismo policíaco de represión, especializado y de a caballo, al
que Ilamaban "Ios cosacos" que más que vigilantes nuestros eran como la guardia civil
española.
Prácticamente había completado la formación que me acompañaría toda la vida. Agradecí
siempre mucho a los hombres que fueron solidarios conmigo en aquella época y que tanto
influyeron en mi vida, como don Benigno Vilanova, la primera mano tibia que encontré en eI
pais, eI citado Rouco (dirigente socialista), que ennobleció mi vida, y don Gabriel López, tan
generoso que, si algo de estudio tengo, confieso que se lo debo a él" (3).
Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: ―En aquella época
las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos
enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era
habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con
los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por
tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en
la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza
sería no tener que luchar con un truhán como yo‖.
―A la Argentina –señala en otro pasaje- no se podía emigrar sin un contrato de trabajo, pero se
hacía responsable de nosotros mi tío José, hermano de mi madre, que nos estaba esperando
en el puerto, acompañado de la hija, mi prima Norma, que lucía un gorrito de punto muy
blanco, y con una sonrisa y un beso nos levantó un poco el ánimo, sintiéndonos ya amparados
en casa de nuestra familia americana, mis tíos habían emigrado hacía ya 30 años y, por
supuesto, los hijos eran criollos. (...) La habitación también estaba lista para los dos
huéspedes. Dos camitas plegables entre la pila de cajones de cerveza en la cocina del bar, que
era además depósito de mercadería. Desfilaban las cucarachas de 5 ó 6 en fondo, pero yo ya
desfilare varias veces con otros bichos, y si bien estaba familiarizado con las pulgas, había que
acostumbrarse a convivir con todo bicho viviente‖ (4).
Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa
(5), convencida de que ―todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖ (6).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en
Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una
familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla
apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención
que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los
gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes
criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.
―Todo parte de un hecho real –dijo en un reportaje-, pero hay ficción en cuanto hay una
creación lingüística muy grande. Nunca junté papeles ni documentos, pero en mi casa todo el
tiempo se estaban contando cosas. No había otra manera de conectarse con la gente de
España; no los conocíamos. Sì hablè mucho con mi hermana y con mis primas, quienes me
ayudaron a reconstruir todo. Todas estas cosas, igualmente, siempre estuvieron presentes en
mì. Incluso digo, con muy poca caridad, que en la familia de mi madre eran ‗faltos‘, porque no
era que repetìan historias interesantes, sino que repetìan siempre las mismas. Y èstas, de
cualquier modo, aunque no eran interesantes, se fueron fijando. Y del lado de los gallegos
siempre contaban historias diferentes y muy amenas, y completamente extrañas sobre el
viento, el frío, la nieve, y las contaban en todo el pueblo‖.
El padre de Gladys Onega ―Llegó solito, y cuando fue a la casa de su tío Agapito Vega,
hermano menor de mi terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la cochera y
no en la cama más blanda, como aquella que le reservaban siempre al tío Agapito en la casa
da pena de Galicia‖. La escritora se pregunta: ―¿El tío que lo encandiló en Galicia con la ilusión
de América fue el primero que empezó la destrucción de la ilusión?‖.
Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, ―contaban que cuando servía el caldo, los
cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las
más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella
sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o
muiño velho e o prado d‘arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos
del minifundio en una propiedad mayor‖.
El inmigrante echaba de menos a su familia: ―Ignoraba y lo ignoré por mucho tiempo cuánto
había llorado desde aquel día en que se fue de junto al señor Manuel y la señora Carmen, sus
padres, mis abuelos. (...) mi padre choraba por él y por sus padres que sí eran de Galicia, se
habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con un
desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por qué luto de una muerte ya
ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo de
un enorme paraguas también negro que los protegía de la chuvia que nunca había escampado
desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se convirtió en extranjero aquí, en un mundo
que no había visto‖.
Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega. Cuenta Gladys, su hija: ―Cuando mi
hermana tenía dos años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que él había prometido a sus
padres en aquel día de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que había hecho la
América, en la medida en que América se lo había permitido y él la había podido. Mi madre no
lo acompañó porque tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella estaba tan llena de
peligros y de misterios como para mis abuelos aldeanos el lugar remoto donde ella había
nacido y adonde había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba vivir en la casa de su suegra,
mi terrible abuela Carmen. Ya conocía historias de la señora da pena que, con justicia, no la
alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá
se quedó dos años que mi madre aprovechó para pasar a su hija de la cuna a la cama
matrimonial. Cuando volvió, José era un desconocido que sacó a la hijita de cuatro años de esa
cama para acostarse él y para engendrar otra hija. A los nueve meses nací yo‖.
Ya adulta, la escritora viaja a la tierra de sus mayores, y advierte que la Galicia de la añoranza
de su padre era muy distinta de la real: ―Cuando finalmente llegué a Galicia –escribe Gladys
Onega- sólo reconocí y sólo recuerdo el olor ácido a estiércol y la moscas ennegreciendo los
cuencos, de lo que nunca me había hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias
menos pesadas, y las nieblas tan vagorosas y pobladas de brujas temibles como las
inventadas por los hermanos Grimm, que allí se llamaban as meigas‖.
Los días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los
padres, los accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las
primeras letras, los internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la conducta
infantil y los castigos que imponía cada uno de los progenitores, son recordados por esta hija
dècadas despuès.
Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia: ―otro
dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el
choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega‖.
No entendìa la cultura, pero la obligaron a cocinar comidas tìpicas: ―Mi madre no sabía nada de
la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos
discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que
comíamos espolvoreados con azúcar‖.
Muchos inmigrantes no sabìan castellano, o querìan perfeccionarlo. Casi todos aprendían el
idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario.
De uno de sus tíos dice Gladys Onega: ―Claro es que Eliseo poca escuela tenía, era un
autodidacta de aldea y de pueblo como todos los gallegos de mi familia, siempre tratando de
pulirse con la lectura del diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin
desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su afición a la grandilocuencia. (...) El Quijote y
el diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con exactitud pero con exceso pues
no había adquirido los moldes que impone la educación formal, por eso no calibraba el uso y
abuso de los epítetos ni percibía la risa que provocaban en oyentes que no los habían leído o
que ni siquiera tenían referencia de su existencia‖.
Los avatares de la vida en la Argentina son el marco de la evocaciòn de esta familia integrante
de la comunidad acebalense. El fraude político en Santa Fe es un episodio evocado con
detenimiento, asì como la reacciòn de los inmigrantes italianos ante el fascismo, y la poca
fortuna de quienes no habìan cumplido su sueño de ―hacer la Amèrica‖.
La finalización de los contratos ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de
otro campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su padre ven a ―los
expulsados de la tierra‖: ―vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de
su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles,
los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y
la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora
ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las
casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la
cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la
tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos
muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres‖.
Un conflicto bèlico es recordado en estas pàginas, relacionado con la vida cotidiana de los
inmigrantes y sus hijos: ―nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa.
El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado
de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1°
de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras
yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos
que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los
chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día
final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento
alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí
dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con
juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar‖.
Desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los Onega, como
tantos otros inmigrantes ―respondían con la acción: armaban, envolvían en lienzo, rotulaban
con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con sunchos
los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar y quién sabe cuándo
llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al
diablo‖. Los niños participaban en los envíos: ―Los chicos también éramos leales y creíamos
que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines, que
despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que íbamos haciendo bolas de
papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para la República‖.
Hasta en los hechos mìnimos estaba presente el sufrimiento de los españoles en su tierra:
―Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la
posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no
estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo
problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las
horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una
cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los
huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los
personajes queridos y sagrados que se le ocurrían‖.
En ―Mínima autobiografía de la exiliada hija‖, María Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de
un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe:
―El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrà crecer humanamente, donde
la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se
siente ajeno. No lo sabe aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de la tierra que deja.
Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para èl ya habìa pasado lo peor: el
riesgo de fusilamiento, la càrcel, la ‗redenciòn de penas por el trabajo‘. Sin embargo, se
despidiò de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cediò a un hermano sus
derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia
numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano. Dejaba negocios equivocados y proyectos
irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre
pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‗mala cabeza‘, y de playboy coruñés, que fascinaba
a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había
retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba
afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona‖ (7).
Mito Sela evoca, en Babilonia chica, a un inmigrante pintoresco: ―Creo que su nombre era
Fermín o Félix o Fernández. O algo parecido. No queda ya nadie que pueda proporcionarme la
información. Era gallego, viudo, con una hija fea y petisa como el padre, cuya función principal
era servirle mate mientras él cortaba el pelo a un cliente. Recuerdo al peluquero no sólo porque
era muy feo y su cara arrugada que daba miedo, sino por el hedor del cigarro que siempre,
siempre estaba en su boca y las bocanadas de humo que despedía y yo recibía en plena cara.
Mis recuerdos, la verdad sea dicha, se basan más en el olfato que en la persona‖ (8).
Acerca de De ayer a hoy: La actuación profesional de un dirigente de empresa con principios,
por Manuel Cao Corral, afirma Alicia Regoli de Mullen: "Este ser extraordinario relata, con una
extraña mezcla de objetividad y sentimiento, las múltiples vicisitudes y las regocijantes
experiencias que le fue dado vivir a lo largo de varias décadas de labor incesante. (...) Una
fuerza ancestral que Manuel Cao Corral con gran afecto pretende deberle a sus antepasados
gallegos, lo ha llevado al éxito en empresas que parecían un sueño imposible. Estas páginas
se recorren siempre con admiración, y en ocasiones con una sonrisa de complicidad" (9).
En Retratos (10), Carlos Penelas evoca a inmigrantes y argentinos, a personalidades y a gente
común. Todos ellos merecen su lugar en esta galería que está ubicada temporalmente, en su
mayoría, en la adolescencia y la juventud del escritor. Es en esa época en la que pudo atesorar
los testimonios que prodiga en estas páginas.
Notas
1. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias. París, Casa Editorial Garnier Hermanos, 1904.
3.
4. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
5. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa.
Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
6. Duche, Walter: ―Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia‖, en La Prensa, Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.
7. Lojo, María Rosa: ―Mínima autobiografía de una ‗exiliada hija‘ ―, en Sitio Al Margen Revista
Digital. Noviembre de 2002.
8. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
9. Cao Corral, Manuel: Buenos Aires, 2007.
10. Penelas, Carlos: Retratos. Buenos Aires, 2008.
Ver http://volveragalicia.galeon.com/aficiones2149141.html.
Biografías
Félix Luna evoca, en Soy Roca, a Gumersindo García, mayordomo del presidente. En esa
obra, afirma el protagonista: ―Si pienso bien la cosa, hablando de amigos tendría que decir que
el mejor que tengo hoy es Gumersindo García. Varias veces lo he mencionado y conviene
ahora que aclare quién es. Gumersindo es gallego y entró a trabajar en mi casa de la calle San
Martín cuando recién me instalé allí, en los finales de mi primera presidencia. Tenía entonces
28 años. A fuerza de honradez y fidelidad, fue ocupando una posición muy diferente a la de su
original oficio de mucamo; hoy es mi hombre de confianza, el que manda y resuelve, el que se
ocupa de mi dinero y mi bienestar. (...) Cuando los alborotos por la unificación de la deuda,
después que yo me acostaba tiraba un jergón en la puerta de mi dormitorio para pasar la noche
allí, armado con un revólver. Yo me he dejado ganar poco a poco por este hombre que es el
arquetipo de la lealtad y el servicio prestado con cariño y devoción. Hace unos días me mostró
su tesoro más preciado: un puñado de cartas que le he ido escribiendo a través de los años.
Noté que son bastantes: creo que es la persona a la que me he dirigido epistolarmente con
más asiduidad. (...) Es curiosa esta parábola que ha dado Gumersindo y lo ha convertido en mi
confidente. La vida política me acostumbró a no entregarme demasiado, cuidar mis palabras y
administrar mis sentimientos. (...) Con Gumersindo es distinto: está dotado de inteligencia
natural, después de un cuarto de siglo de convivencia conoce mis cosas mejor que yo, y no
tiene ningún interés que no esté asociado a mi persona. Sé que algunos de los que me rodean
–incluso mis hijas- critican esta confianza que brindo a quien, después de todo, es un servidor.
Sin embargo, yo encuentro en Gumersindo todas las cualidades que permiten hacerlo
depositario de lo más escondido y reservado, en la seguridad que jamás traicionará la fe que
he puesto en él. Y no dudo que Margarita y él serán los que me lloren con más sinceridad
cuando abandone este mundo‖ (1).
María Esther Vázquez se refiere, en Victoria Ocampo (2), al remoto origen gallego de la
directora de Sur: "Legendariamente, se supone que los Ocampo descienden de un paje de
Isabel la Católica, nacido en Galicia, que fue uno de los primeros habitantes de la isla de Santo
Domingo. En realidad, don Manuel José de Ocampo, tatarabuelo de Victoria, llegó del Perú en
los últimos años del siglo XVIII".
En Un día más de vida, La odisea de David Galante, biografía escrita por Martín Hazan, se
recuerda al empresario Morgade, de quien fue socio el exiliado griego (3).
De Lalín a Buenos Aires, BENITO BLANCO, un gallego emprendedor, se titula la biografía
escrita por Mariana Vicat
Notas
1. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. Pp. 446-447.
2. Vázquez, María Esther: Victoria Ocampo, por María Esther Vázquez. Buenos Aires, Planeta,
1991. 239 páginas.(Colección Mujeres Argentinas, dirigida por Félix Luna). Foto de tapa: Man
Ray, 1930. Investigación y edición fotográfica: Marisel Flores, Graciela García Romero Felicitas
Luna. Reproducciones: Filiberto Mugnani.
3. Hazan, Martin: 2009.
4. Vicat, Mariana: De Lalín a Buenos Aires, BENITO BLANCO, un gallego emprendedor. Abey
Ediciones. 192 páginas.
Periodismo
Crónicas
Las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt aparecieron en 1997, por primera vez quizás,
reunidas en un libro. La edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Rodolfo Alonso, quien
tuvo un destacado papel en la publicación de estos artículos en un volumen: ―por gentil
mediación de Jorge Raúl Pérez –relata Alonso en el prólogo-, pudimos enterarnos de que
durante ese mismo viaje, Roberto Arlt había visitado Galicia y enviado desde allí una nueva
serie de crónicas: nada menos que sus Aguafuertes gallegas. Cuidadosamente recortadas y
pegadas, sin duda por el fervor de algún paisano, esas páginas de hace más de medio siglo
me llegaron ahora fraternalmente fotocopiadas, salvadas del olvido‖.
La difusión de estas crónicas tiene gran importancia. Primeramente –comenta el prologuista-,
―Estas Aguafuertes gallegas no son solamente un nuevo ángulo de enfoque para enriquecer
nuestra visión, cada vez felizmente más compleja y fecunda, de uno de los más originales
escritores de nuestro tiempo‖. Esta posibilidad, de por sí, justificaría sobradamente la lectura de
las crónicas, pero –continúa- ―También nos sirven, además, como auténtico lazo de ligazón
entre ambas orillas, entre ambos mundos, no sólo para conocer mejor a esa realidad porteña y
argentina donde lo gallego se halla tan profundamente entremezclado, como una sutilísima
levadura, sino también para recordar cómo era aquella Galicia de hace más de sesenta años,
que quizá no sabía que estaba a punto de anegarse (como toda España) en la tragedia heroica
de la guerra civil‖.
Otro de los motivos de interés de los textos –agrega Alonso- tiene que ver con la condición
social de Arlt -lo recordamos muy lejano de aquel Mujica Láinez que por esos años escribió sus
―crónicas andariegas‖ para La Nación.
Alonso se refiere a la condición social del escritor en relación con sus artículos: ―siendo el
mismísimo Roberto Arlt, como ya dije, también hijo de inmigrantes, estaba en inmejorables
condiciones de comprender, fraternizar y valorar a este otro pueblo al que sólo las más difíciles
circunstancias económicas y sociales –como él mismo bien señala- habían obligado a la
emigración. Y que, sin embargo, sabía amar tan profundamente y como propia a su patria de
adopción‖.
En estos artículos de Arlt son frecuentes las comparaciones: entre dos localidades gallegas,
entre los gallegos y los andaluces, entre los gallegos y los argentinos. De esta última, no
salimos bien parados, ya que el periodista advierte que nuestra inferioridad en cuanto a
capacidad de sacrificio y laboriosidad es la que hace que un sector de nuestro pueblo
desestime al gallego. El cronista nos habla de las duras condiciones en que se desenvuelve la
vida en el noroeste español y le resulta lógico que para el gallego inmigrante todo sea sencillo
en las Américas: ―No se siembra sobre piedras. La tierra es tan tierna que en verano se la
cruza en ferrocarril entre grandes nubes de polvo. Aquí, en España –agrega-, la tierra es tan
dura, que en pleno verano, cruzando la llanura de la Mancha, que no es llanura sino una
sucesión de suaves colinas, después de seiscientos kilómetros de travesía, conservamos la
ropa limpia. (...) ¿Qué significa el esfuerzo en la gran llanura –se pregunta-, comparado con la
lucha en la mar traidora o en la montaña empinadísima?‖
Al respecto, son particularmente interesantes los artículos en los que se refiere a la pesca del
pulpo y al trabajo de las campesinas gallegas. De estas últimas comenta que se han quedado
solas, pues los maridos están en América o en el mar. Los que están en América, faltan de sus
hogares desde hace años, y sólo envían cartas y ‗escasas pesetiñas‘. Arlt transcribe un poema
de Rosalía de Castro, incluido en Follas Novas (que el lector podrá apreciar en la versión
original y en la traducción de Rodolfo Alonso); es aquel que comienza: ―Se va éste y se va
aquel:/ y todos, todos se van, / Galicia, sin hombres quedas/ que te puedan trabajar".
Sobre aquellos que emigraron reflexiona Arlt en tierra gallega: ―-Cómo se les ha de encoger el
corazón cuando, en un momento de soledad, se acuerdan de estas aldeas tan bonitas, tan
envueltas en cortinados verdes, y cuando se acuerdan de la caída de la tarde, del sol en el río,
y de las voces de las gaitas, y de los bailes en los calveros, y de las vacas que atadas con una
cuerda llevaban a beber a un río, y de los viñedos tan tupidos, y de sus casonas suspendidas
sobre los abismos...‖ Comprende cabalmente la morriña que agobia a estos hombres de dos
continentes, y la comprensión hace que se vuelvan para él más dignos de encomio.
El cronista destaca, asimismo, la seriedad de los gallegos, y la explica en una de sus notas: ―he
insistido en que me llamaba la atención la seriedad del gallego, pero la seriedad a que me
refiero, no es la del ceño fruncido, sino a esa gravedad reflexiva, disuelta en la expresión del
semblante, por el hábito de la meditación‖.
En la crónica dedicada a la ciudad de Vigo, transmite sus impresiones acerca de la urbe
moderna, muy limpia, con mujeres bonitas y una atmósfera ―naturalmente contenida y
mesurada‖. Elogia en estas páginas la honradez de los gallegos, que adquirirá fama proverbial
en América: ―La gente es ferozmente honrada‖ –asevera. Como prueba de ello, comenta que
―Las casas de pensión dejan la puerta abierta, de modo que por la noche, uno puede entrar a la
hora que llega sin necesidad de cuestionar con el sereno‖.
La relación entre España y América se evidencia, asimismo, en las donaciones que filántropos
del nuevo continente hacen a su madre patria, como ―la llamada Biblioteca América, obra de un
patriota gallego residente en Buenos Aires, don Gumersindo Busto, quien tuvo la feliz idea de
fundar la Universidad Libre Hispano Americana‖ y la obra de los hermanos Juan y Jesús García
Naveira, dos comerciantes ya fallecidos en el año en que se escriben las crónicas,
enriquecidos en la República Argentina, cuyas donaciones ―son asombrosas por la cifra en
metálico que representan‖.
Pero, más allá del aporte económico de los emigrantes, los vínculos entre las dos patrias se
patentizan una vez más para Arlt en Betanzos, donde observa que ―Si se conversa con la gente
os sorprende de hallaros en una de las ciudades más argentinizadas de Galicia. Se habla aquí
de Buenos Aires como si fuera el pueblo de enfrente –afirma. Circulan modismos argentinos:
‗no seas globero‘, ‗macaneador‘, ‗ché‘. El tango para sorpresa mía, además de bailarse se
canta con la letra. No en balde, cerca de tres mil habitantes de Betanzos trabajan en la
República Argentina‖.
Así vio Roberto Arlt la inmigración, desde Galicia; sus crónicas surgieron plenas de admiración
por un pueblo del que muchos argentinos descendemos.
José González Carbalho escribió en diarios y revistas. En varios artículos se refirió al viaje a
Galicia que realizara en abril de 1955. Escribe Antonio Requeni, a propósito de los mismos:
―González Carbalho fue poeta y periodista. Esa doble actividad lo ayudó a comprender mejor la
realidad gallega. En muchas de las páginas que dejó escritas resalta la observación sutil, el
registro de detalles que contribuyen a una captación más profunda. Esa capacidad para
detenerse a inventariar los elementos de la realidad debe ser don o virtud de periodista. Y
González Carbalho lo fue, ininterrumpidamente, durante muchos años. Pero además era poeta
y sus antenas sensibles estaban siempre prontas para sintonizar el alma de las cosas y traducir
ese mensaje en palabras. Mallarmé dijo que todas las luchas del hombre, las victorias o las
derrotas de la humanidad, terminan convertidas en palabras, existen para las palabras, son el
pretexto y la justificación, tal vez, de un hermoso libro o de una página imperecedera. González
Carbalho, periodista y poeta, acertó a ver y sentir Galicia. Y aquella realidad geográfica y
humana justifica hoy unas palabras que, como las de todo poeta verdadero, nacidas del
asombro o del fervor y acuñadas al calor de la ternura, se inscriben para siempre en el
Tiempo‖.
En ―Temas de la patria anterior‖, el viajero escribe: ―Quienes fueron antes que yo en mi sangre,
partieron por donde yo entré en España. Recuerdo que en algún coloquio de lembranzas,
hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos
para irse. Estaba haciendo la práctica para la gran travesía. El alma navegante se estaba
familiarizando con la onda, el yodo, la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió siendo niño.
Y yo volví por donde él partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y experiencia,
hombre y afán de indagar en la raíz, de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita
respirar los aires de su patria anterior‖.
―La emoción de su primera caminata por Santiago quedó documentada en otro artículo‖: ―Dejo
mis maletas en el hotel y salgo, ansioso de caminar por Santiago de Compostela. La Rúa Nova
me acoge con el monacal señorío de sus recias casas. Piedra, Severidad. Noble arquitectura
neoclásica y barroca. Rúa donde el rumor de los pasos sobre las antiguas losas se apaga
oscuramente y el paseante piensa que transcurre hacia dentro del tiempo. Ya estoy andando
bajo soportales. Había hablado de ellos sin verlos. Son los mismos. Como también la lluvia es
la misma que soñara. La capital religiosa de España –la ciudad que reza, como suele
llamársela- es ciudad de lluvias. ¿Puede uno imaginarse a Santiago sin ese ámbito de
recogimiento? ¿Quién no ha sentido, en algún instante, esa caricia menuda y tenaz que llaman
calabobos? Esta lluvia no moja, bautiza. Es la bienvenida. Tiendo a ella las manos y la llevo a
mi cuarto. Huele a aire, a nube. En mi interior, como una blanda hierbecita del campo, crece la
sonrisa‖.
En un artículo publicado en la revista El Hogar, manifiesta su impresión al visitar Padrón: ―La
primera evidencia de Rosalía la tuve al acercarme a la iglesia de Santa María la Mayor de Iria
Flavia. A la vista de su aguja hubiera querida apaciguar la marcha del coche. Descendí
despacio y fui andando hacia el templo, cuyo pórtico data del siglo XII, de modo que la
presencia de la alondra fue tan real como cuando ella acudía a rezar por sus deudos y
servidores. En el atrio, como es tradicional en toda Galicia, el cementerio. El de Adina tiene un
valor emocional distinto: en él recibieron sepultura, por espacio de cinco años, los restos de la
escritora. Al desenterrarlos para su traslado a la iglesia de Santo Domingo de Bonaval, en
Santiago de Compostela, hallóse el cuerpo y las violetas que tenía en su pecho, como si la
muerte no hubiera pasado para ellos‖.
Fue crítico literario. Manuel Mujica Láinez guardaba en sus cuadernos las reseñas que se
hacían sobre su obra; entre ellas, encontramos el recorte de un comentario bibliográfico
firmado por González Carbalho, acerca de Vida de Aniceto el Gallo. En ese texto, Carbalho
destaca el sentimiento del autor hacia su biografiado; hay –a su entender- una evidente
simpatía y una constante intención de resaltar las virtudes y justificar los defectos: ―La simpatía
que el autor del libro experimenta por su héroe es transportada a cada una de las palabras, con
matices de piedad y ternura, de comprensión de las virtudes y los errores, de lirismo nacido de
episodios memorables –el del sauce de la tumba de Musset, por ejemplo-, de delicada ironía
ante el hoy incomprensible romanticismo de ciertos sucesos‖.
En prosa y en poesía evocó González Carbalho a Galicia, la ―patria anterior‖ que pudo ver
antes de morir.
Costumbrismo
En ―Carnavalesca‖, Fray Mocho desliza la crítica social, al afirmar que a la doméstica gallega,
la patrona la explota. De la abusadora señora dice el personaje: ―se aprovecha de que sos
d‘España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos‖. El retrato que hace del temible
gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca de la doméstica este
concepto: ―Yo lo conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de ganar muy fácil...‖
(1).
Félix Lima es el autor de ―Otra vez en la milonga, trágico doblete‖, artículo en el que incluye su
―Carta pra alá‖ (2), la cual manifiesta una actitud negativa hacia los gallegos:
‗Señora Guesusa Pérez de Jarcía y Jrejores.
‗Viju.
‗Querida prima:
‗Por aquí con a jerra, nos ponemus jordus, pues o que no suben os mayoristas, os subimus
nosotros, por más que el jobiernu aprieta el torniquete a los especuladores y el hornu no está
para janancias desmesuradas, pero tú sabés que aquí como en Lojroñu, en Londón como en
Juacintón, en Hamburju comu en Ríu de Ganeiro, echa a ley, echa a trampa.
‗Te comunico una noticia que te llenará de gubilu: primu Jabriel ya sentó plaza de rentadu en el
ayuntamiento, pues el concegale Iñiju, pariente leganu de tíu Jaspare, le consijió esa canonjía,
160 pesiñus mensuales, con gubilación y otros previleguius, con a única condición de votar
siempre por los amijotes del susodichu Iñiju.
‗Primo Jabriel Sánchez Jerra ya maneja el escobillón edilicio con jarbu y empuga a carretilla
con donaire, y en cuantu al uniforme, llévalo con elejancia que se la envidiaría Eduardu de
Juinsur, ese tipo yoni que para mí tein guente en a azotea.
‗Deseamus que a jerra sea larja para convertir nuestra actual despensiña en almacén por
mayore, con siete camiones de repartu.
‗Cariñus pra ti y para todos de tu prima que gamás te olvidaBenita Fuentes de Sanjrador'
Un galleguito aparece en un texto costumbrista (3) de Ricardo Lorenzo (Borocotó), sosteniendo
este diálogo:
―-Uno debe cantar bajo y otro alto –aconsejó El Galleguito‖.
―-¿Alto como las montañas de tu aldea? -¿Te juego a quién las tiene más altas?... El día que
vengas a mi provincia te vas a agarrar un empacho de montañas... –interrumpió Rompehuesos,
que jamás transaba en que hubiera montañas más altas que las de sus pagos. Hasta decía
que las de la geografía estaban mal medidas‖.
Notas
1 Alvarez, Sixto A. (Fray Mocho) Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2 Lima, Félix: ―Otra vez en la milonga, trágico doblete‖, en Caras y Caretas, Año XLII, N° 2137,
Buenos Aires, 23 de septiembre de 1939.
3 Lorenzo, Ricardo (Borocotó): ―El Diario de Comeuñas‖, en R. Arlt, R. Gache, Borocotó y otros:
El costumbrismo (1910-1955). Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 37. (Capítulo, vol. 68).
Historietas
En ―La historia del comic en la Argentina‖, trabajo ―realizado por Néstor G. Giunta, en el año
2004, basándose en un texto original del profesor Oscar De Majo, quien autorizó las
modificaciones y agregados efectuados aquí sobre el artículo aparecido en ‗Signos
Universitarios‘ (Bs. As., Universidad del Salvador, Año XV N° 29, en el año 1996)‖, el autor se
refiere a una inmigrante: ―La historieta pasa a la prensa diaria recién en 1920, cuando el diario
La Nación empieza a publicar tiras, con gran enojo de muchos de sus lectores, que pensaban
que con estas "frivolidades" se desmerecía la "seriedad" de la publicación. (...) debuta con sus
personajes, en los periódicos, Lino Palacio, que crea a "Ramona" (...), en 1930, para ‗La
Opinión‘ " (1).
―Cuenta la anécdota que Palacio se inspiró en una mucama gallega que trabajaba en la casa
de su abuelo para crear a Ramona. Observador como todo humorista, el autor crea un
personaje que es un estereotipo derivado de la inmigración poco instruida que llegó a Argentina
a principios de siglo. Como tantos otros inmigrantes, Ramona es empleada doméstica.
Ignorante y algo bruta, inocente y demasiado sincera, tales las características que detonan la
comicidad de este personaje. Ramona es el primero de los grandes personajes de Lino
Palacio, al que seguirían Don Fulgencio, Avivato y Cicuta, entre otros. Estos personajes, como
los de otros autores de la época, se caracterizan por basar su humor en una cualidad que
produce el efecto cómico, recurso que se repite de tira en tira. En el caso de Ramona, su
ignorancia produce todo tipo de malentendidos. La interpretación literal de lo que le dicen, su
incapacidad para el doble sentido, provocan las situaciones que sufren sobre todo sus
patrones. Su inocencia y simpleza la llevan a una sinceridad extrema, que desemboca en algo
parecido a la insolencia. Pero Ramona no tiene malicia, todo lo que hace es sólo consecuencia
de lo bruta que es. Ramona fue el primer gran personaje argentino que apareció en los diarios.
Comenzó a publicarse en 1930, en La Opinión, diario oficialista que salió apenas por un año. A
partir de 1938 se publica en el diario La Razón, donde se hace exitosa. Varios autores se
hicieron cargo de la tira: Toño Gallo, Guillermo Guerrero, Dobal y Faruk (hijo de Lino Palacio).
A partir de 1958 Ramona es continuada por Cecilia, hija de Lino Palacio‖ (2).
En Locuras de Isidoro, historieta de Dante Quinterno, aparece un mayordomo gallego. ―Quién
no disfrutó alguna vez –pregunta Marcelo Benini- de los enredos protagonizados por Isidoro,
ese porteño de vida disipada que rehuía a cualquier esfuerzo físico, incluido el trabajo, y
pasaba sus horas en casinos, hipódromos y boites? Imposible olvidarlo: casi siempre vestía
saco cruzado, polera, mocasines y tomaba whisky importado. Vivía disgustando a su pobre tío,
el coronel Urbano Cañones, quien sólo confiaba en él cuando estaba acompañado por
Cachorra Bazuka, una hermosa rubia de aparente compostura que en realidad era su
compañera de juergas. Su otro aliado era Manuel, el mayordomo gallego, que lo apañaba ante
el severo militar cuando Isidoro metía la pata. Autos deportivos, ruletas, cartas de póker,
cigarrillos y noche componían la iconografía de Locuras de Isidoro, la popular revista que el
inolvidable Dante Quinterno (1919-2003) publicó entre 1968 y 1976, año en que empezó a
reeditarse‖ (3).
Quino creó al almacenero don Manolo y su hijo Manolito, personajes de Mafalda. Escribe
Sylvina Walger: ―Al cabo de dos semanas de publicar en ‗El Mundo‘ advierte que necesita más
personajes para enriquecer la tira, y el 29 de marzo de 1965 aparece Manolito –Manuel
Goreiro- inspirado en el padre de Julián Delgado, propietario en Buenos Aires de una
panadería situada en Cochabamba y Defensa, en el histórico barrio de San Telmo‖ (4).
En ―La vida es un dibujo Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y Manolito‖,
Andrea Rodríguez relata la historia del inmigrante español que inspiró el personaje: ―Sólo tres
de los personajes de Mafalda estuvieron inspirados en la vida real. Guille es hoy flautista de la
Orquesta Sinfónica de Chile. Felipe adhirió a la revolución cubana y es funcionario del gobierno
de Fidel. Manolito vendió la panadería poco antes de morir. Su hijo es uno de los 82 periodistas
desaparecidos durante la dictadura. Por primera vez hablan los verdaderos personajes que
Quino inmortalizó en la tira más célebre que dio la Argentina. A Manolito, lo cuentan sus
familiares‖ (5).
Notas
1. Giunta, Néstor G.: ―La historia del comic en la Argentina‖, en www.todohistorietas.com.ar
2. S/F: ―Ramona‖, en www.historieteca.com.ar.
3. Benini, Marcelo: ―Isidoro Cañones era de Villa Pueyrredón‖, en El barrio. Periódico de
noticias, Agosto de 2003.
4. Walger, Sylvina: ―Explicación‖, en Quino: Mafalda Inédita. Buenos Aires, Ediciones de la Flor,
1988.
5. Rodríguez, Andrea: ―La vida es un dibujo Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe,
Guille y Manolito‖. Veintidós, Año 2, N° 71; Buenos Aires, 18 de noviembre de 1999.
Novelas
En la novela En la sangre (1), de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre ―se
detuvieron frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves
colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza‖.
En La gran aldea, Lucio V. López presenta gallegos trabajando junto a los criollos: ―daban las
cuatro y, no bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba
en los antros profundos de la trastienda‖. Lucio V. López menciona otro gallego relacionado
con la tienda: ―Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho‖ (2).
En El casamiento de Laucha, escribe Roberto Payró:
"Bueno, pues, anduve de tienda en tienda queriendo vender el poncho y sacar boleto con la
platita, pero sin suerte porque no encontraba ningún aficionado
-No compro ropa usada -me gritó furioso un tendero gallego que no tenía más que clavos del
tiempo de ñaupa" ().
A criterio de Delfín Garasa, ―Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo.
Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz,
con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas
ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el
muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a
otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los
modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y,
finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas,
un ‗enorme hormiguero‘ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos,
exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra?
De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien
en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados
levitones, los ‗turcos‘ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos
pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los
holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer
besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos.
Y agrega Pascarella: ‗La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno
aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad
desierta‖ (3).
Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules (1919): ―Monsalvat imaginó que sus palabras
engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros
cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de
querer echarles de la casa para después subir los alquileres‖. El gallego decía que ―Si ellos se
encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los
cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el patrón: la higiene y el
aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la
higiene, maldita la falta que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no
correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran
desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a
veces cedían por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con
sus rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se
moverían de allí!‖ (4).
En La pampa gringa (1936), de Alcides Greca, un gallego llega a la Argentina: "No salía de su
asombro. Había creído que la América era un país maravilloso, de comarcas cubiertas por
selvas de árboles gigantes, entoldadas con lianas, en las que se abrían flores prodigiosas y se
guarecían pájaros de vivos plumajes. Se había imaginado que sus pobladores habitaban en
palacetes muy blancos, rodeados de jardines, situados en los claros del bosque o a orillas de
ríos anchurosos. La indumentaria de los europeos debía ser, necesariamente, un impecable
traje de caza, casco inglés y voluminoso revólver en la cintura; los indígenas irían cubiertos con
calzones a rayas, de colores chillones. Antoñico había presentido la América a través de
alguna historieta de plantaciones antillanas o de las tapas policromas de una novela de Salgari"
(5).
En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Megafón, novela de
Leopoldo Marechal publicada póstumamente en 1970: ―En la sala única del púgil se juntaban
sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un
manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres
discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres
discípulos eran Juan Souto, llamado ‗el gaita‘, Vicente Leone, o ‗el tano‘, y Antenor Funes,
conocido por ‗el salteño‘ ― (6).
En Una sombra donde sueña Camila O'Gorman (1973), escribe Enrique Molina: "Berón de
Astrada pierde la vida en la batalla de Pago Largo, y Echagüe, su vencedor, hombre de
aristocrática cuna, ordena, con una delicadeza de tiburón, que se le extraiga al cadáver una
lonja de piel de la espalda, para hacer con ella una manea que envía al general Urquiza como
presente. Esos obsequios, tan caros entre compadres, exaltan la cortesía de la época y el vals
de los murciélagos. El mismo Urquiza, en carta a su hermano, después de una batalla, le
anuncia: 'El gallego Navarro cayó prisionero y lo degollamos: te mando sus orejas' " (7).
En Hacer la América (8), Pedro Orgambide evoca, entre otros inmigrantes, a una familia
gallega.
Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para traer de Galicia a su familia. En la fonda
―pide pan y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de
su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si
comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel
Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena‖.
Al gallego, ―El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa
Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa.
No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte
que yo. Yo no me juego el jornal‖. Sin embargo, lo hace: ―Manuel Londeiro le dobla el brazo
contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores".
Al fin, reúne el dinero que posibilita tan ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los
hijos, piensa: ―Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera
pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que
estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan el olor de
sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches soñaba con su
corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa,
Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras
casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos, en
los muelles... Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar de un lado a otro.
Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve
las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el
granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?‖
Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el patio del conventillo, la niña juega a las
estatuas con las hijas del árabe: ―se quedaba inmóvil con un pie en el aire. (...) -¡Míralas! Se
creen unas reinas... pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la Carmen y
apoya su mano en el hombro de Magdalena‖.
Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió por motivos políticos, se dedicó a la música.
María, en cambio, inspirada en el espíritu paterno, fue líder en el movimiento de las costureras.
En La crisálida, de Nisa Forti Glori, dice uno de los personajes: "No es cierto que las clases
humildes son las más sanas. ¿Acaso los pobres son más bondadosos entre ellos? ¡Qué
esperanza! Observen a las personas de servicio. Deberían mostrarse solidarias. Todas son
trabajadores, ¿no? Una mano lava la otra, ¿no? Y no. Se mueven el piso. Se odian. Son
capaces de correrse con el cuchillo. ¿No vimos en nuestra propia casa, cómo Rita corría a
María la gallega? La corrupción está siempre en los extremos. Con la diferencia que a los muy
ricos se les perdona todo y a los muy pobres, nada. Sobre mojado, llovido. Cuando no posees
nada, hasta los amigos se evaporan" (9).
La piedra madre (10), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil,
empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio
de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia
(después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una
narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y
represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras
reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.
A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de
Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco
después. Hoy se erige en una ―novela de anticipación‖ (o profética) a raíz del emprendimiento
turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la
delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (11).
María Rosa Lojo define a Canción perdida en Buenos Aires al oeste -novela premiada por el
Fondo Nacional de las Artes en 1986-, como ―la historia de una familia narrada a través de
siete personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en sus treinta años rescata
ese nudo de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una
canción perdida porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por el amor,
la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los extravíos y las recuperaciones que
constituyen el tiempo irrestañable e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un
momento, crea la ilusión de retener‖ (12).
Después de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar del oeste, ―era el sol de la casa nativa que
iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa
antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del
domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como
para sí: ‗Donde yo me he criado...‘ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La
única plegaria que papá se permitía decir‖ (13).
Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio
Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere
como a una ―saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos
tiempos de odio, racismo y xenofobia‖-, habla de un oficio que desempeñaban algunos
españoles. En 1886, ―Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por
qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís
duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como
luciérnagas nerviosas‖ (14).
Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera Sur. ―Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de
riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en
la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la
historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a
la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera
ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato
épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la
organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o
el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes‖ (15).
El narrador describe, en esa obra, uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década
del 80: ―Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías
pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los
carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que
fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las
ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e
hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del
griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de
las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la
contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie
cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida‖ (16).
Graciela Cabal, en Secretos de familia (17), recuerda su aprendizaje de muñeira: ―A mi amiga
Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la
muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben
bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero
igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la
muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto
tiempo que no baila... ‘Sea buena, mamita‘, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio.
Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos.
Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se
saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y
primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se
pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar,
porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de
Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan
los bigotes‖.
En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio ―Dr. Alfredo A. Roggiano‖ de la
Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: ―Porque era
muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de
un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera
gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo... (...) La tarde
anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la
inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de
compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando
de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos.
Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en
un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse
diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente
cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al
mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta‖ (18).
En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el
Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra
de las Malvinas. Relata el protagonista: ―Aunque no podía verle la cara al gallego porque me
había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y
me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al
anzuelo‖ (19).
En Virgen (20), novela de Gabriel Báñez que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un
titiritero gallego: ―Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a los
costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en el bolsillo que
guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde su Pontevedra natal hasta Santos,
donde desembarcó. En Brasil se había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de coco,
pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que su
arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres, que extrañaban horrores el
castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un
trotamundos infatigable, aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes
sin mayor fortuna, (...) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez, y se valía de
su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana con ogros
franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores obras las escribía él, y resultaban de una
belleza conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de
foca o de mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo‖.
En ―Noticias secretas de América‖, Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes
gallegos: ―Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado
un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en
su momento un operador del Ministro. ‗Tigres sedientos de sangre‘ y todo eso. Culpa del himno
el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco
mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los
días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión‖ (21).
Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor –novela distinguida con el Premio Nacional
de Literatura en 2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le contaba
cuentos de su tierra: ―Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de
insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio
Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida,
interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad
de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y
como no podía dormir, te contaba un cuento‖ (22).
En La fuga, distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y
Angel Villalba, una pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: ―En la esquina de
Coronel Díaz y la avenida Las Heras había un bar y al lado un corralón y después una
ferretería. El barrio se llamaba, o le decían, Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la
ferretería había en 1928 una casa de venta de carbón y leña atendida por un matrimonio mayor
de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo gallego de Betanzos. El comercio era
angosto y con piso de tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que emanaba
de las bolsas de arpillera‖ (23).
En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932,
en la que expresa:
―Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la
población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y
clubes, y quien comete la osadía de casarse con un ―nap‖ (¿napolitano y por extensión
italiano?) o con un ―gushing‖ (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa
hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también
por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En
verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá:
árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que
a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral‖ (24).
Ochoa, uno de los personajes de Hotel Edén, de Luis Gusmán, ―recuerda entonces la iglesia de
San Nicolás de Bari. La historia de su familia materna está escrita en esa iglesia. Su abuelos,
inmigrantes, primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de Galicia. Ochoa
dispone de poca información, y por lo tanto ignora por qué terminaron viviendo en la calle
Carlos Pellegrini. Su abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era de
inquilinato, a la que llamaba ‗las oficinas‘ ― (25).
En Agatha Galiffi La Flor de la Mafia, novela de Esther Goris, los municipales quieren llevar el
carro de un piamontés, por tener verdura en mal estado: "Un hombre de traje oscuro y bombín,
con papeles en la mano, daba instrucciones a otros dos, mientras un tercero sostenía el caballo
por las bridas que, intranquilo ante la muchedumbre que lo rodeaba, golpeaba los cascos
contra el suelo embarrado. Saremba era de los que habían dominado la tierra pero no la
lengua, de modo que trataba de dar explicaciones al del bombín utilizando una jerigonza
extraña". Lo que quería explicar era que "La verdura podrida no era para la gente, era verdura
para los chanchos del gallego" (26).
Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me quieras, presenta a un gallego. Este es evocado
como un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los pedidos de
sus clientes sin dinero: ―era como si todos nosotros fuéramos miembros de una barra y los
mayores solamente aquellos a los que teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará
un whisky o un café a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras
se ocupa de asuntos serios‖ (27).
En La logia del umbral, Ricardo Feierstein recuerda a algunos de los gallegos que vivían en
Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: ―Cruzando la avenida Mosconi estaba la
farmacia (...) Luego el negocio de medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de
televisión; (...) Después del bar, ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el recorrido, el
almacenero González (gallego de ley), (...) Por las mañanas, en la escuela pública donde todos
concurríamos, conviví (...) con el galleguito Pérez‖ (28).
La casa de Myra (29), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo
Premio para Autores Inéditos, en el ―Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el
marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‗El libro del Autor al Lector‘ ‖.
En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un
personaje: ―En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos
manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven
como gemas transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo
cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mexclada de
cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las
botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera
para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de
ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada
pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa‖.
En Los gallegos, una novela inédita, Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El
abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus
negocios: ―Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se
iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la
panadería: La flor de Galicia‖. Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes
gallegos: ―Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la
Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una
Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra,
‗da mía terra‘, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el
corazón, van a buscarse entre ellos‖.
Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las ingratas (30),
novela en la que evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y la hija de una de ellas.
Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará
como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: ―Esa noche entre esas paredes húmedas,
escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra
en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre,
Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes
desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde
todas las cosas tenían otro olor?‖.
En Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer relata la
insólita anécdota de la gallega que hizo el papel de madre de la novia en un casamiento civil
entre sirios (31).
En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: ―El campo se subdividió; la casa y
unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia, que
aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de los primeros tiempos
fueron incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en las
fajas, y apenas caían unas gotas la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío.
Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él‖ (32).
En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un
gallego. Le dice: ―-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre. Avelino,
Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‗Este era el recibimiento que le hacían los habitantes de
ese país que prometía tanto, todos apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos... para
no responder a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y quisieron estar
en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde, ahora había que
ser fuerte, apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña
valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos lentamente recorrieron ese
largo pasillo, jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si
estaban mal presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para que
este país al cual recién llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento
necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los llevó a cruzar el mar en busca de un
futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía
un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos,
haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si
de algo no podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el trabajo y la voluntad a
pesar de a veces tragarse las lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las
sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo eran, eran más fuertes que un roble‖
(33).
En 2004 se editó Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (34), de María Rosa
Lojo. En esa obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey Moure y su
hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: ―El casquito de fieltro con un capullo de gasa,
las mejillas redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su aspecto cándido de colegiala
en vacaciones. Un toque de rouge y de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se
encontró ligeramente similar (aunque más delgada, y más joven) a una poetisa de moda:
Alfonsina Storni‖. Francisco era ―un hombre robusto y curtido, en quien Carmen fue
reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y como quien despeja las capas
superficiales de un palimpsesto, los rasgos de su hermano‖.
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: ―Bordeando el convento, la
calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates,
regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y
piedras transparentes por diamantes‖ (35).
En Jueves para siempre (2005), Laura Nicastro presenta a un personaje gallego: el dueño de
un bar (35).
En 2005 apareció Finisterre, también de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en
Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella recuerda: ―Buenos Aires era entonces una ciudad
blanca y baja, quizá sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba los ojos a la distancia pero a
medida que los barcos iban acercándose a la entrada del río ancho y playo, donde resultaba
imposible fondear, cedía el encantamiento. (...) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas
de a trechos. Animales muertos y montones de desperdicios se acumulaban en algunas
esquinas‖ (36).
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va a la pensión en que vivía Vittorio. ―La
desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco le contó que era periodista de Crítica. Le
convidó con mate, bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego que el señor
Comencini no vivía más en esa pensión‖. La gallega se entusiasma: ―¡Ayudar a la prensa! (...)
anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra, con ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va
a venir un fotógrafo?‖ (37).
Cristina Bajo es la autora de La trama del pasado (38). "1840, Vigo, Galicia. Una joven
aristócrata, Ignacia Arias de Ulloa, abandona a su marido y huye con una criada llevándose
muy poco: su estuche de esgrima, y el halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa solariega
de su madre se encuentra con que ésta ha decidido regresar a las provincias del Río de la
Plata, su tierra de nacimiento, para ajustar viejas cuentas. Sin pensarlo, Ignacia se embarca
con ella. Mientras el país se desangra en la guerra civil, don Fernando Osorio y Luna,
descendiente de un antiguo linaje, emprende con sus hombres un viaje a caballo desde la
Córdoba americana hacia Buenos Aires con un mensaje secreto para don Juan Manuel de
Rosas, jefe de los federales. A mitad de camino, y en una de las batallas más cruentas de la
historia argentina, Ignacia y Fernando se encontrarán, sin saber que sus lazos provienen del
pasado, de trágicos misterios familiares que, desde los orígenes de su estirpe, parecen
alcanzarlos como una maldición. Acechado por enemigos desconocidos que atacan
salvajemente a su mujer y a su hijo, involucrado en venganzas y reencuentros, amenazado con
la expropiación de sus tierras, Fernando encontrará que la mayoría de los privilegios que los
suyos mantuvieron por siglos han desaparecido; que los Osorio han caído en desgracia, y que
aquella joven del halcón, Ignacia, pertenece al círculo de los enemigos de su familia. ¿Podrá un
hombre de acción como él, valiente, fiel a sus ideas y a su gente, permanecer indiferente ante
la matanza y las injusticias a que todos los días se ve sometida su ciudad, por aquellos que se
decían sus aliados? En esta nueva entrega de la saga de los Osorio, no será una mujer de la
familia la protagonista, sino un hombre: Fernando, el Payo, hermano de Luz y primo de Laura.
Junto a él, personajes históricos y ficcionales desentrañarán una trama urdida con sangre,
secretos y ausencias: La trama del pasado, una novela vibrante, estremecedora, que confirma
una vez más el talento narrativo y la pluma avezada y mágica de Cristina Bajo" (39).
Para dar hijos sanos, aseguraba la madre de Leonor, Ana Maria del Corral, "los conyuges
deben andar higiénicos por la vida y acostarse limpios en la cama matrimonial". Como mi
madre, tenia hundidas las mejillas a ambos lados de la nariz, y era lo que se dice una militante
de la limpieza. En su panaderia no entraban las "moscas asquerozas" que perseguian en su
pocilga de Jerusalen a la Monalisa de Musrara, la novia cada vez mas platonica del indeciso
Ernest Kolman. La madre de Leonor no las dejaba entrar a la sombra en su local ni en los mas
pesados dias del verano, cuando el betún negro y blando del asfalto sobre los antiguos
adoquines de la avenida Entre Rios reverberaba caliente en las calles y parecia amenazar con
un incendio de la ciudad.
Ana Maria del Corral era una mujer imponente y empolvada desde la papada hasta los aretes.
Le pendian con cierto esplendor de unas orejas rosadas e impecables. Adheridas a las vitrinas
donde exhibia sus deliciosos postres y tartas, esas moscas argentinas - como aquel
desdichado esquiador del sello postal, el que espera dia y noche suspendido en el aire sin caer
nunca a la pista de la nieve - pasaban horas agarradas con sus patas a un minusculo punto en
el vidrio calcinado. Esperaban para abalanzarse sobre los dulces con voluntad de hierro y sin
desviar la vista hasta que dejasen de girar las temibles y gigantescas paletas de los
ventiladores negros, colgados del pulcro cielo raso que la viuda hacia pintar cada vez que
llegaba la primavera.
'La limpieza goza de todas las ventajas, la quien puede gustarle la suciedad?', se ufanaba
delante de los clientes que, elogiandola por lo limpia que era, la alegraban y, no menos
importante, la salvaban de la soledad. En la balanza junto a la caja registradora, decorada con
minusculos corazones rojos finamente entrelazados, sobre una superficie de cartón, se leia:
"Hoy no se fia, manana sí"; firmado, "La Casa".
Con el boligrafo en la perilla, cuando iba alguna vez por el pan, y si estabamos solos, me
preguntaba sobre los judios. 'Es una raza inteligente, eso no se puede discutir', afirmaba
convencida. No obstante, la intrigaba saber si era cierto, como habia oido en su pueblo y
tambien en Buenos Aires, que creen en la divinidad del cerdo. '¿Es verdad que por eso no
comeis la carne del puerco?', arremetia vivaz y jugosa, con una alegria que contagiaba
mientras, obsesivamente, al parecer avergonzada de su gordura, se estiraba hacia abajo el
corse elastico que le ceñía la barriga. La buscaba deslizando las dos manos sobre el delantal
de servicio y fingiendo que lo que hacia era palpar y estirar las arrugas del vestido, pero la
denunciaba la pequeña satisfaccion que le proporcionaba saber que habia logrado dar con las
ballenas del corse. Para disimular, sin dejar de hablar se ocultaba detras de la balanza o de la
caja registradora y con dos dedos de cada mano, sujetando las invisibles ballenas, se lo bajaba
de un tiron seco y se veia mas delgada. A la madre de Leonor le resultaba inconcebible que los
judios, con lo inteligentes que son, pudieran depositar su fe en 'un animal que pasa comiendo
porquerias'. Toda ella respondia a la imagen que teniamos de las rozagantes y siempre vivas
matronas españolas los hijos de madres judias, más insatisfechas y con el labio amargado. Las
idealizabamos al contemplar a la nuestra lavando la ropa, con la melena que le temblaba al
fregar energicamente contra una tabla acanalada de madera, sin hacer caso del sudor que le
corria de la frente a las mejillas. La mia lavaba en una pileta debajo de un techo de zinc
hirviente, pensando en las obligaciones de mañana, mientras el sol en toda su redondez caia
entero sobre la tierra reseca que mi padre pensaba cultivar algun dia.
Ademas de su gracejo, me atraia en Ana Maria del Corral su fantastica pronunciación de las
letras ce, ese y zeta. Habia llegado a los años en los que se asientan como el polvo las
obsesiones que creíamos falsas o pasajeras en los de la juventud, y se ofendia si algun cliente,
por pereza o simplemente ensimismado, le tocaba el honor olvidandose de saludarla al entrar o
salir de la panaderia. Confundia sus pretensiones con un supuesto derecho que se arrogaba
para exigir a los demas que satisfagan sus deseos. Era el mismo derecho que servia de
blindaje a su autoritario maternalismo. Aunque viuda, y quiza porque no dependia de la pensión
jubilatoria de su marido para vivir, era moderadamente feliz y estaba siempre perfumada en
publico. Leonor le obsequiaba los talcos que le absorbian la transpiración de los pies para que
no se le formaran hongos y Tito la halagaba asegurandole que nunca habia comido tartas con
fruta abrillantada como las suyas. 'Pensad en mis nietos', les decía con una sonrisa picara al
concluir la visita dominical y acompañarlos hasta el Fiat que les habia ayudado a comprar en
sesenta cuotas.
Tampoco la suegra de Tito entendia por que me iba. '¿Qué te falta en este pais de promisión,
muchacho?', preguntaba reteniendo las crocantes y jamas recuperadas medias lunas saladas.
Envueltas en un papel blanco que rapidamente conquistaban unos lamparones de grasa,
desde el otro lado del mostrador Ana Maria del Corral las sostenia con una de sus manos
sólidas y carnosas, con las uñas siempre pintadas de rojo bermellón, y con la otra me señalaba
e insistia: '¿Qué? Dime por Dios, ¡¿qué te falta en esta tierra para que te marches?!'.
¿No decia mi madre polaca que los argentinos nos enloquecemos debido los mimos de una
vida regalada?
Notas
1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
Payró, Roberto: El casamiento de Laucha, en http://www.librosgratisweb.com/html/payroroberto/el-casamiento-de-laucha/index.htm
3. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la
ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
4. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.
5. Greca, Alcides: La pampa gringa, en www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo
6. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.
7. Molina, Enrique: Una sombra donde sueña Camila O'Gorman. Buenos Aires, Seix Barral,
1994.
8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág. 20.
9. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
10. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
11. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas.
(Literatura)
12. González Rouco, María: ―María Rosa Lojo: la inmigración gallega‖, en El Tiempo, Azul 17
de marzo de 1991.
13. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero
Editor, 1987.
14. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
15. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
16. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
17. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
18. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.
19. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.
229 pp.
20. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
21. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
22. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.
23. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
24. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.
25. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999.
26. Goris, Esther: Agatha Galiffi La Flor de la Mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415
pp.
27. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.
28. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
29. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
30. Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas. Novela Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara,
2002.
31. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América. San Justo,
Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
32. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
33. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
34. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires,
Sudamericana, 2004.
35. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.
Nicastro, Laura Diana: Jueves para siempre. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos, 2005.
36. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)
37. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires,
Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 242.
38. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
39. S/F: información de prensa
40. Schebacovsky, León: El padre de los monos. Buenos Aires, Milá, 2007.
Novelas infantiles y juveniles
En El pequeño obispo, Fernando de Querejazu recuerda al criado gallego: ―El "Pajaro",
esmirriado, con su nariz como un pico, cara alargada y flaca, era el ser mas noble y servicial.
Comenzó como cochero de la mitica volanta, lujo de gran categoria que a principios del siglo
ostentaban los esposos Gonzalez de Azpuru y Fernandez de Leceta. El, con sus bigotazos a la
borgoñona, bajo los cuales esgrimia su largo "Partagas", y ella con sus amplios vestidos de
seda natural, bordados con encajes, chales filipinos y sombreros de grandes alas y tules que
cubrian su cara, protegiendola de la polvareda de las huellas. Paseaban orgullosamente a sus
sobrinas Maria y Elena, acabadas de llegar de Bilbao, las dos encantadoras con atuendos
vaporosos y a la ultima moda de Europa. El cochero, y el vehiculo, una sola cosa,
testimonearon sucesos trascendentales. Maria y Jose, apadrinados por los tios, llegaron en ella
a la iglesia, Irigoyen la tuvo a su disposicion en una fugaz y memorable visita a Canals, en su
primera presidencia, y fue huesped en su gran hotel. La volanta de la tia Juana se convirtio con
el tiempo en una atraccion turistica, buscaba a los pasajeros o los llevaba al tren.
Continuamente estaba presta, con "Pajaro" y todo, para el vecino necesitado. Y su mas
destacada actividad correspondia a los dias de carnaval, en los celebres corsos o en las
romerias, que atraian a multitudes de todos los pueblos vecinos. Mas tarde, Fernando recogio
.las historias a traves de la nostalgia de este personaje. La volanta arrumbada, con la amplia
capota negra cuarteada, se resignaba a morir, llena de cicatrices bajo un tinglado. A pesar de
su deterioro, el cochero la cuidaba amorosamente. Por las mafianas corria a las gallinas, que
iban a poner huevos en los asientos destripados. Con igual afan se preocupaba del viejo
caballo, tan viejo que apenas podia moverse. Junto al tinglado, el "Pajaro" tenia su taller. Lo
mismo reparaba muebles que herraba caballos o carneaba cerdos, siendo famosos sus
embutidos. Desde que el chico tenia memoria habia sido su amigo. Se pasaba las horas
enteras viendolo trabajar con lentitud y amor de artesano. El, revolviendo los trastos, pidiendole
maderitas para hacer casas, aprendiendo a usar las herramientas y la cola, u oyendole sus
historias sobre la gente que había lIevado en su bendito carruaje. A Fernando Ie encantaban
sus confidencias, que escuchaba sin quitar el ojo a los magnificos faroles, que recibian un rayo
de sol, deslumbrandolo con sus quebrados juegos de luces. Mientras el "Pajaro Carpintero"
encolaba una silla, se trepaba al estribo del carruaje, desprendiendo los vidrios redondos,
biselados, con sus chispazos de diamantes‖ (1).
Stéfano, el protagonista de una de las novelas de María Teresa Andruetto, está alojado en el
Hotel de Inmigrantes: ―Cuando el sol baja, Pino y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el
muelle de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo arrastra un viejo de barba y
gorra marinera que lleva un loro montado sobre el hombro. A veces, junto a las barcazas, se
detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de
mar. Pero no sólo hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se habían hecho amigos, ni
saben cómo, de unos gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la mañana a
verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con algunas monedas‖ (2).
Cecilia Pisos es la autora de Como si no hubiera que cruzar el mar (3), novela con la que
resultó Finalista del Premio Jaén de Narrativa Infantil y Juvenil (Alfaguara y Caja General de
Ahorros de Granada), Granada, España, 2003 (4). En esa obra, ―Carolina tiene doce años y
viaja por primera vez sola en avión hacia Madrid, donde la espera su tío. La acompañan las
cartas de María, su bisabuela, que también cruzó el mar sola, pero en barco y desde España
hacia la Argentina. Aunque las épocas son muy distintas y las historias se cruzan, las vivencias
se parecen mucho y esas cartas le sirven a Carolina para crecer y entender tantas cosas que le
suceden en ese país tan distinto y a la vez tan similar al suyo. Cartas, relatos, canciones,
chistes, charlas telefónicas, recetas de cocina y muchos otros géneros pueblan esta novela
inteligente y emotiva, que atrapa página tras página‖ (5).
En una de las cartas, escribe la bisabuela María del Pilar, que dejó su Santa Cruz de Portas:
―Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y las voces que se escuchan son
de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se entienda. A mí me
cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en
español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera‖.
Notas
1. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986.
2. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
3. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos
Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
4. S/F: ―Datos biográficos‖, en Imaginaria, 28 de septiembre de 2005.
5. S/F: en Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati.
Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
Cuentos
Relata el narrador, en ―El convite de Barrientos‖, texto de Santiago Estrada de 1889: ―Pero todo
lo que llevo referido habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi alojamiento,
desconociéndome la voz y tomándola entre sueños por la de un pariente que acababa de morir
en El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en pena,
volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en cuanto amaneciera daría de
limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba al embarcarse para América‖ (1).
En ―Departamento para familias‖, cuento incluido en el volumen Pasos del gran bailarín, el
sevillano Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada gallega (2).
Enrique Méndez Calzada incluye, entre los personajes de su ―Cuento de Navidad‖, a un
ordenanza, ―el leal Lavandeira‖, quien ―extrajo de su vieja maleta de inmigrante un haz de
folletines amarillecidos ya por el tiempo y corcusidos con hilo negro en su margen izquierdo, a
guisa de doméstica encuadernación. Se trataba, según pude observar, de El judío errante,
pacientemente coleccionado, y recortado de las hojas de El Heraldo de Madrid, periódico que
publicó en folletín esa lata inmortal hace cosa de doce o catorce años‖ (3).
En "Llovizna sobre la desdicha", una familia de judíos ha sido desalojada por un turco. Escribe
Bernardo Verbitsky:
"—Bueno —dijo el vigilante— le va a traer alguna molestia. Tendrá que venir conmigo a la
comisaría. Y con esto ¿qué hacemos? —dijo por los muebles—. Esta garúa de porquería —
agregó—. ¿Quién de ustedes va al almacén del gallego de la media cuadra y le dice de mi
parte, que mande unas bolsas, una lona, algo para tapar todo?
Unos chicos salieron corriendo. Algunas personas se habían acercado a la entrada del baldío,
un hueco en una pared baja, y contemplaban la escena. Los muebles parecían unos
cachivaches enanos, adosados contra la gran pared. Llegó un dependiente del almacenero
para averiguar qué ocurría y ya enterado se fue, para regresar con unas bolsas de azúcar, de
arpillera tupida. Sobre el respaldo curvo de las sillas, sobre la madera ordinaria del ropero,
gotitas muy pequeñas formaban como un exudado. El agente, después de una corta indecisión
comenzó a acomodar las bolsas sobre el colchón y el bulto de las frazadas. No se habían
mojado mucho, pero se veían húmedas, ablandadas" (4).
En ―La Casa Cerrada 1807‖, de Manuel Mujica Láinez, el protagonista escribe una carta a un
sacerdote, en la que manifiesta: ―La circunstancia de haber nacido en Orense, aunque mis
padres me trajeron a Buenos Aires cuando empezaba a caminar, hizo que después de la
primera invasión inglesa me incorporara al Tercio de Galicia. Intervine con esas fuerzas en
acontecimientos que ahora, tantos años después, su osadía torna mitológicos‖ (5).
―Juan José Saer, en ―Verde y negro‖, cuento incluido en Unidad de lugar, Saer escribe: ―Eran
como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una
en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos
del pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al otro día no
laburaba‖ (6).
En ―El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar‖, Héctor Tizón presenta un cura
gallego: ―El cura comienza a pasearse despaciosamente por el salón. Está pensativo, cabizbajo
y dice por ahí (sólo el Capataz y el Turco pueden escucharlo, los otros no están en este
momento) aludiendo quizás a su pobreza: -Me ha tocado una parroquia estéril como una mula.
Y poblada de locos‖ (7).
En ―El Antonio‖, cuento incluido en La manifestación, Jorge Asís escribe: ―Cómo no recordarlo,
cómo olvidar los picados en las calles, y de la gallega neurótica que no daba la pelota cuando
caía en su casa, o la devolvía cortada, y los piedrazos que caían de noche en su techo de
chapa‖ (8).
A un personaje de Marta Lynch, ―una rabia sorda, tan feroz como sus oscuros orígenes de india
y de gallego la espantó de la prefabricada donde José dormía su mona cotidiana‖ (9).
Enrique Anderson Imbert es el autor de "Un bautizo en los tiempos de Justo", cuento en el que
Federico Ferreira "A los pocos meses de casado recibió carta de España: los nacionalistas
acababan de fusilar a su padre y a su hermano. ¿Por qué, señor, por qué? La España que él
había dejado era la de Alfonso XIII. Una gran familia. Y, de pronto, la locura. ¡A asesinarse,
unos a otros! Dos bandos. Al bando de Francisco Franco, su paisano del Ferrol, él, Federico
Ferreira, no podía pertenecer. ¿No habían fusilado los nacionalistas a su padre y hermano?
¡Mueran, pues, los nacionalistas! Y al otro bando, el de los republicanos, ¿podía pertenecer?
¿él, que había sido feliz en la España de Alfonso XIII? La República ¿qué era eso de la
República?" (10).
Cuando ―Doña Conce‖, la gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide
sus zapatos, ―e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en
la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que
en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta.
Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar
de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies.
Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias
veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño‖ (11).
Elsa Gervasi de Pérez es la autora de ―Carta a Galicia‖ (12), texto que mereció una Mención en
el Certamen que el Rotary Club de Ramos Mejía organizó en el año 1994. Así empieza la carta:
―Meus quiridos pai y miña nai Lorenzos. Y les dijo Lorenzos quirido pai prablar poco ya que
usté y miña nai se llaman ijual y no es cosa dandar ripitiendo dos veces los nombres dustedes.
Les escribo para dicirles que hemos llejado bien a la Arjintina. Nos acompañó la soerte a la
Paca y a mí y a nuestra rapaza la Paquita‖.
El protagonista de ―Esperanza‖, de Santiago Korovsky, ―Con la gente del conventillo se había
ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo,
tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos
habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido‖ (13).
En ―Los amigos‖, escribe Natalia Kohen, acerca de su personaje José Manolo Pérez
Ortigueiras: ―También Pepe consiguió su media naranja, pero no por medio de la agencia, que
le parecía onerosa. Se había propuesto no gastar una sola peseta (como diría su padre) en
este trámite, ni al contado, ni en cuotas. Recordó la época en que de adolescente había sido
repartidor de ‗Al pan crocante‘. En una de las casas adonde llevaba diariamente pan y facturas,
trabajaba Amparito, una galleguita recién llegada –de un lugar de Galicia que nadie pudo
encontrar jamás en el mapa- donde ella había sido la reina de las romerías‖ (14).
Escribì mi cuento ―Volver a Galicia‖, basàndome en una anécdota familiar. Acerca de la hija de
inmigrantes que lo protagoniza, digo: ―Hasta que no lograra pisar esa tierra, nada tendría valor
para ella, porque le faltaba su punto de partida, el origen que la había llevado a ser quien era‖
(15).
En ―Un cielo para mi abuelo‖ (16), evoco los últimos días de mi abuelo materno. El cuento fue
distinguido con una Mención Especial en el Concurso de Literatura convocado por el Consejo
Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en noviembre de 1999. Integraron el
Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge Masciángioli.
Antonio González, nacido en Lugo en marzo de 1890, protagoniza ―El regreso del indiano‖ (17),
cuento en el que inventé para mi abuelo paterno una vida más feliz que la que realmente tuvo.
Este cuento fue distinguido con una Mención del Jurado en el Concurso de Literatura
convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en
noviembre de 1999. Integraron el Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y
Jorge Masciángioli.
En ―El residente‖, de Teresa C. Freda, aparece una gallega, ―pobre y santa enfermera, medio
bruta pero buenaza‖ (18).
En ―La aventura olvidada de Sandokan‖, María Rosa Lojo escribe acerca de la relación entre
Sandokan y una inmigrante gallega, en Buenos Aires: ―Ninguno, tampoco, sentía ni hacía sentir
de tal manera el dolor de la patria distante. En nada se asemejaban las intrincadas selvas de
Borneo, el húmedo árbol del pan y el gigantesco sicomoro, a las sobrias castiñeiras y los
ásperos pinares de los montes gallegos. (...) Pero la nostalgia por lo amado y lo perdido era la
misma‖ (19).
―El Orensano‖ protagoniza ―Se abrió el cielo‖, de Jorge Alberto Reale. El inmigrante ―es de
Orense el pueblo de la chispa y los dulces arpegios. Enjuto, desdentado, recóndito. El pobre
está un poco arqueado, su cara afilada, parece disecarse. Nadie sabe si tiene familia. Cuando
se lo indaga, dice con orgullo: -Soy descendiente de Rosalía de Castro-, más aún, afirma, ser
de cuna noble, dijéramos de escudos y blasones, no solamente porque se lo crea buena
persona. Dice de paso y por lo bajo: -Ser bueno no quiere decir ser inofensivo, la bondad sin
talento no vale nada. Y así va, así viene y así pasa con su anticuada armadura, entre esmeriles
y calderones. Es todo uno con algo de músico y filósofo trashumante‖ (20).
En ―El sueño de Dyusepo‖, de Luis León, se hace referencia a un inmigrante que tenía un
horno en el fondo de su casa; ―Un antiguo horno de ladrillos, lleno de pequeñas puertas de
hierro ya oxidadas, donde un gallego muerto al llegar el siglo, hacía pan para vender‖ (21).
Uno de los personajes de ―Un matrimonio encantador‖ -relato de Marcelo Moreno basado en un
hecho real- es Antonio Gutiérrez:, quien ―Había llegado al país siendo muy chico desde y por
las desgracias de España. Y se hizo de abajo, trabajando como el Gallego que le decían. A
principios de los 60 ya era un importante industrial metalúrgico. El tallercito inicial había
terminado en una fábrica con casi mil asalariados. Antonio, a los cuarenta y ocho años, era
millonario e iba por más‖ (22).
En "El puente", cuento distinguido en el concurso de relato breve "Bolboreta" de la Consellería
da Emigración, escribe María Rosa Iglesias:
"Para Isabel el mar habría de ser siempre, un puente roto. Lo conoció un amanecer, cuando el
campo era aún todo noche y la escarcha un destello de vidrio bajo la luz de las estrellas. Dolía
el frío y la humedad pero su mano, amparada por el calor de la del abuelo, se dejaba llevar
blandamente rumbo al puerto de Vigo. Resonaban las botas sobre las piedras y por mucho
tiempo, no habrían de oir sino el resuello de sus respiraciones.
Cuando arribaron a Buenos Aires quedaron los tres, varados sobre el puente. Habían bajado
todos los pasajeros pero la madre, aferrada a sus dos hijos, se negaba a descender. La
opacidad del atardecer nublado quitaba toda belleza al paisaje. A través del barandal se veía
una multitud gris e irrealmente inmóvil y hacia el otro lado, la boca del río color de león que iba
a dar al océano. El muelle ceniciento, los edificios manchados, el olor estanco, los
desperdicios, débiles las crestillas de las olas. Y el desamparo de los que llegan a un lugar
impropio" (23).
En "Encontrar a Pandolfi", Sebastián Jorgi escribe: "El trompa de un boliche que estaba por
Hipólito Yrigoyen, el Cherry, lo había empleado ante la insistencia de Atilio, un compinche de
copas del gallego García. Ahí Gino lavaba y acomodaba las mesas, aprendió a manejar la
máquina de hacer café 'express' y de a poco se fue acomodando a una vida que jamás había
pensado" (24).
En "Este es el bosque", María Rosa Lojo vuelve a evocar a su padre: "Cuando llego, jadeante,
mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y
empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y
sólo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano. Me siento junto a él. Está tan delgado como
cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo. (...) Y su brazo -apenas un hueso con
las venas tatuadas- agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los
eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinas del toxo" (25).
En "Colonia Santa Elena" escribe Tomás Juárez Beltrán: "El gallego era un verdadero
autodidacta que todo lo había aprendido en cursos por correspondencia. No era extraño
encontrarlo desollando duraznos mientras leía una de las tantas revistas técnicas que
periódicamente recibía. Más de una vez intentó explicarme su teoría del movimiento continuo
que, según él, había descubierto hacía tiempo y nunca podía hacer funcionar. Para demostrarlo
había instalado un enmarañado sistema de tanques y mangueras conectadas entre sí por los
que pretendía que el agua circulara en forma constante. ―Todo tiene que estar compensado a
nivel, el resto lo hace la succión‖, decía siempre. ―Ahora está fallando porque el material es de
mala calidad y me chupan aire los caños…‖ (26).
Notas
1 Estrada, Santiago: ―El convite de Barrientos‖, en Varios autores: 20 relatos argentinos. 18381887. Selección y prólogo de Antonio Pagés Larraya. Ilustraciones en colores de Horacio
Butler. Buenos Aires, Eudeba, 1969.
2 Guerrero Estrella, Guillermo: ―Departamento para familias‖, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R.
Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano,
notas de Alberto Ascione.Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3 Méndez Calzada, Enrique: ―Cuento de Navidad‖, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y
otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de
Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
4 http://www.abanico.org.ar/2005/05/verv.llovizna.htm
5 Mujica Láinez, Manuel: ―La casa cerrada 1807‖, en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires,
Sudamericana, 1977. Séptima Edición. (Colección Piragua). Pp. 184-5.
6 Saer, Juan José: ―Verde y negro‖, en J. J. Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El
cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo y notas del Seminario Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
7 Tizón, Héctor: ――El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar‖, en J. J.
Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología.
Selección, prólogo y notas del Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires,
CEAL, 1981. (Capítulo).
8 Asís, Jorge: ―El Antonio‖, en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 19591970* antología. Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz (sel., pról. y notas). Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
9 Lynch, Marta: ―Entierro de Carnaval‖, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág.
129.
10 Anderson Imbert, Enrique:
11 Dietsch, Jorge: ―Doña Conce o la despedida‖, en El Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999.
12 Gervasi de Pérez, Elsa: ―Carta a Galicia‖, en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de
Cultura. Buenos Aires, 1994.
13 Korovsky, Santiago: ―Esperanza‖, en ―Bienvenidos al Concurso Literario 1997‖, El Jardín de
la Esquina / Aequalis.
14 Kohen, Natalia: ―Los amigos‖, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas, 1997.
15 González Rouco, María: ―Volver a Galicia‖, en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.
16 González Rouco, María: ―Un cielo para el gallego‖, en Josefina en el retrato. Buenos Aires,
el grillo, 1998.
17 González Rouco, María: ―El regreso del indiano‖, en El Tiempo, Azul, 16 de enero de 2005.
18 Freda, Teresa C.: ―El residente‖, en El Tiempo, Azul, 26 de junio de 2002.
19 Lojo, María Rosa: ―La aventura olvidada de Sandokan‖. Publicado en la revista SIBILA, 12,
Revista de Arte, Música y Literatura, Sevilla, Abril 2003, pp. 43-47.
20 Reale, Jorge Alberto: ―Se abrió el cielo‖, en el grillo, N° 36, Noviembre-Diciembre 2003.
21 León, Luis: ―El sueño de Dyusepo‖, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos
premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial
Milá, 2004. 96 pp.
22 Moreno, Marcelo: ―Un matrimonio encantador‖, en 50 Historias de amor verdaderas. Buenos
Aires, Emecé, 2006.
23
Iglesias,
María
Rosa:
"El
puente"
(fragmento)
en
Fios
invisibles
http://fiosinvisibles.blogspot.com/2006/02/follas-novas.html, 8 de febrero de 2006.
24 Jorgi, Sebastián: "Encontrar a Pandolfi", en Rock Nena Linda. Buenos Aires, Los
Robinsones, 2006.
25 Lojo, María Rosa: "Este es el bosque", en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de
2006.
26 http://secretosinsolentes.com.ar/2008/10/20/colonia-santa-elena/
Cuentos infantiles y juveniles
En ―No hagan olas‖, escribe Elsa Bornemann: ―En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano
al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de
poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada
originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban
en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplodon José era llamado ‗el Ruso‘, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y
sus esposas les decían ‗los gallegos‘, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar
Galicia... Apodaban ‗los turcos‘ al matrimonio de sirilibaneses; ‗los tanos‘, a la pareja de
jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‗el
Chino‘, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo,
podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto
trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los
sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran
griegos. Por lo tanto ‗la Homera‘ y ‗el Homerito‘, en clara alusión al autor de La Ilíada y La
Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción
tipo ‗chorizo‘ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los
`rebautizaban‘ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo‖ (1).
Elena Guimil es la autora de ―Mi búho‖ (2), uno de los seis relatos del Premio La Nación 1999
de Cuento Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su padre, ―un
gallego fornido‖ le trajo un pichón. Acerca del texto premiado, afirma la autora: ―Este cuento
nació en un momento muy especial de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se hacen
vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme de frente con los grandes ojos amarillos
de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra rumbo a un campo‖.
Notas
1 Bornemann, Elsa Ines: "No hagan olas", en No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12
cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara. 1ª edición: 1993. 4ª reimpresión: 1998.
2 Guimil, Elena: ―Mi búho‖, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
Poemas
En su "Canto a la Argentina" (1), expresa el nicaragüense Rubén Darío:
Hombres de España poliforme,
finos andaluces sonoros,
amantes de zambras y toros,
astures que entre peñascos
aprendisteis a amar a la augusta
Libertad, elásticos vascos
como hechos de antiguas raíces,
raza heroica, raza robusta,
rudos brazos y altas cervices;
hijos de Castilla la noble,
rica de hazañas ancestrales;
firmes gallegos de roble,
catalanes y levantinos
que heredásteis los inmortales
fuegos de hogares latinos;
íberos de la península
que las huellas del paso de Hércules
vísteis en el suelo natal:
¡he aquí la fragante campaña
en donde crear otra España
en la Argentina universal!
Dice Vacarezza en un conocido soneto (2):
La escena representa un conventillo.
Personajes: un grébano amarrete,
un gallego que en todo se entromete,
dos guapos, una paica y un vivillo.
En ―El espiante‖ (3), escribe Bartolomé R. Aprile:
Se junaban con bronca las viejabas
-gaitas tolas, cabreras por un cuentoy se fajaban a lo potro biabas
al lado ‗e la pileta del convento
Una decía: -¡Se le van las tabas
a ese reo por m‘hija de contento!Otra decía: -¡Se le caen las babas
a esa lora por m‘ hijo y le da vento!Se fajaban de nuevo: el amasijo
para los ‗cosos‘ era espiant‘en fija
hacia el nido de amor que cabuliaron.
Y al gritar una: -¡M‘hija nos pa su hijo
y la otra: -¡Qué más quisiera su hija!
los chingolos el vuelo levantaron.
En el poema ―Cuando mi padre habló de su infancia‖ (4), José González Carbalho enumera las
posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y
sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:
Ay, el dueño de valles
y misteriosos bosques
por el que andaba yo
mi perro y mis canciones.
Mis canciones que vuelven
sólo para que llore.
Mi perro ya olvidado
de obedecer al nombre.
Yo, que perdí mis cielos,
¡y soy tan pobre!
Francisco Luis Bernárdez llora a su madre gallega (5):
Nuestras pequeñas bicicletas iban por aquella carretera de España.
Detrás quedaba Carballino, con sus casas envueltas por la madrugada.
Dejando mi corazón mucho más a obscuras, el amanecer despuntaba.
¿Era posible que pudiera venir, como todos los días, la mañana?
El silencio de mis hermanos era el eco de la soledad de sus almas.
Yo sentía sobre mis hombros algo parecido al peso de una montaña.
El paisaje abría los ojos como si no se hubiera enterado de nada.
Nunca olvidaré que en el monte de Corzos había un ruiseñor que cantaba.
Al llegar a Dacón oímos el nombre querido en la voz de la campana.
Mamá y el mundo habían muerto para siempre y sólo aquella voz los lloraba.
Enrique Larreta canta, en ―Las criadas y el niño‖ (6), a las domésticas españolas:
Que otros digan de escuelas y de universidades.
Yo canto el cuarto aquel de plancha y de costura
y sus buenas mujeres. ¡Galicia! ¡Extremadura!
y las que me enseñaban a palmear soledades.
España de las tierras y no de las ciudades.
También las castellanas de grave catadura.
La blanca, la trigueña; la moza, la madura.
De todas las pellejas, de todas las edades.
¡Ay, qué cuentos aquellos! Fablas de romería.
Consejas de la lumbre. ¡Y qué linda manera
de nombrar cada cosa! ¡Cuánta sabiduría!
entre aquellos refajos! Erase que se era
un juglar que les debe toda su nombradía.
Gaita sentimental y sonaja parlera.
En su poema ―En el día de la recolección de los frutos‖ (7), Alfredo Bufano homenajea a la
inmigración española:
¡Salud, nietos sin mengua de Francisco Pizarro
y de Ruy Díaz de Vivar;
hijosdalgo de Avila de los Caballeros,
sudorosos hacheros de Ontoria del Pinar,
labriegos de las rudas mesetas castellanas,
pescadores galaicos de las rías y el mar,
hortelanos de Murcia, vascos roblizos, fuertes
extremeños: ¡larga gloria tengáis
todos vosotros, hijos de las viejas Españas,
hombres de eterna y recia y heroica mocedad,
en cuyas venas corre la misma sangre nuestra
y cuyas bocas se abren con nuestro mismo hablar!
A sus abuelas, inhumadas en tierra americana, canta Ricardo Adúriz (8):
Dulces abuelas trashumadas
desde estos cielos
a aquellos cementerios.
Que vuestros nombres, en medio del océano
de sombra, sajados vivos de la noche larga,
os devuelvan la luz de un tiempo suave
en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid de fin de siglo.
Vuestras son estas últimas luciérnagas,
fragmentos puros de un espejo roto,
donde brillan los rostros del olvido.
En ―Tríptico a Galicia‖ (9), Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa
región:
Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;
en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido
y por las vides de Galicia como raíz sangrante
tendrá su mente endulzando retornos válidos.
(...)
Todo el que con un gallego trata, alcanza
sólo un poco lo que el corazón de ese hombre
desparrama, porque el amor, vive en su España.
Carlos Penelas es el autor del poema ―Los trasterrados‖ (10), que dedica a sus abuelos Pedro
Penelas y Tomás Abad. En él dice:
Se ocupaban de las cosas comunes:
del trabajo, del pan, de los hijos.
No expresaron fatiga ni dolor. Morían en silencio.
Llevaban en la sangre
el honor, la palabra, la brisca.
Bebían vino tinto. No reclamaron nada.
Caminaban el tiempo de otro tiempo.
Manuel Castro Cambeiro y Eliseo Mauas Pinto son los autores de Legado Celta. En el poema
―Soy el llamado ancestral‖ (11), incluido en ese libro, expresan:
Son a voz que pradica, incansabele
antre os do meu pobo
lonxe da terra,
a qu‘os exhorta
a non anuzar de si mesmos.
Hilaria Albertina Dantas Antelo es la autora de este poema ():
GALICIA es mi TIERRA
De Vigo partió mi abuelo
una mañana cualquiera
llevándose una valija
con solo algunas prendas
que servirían de abrigo
para buscar otras tierras
cargando entre sus bagayos
un cúmulo de ilusiones nuevas
También de ese mismo puerto
vieron partir a mi abuela
soñando con su amor
que mil promesas le hiciera
en un buque transatlántico
buscando nuevas fronteras
deseando ser una señora
viviendo una historia nueva
Así marcharon unidos
desde Orro hacia la América
cargando con sus petates
y semillas de la huerta
que sembraron con amor
en ésa su nueva tierra
donde a nadie conocían
se casaron él y ella
Los dos vivieron felices
con humildad lisonjera
y tuvieron una hija
santa y blanca, dulce y bella
que los colmó de cariño
y sepultó sus tristezas
haciéndolos olvidar
de Orro y su casa vieja
Así pasaron los días
las noches y tardes quietas
en un pueblo chiquitito
con gallegos de su tierra
que emigraron como ellos
sin pensar ya en la vuelta
pues la plata escaseaba
y el hambre borraba huellas
Pasado ya medio siglo
vieron llegar a su nieta
a ese pueblo de Galicia
que tanto amó la abuela
y escarbando en las raíces
de aquella callecitas viejas
aparecieron parientes
de igual sangre en sus venas.
―De España‖ fue uno de los tres poemas que presenté en 1994 en el Concurso Literario
convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires, Categoría
Familiares de Profesionales. Esos poemas fueron distinguidos con el Segundo Premio, por el
Jurado que integraron María Angélica Bosco, Nicolás Cócaro y Eduardo Gudiño Kieffer.
Transcribo el fragmento referido a Galicia:
Rosalía, triste,
junto a la ventana,
escribe al amor
de la antigua llama.
Hermosa y doliente,
la tierra gallega,
crece entre sus manos,
libre, sin fronteras.
―El señor Santiago‖ (12) se titula uno de los poemas de tema gallego de María Rosa Lojo: ―Por
todos los caminos -te han dicho- se llega a Santiago. Pero las brujas siempre llegan antes,
montadas en antiguas escobas de toxo y cubiertas con el sombrero redondo de las
campesinas. El Apóstol las espera encaramado en el Pórtico de la Gloria y en la Quintana Dos
Mortos, y sentado en el altar mayor y acostado en la urna de su sepultura, y ofrecido como una
estatuita de piedra molida en las mesas de recuerdos turísticos, y pintado en las marquesinas
de los restaurantes‖.
En su poema ―Madre gallega‖ (13), Ricardo Ares escribe:
Madre gallega,
Pestañas como arcos de ceniza
Sobre ojos de pájaro en vuelo,
(...)
Noche infinita
encastrada en la singer,
bajo la parra encendida de enero
viajabas a Lugo,
montada en tu infancia
y te perdías...
Escribe Gabriel Deus:
"Referente a todo esto, a ese respeto que siento hacia ellos, en el sitio en la página web de la
Agrupación Folklórica Baixo Miño www.baixomino.com.ar, hay algo que he escrito que
simplemente se titula ―Por ellos‖ y que esta acompañado con fotografías de familiares y seres
queridos de todos los integrantes del conjunto".
POR ELLOS
Tierra que se esfuma,
miradas que se nublan
ante un inmenso camino de cielo y océano.
Ellos saben de ese extraño dolor
que se siente en lo más profundo del alma
porque el destino les ha negado la vista
a sus montes y rías.
Ellos saben lo duro de anhelar a sus hermanos,
a su cultura, a su Galicia.
Es por ello que ellos
se miraron y adivinaron
lo que sus corazones les indicaron hacer.
Es por ello la razón de Baixo Miño,
acortar la distancia y detener el tiempo
haciendo POR ELLOS lo que ellos hicieron
para mantener vivas sus raíces
en una tierra muy distinta.
Manuel Conde González, pontevedrés que emigró a la Argentina en 1949, es el autor del
―Poema al emigrante universal‖ (14), que comienza con estos versos:
Con el corazón transido
rebosante de ilusión
sale el emigrante un día
a tierras de promisión.
Deja la patria a su espalda
tal vez, su primer amor
la madre queda llorando
el padre con su dolor.
En abril de 2007, dos poemas de Héctor Pedro Rodríguez fueron distinguidos con una Mención
Especial en el Concurso de Cuento y Poesía "Homenaje a la poetisa Rosalía de Castro",
convocado por el Centro Cultural Rosalía de Castro. Uno de ellos, titulado "El abuelo", es el
que transcribo parcialmente:
Mi abuelo en su morada,
desafiando nostalgias
realiza el inventario
de sus cosas preciadas...
La pala, el azadon,
la fragua ya apagada,
de plata aquel doblon
que fue de otras Españas,
la imagen de la abuela
tan cerca y tan lejana,
y el viejo crucifijo,
la gaita sin palabras...
En 2008, mi poema "Mi abuelo" (15) fue distinguido con el 3er. Premio Categoría Familiares de
Matriculados, en el Concurso Literario del Consejo Profesional de Ciencias Económicas.
Integraron el Jurado Paula Margules, Horacio Semeraro y Fernando Sánchez Sorondo.
Así comienza:
Dos patrias
tuvo mi abuelo.
Una,
la de la cuna.
Otra,
la de la tumba.
En ―Elegía de la propia muerte‖ (16), José Manuel López Gómez evoca a su abuela gallega:
Llueve.
Mi abuela -orensana ella- decía que llovía
Cada vez que los muertos lloraban.
Lágrimas de muertos no son lágrimas de vivos, repetía.
Notas
1 Darío, Rubén: "Canto a la Argentina", en Obras completas. Buenos Aires, Editorial Anaconda,
1949. 347 pp.
2 Vacarezza, : ―Un sainete en un soneto‖, en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.
3 Aprile, Bartolomé R.: ―El espiante‖, citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
CEAL, 1970.
4 González Carbalho, José: ―Cuando mi padre habló de su infancia‖, en Requeni, Antonio: Un
poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletín Galego de Literatura.
5 Bernárdez, Francisco Luis: ―Poema de las cuatro fechas‖, en Cielo de tierra. Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1948. Ilustraciones de Horacio Butler.
6 Larreta, Enrique: ―Las criadas y el niño‖, en Cantan los pueblos americanos. Selección de
Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
7 Bufano, Alfredo: ―En el día de la recolección de los frutos‖, en Para todos los hombres del
mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín.
8 Adúriz, Ricardo: Torre del homenaje. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Centro
Iberoamericano de Cooperación, 1979.
9 Urbina García, Eugenio: ―Tríptico a Galicia‖, en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de
1999.
10 Penelas, Carlos: ―Los trasterrados‖, en El mirador de Espenuca. Buenos Aires, Torres
Agüero Editor, 1995.
11 Castro, Manuel, y Mauas Pinto, Eliseo: Legado Celta. 1993.
Dantas Antelo, Hilaria Albertina: 1993. http://edicioneslacampanita.blogspot.com/
12 Lojo, María Rosa: ―El señor Santiago‖, en Esperan la mañana verde. Buenos Aires, El
Francotirador, 1998.
13 Ares, Ricardo: ―Madre Gallega‖, en El Barrio Villa Pueyrredón, Año VI, Septiembre 2004, N°
65.
14 Conde González, Manuel: ―Poema al emigrante universal‖, leído en ―Gente de buena pasta‖,
Radio Cultura FM 97.9, el 17 de agosto de 2005.
15 http://antologiainmigranteargentina. blog.arnet.com.ar, 2008
16 http://blogs.monografias.com/esquizofrenia/2009/01/31/les-presento-mi-poesia-elegia-de-lapropia-muerte/
Teatro
En Los políticos (1897), ―sainete cómico-lírico en un acto y tres cuadros, en prosa y verso‖,
escrito por Nemesio Trejo, con música de Antonio Reynoso, aparece un barbero andaluz que
canta: ―Con el vito vito vito/ con el vito vito va/ no me haga usted cosquillas/ que me pongo
colorá‖. El se identifica como ―Benito Pérez y Ciudad Real, barbero, soltero, extranjero, con tres
años de residencia en el país‖. Aparecen asimismo un vasco que habla dificultosamente
castellano -quien dice que tuvo que aumentar el precio de la leche ―Porque el Municipalidad
hacerme comprar tapos de lata. Si yo casas intendente verá que tapos poner; ¡gran siete!‖, y
canta ―Agurneré biotreco/ amacho maitiá/ laiste recorri conaiz/ consola saítea‖- y un
almacenero gallego que pregunta al vasco por qué le está cobrando cinco centavos más por
litro (1).
En ¡Al campo! (1902), de Nicolás Granada (1840-1915), aparece Santiago, un criado gallego.
El autor lo hace hablar en esta forma: ―Este señor prejunta por las señoras. (...) –Usted
dispense; nu lu sabía. Que no estaban en casa, esu sí; pero que estuvieran en el monte... Si
usted quiere que se lu dija...‖ (2).
En Bohemia criolla (1902), de Enrique de María, aparece un Andaluz que canta ―San José fue
carpintero,/ según la historia lo anuncia.../ y por eso es que los Pepes.../ (no hay regla sin
excepción)/ y por eso es que los Pepes/ ¡suelen ser unos virutas!...‖. Aparecen gallegos. Uno
de ellos es José, que dice: ―Métase uno a hacer servicius.../ Pur defender a esos pobres/
amigus de Pata Blanca,/ que para mí son unos jóvenes/ buenos... vamos... como el pan/ mi
mujer me mata a golpe...‖. Un personaje se presenta con esta indumentaria: ―Román, sentado
sobre un cajón, tiene una libreta en la que figura escribir, viste gorra de vasco, un saco viejo y
un diario (La Prensa) colocado como chiripá de mantilla, en vez de pantalones‖. En otra
escena, aparecen ―Un gallego, un Vasco, un Andaluz, un Criollo y Coro de hombres. Traen
guitarra, acordeón, bandurria, etc., etc.‖; el vasco canta: ―¡Ay, ay, ay! Mutilá.../ ¡Ja, ja, ja, ja, ja,
ja!/ ¡Qué lindo es lo que sigue/ en lengua es h‘aldurriá!/ ¡Ay!... ¡Ay... ay... mutilá/ chapela
gurriá!...‖ y finaliza gritando ―¡Aurrerá nescacha polita!‖ (3). Aparecen Bachicha y el Manisero.
Escrita por Florencio Sánchez, ―En familia sube por primera vez al escenario del Teatro Apolo,
el 6 de octubre de 1905, animada por la Compañía Podestá Hermanos‖ (4).
Uno de los personajes de esa pieza confiesa: ―Todavía no me doy cuenta de cómo he podido
amoldarme a semejante vida. Con decirte que yo, tu madre, que fue siempre una mujer de
orden y delicada, ha llegado hasta robarle a una pobre gallega sirvienta... (...) Hasta robarle, sí
señor; hasta robarle a una pobre mujer los ahorros que me había confiado‖ (5).
En Los primeros fríos (1910), de Alberto Novión, uno de los actores expresa: ―-Ahora me voy a
conversar con una mucamita que trabaja en la Legación de España, es galleguita y sin primo,
¿se da cuenta?‖ (6).
En ¡Jettatore!, de Gregorio de Laferrere, aparece Benito, un criado gallego, de Pontevedra. El
inmigrante vive en una ―pocilga de conventillo‖ (7).
―En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración,
y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la
‗mescolanza‘, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas‖ (8).
Conversando con el turco que da título a la obra, acerca del casamiento del hijo del primero
con la hija del segundo,destaca el clima amistoso del conventillo: ―E lo lindo ese que en medio
de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese;
francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se
entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese,
romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo!
(Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano?... Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato,
maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El turco sigue triste, frío, no se
levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece que se va a
fotografiar)‖ (9) .
En La comparsa se despide, escribe Vacarezza: ―Un patio de conventillo,/ un italiano
encargao/, un yoyega retobao,/ una percanta, un vivillo,/ un chamuyo, una pasión,/ choque,
celos, discusión,/ desafío, puñalada,/ aspamento, disparada,/ auxilio, cana... telón‖ (10).
Una noticia publicada en 2003 anunciaba: "La Compañía "María de Marco" del Teatro Colonial,
dirigida por Adrián Di Stefano, se presentará este verano en el "Patio Moreno" de la Manzana
de las Luces (Perú 272/294), al aire libre con el "Sainete" de Alberto Vacarezza: "El Conventillo
de la Paloma", (...). Vuelve de esta manera a la Cartelera Teatral de Buenos Aires, la clásica
historia del pintoresco Conventillo de Villa Crespo en donde se dan cita los personajes típicos y
característicos de la oleada inmigratoria de principios del siglo pasado, que fueron poblando los
barrios porteños sumándose a los personajes netamente locales, para dar lugar a un paisaje
por demás atractivo, pintado con singular maestría por uno de los autores más significativos del
género. Así conviven y se entremezclan, un italiano encargado del Patio del Conventillo,
gallegos, turcos, una percanta, malevos, curiosos y entrometidos y por encima de todos la
humanidad, la emoción, la alegría y el sabor de Buenos Aires guardado en un rincón del
corazón" (11).
Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice
a un argentino: ―¿Cómo te creés que la pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho
horas por día... ¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos... soberbios... maleducados, ¡coño!
¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida. Dormía en el sótano
con una escoba en la mano para espantar las ratas... Treinta años juntando plata... ¡plata y
odio! ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me
hablás?‖ (12).
En 2002, se estrena Temperley. ―Con una crítica excelente por parte de varios medios, la obra
de Luciano Suardi y Alejandro Tantanian, denominada Temperley, está por estos días en cartel
en el Teatro Sarmiento. La pieza se basa en las experiencias de Amparo, una gallega que
encuentra en nuestra ciudad un sitio ideal para sus sueños, aunque las penurias lleguen de
todas maneras. Destacan el clima general de la obra, con un logro especial en materia de
escenografía y sonido‖ (13).
En Volvió una noche, de Eduardo Rovner, ―Fanny hará todos los cambios posibles en su
personalidad y sus convicciones, de modo que su transformación interior la lleve al amor y
unión con su hijo, quien se casará con una ‗gallega‘ ― (14).
"El Equipo Teatral Osvaldo Dragún y el Grupo de Teatro Almas Fuertes, inician a partir del
sábado 7 de abril de 2007 su labor en la temporada, con la obra teatral "Agua, Piedras y
Escobazos", estrenada en Setiembre/06, basada en el hecho histórico ocurrido en nuestro país
en 1907, conocido como La Huelga de los Inquilinos o La Revolución de las Escobas, del autor
Germán Cáceres, bajo la dirección general de Jorge Macchi, (...) La obra se compone de un
prólogo, dos actos y un epilogo. Al transcurrir en un conventillo, retoma la tradición del sainete
respecto a ciertos personajes clásicos como el Tano, el Turco y el Gallego, y aprovecha el tono
humorístico del género para celebrar el éxito de una huelga justa con una fiesta que ofrece al
público tangos antiguos, practicamente desconocidos. La dramática represión policial del final
obtiene, así, contundencia y se da primacía a la faceta testimonial. Este espectáculo cuenta
con el apoyo de Proteatro" (15).
Megafón o la Guerra, la versión de Adrián Blanco, Hugo Dezillo y Germán Romero sobre la
novela de Leopoldo Marechal, dirigida por Adrián Blanco, se estrenó en el Centro Cultural de la
Cooperación Floreal Gorini. ―En un país con olor a bronca, sucederá la epopeya de Megafón,
tan desproporcionada como conmovedora, buscará un fin y un destino, no importará la derrota
porque su gesta abrirá el curso de las conquistas morales instalando el germen de los valores e
ideales megafónicos para que otros los continúen‖ (16).
En abril de 2009, el Grupo de teatro ¨De los Barcos¨, presenta la obra Para Angustias ...
Consuelo, de Silvia Ramos, "Una historia simple, que cuenta la vida de dos amigas gallegas
que se separan en la época de la inmigración. Angustias viaja a Argentina y Consuelo queda
en su aldea, a través de sus cartas se contara la historia de cada una. Angustias es la relatora
de la historia y Consuelo aparece como un personaje onírico. Dos amigas que jamás perderán
la ilusión del reecuentro" (17).
Notas
1. Trejo, Nemesio: Los políticos en Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún: Canillita y
otras obras. Selección, prólogo y notas por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
2. Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en Varios autores: El teatro argentino 3.Afirmación de la
escena nativa. Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
3. María, Enrique de: Bohemia criolla, en Varios autores: El teatro argentino. 6.El sainete.
Prólogo de Abel Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
4. Ordaz, Luis: en Sánchez, Florencio: En familia, en El teatro argentino 4.Florencio Sánchez.
Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
5. Sánchez, Florencio: En familia, en El teatro argentino 4.Florencio Sánchez. Selección,
prólogo y notas por Luis Ordaz.Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
6. Novión, Alberto: Los primeros fríos, en Varios autores: El teatro argentino. 6.El sainete.
Prólogo de Abel Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Buenos
Aires, CEAL, 1980.
7. Laferrere, Gregorio de : ¡Jettatore!. Buenos Aires, CEAL, 1968.
8. Ordaz, Luis: ―Armando Discépolo o el ‗grotesco criollo‘ ―, en Historia de la Literatura
Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
9. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo.
Buenos Aires, CEAL, 1970.
10. Vacarezza: La comparsa se despide. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
CEAL, 1970.
11. S/F: SE PRESENTA "EL CONVENTILLO DE LA PALOMA" DURANTE EL VERANO EN LA
MANZANA DE LAS LUCES, en www.ensantelmo.com.ar, Buenos Aires, 2003.
12. Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de aquí, en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de
la Flor, 1999.
13. S/F: ―Artes y espectáculos‖, en www.temperleyweb.com.ar, agosto de 2002. foto:
http://andamio.freeservers.com/dida/doce/nota-der.htm
14. Holte, Matilde Raquel: Teatro Contemporáneo Judeoargentino Una perspectiva feminista
bíblica. Buenos Aires, Milá, 2004. (Ensayos).
15. Equipo Teatral Osvaldo Dragún y Grupo Teatral Almas Fuertes: información de prensa.
16.
http://www.centrocultural.coop/modules/piCal/index.php?smode=Daily&action=View&event_id=
0000038177&caldate=2007-11-3.
17. S/F: información de prensa difundida por la Xunta de Galicia el 14 de abril de 2009.
Cine
Algunos cineastas evocaron la inmigración gallega que llegó a tierra argentina, en filmes en los
que se presenta esa etapa de nuestro pasado y se pone al alcance del público testimonios de
quienes protagonizaron un fenómeno social que dejó indelebles huellas.
Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en 1939, proviene de una obra teatral de Nicolás
de las Llanderas. Claudio España señala que en ese film, ―con Enrique Muiño y Elías Alippi, el
sainete pervive sólo en dos amigos de la familia, un gallego y el italiano –los de afuera; los de
casa son porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar, apoyada en el sentido
aglutinador de la mesa del comedor, blanca en extremo por la luz simbólica que le arrojan los
directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se inicia en el patio y prosigue en la
sala con piano y con una mesa amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir
cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus encuentros, se hablan de tú‖ (1).
Niní Marshall creó, entre otros inolvidables personajes, a Cándida Loureiro Ramallada, su
primera caracterización en Radio Municipal, en 1934. ―En el film Cándida (1939, Bayón
Herrera), sobre un barco y con sus ropas de campesina recién llegada, la gallega hace su
jocosa presentación: ‗Vengo a este país a ganar cuarenta pesos, casa y comida. Salida, los
domingos‘. (...) La voz de Niní es testigo del movimiento de los estratos sociales medios
argentinos y de los desplazamientos culturales y de la flexibilidad de los grupos y
colectividades, en el paso de los años treinta a cuarenta‖ (2).
―En La Patagonia rebelde (1974), Héctor Olivera dramatiza las huelgas de los trabajadores
anarquistas, en el sur de la Argentina, durante 1920 y 1921, según la investigación realizada
por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia trágica‖ (3).
Carmiña (Su historia de amor), dirigida por Julio Saraceni, con guión de Abel Santa Cruz, se
estrenó el 27 de marzo de 1975 (4).
En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia Télam: ―La novela de Horacio Vázquez
Rial, ‗Frontera sur‘, finalmente fue elegida –después de cantidad de lecturas- por el cineasta
español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de inmigrantes. ‗La filmación se hará
enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes
empieza el rodaje, que durará ocho semanas‘, confirmó el autor de ‗El soldado de porcelana‘ a
Télam. Entre los actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier
(conocido por su trabajo en ‗El enigma de Kaspar Hauser‘, de Werner Herzog) y Maribel Verdú
en los papeles principales‖ (5).
La Fuga (Argentina-España, 2000) fue dirigida por Eduardo Mignogna, con Ricardo Darín,
Miguel Angel Solá, Gerardo Romano, Patricio Contreras, Inés Estévez, Facundo Arana, Arturo
Maly, Norma Aleandro. En ese film, basado en la novela que él mismo escribió- aparecen,
entre otros inmigrantes, dos carboneros, gallegos de Betanzos.
En ―Luna de Avellaneda‖ -película dirigida por Juan José Campanella, a partir del guión escrito
por Campanella, Fernando Castets y Juan Pablo Domenech-, tres gallegos fundan el club que
da nombre al film. Uno de ellos, moribundo, recuerda su llegada a la Argentina.
Notas
1. España, Claudio: ―Así es la vida‖, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista,
Tomo I.
2. España, Claudio: ―Llega Niní Marshall‖, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación
Revista, Tomo I. Imagen: www.cinenacional.com.
3. Kriger, Clara: ―La Patagonia rebelde‖, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación
Revista, Tomo II.
4.
5. S/F: ― ‗Frontera sur‘ llega a la pantalla grande‖, en El Tiempo, Azul, 12 de abril de 1998.
Videos
En la muestra "Luis Seoane. Pinturas, dibujos y grabados", que se llevó a cabo en el Museo de
Arte Moderno de Buenos Aires, en el invierno de 2000, se exhibió un video que brindó al
espectador la oportunidad de entrar en contacto con este espíritu y su singular obra. Con
música de Milladoiro y Xeito Novo, y la interpretación de Walter Santana, quien lee fragmentos
de ensayos y obras de teatro de Seoane, se muestra al artista como un peregrino que vive un
doble extrañamiento: el del tiempo y el del espacio. Con estas palabras lo dice: "Soy un
peregrino de la Edad Media, pero estoy varado en el siglo XX" y también "ir rumbo a Santiago
de Compostela, mas estar varado en Buenos Aires". La resignación que lo invade es resumida
en la frase que afirma: "Soy y seré para siempre un desarraigado permanente. Lo seré aunque
decida volver a mi país. Es el destino del exiliado".
En dicho video se recuerda que el artista nació en 1910 en Buenos Aires, en el seno de una
familia de inmigrantes. A los seis años volvió a España, de donde debió partir en los tiempos de
la guerra. Veintisiete años tardó en regresar a la Madre Patria y, desde 1967, escindió su vida
entre Galicia y la Argentina. Murió en La Coruña en 1979. Ana María Battistozzi lo define como
"una de las figuras más destacadas de la comunidad gallega argentina y acaso la más
interesada en promover y estrechar los vínculos culturales, en un momento en que esto
implicaba un fuerte compromiso político".
Televisión
En 1973, "Abel Santa Cruz tiene siete obras en tevé. Una de ellas es Carmiña, con María de
los Angeles Medrano y Arturo Puig, y Raúl Rossi en el rol de Hipólito Yrigoyen. En radio se
conoció como Tu nombre es María Sombra; en tevé en1969 como Nuestra galleguita. En el
exterior se emitió como Natasha" (1).
Notas
Itkin, Silvia: "El Estado llega a la televisión", en Ulanovsky, Carlos; Itkin, Silvia y Sirvèn, Pablo:
Estamos en el aire. Buenos Aires, Planeta, 1999.
Foto 1: mis bisabuelos, en San Juan de Alba, Villalba, Lugo,1920?
Foto 2: la casa en San Juan de Alba, 1940?
Foto 3: Tumbas en San Juan de Alba, 1940?
Foto 4: mis abuelos paternos: Pedro González-González. Pígara, Lugo, 1884 - Buenos Aires,
1946. Carmen Corral. San Juan de Alba, Villalba, Lugo 1898 - Buenos Aires, 1968.
Foto 5: mis abuelos maternos: Martín Rouco. Cebreiro, La Coruña, 1891 - Buenos Aires, 1971.
Carmen Paggi: Tandil, 1899 - Buenos Aires, 1963.
Día de Galicia Internacional del Libro de Buenos Aires
Foto 1: Con Elvira Bermúdez. A. B. C. del Partido de Corcubión. 9 de diciembre de 2007(Carlos
Prebble)
Foto 2: En casa de María Rosa Iglesias. Buenos Aires, marzo de 2008. (Carlos Prebble)
Foto 3: El Embajador de España, el Presidente del Centro Galicia y la Delegada de la Xunta de
Galicia echan tierra al segundo árbol en la plazoleta Galicia. Inauguración de la plazoleta
Galicia, en Vicente López, Provincia de Buenos Aires. Buenos Aires, 23 de agosto de 2008.
(Carlos Prebble).
Foto 4: Con Carlos Penelas Fundación Xeito Novo - Xunta de Galicia. Buenos Aires, 12 de
septiembre de 2008. (Carlos Prebble)
Foto 5: Brindis de Carlos Ameijeiras, Presidente de la Asociación Benéfica y Cultural del
Partido de Corcubión, con los periodistas Carlos Pérez Castex, Rubén Touceda, María
González Rouco y Patricia Magariños. 86° Aniversario de la Asociación, 9 de noviembre de
2008. (Carlos Prebble)
Foto 6: Tercer Premio para familiares de Matriculados -Medalla-, por mi poema "Mi abuelo".
Concurso Literario del Consejo Profesional de Ciencias Económicas. Jurado: Sra. Paula
Margules, Sr. Horacio Semeraro y Sr. Fernando Sánchez Sorondo. En la foto: Dr. C.P. José
Escandell, Presidente del Consejo; Dra. C.P. Patricia Susana Sánchez Ruiz, Tesorero; Dra.
C.P. Susana I. Santorsola, Presidenta de la Comisión de Acción Cultural; Sra. Paula Margules,
escritora. Buenos Aires, 22 de noviembre de 2008. (Carlos Prebble)
Foto 7: Con Beatriz Crespo y su Ballet Español. Recital de Marita Tuero en el Teatro
Variedades. Diciembre de 2008 (Carlos Prebble)
Foto 8: Con los Emigrantes Gallegos. Recital de Marita Tuero en el Teatro Variedades.
Diciembre de 2008 (Carlos Prebble)
Foto 9: Con algunos de los "Sete Netos". Acto del PP en Costa Salguero. Buenos Aires, 8 de
febrero de 2009. (Carlos Prebble)
CUENTOS
Josefina en el retrato
Vastas aspiraciones las del 90, sin duda, pero donde la mayor parte de sus impulsos quedaron
en eso, y sus realizaciones se vieron tan lejanas como la conquista del poder.
Exequiel César Ortega
No puedo resistir la atracción que ejercen sobre mí los portarretratos. Tengo muchísimos,
aunque todavía no llegué a la cantidad que tenía Manuel Mujica Láinez. Cada vez que paso por
un negocio, vuelvo con alguno. Tengo de diferentes materiales, grandes, chicos, modernos,
antiguos. Ya no sé dónde ponerlos; sin embargo, sigo comprando. Hay de colores, dorados,
plateados, de todas clases, argentinos y traídos de afuera, sobrios e informales. En ellos pongo
las fotos de la familia, desde los tatarabuelos hasta el último bebé que se agregó al clan.
Una tarde iba caminando por Cabildo y me llamó la atención un portarretratos ovalado, de
estilo antiguo. Había dorados y plateados, pero los primeros me parecieron mucho más lindos,
así que compré uno y me lo traje muy contenta a casa. No sabía la sorpresa que me
aguardaba.
Al día siguiente, ni bien me levanté, me puse a buscar una foto para mi nuevo portarretratos. Lo
primero que se me ocurrió, como madre flamante, fue poner una foto del bebé. Busqué y
busqué, pero la que no era grande, era oscura, o estaba movida. Entonces, me puse a buscar
una foto de las vacaciones de recién casados, pero quedaba fea, porque al recortarla
desaparecía el mar, que era el que le daba belleza.
Se me ocurrió que la foto tenía que ser sepia, como la que nos sacamos disfrazados de novios
en Gesell, o por lo menos, en blanco y negro. De repente me acordé de que en una revista
había salido una foto de un abuelo con su nieta, sacada del Archivo Nacional, y la fui a traer.
Iba a quedar preciosa. Parecía realmente antigua, y esa nena me llamaba la atención, porque
se parecía a mi abuela en sus fotos de principios de siglo. La recorté a la medida del
portarretratos y la ubiqué cuidando que la figura de ambos quedara bien centrada. Me sentía
satisfecha con mi compra y con la imagen que le había destinado.
Horas más tarde, cuando volví a ver la foto, noté que la cabeza del abuelo aparecía corrida
hacia la izquierda, y que su hombro casi rozaba el marco. Yo estaba segura de haber ubicado
la imagen en el centro. En fin, quizás me había equivocado. Desarmé el portarretratos y puse la
foto correctamente. Me costó hacer volver al abuelo a su lugar; era como si algo lo empujara de
derecha a izquierda, pero no podía ser.
Esa noche, al tomar el teléfono para hacer un llamado, vi que la foto se había corrido
nuevamente hacia la izquierda. Me dije que era imposible y, una vez más, la fui a acomodar
como a mí me gustaba. En eso estaba cuando escuché una vocecita aflautada y simpática que
me decía: ―¡Señora, señora! Por favor, no arregle la foto otra vez. Soy yo que la empujo sin
querer al moverme dentro del portarretratos‖.
Más que sorprendida le pregunté por qué me decía que se movía, cuando en la foto se la veía
tan quietita. Me contestó que eso había sido un instante, pero que en realidad estaba tratando
de que el abuelo la soltara para ir a jugar con sus primas en el patio cubierto de glicinas de su
casona en Belgrano.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando, pero igual me quedé allí, con el portarretratos en
la mano, sin osar correr la foto. Si Josefina —así se llamaba mi nueva amiga— me lo pedía, lo
iba a dejar así. Ella, agradecida, comenzó a conversar conmigo. Yo la escuchaba atónita. Lo
que me decía me interesaba mucho, porque se refería a un momento de la historia argentina
que siempre me había atraído.
Me contó que su abuelo era médico y que había trabajado mucho durante la epidemia de fiebre
amarilla que había ocurrido en 1871. Se reunía con personas muy influyentes y hablaban
francés de corrida, porque todos habían vivido en Europa durante mucho tiempo. Él estaba
muy triste porque hacía poco había muerto allí uno de sus amigos, Eugenio Cambaceres,
siendo joven todavía.
A veces visitaban la casa algunos escritores. Josefina se acordaba de Lucio V. López, que le
contaba que Buenos Aires, años atrás, parecía una gran aldea. Me habló también de Eduardo
Wilde, que estaba empeñado en recordar todos los hechos de su infancia, para escribir un libro
que protagonizaría un niño llamado Bonifacio Ramón Luis. A Josefina le parecían nombres muy
largos para un chico tan chico.
El que más le gustaba, sin lugar a dudas, era Miguel Cané. Él la hacía poner triste cuando
hablaba de la muerte de su papá, cuando tenía trece años, y la hacía reír cuando contaba algo
de unas sandías que robaban. También le hablaba de un italiano que había llegado junto con
muchos inmigrantes a ―hacer la América‖. Cuando escuchaba hablar a Cané, su abuelo decía
que seguramente de esa sangre saldría un escritor capaz de cantar con talento los misterios de
Buenos Aires. Pensé para mis adentros que no se equivocaba.
La conversación se acaloraba cuando llegaba uno de los conocidos del abuelo, que se llamaba
Antonio Argerich. A este escritor lo censuraban por las escenas que había contado en una
novela, en la que se proponía demostrar que no había que permitir la inmigración. Cané
asentía y hablaba de una ley que favorecería a la nación. Uno de los concurrentes decía que
no había que ser tan categóricos, que también llegaban al país elementos buenos. Era el que
había presentado en la Cámara de Diputados la ―Ley de Estrangeros‖ (él lo decía así) para
estimular el ingreso a la Argentina de todos los que quisieran venir a trabajar. Entonces,
empezaba la polémica y se quedaban hablando en voz alta hasta muy tarde. El abuelo de
Josefina y esos ilustres señores pertenecían a una generación literaria. Eso quiere decir que
todos escribían libros en ese momento, que tenían más o menos la misma edad, y que les
gustaban lecturas parecidas. Era la generación del 80, pero ella todavía no lo sabía.
Me contó Josefina que esa foto se la habían sacado en 1890, y me preguntó si yo no notaba
nada extraño en el rostro de su abuelo. Yo le dije que no. Como no lo conocía, me costaba
mucho adivinar si le pasaba algo o si era su expresión habitual. La niña me dijo que el abuelo
estaba muy preocupado porque en el país estaban pasando cosas raras. A menudo lo
escuchaba hablar de eso con Ocantos y con unos señores que se llamaban Villafañe y Martel.
Ella no entendía bien qué sucedía.
Por lo que escuchaba hablar a los mayores, sabía que era algo relacionado con la Bolsa de
Comercio. Y si pasaba eso que comentaban muy serios en su casa, parecía que iba a ser
terrible y que la gente se iba a desesperar. Decían que todo el mundo debía cantidades
increíbles de dinero, que se iban a quedar en la calle y que más de uno pensaría en el suicidio.
Decididamente, Josefina escuchaba demasiado para ser una nena. Y tenía buena memoria.
―Pobre Josefina!‖, pensé yo. Más tarde ella escucharía la narración de esos sucesos, mientras
su institutriz la peinaba. (Yo había estudiado en el colegio, primero, y en la facultad, después, lo
ocurrido en esas jornadas tristemente memorables. Cien años después, leí sobre la gente
abnegada que dio su vida durante la epidemia para socorrer a quienes sufrían. Y aprendí qué
rasgos diferencian a los escritores del 80 de los de la generación del 37, o de los del 22). Ella,
con sus cinco años, sus bucles y sus vestidos de volados, no podía explicarme muy bien lo que
pasaba a su alrededor, pero lo intentaba.
Yo le pedía que me contara más y más. Le pedí que me describiera uno de sus días, desde
que se levantaba hasta que se acostaba. Me habló de la capilla a la que iba con su madre, de
las lujosas cenas en que los hombres hablaban por un lado y las mujeres por el otro, de la
ansiedad con que esperaba el momento de salir a comprar encajes y puntillas para adornar la
blusa de su muñeca.
Me contó de su tío canónigo y de su padrino militar. Yo le pregunté cómo era vivir sin los
adelantos de hoy, y me respondió que no se imaginaba la vida de otra forma. Le parecía un
cuento maravilloso todo lo que yo le transmitía sobre la sociedad a pocos años del siglo XXI.
No era que no le gustara lo que yo decía, sino que lo sentía muy distinto de su existencia de
niña finisecular.
Así nació una amistad que siempre me acompaña. Cuando en casa duermen, le aviso a
Josefina y nos ponemos a conversar. Me dejo llevar por su relato y siento que viajo en el
tiempo, hasta convertirme en la dama de las fotos que guardamos en el último cajón, lejos del
polvo y las polillas.
(1993)
Peregrinación
Van a deixala patria
Forzoso, mais supremo sacrificio.
A miseria está negra en torno deles,
¡ai!, i adiante está o abismo!..
Rosalía de Castro
La noche caía sobre el pueblo. Hombres y mujeres, ancianos y niños, se retiraban a sus casas
de pizarra. Una vez más, la cena forzosamente frugal los reuniría alrededor de la mesa;
comerían papas, pescado, algunas castañas. La realidad se presentaba dura; el ganado no
engordaba, la tierra no se mostraba generosa con quienes la trabajaban. La desesperación
cundía en los ánimos de esa gente que apenas sabía leer y escribir. Los más jóvenes se
preguntaban si iba a ser así toda la vida; no estaban dispuestos a aguardar, día tras día, un
bienestar que no llegaba, una salud que se esfumaba en los campos, asediada por el frío y la
mala alimentación.
La noticia de lo que sucedía en América los conmocionaba. Se hablaba de paisanos que
habían podido comprarse una casa, o varias, que comían lo que querían y cuanto querían. Se
hablaba también de hombres que se empleaban como mozos en bares, de mujeres que
lavaban ropa ajena en inmensas piletas, en invierno y en verano, sin desmayo, por unas
monedas. Muchos pensaron en la posibilidad de partir, pero la sangre ata, los mayores se
resisten a dejar ir a sus descendientes; piensan, con razón, que ya no volverán a verlos.
Estas cavilaciones agobiaban a cada uno y lo alentaban, alternadamente. Se veía crecer a los
hijos, venían más hijos, y la situación no mejoraba. Era imposible viajar con toda la familia; no
se sabía qué suerte aguardaba y, si se iba a pasar penurias, mejor era sin los niños. Ellos, en
su tierra, estarían un poco mejor que en un país extraño. La idea era marchar solos y luego,
según la fortuna, volver o llamar a quienes se habían quedado. Las historias corrían de boca en
boca; Pedro se había instalado en Cuba, María era mucama en una casa distinguida, Jesús
había vuelto más pobre que como había salido del pueblo...
Una voz se oyó en la noche. Uno de los muchachos, que aún no contaba veinte años, llamaba
a los demás. Lo asombraba el fulgor de una estrella, radiante en la noche cerrada. Casa por
casa, iba llamando a todos; les decía que miraran hacia lo alto, que seguramente Dios se había
apiadado de sus almas. Todos se santiguaron; rezaban en voz baja esas plegarias que casi no
recordaban. Esa estrella era distinta; tenía una luz prístina, única.
La muchedumbre se agolpaba en las calles; todos miraban hacia arriba. Esa estrella quería
significar algo, pero ¿quién podría descifrar el mensaje que venía de lo alto? Pensaron en el
cura del pueblo, en los pocos que sabían algo más que el resto. ¿Cuál de ellos podría
desentrañar el misterio? Mientras, la estrella avanzaba hacia el oeste, hacia el sur; parecía
mostrar un camino.
Los hombres se abrazaban, las mujeres lloraban, los niños miraban sin comprender. Fueron los
ancianos quienes reconocieron la señal: era la estrella que había guiado a sus mayores. Sí,
seguramente ésa era la misma estrella de la que hablaban los más viejos, la misma que había
mostrado una senda siglos atrás.
Uno a uno, los jóvenes entraron a sus casas. Tomaron unas pocas pertenencias, se
despidieron de los suyos y se marcharon. El futuro era incierto y los atemorizaba, pero creían
que valía la pena intentar esa travesía. Los padres oscilaban entre dos sentimientos: veían el
porvenir que aguardaba a sus hijos en el pueblo, y sentían que esa separación, aunque
necesaria, desgarraba sus corazones. Ya no los tendrían allí, como todas las mañanas; no irían
juntos a misa los domingos. La sola idea se volvía dolorosa, pero nada podían hacer.
Quedarían solos los viejos, para consolarse entre ellos, para pedir que alguien escribiera una
carta para ese hijo que se fue, para la hija que promete que va a regresar, que los va a venir a
buscar.
Una peregrinación de campesinos se dirige hacia el mar, hacia ese destino nuevo que aguarda
tan lejos. La estrella los guía, brillante en el cielo, hacia un mundo de prosperidad.
(1996)
Quinto Premio en el Concurso ―El Inmigrante‖, convocado por la Sociedad Argentina de
Escritores, Filial Centro, Azul, Provincia de Buenos Aires, y el Círculo Literario Mitre, de la
misma localidad.
El regreso del indiano
Una idea fija cambia
el destino de un hombre.
Miguel Barnet
Antonio González había nacido en marzo de 1890. Según consta en la partida de nacimiento
que conservan sus nietos, era hijo de Andrés González, de profesión labrador, y de Josefa
López, también labradora, que lo había dado a luz a los cincuenta y dos años, en una aldea de
Lugo, una de las cuatro provincias gallegas.
Tuvo la mala fortuna de nacer cuando las dificultades asolaban la tierra de sus mayores,
cuando no había trabajo y los pobladores se debatían entre la precariedad de la vida en la
península y la promesa del bienestar en América. Desde niño escuchaba las conversaciones
de jóvenes y ancianos. Unos decían que debían emigrar, que ya no se podía esperar nada de
esa nación sumida en la pobreza. Los otros argumentaban que los jóvenes tenían razón, que
además, reclutarían a los adolescentes para el servicio militar en Marruecos, del que quizás ya
no volvieran.
El futuro era el tema excluyente en las reuniones, a la salida de misa, por las calles. Pensaban
en la posibilidad de encontrar una solución, pero esa solución no aparecía, y los años pasaban.
Con el paso del tiempo, la situación empeoraba, y hacía que el tema de la emigración
apareciera con más frecuencia aún en la vida cotidiana de estos seres desesperanzados.
Antonio, tan niño, los escuchaba angustiado. No imaginaba la vida lejos de sus pinos, de sus
rías, de sus praderas. No imaginaba despertar bajo otro sol, hablando otro idioma. El porvenir
se presentaba ante sus ojos infantiles como algo temible, aciago. Sentía tanto miedo ante la
vida en Galicia, como ante la vida en América. Sabía que eran pocas las familias que
emigraban juntas; la mayoría de las veces, eran los maridos quienes partían silenciosos hacia
el puerto de Vigo, mientras las mujeres, los hijos y los padres los despedían sin poder contener
el llanto.
La escena de la despedida era una de las más tristes que había visto. Podía ser tan terrible
como la que tenía lugar cuando alguien moría. Los gallegos que se iban y los que quedaban
sabían que era prácticamente imposible que volvieran a verse. Eran muy pocos los que
volvían, aunque más no fuera de visita. Muchos llamaban a su familia, enviándole pasajes
obtenidos con el sacrificio de años de privaciones, pero era raro que volvieran quienes habían
partido, salvo que la situación en el nuevo continente fuera peor que la que vivían en Galicia.
Esos sí volvían, llorosos y avergonzados.
La vida en América no era fácil; costaba mucho ahorrar un centavo. Había que vivir, pero
también había que enviar dinero a la mujer, a los hijos, a los padres ancianos, a algún hermano
que quería emigrar... Después, si quedaba algo, era para alquilar una pieza en la que,
apretados, pudieran vivir todos, cuando dejaran la aldea. A estos gastos se sumaba el del
pasaje. Se decía que los ―pasajes de llamada‖ eran gratuitos, pero los emigrantes no sabían si
era cierto hasta que les tocaba a ellos pedirlos.
Mientras el niño cavilaba, sus padres tomaban una decisión terrible: lo mandarían a América
con unos paisanos que emigraban en esos días. De nada valieron los llantos, las súplicas.
Antonio se vio, cuando aún no había llegado a la adolescencia, solo en un barco, sin más
compañía que la de sus pocas cosas y la de los aldeanos a los que los padres les habían
confiado el cuidado de su querido hijo, el menor, aquel a quien no querían ver sufriendo lo que
sufrían los hermanos mayores que no habían dejado la tierra natal. Quizás Antonio llevara
también consigo sus sueños, su fe, su coraje, pero en ese trance yacían aletargados en el
fondo de su corazón, desgarrado por la partida.
El niño llegó a América, a ese puerto del que tanto le habían hablado, a la ciudad que vivía su
mejor momento. Se sentía solo, echaba de menos a su familia, su tierra, sus amigos, pero
debía sobreponerse. Cuando partió, se prometió que regresaría, que trabajaría muy duro para
poder regresar, para que la venida a América fuera sólo un mal recuerdo. No era ingrato con la
nueva tierra, pero no quería arraigar en ella, lejos de los suyos, lejos de los paisajes que tanto
amaba.
Antonio vivió años muy duros. Los aldeanos a quienes sus padres lo habían confiado
compraron una casa con el propósito de transformarla en un inquilinato. De un lado se
alineaban las habitaciones; del otro, enfrentadas, las cocinas. A cada pieza le correspondía una
cocina. Al fondo, estaban las letrinas que eran utilizadas por los ocupantes de las piezas. En su
afán por ―hacer la América‖, los gallegos devenidos propietarios inventaban habitaciones donde
no las había. Claro es que no las edificaban con los más mínimos recursos de seguridad, sino
que arrimaban unas chapas, las clavaban a las apuradas y ya tenían otra fuente de ingreso.
Como era chico aún para emplearse, le propusieron que aprendiera a hacer pequeños trabajos
de albañilería, mirando a los italianos que los hacían entonces, y colaborara con su esfuerzo al
mantenimiento de ese precario conventillo en el que le habían destinado la pieza más pequeña,
compartida con los hijos varones de la pareja poco mayores que él. Así vivió muchos años, en
los que soñó con volver.
Unos meses después de su llegada, un paisano le ofreció trabajo como lavacopas en un bar.
Le decían que era el postulante ideal para ese puesto. De sol a sol trabajó en la pileta de ese
bar de la Avenida de Mayo en el que otros gallegos, mayores que él, atendían las mesas,
preparaban platos típicos, conversaban de los sucesos que leían en los diarios. La mayoría de
los clientes eran dueños de inquilinatos, pero había también policías penitenciarios,
almaceneros, dueños de hoteles por hora. Esta última ocupación suscitaba más de una
discusión amistosa. Había quien decía que no era un trabajo honorable, argumento al cual el
dueño del hotel, con su grueso anillo de oro reluciendo en el dedo regordete, respondía con
una sonrisa burlona.
Fue creciendo y un día, lo mandaron a él a atender las mesas. Le dieron una chaqueta blanca
con botones plateados y una bandeja impecable en la que debía llevar los manjares que
solicitaban los parroquianos, argentinos y gallegos, en fraterna camaradería. Antonio iba y
venía con la bandeja, nunca se equivocaba al llevar los pedidos, nunca se detenía más de la
cuenta en cada mesa, aunque saludaba a todos con simpatía y cambiaba unas pocas palabras
con quienes lo conocían desde su ingreso al local.
Su honestidad y dedicación le valieron que el dueño del bar, un gallego que lo estimaba y le
tenía un poco de pena por la historia que le había tocado vivir, lo nombrara encargado. Debía
comprar la mercadería, controlar las ventas, cobrar el dinero que le acercaban los mozos.
Nunca se quedó con un centavo; nunca pensó en acelerar fraudulentamente el retorno a su
patria. Porque no había olvidado su proyecto. Diría mejor que la obsesión no lo abandonaba a
él.
De encargado, pasó a ser socio. Trabajaba día y noche. Cuando cerraba el bar se quedaba
limpiando junto a los empleados, haciendo la caja, acomodando las mesas, conversando con
un paisano que llegaba siempre con los ojos enrojecidos, como si hubiera llorado por la calle, a
escondidas de su familia. Tenía cáncer e iba a dejar a su mujer viuda con tres hijos chicos. Ese
hombre a Antonio le partía el alma; pensaba que, a pesar de todo, había alguien más
desgraciado que él.
Después de dormir unas pocas horas en un catre que había ubicado en una pieza del fondo, se
levantaba antes que el sol y se iba a comprar la comida, que ya era famosa en la zona por su
excelente calidad y su precio accesible. Todos querían ir al bar ―Lugo‖ a comer jamón crudo,
porque se decía que era el mejor y el que se servía en porciones más abundantes.
Antonio trabajaba sin descanso, pero veía los frutos de su esfuerzo. Hasta estaba ahorrando
algo de dinero para comprar un restaurante que estaba en venta cerca del bar. La Avenida de
Mayo lo atraía; recorriéndola mitigaba su pena. Con el tiempo pudo dejar la mísera pieza en la
casa tipo chorizo para alquilarse una en una casa un poco menos precaria. Poco después,
conforme progresaba en el trabajo, pasó a tener su propia casa.
Corría 1930. Se había enterado de que el Banco Hipotecario estaba edificando un barrio de
casas baratas cerca del Parque Avellaneda. Allí fue él, con sus ahorros, a comprar una de esas
casas de dos plantas que —según decían— eran unas de las primeras en esos valores que
tenían baño dentro del inmueble. En esa casa de Floresta pasó las horas más felices, las
primeras horas felices que recordaba desde que había salido de Galicia tantos años atrás. Allí
vivió con su mujer, también de Lugo, también emigrante. Allí nacieron sus dos hijos, quienes le
devolvieron la alegría que la partida le había arrebatado.
La Guerra Civil devastaba España. La contienda fue motivo de gran congoja para quienes
tenían familia en el país de origen (prácticamente todos los españoles). En un intento por paliar
las necesidades que agobiaban a quienes no habían emigrado, desde América les enviaban
encomiendas con ropa, mucha ropa usada que surcaba el mar para abrigar el frío de los
padres ancianos, de los hermanos que soportaban la tragedia, de esos primos tan pequeños.
La alegría de los nacimientos y de la prosperidad se veía empañada por estas infaustas
noticias que le hablaban de las penurias que estaban soportando en Galicia sus vecinos, los
campesinos con los que conversaba en su niñez. ¿Cómo iban a imaginar ellos que ése sería el
precio de no haber querido emigrar?
¡Qué lejos estaba España de este gallego! Seguía amasando una considerable fortuna, había
comprado el restaurante que daba cada día más ganancias, se había asociado como dueño de
otros bares, compraba casas que alquilaba a sus paisanos, pero no podía pensar en volver a
Galicia. ¿Cómo iba a instalarse en la aldea con sus hijos, en medio de la guerra?
Los años pasaron. La Guerra Civil terminó. En el 40, Antonio festejó sus cincuenta años y
festejó, más que nada, la finalización de la contienda. España transitaba por la dolorosa
posguerra, signada por el hambre y el luto, pero ya no la dividía la lucha fratricida. La mujer
insistía con el regreso; quería ver a sus padres antes de que murieran, ansiaba criar a sus hijos
en su tierra. El gallego pensaba que aún era muy pronto.
La pareja sentía que siempre había algo que les impedía concretar su sueño: la falta de dinero,
antes; la guerra, después. Cada minuto que vivían en tierra americana se les hacía eterno; no
se habían hecho a la idea de volverse argentinos, como muchos de sus paisanos que les
decían: ―Sí, hombre, España es muy linda, pero para ir de paseo‖. Ellos no lo sentían así.
América era digna de agradecimiento, pero querían regresar.
En ese cumpleaños, Antonio se dijo que había llegado el momento. Hizo caso omiso a los
rumores que anunciaban una segunda guerra mundial; no creía que fueran más que eso:
rumores. No podía ser que, conociendo los horrores de una primera guerra mundial, de una
guerra civil, los hombres fueran tan insensatos. No, seguramente harían lo imposible por evitar
otra matanza. Como lección, ya debiera bastarles.
Con un hijo casi de la misma edad que él cuando lo subieron al barco, a ese ―Avon‖ cuyo sólo
recuerdo le erizaba la piel, cuarenta años después, Antonio comenzó los preparativos. Debía
liquidar sus negocios, vender el restaurante y su parte en los bares, las tres casas que había
comprado y los colectivos de los que era dueño en la línea que pasaba por su barrio. Todo eso
le llevaría meses. Necesitaba dinero para viajar, para empezar de nuevo en su tierra, en la que
se encontraría sin ninguna herencia, sólo el idioma, la religión y las tradiciones que le habían
dejado sus mayores.
Finiquitados sus asuntos de negocios, envió cartas anunciando su regreso. Le escribió a los
hermanos, a los que prácticamente no conocía, diciéndoles que regresaba para quedarse.
Lloraba cuando escribía esas cartas, lloraba las mismas lágrimas que habían empañado sus
ojos cuando el barco se alejó del puerto de Vigo. Llevaba una esposa y dos hijos que, aunque
nacidos en América, para él eran gallegos. Con sus seres queridos y sus pertenencias arribó a
ese muelle que lo había visto partir con un hato de ropa, y ahora lo veía regresar como a un
personaje de Fernández Moreno, con reloj de cadena en uno de los bolsillos del chaleco y un
diente de oro brillando en la sonrisa.
―Ha vuelto Antonio‖, decían los paisanos. ―He vuelto, he vuelto‖, decía él, radiante. Los abrazos
y los besos se sucedieron en ese mediodía estival. Los tíos conocieron por fin a los sobrinos;
los cuñados, a la cuñada que regresaba; los padres ancianos ya podían descansar en paz.
Todo era dicha. Muchos parientes se habían agregado a la familia en Galicia; muchos niños
habían nacido durante el largo exilio de Antonio. Allí estaban todos, reunidos, bajo el sol que
plateaba las aguas y los bendecía con su luz.
Este cuento fue distinguido con una Mención del Jurado en el Concurso de Literatura
convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en
noviembre de 1999. Integraron el Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y
Jorge Masciángioli.
(1999)
Un cielo para mi abuelo
La más grave tragedia que le puede ocurrir
a un alma gallega es morirse fuera de su tierra.
Emilio González López
Hacía calor. Como todas las tardes, después de la siesta, el anciano empuñó la silla que hacía
las veces de bastón y se dirigió al patio. Allí, bajo la parra, escucharía las voces de los vecinos,
miraría jugar a los nietos, conversaría con los transeúntes. Allí, adormecido por el calor estival,
recordaría sus años mozos en una tierra lejana de la que mucho le había costado partir. Era
gallego, y su sangre vibraba aún al escuchar su idioma, al rememorar un paisaje querido que
ya no volvería a ver.
Le costaba caminar, pero su lugar bajo la parra lo esperaba, como todas las tardes, como
siempre. Pronto cumpliría ochenta años. Había nacido antes que el siglo, y sabía que su vida
terminaba; no obstante, vivía con esperanza esos últimos años, junto a sus seres queridos.
Había nacido en A Coruña en 1890, en una aldea; desde ese momento había pasado mucho
tiempo, más tiempo por dentro que por fuera.
En la calidez de esa tarde el inmigrante recordaba. Recordaba su tierra, en la que crecían los
pinos y los eucaliptos, en la que cantaba el viento amigo. Recordaba sus viajes a Compostela,
de la que tanto se hablaba. Se preguntaba si aquello que se transmitía de boca en boca, de
padres a hijos, tenía algún asidero: que hubo peregrinos que llegaron descalzos desde
Alemania; que cuando destruyeron la catedral, levantada por Alfonso III, trasladaron a
Andalucía las campanas, ―a hombros de cristianos‖.
¿Qué habría pensado el viejo si se hubiera enterado de que un estudioso afirmaba que
Santiago Apóstol se relacionaba —a su criterio— con los gemelos Castor y Pólux, y con la
diosa Venus? Sin duda, se habría santiguado. Su Santiago, el de la Virgen de la Barca, no
podía tener nada que ver con nadie que no fuera Dios Nuestro Señor y su Divino Hijo.
Recordaba el viaje en barco, hacia América, un año antes del Centenario. Traía consigo, como
equipaje preciado, los poemas de Rosalía de Castro. ―Como chove, miudiño,/ como miudiño
chove‖, repetía en voz baja. ¡Qué animoso era entonces! ¡Cuántos proyectos tenía! No podía
entender el llamado de la poeta a los emigrantes, ni su congoja al pensar en ellos.
Llegó a la Argentina con diecinueve ilusionados años, con la certeza de que aquí podría
labrarse un porvenir. Muchas historias se contaban en la aldea acerca de la nueva tierra. Tierra
promisoria, rica y fértil, que acogía con los brazos abiertos a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad. Mi abuelo era uno de ellos, uno de los inmigrantes que poblaban ese navío,
provenientes de distintos países y hablando diversas lenguas.
Una búsqueda en común unía a aquellos espíritus, y los hermanaba a pesar de la precaria
comunicación que lograban establecer por señas y por sus rudimentarios conocimientos de
otros idiomas: era la ilusión de vivir dignamente, lejos de la miseria, de la guerra, de la
soledad...
El gallego dejaba en su tierra a sus padres y a algunos de los hermanos. Quedaban los
campos en los que labraban de sol a sol, sin posibilidad de mejorar su situación, los mismos
campos en los que, siendo muy niño, le habían enseñado el oficio. Había que plantar judías y
papas, cosechar los cereales. El pequeño tenía voluntad, pero le faltaba fuerza: no podía con
los enseres, aunque deseara cooperar.
Fue creciendo en ese paisaje que tanto quería, cerca del mar, las rías, las montañas, viendo
cómo sus hermanos mayores, sus amigos, sus vecinos, eran reclutados para luchar en tierras
extrañas. Él no quería ir a la guerra; no quería matar, no quería morir. Un día sintió en su
corazón un llamado, el imperativo de su sangre que deseaba dar frutos; ese llamado lo instaba
a emigrar. No era una decisión fácil, pero la dureza de las condiciones en que vivía la hacía
menos descabellada, la volvía una opción válida.
En eso pensaba el anciano mientras los nietos jugaban a su alrededor. Había quedado viudo
poco antes. Su mujer murió sin padecer ninguna enfermedad. Murió de cansada, del
agotamiento ocasionado por una vida muy dura. No es que hubiera pasado los partos sin
ninguna asistencia, sola en la casa de piedra de la aldea, como los pasó la madre del
inmigrante; se la llevó el desgaste de levantarse al alba para atender un pequeño comercio, día
tras día, año tras año, asustada por la facilidad con que quedaba embarazada y por la dificultad
con que llegaban, cada mes, a pagar la cuota de la hipoteca. Quedó tendida en su cama. Sus
ojos se cerraron sin que, aparentemente, hubiera sentido dolor. Dios lo había querido así. Y
aunque no lo decía, él esperaba una muerte igual de dulce, en su cama, sin sufrimientos, como
morían los viejos en su tierra.
Había conocido a su mujer siendo ya mayor. Su sentimiento no era comparable al de Macías el
Enamorado, pero era amor al fin y al cabo. Mantuvieron un prolongado noviazgo, interrumpido
por dos viajes del novio a su patria. ¿Qué había buscado durante esas travesías? Nunca quiso
confiárselo a nadie. ¿Deseaba regresar a su tierra? ¿Lo atenaceaba el deseo de ver a los
suyos? Sea por el motivo que fuere, lo cierto es que las dos veces regresó, y luego del
segundo regreso se casó con la argentina hija de lombardos que con tanta paciencia lo había
esperado.
—¡Adiós, don Martín! —la voz cantarina resonó en la tarde.
—¡Adiós, don Jesús! ¿Cómo va? —respondió el inmigrante.
La escena se repetía, cotidianamente, siempre a la misma hora, como una manera de
comprobar que estaban vivos. Uno, caminando lentamente; el otro, postrado en una silla de la
que mucho le costaba desprenderse. La independencia lo hubiera hecho sentir inmensamente
feliz.
Unos meses antes, yendo a visitar a la menor de sus hijas, se había caído en la calle y habían
tenido que traerlo de vuelta. A partir de ese momento su declinación fue veloz y evidente. El
médico le prescribió una dieta estricta, en la que no tenía cabida lo que no había podido comer
en su tierra y que aquí estaba al alcance del más modesto bolsillo. ―¡El colesterol, don Martín,
el colesterol", decía el galeno, moviendo la cabeza. Debía cuidarse, vigilar las comidas. Sus
hijas observaron puntillosamente las indicaciones del médico y el anciano tuvo que contentarse
con una cena distinta en la que le dejaron, por suerte, el pan negro y las manzanas.
Para su cumpleaños —se sabía—, el mejor regalo era un paquete de castañas. Ese era el
mejor festejo: calentarlas a fuego lento y luego saborearlas despacio, degustando la
reminiscencia de infancia, lejanía y pobreza. No eran la magdalena sobre la que escribió
Proust, pero tenían los mismos poderes; diríase que tenían la virtud mágica de corporizar
vivencias y escenarios, hasta confundir el entendimiento y hacerlo vacilar sobre la realidad.
Aspirando ese aroma, no sabía si estaba en América, o si tenía quince años en su aldea, su
Cebreiro entrañable, a la que añoraba volver.
Había venido a hacer la América, desempeñando los más variados oficios, ahorrando peso
sobre peso. Como todos sus paisanos, estaba seguro de que le aguardaba un futuro
envidiable, de que cuanto ganara le alcanzaría para vivir holgadamente y para enviar dinero a
sus padres, que ya estaban muy viejos para labrar. ¡Qué lejos estaba todo eso ahora, cuando
veía con amargura que ni siquiera lo dejaban salir solo a la esquina! ¡Qué amarga le parecía la
vida que lo postraba en esa silla, en su cama frente al televisor en blanco y negro, donde cada
domingo veía a Tato Bores!
Los sueños no se habían vuelto realidad. Había podido vivir, comprar una casa, educar a sus
hijas, hacerlas estudiar, pero, de ninguna manera se había convertido en el indiano del que
escuchaba hablar con admiración en su tierra. ¿Le habría faltado talento? A otros les había ido
muy bien, y a él no. Conocía paisanos que habían amasado una fortuna considerable, con su
propio esfuerzo, sin perjudicar a nadie. Quizás a él le había faltado visión, porque lo que es
esfuerzo, le sobró, lo mismo que a su mujer. No había sabido encontrar el negocio justo, en el
momento adecuado, como sí supieron hacerlo otros que vinieron de la aldea con él, en el
mismo barco, en idénticas condiciones.
Un día se acabaron las tardes bajo la parra. El anciano presintió el fin, y recordó las tradiciones
de su tierra. Esas tradiciones decían que quien muriera en Galicia podría resucitar cada noche
y volver a su casa. Podría velar el sueño de sus seres queridos, sentarse a la vera de las rías,
descansar bajo los árboles que frecuentara en su vida terrenal. Si moría lejos, nada de esto le
sería dado. Tendría una muerte común, como todas, lejos de las creencias que quizás hubiera
heredado de los celtas, tan amigos de los duendes y los trasgos, del más allá y sus misterios.
La única solución era regresar, pero era imposible. Solo no podría hacerlo. Estaba inválido y,
aunque ya no tuviera que viajar en barco, sino en avión unas pocas horas, nadie podía
acompañarlo. No había dinero; había que cuidar a los chicos que iban a la escuela; no se podía
desatender el trabajo, aunque la situación no era tan crítica como la que se vería años
después.
No, el regreso era una quimera. Pero también había sido una quimera la partida hacia América,
sesenta años antes. La diferencia estaba en que, en su juventud, él decidía por sí mismo, sus
piernas le respondían y, con su hato de ropa y sus pocos libros podía ir donde quisiera. Ahora
necesitaba ayuda para todo; dependía de sus hijas, de sus nietos, hasta para tomar un vaso de
agua.
Por otra parte, si volviera, ¿quién lo cuidaría hasta que llegara el momento de reunirse con sus
muertos? ¿Quién lo acompañaría, una vez más, a ver el Pórtico de la Gloria para despedirse
de él? Nadie tendría tiempo. Sería un viejo solo en una tierra extraña, poblada de jóvenes a los
que no conocía, con los que no podría compartir sus recuerdos.
Estas consideraciones, que lo obsesionaban, no mitigaban su pena. Pensaba que iba a morir
lejos, y eso lo desesperaba. Él soñaba con la libertad de que gozaban las almas en el más allá;
sabía de sus correrías y de sus visitas a los familiares. Se decía que salían solas a caminar
hasta que clareaba, o que solían hacerlo en grupo, en la Santa Compaña. Se moriría del todo,
para siempre. Bueno, contaba con la esperanza que le daba la Iglesia Católica, la de purgar
sus pecados y reunirse con los bienaventurados, en la Presencia Divina. Pero —se decía— ya
no iba a poder volver a su tierra; el lazo se cortaría entonces definitivamente.
Mi abuelo empeoró, y hubo que internarlo. Intentaba recuperarse, pero ya era tarde. Su alta
edad y lo trajinado de su existencia conspiraban contra la mejoría que ansiaba. Quería curarse
para poder viajar. No lo lograba. En el sanatorio pasó sus últimas noches, sus últimas
mañanas, añorando la libertad y suspirando por su juventud. Se veía pescando con sus
hermanos, a orillas de la ría que surcaba el verde de la pradera. Se veía peregrinando, orando,
bebiendo, festejando las efemérides de su tierra. Se encontraba atado a la cama con barandas
de metal, con el suero entrando a su cuerpo por la vena del brazo, y quería escapar.
Asombraría a los nietos con la visita inesperada.
Cuando llegó el final, él lo presintió. Moriría rodeado de médicos y enfermeras, con sondas y
catéteres. Tratarían de reanimarlo. Su corazón se pararía. Lo verían en esa pantalla que tenía
cerca de la cama. Nada más lejano de la muerte campesina que deseaba, en paz, con los
suyos, con el cura de la aldea, que le hablaría de Dios y le haría besar el crucifijo. Su alma
celta aceptaría la Extremaunción.
Dios le reservó una sorpresa. No lo dejó volver a Galicia, como un espíritu noctámbulo, pero lo
llevó a un cielo de gaitas y muiñeiras. Allí es feliz. En la eternidad encontró la tierra añorada.
(1997)
(Este cuento fue distinguido con una Mención Especial, en el Concurso Literario convocado en
1997 por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. Integraron el Jurado: María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge
Masciángioli. Recibió, además, el Primer Premio en el Certamen convocado en 1997 por la
revista el gRillo. Dicho premio consistió en la publicación de un volumen individual cuentopoesía; así apareció Josefina en el retrato (Buenos Aires, el gRillo, 1998). Algunos de los
cuentos de este volumen, y otros inéditos en Internet, integran el libro digital Volver a Galicia,
publicado en Letras-Uruguay en 2005). Fue traducido al gallego por alguien a quien no
conozco: http://blog.falabarato.net/2007/11/19/un-ceo-para-o-meu-avo/. Le agradezco esta
traducción; me emociona leer la historia de mi abuelo en su propio idioma.
Volver a Galicia
Yo, que perdí mis cielos,
¡y soy tan pobre!
José González Carbalho
Manuel murió, luego de una larga agonía, sin haber podido regresar a la aldea. El Centro
Gallego ofrecía el pasaje gratuito a quienes hubieran pasado más de treinta años sin volver a
su tierra, pero la salud del anciano le impidió aceptar este ofrecimiento. No había consuelo para
su pena. Cuando cerró los ojos, tenía en su mano el escapulario que le había dado su madre.
Lo había conservado con él a lo largo de su vida.
La muerte de María fue, si se puede, más desgarradora. Había recibido poco antes una carta
de sus hermanos en la que le decían que ya estaban viejos, que si no se veían pronto quizás
ya no volvieran a verse. Misivas como ésa eran moneda corriente entre los inmigrantes de
distintas nacionalidades. Los angustiaba pensar que el plazo se terminaba. María no se
animaba a viajar sola, aun cuando la esperaran en Galicia; temía que el corazón le jugara una
mala pasada lejos de sus hijos. Decían que había que ser muy fuerte para soportar una
segunda despedida, y ella no se sentía capaz de resistirla. Por eso se conformaba con las
cartas, con las fotos que recibía en abultados sobres.
Con la parte que le tocó al vender el inquilinato, más algo que había logrado ahorrar, la hija
mayor pudo emprender el viaje ansiado por sus padres. Tardó mucho en alcanzar la suma
necesaria; siempre había necesidades imperiosas que atender: los gastos de la casa, la
crianza de un hijo, los medicamentos para la anciana que se marchitaba lentamente, hablando
de sus hermanas monjas, de su hermano muerto. Sabía que el costo del viaje con el que
soñaba era muy grande para su menguado bolsillo, pero también estaba convencida de que el
regreso era una deuda que tenía con sus mayores. Hasta que no lograra besar esa tierra, nada
tendría sentido para ella porque le faltaba una parte de su existencia: el origen que la había
llevado a ser quien era.
Quería confrontar la realidad con la imagen que tenía de Galicia. Sus padres decían que era la
tierra de las angustias económicas, de los sueños que no se cumplían, de las ilusiones vanas...
pero también era la tierra en la que ellos habían sido jóvenes y animosos, en la que habían
escuchado hablar de América. Quería conocer las aldeas de las que habían partido, ver sus
rías y admirar su verdor. Quería escuchar las canciones con que María los acunaba, plenas de
ternura y añoranza.
Poco sabía de Galicia la hija, en definitiva. Lo que había leído en las enciclopedias y los folletos
turísticos, y lo que había escuchado a sus padres. Esto último no parecía muy objetivo, ya que
algunas veces la aldea era un paraíso terrenal y otras, era fuente de amargura. Sabía también
cómo recordaban su tierra los gallegos que visitaban su casa, con trajes sobrios, los días de
fiesta. Había visto muchas fotos, de personas y lugares, del pasado y del presente; había ido
con su madre a un cine del centro a ver Alma gallega, confirmando que la morriña de los
ancianos tenía razones valederas.
Muchos españoles decidieron cortar los lazos que los unían a su patria de origen; decían que
España los había abandonado, que no se acordaba de ellos. Otros, como Manuel y María,
siempre quisieron regresar a los parajes de su infancia, aunque sólo de visita. Fernanda no
creía que desearan volver a vivir allí, teniendo hijos y trabajo en América, pero se
desesperaban por abrazar nuevamente a sus hermanos. María no había vuelto a ver a su
familia en cuarenta y dos años; Manuel, en cuarenta. Los hijos sabían que este anhelo
incumplido ensombrecía su esquiva felicidad.
La hija se había propuesto acompañarlos; se los decía a menudo, pero murieron antes de
poder concretar ese sueño. La oportunidad de viajar, aprovechando un simposio, se presentó
cuando ellos ya no estaban. ―Pai, nai, ustedes están volviendo —les dijo cuando fue a llevarles
flores, antes de partir—. En mí, es su sangre la que regresa‖. La mujer no supo si desde su
última morada los ancianos la habrían escuchado, pero sintió una mano que la bendecía.
Confortada por esa sensación, sin duda producto de su mente, ultimó los preparativos. No
olvidó llevar las direcciones de los parientes. Sobrevivían unos tíos, y tenía primos de su edad
a quienes quería conocer. Le interesaba sobremanera ubicar a un tío, hermano de su padre.
De él le había hablado largamente el emigrante, en esas tardes que sólo podían amenizar la
radio y los juegos infantiles. Sabía del gran afecto que se profesaban y que la venida a América
no había logrado aminorar; sabía que este sentimiento era correspondido por Andrés, el menor
de los hermanos, quizás el que más había sufrido la separación.
En Madrid el día había amanecido soleado, aunque frío. Fernanda se dirigió a la estación de
ómnibus y sacó un pasaje para el micro que iba por la Autopista Radial hasta A Coruña.
Descendiendo en Baamonde, a pocos kilómetros de Lugo, ahí nomás tendría Pígara, el pueblo
de su padre, y San Juan de Alba, el de su madre. Sin embargo, no era a ninguno de esos
adonde se dirigía ese día, sino a Muras, donde vivía Andrés, quien —suponía— la
acompañaría a hacer el recorrido entrañable para el que había reservado varios meses. Al
atardecer bajó del micro maravillada; había pasado por muchos lugares que para ella eran
hasta ese momento una leyenda: Ávila, Valladolid, Zamora, León.
Fernanda caminaba por el angosto sendero que llevaba a la casa de su tío; buscaba una casa
blanca, de dos plantas, con el techo pintado de verde. Cargaba su pequeño bolso en el que
guardaba la cámara de fotos que eternizaría cuanto viera. De lejos divisó a un hombre que
miraba plácidamente a los transeúntes. Aunque anciano, se lo veía saludable. Se parecía
enormemente a su padre; este parecido físico la conmovió.
Pensaba en la sorpresa que le daría. El tío Andrés no sabía que ella había viajado, ni estaba
enterado del congreso de Filología que se había realizado en Madrid; la sobrina no había
querido adelantárselo por miedo a que algún obstáculo surgiera sobre la marcha. Una
decepción así hubiera sido muy difícil de sobrellevar para quien había padecido tanta lejanía,
tantas muertes, tanta esperanza sin sentido.
Llegó frente a él y lo saludó emocionada. Los ojos del anciano, clarísimos, le recordaron los de
su padre.
—¡Buenas tardes, tío! —dijo con voz temblorosa.
—¡Buenas tardes, buenas tardes! —contestó el gallego sin prestarle demasiada atención.
Fernanda se quedó perpleja; la frialdad del anciano la confundió. Había olvidado que en Galicia
―tío‖ no implicaba parentesco; era un tratamiento corriente. Por otra parte, él no esperaba
ninguna visita desde un lugar tan remoto; a la luz de este razonamiento, la actitud del anciano
resultó comprensible a la sobrina.
Entonces, ella le dijo que era la hija de Manuel, su hermano, el que había embarcado en Vigo
en 1905 rumbo a Manzanillo, el que había muerto en Buenos Aires, deseando volver a Pígara,
años atrás. Al anciano se le llenaron los ojos de lágrimas. Fernanda sintió que su padre revivía.
Lloraron abrazados: él, sintiendo que los recuerdos se agolpaban en su memoria; ella,
sintiendo en ese abrazo que había encontrado la parte de sí que le faltaba.
Él contó de sus afanes, sus desvelos, sus lutos. Le contó ella que quería escribir un libro sobre
sus padres, sobre sus pequeñas victorias. Le sobraba material, pero le faltaba la vivencia, la
experiencia directa que pudiera darle vida a la palabra. Conocía la evocación de los
emigrantes, pero necesitaba vivir ella misma cuanto había escuchado, tocar la pizarra con que
hacían las casas, caminar por esas sendas que habían andado los zuecos gastados de sus
mayores.
El anciano la escuchaba, atento; lo mismo hacía ella. Sobre el armario, la foto de casamiento
de Manuel y María, amarillenta, era testigo de ese diálogo. El sueño de sus padres se había
concretado: habían vuelto, por fin.
Fernanda le contó al tío sobre su vida, abrasada por dos fuegos, el de España y el de América.
Le contó que tenía un hijo en el que se unían la sangre gallega y la escocesa. ―¡Todo un celta!‖,
pensó el anciano en voz alta. ―El es el retoño americano de la sangre que cruzó el mar —dijo la
sobrina. Es la promesa. ¿La historia se repite? Quiera Dios que no tenga que emigrar‖.
(1997)
POEMAS
De España
I
Rosalía, triste,
junto a la ventana,
escribe al amor
de la antigua llama.
Doliente y hermosa,
la tierra gallega,
crece entre sus manos,
libre, sin fronteras.
II
A más de cien años, Gustavo Adolfo,
el espíritu, desafiando el tiempo,
te aproxima.
Porque el amor que cantaste nos enaltece,
porque el ideal es aún inalcanzable,
vive tu verso.
III
Baroja, de ti,
la edad debiera alejarme.
Poca es,
para tanto escepticismo.
Sin embargo,
tu vivencia me transmites,
de un siglo a otro,
perdurando.
(1990)
"De España" fue uno de los tres poemas presentados en 1994 en el Concurso Literario
convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires, Categoría
Familiares de Profesionales. Esos poemas fueron distinguidos con el Segundo Premio por el
Jurado que integraron María Angélica Bosco, Nicolás Cócaro y Eduardo Gudiño Kieffer.
El poema fue distinguido con el 5° Premio en el Concurso Ricardo Güiraldes convocado por
FATSA en 1992. Presidió el Jurado, Abel Osvaldo Lema.
Airiños
Que te quedes, hijo,
aquí, yo te pido.
Muy lejos están
los que ya han partido.
No pidas, nai, eso.
No pidas, te ruego;
soy joven, tú sabes,
me quema ese fuego.
Eres joven y fuerte,
mas yo moriré
un día, muy sola,
sin volverte a ver.
Airiños, airiños,
me verán volver,
muy rico y casado
con buena mujer.
Como al principio
A mi abuela gallega,
que murió sin poder volver a su tierra
Yace su silencio, despojado,
al pie de ominosas,
inconmensurables lejanías.
Su silencio, entre nosotras,
es el fruto fatal
que el tiempo deja.
Si antes las palabras eran todo,
hoy son el eco desvalido
de su implacable ausencia.
Le hablo, y al evocarla,
hallo solamente
el fantasma de su esencia.
Se fue hace muchos años.
Yo era niña aún.
No pude comprender
ese silencio suyo
de añoranzas y recuerdos
de su Galicia natal, bruma eterna.
Me dejó, por fortuna,
las historias de familia
que testimonian su lucha.
Esas historias de desdicha,
de amargura, que trajo
al llegar a la nueva tierra.
Se fue, Dios quiera, a su aldea,
sus rías y su falar galego.
Su herencia pervive en los momentos
en que las miradas se ensombrecen
y el destino, esquivo, nos une otra vez,
como al principio.
Peregrinos
Hoy, conmovida, bendigo mi sangre,
que vivió la guerra, que supo del hambre.
ancianos me hablan de tiempos ya idos;
historias me cuentan de años perdidos.
Tan solos vinieron, en lentos navíos.
Traían sus sueños, quizás desvaríos.
Tan tristes sus pasos, sombrío el semblante,
llegan a esta tierra, humildes, errantes.
Dejaron su aldea, en pos de un camino.
Son muchos, son miles, estos peregrinos.
El puerto los llama, lejano, ajeno,
les hace promesas, les abre su seno.
Recuerdo su gesta, pasado ya un siglo:
fueron inmigrantes, criaron sus hijos.
En la tierra nueva, con llanto regada,
descansa su alma, por siempre expatriada.
En ellos admiro, la fuerza, el tesón,
que los animaron con tanta pasión,
a buscar un cielo, más allá del mar,
cuando, agobiados, debieron emigrar.
Sus nietos honramos las glorias cotidianas
con que ellos despertaron cada mañana.
Somos su legado, somos su triunfo,
por eso es que así rendimos tributo
a su dolor, a su proeza, a la maravilla
que hicieron sembrando aquí la semilla.
Mi abuelo
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa
Mario Benedetti
Dos patrias
tuvo mi abuelo.
Una,
la de la cuna.
Otra,
la de la tumba.
Una,
la de la infancia y la mocedad,
la de los sueños y la esperanza.
Otra,
la de la madurez y la enfermedad,
la del desengaño y la añoranza.
Allá,
fue joven y valiente.
Aquí,
fue mayor y resignado.
Fue gallego y argentino.
Y —como dice el poeta—
―quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa‖
(2008)
Tercer Premio del Concurso Literario del Consejo Profesional de Ciencias Económicas
(familiares de matriculados). Jurado: Paula Margules, Horacio Semeraro y Fernando Sánchez
Sorondo. Buenos Aires, noviembre de 2008.
Bibliografía general
Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos Aires, Grijalbo,2000.
Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Selección y prólogo de Rodolfo Alonso. Ameghino, 1997.
González López, Emilio: Galicia, su alma y su cultura. Ediciones Galicia. Buenos Aires, 1978.
Mansilla, Lucio V.: Mis memorias. Buenos Aires, Eudeba, 1966. (―Presentación‖, por Guillermo
Ara).
Ochoa de Eguileor, Jorge y Valdés Edmundo: Donde durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles
de Inmigrantes de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Internacional para la
conservación del Patrimonio Argentino.
Onega; Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa.
Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
Ortega, Exequiel César: Cómo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
Páez, Mario: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
Prieto, Adolfo: La literatura autobiográfica argentina. Buenos Aires, CEAL, 1982.
Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp. (Biografías y memorias)
Ratier, Hugo E.: ―Tierra de esperanza‖, en El diario íntimo de un país. Buenos Aires, La Nación.
Schwarzstein, Dora: ―La llegada de los republicanos españoles a la Argentina‖, en Estudios
Migratorios Latinoamericanos, 37. CEMLA. Buenos Aires, 1997.
Swiderski, Graciela y Farjat, Jorge Luis: Los antiguos Hoteles de Inmigrantes Arte y Memoria
Audiovisual, 2001.
Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1992.
Vilanova Rodríguez, Alberto: Los gallegos en la Argentina. Buenos Aires, Ediciones Galicia,
1966. Tomos I y II. Premio de Historia en el Concurso Extraordinario de 1957, celebrado
para conmemorar el cincuentenario de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires.
Prólogo de Claudio Sánchez-Albornoz.
Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de
Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
Agradecimientos
A mis mayores, que decidieron transmitir este legado cuando muchos no hablaban de su
pasado en Galicia.
A los gallegos y gallegas que me contaron sus experiencias; a sus hijos y nietos, que
compartieron conmigo las historias de quienes ya no están
A quienes premiaron algunos de estos textos cuando eran inéditos:
Comisión de Cultura y Miembros del Jurado del Consejo Profesional de Ciencias Económicas
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Revista de Cultura el gRillo
SADE de Azul, Provincia de Buenos Aires
Círculo Mitre, de Azul, Provincia de Buenos Aires
FATSA
A quienes publicaron por primera vez estos textos:
Profesor Juan Antonio Carrau, Director de ―La Cultura en El Tiempo‖, in memoriam
Carolina de Grinbaum, Fundadora y Directora de el gRillo
Camilo Graña Barreiro, Editor de GaliciaOxe
Lucas Morea, Sebastián Alvarez, Lisandro Bagnato y el Equipo de Monografias.com
Carlos Echinope Arce, Editor de Letras-Uruguay
A quienes escribieron acerca de este libro
Helena Villar Janeiro
Lionel Rexes Martínez
Anxeles Ferrer
Carlos Penelas
María Rosa Iglesias
Ruy Farías Iglesias
A quienes lo difundieron
Manuel Cao Corral
José Luis López Garra
Juanjo Linares
Elsa Sánchez
Juan Carlos Iniesta
Leo Vellés
Rubén Servia
Marta Maneiro
María Jesús Piñeiro Domínguez
A mis amigos
Sebastián Jorgi y Ramona Díaz
A Carlos y Martín
A María Inés González Rouco
Comentarios
(ordenados por fecha)
"Permítame trasladarle mi felicitación por la publicación de este libro que ha dedicado a un
tema tan arraigado en nuestra cultura gallega como es el de la Emigración.
Un cordial saludo.
Enhorabuena!!
Dr. Alberto Núñez Feijóo
Presidente de la Xunta de Galicia
Agosto de 2009
"No me cabe más que expresarle mi agradecimiento, por asegurar no sólo que el legado que le
dejaron sus abuelos no se pierda, sino que sea valorado y apreciado como parte de la riqueza
del mundo en el que os inscribís los más jóvenes".
Lic. José Santiago Camba Bouzas
Secretario General de la Emigración
Agosto de 2009
Como siempre una gran emocion leer parte del material volcado a las paginas de VOLVER A
GALICIA, hacer posible que muchas personas que como bien decis en un reportaje, no estan
familiarizados con una compu, y se les hace dificil poder leer.
Un libro siempre tiene y tendra la magia que nunca algo por mas moderno y tegnologico que
sea lo igualara.
Leer engrandece el alma, es bueno que existan escritores, que existas, porque pueden
traernos recuerdos, porque nos trasmiten con palabras sencillas grandes momentos de
nuestras vidas, nos traen nada mas y nada menos a los que nos enseñaron y marcaron un
camino de educacion, respeto por los demas, tolerancia, esfuerzo para lograr un proyecto.
Gracias Maria... por recordar a todos los abuelos, abuelas y a nuestros padres que intentaron
forjar un pais mejor, dura es la lucha diaria cuando parte de todos esos valores hoy en dia es
dificil de encontrar y lo que mas duele es que no los encontremos en nuestros pares.
Rubén Servia
Fillos de Galicia
Galeguidade.net
VOLVER, palabra cuya significación implica siempre el regreso a un lugar en donde ya se
estuvo. Me pregunto: ¿ existe una sola manera de volver?. La respuesta a esta pregunta
sencilla, pero no tanto, la encontraremos en el último libro de María González Rouco VOLVER
A GALICIA (Cuentos y poemas con gallegos argentinos), un libro poco convencional,
fundamentalmente polifónico, en el que muchísimas voces- principalmente la de la autora-, en
diferentes tipos de textos- reportajes, cuentos, poemas, fragmentos de conferencias, ensayos,
relatos familiares, etc. etc.-, dan respuesta a ese interrogante. María González Rouco es nieta
de gallegos, Licenciada y Profesora en Letras, escritora y creadora del Blog Inmigración y
Literatura.
El libro se abre con una Entrevista que yo le hiciera a María González Rouco en el año 2000
para La Cultura en EL TIEMPO, como colaboradora desde la primera hora en este matutino
azuleño, en una sección que llamé ―Conversaciones al filo del milenio‖. Le sigue un Prólogo de
Carlos Penelas quien, en una apretada síntesis, poética y emocionada, esboza el esquema que
estructura todo el libro: ―Gallegos en la Argentina‖ (inmigrantes, exiliados, el hotel de
inmigrantes, destinos, testimonios, hijos, nietos, los que volvieron y se quedaron allá, los que
fueron a buscar sus raíces y algunas fotos). A esta investigación le siguen cinco cuentos de
M.G.R sobre inmigrantes y varios poemas inspirados por testimonios y lecturas en donde salen
a la luz las ―pequeñas epopeyas cotidianas… Un homenaje a los gallegos que tuvieron que
abandonar su tierra y llegaron a estas costas para generar sueños, mitos…‖. Al final están los
agradecimientos de la autora y los Comentarios que la obra generó.
En este libro, María González Rouco conecta y articula voces – entre ellas la propia voz- y
experiencias de descendientes de gallegos, para dar sentido a un mundo cotidiano que puede
parecer azaroso e inconexo. La autora ilumina los intersticios de la memoria de diferentes
personas para recuperar las experiencias del pasado, en un relato sencillo, accesible y en
muchas ocasiones emocionado.
Volviendo al interrogante inicial, podríamos decir que se vuelve a Galicia de muchas maneras:
realizando el viaje material y concreto- avión o barco mediante-; a través de la lectura de los
grandes escritores gallegos; con la escucha de los relatos familiares- relatos de nuestros
abuelos, de nuestros mayores- en donde una intensa y variada trama de personajes e intrigas
fundan, de alguna manera, la identidad familiar. Se vuelve a Galicia a través de los ritos, de las
fiestas, de los bailes, de las conmemoraciones, de los olores y sabores de los platos típicos, de
la música, de la lengua, de las cartas y de los objetos guardados durante años. Volvemos
también cuando recordamos los lugares en donde hemos ido o sobre los que nos han contado;
cuando los imaginamos, cuando leemos lo que otros han escrito; cuando sentimos que
llevamos dentro de nosotros paisajes y rostros de personas que tal vez, personalmente, no
conocemos pero que las sentimos formando parte de nuestro grupo de pertenencia .
De este modo, María González Rouco realiza una articulación entre la memoria individual y
colectiva para tejer una densa trama de recuerdos compartidos que conservan experiencias y
alimentan zonas protegidas contra el olvido.
Un libro más que interesante, de lectura amena, en donde los relatos van moldeando
experiencias de vida reales o ficcionales, ya que los recuerdos suelen ser relatos de relatos. La
topografía de los recuerdos va trazando esquemas de vida de situaciones y lugares parecidas,
en muchos casos, a la de todos los inmigrantes, pero cada narrador los inviste de
características particulares.
Finalmente, ―volvemos‖ porque aún siendo argentinos y sintiéndonos argentinos, sabemos,
secretamente, que hay alguna parte de nosotros que no está aquí, sino allá, en ese lugar al
que siempre por alguna razón u otra ―regresamos‖. Porque como la narradora dice al final del
último cuento:‖Fernanda le contó al tío sobre su vida, abrasada por dos fuegos, el de España y
el de América‖.
Margarita Ferrer
Directora de ―La Cultura en El Tiempo‖
Directora de la Alianza Francesa de Azul
Provincia de Buenos Aires
Agosto de 2009
Tenemos el agrado de informarles sobre el lanzamiento del libro ―Volver a Galicia‖, de nuestra
amiga y Autora Destacada de diversas monografías María González Rouco.
El libro salió a la venta en el pasado mes de julio y fue bendecido el día 25 de ese mismo mes,
Día de Santiago Apóstol y de Galicia, en la Basílica de San Ignacio, la iglesia más antigua de
Buenos Aires y primer recinto donde se veneró al Apóstol en la Buenos Aires Colonial.
Está compuesto por cuentos y poemas con gallegos argentinos que esclarecen la inmigración
gallega a la Argentina. Arrojando una luz sobre tantos hombres y mujeres que llegaron al
Puerto de Buenos Aires y se alojaron en El Hotel de Inmigrantes.
―Volver a Galicia‖ reúne cinco cuentos sobre inmigrantes y varios poemas inspirados por
testimonios y lecturas. Escribió el cuento que da nombre al título del libro, basándose en una
anécdota familiar.
Los poemas constituyen en otras tantas formas de abordar un pasado que la reconforta y
acompaña. Precede a los textos literarios un trabajo monográfico que tiene por objeto informar
someramente acerca de la realidad evocada en los cuentos y poemas.
La autora protege a sus personajes con sencillez, los cobija, escribe en el prólogo Carlos
Penelas. Hay en sus cuentos y en sus poesías recatada ternura, prosigue. El libro es un
homenaje a los gallegos que tuvieron que abandonar su tierra y llegaron a estas costas para
generar sueños, mitos. Son testimonios de vida narrados de forma clara y precisa.
La Lic. González Rouco prioriza antes que nada la investigación acerca de la inmigración. Es lo
que más le interesa y a lo que más le dedica tiempo. De ese afán surgieron muchos trabajos
publicados en diversos diarios, Blogs y desde hace unos cuantos años en Monografias.com.
En el libro también se puede encontrar una entrevista realizada por Margarita Ferrer de Carrau,
periodista del diario El Tiempo, publicada el 3 de septiembre de 2000.
Queremos agradecerle públicamente a la Lic. María González Rouco por su reconocimiento
hacia Monografias.com, el que ha inmortalizado en su obra ―Volver a Galicia‖, la que
recomendamos a todos los apasionados por la inmigración y la literatura.
Para quienes deseen conocer más acerca de la autora, pueden acceder a su Perfil en
Monografias.com en el que encontrarán: una completísima biografía; podrán recorrer su gran
cantidad de monografías publicadas y además acceder a su Destacado Blog: ―Libros de las
colectividades argentinas‖
Felicitaciones por el lanzamiento para María González Rouco en nombre de todo El Equipo de
Monografias.com!
Sebastián Ariel Alvarez
María:
Leí el libro. Me hiciste llorar, emocionar, reír y trasladarme a mi Galicia a cada momento. Me
encantó.
No sé si aún estoy a tiempo para escribir algo de mi vida de los años que van transcurriendo en
esta casi nuestra tierra.
Gracias por ser como sos.
Elvira Bermúdez
A. B. C. del Partido de Corcubión
Buenos Aires
QUERIDA MARÌA MARTA:
HACE DÌAS QUE ESTOY FASCINADO CON TU LIBRO.TIENE MAGIA,ENCANTO,MUY BIEN
ESCRITO.NO SE PUEDE DEJAR.UNA DELICIA.
FELICITACIONES.
ABRAZOS.
Roberto Glorioso
Azul, Provincia de Buenos Aires
María González Rouco, Licenciada y Profesora en Letras (UBA) y periodista matriculada, es
nieta de gallegos de Lugo y La Coruña. Su Licenciatura tiene la orientación en Letras Modernas
y su Tesis versó sobre los aspectos autobiográficos de Manuel Mujica Láinez, bajo la dirección
del Dr Guillermo Ara. Y si con estos estudios que carga no bastan, podemos argumentar que el
trabajo denodado en el ámbito del periodismo realmente es muy importante: ha publicado notas
de actualidad, ensayos, comentarios bibliográficos, poemas y cuentos en los más prestigiosos
medios del país como La Prensa (donde tramitó en 1990 su Matrícula Nacional de Periodista),
Clarín, La Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Capital de Mar del Plata, La voz de Interior de
Córdoba, El Diario de Paraná y Pregón de Jujuy, entre otros medios internacionales como el
Magazine Digital de Washington(USA), la revista Vetas de Santo Domingo(Rep. Dominicana) y
Letras-Uruguay de Montevideo.
Largamente premiada en certámenes literarios de poesía y de cuento, María González Rouco,
uno de sus primeros galardones fue el Concurso de la Editorial Magisterio del Río de la Plata
por su libro Martín y el diablo bretón, que fuera traducido al portugués y editado en San Pablo
(Brasil) en 1995. Y su cuento "Un cielo para mi abuelo" —que está en Volver a Galicia—fue
premiado por la revista el gRillo, que dirige Carolina de Grinbaum—es una de las piezas
poéticas (mensaje de poesía a través de una prosa elegante) de más alta factura, de más
raigambre de homenaje a ese gallego abuelo. Con esto quiero decir que, más allá de la
idoneidad intelectual sobrada en María González Rouco, el corazón es lo que aflora en este
relato. Como así también en los poemas que cierran el libro, bien lo destaca el autor del
prólogo, Carlos Penelas. Veamos: ―Hay en sus poemas y en sus cuentos recatada ternura‖/
―Sus cuentos, islas cordiales de galleguidad, puertos serenos, climas y categorías de la
emoción‖.
Y antes del prólogo un reportaje imperdible que le hace Margarita Ferrer de Carrau—que fue
publicado en Cultura del diario El Tiempo de Azul el 3 de setiembre del 2000—que pondrá al
lector en ambiente, en la entrada de un libro sustancial para el estudio de la inmigración gallega
en la Argentina. Y si, voy de un lado al otro del libro, me detengo en algunos párrafos, para
enterarme de que Rodolfo Alvarez Russó—profesor que vive en Puerto Rico, argentinoconoció a la madre de Carlos Gardel en el Abasto en 1935 o que en un bar de Gaona y
Concordia (Buenos Aires) donde transcurre el cuento de Borges ―Hombre de la esquina
rosada‖ está el gallego Pepe, ―mosaico‖ de ese bar o que Arturo Cuadrado—exiliado en
Argentina durante la Guerra Civil—evoca sus días gallegos.
Y me adhiero a esta publicación de El escriba para el sello Colectividades Argentinas
(colección que dirige Carlos Prebble) y no se trata de una adhesión solamente intelectual por la
calidad de la investigación y el esclarecimiento que brinda en torno a la Inmigración gallega, la
luz que arroja sobre tantos hombres y mujeres que llegaron al Puerto de Buenos Aires, a ese
Hotel de Inmigrantes, acaso con una valijita o con lo puesto. No, se trata de una adhesión
sentimental, porque he tratado a los gallegos de la Avenida de Mayo y sus alrededores, esos
boliches de medianoche o noche entera, de laburantes detrás de los mostradores como el
Whisky Bar o El Español. De galaicos que se arremangaron, como el inolvidable Antonio
Barallobre, dueño del Restaurante de la Casa de Galicia. Soy testigo de la bonhomía de tantos
gallegos…por esto me siento conmovido por un trabajo de investigación único e indivisible.
Bien lo dice Helena Villar Janeiro en la contratapa del libro: ―Volver a Galicia crea inercia de
constante ida y vuelta. De los que marcharon y de los que permanecimos. No hay familia
gallega que no tenga un pariente enterrado en Argentina, que no haya perdido una rama de
tronco y que gracias este libro, todavía puede recuperar‖
Se lo recomiendo. Está escrito con el corazón, alma y vida, en homenaje de los gallegos.
Sebastián Jorgi
Crónicas de un lector
http://cronicasdeunlector.blog.arnet.com.ar/
Estimada María:
Acabo de finalizar la lectura de su libro Volver a Galicia que gentilmente me obsequiara y
deseo hacerle llegar mis felicitaciones por la vivencia puesta en su relato y haber traído al
ahora escenas, diálogos, reacciones y comportamientos que he vivido en mi infancia.
Soy hijo de asturianos, pero de todos modos la mayoría de las pequeñas cosas que en él se
detallan han sido como transportadas desde aquel pasado de mi niñez al hoy, haciendo que los
avatares cada vez más trascendentes de la actualidad, vayan dando paso a la candidez,
inocencia y sentimientos de aquel entonces.
Muchas gracias, María, por lo narrado y felicitaciones por su modo de transmitirlo.
Cordialmente,
Lic. Jorge Alonso
Co-Director de la Cátedra España
UCES
Querida María....
Hace cinco minutos terminé de leer tu cuento.."Un cielo para mi abuelo", en estos momentos es
cuando me enoja no tener la capacidad de transmitir todo lo que me atraviesa...estoy
llorando...y no se bien por que....
Es tal vez que las historias son las mismas...es la impotencia de querer devolverles a nuestros
seres queridos...la alegria..., la tierra, las rías, los ríos...
Mi papá, tambien trabajo mucho, mucho...y se que sufrió...tampoco tuvo visión...
Tenía otras cosas!!!! No puedo parar de llorar...no es tristeza...es tal vez ese deseo profundo,
genuino...de querer...REGALARLES UN CIELO..!!!, por el amor que les tenemos, por gratitud
...
Bueno María...hermoso cuento...ya me falta muy poco para terminar el libro...Hermoso este
cuento!!!
Gracias...
Silvia Ramos
Autora de Para Angustias… Consuelo
Doña María Gonzalez Rouco
De nuestra mayor consideración:
El CENTRO GALLEGO DE AZUL tiene el agrado de dirigirse a Ud. con motivo de haber
recibido su libro "VOLVER A GALICIA" de cuentos y poemas con gallegos argentinos.
Reciba nuestro agradecimiento por tan valioso material en el que nos cuenta que es nieta de
gallegos.
Le saludan cordialmente
María de los Ángeles Fernández Gómez
Presidente
Celia Inés Núñez Puente
Secretaria
Me conmovieron las ficciones y los testimonios, ya sea directos o transmitidos por quienes
descienden de inmigrantes. La esperanza, el hambre, una nueva oportunidad, se transformaron
en poderosos motores que superaron las lágrimas y la incertidumbre. Traté de identificarme
con los inmigrantes / exiliados y su época. Pensemos que no había correo electrónico ni
teléfono celular ni siquiera un servicio de correos o aduana confiables: las naves de guerra
surcaban el océano, los bombarderos, el cielo. Muchos serían iletrados (pienso en la película
Caos, de los hermanos Taviani) y entonces el silencio se sumaba a la soledad y a las
condiciones adversas. Sólo imaginarlo produce vértigo. Realmente ¡cuán valientes fueron!
Excelente trabajo, María.
Laura Nicastro
Autora de La tigra
Estimada María:
Manuel Cao Corral tuvo a bien hacerme llegar uno de los ejemplares del libro de su autoría.
Aunque con orígenes italianos, muchas de las anécdotas y cuentos me reencontraron con lo
escuchado de mis mayores, historias similares de la inmigración que ayudó a construir este
país, al que pareciera nuestra generación, se empeña en lo contrario. Disfruté mucho su
lectura.
Gracias por el envío, reciba mis cordiales saludos
Dr. José Basso
Decano de la Facultad de Ciencias Económicas
UCES
Estimada María,
ante todo felicitarla por tal hermoso libro, ¡La Felicito!, varios se deben emocionar al recordar
tantas anécdotas pasadas de nuestros inmigrantes.
Me vinieron recuerdos a mi mente, también emoción y mezcla de sentimentalismo, se me
presentaron mis abuelos inmigrantes españoles, por parte de mi madre, mi abuela Emília que
era la mas comunicativa, no así mi abuelo, era un hombre bueno, pero parco, con muchos
sufrimientos quedó huérfano de niño y estuvo en la guerra del 14, 4 años, así que era
comprensible su forma de ser y a la vez cuando falleció yo era un niño de 13 años y que a esa
edad no preguntamos estas cosas, sí nos interesan cuando nos vamos poniendo más
maduros.
Me contaba cómo llegaron a la Argentina, qué aventura era, dejaban todo en su tierra y venían
a hacer la América, cuando mi abuelo le dieron la baja del servicio, buscó a mi abuela y
emprendieron el viaje.
Desembarcaron y su primer destino fue San José de la Esquina (Prov. de Santa Fe), lugar de
nacimiento de mi Madre Eusebia, mis tíos Manolo y José María, este último fallecido de Niño),
unos años más tarde se trasladaron a Páscanas un pueblo de la (Prov. de Córdoba), donde
nacieron tres hijos más, Nelly, Cándido, Teresa, ellos solamente quedan con vida.
Mi abuelo en este pueblo tenía en una de las esquina de la plaza, típico en aquella época, un
almacén de ramos generales donde vendía de todo y hasta cortaba el cabello, oficio que
aprendió en el Servicio Militar.
Con los años se trasladan como destino final la ciudad de Río Cuarto, para que sus hijos
puedan estudiar y tener más posibilidades.
Mi abuelo no volvió más a España ya que no le quedaban parientes. Su otro hermano, Cándido
con los años se juntaron en Argentina y vino con su familia a radicarse a Río Cuarto, y la
hermana mujer se fue a vivir a Venezuela y nunca más supieron de ella.
En tanto mi Abuela Emília, que tengo un gran recuerdo hermoso ya que fue casi Madre vivían a
la vuelta de casa y estábamos todo el día allí junto con mi hermana, esta abuelita tuvo la
oportunidad de viajar 30 años después a su lugar de nacimiento ( Araya - Alava) y poder ver a
su madre ya anciana y 7 hermanos que quedaron allí, Vivían en un caserío en un sector
montañoso, los otros siete vinieron a la Argentina, en total eran 14. La mayoría de los que se
radicaron triunfaron y llegaron a tener un buen pasar.
Mi abuela cada vez que recordaba ese ultimo viaje, donde sabía que no volvería a ver a los
que quedaron, lloraba como un niño, realmente han tenido mucho coraje.
Su hijo mayor, pudo viajar con los años junto a su familia y recorrió el caserío que estaba
intacto como en aquella época, hasta la pieza donde nació mi abuela.
Muy bueno el poema "Mi Abuelo" y también veo que cita a nuestro Escritor de los Tres Siglos,
Don Juan Filloy.
Un gran saludo a ud y su familia,
Eduardo Tyrrell
Este libro comienza con un estudio sobre los ―Gallegos en la Argentina‖, un aporte fundamental
para el conocimiento de este tema, pues no sólo habla de aquellos que emigraron sino también
de los que retornaron y, a la vez, de los argentinos que partieron para radicarse en la tierra de
sus padres y abuelos. Otra cuestión que trata es el exilio, fenómeno que comenzó a
manifestarse a partir de 1939, después de la derrota de la causa republicana. Y de cómo en
Buenos Aires se concretó un centro de irradiación de la cultura gallega alrededor de la figura de
Alfonso R. Castelao. No falta, por supuesto, el hondo tratamiento de los padecimientos sufridos
por los inmigrantes, como el desarraigo y la dura morriña. Además, esta rigurosa investigación
incluye el análisis del aporte culinario de la inmigración a nuestra cocina. El ensayo está
apoyado en una amplísima bibliografía y en emotivos testimonios de varios protagonistas de
esta experiencia, quienes, además, describen con amor sus oficios, muchos de los cuales se
han perdido.
Luego, hay un capítulo narrativo que abarca cinco cuentos de María Gonzáles Rouco. ―Josefina
en el retrato‖ recrea con prosa emotiva el Buenos Aires finisecular y su clima literario.
―Peregrinación‖ es un registro conmovedor de las angustias y esperanzas de los que emigran y
emprenden un camino colmado de incertidumbres. ―El regreso del indiano‖ es cálido y humano,
y ―Un cielo para mi abuelo‖ desborda sensibilidad en estado puro al describir la creencia
fantástica de que el gallego que muere en su patria tiene asegurada una suerte de
inmortalidad, porque ―podría resucitar de noche y volver a su casa. Podría velar el sueño de
sus seres queridos, sentarse a la vera de las rías, descansar bajo los árboles que frecuentara
su vida terrenal‖. El cuento ―Volver a Galicia‖ —que da título al libro— está teñido de un tinte
autobiográfico y expresa con hondura la fuerza de las raíces. Como manifiesta el poeta y
ensayista Carlos Penelas en el prólogo, ―Sus cuentos tienen nostalgia, ternura, honestidad.
Nos hablan desde nuestro interior, desde la voz ancestral que los protege‖
Por último, sus cinco poemas (―De España‖, ―Airiños‖, ―Como al principio‖, ―Peregrinos‖ y ―Mi
abuelo‖) registran los sentimientos ambivalentes que sacudieron a los gallegos en su viaje de
ida, siempre soñando con el regreso (―En ellos admiro, la fuerza, el tesón, /que los animaron
con tanta pasión, /a buscar un cielo, más allá del mar, /cuando, agobiados, debieron emigrar.‖)
Un libro recomendable no sólo para aquellas personas conectadas de algún modo con esta
problemática, sino también para cualquier lector, porque aborda una travesía cuyos héroes,
aunque no figuran en los libros de historia, cambiaron con sus hazañas la vida cotidiana tanto
de la Argentina como de la misma Galicia. Por eso también es aconsejable seguir las
informaciones
y
noticias
que
la
autora
realiza
a
través
de
http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar.
Germán Cáceres
Querida María:
Te quería comentar que leí los poemas y algunos de los cuentos y me gustaron mucho, con su
clima de nostalgia y de verdad, de desgarramiento y de calidez, y una fidelidad al sentir de
esas generaciones que se aprecia notablemente, ya que todos hemos conocido gente como la
que vos describís, (...).
Aunque mi familia no es gallega, sino irlandesa por parte de madre, reconozco muchas
historias que contás y las siento como propias. He conocido (...) gallegos muy queribles,
muchos hablaban gallego entre ellos cuando se querían contar algún secreto.
Un beso muy grande, me emocionó mucho esta primera lectura.
Qué bueno el cuento sobre el abuelo!
Irene Marks
Poeta, Docente
La lectura de Volver a Galicia de María González Rouco me vuelve a mí a la República
Argentina. Sus relatos, ágiles y líricos, son como vehículos que hacen doble recorrido
emocional. Traen y llevan. Y así, yo, que sólo fui emigrante en el sueño imaginario de la madre
que no pudo llegar a Buenos Aires, camino por un país tan bien documentado como narrado
con el cuidado estilo de María. Y puedo volver para presenciar la vida de mi tío Xosé, político y
segundo, que nos encargaba morcillas dulces como las de su madre y mandaba revistas de
moda llenas de palabras bellamente exóticas: breteles, polleras, frazadas... y cuentos con
niños gauchos, entre palenques y rebenques. Un año nos pidió una zamarra para el frío y nos
envió café molido en una latita azul. Ningún café huele igual. Y puedo conocer la suerte que
corrieron los hombres que hacían en nuestra sastrería su último traje para llegar bien vestidos.
Lo recogían durante la parada del autobús que los llevaba a Lugo para seguir camino y
lloraban unos minutos abrazados a mi padre.
Volver a Galicia crea inercia de constante ida y vuelta. De los que marcharon y de los que
permanecimos. No hay familia gallega que no tenga un pariente enterrado en Argentina, que no
haya perdido una rama de su tronco y que, gracias a este libro, todavía puede recuperar. Allí
está el abuelo, la tía, la madrina. Aquí están los hermanos, los sobrinos o los primos. Allí está
el sueño. Aquí está la tierra. Allí tal vez lloraron los hijos. Aquí lloraban las madres. ―¡Probes
nais que os criaron,/ i as que os agardan amorosas, probes!‖, como dijo Rosalía‖.
Narraciones y poemas de pérdida y de recuperación, de tristeza y de gozo. La epopeya de un
pueblo forzado a abandonar sus tierras y los sentimientos personales con los que cada uno de
nuestros desterrados afrontó sus desesperaciones, su amargura o la madurez de su
resignación.
HELENA VILLAR JANEIRO
Presidente de la Fundación Rosalía de Castro, Galicia.
Profesora de literatura y lengua en Santiago de Compostela.
María Rouco, la Rouco… alabo su capacidad.
VOLVER A GALICIA es el nuevo libro que se presenta en Argentina y en el mundo. Existen
personas capaces de acercarnos en la distancia, de minimizar las diferencias…, personas que
buscan la paz entre los pueblos. Sí, personas como María Rouco. María une por el océano
Atlántico comunicando, aportando estudios peculiares, aproximando a colectividades que
divergen, haciéndonos recordar…
besazos María
silvia lázaro
Málaga, España
http://lazarodealas.blogspot.com/
A partir de las primeras palabras de ―Volver a Galicia‖, la autora confirma, una vez más, la
pasión por el tema de la inmigración que desarrolla con autoridad, involucrada en ecos
evocativos constantes. Por momentos parece como si las bibliografías, notas, testimonios,
quisieran ser testigos rigurosos de todo lo que revelará después. Sus escritos desprenden esa
herencia de nostalgia y cariño que pudo y supo atesorar en cada uno de los géneros. En todas
las poesías de éste, su último libro, está presente el canto añorado. Particularmente destaco
Airiños y Peregrinos, donde las venas invisibles se eternizan y consuman.
María dice con lenguaje morriñoso en su cuento ―Volver a Galicia‖: Lloraron abrazados: él
sintiendo que los recuerdos se agolpaban en su memoria; ella, sintiendo en ese abrazo que
había encontrado la parte de sí que le faltaba.
En tal sentido, la autora, al narrar un cuento, termina orientándolo hacia la biografía y, aún así,
encontramos todo el interés que es preciso. Creo que ella, según confiesa cada párrafo, se
entrega, como trasgo prodigioso, para completar la historia que quedara pendiente y, a la vez,
reparar aquellos abismos postergados que hizo propios.
Otro libro de González Rouco, tan respetuoso, tan único, tan entrañable.
Ana Bisignani
Buenos Aires, Mayo de 2009
Es difícil para quien no la ha padecido, comprender la experiencia de emigrar en toda su
dramática intensidad. En la nueva patria, el trasterrado puede progresar o no, encontrar afectos
fuertes o débiles, crecer espiritualmente o ceder ante el peso de la vida. Todo dependerá de
sus recursos internos y de las oportunidades que le brinde la nueva sociedad. Su obstinación le
deparará, casi siempre, algunos éxitos. Lo que no podrá evitar es la pérdida de lazos
familiares, paisajes, tradiciones que lo constituyen como persona integrada a una cultura.
Siempre, regrese o no, triunfe o no, será un ser partido al medio porque en el nuevo suelo,
también germinarán afectos. Para siempre sentirá el alma desgarrada entre lo viejo y lo nuevo.
Conozco en carne propia esta dolorosa riqueza. Por eso leí con emoción y algunas lágrimas
este libro. Me parece maravillosa la sensibilidad con que María González Rouco ha evocado la
trayectoria de sus abuelos, forjando los relatos como realistas y fantásticos a un tiempo. Con
prosa ágil, con versos claros, ilumina los miedos, carencias, ilusiones, certezas y decepciones
que dan a la vida del emigrante una dimensión de epopeya porque ha intentado construír un
mundo mejor para sí y los que ama. Con valentía, con victorias y derrotas pero sobre todo, con
dignidad. La nieta ha recogido esa siembra. ¡Enhorabuena!
María Rosa Iglesias
Fillos de Galicia
Prosa acougada e poesía limpa de artificios coma o verbo resignado daqueles galegos dende o
día no que asumen que endexamais retornarán. A mágoa retida e a dor soterrada –non só
metaforicamente- vannos debullando un álbume de emocións herdadas que estouran
literariamente, explosión controlada pola man sabia de María González Rouco, quen, asemade
vai introducindo retallos da historia e a cultura da Galiza, que veñen sendo a crónica dun pobo
en tránsito.
LIONEL REXES MARTINEZ
Berce das Orixes
Afoz, Lugo
Dejaban atrás el país natal, mientras el barco se alejaba, dibujando en la ría gallega una estela
de tristeza. Después aquel barco surcó las olas del océano. Una nueva tierra lo aguardaba.
Aquellos pasajeros -con sus maletas casi vacías- amarían, lucharían, llorarían, reirían, en la
nueva patria que los acogía, llevando siempre en el corazón de la memoria su país natal. Y
nacerían sus hijos, como Maria, que traían la sangre de aquella tierra antigua.
Cuando leí los relatos y poemas de Maria Rouco, me emocioné. Porque sabe evocar, con una
prosa sencilla y sin artificios, lo que los suyos/nuestros sintieron. Al partir, al llegar, al luchar, al
vivir tan lejos de Galicia. Con este libro, Maria, haces que los lazos que nos unen, y el orgullo
de venir de aquellas familias, permanezcan en el tiempo.
ANXELES FERRER
Escritora e ilustradora
Pontevedra
La emigración a la Argentina es una parte fundamental dentro del fenómeno más importante de
la Historia contemporánea de Galicia. Asimismo, la llegada de cientos de miles de sus hijos
representó también un aporte fundamental a la formación demográfica, cultural y urbana de la
moderna sociedad argentina.
Yendo más allá de la frialdad de las cifras o de los indicadores de su integración, el mérito del
libro es el de, a través de sus cuentos y poemas, recuperar la experiencia -a la vez individual y
general- de algunas de las personas que protagonizaron ese doble fenómeno. En lo personal,
algunas de sus historias, párrafos o frases (expresiones de las esperanzas, temores o
desilusiones que encarnan los personajes de María), se conectaron, espontánea y
naturalmente, con las cavilaciones que formaron y continúan formando parte de las vidas y
azares de mi propia familia inmigrante.
RUY FARIAS
―Excelente ‘Josefina en el retrato‘, así como ‗Un cielo para mi abuelo‘ y ‗Peregrinación‘, estos
dos con su lograda atmósfera de nostalgia gallega‖.
ANTONIO REQUENI
Me dediqué en primer término a la lectura de los cuentos y a no dudarlo (a sabiendas de la
finísima textura con que narra María González Rouco) "Un cielo para mi abuelo" me provocó
una nostalgiosa impresión. La historia de este gallego que se vino a la Argentina cuando
apenas contaba diecinueve años y que se propone un ―racconto‖ intimista, compenetrado de
una religiosidad ínsita, conmueve. Y si bien esta impresión, esta conmoción, está justificada
porque he conocido muchos gallegos en mi vida bohemia de la Avenida de Mayo, el tono
neorrealista de este cuento es un sentido homenaje al inmigrante gallego, a ese hombre que
pasaba las tardes bajo la parra y que un día enfermó y habrá de morir, rodeado de un cielo de
gaitas y muñeiras.
SEBASTIAN JORGI
Ante tanto caos y complejidad a la que tendemos los escritores de hoy, convulsionados por la
época, leer las páginas de María González Rouco es entrar en un remanso, vivir la placidez.
Escribe desde la objetividad de la mirada y la piel sensitiva para lograr un mensaje sencillo, no
pueril; sí emotivo, no sensiblero, y sobre todo sabio. La sabiduría del observador contemplativo
que no hace mixtura de su yo con la imagen capturada y así entrega un lenguaje fresco y
preciso. El lenguaje sin retórica en ella, resulta claramente expresivo y elocuente.
CAROLINA DE GRINBAUM
No hay un recuerdo lacrimógeno de encuentros pasados o de momentos perdidos en el tiempo.
Hay una suerte de continuidad viviente de todo aquello que cada uno lleva consigo (en este
caso María), y en vez de lamentar su pérdida lo enaltece en el transcurrir de su vida.
A través de estas páginas se advierte que nada sobra en esta vida, que lo cotidiano y evidente
puede resultar espléndido para el espíritu sensible que sabe descubrirlo y hasta las palabras,
esas eternas amigas y enemigas del poeta, conjuran junto con el lector hacia la empatía
deseada".
RAQUEL G. B. DE ROCCA
Indice
Prólogo
Acerca de la autora
Entrevista por Margarita Ferrer
Presentación
Vida cotidiana
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
Motivos
El viaje
Primeros días
Hacia el interior
Actitudes
El idioma
La religión
Los oficios
Qué comían
Costumbres
Festejos
Entretenimientos
La nostalgia
Volver
Inmigrantes Destacados
Testimonios
1 Inmigrantes y exiliados
2 Hijos
3 Nietos
4 Argentinos de otras colectividades
5 Inmigrantes de otras colectividades
6 Gallegos no inmigrantes
7 Españoles inmigrantes
8 Españoles no inmigrantes
Antología
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
Memorias
Biografías
Periodismo
Costumbrismo
Historietas
Novelas
Cuentos
Poemas
Letras
1. Tangos
2. Canciones
11 Teatro
12 Cine
13Televisión
14 Video
Mis cuentos
Josefina en el retrato
Peregrinación
El regreso del indiano
Un cielo para mi abuelo
Volver a Galicia
Mis poemas
De España
Airiños
Como al principio
Peregrinos
Mi abuelo
Bibliografía
Agradecimientos
Comentarios
Volver a Galicia crea inercia de constante ida y vuelta. De los que marcharon y de los que
permanecimos. No hay familia gallega que no tenga un pariente enterrado en Argentina, que no
haya perdido una rama de su tronco y que, gracias a este libro, todavía puede recuperar. Allí
está el abuelo, la tía, la madrina. Aquí están los hermanos, los sobrinos o los primos. Allí está
el sueño. Aquí está la tierra. Allí tal vez lloraron los hijos. Aquí lloraban las madres. ―¡Probes
nais que os criaron,/ i as que os agardan amorosas, probes!‖, como dijo Rosalía‖.
Narraciones y poemas de pérdida y de recuperación, de tristeza y de gozo. La epopeya de un
pueblo forzado a abandonar sus tierras y los sentimientos personales con los que cada uno de
nuestros desterrados afrontó sus desesperaciones, su amargura o la madurez de su
resignación.
HELENA VILLAR JANEIRO
Prosa calmada y poesía limpia de artificios como el verbo resignado de aquellos
gallegos desde el día en el que asumen que jamás retornarán. La pena retenida y el dolor
enterrado –no solo metafóricamente- nos van desgranando un álbum de emociones heredadas
que estallan literariamente, explosión controlada por la mano sabia de María González Rouco,
quien, al mismo tiempo va introduciendo recortes de la historia y la cultura de Galicia, que son
la crónica de un pueblo en tránsito.
LIONEL REXES MARTINEZ
Cuando leí los relatos y poemas de Maria Rouco, me emocioné. Porque sabe evocar, con una
prosa sencilla y sin artificios, lo que los suyos/nuestros sintieron. Al partir, al llegar, al luchar, al
vivir tan lejos de Galicia. Con este libro, Maria, haces que los lazos que nos unen, y el orgullo
de venir de aquellas familias, permanezcan en el tiempo.
ANXELES FERRER
Me parece maravillosa la sensibilidad con que María González Rouco ha evocado la trayectoria
de sus abuelos, forjando los relatos como realistas y fantásticos a un tiempo. Con prosa ágil,
con versos claros, ilumina los miedos, carencias, ilusiones, certezas y decepciones que dan a
la vida del emigrante una dimensión de epopeya porque ha intentado construír un mundo mejor
para sí y los que ama. Con valentía, con victorias y derrotas pero sobre todo, con dignidad. La
nieta ha recogido esa siembra. ¡Enhorabuena!
MARIA ROSA IGLESIAS
Yendo más allá de la frialdad de las cifras o de los indicadores de su integración, el mérito del
libro es el de, a través de sus cuentos y poemas, recuperar la experiencia -a la vez individual y
general- de algunas de las personas que protagonizaron ese doble fenómeno. En lo personal,
algunas de sus historias, párrafos o frases (expresiones de las esperanzas, temores o
desilusiones que encarnan los personajes de María), se conectaron, espontánea y
naturalmente, con las cavilaciones que formaron y continúan formando parte de las vidas y
azares de mi propia familia inmigrante.
RUY FARIAS
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