REVISTA 113 EL DERECHO DEL TRABAJO

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REVISTA 113
EL DERECHO DEL TRABAJO FRENTE A LA
GLOBALIZACION:
¿La estrategia de Job? (*)
César Agusto Carballo Mena (**)
"Yo esperaba la dicha, y vino la desgracia;
aguardaba la luz, y llegó la oscuridad".
Job 30,26.
SUMARIO: 1. Introducción. 2. La globalización y sus manifestaciones. 3. Las mutaciones
a nivel de la unidad productiva. 4. Las mutaciones a nivel del mercado de trabajo:
Desempleo e informalidad. 5. Acción sindical y globalización. 6. Opciones frente a la
erosión del poder regulatorio de los Estados nacionales. 6.1. El imperativo de
supranacionalidad. 6.2. Abdicar en favor de la autonomía colectiva de la voluntad. 6.3. La
adaptabilidad del derecho del trabajo. 7. Consideraciones finales.
1. Introducción: El derecho del trabajo se desarrolló a partir de la percepción
del agudo desequilibrio que, en la esfera del poder negocial, caracterizaba -y
aún hoy caracteriza- a la interacción entre los sujetos de la relación de trabajo
y, con mayor precisión, como imperativo de paz social frente a la explotación
de que fue objeto la clase trabajadora, apenas traspasado el pórtico de la
revolución industrial, por virtud del ejercicio de los poderes exorbitantes que
asistían al patrono o empleador en una relación jurídica regida por la
autonomía de la voluntad.
Precisamente, la explotación aludida -y la "cuestión social" (01) que ella
produjo- impulsó la aparición de normas de excepción, frente al derecho
común, llamadas a tutelar al trabajador mediante la fijación de límites
infranqueables al patrono, esto es, contenidos mínimos de la relación de
trabajo, intangibles a la autonomía de la voluntad y contemplados, por tanto, en
normas de derecho público estricto.
La articulación sistemática de las aludidas normas de excepción condujeron al
nacimiento de una nueva disciplina (02), cuyos principios rectores emanan de
la necesaria protección o tutela que es dado garantizar al trabajador para
impedir así que su menguado poder negocial, su hiposuficiencia económica,
conlleve a la fijación de términos y condiciones –en su interacción con el
empleador- incapaces de salvaguardar su vida y salud.
De algún modo, al lado del imperativo de justicia que se sugiere, debe
atribuirse el advenimiento del derecho del trabajo, también, a un cierto ánimo
profiláctico (03) de parte de los detentadores del poder político, esto es, para
desestimular la acción coaligada de los trabajadores, a través de sindicatos o
partidos políticos.
El derecho del trabajo clásico -bajo la visión retrospectiva apuntada- se erigió,
sobre todo en los países de tradición latina, como un conjunto de normas de
fuente, básicamente, etática y dirigidas a tutelar al trabajador en su relación con
el patrono, concebida ésta en el ámbito de un modelo de producción fabril. En
otros términos:
"este derecho del trabajo regulaba las relaciones entre trabajadores y empleadores, con un
vínculo que por ser por tiempo indeterminado estaba dotado de estabilidad; con prestaciones
del trabajador que ocupaban la jornada íntegra (aunque limitada en su extensión), y del
empleador por una remuneración que se suponía debía bastarle a aquél para una vida
decorosa suya y de su familia; prestaciones desarrolladas dentro de una organización, con
centralización de ejecución, tendiendo entonces al gigantismo del establecimiento, o en su
caso a la existencia de varios establecimientos dentro de una misma empresa" (04).
El derecho del trabajo, concebido en los términos expuestos, se desarrolló al
cobijo de la idea de su fatal "progreso indefinido" (05), esto es, la radical
negación de cualquier atisbo de "regresión" o reforma peyorativa, bajo el
dogma de la preservación ad infinitum de los beneficios -cualquiera fuere su
fuente- reconocidos a los trabajadores (06).
No obstante, el fenómeno de la globalización de la economía y las drásticas
mutaciones que éste supone a nivel de los procesos productivos, imponen una
revisión de los postulados sobre los cuales se erigió el derecho del trabajo
clásico; en particular de aquellos que tendieron -lejos de perfilar el núcleo
esencial de esta disciplina jurídica- a rigidizarla sobremanera.
En definitiva, se sugiere que el derecho del trabajo no puede, esta vez,
aguardar -emulando al Santo Job- por tiempos mejores: que los efectos de
la globalización cesen definitivamente para entonces reconstruir su viejo
andamiaje. El desafío que se le presenta al derecho del trabajo es,
precisamente, recuperar la capacidad de adaptación a las nuevas realidades,
conservando -como nota definitoria y, por ende, inmutable- su carácter tuitivo
de quien pone a disposición de otro su fuerza de trabajo (07).
2. La globalización y sus manifestaciones. Desde una perspectiva general,
puede sostenerse que laglobalización apuntala la idea de que una sociedad
cohesiva y aislada, así como una economía doméstica, no son sostenibles y
que, por el contrario, se han desarrollado una economía y una sociedad
verdaderamente globales; pendiendo entonces nuestra vida cotidiana de
fuerzas que se despliegan -también- en aquella esfera supranacional (08). Sus
elementos definitorios podrían sintetizarse de la siguiente manera:
"1. Dominio de las finanzas sobre la producción (...).
2. La importancia en aumento de la estructura del saber (...).
3. El aumento en la rapidez de la redundancia de ciertas tecnologías y (su acelerada...)
transnacionalización (...).
4. El ascenso de los oligopolios globales en la forma de corporaciones multinacionales..." (09).
5. La sensible erosión del poder regulatorio del Estado, con ocasión de un modelo que
desarrolla la producción, el conocimiento y las finanzas en esferas supraestatales y que, por
ende, apareja el desmontaje de las barreras arancelarias y de las medidas de protección de los
mercados nacionales.
6. El abaratamiento de los transportes y de las comunicaciones (10); y
7. Los eficientes sistemas de información que permiten al capitalista una visiónholística participando así del atributo divino de la omnipresencia- del mercado mundial, y de los
aspectos políticos, económicos y sociales de los países que conforman el planeta.
8. El impresionante desarrollo en el área de la información (junto con el referido abaratamiento
del transporte y las comunicaciones) han conducido a lastandarización de las pautas de
consumo mundial (11).
De este modo, en síntesis, la globalización entraña un proceso de interacción e
intercambio económico en un plano que desconoce las fronteras nacionales y
dentro del cual los capitales pueden "emigrar" a velocidades vertiginosas hacia
"climas" más "amables", esto es, que le permitan maximizar el lucro con
márgenes tolerables de riesgo.
Este fenómeno, como se reiterará en las próximas líneas, provoca significativas
transformaciones en los procesos productivos a nivel de las empresas, trastoca
en general al mercado de trabajo, supone un desafío para las organizaciones
sindicales y debilita los poderes regulatorios de los Estados nacionales.
3. Las mutaciones a nivel de la unidad productiva: En el plano de la
empresa se suscitan -con ocasión del proceso de globalización de la
economía- transformaciones significativas:
a. La reducción de las dimensiones de la empresa o downsizing,
conservando sólo la explotación directa del núcleo de las actividades
productivas y, en consecuencia, externalizando (tercerización) (12) parte
del proceso productivo mediante la contratación de servicios de apoyo o
periféricos fácilmente adaptables a las necesidades, prescindibles según
las exigencias del mercado, excluidos -prima facie (13)- del ámbito de
validez del derecho del trabajo e inhibitorios de actividades sindicales
por virtud de la dispersión del personal y la precariedad del empleo.
El modelo descrito tiende a generar una especie de microsistema
planetario, donde en torno a la empresa –núcleo del sistema y objeto
de externalización de ciertas fases del proceso productivo originarioorbitan otras (empresas-satélite) que ejecutan aquellos servicios
periféricos. Así, de la empresa-núcleo dimanan fuerzas encontradas,
centrípetas unas y centrífugas otras: Aquéllas tienden a mantener en su
periferia a las empresas-satélite requeridas para la explotación de las
aludidas actividades complementarias; mientras que éstas -en sentido
inverso- las repele, preservando una distancia prudencial que evite
interacciones excesivas, como mecanismo para extrañar los riesgos
derivados de la aplicación de la legislación laboral.
b. Incorporación de tecnología que desplaza mano de obra y exige
trabajadores, no sólo más capacitados, sino -sobre todo- dispuestos a
adaptarse a los constantes cambios que la tecnología provoca en los
procesos productivos; y
c. Integración de empresas -conformando grupos o unidades económicaspara afrontar las exigencias competitivas en un mercado global (14).
4. Las mutaciones a nivel del mercado de trabajo: Desempleo e
informalidad. El derecho del trabajo, lejos de lo augurado (15), devino una
disciplina en franca "residualización", esto es, su ámbito personal de validez se
restringe, se achica, se vacía de contenidos. De una parte, ello se adjudica a
los procesos de descentralización de las empresas o tercerización; de otra, por
el marcado fenómeno del desempleo y el desarrollo vertiginoso del
denominado sector informal de la economía.
Según la Oficina Central de Estadística e Informática de la Presidencia de la
República (OCEI) (16), la población económicamente activa alcanza, en la
actualidad, la cifra de 9.699.330 individuos, de los cuales el 88,7% (8.605.139)
se encuentran en condición ocupados, mientras que el restante 11,3%
(1.094.191) integra el sector de los desocupados.
Del total de ocupados, el 48,5% conforma el denominado sector informal de la
economía, disgregado como sigue: servicio doméstico (1,7), trabajadores por
cuenta propia no profesionales (30,2), empleadores (3,7), empleados y obreros
en empresas que ocupan menos de cinco (5) trabajadores (12,1) y ayudantes
familiares no remunerados (0,8%) (17).
Como se desprende de las cifras aportadas, el desempleo y la informalidad han
venido a revestir, entre nosotros, carácter prioritario en la agenda del debate
que reúne a los interlocutores sociales y que actualmente está marcada por el
desconcierto, por demás comprensible si se repara en el hecho de que, hasta
hace poco, transitamos estadios caracterizados por el pleno empleo que
impulsó -preciso es apuntarlo- la política de redistribución de la riqueza
petrolera mediante la creación -en el sector público- de puestos de trabajo no
siempre productivos.
Frente a la crisis del empleo, al derecho del trabajo se le han imputado, en gran
medida, las culpas: Su enorme y rígido andamiaje normativo -se dice- proyecta
una larga sombra que integran los desocupados y los marginados del sector
formal de la economía. En otras palabras, la hipertutela que apuntala el
derecho del trabajo clásico -sostienen sus detractores- desestimula las
iniciativas patronales y propicia el uso de mecanismos de evasión mediante el
fraude de ley y las prácticas simulatorias.
De otra parte, el desempleo y la informalidad no sólo residualizan el ámbito de
validez personal del derecho del trabajo sino que, además, debilitan
sensiblemente la acción sindical al provocar la inhibición -en dicha esfera- del
trabajador ante la eventualidad de retaliaciones de origen patronal que
pudieren implicar la extinción de la relación de trabajo y, en todo caso,
relegando dicha actividad a un segundo plano pues los esfuerzos del trabajador
se concentran en la obtención o conservación del empleo (18).
Finalmente, el empleo -por su escasez- ha alcanzado un rango fundamental a
nivel de las políticas del Estado y de la acción sindical, lo cual se suele traducir
en normas jurídicas -de origen etático o convencional- dirigidas a tolerar, en
pos de la estabilidad en el empleo y la conservación de la unidad productiva,
reformas peyorativas de las condiciones de trabajo. De tal modo que el empleo
alcanza el rango de bien jurídico tutelado de significativa importancia, y frente
al cual pudieren -eventualmente- ceder derechos de carácter patrimonial. Así,
se centra la atención en una de las manifestaciones esenciales del principio de
tutela que cohesiona en su integridad al derecho del trabajo: el imperativo de
conservación del vínculo de trabajo frente a la constatación que de ella
dimanan los recursos requeridos por el trabajador para la satisfacción de sus
necesidades y las de su núcleo familiar (19).
Lo afirmado relanza con particular énfasis el objetivo dual del derecho del
trabajo: De una parte, asegurar la gestión óptima del personal en el interés del
capital; de otra, consagrar beneficios y derechos a los trabajadores mediante
normas de orden público, esto es, irrelajables (por lo menos peyorativamente)
por la voluntad de las partes del contrato de trabajo (20). De tal suerte que, una
vez más, se sugiere devolver al derecho del trabajo su flexibilidad originaria,
imperativa si se atiende al primero de lo objetivos planteados y, por ende,
deslastrarle de los dogmas -acunados a la luz del optimismo militante- que
niegan a priori cualquier iniciativa para su revisión o adaptación a las nuevas
realidades que le corresponde atender.
5. Acción sindical y globalización: La actitud de las organizaciones
sindicales de trabajadores frente a la globalización de la economía puede
adoptar alguna de las siguientes expresiones:
a. De confrontación radical, animada por la convicción -impregnada de
innegable contenido ideológico- de que es posible desarrollar una sana
economía "puertas adentro", en el marco de las fronteras nacionales,
suprimiendo o, por lo menos, mitigando drásticamente las interacciones
con otras sociedades. Los defensores de esta tesis, recordando por
momentos a los líderes del movimiento luddita de la Inglaterra del siglo
XVIII (21) -quienes enfrentaron la incorporación de las máquinas al
proceso productivo, mediante su destrucción- niegan o minimizan las
repercusiones que sobre las relaciones de trabajo producen la
liberalización de la economía, los avances tecnológicos, el desarrollo de
las comunicaciones y de los medios de transporte, y la facilidad de
acceso a la información globalizada.
b. De resignada aceptación, asumiendo a la globalización como una
fatalidad insuperable. Bajo esta óptica, la globalización de la economía
constituye un escenario irreversible dentro del cual deben desenvolverse
las relaciones entre el capital y el trabajo, pero que se pretende afrontar
con estrategias e instrumentos tradicionales y, por tanto, no idóneos
para superar el desafío, incluso, de la subsistencia del movimiento
sindical; y
c. De conciencia de la inevitabilidad del fenómeno como imperativo de
urgentes transformaciones -orgánicas y funcionales- que preserven la
actividad sindical y actualicen su objetivo básico, esto es, la promoción y
defensa de los intereses de la clase trabajadora. Así, se requiere una
acción sindical que enfrente a la globalización en su misma dimensión,
es decir, mundializada; el énfasis en la cooperación, sin que ello
suponga la negación del conflicto como elemento inmanente a las
relaciones de trabajo; y, finalmente, la incorporación de la capacitación
profesional como objetivo estratégico en la agenda sindical.
Acción sindical globalizada
Sin duda, la acción sindical requiere adaptarse a las modalidades imperantes
en el mercado de trabajo, entre las cuales destacan el ámbito transnacional de
las empresas, las facilidades que se le brindan al capital para migrar de un
lugar a otro del planeta y el desarrollo de la información que garantiza a los
empleadores una visión holística de las condiciones económicas, políticas y
sociales imperantes a nivel mundial. En el escenario descrito, será menester
que el movimiento sindical se desenvuelva –también- más allá de las fronteras
nacionales adoptando bien fuere iniciativas de carácter orgánico, es decir,
integrándose a estructura sindicales regionales o mundiales; o
meramentefuncionales, esto es, mediante la acción coaligada entre sindicatos
que actúan en diversos ámbitos geográficos.
Como resulta obvio, de la manera propuesta se apuntala la eficacia de las
acciones sindicales -v.gr. de carácter huelgario- pues asegura su virtualidad en
la empresa cualquiera fuere el grado de desconcentración de la misma e
independientemente de su condición transnacional. En caso contrario, la
huelga ejercida en un país sería afrontada por el empleador a través de la
sobreproducción en otras latitudes, con lo cual aquélla deviene anodina.
Cooperación vs. Conflicto
De otro lado, se observa una creciente dosificación del conflicto colectivo de
trabajo, sin negar su inmanencia a las relaciones de trabajo, a favor de la
cooperación entre el empleador y los representantes de los trabajadores. Se
trata de implantar -en el seno de la empresa- espacios de cogobierno que
permitan su ágil y eficiente adaptación a los requerimientos de un mercado en
constante cambio, sin que esto lesione los derechos y garantías de los
trabajadores (22).
De igual manera, en la esfera más amplia de la sociedad y el Estado, el diálogo
y la concertación social constituyen mecanismos adecuados -con ocasión de
la globalización de la economía- de tutela de los intereses colectivos de los
trabajadores, toda vez que incorpora a sus representantes en el proceso de
diseño y ejecución de las políticas económicas y sociales trascendentes para
los objetivos del movimiento sindical.
Entre nosotros, la reciente experiencia de la Comisión Tripartita demostró las
potencialidades de esta modalidad de interacción pues, de una parte, permitió
a empleadores y organizaciones sindicales de trabajadores participar en
diversos temas de innegable repercusión para sus intereses tutelados: sistema
de seguridad social integral y régimen de "prestaciones sociales" (Acuerdo
Tripartito sobre Seguridad Social Integral y Política Salarial -ATSSI- de marzo
de 1997), medidas de preservación de la estabilidad en el empleo y
recuperación del poder adquisitivo de los salarios (Acuerdo Tripartito sobre
Estabilidad en el Empleo y Salarios -ATES- de julio de 1997), políticas de
generación de empleo socialmente productivo (Política de Empleo Concertada PEC- de diciembre de 1997), fijación de salarios mínimos (Acuerdo Tripartito
para la Revisión de los Salarios Mínimos -ATSAM- de febrero de 1998), y su
institucionalización a través del Acuerdo sobre Diálogo y Concertación Social ADIC- del 25 de julio de 1998 (23).
De otra parte, el aludido proceso inauguró entre nosotros las modalidades de
leyes paccionadas oconsensuadas que, siendo producto del acuerdo
alcanzado entre el Gobierno y los interlocutores sociales más representativos,
surgen revestidas o blindadas de legitimidad (v.gr. Reforma Parcial de la Ley
Orgánica del Trabajo de junio de 1997, Ley Orgánica del Sistema de Seguridad
Social Integral de diciembre de 1997, los Proyectos de Ley de los Subsistemas
de Pensiones, Salud, Paro Forzoso y Capacitación Profesional, Vivienda y
Política Habitacional y, finalmente, de Liquidación del Instituto Venezolano de
los Seguros Sociales).
A futuro, se presentan como desafíos en materia de diálogo y consertación
social: a) Su institucionalización, a pesar de que el proceso intenso
desarrollado en el seno de la Comisión Tripartita desde el último trimestre de
1996 ha arrojado algunas expresiones -especializadas- de ello, como lo son el
Consejo Nacional de la Seguridad Social (Ley Orgánica del Sistema de
Seguridad Social Integral), el Consejo Nacional de Empleo (Ley del Subsistema
de Paro Forzoso), y la Comisión Tripartita Nacional para la Revisión de los
Salarios Mínimos (Ley Orgánica del Trabajo –reforma de junio de 1997- y su
Reglamento Parcial del 30 de diciembre de 1997). b) Multiplicación de
escenarios a través de la reproducción de la experiencia de la Comisión
Tripartita en el ámbito local y regional, así como a niveles sectoriales e
interprofesionales. c) La flexibilidad de los contenidos que fueren objeto de
debate por los interlocutores sociales, de modo tal que el diálogo se desarrolle
atendiendo, exclusivamente, los intereses de sus agentes y sin restricciones
temáticas fijadas apriorísticamente; y d) La tendencia hacia el diálogo y la
concertación bipartita, es decir, sin injerencia -o, por lo menos, no protagónicadel Gobierno, en la medida en que los interlocutores sociales se fortalezcan.
En el ámbito de la empresa, el desarrollo de la cooperación y el cogobierno de
los asuntos de interés común, en detrimento de la clásica concepción del
control obrero -sin negarlo de modo definitivo-, se ajusta a la necesidad de
efectiva tutela de los trabajadores "ante decisiones estratégicas de carácter
económico, productivo o técnico" (24). La renuencia sindical a participar en
experiencias de cogobierno de la empresa podría impulsar la reestructuración
unilateral de ésta, es decir, la imposición del empleador de un modelo de
reducción del costo laboral y de mejoramiento de la competitividad, e incluso
revestir carácter salvaje -como lo denomina Héctor Lucena (25)- donde los
objetivos antes indicados son perseguidos a través de la externalización de
fases del proceso productivo y la reducción del personal.
Sin embargo, el proceso de diálogo social y participación de los trabajadores en
la gestión de la empresa reclama un difícil y largo proceso de transformación
cultural en el seno de nuestro modelo de relaciones de trabajo: En primer
término, las organizaciones sindicales de trabajadores deben asumir a
la globalización de la economía como un escenario no susceptible de evasión
y, dentro de su lógica, la necesidad de participar en la producción de la riqueza
y ya no, como solía ocurrir, en la mera distribución de ésta (26). Por su parte,
los empleadores deben revisar su tradicional rechazo a la participación de los
trabajadores en la gestión de la empresa, orientados -quizá- por una
hipertrofiada concepción de las prerrogativas o derechos gerenciales
(management rights) (27). Finalmente, debe la administración del trabajo ceder
espacios al ejercicio de la autonomía colectiva de la voluntad como fuente
privilegiada del derecho del trabajo, capaz de adaptarse con la flexibilidad y
celeridad requeridas a los cambios vertiginosos que la globalización de la
economía apareja a los procesos productivos.
Capacitación y formación profesional
Por último, es de señalar que la agenda sindical debe prever, de modo
prioritario, lo relativo a la capacitación y formación profesional como reacción
ante los permanentes avances de la tecnología y su devastador efecto sobre
los trabajadores con menor grado de instrucción. No se trata, como lo creyeron
los ludditas, de destruir máquinas y tecnología de avanzada, sino de permitir al
trabajador adaptarse a las nuevas condiciones "ambientales" que la producción
exige mediante una adecuada y oportuna capacitación.
Ello constituye, sin duda alguna, un objetivo propio del Estado -no se trata de
negarlo- pero, a su lado, el movimiento sindical debe asumirlo como
responsabilidad estratégica y así organizar a desocupados y marginados del
sector formal de la economía; incorporar en las convenciones y acuerdos
colectivos obligaciones patronales en materia de capacitación y formación
profesional; hacer énfasis en el derecho a la información (sobre todo en lo
atinente a la incorporación de nuevas tecnologías) como medida de prevención
frente al potencial desplazamiento de mano de obra; y, en general, liderar o
brindar apoyo a iniciativas de otros agentes en materia de las políticas de
empleo.
6. Opciones frente a la erosión del poder regulatorio de los Estados
nacionales: El fenómeno de la globalización, como antes fue sugerido,
cuestiona el rol tradicional de los Estados nacionales en el ámbito de la
economía y de las relaciones de trabajo (28) y, en particular, erosiona sus
poderes regulatorios estimados -escaso tiempo atrás- como nítida expresión de
la soberanía:
"Los instrumentos tradicionales de actuación de (...las autoridades económicas nacionales),
incluso instrumentos de nuevo cuño aparecidos al hilo de la evolución económica, chocan con
la ampliación de los mercados y la revitalización de la competencia internacional que, además,
progresa continuamente y fuerza a los Estados a replantearse la orientación y contenido de sus
políticas al mismo tiempo que revolucionan el funcionamiento de los mercados, de las
empresas y de todos los agentes económicos" (29).
En este sentido, el derecho del trabajo -de origen etático, es decir, como
expresión de la función regulatoria del Estado en la esfera de las relaciones
laborales- nos merece, al menos, tres reflexiones básicas en torno a su futuro:
El imperativo de supranacionalidad, la abdicación -por lo menos en clave
protagónica- a favor de la autonomía colectiva de la voluntad y, finalmente, la
adaptación de sus normas a las nuevas realidades que le ha correspondido
atender.
6.1. El imperativo de supranacionalidad: La mundialización de la economía según se apuntó- ha mermado drásticamente la eficacia de los modelos
clásicos de tutela de los trabajadores, toda vez que los fenómenos que aquélla
apareja no son susceptibles de subsunción bajo los criterios -tradicionales- que
en éstos imperan.
Por lo expuesto, se hace patente la necesidad de actualizar -desde una
perspectiva, igualmente global o mundializada- el objetivo básico de tutela del
trabajador en su interacción con el patrono. De este modo, se tiende -como lo
señala la Oficina Internacional del Trabajo- hacia la garantía de "un cierto
paralelismo entre el progreso social y el progreso económico que se espera
alcanzar como resultado de la liberalización del comercio y de la
mundialización de la economía" (30).
Un paso relevante, en la orientación expresada, lo constituyeron los acuerdos
alcanzados por los Jefes de Estado que participaron en la Cumbre Mundial
sobre Desarrollo Social en 1995, celebrada en la ciudad de Copenhage, y que
aludieron al reconocimiento de los derechos básicos de los trabajadores,
contándose entre éstos la prohibición de trabajo forzoso, la erradicación del
trabajo infantil, la libertad sindical y el derecho de negociación colectiva, la
igualdad de remuneración por un trabajo de igual valor y la no discriminación
en el empleo.
Al año siguiente, esta vez en el marco de la Conferencia Ministerial de la
Organización Mundial del Comercio, celebrada en Singapur, los Estados en ella
representados "renovaron (...) su compromiso de respetar las normas
fundamentales del trabajo internacionalmente reconocidas, recordaron que la
OIT es el órgano competente para establecer estas normas y asegurar su
aplicación, y reafirmaron su apoyo a la labor de promoción de las mismas que
lleva a cabo la OIT" (31).
En esta esfera -sin duda alguna- la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) está llamada a jugar un rol de primer orden en la persecución de un
desarrollo social análogo al de carácter económico que se persigue en nombre
de la globalización. Así, surge la propuesta de reconocer universalmente un
cierto elenco de derechos fundamentales (32) en el ámbito de las relaciones
de trabajo (33), como contrapartida al nuevo escenario -global o mundializadode las interacciones económicas, es decir, una suerte de "reglas de juego de la
mundialización en el ámbito social" (34). Esta noción de derechos
fundamentales enfatiza su pertenencia al catálogo de derechos humanos,
impregnándole sus notas esenciales (35): Contenido ideológico (es decir, la
preeminencia de los valores inherentes a la persona humana, cuya
inviolabilidad debe ser observada por el Estado), condición de garantía
mínima (por tanto, constituyen una suerte de "piso" o "suelo" normativo no
susceptible de infraregulación), carácter protector (lo cual resulta
particularmente emblemático en el derecho del trabajo y, en la órbita del
derecho internacional de los derechos humanos, se manifiesta en
la interpretatio pro homine) yprogresividad (esto es, tendencia a la extensión o
ampliación de sus fronteras, de modo sostenido).
Como expresión de las reflexiones antes expuestas, se adopta en el seno de la
octogésima sexta reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo,
celebrada en Ginebra en el mes de junio de 1998, la Declaración de la OIT
relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo y su
seguimiento.
La aludida Declaración, considerando -entre otros escenarios- que en el marco
de una estrategia global de desarrollo económico y social, las políticas de una y
otra naturaleza deben reforzarse mutuamente con miras a la creación de un
desarrollo sostenible de base amplia:
i) Reiteró que la incorporación de los Estados a la OIT apareja, de modo
automático, la aceptación de aquellos principios y derechos enunciados en su
Constitución y en la Declaración de Filadelfia; los cuales han sido desarrollados
en Convenios que revisten, por tal virtud, naturaleza fundamental.
ii) Declaró que los miembros de la OIT, aun cuando no hubieren ratificado los
Convenios antes aludidos, deben respetar, promover y hacer realidad, de
buena fe y de conformidad con la Constitución, los principios relativos a
los derechos fundamentales, en los términos antes enunciados. De este modo,
se extendió el criterio desarrollado por el Comité de Libertad Sindical, conforme
al cual:
"Al adherirse a la OIT, todo miembro se ha comprometido a respetar un cierto número de
principios, incluidos los (...) de libertad sindical, que se han convertido en una regla de derecho
consuetudinario por encima de los convenios" (36).
iii) Precisó el elenco de derechos fundamentales que dimanan de la
Constitución de la OIT, es decir, la libertad de asociación y la libertad sindical y
el reconocimiento efectivo de la negociación colectiva [receptados,
básicamente, en los Convenios Nos. 87 (37) y 98 (38)]; la erradicación de todas
las formas de trabajo forzoso u obligatorio [desarrollado en los Convenios Nos.
29 (39) y 105 (40)]; la abolición efectiva del trabajo infantil [fundamentalmente,
Convenio Nº 138 (41)]; y la eliminación de la discriminación en materia de
empleo y ocupación [Convenio Nº 111 (42)]; y
iv) Enfatizó que las normas de trabajo no deben utilizarse con fines comerciales
proteccionistas y que, bajo ningún respecto, deben cuestionarse las ventajas
comparativas de cualquier país sobre la base de la Declaración (43).
6.2. Abdicar en favor de la autonomía colectiva de la voluntad: Si, como en
efecto se sostiene, una de las consecuencias más contundentes de
la globalización de la economía lo constituye el deterioro de los poderes
regulatorios del Estado -lo cual supone, para decir lo menos, un descalabro del
modelo clásico de tutela de los trabajadores en la esfera de los países de
tradición latina-, será menester desplazar el centro de irradiación del sistema
desde el Estado hacia los interlocutores sociales, es decir, abdicar en favor de
la autonomía colectiva de la voluntad como fuente per se del derecho del
trabajo (44).
La propuesta, en nuestra esfera, supone:
i) Preferir la flexibilidad intrínseca de los convenios y acuerdos colectivos, a la
rigidez de los instrumentos normativos de origen etático; lo cual constituye una
resuesta adecuada a un mercado que se caracteriza, igualmente, por sus
continuas alteraciones. Así,
"el convenio colectivo habrá de recuperar en gran medida su carácter contractual, frente a su
valor normativo; habrá de ser un instrumento de regulación y de gestión flexible y adaptable de
las relaciones de trabajo; y deberá tener una nueva relación con la autonomía individual. Todo
ello en el marco de una negociación colectiva más (...) atenta a las exigencias específicas de
las empresas y centros de trabajo..." (45)..
ii) Apostar en favor de los –más eficaces- mecanismos de autotutela, en
detrimento de aquellos desplegados por el Estado que -víctima de las
amenazas de los capitales siempre dispuestos a emigrar hacia destinos más
"amables" y consciente de la tendencia a la deslocalización de las empresasse inhibe de ejercer excesivas presiones en ejecución de sus potestades de
tutela de los trabajadores; y
iii) La oportunidad de actualizar el programa concebido en el artículo 90 de la
Constitución de la República y por virtud del cual el legislador debió privilegiar
las relaciones colectivas de trabajo en detrimento de las que se desarrollan en
clave individual. En efecto, el referido artículo constitucional prevé que "la ley
favorecerá el desarrollo de las relaciones colectivas de trabajo y establecerá el
ordenamiento adecuado para las negociaciones colectivas y la solución
pacífica de los conflictos...". Como se observa, el aludido "favorecimiento" de
las relaciones colectivas de trabajo supone la abstención de injerencias
indebidas por parte del Estado en el desenvolvimiento de las interacciones
entre los agentes sociales; el más amplio reconocimiento de estos sujetos y de
la validez de los acuerdos que suscriban; la remoción de obstáculos normativos
o factuales que comprometan la virtualidad de las aludidas interacciones; la
sanción de un marco jurídico de promoción de las relaciones colectivas de
trabajo y, como corolario de lo antes expresado, el estricto respeto de la
libertad sindical (46).
6.3. La adaptabilidad del derecho del trabajo: Como antes se expuso (47), el
derecho del trabajo debe adoptar –con urgencia- una eficaz estrategia frente a
la globalización: Resistir pacientemente sus embates y, al final del proceso,
reparar el "andamiaje" (si de él algo quedare) o, por el contrario, adaptarse a
los cambios suscitados -"sobrevivir al naufragio aunque se pierdan los
muebles"-, sin que ello -por supuesto- suponga, en ningún caso, negar su
esencia, esto es, la necesaria tuición del trabajador en atención a su poder
negocial mermado en contraste con el que asiste al empleador.
El escenario que se afronta nos impone la "desmitificación" de
ciertos pseudoprincipios que, más bien, constituyeron tendencias observadas
por el derecho del trabajo durante determinados períodos y que, desatendiendo
la esencia de dicha disciplina jurídica, se les atribuyó la condición de máximas
incuestionables, monolíticas o irrelajables. De ellas, sin duda, la más
trascendente es aquella que -negando la evidencia con notable perseveranciasostiene la irregresividad de los derechos y beneficios conferidos a los
trabajadores (48).
En concreto, se trata de preservar los principios esenciales del derecho del
trabajo para, a partir de éstos y enervando los dogmas que sentencian
el quietismo en la regulación de las relaciones de trabajo, desarrollar las
normas que garanticen su virtualidad en el ámbito de los nuevos escenarios
económicos y sociales. Así,
"un ensayo de enunciación actual de los principios del derecho del trabajo, en base a un
ordenamiento jerárquico de ellos, es el de colocar en la cúspide elprincipio nuclear de la
centralidad de la persona del trabajador; los principios básicos, protectorio (...) y de actuación
colectiva (...) y los principios derivados de estos dos últimos" (49).
Por fin, este proceso debe orientarse hacia el equilibrio, en algún lugar del
camino perdido, entre la tutela al trabajador -consecuencia del principio
protectorio que informa al derecho del trabajo- y, de otra parte, la garantía de la
gestión óptima del personal en el interés del capital (50). De esta manera el
derecho del trabajo subsistirá como instrumento básico para garantizar a paz
social en la esfera de las relaciones de trabajo, aun cuando -para ello- deba
sufrir alteraciones, a veces sensibles, sus contenidos e instrumentos clásicos.
7. Consideraciones finales: Luego de indicar las expresiones fundamentales
de la globalización de la economía en la esfera de las relaciones de trabajo,
emerge como conclusión fundamental el imperativo de adaptación de los
instrumentos que, bajo el imperio del derecho del trabajo clásico, actualizaron
el objetivo de tutela del trabajador en su interacción con el patrono. En
definitiva, se trata de preservar a esta disciplina jurídica mediante
su agiornamento al actual escenario de las relaciones obrero-patronales,
basado en la conservación de sus notas y principios esenciales y, por ende,
desechando aquellos que se pretendieron de tal naturaleza y sólo respondían a
circunstancias efímeras.
En la óptica expuesta, el desafío verdadero que enfrenta el derecho del trabajo
no es conservarse sin alteración alguna a pesar de las sensibles mutaciones
operadas a su alrededor sino, más bien, afrontarlas con sus propios
instrumentos y dentro de la lógica que las anima. Se aboga así por un derecho
del trabajo que retorne a su originaria capacidad de adaptación a las realidades
que le corresponda atender; desarrollado a nivel mundial en torno a un núcleo en potencial expansión- constituido por un catálogo de derechos fundamentales
de los trabajadores (libertad sindical, erradicación del trabajo infantil,
prohibición del trabajo forzoso e igualdad de trato y oportunidades) que
encarne la globalización del derecho social; y -por último- la abdicación del
derecho del trabajo -de fuente etática- a favor de la autonomía colectiva de la
voluntad.
Quienes defiendan la estrategia de Job -esperar con paciencia sin límite el fin
de la globalización de la economía para, entonces, reconstruir al derecho del
trabajo- seguramente apuntarán, con toda razón, que el Santo bíblico luego de
padecer la pérdida de rebaños y tierras, la muerte de hijos y servidumbre, la
ulceración de toda su piel, fue recompensado con el doble de cuanto antes
había poseído. Es cierto que Job, en su nueva vida, según se asevera en las
Sagradas Escrituras, poseyó catorce mil ovejas y seis mil camellos, mil yuntas
de bueyes y mil asnas; tuvo catorce hijos y tres hijas; y vivió hasta los ciento
cuarenta años. Es cierto. Sin embargo, no puedo evitar creer que Job nunca
más concilió el sueño. Cada noche sus pesadillas celebraban el insomnio.
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