De la Iglesia clerical preconciliar a la Iglesia ministerial

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Congreso
Continental
de Teología
La teología
de la liberación
en prospectiva
Tomo I Trabajos científicos
n
São Leopoldo,
rs, Brasil,
07-11 de octubre
de 2012
Coordinación editorial:
Fundación Amerindia
De la Iglesia clerical preconciliar a la Iglesia
ministerial proyectada por Vaticano ii
Desafíos a la teología latinoamericana
y a las prácticas eclesiales
Isabel Corpas de Posada1
Instituto Humanitas, Universidad Unisinos
San Leopoldo, Brasil
Resumen
El cristianismo comenzó como una comunidad de discípulos y al institucionalizarse se produjo la sacerdotalización y sacralización de sus dirigentes, y, posteriormente, la clericalización de la Iglesia, dividida en
jerarquía y laicado. El Concilio Vaticano ii, reunido hace 50 años, replanteó el modelo eclesiológico y abrió la puerta a una nueva manera
de entender y de ejercer la ministerialidad eclesial, delineando nuevos
caminos que constituyen desafíos a la teología latinoamericana y a las
prácticas eclesiales.
1 Licenciada (1975), Magíster (1977) y Doctora (1984) en Teología por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Profesora en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (1977- 1997); Profesora Titular en la Facultad de Teología y en la
Maestría en Estudios del Hecho Religioso de la Universidad de San Buenaventura, Bogotá
(2000-2010). Autora de libros y artículos publicados sobre temas especializados de teología y estudios del hecho religioso. Actualmente, investigadora del grupo de investigación
“Teología y Género” de la Pontificia Universidad Javeriana y del grupo “Sagrado y profano”
del Instituto Colombiano para el Estudio de las Religiones icer. Miembro fundador de la
Asociación Colombiana de Teólogas y de la Red de Teólogos Javerianos. Miembro del Instituto Colombiano para el Estudio de las Religiones icer, de la Red Amerindia y del Centro
Ecuménico de Formación e Investigación Teológica cefit. Madre de cinco hijos y abuela de
doce nietos. E-mail: [email protected]
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Introducción
Hace medio siglo, cuando fue convocado el Concilio Vaticano ii, la Iglesia
se entendía como el mundo de los sacerdotes y ellos eran sus protagonistas,
mientras los “simples bautizados”, en actitud pasiva, nos conformábamos
con ser receptores de los bienes de la salvación que ellos administraban.
Era la visión de Iglesia dividida en dos ámbitos que consagró la reforma gregoriana en el siglo xi y que, todavía a comienzos del siglo xx, repetía Pío x en la encíclica Vehementer Nos: dos ámbitos cuya línea divisoria
estaba marcada por el sacramento del orden que confiere a los unos los
poderes y la autoridad de los cuales carecemos los otros.
La visión de la reforma gregoriana, que quedó plasmada en el Decreto
de Graciano (1140), decía así:
Hay dos géneros de cristianos, uno ligado al servicio divino […] está
constituido por los clérigos. El otro es el género de los cristianos al que
pertenecen los laicos2.
Y así decía la encíclica Vehementer Nos (1906):
La Iglesia es una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas, los pastores y el rebaño; los que ocupan un puesto en los distintos
grados de la jerarquía, y la muchedumbre de los fieles. Y estas categorías
son tan distintas entre sí que en el cuerpo pastoral sólo residen el derecho
y la autoridad necesaria para promover y dirigir los miembros hacia el fin
de la sociedad. En cuanto a la muchedumbre, no tiene otro deber sino
dejarse conducir y, rebaño dócil, seguir a sus pastores3.
El Concilio Vaticano ii, reunido hace 50 años, replanteó el modelo eclesiológico, y abrió la puerta a una nueva manera de entender y de ejercer la
ministerialidad eclesial, acaparada durante casi veinte siglos por el oficio
sacerdotal.
Este es el tema que, como profesora del curso “Orden y ministerios” en
la Facultad de Teología de la Universidad de San Buenaventura en Bogotá,
Colombia, e investigadora en el “Grupo Interdisciplinario de Estudios de
Religión, Sociedad y Política” de la misma Universidad, tuve oportunidad
2 “Duo sunt genera christianorum. Est autem genus unum, quod mancipatum divino officio,
et deditum contemplationi et orationi, ab omni strepito temporalium cessare convenit, ut
sunt clerici, et Deo devoti, videlicet conversi. Inde hujusmodi nomines vocantur clerici, id
est sorti electi. […] Aliud vero est genus christianorum ut sunt laici”. Graciano, Concordia
discordantium canonum ac primae de lure Divinae et humanae constitutionis, C 7, c. xii, q.
1. (p. i. 187).
3 Pío x. Encíclica Vehementer Nos 17.
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Isabel Corpas de Posada
de investigar4 y reflexionar durante los últimos diez años: los ministerios
eclesiales en los textos de la Escritura, en los documentos del magisterio
eclesial y en los autores que se han ocupado de esta temática5, en una lectura teológica desde la perspectiva de quienes no son sacerdotes, es decir,
el laicado, y de quienes, además, no pueden serlo, o sea, las mujeres.
El presente trabajo pretende compartir algunas de estas reflexiones
que surgen como desafíos a la teología latinoamericana y a las prácticas
eclesiales, desde la constatación de la distancia que existe entre la teoría, representada en los documentos del magisterio de la Iglesia a partir
del Vaticano ii, y las prácticas de pastores y fieles que, en cierta forma,
mantienen la tradicional línea divisoria y el protagonismo del ministerio
sacerdotal.
He dividido la exposición en tres momentos. Los dos primeros corresponden al doble movimiento en relación con los ministerios eclesiales
que ha ocurrido en los dos mil años de historia del cristianismo: de la
diversidad ministerial de las iglesias neotestamentarias a la sacerdotalización de los ministerios y el exclusivismo clerical; y del exclusivismo
clerical a la diversidad de ministerios en la eclesiología esbozada por el
Concilio Vaticano ii. En el tercero, planteo algunos desafíos a la teología
latinoamericana y a las prácticas eclesiales desde la preocupación acerca
de si vamos a seguir manteniendo como forma de liderazgo y servicio en
la Iglesia católica el tradicional exclusivismo sacerdotal o si asumimos la
diversidad ministerial trazada por el Concilio Vaticano ii.
De la diversidad ministerial en las iglesias neotestamentarias al exclusivismo clerical en la Iglesia medieval
Diversas formas de liderazgo y servicio
en las comunidades neotestamentarias
El regreso a las fuentes propuesto por el Concilio Vaticano ii planteó la
pregunta acerca de la organización eclesial que aparece en el Nuevo Testamento y cuestionó el modelo del sacerdocio del Antiguo Testamento
4 Dos proyectos de investigación aprobados y financiados por la Dirección de Investigaciones
de la Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá: “Liderazgo y servicio en la tradición
católica” (Convocatoria 2006-2008, 21: marzo de 2008 - marzo 2009) y “Género y liderazgo en la tradición católica” (Convocatoria 003/080910, 15: marzo de 2009 - marzo de
2010). Los dos proyectos se inscriben en la línea institucional de investigación “Religión
sociedad y política” y en el eje de investigación “Religión y género” del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Religión, Sociedad y Política.
5 Ver Bibliografía.
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que, a partir del siglo iii, se introdujo en la praxis y la teología eclesiales
debido a la lectura tipológica que hicieron los Padres para demostrar la
continuidad del Antiguo y el Nuevo Testamento, lectura que, al incluir la
continuidad del culto y las funciones cultuales, promovió la sacerdotalización de los ministerios6.
Dicha mirada a las fuentes mostró que en la actividad de Jesús no
hubo acciones cultuales de tipo sacerdotal y que, por el contrario, cuestionó la absolutización que el judaísmo había hecho del culto, de la pureza
ritual, del Templo, del descanso sabático, generó con ello la enemistad de
la clase sacerdotal.
En continuidad con la actividad de Jesús, los primeros cristianos rompieron con las prácticas religiosas judías, y en la organización de la comunidad de creyentes, sus dirigentes no ejercieron funciones de culto, no
recibieron el título de sacerdotes ni se consideraban personas sagradas,
razón por la cual, la denominación de los diversos ministerios eclesiales
que aparece en el Nuevo Testamento proviene del lenguaje profano.
El libro de Hechos de los apóstoles menciona repetidas veces el ministerio de los apóstoles, a los que identifica con los doce que ejercen
funciones de dirección, al mismo tiempo que garantizan la unidad y la
continuidad de la enseñanza como testigos de la resurrección. El mismo
escrito lucano menciona el ministerio de los siete creado para responder
a una nueva necesidad de la comunidad e instituido mediante la elección, oración e imposición de manos (Hch 6,1‑5). También menciona el
ministerio de los presbiteroi como responsables en las comunidades (Hch
11,30; 14,23; 15,2 - 16,4; 21,18) y el ministerio de los episkopoi o vigilantes de la comunidad (Hch 20,28). Señala, asimismo, la presencia de
mujeres en las comunidades neotestamentarias: las que, encabezadas por
María, formaban parte del grupo que se reunía para orar y que recibió el
6 “Establecer una relación entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el de la Nueva Alianza fue una constante entre los Santos Padres y una norma asumida por la liturgia romana.
[…] Esta manera de expresarse del lenguaje patrístico y del litúrgico de la Iglesia choca con
el estilo del Nuevo Testamento, que rehúye la terminología sacerdotal en sentido estricto
y no deja en buen lugar al gremio de los sacerdotes de Israel”. Ramón Arnau, Orden y
ministerios, Madrid: bac, 1995, pp. 5-6. “A un especialista de la exégesis especialmente de
la carta a los Hebreos le resulta claro en 1980 que la utilización de categorías sacerdotales conlleva el peligro manifiesto de retornar inconscientemente a la concepción ritual del
culto del Antiguo Testamento; con lo que se llega a hacer del sacerdote cristiano un nuevo
sacerdote antiguo. En el pasado ese peligro de regresión no pudo ser evitado. Con acierto
concluye Vanhoye que ‘en nuestros días es precisamente la tendencia contraria la que ha
llegado a ser dominante y que lleva a rehusar la expresión sacerdotal en la realidad cristiana’”. Alberto Parra, “Tribu sacerdotal y exclusivismo cultual”. En Theologica Xaveriana 59,
abr-jun 1981, p. 141.
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Isabel Corpas de Posada
Espíritu en Pentecostés (Hch 1,14; 2,1‑2); las numerosas protagonistas de
este primer capítulo de la difusión del evangelio, entre quienes se destaca
María, la madre de Marcos, en cuya casa se congregaba la comunidad
(Hch 12,12), ejerciendo, como muchas otras, funciones de liderazgo y
servicio en las comunidades de creyentes.
Los escritos paulinos mencionan diversas formas de liderazgo y servicio: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y doctores, entre otros. La
carta a los Romanos enumera una serie de dones o carismas con su correspondiente ministerio (Rm 12,6‑8). La primera carta a los Corintios también
propone una lista de carismas y, a propósito de estos dones, enumera los
ministerios (1 Co 12,27‑31), anotando que, para construir la comunidad
eclesial parece necesario que haya un cierto orden en el ejercicio de los
dones y, por lo tanto, de los ministerios (1 Co 14,26-32.37-40). La carta
a los Efesios, a su vez, hace una lista de los dones o carismas (Ef 4,7) y
de los ministerios (Ef 4,11), cuya finalidad es “el recto ordenamiento de
los santos en orden a las funciones del ministerio, para la organización y
edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12) que es la Iglesia. Por otra parte,
los escritos paulinos muestran la gran estima de Pablo hacia algunas de
sus compañeras en la difusión del evangelio, quienes debieron trabajar en
igualdad de condiciones con los varones en la difusión del evangelio y en
la organización de la Iglesia: Febe, diakonos en la Iglesia de Cencras, el
puerto de Corinto (Rm 16,1‑2); Ninfas (Col 4,15); Priscila, que reunía la
ekklesia en su casa (Rm 16,3‑5) e instruyó a Apolo en el camino de Dios
(Hch 18,26); María (Rm 16,6); Trifena, Trifosa y Pérside (Rm 16,12); Claudia (2 Tm 4,21); Evodia y Sintique (Flp 4,2); la madre de Rufo, Julia (Rm
16,13); y la hermana de Nereo (Rm 16,15). De la presencia de mujeres
en las comunidades neotestamentarias también sabemos por la orden de
llevar el velo en las asambleas que aparece en la i Corintios (1 Co 11,2‑16)
y por la orden de callar, también en las asambleas, que aparece en la i
Corintios (1 Co 11,5; 14,33b‑35).
Las tres cartas llamadas pastorales —i y ii Timoteo y Tito— contienen
interesante información a propósito de la organización de las primeras comunidades. Estas cartas suelen datarse a finales del siglo i o comienzos del
ii, cuando las comunidades tratan de organizarse en medio de persecuciones y de la influencia de maestros de otras doctrinas. Las cartas describen
las cualidades que deben tener quienes organizan una comunidad —no
las funciones que deben ejercer—, y es aquí donde dichos dirigentes reciben una nueva denominación: el episkopos o vigilante; los presbiteroi o
ancianos; los y las diakonoi o servidores, hombres y mujeres; los doctores
o maestros; y las viudas (1 Tm 3,1‑7. 8‑13; 5,9‑10.17; 6,3‑10; Tt 1,5‑9).
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Ahora bien, estas funciones ministeriales no suponían sacralización de las
personas y los episkopoi, presbiteroi y diakonoi que menciona la i Timoteo,
junto con las característica del grupo de las viudas y el de los doctores, o
los presbiteroi de la carta a Tito, eran vigilantes, ancianos y servidores que
organizaban la comunidad. Muy significativa es la alusión a las cualidades
de las mujeres diáconos y de las viudas que hace la i Timoteo (1 Tm 3,11;
5,9‑10). En cuanto a las primeras, no se trata de esposas de los diáconos,
como las lecturas androcéntricas del texto lo han interpretado, sino de mujeres que ejercían un servicio en las comunidades, como Febe, la diakonos
en la Iglesia de Cencras (Rm 16,1‑2), cuyo nombre quedó registrado. En
cuanto a la lista o catálogo de las viudas, no parece referirse simplemente
al estado civil de las mujeres que habían perdido a los esposos, sino a un
servicio que ejercían en las comunidades estas mujeres, posiblemente de
estado civil viudas. Y llama la atención que las cualidades que se exige a
las viudas son las mismas que la carta exige para el episkopos y los diakonoi, las mismas que la carta a Tito establece para el presbítero: distinguirse
por sus buenas obras, no haber tenido sino un solo esposo, haber criado
bien a sus hijos y saber acoger a los que llegaran a su casa.
Por su parte, el evangelio de Mateo se ocupa del ejercicio de la autoridad en las comunidades, probablemente desde la circunstancia de su
propia comunidad en la que había problemas internos7. El evangelio refleja el ambiente sinagogal, cuyas formas de autoridad habría adoptado la
comunidad mateana. Por eso la autoridad de Pedro y los discípulos consiste en “atar y desatar” (Mt 16,19; 18,18), que es una expresión de origen
rabínico, y a Pedro se le entregan las llaves del reino (Mt 16,19), expresión
que tiene sus raíces en la forma como se otorgaba el poder a un ministro
en tiempos de la monarquía (Cf. Is 22,22). Ahora bien, lo que preocupa al
autor del evangelio es dejar en claro que la autoridad de los dirigentes de
la comunidad viene directamente de Jesús y la autoridad de Jesús viene de
Dios (Cf. Mt 28,18), como también que la autoridad en las comunidades
de creyentes se caracteriza como un servicio8, según el espíritu del evangelio y el ejemplo mismo de Jesús
7 “Entre sus miembros se han repartido también carismas, similares a los que se describen en
1 Co 12,27-28. Existen profetas, doctores y escribas (Cf. Mt 23,34); a los profetas hay que
dispensarles un tratamiento especial (Cf. Mt 10,41). Los discípulos tienen poder de expulsar
espíritus inmundos, sanar enfermos y resucitar muertos (Cf. Mt 10,8); y, aún más, existe una
fe portentosa, capaz de mover montañas (Cf. Mt 17,20)”. Raymond Brown, Las iglesias que
los apóstoles nos dejaron, Bilbao: ddb, 1982, pp. 176-177.
8 Este espíritu de servicio lo plantea la respuesta de Jesús a la madre preocupada por los
puestos que sus hijos iban a ocupar en el reino: “Como ustedes saben, entre los paganos
los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre
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Isabel Corpas de Posada
Sacerdotalización y clericalización
de las funciones de liderazgo y servicio
El paso de los ministerios al sacerdocio, conocido como proceso de sacerdotalización9, comenzó al final del siglo ii. Hasta entonces, los dirigentes
de la comunidad no habían ejercido funciones de culto, no recibían el
título de sacerdotes10 ni eran considerados personas sagradas11, en un contexto eclesial en el que las mujeres participaban activamente en la vida de
las comunidades, asumiendo responsabilidades de liderazgo y servicio12.
Ocurrió debido a la necesidad de mostrar la continuidad entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento que el gnosticismo cuestionaba y que ocasionó la
transposición de las instituciones del judaísmo a la comunidad eclesial:
el sumo sacerdote se equiparó con el episkopos, los sacerdotes con los
presbiteroi y los levitas con los diakonoi, considerando los tres ministerios
como “órdenes” o “tagmas” a la manera del culto antiguo. Como consecuencia de este proceso, los dirigentes se convirtieron en funcionarios del
culto y su oficio se interpretó como dignidad. Estos cambios coincidieron
con el paso de una Iglesia que se entendía a sí misma como comunidad a
entenderse como institución jerárquica e incluso a considerarse casi únicamente como la jerarquía eclesiástica. Además, estos cambios repercuellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande,
deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo.
Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y
para dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,25-28).
9 Alberto Parra define el proceso de sacerdotalización de los ministerios como “proceso de
histórica interpretación de los ministros y los ministerios de la Iglesia a nivel teórico y práctico en categorías provenientes del Antiguo Testamento. Proceso que conlleva no una simple
denominación externa en términos sacerdotales (quaestio de nomine) sino realidades de
muy profunda denominación”. Parra, Alberto. “El proceso de sacerdotalización: Una histórica interpretación de los ministerios eclesiales”. En Theologica Xaveriana 28 (1) 1975, p. 82.
10 Su denominación provenía del lenguaje profano, como consta en las listas de ministerios de
los escritos neotestamentarios (Cf. Ef 4,11; I Co 12,27-31; Rm 12,6-8) y en la llamada triada
episkopoi (los vigilantes), presbiteroi (los ancianos) y diakonoi (los servidores) que aparece
en las cartas pastorales (Cf. 1 Tm 3,1-7; 5,17-25; 3,8-13; Tt 2,2-5), junto con las mujeres
diáconos (Cf. 1 Tm 3,11), las viudas (Cf. 1 Tm 5,9-10) y los maestros (Cf. 1 Tm 4,1-11).
11Cf. Borobio, Los ministerios en la comunidad, p. 145; Castillo, Los ministerios de la Iglesia, p. 49.
12 Tabitá (Hch 9,36); Lidia (Hch 16,14); María, la madre de Marcos, en cuya casa se congregaba la comunidad (Hch 12,12); las de Antioquía de Pisidia (Hch 13,50-51) y Tesalónica
(Hch 17,4-12); Damaris (Hch 17,34); Febe, diakonos en la Iglesia de Cencras, (Rm 16,1-2);
Ninfas (Col 4,15) y Priscila, la mujer de Aquila, que reunían la ekklesia en su casa (Rm 16,35); María, “que tanto ha trabajado” (Rm 16,6); Trifena, Trifosa y Pérside, “que trabajan en
la obra del Señor” (Rm 16,12); Evodia y Sintique, “que lucharon a mi lado [de Pablo] en el
anuncio del evangelio” (Flp 4,2); la madre de Rufo, Julia (Rm 16,13) y la hermana de Nereo
(Rm 16,15); Claudia (2 Tm 4,21), Evodia y Sintique (Flp 4, 2.15).
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tieron en la progresiva marginación y definitiva exclusión de las mujeres
de la organización eclesial.
Aunque no son los únicos, tres escritos responden por el proceso de
sacerdotalización13: la Carta a los Corintios, que a finales del siglo i exhortaba a los destinatarios a respetar a sus dirigentes con argumentos tomados
del culto judío; Adversus Haereses, que en el siglo ii planteó los fundamentos teológicos de la sacerdotalización; y la descripción de la liturgia
en la Traditio Apostolica, que en el siglo iii evidencia la comprensión de
los ministerios como sacerdocio.
Dos circunstancias habrían repercutido en la forma de ejercer las funciones de liderazgo y servicio al comenzar el segundo milenio: por una
parte, la feudalización de los cargos eclesiásticos, que dejaba sin rentas al
sacerdote, introdujo la práctica de las ordenaciones absolutas como medio
de subsistencia, circunstancia que llevó a las autoridades eclesiásticas a
emprender una reforma —la reforma gregoriana— que, al impedir la injerencia de los laicos en los asuntos eclesiásticos consagró la división entre
jerarquía y laicado; por otra parte, el sistema penitencial que los monjes
anglosajones llevaron al continente europeo promovió las ordenaciones
en los monasterios para responder a las necesidades de los fieles, pues la
penitencia podía conmutarse por misas, lo cual convirtió al sacerdote en
profesional de las misas14.
Por esta época se elaboró la teología sacramental y, consiguientemente, la teología del sacramento del orden y a dos autores debe la teología
dicha elaboración: Pedro Lombardo en las distinciones 24 y 25 del Cuarto libro de sentencias y Tomás de Aquino en las cuestiones 34 a 40 del
Supplementum de la Suma Teológica.
Es este último autor el que fijó las líneas teológicas del sacramento del
orden que se convirtieron en doctrina eclesial. En la cuestión 34 relacionó
“orden” con ordenamiento según el orden de la creación querido por Dios
y en el cual los seres inferiores son conducidos por los seres superiores,
orden que también tiene que darse en la Iglesia en la que “unos dispensan
los sacramentos a los otros”15. En la misma cuestión 34, se ocupa de la forma del sacramento del orden, como colación de un poder que es transmi-
13 Parra, Alberto. “El proceso de sacerdotalización: una histórica interpretación de los ministerios eclesiales”. En Theologica Xaveriana 28(1) 1978, pp. 79-100.
14Michel Mounier y Bernard Tordi, Sacerdote… ni más ni menos, Bilbao: Mensajero, 1997,
p. 93.
15 Cf. Ibíd., III p., q. 34, a. 1.
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tido por quien tiene el poder16, comprensión que es el hilo conductor de la
reflexión. Se trata del poder para consagrar la eucaristía y el consiguiente
poder de jurisdicción:
El sacerdote tiene dos funciones: una principal, que tiene como objeto el
cuerpo real de Cristo; la otra secundaria, el cuerpo místico de Cristo. Esta
segunda función depende de la primera y no al revés17.
Por eso, el sacerdote puede bautizar y confesar. En cuanto a la materia,
esta misma cuestión 34 precisa que es la entrega de los instrumentos para
el sacrificio18, es decir, el cáliz y la patena, y trata, en esta misma cuestión, del carácter que imprime el sacramento del orden: “es un poder
espiritual”19 o potestad para consagrar el cuerpo eucarístico. Haciendo
eco a una preocupación teológica de sus contemporáneos, al mismo tiempo que para responder a quienes negaban las llamadas órdenes menores,
la cuestión 35 afirma que todos los órdenes imprimen un carácter distintivo propio, pues todos suponen un poder espiritual (potestas spiritualis)
diverso, aclarando, además, que “el retorno del clérigo al estado laical no
suprime este carácter”20. Además, al demostrar que son siete, anota que
se escalonan en grados y que para llegar a los grados superiores hay que
pasar por los inferiores. El efecto del sacramento del orden, que aborda
la cuestión 35, es que el sacramento confiere la gracia, pero también el
poder de conferirla21. Y acerca del ministro que confiere el sacramento del
orden, fiel a la tradición anterior, recuerda que es el obispo, pues “quien
tiene la plenitud del poder es quien concede el poder”, por lo cual el obispo es quien ordena a los sacerdotes, diáconos y subdiáconos, mientras
que para las otras órdenes el obispo puede delegar su poder22.
De Santo Tomás es la fórmula in persona Christi 23, que empleó para
referirse a la función del sacerdote en la consagración eucarística al acla16 Cf. Ibíd., III p., q. 34, a. 4. Esta visión es la que recoge el Pontifical Romano al precisar que
la forma son las palabras que pronuncia el obispo: “Accipe potestam offerre sacrificium
Deo, Missasque celebrare, tam pro vivis quam pro defunctis in nomine Domini”. Citado por
Alberto Parra, Sacerdotes de ayer, ministros de mañana: Para una teología del ministerio
eclesial, Bogotá: puj, s. f., p. 186.
17 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica Supplementum, III p., q. 36, a. 2.
18 Ibíd., III p., q. 34, a. 5.
19 Ibíd., III p., q. 34, a. 2.
20 Ibíd., III p., q. 35, a. 2.
21Ibíd.
22 Ibíd., III p., q. 38, a. 1.
23 Aimé George Martimort, “El valor de la fórmula teológica in persona Christi”. En Congregación para la Doctrina de la Fe, El sacramento del orden y la mujer: de la Inter
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rar si un ministro moralmente indigno podía consagrar. Su respuesta, que
luego se constituiría en doctrina eclesial, fue que no es el ministro quien
consagra sino que lo hace en nombre de Cristo, en representación de Cristo, in persona Christi, aunque también afirmara que actúa en nombre de
toda la Iglesia, “in persona totius Ecclesiae”24. De lo que se trataba era de
precisar que el sacerdote no actúa en su propia potestad sino desde la que
Cristo le concede para obrar en representación suya porque participa del
sacerdocio de Cristo por la ordenación. Ahora bien, Santo Tomás consideraba que para que el sacramento sea signo se requiere que tenga semejanza natural con lo que significa, y de este argumento se valió para explicar
por qué las mujeres no pueden recibir la ordenación.
La sacramentología de Santo Tomás de Aquino se convirtió en doctrina eclesial en el Concilio de Florencia (1438‑1445), que definió “la
verdad sobre los sacramentos de la Iglesia” en el Decreto para los armenios (1439) y fijó la doctrina del sacramento del orden25, precisando,
además, que el sacerdote tiene autoridad de absolver y que consagra la
eucaristía al repetir “en persona de Cristo” (in persona Christi) las palabras que se definen como la forma del sacramento (Cf. Dz 696‑702). Y
estas líneas teológicas, a su vez, también pasaron al Concilio de Trento
(1545‑1563) que, en el contexto del sacrificio de la misa y de la doctrina
eucarística, formuló la doctrina acerca del poder o potestas que confiere este sacramento, como “poder de consagrar, ofrecer y administrar el
cuerpo y la sangre del Señor” (Dz 957) y relacionó el sacramento del
orden con el “poder de perdonar y retener los pecados” (Ibíd.), tema
que desarrolla más ampliamente el “Decreto sobre el sacramento de la
penitencia”, al referirse al ministro que ejerce el poder de jurisdicción en
cuanto potestad de atar y desatar (Dz 902).
En este capítulo de la evolución de las funciones de liderazgo y servicio, en el que se definió la doctrina del sacramento del orden, conviene
Insigniores a la Ordinatio Sacerdotalis, Madrid: Ediciones Palabra, 1997, p. 126.
24 Santo Tomas de Aquino, Summa Theologica III, q. 64, a. 8, ad. 2. Citado por Ramón Arnau,
Orden y ministerios, Madrid: bac, 1995, p. 123.
25 El sexto sacramento es el del orden, cuya materia es aquello por cuya entrega se confiere
el orden: así, el presbiterado se da por la entrega del cáliz con vino y de la patena con pan;
el diaconado por la entrega del cáliz vacío y de la patena vacía sobrepuesta, y semejante
de las otras órdenes por la asignación de las cosas pertenecientes a su ministerio. La forma
del sacerdocio es: “Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio en la Iglesia por los vivos y
por los difuntos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y así de las formas
de las otras órdenes, tal como se contiene ampliamente en el Pontifical romano. El ministro
ordinario de este sacramento es el obispo. El efecto es el aumento de la gracia, para que sea
ministro idóneo (Dz 701).
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señalar que no se ordenaba al obispo, por cuanto el sacramento del orden
solamente se refería al oficio sacerdotal adquirido en plenitud en la ordenación sacerdotal; que el diaconado aparece como un escalón de acceso
a este oficio; que la imposición de manos, que había sido el centro del
rito, cambió por la entrega de los instrumentos para el sacrificio; y que la
perspectiva sacerdotal cultual en la que se interpretó el sacramento del
orden quedó consagrada en la liturgia y en la espiritualidad sacerdotal,
como también en los imaginarios que confieren un carácter de dignidad y
honor a los hombres de Iglesia.
Y en cuanto a la exclusión de las mujeres de la organización jerárquica de la Iglesia, con la institucionalización del cristianismo, vale la pena
recordar que la vida eclesial pasó de las comunidades domésticas a los
espacios públicos de la religión oficial, con lo cual las mujeres quedaron
marginadas26, como quiera que en una cultura patriarcal, que es la que
ha condicionado las prácticas v doctrinas de la Iglesia, la mujer estaba
reducida al ámbito de la familia. Por otra parte, la sacerdotalización y
consiguiente sacralización del culto y de los sacerdotes implicaba prohibiciones relacionadas con la pureza cultual que también discriminaban
y marginaban a las mujeres. Además, la fórmula de Santo Tomás para
justificar que la actuación del ministro en la eucaristía no es a título personal se convirtió en argumento para negar la ordenación de las mujeres,
probablemente porque fue asumida acríticamente por las siguientes generaciones de teólogos y de hombres de Iglesia.
Del exclusivismo clerical a la diversidad de ministerios
en el magisterio eclesial a partir de Vaticano ii
Para responder teológicamente al compromiso de los laicos en las décadas
anteriores al concilio y complementar la eclesiología que, fundamentada
en la imagen paulina del cuerpo místico, había propuesto el papa Pío xii
en la encíclica Mystici Corporis, los teólogos de la segunda mitad del siglo xx, principalmente autores como De Lubac27, Congar28, Semmelroth29,
26Joanna Dewey interpreta este cambio en razón del paso de un movimiento oral, en el que los
marginados podían participar, a un movimiento dependiente de textos escritos que fueron
seleccionados por quienes poseían el saber y, consiguientemente, el poder, es decir, por los
hombres cultos que, a lo mejor sin pretenderlo, omitieron, marginaron y definitivamente
suprimieron a las mujeres de la vida de la comunidad. Cf. Joanna Dewey, “De las historias
orales al texto escrito”. En Concilium 276, 1998.
27Henri De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao: ddb, 1958.
28Yves-Marie Congar, Jalones para una teología del laicado, Barcelona: Estela, 1965.
29Otto Semmelroth, La Iglesia como sacramento original, San Sebastián: Dinor, 1963.
Congreso Continental de Teología
x 39
Rahner30 y Schillebeeckx31, a la luz de la reflexión que el Nuevo Testamento hizo de la experiencia eclesial, mostraron otra visión de Iglesia como
comunidad de los consagrados por el Espíritu Santo, pueblo sacerdotal,
nuevo pueblo de Dios, sacramento de salvación que prolonga y actualiza
en la historia la salvación de Cristo. Esta visión de iglesia destacaba lo que
es común a todos los cristianos —la consagración bautismal— y afirmaba
que el sacerdocio común de los fieles —sacerdocio bautismal— es anterior al sacerdocio ministerial. También la común vocación a la santidad
y la igual dignidad de todos los cristianos en la diversidad de funciones.
Acogiendo las líneas eclesiológicas trazadas por la teología, el Concilio Vaticano ii propuso una eclesiología de signo comunitario32 que formuló en la visión de la Iglesia como pueblo de Dios (Cf. lg 9), pueblo
sacerdotal, profético y real, y en la imagen de la Iglesia como sacramento,
es decir, signo e instrumento de la unión del género humano entre sí y con
Dios (Cf. lg 1) y sacramento universal de salvación (gs 45).
Así, para la eclesiología del Vaticano ii, la consagración bautismal
fundamenta la participación “en la misión de todo el pueblo cristiano en
la Iglesia y en el mundo” (lg 31), misión que el concilio identifica como
la triple función, sacerdotal, profética y real de Cristo, y al señalar que la
comunidad de los bautizados es anterior a quienes ejercen en ella un ministerio, afirmaba la unión de clérigos y laicos en una misma fidelidad a la
vocación cristiana y a la misión de la Iglesia.
El concilio solamente se refirió a los ministerios eclesiales tradicionales de obispo, presbítero y diácono, perfilando su identidad y misión en
la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium (lg 25‑29), y
dedicando sendos decretos al ministerio de obispos33 y presbíteros34. Pero
30Karl Rahner, La Iglesia y los sacramentos, Barcelona: Herder, 1964.
31Edward Schillebeeckx, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, San Sebastián: Dinor,
1963.
32 Con motivo de los veinte años del concilio, los obispos reunidos en el Sínodo Extraordinario
de 1985 reconocieron la eclesiología de comunión como la idea central del concilio: “La
koinonía-comunión, fundada en la Sagrada Escritura, ha sido muy apreciada en la Iglesia
antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestros días. Por esto el Concilio Vaticano ii ha
realizado un gran esfuerzo para que la Iglesia en cuanto comunión fuese comprendida con
mayor claridad y concretamente traducida en la vida práctica. ¿Qué significa la compleja
palabra comunión? Se trata fundamentalmente de la comunión con Dios por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Esa comunión tiene lugar en la palabra de Dios y en los sacramentos”. Relación final del Sínodo Extraordinario de Obispos de 1985 con motivo de los 20
años del Concilio Vaticano ii. Cita tomada de cl 18 y ee 34.
33Decreto Christus Dominus.
34Decreto Presbyterorum Ordinis.
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Isabel Corpas de Posada
reconoció, también, que la Iglesia es toda ella ministerial y dio pasos significativos en la renovación de los ministerios eclesiales al haber introducido el tema del sacerdocio común en el capítulo sobre el pueblo de Dios y
plantear la visión de la Iglesia como la comunidad de los bautizados y no
sólo como la jerarquía, al tiempo que fundamentó y motivó algunas reformas e hizo posible hablar de ministerios que no dependen del sacramento
del orden, según el siguiente repaso de pronunciamientos de la enseñanza
conciliar y de los papas Pablo vi, Juan Pablo ii y Benedicto xvi acerca de
los ministerios eclesiales.
Durante el concilio, quedó establecido el primer cambio en los ministerios eclesiales con el restablecimiento del diaconado como grado
permanente de la jerarquía en la Iglesia latina que la constitución Lumen
Gentium había ordenado (Cf. lg 29) y que el papa Pablo vi reglamentó en
el motu proprio Sacrum Diaconatus Ordinem (1967)35.
También durante el concilio se produjo la reforma del rito de ordenación de obispos, presbíteros y diáconos, aprobado por Pablo vi en la
constitución apostólica Pontificalis Romani Recognitio (1968) que definía
la materia y la forma del rito de las ordenaciones en la imposición de manos y la oración consecratoria, reforma que reflejaba la perspectiva ministerial del sacramento y modificaba la definición tridentina, de perspectiva
sacerdotal y sacrificial, en la que la materia era la entrega del cáliz y la
patena, y la forma eran las palabras con que el obispo entregaba dichos
instrumentos para el sacrificio.
Un tercer cambio fue la reforma de las órdenes menores que habían
existido en la Iglesia como etapas o escalones de ascenso en el itinerario hacia el sacerdocio. El motu proprio de Pablo vi Ministeria Quaedam
(1972) redujo dichas órdenes menores, que eran cuatro, a los ministerios
de acólito y lector con autonomía y estabilidad, aunque únicamente para
los varones. Con esta disposición, no sólo se introdujo un cambio en el
número sino en su denominación y sentido, pues pasaron de llamarse
“órdenes” a llamarse “ministerios” y su colación, en lugar de llamarse
“ordenación”, se llamó “institución”. Además, quienes reciben estos ministerios permanecen en el estado laical, mientras quienes recibían las
órdenes menores entraban a pertenecer al estado clerical36. En lo que no
hubo cambio fue en que tanto quienes recibían las órdenes menores como
35 Años después, la Congregación para el Clero publicó el Directorium Pro Ministerio et
Vita Diaconorum Permanentium (1998) y la Congregación para la Educación Católica, por su parte, las normas para la formación de los diáconos permanentes en la Ratio
fundamentalis institutionis diaconorum permanentorum (1998).
36 Cf. Ramón Arnau, Orden y ministerios, Madrid: bac, 1995, p. 291.
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x 41
quienes actualmente reciben los ministerios de acólito y lector eran y siguen siendo únicamente varones.
Otro paso significativo en la renovación de los ministerios eclesiales
dio el papa Pablo vi en la exhortación Evangelii Nuntiandi (1975). Después de señalar que la Iglesia toda es misionera, al enumerar los agentes
responsables de la evangelización y mencionar las responsabilidades del
papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los seglares, la familia y los
jóvenes en la tarea evangelizadora de la Iglesia (Cf. en 59‑72), se detuvo
en los ministerios diversificados que pueden ejercer los laicos y propuso la
primera lista de ministerios distintos del acolitado y lectorado: catequistas,
animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de
la palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de
pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros
responsables37.
Ahora bien, ese mismo año, el papa Pablo vi expresó la posición de la
Iglesia Católica sobre la ordenación de las mujeres en una carta al Arzobispo de la Iglesia Anglicana:
No es admisible ordenar mujeres para el sacerdocio, por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles
sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a
Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está
en armonía con el plan de Dios para su Iglesia38.
Comoquiera que la ordenación de mujeres seguía siendo motivo de discusión, Pablo vi encargó a la Congregación para la Doctrina de la Fe una
exposición doctrinal que aprobó y ordenó publicar en la declaración Inter
Insigniores (1976) cuyo argumento eran las mismas “razones verdaderamente fundamentales” de la carta al arzobispo de Cantórbery: el ejemplo
de Cristo que sólo escogió hombres como apóstoles; la tradición de la
37 Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores
en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de esta, ejerciendo
ministerios muy diversos, según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles.
[…] Tales ministerios, nuevos en apariencia pero muy vinculados a experiencias vividas
por la Iglesia a lo largo de su existencia –catequistas, animadores de la oración y del canto,
cristianos consagrados al servicio de la palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos
necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u
otros responsables– son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia
y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos (en 73).
38 Pablo vi. Carta del Arzobispo de Cantórbery, Dr. F. D. Coogan, el 30 noviembre de 1975.
Citada en os 1.
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Iglesia, que ha imitado a Cristo; el magisterio, que ha establecido que la
exclusión de las mujeres al sacerdocio está en armonía con el plan de Dios
para la Iglesia, subrayando en la Introducción de la carta que la Iglesia,
“por fidelidad al ejemplo de su Señor, no se considera autorizada a admitir
a las mujeres a la ordenación sacerdotal” (ii, Introducción). También argumentaba que la práctica de no admitir que las mujeres pudieran recibir válidamente la ordenación sacerdotal “gozaba de la condición de posesión
pacífica y universal” (ii 1) y que “la tradición de la Iglesia ha sido tan firme
a lo largo de los siglos que el magisterio no ha sentido la necesidad de
intervenir” (Ibíd.); que no se debía a condicionamientos culturales el que
Jesús no hubiera llamado a ninguna mujer a formar parte de los Doce, (Cf.
ii 2); que María no fue “llamada a entrar al Colegio de los Doce” (ii 3); que,
“a pesar de su papel tan importante en el momento de la Resurrección, la
colaboración de la mujer no llega, para San Pablo, hasta el ejercicio del
anuncio oficial y público del mensaje, que queda en la línea exclusiva de
la misión apostólica” (Ibíd.); que las prescripciones paulinas referentes a
las mujeres, como el uso del velo, son de orden disciplinar y ya no tienen
valor normativo, mientras que la prohibición de hablar en la asamblea
“está ligada al plan divino de la creación” (ii 4). El otro argumento, que
calificaba como enseñanza constante de la Iglesia, fue que “el obispo o
el sacerdote en el ejercicio de su ministerio no actúa en nombre propio,
in persona propria; representa a Cristo que obra a través de él” (ii 5), particularmente en la eucaristía, cuando actúa “in persona Christi, haciendo
las veces de Cristo” y “no habría esa ‘semejanza natural’ que debe existir
entre Cristo y su ministro si el papel de Cristo no fuera asumido por un
hombre” (Ibíd.).
En la vii Asamblea General de los Obispos de 1987, en la que los
padres sinodales pidieron mayor claridad sobre las palabras ministerio,
deber y oficio, hubo un nuevo pronunciamiento eclesial acerca de los
ministerios, definiendo el ministerio instituido como:
… servicio que debe ejercerse en nombre y con la autoridad de la Iglesia,
establemente aunque no necesariamente perpetuo, implicando una particular participación en la triple función de Cristo39.
También la exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici (1988),
en la perspectiva de la eclesiología de comunión, recordó que, por el don
del Espíritu Santo, la comunión eclesial se configura como:
39 Sínodo de Obispos de 1987, Proposición 18. En Vida Nueva (1606)7, 1987, p. 60.
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… comunión orgánica caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de
vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades [todos
los cuales] existen en la comunión y para la comunión (cl 20).
En cuanto a los ministerios, escribió Juan Pablo que son, todos, “participación en el ministerio de Jesucristo” (cl 21): unos derivan del sacramento
del orden por el cual los ministros ordenados reciben “la autoridad y el
poder sacro para servir la Iglesia in persona Christi capitis (personificando
a Cristo Cabeza)” (Ibíd.) y los otros derivan del bautismo y la confirmación
y son ejercidos por los laicos, quienes:
… en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en
su propia medida (cl 23).
Y el Papa recomendaba a los pastores:
… reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles
laicos que tienen su fundamento sacramental en el bautismo y la confirmación y, para muchos de ellos, además en el matrimonio (cl 23).
El tema de los ministerios eclesiales volvió a aparecer en la viii Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1990, dedicada a la formación de los sacerdotes, y en el documento postsinodal Pastores Dabo
Vobis (1992), en el que para fundamentar teológicamente el ministerio de
los presbíteros, el papa Juan Pablo recordó la eclesiología de comunión
presentada en Christifideles Laici40. El documento ofrece la tradicional
perspectiva sacerdotal, pero también es explícita la perspectiva ministerial, por ejemplo, al precisar que el sacerdote ministro es servidor de Cristo
porque participa en la unción y en la misión de Cristo, prolongando en
la Iglesia su acción salvífica; servidor de la Iglesia misterio porque realiza
los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado;
servidor de la Iglesia porque —unido al obispo y en estrecha relación con
el presbiterio— construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios; servidor de la Iglesia
40 “No se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es bajo este
multiforme y rico conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan
en la comunión de la Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de
la unidad de todo el género humano (Cf. lg 1). Por ello, la eclesiología de comunión resulta
decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su
misión en el pueblo de Dios y en el mundo” (pdv 12).
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misión porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del evangelio
(Cf. pdv 16).
Otro pronunciamiento a propósito de los ministerios eclesiales fue la
carta Ordinatio Sacerdotalis (1994), en la que el papa Juan Pablo declaró
en forma definitiva la exclusión de la mujer de los ministerios ordenados
aduciendo las “razones fundamentales” que Pablo vi había planteado y
que ya antes había repetido en Mulieris Dignitatem41 y Christifideles Laici42: Cristo sólo llamó hombres como apóstoles y la Iglesia ha imitado a
Cristo al no admitir que las mujeres recibieran la ordenación sacerdotal
que “desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica
exclusivamente a los hombres” (os 1), calificando esta práctica como “designio eterno de Dios” (os 2) y “norma perenne” (Ibíd.). El Papa cuestionó
las opiniones de quienes consideraban discutible o atribuían valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a
la ordenación, a pesar de que la doctrina sobre la ordenación sacerdotal
pertenecía a la Tradición constante y universal de la Iglesia y recordada
por el magisterio eclesial en recientes documentos, declarando en forma
definitiva:
En virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos […] y
con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia,
que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia […] declaro que
la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación
sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como
definitivo por todos los fieles de la Iglesia. (os 4)
41 Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente
libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso
en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a
la tradición avalada por la legislación de su tiempo. Por lo tanto, la hipótesis de que haya
llamado como apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo,
no refleja completamente el modo de obrar de Cristo […] En la eucaristía se expresa de
modo sacramental el acto redentor de Cristo Esposo en relación con la Iglesia Esposa. Esto
se hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental de la eucaristía —en la que
el sacerdote actúa in persona Christi— es realizado por el hombre. Esta es una explicación
que confirma la enseñanza de la declaración Inter Insigniores, publicada por disposición de
Pablo vi, para responder a la interpelación sobre la cuestión de la admisión de las mujeres
al sacerdocio ministerial (md 26).
42 En la participación en la vida y en la misión de la Iglesia, la mujer no puede recibir el
sacramento del orden; ni, por tanto, puede realizar las funciones propias del sacerdocio
ministerial. Es esta una disposición que la Iglesia ha comprobado siempre en la voluntad
precisa –totalmente libre y soberana– de Jesucristo, el cual ha llamado solamente a varones
para ser sus apóstoles (cl 51).
Congreso Continental de Teología
x 45
Pero como el debate no había quedado cerrado, un año después el entonces cardenal Ratzinger publicó la “Respuesta de la Congregación
para la Doctrina de la Fe a la duda acerca de la doctrina contenida en la
carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis” para aclarar que la declaración
del Papa era definitiva e infalible y que todos los fieles estaban obligados a aceptarla, no propiamente porque hubiera definido una doctrina
infalible sino porque las palabras del Papa se referían a una doctrina de
suyo infalible.
También en la perspectiva de la eclesiología de comunión es un nuevo pronunciamiento eclesial en relación con los ministerios eclesiales en
la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America (1999). Desde
la perspectiva de la Iglesia como sacramento de comunión, en el capítulo
que traza el camino para la comunión, presenta los ministerios eclesiales
en clave de comunión: los obispos como “promotores de comunión” (ea
36), los presbíteros como “signo de unidad” (ea 39) y, al recordar los ámbitos en los que se realiza la vocación de los laicos, en el que podría llamarse “intraeclesial”, escribió las siguientes palabras que recogen y sintetizan
la enseñanza de los documentos anteriores:
Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de aportar sus talentos y carismas a la construcción de la comunidad eclesial como delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados,
animadores de grupos etc. Los padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca algunas de estas tareas como ministerios
laicales, fundados en los sacramentos del bautismo y la confirmación,
dejando a salvo el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del orden […] y evitando, sin embargo, una posible confusión con
los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento
del orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los fieles del
sacerdocio ministerial (ea 44).
También mencionó los ministerios el papa Benedicto xvi en su exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis (2007) al referirse al papel activo
de la familia en el proceso de preparación y celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (sc 19) y a la participación de laicos en las
celebraciones eucarísticas (sc 43‑51) y en las asambleas dominicales en
ausencia de sacerdote (sc 75).
Algunos desafíos a la teología latinoamericana y a las prácticas eclesiales: ¿exclusivismo sacerdotal o diversidad ministerial como formas de
liderazgo y servicio en la Iglesia católica?
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Isabel Corpas de Posada
Las propuestas de los documentos del magisterio publicados durante y
después del Concilio Vaticano ii acerca de los ministerios eclesiales resultan innovadoras con respecto a anteriores pronunciamientos enmarcados,
por razones de tipo histórico, en la perspectiva sacerdotal.
Sin embargo, los cambios no son tan evidentes en la vida de la Iglesia
actual y plantean desafíos a la teología latinoamericana y a las prácticas
eclesiales. Quizá porque durante casi veinte siglos, en la tradición católica, el oficio sacerdotal —interpretado según el modelo del “culto antiguo”
y denominándolos sacerdotes, levitas, hijos de Aarón, e incluso relacionándolos con Melquisedec— ha acaparado las funciones de liderazgo y
servicio, con la consiguiente sacralización del ministerio sacerdotal reducido a una función mediadora cultual de tipo personal, lo cual no corresponde a la experiencia de las primeras comunidades de creyentes que
rompieron con las mediaciones sacerdotales veterotestamentarias.
Nuevos caminos se abren para los ministerios eclesiales en la Iglesia
que es toda ella ministerial. Los ministerios ordenados no pueden entenderse —y menos aún vivirse— como dignidades ni en función de un poder
o autoridad que confiere el sacramento del orden sino como servicio a
la comunidad. Tampoco pueden ofrecer seguridades, tanto a quienes los
ejercen como a quienes se benefician de las funciones que realizan. Estos nuevos caminos permiten vislumbrar, no sólo en los documentos sino
en la praxis eclesial, ministerios probablemente distintos del ministerio
ordenado, pero sí reconocidos como ministerios en la comunidad convocada y enviada. Ministerios eclesiales al servicio de la comunión que
se configura, al decir de Christifideles Laici, como “comunión orgánica
caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios,
de los carismas y de las responsabilidades”, todos los cuales “existen en
la comunión y para la comunión” (cl 20). Porque en la Iglesia, que es
carismática y ministerial, el Espíritu distribuye sus dones y carismas para
el bien de toda la comunidad y la acción del mismo Espíritu la anima y
la organiza para el servicio. Por eso, cada ministerio supone un carisma o
don del Espíritu para la construcción de la comunidad, y carismas y ministerios se ejercitan como participación personal en la misión de la Iglesia:
en la comunión y para la comunión.
Ahora bien, las líneas eclesiológicas trazadas por Vaticano ii y el testimonio neotestamentario de que en las primeras comunidades no existía
una organización jerárquica ni figuras sacerdotales indican que es posible
en la Iglesia Comunión, y al mismo tiempo deseable, poner en práctica
Congreso Continental de Teología
x 47
los ministerios ordenados y no ordenados al servicio de la comunión y la
misión de la Iglesia.
Son nuevos caminos en los que hay que enfrentar nuevos desafíos:
¿por qué si el concilio propuso la perspectiva ministerial en lugar de la
perspectiva sacerdotal como clave de interpretación de los ministerios
eclesiales, seguimos hablando de sacerdotes y seguimos considerándolos
personas sagradas?; ¿por qué, a pesar de que el concilio y los documentos
posteriores no se refieren a los ministerios ordenados en términos cultuales
ni los consideran dignidades, seguimos pensando que obispos, presbíteros
y diáconos se ordenan para ejercer funciones cultuales y consideramos
que quienes los ejercen ocupan grados superiores y jerárquicamente ordenados?; ¿por qué los llamados ministerios instituidos —lector y acólito— que Ministeria Quaedam estableció como ministerios permanentes,
siguen siendo escalones de ascenso para la ordenación sacerdotal?; ¿por
qué quienes ejercen ministerios diversificados, de los que habló Evangelii
Nuntiandi y que Christifideles Laici fundamentó en el bautismo y la confirmación y, en algunos casos, en el matrimonio, no pasan de ser auxiliares
de los sacerdotes?; ¿por qué laicos y laicas no hemos asumido nuestra
responsabilidad en la construcción de la comunión eclesial que el Concilio Vaticano ii, y los documentos posteriores nos mostraron y seguimos
recibiendo los bienes de la salvación que la jerarquía nos administra?
También la responsabilidad de las mujeres en la Iglesia constituye un
desafío a la teología y a las prácticas eclesiales. Si bien la discusión quedó
definitivamente cerrada, ¿tendremos las mujeres que seguir excluidas de la
ordenación y, por consiguiente, marginadas de la organización jerárquica
de la Iglesia católica?
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Isabel Corpas de Posada
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