2º PremioAntonio Mateo Romana - IES Isidro de Arcenegui y Carmona

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“Siempre fuertes, pequeña”
No le quedaban fuerzas ni siquiera para dar un paso más, el calor y la humedad debilitaban
progresivamente su delgado y frágil cuerpo. Sus prendas andrajosas y ennegrecidas por su falta
de higiene generaban en ella, un aspecto enfermizo, pálido y desesperanzado.
Solo le quedaba una razón por la que seguir huyendo de Alemania y era el recién nacido que
llevaba sobre sus brazos. Estaba envuelto en una gruesa sábana maloliente, por las heces del
pequeño y su sensible y blanquecina piel como la de su madre tornaba a grisácea debido a que
aun no había sentido el tacto del agua desde que nació.
Llevaba varios días llorando desde que huyeron de Alemania y el único motivo por lo que seguía
vivo, era el pecho de su madre. Drenaba a cada hora los pocos nutrientes que a su madre le
quedaba en su cuerpo y sus ojos profundos y azules brillaban como el zafiro por los llantos.
La causa de su repentina e improvisada marcha era, por encima de cualquier cosa, proteger a su
bebé del peligro inminente que acechaba Alemania. La persistente amenazada contra los judíos
sobre agosto de 1939 se olía desde hacía ya varios meses. La propaganda, boicot y acoso
antisemita se incrementaba cada día a una escala potencial
Pero todo esto no le afecto a ella de forma directa, ya que desde una edad temprana ocultaba su
identidad judía hasta tal punto que ni siquiera su marido, general de guerra nazi, sabía. Sin
embargo ella intuía perfectamente que con los métodos rigurosos que se estaban llevando a cabo
para analizar la “pureza” de la sangre, la acabarían descubriendo.
Presentía que su marido, no iba a traicionar a su nación por el amor y por ello quería alejarse lo
máximo posible de él, porque al fin y al cabo terminaría por acabar con la vida de su esposa y de
su hija. Ya que si sus compañeros de mando desenmascararan que había tenido una hija con una
judía, sería su destitución inmediata e incluso su ejecución.
Gracias a la ayuda de varias personas que conoció durante su escapada, consiguió llegar a la
ciudad de Dánzig en Polonia, con su hija milagrosamente viva. Pero presagiaba que si quería
mantener con vida a su pequeña, debía separarse de ella.
Caminaba agotada y encorvada, arrastrando los pies sobre una calle de las afueras de la ciudad.
Se hizo la noche y con ella el frio. Un silencio perturbador se apoderó de la ciudad, en el que sólo
se escuchaba como el viento azotaba las ramas de los árboles desnudos. Repentinamente la
joven mujer cayó al suelo derrotada. Su hija lloraba con todas sus fuerzas intentando de ese modo
reanimar a su moribunda madre. Sin embargo todos sus intentos eran en vano. Su madre no tuvo
otra alternativa que abandonar a su hija con su propia muerte. El cielo estuvo observando todo lo
ocurrido en cada momento y quiso acompañarles con la llegada de una tormenta. Los relámpagos
destellaban aquella noche cerrada y surgían uno detrás de otro, unidos con una fuerte lluvia que
empapaba ambos cuerpos.
La pequeña dejó de llorar y pareció asumir como una persona que iba a ser ejecutada, la hora de
su muerte. Su ceño ya no parecía fruncido y daba la sensación que deseaba ardientemente seguir
el camino de su madre. Pero, quizás por casualidad o por el destino, la vida no quiso darle esa
oportunidad y lucho para que la pequeña se aferrara a ella como un clavo ardiendo, ya que fue a
pasar a través de la tempestad una señora alertada por aquellos cuerpos estáticos tumbados en el
suelo.
Los ojos de esta mujer se clavaron espantados sobre los sollozos del bebe y su instinto maternal
fue lo que salvó su vida. Era una señora de pelo rizado y negro como el azabache, su tez morena
humedecida por las gotas de agua resaltaban sus pequeños ojos pardos aterrorizados ante
aquella situación. Antes de llevárselo con ella advirtió a su marido, que se encontraba varios
pasos más atrás, que ayudase a la joven desfallecida, incapaz de moverse absolutamente nada.
Corriendo por las calles, llegaron hacia su hogar situado cerca del mar, a pocos metros de donde
habían recogido a ambos cuerpos. Era una pequeña choza de madera de muy pequeño tamaño,
pero de aspecto acogedor. Su fachada fabricada por gruesos troncos de árboles del color de la
tierra mojada acababa en un techo triangular, en el que podían observarse unas tejas
desvencijadas por los años. En su interior, todos sus muebles estaban hechos de madera de roble
y la chimenea que estaba en la zona central de la entrada generaba una agradable temperatura
en su interior.
Vistieron al bebé con mantas limpias y agradables y lo colocaron cerca de la chimenea para que
su calor corporal volviera a su temperatura normal. Con una sonrisa agradecida dibujada en su
debilitado rostro, quedó dormido.
Respecto a su madre, nada pudieron hacer por ella. Por lo que al día siguiente al amanecer, la
enterraron en una zona cercana a la playa. Sin ni siquiera conocerla estaban seguros de que si
había protegido a su bebé con su propia vida no podían dejarla morir en medio de aquella fría y
solitaria calle.
La hospitalaria familia pertenecía a la raza judía, compuesta por una pareja de mediana edad que
rondaba los cuarenta años. El padre de familia, más que una persona, era un ángel bonachón y
robusto llamado Abraham, que daría lo que fuese por ofrecer lo mejor a su esposa y a su hijo.
Tenía el pelo canoso y en su cara podían apreciarse las primeras arrugas alrededor de su frente.
Sus manos eran ásperas y estaban maltratadas debido al duro trabajo que suponía ser pescador.
La mayor parte del tiempo las pasaba en alta mar para poder mantener, con la venta de su propia
pesca, a su familia. Mientras tanto su mujer, quedaba al cuidado de la casa, de su hijo y sobre
todo en aquel momento de la nueva criatura. Libi era una excelente costurera que confeccionaba
la mayoría de la ropa de todos los demás, incluso cuando era necesario ayudaba a su marido a
fabricar las redes de pesca que le fuera necesaria.
La llegada del bebé impresionó muchísimo al hijo de la pareja cuyo nombre era Samuel. Desde
pequeño había querido tener una hermana a la que cuidar y proteger y hasta la edad de 14 años
no llegó. Por ello desde su aparición no se separó de ella en ningún momento. Samuel era quien
alimentaba, jugaba, acunaba y cantaba a la pequeña. Se enamoró de ella desde el primer
momento que pudo apreciar esos bonitos ojos azul coral que tenía. Y como buen hermano daría
todo lo que fuese para que fuera lo más feliz posible.
En definitiva, una familia humilde que vivía decentemente, adaptándose tanto a las vacas gordas
como a las vacas flacas, aunque estas últimas en los últimos meses habían sido las más
abundantes.
*********
Al inicio del mes de septiembre, la agitación masiva de la población polaca llego a su máxima
extensión. La declaración de guerra de Alemania a Polonia por el comienzo de su ocupación,
originó una atmósfera de terror sobre el país entero. La devastadora potencia militar alemana
comenzó su campaña sangrienta, arrasando todo a su paso. Miles de familias quedaron
separadas por la muerte; la resistencia polaca no podía hacer nada frente a la llamada “guerra
relámpago” nazi. Los bombardeos masivos limpiaban el terreno antes de que la aplastante fila de
tanques sin piedad, arroyaran todo lo que veían.
La costa de Dánzig fue tomada por las tropas alemanas, tras varios bombardeos marítimos, la
cual quedo totalmente destrozada, para su posterior ocupación.
Días antes de la ocupación, la pequeña familia judía que había acogido a Darona, preparaba un
escondite subterráneo para lo que se avecinaba. Más que un escondite, era un sótano que había
sido construido anteriormente por Abraham como almacén de sus herramientas de pesca. Lo
había adaptado de la mejor manera posible para que pudiera ser habitado. Su entrada estaba
situada justo detrás de su casa, a ras del suelo y se podía acceder a ella a través de un portón
muy estrecho de madera. Además lo había estado preparando para que estuviera camuflado
perfectamente por un gran arbusto de hojas enormes que podía llegar a alcanzar la altura de
media fachada de la casa. El interior de aquel habitáculo desprendía un olor horrible a pescado
podrido ya que todas las herramientas, redes y cajas para el almacén del pescado durante el
paso de los años habían dejado huella. Tenía una capacidad demasiado pequeña para que
pudiesen vivir cuatro personas, pero debían habituarse a aquellas condiciones. El suelo y las
paredes daban la sensación de estar a punto de derrumbarse con tan solo la redundancia de un
estornudo, debido a que la pintura se estaba desprendiendo por el alto grado de humedad que
contenía aquel lúgubre búnker.
Una mañana temprana de septiembre, se produjeron unos inmensos temblores en el hogar de la
familia judía. Los bombardeos alemanes habían llegado. Desde las afueras de la ciudad, se oían
los gritos de espanto de hombres, mujeres y niños. Llantos de bebés como los de Darona
inundaban las calles. Explosiones, disparos de metralletas, ordenes en un idioma extranjero,
derrumbamientos de edificios, personas aterradas huyendo, estridentes chirridos de metales
dividiéndose en mil pedazos... Todos esos sonidos creados en el infierno, se habían manifestado
sobre Dánzig y podían apreciarse desafortunadamente desde el escondite de la aterrorizada
familia. Desde la oscuridad, Samuel abrazado por sus padres y a su vez protegiendo con sus
brazos a su hermana Darona, lloraba desconsoladamente temiendo que la muerte descubriera
aquel zulo camuflado.
Las balas y bolas de cañón atravesaban constantemente la fachada de madera de su hogar y los
cristales de las ventanas caían con fuerza sobre el suelo estallando como metralla, de tan
pequeño tamaño, que podían atravesar incluso hasta a los mosquitos.
Súbitamente el silencio inundo el ambiente. Solo podía escucharse el motor de un coche de
guerra acercándose poco a poco y las hélices de aviones sobrevolando la ciudad. El sonido del
motor del coche iba aumentando su volumen lentamente y directamente proporcional a la agonía
que crecía dentro de los corazones de aquellos que debajo del suelo permanecían. De pronto se
dieron cuenta de que el coche había frenado justo encima de sus cabezas. Escuchaban
silenciosamente como los pasos de dos alemanes hacia crujir la madera que anteriormente era su
hogar. Podían oír su respiración y como empuñaban las armas. No entendían nada de ni una de
las palabras que emanaban de aquellas bocas asesinas, pero por su acento parecían
despiadadamente contentos. Después de una carcajada estrepitosa, se fueron por donde habían
venido. No querían ni pensar cual era el motivo de su carcajada; pero dio la sensación de que sólo
Darona los hubiera entendido, porque tras marcharse de nuevo en su coche, comenzó a llorar
angustiosamente.
*********
La conquista de Polonia solo duró un mes, su ocupación cerca de seis años, la destrucción y el
dolor serian para la eternidad. Las calles quedaron destrozadas, como si hubiese ocurrido un
terremoto en su máxima escala. Ni siquiera los alemanes habían dejado un lugar en el que
acampar bajo un techo, porque habían destruido tanto los tejados, como aniquilado a cada una de
las personas que vivían anteriormente bajo ellos, llegando a una cifra de casi 10.000 asesinatos
en una semana.
Las reservas de alimento y agua del zulo terminaron acabándose después de casi un año
escondidos y la desnutrición en cada uno de ellos se hizo cada vez mas notable en sus rostros. La
desesperación por llevarse algo de alimento a la boca estaba empezando a minar la esperanza de
que sobrevivirían allí, sino conseguían huir o conseguir algo de comida. Aquel antro claustrofóbico
con el paso de los días estaba adquiriendo mas la apariencia de su ataúd, que de su escondite.
Abraham, empujado por el hambriento sufrimiento de su familia decidió una madrugada de
cualquier día de octubre de 1940, mientras los demás dormían, salir del escondite e intentar
encontrar algo de alimento. Recogió la inutilizada caña de pescar y varias redes después de un
año entero y salio hacia la costa.
Cuando Libi se despertó y vio que su marido no estaba con ellos, un ataque de pánico recorrió
toda su espina dorsal. Su piel de gallina estaba empapada por un sudor frío que nacía desde su
nuca. Sentía como la humedad y el frío congelaba su cuello mojado y como su corazón latía a
ritmo de una locomotora.
De pronto sintió desalentarse cuando escuchó fuera de su escondite disparos de pistolas
alemanas acompañadas de gritos de pánico de su marido. Deseaba con impotencia salir al
exterior a defenderlo, pero estaba totalmente convencida de que si salía estaba condenando a
muerte a sus hijos.
A la llegada de la noche, Libi se armó de valor y salió en busca de su marido con el presentimiento
de que quizás no habría muerto. El resplandor brillante de la luna llena iluminaba toda la playa
como un candelabro de aceite en la oscuridad y a primera vista, Libi percibió perfectamente el
cuerpo de Abraham tumbado en la arena. Corrió hacia él lo mas veloz posible. El frio helador y el
aire cortante estaban quebrando totalmente su cuerpo pero sólo pensaba si su marido seguiría
vivo. Su ancha espalda estaba al descubierto, mientras que su cara estaba enterrada en la arena.
Tenía sangre por toda la pierna derecha, calando sus pantalones de pana verde. No se movía
absolutamente nada. Su mujer arrodillada junto a él lloraba amargamente en silencio, acariciando
su pelo ensuciado por la arena maldiciendo a su vez a aquellos nazis sin piedad. Una vez que
consiguió dar la vuelta al pesado cuerpo de su marido lo abrazó con todas sus fuerzas. No quería
que lo abandonara y así lo hizo. En el momento en el que apartó de la cara de Abraham la gran
cantidad de arena que lo cubría, se le pudo oír respirar y ver como sonreía.
Una felicidad súbita inundó la cara de Libi viendo como aquellos ojos verdes de su marido volvían
a abrirse y a mirarla. -Menos mal que esos estúpidos alemanes tienen la misma puntería con su
arma que una vieja con Parkinson- dijo divertido Abraham tratando de animar a su mujer.
Tras aquellas palabras, Libi completamente aliviada y alegre besó intensamente a su marido y lo
ayudó a levantarse de la arena.
-Estaba pescando en alerta cuando a los primero rayos que se apreciaban de sol, dos guardias
alemanes me vieron desde su puesto de guardia – contaba Abraham, mientras a duras penas, por
su pierna herida, se dirigían hacia el escondite – comenzaron a dispararme a lo lejos y me hirieron
varias veces en la pierna derecha. Fingí estar muerto cuando después de quince minutos bajaron
a comprobar mi estado. Tuve la suerte de que no quisieran rematarme y permanecí quieto hasta
el momento en el que apareciste tú como un regalo del cielo; a no ser por tu llegada no hubiese
podido andar por mi mismo para esconderme de nuevo – observando con ternura a su mujer.
Entraron en el interior de su búnker y fueron recibidos con un gran abrazo de su hijo Samuel que
en ese momento intentaba consolar a su hermana Darona, que lloraba por la ausencia de su
madre. Afortunadamente, su padre había conseguido guardarse varios crustáceos en el interior de
su chaqueta, por lo que esa noche no dormirían con el estomago vació.
Pero a la mañana siguiente, los “demonios de ojos azules” destrozaron la puerta de su escondite y
los descubrieron. Justo en aquel momento Abraham se dio cuenta que en su rescate habían
cometido un gravísimo error.
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Tres alemanes aferraban con firmeza sus armas, encañonando sus cabezas y dando chillidos con
órdenes que los refugiados no entendían. Levantaron los brazos lo mas alto que pudieron en
señal de compasión y empujados a patadas por los invasores, salieron hacia el exterior. Libi no
entendía cómo después de tanto tiempo habían encontrado su escondite; pero una vez fuera
advirtieron el fatal rastro que habían proporcionado. A la luz del día era claramente visible las
abundantes manchas de sangre que desde el sitio en el que estuvo tumbado Abraham hasta la
entrada de su casa manchaban el suelo. Dos de los tres alemanes que los atraparon eran los del
puesto de vigilancia del día anterior y fueron ellos los que consiguieron seguir casi la invisible
marca desde la playa.
Fueron transportados en coche, a través de la ciudad en ruinas, hasta la oficina de correos de
Dánzig. En aquel inhóspito edificio donde podía olerse el miedo que habían dejado el paso de
miles de fusilados, se encontraban varios altos mandos que controlaban y comunicaban por radio
los movimientos militares hacia Rusia y Noruega. Estaban vestidos con un uniforme distinguido de
color azul marino, adornado con varias condecoraciones como el águila que representaba el
partido nacionalsocialista y varios símbolos nazis como la esvástica.
La familia judía aterrada esperaba en fila y de pie las órdenes de alemanes. Quizás los mandasen
fusilar o mucho peor, serían enviados a un campo de concentración judío. Un general alemán que
dominaba el polaco les dijo con indiferencia como si de perros se tratara que serian enviados a
Auschwitz. El desconsuelo acumulado de Libi explotó en una terrible consternación cuando oyó
aquella terrible frase, pero un grito cortante del general nazi detuvo en seco aquella pesadumbre.
Pasaron una noche encerrados en una habitación no más grande que su escondite, esperando a
que el vehículo ,que los transportaría hacia la estación de tren mas cercana con destino
Auschwitz, llegara. A media noche, su furgón llegó a la oficina de correos. Fueron despertados a
patadas y arrojados como sacos de trincheras hacia el interior del vehículo. Estaba totalmente
maltratado por la gran cantidad de presos que había llevado en su interior, aunque en aquella
ocasión serían transportados totalmente solos.
El conductor era otro general de cabellos dorados y barba incipiente. Estaba vestido con el mismo
uniforme que el general que había dictado su sentencia por ser judíos. Aunque en este ultimo
podía apreciarse una índole distinta a la de sus compañeros. Su mirada no desprendía odio por
aquellas personas, ni siquiera las miraba con desprecio. Mas que odio, sus ojos reflejaban una
profunda tristeza a través de aquellos iris azul cielo.
Durante el trayecto a mitad de la noche, Darona lloraba a rabiar por lo hambrienta que estaba.
Todos los intentos que hacía su hermano para que se tranquilizara eran en vano y no cesó hasta
que el furgón no paró de pronto. La puerta del compartimento donde se encontraba la familia se
abrió de golpe y la figura del general con un arma en la mano les ordenó bajar. Los padres de la
pequeña temían que la paciencia del general se había agotado y que se disponía fusilarlos antes
de su llegada, ya que cuando bajaron aun no habían llegado a su destino y sólo se podía
apreciar ,entre la tenue luz que la luna proporcionaba, un frondoso bosque de altísimas copas.
El general tenía una estatura mucho menor que Abraham y sin signos de violencia en sus gestos
le preguntó que le ocurría a la niña. Libi contestó que hacía varios días que tanto su hijo Samuel y
su hija Darona no comían nada y se encontraban muy débiles. Ordenó que se quedaran quietos y
que no intentaran ninguna tontería; se dirigió hacia la parte delantera del furgón y recogió una
pequeña bolsa de plástico que se encontraba en el asiento del copiloto. Volvió hacia la familia y se
la ofreció. En su interior se apreciaban varios bollos de pan desmenuzados en buen estado, que el
general había guardado para su largo trayecto. La familia completamente sorprendida, no pudo
creérselo. Un general nazi los había ayudado a sobrevivir.
-¿Porque nos has ofrecido alimento, cuando estamos a punto de morir en un campo de
concentración?- preguntó pasmado Abraham.
-Ningún niño merece pasar hambre en ningún momento de su vida -contestó con un semblante
sonriente-.
-No comprendo aun porque eres tan amable con nosotros, vuestra raza nos odia, cada uno de
vosotros desea nuestra extinción... - continuó decepcionado Abraham.
-No todos - dijo afectado el general – realmente no estoy encargado en el transporte de personas,
sino en trazar las rutas para las estrategias marítimas como por tierra. Nunca he matado a un
judío ni jamás pienso hacerlo. Ese es mi trabajo, pero este signo – señalando su escudo de forma
esvástica bordado en su uniforme- no me representa, solo cumplo órdenes para no ser ejecutado.
He llegado a tal punto – prosiguió herido el general – que no quiero seguir fingiendo que soy una
persona sin alma ni conciencia, que desea la destrucción y el genocidio. Deseaba a mi familia –
continuó totalmente afligido - y yo la ahuyente. Mi esposa me abandonó por miedo a que la
entregara por ser judía, pero yo la amaba...
-Lo siento por mi impertinencia – interrumpió Libi- pero ¿llegó usted a tener algún hijo con su
esposa? - preguntó expectante y atónita por lo que el general les estaba contando.
-No tenía más de dos semanas cuando mi esposa se la llevó con ella, tenía unos ojos azules
preciosos heredados de su madre, pero el miedo me la arrebató y ya no la volveré a ver nunca
más... ¿Como pudo pensar, con todas las veces que le prometí que permanecería a su lado, que
podía enviarle a su muerte...? - dijo tapándose la cara, para evitar su amargura y sus lágrimas que
se asomaban sobre sus ojos.
La familia totalmente desconcertada se miraron con ojos como platos entre ellos. ¡Aquel bebé que
rescataron aquel agosto de 1939 era su hija y su padre estaba justo delante de ellos!
-¡Nosotros tenemos a tu hija – dijo Libi asiendo a la pequeña Darona – la rescatamos cuando tu
esposa huyó de Alemania. Consiguió llegar hasta la ciudad de Dánzig y allí fue donde falleció, por
suerte tu hija aún se mantenía con vida cuando nosotros la rescatamos de la calle!
-Eso no puede ser posible -respondió desilusionado- podría ser cualquier otra mujer de aquella
ciudad o incluso de otro país...
-Quizás con un poco de suerte puedas reconocer esto... -tendiéndole una hoja doblada muy
estropeada- En esa nota puede verse una firma y un par de palabras que no entendemos al estar
escritas en alemán. La encontramos en las sábanas en las que estaba envuelta tu hija.
El general pudo reconocer perfectamente la firma de su mujer junto con una frase difusa debida a
diversas manchas de agua que reseñaba: “Siempre fuertes, pequeña”. En aquel instante, sus ojos
se empaparon de lágrimas y clavó sus ojos sobre la familia judía. Su tristeza se desvaneció de
momento y rompió a llorar de felicidad. Samuel le tendió al general su hija; y por primera vez
después de un año podía disfrutar de tenerla entre sus brazos de nuevo y poder besarla.
El general había ganado lo que parecía una guerra perdida y quiso recompensar con lo que fuera
posible a la familia por haber cuidado de su hija durante todo ese tiempo y eso significaba su
libertad.
Su próximo destino no seria la estación de trenes sino el puerto de Gdansk cercano a la ciudad
de donde procedían. El general como estratega marítimo conocía la existencia de buques muy
pequeños y muy rápidos, que salían del puerto de Gdansk hacia Suecia. Eran buques mercantiles
de muy poca capacidad encargados de llevar refugiados clandestinos hacia Suecia, país neutral
que no suponía un peligro para los judíos.
Conocía perfectamente cuando el siguiente buque saldría hacia Suecia y era la próxima media
noche, para que los puestos de vigilancia no alertaran a los alemanes al estar navegando sobre
sus aguas, un navío sin autorización. Hicieron tiempo escondidos en el bosque, ya que para la
noche del siguiente día el furgón debía estar de nuevo de vuelta a Dánzig por orden del alto
mando del general.
Una vez que se hizo de nuevo de noche, sobre las once, el furgón llegó de nuevo a su lugar de
origen aunque en su interior aún se encontraba la familia escondida. Los demás generales lo
estaban esperando, bastantes impacientados por su impuntualidad.
-¡Por fin has llegado! Llevas dos horas de retraso general, ¿a qué se debe? -dijo uno de los
generales refunfuñando.
-Vi salir huyendo a unos estúpidos judíos por la playa y tuve que perseguirlos y abatirlos – se
excusaba el general amigo con aires de héroe - pero al darme cuenta que iba muy mal de hora
dejé los cuerpos allí, perdóneme general. Con su permiso déjeme volver solo a recoger los
cuerpos para llevarlos a las fosas comunes.
-Está bien... ¡pero dese prisa! - contestó de mala gana.
Su plan salió tal y como planeaba. Se dirigió a toda velocidad hacia el puerto de Gdansk que se
encontraba a pocos kilómetros de allí. Las carreteras estaban totalmente agrietadas debido a el
paso de los tanques por encima y tuvo que evitar varios socavones provocados por la explosión
de los bombardeos, para que el furgón no volcara.
Una vez en el puerto, nadie vigilaba aquella posición por lo que el general llevó rápidamente a la
familia hacia el barco indicado que los llevaría hacia su libertad. La familia judía creía que estaba
soñando, ya que aún no podían asimilar del todo que los había ayudado un general “nazi”. Y como
le había explicado el general, allí se encontraba el pequeño buque mercantil a punto de zarpar.
A la hora de despedirse, sorprendentemente el general les pidió como último favor que se hicieran
cargo de su hija y que la cuidaran con cariño como si de su propia hija se tratara. Prometió que
cuando acabara la guerra los buscaría por toda Suecia, para volver con su hija y que supiera que
su padre nunca la había abandonado. Cada componente de la familia abrazó, realmente
agradecido, al general por lo que había hecho por ellos y la gran compasión que había tenido por
no haberlos fusilado aquella noche cuando su propia hija no dejaba de llorar de camino a la
estación de trenes. El general besó por última vez a su hija y los dejó marchar.
Al fin, tras un año de miedo y pánico, angustia y desesperación, volvieron a sentir que estaban a
salvo, que la tranquilidad y la felicidad volverían a sus días. Antes ellos se abría el telón de la
libertad hacia una realidad nueva que estaba por llegar, un país por descubrir, donde podrían
rehacer su vida en una nación sin prejuicios.
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