ANTIOJ DMITRIEVICH KANTEMIR

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ANTIOJ DMITRIEVICH KANTEMIR
(АНТИОХ ДМИТРИЕВИЧ КАНТЕМИР-ANTIOH DMITRIEVIČ
KANTEMIR)
10 (21).09.1708 –31.03 (11.09)1744
Por Roberto Monforte Dupret
VIDA Y OBRA
Poeta, satírico, ensayista y traductor. Kantemir nació en Constantinopla en 1708,
era hijo de Dmitri Konstantínovich, gran señor (virrey) de Moldavia y Kasandra
Cantacuceno, descendiente de los emperadores bizantinos. El padre de Kantemir se pasó
a bando de Pedro I durante la guerra ruso-turca, pues era un defensor a ultranza de la
separación de Moldavia del imperio otomano.
Tras la fallida campaña de Prut la familia
Kantemir, temiendo posibles represalias del
sultan, se estableció en Rusia y el padre del gran
poeta entabló una estrecha amistad del emperador
ruso, cuyas reformas defendía a ultranza. Cabe
destacar que Dmitri Konstatínovich era también
conocido como escritor y a su pluma pertenecen
obras como: Descripción de Moldavia, Historia
del fortalecimiento y caída del imperio otomano.
Cuando su familia se instaló en su nuevo país de
residencia, Kantemir tan sólo contaba tres años.
Recibió una amplia y vasta educación (hablaba
italiano, griego, ruso). Primero tuvo a preceptores
(un griego llamado Anastas Kondoidi y un ruso de
nombre Ivan Ilinski) y después continuó su
formación en la Academia de Ciencias de Moscú, donde estudió matemáticas, física,
filosofía y moral.
En 1729 pasó a formar parte del llamado “Círculo de sabios” de Feofán
Prokopovich y Vasili Tatishchev, partidarios de Ana Ivanovna y simpatizantes del
proceso de europeización, iniciado por Pedro I. Abogaban fervientemente por una
reforma educativa y el desarrollo intelectual a la luz de las ideas ilustradas del s. XVIII.
Inició en la carrera militar, pero finalmente, en 1733, las autoridades, para
deshacerse de una persona non grata como Kantemir, lo nombraron embajador, primero
en Londres (1733-1738) y después en París (1738-1744), ciudad donde finalmente
murió a causa de tisis en 1744. Su misión diplomática fue como un destierro honroso
para un activista político y cultural incómodo para el gobierno.
Casi toda la producción literaria de Kantemir se compone de obras de marcado
carácter profano a excepción de Sinfonía para el Salterio de 1727, obra que consiste en
un índice temático de pasajes paralelos de los salmos. Era un gran conocedor y defensor
de la literatura occidental ilustrada, de ahí que tradujera obras de Esopo, Horacio o
Anacreonte, así como las famosas Lettres perses de Montesquieu y De la pluralité des
mondes de Fontenelle, donde apoya la teoría heliocéntrica de Copérnico. Lógicamente
la traducción de esta obra le valió duros enfrentamientos con el clero, fue considerado
un “libro contrario a Dios y lleno de satanismo”, no se publicó hasta 1740 y sin 16 años
después (1756) fue prohibida por el Santo Sínodo.
Kantemir es también autor de un tratado de versificación silábica con el título
Carta de Jaritón Makentin a su amigo sobre el arte del verso ruso (anagrama de Antioj
Kantemir), donde defendió el verso silábico. Para Trediakovski, otro gran teórico de la
versificación, esta defensa se debía a su procedencia extranjera y a su familiaridad con
la poesía francesa e italiana. No obstante, después de estudiar el tratado de Trediakovski
de 1735, que versaba sobre el verso tónico, el autor ruso propuso una cesura obligatoria
con acento en el quinto y séptimo pie, dando así cierta concesión al nuevo principio de
la tonicidad. Sin embargo, a ojos de sus contemporáneos, el estilo de Kantemir les
parecía trasnochado y anticuado, y sus obras (principalmente las sátiras, pero también
las traducciones) eran muy difíciles de leer por sus numerosos encabalgamientos e
inversiones. Su estilo era recargado y su verso pesado, aunque intentó introducir en el
tridecasílabo acentos fijos en la 5ª, 7ª y 12ª sílabas para dar cierta agilidad y ritmo al
verso. En muchas ocasiones su ampulosa y particular forma de escribir le obligaba a
introducir numerosos comentarios y notas en sus obras, las cuales, por otra parte,
suponen las primeras anotaciones de carácter filológico en la literatura rusa. Esta obra
resulta muy interesante para comprobar hasta qué punto Kantemir fue fiel en sus obras a
su sistema de versificación.
Kantemir también fue autor de la incompleta Petrida, La Vida de Cornelio
Nepote, así como de poesía lírica que no ha llegado hasta nuestros días.
Pero, sin lugar a dudas, la gran contribución de Kantemir a las letras rusas son
sus 9 sátiras en verso escritas entre 1729 y 1739. Modeladas siguiendo las obras de
Horacio y, especialmente, de Boileau, en ellas de forma sutil pero contundente,
Kantemir ridiculiza y critica los vicios humanos (la gula, la avaricia, la envidia, la
lisonja, etc.) y arremete contra los validos, los clérigos, los jueces, los mercaderes etc.
También fustiga a la sociedad rusa por su superficialidad, obscurantismo y retraso en
relación con la cultura y valores europeos, los cuales defendía y promulgaba. Además,
de pasar revista a crueles terratenientes, políticos corruptos, viles mercaderes,
chismosos clérigos, ignorantes nobles y borrachos empedernidos, etc. y criticar los
vicios humanos (la avaricia, el despilfarro, el derroche, el odio y la desconfianza),
Kantemir en sus sátiras también alaba la inteligencia, honestidad, educación y
cualidades morales positivas.
Lo más destacable en sus sátiras, además de su extraordinaria “galería de
personajes” magníficamente retratados, es también la aparición de un narrador-satírico
que tenía una personalidad propia (sagaz, inteligente, modesto, burlón) y que convirtió
al antiguo eslavo eclesiástico y la prosodia silábica en destacados y sutiles recursos. Sus
sátiras fueron publicadas primero en Inglaterra en 1749 (Satyres de M. le prince
Cantemir avec l´histoire de su vie, Jean Nourse, Londres, 1749) y después en Alemania
(1752) y en Rusia (1762).
De las nueve sátiras, quizás las dos primeras sean las más destacables. La
primera se titula A los críticos de mis enseñanzas. A mi razón. Inspirada en A mon esprit
de Boileau, esta sátira tiene 196 versos y en ella aparecen varios personajes,
encarnación de la hipocresía, la avaricia, el libertinaje y la superficialidad, que expresan
sus opiniones sobre el estudio, la enseñanza y la ciencia. Kritón considera los tiempos
de la ilustración como una depravación y herejía, siendo la ciencia la causa de muchos
males: los jóvenes dejan de leer la Biblia, quieren conocer la causa de todo, pierden la fe
en el clero, se olvidan de la moral, no ayunan, no rezan, apoyan la expropiación de las
haciendas del clero, etc. Silvan también cree que la ciencia es algo inútil; y Luka,
borracho y holgazán, considera que la ciencia es perjudicial pues no deja tiempo para la
amistad y la diversión.
Kantemir en esta sátira arremete principalmente contra la iglesia, que considera
la educación y la erudición una fuente de herejía y una amenaza contra la autoridad y la
riqueza de la iglesia, de hecho la escribió como reacción inmediata a la publicación de
La roca de la religión de Stefan Javorski, un libro crítico con la política y las reformas
de Pedro I. También critica a aquéllos que ven en el cultivo del intelecto y las nuevas
ciencias (filosofía, física, química, medicina, astronomía y matemáticas) algo
innecesario para el gobierno de una nación e impropio de un aristócrata. Tampoco
escapan a su afilada pluma aquellas personas cuya principal ocupación es el placer
hedonista. Tras su duro alegato contra la beatería, oscurantismo, soberbia e ignorancia,
el autor termina su sátira con el consejo de que hay que alegrarse en silencio de la
utilidad del conocimiento y la ciencia.
La segunda sátira, Contra la soberbia y avaricia de los nobles, se estructura
sobre un diálogo entre dos nobles, donde el autor, por un lado, arremete contra la
nobleza, a quien acusa de llevar una vida parasitaria y abusadora, y por otro aboga por
la filosofía de la igualdad, sea cual sea la procedencia social del hombre. Kantemir
comienza diciendo que sus sátiras sirven de antídoto contra los nobles, quienes contra
toda moral únicamente saben presumir de su nobleza y envidiar al hombre de la calle
que ha logrado conseguir el título de noble por sus propios méritos y sirviendo
desinteresadamente a la patria.
La tercera sátira, A la diversidad de las pasiones humanas está dedicada a
encomiar a Feofán Prokopovich, otro gran valedor, como él, de Pedro I y sus reformas.
A diferencia de las dos primeras esta obra es más bien una tediosa galería, claramente
didáctica y moralizadora, de las encarnaciones de los defectos y vicios del hombre como
la miseria, la hipocresía, la charlatanería o la ambición.
La cuarta sátira lleva por título Sobre el peligro de las obras satíricas y en ella
Kantemir rechaza la impopularidad a la que los satíricos se exponen por parte de
aquéllos a los que ridiculizan, pero aun así se congratula de que su musa sea la de la
sátira e insiste en la integridad del artista (que se ríe en sus versos, pero llora en su
corazón) y en la capacidad para la reforma moral de dicho género. En esta obra, el poeta
también se lamenta del intento fallido de escribir una epopeya sobre Pedro el Grande,
persona que admiraba profundamente. Únicamente logró terminar la primera canción de
la epopeya, Petrída y nunca supo muy bien por qué fracasó.
La quinta sátira, Sobre la mala moral humana en general, es la más larga (tiene
748 versos, más del doble que el resto) y está estructurada sobre una discusión en forma
dialogada sobre la mala moral. Esta sátira, como la tercera, es una ridiculización
moralista y didáctica de los defectos y lacras humanas, y en realidad tiene poco interés.
Kantemír escribió dos sátiras en el extranjero y trabajó anteriores sátiras,
borrando pasajes que, diez años después, estimaba inadecuados.
En la sexta sátira Sobre la dicha, el poeta nos presenta el ideal de una vida
sosegada, al margen de la bulliciosa vida social. Intenta vivir de acuerdo con el ideal del
poeta Horacio, intentando encontrar el aureas mediocritas y la dicha personal. La
imagen de Kantemír en esta sátira es la del sabio y erudito que ya no lucha por la mejora
del mundo, sino por el propio desarrollo intelectual.
En la séptima sátira, Sobre la educación, Kantemir considera que en el
desarrollo intelectual de las personas, el ambiente donde se educan juega un papel
mucha más importante que las cualidades innatas y, siguiendo a Juvenal, considera muy
importante dar al hijo desde su más tierna infancia un ejemplo paterno digno e íntegro,
así como una educación completa en todas las ramas del conocimiento. Kantemir
considera que el propósito de la educación no es únicamente la adquisición de
conocimiento, sino que también debe servir para inculcar ejemplos y valores morales.
La octava sátira se titula Sobre la insolencia descarada y carece de interés.
En la novena sátira, Al sol. Sobre el estado del mundo, ya no hay ningún diálogo
o discusión, el poeta se dirige al sol sin esperar respuestas. Kantemir cree que la burla es
la forma más eficaz para eliminar la moral decadente y que sus versos, aunque
hilarantes, en el corazón le hacen llorar.
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