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© Leslie GREENBERG, 2013
© Richard BLONNA, 2013
© Karmelo BIZKARRA, 2013
© Carlos ALEMANY (Ed.), 2013
© Geetu BHARWANEY, 2013
© Javier TIRAPU, 2013
© Rafa EUBA, 2013
© Nick OWEN, 2013
© José Antonio GARCÍA-MONGE, 2013
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2013
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CATORCE
APRENDIZAJES
VITALES
Carlos ALEMANY
(Ed.)
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Aprender a desaprender*
José A. García-Monge
“… El camino al niño…
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Después de vivir tanto…
sobre tan poco…”
J.L. Hassen
“Del mismo modo que iniciamos el camino hacia el equívoco…
¡Con el mismo ímpetu!, ¡Con la misma inocencia!…
Deberíamos afrontar la sabiduría de desandarlo…”.
J.L. Hassen
Vivimos en una época de acelerados cambios. A. Toffler ya lo analizaba en
su célebre libro El “shock” del futuro. El cambio, en la dimensión que se realice,
no consiste, sin más, en la adición de nuevos conocimientos, información o ideas,
sino en la sustitución del aprendizaje hecho desde experiencias, cognitivas,
afectivas o vitales, ahora ya inservibles, a dimensiones personales ajustadas a la
nueva, y más adecuada percepción de la realidad.
Esta dinámica del cambio origina conflictos entre lo antiguo y lo nuevo, lo de
“siempre” y lo actual. Este conflicto no lo genera solamente la moda, (sería banal,
frívolo y hasta desechable), sino la adaptación, eficacia, sobrevivencia, liberación
y justicia con la realidad.
Paul R. Lawrence en Harvard Business Review, (enero-febrero 1969)
escribía al investigar la resistencia al cambio, que “el problema real no es el cambio tecnológico, sino los cambios humanos que a menudo acompañan a las innovaciones tecnológicas”. En la actualidad los problemas humanos que genera el
cambio son prácticamente similares.
En su Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein, desde un riguroso
análisis lógico del raciocinio y del lenguaje, escribía, con autoridad y humildad a
la vez, cómo incluso “cuando todas las posibles cuestiones científicas
han sido respondidas, nuestros problemas vitales aún no han sido
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tocados en absoluto”. La realidad analizada, el sentido común y la estructura
psicológica humana, nos invitan a considerar un aspecto del cambio a través de
esta breve proposición: es necesario aprender a desaprender, si queremos
adaptarnos, evolucionar, crecer y abrirnos adecuadamente a la realidad.
Como escribo en mi reciente libro (García-Monge, J.A. (1997), Treinta
palabras para la madurez, Desclée De Brouwer, Bilbao) hay verdades provisionales útiles para un tramo de nuestra vida, verdades enlatadas (se nos olvida
mirar la fecha de caducidad), y, para preservar el dinamismo de la verdad,
tenemos que aprender a decir adiós si queremos seguir siendo profundamente
fieles a la realidad en todas sus dimensiones. Decir adiós equivale a despedirnos,
a desaprender, a des-aprehender.
Esta actitud abierta es costosa y no debe llevarnos nunca a una relativización
universal. Antes aprendíamos para toda la vida, ahora vivimos para aprender,
mientras lo aprendido nos da vida.
Esto no significa caer en un superficial pragmatismo: es verdad lo que sirve;
sino lo que hace justicia a la vocación de lo humano.
La postmodernidad nos contamina fácilmente de conductas escépticas,
indiferentes o desinterasadas por el presente y futuro del hombre. El dinamismo
temporal resitúa nuestros aprendizajes en una perspectiva evolutiva, contextualizándolos situacionalmente en una seria, abierta y responsable construcción de la
realidad humana pluridimensional.
Dificultad de echar aprendizajes al cubo de la basura o
colocarlos en el museo antropológico
Hay personas que guardan todo; les cuesta enormemente desprenderse de
algo que no van a usar jamás. No sólo por neurosis compulsivo obsesiva, sino por
cariño a las cosas, a su propia historia, por inseguridad ante el futuro o por poder
acariciar sus recuerdos. Otras se desprenden rápidamente de casi todo: usar y
tirar. Los armarios de las primeras se llenan, sin espacio para tantos objetos, los
de las segundas siempre tienen sitio para acoger nuevas cosas. No quiero
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censurar estas conductas sino constatarlas. Tal vez un razonable equilibrio sería
la justa dirección. Lo que quiero señalar es que esto mismo ocurre con nuestros
aprendizajes: ideas, conductas, emociones, informaciones, interpretaciones, etc.
En ocasiones es muy difícil tirar al cubo de la basura. “Y si después…”. “Era un
recuerdo de…”. Y es frecuentemente inmaduro, dar por inservible algo porque lo
deciden la moda o las prisas. Lo importante es saber, evaluar y decidir lo que ya
no es válido y dejar sitio para el fluir de la vida responsablemente vivida.
Hay ideas, emociones o aprendizajes tempranos que se nos han quedado
pequeños y sería ridículo presentarnos ante nosotros mismos o ante los demás
vestidos con ellos. La dificultad de regalar y relegar esas huellas de nuestro paso
por la vida a un museo antropológico radica en cinco puntos:
•El peso significativo de las personas que nos los legaron.
•Los beneficios primarios o secundarios (menos conscientes) experienciados
en el ejercicio, frecuentemente manipulativo, de esas conductas
aprendidas.
•Las emociones que se estructuraron en nosotros con su aprehensión.
•Los refuerzos que permitieron su consistencia y constancia.
•La pertenencia que obtuvimos, por integración, en grupos o culturas que nos
permitían identificarnos y tener seguridades básicas.
El trabajo de desaprender tiene que pulsar todos esos registros si quiere ser
liberador y eficaz. Nos asiremos desesperadamente a aprendizajes obsoletos si
ponen en peligro nuestro autoconcepto, o nos marginan de personas “poderosas”
en nuestro universo afectivo.
La difícil libertad de desaprender
Desaprender es una decisión de nuestra libertad modesta y real. Supone no
el cambio por el cambio, sino el cambio por el maduro intercambio con la realidad de dentro y fuera de nuestra persona. Conlleva un diálogo serio, escuchador,
analítico que pondere, reflexione, sienta y consienta. Supone un aprendizaje
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continuo, una “formación permanente” a la que se resistiría el carácter dogmático de Rokeach o el miedo de perder poder. La flexibilidad versus el dogmatismo, nos recuerda aquella recomendación de Pablo en la sabiduría cristiana:
“Examinad todo, quedaros con lo bueno”.
Las escuelas, universidades u otras instituciones de aprendizajes aunque no
lleven a rajatabla aquella afirmación del filósofo: “Sólo sé que no sé nada”,
podrían, más matizadamente, saber y transmitir que sus conocimientos académicos son, en gran parte, seriamente provisionales y enseñar una distancia crítica
del alumno ante el profesor, que debe ponerse en cuestión con humildad y valor,
a la vez que se esfuerza por seguir aprendiendo con sus alumnos y, frecuentemente, de sus alumnos.
Toffler (1974), en la obra que citaba al comienzo de estas líneas (breves
para que no cueste mucho desaprenderlas), escribiendo acerca de las instituciones de enseñanza señala: “nada debería incluirse en los programas sin estar
plenamente justificado con vistas al futuro. Si esto significa expurgar una parte
sustancial de la programación formal, debe hacerse igualmente” (p. 428).
Galileo tuvo mucho que desaprender de nuestro sistema solar arriesgando
mucho por acoger en su mente y en sus labios lo aprendido.
El ejemplo de científicos, matemáticos…
Como cita y explica el gran matemático Miguel De Guzmán ahondando en
la historia de la ciencia y, en concreto, de las matemáticas, Bertrand Russell
afirmaba en 1901 que “el edificio de las verdades matemáticas se mantiene
inconmovible e inexpugnable ante todos los proyectiles de la duda cínica”. En
1924 ya había cambiado considerablemente de opinión. Para él, la lógica y la
matemática, al igual que, por ejemplo, las ecuaciones de Maxwell “son aceptadas
debido a la verdad observada de algunas de sus consecuencias lógicas”. En 1959,
en la descripción de su itinerario filosófico, afirma: “La espléndida certeza que
siempre había esperado encontrar en la matemática se perdió en un laberinto
desconcertante”.
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La imposibilidad de la certeza absoluta que señalo, eligiendo como “más difícil todavía” el ejemplo de las matemáticas, se agranda considerablemente, en
proporciones gigantescas, en otras ramas humanas del saber. La Psicología que
se enseña en nuestras universidades, la que manejamos los psicoterapeutas se
debería asombrar, casi diariamente, y aprender a aprender, lo cual supone
necesariamente aprender a des-aprender, con humilde realismo.
Por recordar un ejemplo ya clásico, la afirmación de Watson que
recomendaba, por el bien educacional, una limitada relación afectiva con los
niños, sobre todo en besos y contactos, y que fue seguida por innumerables
padres y educadores, tuvo que ser reconocida como errónea, por el mismo Watson, cuando años más tarde, reconoció que al escribir aquella afirmación no
conocía bastante sobre el tema. Maslow, que comenzó su tesis doctoral sobre
Watson, reconoció que bastaba tener un hijo para saber que, sobre el aspecto
estudiado por él, Watson no tenía razón.
Johnn von Neumann afirma su itinerario mental cambiante: “Yo mismo
reconozco con qué humillante facilidad cambiaron mis puntos de vista respecto a
la verdad absoluta matemática… y cómo cambiaron tres veces sucesivas”. Hermann Weyl, uno de los matemáticos más profundos de nuestro siglo, se dio
cuenta de que la matemática era “irremisiblemente falible” invitando, en la interpretación teorética del universo real, a una actitud sobria y cautelosa.
Reflexionando sobre mi propio y largo camino universitario y cultural,
reconozco lo mucho que me ha costado desaprender (tal vez más que aprender),
sobre todo en aquellas áreas en las que, al estar implicado un valor, (y si pretendía ser trascendente mucho más), no se producía un simple cambio de opinión o de interpretación de unos hechos o de incorporación de nuevos datos o descubrimientos, sino un riesgo existencial. Campos como la moral, la religión, la
teología y la misma psicología humanista, la valoración de los sistemas políticos
agarrotaban cognitivo-emocionalmente mi capacidad de cambio desaprendiente.
En ocasiones era como si me jugase la vida, cuando, en realidad, era la vida la
que me había jugado la mala partida, con probable buena intención, de darme
por cierto y para siempre consistente lo que no resistiría una desmitologización o
simplemente una apertura más honda y complexiva a la realidad y a lo
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verdaderamente humano. Esta dificultad no es algo meramente personal sino
constatable, a gran escala, en lo institucional.
Ser libre para desaprender no es ejercicio de adolescente rebeldía u oposición contradependiente, es sabiduría, bloqueada frecuentemente por el miedo a
la libertad y, porqué no decirlo, por el temor a los “castigos” que el poder institucional prodiga a los profetas del cambio o a los que, coherentes con su conciencia, o su telescopio, ven las cosas de distinta manera por sustitución de sumisos
aprendizajes antiguos, por adecuaciones a la realidad más hondas, humanizantes, científicas y, por supuesto, más libres y liberadoras.
Internalización e introyección
Los múltiples mensajes que recibimos y hasta nos bombardean desde que
nacemos, los procesamos de dos manera muy distintas dependiendo de que los
internalicemos o simplemente permanezcan, dentro de la mente o el corazón,
como introyectos. En la internalización, por la necesidad de conocer la verdad
o de aprender, integramos el mensaje en nuestro sistema personal de saberes, de
valores o de creencias. Se verifica un cambio que acrecienta nuestro acerbo de
conocimientos y que nos enriquece. El mensaje basado en la credibilidad del
comunicante considerado como experto y digno de confianza permanece firmemente adherido a nuestra columna vertebral humana. Desaprender algo que
hemos internalizado es muy difícil. Tendríamos que abrirnos con honestidad y
libertad responsable a nuevas evidencias o a inéditos campos de la certeza libre
para arriesgarnos a desaprender lo internalizado.
En el caso de los introyectos: mensajes, información, interpretaciones o valoraciones que hemos ingerido sin crítica discernidora, la dificultad de desaprender radica en que no los identifiquemos realmente como lo que son: introyectos;
cuerpos extraños en nuestros sistemas personales o en nuestros circuitos de
aprendizaje. Frecuentemente estamos llenos de introyectos y no nos damos
cuenta. Más que hablar desde nosotros mismos y nuestras propias convicciones,
somos hablados por boca de otros. Es urgente la tarea de desaprender lo
introyectado. La presión de los medios de comunicación, el peso del prestigio
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enseñante, nuestra propia inseguridad o nuestra baja autoestima, nos llena de
introyectos.
Desaprenderlos es iniciar el camino hacia nosotros mismos, hacia el riesgo
de vivir auténticamente y de decirnos al decir. Exige interrogarse y hacerse preguntas abiertas. Precisa la sabiduría de dudar y de saber escucharse y escuchar.
De ser y aparecer sanamente inseguros y de no buscar consistencias perennes
donde no las hay ni las puede haber.
No es fácil decirnos y decir: estaba equivocado; o, más exactamente: confundí un momentáneo apeadero con la estación término. Sabiendo que allí donde
llegan los trenes también parten y que, en ocasiones, hay que apearse del tren
para seguir andando hacia rumbos desconocidos. Esto nos habla de soledad, de
esa soledad que experimentamos cuando abandonamos una “verdad” confortable
y acompañada y nos vemos a solas con nuestra desnuda existencia. La luz incipiente del amanecer puede ser la única esperanza del que abandonó el sueño y la
luz de “saberes” artificiales de consumo. Deshacerse de introyectos cuando están
pegados fuertemente a nuestra piel nos deja en carne viva. Y esto duele, pero
sana. Los introyectos conllevan cuestionar las fuentes de nuestro saber que,
remontadas río arriba, nos llevan a la autoridad de nuestros padres. Es desigual
la pelea del niño contra el gigante. Pero no olvidemos la hazaña de David y
Goliat. Podemos desaprender introyectos y ayudar a otros a desaprenderlos. No
para sustituir un amo por otro sino para ofrecer la verdad que nos hace
libres.
Desaprender cuando la sumisión sustituye a la razón, a la lógica, es difícil. El
poder nos suplanta y nos mantiene encadenados a su “verdad”, que no es más
que la de la fuerza. Podemos, si no hay más remedio, seguir aprehendidos por
fuera, desaprendiendo por dentro. Ya llegará el momento de decir nuestra
palabra.
Me han podido enseñar que la meteorología es un ciencia prácticamente
exacta. Según ella, hoy, en mi ciudad el ambiente es soleado y cálido, pero yo
tengo frío y no estoy enfermo. Lo importante no es lo que diga el hombre del
tiempo sino lo que a mí me pasa.
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Afectividad y desaprendizaje
Todos los seres humanos, unos más que otros, necesitamos una identificación afectiva. Necesitamos psicológicamente, ser queridos y querer. El peso
motivador de una relación afectiva en un aprendizaje puede ser decisivo. Como
lo importante es la experiencia subjetiva emocional, mis saberes, conocimientos,
interpretación y valoración de datos, dependerán de la necesidad afectivo relacional que los sustenta. Desaprenderé cuando la persona necesitada por mi cambie de opinión o valoración. Mantendré lo aprendido si me asegura la persistencia satisfecha de mi afectividad. Este fenómeno personal y grupal (partidos
políticos, comunidades, asociaciones, etc.) impide el desaprendizaje mientras la
emocionalidad se alimente de las fuentes de identificación y gratificación.
Desaprender supone, entonces, una libertad afectiva que más que un apoyo
ambiental, se afiance en un autoapoyo. La autonomía afectivo relacional decidirá
la posibilidad de mis desaprendizajes.
Contacto con la experiencia
El secreto posibilitador del desaprendizaje es la autenticidad del contacto
con la propia experiencia. Escucharse a uno mismo a niveles experienciales y
contrastarlos, en la medida de lo posible en el plano experimental, es básico en el
arte y el riesgo de desaprender. La experiencia como madre de la ciencia, iluminada con rigor y verdad, va a sugerirnos muchos desaprendizajes.
Volviendo al ejemplo de las matemáticas por considerarlo más elocuente por
la pretensión de objetividad científica, lo expresa Bourbaki en un famoso artículo
sobre La Arquitectura de las Matemáticas: “Creemos que la matemática está destinada a sobrevivir y que jamás tendrá lugar el derrumbamiento de este edificio
majestuoso por el hecho de una contradicción puesta de manifiesto repentinamente, pero no pretendemos que esta opinión se base sobre otra cosa que la
experiencia” (el subrayado es mío).
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La experiencia, por modesta que sea, nos habla de lo concreto y real renunciando a la omnipotencia de dominar los procesos infinitos del pensamiento. El
ser en su infinitud es el horizonte, condición de posibilidad del conocimiento
concreto. Esta consideración metafísica nos devuelve a nuestra condición
humana dignificándola y dimensionándola y, a la vez, nos argumenta poderosamente sobre la necesidad de desaprender, dando a la experiencia toda su posibilidad de aprendizaje creciente sin pretensiones de absolutez que suplantaría el
horizonte con el conocimiento concreto. El árbol nos impediría ver el bosque y el
bosque la lejanísima “línea” del horizonte. La limitación de lo aprendido (es decir
la invitación a interrogarse y, tal vez, desaprender) la pone de manifiesto la apertura del conocimiento a este horizonte.
Luria y el caso de Shereshevski
Alan Baddeley (1989), en su libro: Su memoria: cómo conocerla y dominarla. Debate. Madrid, narra y estudia el caso del célebre mnemonista ruso
Shereshevski, estudiado durante varios años por el psicólogo ruso A.R. Luria.
Shereshevski era un periodista que nunca tomaba notas por complejo que fuera
el artículo que debía publicar. Luria le administró una serie de pruebas de
memoria cada vez más exigentes. No parecía haber límite en la cantidad de
material susceptible de ser recordado puntualmente por él: listas de más de cien
dígitos, largas series de sílabas sin sentido, poesía en idiomas desconocidos…
Repetía perfectamente todo este material, incluso en orden inverso y años más
tarde. El secreto de su asombrosa memoria radicaba en la capacidad de formar
imágenes visuales con una enorme rapidez. Un caso de sinestesia, fenómeno por
el cual un estímulo que actúa sobre un sentido evoca una imagen en otro. Esta
capacidad, que poseemos en un modesto grado, a Shereshevski le llevó a ser un
mnemonista profesional. Esta capacidad de recordar llegó a plantearle problemas: dificultades en la lectura por sobreabundancia de imágenes, etc. El problema, que me lleva a recordar este interesante caso psicológico, surgió cuando
Shereshevski llegó a sentir su memoria abarrotada por informaciones de todo
tipo que no deseaba recordar. Al fin encontró una solución muy sencilla: imaginar que la información que no deseaba recordar estaba escrita en una pizarra e
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imaginarse a si mismo borrándola. Esta solución, por extraño que parezca funcionó perfectamente.
Aquí se trata de la memoria, una forma cotizadísima de almacenamiento de
saberes, pero el abarrotamiento del disco duro es susceptible de producirse en
otras dimensiones psicológicas. Luria enseñó a Shereshevski a desaprender.
Frecuentemente nuestra capacidad psicológica está llena de saberes que más que
fecundarse relacionándose y originando nuevos conocimientos, se estorban unos
a otros: impiden el crecimiento armónico en la persona suplantándose, peleándose, interfiriéndose, a menudo emocionalmente, y bloqueando, al fin, nuevos y
adecuados aprendizajes.
Eres mayor que lo que sabes
La biografía humana esta hilvanada de experiencias, estructurada por la
dimensión cognitiva y zarandeada por las emociones fundantes y consecuentes
en el proceso vital. De todo eso y de lo que nos rodea aprendemos a ser lo que
somos a desear y a negociar la satisfacción de nuestras necesidades acuñando
valores o contravalores. Estos aprendizajes quedan impresos en circuitos de placer y displacer, de armonía o ruptura, de adaptación o marginación en el entorno
social. El proceso de convertirnos en personas adultas y maduras queda interrumpido por muchos de estos aprendizajes cuando, por fijaciones o regresiones,
reactualizamos conductas antiguas que tal sirvieron en la infancia pero que,
ahora, se verifican como inadecuadas para responder a estímulos adultos. ¿Porqué se produce todo eso? Las respuestas dependen de los modelos psicológicos
que sirven de referente al investigarlas. Lo cierto es que muchos de esos circuitos
impresos no nos valen o han dejado de valernos para nuestra vida actual. Si
queremos ser adultos y maduros es necesario desaprender.
No será fácil si esos aprendizajes produjeron beneficios en la manipulación
del entorno humano. Decir adiós a lo que ahora no da razón de nuestra estatura
personal y social no es tarea fácil. Seleccionar los conocimientos significativos,
más acontecidos que aprendidos, de lo que sólo son “saberes intercambiables”, es
importante y necesario como señalaba acertadamente C. Rogers.
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Puede ayudarnos sabernos mayores que nosotros mismos; con posibilidades
de crecimiento integrador, sin dejarnos aherrojar por saberes o experiencias que
tuvieron su momento y que, repetidas, harían un mal servicio psicológico, social
y personal a nuestra vocación humanizante, científica, creativa de llegar a ser lo
que profundamente somos en un desarrollo coherente y armónico.
Desaprender equivale a darnos capacidad de maniobra en el horizonte dimesionador que nos provoca y convoca. ¿Qué he aprendido hoy? Buena pregunta
que implica esta otra: ¿He sido valiente, capaz y lúcido para desaprender, en
contacto sano con mi propia experiencia, y, en diálogo abierto con la realidad y
su horizonte provocativo, utópico y, a la vez, dimensionador de nuestros conocimientos en la construcción humana de la historia y de esa misma realidad?
SUGERENCIAS PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL:
1. Escriba:
Hace algunos años yo pensaba… Ahora pienso…
Hace algunos años yo sentía… Ahora siento…
Hace algunos años yo hacía… Ahora hago…
Hace algunos años yo creía… Ahora creo…
Nota: No elija espacios de tiempo demasiado amplios y
fíjese en el como realizó el cambio y si hubo un proceso de
desaprendizaje.
2. Reconozca ideas o emociones que sustentaban su vida y
vea cómo y porqué han cambiado, si valorado este cambio, ha supuesto de verdad, un crecimiento personal.
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3. Aprecie algún cambio en otra persona que haya
supuesto un humilde desaprendizaje, y un coraje de
reconocer una nueva posición vital.
ESTRÉSESE
MENOS Y VIVA MÁS
Richard BLONNA
www.edesclee.com
2
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¿Qué es el estrés?*
Si pide usted a diez personas que le definan el estrés, lo más probable es que
cada una de ellas le dé una definición diferente de él. Para George, por ejemplo,
“el estrés es sentirse como una olla a presión a punto de explotar”. Diana lo
describe como algo que está en el ambiente, como un “estímulo” o disparadero
externo: “El estrés son los impuestos”. Scott une las dos cosas: “Es la tensión
muscular que se apodera de mi nuca cuando pienso en cómo podré arreglármelas
para hacer frente a mis facturas mensuales y a la vez ahorrar algo de dinero con
que pagar en el futuro los estudios universitarios de mi hijo”. Otros amigos
puede que vean el estrés desde una perspectiva más holística –como una parte de
un todo más grande– y que lo describan como la angustia emocional que sienten
cuando sus vidas han perdido el equilibrio. Para Tina “el estrés es ser madre y no
tener tiempo para mí misma”. Para Rob es “estar preso en una mala relación y
sentirte apático y emocionalmente indiferente”. Y para Rachel “es necesitar una
operación quirúrgica y estar atrapada en un puesto de trabajo sin porvenir que
no te ofrece cobertura médica”.
Aunque cada una las definiciones propuestas por estas personas refleje su
particular experiencia del estrés, todas ellas ofrecen una definición incompleta
de él. A la vez, sin embargo, todas esas definiciones encierran una parte de verdad en lo relativo a su naturaleza. En realidad, el estrés es una combinación de
los distintos elementos albergados en cada una de esas definiciones. Para
entender su auténtica esencia, hemos de combinar esas diferentes piezas y
hacernos con una perspectiva nueva y más completa desde la que definir el
estrés.
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Una nueva manera de definir el estrés
En mi libro de texto universitario Enfrentándose al estrés en un mundo
cambiante defino el estrés como “una transacción holística entre un individuo y
un factor potencial de estrés que tiene como resultado una respuesta de estrés”.
Los cuatro principales integrantes de esta definición –“holística”, “transacción”,
“factor potencial de estrés” y “respuesta de estrés”– están tomados, respectivamente, de los campos de la salud, la psicología y la fisiología. Cada uno de esos
campos es representante de una larga tradición histórica de teorías y prácticas
que han contribuido a una mejor comprensión y gestión del estrés. En los próximos apartados haré un alto en mi exposición para explicar un par de cosas sobre
los aspectos más importantes de la definición, y aclarar los motivos por los que
ésta encajaría tan perfectamente en el prisma desde el que la terapia de aceptación y compromiso observa el estrés.
Un enfoque holístico
El adjetivo “holístico” está tomado de la medicina holística, una perspectiva
polifacética de la salud. La salud puede ser el mejor aliado que tenga usted en sus
esfuerzos por gestionar su estrés. Su salud puede proporcionarle la energía y el
apoyo necesarios para evaluar, entender, aceptar y enfrentarse a situaciones
estresantes. Las corrientes de la medicina y del bienestar holísticos se desarrollaron como una respuesta a modelos tradicionales de salud que definían ésta
como un estado de bienestar mental, físico y social. Los pioneros de estas corrientes ampliaron en las décadas de 1970 y 1980 la idea de salud con el fin de
incluir en ella las dimensiones espiritual, ambiental y ocupacional . Otra de sus
ideas era que la salud mental poseía dos diferentes dimensiones: la intelectual,
relacionada con ideas y pensamientos; y la emocional, relacionada con emociones y sentimientos. Por último, intuían que la salud no era un estado estático,
sino un proceso en perpetuo cambio. Para todos ellos, en otras palabras, nuestro
organismo, mente, humor, relaciones y entorno serían dinámicos y estarían constantemente evolucionando. Para ser, pues, eficaz, cualquier programa global de
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gestión del estrés tiene de acuerdo con estos supuestos que ser dinámico en lugar
de estático.
La naturaleza de los factores potenciales de estrés
Un factor potencial de estrés es toda cosa, persona o situación capaz de constituir una amenaza para usted o para algo que considera usted valioso. Aquí resulta de capital importancia que no pierda de vista que un factor estresante nunca
dejará de ser un factor meramente potencial hasta que no se sienta usted
amenazado por él e incapaz de hacerle frente. Personas, lugares y situaciones no
son por sí mismas fuentes de estrés para todo el mundo y en toda circunstancia.
La sola idea de que pudieran existir factores de estrés universales (factores de
estrés que lo fueran para todas las personas en toda circunstancia) ha sido abandonada como un concepto anticuado. La noción de factor universal de estrés vio
la luz en un estudio de Thomas Holmes y Richard Rahe . Estos dos autores
acuñaron el concepto de “acontecimientos vitales” para referirse a experiencias
universales (matrimonio, divorcio, cambio de residencia, pérdida del puesto de
trabajo, etc.) que tendrían la capacidad de desencadenar una respuesta de estrés.
Holmes y Rahe descubrieron que, si ha acumulado usted un número excesivo de
acontecimientos vitales en años previos, tendrá más posibilidades de padecer
una enfermedad mental o física. Sin embargo, su estudio nunca incluyó como un
factor a tener en cuenta lo que gente como usted puede pensar de esos acontecimientos, ni tampoco las capacidades con que podría usted contar para enfrentarse a ellos.
Estudios más recientes sobre los acontecimientos vitales han mostrado que,
si entre los factores a tener en cuenta se incluyen sus pensamientos (es decir, la
percepción que tenga usted del hecho) y la capacidad que tiene usted de enfrentarse al factor potencial de estrés, éste puede realmente desaparecer como tal
factor . Piense por ejemplo, en la muerte de alguien muy próximo a usted. Su
fallecimiento podría percibirlo como una pérdida trágica e inesperada, como una
terrible amenaza a su felicidad y una realidad a la que le resulta del todo imposible enfrentarse. Contrariamente a ello, sin embargo, ese mismo suceso podría
usted también percibirlo como un desenlace en sí mismo inevitable, como un
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mal que encierra un bien que no tardará en manifestarse y como un hecho con el
que, no obstante lo doloroso del mismo, es usted perfectamente capaz de habérselas. La capacidad, pues, que tiene usted para afrontar su pérdida es variable, y
está influida por un sinfín de cosas, que van desde el tipo de relación que
mantenía con la persona fallecida a los apoyos con que cuenta para poder
superar más fácilmente su desaparición. Dicha capacidad se verá también influida por las circunstancias en que se haya producido la muerte de esa persona. Si
ésta venía estando aquejada desde hace ya mucho tiempo por una enfermedad
terminal y soportando terribles sufrimientos, es probable que viese usted su
muerte de una forma muy distinta a como lo haría de haber ella fallecido de
pronto mientras dormía sin motivo aparente, o de forma violenta mientras era
víctima de un atraco. En resumen, ni siquiera la muerte de una persona a la que
amamos –la más estresante, a juicio de Holmes y Rahe, de todas las situaciones
posibles– constituye un factor universal de estrés para todas las personas y en
toda circunstancia.
Puesto que los factores de estrés no son universales, sino relativos, nada
imposibilita que modifique usted su relación con ellos y la manera que tiene de
percibirlos. La ACT puede ayudarle a modificar su visión de los factores potenciales de estrés. Puede enseñarle a dar un paso atrás y distanciarse de ellos, de
modo que le resulte posible examinarlos y evaluar su capacidad para enfrentarse
a ellos con mayor objetividad. La simple idea de que hay cosas que tendrían que
ser forzosamente estresantes para usted, no es a menudo más que una confusa
telaraña de datos objetivos, respuestas aprendidas, experiencias pretéritas y
expectativas sociales (la idea que otras personas se hacen de cómo debería usted
reaccionar). La ACT puede ayudarle a que reexamine todas esas cosas y saque
usted sus propias conclusiones sobre lo que debería y no debería ser causa de
estrés en su caso.
La respuesta de estrés
Una respuesta de estrés es una reacción en cadena de hechos fisiológicos
que se producen en su organismo tan pronto como se siente usted amenazado e
incapaz de enfrentarse a un factor potencial de estrés. Desde el momento en que
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tal cosa se produce, su cerebro empieza a enviar por todo su cuerpo, a través de
sus conexiones nerviosas y hormonas, mensajes que activan una compleja
respuesta, diseñada para movilizar energías que le ayuden a luchar contra dicho
factor estresante o a huir de él.
Hans Selye, el padre de los estudios modernos sobre el estrés, describe cuál
es su visión de la respuesta de estrés en su “síndrome general de adaptación” .
Dicho síndrome presenta según Selye tres estadios: 1) alarma; 2) resistencia; y 3)
agotamiento. Los tres son progresivos. En otras palabras, encontrándose usted
estresado la respuesta irá pasando indefectiblemente de un estadio a otro –de
alarma a resistencia, y de ésta a agotamiento– a no ser que haga usted algo por
eliminar la fuente de estrés o por enfrentarse a ella con éxito.
A la fase de alarma del síndrome general de adaptación se la conoce también como respuesta de lucha o huida. Durante la respuesta de alarma, su
cuerpo está preparado para enfrentarse al factor de estrés (lucha) o para evitarlo
(huida). La alarma es una respuesta muy intensa, pero de breve duración, diseñada para ponerlo a usted fuera de peligro con gran rapidez.
Selye descubrió que, cuando exponía a sus animales de laboratorio a la
acción a largo plazo de factores de estrés crónicos, aquéllos eran incapaces de
mantener la respuesta de alarma de forma indefinida. Mantener una respuesta
de tamaña intensidad durante largos periodos suponía, en definitiva, un desafío
demasiado exigente para ellos, y en su lugar los animales se adaptaban a los
estímulos pasando de la alarma a una respuesta de estrés de nivel inferior,
aunque más compleja, llamada resistencia. Los seres humanos reaccionamos de
forma parecida. Durante la etapa de resistencia, su organismo genera toda una
multiplicidad de hormonas, sales y azúcares con el fin de proporcionarle la energía que necesita para poder afrontar las demandas del factor estresante y
mantener a la vez la totalidad de sus sistemas orgánicos en equilibrio (respiración, circulación sanguínea, etc.).
El agotamiento es el resultado del progresivo desgaste que va sufriendo su
cuerpo durante la fase de resistencia. Selye pensaba que los seres vivos cuentan
todos ellos con una cantidad finita de energía almacenada en su organismo para
poder adaptarse a los factores estresantes. Ninguno de nosotros, en otros términos, podría resistir indefinidamente.
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Selye pensaba también que cada persona tiene puntos débiles diferentes, que
como tales serían también más propensos al agotamiento. En el caso de usted, su
punto débil podría ser cualquier sistema orgánico o parte del mismo que tuviera
que sobrellevar lo más duro del trabajo de resistencia. Su punto débil podría localizarse en los músculos de la parte inferior de la espalda, por ejemplo, o en su
tiroides, o aun en sistemas enteros, como su aparato muscular o respiratorio.
Antes de colapsarse por completo, ese eslabón más débil empezaría a tener problemas de funcionamiento y a enviarle a usted señales, advirtiéndolo de que está
usted soportando una presión y desgaste cada vez mayores. Si suponemos que su
particular punto débil estuviera situado en los músculos de la zona lumbar, es
posible que sufriese usted dolores crónicos en esa zona durante un tiempo antes
de que ésta se agarrotase por completo (señalando así el inicio de la fase de agotamiento). Una de las claves para gestionar eficazmente el estrés consiste en prestar atención a estas y otras señales de advertencia antes de que se inicie la fase
de agotamiento.
La naturaleza transaccional del estrés
De la comprensión del estrés como una “transacción” son sobre todo
responsables el trabajo de Richard S. Lazarus y Suzanne Folkman y su estudio de
la psicología del estrés y el enfrentamiento con él . Una transacción en este sentido consiste en la percepción que tiene usted de un factor potencial de estrés y
de su capacidad para hacerle frente una vez expuesto a su influencia. Desde el
momento en que se ve usted expuesto a la acción de un factor potencial de estrés,
su mente valorará dos cosas: 1) si dicho factor constituye una amenaza o perjuicio para usted o le ha hecho sufrir una pérdida importante, y 2) de qué capacidades dispone usted para enfrentarse a él.
Los factores potenciales de estrés pueden constituir una amenaza de muy
diversas maneras. Pueden suponer una amenaza contra su misma existencia,
como cuando le sale a usted al paso un asaltante. Pueden suponer una amenaza
para su situación económica, como cuando se entera usted de que es posible que
se quede sin trabajo. O bien puede ocurrir que los amenazados sean su estatus
personal o social. Cualquier tipo de amenaza, incluidas pérdidas y daños, puede
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desencadenar una respuesta de estrés. Mientras que una amenaza es algo que
usted prevé que podría ocurrir, pérdidas o daños son algo que ya ha tenido lugar.
La pérdida de una persona muy querida, por ejemplo, es una fuente habitual de
estrés. Si se le rompen una pierna o los ligamentos de su rodilla, este hecho doloroso podría ser una fuente de estrés para usted. Una amenaza puede también
convertirse en un perjuicio o una pérdida, si el hecho potencialmente
amenazador resulta ser una realidad.
Que evalúe usted su capacidad para enfrentarse a una cosa no suele representar ningún problema. Si cree que puede manejar un factor potencial de estrés,
lo normal es que esté usted en disposición de recurrir a algunas estrategias de
que haya hecho uso en el pasado y de las que piensa que funcionarán con el
factor actual de estrés, especialmente si vivió usted una situación similar en el
pretérito y se enfrentó a ella con éxito.
De la valoración de su capacidad o incapacidad para hacer frente al factor
potencial de estrés, dependerá el que éste desencadene o no una respuesta de
estrés. Si percibe usted algo como una amenaza y piensa que no será capaz de
enfrentarse a ello, su mente desencadenará una respuesta de estrés. Si el factor
potencial de estrés supone una amenaza, pero cree usted hallarse en disposición
de hacerle frente, su mente no pondrá en movimiento una tal respuesta. Richard
S. Lazarus y Suzanne Folkman descubrieron también que la transacción con un
factor potencial de estrés podía tener un efecto positivo, al que llamaron
“respuesta de desafío” . Esta respuesta supone toda una revolución con respecto
a las anteriores formas de entender el estrés.
La respuesta de desafío
El desafío es una respuesta que moviliza energía y está acompañada por
emociones positivas. El desafío moviliza energía del mismo modo en que hace lo
propio la respuesta de estrés durante la huida o la lucha. Sin embargo, a diferencia de la respuesta al estrés, la respuesta de desafío tiene una vida corta y no se
convierte en resistencia.
La respuesta de estrés, a diferencia de la respuesta de desafío, está siempre
acompañada por emociones negativas relacionadas con el hecho de sentirse
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amenazado. Cuando está usted estresado, sentimientos como el miedo, la
ansiedad, la ira o la hostilidad, conjuntamente con el hecho de sentirse usted
expuesto a una amenaza, hacen que su respuesta de estrés se transforme de
alarma en resistencia . (Ruego al lector que tenga un poco de paciencia y me
acompañe en mi exposición de algunos aspectos teóricos de las respuestas de
estrés y de desafío. En el siguiente apartado le propondré un ejemplo que
aclarará lo que tengo que decir aquí.) Nuevos métodos de medición de las hormonas del estrés han puesto de manifiesto, además, que de las implicadas en el
mantenimiento de su respuesta de estrés el cortisol sería la hormona verdaderamente clave. En efecto, el cortisol, el cual es secretado durante la fase de resistencia de la respuesta de estrés, prolonga ésta, haciendo que su hígado transforme
proteínas y grasas en energía que alimente dicha respuesta. En cambio, los estudios han mostrado también que no se secreta cortisol cuando se siente usted
desafiado .
Al sentirse desafiado, cambia también su percepción de los factores potenciales de estrés. Usted se centra en los efectos positivos que pueden seguirse de
enfrentarse a un factor potencial dado. Cuando se siente desafiado, observa usted
el problema como una oportunidad para madurar o como un desafío del que
podría extraer un beneficio en caso de aceptarlo. Usted hace uso del desafío, por
ejemplo, cuando se prepara mentalmente para hacer una presentación en su trabajo o para llevar a cabo una tarea que le gusta y le brinda la oportunidad de
exhibir sus cualidades.
Al igual que la respuesta de lucha o huida, el desafío implica una rápida
movilización de la energía requerida para enfrentarse al factor potencial de
estrés. La diferencia estriba en que, aunque esta movilización de energía sea tan
intensa como la producida en la respuesta de estrés, su duración es breve y desaparece tan pronto como ha hecho usted frente al reto.
Cuando es desafiado, usted no ve el factor potencial de estrés como una
amenaza porque no se siente amenazado por él. En lugar de los sentimientos
negativos que forman parte del hecho de sentirse amenazado, se siente usted
más bien ilusionado, estimulado y emocionado, y confía también en ser capaz de
hacer frente al desafío. La ACT puede enseñarle el modo en que opera en realidad su mente al evaluar tanto la amenaza, perjuicio o pérdida planteados por los
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factores potenciales de estrés como su capacidad para enfrentarse a ellos. Con la
ayuda de los recursos que pondrá en sus manos la lectura de este libro, empezará
usted a utilizar el poder de su mente para convertir las amenazas en desafíos. La
ACT puede ayudarle a aceptar las cosas que no puede controlar en los desafíos y
a seguir avanzando con el fin de cumplir sus objetivos.
El papel del espacio y del tiempo
No quisiera dejar de decir una última palabra sobre la naturaleza de toda
transacción holística. El que usted considere o no un factor potencial de estrés
como una amenaza, es algo que estará siempre influido por el momento y el
lugar en que se vea expuesto a su acción y por su estado de salud general en ese
instante. La próxima vez que se vea expuesto a la acción de ese mismo factor, su
valoración de él será distinta. Y no sólo porque se verá expuesto a ella en otro
momento y otras circunstancias, sino porque usted no será ya la misma persona
y contará en su haber con los beneficios de una más dilatada experiencia. De esa
experiencia puede usted aprender a hacer un uso positivo. Y la ACT puede serle
de ayuda en dicho sentido enseñándole a aceptar las emociones y pensamientos
vinculados al nuevo enfrentamiento con el factor potencial de estrés, y mostrándole de qué modo puede distanciarse de los rígidos y anticuados clichés desde los
que solía observarlo y relacionarse con él.
Tomemos como ejemplo un examen importante. Imagínese que estuviera en
la universidad cursando el último año en la especialidad de justicia criminal, y
que su idea fuese concursar a un puesto de oficial de policía en una ciudad vecina. Es usted un alumno aplicado, que ha sacado sobresalientes y notables en casi
todas sus asignaturas, y tanto su expediente como su titulación universitarios
cumplen los requisitos académicos exigidos para que pueda ingresar en la academia de policía. Aparte, no obstante, de satisfacer dichos requisitos, tiene usted
que pasar también por un examen escrito y una prueba física.
El examen escrito no le genera ninguna duda sobre su cualificación, y usted
lo observa como un reto o una oportunidad para probarse a sí mismo antes que
como cualquier otra cosa. Así que cuando se presenta a esta parte de la prueba de
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ingreso, todo va como la seda y su puntuación es una de las tres más altas. Por
desgracia, la parte física del examen es un asunto del todo diferente. Incluye una
carrera de doce minutos y diversas pruebas de fortaleza, resistencia y agilidad.
Las pruebas físicas no son lo suyo. Correr es algo que siempre ha odiado hacer, y
durante los últimos meses ha estado demasiado absorbido por sus clases como
para tener la oportunidad de entrenarse como es debido. Esta parte del examen
se yergue ante usted como una amenaza muy seria contra sus planes futuros.
Ni que decirse tiene que la segunda parte del examen no le sale bien. Su
rendimiento en la carrera es un rotundo fracaso, y el recuerdo de este pésimo
comienzo deja sentir su peso sobre usted en todas las demás pruebas. La puntuación que obtiene no es suficiente para aprobar la parte física, y como resultado
suspende usted el examen. Se le deniega el ingreso en la academia de policía, y
usted ve venirse abajo su sueño como si fuera un castillo de naipes.
Ahora dejemos que pasen seis meses más. Ha concluido sus estudios universitarios y se encuentra trabajando a tiempo parcial como asistente en un gimnasio de su localidad, por lo que dispone de acceso inmediato a una instalación
de entrenamiento de gran calidad. Está preparándose para concursar a una
nueva prueba física en la academia de policía de otra ciudad, y a la parte escrita
del examen se ha presentado ya, obteniendo en ella la segunda puntuación más
alta.
A diferencia de seis meses atrás, ha podido concentrar sus esfuerzos en una
única dirección y su actitud ante la prueba física es ahora mucho más positiva.
Desde que entró a trabajar en el gimnasio viene usted entrenándose seis días a la
semana sin falta, tanto corriendo como levantando pesas. Todavía experimenta
una cierta desazón y nerviosismo al pensar en la prueba física, pero acepta estas
emociones, diciéndose a sí mismo: “No hay nada anormal en sentirse así en
vísperas de un examen tan importante”. El día de la carrera se siente confiado,
impaciente por demostrarse a sí mismo que puede aprobar la prueba física. Al
terminar no ha sido el más veloz de los participantes, pero ha corrido lo suficientemente rápido como para superar sin problemas esa parte del examen. Eso
estimula su confianza, haciendo que afronte tranquilo y confiado el resto de los
acontecimientos. Aprueba el resto de las pruebas físicas, y se le invita a ingresar
en la academia de policía.
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En los dos escenarios arriba referidos se ha visto usted expuesto a un mismo
factor potencial de estrés: tener que superar las pruebas físicas del examen de
ingreso en la academia de policía. En el primero de ellos, acudió sin estar preparado, con la mente plagada de ideas derrotistas e invadido por un sinfín de
perturbadoras emociones. No sabía cómo manejar todas esas ideas y sentimientos, y unas y otros consumieron lo mejor de su fuerza. Su valoración negativa del
factor potencial de estrés acabó convirtiéndolo en un factor de estrés real, y eso
hizo que pasar el examen le resultara aún más difícil.
En el segundo escenario se ha visto usted expuesto al mismo factor potencial
de estrés, pero en esta ocasión su forma de habérselas con él ha sido completamente distinta. Contaba con la ventaja de haber pasado por un examen muy
parecido, por lo que pudo retroceder en su mente al pasado y analizar lo que
había salido mal en la ocasión anterior. Esa información la utilizó para marcarse
unas metas y hacer todo lo que estaba en su mano para prepararse mejor con vistas al examen. En su interior sentía todavía una cierta preocupación y nerviosismo, pero el día de la segunda prueba física su valoración de ella fue totalmente
distinta. Aceptó sus pensamientos y sentimientos negativos iniciales, y agregó a
ellos otros nuevos y positivos. Eso hizo que su actitud fuese distinta y que el examen se convirtiese en un reto y en una oportunidad para ponerse a sí mismo a
prueba. En lugar de generar estrés, su mente puso en marcha una respuesta de
desafío, llena de la energía y los pensamientos positivos que necesitaba usted
para salir airoso. El éxito obtenido en la carrera lo hizo usted extensivo a las
demás pruebas del examen físico.
•••
Con la práctica puede usted aprender a transformar factores potenciales de
estrés en retos y a utilizar los recursos de su cuerpo y de su mente. A lo largo de
este libro le mostraré con diversos ejemplos de qué modo podrá usted aplicar los
principios y técnicas de la ACT y de otras técnicas de gestión del estrés para convertir sus factores de estrés en desafíos. En el próximo capítulo, aprenderá todo
lo que necesita saber de la ACT, y verá de qué modo puede llegar a ser ella la
piedra angular de sus planes para gestionar el estrés.
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VIDA
EMOCIONALMENTE
INTELIGENTE
Estrategias para
incrementar el coeficiente emocional
Geetu
BHARWANEY
www.edesclee.com
3
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¿Qué es la inteligencia emocional?*
Este capítulo comprende:
• Siete mitos sobre la inteligencia emocional.
• Algunas definiciones de inteligencia emocional.
• Ser emocionalmente inteligente día a día.
• Tres formas de ver «tu casa».
• Perspectiva general de las actividades incluidas en el libro.
• Dos características clave de la inteligencia emocional: ser emocionalmente
inteligente y tomar decisiones emocionalmente inteligentes.
• Aspectos clave de la inteligencia emocional.
• Un breve resumen de las investigaciones llevadas a cabo sobre inteligencia
emocional.
¿Te has preguntado alguna vez por qué algunas personas parecen tener éxito
en la vida y disfrutar de ella cuando hay otros que se devanan por salir adelante y
jamás consiguen lo que desean? ¿Por qué razón personas de origen social y
académico similar terminan llevando vidas completamente diferentes? ¿Por qué
cuando nos subimos a un autobús, tren o avión y vemos por primera vez a una
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persona nos damos cuenta de inmediato si deseamos disfrutar de su compañía o
no? Decidimos consciente o inconscientemente si nos supondrá «mucho esfuerzo» conocer a alguien y si lo deseamos conocer o no.
¿Por qué motivo, ante un mismo acontecimiento –por ejemplo, un despido
laboral o una alteración de la salud–, dos personas reaccionan de forma tan distinta? La primera aludirá que se debe a la
mala suerte o pensará que representa «la oportunidad para un cambio», mientras que la otra reaccionará violentamente y se culpará a sí misma o a los que le
rodean, quizá durante años.
Siempre me ha fascinado observar cómo dos personas de la misma familia
pueden tener unos «destinos» tan diferentes en lo concerniente a la felicidad, la
satisfacción y las relaciones amorosas. Personas del mismo origen y con las mismas circunstancias familiares adoptan dos formas muy diferentes de afrontar la
vida, los acontecimientos dramáticos y las relaciones.
¿Cómo es posible que dos personas de la misma edad tengan un aspecto tan
diferente? A veces uno parece tener diez años menos que el otro. El capítulo 2
sobre la ciencia del andamiaje de la inteligencia emocional trata del papel que
desempeñan las emociones positivas a la hora de mantenerse joven y sano.
Aunque cada uno tiene sus propias experiencias, hay algunas habilidades
que se pueden aprender, como por ejemplo controlar nuestras emociones de tal
forma que generen cantidades suficientes de hormonas «antienvejecimiento»
(DHEA), o identificar con precisión nuestros sentimientos y dar los pasos oportunos para tratar de conseguir lo que deseamos. Esas habilidades son las que engloban el término inteligencia emocional.
Mitos sobre la inteligencia emocional
Se han publicado en los últimos años toda una gama de artículos, libros y
estudios –algunos serios y otros no tanto– sobre inteligencia emocional, lo que
ha provocado que surjan algunos tópicos sobre dicho tema. Veamos algunos de
ellos.
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Mito
Mito nº 1:
En esta vida no hay
lugar para las emociones; los hechos son
más sólidos y útiles.
Mito nº 2:
La inteligencia emocional implica contarle a todo el mundo cómo te sientes. Puede ser muy
perjudicial para tu carrera si te lamentas en el
trabajo y no muy beneficioso para tus relaciones
personales si les confiesas a las personas cercanas lo que verdaderamente piensas de ellas.
Mito nº 3:
La inteligencia emocional conlleva más abrazos
y toqueteos de lo usual y
no quiero que me acusen
de acoso sexual.
Mito nº 4:
Centrarse en las emociones conlleva tiempo y
yo estoy demasiado ocupado como para tratar
Mi opinión
Las emociones están presentes en todo momento,
puesto que no podemos dejar de sentir. Nuestra
conexión con los demás es emocional y las emociones nos proporcionan una información muy útil
respecto a lo que sucede. Centrándonos en nuestras
emociones podemos reaccionar ante los hechos de
forma más sencilla, rápida y eficiente.
A veces la inteligencia emocional conlleva expresar
las emociones, pero normalmente lo que pretende es
controlar las emociones de tal forma que no te abrumen. Por tanto, ser emocionalmente inteligente no
implica necesariamente decirle a todo el mundo
cómo te sientes, sino más bien ser capaz de saber
cómo te sientes y buscar la forma más adecuada de
comunicárselo a alguien más.
A veces expresar una emoción conlleva un aspecto
físico –una palmadita en la mano o un abrazo de
consuelo–, pero la inteligencia emocional no significa tener permiso para tocar a quien no le apetece
que lo toquen. De hecho, eso se considera ser muy
poco emocionalmente inteligente en determinadas
situaciones.
Si no tratas de averiguar cómo se sienten las personas, entonces pasarás más tiempo concentrado en
los aspectos «negativos» que positivos. Las emociones negativas son un obstáculo difícil de superar,
mientras que las emociones positivas ayudan a hacer
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de averiguar lo que
otras personas sienten.
las cosas bien hechas. Eso no implica necesariamente emplear más tiempo, sino saber en qué debes
centrar tu atención, si en las emociones o en las
ideas.
Mito nº 5:
Eso es totalmente absurdo. Las personas son tremendamente perceptivas y se dan cuenta cuando las
palabras no concuerdan con el lenguaje corporal.
Todos tenemos la habilidad de observar las
emociones.
Mis sentimientos o emociones no son perceptibles para los demás.
Mito nº 6:
Solo debemos centarnos
en las emociones positivas, no en las
negativas..
Mito nº:
La inteligencia emocional es otro término
psicológico "en boga que
no tiene nada que
ofrecer"
Esa afirmación tiene mucho de cierto desde el punto
de vista de la salud (ver capítulo 2). No obstante, las
emociones negativas son un síntoma de que algo necesita cambiar; ver actividad 11 del capítulo sobre la
carrera (capítulo 9). Las emociones negativas son
parte de la vida y, por tanto, resulta útil saber cómo
afrontarlas e identificar las que más pueden debilitarnos si las dejamos entrar.
La inteligencia emocional define una serie de
destrezas y habilidades sumamente necesarias en la
escuela y en las empresas. El conocimiento de la inteligencia emocional debe influenciar nuestra forma
de enseñar en las escuelas, nuestra forma de dirigir
las empresas y nuestra forma de vivir con nuestra
familia. Aunque el concepto apareció hace unos
años, en la actualidad hay más personas trabajando
a un «nivel básico» que pueden ayudarnos a enseñar
esas destrezas, así como las técnicas para medir y
desarrollar nuestra inteligencia emocional y la de
otros.
La enorme cantidad de información errónea existente sobre inteligencia
emocional ha hecho que el concepto se mantenga dentro de un grupo reducido
de personas. Con este libro pretendo resolver ese problema y enseñarle a una
audiencia más amplia qué es verdaderamente la inteligencia emocional.
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Definición de inteligencia emocional
Justo en el momento en que escribo este libro hay una empresa en Canadá
que promociona muñecas «emocionalmente inteligentes» [II] y otra ha empezado a vender cartas de felicitación con sentimientos [III]. ¿Qué significa entonces
ser «emocionalmente inteligente? La definición que doy es muy sencilla:
Ser emocionalmente inteligente significa sintonizar las emociones,
comprenderlas y tomar las medidas necesarias.
Los tres elementos de mi definición abarcan tanto nuestras emociones como
las de los demás:
• Sintonizar las emociones propias y las de los demás.
• Comprender nuestras emociones y las de los demás.
• Tomar las medidas necesarias dentro del contexto emocional que nos
encontramos.
Utilizo el infinitivo (sintonizar, comprender, etc.) porque es algo que realizamos de forma ideal en todas las conversaciones, en todas las experiencias. Sin
embargo, ser emocionalmente inteligente es algo que no sólo se aplica en
nuestras experiencias rutinarias, sino también durante nuestros periodos de
crisis, como por ejemplo el despido laboral, el divorcio, la pérdida de un ser
querido, las confrontaciones, etc.
El doctor David Caruso, creador de la Escala Multifactorial de Inteligencia
Emocional (MEIS), nos ofrece otra definición: «La inteligencia emocional es la
capacidad para utilizar nuestras emociones con el fin de resolver nuestros problemas y vivir una vida más plena. La inteligencia emocional sin inteligencia, o la
inteligencia sin inteligencia emocional, son sólo parte de la solución. La solución
completa es que la razón y los sentimientos trabajen al unísono».
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Se pueden encontrar otras definiciones en el apéndice 1.
He mencionado con anterioridad que algunas personas entienden la inteligencia emocional como un «sentido común avanzado» [IV]. En muchos aspectos, el sentido común es exactamente lo mismo que la inteligencia emocional,
aunque hay muchas personas que tienen mucho sentido común y desconocen la
existencia de algo que se denomina «inteligencia emocional». Sin embargo,
siempre parecen saber lo que deben hacer en el preciso momento. En ocasiones,
las acciones que llevamos a cabo reflejan la forma de afrontar nuestras emociones, en otras nuestra forma de reaccionar ante las emociones de otros. Algunas veces resulta obvio, pero otras no tanto. La inteligencia emocional –es decir, esa habilidad para sintonizar las emociones, comprenderlas y tomar
las medidas necesarias– es lo que a veces se denomina sentido común avanzado. El estudio de la inteligencia emocional nos proporciona un marco de trabajo, además de unos pasos sumamente fáciles que nos permitirán utilizar
nuestro sentido común avanzado; en pocas palabras, saber qué hacer en una determinada situación y hacerlo.
Ser emocionalmente inteligente día a día
Cuando mantienes una conversación con un amigo, ¿te sientes sintonizado
con tus sentimientos y los suyos? ¿Sabes por qué te sientes así? ¿Actúas en
concordancia con esos sentimientos? Cuándo te sientes solo, ¿tomas las medidas necesarias para mejorar tu vida o sueles permanecer triste durante horas?
En situaciones en las que más vale mostrarse feliz, ¿eres capaz de «sintonizar»
ese sentimiento de tal manera que te ayude a superar una situación determinada? ¿Eres una persona fuerte que se mantiene firme en los periodos de crisis o
eres de ésas que reclaman la atención de los demás? Sé que son preguntas muy
importantes, pero todas tienen mucho que ver con la inteligencia emocional, algo
que se ilustra mejor con la siguiente historia:
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Cuatro amigas se sentían entusiasmadas con un viaje que iban a emprender
a Hawai. Era su primer viaje juntas en mucho tiempo. El marido de Kristy
trabajaba de piloto en una importante aerolínea y pudo conseguirles algún
descuento en los billetes. Cuando salieron de su ciudad natal, charlaban
alegremente sobre lo agradable que resultaba dejar ese clima tan frío y
poder tenderse en una de esas playas arenosas que hay en Hawai. Antes de
salir de casa ya podían saborear los zumos de piña colada que pensaban tomarse. Sin embargo, el primer inconveniente surgió cuando llegaron al
aeropuerto donde tenían que hacer trasbordo. Sabían que una de las
razones por las cuales habían conseguido esos billetes tan baratos es que
eran billetes stand-by; es decir, que podrían volar si había asientos disponibles. Les comunicaron que era muy poco probable que pudieran coger un
vuelo hasta la mañana siguiente. Kristy observó la mirada de contrariedad
que pusieron sus amigas y sugirió que lo mejor que podían hacer era buscar
el mejor bar o club nocturno de la ciudad y salir a divertirse. Su buen ánimo
se lo contagió a sus dos amigas, que no dejaron de reír mientras miraban en
las páginas amarillas un lugar excitante donde poder pasar la tarde. La otra
amiga, Donna, se sintió tan contrariada que las demás no notaron que se
había alejado y estaba sentada a solas. Cuando las demás se le acercaron
para marcharse y buscar un taxi, protestó: «No pienso ir. Esto es un desastre. Yo creo que deberíamos volvernos a casa. El viaje se ha estropeado
por completo». Lograron convencerla para que les acompañase, pero se
pasó toda la tarde con la cara larga y respondiendo a las preguntas con
monosílabos. Además, encontraron una habitación en un hotel cercano al
aeropuerto, por lo que a la mañana siguiente sólo tendrían que ir allí para
coger el vuelo. Sin embargo, cuando se vieron en el avión, el estado de ánimo de Donna no había mejorado en absoluto. Convencida de que el viaje
se había echado a perder por un pequeño contratiempo, se pasó el resto de
las vacaciones poniendo objeciones a todo. Kristy se dio cuenta de que
Donna estaba dispuesta a arruinarles las vacaciones si se lo permitían. Por
esa razón, cuando iban a la playa, se alejaba de Donna y se entretenía con
otras personas con las cuales podía reírse y disfrutar. Al final de la semana,
las otras dos amigas se sentían de la misma manera que Donna y, aunque
intentaron que no les afectase negativamente durante las vacaciones, se
sintieron aliviadas cuando llegó la hora de regresar a casa. La percepción de
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Donna al considerar un contratiempo como un «desastre» fue lo que les
«arruinó las vacaciones».
Por tanto, ¿quién tiene la capacidad para controlar sus emociones y
las de los demás? A veces resulta fácil dominar nuestras emociones, especialmente cuando nos sentimos bien (por ejemplo, cuando Kristy se
mantiene animada y llena de entusiasmo por las vacaciones), pero
¿pudo dominar las emociones de Donna? Quizá debas saber que Kristy
y Donna ya no son amigas. Kristy hizo lo que pudo dada la situación,
pero fue incapaz de hacer entrar en razón a Donna, por lo que su estado
de ánimo terminó por afectar a las demás e impidió que disfrutasen de
las vacaciones.
Veamos otro ejemplo. Trata de Andrew, que lleva en su nuevo trabajo algo
menos de dos semanas. Antes de ocupar ese puesto, trabajó de jefe de división en
una empresa dirigida al consumidor muy conocida. Dejó su trabajo y se dedicó a
viajar por el mundo, así que, cuando regresó, desempeñó un trabajo de media
jornada como investigador para ganar algún dinero mientras buscaba la forma
de ampliar sus opciones profesionales.
El trabajo es muy diferente de todos los que ha tenido. Por primera vez se
encuentra rodeado de personas que son más jóvenes que él. Tras unos días
desempeñando su nuevo papel, empieza a perder la confianza y sus habilidades.
Andrew tiene como jefe a alguien que no valora su contribución, una persona
agresiva que le encuentra faltas a todo lo que hacen tanto él como los demás trabajadores. Al parecer, nunca tiene nada agradable que decir a los demás.
Respuesta emocionalmente poco inteligente:
Andrew se siente poco valorado en su nuevo puesto de trabajo, culpa a su
jefe y se dedica a hablar a sus espaldas con los demás compañeros. Continúa encontrándose faltas, duda de sus habilidades y permite que sus sentimientos
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repercutan en su trabajo y en las relaciones con su jefe. No reconoce las emociones que su jefe y él deben estar sintiendo y, por eso, no toma las medidas necesarias para solucionar el problema. Chismorreando a espaldas del jefe y no diciéndole nada jamás conseguirá nada positivo.
Respuesta emocionalmente inteligente:
Andrew reconoce que los sentimientos que le dominan se están convirtiendo
en un problema para él, sus compañeros y su jefe. Acepta que su reacción frente
a esa situación se debe en parte a sus recuerdos y experiencias con otros jefes
más eficientes. Reconoce su rechazo por las personas que ejercen una autoridad
autocrática y acepta que su forma de reaccionar con respecto a su jefe se debe a
que le trae muchos recuerdos (no sólo los presentes). Sopesa la situación y reconoce lo mucho que tiene de verdad y lo mucho que ha exagerado. Reconoce lo
mucho que le está suponiendo aceptar la nueva situación (una menor confianza
en sí mismo, una reducción de energía y una menor satisfacción laboral). Reflexiona detenidamente sobre si lo más apropiado es afrontar la situación con su jefe
o cambiar de trabajo. Andrew, finalmente, decide que dejando de culparse a sí
mismo y a los demás mejorarán las cosas a corto plazo. Con ese gesto tan sencillo, su jefe cambia de comportamiento. Ésa simple acción le hace entender lo
que significa ser un mejor jefe.
En pocas palabras, la respuesta emocionalmente inteligente por parte de
Andrew abarca: ser consciente de sus emociones; reconocer sus sentimientos; ser objetivo con respecto a ellos; poner en contexto la situación y sus
emociones; actuar positivamente basándose en la información que le proporcionan sus emociones; aprender de sus emociones.
Tres formas de ver «tu casa»
Otra forma de considerar la inteligencia emocional es imaginarte a ti mismo
como si fueras una casa y observar tres aspectos: las personas, los sistemas internos y el mal tiempo.
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Las personas
¿Suele la gente visitarte en tu casa? ¿Se lo pasan bien cuando están allí? ¿Se
conserva intacta o termina completamente desordenada?
¿Sabes conectar con las demás personas percibiendo lo que sucede y utilizando las emociones para crear lazos con ellos? ¿Te hace sentir bien mantener
una conversación o no tanto? ¿Expresas lo que verdaderamente sientes cuando
estás en presencia de otros? ¿Te sintonizas con lo que está sucediendo? La inteligencia emocional tiene mucho que ver con las relaciones que mantenemos
con los demás y la calidad de nuestra interacción con ellos. Por ejemplo, cuando
estás con los demás, ¿les transmites tu energía o por el contrario acabas agotándosela? En la historia que acabas de leer, ¿crees que la gente desearía visitar a
Donna en su hogar de malas caras, enfado y contrariedad por algo que estaba
fuera de su alcance? Resulta obvio que a Donna no se le daba muy bien eso de
tratar con los demás, especialmente teniendo en cuenta una situación –unas vacaciones– cuya finalidad era pasárselo bien y disfrutar.
Los sistemas internos
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¿Conoces los distintos sistemas que hay
en tu casa, como por ejemplo el sistema de calefacción o el de fontanería? ¿Sabes lo que hay
detrás de las paredes y debajo del suelo?
¿Conoces las bases de tus emociones; es
decir, cómo te sientes y por qué? La inteligencia emocional tiene mucho que ver con conocer nuestro funcionamiento interno, saber
cómo pensamos y cómo sentimos. Es necesario conocer nuestras propias emociones
antes de poder empezar a interpretar las de otros. ¿Sabía Donna por qué se sentía de esa forma y el impacto que estaba causando en sus compañeras? ¿Sabía a
qué se debía? ¿Se sentía celosa de Kristy porque tenía un marido que podía conseguir billetes de avión a mejor precio?
Mal tiempo
Cuando hace mal tiempo, tu casa se inunda, le cae un rayo o se va la luz por la
noche, ¿sabes lo que debes hacer?
¿Cómo controlas las emociones en situaciones difíciles? ¿Explotas, te hundes o
afrontas las cosas con calma? ¿Tomas las medidas necesarias de acuerdo con la situación?
Durante una crisis hay muy poco tiempo para
evaluar las prioridades y proteger a los que están a tu cargo. La inteligencia emocional tiene
mucho que ver con nuestra forma de controlar las emociones propias y las de los
demás incluso en situaciones críticas. ¿Cómo reaccionó Donna cuando las cosas
no salieron como esperaba? Es obvio que no supo controlar sus emociones a
pesar de ser una crisis sin importancia.
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Perspectiva general de las actividades incluidas en este libro
Este libro incluye una serie de actividades cuyo fin es realizarlas. La tabla de
clasificación que aparece a continuación indica de qué forma está vinculada cada
actividad con los tres aspectos que tenemos de nuestra imagen de «casa»: la
gente, los sistemas internos y el mal tiempo. Te servirá para que sepas dar prioridad a las partes que debes leer; por ejemplo, si deseas trabajar sobre la forma
que tienes de afrontar el «mal tiempo» (o las situaciones difíciles), podrás concentrarte en las actividades incluidas al final de la lista.
Capítulo Gente
Sistemas Mal
internos tiempo
Nº
Actividad
1
Rápida evaluación de tu
inteligencia emocional
utilizando la Escala multifactorial de inteligencia
Emocional
4
X
X
X
2
Evaluación de los
sentimientos
4
X
X
X
3
Tu vida vista desde un
helicóptero
5
X
X
X
4
Registro de tus estados
anímicos
5
5
Utilizar la televisión para
incrementar la inteligencia emocional
6
X
X
X
6
Ver arte moderno
6
X
X
X
X
43/193
7
CONFIAR en tus amigos
7
X
8
Fantasías divertidas
7
X
9
Rabia controlada
8
10
Intensificar
11
X
X
X
X
X
8
X
X
X
¿Está tu carrera
asegurada?
9
X
X
X
12
Tomar medidas
9
X
X
X
13
Validación y anulación
10
X
X
X
14
Charlas de equipo
10
X
X
X
15
Ayudar a que otros te
conozcan
11
X
X
16
Análisis de costes y
beneficios
12
X
X
X
17
Planificación del tiempo
12
X
X
X
18
Análisis EBC
12
X
X
X
Características de la inteligencia emocional
Hay dos características de la inteligencia emocional que merecen ser estudiadas. En mi opinión, son las que diferencian la inteligencia emocional de otros
marcos de trabajo del desarrollo.
1. Ser emocionalmente inteligente
44/193
Mi definición de inteligencia emocional comienza con la palabra «ser», pues
lo considero un aspecto importante de la inteligencia emocional. Veamos la
definición de nuevo.
Ser emocionalmente inteligente significa sintonizar las emociones, conocerlas y tomar las medidas necesarias.
Muchas personas han definido la inteligencia emocional describiendo lo
que hacen las personas, normalmente creando una serie de listas de comportamientos o acciones. La experiencia me ha enseñado que lo que marca la
diferencia es la forma de comportarse de una persona. En otras palabras, que
sin ser sometido a una evaluación formal, la forma de comportarte ante una
determinada situación será la que determine lo emocionalmente inteligente que
eres.
La siguiente actividad de reflexión servirá para explicar este concepto [V].
Tres componentes para el éxito
a) Escribe el nombre de tres personas a las que consideras excepcionales.
Pueden estar vivas o muertas, ser famosas o conocidas tuyas. Anota sus
nombres en la primera columna.
b) Escribe las cualidades que los convierten en personas excepcionales.
Anótalas en la segunda columna, cada una en un renglón por separado. (Por
ejemplo, comprometido, leal, generoso, dispuesto a sacrificarse, cariñoso,
seguro de sí mismo, trabajador, culto, capaz de perdonar, considerado, amable, gentil, sincero, decidido, imperturbable).
c) Pon una K, D o B al lado de las cualidades, utilizando los siguientes
parámetros:
• K: Cualidades que conllevan conocimiento
• D: Cualidades relativas a las acciones que realizan; es decir, cosas que veas que
hacen esas personas
• B: Cualidades relacionadas con su forma de ser y comportarse.
Por ejemplo: comprometido-B, leal-B, generoso-B, dispuesto a sacrificarseB, cariñoso-B, seguro-B, trabajador-B, conocimientos técnicos-K, capaz de
perdonar-D/B, considerado-B, amable-B, gentil-B, sincero-B, decidido-B,
45/193
imperturbable-B, se mantiene en contacto-D, comunicativo-D, sabe lo que
dice-K.
Nombres de las personas excepcionales
Cualidades
K, D o B
Estoy segura de que la mayoría de las cualidades que has anotado están relacionadas con la forma de comportarse (B), ya que la inteligencia emocional no
sólo significa saber qué hacer y llevarlo a cabo, sino una forma de comportamiento a medida que suceden las cosas y se toman las medidas pertinentes. Como
se ha dicho en muchas ocasiones, somos seres humanos, no acciones humanas.
2. Decisiones emocionalmente inteligentes
Aunque he conocido a muchas personas muy diestras y capacitadas, creo que
hay muchas personas con un alto potencial de inteligencia emocional que no
siempre adoptan las decisiones más emocionalmente inteligentes en el preciso
momento. La inteligencia emocional conlleva no sólo saber qué hacer y hacerlo,
sino hacer lo mejor cuando verdaderamente importa. No trata sólo de sintonizar
tus emociones cuando te sientes alegre, lleno de pasión o amor por las personas
que te rodean, sino cuando afrontas emociones desagradables como la rabia o el
miedo, o tienes que tomar decisiones en plena crisis. Teniendo en cuenta que
nuestro cerebro funciona dependiendo de nuestras emociones (por ejemplo, desencadenado una serie de reacciones fisiológicas cuando se percibe una señal de
46/193
amenaza; ver capítulo 2), resulta muy fácil darse cuenta de que la inteligencia
emocional está más relacionada con una habilidad que se aprende que con una
cualidad innata.
Aspectos clave de la inteligencia emocional
¿Por qué es tan importante que sepamos qué es la inteligencia emocional?
¿Hay distintas clases de inteligencia emocional? ¿Hay diferencias entre los
hombres y las mujeres, entre las personas de diferente edad y entre las que
desempeñan diferentes trabajos? La información clave que aparece a continuación es resultado de muchos estudios y está documentada basándose en muchos
libros, investigaciones y casos prácticos realizados durante los últimos veinte
años. Los más importantes aparecen en la bibliografía.
La inteligencia emocional se puede aprender y desarrollar. Existe en la actualidad muchas formas de enseñar y aprender sobre inteligencia emocional. Sea
cual sea tu nivel actual de inteligencia emocional, con el apoyo, las actividades y
el compromiso adecuado, puedes mejorarla. Al contrario que la inteligencia cognitiva (o CI) que llega a su apogeo a la edad de los diecisiete años y se mantiene
constante hasta que empezamos a envejecer, la inteligencia emocional es algo
que puede mejorarse a cualquier edad.
La inteligencia emocional aumenta con la experiencia. Un estudio llevado a
cabo por el doctor Reuven Bar-On, que utiliza un sistema para medir la inteligencia emocional denominado Inventario de Coeficiente Emocional (EQ-i), confirma
que la inteligencia emocional aumenta con la edad, llegando a su momento
álgido entre los cuarenta y cuarenta y nueve años, momento en que empieza a
declinar [VI]. De ahí se deduce que, a partir de esa edad, hay muy pocas experiencias que incrementan la inteligencia emocional. Yo, sin embargo, prefiero
pensar que el aprendizaje es una tarea de por vida. Una investigación que utilizó
la Escala Multifactorial de Inteligencia emocional (MEIS) también nos revela que
47/193
la inteligencia emocional mejora con la edad, especialmente entre la adolescencia
y los inicios de la madurez [VII].
Las necesidades de inteligencia emocional son diferentes dependiendo de la
persona. Todos vivimos con otras personas –ya sea en nuestra familia, comunidad o lugar de trabajo–, por lo que es de suma utilidad que podamos conocer, interpretar y utilizar el contenido emocional de la vida. No obstante, hay trabajos
que requieren distintos niveles de inteligencia emocional [VIII]; de hecho, requieren hasta aspectos diferentes de inteligencia emocional. Por ejemplo, si
desempeñas un trabajo que implica un alto nivel de contacto con los demás, necesitarás ser más capaz de controlar las emociones (tratar con los inconvenientes), mientras que si eres consejero deberás tener más habilidad para conocer
las tuyas propias.
Hay algunas diferencias entre hombres y mujeres. Cuando Reuven Bar-On
empleó el Inventario de Coeficiente Emocional en un estudio que llevó a cabo
con 7.700 personas entre hombres y mujeres, descubrió que, aunque no había
diferencia en la puntuación total del CE (o coeficiente emocional), las mujeres
tenían una puntuación más alta en las tres habilidades interpersonales (empatía,
relación interpersonal y responsabilidad social), mientras que los hombres lograron una mayor puntuación en las dimensiones intrapersonales (por ejemplo,
autoactualización, seguridad), en el control del estrés (tolerancia al estrés, control de impulsos) y adaptabilidad (por ejemplo, comprobación de la realidad,
resolución de problemas). De acuerdo con el doctor Bar-On, «las mujeres son
más conscientes de las emociones, demuestran una mayor empatía, se relacionan
mejor interpersonalmente y se comportan de una forma más responsable socialmente que los hombres; éstos, por el contrario, parecen tener mayor autoestima,
son más independientes, afrontan mejor el estrés, son más flexibles, solucionan
de mejor forma los problemas y son más optimistas que las mujeres [IX].
Ser emocionalmente inteligente se suma a la inteligencia general. Tanto si
eres una persona sistemática a la hora de comprar tus verduras en un supermercado o establecer un plan empresarial, o incluso plantearte tus metas en esta
vida, necesitas disponer de un buen CI (coeficiente de inteligencia) [X]. Cuando
se trata de resolver un problema, ser realista sobre lo que está a nuestro alcance
conlleva ciertos conocimientos prácticos. Centrarse en la inteligencia emocional
48/193
no significa desprenderse de las pautas y estructuras que se aprendieron hace
mucho tiempo con el fin de ayudarnos a organizar nuestra vida rutinaria. Sin
embargo, una concienciación de los aspectos emocionales de lo que sucede servirá para incrementar las habilidades medidas por el CI. Como dijo el psicólogo
David Wechsler en 1940, «personas con idéntico coeficiente de inteligencia
muestran habilidades muy distintas a la hora de enfrentarse con el medio» [XI].
La «inteligencia emocional» no es un oxímoron. Un oxímoron es una palabra o frase que contiene dos ideas contradictorias (por ejemplo, «agridulce»,
«muerto viviente»). Aunque parezca una contradicción, la «inteligencia emocional» se basa en el concepto de IE, ya que conlleva tanto el proceso de sintonizar tus emociones (a veces denominado materia «blanda») y la necesidad de ser
analítico con respecto a las emociones y aprender nuevas destrezas de forma
analíticamente «pura». Desde 1990, cuando John Mayer y Peter Salovey
acuñaron el término «inteligencia emocional», su trabajo, al igual que el de
David Caruso, ha resaltado lo importante que es la combinación de pensar y sentir, ya que ambos aspectos son necesarios si se desean tomar las decisiones
adecuadas.
La inteligencia emocional tiene una ciencia pura apuntalándola. En el
siguiente capítulo, leerás sobre los aspectos esenciales del aprendizaje desde el
punto de vista de la neurología, la medicina y la psicología. Los avances médicos
y científicos han aumentado nuestro conocimiento de las emociones y del papel
que desempeñan en la salud.
La inteligencia emocional afecta a nuestra capacidad de decisión.
Tomamos la mayoría de nuestras decisiones basándonos en nuestras emociones,
tanto si lo pensamos como si no. Por tanto, la inteligencia emocional es importante para tomar las decisiones adecuadas. El capítulo 2 sobre «la ciencia del andamiaje» y el capítulo 12 sobre «el proceso de toma de decisiones» estudian ese
tema en profundidad.
La inteligencia emocional se refleja en las relaciones. Es un área en la que
se puede observar de cerca a las personas con un alto nivel de inteligencia emocional. Observarás que disfrutan manteniendo amistades estrechas y se sienten
cómodos con los demás y con ellos mismos.
49/193
La inteligencia emocional puede medirse. Existe en la actualidad una amplia
gama de métodos para medir la inteligencia emocional (ver capítulo 3 y apéndices 2 y 3). Además, muchos estudios han corroborado el hecho de que prestar
atención a la inteligencia emocional resulta beneficioso para la salud e incrementa el éxito profesional y las relaciones [XII]. Especialmente útiles en ese sentido son los casos prácticos llevados a cabo por HearMath Europe sobre los beneficios de sus talleres de un día de duración sobre Gestión de Calidad Interna.
Entre los beneficios cabe destacar una menor presión arterial, unos mayores
niveles de productividad personal y una mayor eficiencia de equipo [XIII].
Además, estos beneficios se mantienen seis meses después de que dichas personas aprendan las herramientas que forman parte del sistema HeartMarth. (El
capítulo 2 estudia en detalle el sistema HeartMarth).
Breve resumen de las
inteligencia emocional
investigaciones
realizadas
sobre
Tal como ha señalado David Caruso, hemos recorrido un largo camino desde
que en el año 100 antes de Cristo el poeta y filósofo Publio Siro dijese: «Domina
tus sentimientos si no quieres que ellos te dominen a ti». En la actualidad existe
una amplia gama de profesionales –profesores, consejeros, psicólogos, asesores y
formadores– que son especialistas en inteligencia emocional. Por eso debemos
preguntarnos ¿Qué cadena de acontecimientos ha convertido la inteligencia
emocional en un concepto tan importante y popular?[I]
1920 Los primeros estudios sobre lo que en la actualidad se conoce
como inteligencia emocional datan de los años 1920, con la investigación llevada a cabo por Robert Thorndike. Su estudio se
centró en identificar lo que conforma la «inteligencia» y señaló
que la «inteligencia social» formaba parte de la inteligencia general. Definió la inteligencia social como la «habilidad para comprender a los demás y actuar o comportarse de forma apropiada con ellos» [XIV]. Durante su época, otros investigadores rechazaron su
sugerencia de que la «inteligencia social» era un aspecto
50/193
importante que debía desarrollarse dentro del sistema educativo.
Su idea estaba muy avanzada para una época en que se consideraba que los niños «cuanto más calladitos, mejor» y no se les permitía sentarse juntos ni entablar relaciones de amistad. Tuvieron
que transcurrir quince años para que otros investigadores continuaran su labor.
1935 Edgar Doll, un psicólogo australiano que desarrolló un test estructurado denominado Escala Vineland de Madurez Social con el
fin de evaluar la competencia social y proporcionar un CS (coeficiente social) que indicase el nivel de madurez social de la persona
en cuestión [XV]. Cuarenta y cinco años después, el doctor en
psicología Reuven Bar-On continuó su línea de investigación.
1940 David Wechsler continuó enfrentándose a la visión tradicional
de inteligencia con su concepto de «inteligencia no intelecta». Fue
el primero de los investigadores que señaló que había una amplia
gama de inteligencias diferentes al CI que también formaban parte
de la inteligencia general. Sin embargo, su nombre siempre se
relaciona con el famoso test de inteligencia denominado Escala de
Inteligencia Wechsler.
1948 R. W. Leeper realizó una pequeña pero importante contribución a los trabajos de David Wechsler al estudiar el «pensamiento
emocional» y descubrir que las emociones eran las que «suscitaban, mantenían y dirigían la actividad» [XVI]. Señaló que el
«pensamiento emocional» formaba parte y contribuía al
«pensamiento lógico» y a la inteligencia en general [XVII]. Tuvieron que pasar otros treinta y cinco años para que Howard Gardner ampliara la visión de los distintos aspectos de la «inteligencia»
en el siglo veinte.
1973 Peter Sifneos fue quien introdujo el término «alexitimia» (de
origen griego, significando a ausencia, lexis palabras y thymos
sentimientos; es decir, ausencia de palabras para expresar los sentimientos). Es una afección que se podría describir como la
51/193
opuesta a la inteligencia emocional e incluye la dificultad a la hora
de identificar los sentimientos; dificultad al distinguir los verdaderos sentimientos, tanto para expresarlos en palabras como en
las sensaciones que se producen en el cuerpo; dificultad para imaginar los sentimientos y dificultad para describírselos a los demás.
1980 Reuven Bar-On, un doctor en psicología que comenzó sus investigaciones partiendo de la cuestión: «¿Por qué algunas personas gozan de una salud y bienestar emocional y otras no?» [XVIII].
Sus investigaciones comenzaron en Sudáfrica y posteriormente en
Israel. Durante los años 1980 y 1990 se dedicó por completo a
tratar de medir la inteligencia emocional utilizando su instrumento, el Inventario de Coeficiente Emocional (EQ-i) en más de
quince países diferentes. En 1985 introdujo el término «coeficiente
emocional» (CE).
1983 Howard Gardner, un profesor de la Universidad de Harvard
que descubrió que se podían categorizar muchos tipos de inteligencia. Al principio distinguió siete modalidades, pero luego introdujo una octava y, posteriormente, una novena: espacial/visual,
lingüística, intrapersonal, musical, corporal/quinaestética, interpersonal y lógica; la naturalista y existencial se añadieron en 1998.
1985 Robert Sternberg continuó sus investigaciones partiendo del
punto donde las habían dejado Doll, Wechsler y Leeper. Les pidió
a las personas que describieran lo que para ellos significaba una
persona «inteligente» y de sus descubrimientos surgió el concepto
de «inteligencia práctica».
Escribió: «La inteligencia práctica es la habilidad para adaptarse,
cambiar o alterar las situaciones reales» [XIX]. Su investigación
creó una visión mucho más amplia de la inteligencia.
52/193
1985 Peter Salovey y John Mayer se conocieron en la Universidad
de Yale donde John dio algunas conferencias acerca de su tesis
doctoral en la Universidad de Stanford sobre la cognición y el
afecto. Fue entonces cuando empezaron a enlazar las frases, las
ideas y los campos de investigación para formar con ellos algo coherente. Ambos estaban influenciados por los primeros trabajos
sobre las emociones y el rol que desempeña el pensamiento en las
emociones.
1990 John Mayer y Peter Salovey publicaron su primer trabajo de
investigación y acuñaron el término «inteligencia emocional», lo
definieron y fueron los primeros en poder medir científicamente la
inteligencia emocional. Su primera definición de inteligencia emocional fue: «La habilidad para supervisar los sentimientos propios
y los de los demás, su discriminación y el uso de esa información
para dirigir nuestra forma de pensar y actuar» [XX]. Ese mismo
año publicaron su primer trabajo sobre inteligencia emocional.
Dos años antes habían estado hablando acerca de las elecciones
locales en su Estado y se preguntaron cómo Gary Hart, el candidato demócrata, considerado el favorito para ganar las elecciones,
perdió el apoyo del electorado cuando se supo que tenía una aventura extramarital. Se preguntaron cómo una persona tan inteligente provocó su propia destrucción [XXI]. Después de su estudio
de 1990, publicaron nuevos trabajos en 1993 y 1995, y han dado
numerosas conferencias para hablar de sus estudios. Hace once
años, Jack Mayer conoció a David Caruso, quien posteriormente se
uniría a Mayer y Salovey para crear el test de inteligencia
emocional.
1990 Carolyn Saarni, una psicóloga especializada en desarrollo emocional, expuso su trabajo sobre «competencia emocional». Dicho
trabajo estaba enfocado en la forma que tienen los niños de aprender a expresarse, comprender y regular sus emociones mediante la
interacción con sus compañeros, padres y hermanos. Publicó posteriores trabajos en 1997 y 1999.
53/193
1994 R. Michael Bagby, James Parker y Graeme Taylor realizaron un estudio sobre la alexitimia que condujo a la creación de la
Escala de Alexitimia de Toronto, un sistema de medición de la
afección que supuso una mejora con respecto a la anterior medida
dada por Sifneos.
1995 Mayer, Salovey y Caruso comienzan a trabajar en su test de
inteligencia emocional. Al parecer, se habían enterado de que
había un nuevo libro a punto de publicarse sobre ese tema que
«rompería todos los moldes».
1995 Daniel Goleman publica su libro Emotional Intelligence (Inteligencia Emocional), que, hasta la fecha, ha vendido más de
cinco millones de ejemplares. Algunos expertos en la materia
saben que al principio pensó titularlo «Aprendizaje socioemocional» o «Aprendizaje emocional». Incluso el editor de Goleman se
sorprendió del impacto que tuvo el libro. Ese mismo año apareció
un artículo en la revista Time titulado «¿Cuál es tu coeficiente
emocional?». En el artículo podía leerse: «No es lo mismo que el
coeficiente de inteligencia y ni tan siquiera se mide con una cifra.
Sin embargo, el coeficiente emocional es el que mejor predice el
éxito que tendrás en la vida y el que cambiará el concepto de lo que
significa ser inteligente» [XXII]. Desde entonces han aparecido
cientos de artículos en periódicos y revistas en todo el mundo que
han popularizado el concepto.
1996 Reuven Bar-On presentó su sistema de medición del coeficiente emocional, el Inventario de Coeficiente Emocional, a la
Asociación de Psicología de Toronto. Su trabajo fue recibido por
una amplia cobertura de medios de información en Norteamérica.
Bar-On trabajó con un editorial de tests con base en Toronto, la
Multi-Health Systems, con el fin de recopilar más datos y perfeccionar el instrumento. Fue el primero en crear el primer instrumento científico para medir la inteligencia emocional, el EQ-i BarOn, publicado en 1997.
54/193
1997 Los doctores John Mayer y Peter Salovey publicaron su
definición revisada de inteligencia emocional y sus trabajos sobre
la habilidad para medir la inteligencia emocional utilizando la Escala Multifactorial de Inteligencia Emocional (MEIS). En su trascendente estudio, utilizaron la siguiente definición: «La inteligencia emocional se define como la habilidad de percibir de forma
precisa, evaluar y expresar las emociones; la habilidad de acceder
y/o generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento; la habilidad de comprender las emociones y el conocimiento emocional; y la habilidad para controlar las emociones con el fin de fomentar un desarrollo emocional e intelectual» [XXIII].
1998 Se publica el libro de Daniel Goleman, Working with Emotional Intelligence (Trabajar con inteligencia emocional). El libro de
Goleman ha suscitado mucho interés en el mundo empresarial y,
en su segundo libro, ofrece un listado con veinticinco competencias para los líderes empresariales. Ese mismo año, la asesoría a la
que pertenece Goleman, Hay McBer, publicó un sistema de medición de la inteligencia emocional de «360 grados» para las personas que trabajan en el mundo empresarial: el Inventario de Competencia Emocional (ECI).
Desde 1998, se han escrito diferentes modelos, teorías, tests y libros sobre el
tema, además de que ha acaparado la atención de periódicos, revistas empresariales, revistas femeninas y revistas de vuelo en todo el mundo.
Prueba nº 1
1. ¿Qué dos personas acuñaron el termino inteligencia emocional?
Respuesta ____________________________
2. ¿Qué significa alexitimia?
55/193
Respuesta ____________________________
3. ¿Quién inventó el término coeficiente emocional?
Respuesta ____________________________
4. ¿Quién fue el primero que realizó algunos estudios sobre lo que en la
actualidad se conoce como inteligencia emocional y en qué año publicó su trabajo?
Respuesta ____________________________
5. ¿Qué diferencias existen entre ambos sexos en lo referente a la inteligencia emocional?
Respuesta ____________________________
6. ¿Se puede mejorar la inteligencia emocional?
Respuesta ____________________________
7. ¿Esperas que un hombre de 45 años sea más o menos emocionalmente inteligente que uno de 23?
Respuesta ____________________________
8. Expresa con tus propias palabras qué es la inteligencia emocional.
Respuesta ____________________________
9. ¿Hay alguna ciencia rigurosa que sirva de andamiaje a la inteligencia
emocional?
Respuesta ____________________________
10. ¿Quién hizo todo lo posible para popularizar el concepto de inteligencia emocional?
Respuesta ____________________________
56/193
Cuando hayas revisado tus respuestas, pasaremos al capítulo 2, que trata
sobre la ciencia del andamiaje.
Recuerda que la vida no se basa en lo que te sucede
Sino en lo que aprendes de lo que te ocurre.
Todo el mundo vive, pero no todos vivimos plenamente.
Hay muchas personas que padecen «experiencias casi vitales»
Anónimo
I) El Consorcio Ei ha establecido una serie de pautas para los programas de
formación de inteligencia emocional. En una serie de artículos titulados
«Empezar con un programa de coeficiente emocional», la autora, junto
con Kate Cannon, ha escrito sobre la implementación de dichas pautas
en los programas de formación para el desarrollo de la inteligencia emocional. Ver bibliografía.
II) La empresa WonderToy, con base en Toronto y dirigida por la doctora
Linda Pearson (www.wondertoy.com) fabrica las muñecas «Peaches» y
«Babin», junto con un juego y unas cartas de sentimientos para enseñar
inteligencia emocional a los niños. (Ver apéndice 6).
III) Consultar el sitio Web www.blab.com para ver las cartas de saludos que
utilizan la tecnología I-Feel.
IV) Daniel Goleman en su libro Emotional Intelligence (Inteligencia emocional) dice: «Hay una palabra muy antigua para designar las destrezas
que representa la inteligencia emocional: el carácter».
V) Esta actividad se basó en la información obtenida del capítulo 12 de Conversations with God: Book 1 (Conversaciones con Dios, Libro I), escrito
por Neale Donald Walsh.
VI) Del manual técnico EQ-i Bar-On (1997a). La edad máxima de 49 años se
debe a que había muy pocas personas en los estudios que tuviesen una
57/193
edad superior a los 60, por lo que en el futuro esa edad puede incrementarse cuando se recopilen más datos.
VII) Mayer, J.D. Salovey, S y Caruso, D (2000), pág. 408.
VIII) En su libro CareerSmarts: Jobs with a Future (Carreras prometedoras:
Trabajos con futuro) (Ballantine, 1997), Martin J. Yates hace una lista
de 150 ocupaciones diferentes clasificadas de menos a mayor exigencia
de inteligencia emocional. Dicha lista se puede consultar en la página 8
del catálogo del MEIS.
IX) Reuven Bar-On en Bar-On, R y Parker, J. pág.367 edición del 2000.
X) El CI se inventó a principios del siglo veinte para determinar la aptitud
de los alumnos para los diferentes programas. Bidet y Simon publicaron
el Test de CI en 1905 con el fin de calcular una sola puntuación de
inteligencia.
XI) David Wechsler (1940), pág. 444.
XII) Consultar el sitio Web del Consortio Ei para ver los «casos prácticos
empresariales» de las organizaciones que han desarrollado programas
de inteligencia emocional y sus resultados. Martin Seligman dirigió un
famoso estudio sobre el optimismo en el que dedujo que, entre los nuevos empleados, aquellos que puntuaron más alto en optimismo, vendieron un 37 por ciento más de pólizas de seguros que los pesimistas en
los dos primeros años (Seligman, 1990, citado en C. Cherniss, «The
Business Case for Emotional Intelligence» (El caso empresarial de inteligencia emocional).
XIII) Casos prácticos de Hunter Kane, 1999-2000, distribuido como material de referencia en los programas de Dirección Interior de Calidad.
XIV) Citado en Hedlund y Sternberg en Bar-On, R., y Parker, J.D.A. (2000),
pág. 137.
XV) Citado en Bar-On, R (1997b) pág. 6.
XVI) Citado en Bar-On, R (1997b), pág. 6.
XVII) Citado en Bar-On, R (1997b), pág. 6.
XVIII) Manual técnico del EQ-i de Bar-On, pág XI.
58/193
XIX) Sternberg, R. J. y Smith, C. (1985).
XX) Salovey y Mayer (1990) pág. 185-211.
XXI) Historia narrada por Peter Salovey durante su discurso en el que se estableció la tónica «Definir, medir y utilizar la inteligencia emocional» en
la conferencia Linkage, Chicago, octubre del 2000.
XXII) Time, 2 de octubre del 1995.
XXIII) Mayer y Salovey (1997), pág.10.
EMOCIONES:
UNA GUÍA INTERNA
Cuáles
cuáles no
sigo
y
Leslie
GREENBERG
www.edesclee.com
4
60/193
Llegar a conocer tus verdaderas emociones *
La palabra “pasión” comparte su origen con la palabra “pasivo”. Esto contribuye a dar la impresión de que uno recibe las emociones de manera pasiva en
vez de crearlas. Puedes pensar que eres una víctima de tus emociones debido a
que en tu experiencia cotidiana te sientes bien o te sientes mal sin ninguna razón
aparente. A veces tenemos la sensación de que muchas de las emociones, simplemente, ocurren. Por lo tanto, es conveniente que aprendas a utilizar esas emociones como guía y aprendas a regularlas, de manera que no te controlen. Del
mismo modo que no todo pensamiento es necesariamente lógico, no todas las
emociones son necesariamente inteligentes. Tal y como tienes que aprender a
razonar lógicamente, también tienes que aprender a diferenciar cuándo tus emociones son saludables, y contribuyen a que vivas una vida más plena, y cuándo
son desadaptativas y resultan perjudiciales.
A lo largo de la historia, las emociones se han contrapuesto a la razón.
Debido a que parecían ser diferentes a la razón, se ha tratado las emociones
como si estas constituyeran, todas juntas, una entidad singular. Sin embargo, no
todas las emociones son iguales. Cada emoción tiene una forma y una función
distinta. Por ejemplo, en el enfado nos crecemos y nos abrimos paso. La función
del enfado es establecer los límites. El enfado puede durar sólo unos minutos o
puede arder durante días. La tristeza, por el contrario, hace que nos retiremos
bajo una manta, su función más básica es conservar los recursos, y muchas veces
parece interminable. Así pues, las emociones varían en cuanto al modo en que las
experienciamos y a cómo las expresamos. Es necesario hacer distinciones
importantes para aprender a utilizar la inteligencia de las emociones. Por ejemplo, en un momento determinado, el enfado puede constituir una respuesta
adaptativa frente a la agresión o puede darse como una reacción exagerada ante
una situación del presente, basada en una historia previa de abuso. El enfado
puede ser una primera reacción inmediata, o puede surgir sólo al final de una
61/193
cadena de sentimientos y pensamientos. En los varones suele ser más común
expresar este último tipo de enfado.
Es posible que, en realidad, estén sintiendo miedo, pero debido a la creencia
de que no es “de hombres” estar asustado, responden con enfado en su lugar.
También expresamos las emociones intencionadamente para obtener un resultado deseado, como cuando lloramos para producir compasión.
La tradición de creer que la razón es la mejor forma de guiar la vida, no ha
sido justa con la complejidad de las emociones. Así, se ha producido una simplificación excesiva en cuanto a cómo se deben manejar: hay que controlarlas.
Como reacción a esta restricción apareció otra simplificación excesiva, en la que
se considera que lo bueno es expresar todas las emociones. Para poder tratar con
tus emociones es necesario, más bien, que aprendas a identificar qué tipo de
emoción estás experienciando, y cuál es la mejor manera de manejar cada una.
Imagina lo diferente que serían tus sentimientos en las siguientes situaciones y cuál podría ser la mejor forma de afrontarlos.
• Acabas de tener una gran discusión con tu esposo/a y ahora no os dirigís la
palabra.
• Te acaban de hablar acerca de un ascenso laboral que deseas.
• Te recuerdan a un pariente recientemente fallecido.
• Quieres impresionar a tu nuevo jefe.
• Tu amante te ha dicho que sus sentimientos por ti están cambiando.
• Estás pensando que tus perspectivas de futuro son sombrías.
• Estás a punto de salir hacia el trabajo cuando la canguro llama diciendo que
no puede venir.
• Tu hijo de tres años acaba de cruzar la calle corriendo justo cuando venía un
coche.
• Quieres deshacerte de un vendedor que te ha interrumpido llamando a tu
puerta.
62/193
Hemos propuesto situaciones y experiencias emocionales muy diferentes. El
simple hecho de ponerte en contacto con tus sentimientos no es suficiente.
¿Cómo manejas toda esta variedad de sentimientos? En primer lugar, es
necesario distinguir entre los diferentes tipos de experiencias emocionales, para
posteriormente aprender como tratar cada una de forma apropiada. De este
modo, veremos que algunas emociones deben ser utilizadas como guías adaptativas para la acción, otras deben ser enfrentadas, dejadas de lado o exploradas, y
otras superadas. Algunas emociones deben expresarse con fuerza, mientras que
es necesario mantener otras bajo control.
Variedades en la experiencia y la expresión emocional
Para ayudar a que las emociones tengan sentido y a que puedas beneficiarte
de su inteligencia tienes que entender qué tipo de emoción estás experienciando
y para qué sirve lo que la emoción te está diciendo. Además de identificar si la
emoción está orientada al presente, al pasado o al futuro, hace falta que realices
algunas distinciones claves de otra clase. Son estas distinciones las que te serán
más útiles en el aprendizaje necesario para utilizar tus emociones hábilmente.
Para poner en práctica la inteligencia emocional tienes que identificar si una
experiencia emocional en un momento dado es:
1. Un sentimiento visceral adaptativo, que llamamos emoción primaria
adaptativa.
2. Un sentimiento de malestar crónico, que denominamos emoción
primaria desadaptativa.
3. Una emoción reactiva o defensiva que oscurece tu sentimiento primario,
a la que denominamos emoción secundaria, o
4. Una emoción que influencia o a veces manipula, que se usa con el
propósito de obtener algo que se desea, a la que denominamos emoción instrumental.
63/193
En algunas ocasiones puede resultar difícil colocar una emoción dentro de
una categoría, ya que la emoción que sientes en un momento dado puede ser
primaria, secundaria e instrumental.
Así que cada vez que sientes algo tienes que decidir, como si acabaras de
empezar, qué tipo de emoción estás sintiendo. Más adelante, vamos a describir
las principales características de estas emociones y daremos ejemplos. También
nos dedicaremos, específicamente, a cuatro emociones principales, que consideramos son las más importantes en psicoterapia en cuanto a la inteligencia y a la
regulación emocional. Dichas emociones son enfado, tristeza, miedo y vergüenza.
En el presente capítulo estudiaremos las emociones primarias; son tus sentimientos “verdaderos” más básicos. Los que sientes en lo más profundo. Son los que
definen verdaderamente lo que sientes.
Emociones primarias saludables
Estas emociones básicas son tus respuestas fundamentales, viscerales a las
situaciones. Son en realidad tus primeros sentimientos. Tal es el caso del
enfado frente al agravio, la tristeza ante la pérdida y el miedo frente a la
amenaza. Estas emociones son, claramente, muy valiosas para tu supervivencia y
bienestar. Llegan con rapidez y se van con prontitud. Son reacciones a algo que
está ocurriendo ahora mismo, y cuando la situación que las ha producido se
afronta o desaparece, la emoción se desvanece. Estas emociones son la fuente
principal de tu inteligencia emocional. Para poder beneficiarte de ellas tienes que
ser capaz de reconocerlas y usarlas como guía. Ese es un paso crucial para darle
sentido a tus emociones. Requiere disciplina, conciencia y práctica. Para poder
ser consciente de tus emociones primarias, tienes que traspasar el revoltijo de tus
emociones secundarias defensivas y dejar partir tus sentimientos instrumentales.
Entonces, llegas a tus sentimientos primarios; los que te dicen quien eres realmente y lo que estás sintiendo realmente en un momento dado.
Examinemos algunos ejemplos de las cuatro emociones mencionadas anteriormente y cómo mejoran tu inteligencia cuando se trata de emociones básicas,
adaptativas.
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Tristeza primaria saludable
• Estoy en el aeropuerto partiendo de Sudáfrica, mi hogar, para escapar de la
injusticia y la tiranía del apartheid. Tengo veintidós años y me siento impaciente por enfrentar mi futuro “en el extranjero”. Digo adiós. Lloro. Esas
lágrimas indican que volveré cada ciertos años, cuando pueda, y cuando mi
necesidad de conectar de nuevo con mi familia y amigos superen mi odio
por los horrores del apartheid.
Te entristeces cuando abandonas o pierdes a los que amas. Tu tristeza te dice
que los echarás de menos y que estarás separado de ellos durante un tiempo. Sin
esa tristeza, estarías mucho menos conectado y sería mucho más probable que te
movieras sin rumbo. La añoranza hace que regreses a la seguridad y a lo que es
familiar.
• Dennis y Sharon acudieron a terapia de pareja. El tema era si él estaba dispuesto a comprometerse para contraer matrimonio. Dennis era un
abogado de 40 años que nunca había estado casado. Sharon era una maestra de escuela de 36 años, que había estado casada durante unos años
cuando tenía alrededor de veinte. Su reloj biológico apremiaba. Ella
deseaba un compromiso y un hijo. Después de unas cuantas sesiones pusieron fin a su relación, en mi consulta, con dolor. Yo fui el instrumento para
poner fin a una relación fallida. Sharon lloraba, Dennis se sentía aliviado,
culpable y triste. Yo me sentía triste.
La tristeza ante el fracaso o la pérdida de una relación es otra gran fuente de
dolor. Te entristece la dificultad del conflicto. Te pones triste por el dolor que
ocasiona la vida y por no amar o sentirte amado. Estás triste cuando no te sientes
comprendido o cuando te aislas. Te entristeces cuando alguien a quien amas se
marcha y lo pierdes para siempre o incluso por un tiempo. La tristeza de la
soledad es amplia y profunda.
• Has ido a visitar a un amigo que se fue hace mucho tiempo a otro continente. Habéis sido amigos durante la época del colegio y la universidad. Por
fin conectáis de nuevo durante unos días, después de casi veinte años de
separación. Os ponéis al día de lo ocurrido en vuestras vidas. Ahora, es el
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momento de las despedidas. Es vuestro último desayuno juntos y ya habéis
llamado a un taxi para que te lleve al aeropuerto. Las separaciones son difíciles. Puedes mantenerte ocupado con los detalles de la partida, evitando el
sentimiento de separarte otra vez, o puedes admitir la tristeza de partir y
reafirmar la importancia de lo que el uno significa para el otro.
La tristeza saludable primaria es un estado que puede aparecer como un
momento breve insertado en el proceso continuo y complejo de tu vida. Se caracteriza por un tipo de sensación de pérdida, de dolor o de sentirse conmovido por
una despedida o algo que termina.
A veces, puedes sentir la tristeza pasajera de la renuncia, o la de rendirte
ante un conflicto y aceptar lo inevitable. En otras ocasiones sientes la tristeza de
manera muy profunda y completa. Lloras por la pérdida y compartes tu pena o
desilusión. Esa es la tristeza libre de culpa.
• Myriam, una ejecutiva de publicidad, acaba de recibir la noticia: la propuesta en la que ha trabajado tanto para lograr terminarla y en la que había
depositado sus esperanzas, ha sido rechazada. Se siente alicaída y desolada. Su compañero le tiende una mano para consolarla. Ella llora. Las
lágrimas fluyen mientras ella siente la tristeza.
Con frecuencia, la tristeza implica el llanto. La función biológica general de
llorar es actuar como señal para ti mismo y para los demás de que algo es penoso. Servirá para motivaros a ti y a otras personas a hacer algo respecto a la circunstancia angustiante, con el fin de reducir el llanto. Llorar es una de las
primeras cosas que hacemos cuando venimos al mundo, y el llanto está motivado
por el deseo de sobrevivir. Te informa de que estás sufriendo. Cuando el llanto se
detiene de verdad, sabes que el sufrimiento se ha terminado. Llorar, dentro de
unos límites, es sano. Ser capaz de llorar y expresar lo que estás sintiendo por
dentro ayuda a fomentar la intimidad. Llorar en exceso, hasta el punto de ser
incapaz de comunicarse en absoluto, puede no ser saludable. Llorar es otra forma
de comunicación, adicional al uso de las palabras. Añade significado. Muchas
veces, las lágrimas fluyen cuando las palabras fallan. Las lágrimas pueden estar
diciendo distintas cosas, tales como “ya no puedo más”, “te quiero” o “me duele”.
Además, con el llanto se pueden expresar otras emociones como alegría o felicidad, miedo o incluso enfado.
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Ejercicio: Tristeza por pérdida
Identifica una situación en la sentiste una pérdida. Puede ser la pérdida de
una persona, o de una relación, o bien un desengaño. Encuentra una palabra o
palabras que encajen con el sentimiento. ¿Lo sientes en el cuerpo? Describe con
palabras cómo se siente tu cuerpo. Si sueles mover tu cuerpo de una manera
determinada cuando estás triste encuentra una manera de expresarlo. Deja que
tu cuerpo hable. Suspira, asume una posición decaída, acurrúcate o deja que tu
rostro exprese tristeza.
Enfado primario saludable
• Estás sentada en el coche hablando con tu esposo por primera vez durante el
día. Le estás contando algo alarmante que te ocurrió esa mañana: cuando
pasabas caminando por una zona de construcción casi te cae encima una
viga que se les cayó. Llegáis a casa mientras tu todavía estás describiendo
la experiencia. Él aparca el coche, abre la puerta y sale, mientras tú todavía
estás en la mitad de una frase contando cuanto miedo pasaste. Te sientes
enfadada y ofendida, pues él no parece quererte lo suficiente como para
escuchar lo asustada que te sentiste.
El enfado es una de las emociones más poderosas y urgentes. Tiene un profundo impacto en las relaciones con los demás, así como en nuestro propio funcionamiento. El enfado puede preservar la vida o ser destructivo. No se debe confundir el enfado con la agresividad. La agresividad ataca o agrede. Sentirse
enfadado no significa comportarse agresivamente. Las personas pueden ser agresivas sin sentir ningún enfado. Una investigación realizada con personas de los
cuatro continentes ha demostrado que el enfado se dirige, con más frecuencia,
contra aquellos a los que amamos, porque sentimos que han hecho algo que está
mal. La expresión típica de enfado rara vez implica agresividad sino que, más
bien, está dirigida a corregir la situación o a prevenir su recurrencia.
Aristóteles consideraba que el enfado provenía de creer que nosotros o
nuestros amigos habíamos sido ofendidos injustamente y que nos enfadamos con
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las personas que son insolentes y que nos hieren con su insolencia. El enfado
primario adaptativo es provocado por una ofensa contra ti o contra tus seres
queridos. Puedes culpar a la otra persona por su acción, porque te ha herido.
Todo ello va acompañado por la creencia de que la otra persona podría haber
actuado de otro modo, pues tenía el control de la situación ofensiva.
Hace unos doscientos años, Immanuel Kant, que creía fervientemente en el
poder de nuestras mentes para formar categorías que dan forma a nuestra visión
del mundo, reconocía la importancia del enfado para prevenir el estancamiento y
agradecía a las parcas su “capacidad cascarrabias”.
Aseguraba que los seres humanos desean “concordia, pero que la naturaleza
sabe mejor lo que es bueno para las especies”. Cuando resulta claro que estás
ofendido y que estás enfadado, tu enfado te ayuda a proteger tus límites personales de la invasión de otros. Con frecuencia, especialmente en las culturas
anglosajonas, las personas sienten bastante ansiedad y desaprobación cuando
escuchan a otros que están enfadados. Se les ha enseñado a reprimir su enfado, y
han aprendido bien. Por ejemplo, puede que te sientas ofendido por un mecánico
de coches avasallador en exceso, que se aprovecha de tu dependencia y te chantajea cuando te arregla el coche. Sabes que te están manipulando o estafando y te
enfadas, pero como te han socializado para que seas educado, no dices nada. Más
tarde te sientes deprimido y cínico. Es mucho mejor dejar que tu enfado te
movilice para que te expreses asertivamente, que sentirte abatido. Con la energía
y el poder que el enfado proporciona puedes mostrar los dientes y puedes protegerte si tratan de aprovecharse de ti. No defiendo el enfado como primera
medida de defensa, y creo en la importancia de métodos conciliatorios, pero en
última instancia el enfado es una parte indispensable de nuestro carácter y no
hace falta tener miedo de recibir su mensaje.
• Un fontanero llega a arreglar el fregadero de la cocina dos días después de
que lo llamaras, como se había acordado, para evitar tener que pagar la
tarifa de servicio de urgencia en el mismo día, que es más cara. Llega con
media hora de retraso, pero estás agradecida de que esté ahí. Examina el
fregadero durante un minuto y, entonces, te pide un precio exorbitante por
arreglarlo. Le preguntas por qué es tan caro. Te da una explicación confusa
acerca de lo que puede ser necesario reparar y te dice que te está
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presupuestando el precio más alto porque puede ser complicado y quiere
evitar tener que decirte luego que cuesta más. Le pides que desglose con
detalle los costos. Al desglosarlos ves que te está cobrando la tarifa de asistencia de urgencia como tarifa base y que añade una hora de mano de obra.
Le dices que la tarifa base no es correcta y llamas a la tienda que lo ha enviado. Allí confirman tu opinión y dicen que tiene que deducirte de la tarifa
base los $30 de la tarifa de urgencia. El fontanero habla con el encargado y
luego saca su calculadora y te da un nuevo precio que está $10 por debajo
del presupuesto original. A estas alturas estás realmente enfadada y te
sientes bastante agraviada. Como respuesta a tus protestas y a que alegas
que el encargado dijo que la deducción era de $30, él contesta que este precio incluye el impuesto. Te sientes manipulada y le dices que no quieres sus
servicios, pues sientes que no está siendo honesto. Él te exige que le abones
su tarifa de servicio de no urgencias de $35. Respaldada por tu enfado por
sentirte tratada injustamente, simplemente te niegas a pagarle y llamas a la
tienda para decirles lo que piensas: que no has sido tratada honestamente y
que te niegas a pagar. El fontanero se marcha protestando. Cierras la
puerta y te sientes eufórica. ¡Arreglas tu misma la obstrucción de la cañería
en veinte minutos!
Nuestro enfado primario adaptativo se activa, muchas veces, sin que sepamos realmente por qué. No hace falta que tengas necesariamente algún
pensamiento consciente, como “me estás ofendiendo”. Simplemente, te sientes
ofendido. Entonces, empiezas a tener pensamientos de enfado. El enfado puede
activarse por pensamientos conscientes, pero la mayor parte de las veces el
enfado se evoca sin pensamiento. El primer grito de rabia del bebé no depende
de un pensamiento consciente acerca del entorno. También te enfadas con más
rapidez cuando estás cansado, tienes calor o estás estresado. La irritabilidad que
flota libremente no proviene de ningún pensamiento consciente. En efecto, el
enfado puede, de hecho, ser inducido por ciertas drogas o enfermedades, e
incluso por estimulación eléctrica, desligado de cualquier pensamiento o encuentro en particular. El enfado está a mano a lo largo de nuestras vidas. Obviamente,
es un recurso esencial.
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Ejercicio: Enfado por un agravio o por invasión de los límites
Identifica una situación en la que has sentido que se portaron mal contigo, te
trataron injustamente o se violaron tus derechos. Identifica tu sentimiento.
Encuentra una palabra o palabras que se ajusten al sentimiento. ¿Qué sientes en
tu cuerpo? Pon el sentimiento en palabras. Si el enfado hace que quieras mover
el cuerpo, hazlo. Encuentra algún modo de expresarlo. Identifica el objetivo de tu
enfado. En tu imaginación o en voz alta di “estoy enfadado con…” o “ estoy cabreado porque…” Encuentra una forma de expresión que se adapte a ti. ¿Qué
sucede una vez que has expresado tu enfado de esta manera? ¿Sientes que conectas con tu propia fuerza?
Enfado y amabilidad
El manejo del enfado y de otros sentimientos hostiles en la vida cotidiana
demanda una atención especial. ¿Puedes estar simplemente enfadado? ¿Qué
pasa cuando atacamos, gritamos o criticamos a otras personas? ¿Es sano?
Los sentimientos de enfado pueden ser saludables y son humanos. Todas las
personas se enfadan, le ocurre por igual a justos y a pecadores. Hacer crecer la
experiencia de ser amable con uno mismo y con los demás en la vida es, sin
embargo, un equilibrador importante respecto al enfado.
Ser amable no significa no enfadarse nunca. Volverse cada vez más amable
no conduce a reprimir el enfado. Más bien, te ayudará a aceptar tus sentimientos
de enfado como innegablemente humanos. Resulta difícil mantener la amabilidad cuando el enfado no resuelto acecha dentro de ti. El enfado que se lleva subterráneamente, con el tiempo, termina estallando de formas incontrolables y
destructivas. Por eso, se debe permitir que el enfado surja abiertamente desde el
principio y que se exprese de manera sabia y moderada. Por ejemplo, podría
suponer ser directo con un amigo. Puedes expresar a tu amigo como te sientes
diciendo, “estoy enfadado porque no acudiste a nuestra cita para cenar”. Mencionar eso a tu amigo resulta informativo. Puede despejar el aire entre vosotros.
Contribuye a clarificar y puede evitar daños o malentendidos futuros. Ni reprimir
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el enfado y volverse frío y resentido, ni dejarlo salir dando patadas a los muebles,
rompiendo cosas o arremetiendo a golpes contra alguien, fomentará el desarrollo
de la amabilidad. Los arrebatos pueden aliviar el enfado acumulado, pero también pueden incrementar la tendencia a dar rienda suelta y volverse más furioso
y explosivo. Como hemos dicho, en lugar de arranques de cólera, la mejor manera de lidiar con el enfado es hablar acerca de tus sentimientos con otras personas. La meta es comunicar tus sentimientos por su valor informativo, y no ser
agresivo verbalmente. Sólo hay unas cuantas circunstancias en las que la exteriorización del enfado se justifica: cuando se trata de proteger tus límites o cuando
resulta necesario para evitar ser agredido.
Miedo y ansiedad primarios saludables
• Voy caminando por una calle oscura, solo, de madrugada, en una parte de la
ciudad que no me es familiar. Escucho unas pisadas detrás de mí. Cruzo al
otro lado de la calle. Las pisadas parecen seguirme. Mi corazón late con
rapidez. Estoy sudando. Aligero el paso. Quiero correr.
Los seres humanos están entre las especies más curiosas y más ansiosas.
Quizás los gatos sean más asustadizos que nosotros. Pero nuestro miedo nos ha
sido de gran utilidad en la lucha por la supervivencia, moderando nuestra
curiosidad.
El miedo es muy desagradable y nos proporciona una señal imperiosa, orientada a la supervivencia, para escapar del peligro. Por lo general, es una
respuesta efímera ante una amenaza específica, que cede una vez has escapado
del peligro. La ansiedad, por otra parte, es una respuesta a “amenazas” invisibles
sentidas en la mente, que pueden ser simbólicas, psicológicas o situaciones
sociales, más que algo que está directamente presente, como un peligro físico.
Nuestra capacidad para anticipar nos genera ansiedad. Es un regalo y una
maldición al mismo tiempo. La ansiedad es la respuesta a la incertidumbre que
surge cuando te sientes amenazado. Así que podemos decir que tenemos “miedo”
a la oscuridad, pero un futuro examen nos produce ansiedad.
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Es adaptativo que reconozcas tanto tus miedos primarios como tus
ansiedades. Reconocer la debilidad y la vulnerabilidad, en vez de tener que
presentar una fachada de fortaleza, nos ayuda a ser más humanos. Ignorar el
miedo real o la inseguridad conduce a asumir demasiados riesgos y a peligros
innecesarios. Reconocer el miedo primario adaptativo permite saber que algo
representa una amenaza. Te movilizas para huir y, entonces, es necesario que
decidas cómo reaccionar frente al peligro. La ansiedad primaria adaptativa,
como la ansiedad antes de un partido importante o los cosquilleos en el
estómago previos a salir a escena, no es tan distinta del entusiasmo. La calidad
positiva de la ansiedad se capta cuando, por ejemplo, dices que estás ansioso por
ver a alguien. Este lado positivo de la ansiedad tiene que ver con estar listo para
lo que estás anticipando.
Muchas veces, sin embargo, el miedo y la ansiedad primarios no son sanos,
sino más bien desadaptativos. Ciertas experiencias de la infancia o de las relaciones se caracterizan por ser imprevisibles y por una ausencia de control interpersonal y pueden producir, por ejemplo, muchas ansiedades desadaptativas en
las relaciones con otras personas, incluyendo el miedo a la intimidad y el miedo a
perder el control. Es más común que las personas tengan miedo o ansiedad
primarios desadaptativos, que tristeza o enfado primario. Por lo general, la
tristeza y el enfado primarios son adaptativos y constituyen respuestas apropiadas a determinadas situaciones.
Ejercicio: Miedo y ansiedad ante una amenaza.
Identifica una amenaza en tu vida que represente ahora mismo incertidumbre o peligro, real o imaginario. Identifica tu sentimiento. Encuentra una
palabra o palabras que se adecuen a ese sentimiento. ¿Qué sientes en tu cuerpo?
Si el sentimiento hace que quieras cambiar la posición del cuerpo, hazlo. Encuentra alguna forma de expresarlo. Deja que tu cuerpo refleje el sentimiento. Revisa
tu respiración. Respira y di “estoy asustado o ansioso”. Identifica la amenaza.
Ahora encuentra alguna manera de calmarte y afrontar la amenaza. ¿A qué
recursos internos o externos puedes recurrir como ayuda? (Hablaremos más de
esto en los próximos capítulos).
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Vergüenza primaria saludable
• Te despiertas y recuerdas lo que sucedió anoche. Perdiste el control. Habías
bebido demasiado y te estabas comportando como un tonto. Esto ya resulta
suficientemente embarazoso, pero lo que te hace sentir avergonzado es el
recuerdo de haber corrido al baño y vomitado. Alguien tuvo que ayudarte a
limpiar. Fue espantoso. ¿Cómo vas a poder mirar otra vez a la cara a esas
personas?
La vergüenza golpea profundamente el corazón humano. La vergüenza está
relacionada con tu valor como persona. La vergüenza hace que queramos escondernos, a diferencia de la culpa, en la que deseamos pedir disculpas o reparar los
daños. Sentimos vergüenza cuando perdemos el control, cuando nos sentimos
expuestos en exceso, como si aparecemos desnudos en público, o cuando sentimos que otras personas nos consideran sin valor o poco dignos. A veces, queremos inclinar la cabeza y hundirnos en la tierra para no ser vistos. La vergüenza
puede emerger cuando revelas tus emociones a otra persona y ésta no te apoya.
Podrías estar contando una historia en un grupo y, de repente, darte cuenta de
que nadie te está escuchando. Uno se encoge y se repliega por dentro.
Los niños sienten vergüenza cuando nadie presta atención a sus esfuerzos
por exhibir sus destrezas ni a su entusiasmo por los éxitos. Cuando gritan emocionados “¡Mami, Papi, mírame!” mientras se preparan para saltar a la piscina y
sus padres los ignoran, pueden aislarse llenos de vergüenza.
La vergüenza puede ser una emoción adaptativa si es una respuesta a
violaciones, implícitas o explícitas, de nuestros estándares y valores personales;
es el caso de la vergüenza por implicarse en un comportamiento anormal o por
perder el control en público, o sentirse avergonzado por ser un padre negligente
o abusador.
En estas circunstancias, es necesario que reconozcas tus sentimientos de
vergüenza, pues te están dando una información muy valiosa relacionada con el
comportamiento social aceptable, información que puedes elegir utilizar como
guía para tu conducta.
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La vergüenza puede ser adaptativa porque, a la vez que protege tu privacidad, te mantiene conectado con la comunidad. Lo consigue al evitar que
cometas demasiados errores en público o que rompas las reglas que constituyen
nuestro tejido social. La vergüenza adaptativa te informa de que estás demasiado
expuesto y las otras personas no van a apoyar tus acciones, o que has roto una
norma social muy básica, o bien que has violado estándares y valores que reconoces como muy importantes.
Ejercicio: Vergüenza por sentirse degradado y empequeñecido.
Identifica una situación reciente en la que hayas sufrido una pérdida
repentina de autoestima o recuerda una situación en la que te hayas sentido abochornado. ¿Alguna vez has respondido a un saludo en la calle, dándote cuenta en
seguida de que, en realidad, estaban saludando a alguien que estaba detrás de ti?
¿Te produjo vergüenza? ¿Por qué? Revisa si puedes sentir el sentimiento ahora.
Identifica el sentimiento. Encuentra una palabra o palabras que describan el sentimiento. ¿Qué sientes en el cuerpo? Pon el sentimiento en palabras. Si ese sentimiento hace que quieras moverte o actuar de una manera determinada, hazlo.
¿Quieres bajar la mirada? Deja que el sentimiento se exprese en tu cuerpo.
Emociones primarias no saludables
Las emociones primarias no saludables emergen cuando tu sistema emocional funciona mal. Tales sentimientos siguen siendo tus sentimientos más básicos, “verdaderos”, pero han dejado de ser sanos. Estas emociones pueden surgir
debido a una situación externa o interna. Por lo general, se basan en un aprendizaje previo. La vergüenza de sentir que uno no es amado, valioso o bueno, la
tristeza de sentirse solo o con carencias, la ansiedad de sentirse inadecuado o
inseguro, o la rabia de sentirse tratado injustamente o desobedecido, emergen y
se apoderan de ti. Te quedas atascado en esas emociones. Pueden perdurar
mucho tiempo, incluso, cuando ya no existe la situación que causó tu sentimiento
de malestar en el pasado. Pueden permanecer contigo en el presente. Cuando
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tales estados hirientes surgen, parecen ser muy testarudos. Una vez evocados, te
hundes en ellos de manera inexplicable y sin que puedas hacer nada.
Son esos viejos sentimientos familiares de nostalgia y privación, de aislamiento ansioso, de sentirse avergonzado por no ser valioso, o de estar culpando y
enfadado inexplicablemente. Cada vez que te sumerges en ellos hacen que te
sientas tan mal como la última vez. Esos son los sentimientos de malestar que te
mantienen prisionero y de los que quieres escapar desesperadamente. Por lo
general, te desorganizan. No sugieren una clara sensación de dirección. A
menudo revelan otras cosas acerca de ti.
A veces ciertas emociones se vuelven desadaptativas debido a un aprendizaje traumático. Una emoción que es en principio adaptativa, tal como el
miedo adecuado frente a los disparos en una batalla, puede grabarse tan profundamente, que se generaliza a situaciones que ya no son peligrosas, haciendo
saltar alarmas de peligro cuando ya no existe ninguno. Puede que busques refugio y revivas escenas horribles de guerra cada vez que un coche pistonea. Estas
son emociones del pasado inmiscuyéndose en el presente. Se las puede reconocer
porque no son sanas para tu vida cotidiana. A menudo, deterioran las relaciones
íntimas y destruyen los vínculos emocionales en vez de protegerlos.
Revisemos algunos ejemplos de las cuatro emociones básicas, tristeza,
enfado, miedo y vergüenza, cuando forman parte de una herida sin sanar.
Tristeza primaria no saludable
• Te sientes agotado por el estrés de todo el día. Tienes el “depósito” vacío.
Te vendría muy bien un poco de ayuda de tu compañera para “cargar las pilas”.
Te gustaría, simplemente, fundirte en sus brazos y que te transportara durante
un rato al éxtasis sexual. Tu compañera no muestra ningún interés y parece distante y preocupada. Empieza a aparecer ese sentimiento familiar de desamor y
privación. La herida se abre y escuchas el estribillo de siempre “nadie me quiere
de verdad”, haciendo eco en tu mente. Te pones triste por todas las otras veces en
las que sentiste esta carencia. Te preguntas por qué siempre te sucede lo mismo.
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Tu almacén de heridas y pérdidas en la vida es una fuente de tristeza que
suele pertenecer al pasado, pero tiñe el presente. Este doloroso estado de aflicción puede ser evocado por un rechazo que se percibe en el presente o, incluso,
por un sentimiento de impotencia para curar el dolor de un ser amado.
Ser incapaz de curar o aliviar el dolor de una persona amada puede hacerte
sentir una profunda sensación de impotencia y desesperación. De este modo,
algo del presente está creando una desesperación tan honda, que parece desproporcionada con respecto a la situación. Esta sensación abrumadora no te ayuda a
resolver tu problema actual. Se trata de tristeza desadaptativa.
La tristeza no saludable, potenciada por el rechazo o la pérdida personal,
puede evocar esta profunda sensación de desamparo e impotencia. El dolor y la
tristeza parecen envolver todo tu cuerpo. Sientes la imposibilidad de hacer desaparecer el dolor. Es como si una “locura” de tristeza se apoderara de ti. Esa
sensación de locura se debe a que, de pronto, tu tristeza cambia completamente
cómo te sientes. La sensación de seguridad cambia instantáneamente a inseguridad, el entusiasmo se convierte en letargo, donde previamente había tonos
claros aparece un velo de oscura tristeza que llena todo el aire a tu alrededor. De
repente, todo es pesado. Los colores, las texturas y la sensación del cuerpo cambian a medida que la tristeza entra en ti, arrastrándose sigilosamente, calando tu
forma de estar en el mundo. Una parte interna tuya, que contiene el pozo de
recuerdos de este estado emocional, ha sido activada, y ahora gobierna tu experiencia. Ha tomado el poder sobre ti y eres incapaz de prestar atención a lo que
está ocurriendo en el presente.
No has decidido sentirte así. No fue, necesariamente, un pensamiento
específico lo que produjo este cambio. Solo te diste cuenta de que el cambio ocurrió. Una sensación nueva, incómoda, pero extrañamente familiar ha entrado
sigilosamente en ti. Este estado no es como cuando se tiene un recuerdo de un
incidente en particular de algo que sucedió en el pasado, como recordar la profunda pena sentida en un funeral, sino que se parece más a experienciar la esencia de los recuerdos emocionales de tristeza de toda una vida. Cuanto mayor eres,
más profundo es el pozo. Asciende e invade tu cuerpo, saqueando lo que era un
terreno feliz, convirtiéndolo en campos sombríos y de desesperación.
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¿Cuál es la causa de que estos campos de desesperación aparezcan un día y
no otro, como respuesta a situaciones similares? Este es el verdadero misterio de
nuestra emotividad desadaptativa. Nunca sabes con exactitud lo que activará
esos campos lóbregos, con sus charcas de tristeza y desolación. Algunas veces,
estás más vulnerable que otras. Tus estados emocionales son complejos. Es como
si funcionaran por su propia cuenta y estuvieran listos para la activación ante
cualquier cosa que se presente.
¿Cómo surgen esos estados? Como en cualquier sistema vivo, en un
momento dado nuestro fondo de reserva emocional está más o menos accesible,
más o menos activado. Un estado emocional es como un jugador de fútbol que
aún no ha entrado al campo. O bien está inactivo en la reserva, sin posibilidades
presentes de ser activado para jugar, o ya está haciendo ejercicios de calentamiento debido a las circunstancias precedentes. El estado emocional está aguardando en la línea de banda esperando a que lo llamen, listo para entrar en el
campo de juego al primer aviso, impaciente por ejercer su influencia. O la posibilidad emocional puede ser como un parlamentario dormido en los bancos
traseros. Dependiendo de una combinación de cuánto haya sido activado por una
parte, y de la intensidad de la situación evocadora presente por otra, una experiencia emocional puede abrirse paso hacia el campo de juego, o bien despertarse
repentinamente desde el fondo y entrar a participar en el debate. Una vez que ha
entrado, puede ejercer una gran influencia sobre la dirección del juego o sobre el
resultado de la votación.
De modo que en cualquier momento puedes verte, de repente, azotado por la
experiencia única de la tristeza desadaptativa. Aparecerá tu manera singular de
afrontar esa tristeza desadaptativa. Algunas personas cubren su lienzo emocional
con espirales rojas y violeta, desesperadamente intensas, una tristeza que se
retuerce en el dolor. Otras pintan con colores profundos y con mucha más lentitud, curvas de privación y anhelo. El mismo suceso que un día, en otro
momento, produjo una herida tan profunda, hoy puede dejar una impresión
diferente en el lienzo.
El mismo incidente puede incluso dejarte intacto, y así continuarás con tu
flujo ininterrumpido. ¡Nunca estás, realmente, en el mismo lugar dos veces! Lo
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que un día te afecta, puede no hacerlo el próximo. Ese es el misterio de lo imprevisible de nuestras emociones.
La experiencia emocional difiere del pensamiento lógico: no se despliega de
manera lineal. Más bien, evoluciona en un proceso complejo y no lineal. Nuestras
emociones, sin embargo, no son caóticas. En ellas existe un orden, se pueden ver
los patrones de la emotividad y dotar de sentido a los sentimientos. No se puede
controlar o predecir la activación de las emociones, así que tenemos que aprender a vivir en armonía con ellas, y aprender a manejarlas cuando no son
saludables.
Decidir, o mejor, sentir cuando tu tristeza primaria es adaptativa o desadaptativa lleva tiempo, e implica un conocimiento tanto del contexto como del contenido de tu tristeza. Si una situación implica una pérdida o un daño para ti, el
primer paso es aprender a sentir y describir la tristeza, con la confianza de que,
con el tiempo, eso traerá la resolución de la emoción. Sin embargo, en ciertos
casos, tienes la impresión de que el sentimiento no cambia y parece que te
encuentras repitiendo el mismo sentimiento una y otra vez, sin ninguna modificación notable ni en la calidad, ni en la intensidad. En el ejemplo anterior de no
sentirse amado, simplemente no puedes superar la idea de que tu esposa no
estuviera disponible. Más bien, entras en una espiral de sentimientos cada vez
más profundos de anhelo y privación. En ese momento sabes que el sentimiento
no es saludable.
Por otro lado, puede que reconozcas, desde el principio, que tu tristeza no es
sana. Puedes reaccionar inmediatamente a una situación con sentimientos de
miedo, indefensión y dependencia. No tienes ninguna sensación de poder personal que te ayude a afrontarla. Tu tristeza resulta abrumadora, la aflicción es
demasiado grande, y tienes una sensación primordial de debilidad, como si no
pudieras manejarlo. Empiezas a comprender que esta tristeza es diferente. Que
no es adaptativa y que no desaparece.
Está enviándote un mensaje, pero es necesario un trabajo arduo para transformar ese sentimiento en algo que te sea de mayor utilidad.
Las reacciones complicadas de dolor son otra forma de tristeza primaria
desadaptativa. En este caso, puede suceder que no seas capaz de afrontar una
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pérdida importante y seguir adelante. A menudo resulta necesario aprender a
expresar el enfado sin resolver y la culpa, para poder ser capaz de continuar.
Quizás haga falta que desarrolles una sensación de fortaleza, de modo que creas
que puedes afrontarlo sin la ayuda de otros. Algunas personas se sienten
desmesuradamente tristes en las separaciones y evitan situaciones que impliquen un final. Las pérdidas sin resolver pueden estar influyendo en estas experiencias. Por último, otra pista de que estás experienciando tristeza desadaptativa,
es que te sientas triste cuando alguien está siendo amable y tierno contigo. Eso
puede ser la señal de una pérdida que no has resuelto y que tienes que encarar.
Es como si la amabilidad evocara un anhelo y una privación profundos, unos
sentimientos de dependencia no satisfechos y una necesidad de la amabilidad
que nunca estuvo ahí. Entonces, es necesario que resuelvas el sentimiento de privación, antes de poder tolerar la amabilidad de nuevo sin que sientas el dolor
emergiendo con rapidez a la superficie.
Ejercicio: Atascado en la tristeza.
Escribe tres episodios en los que hayas sentido una sensación similar de
estar atascado en la tristeza; un sentimiento de estar herido que no se va. Identifica el sentimiento en tu cuerpo. ¿Cómo es? ¿Hay alguna otra voz en tu cabeza
criticándote por estar triste? ¿Qué dice esta voz con relación a ti, a los demás o al
futuro? Di estas cosas en voz alta, como “me siento totalmente solo”, “no le
importo a nadie” o “no puedo sobrevivir”. ¿Hay alguna otra voz diferente
disponible?
Enfado primario no saludable
• Un adolescente que reside en un hogar para jóvenes que se han fugado de
sus casas, obtiene un permiso de fin de semana para ir a visitar a una tía
que no tiene hijos. Ella le da un caluroso abrazo cuando llega, realmente
complacida de verlo, y le regala una caja de herramientas que sabe que él
deseaba. El chico rechaza el abrazo. Tan pronto como ella le pregunta si
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quisiera volver a casa con sus padres, él le devuelve el regalo muy
enfadado, diciendo que no se va a dejar sobornar. Ha aprendido que la
amabilidad y el interés no son de fiar. Cree que siempre tienen un precio.
El enfado central o básico es desadaptativo cuando ya no funciona para protegerte del daño o de las afrentas. Las reacciones de enfado frente a la amabilidad o la intimidad pueden derivarse de violaciones de los límites sufridas previamente, o deberse a una historia en la que se tiene la convicción de que nadie
hace nada gratuitamente. Es desadaptativo si reaccionas con enfado ante la
amabilidad auténtica, que no pretende sacar ningún provecho. Este tipo de
enfado es similar a las respuestas aprendidas de miedo que pueden darse en un
niño que ha tenido un historial de repetidos abusos por parte de sus padres
cuando era pequeño.
• Tu compañero está ocupado haciendo otras cosas y no te está prestando el
tipo de atención que tú quieres. Ya se lo has pedido, pero no has obtenido
la respuesta deseada. Comien-zas a sentirte muy enfadada. Empiezas, en tu
mente, a analizar y criticar todo su comportamiento. Entonces inicias el
ataque. “Estás tan absorto en ti mismo. Eres muy insensible. Siempre estás
esperando que yo te dé cosas, pero tú nunca te preocupas por mí. Estoy
harta de ti”. Se trata de un patrón familiar. Lo sabes. Se dispara cuando te
sientes abandonada. Te enfadas. Atacas y, por lo general, esto no hace que
las cosas mejoren. Sólo consigues que tu compañero se aleje.
Es el tipo de rabia destructiva que te ha causado verdaderos problemas en
las relaciones. En ese momento te parece que tu enfado está justificado. Te
sientes tratada injustamente, pero sabes que empiezas a perder de vista todas las
cosas buenas que recibes de tu compañero. Pierdes contacto con las partes positivas de tu relación y lo único que puedes ver es lo malo. Con frecuencia, puedes
terminar sintiéndote mal con respecto a tu enfado. Necesitas aprender a manejar
ese enfado desadaptativo de una manera mejor.
Ejercicio: El enfado que es una trampa.
Identifica situaciones que te enfurecen repetidamente. Escribe lo que te
hacen sentir. Identifica el sentimiento en tu cuerpo. Identifica los pensamientos.
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Ahora pon palabras a la voz negativa que hay en tu cabeza con relación a ese sentimiento. ¿Qué piensas acerca de ti mismo, de los demás o del futuro cuando te
encuentras en este estado? Escríbelo. Cuando te encuentres en ese estado, trata
de decirte esas cosas negativas en voz alta a ti mismo. Date cuenta de si crees lo
que te dice la voz negativa. ¿Existe alguna otra voz que, aunque sea menos dominante, siga ahí? ¿Puedes utilizarla para obtener una perspectiva diferente?
Sentimientos primarios no saludables de miedo y ansiedad
• Una mujer con una historia de abuso sexual grave por parte de su padre se
pone muy tensa y rígida cada vez que su marido la toca. Ama a su marido y
desea tener intimidad, pero cualquier sugerencia sexual trae de nuevo imágenes horribles y reacciona con terror.
Se pueden vivir sentimientos primarios de miedo cuando uno se asusta,
incluso si el hecho que está ocurriendo no resulta peligroso. También puedes
asustarte sólo de recordar o pensar en un suceso pasado, especialmente, si fue
traumático en aquel momento. El miedo que sentiste en el pasado pudo haber
sido una reacción normal a una situación peligrosa, pero ahora puede que tengas
un problema si todavía sigues asustándote cuando no existe un peligro real. Si
continúas teniendo muchos recuerdos y pesadillas relacionadas con un acontecimiento traumático pasado, podría ser una señal de que tienes un miedo primario
que necesitas encontrar y al que debes prestar atención.
• Una mujer que creció con un padre de carácter explosivo siente, constantemente, que tiene que andar con extremo cuidado. En las reuniones de
negocios actúa de manera tensa y cuidadosa. Si alguien muestra cualquier
señal de enfado en la voz, ella comienza a sentirse desmesuradamente
ansiosa.
La ansiedad que no es saludable proviene de un sentimiento básico de ser
ineficaz y de estar desprotegido. Este sentimiento sigue apareciendo en todas tus
relaciones con amigos o seres amados. Si tienes este miedo primario, puedes
temer ser juzgado o mal interpretado por los demás. También te puede resultar
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problemático decirle a otras personas cómo te sientes. Es muy probable que tus
experiencias pasadas negativas te hagan sentir abandonado o rechazado.
Ejercicio:
Identifica el miedo primario que se da en la mayor parte de tus relaciones
con otras personas. Este miedo también podría ocurrir como respuesta a un
determinado tipo de situación. Describe las situaciones que conducen a eso.
Identifica el sen- timiento en tu cuerpo. ¿Escuchas una voz negativa en la cabeza
criticándote por estar asustado? ¿Qué está diciendo esa voz negativa? ¿Qué crees
acerca de ti mismo y de los demás? Escríbelo.
Vergüenza primaria no saludable
• Un hombre que sufrió abusos por parte de su párroco cuando tenía diez años
habla de lo sucio que se siente. Dice que se siente contaminado y que nunca
volverá a ser capaz de creerse aceptable.
En esta forma de vergüenza puedes sentirte humillado, sucio y despreciable.
Frecuentemente, esa vergüenza viene de una historia en la que uno ha sido avergonzado y forma parte de una sensación primordial de carecer de valía, de ser
inferior y de no ser digno de amor.
Por lo general, no admites que tienes esa sensación de vergüenza desadaptativa. Más bien, tratas de encubrirla utilizando otro comportamiento. Por ejemplo, ante el más mínimo comentario negativo, te pones realmente furioso y
explotas. Si tienes un largo historial de haber sido tratado mal y rara vez has recibido apoyo, puedes comenzar a creer que eres una persona que no vale nada.
Esto puede conducir a un sentimiento primario de vergüenza.
Ejercicio: Piensa en una situación en la que te sentiste desvalorizado o profundamente avergonzado. ¿Qué es lo que sucedió que te llevó a sentirte de ese
modo? Identifica el sentimiento en tu cuerpo. Ahora pon palabras a la voz
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negativa que hay en tu cabeza relacionada con este sentimiento. ¿Qué crees de ti
mismo, de los demás y del futuro? Escríbelo.
APRENDER A CONOCER AQUELLOS
SENTIMIENTOS QUE OCULTAN TUS SENTIMIENTOS VERDADEROS
Las emociones secundarias son un tipo de emoción que responde a un sentimiento o pensamiento más primario. Resultan problemáticas porque, a menudo,
ocultan lo que estás sintiendo en lo más profundo. Por ejemplo, te puedes sentir
deprimido, pero esa depresión puede estar, de hecho, encubriendo un sentimiento más básico de enfado. Es posible que estés resentido con alguien, pero en
realidad estás herido en tu centro y tienes miedo de admitirlo. Con frecuencia,
los hombres que han crecido escuchando que tienen que ser fuertes, tienen dificultades para admitir sus sentimientos básicos de miedo, así que en su lugar
muestran enfado. Las mujeres que han crecido escuchando que deben ser sumisas, suelen llorar cuando están, básicamente, enfadadas. Si no eres consciente
de tus sentimientos centrales1, resulta muy sencillo que estos sentimientos se
conviertan en otros. Así pues, sentimientos centrales de tristeza, muchas veces se
ocultan con enfado, el miedo central puede ocultarse bajo la frialdad, y los celos
centrales pueden encubrirse también con el enfado.
Las emociones secundarias son aquellas que a menudo te resultan problemáticas y de las que te quieres deshacer. Seguramente, no quieres sentirte
enfadado, deprimido, frustrado o desesperado. Esos sentimientos de malestar
problemáticos, en ocasiones, no representan tu respuesta emocional central a las
situaciones. Provienen de tus intentos de juzgar y controlar tus respuestas centrales. De modo que la ansiedad puede venir de tratar de evitar sentirte enfadado,
o excitado sexualmente. Si piensas que eres malo o que es peligroso tener esos
sentimientos centrales, puedes terminar sintiéndote aún peor con respecto a ti
mismo. Cuando te niegas a aceptar y rechazas lo que realmente estás sintiendo,
es más probable que te sientas mal contigo mismo. Por ejemplo, reprimir el
enfado te suele dejar o bien con la sensación de no haber sido capaz de responder
adecuadamente, o bien quejándote. Debido a la tristeza que no reconoces te
sientes cínico y alienado. Juzgar tus propias necesidades como “malas” hace que
te sientas culpable.
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A veces, tienes sentimientos acerca de otros sentimientos. Puede que te
asuste tu enfado, que te avergüences de tu miedo y que te enfades por tu debilidad. Estos sentimientos son secundarios a tus sentimientos centrales más
primarios.
Dichos sentimientos tienen su propia vida y, con frecuencia, se vuelven
recurrentes en bucles interminables, sin ninguna causa manifiesta. Los sentimientos de preocupación ansiosa dan vueltas y vueltas, porque cada vez que piensas en la situación, el sentimiento de malestar vuelve a aparecer. Aquí, el sentimiento es secundario al pensamiento. A veces, resulta difícil separar los sentimientos centrales de los sentimientos secundarios negativos relacionados con ellos.
Pero es necesario que aprendas a diferenciar tus sentimientos, de modo que puedas identificar tus emociones centrales. Vas recorriendo la cadena de todas tus
reacciones secundarias tratando de llegar a las emociones centrales. Esto puede
resultar bastante complicado. Mientras ordenas tus sentimientos actuales, es
probable que empieces a tener otros sentimientos como reacción a lo que estás
haciendo. Así, por ejemplo, podrías sentir “me estoy frustrando porque no puedo
descifrar lo que realmente estoy sintiendo”. Los sentimientos secundarios nublan
tus sentimientos previos. Descubrir lo que sientes supone separar todas esas
capas. Para hacerlo necesitas tiempo y espacio.
• Te das cuenta de que te sientes distante de tu compañera porque después
de ver una película dijo: “Estoy demasiado cansada para dar un paseo. Quiero ir
a casa”. Estabas deseoso por dar un paseo, pero entiendes que si tu compañera
está cansada deberíais ir a casa. En la superficie esto parece inocuo. Sin embargo,
sientes que algo no está bien. Te das cuenta de que empiezas a sentirte vagamente enfadado (una emoción secundaria) mientras camináis, unos centímetros
demasiado separados, hacia el coche. Piensas que estás enfadado porque no te
estás saliendo con la tuya. Decides que tu reacción de enfado es egoísta.
Recientemente, habías tomado conciencia de la necesidad de ser menos exigente
y más considerado y te sientes mal (sentimiento encubridor) por ser egoísta.
Entonces expresas interés por el cansancio de tu compañera. Aunque tu preocupación es genuina, está contenida por la mezcla de sentimientos. Después del
viaje a casa, prácticamente en silencio, te sientes bastante confundido (otro sentimiento secundario). Buscas en tu memoria y empiezas a recordar que algo
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sucedió durante la película mientras estabais sentados uno al lado del otro. Le
habías pedido a tu compañera que te pusiera al corriente de algo que no habías
entendido en la pantalla y ella no pudo hacerlo. Expresaste una cierta irritación
por eso, principalmente en tu voz; enojado (pero enmascarándolo) por la incapacidad de tu compañera para entender lo que tú querías o de responder a ello. Las
cosas habían marchado bien antes de la película, pero ahora recuerdas que hubo
un par de momentos difíciles el día anterior. Tu compañera había estado tensa y
distante. Ya en casa le preguntas si está enfadada por tu irritabilidad durante la
película. Ella contesta “no realmente”, pero dice que resultó desagradable. Te
disculpas y tu compañera dice que está bien, pero permanece callada. Vas adentro y te sirves un trago y ella se va a dormir. Ahora estás confundido, no sabes
qué estás sintiendo, ni sabes lo que está sintiendo ella. Los dos necesitáis tiempo
para ordenar vuestros sentimientos. Tú tienes que encontrar tu propio sentimiento central, probablemente cierto miedo o ansiedad por ser rechazado. Tu compañera tiene que revisar muchas reacciones para llegar a sus sentimientos centrales, probablemente tristeza y dolor por no sentirse amada y enfado por tu
impaciencia.
Aunque los sentimientos de malestar, que son reacciones a tus sentimientos
centrales, no sean muy saludables, siguen sirviendo como señal de que algo está
mal y te piden que prestes atención a lo que está ocurriendo internamente. Por
ejemplo, en una sesión anterior, un cliente comentó que se sentía molesto por
sus reacciones con su hijo. El terapeuta le pidió que prestara atención a ese sentimiento. Al principio expresó frustración porque su hijo parecía muy irresponsable, pero esto se transformó, rápidamente, en miedo a que su hijo fallara y sufriera mucho por ello. El cliente sentía tristeza por no poder proteger a su hijo del
dolor de la vida. Su disgusto, aquí, estaba apuntando a preocupaciones más centrales. Un vago sentimiento de tristeza suele ser la reacción a un sentimiento subyacente, al que tienes que prestar atención para poder descifrarlo.
• Te despiertas muy temprano por la mañana, y todavía medio dormido te
sientes inquieto. Tu calma acostumbrada está, claramente, afectada. Por dentro
las cosas parecen inciertas y alteradas, y tienes imágenes vagas de un terreno
irregular y puntiagudo. Esto es muy distinto a la calma que normalmente sientes
cuando te despiertas. Puede que no seas consciente del fondo de calma que hay,
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generalmente, cuando despiertas. Sólo te das cuenta en mañanas como esta,
cuando ya no está ahí. Estos sentimientos alterados, de no estar en buena forma,
al diferir tanto del plano suave por el que normalmente te deslizas a la conciencia
del despertar, te dicen, de la manera más desagradable, que las cosas no están
bien. Recuerdas una conversación con tu amante que no terminó bien anoche. Se
podría resumir como cortés simpatía, pero no como el modo en que unos
amantes finalizan una velada. Los dos estabais distantes, heridos y sin saber que
hacer, aparte de consultarlo con la almohada. Ya habíais hablado durante la
mayor parte de la noche y las cosas empeoraron en lugar de mejorar. Esta vez, a
diferencia de ocasiones anteriores en las que hablar ayudó, nada parecía contribuir a arreglar la situación. Te has quedado con un vago sentimiento general
de malestar. Ese sentimiento te está diciendo, “las cosas se tambalean y no están
bien”.
Un “trastorno” emocional del tipo descrito anteriormente refleja, a menudo,
desorganización interna. Si prestas atención a ese estado, es probable que seas
capaz de manejar tus sentimientos de una manera sana y productiva. Ese sentimiento incierto, esa perturbación irregular, representa un deseo de consuelo y
afecto que tienes que atender para aliviar y calmar tus sentimientos alterados.
Normalmente, sentirse alterado es una señal general de que algo está mal. El
término “alterado” connota desorden, desarreglo, confusión, sentirse perturbado, agitado y revuelto. Esta alteración suele enmascarar un sentimiento más
primario que todavía no ha sido reconocido. No sientes tus emociones centrales
de enfado y dolor; más bien eres consciente, solamente, de tu irritabilidad. Sin
embargo, esta es una señal que apunta hacia el sentimiento original. Es una
indicación que necesitas para buscar internamente lo que te está molestando,
tomándote el tiempo necesario para focalizar en tus sensaciones corporales.
Consideremos algunos ejemplos específicos de diferentes emociones
secundarias y tratemos de identificar el sentimiento central más verdadero.
LA MAGIA DE LA
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Respons-habilidad*
“¡Qué palabra más rara!”, dijo el Joven Aprendiz. “¡Respons-habilidad! ¿Qué
clase de palabra es esa?”.[I]
“Por razones históricas el inglés es muy flexible y se presta muy bien a las reformulaciones provocativas que permiten forzar los significados habituales para
sugerir otros diferentes. Estos inventos les complacen a unos e irritan a otros. En
cualquier caso es evidente que logran captar la atención.
“Esta sección del libro trata de la actitud, esto es, del modo en que cada uno
de nosotros respondemos a las diferentes situaciones y contextos en los que podemos encontrarnos y de cómo nos desenvolvemos. Habitualmente tenemos un
montón de opciones disponibles, pero la elección principal consiste en decidir si
culpamos a los demás de lo que nos sucede o asumimos nuestra propia
responsabilidad”.
“Pero no podemos responsabilizarnos de todo”, dijo el Joven. “Eso sería
ridículo”.
“Es verdad. Ahora bien, la cuestión es que cada vez que nos sucede algo
–aun cuando esté fuera de nuestro control–somos nosotros los que tendremos
que vivir con las consecuencias y sólo nosotros podemos manejarlo de manera
que nos proporcione los resultados específicos que buscamos”.
“Eso suena muy duro. ¿Cómo funciona en la práctica?”.
“Permíteme ofrecerte un ejemplo. ¿Has estado alguna vez en una situación
en la que alguien te había asegurado que te ayudaría y que te apoyaría y después
te dejó tirado?”.
“Por supuesto. Eso suele ocurrir”.
“Y cuando eso sucede, ¿cómo respondes?”.
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“A veces me pongo realmente furioso. Me siento arder por la frustración, me
pongo tenso y a veces incluso echo pestes de la otra persona. Entonces me siento
un poco mejor”.
“Es verdad. A veces el hecho de echar la culpa a otra persona puede ser
bastante catártico. Pero mi pregunta es si tu conducta, tu rabia y tu frustración
contribuyen a mejorar la situación en que te encuentras”.
La pregunta cogió al Aprendiz por sorpresa. “¿Qué? Bueno… Mmmm. Me
ayuda a aliviarme un poco de la tensión. Y entonces puedo decir que si las cosas
salieron mal no fue por mi culpa”.
“¿Pero te ayuda de verdad a seguir adelante con tu vida y, en particular, a
cambiar esta situación no deseada o problemática por lo que realmente
quieres?”.
Se produjo un momento de silencio. “Supongo que en absoluto. Y de hecho
algunas veces acabo sintiéndome mal durante todo el día por lo que sucedió y
por lo que dije”.
“¿Y el desperdiciar toda esta energía contribuye a mejorar la situación? ¡En
lo más mínimo! Mi joven amigo, vivimos en un mundo complicado en el que no
estamos solos. Todo lo que hacemos nos afecta a nosotros mismos y a los demás.
Todo lo que hacen los demás les afecta a ellos mismos y a nosotros. Tenemos
muchas razones para esperar que las cosas no vayan siempre a la perfección, y
cuando las cosas no van como nos gustaría, es muy útil asumir nuestra propia
responsabilidad por el modo como respondemos y nos desenvolvemos, porque
somos nosotros y nadie más quienes tendremos que vivir con las consecuencias”.
“Parece muy difícil”. El Joven Aprendiz hizo una breve pausa. “Pero supongo
que tiene sentido”.
“Es difícil al principio. Pero una vez que comencemos a desarrollar nuestra
propia respons-habilidad, puede que descubramos cuán fácil y liberador puede
llegar a ser. Lee las historias de esta sección y averigua si tienen más sentido contempladas desde esta nueva perspectiva. Sólo tú sabrás si parecen verdaderas”.
“¿Entonces todas las historias que vienen a continuación tienen que ver con
la actitud?”.
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“Y con lo que se esconde debajo de la superficie de las cosas y que también
está aguardando a que lo explores y a que lo descubras”.
Los tres albañiles
A principios del siglo catorce se estaban plantando en Centroeuropa los cimientos de una magnífica catedral. El maestro de obras era un monje a quien se
le había encargado la tarea de supervisar el trabajo de todos lo peones y artesanos. Este monje decidió llevar a cabo un estudio acerca de las prácticas laborales de los albañiles. Seleccionó a tres albañiles en representación de las diferentes actitudes hacia su profesión.
Se acercó al primer albañil y le dijo: “Hermano, háblame acerca de tu
trabajo”.
El albañil dejó por un momento lo que estaba haciendo y contestó con una
voz abrupta llena de rabia y de resentimiento: “Aquí me ves, sentado delante de
mi bloque de piedra, que mide un metro por medio metro por medio metro. Y
con cada uno de los golpes de mi cincel contra la piedra siento que estoy
desconchando una parte de mi vida. Mira, tengo las manos endurecidas y llenas
de callos, la cara arrugada y los cabellos grises. Este trabajo es el cuento de nunca
acabar, lo mismo un día y otro día. Me está matando. ¿Dónde está la satisfacción? Me habré muerto mucho antes de que ni siquiera esté acabada una cuarta
parte de la catedral”.
El monje se acercó al segundo albañil. “Hermano”, le dijo, “háblame de tu
trabajo”.
“Hermano”, contestó el albañil con una voz suave y uniforme, “aquí me ves,
sentado delante de mi bloque de piedra, que mide un metro por medio metro por
medio metro. Y con cada uno de los trazos de mi cincel sobre la piedra siento que
estoy labrándome una vida y un futuro. Mira, me ha permitido albergar a mi familia en una casa confortable, mucho mejor que la que yo mismo tuve. Mis hijos
van a la escuela. Sin duda tendrán todavía más en la vida de lo que yo mismo
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tengo. Todo esto ha sido posible gracias a mi trabajo. Al igual que yo le doy a la
catedral a través de mi arte, la catedral me da a mí”.
El monje se acercó al tercer albañil. “Hermano”, le dijo, “háblame de tu
trabajo”.
“Hermano”, le contestó el albañil sonriendo y con la voz llena de alegría,
“aquí me ves, sentado delante de mi bloque de piedra, que mide un metro por
medio metro por medio metro. Y con cada una de las caricias de mi cincel sobre
la piedra le estoy dando forma a mi destino. Mira cómo la belleza atrapada dentro de la forma de esta piedra comienza a emerger. Aquí sentado estoy rindiendo
un homenaje ya no sólo a mi destreza y a las habilidades propias de mi profesión,
sino que también estoy contribuyendo a todo aquello que valoro y en lo que creo,
un universo –representado por la catedral– donde cada uno da lo mejor de sí
mismo en beneficio de todos. Aquí, junto a mi bloque de piedra, estoy en paz
conmigo mismo y agradecido de que, aunque jamás llegaré a ver terminada esta
gran catedral, todavía seguirá en pie después de que pasen mil años, como testimonio en honor de lo que hay de realmente valioso en todos nosotros y testamento del propósito para el cual el Todopoderoso me puso sobre esta tierra”.
El monje se fue y reflexionó acerca de todo lo que había escuchado. Aquella
noche durmió más plácidamente de lo que jamás lo hubiera hecho anteriormente
y a la mañana siguiente dimitió de su cargo como maestro de obras para ponerse
de aprendiz con el tercero de los albañiles.
Fuente primaria: Rachel Naomi Remen, “El Buen Camino de la Sabiduría”.
Véase bibliografía. Fuente secundaria: Roberto Assagioli.
Lo tienes o no lo tienes
Un rey observaba a un gran mago haciendo su número. La multitud estaba
embelesada y también el Rey. Al final la audiencia prorrumpió en gritos de ovación. Y el Rey dijo: “Qué habilidad tiene este hombre. Es un talento que Dios le
ha dado”.
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Pero el Sabio Consejero le dijo al Rey: “Mi Señor, el genio no nace, se hace.
La habilidad de este mago es el resultado de la disciplina y de la práctica. Este
talento ha sido ejercitado y asentado a lo largo del tiempo con determinación y
disciplina”.
El Rey se sintió muy perturbado por esta declaración. Las palabras del Consejero le habían estropeado el placer que extraía de las artes del mago. “Canalla
envidioso y mediocre. ¿Cómo te atreves a criticar al verdadero genio? Como ya
dije antes, o lo tienes o no lo tienes. Y es evidente que tú no lo tienes en
absoluto”.
El Rey se volvió hacia su guardia personal y les dijo: “Arrojad a este hombre
a la más profunda de las mazmorras”. Y, añadió para beneficio del Consejero,
“para que no estés solo te permito tener a dos más de tu calaña que te hagan
compañía. Tendrás dos pequeños cerdos por compañeros de celda”.
Desde el mismísimo día de su encarcelamiento, el Sabio Consejero practicó
subiendo las escaleras que había desde el suelo a la puerta de la celda llevando
un cerdito en cada brazo. A medida que los días se iban transformando en semanas y las semanas en meses, los cerditos crecieron con regularidad hasta convertirse en dos robustos jabalíes. Y con cada día de práctica el Sabio Consejero
aumentaba su energía y su fuerza.
Cierto día el Rey se acordó del Sabio Consejero y sintió curiosidad por saber
si el encarcelamiento le había bajado los humos. Mandó llamar al Sabio Consejero a su presencia.
Cuando apareció el prisionero, un hombre de una complexión extraordinaria
llevando un jabalí en cada brazo, el Rey exclamó: “Qué habilidad tiene este
hombre. Es un talento que Dios le ha dado”.
El Sabio Consejero replicó: “Mi Señor, el genio no nace, se hace. Mi habilidad es el resultado de la disciplina y de la práctica. Este talento ha sido ejercitado
y asentado a lo largo del tiempo con determinación y disciplina”.
Fuente primaria: Nossrat Peseschkian. Fuente general: Tradición oriental.
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Congruencia
Cierto día del año 1456 un campesino entró en la gran ciudad de Norwich
con su hijo y un burro. El hombre iba montado en el burro y su hijo iba a pie
guiando al burro con una soga. Tan pronto como atravesaron los muros de la
ciudad escucharon a un transeúnte decir en voz alta: “¡Qué vergu?enza! Mirad a
ese hombre montado en su burro como si fuera un señor feudal, mientras que su
pobre hijo va agobiado esforzándose por ir al paso”. Lleno de vergu?enza, el
campesino se bajó y montó a su hijo, mientras que él continuó a pie al lado del
burro.
A llegar a la siguiente calle, un vendedor ambulante dirigió la atención de su
cliente hacia el trío. “Mira eso. Ahí va ese picaruelo montado como si fuera el
príncipe heredero, mientras que su pobre y anciano padre se arrastra penosamente por el fango”. Azoradísimo, el muchacho le pidió a su padre que se
montara detrás de él.
Al volver la esquina de la siguiente calle, una mujer que vendía patas de
murciélago y veneno de sapo les espetó: “¿A dónde ha ido a parar la raza humana?. Los hombres ya no tienen la menor sensibilidad con los animales. Mirad
a ese pobre burro, con el lomo a punto de partirse en dos por el peso de esos gandules. Ojalá tuviera aquí mi varita mágica… ¡qué vergu?enza!”.
Al escuchar esto el campesino y su hijo, sin decir una palabra, se bajaron inmediatamente y siguieron a pie al lado del burro. Pero no habían andado más de
cincuenta metros, cuando oyeron al dueño de un puesto del mercado gritarle a su
amigo del puesto del otro lado: “Me pensaba que era estúpido, pero ahí tienes un
asno de verdad. ¿De qué sirve tener un burro si no le obligas a hacer el trabajo
que le corresponde?”.
El campesino se detuvo y después de darle al burro una palmada cariñosa en
el hocico, le dijo a su hijo: “Hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien que
no esté de acuerdo. Tal vez sea hora de que decidamos nosotros mismos lo que
pensamos que es correcto”.
Fuente primaria: Mark Richards. Fuente general: Tradición oriental. Existe una versión en Idries Shah.
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Todavía no está preparado
Zeus y Hera estaban mirando hacia abajo desde los Cielos, observando los
apuros de la humanidad. Hera se sentía singularmente apenada por un pobre
hombre, abrumado por el peso de sus problemas, el hambre y las exigencias de
su familia, a la que no podía ni alimentar ni contentar.
“Mi Señor”, le dijo a Zeus, “apiádate. Envíale alguna ayuda a ese pobre
hombre. Míralo, es tan pobre que lleva las sandalias atadas con algas”.
“Amor mío”, contestó Zeus, “le ayudaría con mucho gusto, pero todavía no
está preparado”.
“¡Qué vergu?enza!”, replicó Hera. “Sería la cosa más fácil del mundo para ti
arrojar en el camino delante de él un saco lleno de oro, a fin de aliviar sus preocupaciones para siempre”.
“¡Aaah! Eso es algo totalmente diferente”, dijo el Dueño del Universo.
Un súbito relámpago, acompañado del estruendo de un trueno, desgarró el
cielo despejado. El mundo pareció detenerse por un momento y después los pájaros y las cigarras reanudaron su canto.
Un saco conteniendo oro de la más pura calidad yacía en el camino delante
del pobre hombre, quien, con mucho cuidado, levantó los pies y pasó por encima
para no estropearse todavía más las sandalias.
Fuente primaria: Kiki Stamigou. Fuente secundaria: Existe una versión en
Sue Knight, “Soluciones PNL: Modelos Empresariales, Modelos Personales”.
El gramático
Un Hombre de Negocios había invitado a su amigo el Maestro de Escuela a
una excursión en su bote. Era un día caluroso y mientras el Hombre de Negocios
se ocupaba del gobierno y de la orientación del bote, el Maestro de Escuela permanecía tumbado relajadamente en la cubierta.
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Luego de un rato, el Maestro de Escuela preguntó: “¿Qué tiempo crees que
hará?”.
El Hombre de Negocios miró al cielo, olfateó el aire y comprobó la dirección
del viento.
“Vamos va tener tormenta”, dijo.[II]
El Maestro de Escuela estaba escandalizado. “¡No puedes decir ‘Vamos va’!
¿Es que no conoces la gramática? Tienes que decir ‘Vamos a… Vamos a tener tormenta’. Amigo mío, si no conoces la gramática, has desperdiciado la mitad de tu
vida”.
El Hombre de Negocios se limitó a encogerse de hombros y continuó encargándose de la dirección del bote con destreza y un ojo puesto en el horizonte.
Poco después, como el Hombre de Negocios había previsto, descargó una
enorme tormenta. El viento era muy fuerte, las olas eran enormes y el pequeño
bote se inundaba.
Por encima del bramido de la tormenta el Hombre de Negocios le gritó al
Maestro de Escuela: “¿Has aprendido a nadar?”.
“No. ¿Para qué demonios tendría que haber aprendido a nadar?”.
“En ese caso”, dijo el Hombre de Negocios sonriendo de oreja a oreja, “has
desperdiciado toda tu vida, porque vamos va hundirnos”.
Fuente primaria: Nossrat Peseschkian. Véase bibliografía. Fuente general:
Tradición oriental. Una versión ligeramente diferente de esta historia apareció
en New Standpoints Magazine, November 2000, París.
El tesoro enterrado
Hace ya muchos años –yo todavía no había nacido y vosotros tampoco, pero
el protagonista de nuestra historia sí– vivía en un remoto rincón de Gales un
joven. Era pastor y se pasaba los días y las noches cuidando de las pocas ovejas
que había heredado de sus padres antes de que éstos murieran.
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Era muy pobre, pues las ovejas le proporcionaban pocos ingresos. Apenas
tenía lo bastante para comer y para vestirse. Pero tenía sus sueños. Sueños de un
futuro lleno de éxitos en el que se veía a sí mismo estudiando en un gran centro
de enseñanza y utilizando sus conocimientos para impresionar al mundo. Soñaba
con un mundo en el que todos los jóvenes tendrían la oportunidad de ir a la escuela y estudiar para mejorar su calidad de vida y tener muchas más oportunidades, exactamente como deseaba para sí mismo desde hacía mucho tiempo.
Y aunque adoraba a las ovejas que estaban a su cuidado, la belleza del
campo, el transcurso de las estaciones y la alegría diaria del despertar a un nuevo
día, sentía que la vida era más que eso. Y de algún modo sabía que para lograr lo
que quería tendría que encontrar la manera de enriquecerse.
Y aunque adoraba a las ovejas que estaban a su cuidado, la belleza del
campo, el transcurso de las estaciones y la alegría diaria del despertar a un nuevo
día, sentía que la vida era más que eso. Y de algún modo sabía que para lograr lo
que quería tendría que encontrar la manera de enriquecerse.
Durante los meses de verano, solía pasar la mayor parte del tiempo en los
pastos altos de las colinas galesas, donde reinaban la tranquilidad y la soledad.
Solía dormir en las ruinas de una capilla abandonada, agazapado junto a los
muros de piedra, cobijándose bajo lo que quedaba del techo, y protegido de las
inclemencias del tiempo por las hojas de un gran roble que muchos años antes
había brotado espontáneamente del suelo de la vieja iglesia y ahora extendía sus
enormes ramas y su follaje por encima y más allá de los confines de los muros en
ruinas.
Una noche, mientras dormía allí, el muchacho tuvo un sueño. Y el sueño
plantó una semilla. En su sueño el muchacho soñó que una extraña figura,
vestida de blanco y de verde de los pies a la cabeza, se acercaba a él y le decía:
“¿Por qué sigues aquí? Si deseas vivir tu sueño, ¡despierta! No esperes que el
mundo te dé lo que buscas. ¡Haz algo! Si quieres algo, tienes que buscarlo. Ve a
Londres. En el Puente de Londres te aguarda tu fortuna. Allí es donde la encontrarás. Sal a buscarla”.
Y la bellota en su mente comenzó a crecer y vendió sus ovejas, diciendo adiós
solemnemente a cada una de ellas, y comenzó a planificar el largo viaje a
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Londres. Llevó consigo queso de oveja para comer y pura agua de manantial de
Gales para beber, y con las frescura de los olores de las tierras altas en las ropas y
en el pelo, emprendió el viaje. Cruzó anchos valles y rugientes ríos, bordeó extensas ciudades y atravesó altas montañas, siguió las huellas de las rutas de los mercaderes, siempre al sudeste, hasta que finalmente llegó a la gran metrópoli de la
Ciudad de Londres.
Entonces, en aquellos tiempos, el Puente de Londres era bastante diferente
de lo que es ahora. Tenía muchísimos arcos y a cada lado del puente, atravesando
el río a todo lo largo, había comercios y viviendas. El puente estaba atestado, poblado con todas las formas de vida. Había comerciantes de pie a la puerta de sus
comercios pregonando sus mercancías. Había caballos y carros con personas y
animales yendo y viniendo del mercado; los ricos pasaban en sus carruajes y los
pobres a pie, mirando por las ventanas dentro de los comercios para ver cosas
que no podían permitirse. Todo el mundo estaba allí, en toda su abundancia. Los
colores, los olores y los sonidos de la bulliciosa vida de la ciudad.
El joven pastor llegó un día a primera hora de la tarde. Nunca había visto
tanta actividad ni oído tanto ruido o sentido tanta excitación en su vida. Pero
tenía una misión que cumplir, encontrar su fortuna, de modo que recorrió el
puente a pie de arriba a abajo para encontrar su destino. Y después volvió sobre
sus pasos para averiguar dónde podía haberlo pasado por alto. Y volvió a recorrerlo de nuevo. Y volvió nuevamente sobre sus pasos. Una y otra vez, durante
toda la tarde y las primeras horas de la noche, buscando lo que no acababa de encontrar. Seguía buscando ya adentrada la noche, incluso mucho después de que
todo el mundo se hubiese ido ya a su casa, hasta que finalmente, exhausto, se
desplomó en la puerta de uno de los comercios y se durmió.
Soñó con sus ovejas, a las que ahora echaba mucho de menos…
Hasta que a las seis de la mañana le despertó bruscamente una fuerte patada
en las costillas. “¡Eh! Levántate, hijo de mala madre”,[III] bramó el comerciante
en cuya puerta había estado durmiendo el pastor. “¿Qué demonios estás
haciendo aquí? Te he estado observando durante toda la tarde y la noche de ayer.
Andando arriba y abajo. Husmeando en todas las tiendas. Mirando en todas las
grietas de las piedras del pavimento. A ver si caía algo de detrás de los carros.
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Tienes suerte de que no llame a la policía. ¿Qué demonios andas buscando,
mentecato?”.
“Vine aquí para buscar mi fortuna”, balbució el pastor. “Tuve un sueño”.
El comerciante puso los ojos en blanco. Se había formado un pequeño grupo
de gente. “Tendrás que explicarte mejor, mequetrefe. Háblanos de tu sueño”.
El pastor explicó lo del extranjero vestido de blanco y de verde. “Me dijo que
encontraría mi fortuna aquí en el Puente de Londres. Así que me vine aquí
haciendo todo el trayecto desde Gales, y habéis de saber que vendí todas mi ovejas para venir a buscarlo”.
El comerciante se rió a carcajadas. “No hagas caso de los sueños. Los sueños
son cosa de locos, de niños, de viejas y de curas. Hazme caso, búscate un trabajo
y gánate la vida. Trabajo y destino, eso es lo único que importa. ¡Y ahora
muévete!”.
“Pero mi sueño…”.
“Escúchame bien”, le interrumpió el comerciante. “Los sueños son una pérdida de tiempo. No son más que obra del demonio. Yo mismo tuve un sueño
anoche… pero que me corten el cuello si le hago el menor caso. Déjame ver. Allí
estaba yo, en la ladera de una alta montaña de Gales, y había una vieja iglesia en
ruinas, hecha de piedra y sin tejado, y en medio de aquellas ruinas había crecido
un árbol enorme. Un roble. Y allí, enterrado en hondo bajo el suelo, entre las
raíces de aquel vasto roble, vi el cofre de un tesoro escondido precipitadamente
hacía mucho tiempo por un pirata tuerto. ¡Ja! No es más que un sueño, una
fantasía de niños. Eso es todo y nada más”.
Pero el joven pastor ya se había ido, siguiendo siempre en dirección al
noroeste, hacia las colinas de Gales. Hacia la tierra de sus padres, hacia el dulce
olor de los pastos de las tierras altas que había dejado atrás hacía ya tantas semanas. Y no pasó mucho tiempo antes de que se pusiera a excavar.
•••
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El pastor nunca llegó a ir a ningún centro de enseñanza, pero hizo otra cosa
en su lugar. Sacó provecho de su fortuna, el tesoro del pirata, y con el tiempo se
convirtió en un rico comerciante, el más rico de aquellos contornos. Y con sus
ganancias construyó escuelas, trajo a los mejores profesores y ofreció becas para
los pobres. Y no pasó mucho tiempo antes de que aquel rincón específico de su
tierra natal tuviera una cultura tan rica y tan diversa como cualquier otro lugar
del reino.
Todavía se puede ver hoy su estatua en el centro del pueblo donde construyó
su primer centro de enseñanza para los pobres y desfavorecidos. En el pedestal
están inscritas estas palabras:
Sigue tu sueño
Y búscalo
Tu fortuna puede estar más cerca de lo que crees
Observa todo lo que te rodea
Pues todo ello está ahí para servirte
No desprecies jamás una bellota
Por pequeña que ésta sea
Pues la bellota es el germen del roble
Fuentes primarias: Hugh Lupton, Paolo Coelho, Tradición sufí. Fuente
secundaria: Paolo Coelho, “El Alquimista”. Véase bibliografía.
La inundación
En el corazón mismo de América se encuentra una ciudad muy famosa. Es
famosa por varias razones. En primer lugar, porque está en pleno centro geográfico del continente. En segundo lugar, porque es una ciudad de extremos:
hace mucho, mucho calor o mucho, mucho frío; es muy, muy húmeda o muy,
muy seca; hace mucho, mucho viento o hay mucha, mucha calma.
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Justo al norte hay una zona de alta montaña, donde el agua se acumula en
forma de lluvia o de nieve para originar el río que atraviesa el corazón de la
ciudad.
Ahora bien, no sé si habéis leído algo recientemente acerca de este lugar en
los periódicos, o lo habéis visto por la televisión o lo habéis oído por la radio,
pero hace unas pocas semanas ocurrió allí una catástrofe.
La lluvia comenzó allá arriba en las montañas. Una lluvia fuerte e incesante.
Llovió durante días y el río creció y creció hasta reventar las márgenes. Y las
autoridades se preocuparon y enviaron autobuses para evacuar a todas las personas. Todo el mundo se fue en los autobuses excepto unos pocos que se negaron a
abandonar sus hogares alegando que la crisis pasaría tarde o temprano.
Entre éstos había un viejo cuyas opiniones eran particularmente firmes y enérgicas. “No pienso moverme de aquí”, le dijo a las autoridades, “esta es mi
ciudad, esta es mi casa y pase lo que pase confío en Dios, tengo fe en Dios, creo
en Dios. Dios me salvará. ¡No me pienso ir a ninguna parte!”.[IV]
De modo que las autoridades y los autobuses dieron media vuelta.
Y continuó lloviendo y lloviendo y lloviendo. Y el río siguió creciendo y creciendo y creciendo. Hasta que, a primeras horas de la tarde del día siguiente, el
agua había subido hasta la mitad de todas las casas. Todos los vecinos que se
habían quedado estaban asomados a las ventanas del primer piso, esperando a
que les llegara la ayuda.
Entonces las autoridades se preocuparon de verdad y enviaron botes para
rescatar a todas las personas. Y todos ellos fueron puestos a salvo.
Excepto este viejo.
“No pienso moverme de aquí, esta es mi ciudad, esta es mi casa y pase lo que
pase confío en Dios, tengo fe en Dios, creo en Dios. Dios me salvará. ¡No me
pienso ir a ninguna parte!”.
De modo que las autoridades y los botes dieron media vuelta.
Y continuó lloviendo y lloviendo y lloviendo. Y el río siguió creciendo y creciendo y creciendo. Hasta que, a primeras horas de la tarde del día siguiente, el
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agua había llegado a los tejados. Y allí estaba sentado el viejo, encima de su tejado, con una pierna colgando de un lado y la otra pierna del otro.
Y entonces las autoridades se preocuparon de verdad y enviaron un
helicóptero para rescatar al viejo. Y el helicóptero descendió, salpicando agua por
todas partes, asustando a los pájaros con sus ruidos explosivos y ensordecedores,
y de la puerta de uno de los lados del helicóptero bajaron a un hombre agarrado
a una cuerda.
“¡Salta! ¡Salta! Vengo a salvarte”, dijo el hombre encargado de rescatarle.
Pero el viejo era inflexible y rechazó el helicóptero con un movimiento de la
mano.
“No pienso moverme de aquí, esta es mi ciudad, esta es mi casa y pase lo que
pase confío en Dios, tengo fe en Dios, creo en Dios. Dios me salvará. ¡No me
pienso ir a ninguna parte!”
De modo que las autoridades y el helicóptero dieron media vuelta.
Y continuó lloviendo y lloviendo y lloviendo. Y el río siguió creciendo y creciendo y creciendo. Hasta que…
En fin, y para abreviar una larga historia, que el viejo se ahogó…
Y su alma subió al lugar a donde van a parar las almas. Y el viejo estaba
furioso. Estaba realmente furioso. ¡Le habían dejado tirado! ¡Maldita sea! ¡Tanta
fe y tanta confianza! ¿Para qué?
Llamó a golpetazos a la Puerta, despertando a alguien de dentro que parecía
haber estado durmiendo. La enorme Puerta de madera se abrió lentamente girando sobre sus goznes con un chirrido estrepitoso. El viejo exigió ver a Dios inmediatamente. “Tengo que ajustarle las cuentas. Quiero verle ahora mismo. Me
dejó tirado. ¡Maldita sea!”.
Ahora bien, San Pedro, el encargado de vigilar el tráfico de la Puerta, tenía
todo tipo de cualificaciones en lo que se refiere a la comprensión de la conducta
humana. “Está bien, está bien”, dijo, percibiendo la rabia y la frustración en la
voz del viejo. “Ya veo lo furioso que te sientes y he de decir que si yo estuviese
viendo las cosas desde tu punto de vista, muy probablemente sentiría lo mismo”.
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“¡Corta el rollo!”, dijo el viejo, “Quiero ver a Dios y quiero verle ahora
mismo. Quiero decirle cuatro verdades a la cara”.
“Muy bien, muy bien. Veré lo que puedo hacer”, dijo San Pedro, descolgando
el teléfono rojo que comunicaba con el ático. “Hola, Dios, siento tener que molestarte, pero tengo aquí abajo a un tipo que dice que le dejaste tirado. Está realmente furioso y dice que tiene que ajustarte las cuentas. ¿Qué hago?”.
“Envíamelo arriba inmediatamente”, dijo Dios.
San Pedro puso al viejo en el elevador celestial y pulsó el botón del ático. El
ascensor salió disparado. Después de lo que pareció ser toda una eternidad, se
abrieron las puertas y el viejo se encontró cara a cara con Dios.
Una vez más el viejo montó en cólera. “Dios, tengo un par de cuentas que
ajustarte. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Me dejaste tirado. Confié en ti, tuve fe
en ti, creí en ti. Pensé que me salvarías. Y me dejaste tirado. ¡Maldita sea!”
Dios se mantuvo calmado y miró fijamente al hombre. Cuando el viejo hubo
terminado, Dios se limitó a decir: “¿Cómo que te dejé tirado? ¿Es que no sabes
utilizar los dones que te di: tus cinco sentidos, tu cerebro, y todos los recursos
que hay en el mundo que tienes a tu alrededor?”.
“¿De qué demonios me estás hablando?”, dijo el viejo con exigencia.
“Primero te envié autobuses, después te envié botes y finalmente te envié un
helicóptero. En tu próxima vida harás bien en responsabilizarte un poco más de
ti mismo”.
Fuente primaria: Julian Russell.
La esencia de la fe
Un devoto mercader condujo su Mercedes a lo largo de cientos de kilómetros
por el desierto de Arabia para adorar a Dios junto con un hombre santo. Cuando
llegó, dejó el coche aparcado fuera de la humilde morada y entró dispuesto a embarcarse en una semana de estudio. Ayunó, meditó y rezó durante siete días y siete noches, abandonándose por completo al poder de Dios todopoderoso.
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Pero cuando después fue a buscar su coche, descubrió que ya no estaba
donde lo había dejado. Lo buscó por todas partes, pero su Mercedes no aparecía
por ningún lado. Entonces se quejó amargamente al hombre santo: “Me han dejado tirado. ¡Me he pasado días y noches adorando a Dios y ahora mira cómo me
trata!”.
El hombre santo sonrió y dijo: “Confía en Dios y ata bien a tu camello”.
Fuente general: Tradición oriental.
Las cucharas
Hubo una mujer que murió. Su alma abandonó su cuerpo y subió flotando al
Cielo. La mujer llamó a la puerta del arcángel. Era una puerta de madera,
enorme y muy sólida, y cuando se abrió chirrió estrepitosamente al girar sobre
sus goznes antiquísimos y oxidados.
Hubo una mujer que murió. Su alma abandonó su cuerpo y subió flotando al
Cielo. La mujer llamó a la puerta del arcángel. Era una puerta de madera,
enorme y muy sólida, y cuando se abrió chirrió estrepitosamente al girar sobre
sus goznes antiquísimos y oxidados.
Cuando el arcángel vio a la mujer, respiró hondo y dijo: “Así que por fin has
venido. Nos estábamos temiendo tu llegada”.
“¿Cómo que temiendo mi llegada?”, dijo la mujer.
“Bien”, dijo el arcángel, “ya sabes que mi trabajo consiste en mandar a la
gente al Cielo o al Infierno. El problema es que en tu caso no sabemos exactamente qué hacer contigo”.
“¿Cómo que no sabéis qué hacer conmigo?”.
“Bueno”, contestó el arcángel, “ya sabes que tenemos unas balanzas para estos asuntos, unas balanzas enormes sobre las cuales colocamos todo lo bueno
que has hecho en uno de los platillos y todo lo malo en el otro. El platillo que
pese más decide si subirás al Cielo o bajarás al Infierno”.
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“¿Y bien?”.
“En tu caso, y este es el problema, cuando pesamos tu alma la balanza
aparece totalmente equilibrada. Nunca nos había sucedido antes. No sabemos
qué hacer contigo”.
“¡Que no sabéis qué hacer conmigo! ¿A dónde voy a ir entonces? ¿Qué habéis
pensado hacer?”.
“Hemos pensado dejarlo a tu elección”.
La mujer se quedó perpleja por un momento. “¿Que elija yo? Estáis de
broma, ¿no? ¿Que sea yo la que elija si voy al Cielo o al Infierno?”.
“Sí”, dijo el arcángel.
Hubo una larga pausa. Finalmente la mujer preguntó: “¿Cuál es la diferencia
entre los dos?”.
“¿Entre el Cielo y el Infierno? No hay ninguna diferencia material, ninguna
en absoluto”, contestó el Guardián de la Puerta.
“¿Ninguna? ¿NINGUNA EN ABSOLUTO? ¡Estáis de broma!”.
“Por supuesto que no. No es un asunto como para tomárselo a broma.
Queremos que elijas el lugar del que te gustaría hacer tu residencia eterna”.
Hubo otra larga pausa. Finalmente la mujer dijo: “¿Estáis seguros de que no
hay ninguna diferencia?”.
“Bueno”, dijo el arcángel, “¿te gustaría verlo por ti misma antes de decidirte?”. La mujer asintió con la cabeza. “¿Por dónde te gustaría empezar? ¿Por
Arriba o por Abajo?”.
“Creo que por Arriba”, dijo la mujer.
“Muy bien. Pero estamos hablando de lugares muy grandes, ¿por dónde quieres empezar?”. La mujer parecía perpleja. “Déjame ayudarte. ¿Cuáles eran tus
grandes pasiones mientras estabas con vida?”.
“Ah, eso es fácil. Comer y beber”.
“Entonces empezaremos por el restaurante, ¿de acuerdo?”.
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La mujer asintió con la cabeza y entraron juntos en el elevador celestial. El
Restaurante Celestial estaba muchos pisos más arriba. Antes incluso de que las
puertas del elevador se abriesen, la mujer pudo oler los deliciosos aromas, olores
que le trajeron una sensación de alegría y despreocupación a todo su ser. Cuando
se abrieron las puertas vio unas mesas muy largas, cubiertas con manteles completamente blancos y unos sencillos bancos a cada lado. En los bancos había
hileras de gente de aspecto relajado y amigable, sonrientes, bien alimentados y
charlando afablemente unos con otros.
Sobre las mesas había grandes soperas de plata que contenían la sopa de la
que emanaban los deliciosos aromas. La mujer se dio cuenta de que tenía ganas
de comer, de probar la comida que olía tan maravillosamente. Notó una sensación de vacío en el estómago deseoso de llenarse y la presencia de saliva en la
boca.
Y después se dio cuenta de que había algo fuera de lo normal. Sobre las mesas no había ningún cubierto, ni tenedores ni cuchillos, ni cucharillas de café ni
cucharillas de postre, sólo unos cucharones de servir muy largos y de plata. Pero
estos cucharones eran enormes; cada uno medía un metro y medio de largo por
lo menos.
El arcángel le pidió a la mujer su opinión. “Maravilloso”, dijo, “pero ahora siento curiosidad por ver el otro lugar, para comprobar por mí misma si realmente
es igual”.
Bajaron en el Elevador Infernal. La mujer se sorprendió de no advertir ninguna diferencia en la presión ni en la temperatura. Antes incluso de que las puertas del elevador se abriesen en el Restaurante Infernal, la mujer pudo oler los
mismos deliciosos aromas que había percibido en el Restaurante Celestial, olores
que le trajeron la misma sensación de alegría y despreocupación a todo su ser.
Cuando se abrieron las puertas vio unas mesas muy largas, cubiertas con manteles completamente blancos y unos sencillos bancos a cada lado, exactamente igual
que antes.
Sobre las mesas había también grandes soperas de plata que contenían la
sopa de la que emanaban los deliciosos aromas. Se dio cuenta una vez más de
que tenía ganas de comer, de probar la comida que olía tan maravillosamente.
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Notó la misma sensación de vacío en el estómago deseoso de llenarse y la presencia de saliva en la boca.
Y advirtió igualmente que pasaba algo raro con la cubertería; no había ni
tenedores ni cuchillos, ni cucharillas de café ni cucharillas de postre, sólo los
cucharones de servir muy largos y de plata, cada uno de un metro y medio de
largo por lo menos.
Y después se dio cuenta de que sí había una diferencia. Había estado tan absorta en los olores de la comida, la elegante sencillez del arreglo de las mesas y la
curiosidad de la cubertería que no había advertido el silencio y la atmósfera siniestra. En los bancos había hileras de gente, sentados unos frente a otros, como en
el Restaurante Celestial. Pero mientras que las del Cielo eran gentes de aspecto
relajado y amigable, sonrientes, bien alimentadas y charlando afablemente unas
con otras, estas eran absolutamente diferentes.
Estas personas parecían malhumoradas y taciturnas y se miraban fijamente
unas a otras con maldad y suspicacia. Y aunque la sopa de las soperas que había
sobre las mesas era tan abundante como en el Restaurante Celestial, estas personas parecían hambrientas y demacradas, como si llevaran semanas sin comer.
La mujer se volvió al Guardián de la Puerta. “En todos los aspectos, excepto
en la gente, los restaurantes del Cielo y del Infierno son exactamente iguales.
Pero aquí, aunque la comida es abundante, las personas están hambrientas y
furiosas. ¿Cuál es la causa de que sean tan diferentes?”.
El arcángel dijo: “Es verdad, te mencioné que no hay ninguna diferencia material. Olvidé mencionarte la actitud. La diferencia está en la actitud de la gente.
Ya has visto los cucharones. El simple hecho es que aquí abajo en el Infierno las
personas se esfuerzan desesperadamente por alimentarse a sí mismas. Allá arriba en el Cielo, las personas disfrutan alimentándose las unas a las otras”.
Fuente primaria: Anecdotario. Fuentes generales: Existen muchas versiones de esta historia.
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El cielo y el infierno
El anciano Rey estaba enfermo y tenía miedo de morir. Mandó llamar a su
Bufón a fin de que le preparase para el tránsito al país del que ningún viajero regresa jamás.
“¿Cuál es la diferencia entre el Cielo y el Infierno?”, requirió.
“¿Qué puedes saber tú acerca de cosas tan sutiles?”, respondió el Bufón.
“Sólo sabes de campañas militares, violaciones, saqueos, y de la opresión de tus
súbditos. Eres demasiado viejo, estúpido e impotente como para conocer tales
sutilezas”.
Al oír estas palabras, el Rey montó en una enorme cólera y mandó llamar a
su guardia personal para que arrestasen al Bufón. Siguiendo las órdenes del Rey,
el Bufón fue desnudado, azotado y torturado en el potro. Pero el Bufón permanecía impasible, como si la tortura no fuera con él. La calma interior del
Bufón enfureció al Rey todavía más. Y en su rabia agarró un sable y estaba a
punto de abrir al Bufón de arriba a abajo cuando una sonrisa en los ojos del
Bufón le paró en seco.
“Ahora ya sabes lo que es el Infierno”, dijo el Bufón, sosteniendo firmemente
la mirada del Rey.
“¿Arriesgaste tu vida sólo para demostrarme esto?”, dijo el Rey con incredulidad. “Fuiste azotado y torturado hasta encontrarte a dos pasos de la muerte y sin
embargo permanecías inconmovible. Me sonreías cuando estaba a punto de atravesarte los sesos y las tripas. ¿Acaso no le tienes miedo a la muerte?”.
“Bueno, eso es el Cielo”, contestó el Bufón.
Fuente primaria: Anecdotario. Fuente secundaria: Existe una versión en
Sue Knight, “Soluciones PNL: Modelos Empresariales, Modelos Personales”.
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I) Juego de palabras que condensa el sentido etimológico de “responsabilidad” como la obligación moral de responder, por un lado, y la habilidad o
la capacidad de respuesta, por otro, y que el autor desarrollará en la sección 4 de este mismo libro. (N. del T.)
II) En el original inglés el hombre de negocios dice “We´s going to have a
storm”, condensando la primera persona del plural y la tercera del singular. (N. del T.)
III)El comerciante habla casi todo el tiempo con un fuerte acento muy vulgar que la traducción no es capaz de reflejar. (N. del T.).
IV)El viejo utiliza expresiones y giros muy coloquiales y vulgares, que se
pierden de algún modo con la traducción. (N. del T.)
¿PARA
QUÉ
SIRVE EL CEREBRO?
Manual
principiantes
para
Javier TIRAPU
www.edesclee.com
6
La memoria*
“El hombre habita en su memoria”
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Aloise Alzheimer
“Gracias a la memoria somos lo que somos, sabemos quiénes
somos y nuestra vida adquiere sentido de continuidad”
José Maria Ruiz-Vargas
En la magistral novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad la
enfermedad del insomnio flagela el pueblo de Macondo y con ella una grave amnesia que afectaba a quien la padecía. Sin embargo, Aureliano Buendía dió con la
solución. “Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar
los metales, y no recordó su nombre. Su padre le dijo “tas”. Aureliano escribió el
nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo
seguro de no olvidarlo en el futuro […] a los pocos días descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó
con el nombre respectivo. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber
olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó
su método y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde
lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su
nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola […]. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido se dio cuenta de que podía llegar un
día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara
su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca
era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban
dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las
mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla
con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita. En la entrada
de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía “Macondo” y otro más grande
en la calle central que decía “Dios existe”.
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Esta preciosa historia sobre la memoria, o mejor dicho, sobre las consecuencias de la falta de memoria ilustra la importancia de esta función cerebral. Casi
todos nosotros nos quejamos de nuestra falta de memoria y nuestros padres llevan años insinuando que sus fallos de memoria son premonitorios de que una
demencia se cierne sobre ellos. Sin embargo, en los últimos años la memoria ha
sido algo denostada en la educación planteando que no es tan importante la
adquisición de conocimientos como la resolución de problemas (¿no será cierto
que cuanto más conocimiento más posibilidades de resolver una situación?).
La memoria debe ser considerada como uno de los aspectos más fundamentales de la vida ya que refleja nuestra experiencia del pasado, permite adaptarnos a cada uno de las situaciones que se nos plantean en el presente y nos
proyecta hacia el futuro. En definitiva, la memoria envuelve a cada uno de los aspectos de nuestra existencia: lo que pensamos, lo que hacemos, cómo nos comportamos, la relación con nuestros semejantes. Todo está impregnado de nuestra
historia y de nuestros conocimientos. De nuestra memoria
Como este libro pretende ser un libro sobre el cerebro hagamos una breve
historia de las ideas sobre la las funciones cerebrales, en general, y de la memoria
en particular. Esta historia puede ser dividida en tres eras. La primera era abarca
el período comprendido entre la antigu?edad y el siglo II. Durante este período el
debate no se centra tanto en el estudio de la memoria como tal sino en la localización del alma, siendo los órganos del cuerpo la fuente de toda la vida mental.
Platón (Atenas 428 a.C. – Atenas 348 a.C.) conocido filósofo de esta era, en su
Theaetetus, comparaba la memoria con una jaula de pájaros. Adquirir un nuevo
recuerdo es como añadir un pájaro nuevo a la colección ya existente en la jaula,
mientras que la acción de recordar era como capturar el mismo pájaro para inspeccionarlo. La metáfora de Platón resulta una magnífica metáfora sobre los
procesos de la memoria proporcionando varias razones potenciales por las que
un acontecimiento puede no ser recordado con posteriorida. Puede que el pájaro
no fuese capturado y colocado en la jaula o bien que cuando lo colocamos se escurra entre la puerta y nuestros dedos y hulla volando (es decir, no registramos
esa información). El pájaro puede morir en cautividad y, por tanto, no estará
cuando vayamos a buscarlo (es decir, la información puede haberse destruido en
el almacén). Una tercera posibilidad es que, al ser el pájaro uno de los miles
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existentes en la jaula, no seamos capaces de recuperarlo cuando lo deseamos
(fallo en la recuperación de la información).
Del siglo segundo al decimoctavo el debate se centra en si las funciones cognitivas, y entre ellas la memoria, están localizadas en el sistema ventricular (una
especie de depósitos de líquido que existen en la base del cerebro) o si estas funciones se hallan en el tejido cerebral propiamente dicho. La hipótesis ventricular
fue la defendida por la iglesia y los creyentes ya que un depósito de líquido sin
masa siempre puede contener espíritus etéreos y así, la dualidad mentecerebro
puede mantenerse con cierta dignidad.
La tercera y última era sobre el estudio de la localización de las funciones
mentales y la memoria abarca del siglo XIX a la actualidad. En esta era, el debate
se centra en como la actividad mental se halla organizada en el cerebro. En una
primera fase denominada localizacionismo se defendía que cada función cerebral
específica se relaciona con una región concreta del cerebro (recuerden la frenología), la idea alternativa al localizacionismo defendía que todas las partes del
cerebro están igualmente implicadas en toda la actividad mental y que no existe
una relación específica entre una función determinada y una región cerebral
concreta.
Pero realmente el inicio del estudio actual de la memoria se puede situar en
1953. Por aquel entonces un paciente cuya identidad responde a las iniciales
H.M. tenía 25 años y era víctima de terribles ataques epilépticos. Con el objeto de
aliviar estas crisis se le sometió a una intervención quirúrgica en la que le practicaron una extirpación de las porciones mediales de los lóbulos temporales, con
resección parcial del hipocampo y la amígdala de cada lado. La intervención
quirúrgica tuvo éxito en el alivio de las crisis pero dejó a H.M. con una amnesia
profunda y permanente.
H.M. puede retener y recordar muy poco de todo lo que le ha ocurrido después de la operación (a esto de llama amnesia anterógrada). Los médicos que le
atendieron (Scoville y Milner) decían de él que “hará un día tras otro el mismo
rompecabezas y leerá las mismas revistas una y otra vez sin que su contenido le
sea familiar”. El propio paciente señaló en una ocasión que “cada día está aislado
en sí mismo, no importa que alegrías y que tristezas haya experimentado”.
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Scoville y Milner descubrieron que los recuerdos remotos de H.M. se encontraban intactos y que en las conversaciones con él hacía continuas referencias a
experiencias de su infancia. Sin embargo, cuando se estudió con más rigor el caso
se observó cierta pérdida de memoria para los acontecimientos acaecidos unos
años antes de la operación (amnesia retrógrada). Era incapaz, por ejemplo, de recordar la muerte de su tío más querido que había acontecido tres años antes de la
operación y tampoco podía recordar el tiempo que permaneció en el Hospital
antes de ser intervenido.
Cazar y beber
La caza en la sabana Africana consistía en perseguir a la presa durante varios
días, por lo que requería caminar muchos kilómetros y prestar constante atención a los movimientos de ésta. Para Krantz los austrolopitecinos debieron competir con otros animales carnívoros por lo que aquellos que anatómicamente se
hallaran más dotados para correr y tuvieran mayor cerebro, y, por ende, mejor
memoria para recordar donde se hallaba la presa, tendrían más posibilidades de
sobrevivir. En ese modo de vida la memoria poseía un gran valor para la supervivencia y la adaptación ya que permitía relacionar espacialmente diferentes
áreas del terreno con relación a la presa. En esta línea de argumentación de
Krantz y Fialkowski (comentado en el primer capítulo), Eckhadrt propone que,
ante la ausencia de agua en esta zona semidesertizada, resulta fundamental
memorizar donde se encuentran las charcas y las fuentes de este líquido elemento para garantizar la supervivencia. De hecho, los bosquimanos actuales (la
mayor parte del conjunto de pueblos conocidos como bosquimanos vive dispersa
en el desierto del Kalahari, en el sur de África, en un área de más de 500.000
km2, más o menos la extensión de Kenia o de Francia) cazan en un área equivalente a 10.000 kilómetros2 y saben localizar a la perfección cada charca de agua
en esa extensión de terreno.
Ulrich Neisser, reputado psicólogo de la Universidad de Cornell, ha señalado
con acierto que recordar es un tipo de conducta ya que se lleva a cabo con un objetivo en mente, se hace en un momento concreto y lo realiza un individuo en
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particular. Por lo tanto, la memoria como cualquier tipo de conducta humana,
sirve para algo y persigue un fin que no es otro que organizar nuestro conocimiento sobre el mundo para conformar un modelo predictivo que nos permita anticiparnos al futuro.
El ser humano ha tenido que sobrevivir en un medio hostil y con recursos
limitados, en un entorno cambiante y lleno de incertidumbres. Para ello se precisa de un sistema de aprendizaje flexible ya que la rigidez (un estímulo, una
respuesta) nos abocaría al fracaso. Daniel Denett propone que la tierra está poblada por tres tipos de criaturas que denomina Darwinianas, Skinnerianas y
Popperianas.
Las primeras, que deben su nombre a Charles Darwin, son organismos
simples (como un gusano) que presentan conductas predeterminadas genéticamente. Si esa conducta resulta la idónea para vivir el gusano sobrevive y si no lo
es desaparece. Es decir, un estímulo, una respuesta. Si la respuesta es la buena,
adelante. Las segundas deben su nombre al psicólogo norteamericano B.F. Skinner. Una criatura Skinneriana posee un número mayor de repertorio de conductas pero las genera al azar. Si alguna de esas conductas funciona bien en una
situación determinada se refuerza y el resto de anulan y así la criatura aprende.
Si la situación cambia el criatura no muere sino que despliega las posibilidades al
azar y si una de ellas funciona vuelve a silenciar al resto. Como señala Sampedro:
“las criaturas skinnerianas son como un mal pianista de bar que, si no sabe cómo
sigue la canción prueba todas las teclas hasta dar con una que no suscite
abucheos”. Skinner llevó a cabo importantes experimentos sobre modelos de
aprendizaje aunque no puedo sino sentir cierto rechazo hacia alguien que durante los dos primeros años de la vida de su hija Debby, la confinó a una especie
de caja llamada la “cuna de aire”. Era una caja insonorizada que tenía una
pequeña ventana de la que la niña salía solo para jugar y comer de forma
programada.
En la clasificación de Dennet nosotros somos criaturas Popperianas (en honor al filósofo de la ciencia Karl Popper). Una criatura Popperiana hace lo mismo
que una criatura Skinneriana pero con una diferencia: que lo hace dentro de su
propia cabeza. Es decir, imagina las situaciones, lleva a cabo simulaciones
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mentales y pone en práctica aquella que en el simulador mental ha dado buenos
resultados.
La clave de la adaptación siempre va unida al concepto de cambio. Y el concepto de cambio se une al de flexibilidad. El ser humano posee un amplio repertorio de comportamientos para hacer frente a un mundo cambiante y lleno de incertidumbres. Para ello precisamos de una potente memoria que recopile información de las experiencias pasadas (tanto reales como imaginadas) y un potente sistema predictor. En un gran artículo publicado en 1987 por dos grandes
estudiosos de la memoria como son Sherry y Scachter se sostienen dos grandes
conclusiones: (a) que la memoria es una adaptación biológica que surge y evoluciona para responder a las demandas y los problemas que se nos generan en
nuestro entorno y (b) que a pesar de esto muy pocas adaptaciones de la memoria
humana pueden considerarse como adaptaciones genuinas. Este segundo aspecto nos plantea que la memoria no fue diseñada para utilizarla como lo
hacemos. La memoria, hace 50.000 años no servía para aprender números de
teléfono o memorizar el significado de las señales de tráfico. Stephen Jay Gould
(del que ya hablamos en el capítulo uno cuando nos referimos al equilibrio puntuado) y Elizabeth Vrba recurren al concepto de “exaptación” para explicar esta
idea. Las exaptaciones se refieren a conductas cuyos efectos no han sido determinados por la selección natural, por lo que se consideran cambios evolutivos “que
aprovechan” los cambios adaptativos. Por ejemplo Gould y Vrba recurren a la
evolución de las plumas en las aves para ilustrar un ejemplo de exaptación. Lo
más probable es que la función originaria de las plumas fuera la termorregulación pero vinieron muy bien a las aves para volar. Tales efectos serían pues exaptaciones ya que las plumas no fueron seleccionadas en principio para el vuelo.
De alguna manera, pues, la flexibilidad de la memoria y para que sirve contiene dos conceptos que parecen contradictorios. Por un lado la memoria humana es producto de la adaptación en la medida que nos permite almacenar información para responder a ambientes cambiantes y por otro es fruto de la exaptación ya que se ha producido una generalización de la utilidad de los procesos
mnésicos para conductas para las que no fue diseñada. Como señala muy acertadamente José María Ruiz-Vargas “la función básica de la memoria es guiar la acción […] por esta razón yo subrayaría que la función primordial y básica de la
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memoria, considerada como una especialización adaptativa, es dotar a los individuos de una base de conocimiento que, naturalmente, sirve para guiar su conducta de forma adaptativa”.
Olvido
Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír,
se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los
vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las
nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el
recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una
vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera
de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual
estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los
hombres desde que el mundo es mundo”. Y también: “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”. Y también, hacia el alba: “Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”.
Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No
sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro
de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las
tres y cuarto (visto de frente). Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés,
el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar.
Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo
de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
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Estos preciosos párrafos corresponden al cuento Funes, el memorioso de
Jorge Luis Borges donde se relata las vivencias de alguien que no puede olvidar
nada. Ya sé que hay personas que “perdonan pero no olvidan”, es decir, que les
gustaría perdonar pero no pueden ni perdonar ni reconocerlo. Pero ¿es bueno
olvidar? Ya en 1881, Theodule Ribot, filósofo y psicólogo francés, señaló que una
función de la memoria es el propio olvido: “el olvido, excepto en algunos casos,
no es, pues, una enfermedad de la memoria, sino una condición de su salud y de
su vida”. Los ejemplos que mejor ilustran la necesidad de olvidar son los casos de
personas que no pueden hacerlo. Alexander R. Luria describió un caso estremecedor de un sujeto llamado Salomon, un hombre con una memoria prodigiosa pero con un grave problema: no podía olvidar. Salomón Veniaminoff deseaba ser violinista desde niño, pero una afectación en los oídos le lesionó parcialmente este sentido. En los años treinta decidió convertirse en periodista pero
su vida la dedicó al mundo del espectáculo ofreciendo exhibiciones donde ponía
de manifiesto su extraordinaria memoria. Pero a Salomón le angustiaba su incapacidad para olvidar. “Tengo miedo de confundir las distintas sesiones (del espectáculo que ofrecía), por eso borro mentalmente la pizarra y la cubro de una
película opaca e impenetrable. Luego separo mentalmente esa película de la
pizarra y oigo, incluso, como cruje. Cuando termina la sesión, borro todo lo escrito, me aparto de la pizarra y vuelvo a retirar la película, mientras hablo, siento
como mis manos la estrujan. Y, sin embargo, en cuanto me acerco a la pizarra las
cifras pueden aparecer de nuevo. Cualquier asociación por pequeña que sea, hace
que, sin darme cuenta, siga leyendo el cuadro anterior”.
¿Para qué sirve olvidar? Si usted ha vivido en varios lugares o ha cambiado
varias veces de trabajo y desea recordar su número de teléfono actual de nada le
serviría recordar sus números de teléfono anteriores. Y lo que resulta más
curioso es que mi cerebro lo olvida como si este fuera un cometido que lleva a
cabo “por su cuenta”. Y ciertamente es así, ya que recordar los números de teléfono de mi anterior domicilio no serviría más que para interferir sobre la información actual. Parece como si el cerebro olvidara cierta información para hacerme
la vida más fácil y, sin embargo, recuerda cosas sin que yo tenga la intención de
memorizarlas
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¿Qué comió usted ayer? Seguro que puede recordarlo aunque no estuvo
memorizando lo que ingería pensando en que esta pregunta iba a aparecer en el
texto. Pero hagamos la pregunta de otra manera ¿Qué ocurrira si no recordara
que comió o su cerebro se fiara de su intención para memorizarlo? Creo que correría un gran riesgo porque si usted no se acuerda de lo que comió, comería todos los días lo mismo, basándose en sus preferencias gustativas y olfatorias, lo
cual no le garantizaría una buena y larga supervivencia.
Parece obvio que un sistema de memoria sano precisa eliminar la información obsoleta y actualizarla continuamente, poner al día el sistema como las actualizaciones “listas para instalarse” de nuestro ordenador. El modelo más aceptado en la actualidad que trata de explicar estos olvidos adaptativos postula que la
información más accesible en nuestra memoria es aquella que hemos estado utilizando más recientemente. Lógicamente la información que utilizamos con más
frecuencia es aquella que mas necesitamos para poder funcionar con cierta dignidad y no caminar como zombis en el aparcamiento buscando el coche cada
mañana. Este modelo además subraya que la información que no utilizamos
pierde fuerza en cuanto a su poder de recuperación pero no pierde poder de almacenamiento de tal manera que está lista para ser reconocida y reaprenderla
con facilidad siempre que sea necesario.
Los sueños
Uno de los grandes misterios de la mente humana son los sueños. Resultan
un tanto inaccesibles al estudio con métodos científicos y su contenido ha despertado mil y una teorías sobre su significado y su función. Dedicamos tres años
de nuestra vida a soñar y no resulta lógico plantear que los sueños no poseen
ninguna utilidad psicológica o biológica.
Como ustedes ya saben, los sueños se producen durante el llamado “sueño
REM” o sueño de movimientos oculares rápidos (aunque algunos estudios actuales sugieren que el 20% de los sueños se producen en fase NO-REM). A esta
fase se la denomina estadío 5 del sueño, sueño REM o sueño paradójico, y ocupa
el 20-25% del tiempo total que dedicamos a dormir. Durante esta fase del sueño
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no sólo los ojos se encuentran activos. Un electroencefalograma (EEG) –que
mide la actividad eléctrica del cerebro– realizado durante la fase REM sugeriría
que, aunque estemos dormidos, el cerebro de halla en continua activación similar
a la que tenemos cuando estamos despiertos. Además otras funciones corporales
se activan: respiramos de forma distinta, aumenta el ritmo cardiaco y los genitales se congestionan. Este tipo de sueño se da tanto en aves como en mamíferos
y parece estar asociado a la posesión de una corteza cerebral apreciable.
Como muy bien señala Ruiz-Vargas en sus magníficos libros La memoria
humana y Memoria y olvido, la función de los sueños en los últimos cien años
ha recibido cuatro interpretaciones fundamentales: (1) los sueños son la manifestación de deseos inconscientes reprimidos (Freud y el psicoanálisis), (2) los
sueños no tiene ningún significado y son el resultado de la actividad aleatoria de
las neuronas, (3) lo sueños sirven para que el cerebro descargue la información
inútil y así liberarse de ella y (4) los sueños poseen un significado y una función
de memorización.
Otra interpretación novedosa e interesante es la manifestada por el psicólogo Nicholas Humphrey, profesor en la Escuela de Economía de Londres. Para
Humphrey soñar “es como asistir al teatro para aprender”. Através del sueño se
aprenden cosas de la vida real, aunque sea en forma de juego. Aprendemos que
es sentirse enamorado, que es hacer el amor, que es perder un ser querido, que
es odiar, que se siente cuando se tiene un accidente. Las obras de teatro son narraciones como las que se representan cada noche en nuestra mente. Los sueños
son como un simulador de situaciones de la vida pero sin los peligros y las consecuencias de los hechos en la vida real. Nuestro juego de niños son los sueños,
situaciones en las que nos sentimos héroes o miserables, ricos o pobres, felices o
desgraciados. Como dice Antonio Vega (este es cantante): “donde me llevó la
imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos”. Tal vez los
sueños sean “el sitio de mi recreo”.
En cuanto a las teorías freudianas sobre los sueños, Allen Braun y Tom
Balkin, de los National Institutes of Health (NIH) y del Walter Reed Army Institute of Research, respectivamente, han vuelto a desbancar la teoría de Freud. Tomaron minuciosos registros de las partes del cerebro que están activas durante la
fase REM del sueño y llevaron a cabo mediciones en 37 voluntarios con ayuda de
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la tomografía por emisión de positrones (PET). Comprobaron que la córteza
cerebral se encuentra activa mientras estamos despiertos pero totalmente inactiva durante el sueño. Mientras dormimos, sin embargo, quien trabaja a máximo
rendimiento es la región cerebral que controla las emociones, el sistema límbico.
Esto demuestra, según Braun y Balkin, que Freud estaba equivocado en su creencia de que los sueños son deseos insatisfechos o reprimidos y que se olvidan fácilmente porque la mente consciente los censura. El córtex cerebral es la única
parte que podría actuar como censor durante los sueños. Y si no se recuerdan,
dicen los autores, simplemente es porque no se procesan (recuerden qué es el
sentido común).
Por otra parte, en 1983, Francis Crick (el codescubridor del ADN y de los extraterrestres del capítulo dos) y Graeme Mitchison, de Cambridge, publicaron un
artículo en la revista Nature donde plantean la hipótesis de que los sueños se encargan de eliminar las asociaciones de memoria arbitrarias. Para ellos, un sistema como el cerebro puede sobrecargarse de información por lo que precisa de
algún mecanismo de liberación o descarga de la misma. El papel del sueño REM,
según estos autores, es organizar las memorias del cerebro. Durante el sueño
REM se reorganizan las redes de información y los items de información no vital,
que de manera involuntaria se habrán ido recopilando durante el día, se “borrarán” de la red. De esta manera, los sueños estarán compuestos por aquella información destinada a ser eliminada de los bancos de memoria. Así se expresa el
propio Crick: “La eficacia de una supercomputadora como el cerebro debería necesitar la irrupción de señales estocásticas periódicas con el fin de borrar de las
memorias los signos desprovistos de significación para evitar su saturación.
Soñar sirve pues para borrar los recuerdos sin importancia”
Según esta teoría la supresión del sueño REM producirá inevitablemente
graves alteraciones psicológicas, por la supuesta saturación que la información
inservible y no eliminada produciría en el cerebro. Sin embargo estos autores
afirman de manera categórica que los experimentos de privación de sueño REM
en seres humanos no son lo suficientemente prolongados como para haber causado cambios reales en los procesos cognitivos y en la memoria de los sujetos
implicados.
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Hasta hace unos años no se tenía la certeza de que los animales –al menos
algunos de ellos– soñaran y menos aún se sabía sobre el contenido de esos
sueños. Sin embargo, el psiquiatra Jonathan Winson y sus colegas consiguieron
demostrar que las neuronas en el hipocampo de las ratas se reactivaban durante
el sueño como resultado de experiencias durante las horas de vigilia, lo cual
parecía indicar alguna forma de vida onírica. En la actualidad, debido a los descubrimientos de estos investigadores del Instituto de Tecnología de Massachussets, es posible afirmar que los elefantes sueñan con la verde sabana, los leones
con las presas que cazan, las ardillas con los árboles del parque y las ratas de
laboratorio sueñan con complicados laberintos (eso parece). Para Winson los
sueños tienen como función reprocesar información en la memoria que el sistema considera esencial para la supervivencia. En línea diferente a Crick y
Mitchison, Winson plantea que la función de los sueños sería una reexperimentación para la memorización.
Para Gyorgy Buzsaki, de la Universidad Estatal de New Jersey, la formación
de las memorias a largo plazo (duraderas) implica la comunicación bidireccional
entre la corteza cerebral y el hipocampo. Según este modelo, durante la vigilia se
produce la transferencia de la nueva información adquirida desde la corteza
hasta el hipocampo, para su procesamiento y almacenamiento temporal. Este
flujo de información requiere altos niveles de un neurotransmisor denominado
acetilcolina. Durante el sueño, las señales procesadas en el hipocampo son enviadas de nuevo a la corteza para su almacenamiento a largo plazo. Este proceso estaría bloqueado por la acetilcolina y, por lo tanto, sólo ocurriría cuando los
niveles del neurotransmisor caen al mínimo que es lo que ocurre cuando estamos
dormidos. Este planteamiento es de particular interés por que la corteza cerebral
(el cerebro razonador y el director de orquesta) imponen su ley durante el día a
las regiones más primarias donde acumulamos la información. Sin embargo esta
ley se invierte durante los sueños y el hipocampo, sin nadie que le mantenga a
raya, campa a sus anchas, con nocturnidad y alevosía creando un mundo
fantástico y caótico. La pregunta es ¿tal vez el hipocampo ordena la información
por criterios que desconocemos y no por variables espacio-temporales como lo
hacemos cuando estamos despiertos?
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La memoria no existe
Durante años se ha generado una inmensa información sobre la memoria
que ha dado sus frutos. Una de las conclusiones fundamentales a las que hemos
llegado es que la memoria no es un sistema unitario. La memoria no es un proceso ni un sistema único. En cambio, hoy podemos afirmar que existen distintos
sistemas de memoria, con contenidos diferenciados y que se relacionan con estructuras cerebrales distintivas. Cuando hablamos de sistemas de memoria debemos detenernos en analizar que es un sistema. Un sistema es un conjunto de
elementos organizados que interactúan entre sí y con su ambiente, para lograr
objetivos comunes, operando sobre información, para producir como salida información. Un sistema aislado no intercambia ni materia ni energía con el medio
ambiente.
El estudio de la memoria constituye un aspecto central y fundamental para
las neurociencias. En la actualidad, se concibe a los procesos de memoria como
una función de la actividad del cerebro como un todo. Sin embargo, esto no significa que la memoria sea considerada una entidad unitaria e indivisible. Dependiendo de las características temporales y del contenido almacenado diversos
subsistemas de la memoria han sido descritos. Cada uno de ellos estaría representado por diferentes estructuras neurales, las que a su vez interactúan, permitiendo el funcionamiento integral del sistema de memoria.
Pero además podemos afirmar que la memoria es un sistema inteligente ya
que aprende durante su existencia (en otras palabras, siente su entorno y aprende, para cada situación que se presenta, cuál es la acción que le permite alcanzar
sus objetivos), actúa continuamente, en forma mental y externa, al actuar alcanza sus objetivos más frecuentemente que lo que indica la casualidad pura
(normalmente mucho más frecuentemente) y además consume energía y la utiliza para sus procesos interiores y para actuar. En este sentido podemos afirmar
que la memoria (o las memorias) son sistemas con una estructura organizada,
cuyos componentes se hallan en el cerebro y cuyos resultados se traducen en procesos mentales y en conducta. Como señala Endel Tulving (según su currículo es
natural de Estonia, casado con Ruth, tiene dos hijas y cinco nietos), profesor en
la Universidad de Toronto y uno de los grandes estudiosos de la memoria: “la
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finalidad de clasificar la memoria es realizar un análisis de la misma como una
asamblea estructurada de sistemas cerebrales separables, aunque interactuando
estrechamente, cuyo funcionamiento integrado se expresa en la experiencia consciente, la conducta y la cognición”.
Los diferentes sistemas de memoria, se caracterizan, pues, por encontrarse
al servicio de funciones cognitivas y conductuales diferenciadas, se hallan conformados por estructuras neurales diversas, presentan un desarrollo ontogénico y
filogenético distintivo y cooperan entre ellos.
Innumerables intentos clasificatorios de la memoria se han realizado sobre
la base de su sustrato anatómico. Sin embargo, dos aproximaciones destacan
sobre las demás, una basada en el tiempo de almacenamiento y la otra en los
contenidos de la memoria.
En cuanto al tiempo de almacenamiento la distinción clásica divide la memoria en memoria a corto plazo y memoria a largo plazo. La primera hace referencia al almacenamiento de información temporal durante un breve período de
tiempo. El uso de este término resulta un tanto confuso y subjetivo aunque en
términos generales podemos afirmar que se refiere a recordar lo que hemos
hecho o hemos aprendido en las últimas horas, días o semanas por lo que también se utiliza el término de memoria reciente. En contraste con este tipo de memoria, la memoria a largo plazo guarda relación con los hechos y eventos acaecidos muchos años antes por lo que también se denomina a esta memoria como
memoria remota. Los pacientes afectados por una demencia o por una lesión
cerebral nos han enseñado que la memoria reciente es más sensible a la enfermedad que la memoria remota. Como regla general, se puede establecer que
cuanto más antiguo sea el recuerdo más imperturbable resulta. El descubrimiento de esta gradiente temporal (es así como se denomina) se atribuye a Ribot,
en la década de 1880, por lo que se denomina ley o principio de Ribot. A muchas
personas les parece que va contra la lógica esto de que los recuerdos más frescos
y recientes sean los más vulnerables y los más remotos se muestren resistentes y
pertinaces en su lucha contra la enfermedad que trata de acabar con ellos. El
hecho ya demostrado de este principio, sugiere que algo afianza los recuerdos en
nuestro cerebro a lo largo del tiempo, y este “algo” son los procesos de consolidación. Es como si poco a poco los recuerdos fueran colándose entre distintas capas
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de nuestro cerebro y a medida que pasa el tiempo (y algo más que el tiempo) logran traspasarlas hasta alcanzar un lugar seguro y protegido.
Una cuestión importante es plantear cómo el cerebro logra pasar una información de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo. Creo que son
múltiples las estrategias utilizadas para ello, por lo que voy a citar algunas. En
primer lugar, parece muy importante la valencia emocional de lo que ocurre.
Todo el mundo recuerda con cierta precisión el día de su boda, el día del nacimiento de su hijo o los atentados del 11 de marzo en Madrid. Sin embargo, la mayoría de la información que se encuentra en la memoria a corto plazo tiende a
disiparse por el simple paso del tiempo. Usted recuerda bien qué comió ayer pero
seguro que se le olvida esta información dentro de tres o cuatro días. A esto se
denomina pérdida de información en la memoria a corto plazo por decaimiento.
Los trucos principales que utilizamos o, mejor dicho, que utiliza nuestro
cerebro para pasar información del sistema de memoria a corto plazo al sistema
a largo plazo, son el repaso y la codificación. Recuerde que un principio fundamental del funcionamiento cerebral dice que “aquello que se une tiende a permanecer unido” (como los matrimonios de antaño). Cuanto más utilice una información y más la repase en su cerebro, ésta se fortalecerá porque las conexiones sinápticas para esa información se fortalecen. La codificación hace referencia a cómo procesamos la información para poder recordarla mejor. Uno de los
vicios que adquirió mi cerebro desde que era un niño es aprenderse los números
de teléfono (cosa no muy útil por otra parte). Además mi manera de codificar las
números es dividiéndolos en grupos de dos cifras. En uno de mis múltiples cambios de domicilio me asignaron el número de teléfono 18-61-87, un número considerado por mi cerebro como “difícil”. Cuando un amigo me pidió mi teléfono se
lo recité de dos en dos cifras (“dieciocho, sesenta y uno, ochenta y siete”) a lo que
él replicó rápidamente: “es muy fácil”. Ante mi asombro el me hizo ver que mi
teléfono era el ciento ochenta y seis, ciento ochenta y siete (186-187). Esto es codificar la información para enviarla a almacenes más estables de memoria.
En cuanto al análisis de la memoria en relación a su contenido podemos establecer tres sistemas de memoria: la memoria procedimental, la memoria declarativa y la memoria de trabajo.
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Andar en bici
Intente explicar cómo se viste, cómo come, cómo anda en bicicleta o cómo
conduce su automóvil. Como ve le resulta un tanto costoso poner en palabras estas conductas tan “obvias”. Esto es porque este tipo de conductas son procedimientos que usted ha aprendido sin que medie el lenguaje para hacerlo (por eso se
llama memoria no declarativa). Este tipo de memoria procedimental puede ser
considerada una memoria “corporal”. Es la memoria para las destrezas motoras
habituales. Para Daniel Schacter la memoria procedimental nos permite aprender destrezas y saber cómo hacer las cosas.
La memoria procedimental puede considerarse como un sistema de ejecución, implicado en el aprendizaje de distintos tipos de habilidades que no están
representadas como información explícita sobre el mundo. Por el contrario, éstas
se activan de modo automático, como una secuencia de pautas de actuación, ante
las demandas de una tarea. Consisten en una serie de repertorios conductuales
(vestirse) que llevamos acabo de modo inconsciente (por esto se le denomina
también memoria implícita). El aprendizaje de estas habilidades se adquiere de
modo gradual, a través de instrucciones (declarativo) o por imitación. El grado
de adquisición de estas habilidades depende de la cantidad de tiempo empleado
en practicarlas, así como del tipo de entrenamiento que se lleve a cabo. Como
predice la ley de la práctica, en los primeros ensayos la velocidad de ejecución sufre un rápido incremento exponencial que va enlenteciéndose conforme aumenta
el número de ensayos. La adquisición de una habilidad lleva consigo que ésta se
realice óptimamente sin demandar demasiados recursos atencionales que
pueden estar usándose en otra tarea al mismo tiempo, de modo que dicha habilidad se lleva a cabo de manera automática. La unidad que organiza la información almacenada en la Memoria Procedimental es la regla de producción que se
establece en términos de condición-acción, siendo la condición una estimulación
externa o una representación de ésta en la memoria operativa; y la acción se considera una modificación de la información en la memoria operativa o en el ambiente. Las características de esta memoria son importantes a la hora de desarrollar una serie de reglas que al aplicarse permitan obtener una buena ejecución en
una tarea. Sirva como ejemplo conducir un vehículo. Al principio usted utiliza
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estrategias verbales para regular su conducta: “ahora debo pisar el embrague y
meter primera”. A medida que avanza en su aprendizaje todas estas conductas se
automatizan y logra conducir manoseando el equipo de música o pensando que
va comer hoy. Incluso puede guiar su vehículo mientras gira la cabeza para hablar con su acompañante (mejor no le digo que piensa su acompañante sobre esta
conducta).
Además de estos hábitos motores y de estas conductas sobreaprendidas a
base de repetirlas, la memoria procedimental contiene otro tipo de conductas.
Los estudios sobre condicionamiento clásico se iniciaron con los experimentos
realizados por el fisiólogo ruso Iván Pavlov, a principios del siglo XX. Pavlov descubrió que los animales pueden aprender a responder a determinados estímulos,
a partir de sus reflejos más primitivos, y lo hizo experimentando con perros a los
que se les enseñó a salivar al escuchar el sonido de una campana. Mediante un
procedimiento quirúrgico sencillo, Pavlov podía medir la cantidad de saliva segregada por el perro. Cuando se le presentaba un trozo de carne, observaba que
se incrementaba la segregación de saliva (lo mismo que le ocurre a usted cuando
tiene hambre y está en el supermercado). Luego Pavlov hacía sonar una campana
antes de presentarle el trozo de carne y observó que después de repetidas veces,
el perro segregaba saliva abundante al escuchar el sonido de la campana, aunque
no se ofreciera ningún alimento. El perro había aprendido a salivar ante un estímulo neutro como la campana. A esta forma de aprendizaje se le conoce como
condicionamiento clásico.
Aunque durante años hemos pensado que para que se produzca un condicionamiento de este tipo es imprescindible que exista una inmediatez entre los
estímulos que se asocian y que el entrenamiento se lleve cabo durante muchos
ensayos esto no es del todo cierto. En 1988, Robert A. Rescorla publicó un trabajo en el que ponía en tela de juicio el condicionamiento clásico tal y como se ha
entendido durante 80 años. En concreto son tres las cuestiones que me gustaría
plantear. La primera hace referencia a que la contigu?idad entre dos estímulos
no es necesaria ni suficiente para que mi cerebro produzca una asociación entre
ellos. En segundo lugar señala que para que exista una asociación entre dos estímulos no es necesario que se repita muchas veces la experiencia y sea un proceso lento sino que puede ocurrir de forma inmediata. Por último, el
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condicionamiento no implica una sola asociación sino que puede se pueden producir múltiples asociaciones. No logro habituarme a acudir a la consulta del
dentista. En cuanto me aproximo a su portal mi temor se acrecienta lo que se
halla relacionado con la visión del portal y el olor a formocrasol (me ha dicho el
dentista que así se llama) que llega hasta el mismo. Aunque pasa un tiempo (más
del que yo desearía) entre que toco el timbre y me enreda con el torno se ha producido una asociación entre ambos estímulos, esta asociación se da para varios
estímulos diferentes (portal, olor, sala de espera) y les aseguro que esta
asociación se produjo desde la primera consulta.
A finales de los 80 se establece que el aprendizaje de hábitos motores prototípicos de la memoria procedimental sólo es una parte de este tipo de memoria.
En 1986, Albert Shimamura descubrió que los pacientes amnésicos poseían una
rara habilidad relacionada con que fragmentos de información que se facilitan a
los amnésicos producen en estos el mismo efecto que en personas normales. Si a
un amnésico le presentamos la palabra “ventana” y pretendemos que la recuerde
no lo hará. Sin embargo, si le presentamos las iniciales “ven…” y le incitamos
para que diga la primera palabra que le venga a la cabeza dirá “ventana”. Sin embargo, si le damos la instrucción de que utilice las tres primeras letras para recordar la palabra que le enseñamos anteriormente no lo hará. Aesto se denomina
efecto “priming” o de facilitación y forma parte de ese tipo de memoria que no
implica la recuperación consciente de una información anterior. Por esto se
llama también memoria implícita.
Por último otra información que se encuentra en la memoria procedimental
es la producida por el efecto de la habituación y la sensibilización. El descenso
progresivo de la respuesta como consecuencia de la repetida presentación del estímulo es lo que define a la habituación, mientras que la disposición creciente a
responder como consecuencia de la repetida presentación de estímulos lo que caracteriza a la sensibilización. El aprendizaje no asociativo se refiere al cambio en
la respuesta conductual que ocurre con el tiempo como resultado de un estímulo
simple. Através de la habituación aprendemos a ignorar un estímulo que carece
de significado importante para nosotros (por ejemplo, el ruido del tráfico o de los
niños del vecino). Por otro lado, en el proceso de sensibilización un estímulo genera una respuesta exagerada a todos los estímulos posteriores (por ejemplo, es de
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noche, se produce un apagón, si escuchamos un ruido muy fuerte proveniente
del piso de arriba vamos a estar muy atentos o “hipersensibles” a los ruidos del
ambiente). De algún modo podemos afirmar que nos habituamos a estímulos frecuentes y de baja intensidad y nos sensibilizamos a estímulos menos frecuentes y
de alta intensidad.
Como la mayoría de las destrezas que se encuentran en la memoria procedimental son habilidades motoras, los lóbulos parietales y frontales se encargan
del aprendizaje de estas conductas. No obstante cuando la destreza se automatiza
y se convierte en un hábito motor el programa motor que la representa se consolida progresivamente en estructuras subcorticales, sobre todo en el cerebelo y los
ganglios basales. La memoria procedimental casi siempre se encuentra conservada en pacientes amnésicos, tanto en pacientes que sufren un traumatismo
craneoencefálico como en las demencias tipo Alzheimer (sólo se afecta en estadíos muy avanzados de la enfermedad). Como ven, son formas simples y universales de aprendizaje con una función claramente adaptativa del organismo a
su ambiente.
Conocer y recordar
¿Cuál es la capital de Japón? ¿A qué temperatura hierve el agua? ¿Quién escribió El Quijote? ¿Qué hizo usted ayer por la tarde?, ¿Cuándo se desplazó en su
coche por última vez?
La memoria declarativa contiene información referida al conocimiento sobre
el mundo y experiencias vividas por cada persona, tanto información referida al
conocimiento general (saber/conocer), como información de situaciones vividas
(recordar/rememorar). Ala memoria referida a nuestro conocimiento sobre el
mundo se le denomina memoria semántica y la que se refiere a nuestras experiencias vividas memoria episódica. Para Schacter la memoria semántica puede ser
definida cono una red de asociaciones y conceptos que sostienen nuestro conocimiento básico sobre el mundo, significados de palabras, categorías, datos y proposiciones. Sin embargo, la memoria episódica implica “volver a experimentar”
sucesos pasados, traer a la conciencia episodios de experiencias previas (yo diría
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que también futuras, como lo que voy a hacer esta tarde). Según Schacter, el sistema de memoria episódica nos permite recordar de forma explícita los incidentes personales que singularmente definen nuestras vidas. Lo importante es que
estos recuerdos son intrínsecamente subjetivos y conscientes. Usted puede recordar su inolvidable viaje a Cuba pero no recuerda cuando aprendió cuál es la
capital de Cuba.
Tener en cuenta estas dos subdivisiones de la Memoria Declarativa es importante para entender de que modo la información está representada y es recuperada diferencialmente. La distinción de Memoria Semántica da cuenta de un
almacén de conocimientos acerca de los significados de las palabras y las relaciones entre estos significados, constituyendo una especie de diccionario mental,
mientras que la Memoria Episódica representa eventos o sucesos que reflejan detalles de la situación vivida y no solamente el significado. La organización de los
contenidos en la Memoria Episódica está sujeta a parámetros espacio-temporales, esto es, los eventos que se recuerdan representan los momentos y lugares en
que se presentaron. Sin embargo, la información representada en la Memoria
Semántica sigue una pauta conceptual, de manera que las relaciones entre los
conceptos se organizan en función de su significado. Otra característica que
diferencia ambos tipos de representación se refiere a que los eventos almacenados en la memoria episódica son aquellos que han sido explícitamente codificados, mientras que la memoria semántica posee una capacidad inferencial y es
capaz de manejar y generar nueva información que nunca se haya aprendido explícitamente, pero que se halla implícita en sus contenidos (entender el significado de una nueva frase o de un nuevo concepto).
Hasta hace pocos años se ha negado la distinción entre memoria semántica y
episódica. En 1988 nuestro amigo Tulving describió un caso de un paciente amnésico llamado K.C. que en 1981 padeció un traumatismo cráneoencefálico grave
tras sufrir un accidente con su motocicleta. K.C. se muestra incapaz de recordar
su pasado pero sabe cosas que aprendió en ese pasado. En concreto K.C. describe
adecuadamente la casa de campo que sus padres poseen en Ontario, la localiza
en un mapa y sabe que ha pasado allí algunas vacaciones estivales. Sin embargo,
no recuerda ni una sola ocasión en la que él haya estado allí, ni una sola anécdota
de lo que allí sucedió. K.C. conoce muy bien los movimientos para el juego del
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ajedrez pero no recuerda haber jugado nunca. K.C. recuerda que tiene un coche y
describe las características del mismo como el modelo o el color, pero no recuerda haber montado nunca en su coche. Nuestro famoso paciente puede explicar los pasos que se siguen para cambiar una rueda del coche pero no recuerda
haberla cambiado nunca ni haber presenciado nunca esta operación (conozco a
otras personas sin traumatismo a las que les ocurre esto). Este “precioso” caso
avala la idea de que la memoria semántica y episódica son dos sistemas separados y dependientes de distintos sistemas neurales.
Un tema central referente a la memoria semántica concierne a cómo el
conocimiento se encuentra organizado en el cerebro. Algunos pacientes afectados
por un daño cerebral nos han enseñado que el conocimiento sobre el mundo se
halla organizado por categorías. El hecho de que el daño en ciertas áreas del
cerebro afecte al conocimiento de un dominio o tema específico pero no a otros
hace suponer que los diferentes conocimientos se hallan organizados en áreas
cerebrales diferenciadas. Esta especialidad de la memoria semántica para cada
material depende, hasta cierto punto, de las áreas del cerebro específicas para un
tipo de información concreta. Los circuitos en la parte temporo-occipital derecha
organizan la información que nos permite reconocer rostros individuales, el
lóbulo temporal izquierdo (y partes adyacentes de la región parietal y occipital)
nos permiten recuperar nombres específicos y así sucesivamente.
De forma más sorprendente, algunos pacientes muestran afectación selectiva cuando se les pregunta por animales, otros por plantas y otros por herramientas. Argyle Hillis y Alfonso Caramazza publicaron en el año 1991 los casos
de J.J. y P.S. el primero había sufrido un accidente cerebro vascular resultando
dañado el lóbulo temporal izquierdo y los ganglios basales. El segundo sufrió un
traumatismo craneoencefálico que la afectaba ambos lóbulos temporales y el córtex frontal derecho. Cuando se les preguntaba por diferentes tipos de conocimiento mostraban un conocimiento desigual. J.J. describía un león como un “animal grande, de cuatro pies de alto, tiene una gran cabeza con grandes colmillos y
una gran melena… vive en África”. En cambio, cuando se le inquiere para que
defina un melón dice: “no estoy seguro, es una fruta, no recuerdo si es amarilla o
verde o naranja. He olvidado muchas cosas”. P. S. define una garza como “un
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pescado”, sin embargo afirma que un albaricoque es como “un melocotón pero
algo más pequeño, lo puedes comprar enlatado, seco o como una fruta fresca”.
Algunos casos ilustran esta división entre la memoria semántica, episódica y
procedimental. En 1911, el Doctor Claparède escondió una aguja entre los dedos
de su mano antes de saludar a una paciente amnésica. Cuando estrechó su mano
la aguja le pinchó (a la paciente) lo que produjo una reacción de retirada. Cuando
llegó la siguiente consulta, el doctor extendió su mano para estrechar la de la paciente, pero esta no dudó un segundo en retirarla aunque no tenía un recuerdo
consciente de conocer al Doctor Claparède. El encuentro anterior se había borrado de su memoria pero los efectos persistían. Éste es un buen ejemplo de la
disociación entre memoría procedimental y memoria episódica. Cuando se le
preguntó a la paciente por qué se había negado a estrechar la mano del doctor,
contestó que “uno tiene derecho a dar la mano a quien quiera” demostrando una
nueva disociación, esta vez entre memoria episódica y semántica. Ella sabía que
no debía dar la mano al Doctor (memoria procedimental), recordó hechos abstractos pertinentes (memoria semántica), pero fue incapaz de recordar la experiencia real adecuada (memoria episódica). No sé si el Doctor Claparède era un
gran investigador o un graciosillo.
En cuanto al sustrato neuroanatómico de estas dos memorias, la memoria
semántica se presenta como un “directorio” de conexiones entre imágenes que
están representadas en la corteza cerebral y por detrás de los lóbulos frontales.
Cada una de estas áreas, que se encuentran especializadas en un tipo de conocimiento, guarda información relacionada con ese conocimiento en particular. Por
ejemplo la parte medial occipito-temporal almacena información sobre las fisonomías de las personas y la región temporal izquierda guarda información
sobre nombres específicos. Sin embargo, la memoria episódica o autobiográfica
se relaciona con la actividad del hipocampo (estructura que se afecta particularmente y de forma grave en la enfermedad de Alzheimer).
Otro tema relevante es la distinción entre la memoria semántica y episódica.
Si yo le pregunto qué hizo este fin de semana su equipo de fútbol favorito, no
queda claro si usted echa mano de la memoria semántica o episódica para responder a esta pregunta. La respuesta, siguiendo a Daniel Schacter, es relativamente sencilla. Si usted recuerda los variables del contexto donde adquirió la
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información, está utilizando su memoria episódica (por ejemplo recuerda haber
visto el resumen del partido en la televisión). Si no es así, es la memoria
semántica la que actúa.
EL
ARTE
SABER
ALIMENTARTE
DE
Desde la ciencia
de la nutrición al arte
de la alimentación
Karmelo
BIZKARRA
www.edesclee.com
7
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La cocción de los alimentos*
El mito de Prometeo y la aparición del fuego en la tierra
Prometeo es en la mitología griega, uno de los titanes, conocido como
amigo y benefactor de la humanidad, hijo del titán Jápeto y la ninfa del mar
Clímene o la titánide Temis. Prometeo y su hermano Epimeteo recibieron el encargo de crear la humanidad y de proveer a los seres humanos y a todos los animales de la tierra de los recursos necesarios para sobrevivir. Epimeteo (cuyo
nombre significa “ocurrencia tardía”), procedió en consecuencia a conceder a
los diferentes animales atributos como el valor, la fuerza, la rapidez, además de
plumas, piel y otros elementos protectores. Cuando llegó el momento de crear
un ser que fuera superior a todas las demás criaturas vivas, Epimeteo se dio
cuenta de que había sido tan imprudente al distribuir los recursos que no le
quedaba nada que conceder. Se vio forzado a pedir ayuda a su hermano, y Prometeo (cuyo nombre significa “prudencia”) se hizo cargo de la tarea de la
creación. Para hacer a los seres humanos superiores a los animales, les otorgó
una forma más noble y les dio la facultad de caminar erguidos. Entonces se dirigió a los cielos y encendió una antorcha con fuego del sol. El don del fuego que
Prometeo concedió a la humanidad era más valioso que cualquiera de los dones
que habían recibido los animales.
Por las transgresiones de Prometeo, Zeus lo hizo encadenar a una roca en
el Cáucaso, donde era atacado constantemente por un águila. Finalmente lo
liberó el héroe Hércules, que mató al ave rapaz.
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Figura: Prometeo aportando el fuego a la humanidad. Gracias al
fuego, la humanidad pudo tener luz en la noche, resguardarse del
frío y preparar ciertos alimentos.
Cocinar y conservar los alimentos
Es recomendable que los alimentos crudos constituyan una parte muy importante de nuestra dieta, pero cuando cocinemos o conservemos los alimentos
podemos aprender a alterarlos lo menos posible. A continuación vemos algunos
consejos prácticos:
El calor destruye las sustancias nutritivas de los alimentos
Al cocer los alimentos se destruye especialmente la vitamina C que es la más
termolábil o sensible al calor. Esta vitamina es muy frecuente en las frutas y las
verduras crudas y se pierde con facilidad al ser tratadas por el calor.
La cocción también provoca una destrucción mayor o menor de las enzimas
o fermentos, las vitaminas (en especial la C, la A y la B1, sobre todo en presencia
del oxígeno del aire), y el ácido fólico y los minerales. Con el aumento de la temperatura ocurre también una desnaturalización de las proteínas, grasas e
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hidratos de carbono. La cocción coagula (endurece) las proteínas de la leche, los
huevos, los pescados y las carnes y se vuelven menos digestibles (a excepción de
la proteína del huevo). Como indicó Rudolf Hauschka: “Cuando los alimentos se
cuecen sufren una desvitalización… Y cuando yendo más allá hervimos o asamos, y salamos nuestra comida, todo esto tiende hacia lo muerto y hacia la mineralización”.111
Se generan un gran número de moléculas complejas por interacción de sus
propias sustancias, sustancias que no existen en estado natural, y que el cuerpo
tiene una gran dificultad en reconocer, si los llega a reconocer.
Cuanto más sobrecalentamos las proteínas más aparecen sustancias tóxicas,
que si son consumidas en exceso o no son contrarrestadas por las sustancias
vivas de las frutas y las verduras, pueden favorecer la aparición de enfermedades
graves, incluido el cáncer.
Cocinar altera la proporción natural entre la Tiamina (vitamina B1) y la
Niacina o (vitamina B3) de los alimentos. Esto ocurre porque la tiamina se
destruye rápidamente por el calor, mientras que la niacina es más resistente. Por
lo tanto, cocinar no sólo reduce el contenido vitamínico de los alimentos, sino
que también modifica las proporciones de vitaminas, que son una característica
muy importante de los alimentos íntegros.
La destrucción de sustancias es mayor cuando utilizamos una olla a presión.
El agua en una cazuela normal hierve a 100 ºC, y en cambio bajo una presión
mayor puede alcanzar temperaturas superiores. Las verduras se cuecen antes
pero se destruyen sus nutrientes más sensibles. Es mejor cocer con poca agua y
durante poco tiempo y lo ideal es cocinar al vapor colocando una cesta con
agujeros o enrrejillada o utilizando cazuelas especiales para cocer al vapor.
Dado que en la civilización occidental, debido a nuestra forma de vida y alimentación, no se puede evitar la utilización del fuego en la preparación de los
nutrientes, recomiendo ingerir en toda comida una parte importante de alimentos crudos, que aportan vitaminas, minerales, etc., que no se pierden por el calor.
Los alimentos crudos: ensaladas, frutas, frutos secos… son los alimentos preparados para nosotros por ese gran “fuego” al que llamamos el Sol. Cualquier
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calentamiento de los alimentos por encima de la temperatura máxima que el sol
nos aporta cambia su composición.
No es lo mismo valor calórico que valor biológico. Para una verdadera ciencia de la Nutrición es más importante la calidad del alimento que la cantidad, y
esa calidad es muy alta en las frutas y verduras cultivadas biológicamente.
Mediante la cocción de los alimentos gran parte de las vitaminas, minerales,
enzimas y otras sustancias vivas pasan al agua de cocción, se disuelven en ella, y
esta agua es rica en sustancias vitales. Nunca debemos cometer el error de tirar el
caldo de la verdura, ya que cuando la cocción se realiza de forma inadecuada
tiene incluso más vitaminas y minerales que la verdura misma.
Mc. Collun y Parson demostraron en sus experiencias que los minerales precipitan en parte en el recipiente de cocción. Especialmente cuando la cocción es
muy prolongada en tiempo, se realiza con mucha agua y las verduras se cortan en
trocitos muy pequeños, hay una pérdida mucho mayor de sustancias vivas de los
alimentos que pasan al caldo de cocción o se pierden por la evaporación.
Como consecuencia de la gran pérdida de sales minerales y otros elementos
hay una pérdida real del gusto de los alimentos, son más sosos. Las sales perdidas por la mala cocción son sustituidas por la sal de cocina, cuya estructura es
muy diferente y no es bien asimilada por el organismo. Destruimos los minerales
vivos de los vegetales y añadimos a continuación la sal blanca y mineral, sin vitalidad alguna.
Reacción de Kouchakoff
Se sabe desde hace mucho tiempo que tras la comida hay un gran aumento
del número de leucocitos o glóbulos blancos en la sangre, esta reacción se denomina leucocitosis postprandial. El científico Kouchakoff, en sus diversas investigaciones, comprobó que esta reacción tiene lugar especialmente cuando se
come conservas en botes, azúcar blanco, el vino y el vinagre. Kouchakoff dedujo
que se trataba de una reacción orgánica de “defensa”, similar a la que se produce
tras la entrada de un cuerpo o sustancia extraña, o un microbio en el organismo.
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Demostró que cierta cantidad de alimentos crudos en la comida era suficiente para que este aumento no tuviera lugar. No aparecía esta reacción de defensa que desde entonces se conoce como la reacción de Kouchakoff. Al mismo
tiempo descubrió que ni los alimentos crudos llegan a neutralizar a los alimentos
en conservas.
Por este motivo nunca debe faltar la cantidad suficiente de alimentos crudos
en todas las comidas. Podemos comenzar con una ensalada o fruta cruda, y
luego… algo sano también.
El impacto del calor sobre las moéculas
Durante la cocción, bajo el efecto de la agitación térmica, las moléculas
chocan entre sí, se rompen y se enganchan al azar a otras estructuras para formar nuevas combinaciones muy complejas, algunas de las cuales no se encuentran
en la naturaleza. Es suficiente una pequeña diferencia respecto a la molécula
normal para obtener una molécula que el organismo es incapaz de metabolizar.
Tóxicos generados por el calor
Cuando ponemos el alimento directamente en contacto con una fuente de
calor muy fuerte: a la parrilla, al horno o a la plancha, o los freímos con fuego
alto y en exceso; cuando el alimento se tuesta (el pan muy tostado, el pollo con la
piel churrascada, la carne quemada) aparecen sustancias tóxicas como el
alquitrán y otros considerados como cancerígenos.
Entre las sustancias más tóxicas que se forman con el calor y especialmente
con las altas temperaturas a destacar: el benzopireno (que es un hidrocarburo
aromático policíclico o HAP), las acrilamidas y las acroleínas.
En abril de 2002 se hizo público un estudio de la Universidad de Estocolmo
en el que encontraron que al calentar alimentos ricos en carbohidratos (patatas,
arroz, harina) se forma una sustancia cancerígena: la acrilamida. Según la
Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, la acrilamida induce
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mutaciones genéticas y en experimentos con animales ha causado tumores de estómago, además de afectar al sistema nervioso. A destacar la tasa de acrilamida
en las patatas fritas de las bolsas comerciales y en galletas.
El benzopireno aparece especialmente en la carne asada a la brasa, ya que
durante su elaboración se impregna del humo producido por la combustión de
las gotas de grasa que caen de la carne en las brasas. El benzopireno es un potente cancerígeno. Los componentes más tóxicos: aminas heterocíclicas y el
benzopireno se forman especialmente en los alimentos muy cocinados y especialmente en la superficie de las carnes muy hechas (churrascadas). Recientes estudios de la aparición de aminas heterocíclicas en los alimentos cocinados
muestran que cuanto menor es el tiempo y la temperatura de cocción se generan
en menor cantidad.
Al preparar alimentos muy tostados o acaramelados, cacahuetes muy tostados, la malta o el café, la carne muy tostada, la leche en polvo, las galletas, el pan
muy tostado, etc., ocurre, como hemos visto, la reacción de Maillard.
El aroma liberado es debido en gran parte a los productos originados de la
destrucción de los aminoácidos. A más aroma mayor destrucción de los
alimentos.
Con el calor los azúcares se polimerizan, los aceites se oxidan, se polimerizan
y se transforman adquiriendo formaciones cíclicas. Los aceites más insaturados
sufren aún más estos procesos y por ello hay que evitar calentar los aceites de girasol, maíz y colza, ricos en ácidos grasos insaturados. Los daños son menores
con el aceite de oliva. Con el calor los ácidos grasos cis se transforman en ácidos
grasos trans, perjudiciales para la salud.
Reacción de Maillard
Esta conocida reacción, descubierta por el químico de este nombre, que da
lugar a un pardeamiento de los alimentos (adquieren un color parduzco) se produce por interacciones entre el grupo amino de las proteínas y el grupo carbonilo
de los azúcares. Las consecuencias de esta reacción es la pérdida del valor nutritivo de los alimentos, resultando una pérdida de aminoácidos esenciales y una
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reducción de la capacidad de digestión y asimilación de las proteínas. Este es el
proceso que ocurre en la corteza del pan.
En el transcurso de las reacciones de Maillard se crean sustancias con una
capacidad mutagénica débil. Algunas moléculas de Maillard, irrompibles por
nuestras enzimas, no se encuentran en el recién nacido y están presentes en cantidades relativamente abundantes en las personas mayores. Dichas moléculas
podrían participar en el envejecimiento vascular y cerebral prematuro, y en el desarrollo de las demencias seniles.51-e
Debido a la reacción de Maillard hay una pérdida del aminoácido lisina que
deja de estar disponible. También disminuye la digestibilidad debido a la formación de polímeros resistentes a los jugos digestivos. Se pierden vitaminas C y K.
Destacar que la leche tiene lactosa, que es el mejor sustrato de la reacción de
Maillard, y lisina, que es el aminoácido que mejor cede su grupo amino para la
reacción. Por ello la leche se altera fácilmente con el calor.
Las modificaciones inducidas por el calor son todavía más importantes
cuando la temperatura es alta y el tiempo de exposición al calor es largo. La
frontera por encima de la cual los alimentos sufren importantes transformaciones se sitúa alrededor de los 110 ºC.
Hasta los 100 ºC e incluso los 110 ºC, se producen muy pocas alteraciones
como las moléculas de Maillard, isómeros, o posibles cancerígenos. Además con
una cocción al vapor o a fuego lento no perdemos sustancias volátiles con el vapor o a través del aroma que se libera. Por encima de los 110 ºC y principalmente
de los 200 ºC, se generan numerosas sustancias carcinógenas (cancerígenas),
moléculas de Maillard e isómeros. Por lo tanto hay que evitar los hornos a altas
temperaturas y principalmente las parrilladas y las frituras, que alcanzan temperaturas excesivamente altas, entre 300 a 700 ºC.
Los alimentos proteicos –carnes, pescados– producen muchas más sustancias cancerígenas que los hidratos de carbono (verduras raíz, calabaza, patatas,
cereales…).
Hay que evitar poner el horno a 300 ºC. La temperatura de la olla a presión
puede llegar hasta los 140 ºC, por eso conviene elegir una cocción al vapor.
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Esencialmente la cocción genera un gran número de moléculas complejas,
que no existen en estado natural, cuyas propiedades y transformaciones en el
cuerpo desconocemos. Se ha demostrado que algunas sustancias derivadas de la
cocción son tóxicas y cancerígenas. Las grasas animales alteradas por el calor, especialmente carnes y productos lácteos, favorecen la aparición de cáncer de
mama y de colon.
Por ello es importante la ingestión de alimentos crudos en todas las comidas,
en forma de fruta, ensaladas o zumos. Entre las investigaciones recientes se ha
visto que el consumo de alimentos crudos, ricos en antioxidantes, neutralizan la
acción cancerígena y de envejecimiento de ciertas sustancias.
Como he citado, en la digestión de una comida que contiene productos cocidos o conservas, se observa una aumento de los leucocitos o glóbulos blancos
en la sangre. Esto sugiere que algunas macromoléculas de los alimentos han atravesado la pared intestinal y han provocado una respuesta inmunitaria.
Efectos de la cocción sobre las proteínas
Con el efecto del calor intenso o tratamientos térmicos más suaves en un medio alcalino, se producen interacciones entre dos proteínas. La interacción
por calor entre diferentes aminoácidos pueden incluso producir productos
tóxicos para el riñón, como por ejemplo la interacción lisina-alanina o lisinaácido glutámico
También bajo la acción del calor puede ocurrir sustancias que son isómeros;
que aún teniendo la misma fórmula química tienen diferente disposición de los
átomos y diferentes propiedades. Los L-aminoácidos se transforman en Daminoácidos. Esto ocurre aproximadamente a 200 ºC, y la consecuencia es que
el valor nutritivo desciende considerablemente hasta el 50%.61-b
A temperaturas superiores a los 115 ºC se produce una perdida del azufre de
los aminoácidos que lo contienen, como la cisteína.
El calor también tiene un gran impacto sobre las proteínas. Las proteínas
cambian su estructura en el espacio además de la química con la cocción. A
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temperaturas mayores a los 200 ºC ciertos aminoácidos como el triptófano son
susceptibles de generar formas cíclicas, dando lugar a las aminas heterocíclicas (AHC), entre ellas las carbolinas. Las aminas heterocíclicas tienen un efecto carcinogénico y tóxico cerebral.
Los aminoácidos se alteran. El aminoácido arginina con el calor produce
residuos de citrulina u ornitina, liberando urea. El triptófano genera derivados
carbolínicos, las carbolinas alfa, beta, gama. De la gama-carbolina se derivan sustancias cancerígenas. El ácido glutámico da también origen a derivados potencialmente cancerígenos. También genera carbolinas la lisina, la ornitina y la
fenilalanina. El humo del cigarrillo contiene igualmente beta-carbolinas.
Algunas AHC como las beta-carbolinas pueden directamente influenciar los
receptores de neurotransmisores, por ejemplo los de las benzodiacepinas. Esto
ocurre simplemente porque el organismo a su vez produce beta-carbolinas para
que actúen como neurotransmisores.
Efectos de la cocción sobre los lípidos
Tanto el aceite como la mantequilla al ser calentados a altas temperaturas
dan lugar a unas sustancias químicas nuevas y muy tóxicas llamadas acroleínas. El aceite frito y refrito, y vuelto a freír… es algo que nunca debemos
utilizar. Los aceites refritos son muy tóxicos. El aceite se descompone, sufre una
polimerización debido a calentamientos excesivos.
El aceite se oxida (se descompone) por el contacto con el aire, por la introducción de alimentos ricos en agua y el calentamiento excesivo. Además, cuando
freímos los alimentos con aceite o mantequilla, la grasa de estas sustancias envuelve a los alimentos e impiden que los jugos digestivos puedan entrar en su interior, y con ello tiene lugar una mala digestión o mejor dicho una indigestión.
Asimismo, añadido a la formación de sustancias policíclicas por la combustión de la madera o del carbón vegetal, que pueden adherirse a los alimentos,
la grasa se quema directamente y sufre una alteración por las temperaturas altas,
lo que altera su estructura y da lugar a la generación de sustancias cancerígenas.
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Por el mismo motivo se tiene que evitar calentar en exceso la carne, y no consumir nunca la carne quemada.
Ocasionalmente podemos utilizar los alimentos suavemente fritos calentando el aceite de oliva a muy baja temperatura. El resto del tiempo podemos utilizar la sartén para las caceroladas de protesta o tocar música de percusión.
Efectos de la cocción sobre las vitaminas
En el caso de las vitaminas liposolubles (A, D, E, K) las pérdidas son más por
la oxidación que por las altas temperaturas. Por eso prácticamente no hay pérdidas en la cocción. Si el alimento es rico en vitamina E, las pérdidas por oxidación
son mínimas ya que dicha vitamina actúa como antioxidante de los lípidos. La
que más fácilmente se oxida es la vitamina A.
En el caso de las vitaminas hidrosolubles se destruyen primero porque son
solubles en agua y en segundo lugar por el calor. Las más sensibles son la B1, B2
y C. Las pérdidas de estas vitaminas por el calor están en función del tiempo de
cocción.
Parece ser que la vitamina C no se pierde tanto si el alimento es escaldado a
una temperatura superior a 70 ºC, temperatura a la que se destruyen las oxidasas
que catalizan (favorecen) la oxidación de la vitamina.
La vitamina C sí se pierde mucho por oxidación en los zumos, por eso debemos tomarlos recién preparados.
¿Cuál es la mejor forma de cocción?
Se aconseja cocinar los alimentos durante el menor tiempo posible, de esta
manera pierden una menor cantidad de sustancias vivas. Las verduras igualmente tienen más gusto cuando están poco cocidas o semicocidas. De la misma
manera hay que cocerlas con poca cantidad de agua y así el agua no “robará” las
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vitaminas y minerales. Cuanto mayor sea la cantidad de agua utilizada en la cocción mayor es el paso de estos elementos hacia el líquido.
Es mejor cocer las verduras en trozos grandes, lo más grandes posibles, y de
esta manera habrá una pérdida menor. A menor superficie de contacto con el
agua, menor será la perdida de los alimentos. Las finas láminas en pequeños trozos de las verduras de hoja (col, espinacas, acelgas…) son las que sufren una
mayor pérdida. Ello es debido a que se rompen muchos vasos portadores de la
savia, la cual se disuelve mucho más fácilmente en el agua.
Una buena manera de cocinar la col o la coliflor es partirlas en dos o como
mucho en cuatro trozos grandes. Luego hay tiempo de trocearla a la hora de servir. De esta manera mantiene más el gusto y las sustancias vitales: vitaminas,
minerales, etc.
A la hora de preparar verduras ponemos primero el agua al fuego y echamos
las verduras con el agua hirviendo, de esta manera hay una pérdida menor de
elementos vivos. El aire disuelto en el agua oxida más fácilmente los alimentos, y
este aire se pierde en forma de burbujas al calentar el agua. El agua caliente contiene menos oxígeno disuelto y se oxidarán menos las verduras mientras se
cuecen.
Podemos calentar también ciertos platos al baño maría, incluidos los preparados. De esta manera se destruyen menos porque tienen menos contacto directo con la fuente de calor.
Si el alimento se echa en el agua hirviendo, el calor intenso escalda inmediatamente la superficie del alimento, y las transformaciones que se producen previenen las pérdidas de muchos de sus componentes nutritivos.
Hay que tapar las cazuelas durante la cocción. Por un lado hay una pérdida
menor de calor y por otro, el contacto de las verduras con el aire, que aumenta
aún más por el movimiento del vapor, provoca una rápida oxidación y en consecuencia una destrucción de la vitamina C en especial.
Al contrario de todo lo dicho hasta ahora, cuando queremos conseguir un
buen caldo de verduras, troceamos finamente las verduras, añadimos bastante
cantidad de agua y aumentamos el tiempo de cocción, ya que nos interesa “extraer” la máxima cantidad posible de minerales, vitaminas, enzimas y otras
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sustancias vivas de los alimentos. Mientras no queramos conseguir un buen
caldo de verduras, las cocemos con poca agua, durante poco tiempo y en los trozos más grandes posibles.
Hay algunos alimentos que si los cocemos con la piel pierden aún menos, y
en consecuencia mantienen mucho más el gusto: las patatas (como cuando
queremos hacer una ensaladilla), las castañas, boniatos y calabazas. Tened en
cuenta que con mucha frecuencia las patatas viejas, si desconocemos su origen,
pueden estar tratadas con polvos antigerminantes tóxicos. Polvos que se añaden
para que no germinen o broten. Estas sustancias son muy tóxicas y por ello quitamos la piel a las patatas, a menos que sean nuevas y no hayan sido “tratadas”,
en cuyo caso podemos comerlas con piel y todo.
Otra buena manera de cocer los alimentos es al vapor, sin contacto directo
con el agua, encima de una rejilla por ejemplo o en cazuelas especiales. De esta
manera al no tener contacto directo con el agua sufren una pérdida menor de elementos vivos. Según Christian Jaime las sales minerales se disuelven tres veces
más en agua hirviendo que al vapor.7-a Al cocer al vapor limitamos la pérdida especialmente de estas vitaminas: B1, B2 y C.
Cuando calentamos la leche, en particular para los niños pequeños, es mejor
hacerlo al “baño maría”, ya que de esta manera el calentamiento es más suave,
uniforme y hay una menor destrucción al evitar el contacto directo con la fuente
de calor. Cuando calentamos en la cazuela, la leche que se encuentra en contacto
con la superficie metálica se destruye más y pierde más elementos vitales.
Es recomendable comer lo antes posible los alimentos cocidos ya que sufren
una fermentación progresiva y relativamente rápida. Especialmente las patatas,
la coliflor y la berza o col. Hay que preparar la cantidad adecuada para que no
sobre y si es posible no mantener los alimentos cocidos para otra comida.
Tanto el aceite como la mantequilla son alimentos que es mejor utilizarlos en
su estado crudo ya que el calor destruye su vitalidad. El aceite de oliva, de
primera presión en frío, es el único recomendable para añadir a las verduras durante la cocción; aunque es mucho más recomendable añadirlo al terminar la cocción o a la hora de servir.
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Los alimentos crudos (frutas, verduras, frutos secos) nos aportan su gran energía recogida de la Naturaleza y la cantidad necesaria en alimentos crudos para
mantener la vida es mucho menor a la de los alimentos cocidos, refinados o
industrializados.
Al comer una alimentación sana, poco a poco sentimos el sabor natural de
los alimentos crudos sin necesidad de añadir ningún condimento, que en realidad y con mucha frecuencia esconde el verdadero gusto natural de estos alimentos. Aunque en un principio la ensalada sin condimentar mucho (con aceite y a
veces un poco de limón) sepa poco, lentamente se despierta el sentido del gusto
–adormecido por los condimentos y excitantes fuertes– que recoge estos sabores
de forma inimaginable para la persona acostumbrada a condimentar excesivamente la comida.
Mientras comemos alimentos crudos masticamos más, hacemos trabajar a
nuestros dientes y de esta manera salen fortalecidos. Por la acción del calor sobre
los alimentos aumenta la vibración de sus átomos y moléculas, y se facilita su
desintegración. Los alimentos cocidos, particularmente las frutas y verduras, se
desintegran y descomponen mucho más fácilmente que un alimento crudo, y
sobre todo cuando se les mantiene en contacto con el oxígeno del aire.
Cualquier alimento crudo tiene una energía, la energía vital que mantiene
sus átomos, moléculas y células unidas entre sí. Dicha energía vital entra en
nuestro cuerpo cuando mediante la masticación, insalivación y digestión separamos sus componentes. La energía de unión se desprende y pasa a nuestro cuerpo
energético. Ya en la masticación e insalivación, sobre todo cuando se hace de
forma consciente en la boca, se dice que la energía se desprende del alimento y
entra en el interior de la energía corporal.
Cuántas veces he visto que una persona, tras un ayuno más o menos prolongado, ya con los primeros bocados de la fruta y mucho antes de que ésta se
haya digerido en el estómago y el intestino, comienza a gozar de una fuerza que
antes carecía. Creo que el alimento aporta parte de su energía y quizás la más
sutil ya en la boca y mucho antes de que la digestión y asimilación “física” se haya
llevado a cabo, y es posible que por ello y no por casualidad el acto más consciente y a la vez placentero tenga lugar en la boca.
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Es fácil que en los alimentos cocidos esa energía se reduzca y disperse al disminuir la cohesión entre los átomos, moléculas y células. El alimento cocido
tiene menos vitalidad que el crudo.
Durante la cocción entre los 45-75 grados de temperatura se destruyen las
enzimas. A más de 60 grados se destruye la vitamina C. A los 100 precipitan los
minerales y pierden su asimilabilidad. A los 110 desaparecen las vitaminas
liposolubles. A los 120 grados de temperatura se descomponen las grasas en
ácidos grasos y glicerina, que se desdoblan por sí mismas en agua y alquitranes
cancerígenos (benzopireno). Posiblemente una cocción a temperatura media sea
lo más recomendable para una menor pérdida de vitaminas, minerales y
enzimas.
Para la cocción de las legumbres es mejor hacerlo después de ponerlas unas
horas antes a remojo. Cuando el agua es muy calcárea se producen combinaciones de la celulosa o fibra con el calcio y las legumbres se vuelven duras, de
manera que no llegan a ablandarse. De la misma manera la cocción de las
legumbres precisa agua pobre en calcio y magnesio, ya que la legúmina o proteína principal de las leguminosas forma combinaciones insolubles con el calcio y
el magnesio, y aunque las tengamos mucho tiempo en cocción permanecen
duras.
El método tradicional consiste en añadir bicarbonato al agua de cocción para
que las legumbres no se vuelvan duras. Pero esta sustancia es perjudicial para la
salud ya que entre otras cosas destruye las vitaminas del grupo B de las que las
legumbres secas son particularmente ricas, además de alcalinizar excesivamente
la sangre y favorecer la formación de cálculos o piedras.
Y como resumen, cuando estamos enfermos, deberíamos comer al menos la
mitad de los alimentos en su estado crudo. Mucha fruta, buenas ensaladas, frutos
secos…
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Utensilios para cocinar
Desde los primeros utensilios de barro cocido muchos y variados han sido
los materiales utilizados en la cocina.
Rudolf Hauschka hizo experimentos con cazuelas de diversos materiales.
Calentó agua destilada en cazuelas de diferentes materiales, y luego germinó
grano de trigo durante diez días en esa agua, una vez fría. Al cabo de este tiempo
midió el tallo y la raíz. Comprobó que las plantas eran más grandes en el agua
que había sido calentada en cazuela de oro y más pequeñas en agua calentada en
la cazuela de aluminio. Las plantas germinaban alcanzando en progresión desde
un menor a mayor tamaño en el agua calentada en estas cazuelas: aluminio,
hierro, estaño, cobre, vidrio, cazuela esmaltada, porcelana, tierra y oro.
Según Hauschka, las cazuelas pesadas de hierro no son las más adecuadas
para cocer las delicadas verduras, porque se quedan empapadas en el calor condensado en su interior. Las de cristal son atractivas pero son mejores las de
arcilla, anchas y bajitas. El mejor material, según él, es el oro, “pero es un poco
caro”… En posteriores experimentos pudo comprobar que al remover la sopa con
una cuchara de oro tiene el mismo efecto, la cuchara de madera es la segunda en
obtener buenos resultados, siendo como es, un material que ha crecido con la luz
del sol.111-a La cuchara de madera sí está al alcance de cualquiera y por eso debemos remover los cocidos con la cuchara de palo de toda la vida.
En general, para cualquier material, son más recomendables las cazuelas que
tienen una base gruesa ya que de esta forma se difunde mejor el calor. El alimento no se encuentra así en contacto directo con la llama de fuego y sufre una
menor destrucción.
Cazuelas de barro
El barro continúa siendo uno de los materiales de mejor calidad, aunque
desgraciadamente se sigue utilizando el minio (oxido de plomo) en su barnizado.
Con el minio consiguen un barnizado brillante pero contiene plomo, que es uno
de los elementos más tóxicos para el organismo humano, y que puede ser
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ingerido al rallar y descascarillar pequeños trocitos de la cazuela o cuando se cocinan sustancias ácidas como el tomate porque disuelve algo del minio.
Hoy en día comienzan a aparecer en el mercado cazuelas de barro barnizadas que no contienen plomo. Es mejor utilizar estas cazuelas. Normalmente son
menos brillantes que las otras.
Vidrio
El vidrio es un elemento útil y sano para cocinar, aunque es mejor un vidrio
no transparente para evitar la pérdida por acción de la luz.
Acero inoxidable
El acero inoxidable va bien para cocinar. Elegiremos siempre uno de buena
calidad.
Un acero malo puede liberar cromo o níquel, que se introduce en los alimentos. Son más recomendables las cazuelas que tienen una base gruesa ya que de
esta forma se difunde mejor el calor.
Hierro fundido o colado, y esmaltadas
Las cazuelas de hierro fundido y esmaltadas son aconsejables, aunque son
poco conocidas entre nosotros. Aunque, como hemos visto, para Hauschka, las
verduras se afectan por el calor en su interior. Hace falta más estudios sobre este
y otros materiales sanos para la cocción.
Su mayor inconveniente es el peso, aunque lo podemos aprovechar para
hacer ejercicio. Igualmente difuminan muy bien el calor por todo su interior.
Porcelanas
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Son cazuelas que se pueden utilizar. La porcelana se fija normalmente a la
base de hierro a través de sales de plomo. Cuando la cazuela se descascarilla se
puede liberar el plomo que queda al descubierto. No utilizar cazuelas de porcelana descascarillada para cocer alimentos.
Aluminio
El aluminio es un material en entredicho y por ello no lo recomendamos
para cocinar. Los alimentos con sustancias ácidas en su composición, como el tomate hecho o las compotas de frutas, por su acidez pueden atacar al aluminio,
formando sales nocivas para la salud. Aunque parece ser que esta reacción química tiene lugar especialmente si los alimentos, una vez cocidos, permanecen durante un tiempo en la cazuela.
Los ácidos del tomate hecho y las compotas corroen el aluminio cuando permanecen en el interior de estas cazuelas durante unas horas o días.
El aluminio se oxida con facilidad y se origina un óxido de aluminio que es
perjudicial para la salud.
Es un material a descartar de nuestros utensilios de cocina. Especialmente
nunca hay que cometer el error de mantener sustancias ácidas o corrosivas en el
interior de las cazuelas de aluminio. Ya hemos visto que en las pruebas de
Hauschka se formaban los germinados más diminutos de todos los materiales de
cocción utilizados.
Igualmente evitaremos el papel de aluminio, sobre todo en contacto con
carnes, grasas, aceites, fritos… porque el aluminio se disuelve en la “salsa”.
Olla a presión
En una cazuela normal y debido a que el agua hierve a los 100 grados de
temperatura, la temperatura interna ronda alredor de esos grados. En una “olla
exprés” debido a que el vapor de agua no es eliminado y a que la presión interna
es elevada, la temperatura puede alcanzar hasta los 140 ºC de temperatura.
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De esta forma como los alimentos están bajo una temperatura más alta se
cuecen antes, pero al mismo tiempo sufren una mayor destrucción de elementos
vivos y de sus estructuras propias y naturales. Es un “instrumento” a utilizar muy
de vez en cuando con las legumbres, o nunca.
Sartenes
Las sartenes son elementos a no utilizar, y además pueden ser sustituidos
con mucha eficacia por el horno o la cazuela. Y si alguna vez la utilizas elige una
de buena calidad.
El teflón, –sustancia química que recubre muchas sartenes de las que “no se
pegan”– es muy sensible al calor excesivo y puede liberar compuestos tóxicos,
como el flúor y otros gases. A veces se pueden liberar pequeños trocitos de este
material cuando se ralla.
Como último consejo no utilices demasiados elementos para cocinar, “cocina
poco y bien”. El Sol ha “cocinado” para nosotros todos los alimentos en esa gran
“cazuela” que es la Tierra.
Ahumados
No se debe abusar de los ahumados, ya que en la superficie del alimento
(carnes, pescados, embutidos) se acumulan sustancias no muy saludables, procedentes del humo. En el proceso de combustión de la madera se originan
hidrocarburos arómáticos policíclícos, derivados del antraceno y del
metil-colantreno, estas sustancias son potencialmente cancerígenas. También se
producen benzopirenos, benzofluorenos y benzantracenos. No obstante, indica
Jean Seignalet, el poder mutágenico de estas moléculas es muy inferior al de
ciertas carbolinas generadas por la cocción.
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El horno microondas
Tras la invención de la primera de las “cajas mágicas”, o caja tonta, según se
mire, la televisión, hace la aparición otra segunda, no menos peligrosa: el
microondas.
El horno microondas calienta el alimento emitiendo ondas electromagnéticas con una frecuencia de 2.450 MHz que hacen vibrar las moléculas de las sustancias nutritivas, principalmente las de agua. Esta agitación de las moléculas
produce rozamiento o fricción y al chocar entre sí, liberan calor, que se extiende
por todo el alimento. Como cuando nos frotamos las manos para calentarlas.
Esta fricción produce una gran desnaturalización del alimento, las paredes
celulares se desgarran y resulta una pérdida mayor en vitaminas que en los
hornos normales. Además el alimento está impregnado por corrientes electromagnéticas. Un buen bocado con “radiaciones”.
Estas ondas no penetran con igual intensidad en todas las sustancias,
calentándolas de diferente manera según su composición.
Se corre un gran peligro con la preparación de biberones para los niños
pequeños. El biberón calentado al horno microondas puede estar tibio por fuera,
tanto el plástico como el cristal, pero en cambio la leche en su interior está muy
caliente. La madre que se guía por la temperatura del recipiente puede provocar
quemaduras en la boca del niño pequeño que ingiere la leche muy caliente.
A consecuencia de los campos magnéticos que produce a su alrededor, el microondas es peligroso para los enfermos del corazón que tienen marcapasos, ya
que pueden alterar su ritmo de impulsos. Igualmente peligroso para la mujer
embarazada. Especialmente peligrosas son estas situaciones en caso de fuga.
Otros estudios lo relacionan también con el posible daño del cristalino del
ojo, y su mayor riesgo de que degenere en cataratas. Y si tiene estos peligros es
mejor no utilizarlo, de esta manera no introduciremos dichas ondas electromagnéticas en nuestro organismo.
Las radiaciones emitidas por el horno microondas provocan un cambio de
orientación de las moléculas de agua, 2.450 millones de veces por segundo. No
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conocemos aún las consecuencias de este proceso. Transforma ciertos aminoácidos L en aminoácidos D, cambiando de tal manera la estructura que no son
descompuestos bajo la acción de nuestras enzimas. La alteración es tan grande
que se pueden detectar fuertes perturbaciones por el método de las cristalizaciones sensibles. Método utilizado en medicina antroposófica para el diagnostico
de enfermedades y la valoración de alimentos convenientes o perjudiciales.
En resumen los alimentos calentados por los hornos microondas sufren
sutiles alteraciones, probablemente peligrosas.
RECOMENDACIONES BÁSICAS PARA REDUCIR LA PÉRDIDA DE
NUTRIENTES DE LAS VERDURAS DURANTE LA COCCIÓN
• Reducir el tiempo de cocción
• Cocer con poca agua y a baja temperatura
• Cocer al vapor y con la cazuela tapada
• Cocer en trozos grandes
• Reducir el tiempo entre la preparación y la ingestión
• Cocinar las verduras con su piel (pimientos, berenjenas, patatas…)
• Reutilizar el caldo de cocción para hacer sopas, caldos, purés o cocer arroz…
• No dejar las verduras a remojo y menos aún si están cortadas
Unos cuantos trucos de cocina sana
Recomiendo cocer las verduras en trozos grandes y no ponerlas a remojo en
el agua una vez cortadas ya que a través de los conductos abiertos de savia vegetal se perderán muchos de los nutrientes vitales de estos alimentos. Sólo cortaremos las verduras en trozos pequeños cuando queramos hacer un caldo de
verduras.
Podemos aprovechar los caldos de cocción, para beber o cocer cereales (arroz, mijo, quinoa). No eches los caldos pues contienen muchas vitaminas y minerales. Durante el tiempo frío del invierno podemos tomar medio vasito de caldo
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de verduras antes de comer ensaladas por ejemplo, ya que el calor del caldo nos
entonará un poco el estómago. No olvidemos, como ya lo hemos visto a lo largo
del libro, que los procesos metabólicos se realizan mejor con calor.
Entre los caldos de verduras no recomiendo el caldo de las espinacas (por su
alto contenido en ácido oxálico y en nitratos) y especialmente cuando son cultivadas con abonos químicos. Es mejor utilizar verduras que no hayan sido abonadas con nitratos ya que estas sustancias pueden ser absorbidas por las verduras.
Poner a cocer las hortalizas y las verduras más duras y que necesitan más
tiempo de cocción en el fondo de la cazuela, donde más les llega el calor. Por el
contrario, las hortalizas de fácil cocción van mejor encima de las demás, incluso
mejor si no les llega el agua.
Cuando asamos cualquier alimento (por ej. patatas con verduras) podemos
añadir algo de agua al aceite. De esta manera no se alcanzan temperaturas tan
altas y el aceite no se fríe, o podemos asarlas con agua añadiendo el aceite al servir o lo que es mejor, podemos utilizar hornos al vapor.
Las legumbres se cocerán antes y perderán menos sustancias vitales debido
al calor si las dejamos a remojo el día anterior. Las comemos acompañadas de
mucha verdura y de vez en cuando.
El aceite se oxida (se descompone) por el contacto con el aire, por la introducción de alimentos ricos en agua y el calentamiento excesivo.
Últimos cambios en la forma de cocinar
Hornos a vapor
Una elección recomendable para un cocinado saludable es el horno a vapor. En estos hornos la temperatura interior es mucho más baja que en los
hornos convencionales y por eso los alimentos horneados se alteran menos.
No aparecen las sustancias tóxicas que aparecen en los hornos convencionales que alcanzan temperaturas varias veces más altas.
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Cocinas de inducción, no gracias
Las placas vitrocerámicas utilizan una resistencia eléctrica que cuando se
pone “al rojo” calienta un cristal cerámico, que a su vez pasa el calor al recipiente. Con la vitrocerámica podemos calentar ollas de cualquier material.
En cambio, las placas de inducción utilizan un mecanismo de campos magnéticos que calienta directamente el recipiente, no el cristal cerámico intermedio
que permanece frío. Estas placas modernas no sirven para cocinar con cualquier
cazuela; las cazuelas de barro y las metálicas en las que no se adhiere un imán no
se calientan con estos campos magnéticos. Las cazuelas o sartenes deben contar
además con fondo plano, liso y grueso.
En un mundo con alta contaminación electromagnética, es mejor no utilizar
las cocinas de inducción.
[7]. Los alimentos vivos, C. Jaime / K. Nolfi / J. Pichon. Editorial Puertas
Abiertas. Palma de Mallorca. 1993.[7-A]
[51]. La alimentación, la 3ª medicina. Jean Seignalet. Integral. Barcelona.
2005.( [51-E]
[61]. Nutrición y Bromatología. Claudia Kuklinski. Omega. Barcelona.
2003. [61-B]
[111]. Nutrition, A Holistic Aproach. Rudolf Hauschka. Sophia Books/
Rudolf Steiner Press. Gran Bretaña. 2002.[111-A]
PSIQUIATRÍA
PARA
EL
NO
INICIADO
Rafa EUBA
www.edesclee.com
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Historia de la Locura*
La historia de la locura no es exactamente lo mismo que la historia de la
psiquiatría. La segunda es muy corta, porque hasta hace bastante poco no
sabíamos qué hacer con las enfermedades mentales. La primera es, por supuesto,
tan larga como la de la humanidad. Empecemos por la palabra que define este
libro: “psiquiatría” viene de Psique, que quiere decir alma en Griego. Según esto,
los psiquiatras nos encargamos del alma, mientras que los otros médicos, los físicos, como se les llamaba antes, y se les sigue llamando en inglés (physicians),
curan el cuerpo. Bueno, esto es lo que creía el pensador Descartes, pero la realidad es mucho más compleja. Abarcaremos este tema en detalle más adelante en el
libro. Psique aparece en la mitología griega como una princesa muy atractiva,
con una mariposa como su símbolo. Era muy atractiva, tanto que Venus estaba
celosa de ella, y se puso más celosa cuando su hijo, Cupido, se enamoró de
Psique, y ella de él. El hecho de que decidieran llamar a su hija Placer provoca
resonancias freudianas interesantes. Pero después de todo, la pequeña Placer
tenía derecho a tener un nombre exuberante, ya que los de sus padres no eran
exactamente austeros.
Como decíamos en el primer capítulo, en la antigüedad se creía que el alma
estaba en el corazón. Todavía las canciones románticas hablan del corazón como
el origen y sede del amor, convirtiéndose este órgano en algo que, en los intricados procesos de las pasiones, se hiere y se mata, se da y se roba, como el alma.
También comentábamos en el primer capítulo que fue Hipócrates, medicofilósofo griego que vivió en el siglo V antes de Cristo, quien se dio cuenta de que
los pensamientos y los sentimientos están de hecho en el cerebro, y no en las vísceras del tórax o el abdomen, como se había creído hasta entonces. De esta manera, Hipócrates ubicó nuestra “psique” en el órgano más complejo de nuestro
cuerpo, que la futura psiquiatría intentará entender, y también curar y remediar
cuando se trastorna.
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Se cree que el primer hospital psiquiátrico se fundo en Bagdad en el siglo IV,
y que la influencia árabe explica el que los primeros manicomios europeos se establecieran en España, alrededor del siglo XIII o XIV. Poco después, se abrió el
famoso Bethlem (Nuestra Señora de Belén), o Bedlam, como se le conocía popularmente, en Londres. Digo que es famoso porque el Bedlam de hace siglos (todavía existe, y está cerca de mi casa) se ha convertido en el ejemplo tradicional
del manicomio-pesadilla; tanto es así que la palabra pasó hace mucho al lenguaje
coloquial inglés, para describir algo que es horroroso, o una locura. También se
hizo una película de miedo titulada Bedlam, con Boris Karloff como protagonista[I]. Recuerdo que la vi hace muchos años mientras estaba de guardia en un
psiquiátrico a la noche, lo que resultó muy evocativo. Sin embargo, la característica principal del Bedlam de antaño, y desde luego lo que más nos llama la
atención hoy en día, es el que los “locos” se exhibieran para el entretenimiento
del público, como fenómenos de feria, hasta el año 1770. Los turistas del siglo
XVIII en Londres podían visitar la Torre de Londres, donde en aquella época
había un zoo de animales, y después ir dando un paseo al Bedlam, a ver los locos,
como si esto fuera una continuación del mismo show. Esto indica claramente que
la filosofía del Bedlam no era exactamente terapéutica, sino lo que hoy se
llamaría de custodia, o peor. Y tampoco era esto una cosa única: el también
ilustre manicomio de Viena, el Narrenturm, que era una torre muy imponente,
erigida a finales del siglo XVIII, sirvió entre otras cosas para acoger a locos que
hasta entonces se habían explotado como atracciones circenses en el mercado de
la ciudad. La otra característica curiosa del Narrenturm es la enorme colección
de muestras patológicas que alberga hoy en día, tales como cuerpos deformados
y monstruosidades, que casi le da a uno la sensación de que los gerentes de la institución quisieran acentuar el carácter morboso del edificio.
Pero volvamos a los árabes, quienes en la Edad Media tenían una cultura
claramente superior a la occidental, lo que les ayudó a adoptar un enfoque
mucho más agradable en relación al sufrimiento psicológico: por ejemplo, los
árabes creían que la mejor manera de curar la melancolía era por medio de terapias hedonistas (placenteras), tales como la buena comida, baños, compañía
agradable, música, y un poco de sexo, que nunca le ha hecho daño a nadie. Esto
contrasta con las curas para la melancolía en los países cristianos en la misma
época, que incluían las sangrías (decían que alrededor del ano eran muy buenas),
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y las purgas. Al margen de consideraciones de eficacia, y pudiendo elegir, está
claro cuál de estos dos perspectivas preferiría el melancólico medio.
Y sin embargo, a pesar de lo desagradable que sería caer en manos del sistema tutelar del manicomio de la época pre-industrial, la alternativa no era muy
atractiva tampoco. Esencialmente, la mayoría de los enfermos mentales, hasta el
siglo XIX, no recibían ningún tipo de asistencia o cuidado. Si uno considera que
muchos eran incontrolables porque no había medicinas para calmarles, no sorprende entonces que el resultado fuera que sus familias les ataran al suelo o a las
paredes de la casa con cadenas. De hecho, esto es todavía lo que pasa en muchos
países del tercer mundo, donde no hay acceso a tratamientos psiquiátricos.
Como dice Shorter en su Historia de la Psiquiatría, la idea romántica del tonto
del pueblo, feliz y protegido por toda la comunidad, no se podría aplicar a
muchos “locos”, que lejos de estar felices y protegidos, se verían más bien abandonados por su familia y comunidad, y atormentados por el sufrimiento de su
enfermedad.
En el siglo XIV, un tal Heinrich Kramer, que era un inquisidor alemán, escribió un libro que después se hizo muy famoso: se llamaba Malleus Maleficarum, que normalmente se traduce del latín como el “martillo de las brujas”, o sea,
una guía teórica y práctica para deshacerse de brujas y agentes del diablo. La visión generalizada que existe hoy en día es que muchas enfermas mentales murieron quemadas como brujas durante aquella época. En cualquier caso, la importancia de este libro, que aparece mencionado en muchas crónicas de la psiquiatría, y por eso se menciona también aquí, quizá se ha exagerado un poco. En
realidad, la mayor parte de los clérigos de la época no tenían al autor de este libro
en muy alta estima y le veían como un fanático. Y es un libro muy aburrido.
Puestos a aclarar cosas, vale la pena mencionar que la mayor parte de las quemas
de brujas se llevó a cabo en Alemania y los países de los Alpes, no en España,
donde siempre se cree que pasó todo lo que tiene que ver con la Inquisición, que
no fue una empresa exclusivamente protestante o católica, y que no pasó en la
Edad Media, como se tiende a pensar, sino que fue en realidad un fenómeno del
Renacimiento, paradójicamente.
El siguiente periodo en la historia de la psiquiatría nos lleva a los tiempos de
la Ilustración y la revolución francesa. Alrededor de esa época, dos médicos
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franceses, ambos del área de Toulouse, destacan por su enfoque novedoso en el
tratamiento de las locuras. El primero se llamaba Pinel, a quien se considera
padre de la psiquiatría moderna, aunque la palabra no la inventó él, sino alguien
llamado Riel en 1811. El segundo era su discípulo, que se llamaba Esquirol. Pinel
dirigió el Hospicio de Bicetre en París durante la revolución, y se distinguió por
su invención de lo que hoy en día se llama la Comunidad Terapéutica, que se refiere a un tipo de hospital psiquiátrico en el que los enfermos y los que los cuidan
viven juntos, como miembros de la misma comunidad. Hubo otros que también
contribuyeron a este movimiento, que entonces se llamaba “terapia moral”, como
por ejemplo Tuke, un cuáquero comerciante de té de York, en el Norte de
Inglaterra, quien también al final del siglo XVIII abrió una clínica que todavía
existe y se llama York Retreat. La filosofía de estos centros y de estos personajes,
que prácticamente por primera vez en la historia de la medicina intentaban curar
los desórdenes de los nervios y las locuras, era relativamente sencilla, y a la vez
revolucionaria: ellos pensaban que la melancolía y la locura se podían curar con
la razón (era el período del Racionalismo después de todo), así como respeto y
disciplina. Los asilos de aquellos tiempos empezaron a tener músicos, baños, e
incluso teatros. Se animaba a los enfermos a dibujar, a apreciar la naturaleza, y a
dar paseos. Todo esto era una expresión de los valores de la época, caracterizada
por una preocupación creciente por los derechos del individuo y el poder de la
razón, que culminó en la Declaración de Independencia Americana y la Revolución Francesa. Pinel, Esquirol y Tuke hablaban del sufrimiento psicológico y de
cómo curarlo en términos que no sonarían extraños a un psicólogo moderno que
ejerciera la Terapia Cognitiva, que al fin y al cabo se basa en los mismos principios. Pinel dijo que hacía falta penetrar dentro de los pensamientos del enfermo y
exponer sus contradicciones, que es precisamente lo que hacen muchos
psicoterapeutas hoy en día.
Es posible que los manicomios españoles de la Edad Media y Renacimiento
ya intentaran, por lo menos en cierta medida, adoptar este tipo de orientación
humana con sus enfermos. Se dice que algunos de esos asilos españoles ya
habían abolido las cadenas y usaban juegos, entretenimiento, higiene, y una dieta
saludable, a comienzos del siglo XV. Por cierto, uno de los primeros asilos para
enfermos mentales en Italia –Pazzarella, en Roma- fue fundado por tres navarros. Volviendo al asunto de la “terapia moral”, una buena ilustración de este tipo
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de tratamiento es el que se muestra en la película “La Locura del Rey Jorge”[II],
en la que el Rey de Inglaterra se vuelve loco[III] y el poder pasa temporalmente a
su ambicioso hijo, el Regente y futuro rey, a quien siempre se define como extravagante y difícil, como muestra el hecho de que no invitara a su mujer a la ceremonia de su coronación. En la película, por lo tanto, es importante que se le trate
al rey con éxito para que recobre la razón y el país no se vea en las manos de su
desagradable hijo[IV]. Al rey se le trata con disciplina y con el uso de la razón,
como hemos dicho que se hacía en aquellos tiempos, y todo acaba bien.
También en el siglo XVIII existió otro personaje que influyó muchísimo la
visión de la psicología humana, no solo de su tiempo, sino de lo que vino más
tarde, como por ejemplo el hipnotismo o el electroshock. Su nombre era Franz
Anton Mesmer y era suizo. Mesmer desarrolló el concepto del “magnetismo animal”, que ahora tiene connotaciones más bien eróticas, pero entonces se refería
al trance “magnético” que Mesmer inducía en sus pacientes con quejas psicológicas cuando les metía en una bañera, supuestamente magnética y llena de virutas de hierro y otras cosas, y les tocaba música con un órgano de cristal, detrás
de una cortina. Se dice que Mesmer decoraba la habitación con símbolos astrológicos y que se vestía como un druída, y que tocaba a sus pacientes con una varita
para incitar la cura final… todo esto parece muy reminiscente de la simbología
pagana de los adeptos a la New Age, pero la idea del trance combinado con el
drama le hace a uno recordar el psicoanálisis, mientras que la idea de la electricidad que cura la infelicidad sigue estando plenamente vigente, no solo con el
electroshock, pero incluso más con la “Estimulación Magnética Transcraneal”,
que es el tratamiento para la depresión por medio de estímulos magnéticos repetidos y aplicados al cráneo del enfermo, aunque, a decir verdad, este tratamiento nunca ha llegado a ser muy popular, a pesar de que se inventó hace bastante
tiempo. Por cierto, uno de los personajes en la ópera Cosí fan Tutte de Mozart,
que era amigo de Mesmer, se cura con tratamiento magnético. La
“electroterapia”, que es algo parecido al magnetismo animal, floreció durante el
siglo XIX, que fue un periodo de gran optimismo en todo aquello relacionado con
el progreso y la tecnología. La electricidad era algo relativamente nuevo, al
menos en cuanto a sus usos prácticos, así que no es de extrañar el que se quisiera
aplicarla a los desórdenes de los nervios. Un médico americano llamado George
Miler Beard desarrolló, junto con otros coetáneos, la electroterapia, que consistía
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en aplicar corrientes eléctricas al enfermo durante el curso de rituales bastante
complicados. Si el enfermo se quejaba de impotencia, se le administraba la corriente en el pene…
Beard pensaba que los americanos eran gente muy nerviosa[V], y que la
fatiga y el nerviosismo eran consecuencia de “el estrés de la vida moderna, el
telégrafo, la máquina de vapor”, etc. (esto prueba que la “vida moderna” no es
una cosa muy moderna después de todo). Pensaba Beard asimismo que las
mujeres americanas, en este ambiente de modernismo frenético, se veían por
primera vez obligadas a pensar mucho, y que esto constituía un riesgo psicológico, por la falta de costumbre, que podía acabar produciendo lo que se dio en
llamar la Neurastenia, que quería decir cansancio de los nervios. Como siempre,
estas cosas no las piensa un individuo solo, sino que son parte de la manera de
pensar de la época. La electricidad, con la que Beard curaba la neurastenia, estaba de moda como un fenómeno nuevo y excitante, mientras que la idea del nerviosismo y la necesidad de aliviarlo con un tónico, se estableció más tarde en el
ámbito popular americano con la invención de la Coca-Cola, que se vendía originalmente como un remedio para el cansancio y el nerviosismo. Como todo el
mundo sabe, la Coca-Cola tenía extractos de coca, de ahí el nombre, así como sus
propiedades estimulantes. En su afán de promocionar la electricidad, Beard se
codeó con otros personajes interesantes de la América de entonces, como por
ejemplo Thomas Edison, el inventor de la bombilla, o Alphonse David Rockwell,
que era también un electro-terapeuta. Ambos contribuyeron a la invención de
otro aparato eléctrico mucho más célebre en la historia americana: la silla eléctrica. Edison insistió en que la silla eléctrica debía funcionar con corriente alterna, para así demostrar que este tipo de electricidad era muy peligrosa, a diferencia de la corriente continua o directa, que era la que él usaba para sus inventos
más comerciales.
Volviendo a la Neurastenia, este término, y la enfermedad a la que se aplicaba, cayó en desuso con el tiempo, para resucitar en los años ochenta del siglo
pasado como la “gripe de los yuppies”, o lo que después se ha dado en llamar el
Síndrome de Fatiga Crónico, que es exactamente lo mismo que la Neurastenia, y
tan relacionado con la vida moderna hoy en día como lo estaba en el siglo XIX, o
sea, quizá no mucho. La fatiga y la neurastenia también siguen aquejando, hoy
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como antaño, sobre todo a las clases acomodadas. Lo que yo pienso es que aqueja
a todas las clases igualmente, pero los más educados siempre prefieren, y
reciben, diagnósticos más bonitos que los peor informados. En este caso por
ejemplo, la neurastenia de un profesional acomodado podría ser la pereza de un
proletario… Sin embargo, la fatiga crónica es un fenómeno muy real y que produce mucho sufrimiento, pero dejaremos este asunto para más tarde en el libro.
Durante el siglo XIX, la profesión psiquiátrica se divide de manera bastante
clara entre los que cuidan de la locura por una parte, y los que se dedican a los
problemas de los “nervios” por otra. En gran medida, esta distinción todavía existe y sigue muy presente. La psiquiatría de manicomio sigue teniendo un
estigma muy significativo, mientras que la psiquiatría más “suave”, la que se ocupa de los problemas neuróticos y de las relaciones, a veces tiene el efecto social
opuesto, casi como un complemento de lifestyle que mejora la imagen social de
quien la consume, como puede ser el caso en ciertos círculos en Los Ángeles o en
Buenos Aires, por ejemplo. Esta psiquiatría “suave” se estableció en los balnearios en el siglo XIX, combinando con mucho éxito las creencias tradicionales respecto al poder curativo de las aguas medicinales y los períodos de descanso placenteros, con la vida de sociedad. La ironía es que la psiquiatría “suave” en realidad no existe, salvo como una distinción social. En otras palabras, las neurosis y
los problemas de ajuste social generan muchísimo dolor psicológico y handicap
funcional, a veces tanto o incluso más que algunas psicosis o demencias. Por
ejemplo, una persona con ataques de pánico frecuentes, o con una neurosis obsesiva, merece tanta compasión como un paciente psicótico. Pero la diferencia
entre el paciente del balneario y el paciente del manicomio es sobre todo social;
hoy en día los equivalentes quizá no sean tan obvios, pero no costaría mucho encontrarlos. Trabajé hace muchos años en un hospital que estaba en una área industrial de las afueras de Londres. Este hospital tenía pacientes psiquiátricos
privados al comienzo del siglo XX, y todavía se conservaba en el restaurante la
galería abalconada donde en el pasado tocaban los músicos. Los pacientes de un
manicomio público de entonces no habrían tenido música; quizá habrían tenido
que trabajar, en vez de oír música.
Públicos o privados, el hecho es que la población de enfermos internos en
hospitales psiquiátricos o asilos aumentó de manera dramática durante el siglo
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XIX. Unos dicen que esto se debió a que el consumo de alcohol también
aumentó, y a que la sífilis hizo estragos en la población europea durante ese período. La sífilis era muy importante en la psiquiatría porque en su estadio tardío
afectaba al cerebro, produciendo todo tipo de problemas, como psicosis y demencias. Nietzsche, Gauguin, Abraham Lincoln, Oscar Wilde, Beethoven, van
Gogh, Guy de Maupassant, e incluso Hitler, se cuentan entre aquellos sobre los
que se ha especulado que sufrieron esta infección venérea, aunque estas cosas
hay que tomarlas con un cierto escepticismo. Es fácil olvidarse hoy en día de lo
vulnerable que era la humanidad a las infecciones bacteriales, hasta que Alexander Fleming descubriera la penicilina en Oxford, en 1929; en realidad, la guerra
mundial contribuyó a que la penicilina, con la que traficaba el personaje de Orson Welles en “El Tercer Hombre[VI]”, no se usara para la sífilis hasta mucho
más tarde. La penicilina sigue siendo el tratamiento que usamos para la sífilis,
que todavía existe, aunque la veamos sólo muy rara vez.
Shorter nombra en su historia de la psiquiatría un ejemplo interesante del
pesimismo terapéutico que reinaba en los manicomios del siglo XIX, que es lo
que un psiquiatra americano llamó, de manera muy erudita, el “haematoma auris”, es decir, el moratón de oreja, que este psiquiatra pensaba que era una característica intrínseca de la locura, cuando en realidad era la consecuencia de los
golpes que algunos pacientes recibían de los enfermeros.
Decíamos que hay quien piensa que el aumento en la población psiquiátrica
en el siglo XIX se debió a la sífilis y al alcohol, pero otros piensan que la explicación es sociológica y relacionada con el hecho de que fue éste un tiempo de muy
poca tolerancia social, durante el cual la excentricidad, la homosexualidad, o cualquier otra desviación de la norma establecida, se interpretaba como evidencia
de locura, algo así como lo que pasó durante la época soviética, cuando la disidencia política también se consideraba patológica.
Los años mil-novecientos nos brindó un concepto de enfermedad mental que
parece dar la razón a los que piensan que los manicomios se llenaron porque la
sociedad de entonces era muy intolerante: este concepto está todavía con nosotros cuando hablamos de individuos que son “degenerados”. La teoría de la Degeneración mantenía que las enfermedades mentales se acentuaban al pasar a
través de las generaciones. Esta base teórica se expandió hacia la creencia de que
164/193
incluso las características adquiridas, como el comportamiento criminal o el alcoholismo, se podían transmitir y agregar a la creciente tara genética del árbol
genealógico del “degenerado”. Hay que empezar por decir que esto no es así, que
las características adquiridas no se heredan, y que las cosas malas que sí se
heredan no producen un proceso de degeneración gradual. La teoría de la degeneración se transformó con el tiempo en la Eugenesia, que la Real Academia
Española define como la “aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana.” Dicho así, parece inocente, pero la eugenesia sustentó la ideología que intentó justificar el Holocausto durante la Segunda
Guerra Mundial. Las taras (o la pertenencia a etnias políticamente indeseables),
había que erradicarlas para que no mancharan y redujeran el valor genético de la
sociedad en su conjunto. Y los enfermos mentales sí reducían el valor genético de
la sociedad, o eso se creía entonces. Que conste que la eugenesia en sí, sin llegar a
los extremos de la cámara de gas, era algo muy popular incluso entre los políticos
liberales de muchas naciones, y no exclusivamente una teoría Nazi.
Sigmund Freud nació en 1856 en Moravia, que hoy en día está en la
República Checa, pero entonces era parte del Imperio Austriaco. Por cierto,
cuando nació Freud, Sissi, de la que hablaremos en el capítulo sobre la anorexia,
ya llevaba dos años como emperatriz de Austria. La madre de Freud era muy
joven cuando dio a luz a Sigmund, y además era bastante atractiva, lo que quizá
explique en cierta medida el que más tarde Freud desarrollara su famosa teoría
sobre la existencia de una relación erótica entre el niño y su madre en el complejo de Edipo. Los Freud eran judíos y acomodados. Ambas características se
nombran mucho en las biografías de Freud; el hecho de que tanto él como sus
clientes fueran de clase media se nombra para explicar las represiones sexuales
de sus pacientes, y el que fuera judío, para explicar el hecho de que los intelectuales gentiles no le aceptaran. La familia se trasladó a Viena, donde Freud ganó
notoriedad, tras estudiar en París con Charcot, que fue quien le estimuló su interés por la histeria. Cuando los Nazis empezaron a mostrar su bilis antisemítica
en Austria (Hitler era austriaco, después de todo), Sigmund se trasladó a Londres, donde murió de un cáncer en la boca, quizá relacionado con el que fumara
con tanta avidez durante toda su vida. La que fuera su casa en Londres, en el barrio de Hampstead, se ha convertido en museo, donde uno puede ver todavía el
famoso diván, sobre el que se recostaron sus célebres pacientes. Algunos de estos
165/193
pacientes han dejado sus problemas psicológicos impresos de manera indeleble
en la historia de la psicología, lo que no estoy seguro de que les llenara de orgullo, de haberlo sabido.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el psicoanálisis en su conjunto, así
como muchos de los alumnos judíos de Freud -aquellos que habían sobrevivido
el holocausto-, se trasladaron a los Estados Unidos, donde el psicoanálisis acabó
cambiando su enfoque de índole sexual por una perspectiva más social. Hoy en
día, el psicoanálisis, por lo menos el del tipo diseñado por Freud, quizá no esté
tan de moda como lo estuvo en su época de apogeo, pero la figura de Freud ha
transcendido su papel inicial como pionero de la psicología, para convertirse en
un icono cultural de proyección universal.
El análisis y otras psicoterapias son “curas de hablar”, que no intentan resolver las cosas por medio de intervenciones químicas, eléctricas, o mecánicas.
La psiquiatría actual usa pastillas e inyecciones, psicoterapia, electricidad de vez
en cuando, y poco más. Pero al comienzo del siglo XX, las cosas eran diferentes.
No había entonces pastillas a la disposición de los psiquiatras que resolvieran
gran cosa, así que los precursores de la psiquiatría “biológica[VII]” tenían que
buscar remedios por cualquier sitio, y sin prejuicios. Un tratamiento curioso,
además de peligroso, que se usó por aquel tiempo, consistía en inocular a pacientes de neurosífilis con malaria, con la intención de darles fiebre, ya que la
fiebre parecía disminuir los síntomas psiquiátricos de esos enfermos.
Algo parecido se descubrió en un hospital de Michigan en los años treinta,
cuando los médicos que cuidaban de enfermos diabéticos observaron que la insulina parecía aliviar la tristeza de los que estaban deprimidos, y que si sobrevivían un estado de coma por exceso accidental de insulina, esto también parecía
mejorar los síntomas psicóticos (alucinaciones y delirios) de aquellos que los padecían. Así que la idea era simple: si uno inducía un coma por medio de la administración de insulina al paciente, de manera controlada (bajando los niveles
de azúcar en la sangre), el enfermo mejoraría en sus síntomas psiquiátricos
cuando los médicos le dieran azúcar, sacándole así del coma. Entre las otras aplicaciones terapéuticas del coma insulínico se contaban el tratamiento de la adicción a la morfina y el estímulo del apetito en casos de anorexia. La Terapia de Insulina, que es así como se llamaba, se hizo muy popular muy rápidamente, de tal
166/193
manera que todos los centros psiquiátricos de cierto prestigio contaban con una
Unidad de Insulina en los años treinta.
Abarcaremos la historia de los medicamentos psiquiátricos en los capítulos
dedicados a las enfermedades que curan cada una de estas medicinas. Baste decir
por ahora que el descubrimiento de los fármacos más famosos en la psiquiatría
tiene un factor común: se encontraron por casualidad mientras se buscaban otras
cosas. El primer antipsicótico se encontró durante el proceso de desarrollo de un
potenciador de anestesia, el primer antidepresivo era en realidad una droga para
la tuberculosis, otro antidepresivo importante (la Imipramina) debería haber
sido un antipsicótico, y las sales de Litio las identificó como agente anti-maníaco
un Australiano, mientras buscaba algo completamente diferente. Pero no por ello
debería uno restarle importancia a lo que estos medicamentos han conseguido,
sobre todo en el tratamiento de la esquizofrenia, que ha pasado de ser una condena a la tortura psicológica sin descanso a convertirse en los años cincuenta
(cuando se descubrieron los antipsicóticos y los antidepresivos) en una enfermedad crónica, con frecuencia muy problemática, pero algo en definitiva contra
lo que uno puede luchar, con el apoyo de los medicamentos, así como de las estructuras terapéuticas necesarias. Se ha dicho que la Clorpromazina –el primer
antipsicótico- ha sido para la psiquiatría lo que la penicilina fue para la medicina,
y ambas drogas se descubrieron en los años cincuenta. Como dato curioso, se
dice que el primer barbitúrico se descubrió un día de Santa Bárbara en el siglo
XIX, de ahí el nombre, aunque también he encontrado una versión apócrifa,
según la cual, la novia del descubridor se llamaba Bárbara… quién sabe.
El electroshock no se descubrió por casualidad, pero sí se desarrolló por
razones equivocadas, aunque no malvadas, como mucha gente cree. Ugo Cerletti,
que era un psiquiatra italiano en los años treinta, pensaba que la epilepsia y la
esquizofrenia eran entidades contrapuestas: es decir, cuanto más tenga uno de
una cosa, menos tendrá de la otra. En realidad, Cerletti no tenía razón. La relación entre la epilepsia y la esquizofrenia funciona de manera más bien opuesta a
como él había supuesto, o sea, la frecuencia con la que estas enfermedades
aparecen juntas en el mismo individuo sugiere que muchas veces ambas comparten un origen común durante el desarrollo del cerebro. Pero no importa, el
167/193
caso es que el electroshock era bueno para tratar la melancolía, aunque no fuera
tan bueno para la esquizofrenia, después de todo.
Alrededor de 1960, se llevaron a cabo experimentos con la droga alucinógena LSD para ver si este tipo de sustancia química podría tener alguna utilidad
en la psiquiatría. Uno de los voluntarios para estos experimentos se llamaba Ken
Kesey, un escritor americano con tendencias alternativas, y no enteramente
ajeno a los efectos de las drogas recreativas. Al finalizar los experimentos en los
que había participado, Kesey se quedó a trabajar en una sala psiquiátrica en el
turno de noche. Esto le sirvió de inspiración para escribir la novela “Alguien Voló
Sobre el Nido del Cuco”, libro éste que ha tenido una influencia enorme en la
manera en la que el público general percibe la psiquiatría institucional, sobre todo después de que United Artists pasara la novela al cine, con Jack Nicholson
como protagonista[VIII]. Lo significativo de esta historia es que la narración nos
dice desde el principio que el protagonista (McMurphy, el personaje de Nicholson) no está loco, sino que es un criminal listillo que se está tratando de librar
de los rigores de la cárcel haciéndose pasar por loco. En realidad, lo que el espectador o lector debe interpretar, a medida que progresa la narración, es que
ninguno de los internos en el psiquiátrico que sirve de marco a esta historia está
loco. La razón era muy simple: la locura no existía, sino que era una “construcción social”, es decir, algo que se había inventado para justificar la encarcelación
y represión de aquellos individuos que no aceptaban las normas sociales
establecidas.
Esta filosofía se acabó llamando la “Anti-Psiquiatría”, que fue uno de tantos
movimientos de liberación que aparecieron durante los años sesenta y setenta. El
paso del tiempo ha cementado algunas de aquellas ideologías de liberación, pero
la Anti-Psiquiatría no ha conseguido convencernos de que las enfermedades
mentales no existen. Siguen tozudamente con nosotros, a pesar de que vivimos
ahora en tiempos más liberales que los de antaño y de que la sociedad occidental
no sólo tolera a los excéntricos y a los desposeídos, sino que con frecuencia los ignora y los abandona. Si las enfermedades mentales fueran un espejismo creado
por una sociedad intolerante, la sociedad actual, en su amor por la diferencia y el
individualismo, debería haber erradicado la locura. Muchos creen que el mundo
en el que vivimos ahora, con su neo-liberalismo y su falta de cohesión social,
168/193
lejos de promover la salud mental, favorece de hecho el que los más vulnerables
enfermen y se depriman, o se vuelvan psicóticos.
Por otra parte, los psiquiatras también se han empeñado a veces en expandir
el concepto de la enfermedad mental y en medicalizar áreas que no les pertenecen. De hecho, esta es una tendencia significativa en la psiquiatría actual, aunque
también ha existido en el pasado, cuando, por ejemplo, la homosexualidad se
consideraba patológica y se clasificaba como un desorden de orientación sexual.
Ahora la timidez es algo que se medica (se llama “fobia social”). De hecho, hay
quien cree que la infelicidad como tal también es patológica, aunque para ello
haría falta demostrar que es relativamente rara, que no parece ser el caso, porque
no se podría definir como patológico un problema que afecte a la mayor parte de
la población. En el polo opuesto, alguien llamado Bentall escribió un artículo
hace unos años en una revista médica seria, en el que argumentaba que la felicidad debería clasificarse como un problema psiquiátrico, ya que, según Bentall, la
felicidad es rara desde un punto de vista estadístico, y se asocia con un grupo de
síntomas específicos, así como con anormalidades cognitivas (o sea, delirios
sobre lo estupenda que es la vida). Pero esta es una área que la psiquiatría no se
ha empeñado en medicalizar, por razones obvias. El British Medical Journal
publicó en al año 2002 una lista de pseudo-enfermedades, a la que los médicos
lectores de la revista habían contribuido, votando electrónicamente: la lista incluía cosas como la calvicie, la fealdad, el hacerse viejo, el embarazo… y la
infelicidad.
Voltaire dijo que la gente siempre ha estado loca, y que aquellos que creen
que la pueden curar son los que están más locos de todos. Para Voltaire, por lo
tanto, la historia de la psiquiatría era muy fácil de resumir.
I) Dirigida por Mark Robson en 1946.
II) Dirigida por Nicholas Hytner en 1994.
169/193
III) Se cree hoy en día que tenía Porfiria, un desorden metabólico que produce períodos de aparente locura, dolor abdominal, y orina rojiza. A los
médicos de aquel tiempo les parecía muy importante el mirar el color de
las heces y la orina, que en este caso se anotó cuidadosamente.
IV) La película acaba bien, pero en realidad el hijo de Jorge III sí se hizo rey
en 1821, y reinó como Jorge IV.
V) Beard escribió un tratado titulado “El nerviosismo americano, con sus
causas y consecuencias”.
VI) Dirigida por Carol Reed en 1949, precisamente el mismo año en el que
la Penicilina se usó por primera vez para tratar la sífilis.
VII) Es decir, una escuela de psiquiatría con un enfoque más médico que
psicológico.
VIII) Dirigida por Milos Forman en 1975.
TREINTA
PALABRAS PARA LA
MADUREZ
José
Antonio
GARCÍA-MONGE
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9
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Gracias*
Más allá de la fórmula aprendida de cortesía, GRACIAS es el reconocimiento
agradecido del gesto gratuito y amoroso. Decir gracias supone una madurez para
reconocer que existe lo gratuito, que además de lo pactado, convenido o contratado, se da el mundo de lo gratuito, en el que la persona puede vivir de sus
mejores momentos.
No deja de ser significativo que enseñemos a los niños a decir gracias, al
tiempo que les fabricamos un mundo donde apenas cabe esa palabra. Un mundo
tan programado que funciona por tecnología, poder, dinero, obligación y tal vez
miedo. Un mundo mediocre, donde quizás nos sorprenda mediocre la conducta
que arranca un "gracias".
Decir gracias es reconocer al otro libre y capaz de generosidad y amor, capaz
de hacer gestos no debidos pero sí elegidos y queridos. Decir gracias es decir al
otro: "me acabas de revelar que soy importante para ti, aunque sea en esto tan
concreto y pequeño".
La palabra gracias es siempre un regalo, que no se busca, se recibe con sorpresa. Decir gracias no es una palabra auténtica si no está en conexión con un
corazón agradecido: a la vida, a los gestos gratuitos, al interés del otro por mí y
mis necesidades o deseos, al hombre que no pasa a mi lado indiferente sino que
fija en mi su mirada y tiene un gesto que acarrea agradecimiento y despierta el
corazón con la palabra gracias.
Cuando afirmamos: "no me lo agradezca lo hago por…", precisamente por
eso te agradezco porque mi "gracias" "es nada menos que un regalo".
Poder decir gracias de verdad es saber superado el egocentrismo infantil o
adulto que me hace centro, ombligo del universo y todo me es debido, teniendo
que girar este universo en torno a mi pequeño yo. Superar ese egocentrismo es
realismo maduro.
172/193
Gracias revela, como decía, un corazón agradecido. Es decir, un corazón con
sitio para el perdón, la generosidad, el amor, la fiesta, el regalo, lo pequeño, lo
que no sirve, lo bello.
La palabra gracias nos introduce en un mundo humano que nos sorprende,
emociona, alegra, en un mundo que no sólo funciona sino que vive.
El imperio del deber, de la obligación, de lo que nos es impuesto hace que en
la vida cumplamos, observemos, funcionemos más que vivamos. El hombre, la
mujer, frecuentemente se relacionan más con el deber que no conlleva aparentemente la palabra gracias que con lo gratuito; con ese margen de gratuidad que
enmarca el deber haciéndolo humano, internalizado, querido y ofrecido.
Para dar gracias hay que tener un corazón de pobre o de niño. Es decir un
corazón que al madurar se ha hecho pobre y/o sanamente infantil. Tal vez este
devenir del corazón se realiza en un aprendizaje difícil de la dureza de la vida.
Gracias quiere decir: "creo en las posibilidades del hombre, de la mujer", "todavía hay sitio para los niños". Gracias despresupuesta nuestras contabilidades
con una partida donde cabe todo, hasta dar la vida.
En un mundo donde todo se vende y se compra, apenas hay sitio para la
gratitud. Gracias se ha convertido en un signo de buena educación pero no de
una educación para lo bueno. Las relaciones humanas estructuradas, distantes,
pactadas, no se asombran ante gestos que estimulan el corazón agradecido y
prorrumpen en la palabra gracias.
El despertar de cada mañana, el pan de cada día, la sonrisa espontánea y
gratuita, el apretón de manos solidario, la paz y la reconciliación, etc., todo eso
transforma el corazón si se sabe ver y contemplar en la palabra gracias que abre
al otro la posibilidad de encontrar en mí gestos parecidos. Gracias es música y regalo, es solidaridad y abrazo.
El regalo se ha convertido en un gesto social programado por los grandes almacenes donde se venden de todo menos gratuidad. Y sin embargo los pequeños
y grandes regalos de la vida que pasan por la libertad de hombres y mujeres nos
llevan a descubrir que más allá de lo estructurado, en justicia, existe la libertad
del amor que, en pequeños gestos de servicio, tiene en cuenta al otro más allá de
lo que el espacio social acota y define.
173/193
La palabra gracias no se programa y aprende sólo con refuerzos. Necesitamos ser personas a las que alguien da gracias. Si sabemos escuchar, aceptar y
asumir esta palabra descubriremos nuestro interior más bello, más valioso. Escuchar la palabra gracias es decirnos: "eres una mujer o un hombre generoso". Es
decir una persona que sabe mirar por encima de su yo, que está sanamente descentrada en el sí mismo y pone su vista en los otros, los más cercanos y los lejanos. Esa mirada no constata y recuenta estadísticamente, sino que percibe una
dimensión de la vida donde se encuentra la persona muy bien pagada, extraordinariamente sobrepesada por un sencillo gracias.
Hay personas que nunca dicen gracias de verdad, si no es por pura educación, gentes que no saben ver el corazón humano, un gesto, una palabra, una
mirada. Todos necesitamos que se nos reconozca. Decir gracias de verdad es decirnos: "nos hemos dado cuenta, hemos sido conscientes de ti".
La actitud de agradecimiento percibe la vida y sus gentes como un don. Esta
percepción es terapéutica, pues va eliminando amarguras, negatividades, absurdos de la historia en la que más que arrojados nos vemos arropados.
La palabra gracias genera alegría en quien la dice y la escucha. Una alegría
asombrada al constatar que el otro es alguien para mí y yo soy alguien para el
otro. Cuántas veces en baches oscuros de nuestra historia personal un pequeño
gesto gratuito nos emociona y conmueve. Estas conductas humanas son las que
nos hacen balbucear gracias. Se trenza así una red de relaciones donde el otro
deja de ser distante y amenazante para hacerse accesible y cercano. Detrás de la
palabra gracias se intuye amor, no en abstracto sino en pequeños momentos de
la historia. Instantes mágicos que posiblemente, algunos de ellos no olvidaremos
jamás.
Ejercicios: gracias
1. Después de la preparación corporal que te lleve y facilite a una retrospección relajada, recuerda dos o tres gestos gratuitos en tu vida que han arrancado de tu corazón la palabra gracias. Personalízalos, dales rostro y
174/193
nombre, y, observa qué acontece en tu interior. Observa la constelación
de emociones que recorren tu cuerpo cuando prorrumpe la palabra gracias desde el fondo de tu ser.
2. Respira fluidamente con una respiración diafragmática que se impulsa
desde el abdomen y date cuenta de si en tu vida dices gracias con frecuencia o es para ti una conducta rara o infrecuente. Observa, repasando
los últimos tiempos, gestos que se te han pasado inadvertidos pero que
merecían, de tu parte, la palabra gracias. Tal vez gestos sencillos,
pequeños, cotidianos. Repásalos y lentamente desgrana cada una de las
letras de la palabra gracias. Después de hacerlo mira a esa persona con
una mirada nueva y cáptate a ti mismo/a como alguien valioso y tenido
en cuenta por el otro.
3. Con una respiración rítmica, hazte como una especie de "letanía" a la cual
vayas añadiendo la palabra gracias: por… gracias; por… gracias; por…
gracias, gracias.
Bibliografía
Llegar a conocer tus verdaderas
emociones
EMOCIONES:
UNA GUÍA INTERNA
Cuáles
cuáles no
sigo
y
Leslie
GREENBERG
www.edesclee.com
El profesor Greenberg, uno de los mejores especialistas mundiales en
el tema de las emociones, plantea en este su último trabajo una aportación
que va más allá del círculo profesional con el que habitualmente trabaja.
176/193
Comenzando por escuchar y descubrir sus propias emociones, Greenberg
ha asumido el reto de hacer accesible al amplio público interesado en ello
su modelo para identificar, clasificar y aplicar las emociones a la vida cotidiana. El autor habla en primera persona, ejemplifica con datos y anécdotas, sugiere ejercicios y quiere ser, sobre todo, el pedagogo que nos ayude a hilar fino en nuestro mundo emocional. Adjuntamos dirección de la
página
web
del
autor
sobre
las
emociones:
www.EmotionFocusedTherapy.org
177/193
¿Qué
estrés?
es
el
ESTRÉSESE
MENOS Y VIVA MÁS
Richard BLONNA
www.edesclee.com
-No voy a poder terminar el proyecto a tiempo. Estoy desesperado,
todo me sale mal. ¿Por qué intento hacerlo todo a la vez?
Nuestra vida está repleta de situaciones estresantes que nos vienen
dadas, pero eso no significa que no podamos hacerles frente. De hecho,
nuestros propios pensamientos afectan al modo en que nuestro cerebro
178/193
procesa el estrés, para bien o para mal. La mayor parte del tiempo nuestro
cerebro complica los problemas, añadiendo inseguridad y frustración a
situaciones ya de por sí difíciles.
"Estrésese menos y viva más" presenta un programa basado en la
Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) que puede ayudar a tu
cerebro a reaccionar de forma diferente ante el estrés. Gracias a las técnicas de aceptación y Mindfulness que aquí se presentan, podrás aclarar
tu confusión mental, aumentar tu concentración, vivir con plena atención
el momento presente y canalizar tu energía hacia lo que realmente te importa. Así de simple.
Aprende a aceptar serenamente lo que no se puede cambiar. Encuentra la paz y la alegría en el momento presente. Practica las técnicas de relajación que pueden ayudarte en los momentos de crisis. Encuentra
tiempo para ti mismo afirmando tu derecho a decir "No". Inesperado y
poderoso... ya no volverás a afrontar tu estrés de la misma manera.
Steven C. Hayes, autor de Sal de tu mente, entra en tu vida.
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La cocción de
los alimentos
EL
ARTE
SABER
ALIMENTARTE
DE
Desde la ciencia
de la nutrición al arte
de la alimentación
Karmelo
BIZKARRA
www.edesclee.com
La nutrición es una ciencia y un arte la buena alimentación. La
buena alimentación va más allá de ingerir comestibles. Todo lo que se
puede comer no siempre es alimento. La calidad del alimento, no la cantidad, es lo importante en el arte de bien aliment-arte.
Mientras la cantidad de calorías señala un índice cuantitativo, la calidad, la forma y el color del alimento plasman un campo energético que
nos nutre. Cuando nos alimentamos recogemos y transformamos la
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energía vital que el alimento ha recogido de la tierra, el agua, el aire y el
sol y la humanizamos.
Primero se habló de proteínas, grasas y carbohidratos; luego de vitaminas y minerales, actualmente se habla de antioxidantes; en un futuro próximo seremos conscientes de que la forma, el aroma y el color del
alimento son tan importantes como sus componentes bioquímicos.
Los médicos antiguos recomendaban antes que nada, como tratamiento, un cambio en la dieta. De hecho la palabra receta se usa tanto
para indicar la elaboración de un plato cocinado, como los medicamentos
que prescribe un médico en su consulta.
El arte de bien alimentarte es el primer pilar de la Salud…
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Aprender
desaprender
a
CATORCE
APRENDIZAJES
VITALES
Carlos ALEMANY
(Ed.)
www.edesclee.com
La vida es un continuo –y realmente complejo– proceso de aprender
y desaprender. Y también un cúmulo de ocasiones perdidas en las que
"decidimos" no querer aprender ni tampoco desaprender.
Gran parte de los aprendizajes los recibimos de una manera estructurada: en la familia, en el jardín de infancia o en el colegio, en el trabajo o
en la universidad, nos enseñan –y aprendemos– muchas cosas. Todos estos aprendizajes, que podríamos llamar formales, representan la base
primordial de nuestra educación.
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Sin embargo, el fluir vital y el desarrollo del ciclo personal está también lleno –y mucho– de aprendizajes que uno ha tenido que hacer sin
que nadie se los enseñe de una manera formal. Algunos de estos aprendizajes son dolorosos, otros son gozosos y el profundizar en todos ellos y
dar con la clave motivadora de ese "aprender a aprender" es de gran ayuda para la propia evolución personal.
Este libro, escrito en colaboración por un conjunto de especialistas,
de forma narrativa, pedagógica y serendípica, pretende favorecer esta reflexión y facilitar estos otros aprendizajes. Los temas los hemos elegido
entre los que nos parecen más vitales y necesarios en la sociedad de hoy,
sabiendo de antemano que la lista es más amplia que los aquí elegidos.
Las excelentes ilustraciones de Ángel Rz. Idígoras, psicólogo, dibujante e ilustrador, contribuyen a dar el tono de invitación gozosamente
humana a leer y a poner en práctica estos nuevos aprendizajes vitales.
Ojalá que cada uno encuentre en estos capítulos –leídos serendípicamente
en su mecedora o en su rincón favorito y practicados los ejercicios que se
sugieren– las pistas, las preguntas, las respuestas o el tema que se ajuste
más y mejor a su propio momento vital.
183/193
¿Qué es la inteligencia
emocional?
VIDA
EMOCIONALMENTE
INTELIGENTE
Estrategias para
incrementar el coeficiente emocional
Geetu
BHARWANEY
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"Un libro obligatorio para quien desee tener un mayor conocimiento
sobre inteligencia emocional." Reuven Bar-On, editor del libro The Handbook of Emotional Intelligence (Manual de inteligencia emocional).
Vida emocionalmente inteligente no es un libro para leer, sino para
hacer, ya que pone en práctica la teoría de la inteligencia emocional. Si el
184/193
concepto de inteligencia emocional te es desconocido, no te preocupes, ya
que empieza con un breve resumen de lo que es la inteligencia emocional,
y lo explica utilizando términos que no requieren conocimientos previos
de psicología. Además, nos da la gran noticia de que la inteligencia
emocional puede aprenderse y que el coeficiente emocional también
puede desarrollarse.
Vida emocionalmente inteligente contiene un programa único de mejora que aumentará tu habilidad para utilizar las emociones de forma eficiente. Está repleto de estrategias para controlar las emociones,
además de unas ideas muy inspiradoras para enfocar tus sentimientos. Te
ofrece el mejor método para vivir una vida emocionalmente inteligente.
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La memoria
¿PARA
QUÉ
SIRVE EL CEREBRO?
Manual
principiantes
para
Javier TIRAPU
www.edesclee.com
El cerebro, su cerebro, es el que le permite ser lo que usted es. La división entre mente y cerebro ha muerto. Todo está ahí, en esa masa
gelatinosa como el paté, con forma de nuez, que se retuerce sobre sí
misma para ganar espacio. Definitivamente, la neurociencia nos permite
conocer muchos de los entresijos del funcionamiento de esta máquina con
la que intentamos comprender el mundo. Asimismo, nos enseña que el ser
186/193
sublime que se vanagloria de ser la especie más compleja cincelada por la
evolución, responde a pautas de funcionamiento cerebral. Para comprender el cerebro es fundamental entablar un diálogo con la evolución con el
fin de conocer para qué fue diseñado hace más de 50.000 años. Para analizar su funcionamiento (no tan complejo como pueda parecer), intentaremos escudriñar en algunas de sus funciones más complejas como la inteligencia, la memoria y la conciencia.
Por último, procuraremos reflexionar sobre el futuro de nuestra especie y dilucidar si cada vez somos más inteligentes o más torpes. Esta
obra pretende acercarle al funcionamiento del cerebro de forma pedagógica y sencilla, a la vez que plantea una reflexión sobre algunos temas candentes en nuestra sociedad, como la educación, la genética, el aumento de
las enfermedades mentales o el valor de las emociones. Si el cerebro es su
órgano preferido, esta es una buena oportunidad para acercarse a él.
187/193
Historia de la
Locura
PSIQUIATRÍA
PARA
EL
NO
INICIADO
Rafa EUBA
www.edesclee.com
Rafa Euba nos brinda en su Psiquiatría para el No Iniciado una
descripción muy accesible y vívida de los trastornos de la mente, desde la
depresión a las psicosis, pasando por los ataques de pánico, la anorexia, y
hasta la timidez. El libro incluye reflexiones sobre el funcionamiento del
cerebro y de nuestras emociones, y por extensión, de las relaciones humanas. También encontrará el lector en estas páginas los problemas
188/193
psicológicos de Elvis Presley y de Lady Di, el caso del electricista a quien
se le aparecía su difunta mujer todas las noches al lado de la cama, locos
que se mostraban como atracciones de feria, psicópatas de cine, el destripador de Yorkshire, líderes que perdieron la razón, otro que perdió el sentido del humor, la madre de Freud, el Síndrome de Estocolmo, y muchas
cosas más. Pero Psiquiatría para el No Iniciado es sobre todo un libro
que habla de cómo somos, de la naturaleza humana, que es algo que la locura quizá describa mejor que la cordura.
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Responshabilidad
LA MAGIA DE LA
METÁFORA
77 relatos breves
para educadores, formadores y pensadores
Nick OWEN
www.edesclee.com
La Magia de la Metáfora constituye una excelente introducción a la
Programación Neurolingüística, a la vez que un texto de referencia para la
aplicación práctica de una de sus herramientas características: los cuentos
didácticos como instrumentos esenciales para favorecer la transformación
y el cambio. Esto es, para estimular a la gente a hacer cambios beneficiosos en sus vidas sobre la base de alentar una mayor conciencia de que
190/193
todo tiene una estructura que se puede cambiar, de que no existe una única forma de ver las cosas y de que la esencia de los cambios provechosos
consiste en utilizar la propia creatividad.
Las metáforas son recursos extraordinariamente eficaces para configurar la propia percepción y la propia experiencia. Nuestra capacidad de
pensar acerca de nuestro pensamiento nos permite adoptar una metaposición frente al mismo y contemplar la situación original con una mayor
perspectiva, claridad y sabiduría.
Los relatos que aparecen en este libro pueden ser utilizados en una
amplia gama de contextos interpersonales y profesionales, además de prestarse a su lectura por puro placer y entretenimiento. Serán verdaderamente mágicos si son capaces de cuestionar y de perturbar nuestros marcos de referencia, nuestro mapa habitual del mundo, y hacernos salir de
nuestro pensamiento limitado a fin de aprender y descubrir nuevos
aspectos.
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Gracias
TREINTA
PALABRAS PARA LA
MADUREZ
José
Antonio
GARCÍA-MONGE
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¿Siento que procedo maduramente, de acuerdo a mi edad y situación
vital? ¿Respondo con relativa madurez a la estimulación de mi mundo interior y ambiental? ¿Soy modesta pero realmente feliz conmigo mismo, a
la vez que establezco relaciones personalizadoras, madurantes? Viejas
preguntas que abren cuestiones siempre actuales. El proceso de
maduración en sus diferentes niveles, que inauguramos con nuestro
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nacimiento, pasa por crisis que es necesario aprender a manejar. La
madurez, tan difícil de delimitar psicológicamente, la intuimos o constatamos en nosotros mismos o en los demás y de ella depende, junto con
otros factores, la calidad humana de nuestra vida. Acudir al psicólogo
tiene que ver no sólo con crisis agudas, sino con el crecimiento personal,
sobre todo en encrucijadas existenciales. El ámbito familiar, de pareja,
laboral, social, nos da datos que pueden iluminar la veracidad de nuestro
proceso de maduración como urgente y profunda tarea personal y grupal.
Este libro, nacido de la escucha psicoterapéutica, del contacto humano
con una gran diversidad de personas y culturas y enriquecido con puntos
de vista de amigos y compañeros, trata de iluminar el camino de
maduración y afrontar el reto de la madurez. Se convierte así en un instrumento de trabajo para personas y grupos que buscan humanizar su
vida, la vida, uniendo la experiencia y la palabra.
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