Estudios Latinoamericanos 1(1972) pp. 101-154 Problemas controvertibles de una síntesis de la historia de Cuba. 7DGHXV]àHSNRZVNL* I Entre las muchas verdades trilladas figura la de que sin discusiones y polémicas decae y se atrofia la vida científca. Y si el cambio de opiniones y argumentos abierto y sincero, acalorado a la vez que concreto, les es permanentemente necesario a las ciencias históricas, en el caso de obras de carácter general, de síntesis o manuales, resulta sencillamente imprescindible. En tales casos el alcance de las polémicas que surgen suele y debe ser muy amplio, puesto que abarca no sólo cuestiones aparentemente fragmentarias, per o, en el fondo, esenciales, sino también numerosas cuestiones inherentes a métodos y técnicas de investigación y, por, a la metodología de la historia. Las discusiones acerca de las síntesis de historia nacional o universal consideran problemas de exposición de las grandes tendencias de desarrollo, abordan cuestiones tan controvertibles como las del cambiante papel e interdependencia de los diferentes factores de desarrollo histórico, se internan a menudo en el terreno de la filosofía de la historia, en el de la ideología y la política, tocan no sólo a asuntos y acontecimientos pasados, sino también a dilemas de candente actualidad del día de hoy y a las inquietudes creadoras que atañen al futuro. La extensa polémica1, publicada en otoño de 1969 en La Rabana, en torno a la Historia de Cuba editada en 1967, trascendió considerablemente el marco de la discusión sobre el propio libro, encarando – aparte de cuestiones menores – algunos problemas * Traducido del polDFRSRU6WDQLVáDZ=HPEU]XVNL Polémica en torno a una historia integral de Cuba. 7DGHXV] àHSNRZVNL Síntesis de Historia de Cuba: problemas, observaciones y críticas; Jorge Ibarra: Sobre las posibilidades de una síntesis histórica en Cuba, «Revista de la Biblioteca Nacional José Martí», 1969, n° 2, pp. 43 – 71; 73 – 101. 1 generales de significación no sólo para la historia de Cuba, sino también para la historia com parada y alin la universal. Considero que sería útil y conveniente continuar algunos hilos de la discusión iniciada, y hasta ampliarla si algunos de los investigatores latinoamericanos o europeos quisieran añadir nuevas razones y argumentos a los conceptos ya expresados en el curso de la polémica . El autor de estas palabras siente aversión a las polémicas que se desarrollan sin fin en torno a determinados libros, puesto que semejantes polémicas, con el tiempo, generalmente se desvían o hasta se extravían por compieto en medio de disputas sostenidas por ambiciones personales. En el caso que nos interesa, en cambio, la discusión no se refiere tanto a la propia obra cuanto a cuestiones generales y actitudes en la investigación científica. El artículo de Jorge Ibarra – mi amigo y a la vez contrincante en el campo científico – no sólo que es muy interesante e instructivo, y al migmo tiempo inspirador de nuevos estudios y reflexiones, sino que también – particularmente en algunos fragmentos (págs. 80 – 83, 96 – 99) – revelador, al incluir en un texto de tipo polémico excelentes breves ensayos en los cuales materiales viejos y nuevos, interpretados de una manera novedosa, muestran problem as de la historia social y política de Cuba del siglo XIX, estudiados y discutidos desde hace tiempo, en una perspectiva completamente nueva. con algunos razonamientos de Ibarra estoy dispuesto a convenir en mayor o menor grado (de esto me ocuparé más adelante). Sin embargo, en el texto del artículo encuentro no pocos malentendidos y tesis dudosas, como también afirmaciones que – a mi juicio – requieren ora explicación ora réplica. Una pequeña observación preliminar. En la polémica, tal cual se ha desarrollado hasta ahora y a la que me remito, la dirección de la «Revista de la Biblioteca Nacional» no ha asegurado plenamente iguales derechos a los participantes. Mi artículo, escrito en el otoño de 1967 y publicado dos años más tarde, file provisto al tiempo de su impresión de la fecha de su terminación (12 XI 1967), mientras que la réplica de Jorge Ibarra no ha gida datada por motivos que desconozco. Mientras tanto, del contenido de la réplica de mi colega cubano se desprende claramente que él escribió sus observaciones por lo menos un año después de haber conocido el texto de mi trabajo. Para la esencia de la discusión esta dilación ha sido sin duda ventajosa. Ibarra pudo utilizar todas las nuevas investigaciones cubanas y, especialmente, aprovechar las conclusiones de las animadas discusiones que tuvieron lugar en Cuba con motivo del centenario de la Guerra de los Diez Años, mientras que el suscrito tuvo forzosamente que tropezar con dificultades en lograr acceso al conjunto de los materiales cubanos más recientes y no pud o introducir en su texto cambios o complementos que lo actualizaran. Este punto, hacia el cual he querido llamar la atención de los lectores, no es, naturalmente, muy importante. La pequeña objeción mencionada – pequeña, ya que al criticado se le brindan por regla general derechos un tanto mayores que al criticante – no amengua para nada mi agradecimiento al director y al equipo de redacción de la revista cubana por haber becha posible la aparición de mi artículo y también de la valiosa respuesta de Jorge Ibarra. En el texto de mis observaciones no se ban introducido modificaciones ni abreviaciones, a excepción de una sola – por lo demás, bastante importante – omitiéndose la nota en que yo polemizaba con Moreno Fraginals. Más tarde volveré a esta cuestión. En la polémica hemos abordado hasta ahora con toda libertad los más diversos problemas, lo cual debe considerarse perfectamente natural. No obstante, queda por dilucidar la cuestión de la forma de presentar las observaciones y dudas de orden general, o sea, la cuestión del metodo de discusión. Jorge Ibarra me reprocha el no haber sido concreto y haber hecha «alusiones impresionistas» con respecto a algunas formulaciones suyas. Al expresar su preocupación por la claridad y precisión, tiene con toda seguridad – tratandolo de una manera general y abstracta – mucha razón. Per o surge la pregunta si era posible evitar tales «impresiones». Evidentemente es difícil apuntalar con numerosos ejemplos del texto criticado toda observación, por pequeña que sea, del polemista. Además, determinadas tendencias de la obra y opiniones de su autor se leen a menudo no sólo en las líneas sino también entre líneas, o sea, en las reticencias. El colorido y el ambiente del trabajo, el modo de ver las cosas, los gustos y con tanto mayor razón las obsesiones del autor, se los encuentra en la peculiaridad de su estilo, en la construcción de los capítulos y hasta párrafos, en la exagerada exposición o al contrario, en la significación aminorada que se le concede a determinados hechos, proces os o problemas. La causa práctica de la formulación generalizadora de algunas de mis observaciones críticas estribó en mi preocupación por una relativa concisión del artículo que de todas maneras era ya demasiado extenso. Evidentemente, hubiera podido escribir mucho más, pero limitando a propósito la extensión del texto, en cuestiones de menor cuantía procuré citar sólo ejemplos seleccionados, a fin de concentrarme en algunos asuntos de importancia fundamental. Pasando a otra cosa: si bien desde hace ya varios años realizo investigaciones sobre la historia de Cuba, mis conocimientos – incluso en el ámbito del siglo XIX que más me interesa – siguen siendo limitados. De ahí la frecuente formulación de dudas, planteamiento de hipótesis e interrogantes. En algunas cuestiones sé lo suficiente como para formular mis observaciones de una manera totalmente categórica, aunque algunas veces opté por exagerar mi posición con miras a impulsar la discusión. Y otro asunto más: muchas cuestiones, tales como la apreciación del autonomismo, anexionismo, racismo, movimiento guerrillero en Cuba en el siglo XIX y tradiciones revolucionarias, conservan totalmente su actualidad cientifica. Pero simultáneamente estos problemas san actuales también (o quizás: sobre todo) en el plano ideológico y emocional. Por esto traté de abordarlos tomando en cuenta que pueden ser problemas delicados, a veces molestos o hasta dolorosos, para mis colegas cubanos. Todo esto no quiere decir, ni mucho menos, que en todos los casos las dudas y las interrogantes fuesen planteadas por motivos arriba indicados. Mi distinguido adversario aprecia en su justo valor la función inspiradora de las dudas e interrogantes (pág. 73), y sin embargo – en cierta contradicción consigo migmo – manifiesta en la pág. 89 que «siempre resulta más fácil negar o dudar que afirmar o postular». Es posible que asi sea, pero ¿acaso siempre? En la historia de la historiografía hubo casos y períodos en que hacía falta valor para expresar públicamente dudas, mientras que formular axiomas y tesis oficiales resultaba no sólo fácil sino también beneficioso. Tampoco hay que olvidar que la habilidad para plantear ciertas interrogantes, el criticismo resuelto y racional y la desconfianza hacia las «tesis en boga», son rasgos fundamentales y positivos del perfil científico de un historiador. Creo que cabe arriesgar la afirmación que en la ciencia histórica dubitare necesse est. Sostuve y sigo sosteniendo esta discusión no ad vanam gloriam de un «hipercrítico censor», sino con fines constructivos. Aprecio altamente el trabajo de Jorge Ibarra para quien guardo sentimientos de estima y amistad. Estoy persuadido que Ibarra enriquecerá la historiografía cubana con nuevas obras de valor. Me mueve una amistad sincera hacia la hermana Cuba y un vivo interés por su apasionante historia. Procuro desarrollar esta discusión con lealtad y al mismo tiempo con enter a franqueza. No quisiera que se me imputase deseo alguno de aleccionar de cualquier manera a los historiadores cubanos y no abrigo semejante intención. con todo, me parece que los historiadores de los países socialistas deberíamos en nuestros contactos recíprocos y discusiones poner al descubierto y estudiar determinadas coincidencias en el desarrollo de la ciencia histórica, que transcurre – no obstante todas las diferencias – en condiciones político-sociales semejantes. Deberíamos proceder así para no repetir en un país los errores cuya superación ha costado mucho al medio de los historiadores de otro pais. Sería una pena malgastar energías y tiempo en abrir trochas en el monte donde se ven huellas dejadas por amigos. Es cierto que la historia no se repite, y las regularidades de desarrollo de las historiografias nacionales de los países socialistas no obran automaticamente cual una «ferrea ley de la Historia». Los compañeros cubanos evitaron afortunadamente muchos errores que nosotros no supimos evitar. ¿Pero los hall evitado todos? He aquí un problema nada despreciable. A mi parecer, todos – cada uno según sus propias limitadas posibilidades – deberíamos beneficiarnos de las ya considerables experiencias de la historia de la historiografía de los países socialistas. Es este un deber científico y político a la vez. «La experiencia acumulada de la humanidad (historia) y el conocimiento de esta experiencia (ciencia histórica) no le proveerá de recetas a nadie. A nadie le descargará de la responhabilidad por su libre elección y su libre decisión. A nadie le liberará de cometer nuevos errores, peor aún, muchas veces no previene la repetición de los viejos. Más a menudo advertirá aquello que no debe hacerse que sugerira que hacer»2. II Para desbrozar el terreno de la discusión concreta sobre los temas más importantes es menester aclarar primeramente las cuestiones mal o tendenciosamente interpretadas por Jorge Ibarra, y también rechazar ciertos juicios e informaciones cabalmente erróneos. Para emprender la defensa de Historia de Cuba, Ibarra consideró oportuno y necesario atacar mi libro sobre Haiti, indicando que no hay en él intento de mostrar los diferentes factores de formación nacional y su interdependencia, que no logré sintetizar acontecimienetos y problemas «compartimentados» (pág. 74). Pero en realidad el mencionado libro no es nipretendióser una síntesis de la historia de Haití, ni siquiera con relación al periodo que abarca (aprox. 1789 – 1843, y más exactamente 1802 – 1825). Ibarra debió saber que carácter tiene el libro, pese a que su título en polaco: Haití. Albores de la nación y del Estado fue, por motivos que ignoro, reducido en la traducción española a una sola palabra: Haití. Lo debió saber siquiera porque en la introducción señalo que no es una monografía coherente, ni tampoco una sintesis, que en ese trabajo presento más bien materiales para una síntesis y algunas proposiciones resumidas en el capitulo final3. Por otro lado, el propio Ibarra en la pág. 84 de su réplica, a justo título no considera a Haití como síntesis. De este modo llego al momento en que dejo de comprender del todo qué piensa Ibarra de Haití, ni para qué necesitó una crítica internamente tan contradictoria de mi libro. 2 W. Kula: Problemy i metody historii gospodarczej [Problemas y métodos de la historia económica]. Warszawa 1963, p. 754. 3 He aquí la correspondiente citla de la edición en español: «Los, bosquejos y estudios que componen este tomo forman un conjunto bastante compacto, pero no son ni pueden ser tratados como capitulos de una monografía basada en una concepción totalmente homogénea. Al entender del autor, están en abierto modo situados a mitad del camino entre la forma de un conjunto de estudios ligeramente unidos entre sí, sobre un tema común en sus principales líneas, y una monografía sensu stricto» 7àHSNRZVNL Haití, t. l, La Habana 1968, p. 14; cf. también p. 15). A la observación de Ibarra sobre la subestimación del factor económico en la formación nacional haitiana, realmente no sé qué responder. Después de leer la correspondiente frase en el artículo de mi colega cubano, me restregué los ojos de sorpresa. A los problemas agrarios que constituyen el eje de mis consideraciones (lo cual ha sido destacado por la crítica polaca) dediqué una buena parte del libro, más exactamente: un 35% del texto, sin contar numerosas menciones de problemas económicos diseminadas en los diferentes capítulos de ese trabajo. Si esto se llama subestimar problemas económicos, me da miedo pensar qué sería mi trabajo (¡y qué dirían de él!), si hubiera cumplido los deseos de mi critico y «apreciado» esta problemática. Estuve preguntándome a que y a quién se refería la observación – por lo demás, justa – de Ibarra, de que todavia no ha sido descubierta la Santísima Trinidad de la historia que fuese al mismo tiempo monografia,manual e historia de la cuItura. Si por casualidad habia de ser está una alusión a mis consideraciones, me encontraría en apuros queriendo encontrar el fragmento al que se refería la graciosa observación de Jorge Ibarra. Si el eje de Historia de Cuba fue la historia política, económica y social, y si – como dice Ibarra – su objetivo fundamental fue revelar la continuidad de las revoluciones independentistas y la revolución VRFLDOLVWD FXEDQD SRU TXH HQWRQFHV àHSNRZVNL QRV GLFH TXH HV necesario ternar en cuenta en esta síntesis el arte culinario o los juegos de salón? (pág. 79). Realmente, ¿por que? Pero esta pregunta no es suficiente, pues Ibarra se allanó el camino poniendo de revés la idea de su contrincante y sacando parte de su razonamiento de un contexto más amplio. En realidad no postulé que se presentase tan sólo la cultura material, sino también – y este es el postulado complet – la cultura material, social, intelectual y política. No pregunté sólo por los muebles de salón, la evolución de las maneras de guisar la carne de cerdo o la de hacer los rulos, sino también, por ejemplo, por el ritmo y el modo de sintetizarse la cultura europea, africana y la norteamericana en el transcurso específico de la formación de la cultura nacional cubana. En el curso ulterior de su argumento Ibarra deja a un lado las exclamaciones y me concede parcialmente la razón. ¿Cual fue en tonce s el objeto de aquella incursión previa de carácter irónico? Las causas esenciales de los «virajes históricos» deben buscarse en las relaciones económicas, sociales y políticas – dice Ibarra. Estoy de acuerdo. Pero los elementos de la cultura material y social señalados por mí arraigan justamente en las mencionadas relaciones, constituyen su parte integrante, si bien muchas veces no la más importante ni la más espectacular. El grado de la interpenetración de los diferentes modelos y pautas culturales (incluso los que a primera vista parezcan de tercer orden) nos dice mucho de las distancias sociales y raciales y del grado de integración nacional. La cuestión que sigue, referente a los supuestos contactos entre Aponte y Jean François, no se presenta ni mucho menos tal como lo sugiere Ibarra al decir que antes del año 1967 no tenía cómo saber que el general negro de Haití había muerto en 1811 y, por consiguiente, no había podido colaborar con José Antonio Aponte. En realidad Ibarra podía y debía saberlo. Este asunto, y especialmente la suerte de Jean François en las postrimerías de su vida, eran conocidos en la historiografía haitiana desde hace mucho. De la biografía de Jean François no me entere por José Luciano Franco, cuyos trabajos científicos estimo altamente, sino mucho antes de haber conocido al anciano historiador cubano a quien tanto le deben la historia de Cuba y de Haití. Y en cuanto a la fecha de 1967, Ibarra podia saber – siquiera por el estudio de J. L. Franco publicado cuatro años antes – que Jean François, quien estuvo corto tiempo en la Habana en 1796, no estableció contacto con Aponte, radicándose más tarde en España4.. Con respecto a la apreciación de la posible evaluacion de las opiniones de Maceo y Martí, mi contricante propone que se rechacen sin más ni menos las predicciones por ser metodológicamente ahistóricas, enfandádose con el sucrito por sus «hipótesis hipotezidas» (pág. 89.). Es una inteligente manera de desviar la atención del hecho de que aquellas «hipótesis» surgieron solamente porque el autor de Historia de Cuba consideró en sus predicciones 4 I. L. Franco: La conspiración de Aponte, La Habana 1963, p. 10. como cierta la ulterior decidida radicalización de Martí y mAceo. Con todo gusto acepto que rechacen planteamientos proféticos. Además, no fui yo quien los introdujo en la discusión ; quise solamente monstrar adónde podría llevar – desde el punto de vista de la lógica – la admisión de la tesis profética y nada científica de Historia de Cuba sobre la invenitabilidad de una extraordinaria radicalización de los dirigentes de la revólucion cubana de 1895. El razonamiento del tipo «qué habría sido si…», en su forma simplista, debe rechazarse en la historiografía, más al mismo tiempo hay que tener presente las alternativas de desarrollo que aparecen en cada ocasión.. Está bien que Ibarra rechace las profecías pero tal vez habría sido mejor si al mismo tiempo se hubiese decidido a reconecer abieratmiente su error. La cuestión siguiente atañe a mi «provenienicia metodológica» y escuela citífica a la cual estoy supuestamente vinculado. En esta cuestión , Ibarra, aprovechando no sé qué «conocimetos fuera de la fuente» (o sea, no procedentes de la lectura de mi artículo) afirma , en primer lugar , que que soy dicípulo de Charles Morazé, y en segundo lugar, que me he formado en la escala farncesa de «annales» (pág. 89). He visto dos veces en mi vida a Morazé; y digo bien «he visto», ya que nunca ha conversado con con este sabio y político. Naturalmente, en teoría habría podido se discípulo de Morazé en el sentido de aceptar sus métodos, opiniones, etc. , pero no lo soy, aunque algunos trabajos del sabio francés me parecen interesantes e inspiradores. El nombre de Charles Morazé está relacionado con la escuela de «Annales», dentro de la cual – como consecuencia de su evolución – Morazé se situá actualmentem, a mi parecer, a la derecha en lo que metodología y politíca se refiere. Por otra parte, parece que últimamentelos vínculos de este sabio con «Annales » son sumamente flojos y más bien formales. En cuanto a la propia «escuela de Annales», me honora afiramción de que me he formado dentro del radio de su influencia, puesto que la considero uno de los más destacados centros cietíficos en el ámbito de las ciencias sociales. Pero hay un inconveniente consistente en que no soy discípulo ni formal ni ideológico de «Annales». No voy a negar que la influencia de «annales» haya tenido su parte, incluso de alguna importancia, en mis innvestigaciones , pero entre esta constatación y la tesis de que he sido formado por «Annales», y partcularmente por Charles Morazé, hay un larguísimo trecho. Me pregunto por qué y para qué precisaba mi colega cubano esta infundada afirmación, Quienquiera que conozca las tendencias investigadoras de «Annales» (¡tendencias y no tendencia, ya que esta escuela, tanto en el pasado como ahora, no es homogénea!), después de leer mi artículo constatará fácilmente que, junto a ciertas coincidencias, en varias cuestiones de fondo hay mucha distancia entre mis opiniones y las de la escuela francesa, y algunas veces, hay hasta contradicción. Y una última cuestión. La frase de Ibarra en que me imputa haber sostenido con algo de ironía que escribió su obra cum im et studio (pág. 96) debo calificarla, no sin pena, de insinuación. Mi opinión de que es muy justo que Ibarra tome partido por las clases y grupos revolucionarios y progresistas y que rechace el desapasionado seudoobjetivismo, ha sido no sólo un respaldo sincero a la posición de mi colega cubano, sino que también constituye mi propio credo en el plano de investigación y en el plano personal. III Respecto a algunos problemas abordados en mi artículo «habanero», tanto prácticos (posibilidad de nuevas ediciones del libro), como teóricos (problem as de construcción sintética) , Ibarra no se ha pronunciado del todo o apenas los ha rozado. Estos «esquinazos» son muy significativos y en alto grado inquietantes, ya que creo haber encarado cuestiones muy importantes. Dejo a un lado la cultura material, social e intelectual – aunque san aspectos esenciales – para volver a otras cuestiones que a la luz de las tesis de la réplica a mi crítica hall resultado particularmente importantes. ¿Cómo es posible que el autor de una síntesis, en la que se bace hincapíe en las cuestiones políticas, pase por alto los numerosos aspectos del desarrollo de la cultura política? Dado el principio orientador que enfatiza las urgentes necesidades de educación política y, en particular, la necesidad de familiarizar a los soldados cubanos con las tradiciones revolucionarias de su partia, resulta realmente difícil comprender (y justificar metodológicamente) por qué el autor de Historia de Cuba no dice casi nada del desarrollo del pensamiento constitucional, de la concepción de Estado nacional en los siglos XIX y XX, de las teorías de la vida política, etc. Es sabido que la República Cubana fue una semicolonia del imperialismo yanqui, pero esta constatación por sí sola no podrá sustituir el conocimiento concreto e indispensable, o siquiera un mínimo de información, sobre la estructura y el funcionamiento del mecanismo estatal. Al lector no se le puede dejar en estado de dulce ignoranci a en cuanto a la fuerza numerica del ejército y la polícia, el tipo de su reclutamiento, organización interna, etc. A mi juicio, estas cuestiones san fundamentales. Otro importante problema es la omisión casi total de la historia de Puerto Rico. El autor de Historia de Cuba no juzgó necesario tratar paralelamente el acontecer histórico de Cuba y de Puerto Rico. Mientras tanto, el problema guarda relación con la propia concepción de síntesis. Se sabe cuan estrechamente, sobre todo en el siglo XIX, estuvo ligada la historia de ambas islas, la historia de la abolición, del movimiento independentista, los problemas raciales, etc. Pues hien, el indispensable metodo comparativo – ya que no postula que se trate conjuntamente la historia de Cuba y Puerto Rico – aportaría seguramente respuestas más precisas a muchas preguntas de fondo que surgen al investigarse el proces o histórico cubano. Ibarra guarda en esta cuestión un silencio absoluto. Al considerar las cuestiones de periodización habrá ocasión para tratar el problema de la construcción de un esquema de la historia nacional de Cuba. En este momento señalaré solamente que Ibarra en su réplica pasa totalmente por alto la tesis desarrollada en mi artículo (pág. 56) sobre el patente desequilibrio de las proporciones en la presentación de las diferentes epocas. ¿Acaso considera que son cuestiones de paca monta? Sigo preguntandome una y otra vez por qué mi colega cubano se niega obstinadamente a presentar el problema de la genesis y la historia de la bandera nacional, a lo cual me referí extensamente. El problema es fútil sólo en apariencia e Ibarra seguramente lo comprende. Tal vez juzgue que la vieja historiografía burguesa ya habló demasiado de esto y, además, con un tono solidarista a la vez que heroificante. ¿Pero acaso es admisible – igual que en el caso de la omisión del problema de la organización del mecanismo estatal y militar – tratar esta cuestión per non est sólo porque la bandera file creada por hombres que no caben en la tradición patrióticorevolucionaria? Tengo entendido que Ibarra acepta la crítica de la presentación de mapas e ilustraciones. Pero el problema no se reduce a admitir la conclusión contenida implícitamente en mis observaciones con miras a que se introduzcan cambios en las nuevas ediciones del libro, sino a reconocer el carácter de fuente, el carácter científico y no «ilustrativo» de la parte iconografica y cartografica. Si el autor de Historia de Cuba me concede la razón, deberia, a mi parecer, aclarar de qué materiales, como carentes de valor científico, valdría la pena prescindir. IV Pasemos ahora a otras observaciones que no se refieren ya a cuestiones errónea o tendenciosamente planteadas u omitidas, ni tampoco a aspectos formales de los métodos de hacer polémica . Jorge Ibarra vierte la opinión de que los historiadores cubanos contemporáneos, entregados a la tarea de elaborar una síntesis de la historia patria, se hallan en una situación de desventaja con respecto a los investigadores centroeuropeos que pueden aprovechar las nada despreciables conquistas de la historiografía burguesa. Los historiadores cubanos – continúa Ibarra – se ven obligados al mismo tiempo a investigar las fuentes y construir síntesis, a revalorizar aquello que les fue legado, y a plantear nuevas preguntas historiográficas (pág. 75). De ninguna manera pienso negar las dificultades que tienen los companeros cubanos, pero estoy persuadido que Ibarra subestima o tal vez desconoce el cúmulo de dificultades con que tropezaron los historiadores polacos, húngaros o rumanos después del año 1945. También nosotros teníamos por delante varias tareas a la vez, y las conquistas de la vieja historiografia en más de un aspecto resultaban ilusorias. Mas se trata de algo más importante: hasta el memento en que el conjunto fundamental de hechos es desconocido (me refiero a épocas históricas más antiguas, hasta el siglo XIX inclusive) los historiadores de un país determinado por regla general al mismo tiempo que investigan, redescubren y simultáneamente reinterpretan. Así pues, en la situación cubana – según creo – no hay nada excepcional, aunque en los países «historiográficamente subdesarrollados» el proceso de avance hacia el conocimiento del armazón fundamental de hechos puede ser más largo que en los países que viven en paz, que gozan de prosperidad y destinan considerables medios al desarrollo de la ciencia del pasado. Agreguemos que aun después de cubrirse con investigaciones monográficas todo el ámbito de la historia y de agotarse todos los recursos de fuentes (siendo esta naturalmente «una meta abstracta») la actividad de los historiadores no podrá limitarse a construir síntesis y discutirlas. Cada generación planteará a la historia nuevas preguntas y encontrará nuevas respuestas, aparte de descubrir contenidos nuevos en fuentes descubiertas ha mucho tiempo. Al recorrer una por una las hojas del artículo de Ibarra, tropiezo en la pág. 77 con una sola frase, pero que es importante, donde mi contrincante explica los motivos por los cuales no criticó a ningún historiador cubano por su nombre, lo cual yo considero un agravio a los principios democráticos de discusión científica. El argumento del autor de Historia de Cuba sobre la necesidad de guardar el anonimato, no sólo que no me ha convencido sino que además ha despertado en mí una profunda inquietud. Porque si bien es cierto que el anónimo autor «ampara» a sus también orientarse en la materia de las disputas y divergencias científicas, conocer anónimos opositores, asimismo es cierto que impide a la opinión pública orientarse en la materia de las disputas y divergencias científicas, conocer los diferentes argumentos y opiniones. Y faltándole carácter público a la crítica y la réplica, no hay discusión en pie de igualdad ni tampoco hay condiciones para una información integral y objetiva. Creo que no es preciso extenderme sobre otras eventuales implicaciones negativas de tal situación. Vuelvo a asuntos de menor cuantía. Ibarra me ha convencido hasta cierto punto de que el citar los precios de los esclavos en Cuba en determinados marcos cronológicos, sin un contexto internacional, sí le brinda algo al investigador y allector (pág. 79). Mi colega cubano reconoció al mismo tiempo que la falta de cuadros estadísticos en su trabajo, sobre todo en una forma que muestre tendencias de periodo largo, resta valor a sus conclusiones y bace que los datos numéricos sean poco asimilabies. Por tanto, seguramente me dará la razón que los datos en cuestión, referentes al precio de los esclavos, constituyen una información incompleta, «minimalista», ya que nada se nos dice en Historia de Cuba de los cambios generales del valor de la moneda ni de las diferencias regionales de precios. Al margen de mi postulado de tomar en cuenta el movimiento comparativo de los precios de los esclavos en los países esclavistas, me limitaré a observar que Ibarra no se vería precisado a realizar estudios muy amplios para conseguir los datos correspondientes. La diferencia entre nosotras estriba, a mi parecer, en nuestros diferentes enfoques del método comparativo y – lo que es más importante – en la concepción de limites de la historia nacional. Ibarra parece juzgar que bastan incursiones ocasionales fuera del territorio del que se ocupa; yo en cambio soy de otra opinión. La constante referencia de «lo nacional» a «lo universal» amplía considerablemente las posibilidades de comprender «lo nacional», permite descubrir los caracteres específicos reales y no aparentes, las verdaderas y no aparentes regularidades. No abrigo la menor duda que el autor de Historia de Cuba tuvo en su acervo lecturas selectas (parcialmente citadas en las págs. 83 – 84) de determinados campos de la historia universal aún antes de haber emprendido la redacción de las «inserciones universales» para su obra. Más esto no cambia para nada el hecho de que dichas lecturas no habían sido «digeridas», que las inserciones sobre el contexto internacional se componen de fragmentos separados que resumen un libro determinado y estn aglomerados un tanto artificialmente, que la argumentación de Lenin respecto al imperialismo está expuesta de una manera académica, que pueden abrigarse dudas en cuanto a la manera de presentar el paralelismo del desarrollo del capitalismo en Rusia y España, basado en una cita de Lenin. Creo haber citado en mi primer artículo bastantes ejemplos del conocimiento superficial de algunos aspectos de la historia europea por Ibarra (a estas cuestiones volveré a referirme más tarde). Pero aquí, remitiéndome al problema ya ventilado de Puerto Rico, me permitiré una observación adicional. Se trata de algo que sorprende no sólo en la obra de Ibarra, sino que (salvo contadas excepciones dignas de ponderación) en toda la historiografía cubana. Es que parece que los historiadores cubanos conocen en mayor o menor grado la historia de EE. UU. y – mucho mejor – la historia de España, acusando en cambio un conocimiento más bien pobre de las vicisitudes históricas de los países vecinos, a sea, los situados en la cuenca del Mar Caribe. Tanto los historiadores como los representantes de otras profesiones demuestran poca orientación en lo que se refiere a la historia de Jamaica, Santo Domingo, Haití, las Antillas Menores y también de la América Central continental. Lo que obra aquí es un sui generis cubanocentrismo, pese a que el conocimiento comparativo de los procesos de desarrollo económico, social, racial, étnico y de la política colonial (de la Gran Bretaña, Francia, España) es de enorme importancia para una mejor comprensión de la propia historia de Cuba. Soy particularmente sensible a es te fenómeno ya que también en la historiografía polaca y en la cultura histórica de la sociedad durante mucho tiempo predominó, por desgracia (y todavía – aunque en grado menor – sigue predominando) el interés por la historia de Francia e Inglaterra y no por la historia de Europa centro-oriental. Algunas breves observaciones sobre la réplica de Ibarra a mis objeciones, citadas a modo de ejemplo, con respecto a imprecisiones en la presentación de algunos aspectos de la historia universal. Tenía pleno derecho de hablar de una tentativa de datar el inicio de la revolución industrial en Inglaterra, pese a que – como dice Ibarra – en el correspondiente texto de Historia de Cuba se habla sólo de sustitución del trabaj artesano por la máquina, pues la frase en cuestión figura en el párrafo titulado «La revolución industrial inglesa» (pág. 69). Procedo a aclarar mi posición. Los primeros asomos de la mecanización no son todavía revolución industrial. El comienzo de la revolución técnica (concepto más reducido de revolución industrial), que se impuso primeramente en la industria textil, se lo suele datar a comienzos de la década del 60, mientras que el take off mencionado por Hobsbawm se produjo en los años 80. Esos años marcan la «década decisiva» ya que inician la revolución industrial propiamente dicha (generalización de la mecanización en la industria textil, transformaciones técnicas y mecanización gradual de las sucesivas ramas de la producción, cambios en el comercio exterior, en la estructura de la población, etc.). La fecha «alrededor del año 1770» representa aquí un límite compromisorio, encontrándosela frecuentemente en la literatura científica. De buen grado aceptaria que se me objete la exagerada rigidez de este corte, pero si bien puede aceptarse la fecha hacia 1780, en ningún caso es posible aceptar la tesis sobre el inicio de la revolución industrial ya alrededor del año 1750. Ibarra tiene razón al decir que no hay entre nosotros diferencias en cuanto a los comienzos de la revolución de Haití (1791). Mi observación fue injusta. Me referia más bien – lo que no expresé con la suficiente claridad – a la fecha terminal, o sea al ano 1804, cosa que tal vez hubiera valido mencionar en Historia de Cuba. En la cuestión del jacobinismo francés creo que no hay actualmente diferencias entre mi colega cubano y yo, pero en cuanto al carácter de la monarquía francesa en los años 1815 – 1830, Ibarra, realmente sin necesidad, aplica el principio de «concedo, pero...», ya que ni la pertenencia de Francia a la Santa Alianza ni la intervención de unidades francesas en España en la lucha contra los liberales, pueden moverme a cambiar de opinión que tratar a Francia a la par con Rusia como Estado feudal, es un error de fondo y lo sería aun en la más simplificada interpretación de la historia de Europa al nivel de un manual de enseñanza primaria. V 1. Jorge Ibarra lucha por el carácter concreto de la crítica, procura – y con todo éxito – ser preciso, sobre todo cuando desea presentar las tesis más importantes. Eso está muy bien. Per o no del todo está bien cuando allí donde el asunto es suficientemente claro, se empeña en defender posiciones indefendibles, o bien cuando – lo que ya es motivo de inquietud – adapta la teoría a la práctica, que es justamente lo que ocurre cuando considera el propósito, el carácter y el eje tematico de Historia de Cuba. Afirmé que la obra discutida era – como muchas otras – una síntesis parcial, es decir, aparente en el fondo; que trataba de corrientes escogidas «dispuestas una junto a la otra» del proceso histórico; que era, concretamente, una síntesis de historia militar y política y que, por lo tanto, la problematica militar y política constituía el eje principal de la obra. ¿En qué fundé esta opinión, o más exactamente, en qué la fundo, ya que sostengo en toda su extensión la opinión emitida anteriormente? En primer lugar, en las declaraciones programáticas del propio autor (a), y en segundo, en la aten ta lectura del texto del libro (b). Ad a. En el prólogo a Historia de Cuba leemos que se ha hecho hincapié particularmente en la descripción de las luchas por la independencia, o sea, en la problemática militar y política. El autor subraya más adelante que el libro está destinado ante todo a los soldados cubanos, lo que determina los fines y el alcance temático de la obra. El prólogo señala expressis verbis la intención de destacar la problemática militar («con respecto al estudio de nuestras gestas independentistas se podrá observar una marcada tendencia a ser prolijos en la descripción de hechos militares»). Finalmente, en la misma introducción leemos acerca de la limitación consciente del alcance de las consideraciones sobre los primeros siglos de la dominación española. Ad b. He señalado ya en dos ocasiones, en 1967 y en el presente artículo, las defectuosas, o al menos discutibles – a mi juicio – irregularidades y desproporciones temáticas y cronológicas del libro. De esta observación es preciso sacar las debidas conclusiones. Dado que los párrafos dedicados a la historia económica y social (dejando a un lado la historia de la cultura ampliamente concebida) son sobremanera breves, y los capítulos que tratan de cuestiones militares y políticas, sobremanera largos; dada que las enunciaciones sobre la economía y la estructura social tienen por lo general el carácter de concisa introducción a prolijas consideraciones sobre la historia militar y política, ¿es posible acaso calificar el trabajo publicado por las F.A.R. de otra manera que como síntesis parcial (o tal vez ensayo de reseña histórica) cuyo eje es la historia militar y política? Mientras tanto, para gran sorpresa de mi parte, Jorge Ibarra afirma en su replica, pese a hechos al parecer evidentes y a sus propias declaraciones introductorias, que Historia de Cuba es una historia política, social y económica (pág. 76) y más adelante manifiesta con toda firmeza que la historia militar estuvo muy lejos de ser el eje del libro. Mi colega cubano indica al mismo tiempo que el verdadero eje de la obra son análisis socio-políticos de la época de las guerras de independenci a y del período revolucionario de los años 30 de nuestro siglo (pág. 77). Si tal es actualmente la opinión de mi amigo cubano, me permitire dirigirle unas pocas preguntas. ¿Que es lo que aprende el lector (todo es to en un largo espacio de tiempo) en materia de comercio interno, de transformaciones del sistema impositivo, evolución de la banca, desarrollo de los servicios? ¿Qué podría decir concretamente – siempre en base a Historia de Cuba – sobre la renta nacional y su distribución? ¿Qué es lo que sabra el que utilice este libro acerca de la evolución de los salarios y los precios, acerca de su estructura? ¿Sabrá algo concreto sobre las asociaciones profesionales de las clases trabajadoras? ¿Será capaz de decir cómo se presentaba la evolución de la artesanía? ¿Que opinión podrá formarse sobre los aspectos cuantitativos de desarrollo de la capa de la intelectualidad creadora? ¿Qué noción tendrá de la evolución del campesinado minifundista, de su distribución territorial, de su posición (social, numérica) con respecto al trabajador agrícola asalariado? ¿Dispondrá de una clara imagen de la evolución de las distancias sociales entre las diferentes clases y estratos? ¿Podrá acaso responder a la pregunta acerca del papel de las clases medias en el siglo XIX y de su evolución en nuestro siglo? Estas preguntas van sólo para dar una idea de qué se trata. A algunas de ellas Historia de Cuba no ofrece respuesta alguna, en otros casos se suple su faJta con informaciones fragmentarias incluidas a título de ejemplo. Ibarra puede replicar fácilmente que «la falta de investigaciones impide contestarlas». En parte tendrá razón, pero sólo en parte. En muchos casos – estoy convencido de esto – pudo haberse planteado el problema y bosquejado una respuesta. Es mejor esto que inadvertir problemas de cierto peso. Por otra parte, en algunos casos aun los «textos tradicionales» convenientemente «preguntados» podrían ahora migmo brindar interesante material para tales respuestas. El autor de Historia de Cuba, si lo interpreto bien, me reprocha no haber advertido el analisis socio-politico, por ejemplo, de la época de las guerras de independencia, sugiriendo que he reducido todo a la historia militar. La verdad es que lo he advertido, pero creo que en este lugar – a fin de aclarar el problema – vale la pena preguntarse qué es historia militar. Esta, como se sabe, se divide en varias ramas bastante especializadas. Así tenemos historia de las guerras, historia del arte militar, historia de la organización de las fuerzas armadas, historia del armamento, historia de las fortificaciones, historia de las concepciones militares, historia social del ejército. Es fácil percibir que estas ramas (¿disciplinas?) de la historia militar guardan la más estrecha relación con la historia política – historia de las instituciones del Estado, historia del Derecho, la diplomacia y las relaciones internacionales – como también con la arqueología y la historia de la arquitectura, con la historia de las ideologías y del pensamiento social y político, con la historia de la economía y la técnica, con la historia de los movimientos sociales, con la sociología y la psicología social. El especialista en historia militar de moderna formación científica no puede en sus investigaciones hacer abstracción de las condiciones sociales y políticas, sin dejar de ser historiador militar. Resulta difícil, a mi entender, distinguir una historia militar «pura», a no ser que uno siga apegado a los enfoques tradicionales, caducos y científicamente paco consistentes de esta disciplina, o la reduzca a la historia de guerras y descripciones de batallas. Si bien, en materia de batallas, Historia de Cuba lamentablemente se deja arrastrar no pocas veces por el descriptivismo, por otro lado trasciende claramente este marco. Por lo tan to, si constato que la historia militar y política es, el eje del trabajo de Ibarra, esto no significa que atribuya al autor una visión estrecha de la Historia. Agregare que la inmensa mayoría de las elaboraciones de la historia nacional o universal (es cuestión aparte si en todos los casos se trata de síntesis) adopta la historia política como trama principal y línea directriz del trabajo. En el caso concreto de la historia de Cuba, especialmente de los siglos XIX y XX, es natural que la historia militar también debe desempeñar un importante papel. 2. Ibarra, al contestar a mi objeción sobre la autonomización de los diferentes planos temáticos a través de las paginas de Historia de Cuba, pregunta dónde concretamente ha pecado omitiendo señalar los nexos o sintetizando insuficientemente las diferentes corrientes del proceso histórico (pág. 74). Espero que las consideraciones hechas hasta ahora en este artículo aclaren mi posición, sobre todo aquellas dedicadas a las proporciones, la temática y el eje del trabajo discutido. Queda por presentar algunas observaciones adicionales. Historia de Cuba, que constituye un ensayo de resumen de la historia nacional haciendo hincapié en los procesos polític-militares, por cierto aborda los problemas que más interesan a su autor dentro del contexto de los factores económico-sociales que los condicionan, pero lo hace de vez en vez y a una escala «microsintética» y no «macrosintetica». En efecto, los párrafos compendizantes sobre economía (introducción a un período determinado) osobre elementos escogidos de la estructura de la sociedad en un espacio exactamente definido de tiempo, constituyen ensayos aparte que se hallan ubicados al lado o fuera de la corriente principal de la obra. Lo mismo cabe decir de los pasajes que pintan el llamado rondo internacional. Historia de Cuba, según lo declara el propio autor, no es ni pretende ser una historia integral, siendo en cambio – lo que yo por mi parte pongo en tela de juicio – una historia política, económica y social. Puesto que el autor plantea de esta manera el asunto, he procurado tanto en el primero como en el segundo artículo averiguar si esa amplia problemática de la que se ocupa Ibarra es internamente coherente y sintetizada. He proporcionada ya bastantes argumentos que indican que el lector no recibe tal imagen sintética. Se le provee únicamente de ciertos elementos para una síntesis. Si partimos del supuesto que una elaboración síntetica se construye de manera que responda a la tesis esencial de la investigación, podemos constatar que Historia de Cuba intentó responder a la pregunta sobre el transcurso de la evolución de la nación cubana. Por esto creo que el trabajo de Ibarra se podría definir con relativa exactitud más bien dentro de lo que Topolski en su último libro denomina síntesis genética5. No obstante, en la concepción de Ibarra encontramos considerables lagunas, puesto que no siempre podemos reconocer como convenientemente realizada la finalidad esencial de una síntesis genética, la cual tiende a conservar la máxima continuidad de la concatenación de causas y efectos. Cabe agregar que dada la predominancia de la política en su enfoque tradicional, en Historia de Cuba se trata en mayor grado de evolución de las élites dirigentes y también – según la terminología del autor – de las vanguardias, que del propio pueblo. Las síntesis genéticas, especialmente cuando se rompen las concatenaciones, o bien cuando – por haberse admitido supuestos a priori – se produce la exageración del significado de determinadas causas o determinados efectos, san naturalmente imperfectas. Señalemos que Historia de Cuba no puede ser tratada como síntesis estructural (rechazándolo el propio autor) y menos aún dialéctica, dado que resulta difícil percibir – siquiera por faltar un análisis desarrollado de las estructuras y por la descontinuidad genetica – la conjugación del enfoque genético con el estructural. 3. Otra importante cuestión es la actitud de Ibarra y, en general, de los historiadores cubanos contemporáneos, hacia el problema de la tradición historiográfica y de las fuentes. En mi primer artículo emprendí la crítica de la actitud hipercrítica y hasta cierto punto nihilista hacia los «textos tradicionales». Resultó que mi ataque dio en el vacío. En efecto, tal como opina Ibarra, tenía en mientes «fuentes tradicionales», o sea no textos elaborados sino materiales fundamentales aprovechados por la historiografía prerrevolucionaria. Tal vez no hubiera surgido esta inútil confusión si Ibarra hubiese escrito, en vez de «textos tradicionales de nuestra historia», «textos tradicionales de nuestra historiografía». Pero si he escrito que las fuentes preguntadas no tradicionalmente suelen dar respuestas nuevas e interesantes, esta frase yale también para los libros tradicionales. Resultó que el autor de Historia de 5 J. Topolski: Metodologia historii [Metodologia de la historia], Warszawa 1968, pp. 403 – 406 Cuba supo extraer de los viejos libros muchas cosas nuevas y aprovechar inteligentemente sus logros y el acervo de fuentes reunido por ellos para elaborar una exposición contradictoria con las tesis fundamentales de la antigua historiografía. De mendrugos de información, de relaciones adrede atenuadas acerca de fenómenos molestos para la burguesía, de datos falsos o falsamente interpretados, Ibarra logró construir un edificio en muchos aspectos esenciales nuevo, lo que constituye una apreciable conquista. Una actitud de investigador y metodológica diferente a la de Ibarra presentó el ya mencionado por mí Manuel Moreno Fraginals. En su artículo6 que – según he oído – movió a muchos a la discusión e hizo no poco ruido, se exponen tesis muy dudosas. Esto no quiere decir que el autor de Historia como arma no haya escrito algunas observaciones profundas, interesantes e inspiradoras. Estoy totalmente de aceuerdo con Moreno Fraginals cuando exige del joven adepto el conocimiento de la teoría y la práctica económicas, cuando postula la necesidad de manejar teenieas matematieo-estadistieas, euando exige el descubrimiento y aprovechamiento de fuentes nuevas en las nuevas obras sobre la historia de Cuba, o cuando invita a luchar con mitos fuertemente arraigados en la conciencia social, fabricados por la historiografía cubana reaccionaria. Pero estoy totalmente en desacuerdo con él cuando niega a carta cabal los valores cognoscitivos, intelectuales y metodológicos de la ciencia cubana prerrevolucionaria. Moreno Fraginals ataca de frente a toda la historiografía burguesa como si ella fuera un bloque monolítico, lo que – como se sabe – no es cierto. Para citar nada más que ejemplos muy conocidos, me remitiré a dos nombres: Ramiro Guerra y Roig de Leuschenring. ¿Eran marxistas estos historiadores? No. Si bien es cierto que pertenecian a la categoría o grupo (que fácilmente puede ampliarse) de historiadores con una actitud metodológico-política progresista, sin embargo estaban ligados por numerosos vinculos con los círculos científicos burgueses, y su actividad estuvo engastada en las estructuras de la vida intelectual de la Cuba prerrevolucionaria. ¿Es 6 La historia como arma, «Casa de las Américas», La Habana 1967, 40, pp. 20 – 28; ef. también este mismo texto en «Teoría y Praxis», Caraeas 1968, n° 4, pp. 55 – 64 posible desechar hoy el legado de sus ideas, la obra de su vida? con toda seguridad, no. Al igual que muchos otros historiadores cubanos contemporaneos, Ibarra no lo hace y con toda razón. En cambio, parece desearlo Moreno Fraginals. La tesis del autor de Historia como arma, según la cual la historiografía burguesa rechaza las posibilidades de una investigación científica de la historia reciente, y más exacetamente, la contemporánea, la acetual, es una evidente semi-verdad. Hubiera sido tal vez una verdad al 80 % (o sea, más verdadera) hace unas cuantas décadas, pero no hoy en día. Es cierto que una buena parte de los historiadores niegan el sentido y la posibilidad de eultivar la historia contemporánea, pero por otro lado tenemos ejemplos de investigaciones organizadas sobre la historia contemporánea, v. gr. en los Estados Unidos y Alemania Federal; investigaciones en las cuales se utilizan técnicas y métodos históricos pero también sociológicos y económicos. No me propongo hacer aquí apreciaciones de estas empresas que podrían ser objeto de muchas observaciones sumamente críticas, sino que constato que existen investigaciones cuya existencia niega Moreno Fraginals. No se puede sostener que todo historiador moderno sea siervo pagado de la burguesía («un funcionario más fiel, barato y eficiente de la burguesía»). Es una tesis en extremo simplificada. Para crear una nueva ciencia histórica no hasta – pese a que es fundamental – una metodología novadora, una conciencia revolucionaria y una actividad revolucionaria práctica en el terreno político, militar y económico. Moreno Fraginals condena el «desapasionamiento» del historiador profesional desligado de la realidad y sumido en sus papelotes de archivo. En su crítica de la formación profesional del historiador tiene no paca razón, pero creo que insuficientemente llama la atención hacia lo imprescindible que es el fatigoso trabajo con las fuentes. Pero volvamos al meollo de nuestras reilexiones, o sea, a Historia de Cuba. Pues justamente Ibarra cazaba en terreno vedado por la historiografía burguesa y – como es facil de constatar – ha cazado no mitos oficiosamente servidos por aquella historiografia, sino datos a partir de los cuales ha elaborado una exposición si bien no totalmente nueva, pel'o en más de un aspeeto innovadora. Y algo mas. Moreno Fraginals rechaza la tesis segun la eual no se puede enjuieiar al pasado valilmdose de criterios del presente. En esta materia surgió un malentendido fundamental. Cuando el autor de Historia como arma afirma que el punto de partida para la investigación es el presente y que el historiador debe conocer la realidad que le es con temporanea y debe ir transformandola, o sea, debe obrar sin eneerrarse en su torre de marfil, sin duda alguna tiene razón. Acepto que se mire el pasado con ojos del presente sólo cuando esto implica utilizar la metodología moderna, contemporanea, cuando significa aprovechar la contemporaneidad como fu en te que inspira a formular nuevas preguntas para la investigación. 4. Acerca del problema de la periodización general de la historia de Cuba escribi muy poco en mi primer artículo y mi esquema de división en epocas lo trate y trato como una proposición preliminar y muy discutible. Espere una repercusión polemica y no me he decepcionado. Ibarra enfocó el asunto más ampliamente y presentó observaciones en más de un punto con vincentes. Pienso que las cuestiones que hemos tocado no podran agotarse ni tampoco profundizarse en esta discusión, por lo cual me limitare en mi réplica a unas pocas aclaraciones. Soy de la opinión que para el historiador marxista la periodización fundamental, la más general, se realice a la división en formaciones económico-sociales. Concedo que en la historia nacional (a diferencia de la universal) se da generalmente prioridad no a los lindes entre las formaciones sino a divisiones que resultan de admitir la superioridad de los criterios politicos (en la practica deciden los acontecimientos criticos en la historia de la nación). En mi proposición tal vez he resultado un tradicionalista dogmatico que aplica criterios generales a un caso especifico, y de buen grado admito el año 1902, o mejor, los añs 1898 – 1902 como uno de los principales puntos criticos en la historia de Cuba, aceptados – segun creo – como dogma nacional y tradicional, por mis colegas cubanos. Jorge Ibarra, al considerar mi periodizaeión, parece haberse asombrado de la excesiva duración de la epoca esclavista en .la historia de Cuba. Una eventual objeción contra este señalamiento mio la calificaria de dudosa. Toda periodización real (a diferencia de la convencional o formal) tiene necesariamente que ser irregular. No es culpa de los historiadores que el feudalismo europeo haya durado más que el capitalismo europeo,y en esta irregularidad no veo nada extraño ni inquietante. En cambio, es para mi motivo de sería reflexión el argumento planteado por mi amigo cubano sobre la diferencia cualitativa del sistema esclavista cubano en el siglo XVI y, por ejemplo, alrededor del año 1868. Si admitimos que ciertos elementos comunes a toda la formación (el esclavo como propiedad adquirible y enajenable; compulsión extraeconómica; caracter de la relación amo-esclavo; puesto del esclavo dentro de la sociedad, nación y Estado) no son tan substanciales como las diferencias entre la esclavitud «patriarcal» o «patriarcal-feudal» y la «capitalista», entonces estoy de acuerdo con Ibarra y con otros investigadores cubanos en dividir la epoca de la esclavitud en dos epocas diferentes que respondan a criterios de formación. Las consideraciones de Ibarra sobre la epoca del «esclavismo capitalista» son muy interesantes y dan mucho en que pensar. Creo que nuevas investigaciones y estudios sobre la teoria de la actualmente diferenciada formación permitiran llegar en el futuro a la necesaria precisión. En este memento no creo que esto sea plenamente posible. Señalemos, sin embargo, que las diferencias de estado de los campesinos en los diferentes periodos de la formación feudal, percibidos por la ciencia hace ya mucho, no hall dada pfe a la diferenciación de dos o más formaciones feudales. Esta claro que este no es argumento en contra de la justificación de la existencia de la formación esclavista-capitalista. Cabe señalar asimismo que se trata aqui de algo importante desde el punto de vista teórico, a saber, de una segunda subdivisión, ya que por regla general se distingue la esclavitud antigua de la moderna (colonial). En el caso que nos interesa se postula, por lo tanto, la división de esta ultima en dos formaciones (¿modelos?). Dejare para una discusión detalIada la disputa en terno a la fecha inicial de la epoca esclavista-capitalista en Cuba. De las dos fechas 1763 y 1790 – que con major frecuencia se propone, la segunda me parece la mejor fundada, ya que sólo en las postrimerias del siglo XVIII se dejan observar profundas transformaciones del modelo de la economia y la sociedad esclavista. En lo que se refiere a la fecha «quebrada» 1878/1886 que he propuesto como inicio de un nuevo periodo en la historia de Cuba, Ibarra supone con razón (pág. 92) que mi propósito ha sido el de llamar la atención hacia la necesidad de investigar la superposición de las estructuras coloniales y postesclavistas españolas y las neocoloniales norteamericanas. Pero el problema no se realice a este aspecto. Se trata también de: a) subrayar el enorme papel social y nacional de la abolición de la esclavitud; b) poner de relieve la significación económica del hecho de iniciarse en ese tiempo la epoca cabalmente capitalista (sin supervivencias esclavistas); c) rechazar la tesis formalista de que el neocolonialismo tiene que echar a andar por su camino histórico junto con la descolonización formal; d) rechazar la tesis sobre el inicio de la epoca del imperialismo en un memento exactamente definido sin ternar en cuenta el periodo preliminar («incubación»). Lo que me importa, en definitiva, es la clara constatación de que Cuba empezó a ser semicolonia de los EE.UU. aún en la epoca española, que en resumidas cuentas - la isla permaneció durante cierto tiempo en estado de doble dependencia: colonial (España) y neocolonial (EE.UU.). 5. Jorge Ibarra señala que el conjunto de cuestiones relacionadas con la investigación de los procesos cubanos de formación nacional trasciende (agregare que considerablemente) el marco de la discusión que se desarrolla entre nosotros. Quedan muchos conceptos por dilucidar – agrega – y los historiadores deberan emprender nuevas investigaciones y continuar las ya iniciadas. Todo esto debe considerarse justo. El mejor aporte a una discusión son indudablemente articulos y trabajos concretos. Puesto que justamente estoy redactando un libro consagrado a la problematica de la formación de la nación cubana, en el cual procuro responder a algunas preguntas de fondo, me limitare aqui a un par de breves observaciones con el unico propósito de señalar mi posición con respecto a los argumentos de Ibarra. No es exacta la afirmación en la que se pretende que en la historia del pensamiento marxista no haya habido, fuera de las stalinianas, otras tesis, busquedas y formulaciones teóricas con respecto a la formación de las naciones. Desde los trabajos de los teóricos de la II Internacional, pasando por muchas enunciaciones de Lenin (¡los trabajos de Stalin tienen caracter secundario!), hasta las numerosas, especialmente despues de la segunda guerra mundial, obras de marxistas de diferentes paises, disponemos de una nada despreciable biblioteea de «genetica nacional». Pero al autor de Historia de Cuba le interesaba seguramente más bien una definición en cierto modo oficial, por parecerle indispensable en su obra. Efectivamente, con todas sus no pocas fallas, la fórmula de Stalin constituye en la literatura marxista quizas la linica definición desarrollada. Ya he llamado la atención hacia la evidente limitación material y geografiea de la definición staliniana. Recordare que el propio Stalin dio a entender con bastante claridad que su fórmula tiene caracter ruso y no universal7. Con tanto mayor razón considero errónea la adopción, siquiera provisoria, de la definición esquematica de Stalin para la historia de Cuba. Jorge Ibarra, en base a su propia erudición y la opinión de destacados especialistas, afirma que entre los lideres negros de las guerras independentistas cubanas no aparecian tendencias racistas, que – hablando con precisión – faltan documentos que revelen tales tendencias (pág. 94). Es posible, aunque no estoy totalmente convencido (tanto más que corresponderia definir previamente el termin o «racismo», el cual ereo que comprendemos de diferente manera, asi como el termino «documento»). Mis opiniones con respecto a esta importante y delicada cuestión las pienso exponer en mi anunciado trabajo de mayor envergadura. La cuestión estriba en que yo no he preguntado por los lideres sino por la población negra, J. Stalin: Kwestia narodowa a leninizm [La cuestión nacional y el leninismo], in: ']LHáD ZV]\VWNLH [Obras completas] (edición polaca), t. 11, Warszawa 1951, pp. 341 – 343 7 y no he recibido respuesta. Ibarra tampoco recogió el igualmente importante problema de la protesta armada del año 1912. Al citar la carta de Julio Sanguily a Juan Gualberto Gómez, di un ejemplo – uno sólo pero de bastante peso – en apoyo de la tesis sobre el eminente roI de las divisiones según el color de la piel en el seno de la élite aún en el año 1895. Ibarra me imputa infundadamente que trato a una sola carta como indicador del grado de integración racialnacional. Mi estimado colega cubano sabe seguramente mejor que yo que tales o semejantes ejemplos podrian citarse muchos más, tanto para el periodo anterior a 1895, como para el posterior. Sin embargo, no podemos dejar de remitirnos a una penosa confesión de Antonio Maceo del último año de su vida, cuando este prócer cubano, al rechazar la idea de aspirar eventualmente a la presidencia, medita sobre su salida de Cuba después de la liberación y expresa la opinión que la mayoria de los cubanos no apoyaria la moción de elevarlo al cargo de jefe de la Republica de Cuba en atención (como debe creerse y como supone F. Portuondo) al color de la piel del benemerito general8. 6. En la cuestión del anexionismo, Ibarra ha brindado no pocas aclraciones convincentes. En esta situación no es necesario volver a algunos problemas particulares, como el de anexionismo patriótico. Sin embargo, tocó de paso algunas cuestiones de fondo y metodológicas de mucha importancia, sobre las cuales yale la pena discutir inclusive cuando se tiene plena conciencia de que es imposible agotar el terna en el marco de esta discusión. No me cabe la menor duda con respecto a lo justo de la tesis de mi amigo cubano, que dice que la conciencia revolucionaria e independentista de la vanguardia política de 1869 representaba un salto cualitativo en comparación con la actitud de los hombres de 1850 – 1851. La disparidad entre nosotros tiene sin embargo – asi parece – raices más profundas. Es en realidad una controversia acerca del verdadero papel y las verdaderas posibilidades del grupo más progresista en el memento dada (vanguardia) en una relación complicada: vanguardia – campo progresista com o cierto conjunto – adversarios ideológicos – masas politicamente indiferentes pero que 8 F. Portuondo del Prado: Historia de Cuba, La Habana 1965, t. 1, p. 522. potencialmente podian ser ganadas. Se trata de una apreciación objetiva (sin comillas) de la fuerza real de las diferentes tendencias que agitaban a la sociedad. Constatar que la vanguardia tiene la razón histórica (lo que no implica que tenga razón en cada cuestión particular) no puede significar el termino de la investigación. No puede, porque Ibarra no escribe la historia de la vanguardia revolucionaria, sino la historia de un pueblo, de una nación. Sabemos demasiado bien que en la historia del movimiento revolucionario, la separación que su ele producirse entre la vanguardia y la clase o movimiento de masas dirigidos por ella, acarrea efectos negativos. Recordemos también que el tom ar deseos por realidades – deseos que reflejan una apreciación equivocada de la situación y de las fuerzas sociales concretasen juego, se registra no sólo en el presente sino que también en el pasado. Ibarra señala el rol decisivo de la discontinuidad revolucionaria, sin parar mientes en los elementos de continuidad histórica existentes, dados en la realidad. La vanguardia de 1869, dice el, rompió completamente los vinculos que la unían con las ideas de 1851. Pero al mismo tiempo – permita se me agregar – una considerable parte de los hombres que deseaban luchar y luchaban contra el colonialismo español, evidentemente percibía, sentía y aprobaba la vinculación entre 1851 y 1869. No deja de ser significativo que Ibarra se exprese con precisión cuando habla de su visión de la discontinuidad, internandose en cambio en el terreno de explicaciones confusas cuando le toca hablar de los hombres de la vanguardia que tomaban en cuenta – y con razón -la fuerza efectiva de la corriente continuadora, opuesta al rompimiento total con la vieja tradición. Se nos pide, por tanto, que encontremos justificaciones en «ciertas necesidades subjetivas de la lucha», y que nos expliquemos la adopción de la bandera de López como bandera nacional mediante «determinados fines políticos, prácticos». Mientras tanto, los hombres de la vanguardia, que constituían naturalmente una minoría, no sólo que tenían en cuenta a la opinión no revolucionaria, sino también – a mi juicio – en alguna medida se identificaban con la vieja tradición, no obstante haber rechazado la idea anexionista. Precisemos algunos rasgos del anexionismo, los cuales – pese a todas las diferencias esenciales entre el y el independentismo – unían a los anexionistas y los separatistas. En primer lugar será la enemistad hacia el colonialismo español; segundo, el reconocimiento de la «personalidad cubana»; tercero, ideas republicanas. Mirandolo históricamente, no debe subestimarse el carácter progresista del modelo democrático del regimen institucional y político de los EE.UU. de la epoca de la «reconstrucción», contrapuesto al anacrónico modelo de la monarquía española, aunque al fin y al cabo la anexión debía equivaler a la perdida de la personalidad nacional y a un nuevo colonialismo. El paso desde la actitud anexionista a la independentista era una tendencia normal, que ocurría muchas veces porque la vanguardia revolucionaria no rechazaba con sentimientos de superioridad la adhesión de los anexionistas al campo independentista ampliamente concebido. Y algo más. El afán de la corriente anexionista patriótica de conseguir ayuda y protección de los EE.UU. no desacredita en absoluto a la política de sus dirigentes. Los revolucionarios consecuentes que constituían la vanguardia del movimiento cubano de liberación nacional, optaron por basarse en sus propias fuerzas, por la autoliberación del pueblo cubano. Pero una considerable parte de la sociedad cubana politicamente activa no puda dejar de percibir la amenazante desproporción de fuerzas entre Cuba y España, y pensó también en los costos materiales y humanos de la liberación. Asimismo sabía bien que Bolívar habia aprovechado la ayuda foránea en su gesta libertadora. Es posible también que tuviese presente que los pequeños Estados europeos que surgían por entonces (p.ej. Grecia, Belgica, Servia) lograban su independencia valiendose de la ayuda y protección foráneas. Este aspecto del problema no debe olvidarse. 7. Si en la apreciación del anexionismo no se puede pasar por alto la pregunta de cual fue su aporte a la teoría y la práctica de la lucha contra el colonialismo español, en el caso del autonomismo cabe preguntar hasta que punto este contribuyó a intensificar la conciencia nacional y el desarrollo de la cultura cubana. Considero que es deber de la historiografía marxista dar una contestación científica, concreta y honesta a esta pregunta. Es cierto que los dirigentes autonomistas (o tal vez su mayor parte) eran extremos conservadores, representantes de la reacción y del racismo. Más la esencia del autonomismo es compleja e internamente contradictoria. Recordemos que el partido autonomista fue ex definitione contrario al integrismo español. Durante años fue partido de los cubanos que en el fondo del alma deseaban la. independencia. Justamente asi apreció en 1886 las opiniones de los autonomistas el intransigente independentista Antonio Maceo9. Es significativo que en la literatura histórica cubana de diferentes orientaciones encontremos practicamente la misma fórmula al tratarse de la creación del gobierno autonomista. Esta fórmula reza más o menos asi: «la autonomía llegó demasiado tarde». Esta afirmación contiene implicitamente la siguiente idea concreta: la concesión de la autonomia p. ej. en 1885 (o tal vez aun en 1895) hubiera podido cambiar el curso de la historia cubana. Naturalmente, los que escriben «era ya demasiado tarde» rechazan el razonamiento al estilo de «que hubiera sido si esto o aquello»; no obstante, quierase o no, admiten que la idea de la autonomía era seductora, que tenía un gran poder de atracción. En 1898, «después de Weyler», un mar de sangre separaba al pueblo cubano de la metrópoli colonial española. Los autonomistas (más exactamente, el resto de ellos) estaban alienados en el pueblo que debla considerarlos en su gran mayoría como colaboracionistas. Si con todo eso algunos líderes de primera fila aun entonces tenían en torno a sí a un grupo de partidarios, este hecho indica de modo indirecto la antigua fuerza del autonomismo. Parece que Galvez y Montoro tenían presente el importante factor (subestimado quizas por Ibarra y tan enfatizado por Enrique Collazo quien no acostumbraba tomar sus anhelos e ilusiones por realidades y a quien espero que nadie acusara de haber querido rehabilitar a los hombres del gobierno autonomista) cual era la monstruosa fatiga del pueblo desangrado, cual era su anhelo de paz. 9 A. Maceo: Ideología politica. Cartas y otros documentos, vol. 1, La Habana 1950, p. 362. Hay otra cosa más que me interesa. ¿Cual fue la actitud de los soldados y jefes del Ejercito Libertador hacia Galvez y Montoro después del año 1902? ¿Es que los revolucionarios, frente a la tragedia cubana consistente en que Cuba no había logrado la verdadera independencia, no cambiaron su actitud hacia los antiguos lideres del autonomismo por otra, más positiva (o menos negativa)? Montoro, quien fue una activa personalidad política de la República después del año 1902, bien podía razonar asi: hemos perdido porque no existe una Cuba autónoma dentro del Estado. español, también ustedes han perdido porque el Estado cubano es una semi-colonia, un protectorado de los EE.UU.; hagamos en concordia lo que es posible dentro de la realidad que por diferentes motivos no deseamos cuando estuvimos en campos hostiles uno al otro. El frente antiespañol ha perdido su vigencia; queda (pese a que las actitudes de la derecha y la izquierda hacia el imperialismo estadounidense eran, como se sabe, diferentes) el segundo frente que puede acercarnos mutuamente. 8. El último problema que deseo ventilar es la cuestión de la guerra cubana de guerrillas en el siglo XIX. No sólo en Historia de Cuba, sino también en diferentes otras publicaciones y declaraciones cubanas me parece encontrar – tal vez me equivoque en es to – una tendencia a realzar excesivamente las experiencias guerrilleras cubanas tanto del siglo pasado, como las del reciente pasado. Hasta cierto punto esto es comprensible, puesto que la llamada ciencia histórica mundial fija su mirada con demasiada frecuencia en los «ejemplos clásicos», tiene en menos o sencillamente trata per non est los destinos y logros históricos de los países pequeños. La manera de tratar a Cuba en este aspecto no es, naturalmente, una excepción. Es menester investigar y propagar el conocimiento de las experiencias de las guerras revolucionarias cubanas que tienen trascendencia internacional. La argumentación desarrollada por Ibarra en torno a estos problemas (la envergadura y larga duración del movimiento guerrillero, la significación de las guerras del siglo pasado como precursoras de los movimientos guerrilleros de nuestro siglo, etc.) la considero cabalmente justa. Pero cabe preguntar si es justo el metodo de empequeñecer o pasar por alto las experiencias de otros paises, si esto ayudara a reparar la «injusticia historiografica». Ibarra afirma en la pág. 86 que Cuba no respondía con su lucha armada a una invasión extranjera (¿alusión a México de la época de Juarez?), ni tampoco tenía una estructura constituida de poder (¿alusión a la lucha antinapoleónica de España?). En resumidas cuentas, tenía condiciones más dificiles que otros y fue en este aspecto un país singularmente especifico. Pero el Santo Domingo insurrecto de la década del 60 del siglo XIX, país débil y escasamente poblado, que se levantó contra todo el poderio español, ¿disponia acaso de un poder estatal constituido? Evidentemente, no. Nadie negara el hecho de que el ejército español tenía experiencia en la lucha antiguerrillera. ¿Pero es que dicho ejército era monopolista de esa experiencia? Evidentemente, no. Para el siglo XIX baste citar el ejemplo de Rusia (Caucaso, Polonia), Turquia (Balcanes), Francia (Argelia) , Inglaterra (India, Sudan). Cuando escribi en mi primer artículo que Ibarra desconoce la problemática de las insurrecciones nacionales polacas, naturalmente no dude que – sin conocer la literatura científica fundamental, publicada casi exclusivamente en polaco y en pequeña parte en ruso y alemán – puede saber algo de ellas en base a lecturas casuales de textos de tipo enciclopédico o manuales. Las observaciones de mi colega cubano sobre las insurrecciones polacas, contenidas en su replica, confirmaron mi convicción que Ibarra realmente sabe paco de la historia de Polonia de ese periodo. No es lugar para enumerar los errores y las confusiones, que desgraciadamente no son pocos. Se trata de cosas más importantes. Cuando hable de las insurrecciones nacionales en Polonia y apunte las fechas 1794 – 1864, evidentemente no fue para dar a entender que Polonia llevó a cabo una guerra de insurrección a lo largo de... setenta años, lo que es un disparate por demas evidente, sino para marcar los limites del «período insurreccional». del mismo modo, me parece, los historiadores cubanos tienen todo derecho a escribir p. ej. asi: «las guerras cubanas por la independencia (1868 – 1898)», debiendose esto entender como «período insurreccional» y no como una sola guerra de 360 meses de duración. En lo que atañe a los problemas polacos abordados por Ibarra, para aclarar los puntos más esenciales me limitaré a unas pocas observaciones: 1) las insurrecciones de 1794 y 1830 – 1831 no tuvieron el carácter de guerras puramente regulares, sino que en algunas regiones adquirieron la forma de guerra irregular o simplemente de guerrillas; 2) Ibarra parece ignorar totalmente las «pequeñas insurrecciones» y movimientos guerrilleros, tales como la insurrección de la Polonia Mayor de 1806, la guerrilla de Zaliwski de 1833, los conatos de insurrección de 1846 con la conocida revolución cracoviana en primer termino, la lucha guerrillera en la Polonia Mayor en 1848; 3) ultimamente, en la historiografía polaca se considera a la Insurrección de Enero como una serie de manifestaciones y choques en las ciudades y de guerra de guerrillas en el campo, abarcando el período 1861 – 1864 (1865), y no el perído formalmente insurreccional 1863 – 1864; 4) la disyunción de las insurrecciones, guerras de liberación nacionales regulares y semiregulares es objetiva y metodológicamente errónea; 5) el más antiguo movimiento inequivocamente guerrillero con rasgos independentistas (el que no mencione para nada en mi primer artículo) fue la asi llamada confederación de Bar (1768 - 1772), guerra civil en la que se inmiscuyeron tropas de la Rusia zarista10. Jorge Ibarra parece no advertir las enormes dificultades topograficas, climáicas, militares y políticas en medio de las cuales le tocó actuar al movimiento polaco de liberación nacional, especialmente después del año 1831, y particularmente en el territorio ocupado por Rusia11. Pero, al fin y al cabo, en la discusión entre Ibarra y yo, siendo ambos enemigos acérrimos de todo nacionalismo y chauvinismo, no se trata de una absurda licitación de meritos, sufrimientos y dificultades de la lucha de dos naciones. Se trata de comprender la necesidad de exponer – de la manera más amplia posible, comparada, 10 Me he referido ampliamente a estas cuestiones en el libro que representa un empeño de sintesis, titulado Polska – Narodziny nowoczesnego narodu 1764 – 1870 [Polonia. Surgimiento de la nación moderna], Warszawa 1967. 11 Un pequeño ejemplo: el magnifico artículo de Juan Gualberto Gómez titulado Por qué somos separatistas «La Fraternidad», La Habana 24 IX 1890) o uno similar por su contenido y título, en ningún caso habria podido aparecer en esta, misma epoca en Varsovia bajo el dominio ruso libre del «localismo» y de limitaciones provincianas – aquellos problemas que aun cuando atañen directamente a un pais, en la practica tienen que ver con la suerte de muchas naciones y con los dilemas de toda la humanidad. Asi que, para concluir, apartemonos de los problemas polacos. Las luchas y las guerras de guerrillas abarcaban en el siglo XIX no sólo a los países citados hasta ahora en la discusión (Cuba, Polonia, Espana, México, Santo Domingo). Ibarra no mencionó las insurrecciones, las largas y a menudo extraordinariamente sangrientas guerras de guerrillas, guerras de liberación nacional en numerosos países tales como Grecia, Bulgaria, Servia, Albania, Georgia, Irlandia. Aun admitiendo que – siempre en el aspecto comparativo – muehos aeontecimientos europeos pudieron quedar fuera del campo de vista del autor de Historia de Cuba (¿no se tratará, con todo, de un «americocentrismo»?) uno se pregunta por que Ibarra no mencionó otras (aparte de las mexicanas y las dominicanas) tradiciones guerrilleras latinoamericanas. En fin, creo que hubiera correspondido decir algo siquiera de Haití de los comienzos del siglo XIX o de las luchas guerrilleras en Venezuela en la segunda decada del siglo pasado. Con esto concluyo estas observaciones, agradeciendo cordialmente a mi apreciado colega cubano el interes demostrado por mi primer artículo y el valioso estudio escrito con ese motivo. Abrigo la esperanza que nuestras sinceras y amistosas controversias y discusiones contribuyan siquiera en infimo grado al desarrollo de las investigaciones sobre la historia de Cuba, sobre la concepción y la forma de su sintesis. (1970)