La Gran Guerra 1914-1918

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La Gran Guerra 1914-1918
Penúltima parada antes de dejar la zona de Verdun: el Osario de Douaumont. Nos acercábamos a mediodía
pero el día no iba a levantarse. Se alzaba una espesa bruma que cubría la copa de los árboles, desde Souville
hasta le Bois de Caures y Ornes. Es decir, todo el margen derecho de la Mosa.
Llegamos al aparcamiento del Osario, apenas dos coches y una caravana. Laura decidió quedarse en el coche
con Frasier que se estaba rehaciendo aún de los terrores sentidos en Fort Douaumont. Ana, Jordi y yo nos
encaminos por detrás del osuario. A través de esta entrada se accede a la parte superior de la torre central del
osario. El precio módico. Pasamos por una pequeña muestra de enseres y armas en la planta baja y encaramos
las escaleras que suben hacia arriba. Arquitectura tétrica como pocas. Subo perseguido por el diablo. Ana y
Jordi lo hacen de forma más pausada. Llego arriba. Parece la cabina de un faro, ya que en medio de la estancia
hay varios focos.
Me sorprendo, ya que con anterioridad había visto postales antiguas en las cuales aparecían haces de luz que
partían de la torre del osario, pero pensé que se trataba de un añadido ficticio. Deben encender los focos en
fechas señaladas, 21 de febrero, 24 de octubre,... La verdad, no lo sé. Paso de los focos. La torre de forma
cuadrada ofrece 4 vistas distintas según los puntos cardinales.
Al norte, el inicio de la batalla (Bois de Caures, Bois de l'Herbebois, etc.); al este Fleury, Froideterre, la Côte du
Poivre,etc., al sur la Necrópolis de Douaumont, más a lo lejos Souville, etc. Y al oeste, el sector de Fort Vaux.
Impresionante. La vista desde esta atalaya privilegiada y permite entender mucho mejor la dureza de la batalla.
En la parte inferior de los ventanales hay la reproducción del relieve del terreno que se puede observar desde
cada uno de los puestos de observación. Este detalle permite observar con mejor detenimiento y mayor
conocimiento las zonas o sectores que se estan viendo. Me deleito con las vistas. El paisaje es realmente
conmovedor. La bruma no ayuda poco. Igualmente, la visión de la necrópolis desde las alturas es aún más
impresionante.
Bajamos. Llegamos directamente a la nave central donde reposan los restos de más de 130.000 soldados. Es
impresionante. Bajo una ténue luz color fuego deambulo por las minicapillas que albergan los sarcófagos de
granito con los restos. Esta especie de capillas marcan los diferentes sectores de la batalla de Verdun donde
fueron localizados los restos de los soldados. Sobrecogedor. Siento mucha pena. Aún ahora me emociono. Me
llegó al corazón.
Está prohibido tomar fotografías, pero no puedo evitarlo. Saco la cámara y hago un par de fotos de soslayo.
Mis amigos están igual de compungidos que yo.
Siento que Laura se pierda esto. Salgo del osario y voy hacia el coche. Arrecia la lluvia. Laura me dice que no,
que no puede más. Demasiado para ella. La comprendo, yo también estoy hecho polvo. Vuelvo.
Justo cuando estoy entrando soy testigo de un momento muy conmovedor. Un grupo de seis o siete militares
con uniforme del ejército alemán acaban de salir de la capilla. Dos de ellos no han podido reprimir las
emociones y están llorando. No es para menos, yo haría lo mismo.
Doy un penúltimo vistazo y salgo. Yo tampoco puedo más, suerte que está lloviendo...
Nos metemos todos en el coche. El silencio es sepulcral.
Tomó la ruta de Verdun. Paro en los restos donde algún día estuvo la Fermé de Thiaumont. Los demás me
esperan en el coche. Me despido en silencio del lugar. Vuelvo al coche y arranco. Frasier suspira, también le
entiendo. Ýo también llevaba dos días con ese nudo en la garganta. A veces es bueno tenerlo, sobretodo para
saber de qué material está hecho uno.
Reflexionando ahora sobre la experiencia de Verdun me sobrecogen aún determinadas sensaciones.
Verdun es punto y aparte en mi obsesión sobre la Gran Guerra. Como dije en el primer relato, la ha
acrecentado más. De hecho, estoy intentando encontrar tres o cuatro días para volverlo a visitar con más calma
y detenimiento. Visitar un lugar como Verdun proporciona cierta empatía transtemporal con los hechos y los
protagonistas. Quién lo supo mejor fue mi perro, Frasier. El Verdun de 2009 nos sume en una catarsis con el
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propio ser humano, con su estupidez infinita como diría aquel físico alemán. Verdun no una hecatombe, ojalá
hubieran sido sólo cien. Tampoco fue un holocausto, huyo del término y el concepto.
Verdun fue un acto de soberbia, de vanidad, de estultícia, de ceguera. Fue un vano sacrificio a los dioses de la
nada, para nada.
Valéry tenía razón, Verdun fue una guerra dentro de la Gran Guerra. Lo rectifico: Verdun fue el universo del
horror durante más de diez meses y una pesadilla hasta 1918. Hoy es un recuerdo del horror.
Silencio.
Me gustaría acabar este periplo con las palabras de un testigo de excepción. Como diría Pericard, "aquel que no
ha estado en Verdun, no puede hablar de Verdun". Lo respetaré y le daré la palabra a Ernst Jünger:
"Las alucinaciones visuales son aquí especialmente intensas. La visión de este mundo de ruinas agobia el
ánimo; éste intenta completar lo que falta, reconstruirlo, y llena el espacio con apariciones singulares. Y así se
alzan palacios resplandecientes, edificios claros, simétricos, o bien casas sombrías, bajas, que acechan en la
oscuridad como tabernas de mala fama o molinos derruidos; las formas fluyen, ondulan, se hunden, se
transforman en otras diferentes. La pálida luz de la luna es la que, al parecer, hace surgir esa transparente
música arquitectónica que envuelve los pensamientos y los atormenta. De las abandonadas moradas brota un
hálito triste y fantasmal; un gran lamento parece haberse quedado rezagado entre las ruinas."
Salimos a las 10.00 h. Ardo en deseos en visitar Fort Douaumont. Ana y Jordi, mis sufridos amigos también.
Laura no esconde su inquietud. No le gusta visitar estos lugares. Sabe muy bien lo que hay en ellos. Yo
tampoco le miento.
Cogemos la ruta de Souville. Primera parada: el Memorial-Museo de Fleury. Módica entrada para lo que nos
espera. Recorrido interactivo por Verdun. La explicación de la batalla en paneles es muy buena, nada
tendenciosa. En medio del memorial hay un gran diorama que intenta mostrar el paisaje destrozado de unos de
los múltiples sectores de Verdun: cascos, armamento destrozado, cráteres, alambre de espino,... Muy bueno.
Del techo del museo cuelgan dos aviones, uno diría que es un Fokker eindecker, y el otro es un francés, quizás
un Voisin, no me acuerdo.
La planta baja relata las vicisitudes de la Voie sacrée, los héroes anónimos (camilleros, territoriales, etc.),
muestra la cotidianidad de la guerra (cocinas, suministro de agua, etc.). Incluso hay exhibido un camión de
transporte de soldados y víveres. De los casi veinte mil que recorrían la ruta sagrada que unían el infierno de
Verdun con el resto del país. En el mismo espacio se exhibe armamento de los dos contendientes, enseres
personales, notas, dibujos, etc. Todo ello muy emotivo.
En la planta superior se encuentran diferentes uniformes y armamentos. Junto a la exposición permanente se
exhibía una interesantísima muestra dedicada a las comunicaciones durante la Batalla de Verdun,
especialmente al papel del teléfono y la telegrafía sin hilos. Muy interesante.
La visita duró unos tres cuartos de hora. Al finalizar pasé por la librería de la planta de entrada al Memorial. Me
volví loco. Me lo quería llevar todo. La tarjeta me frenó.
A la salida, Jordi y yo decidimos fotografiarnos al lado de un proyectil de 420. Impresionante.
Seguimos. Pasamos por delante del desierto Fleury y llegamos a Fort Douaumont. La esplanada estaba casi
vacía. Recuerdo uno o dos coches, no más. Entramos. Pagamos las entradas. Veinte euros por bigote:
Douaumont + Vaux.
Preguntamos si Frasier podía pasar, pas problème dijeron. Yo encantado, Frasier no tanto. Al dirigir la vista a mi
mejor amigo, vi que algo le pasaba. Se lo comenté a Laura que lo aupó en brazos. Frasier estaba temblando.
Cuando lo pusimos en el suelo, se echó en el suelo. Sus ojillos eran la viva imagen del terror. Cualquier que
entienda de perros sabrá que cuando uno se echa en el suelo y mete su colilla entre las piernas sabe que el
animal está aterrorizado. Frasier lo estaba. Su suplicio sólo duró treinta minutos. Los que duró la visita. Laura,
que es una santa, lo cogió en brazos y estuvo acariciándolo todo el rato.
Al pasar la taquilla dimos con el pasillo principal de la zona sur. Estábamos solos. Fuimos hacia la izquierda.
Dimos con unos parapetos construidos para evitar el fuego en enfilada. Seguimos los puntos que comentaba el
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folletín que nos dieron a la entrada. Vimos habitaciones que sirvieron de dormitorios, de letrinas y de lavaderos.
Al final dimos con la tumba alemana. En mayo de 1916 una explosión interna dentro de Fort Douaumont mató a
más de 600 soldados alemanes. Fue un accidente. Los testimonios hablan de un hornillo para el café que cayó
al lado de una caja de explosivos dentro del polvorín. Lo único seguro es que los mandos alemanes decidieron
no enterrar las víctimas en el exterior ante el acoso francés. La decisión fue taxativa: tapiaron la entrada del
polvorín sellando una enorme tumba donde yacen los restos de los más de 600 muertos alemanes. Enfrente del
muro se haya una cruz que recuerda a los Toten Kameraden, A los camaradas muertos . Impresiona y mucho. A
Frasier más, que aún sigue aterrorizado. Está claro que siente algo.
Seguimos adelante hasta llegar a la torreta del
155 donde aún se conserva la maquinaria. Giramos sobre nuestros pasos y encontramos estrechas galerías
que conectan pasillos que no pueden visitarse. Tengo tentaciones, pero no voy solo. La próxima vez lo haré. Me
lo prometo.
Laura está destemplada, no se lo está pasando bien.
A través de una serie de pasillos llegamos otra vez a la salida. Antes de abandonar el lugar, reflexiono sobre
Douaumont. Me sobrecoge pensar en lo que tuvieron que sufrir las personas que lo habitaron.
Salimos, milagrosamente Frasier recupera el andar. Próximo destino: Fort Vaux.
Fort Vaux está poco concurrido. Ardo en ganas de pisar el lugar donde aguantaron los héroes de Raynal y sus
tropas. Siete días de asedio, con las tropas alemanas acosándolas desde la superestructura, taponando los
respiraderos, sin víveres, sin agua, sin posibilidades de auxilio, sin nada y lo peor: sin esperanza. Otra vez
impresionante.
Frasier se queda en el coche. Lo agradece. Está derrotado.
La visita dura poco, no quiero agotar a mis amigos con mis historias.
Entramos en el coche. Destino: el interior del Osario de Douaumont. Última parada.
Prefiero dejar aquí el sexto capítulo. La visita al Osario y el epílogo merecen otro aparte. Fue demasiado
conmovedor.
Los dioses están con nosotros. No sé como lo hicieron, pero Frasier apareció después que lo llamara
angustiosamente. No fue fácil. Me tuve que meter por una de las dos entradas de las 4 Cheminées, caminé
unos cinco o seis metros en absoluta oscuridad hasta que al fin sentí el hocico de Frasier husmeando mi pierna.
Qué alivio. Salimos perseguidos por diablo de ese lugar.
Ya en la superfície deshicimos el camino y llegamos hasta el coche.
Arranco, próxima parada l'Ouvrage de Froideterre. Como la gran mayoría de los abrigos y estructuras
fortificadas de Verdun fue escenario de cruentos hechos de armas. Llegamos a Froideterre después de una
larga recta. El camino acaba aquí. Como Thiaumont y otros, Froideterre fue prácticamente destruida.
Froideterre acumula también un curioso récord: cambió muchas veces de manos en un cuestión de días. Al este
del desaparecido pueblo de Fleury, Froideterre se convirtió en un punto clave en los posteriores avances hacia
Fort Souville, la última defensa ante Verdun. No cabe duda que las capturas y reconquistas de esta plaza
dejaron huella.
Aparco a la entrada del recinto. Frasier a su aire. La fortificación en si tiene forma de L. Dos puertas señalan la
entrada. Nada de especial. Frasier se cuela por una de ellas. Nada grave. Entra y sale como quiere. Lo dejo a
su aire y me voy hacia la zona este donde están situadas algunas de las famosas torretas de Froideterre. Poco
queda excepto las cúpulas.
Son las 9.00 h. Decido volver a por Laura y mis amigos.
Mi intención es visitar el Memorial-museo de Fleury, Fort Douaumont, Fort Vaux y el interior del Osuaire de
Douaumont.
On verra...
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6.30 am.
Toque de diana. Paro el despertador. Me lavo la cara, cojo las llaves del coche y abro la puerta de la habitación.
Frasier ya me espera. Salimos a hurtadillas. El día se ha levantado fresco. El coche está empañado. Frasier
entra en el transportin sin rechistar. Lo pongo a mi lado. Me mira y arquea las cejas. Ya sabe donde vamos.
Salimos de Verdun. El mismo itinerario de ayer. Decididamente el día no acompaña. Frío, humedad y una fina
lluvia que cala. Paso de largo por el campo atrincherado de Souville, sigo la carretera y a unos 300 metros
detengo el coche. Una señal indica que los restos de Fort Souville se hayan a unos 400 metros en el interior del
bosque. Suelto a Frasier que se lanza a correr por la pista que lleva a Souville. Se trata de una pista bien
cuidada. A banda y banda se eleva un tupido bosque. La oscuridad del amanecer y lo feo del día nos impiden
hacernos una idea exacta del paisaje donde estamos. No se trata de un bosque ordenado. Más bien es una
maraña vegetal de árboles, arbustos y otro tipo de flora. Tampoco se intuyen ni trincheras ni abrigos, aún menos
restos de cráteres.
Caminamos al trote. Vuelvo a tener esa extraña sensación de ayer. No me gusta. Frasier lo nota. No para de
girarse para ver qué hago, no las tiene consigo. Sus ojillos delatan inquietud, parece que me pregunten si vale
la pena seguir. Yo también me lo pregunto.
Finalmente me paro, Frasier también. Se vuelve y se apoya acurrucado en mi pierna. Al fin caigo.
Llevamos unos minutos caminando por el bosque y no hemos oido un solo sonido, ni un ruido. Nada. Ese vacío
nos inquieta. Estamos en el reino del silencio, y de algo más. Ese algo lo dejo en el aire. Pero no sólo nos
inquieta la ausencia de vida, nos asusta la oscuridad. Comienzo a dudar. Frasier no duda, hará lo que yo haga.
Sigo.
A unos cincuenta metros se abre a la izquierda un claro. Suspiro profundamente. En esas me percato que he
perdido a Frasier. Rectifico, lo he perdido entre el mar de cráteres que se extiende a mi izquierda. Al final, a lo
lejos, diviso su colita como sube y baja por los restos cubiertos de césped. Me lanzo en su busca. El suelo
resbala. En una de las pendientes patino y caigo de bruces. Nada roto. Sigo, maldiciendo - eso sí - al bueno de
Frasier. Ahora que recuerdo esos instantes sonrío, pero en esos momentos no me hacía ni pizca de gracia. Lo
único positivo de las correrías de Frasier fue que me olvidé del mal rato anterior.
A Frasier lo encontré husmeando en lo que restaba de la superestructura de Fort Souville. La imagen de la
entrada era la misma que permanecía en mi retina de las postales de finales de la guerra: una entrada
semienterrada y totalmente destruida en la sólo se podía entrever algunos orificios. Pensar que alguien había
podido sobrevivir a los terribles ataques de finales de junio y principios de julio 1916 me parece increíble. Yo
diría milagroso.
La zona de Souville estuvo sometida a un castigo sin igual. De hecho, es uno de los episodios más olvidados de
Verdun. Las fuentes y los testigos, junto con los partes de guerra coinciden en afirmar que los bombardeos que
soportó la zona de Souville en los estertores de la ofensiva alemana fueron increiblemente superiores a los del
día 21 de febrero, el día D. Por ello, tengo un especial fijación en Souville.
Frasier corre, salta, huele. Me es difícil pararlo. Peor será en las Quatre cheminées ...
A todo esto y con el claro del bosque, gano en luminosidad y me pongo a fotografiar el entorno. No paro. Me
empapo del lugar y también de lluvia. Decido dar por concluido nuestro periplo por Fort Souville. Volveremos.
Desando el camino más tranquilamente, entro en el coche y coloco a Frasier a mi lado. Próxima parada: la
Tranchée des baionettes.
La carretera sigue desierta. Sigo sólo, ni un alma. A unos kilómetros y a la vuelta de una curva pronunciada
topamos con el monumentos a los supuestos caidos del 137º RI. Aparco en la cuenta de enfrente. Decido dejar
a Frasier en el coche, por si acaso. La entrada al monumento está abierta. El contraste entre verdes y grises
relaja el entorno. Lo cierto es que después de haber leído y leído sobre el tema el lugar pierde su encanto. La
leyenda cuenta que una pequeña sección del 137º RI quedó sepultada por la lluvia de obuses y explosiones a
la que fue sometida su posición. La historia real es más prosaica.
Es posible que la trinchera acogiese a algunos caidos, eso es innegable. Pero las llamadas bayonetas
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quedaron así por los soldados que las abandonaron antes de retirarse ante un embite alemán. La retirada
estratégica no es un acto de cobardía, sin embargo le resta épica a la muerte heroica de los presuntos caidos.
La leyenda se cimentó después de que tropas francesas recuperasen la posición y se percatasen de la imagen:
una trinchera totalmente cubierta de cascotes y tierra producto de un intenso bombardeo. Algunas bayonetas en
posición vertical y apoyadas en el parapetos de la trinchera hicieron el resto. La donación de un magnate
americano le pusieron la guinda. Aún así, la Tranchée des baionettes forma parte del imaginario nacional que
reina sobre el mito Verdun.
El paseo por el monumento dura pocos minutos. Vuelvo al coche.
Antes de llegar a la Tranchée recuerdo haber visto una indicación del Abri des Quatre Cheminées y de
l'Ouvrage de Froideterre. Arranco y me dirijo hacia allí.
El día se levanta, el sol no aparece. 4 grados de temperatura.
Me encuentro con las 4 Cheminées al lado izquierdo de la carretera que dirige a Froideterre. Aparco en la
misma cuneta. Frasier viene, ahora sí, conmigo. Descendemos unos metros y al poco estamos encima de un
pequeño prado lleno de cráteres repletos de agua de las últimas lluvias. El lugar seria incluso bucólico sino
fuese por lo que tuvieron que soportar los miles de soldados que se refugiaron bajo las vueltas de este abrigo.
El Abri des 4 cheminées era un refugio para las tropas que relevaban a otras o eran relevadas. Se trataba de un
punto intermedio entre las zonas de primera línea y la retaguardia. Sin embargo, el contínuo avance alemán
durante los meses que duró la batalla acabaron convirtiendo el abrigo en zona de primera línea lo que la
convirtió en objetivo de los bombardeos alemanes. Entre la superestructura del abrigo y la entrada hay unos
cinco o seis metros de desnivel. Una vez en la entrada, el nivel vuelve a descender a otros cinco o seis metros,
con lo que el grosor de las superestructura y el desnivel convierten al abrigo en un espacio casi inexpugnable.
El único inconveniente para un habitáculo de este tipo es el de la aireación o renovación del aire. De ahí las
chimeneas y el orígen de su nombre, 4 Chimenées. Las chimeneas todavía hoy visibles, aunque creo que
restauradas, son unos enormes surtidores de aire hecho de plancha fina coronados por enormes capuchones.
Frasier está sediento. Se acerca a los charcos de los cráteres para beber el rocio. En ese momento me acuerdo
del magnifíco cuadro que pinto Georges Leroux, titulado l'Enfer de Verdun, donde se observan a dos o tres
soldados franceses intentando salir de un enorme cráter que contiene los lodos de antiguos lluvias y en el que
flota algun cadáver. Todo ello aderezado con una buena dosis de gases tóxicos y de explosiones alrededor.
Parece como uno de los cuadros de Hyeronimus Bosch, pero en versión real. Quien sabe si en uno de estos
cráteres rellenos de agua donde bebe Frasier, alguno de los miles de soldados sedientos saciaron su sed...
Este sentimiento de reflexión es permanente, y asfixiante.
Frasier, como buen Terrier, lo investiga y lo husmea todo. Sin embargo, y para mi desgracia, Frasier es un
maestro en colarse en estrechas galerías y en espacio cerrados e, incluso claustrofóbicos. Es bajar al nivel de
las dos entradas al abrigo y ver desaparecer a Frasier en una de ellas. Se lanza a escaleras abajo. El estado de
éstas es pésimo, semirotas, llenas de cascotes y muy peligrosas, al menos para bien. Frasier la bajó de
maravilla. A todo esto me encuentro en que mi perro se ha metido en un agujero oscuro, en el que está
prohibido entrar y en el que no es, para nada, seguro permanecer. Lo peor es que Frasier no acude a mi
llamada.
La emoción fue in crescendo, y aunque el frío húmedo comenzaba a calarme los huesos, me sentía más vivo
que nunca. Pasear por trincheras donde miles de héroes anónimos habían sufrido lo insufrible me superaba en
todos los sentidos. No fue un paseo frenético, el lugar me producía un enorme respeto. Cierto que las trincheras
en los aledaños de Souville no son de las mejor conservadas, para eso hubiésemos tenido que ir a las llamadas
trincheras de Londres, pero era más que suficiente para hacerse una idea. La hojarasca de color ámbar cubría
las zanjas, y un ramaje dispuesto de forma caótica le daba una apariencia siniestra, como si más allá de la
maraña se encontrase un túnel del tiempo por el que nos pudiésemos trasladarnos a 1916.
De hecho, y ahondando en esta idea, decidí perderme por unos instantes y sumergirme en la espesura del
bosque. Era tal la densidad de árboles y follaje que la vista tardó en acostumbrarse a la luz mortecina del
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ocaso. Entre la penumbra, me adentré en la silenciosa inmensidad del bosque. Era un bosque extraño, no sólo
por la caótica disposición de los árboles sino por su silencio. Un silencio total. Ni un pájaro, ni un chasquido de
ramas, nada. Como si en el bosque se hubiese hecho el vacío, mi presencia era del todo inoportuna. No fue la
última vez que tendría esa sensación. Durante el periplo, Frasier se comportó de forma rara: no se separaba ni
un palmo de mi. Quizás se pueda pensar que es una costumbre habitual en los canes, pero los que disfrutamos
de su compañía sabemos que éstos suelen ir absolutamente a su aire en un entorno boscoso. Aún con más
razón si se trata de perros cazadores o terriers como es el caso de mi perro.
Ahora lo recuerdo con una mágica mezcla de risa y absoluto afecto, pero hubo momentos en ese breve lapso
de tiempo que el perro y nos observábamos preguntándonos que narices hacíamos ahí. Su mirada delataba
una precaución inquietante. Al poco decidí pararme y echar un vistazo con más detenimiento a mi alrededor. No
había un solo claro, y nos encontramos curiosamente rodeados de zanjas que se cruzaban entre si. Al pensarlo
caí en la cuenta de que estábamos en segundas o terceras líneas de trincheras y que los cruces eran los
ramales de comunicación. La sensación fue fantástica, pero el extraño temor no desaparecía. Al poco y como la
corneta del 7º de caballería, sonó la voz de Laura preguntando donde estaba. No lo dudamos, nos giramos y un
poco al trote volvimos hacia ella y nuestros amigos. Mentiría si dijese que no sentí una ligera sensación de
alivio. Al verme, Laura me preguntó que ocurría, quizás mi cara delatase un poco de susto. Le dije que nada,
sólo que fue muy impresionante. Curiosamente, el bueno de Frasier fue el primer en entrar en el coche. Puede
que tuviese frío, aunque no lo creo.
Me quedé con el sitio y me prometí volver al día siguiente.
Otra vez en ruta, seguimos la boscosa carretera que lleva al campo de batalla de la orilla derecha: Douaumont,
Thiaumont, Fleury, Damloup, Froideterre, Vaux, etc. A 300 o 400 metros a mano izquierda se yergue el
Memorial de Verdun, donde en 1916 se encontraba el malogrado pueblo de Fleury. Fleury, como otros pueblos
de la zona, desapareció literalmente de la faz de la tierra producto de los brutales bombardeos alemanes y
franceses por hacerse con este preciado pedazo de tierra. No paramos, pero decidimos visitarlo al día
siguiente.
Seguimos las indicaciones de la carretera y nos decantamos por Fort Douaumont. Pero en el camino topamos
con uno de los monumentos más impresionantes de la zona: el Osuario de Douaumont que se yergue casi en el
mismo lugar donde estaba la famosa Fermé de Thiaumont. Quisimos parar, pero la parte derecha de la
carretera -delante de la necrópolis- era un seto contínuo, precioso, de una serenidad colosal. Al final de la recta,
casi en el recodo antes de una curva encontramos un pequeño espacio para dejar el coche. Curiosamente, en
ese recodo y a un nivel inferior se encuentran los restos del Abri 320.
Me sentí confuso ya que dos grandes chimeneas señalaban el límite del espacio y por un momento pensé en el
gran abrigo subterráneo de las 4 Chimenées. El Abri 320 es un espacio de media ha. de terreno, como no,
plagada de enormes cráteres que hacen de su paseo un montaña rusa. Durante unos diez minutos paseamos
por la estructura superior del Abri 320 hasta que decidimos franquear la carretera y dirigirnos hasta la parte
inferior de la necrópolis de Douaumont que se encuentra en la parte inferior de una vertiente que culmina en el
siniestro edificio del Osuaire de Douamont.
Verdun.
Cualquier persona con un mínimo de recorrido histórico habrá oido hablar de ese lugar. Si la persona se
interesa por la Gran Guerra, Verdun es cita obligada. Si esa misma persona lleva interesada en Verdun más de
veinte años, se trata de una peligrosa obsesión.
Vencer las obsesiones es enfrentarse a ellas. En el peor, o mejor de los casos siempre se sucumbe a ellas. Y
esa fue mi historia. Me enfrenté a Verdun y perdí. Pensaba que una vez allí el mito iría decayendo hasta formar
parte de esos miles de recuerdos que invaden nuestros baúles. Pero sucedió al contrario. La obsesión cobró
vida y renació, y ya de vuelta del infierno planeaba el retorno al abismo. Para mi suerte, o desgracia, no pasa
un día en que no me acuerde de lo que allí vi y sentí.
Esta es la crónica de un viaje al infierno mudo.
A finales de agosto y pensando en unos días de descansando, Laura y yo convenimos en salir del mundanal
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ruido y de la humedad bochornosa de Barcelona. El objetivo estaba claro: huir del calor y buscar las suaves
brisas del incipiento otoño del norte. Así, que uniendo varios cabos (frescor, descanso y buena gastronomía)
nos llegó la visión: el norte de Francia. Pensé en unos vinitos de Borgoña, quizás algunas catas por la
Champagne y, como no, Verdun. Mi subconsciente había elegido el destino.
Esa misma noche, durante una cena con una pareja de amigos salió el tema del viaje. Al poco de hablar y
gracias a los efluvios de un buen vino, los amigos ya se habían apuntado y partíamos dos días después. Laura,
esta pareja de amigos, mi inseparable Jack Russell (Frasier) y el que escribe.
Primera parada: París. Tres días después Reims y esa misma tarde, sobre las cinco, llegamos a Verdun.
La primera sorpresa - incluso para mí - fue encontrarnos con una hermosa ciudad de pequeñas dimensiones. El
primer recordatorio fue el río, la Meuse. Serpenteando por la ciudad es atravesado por varios puentes. Nosotros
la cruzamos por el que lleva a la famosa Porte Chaussée, eterno icono de Verdun en postales y sellos de la
ciudad. Los muelles estaban perfectamente cuidados, limpios y repletos de curiosas barcazas de recreo
amarradas. Al ver la Porte Chaussée me desperté de un largo letargo embrutecedor y me di cuenta de que
estaba ya en Verdun. Casi imposible pero así era.
Aún muerto de hambre y exhausto, me moría por ir a los campos de batalla: Douamont, Vaux, Froideterre, Fort
Souville, el ravin de la Mort, de la Dame, subir a las pequeñas colinas, meterme en las trincheras, en fin divisar
el paisaje de unos de los lugares más célebres de la Gran Guerra.
Eran más de las seis, el día comenzaba a morir, pero yo y mis cuatros amigos pusimos rumbo al infierno, un
infierno de infinitos matices verdes.
Cogimos una carretera al este de Verdun, avanzamos unos quinientos metros y casi al salir de la zona urbana
encontramos un desvío a la izquierda que nos llevó colina arriba. Subimos, y al final de la cuesta pudimos
contemplar la inconfundible silueta de la catedral de Verdun. Fue tal como la imaginaba.
A partir de ahí pareció como si canviásemos de latitud: la tarde se volvió sombría y la carretera, que estaba
flanqueada por interminables filas de coníferas, nos conducía a otra dimensión. A esta sensación se le sumó la
solitud, estábamos solos. No nos cruzamos con nadie. Al poco una profunda conmoción comenzó a adueñarse
de mi. Me sentí como un profanador, como Karloff en Ladrón de cadáveres. Pisábamos un lugar semisagrado, y
la sensación no me dejó hasta abandonar Verdun. Flotaba un halo de misterio, algo de estremecedor y no fui el
único en sentirlo. Al día siguiente, un gran amigo sintió lo mismo aunque lo pasó peor.
De vuelta a la carretera, y recorrido aproximadamente un kilómetro, encontramos una desviación a la izquierda
que señalaba la localización del Massif de Souville. Los cruentos y decisivos combates de junio y julio del 16 me
obligaron parar. Entré en el desvío, paré el coche y descendimos. Qué impresionante .... !!!
A banda y banda de la carretera, incluso en una pequeña isleta entre la carretera principal y la desviación a
Souville se encontraban, en buen estado, un grupo de trincheras que transcurrían en forma de zig-zag en
paralelo a la carretera. No pude evitarlo, algo me empujó a entrar. Los que me quieren y me conocen me
explicaron dos días después que en ese momento me transformé, que algo me ocurrió, como si algo o alguien
me hubiese poseido. Dicen, incluso, que me cambió el gesto y que mis ojos brillaban con especial viveza. Ahora
que lo dicen y mirando las fotos, tienen un poco de razón.
Una vez en las trincheras comencé a pasear por ellas ajeno totalmente a Laura y mis amigos. Sólo me
acompañaba Frasier, que lo olisqueaba todo con una ansia desaforada. Al día siguiente comprendí que a
Frasier lo habían superado igualmente las circunstancias, aunque quizás algo más.
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No hay duda de que la batalla de Verdun fue uno de los peores durante la Gran Guerra, no sólo por la crueldad
de la lucha sino por el simbolismo de la misma para ambos contendientes. El enemigo utilizó todos los medios a
su alcance para aniquilar al adversario: artillería pesada en números hasta ahora desconocidos, gases
mortales, lanzallamas, bombardeos aéreos selectivos y, minas acuáticas. Sí, la batalla de Verdun tuvo también
su escenario acuático. Fue una batalla por tierra, río -el Mosa- y aire. La lucha hasta ahora poco conocida en
Verdun, al menos por el que escribe, también tuvo su protagonismo en forma de sabotaje. El ejército alemán
aprovechó su dominio en las partes más altas del río para lanzar a éste artefactos explosivos (minas) que
perseguían destruir y aniquilar los puentes o estructuras que permitían el flujo de tropas francesas entre las dos
orillas. El minado del Mosa respondía más a operaciones de hostigamiento que de un planteamiento estratégico
en si. Fue Agustí Calvet (Gaziel), prestigioso periodista y escritor, el que durante su corresponsalía para La
Vanguardia en Paris durante la Gran Guerra informó de ello. De sus múltiples crónicas para el diario fervientemente acogidas por el público -, la editorial Estudio decidió aglutinarlas en forma de libro. Es
precisamente en uno de esos libros, El Año de Verdun (1916), en el que se informa de esta peculiar forma de
guerrear del ejército alemán en Verdun.
El pasaje en el que se menciona el episodio de la mina es este:
"Media hora después de abandonar la carretera de Bar-le-Duc a Verdun, y de habernos introducido por la
soledad de un estrecho sendero [...] llegamos a las orillas del Mosa. Sobre la corriente del río están tendidos
seis puentes paralelos de barcas.[...] Pasamos a la otra orilla, andando sobre uno de los puentes, y al tocar en
ella suena explosión formidable, ensordecedora. Los montes que cierran a ambos lados el cauce del río,
retumban sacudidos por la conmoción del aire. Volvemos, de instinto, los ojos hacia el lugar donde sonó el
estampido, y divisamos un chorro gigantesco de agua brotando del fondo del cauce, a doscientos pasos de
nosotros, en medio de un tranquilo remanso entre los innumerables que el Mosa forma por aquellos parajes. La
tromba se levanta a una altura prodigiosa, y luego cae en peso, desplomada, salpicándonos el rostro de rocío.
Todo vuelve a su aspecto primero. Los excursionistas nos miramos con inquietud. Ninguno de los soldados
esparcidos por ambas orillas parece fijarse siquiera en el raro fenómeno. ¿Se tratará de una granada alemana?
Nuestro guía nos explica el suceso. Lo que acaba de reventar en el agua no es una granada, sino una mina. El
enemigo, que está instalado más arriba del curso del Mosa, en las cercanías de la selva de Apremont,
acostumbra a lanzar de tiempo en tiempo artefactos de esos, con la intención de desbaratar las comunicaciones
entre ambas orillas del río. La corriente se encarga de empujar las minas flotantes, y de empujarlas hacia
Verdun. Pero los franceses han dispuesto, para librarse de ellas, una suerte de barreras, diques y pontazgos,
contra los cuales las minas vienen a estallar inútilmente. Estas vallas están compuestas de series paralelas de
estacas, empotradas en el lecho del río o flotando sobre la superfície, unidas entre sí por fuertes alambradas a
manera de jarcias, que sostienen un muro de sacos atiborrados de arena. Los soldados no hacen caso ya de
esos alarmantes fenómenos que la explosión de las minas producen, porque menudean de continuo. De suerte
que, al cabo de unas cuantas explosiones consecutivas y espaciadas, los soldados se dicen: "Si el enemigo no
miente, debe estar ya por caer la suspirada hora del almuerzo"..."
8/22
Gaziel. El Año de Verdún (1916). Barcelona : Estudio, 1918, pp. 22-23.
Una de las características más emblemáticas y originales de la Gran Guerra fue la difusión que de ella se hizo a
la sociedad civil, tanto de las naciones en guerra como de las neutrales. El papel que tuvieron los medios de
comunicación en el seguimiento del conflicto fue absolutamente innovador, en lo que a forma y creación de
discurso se refiere. La guerra interesaba a todo el mundo, bueno a casi todo, y esa curiosidad fue aprovechada
por los medios y sus grupos de presión para crear un estado de opinión acorde a sus intereses. La guerra,
sobretodo en las naciones neutrales, fue observada desde una posición de voyeurismo morboso.
La prensa española, a través de sus laboratorios de ideas y corresponsales, no sólo ofreció esa carnaza, sino
que sus redacciones lidiaron a diario para ofrecer a sus lectores habituales y a los potenciales esa historieta o
curiosidad que los hiciese decantar hacia su pizarra. No fueron sólo los redactores los que hicieron ese papel de
acomodador, otros agentes llevaron al público hacia la púrpura platea de la guerra. Otro gran transmisor fue la
publicidad. Fueron múltiples las empresas que aprovecharon las vicisitudes de la guerra y sus intereses
comerciales para tentar al público con andanzas que cubriesen el cupo de la innata curiosidad humana. Quién
dijo que la publicidad tiene sus límites. Desde una óptica actual y ciegamente presentista se corre el riesgo de
criticar tales prácticas o técnicas. Pero es que acaso no era más cruel esa guerra industrial que había
sorprendido a todos, soldados y civiles, por su inusitada y desconocida crueldad?? La publicidad se puso a su
nivel. La publicidad respondía a ese ávido impulso de las nuevas sociedades de masas que ya no entendían ni
de pudor ni de respeto. Quiénes de los que leían ávidamente las noticias no imaginaban impresionantes
ofensivas y crueles batallas no muy lejos de sus seguros hogares? Quién no había oído hablar de la
impresionante y heroica batalla de Verdun? Así que si Verdun querías, Verdun tendrás y eso fue lo que la
publicidad ofreció. Nada más y nada menos.
Una de las conclusiones más interesantes del anuncio de la Sociedad Boulu no fue el traspasar los presuntos
límites deontológicos de la publicidad, aumentando la innata y morbosa curiosidad humana –que la había-, sino
el de mostrarnos esa idea tantas veces recurrente de la guerra breve y pasajera. La Sociedad española Boulu
planificó los viajes a Verdun a la espera de que el desenlace de la guerra no se alargase lo suficiente como
para perder el interés. Por si acaso, despenalizó las cancelaciones en caso de avisar quince días antes ¡!
La primera vez que vi el anuncio asomó en mi una tierna sonrisa. Se trató de un gesto de complicidad, de
lástima ante ese mundo que murió y que no volverá jamás. Cierto que el impacto en un lector actual no es el
mismo, ya que conocemos el desenlace de la historia. Pero no deja de ser curioso que el ciudadano de esa
época pensase en términos de días o semanas cuando pensaba en la finalización de un conflicto como fue la
Gran Guerra. Ese pensamiento de una guerra fugaz reflejaba la idea de una sociedad inocente que calculaba
en términos de inmediatez los profundos cambios de la historia. Ese mundo murió, el mundo de ayer, el de los
abuelos de Zweig.
Bendita publicidad, santa inocencia.
9/22
Lefebvre, Jacques-Henri. Verdun : La plus grande bataille de
l'histoire raconté par les survivants. Verdun : Éditions du
Memorial, 1996. 507 p. Verdun: la plus grande bataille de
l'histoire es un logrado ejercicio de síntesis y compilación sobre
la primera batalla de Verdun, febrero-diciembre de 1916. La
obra, extensa -más de quinientas páginas-, combina
perfectamente la narración histórica de los hechos con cientos
de testimonios e historias de soldados y oficiales franceses que
participaron en ella. La exposición de los hechos no es aséptica,
al contrario. La pluma de Lefebvre apunta y dispara
continuamente hacia los culpables de los errores cometidos
antes y durante la batalla. No duda en acusar abiertamente a
todos aquellos que se vieron envueltos e implicados en los
graves errores de Verdun, como el desguarnecimiento de las
fortificaciones del sector (Région Fortifiée de Verdun), la cadena
de errores que permitieron la ocupación alemana de Fort
Douaumont que costaría, según Lefebvre y otros historiadores,
la muerte de más de 100.000 soldados, el fallido contraataque
de mayo contra Fort Douaumont, etc. Tampoco se muerde la
lengua al tildar de terrible incompetencia la decisión del Grand
Quartier Général de abandonar las posiciones francesas en el
sector de la Woëvre, al este de Verdun. Pétain en su Bataille de
Verdun también lamenta la retirada de la Wöevre, aunque su
estilo sea más comedido que el de Lefebvre. A ninguno de ambos les faltó razón, la decisión de retirarse de las
posiciones de la Wöevre respondió más a razones de urgencia que de estrategia. Con el abandono de la
Wöevre, Verdun se convirtió aún más en un saliente.
Desde un punto de vista conceptual, la estructura narrativa de la obra sigue el hilo cronológico de la batalla y de
los principales sucesos (21 de febrero, caída de Fort Douaumont, los ataques alemanes en ambas orillas, Fort
Vaux, etc.). A un nivel más formal, se entremezclan perfectamente los detallados datos de unidades,
movimientos y número de bajas con la inclusión de estremecedoras y terribles vivencias de los soldados. El
testimonio prima sobre la historia y el subtítulo de la obra no es una casualidad. Se trata de una historia
contada por los supervivientes. Este rasgo junto con la inclusión de numerosas e inéditas fotografías y el
marcado carácter crítico de las opiniones de Lefebvre son las características más notorias del libro. El autor no
deja un palmo de Verdun sin escrutar, aunque algunos aspectos estén descritos de una forma más superficial
como es el caso de la guerra aérea sobre Verdun. El Verdun de Lefebvre es el Verdun de la infantería, el
Verdun del poilu. La historia del poilu de Verdun es la historia de un martirio en la que el soldado francés , y
también, va pasando por todas la estaciones del Calvario. El autor logra transportarnos a las miserias y
penurias del soldado a través de las palabras de los propios protagonistas. Palabras que describen el miedo, el
dolor, el sufrimiento y la barbarie a la que se vieron sometidos todos aquellos hombres que participaron en la
batalla de Verdun. El lector, ante tanto horror, se sumerge en una catarsis de misericordia y piedad por unos
hombres que lucharon y murieron entre la nada y el infierno. La dura digestión de una obra de este tipo conduce
a numerosos interrogantes: Cómo puede el hombre sobrevivir a tanto horror? Qué empuja a los soldados a
seguir manteniendo las posiciones, cuando el enemigo arrasa todo a su paso y la muerte es segura? Dónde
está el límite de la obediencia? Verdun, y de ello se encarga perfectamente Lefebvre de recordárselo al lector,
fue una epopeya del horror, el infierno en su versión más terrenal. Canini en su obra Combattre à Verdun
muestra una de esas paradojas: "en el fragor de la batalla, la artillería desenterraba a los muertos y sepultaba a
los vivos". Las fuentes de la obra son ingentes, quizás tantas, que el autor ha declinado citarlas en un apartado
de notas o bibliografía. Quizás éste sea el único punto negro de la obra: la inexistencia de una bibliografía
académica. Lefebvre, sin embargo, bebe hasta saciarse de las obras de Jacques Pericard y de los coroneles
Marchal y Grasset. Concluir que el Verdun de Lefebvre no deja a nadie indiferente. No es un Verdun más.
Perfectamente documentada cumple a la perfección su objetivo: describir el horror de, quizás, la batalla más
dura y cruel de la historia.
Todo un homenaje a los héroes de Verdun.
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La batalla de Verdun es de los episodios bélicos de la historia reciente que más literatura han generado. Sobre
ella y sus consecuencias se ha escrito desde el primer momento, desde la misma trinchera, pero también
desde el despacho y sobretodo desde la tranquilidad del hogar reencontrado. La bibliografía sobre Verdun es
múltiple y diversa. Abarca desde tratados militares a las guias Michelin, de historias de unidades a libros
escolares, y de libros-postales hasta cientos de testimonios de soldados y oficiales que participaron en ella.
Éstos escribieron, siempre, desde la amarga y dura experiencia del abismo. Todas sus historias, las suyas
propias, tienen un denominador común: la descripción de la interminable pesadilla, del infierno, de la carnicería,
del apocalipsis. El horror, el miedo a morir, la inseparable presencia de la muerte, el lodo omnipresente y la
contínua visión de las naturalezas muertas junto con el contínuo olor a podredumbre procedente de los
cadáveres y otras penalidades son el imaginario recurrente en todos los testigos de la barbarie.
Sin embargo, compartiendo anaquel con las vivencias terribles coexiste el tratado militar. Este tipo de fuente
proporciona información más racional y ordenada, basada en datos y cifras contrastables, sin apasionamientos.
Por todo ello, un estudio detallado de los libros de historia militar sobre Verdun ofrece un universo, más racional,
más lógico, pero aún así, no exento dudas o lagunas. Quizás no se trate de grandes dudas, pero sí de
pequeños interrogantes que llevan al estudioso a sumergirse aún más en el Verdun como acontecimiento
histórico único, o como lo llamaría el poeta Paul Valéry "Verdun, c'est una guerre tout entière insérée dans la
Grande Guerre.., una guerra dentro de la Gran Guerra.
En el análisis de la batalla de Verdun abundan las certitudes y los hechos palmarios. Pero una nueva y
concienzuda interpretación de los hechos podría proporcionar otras casuísticas o conclusiones.
La historiografía de todas las latitudes ha repetido y ha corroborado hasta la saciedad que el Grand Quartier
Général francés erró en el desmantelamiento del sistema defensivo de la region de Verdun (decreto de agosto
de 1915) ; desoyó las amenazas de un ataque alemán en la zona de Verdun aún bajo la presión de las
informaciones proporcionadas por la oficina de información de l'Armée (2e Bureau) y de los incontables
prisioneros alemanes que alertaban de una gran ofensiva ; abandonó -quién sabe porque- la defensa activa de
la Région Fortifié de Verdun (construcción de puntos fuertes y trincheras) ; hizo caso omiso a las peticiones de
algunos de los mandos sobre la falta palmaria de armamento y recursos humanos, y un largo etcétera de faltas
que explican gran parte de los éxitos alemanes en los primeros momentos de la batalla. Uno de los ejemplos
más notorios de la incompetencia de los mandos en el tema Verdun fue la pérdida de Fort Douaumont. Sobre la
caída de Douaumont, la historiografía francesa, en muchos casos, ha corrido un tupido velo para evitar señalar
a los culpables y así pedir explicaciones. Pero otros historiadores como Lefebvre o Pericard recurren
claramente a señalar a determinados mandos de suma incompetencia e irresponsabilidad, culpándolos en
primer lugar de ocasionar, con su falta, la muerte de más de cien mil franceses. Curiosamente aquí comienzan
algunos de mis interrogantes, Canini en su Combattre a Verdun comenta que los mandos, ante la amenaza
latente de un ataque alemán a gran escala decidió enviar a la zona de Bar-le-Duc a unos 70 kilómetros de la
línea de frente dos de la mejores divisiones de infanterías de l'Armée (7ª y 20ª DI). La 20ª, al mando de
Balfourier, era llamada la División de hierro.
La pregunta que surge es:
El GQG envió a ambas divisiones de reserva para evitar que el golpe -ya previsto- fuese menor, y así tapar la
herida antes del desangre?
Sabían realmente del ataque los mandos del GQG? Con la hipótesis plausible de que la conociesen,
consintieron la gran ofensiva alemana en vistas a un ataque conjunto aliado en verano de 1916?
Chantilly sirvió para planificar la ofensiva aliada en el Somme, y una vez iniciada la batalla de Verdun sirvió para
sus objetivos ulteriores?
El Somme alivió a Verdun, o Verdun facilitó el Somme, con miles de tropas alemanas atrapadas en las
trincheras de Verdun?
Resumiendo, fue Verdun un cebo?
Esta serie de interrogantes plantean o animan a otra lectura de los hechos o a su reafirmación. Sin embargo,
los verdaderos misterios de Verdun residen en las decisiones estratégicas del Alto Mando alemán en relación al
planteamiento ofensivo.
Los dos interrogantes inconclusos son: Por qué no se decidió atacar sobre las dos orillas del Mosa, y en cambio
se permitió a la artillería francesa atacar el flanco derecho del ataque alemán desde la Côte 304 y MortHomme, lo que restó a los primeros instantes del ataque sus mejores perspectivas de éxito? Pura
incompentencia??
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Por otro lado, queda claro que la no-destrucción de los puentes del Mosa en Verdun y dejar intacta la Voie
Sacrée respondía, en los primeros tempos de la ofensiva, a la intención de mantener el cordón umbilical de
Verdun con el resto de Francia para así poder convertir el campo de batalla en una picadora.
Pero la gran cuestión es: Constatado por el Alto mando alemán que Verdun ya era en abril una picadora de
carne alemana, por qué no destruyeron la única vía de avituallamiento de víveres, tropas y municiones??
La aviación alemana era incapaz de bloquear el tránsito en una via tan frágil como la Voie Sacrée? Por qué su
mantenimiento? ...
Reflexionemos !!
Brown, Malcolm. Verdun 1916. Tempus, 2003.
Una visión panorámica y periférica del libro, sin entrar en
detalle, concluiría que no añade más de lo mismo, o de lo
que ya sabemos. Ésta podría ser una muy breve y quizás
injusta reseña. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos
detalles de suma importancia que pueden explicar la
génesis del libro y sus contenidos: 1) el mejor libro en
inglés sobre Verdun está a punto de cumplir los 50 años,
el libro de A. Horne, The Price of glory salió en 1962 ... 2)
y lo más importante, el Imperial War Museum está detrás
de la edición del libro de Brown ... O lo que es lo mismo, el
mundo británico y anglosajón no puede permitirse tanto
silencio sobre quizás la batalla más notoria de IGM.
Tampoco hay que olvidar que Malcolm Brown tiene o tuvo
una estrecha relación con el IWM. Detalles crematísticos
aparte, que ofrece el libro?? La verdad???
Sinceramente?? Ninguna novedad en cuanto a contenidos
inéditos.
No obstante, Brown aporta una frescura narrativa que no
ofrecía Horne, y que, por supuesto, tampoco ofrecen los
franceses - me refiero a Lefebvre y Pericard - que aún
siendo los mejores en cuanto a análisis militar, su estilo es
denso y cansino, a pesar de la multitud de testimonios que ofrecen. Verdun 1916 es una obra de divulgación
llana y simple, con la vista puesta -exclusivamente- hacia el público británico, pero una admiración exquisita
hacia todo lo relacionado con Francia y Verdun - desgraciadamente no muy habitual en la literatura británica, si
exceptuamos a Liddell Hart y algún otro. Su lectura es amena, tranquila y sencilla. Se trata, en definitiva, de un
revisited. Aún así, tiene cosas sorprendentes: ni una sola cita ni a Lefebvre ni a Pericard. Podría parecer un
gesto más que un guiño, sobretodo por las derivas políticas de ambos. Afortunadamente, en cambio, cita a
Pétain, si no lo hubiese hecho quizás la lectura habría acabado antes ... El libro tiene detalles curiosos: poco
grafismo o cartografía, referencia exclusiva a la batalla, no aburre con estadísticas o nombres de regimientos,
quizás abusa en el testimonio y excluye - creo conscientemente - el apartado político, que yo agradezco y que
en cambio aborrezco de Horne. Se vende en numerosas librerías y su precio en el IWM es de poco más de 12
euros. Dentro del desierto en lengua inglesa sobre Verdun el libro es un soplo de aire fresco. Interesante.
Ravitailleur de Verdun, Georges Leroux
12/22
Lo más duro, lo peor de todo era ser camillero. Se trataba de militares encargados de la recuperación y
transporte de los heridos, que permanecían en el campo de batalla, a las trincheras y a los puestos de socorro.
Al principio de la contienda, los encargados de estas tareas eran los músicos del regimiento. Más tarde, debido
a la bajas, se usó a las tropas de reserva, y de entre éstas los más viejos o desahuciados, al menos en l’Armée.
A las tropas en avance no se les permitía parar y auxiliar a los heridos. Todos los heridos eran transportados a
un puesto de socorro, en la trinchera, o en algun punto situado dentro del sector si se producía un ataque o
avance. Algunos de los heridos podían dirigirse por su propio pie, pero la mayoría tenían que esperar a que les
llevasen los camilleros, y si se tiene en cuenta que en cada compañía solían haber cuatro camilleros las
esperas podían eternas y terribles para el herido lo que le empujaba a deslizarse a los cráteres producidos por
los obuses, pero a menudo estos estaban inundados de lodo y agua lo que provocó que muchos heridos
muriesen ahogados. La desesperación en la espera era tan terrible que se cuentan historias de heridos que
llegaron a sus líneas después de haber estado reptando por el fango y el lodo durante días. Otros no tenían
tanta suerte y tenían que esperar hasta más de diez días para ser localizados y transportados a un puesto de
socorro. Al reducido número de camilleros había que añadir el estado del terreno, y sobretodo el medio de
transporte del herido. En el caso francés, las carretas de dos ruedas que eran el principal medio de transporte
para los heridos en otros sectores franceses resultaron totalmente inútiles en el sector de Verdún y también en
Passchendaele. Las montañas de escombros, los miles de cráteres y el barro entre otras razones así lo
mostraron. A la difícil orografía del terreno y la continua mortandad entre los mismos, los camilleros se vieron
privados de la ayuda de los perros que olisqueaban a los heridos, y es que estos valientes animales se
asustaban terriblemente de las detonaciones de los obuses y huían despavoridos. En condiciones óptimas dos
hombres podían transportar a un herido en una camilla, pero en condiciones metereólogicas adversas (lluvia,
nieve y otros elementos) se necesitaban cuatro hombres para levantar una camilla y el herido. Los camilleros,
aparte de caminar por un terreno fangoso y resbaladizo, tenían que evitar cualquier golpe o obstáculo que
agravase el estado del herido. El dolor producido por algunas heridas era tan terrible que, a menudo, los
heridos morían de shock. Una de las razones por la que los camilleros, o musiciens-brancadiers como se les
llamaba en l’Armée, causaban tantas bajas era porque no podían tirarse al suelo cada vez que oían una
detonación o intuían el sonido de un obús caer cerca, como sí hacían los enlaces o los cuistots-hommes-soupe.
Su tarea era enormemente peligrosa sobretodo por la progresiva desaparición de las treguas destinadas a
permitir recuperar los heridos. Sus jornadas eran durísimas, el gran número de bajas los llevaba a los límites de
la resistencia humana. Y a pesar de sus sobrehumanos esfuerzos, eran muchos los heridos que perecían en el
campo de batalla, al haber sido imposible evacuarles. Por esta razón, los poilus franceses sabían que una mala
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herida los condenaría a una muerte segura. Ello no es excusa para honrar y rendir un solemne tributo a
aquellos que dieron todo su valor y esfuerzo, muchos su vida, en un acto de autosacrificio por sus compañeros.
Testimonios:
a) Sargento Robert McKay, camillero de la 109a unidad de ambulancias.
"6 de agosto. Hoy ha sido horrible, me obligaron a llevar algunos heridos al cementerio y a permanecer allí
viendo como morían sin recibir ningún tipo de auxilio médico. Lo peor es que muy a menudo no les podemos
ofrecer ni agua.
7 de agosto. Transporte de heridos arriba y abajo durante todo el día. Condiciones deplorables, todo es un
cenagal. Son necesarios seis hombres para una camilla. El barro en algunos puntos nos lleva a la cintura.
14 de agosto. Mientras una partida de camilleros transportaba a un herido, un avión se lanza en picado y los
bombardea deliberadamente. El enemigo bombardea a los camilleros constantemente.
16 de agosto. En un ataque, la infantería capturó dos casamatas de hormigón y un par de trincheras pero a un
coste terrible. Es un crimen ordenar el ataque contra ese tipo de fortificaciones en este terreno fangoso. Muchos
de los heridos caídos, o bien quedaban cubiertos de barro hasta el ahogo o acababan deslizándose en los
cráteres repletos de agua a punto de ahogarse antes de que los rescatasen. No hemos parado de trabajo desde
el día 13. Los camilleros están completamente deshechos.
19 de agosto. No he podido dormir desde que llegué el día 13. Sólo la 109º de ambulancias ha recogido unas
treinta bajas entre muertos, heridos y gaseados de un total de cien que fueron al ataque... 3a batalla de Ypres
(Passchendaele), 1917
b) Harold Chaplin, camillero, escribió una carta a su madre el mayo de 1915.
"[...] Fuimos necesarios seis para llevar a un hombre. No puedes hacerte la idea del cansancio físico que
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supone transportar un peso muerto durante unos cientos de metros a través de los campos cenagosos [...] "
c) Anthony Eden, de patrulla por la noche, descubrió un herido en la Tierra de nadie
"Estábamos a unos cuarenta metros de nuestras trincheras, cuando oímos lo que parecía un lamento a mi
mano izquierda. Señalé a los demás el lugar y fuimos a investigar. Allí encontré a Harrop en el borde de un
cráter poco profundo. Estaba desangrándose de una mala herida de bala en el muslo. Dos fusileros trataron de
ayudarlo. Harrop, aún muy débil al haber perdido mucha sangre, estaba tranquilo y con ánimo. Al ponerle un
torniquete insistía, "Más prieto, más prieto, que sino me desangraré". Si quería tener algun posibilidad de
salvarse, teníamos que volver prestos a nuestras líneas. Pero la cuestión era cómo. Los disparos eran más bien
esporádicos, pero al agacharme al lado de Harrop comprendí que debíamos contar con una camilla si
queríamos sacarlo de ahí antes del amanecer. Lo comenté, y uno de los jóvenes fusileros que estaban con
Harrop se ofreció voluntario para traerla. Pocos minutos después estaba de vuelta con una camilla y un
compañero. Se nos unieron sin ser vistos por el enemigo. Luego vino lo difícil. Sólo teníamos unas decenas de
metros, pero aún así y agachados era imposible llevar a Harrop. Teníamos que levantarlo, nos arriesgamos y
así lo hicimos. No sé sí esa noche el enemigo nos vió y nos perdonó o si fue la ténue y parpadeante luz la que
nos salvó".
d) Oliver Lyttelton, carta al hogar (21 de junio de 1915) "Todo era un mar de barro y fango, pero una imagen
permanece incoherente en la memoria: nosotros, los camilleros, caminábamos hundidos en el barro, cayendo
en los cráteres, perdiendo la ruta, empapados y cansados nos sentíamos absolutamente impotentes. Pero
hicimos el trabajo. Todos los heridos, incluidos algunos de los Scots Guards caídos hacía dos días, fueron
transportados y la mayoría de muertos, enterrados. Algunos - creo que tres - murieron antes de que pudiésemos
llevarlos a algún puesto de socorro. Son necesarios cuatro hombres y cuatro horas para llevar a un herido al
puesto de socorro. Parece increíble, pero es imposible hacerse una idea de la dificultad que conlleva el
transporte, incluso libre de estorbos y de peso propio. Una milla por hora es una buena media ..."
e) Cuando en septiembre de 1914 Lord Kitchener, ministro de la guerra inglés, expulsó a los periodistas del
frente occidental, Hamilton Fyfe, que trabajaba para el Daily Mail, se incorporó a la Cruz roja como camillero.
"Debido a la expulsión de los corresponsales, decidí incorporarme a la Cruz roja francesa en calidad de
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camillero, y aunque era un trabajo duro tuve la suerte de poder pasar muy buenas historias a mi libreta de
notas. No tenía ningún tipo de experiencia en ambulancias o en tareas sanitarias, pero aún así me acostumbré
rápidamente a la sangre y los muñones. Sólo una vez me quedé estupefacto. Estábamos en el aula de un
colegio que se había convertido en una sala de operaciones. Era una tarde muy calurosa y habíamos llevado
muchos heridos que habían permanecido al aire libre, con sus heridas cubiertas de piojos. Teníamos que
ayudar a nuestros dos cirujanos. De repente, sentí el aire asfixiante, y me vi obligado a salir para poder respirar.
Salí y caminé por el pasillo. Luego me encontré en el suelo del pasillo con un gran golpe en la cabeza. Me había
desmayado, a pesar de ello, fui al lavabo a vomitar y en poco minutos estaba de vuelta a la sala de operaciones
improvisada. No me volvió a pasar nada parecido. Lo que realmente más me impresionó, a nivel mental, fueron
las imágenes de la bestialidad, la futilidad y lo insano de la guerra y sobretodo del sistema que lo producía, ...
todo ello era lo que alimentaba mi cuaderno. La primera carreta rebosante de muertos que vi transportaba
piernas prácticamente separadas de sus cuerpos, cabezas medio colgando de los hombros, ... todos serían
enterrados en una fosa y cubiertos con el barro y el fango que ahora impregnaba sus uniformes y cuerpos. Con
esta visión, me pregunté que hacían todos estos hombres antes de ser llamados a filas y ser aleccionados
sobre la muerte, sobre como matar, mutilar y destruir a aquellos con los que no tenían ninguna discrepancia
previa. Todos ellos habían dejado alguien atrás, alguien que permanecería afligido y mendigo de sus
presencias. Y todo ello, para qué, para nada".
El cuistot o homme-soupe
Con semejante o incluso más valor y coraje que el enlace está la figura del cuistot, ravitailleur o homme-soupe.
En francés recibía diversos nombres dependiendo del contexto y de la familiaridad existente. Los cuistots o
hommes-soupe eran aquellos soldados encargados de distribuir y transportar la comida y la bebida a sus
compañeros en el frente.
Muchos testimonios coinciden en señalar que en la Gran Guerra "comer era la gran obsesión del soldado". Esta
constatación, en el frente de Verdun, tiene una dimensión particularmente dramática y excepcional teniendo en
cuenta la dificultad para el abastecimiento a través de la caótica y dantesca situación del campo de batalla.
Para las unidades de reserva, las comidas eran regulares.
La nutrición, abundante, aunque poco variada, estaba compuesta por un aporte calórico suficiente para las
tareas físicas propias del soldado (excavación y mantenimiento de trincheras y abrigos, largas marchas en el
frió, en la lluvia, ...). La ración normal la componían 700 gramos de pan, 300-500 gramos de carne o vianda
hervida, acompañada de arroz o de macarrones. Este régimen copioso, aunque monótono, no satisfacía para
nada a los soldados que reclamaban legumbres frescas y patatas. El régimen alimenticio de los soldados se
complementaba con los envíos de comida de los familiares. En el frente, la realidad era muy distinta. Cada
soldado llevaba en la mochila los víveres reglamentarios para tres días. No se podía disponer de ellos sin
previa orden. Cada una de les unidades de combate era abastecida por una cocina ambulante que la seguía
allá donde fuese. La cuisine roulante, así se la llamaba en l'Armée, se situaba en algún barranco o cañada a
cubierto de la artillería enemiga, no muy lejos de la línea de fuego. Dependiendo de las unidades y frentes, a
menudo la cuisine roulante se acercaba al frente para que así los que transportaban la comida no tuviesen que
hacer largas caminatas, en otras zonas más delicadas como fue el caso de Verdún el transporte de los víveres
era una hazaña épica. Las misiones nocturnas en noches cerradas o de plena oscuridad eran actos admirables
e increíbles. En el sector de Verdun, en plena noche, el transporte a motor no se acercaba al cruce de caminos
llamado “Le Tourniquet”, ya que estaba muy próximo al final de la Voie sacrée y existía el fundado temor de ser
localizado y bombardeado. Así como el transporte mecánico, el uso de tracción animal tampoco fue posible ya
que las matanzas de caballos eran la tónica habitual ya que éstos eran incapaces de ponerse a cubierto de los
obuses. De esta forma, la única manera más o menos segura de hacer llegar los víveres y provisiones a los
compañeros del frente desde la retaguardia era mediante el uso de otros soldados.
Los cuistots eran tres o cuatro hombres seleccionados de una compañía. La selección se hacía entre los
soldados más viejos (pépères) y los pobres diablos que en una compañía siempre abundaban. Sin apenas
formación ni oficio, los cuistots o cocineros elaboraban la comida con rapidez ya que los hommes-soupe venían
a buscar la que sería la única comida caliente del día para llevarla hasta las primeras líneas. Cargados con
bidones de agua, de pinard o de gnôle – un fuerte aguardiente elaborado a partir de la uva – y de ristras de
hogazas de pan, estos soldados, a menudo voluntarios, llevaban estos pesados recipientes rellenos de sopa o
16/22
ternera varios kilómetros de distancia.
Una de las imágenes más conmovedoras aparecidas en la publicación L’Illustration durante la IGM fue la que
mostraba a uno de esos desgraciados cuistots, moribundo, avanzando a rastras por el fango en el sector de
Verdun avituallado de botellas de vino - pinnard - atadas a su cintura para llevarlas a sus compañeros. La
imagen es la personificación del continuo sacrificio al que eran expuestos estos hombres de existencia más que
miserable en el contexto de la guerra, y más concretamente en el frente de Verdun en 1916.Cada uno de los
cuistots llevaba o iba pertrechado de una docena de pesadas botellas y una ristra de rebanadas de pan atadas
como si fuesen una bandolera. Aquellos que aceptaban este tipo de misiones por espíritu de camaradería o por
obligación, no ignoraban ni el riesgo ni el peligro que suponía transportar la comida y la bebida bajo las balas y
los obuses enemigos. Cuando llegaban a su destino - las trincheras del frente- donde estaba su sección, sus
compañeros los maldecían por el hambre y la sed provocadas por el retraso. Este enfado de los poilus
sedientos y hambrientos se acentuaba cuando encontraban que alguna de las botellas se había roto,
derramando el precioso pinnard o algunas de las rebanadas de pan estaba sucia por el barro.Por otra parte, la
comida siempre estaba fría y en estas condiciones, un poco de café tibio era todo un lujo. Algunas veces, tal y
como los muestran las fotografías y las ilustraciones de los artistas, las hogazas de pan iban ensardas en un
palo o bastón, con el fin de que si el transporte caía al suelo, el pan podía mantener en alto y no mancharse de
barro o mojarse. Estos héroes anónimos solían hacer cada noche una exhausta y fatigante ronda de unos diez
kilómetros o más a través del lodo y el fango, subiendo y bajando cráteres, esquivando centinelas,
escondiéndose de las bengalas delatoras, etc. Muchos, muchísimos cuistots o hommes-soupe no llegaron
jamás. El enemigo, conocedor de los itinerarios y rutas de estos desgraciados disparaba cada o tres minutos un
obus por las rutas más utilizadas por estos hombres, llevándose muy a menudo la vida de alguno de ellos por
delante. Algunas veces, las cuisines roulantes fueron destruidas por la artillería enemiga al ser detectadas por el
humo que delataba su posición.
Cuando esto pasaba, las tropas de línea debían buscar
y registrar en sus mochilas para encontrar alguna lata o algunas galletas. Cruzar las zonas más peligrosas era
como realizar el último cruce. Para animarse, se decían que cuarenta cuistots habían cruzado sin problema ese
paso, esperaban unos minutos al próximo obus y rezaban que el número 41, que era uno de ellos, continuase la
racha. En las líneas de vanguardia, cuando los soldados estaban hambrientos y aislados después de varios
días en algún cráter o abrigo esperaban a la noche para salir y registrar los cadáveres en busca de algún resto
de comida o alguna cantimplora medio llena. A pesar del terrible sacrificio y enorme coraje de los hommessoupe, el hambre y la sed era muy habituales en el sector de Verdun, convirtiéndose en una penalidad más.
Uno de los testimonios, en el sector de Verdun, cuenta que el subteniente Campana envió una noche un grupo
de ocho hombres a buscar provisiones. Volvieron sólo cinco, y sin alimentos. La noche siguiente envió a ocho
soldados más, no volvió ninguno. La noche siguiente, el hambre empujó a un centenar de hombres a buscar
provisiones. Fueron prácticamente masacrados por el fuego enemigo. Después de tres días sin comida ni
bebida, los hombres de Campana se dedicaron a buscar restos de comida en los bolsillos o pertenencias de los
cadáveres de compañeros o enemigos que se estaban pudriendo alrededor suyo. Este tipo de historias y
testimonios son más la norma que la excepción.El duro y helado invierno 1915-1916 dio paso a un tórrido
verano, y la sed hizo estragos. Un testimonio cuenta esta escalofriante historia: “Una mañana vi a un hombre
beber desesperadamente el agua negruzca y grumosa de un cráter donde yacía el cadáver de un hombre en
avanzado estado de descomposición. El sediento hizo caso omiso de la escena, hubiese estado bebiendo agua
de allí durante una semana”.
Historias, relatos y testimonios sobre el cuistot o homme-soupe:
"Los hommes-soupes pierden toda una noche para ir a buscar vianda, pan, pinnard, chocolate, conservas,…
Vuelven exhaustos, haciendo la mayoría de veces, los últimos cien metros bajo el fuego asesino de las
ametralladoras alemanas. Juran y perjuran que prefieren morir de hambre antes que volver a buscar víveres a
retaguardia, y a la noche vuelven a hacer su viaje a través de los campos…"
Historique du 18ème bataillon de chasseurs à pied, par Jacques Péricard, Verdun, 1933
"Un hecho que me impresiona sobremanera es el coraje de los cocineros, los cuistots como les llamamos. Es
de justicia dar a conocer debidamente el coraje de estos hombres, la grandeza de su trabajo y de su esfuerzo.
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Los he visto soplar durante horas para avivar un fuego en lugares húmedos y mojados, intentar quemar ramas
verdes quemándose prácticamente los ojos. Se acostaban más tarde que nosotros y se levantaban más pronto,
pasaban muchas noches en vela mientras nosotros dormíamos."
Georges Leroux, lettre du front, décembre 1915.
"El cañon ruge con rabia, y nosotros aquí... Se apremia a
los cuistots, ellos odian las lineas. Los sargentos
mayores, que acompañan a las cocinas no son muy valientes. Los obuses estallan por todas partes... Nos
apresamos, empujamos, vociferamos en medio de este estrépito de metralla. Luego, de repente, un silbido aún
más próximo, cada uno se tira al suelo como puede, las bombas siguen cayendo. Ya ha pasado, el espectáculo
ha sido impresionante. Los gritos, los heridos ... Hay dos hombres tirados en el suelo, uno agoniza entre
estertores y el otro yace con una pierna arrancada de cuajo y desangrándose. De repente, un estallido terrible,
un impacto directo en la cuisine roulante. Los caballos han muerto reventados, los hombres esparcidos por el
suelo gritan, otros gimen, otros se salvan... Los cañones cada día azuzan más, nosotros estamos ahí, es
nuestro deber. Estos aprovisionamientos son las faenas más duras ... Los hombres mueren, perecen en la
noche para llevar la sopa a los camaradas ... Y cuando llegamos nos preguntan: - Qué cabroncete, nos toca
ternera? Y yo le respondo: - No hables tanto de filetes que toca sopa ..."
Henri Desagneaux, Journal de guerre, 1971
Noche del 24 al 25 de febrero de 1916, en una pista
hacia la Cresta de la Pimienta (Côte du poivre)
"De repente, surge delante de nosotros una cuisine roulante conducida por un tirador que se dirige hacia
Louvemont, el pueblo que acabamos de dejar atrás. Lleva la sopa a los fusileros que están el pueblo. Al ver la
cocina toda humeante y repleta de víveres, nuestros poilus, hambrientos después de no haber probado bocado
durante cuatro o cinco días, se quedan paralizados. De repente, en un santiamén se despojan de sus mochilas
y armas, y toman por asalto la cocina, reducen al cuistot y su ayudante y abren la marmita aún humeante. Las
fiambreras y escudillas pasan y se van llenando sin cesar. Con el café sucede lo mismo. Los sacos que
contienen el pan y las conservas son lanzados debajo del automóvil y al momento se vacían. Los oficiales
prueban de intervenir, pero su autoridad es nula".
Joseph Colson, teniente, extraido de Années Cruelles 1914.1918, R. Cazals, Claude Marquié, René Piniès.
Atelier du Gué, collection Terre d’Aude.
"El aprovisionamiento sólo se podía por la noche, a medianoche. Por esta razón, teníamos dos comidas y el
café a la vez. Havia una distancia aproximada de dos kilómetros a las cocinas ... Intentábamos ir por rutas que
no tuviesen cráteres y hoyos, y a menudo eramos bombardeados por la artillería durante la ruta, eso hacía que
de vuelta nos encontrasemos el camino absolutamente deshecho. Algunas veces, la lluvia hacía acto de
presencia durante las marchas. Temíamos sobretodo las lluvias torrenciales ya que dejaban el terreno
resbaladizo ... Nos repartíamos las cargas: los unos cargaban los bidones de vino, agua y café, los otros de las
hogazas de pan atadas a un alambre que llevaban en forma de bandolera, y algunos más transportaban las
marmitas con la vianda y las legumbres. Si eramos bombardeos durante el trayecto, nuestra principal
preocupación era no perder ninguna provisión por el camino. A pesar de eso, si nos veiamos obligados a
lanzarnos al suelo, algunas de las botellas que transportábamos se rompían, pero en el caso de algunos
pedazos de vianda, los recogíamos y los limpiábamos..."
Testimonio de André le Guillec, 152º RI. Extraído de la obra, Combattre à Verdun de Gérard Canini, avec
l’aimable autorisation des Presses Universitaires de Nancy.
Henri Tourbier, soldado del 71º RI, recuerda la confusión que reinaba, a menudo, con la llegada de las
provisiones.
Finales de febrero de 1916
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"El aprovisionamiento se hacía con grandes dificultades. Las carros, que arrastraban las cuisines roulantes,
descargaban con rapidez la comida en el suelo, en el cruce del bosque de Hesse, cerca de Avocourt - llamado
Pata de oca -. Este cruce estaba señalado por la artillería enemiga como objetivo prioritario. Los hombres
encargados de descargar cazaban a otros tantos para que los ayudasen. Algunos días sólo había pan, y
algunas veces venían sin nada. Teníamos que buscar en el fondo de nuestras mochilas y zurrones para buscar
algún trozo o alguna miga de pan".
Testimonio de Jean Casterian, soldado del 95º RI.
Finales de febrero de 1916
"Los víveres nos llegan con dificultad. He visto descuartizar un caballo herido por el estallido de un obus. Los
cuartos del animal pendían de un árbol y los soldados cortaban trozos de carne con sus cuchillos. Luego cocían
la carne como podían con lámparas de alcohol u otros artefactos y la comían medio cruda".
Extraído de Verdun, 1916 de Jacques Péricard, Librairie de France, 1933.
Fuentes:
- Meyer, Jacques. La Vie quotidienne des soldats pendant la Grande Guerre . Paris : Hachette, cop. 1966
-http://www.crid1418.org/index.html
-http://www.bataille-de-verdun.fr/
Fernand Marche nacido en 1888 en Aix à Bully hizo el servicio militar en el 33º regimiento de infantería en Arras.
Movilizado el 4 de agosto de 1914, fue destacado al 103º regimiento acantonado en Mayenne. El 103º
pertenecía a la 8ª división. La 8ª división participó en la batalla de las Ardenas, Virtot, la batalla d'Ourcq, la 1ª
batalla del Aisne, la 1ª de la Picardie y la 1ª y 2º de la Champagne
En 1916, la 8ª división estaba en el sector de Verdun, frente al Bois d'Haudromont y en la cota de Froideterre. El
regimiento participa del 13 al 31 de julio en la contraofensiva destinada a capturar la cresta de Souville y
reconquistar Fleury. El 1 de agosto, los alemanes retoman otra vez Souville. Ese día murió Marche, lo que sigue
es la narración del coronel Lebaud, jefe al mando del 130º regimiento de infantería.
“Fernand Marche pertenecía al 130º regimiento de infantería (regimiento de Mayenne) que tuve el honor de
dirigir en la batalla de Verdun. El regimiento estava en línea, enfrente, a unos doscientos metros estaban las
fortificaciones de Thiaumont tomadas por los alemanes. Mi puesto de comandancia estaba situado unos 30-40
metros detrás de la línea. Estaba demasiado avanzado, pero era necesario para poder asegurar mi mando en
buenas condiciones, el emplazamiento se me había impuesto sobre el mapa.
La compañía de Marche era la encargada de seleccionar los enlaces encargados de llevar las órdenes y los
mensajes telefónicos de las canteras de Bras -donde se encontraba el aparato telefónico (éste no podía
situarse más cerca de la línea debido a los bombardeos que cortaban la línea) – hasta mi puesto de mando, a
unos 1.800 metros de allí, a través de un terreno siniestro y peligroso. La pista estaba jalonada de cadáveres de
enlaces caídos en el cumplimiento de sus misiones. Cualquier descanso en alguno de los cráteres podía
significar la muerte o quedar sepultado por algún obús.
El 1r de agosto llegó un sobre sellado a las canteras de Bras para mí. El teniente Belair, encargado de las
canteras de Bras, de asegurar las comunicaciones pidió un voluntario entre los enlaces disponibles para ir hasta
allí, sin parar o descansar en ningún momento. Por que ? Porque Belair creía que el pliegue contenía
informaciones muy importantes y era necesario saberlas cuanto antes. Sería interesante conocer el testimonio
de Belair, pero murió de gripe en 1918.
Sin dudarlo, Marche se presenta voluntario. Parte y muere en el camino.
Más tarde, otro enlace me cae en los brazos, resoplando, empapado en sudor – como llegan todos – trayendo
otra comunicación. Seguidamente me alarga un sobre que contenía la orden que debía haber traido Marche.
Estaba arrugada, manchada de sangre. El enlace me dijo: Mi coronel, he encontrado este pliegue en el camino.
Mi amigo Marche, muerto en el camino, la tenía en su puño cerrado con el brazo en el aire.
Me impactó tanto el suceso, que lo anoté en mi diario personal. Pero, sin embargo, no fui capaz de conservar el
sobre manchado de sangre como muestra de sacrificio. Hoy día me arrepiento de ello, como también de no
haber preguntado el nombre del enlace que me lo dio. Es muy probable que el pobre haya acabado como
muchos de los soldados de primera línea.
Es necesario decirlo, así lo he pensado muchas veces, que los actos de heroísmo como los que señalamos era
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muy comunes.”
La lectura del diario de Marche y el de las operaciones del regimiento 130º sobre las fechas cercanas al 1r de
agosto muestran perfectamente la vital importancia de los enlaces, que en ausencia de lineas telefónicas se
convertían en el único punto de contacto entre la retaguardia, la linea y las unidades cercanas:
“7.50 h. – Coronel del 130º al coronel de la 16ª brigada: Un hombre del 117º enviado por su jefe de sección llega
a mi puesto y me informa de que los alemanes habrían hundido la línea del 117º en el barranco de los tres
cuernos…”
“8.30 h. – Coronel del 130º a comandante del 37º batallón: Lamento no tener ninguna información sobre su
situación, a pesar de haberosla pedido. Sin novedad en el frente del 2º batallón …”
Coronel del 130º a coronel de la 16º brigada. Transmisión del 2º informe del comandante del 3r batallón : «
Recibo en este momento una nota de las compañías 9a y 11a en la línea del frente, han sido atacadas al alba.
La información data de las 12.15 h. Los alemanes han sido rechazados por dos secciones de ametralladores y
tiradores, han vuelto a sus posiciones. La moral es excelente en ambas compañías. Las comunicaciones son
extremadamente difíciles, un gran número de enlaces han caido o han sido heridos durante esta mañana. Me
temo que los informes que le he enviado no se hayan perdido por el camino…
3r informe del comandante del 3r batallón: Mis compañías de primera línea han quedado reducidas a 40-50
fusiles.
16.30 h. Nuestra pista x-y-z ha quedado cerrada después de que una ametralladora boche se situase en un
emplazamiento tomado esta mañana que la bate, a la 117ª en toda su longitud. Vamos a probar de hacer pasar
a nuestros correos por la primera linea.
19.00 h. Las comunicaciones con la retaguardia son prácticamente inexistenes por la situación de una
ametralladora alemana que barre nuestra línea de la 117ª y la pista que parte de ella. Un gran número de
enlaces han caido muertos o gravemente heridos. Nos está cayendo una violenta barrera de fuego.
Pérdidas: 28 muertos, 48 heridos, 8 disparados.
El heroísmo de Fernand Marche se dio a conocer a las tropas por una orden de la división el 28 de agosto de
1916: “Marche, Fernand-Joseph-Edouard, número 1434, soldado de segunda clase, enlace, voluntario para
llevar un pliegue a su coronel ha muerto el 1r de agosto de 1916 en ruta, su último pensamiento lo dedicó a su
misión: el siguiente corredor encontró su cuerpo, con el brazo extendido hacia arriba y con el puño sosteniendo
el pliegue que llevaba."
El 2 de octubre de 1920 le fue concedida la medalla militar a título póstumo. En 1925, en su memoria se erigió
un monumento que fue inaugurado en medio de gran expectación en su pueblo natal Bully-les-Mines.
La obra de Armand Roblot, es la copia de una maqueta
que se haya depositada actualmente en la biblioteca
pública "Edouard Pignon".
El cuerpo de Fernand Marche fue recuperado y reposa en la Nécropole Nationale de Douaumont, tumba n.
6649.
Cortesía de: http://histobully.canalblog.com/archives/2005/11/11/607444.html
De todos los participantes en la Gran Guerra y sobretodo en la Batalla de Verdún, los que sin ningún género de
dudas tiene el título de héroes fueron aquellos soldados que formaron parte de las tres categorías más
humildes dentro del ejército: los enlaces o agents de liaison, los que transportaban la comida y la bebida
(cuistots, hommes-soupe, ravitailleurs) y los camilleros o brancardiers.
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El enlace o el agent de liaison, según el término francés, era aquel militar encargado de transmitir órdenes e
informaciones en el seno del ejército, sobretodo, y mayormente, en aquellos casos en que se hacía imposible el
uso del teléfono o cualquier otro medio de comunicación. Los enlaces o agents de liaison podían actuar de nexo
entre diferentes cuerpos de ejércitos o divisiones o dentro de una misma unidad, entendiéndose brigada o
regimiento; o incluso entre la artillería y la infantería. En la mayoría de los casos, el nombramiento como enlace
no era una cuestión permanente, sino que la designación para este tipo de tareas solía ser un hecho puntual e
instantáneo según las exigencias del momento. En otros momentos del conflicto, y de forma más organizada,
los oficiales solían establecer unas rotaciones periódicas, bien semanales o quincenales, entre una serie de
soldados previamente escogidos, teniendo en cuenta sus experiencias o aptitudes personales. Los enlaces
conocían de antemano la misión y el recorrido a realizar, de esta forma estaban prestos para partir en el
momento que se les necesitase. En el sector de Verdun, como en cualquier otro lugar donde la artillería tuviese
un efecto devastador, las líneas telefónicas quedaban interrumpidas y el enlace se convertía en el único
sistema o medio de comunicación.
Respecto a los enlaces, un teniente a cargo de una compañía de enlaces en Souville dijo una vez: "El
verdadero coraje es el de aquel hombre que se encuentra absolutamente aislado en medio del peligro y sigue
adelante si preguntarse porqué".
Desde las trincheras, o desde los cráteres, la infantería observaba con inmensa admiración los cascos azules
de los enlaces que subían, bajaban y corrían por entre medio de las columnas de humo, cascotes y metralla
que iban plagando el horizonte. Se trataba de una tarea suicida. En la mayoría de pistas, vías y senderos había
el recuerdo funesto de alguno de ellos, y de sus arriesgadas misiones. Como ejemplo, en el sector de MortHomme: un solo regimiento perdió más de 21 enlaces en sólo tres horas.
Testimonios y experiencias de enlaces:
1."Al cabo de tres cuartos de hora, un sargento cubierto de barro hasta la visera, bajó rodando por el parapeto y
dió al coronel un papel arrugado: el comandante del batallón de la izquierda le hacía saber que el ataque
progresaba lentamente ... otros tres enlaces llegaron del frente, en dos oleadas. Sus informaciones resultaron
inútiles ...".
Extracto de Zeller, André. Dialogues avec un lieutenant. Paris : Plon, 1971.
2. "Hénos aquí atrapados, otra vez, por la lluvia. Que palabra tan sencilla, lluvia. En si no significa nada para el
ciudadano, tampoco para la civilización que ha construido una casa y un tejado con el fin de estar al abrigo de la
intemperie, pero la lluvia significa el horror para el soldado. A pesar de todo, en la guerra nunca he sido infeliz
por la lluvia. Recuerdo con cariño la nieve en los campos de Argonne cuando recorría el sector como mayor de
trincheras; un obus silvaba de tanto en tanto, recuerdo las marchas a pie, silvando y caminando por las cañadas
abajo. Mientras cae la lluvia, la eterna lluvia del primer invierno en Artois, el barro viscoso y líquido, y los
caminos hundidos de l'Argonne donde el fanco nos llega a la rodilla... No pensamos en otra cosa, pero en que
más se puede pensar, cuando llueve?"
L'horizon, journal des tranchées, juillet 1918
3. "El enlace con las compañías ... no queda más que un solo enlace y no se envía jamás un solo corredor bajo
las bombas. El asistente duda ... En ese momento vemos a un hombre atravesar la cañada corriendo, escalar la
pendiente y al final aparece, cubierto de sudor y resoplando.
Es Aillod, de la 2ª compañía. Suspira de alivio, está salvado!
Pero el asistente lo llama: - Vas a ir a la 9ª con Julien.
- Somos siempre los mismos, responde Alliod.
Capto una inmensa tristreza en su gesto, el terror sucede a la alegría, y veo en su cara, la mirada de ese perro
que espera ser golpeado, ese hombre que ha sido señalado por la muerte. Esa mirada me entristeció
profundamente, y grité sin pensarlo: Voy yo.
Me pareció lo más justo".
Chevallier, Gabriel. La Peur, 1930
4. "Querida hermana,
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Ya hace tiempo que no recibo noticias tuyas. Espero que tú y los niños estéis bien, y que esta pequeña carta os
anime en vuestras penalidades.
Yo he cambiado de sector. Aunque ninguno es mejor que otro, ha sido necesario enviarnos allí porque se temía
un ataque. Afortunadamente, hasta hoy no hemos tenido ningún ataque de infantería, aunque soportamos los
bombardeos contínuamente. Afortunadamente, los boches de nuestro sector no tienen mucha puntería y no
estamos en peligro. Aunque yo sí que tengo un poco más que los demás, ya que me nombraron enlace y tengo
que salir muy a menudo de la trinchera para llevar y traer mensajes. Pero como bien podéis imaginar, en esta
profesión uno no se acostumbra jamás a no tirarse al suelo y refugiarse cuando oye el silbido de un obús, etc. A
pesar de ello no pienso nunca en la muerte.
Bueno, espero que todo esto no tarde en acabar, para si vernos lo más pronto posible. Con esta esperanza
termino la carta".
Anónimo. 1915
5. "A citar la brava conducta del soldado Blet de la
compañía 23ª. Durante el combate, partió valientemente a llevar una orden de su capitán por un sendero
peligroso donde cuatro de sus camaradas ya habían caído. Recibió una primera bala que le atraviesó el brazo,
y a pesar de ello continuó corriendo hasta que recibió una segunda que le entró por el flanco y le tiró al suelo,
aún así volvió a levantarse y recibió una tercera, ésta le destrozó el muslo y le dejó tendido finalmente en el
suelo. El soldado Blet murió en el hospital de nancy el 23 de febrero de 1915".
Extracto del diario del 232º regimiento de infantería con fecha 14/02/1915
6. "En general, el silencio reina. Uno pasa las horas contemplando las llanuras de Alsacia que se alargan en el
horizonte. Algunas veces, de tanto en tanto, el silencio se rompe: dos o tres detonaciones de alguno fusilero que
quiere pillar desprevenido, o alguien trabajando en una trinchera, o en la letrina o un enlace en ruta."
Extracto del diario del 19º regimiento de infanteria en Alsacia, junio-agosto de 1918 .
7. "Estoy de enlace en la compañía [...] el batallón avanza lentamente, muy lentamente, a golpes. Acabo de
franquear la antigua barricada que delimitaba nuestras posiciones de las alemanas, un obús acaba de caer en
medio de la compañía y ha cundido el pánico. Los restos de cadáveres han caído esparcidos por el barro, por
los parapetos, por doquier. Unos retorcidos con la cara hundida en el barro, otros con gesto grotesco o trágico
descubriendo los dientes y con los ojos abiertos viendo pasar a los extraños. A esto se le llama "morir en el
campo del honor"!!
Al correr piso fusiles destrozados, mochilas rotas, basura, camisas, paquetes de vendas, cajas, granadas sin
explotar, cascos, capotes, ... Los sacos terreros rotos, destrozados, deshilachados están esparcidos al sol, hay
miles, de todos los colores, en tela, en lana, sucios por el barro o sangre, con restos de miembros de cadáveres
mutilados. Mientras camino, a lo lejos diviso el cadáver de un soldado alemán recostado en un talud, sin
heridas aparentes. Al fin llego, entrego la misiva al capitán, que accede después de largas dudas a desplazar su
batallón al sector que debía ocupar."
Témoignages d'agents de liaison du 74e R.I.
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