Poder Judicial de la Nación

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Poder Judicial de
la Nación
San Martín,
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Causa N? 4354/2002 Orden N? 3446
“MARTINEZ, HUGO ANDRES Y
CEBALLOS, MARÍA CLAUDIA C/PEN
S/AMPARO ”
Juzg. Fed. S.Martín 2 - Sec. 3
Sala II-Reg. N?
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de enero de 2003.-
Y VISTOS: CONSIDERANDO:
I.-Vienen estos autos a conocimiento del Tribunal, en virtud de los
recursos de apelación interpuestos por la parte actora, el Ministerio de Economía y
el Banco de la Provincia de Buenos Aires contra la sentencia de f.143/145 vta., por
la cual el iudex a quo hizo lugar a la acción de amparo imponiendo las costas por su
orden.A fs. 173/177 y 179/191 expresó sus agravios el Ministerio de
Economía explayándose en su primer presentación en favor de la constitucionalidad
del decreto n?1316/02 y en la segunda, sobre la legitimación y justificación de la
postergación de los depósitos bancarios y su pesificación ; y a f.161/171 vta. hizo
lo propio la entidad financiera, guardando una gran similitud con lo argumentado
por el Estado Nacional en cuanto a la cuestión de fondo.II.- Los demandados criticaron el decisorio, porque declaró la
inconstitucionalidad del decreto 1570/01 y ordenó entregar al actor la suma que
depositara en dólares en la entidad financiera de figuración en autos. Señalaron que
el decreto en cuestión, como todo el plexo normativo dictado en su consecuencia, fue
sancionado durante el estado de emergencia que afecta al país.Se manifestó igualmente, que el iudex a quo se arrogó facultades
propias del Poder Ejecutivo Nacional, afirmando que no se encontraban reunidos los
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recaudos para admitir las restricciones dinerarias impuestas en el marco de la
emergencia; no obstante ser aquél el que se encuentra facultado para adoptar las
medidas pertinentes dentro del difícil marco económico-financiero declarado por la
ley 25.344 y sin que se haya demostrado que la norma atacada pueda ser tenida por
ilegítima y, menos aún, por inconstitucional. Por ello mismo, se recalcó que la ley
25.561 delegó en el Poder Ejecutivo Nacional la facultad de declarar superada la
crisis financiera; y que cuando una situación llega a producir la alteración del orden
público o pone en peligro al Estado, se pueden intervenir las libertades individuales
en atención a que la Constitución Nacional no reconoce derechos absolutos.Incluso se argumentó con pormenor respecto de la acreditada
insuficiencia de las disponibilidades dinerarias de las entidades financieras
alcanzadas por el decreto 1570/01, indicando que la apertura indiscriminada y sin
escalas del denominado “corralito”, sólo podía conducir a la frustración de gran parte
de los ahorristas y al derrumbamiento de la mayoría de las entidades bancarias ante
la caída del nivel total de los depósitos ocurrida desde el mes de febrero de 2001; en
este sentido, se remitieron a los resultados del informe técnico suministrado por el
Banco Central de la República Argentina, demostrativo de las pocas disponibilidades
financieras en relación con la magnitud a la que alcanza la sumatoria de los depósitos
a plazo fijo y a la vista.Citaron jurisprudencia del Alto Tribunal para respaldar la pretensión
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en torno de la presunción de legitimidad de que gozan los decretos de necesidad y
urgencia, dado que integran el ordenamiento jurídico ostentando naturaleza
legislativa y se justifican por haber sido dictados en el contexto de una grave crisis
económica; máxime cuando no violan los derechos constitucionales de propiedad e
igualdad, armonizan los derechos y garantías individuales con las conveniencias
generales, sin haberse demostrado que incidan de manera confiscatoria sobre la
substancia del derecho de propiedad.Se destacó que el art. 27 del Pacto de San José de Costa Rica autoriza
la suspensión temporaria del derecho de propiedad con carácter excepcional y por
real causa; de modo que las normas en conflicto se adecuan en su totalidad a las
disposiciones del mentado Tratado Internacional de Derechos Humanos, ya que las
situaciones relacionadas con el riesgo de vida, la salud o la integridad física de las
personas han quedado excluidas y no resultan aplicables tampoco a aquellas personas
mayores de 75 años (sic).Posteriormente, se dejó sentado que el interés público se hallaba
comprometido como aconteciera, con menor gravedad, hace más de diez años, al
disponerse la conversión de los depósitos a plazo fijo en Bonos Externos y la Corte
Suprema avalara lo actuado mediante lo resuelto en el invocado caso “Peralta”. Los
recurrentes terminaron afirmando -no sin antes formular expresa reserva del caso
federal-, que el actual cumplimiento de las normas legales citadas hace a la existencia
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misma del Estado y por ello, el Poder Ejecutivo Nacional fue facultado para adoptar
las medidas aquí cuestionadas (Ley 16.986, art. 17; CPCC, art. 265; Ley 48, art.
14).La accionante a su vez, a fs. 200/225 vta. contestó los traslados
ordenados a fs.197. Tras lo cual, el Sr. Fiscal General emitió su dictamen favorable
a la procedencia de la acción de amparo interpuesta, haciendo suyos los argumentos
expuestos por el juez de grado (fs. 227/229).III.- Cabe entonces analizar inicialmente la queja referida a que el juez
de grado se habría arrogado facultades propias del Poder Ejecutivo Nacional. Al
respecto corresponde precisar que la normativa cuestionada por el accionante, se
deriva de la facultad reglamentaria ejercida por el Poder Ejecutivo, o de la que le
fuera delegada oportuna y legalmente por el Poder Legislativo, cuando no son leyes
resultantes de la función propia que realiza el Congreso Nacional. De manera que
nada habría que objetar, si la restricción de los derechos y garantías individuales se
hubiera operado dentro de los límites impuestos por la delegación o de los
estipulados expresa o tácitamente por la Carta Magna.En otras palabras, cierto es que la función de esos órganos es
consecuencia del régimen jurídico previsto por el derecho público para el actuar
administrativo y legislativo del Estado; y que mediante su ejercicio, se reconoce el
deber del Estado de asegurar el imperio del derecho y una justa convivencia social,
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imponiendo a esos fines limitaciones en la forma, modo o extensión del goce de los
derechos, con mayor razón cuando está comprometido el interés público (CSJN,
Fallos: 254:56; 255:293; 264:94). También es cierto, que nuestro ordenamiento
jurídico no permite al Poder Judicial arrogarse funciones exclusivas de los otros
órganos del Estado; pero ello no impide el control del alcance de las limitaciones a
los derechos y garantías de los ciudadanos por parte de los jueces. “Es elemental en
nuestra organización constitucional la atribución que tienen y el deber en que se
hallan los tribunales de justicia, de examinar las leyes en los casos concretos que
se traen a su decisión, comparándolos con el texto de la Constitución para
averiguar si guardan o no conformidad con ésta y abstenerse de aplicarlas si las
encuentran en oposición a ella; constituyendo esa atribución moderadora, uno de
los fines supremos y fundamentales del poder judicial nacional y una de las
mayores garantías con que se ha entendido asegurar los derechos consignados en
la Constitución contra los abusos posibles... de los poderes públicos” (CSJN, Fallos
33:162).La postura de los quejosos sólo reafirma el equivocado concepto de que
cada órgano debe ser soberano en su esfera. Este axioma brocárdico es claramente
desechable, en la medida en que la división de los poderes no debe ser entendida
como la posibilidad de que cada poder administre, legisle y juzgue en lo relativo a
su actividad; sino, por el contrario, que el órgano encargado de redactar las leyes no
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sea el responsable de aplicarlas o de ejecutarlas, que el que las ejecute no pueda
hacerlas ni juzgar su aplicación y, por fin, que el que juzgue no las haga ni las
ejecute. “Nuestra Constitución establece un reparto de competencias y establece
medios de control y fiscalización por los que se busca afianzar el sistema
republicano de gobierno y no concentrar en cada uno un ámbito cerrado de
potestades” (CSJN, Fallos 313:1536).La misma Constitución Nacional señala que el Poder Ejecutivo en
ningún caso puede ser juez de sus actos ni de los de nadie (CN. art. 109), resultando
así improcedente el agravio fundado en la teoría de la división de los poderes, pues
no se puede extraer de ella la pretendida afirmación de que se violaría ese principio,
si los magistrados revisaran -como es su propia y natural función- la
constitucionalidad de la actividad realizada por el Poder Ejecutivo Nacional (CN. art.
116).IV.- a) Sentado ello, ya se ha visto que en su presentación recursiva, los
demandados sostuvieron que el plexo normativo cuestionado por el amparista era
legítimo porque fue dictado con fundamento en la “emergencia pública”. Agregando
en tal sentido, que el Congreso de la Nación delegó esa facultad en el Poder
Ejecutivo Nacional y dispuso la suspensión de la ley 25466, “con arreglo a crear
condiciones para el crecimiento económico sustentable y compatible con la
reestructuración de la deuda pública, entre otras misiones” (ley 25.561, art.1?, inc.
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3?). Bajo tales premisas, se consideró que las normas dictadas resultan oportunas,
convenientes y ajustadas a la emergencia existente, gozando de absoluta
razonabilidad y proporcionalidad, ya que, quedó acreditada la insuficiencia de las
disponibilidades dinerarias que cuentan en su poder las entidades financieras
alcanzadas por el Decreto N? 1570/01 y las normas que lo complementaron y
ratificaron.También se opinó que la gravedad de la situación imponía la necesidad
de adoptar medidas con el fin de enfrentar la inestabilidad económica que ponía en
riesgo la intangibilidad de los depósitos; ya que sin la confianza necesaria para
realizar una actividad bancaria normal y ante la alternativa de financiar con emisión
el retiro de los depósitos, la reacción del tipo de cambio y la inflación terminaría por
licuar los saldos retirados, lo que redundaría en perjuicio de los propios depositantes.
En definitiva, la apertura del sistema del ‘corralito’ debe contar con la gradualidad
y previsibilidad, de lo contrario se pondría en peligro la Nación toda con las
consecuencias precedentemente descriptas.b) Antes de ingresar al examen de ese planteo, corresponde efectuar
una breve reseña de la principal normativa involucrada por el decisorio en crisis.El decreto 1570/01 (B.O. 3-12-01), prohibió los retiros en efectivo que
superasen determinada suma semanal en pesos o en dólares estadounidenses, del
total de las cuentas que tuviera el titular en cada entidad financiera (art. 2?, inc. a).
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Es decir, restringió con manifiesta intención de breve transitoriedad la
disponibilidad de los depósitos bancarios, no obstante lo cual mantuvo su
intangibilidad al afectar únicamente el uso y goce de los mismos (art. 4?).Luego, en cuanto aquí interesa, el decreto 1606/01 (B.O. 6-12-01)
morigeró tal restricción al autorizar retiros en efectivo que resulten necesarios para
atender el pago de sueldos y de haberes de retiro o beneficios jubilatorios que no
deban realizarse por vía bancaria. Y a su vez, la ley 25.557 (B.O. 6-1-02) exceptuó
de las restricciones la extracción de los importes acreditados por rubros laborales,
previsionales, de seguridad social y beneficios de carácter alimentario en general; sin
que sus disposiciones importaran ratificación expresa o tácita de los decretos
aludidos.Por su parte, la ley 25.561 declaró la emergencia pública en materia
social, económica, administrativa, financiera y cambiaria, para delegar en el Poder
Ejecutivo Nacional (C.N., art. 76) la facultad de establecer el sistema que determine
la relación de cambio entre el peso y las divisas extranjeras (art. 2?); así como
también, la competencia para disponer las medidas tendientes a disminuir el impacto
producido por la modificación de la relación de cambio dispuesta para las personas
de existencia visible o ideal que mantuviesen con el sistema financiero deudas
nominadas en dólares. Y aunque suspendió la aplicación de la ley de intangibilidad
de los depósitos N? 25.466 (art. 15), paralelamente y con relación a los ahorristas,
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estableció que el Poder Ejecutivo debía disponer medidas destinadas a preservar el
capital depositado -incluso en divisas extranjeras-, ya que sólo se lo autorizó a
reestructurar las obligaciones originarias de modo compatible con la evolución
de la solvencia del sistema financiero (art. 6, párr. 5 ib). También creó a todos los
efectos de la ley, la Comisión Bicameral de Seguimiento (art. 20), que debería
controlar, verificar y dictaminar sobre lo actuado por el Poder Ejecutivo, obligando
a este último, a dar cuenta mensualmente del ejercicio que hiciere de todas las
facultades delegadas (art. 21 ib.).Consecuentemente, el Poder Ejecutivo Nacional dictó el decreto 71/02
(B.O. 10-1-02) reglamentario de la ley 25.561, disponiendo que la relación de
cambio oficial sería $ 1,40 = 1 u$s (art.1?); así como también la reestructuración de
deudas, según se tratase de obligaciones por créditos hipotecarios, prendarios y
personales, para lo que estableció la paridad $ 1 = u$s 1, o en su caso, demás deudas
nominadas en dólares, que se recalcularían reduciendo la tasa de interés y
extendiendo los plazos (art.4?). Asimismo, difirió al Ministerio de Economía la
facultad de fijar la oportunidad y modo de disposición por sus titulares de los
depósitos en pesos o en divisas extranjeras, respetando la moneda en que hubiesen
sido impuestos (art. 5? ib).Por Res. M.E. 6/02 (9-1-02), se estableció el cronograma de devolución
de los depósitos existentes en el sistema bancario. Así, para las imposiciones en
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moneda extranjera, ya fuera en cuentas corrientes o en cajas de ahorro, se
reprogramarían los saldos superiores a U$S 10.000 y U$S 30.000, respectivamente,
asimilándolos a una imposición a plazo fijo en moneda extranjera; con la opción del
titular de convertir los saldos inferiores a esa cifra, según la paridad de $ 1,40 por
dólar y transferirlos a cualquier cuenta en pesos que disponga en la misma entidad
financiera. La Res. M.E. 9/02 (11-1-02) agregó la posibilidad, siempre a elección del
titular y en el supuesto de no optar por la conversión a pesos al cambio oficial, de
retirar en efectivo hasta un valor equivalente a quinientos dólares estadounidenses
(U$S 500). Y la Res. M.E. 10/02 (10-1-02), facultó al Banco Central para dictar
medidas de excepción al cronograma de vencimientos; reiterando el mandato de
respetar la moneda en la que hubiesen sido impuestos los depósitos por sus
titulares (considerando, 2? párrafo).El decreto 141/02 (B.O. 18-1-02), es el que introdujo el agregado al art.
5? del dec. 71/02 que faculta al Ministerio de Economía para establecer la devolución
en pesos de los depósitos al cambio del mercado oficial, pero mantuvo la condición
opcional de su titular. De ahí que la Res. ME 18/02 (18-1-02), reformada por la N?23
actualmente vigente (B.O. 21-1-02), modificó el cronograma de vencimientos
reprogramados de los depósitos e hizo referencia al dólar a cambio oficial, aunque
contemplado como retiro optado por parte del titular.El punto de inflexión lo constituyó la sanción del decreto 214/02 por el
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que se estableció como pauta general la masiva transformación a pesos
(“pesificación”) de todos los depósitos en dólares estadounidenses u otras monedas
extranjeras existentes en el sistema financiero, y que ello se haría a razón de un peso
con cuarenta centavos ($ 1,40) por cada dólar estadounidense, o su equivalente en
otra moneda extranjera. Posteriormente, merced el reordenamiento del sistema
financiero implementado mediante el Decreto 905 (B.O. 1/6/02), se reemplazó la
indisponibilidad transitoria de los depósitos constituidos en moneda extranjera, por
el otorgamiento a sus titulares de la opción de recibir en pago Bonos del Gobierno
Nacional, emitidos en dólares estadounidenses con vencimiento a diez años y seis
meses contados a partir del 3 de febrero de 2002 (v. Res. 81 del M.E., B.O.
13/06/02).c) En el caso de autos, ningún reparo se ha opuesto a la comprobada
mención de que los depósitos afectados fueron impuestos en dólares estadounidenses
durante la plena vigencia de las citadas leyes garantizadoras de su inalterabilidad. De
modo que si el Poder Ejecutivo hubiera dictado el decreto que impuso la
“pesificación”, siguiendo los lineamientos que pocas semanas antes el Parlamento
Nacional le indicara al facultarlo “por las razones de emergencia pública definidas
en el art. 1?, para establecer el sistema que determinará la relación de cambio entre
el peso y las divisas extranjeras” (Ley 25.561, art. 2?), la afectación patrimonial bajo
demanda habría quedado reducida a la contracción de la disponibilidad dineraria
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implicada por la reestructuración de “las obligaciones originarias de modo
compatible con la evolución de la solvencia del sistema financiero” (ib., último
párrafo del art. 6?). Porque, lejos de la debacle para su poder adquisitivo que le
significó al depositante bancario el cambio compulsivo de su capital a la paridad
oficial, esa misma norma estipuló que “El Poder Ejecutivo nacional dispondrá las
medidas tendientes a preservar el capital perteneciente a los ahorristas que
hubieren realizado depósitos en entidades financieras a la fecha de entrada en
vigencia del decreto 1570/2001,... Esa protección comprenderá a los depósitos
efectuados en divisas extranjeras” (ibídem).Sin embargo, el decreto 214 fue dictado el 03/02/2002 “en uso de las
facultades conferidas por el art. 99, inc. 3 de la CONSTITUCIÓN NACIONAL” (v.
último considerando), extremo que obliga a analizar si en aquel momento se daban
las condiciones regladas para su ejercicio por dicho precepto de rango normativo
superior. De inicio resulta difícil admitir que se hubieran dado las “circunstancias
excepcionales” que impidieran seguir el trámite legislativo normal de una iniciativa
de ese tipo, estando en funcionamiento el Congreso Nacional y teniendo en cuenta
la extrema responsabilidad con la que estuvo sesionando tras aquellos dramáticos
días que culminaron con la designación del actual Presidente de la Nación. Porque
desaparece la excepcionalidad (“...hicieran imposible seguir los trámites
ordinarios”), cuando la urgencia del momento pudiera obtener una debida respuesta
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siguiendo los trámites previstos para la sanción de las leyes en la Constitución (cfr.
Miguel A. Ekmekdjian en “Tratado de Derecho Constitucional”, T?VI-90; María
Angélica Gelli en “Constitución de la Nación Argentina”, pág. 611; y Germán J.
Bidart Campos en su “Tratado Elemental de Derecho Constitucional Argentino”,
T?VI-433).La segunda objeción se relaciona con la, hasta hoy inexistente,
intermediación obligatoria de la Comisión Bicameral Permanente a cuya
consideración el “...jefe de gabinete de ministros personalmente y dentro de los diez
días someterá la medida” (C.N., art. 99, inc. 3?, cuarto párrafo). Ya que, aún cuando
tal omisión no haya desacreditado la emisión de la normativa en trato -porque antes
de la reforma constitucional de 1994 fueron admitidos los reglamentos de necesidad
y urgencia que versaron sobre materias propias de la legislatura, con el fundamento
jurídico de que las calamidades sociales y las graves razones de interés público no
podían esperar hasta que pasaran los hechos que le impedían al Parlamento legislar-,
es justamente el uso y abuso que se hizo de esos decretos de necesidad y urgencia,
lo que determinó el riguroso tratamiento que le diera al tema el constituyente; de ahí
que se estime considerablemente aumentada la exigencia de su debida justificación
y se haya pasado a su estricta limitación en la actualidad. Máxime cuando subsisten
serias dudas de que las medidas adoptadas fueran las más indicadas en términos de
eficiencia financiera, porque se advierte que ellas fueron dictadas mediante un
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decreto del P.E.N. que franqueó el principal lineamiento de política económica relación cambiaria real y no arbitraria en materia de depósitos bancarios-, que menos
de un mes antes le había fijado la ley 25.561.En contra de lo sostenido por los recurrentes, cuadra entonces
resguardar el equilibrio entre los poderes mediante el control judicial constitucional
en la materia. Habida cuenta que, a falta de la voluntad integradora del Congreso tras
ocho años de omitir su responsabilidad reglamentaria del tópico, se ve incrementada
la obligación supervisora de los jueces en orden a calibrar la legitimidad
constitucional de estos decretos, examinando la razonabilidad de las medidas
tomadas para conjurar las “circunstancias extraordinarias” que sustentan el estado
de emergencia; ello, sin perjuicio de la responsabilidad política del Congreso en
regularizar la infracción que significa que otro poder dicte normas de naturaleza
legislativa, encontrándose prácticamente en sesión permanente y dada la
imposibilidad de que su silencio pueda interpretarse como una aprobación tácita (arg.
Art. 82 de la C.N.: “se excluye, en todos los casos, la sanción tácita o ficta”).
d) A fin de cuestionar el alegado vínculo entre las normas cuestionadas
con el derecho de emergencia invocado por el demandado, no resulta ocioso recordar
que el concepto genérico del derecho de propiedad comprende “todos los intereses
apreciables que el hombre pueda poseer fuera de sí mismo, de su vida y de su
libertad” (CSJN, Fallos 145:325; 294:152; 364:856, entre otros). Por lo que, más
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allá de las discrepancias que la amplitud de tal definición pueda suscitar, se debe
coincidir en que la protección del art. 17 de la Constitución Nacional (“La propiedad
es inviolable... La confiscación de bienes queda borrada para siempre...”), se
extiende a todos los bienes -materiales o inmateriales- susceptibles de apreciación
económica que pueda poseer una persona (cfr. Bidart Campos en su “Manual de la
Constitución Argentina”, Tomo II-118; entre otros mencionados por Ekmekdjian, op.
cit., Tomo II-193). Concretamente, el derecho del ahorrista o depositante sobre los
fondos colocados en un banco, constituye un derecho creditorio que integra su
patrimonio.Es más, siguiendo a este último autor, en tanto el derecho de propiedad
puede verse afectado mediante la aplicación de nuevas leyes a través del tiempo,
asume capital importancia el concepto de “derecho adquirido”, definido por el
Supremo Tribunal como aquél que se ha incorporado definitivamente al patrimonio
del titular (CSJN, Fallos 312:122), por oposición al llamado “derecho en expectativa”, que es el que aún no se ha consolidado (CSJN, Fallos 304:865; 306:928).
Acotación conceptual de suma importancia, por cuanto el derecho adquirido al
amparo de la legislación anterior y más allá de que carezca de jerarquía constitucional, no puede ser alterado por una nueva ley, puesto que en tal caso, el principio de
la no retroactividad se confunde con el de la inviolabilidad de la propiedad
garantizado por el art. 17 de la Constitución Nacional (Ekmekdjian, op. cit., Tomo
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II-195).Nuevamente, nuestro cimero tribunal federal fue más preciso aún,
cuando estableció que para disponer de un derecho adquirido no era necesario contar
con una sentencia o con un acto administrativo que así lo declare en favor de su
titular; bastará que éste haya cumplimentado los recaudos formales y substanciales
para ser acreedor de tal derecho (CSJN, Fallos 296:723; 304:871; y 305:899). Eso
sí, siempre que el potencialmente beneficiado por la ley haya ejercitado en su
momento el beneficio, pues de lo contrario una nueva ley puede sustraérselo por no
existir, en tal caso, un derecho definitivamente incorporado a su patrimonio (CSJN,
Fallos 300:61; 312:122).Sentado lo cual, “si bajo la vigencia de una ley (en el caso que nos
ocupa las leyes 23.928 y 25.466) el particular ha cumplido todos los actos y
condiciones sustanciales y los requisitos formales previstos en esa ley para ser
titular de un determinado derecho (la intangibilidad de los depósitos), debe
considerarse que hay derecho adquirido aunque falte la declaración formal de una
sentencia o de un acto administrativo (que ordene el reintegro de la moneda
extranjera por los bancos), pues sólo agregan el reconocimiento de ese derecho o
el apoyo de la fuerza coactiva necesaria para que se haga efectivo. De no ser así,
resultaría la inadmisible consecuencia de que la titularidad de un derecho
individual vendría a depender de la voluntad discrecional del obligado renuente
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en satisfacer el derecho” (CSJN, Fallos 296:723, “Alfredo de Martín v. Banco
Hipotecario Nacional”, 28/12/976).e) Por otra parte, para habilitar el derecho de emergencia es menester
que medie un auténtico estado de necesidad, es decir una realidad fáctica excepcional
(CSJN, Fallos 202:456); que las normas de emergencia resulten transitorias (CSJN,
Fallos 136:171; 200:450); que exista legitimidad intrínseca de la medida legal de
emergencia, o sea, propósito de bien común, razonable y justa (CSJN, Fallos
136:171; 200:450; 202:456); además de que medie respeto a la Constitución, puesto
que durante la emergencia los derechos constitucionales pueden suspenderse pero no
frustrarse (CSJN, Fallos 243:467; 209:405). En consecuencia, la doctrina ha
requerido la existencia de condiciones muy severas en orden a admitir un verdadero
estado de necesidad que la justifique (vid. la opinión de Néstor Sagüés en La Ley
1985-E-803). Sólo acontecimientos trascendentales, definitorios de una opción que
haga a la subsistencia misma del Estado, explicaría su presencia. Y a tono con esa
severidad se fueron perfilando en el ámbito judicial, requisitos con los cuales se
pudiera poner coto -no con mucho éxito según hemos de ver-, al fácil expediente de
entronizar legalmente la emergencia cada vez que se debió superar una crisis de
difícil abordaje político, económico o social.Así se observa que en la doctrina tradicional de la Corte Suprema , “La
emergencia no crea el poder, ni aumenta el poder concedido, ni suprime, ni
-17-
disminuye las restricciones impuestas sobre el poder concedido, o reservado”
(Fallos 247:43, “Don Oscar Agustín Avico c/ Saúl G. de la Pesa”, 7/12/934). Sobre
la misma línea se pueden citar otros precedentes más recientes del iudex-a-quem:
“En situaciones de grave perturbación económica, social o política el Estado puede
valerse lícitamente, de todos los medios que le permitan combatirlas con éxito y
vencerlas. Sus poderes no son ilimitados y han de ser utilizados, siempre, dentro
del marco del art. 28 de la Constitución y bajo el control de jueces independientes,
quienes, ante el riesgo al menos teórico de extralimitación de los órganos políticos
del gobierno, tienen que desempeñar con cuidadoso empeño su función de
custodios de la libertad de las personas” (Fallos 313:1638, “Marcelo Videla Cuello
v. Provincia de La Rioja”, 27/12/990); y “es de esencial importancia en el caso
evitar que ‘las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona
alguna’. Esto se impondrá no sólo al Congreso y a las Legislaturas, sino que es
máxima que guía a todo Poder del Estado. Su completo acatamiento se impone no
sólo frente a ‘gobiernos’, sino frente a ‘persona alguna’, vocablos que indican a la
multitud de actores de la vida nacional, en lo especial para este caso de la
económica,...” (Fallos 313:1544, “Luis Arsenio Peralta v. Nación Argentina”,
27/12/990). Por ello se ha señalado que, aún en situaciones de grave crisis o de
necesidad pública, frente a la invocación de derechos subjetivos o agravios concretos
dignos de tutela judicial, corresponde a los jueces contestar si los instrumentos
jurídicos implementados por los otros poderes del Estado no son contradictorios con
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la normativa constitucional (CSJN, Fallo 316:2636, “Cocchia, Jorge D. c/Estado
Nacional y otro”, rta. el 2/12/1993).f) De todas formas, no se puede decir que nuestro país se sustrajo de la
evolución operada en el mundo respecto de los alcances del derecho de propiedad
y, a la par del pensamiento progresivamente generalizado a partir de la primera
postguerra, fue adoptando una visión más instrumentalista y restrictiva que fue
orientando su ejercicio merced el reconocimiento de su función social. Así, desde la
segunda década del siglo pasado, se advierte una regulación legislativa que fue
convalidada por resoluciones judiciales comprometidas con la coyuntura y no
siempre coherente en sus consideraciones de justicia distributiva.-
Digamos que el célebre fallo “Ercolano c/Lantieri de Renshaw”
(28/04/1922), marca el inicio de la tolerancia judicial con situaciones de emergencia
tildadas de “provisorias”, que luego se extendieron durante mucho tiempo y fueron
convirtiéndose en un lugar común para respaldar la ejecutividad y la eficacia de las
decisiones gubernamentales. Allí se trataba de la constitucionalidad de una ley de
alquileres que imponía por dos años el congelamiento del precio de la locación (Ley
11157/1920), la que fue fundada por la Corte, en que “...no puede ponerse en duda
que interesa a la comunidad en conjunto la situación económica de los distintos
grupos que la constituyen y que tratándose como en este caso de la suerte de la
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mayoría de la población, no son solamente consideraciones de humanidad y de
justicia social las que reclaman su intervención, sino también su interés directo, ya
que es elemental que una situación afligente del mayor número tiene que repercutir
desfavorablemente sobre la economía general,...” (CSJN, Fallos 136:170). A poco
de lo cual (en “Horta c/Harguindeguy” rta. el 21/08/1922), se tuvo oportunidad de
explicitar el límite de su aplicación cuando se trata de un derecho patrimonial ya
adquirido, en cuyo caso afecta la protección constitucional de la propiedad (CSJN,
Fallos 136:59); doctrina luego aplicada en “Mango c/Traba” del 20/08/1925, donde
se puso a salvo el caso decidido con autoridad de cosa juzgada antes de la
promulgación de la ley y se agregó que la tolerancia de ese tipo de leyes estaba
basada en una situación provisoria de emergencia (CSJN, Fallos 144:220). Luego fue
la secuela de la profunda crisis económica sufrida a principio de 1930, la que dio
ocasión a la sanción de la ley 11741 de moratoria hipotecaria y limitación de las tasas
de interés, convalidada por la Corte al resolver el citado caso “Avico c/de la Pesa”,
en virtud de que aquélla tenía caracteres de caso fortuito capaz de modificar las
relaciones contractuales creadas al abrigo de la normalidad. Y si se obvia
contemplar los recurrentes tramos de manifiesta ilegalidad institucional que se fueron
entronizando con similares argumentos -durante casi treinta años desde mediados de
los años cincuenta-, se comprueba que a partir de 1985 comenzó a dictarse una serie
de decretos y leyes que fueron tornando endémica a la emergencia en la Argentina.
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Siendo los más notorios, aquéllos que suspendieron los juicios previsionales y de las
sentencias ejecutorias frente al Estado, el cambio compulsivo de la moneda y su
conversión en las obligaciones contractuales, la incautación de los depósitos a plazo
fijo y su cambio por bonos del Estado, la convertibilidad fija impuesta al sistema
cambiario, la reiterada consolidación de la deuda pública y la última restricción a las
extracciones bancarias con la posterior pesificación de los depósitos.
Todas esas normas se fundamentaron en la necesidad de poner fin o
remediar situaciones de extrema gravedad, que obligaron tal intervención en el orden
patrimonial. Paradójicamente, cada gobierno de turno se fue presentando como rehén
de la situación recibida y ajeno a su gestación, más allá de ser el colofón de una
política económica, presupuestaria, financiera o fiscal dictada, precisamente, para
reparar las consecuencias de los actos de sus antecesores; con el agravante de que
en cada nueva ocasión se fue avanzando con menor tino sobre los principios,
derechos y garantías constitucionales.De ahí que se torne imprescindible, a criterio del Tribunal, volver a la
buena doctrina sin desconocer que el Estado se encuentra facultado para que, a través
de sus órganos respectivos, se sancionen las leyes y decretos que se consideren
convenientes; aunque sea oportuno señalar, que la declaración de emergencia
constituye una facultad ordinaria del Congreso Federal y reservada, sólo para
situaciones extraordinarias al Poder Ejecutivo Nacional. De modo que, si bien en
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principio el Poder Judicial carece de potestad y competencia para decidir si han
concurrido o no las razones invocadas con el fin de fundamentar el dictado de la
norma legal o reglamentaria (cfr. Marienhoff, en su “Tratado de Derecho
Administrativo, T? I-264), al propio tiempo, la justicia no puede dejar de controlar
si las limitaciones impuestas por aquella normativa resultan razonables y no
desconocen las garantías que protegen los derechos patrimoniales o los límites que
a su reglamentación dispone la Constitución. Porque, como bien se ha expresado
desde antaño, “el Estado no puede colocarse fuera del orden jurídico cuando es
precisamente quien debe velar con ahínco por su respeto” (CSJN, Fallo 265:291,
“Pietranera, Josefa y otros c/Gobierno Nacional”, rta. el 7/9/66); toda vez que a
diferencia del estado de sitio, la emergencia no suspende las garantías
constitucionales (cfr. CSJN, Fallos 323:1566 in re: “Bco. de Galicia y Buenos Aires
s/solicita intervención urgente en autos Smith, Carlos Antonio c/Poder Ejecutivo
Nacional o Estado Nacional s/sumarísimo”, rta. el 01/02/2002).-
g) Precisamente, en este último precedente e ingresando ya a consideraciones directamente atingentes a la controversia suscitada en los presentes actuados,
la Corte sostuvo que “si bien es cierto que acontecimientos extraordinarios
habilitan remedios extraordinarios, los mecanismos ideados para superar la
emergencia están sujetos a un límite y éste es su razonabilidad, con la consiguiente
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imposibilidad de alterar o desvirtuar en su significación económica el derecho de
los particulares. La limitación fijada por las sucesivas normas ya aludidas muestra
un ejercicio carente de razonabilidad de la facultad normativa tendiente a conjurar
el trance. Ello es así pues tal restricción implica una violación a los arts. 17 y 18
de la Constitución Nacional en tanto desconoce el derecho de las personas a
disponer libremente y en su totalidad de su patrimonio”. Considerando “Que, a la
luz de los criterios jurisprudenciales mencionados se aprecia que el actor ha sido
víctima de la vulneración de su patrimonio, toda vez que la constitución de sus
depósitos había sido efectuada bajo la vigencia de un régimen que garantizaba su
inalterabilidad. Tal garantía, además, se había visto recientemente reforzada
mediante las disposiciones de la ley 25.466 que, con carácter de orden público,
consagró la intangibilidad de los depósitos”; a partir de tales premisas, entendió que
la ley 25.561 de Emergencia Pública había provocado una incuestionable
modificación de las condiciones y presupuestos tenidos en mira por ahorristas e
inversores al tiempo de efectuar sus operaciones bancarias (puede agregarse, inducidos por la seguridad que importaba la sanción de aquella norma anterior por parte del
Congreso de la Nación) lo que aparejó un evidente desconocimiento de los derechos
adquiridos y, por consiguiente, una profunda e injustificada lesión al derecho de
propiedad. Concluyendo el Alto Tribunal, que la restricción imperante en relación
con los depósitos bancarios adolecía de irrazonabilidad, toda vez que no se advirtió
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en el caso la necesaria proporcionalidad entre el medio elegido y el fin propuesto con
su implementación para conjurar la crisis, además de no haber significado una simple
limitación a la propiedad sino que, agregada al resto de las medidas adoptadas,
coadyuvó a su privación y aniquilamiento; amén de que se transpuso el límite
señalado en el art. 28 de la Constitución Nacional, con afectación directa e inmediata
de las garantías reconocidas por sus arts. 14 bis y 17, como así también del art. 21
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, Pacto de San José de Costa
Rica.En efecto. Oportunamente el Congreso de la Nación, ante la gravedad
de la situación financiera del país y con el fin de promover y garantizar la confianza
de los ahorristas en el sistema, estimó oportuno consagrar explícitamente la
intangibilidad de “todos los depósitos ya sea en pesos, o en moneda extranjera, a
plazo fijo y a la vista, captados por las entidades financieras autorizadas para
funcionar por el Banco Central de la República Argentina...” (ley 25.466, B.O.
25-9-01, art. 1?); definiendo el concepto de “intangibilidad”, la que a juicio del
propio legislador consiste en que “el Estado nacional en ningún caso podrá alterar
las condiciones pactadas entre el/los depositante/s y la entidad financiera, esto
significa la prohibición de canjearlos por títulos de la deuda pública nacional, u
otro activo del Estado nacional, ni prorrogar el pago de los mismos, ni alterar las
tasas pactadas, ni la moneda de origen, ni reestructurar los vencimientos, los que
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operarán en las fechas establecidas entre las partes” (art. 2?). Para que no quedara
lugar a dudas, estableció que “...los derechos derivados para los depositantes y las
entidades depositarias de las operaciones comprendidas en el art. 1? de esta ley,
serán considerados derechos adquiridos y protegidos por el artículo 17 de la
Constitución Nacional” (art. 3).El propio debate parlamentario fue por demás elocuente sobre el
propósito que tuvo en mira el legislador al aprobar esa ley. Así, de la intervención de
los diputados Mosso y Mouriño, se extrae que: “El presente proyecto tiene como
propósito la ratificación expresa del derecho de propiedad privada sobre los fondos
financieros que ostenta cualquier depositante en el sistema financiero
argentino,...”; advirtieron que “la confianza en el sistema de crédito es un
ingrediente crucial, sin el cual el sistema financiero dejaría de existir”; insistieron
en “...que apunta a garantizar todo lo posible un componente básico del derecho
de propiedad: La disponibilidad de uso de la que goza su propietario legítimo. Un
derecho de propiedad que no pueda ser ejercido libremente por falta de
disponibilidad es un derecho lesionado y puede ser hasta ilusorio”; agregando que
como la “intromisión regulatoria del Estado podría dar lugar a abusos que, so
pretexto regulatorio, terminen resultando confiscatorios de los depósitos... todo
elemento que brinde un reaseguro de los derechos de propiedad involucrados es
siempre bienvenido”; fundamentando su postura en que “la experiencia argentina
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de un pasado no tan lejano advierte implícitamente a los depositantes argentinos
y los sensibiliza frente a cualquier posible actitud que vea en sus recursos la fuente
de financiamiento que no se consigue en otros orígenes”; ello, en virtud de que “la
pérdida de depósitos y de reservas internacionales de esta semana son elocuente
muestra de que hay heridas que todavía deben seguir sanando para que el ahorrista
argentino tenga plena confianza en sus derechos legítimos”. Con argumentos
semejantes defendieron su sanción los diputados Stubrin, Corfield, Fayad, Foglia,
Patterson y Solmoirago, Peláez, Dumón, Foco, Frigeri, Miralles de Romero, Salvatori
y Savron (vid. Antecedentes Parlamentarios, La Ley, 2001 B-2394/95).h) Resta abordar con mayor detalle el argumento que expusieron los
recurrentes al defender la razonabilidad y conveniencia de la normativa en cuestión,
en tanto la encontraban ajustada a la emergencia existente por responder a la realidad
no controvertida de que eran insuficientes las disponibilidades bancarias para atender
la masiva exigencia de los ahorristas de retirar de inmediato la totalidad de sus
depósitos. Motivo por el cual, se reiteró la referencia al precedente “Peralta” donde
la Corte Nacional hubo de avalar la constitucionalidad del diferimento temporal de
la disponibilidad dineraria; así como su alegación de que la apertura indiscriminada
y sin escalas del denominado “corralito”, conducía necesariamente al inexorable
derrumbe de muchas entidades financieras con la implicada frustración de la mayoría
de los ahorristas a los que resultaría imposible devolverles sus depósitos.-
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La respuesta ya se adelantó en parte al recordar el derecho adquirido
devenido para los depositantes a partir de que la ley 25.466 consagrara su
intangibilidad; ya que según fuera traída a colación por la propia Corte Suprema, para
marcar la diferencia con el mentado precedente, esa ley definió “tal intangibilidad
como la imposibilidad por parte del Estado de alterar las condiciones pactadas
entre los depositantes y la entidad financiera, así como la prohibición de
canjearlos por diferentes activos del Estado Nacional, de prorrogar su pago, o de
reestructurar su vencimiento (arts. 1? a 4?)”. Incluso reforzó su postura desde la
óptica del conjunto de las medidas adoptadas, señalando “que la imposibilidad de
disponer íntegramente de los ahorros e inversiones es sólo una de las variadas
restricciones de los recursos monetarios amparados por el derecho de
propiedad...” (y que) “...sumado a la modificación del régimen cambiario...
provoca un generalizado menoscabo en la situación patrimonial del conjunto
social” (vid “Smith”, consid. 14 y 15).Sin embargo, nobleza obliga admitir que la diferencia con la solución
dada a la mencionada emergencia anterior es mucho más amplia. Dado que aún
circunscribiéndonos al diferimento opcional brindado por el decreto 905/02 en bonos
dolarizados a más de diez años de plazo, se advierte que sus consecuencias son
inconmensurablemente más gravosas que aquella decisión previa; no sólo porque la
cantidad de afectados -directos e indirectos- ha pasado de miles a cientos de miles
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de personas que configuran una parte considerable de la sociedad argentina, sino
porque se superaría el décuplo de este tipo de deuda interna. Asimismo, es obvio que
la solvencia patrimonial del Estado difiere en la actualidad, de la que tenía cuando
era titular de las empresas públicas a principios de los años noventa; por el contrario,
la propuesta hoy representa para los ahorristas la asunción de un nuevo deudor cuya
insolvencia es pública y notoria. Es decir, asistirían de inmediato y por largo tiempo
a la caída del valor real frente al nominal de los bonos que les fueran entregados; y
si quisieran eludir la significativa desvalorización de la progresiva liberación de sus
depósitos, igualmente quedarían expuestos a la generalizada percepción de un
dificultoso o aún imposible rescate, cuando fueran alcanzando la amortización anual
de su dilatado vencimiento (entre el 03/08/2005 y el 03/08/2012).En realidad, no es posible negar que se vive una severa situación de
emergencia ocasionada por la crisis económica más grave que se registra desde los
albores de nuestra formación como Nación. Y si se debe hablar de hechos
incontrastables, difícil le es a la magistratura rebatir la incapacidad de respuesta
bancaria documentada por los informes formalmente emitidos por el Banco Central;
situación que se produciría si una parte importante de los ahorristas retiraran a un
tiempo la totalidad de las reservas existentes, dejando al resto sin posibilidades de
recuperar esa parte de su patrimonio. Pero aún cuando ningún tribunal deba
desentenderse de las consecuencias que puedan llegar a irrogar sus propias
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decisiones -la vigencia de un derecho no puede suponer simultáneamente el posible
desconocimiento del derecho de los demás-, también los magistrados tienen a la vista
la descomunal confiscación de bienes que se produciría para salvaguardar la
subsistencia del sector financiero, del que siempre se dijo -lo cual no es un detalle
menor- era el principal beneficiario de la política económica seguida en la última
década y que la mayoría de la entidades contaban con el solvente respaldo de sus
casas matrices; siendo además que tal despojo -no cabe otra expresión para la
depreciación de casi el 40 % de los valores atesorados-, opera en relación a personas
que, lejos de exhibir la posesión de poderío económico, y por la generalizada menor
cuantía de los importes que les fueron incautados, sufren la privación de ahorros cuyo
más probable destino era ponerlas a reguardo del riesgo de perder su derecho a
desplegar una actividad productiva, disfrutar de una vivienda digna, preservar su
salud o garantizar el ejercicio de sus preferencias personales en su cotidiano vivir.i) De modo que lo que realmente resulta imposible soslayar para el
Tribunal, es que se asiste a la inesperada vigencia de una situación semejante a la que
alguna vez pareció remota, donde la vida y fortuna de los argentinos se acercarían
peligrosamente a quedar a merced del gobierno de turno (Art. 29, C.N.); en
definitiva, las normas que extinguen la propiedad sobre una parte importante de los
valores depositados, es lo que más se parece a una expropiación sin su correlativa
indemnización. Ante esta realidad, fuerza es recordar que “los fines perseguidos por
-29-
las autoridades, por laudables que sean, no bastan para consolidar las
transgresiones a la Constitución Nacional; fuera de la cual no cabe esperar sino
la anarquía o la tiranía” (CSJN, Fallos 198:80). Amén de estar convencidos de que
la solidez del Estado democrático depende de superar la crisis y su emergencia,
respetando la vigencia de los derechos esenciales de sus habitantes; porque un
derecho fundamental, significa ante todo un derecho creado por la Constitución y ello
implica su preexistencia al momento de pretender su manipulación legislativa.Es cierto que con el propósito de evitar el anunciado colapso del
sistema financiero se fueron adoptando sucesivas medidas, primero consistentes en
la restricción de retiros en dinero efectivo -incluso mediante la reprogramación
selectiva de la devolución de los depósitos según hubieran sido constituidos en pesos
o en moneda extranjera- y luego recurriendo a la pesificación, al cambio oficial más
un incremento basado en el aumento del costo de vida, de los dólares existentes en
el sistema. También es cierto que ello se sustentó en la aludida falencia en que
dijeron encontrarse las entidades bancarias (dicho sea de paso, ocurrida tras la
inusual magnitud de la fuga de grandes capitales consentida durante el año anterior)
y por el asimétrico tratamiento dado por la propia legislación de emergencia a la
pesificación de las deudas por un lado y de los depósitos por el otro.-
Pero sobre lo que no se ha brindado ninguna explicación todavía y llena
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de perplejidad a toda la ciudadanía, es cómo se puede sostener la razonabilidad del
anunciado salvataje del sistema financiero, cuando se comienza por destruir la
imprescindible confianza que es menester recobrar y mantener para siquiera pensar
en su debido funcionamiento (obviamente, así tampoco se la genera con el fin de que
otros realicen nuevos depósitos que faciliten la postergada reactivación económica
por la vía del renacimiento del crédito); al propio tiempo que se persevera en la
negativa a clarificar la verdadera situación particular de cada entidad -especialmente
la de aquéllas que indujeron a los depositantes a suponer el efectivo respaldo
económico de sus casas matrices-, impidiendo que sean sus clientes los que
demanden el cumplimiento, aunque más no fuera parcialmente, del compromiso
contraído. Igualmente se carece de la más mínima información, y el recurrente
representante de la autoridad económica no aportó ninguna reflexión que ayudase a
superar tal ignorancia, respecto de porqué han de ser sólo los ahorristas los que
deban cargar con el costo de la devaluación y del tratamiento diferenciado aplicado
a la pesificación de las obligaciones del sistema (que benefició también y no en
menor medida, a los grandes deudores). Más aún cuando se podría haber recurrido
a otros sectores o grupos económicos, incluso mucho más pudientes, o bien haber
convocado el aporte de la sociedad toda; lo que de suyo sugiere una mejor
receptación en los actos de gobierno del principio de igualdad (art. 16, C.N.),
caracterizado por el adecuado reparto de las cargas públicas de conformidad con la
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capacidad contributiva de cada uno, pues en definitiva la quiebra a la que se está
asistiendo es de toda la economía argentina. “El principio de generalidad significa
que todos los ciudadanos han de concurrir al levantamiento de las cargas públicas,
debiendo hacerlo todos los que , a la luz de los principios constitucionales y de las
leyes que los desarrollan tengan la necesaria capacidad contributiva, puesta de
manifiesto en la realización de los hechos imponibles tipificados en la ley” (cfr.
Fernando Sainz de Bujanda en “Lecciones de Derecho Financiero”, 10 ? Ed.de la
Universidad Complutense -págs. 104 y stes.).Es decir, los destinatarios del tratamiento igualitario deberían ser todos
los habitantes del país que tengan capacidad contributiva; y como es obvio que la
regla de la necesidad tiene una extensión “erga omnes” y la escasez de recursos
impone discriminar su distribución -con mayor razón en situaciones de emergencia
social-, la prioridad en su asignación debería ser puesta en función de no disminuir
-o disminuir lo menos posible- aquellos recursos de que disponen quienes tienen un
menor margen de ejercicio de la autonomía de la voluntad (implica la prescripción
contenida en el “principio de diferencia” de Rawls, de aumentar siempre la
autonomía de los menos autónomos; cfr. Carlos Santiago Nino en “Fundamentos de
Derecho Constitucional”, Ed. Astrea 1992, Cap. I-ap. F). No por nada Alberdi
alertaba que la riqueza “tiene por objeto satisfacer las necesidades del hombre que
la forma. Así que luego que existe, ocurre averiguar cómo es que se reparte o
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distribuye entre los que han colaborado a producirla. Para esto es producida; y si el
productor no percibe la parte que corresponde a su colaboración, deja de colaborar
en lo sucesivo, o trabaja débilmente, la riqueza decae y con ella la prosperidad de la
Nación. Luego es preciso que se cumpla la ley natural, que hace a cada productor
dueño de la utilidad o provecho correspondiente al servicio de su trabajo, de su
capital o de su tierra, en la producción de la riqueza común y partible (vid. “El
sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina”, T?IV-151). La idea
es que las medidas que se tomen en la emergencia económica no transgredan las
normas colocadas en el pináculo del ordenamiento jurídico; que convoquen siempre
la participación razonable de todos los ciudadanos, para que estos contribuyan de una
manera equitativa -evaluada como equilibrio dentro de sus posibilidades-, a la
formación de los recursos destinados a conjurar la crisis.Como es dable advertir, es muy difícil evitar que en el curso expositivo
se filtren consideraciones de estricta política económica y se necesitaría realizar un
enorme esfuerzo para no discurrir sobre los motivos que provocaron la inédita
hecatombe que asola al país real. Pero además de que es imposible sustraerse
totalmente de los avatares del medio social en el que transcurren nuestras vidas, el
Tribunal es plenamente conciente de que le fue encomendado y se ha comprometido
a cumplir y hacer respetar los derechos y garantías de la Constitución Nacional.
Dando por sobrentendido de que su plena conjugación en un Estado de Derecho, se
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logra en el marco de la vigencia de un ordenamiento jurídico signado por los
principios rectores de la igualdad de trato por y ante la ley y la libertad del individuo
para disponer de un piso equitativo de sus bienes, suficiente en orden a concretar
razonables designios personales. “La capacidad de elegir y materializar planes de
vida requiere no sólo ciertas condiciones psicológicas y físicas de los individuos,
sino también recursos externos que potencien las primeras condiciones y permitan
la plasmación de las preferencias de los individuos en el mundo exterior. Los
recursos económicos son aún necesarios para desarrollar la actividad intelectual
en la que consiste la elección de planes de vida; pero su papel central está, sobre
todo, dado por su indispensabilidad para concretar prácticamente todos los
proyectos vitales. La privación de acceso a esos recursos, difiere sólo
cuantitativamente de la acción de impedir el desarrollo de las condiciones mentales
y físicas de un individuo...” (Carlos Santiago Nino, op. cit., pág. 363).Punto en el cual viene a cuento recordar a modo de ejemplo, que
muchísimas veces se ha predicado que el procedimiento redistributivo de recursos
menos perturbador en términos de razonable protección equitativa de la autonomía
de la voluntad y más eficiente en cuanto a su repercusión económica, es un sistema
impositivo proporcionalmente progresivo. Si ese fuera el caso y el gravamen
requiriera alcanzar una tasa francamente inusual o contradictoria con la apreciación
doctrinaria y jurisprudencial que primó en el país, tampoco procedería aceptar un
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temperamento permisivo del avasallamiento del límite implicado por la exclusión
constitucional de toda forma de confiscación (CSJN, Fallos 190:159; 234:129;
258:230). Porque el nuestro es un país que, si por algo se lo conoce -después de las
inmensas riquezas naturales que le dieron fama y la calidad de los recursos humanos
que cimentaron su prestigio cultural-, es por el enorme deterioro que lleva acumulado
y el sufrimiento de sus habitantes debido al dilatado tiempo en que se ha vivido al
margen de la ley.De tal suerte, se trata de saber si existen otras soluciones más justas
para superar la crisis, que sean diferentes de esta inaudita transferencia de recursos
que hoy preocupa principalmente a los depositantes bancarios de menores y
medianos recursos, e indirectamente a los productores, a los titulares de bienes
muebles e inmuebles y a los asalariados; especialmente, porque la vía elegida exhibe
sin pudor un franco alzamiento contra aquellos principios consagrados por nuestra
Ley Suprema.
Pero también, de que no se puede pedir a los tribunales que aporten
soluciones cuyo diseño no les compete, porque sus integrantes no son especialistas
ni es su función opinar sobre cuestiones técnicas sumamente complejas ajenas a su
formación como magistrados. En realidad, cuando se dice que los tribunales de
justicia no pueden juzgar las razones de oportunidad, mérito o conveniencia que
llevan al Poder Legislativo o al Ejecutivo a plasmar reformas como las que se vienen
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operando (CSJN, Fallos 112:63; 261:409; 305:102; etc.), lo que se quiere decir es
que no han sido designados para decidir cuál, de los varios medios posibles, es el
mejor para alcanzar determinados fines; lo cual, obviamente, no implica que deban
dejar de intervenir para impedir una inequidad manifiesta o que omitan analizar si el
medio elegido guarda correspondencia con los principios, derechos y garantías
amparados por la Constitución Nacional (CSJN, Fallos 171:348; 247:121; 306:126;
entre muchos otros).j) Todavía se podría llegar a pensar que en el marco expreso e implícito
del actual texto constitucional, no es posible proponer una solución macroeconómica
eficiente que al propio tiempo se la pueda considerar respetuosa del derecho de
propiedad y del tratamiento proporcionalmente igualitario con el que se debe diseñar
y aplicar la ley.La única solución a tal orden de cosas, resultaría de una convocatoria
destinada a reformular la norma básica donde quedarían trazados los lineamientos
fundamentales -así fueren transitorios- de un nuevo pacto social. Este es el único
camino alternativo que marca la Ley Fundamental y que nos viene desde el fondo
mismo de nuestra historia con el mensaje de inclinarnos ante ella si queremos ser
libres y no tener que hincarnos ante la tiranía. De modo que habiéndose jurado el
sometimiento a su mandato, se tendrá la absoluta seguridad de que habrán
desaparecido para los magistrados los obstáculos que les impiden avalar la legalidad
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de la actual reglamentación, por más que se diga que es la única posible de dictar
para salir de la emergencia.V.- Como consecuencia del desarrollo precedente, el Tribunal tiene el
deber de consignar que las normas impugnadas a través de esta acción de amparo son
inconstitucionales, toda vez que suspendieron la aplicación de la ley 25.466 no obstante que el Congreso Nacional la había sancionado poco más de tres meses antes,
como medio para restablecer la confianza y detener el retiro masivo de depósitos. De
este modo se vació de contenido el derecho de propiedad del amparista sobre una
porción importante de su acreencia, lo cual es claramente contrario a la protección
consagrada por el art.17 de la Constitución Nacional, no sólo porque el Poder
Ejecutivo restringió “sine díe” su disponibilidad, sino porque reemplazó la sustancia
de los depósitos al imponer una moneda distinta en forma unilateral; o bien, por
haber pretendido que su percepción en la moneda original, lo sea bajo una modalidad
absolutamente diferente a las condiciones en que fueron pactadas. Concretamente,
no es admisible sostener que las normas de mención resultan razonables, ni aún para
enfrentar la aguda crisis económica y social a la que asistimos, ya que degradan la
sustancia de bienes protegidos por derechos adquiridos, en directa oposición con los
principios constitucionales antes señalados.Corolario de lo expuesto, es que el cumplimiento de las obligaciones
emergentes del contrato de depósito que celebró el amparista con la institución
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bancaria, no se encuentra obstaculizado ni modificado por las normas cuestionadas
con la promoción de la litis, acerca de cuya inconstitucionalidad se ha concluido en
los límites de los agravios formulados por el recurrente.VI.- Toca ahora atender los agravios referidos a la inconstitucionalidad
del decreto n?1316/02 declarada por el iudex a quo. Al respecto cabe señalar que la
norma dispone la suspensión del cumplimiento y de la ejecución de todas las medidas
cautelares y sentencias definitivas dictadas en los procesos judiciales a los que se
refiere el artículo 1? de la ley 25.587, por el plazo de 120 días hábiles (dec. cit.
art.1?). Además, ordena que las resoluciones judiciales sean registradas en las
entidades financieras y bancarias en orden cronológico para ser cumplidas una vez
vencido el plazo indicado y dentro de los treinta días hábiles posteriores en el orden
de su registración (dec. cit. art.2?). Por último, la normativa tachada de
inconstitucionalidad establece que en los casos de excepción contemplados en la ley
25.587, la ejecución de las medidas cautelares o de las sentencias estimatorias de la
pretensión deberá tramitarse ante el Banco Central (dec.cit.art.3?).a) En cuanto concierne a los artículos 1? y 2? del decreto n?1316/02, es
dable indicar que la suspensión de la operatividad de resoluciones adoptadas dentro
del ámbito jurisdiccional, afecta palmariamente el sistema constitucional de la
división de los poderes, toda vez que la norma impugnada limita injustificadamente
la actividad jurisdiccional e importa una manifiesta injerencia del Poder Ejecutivo en
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Poder Judicial de
la Nación
Causa N? 4354/2002 Orden N? 3446
“MARTINEZ, HUGO ANDRES Y
CEBALLOS, MARÍA CLAUDIA C/PEN
S/AMPARO ”
Juzg. Fed. S.Martín 2 - Sec. 3
Sala II-Reg. N?
F?
un ámbito exclusivo del Poder Judicial; por cuanto, se pretende regular la
competencia propia de los magistrados para apreciar, en cada caso concreto, el plazo
de cumplimiento de las resoluciones judiciales. En este sentido cabe recordar que la
Corte Nacional sostuvo que los otros poderes del estado carecen de atribuciones para
modificar, mediante el ejercicio de sus funciones específicas, las previsiones
constitucionales impuestas para asegurar la independencia del Poder Judicial (CSJN,
Fallos: 324:1177).Asimismo corresponde puntualizar que si bien la Corte Suprema declaró
constitucional la suspensión de la ejecución de las sentencias, ello sucedió cuando
se dilataba la ejecución de pronunciamientos judiciales contra el Estado Nacional,
situación que no se da en el presente caso donde el objeto de las medidas cautelares
y el cumplimiento de las sentencias se dirige a recuperar “créditos, deudas,
obligaciones, depósitos o reprogramaciones financieras”, cuyo cumplimiento debe
llevarse a cabo por las entidades bancarias.b) En lo que respecta al art. 3? del decreto 1316/02, se aprecia la
afectación del principio de reserva legal por haber modificado el Poder Ejecutivo un
aspecto esencial de la ley 24.144. En efecto, allí se le hace asumir al Banco Central
ciertas obligaciones sin la previa autorización del Congreso Nacional. Al mismo
tiempo, la norma afecta el status quo existente porque dispone el otorgamiento de
recursos al sistema financiero por fuera de la operatoria prevista para ello y sin
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establecer o determinar garantías necesarias, lo cual le están expresamente prohibidas
(ley cit. arts. 3, 17 y 19).A los argumentos expuestos precedentemente se suma el hecho de que
no se ha justificado la instalación de un procedimiento a simple vista dilatorio ante
el Banco Central; precisamente cuando se trata de ejecutar resoluciones tendientes
a atender situaciones apremiantes esgrimidas por la parte actora , cuya urgencia de
disponer de su patrimonio resulta de insoslayable atención para el juez.VII.- Respecto de las costas, cabe puntualizar que no escapa a este
Tribunal las particulares circunstancias en las cuales se dictaron las normas cuestionadas en la litis, por lo cual se arriba a la convicción sobre la existencia de causal
justificante para la intervención defensiva de los demandados; lo que irroga la
conclusión de que las costas deben ser impuestas en el orden causado (art. 68,
CPCCN).Por tales fundamentos, se RESUELVE:
1?) CONFIRMAR el pronunciamiento obrante a f.143/145 vta.;
debiéndose tener presente la reserva del caso federal efectuado por los recurrentes
(Art. 14 de la Ley 48).2?) COSTAS por su orden en ambas instancias (ley 16.986, arts. 14 y
17; CPCC, art. 68).- REGÍSTRESE, NOTIFÍQUESE Y DEVUÉLVASE.MANSUR PRACK
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