Animal de bellota - DerechoAnimal.info

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Teresa Giménez-Candela
ANIMAL DE BELLOTA
Ya podemos insultar a alguien llamándole “animal de bellota” con la aprobación de las
22 Reales Academias de la Lengua, que, en fecha reciente han admitido el uso de ésta y
otras expresiones coloquiales, como prueba de que el idioma sigue vivo y se renueva
constantemente. La cuestión está en porqué asimilamos la expresión “animal de bellota”,
es decir el cerdo - que hoy en día se alimenta raramente de ese manjar-, a la condición
de una “persona ruda y de poco entendimiento”. Los cerdos tienen, está científicamente
demostrado, una inteligencia muy desarrollada, una capacidad de percepción altísima y
una compatibilidad genética con la especie humana que les hace aptos para la
experimentación con transplantes de órganos. Del cerdo, del que todo se
aprovecha: ”loor al cerdo que no tiene desperdicio!”, decía el inolvidable crítico de cine
Alfonso Sánchez con su voz cascada, para alabar la calidad de las películas de
determinado Festival cinematográfico, se podrán decir muchas cosas (la voz cerdo tiene
una altísima sinonímia), pero no que tiene poco entendimiento. Los cerdos, como
muchos de los animales que van a ser sacrificados, huelen la muerte y gritan de pavor.
Existe probablemente el silencio de los corderos, pero también los terneros, separados
de sus madres, cuando entran en el matadero lloran de miedo y, en la distancia, parecen
bebés gimiendo a coro.
Nuestro lenguaje, está plagado de expresiones despectivas y de algún insulto directo que
utiliza a los animales como vehículo de expresión: burro!, desasnar, lagarta, mono de
feria, hijo de perra, animal, animal de cuatro patas, perra vida! -el “mondo cane” en
versión italiana-, el sonido “uh, uh, uh”, de alto contenido racista, y tantas otras que
ahorro al lector. Resulta extraño pensar que los animales forman parte de nuestro mundo,
pero los ignoramos y, desgraciadamente, sólo los usamos. En nuestro subconsciente late
su condición de “cosas”, tal como el sistema jurídico continental los considera desde la
concepción romana de los mismos. Y ese dato, tan poco relevante en apariencia, tiene
consecuencias insospechadas. El propietario de algo, de una cosa, no tiene que justificar
su comportamiento como dueño de la misma, la usa, la disfruta, se deshace de ella: la
vende, la abandona, la destruye, o la maltrata. La legislación de la mayoría de los países
(salvo Austria, Suiza y Alemania), partiendo de esa concepción cosificada de los
animales, tiende a protegerlos del maltrato y eso ya es un paso importante. Pero no es
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Teresa Giménez-Candela
suficiente. Los animales, considerados como productos, tienen una protección limitada a
su condición de tales.
Los avances científicos no sólo recientes, sino desde Darwin, vienen demostrando que
los animales son seres sensibles (“sentient beings”). Jeremy Bentham (1748-1832)
sostenía que, si bien no pueden razonar o hablar, sí pueden sentir, al igual que defendía
la igualdad de derechos de las mujeres, la libertad de expresión, la abolición de la
esclavitud, el comercio libre o la descriminalización de la homosexualidad. Todo ello
trabajosas conquistas que se han logrado muchos siglos después de que el filósofo y
jurista inglés, uno de los padres del liberalismo, las defendiera como postulados
irrenunciables de “una vida mejor para todos” (=”the greatest happiness to the greatest
number”).
Que una nueva mentalidad que considera a los animales como seres sensibles está
abriéndose paso, paulatinamente, también en España, parece fuera de duda; pero del
rechazo de la violencia hacia los animales, a adaptar nuestras leyes a su condición de
seres sensibles y a insertar el Bienestar Animal en nuestro ordenamiento jurídico y en
las enseñanzas que se imparten de manera ordinaria en nuestros planes de estudio,
media un largo trecho que habrá que ir recorriendo, sin prisas pero sin pausas.
Teresa Giménez-Candela
Catedrática de Derecho Romano.
Animal Welfare Law Professor (EPSI)
Universitat Autònoma de Barcelona
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