Las relaciones con la Falange - Foro Fundación Serrano Suñer

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3. Las relaciones con Falange
Ya se ha dicho que aun estando José Antonio Primo de Rivera y Ramón
Serrano Suñer unidos por una profunda amistad, que arranca y se gesta en los
primeros años de sus estudios universitarios, cuando ambos cursan la carrera de
Derecho en Madrid -amistad que siguen cultivando intensamente fuera de las
aulas, dedicados uno y otro al ejercicio profesional y a la actividad política que
les llevará al Congreso de los Diputados-, sus respectivas militancias no son
idénticas, aunque sus posiciones ideológicas se hallen próximas.
Fundada la Falange, José Antonio requiere en varias ocasiones a su
amigo para que se afilie al partido. "Si nuestras relaciones políticas -señala
Serrano- fueron también estrechas y cordiales, no coincidieron en una
comunidad de afiliación, pues yo resistí a las invitaciones que me hizo para
ingresar en la Falange y ocupar en ella un puesto de responsabilidad que, según
me dijo, sólo tenía cubierto muy provisionalmente1. Pero la colaboración de
Serrano con José Antonio también fue efectiva en el terreno político, como éste
reconoció públicamente en el periódico clandestino No Importa.
Consecuentemente, Serrano podía legítimamente afirmarse también como
"amigo político suyo". Prueba de ello es que en el Gobierno que -como posibleproyectó José Antonio en un momento de optimismo, en el año 1935, Serrano
aparecía como Ministro de Justicia... (De este proyectado gobierno se conserva
la cuartilla autógrafa de José Antonio Primo de Rivera.)
No ofrecen dudas, pues así resulta del testimonio del propio Primo de
Rivera, las "afinidades electivas", tanto personales como políticas, que existen
entre ambos, si bien Serrano no sea un militante de Falange Española cuando
llega a Salamanca tras de su azarosa huida de la zona republicana. (Digamos
que en toda la obra de Serrano hay una constante en la valoración y en el
recuerdo de José Antonio y Dionisio Ridruejo.)
Por cierto, que Franco y su mujer, a quienes les consta la profunda
amistad personal que existía entre José Antonio Primo de Rivera y Serrano, se
muestran en ocasiones reticentes y molestos por la constante mención que se
hace en la zona nacionalista del "Ausente", que para sus seguidores ha entrado
ya en la simbología de los mitos. "A Franco -dirá Serrano recordando los días de
Salamanca-, el culto a José Antonio, la aureola de su inteligencia y de su valor,
le mortificaban. "En efecto, un día en que Serrano, a la hora del almuerzo, se
sienta a la mesa de la común residencia. Franco, visiblemente nervioso, le dice:
"Lo ves, siempre a vueltas con la figura de ese 'muchacho' (se refiere a José
Antonio), como cosa extraordinaria, y Fuset acaba de suministrarme una
información del Secretario del Juez o Magistrado que le instruyó el proceso en
Alicante, que dice que para llevar leal lugar de la ejecución hubo que ponerle
una inyección parque no podía ir por su pie", palabras que presumiblemente
son dichas con cierto complaciente regusto. Serrano, que ha escuchado con
intensa amargura a Franco, a quien esta sirviendo con lealtad, rechaza con
energía la veracidad de esa información: "Eso es una mentira inventada por
1
Ramón Serrano Suñer: Entre Hendaya… Pág. 38.
algún miserable, eso es imposible." Interviene entonces la mujer de Franco
defendiendo la versión del asesor jurídico de su esposo: "¿Y tú que sabes -le dice
a Serrano-, si no estabas allí?" "Pues porque lo conozco bien y tengo certeza
moral; porque eso es un infundio canallesco", responde Serrano con indignación.
La realidad del fusilamiento de José Antonio, sin embargo, es muy
distinta de la versión de Fuset. Así lo aclara, después de investigar los hechos,
Ramón Garriga: "Cuando José Antonio supo que sería fusilado a la mañana
siguiente, se dedicó con calma y espíritu cristiano a escribir una serie de cartas a
varias personas en las que de puno y letra pedía perdón por haberlas molestado
con su carácter brusco; al terminar de escribirlas numerosas cartas, pidió que se
le diera algo para poder conciliar el sueño a fin de hallarse descansado y con las
fuerzas necesarias para comparecer ante el pelotón que tenía que fusilarlo"2. Por
su parte, prescindiendo de versiones más o menos líricas, hay testimonios muy
directos que, con profusión de detalles, dan constancia de la forma en que José
Antonio Primo de Rivera se enfrentó con la muerte. Se sabe, en efecto, que
minutos antes de la ejecución, ya en el reducido patio de la cárcel Modelo de
Alicante, se dirigió con serenidad y buen tono a los milicianos que iban a
fusilarle. A uno de ellos, llamado Toscano, militante de la FAI, le regaló el abrigo
que llevaba sobre sus hombros: - "Tómalo ahora -le dijo-, que es una lastima
que lo agujereen las balas." Luego, antes de que se diera la orden de disparar, se
dirigió a los que componían el piquete, diciéndoles: "¿Verdad que vosotros no
queréis que yo muera? ¿Quién ha podido deciros que yo soy vuestro adversario?
Quien os lo haya dicho no tiene razón para afirmarlo. Mi sueño es el de la patria,
el pan y la justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que
no pueden congraciarse con la patria porque carecen de pan y de justicia.
Cuando se va a morir no se miente y yo os digo, antes de que me rompáis el
pecho con las balas de vuestros fusiles, que no he sido nunca vuestro enemigo.
¿Par qué vais a querer que yo muera?" Como queriendo acabar pronto con la
escena, casi toda la primera descarga se hizo sobre su cuerpo. El piquete tuvo
que hacer fuego otra vez contra los cuatro falangistas de Novelda que se
alineaban junto a él. El mismo Julián Zugazagoitia -bien diferenciado
ideológicamente de José Antonio describe con profundo respeto y admiración la
entereza que tuvo José Antonio en el acto de su muerte 3. Stanley G. Payne
insiste en que "sus últimas palabras fueron de consuelo para los hombres que
iban a morir con él. No hubo en su actitud la menor jactancia romántica; sólo
una lacónica dignidad"4.
Todo ello indica que José Antonio se enfrentó a la muerte con la dignidad
que pedía en su testamento ológrafo y no de la forma que, con insano regusto, se
hacía eco Franco, celoso incluso de la fama de los muertos. (Recordando este
desagradable episodio, una tarde de junio de 1976, en la que cenábamos el
escritor Carlos Rojas y yo con Serrano en la finca que éste posee en
Navalcarnero, nuestro anfitrión, con profundo pesar, nos dijo: "Aquél fue el
primer gran disgusto que me llevé en aquella casa.")
2
Ramón Garriga: La señora del Pardo. Ed. Planeta. Barcelona, 1979. Pág. 112.
Julián Zugazagoitia: Guerra y vicisitudes de los españoles. Ed. Crítica. Barcelona, 1977. Pág. 260.
4
Stanley G. Payne: Op. cit. Pág. 115.
3
Esta actitud de Franco; la evidente delectación que muestra al narrar la
versión de su siniestro asesor jurídico (el mismo que le pasa a la firma los
expedientes de los condenados a la última pena, muchas veces después del
almuerzo, a la hora del café) sobre la muerte de José Antonio, revela la escasa,
por no decir nula, simpatía que éste le inspira.
Ya en ocasión anterior, también con morbosa complacencia, Franco se
hace eco del rumor que llega a circular en ambientes restringidos de la España
nacionalista: José Antonio vive, pero ha sido entregado a los rusos y éstos le han
castrado. Esta hipótesis -seguir vivo, pero con esa vejatoria mutilación viene a
tranquilizar los celos de liderazgo político que acometen a Franco. "José
Antonio -dirá Ridruejo a Ronald Fraser a propósito de este bulo- ya no podía
hacerle sombra como hombre o como mito. Como lo primero había sido
destruido al ser castrado, como lo segundo por estar vivo en vez de ser un mártir
muerto"5.
No puede extrañar, por tanto, que Franco no muestre ningún interés
efectivo en salvar la vida de José Antonio durante el tiempo en que éste
permanece encarcelado en la prisión de Alicante, como han puesto de relieve
historiadores solventes que se han ocupado de investigar el tema, especialmente
Ramón Garriga, Carlos Rojas, Federico Bravo Morata, Ángel Viñas, Stanley G.
Payne y, más recientemente, Ian Gibson, quien, en su estudio sobre la figura del
fundador de la Falange, estima que Franco, una vez autoproclamado Caudillo,
"se fue convenciendo cada vez más de que no le interesaba para nada la vuelta
de José Antonio a la zona nacional", añadiendo: "Es evidente que la llegada de
José Antonio a Salamanca no sólo podría estorbar el proceso de unificación en
el cual pensaba Franco, sino que significaría el posible fracaso de sus planes
para consolidar su poder personal"6 lo que no deja de ser una constante en su
trayectoria vital.
Serrano, sin embargo, menos receloso, descarta que Franco se inhibiese
culpablemente de la liberación del líder de la Falange. He aquí sus palabras,
cuarenta y dos años después de la trágica desaparición de quien fue su amigo
personal: "Doy por seguro que Franco no consideraría en aquellos días esencial
el rescate de José Antonio, pero tampoco me parece imaginable -como algunos
decían sin el menor fundamento- que llegara a torpedearlo; al contrario, ofreció
dinero y facilidades para que se intentara. Pero de la irritación que las
constantes, exaltadas apelaciones a su gloria le causaba, sí puedo dar testimonio
y de que esta irritación se extendía también al círculo íntimo de los celantes del
culto a su persona y jefatura. La hora de la glorificación llegó con la de su
muerte"7.
Historiadores, por el contrario, que han explorado los hechos con mayor
frialdad y distanciamiento que Serrano, insisten en culpar a Franco, siquiera de
forma indirecta, por no evitar -al negar o regatear los medios adecuados- el
fusilamiento de José Antonio. Esa inhibición le hará decir a Ramón Garriga:
5
Ronald Fraser: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española. Ed. Crítica.
Barcelona, 1979. II Tomo. Pág. 19.
6
Ian Gibson: En busca de José Antonio. Ed. Planeta. Barcelona, 1980. Págs. 233-234
7
Ramón Serrano Suñer: Entre el silencio.... Pág. 170.
"Por parte de Franco no puede sorprender su falta de interés en lograr un medio
eficaz de salvar al prisionero de Alicante, pues como discípulo de Maquiavelo
hubiera cometido un error político al recibir y tener a su lado a quien era
partidario de restablecer la paz entre los españoles, contra su criterio personal, y
seguir batallando hasta alcanzar la victoria total sobre los rojos''8, afirmación
que, por lo que respecta al propósito pacificador del fundador de la Falange, una
vez desencadenada la guerra civil, no resulta gratuita, como lo demuestra el
hecho de que José Antonio, iniciado el trágico enfrentamiento fratricida, dirige
una carta a Diego Martínez Barrios, Presidente de las Cortes de la República aprovechando la oportunidad de que éste se halla en Alicante- solicitándole una
entrevista para proponerle una gestión personal en la zona nacionalista
encaminada al cese de las hostilidades, "dejando empeñada mi promesa de
volver -diría poco después explayando el tema ante el Tribunal Popular que le
condena a muerte-, que avala el amor entrañable de mi familia. Tengo mis
hermanos y una tía mía que ha hecho las veces de madre. Aquí dejo esta prenda.
Voy a la otra zona y voy a hacer una intervención para que cese esto... Si puedo
prestar este servicio, no a la República, sino a la paz de España -no voy a fingir
celo repentino-, aquí estoy...", petición que no es atendida por el gobierno de
Giral -en contra de la opinión de Indalecio Prieto-, convencido de que Franco no
aceptara deponer las armas.
Por eso cuando Garriga se pregunta si se hizo todo lo humanamente
posible para salvar la vida de José Antonio Primo de Rivera, su respuesta es
negativa basándose en que Franco no intenta ninguna gestión cerca de Hitler,
quien, en su opinión, de habérsele hecho ver la necesidad de evitar la muerte del
fundador de Falange, hubiera conseguido su liberación. Esta pasividad culpable
de Franco la resume así el escritor catalán: "No existe documento alguno que
pruebe que Franco se interesó directamente (cerca de los alemanes) por la vida
de José Antonio; en cambio, se conserva el texto del telegrama que Franco cursó
a Berlín, en el que solicitó la intervención alemana a favor de la familia de su
hermano Nicolás, que se hallaba en zona roja"9, gestión que se encomienda al
cónsul de Alemania en Alicante, Von Knoblock, y que éste lleva a cabo sin
dificultades, logrando que los miembros de esa familia, Pasqual de Pobil, salgan
de Alicante en un barco de la marina mercante alemana. Pero estos buenos
oficios no se movilizan en el caso de José Antonio.
La pasividad de Franco ante la suerte de José Antonio revela su temor a
que la presencia de éste en la zona nacionalista introduzca graves alteraciones
en el esquema de poder ya establecido por el general sublevado desde el primero
de octubre de 1936. Si en los meses precedentes ha mostrado escaso interés por
su liberación, ahora es cuando menos desea que su jefatura sea disputada.
Par cierto que el único plan verdaderamente activo para liberar a José
Antonio es el que intenta, aunque sin éxito, Agustín Aznar, cuando Franco,
todavía no autoproclamado Jefe del Estado, reside en el palacio de los Golfines
de Cáceres. Allí recibe la visita de Aznar, quien le expone su propósito de
trasladarse a Alicante, al frente de un grupo de falangistas, para rescatar a su
jefe nacional. Franco se muestra de acuerdo con el plan trazado, pero lo remite a
8
9
Ramón Garriga: Los validos de Franco. Ed. Planeta. Barcelona, 1981. Pág. 61.
Ramón Garriga: Nicolás Franco, el hermano brujo. Ed. Planeta, Barcelona, 1980. Página 135.
Sevilla para que se lo exponga a Queipo de Llano, quizá pensando en la antigua
animadversión entre este general y José Antonio. Pero Queipo de Llano aprueba
el plan y entrega un millón de pesetas para asegurar el éxito de la operación,
pues no se descarta que en la otra zona haya de recurrirse al soborno. El plan se
pone en marcha y, de acuerdo con el almirante de la flota alemana en el
Mediterráneo, un grupo de falangistas, integrado por Rafael Garcerán, Carlos
María Rodríguez de Valcárcel, Guillermo Aznar, José María Díaz Aguado,
Serafín Olano, Alberto Aníbal, Fernando Alzaga, Menéndez y Miguel Primo de
Rivera y Cobo de Guzmán, capitaneados por Agustín Aznar, embarcan, rumbo a
Alicante, en el torpedero alemán "Iltis". El 15 de septiembre de 1936 Aznar
conecta con el cónsul alemán en Alicante, Von Knoblock, con las hijas del
práctico del puerto -que colabora con el bando nacionalista- y con otras
personas que le ponen en relación con elementos cenetistas, a los que ofrece
dinero si facilitan la fuga de José Antonio. Sin embargo, las gestiones de
soborno fracasan, Aznar inspira sospechas a la policía republicana y, con
uniforme de oficial de la armada alemana, se ve obligado a reembarcar10. Los
falangistas de la zona nacionalista tampoco tendrán esta vez ocasión de
recuperar a su fundador y jefe nacional.
Por otra parte, fusilado ya José Antonio -lo que desde el primer momento
se conoce en las altas esferas de la zona nacionalista-, Franco, con el propósito
de sembrar o mantener la confusión entre sus aliados, todavía en febrero de
1937 pretende hacerle creer al embajador de Italia que el fundador de la Falange
vive11.
En todo caso, parece suficientemente explicado que, a la altura de 1936 guerra sin cuartel de por medio-, a Franco no le interesa de ningún modo que
los falangistas de la zona nacionalista reencuentren "en carne y hueso" a su
fundador y jefe natural. De ahí que la noticia del fusilamiento de José Antonio
calme su inquietud y justifique la declaración que José Maria Gil-Robles hace a
Ian Gibson en Madrid el 12 de diciembre de 1979: "Yo tengo la seguridad grande
de que Franco no tuvo ningún disgusto en que desapareciera José Antonio.
Tengo la evidencia de que si José Antonio hubiera estado en la zona nacional, o
hubiera llegado a ella, se habrían enfrentado en un duelo a muerte, porque José
Antonio nunca quiso una sublevación militar, y mucho menos que se instalara
una dictadura militar. De esto tengo noticias exactísimas. Quería un golpe
falangista. Podía admitir, como un instrumento necesario, la colaboración de los
militares, pero un golpe militar estructurado para dar lugar a una dictadura
militar, ¡jamás! Esto es segurísimo"12.
Pero las reservas que Franco tiene hacia José Antonio, aunque se
agudicen a partir del 1.° de octubre de 1936 ante el recelo de que le sea discutido
su caudillaje, es algo que tiene antecedentes claros. Baste recordar, por un lado,
10
Un minucioso y documentado relata de este intento de liberación de José Antonio puede hallarse en el
libro de Carlos Rojas Prieto y José Antonio: Socialismo y Falange ante la tragedia civil. Ed. Dirosa.
Barcelona, 1977. Pág. 179-185, así como en el de Antonio Cibello, José Antonio. Apuntes para una
biografía polémica. Ed. Doncel. Madrid, 1975. Pág. 373-375.
11
Roberto Cantalupo: Fu la Spagna: Ambasciata presso Franco, Febbraio-Aprile 1937. Ed. Mondadori.
Verona, 1948. Pág. 117.
12
Ian Gibson: Op. cit. Pág. 237
la exigencia que hace José Antonio, en mayo de 1936, de que Franco sea
excluido de la lista electoral de la coalición de derechas por Cuenca, en la que
figura el fundador de Falange, gestión disuasoria que éste, como vimos,
encomienda a Serrano, y, por otro, las descarnadas críticas que el mismo José
Antonio hace, en diversas ocasiones, del vacilante carácter y bajo nivel político
del militar africanista; y, por último, las dudas y reticencias que expresa el
fundador de la Falange, ya desde la prisión de Alicante, sobre la conveniencia de
la acción emprendida por los militares rebeldes, como hace patente en la
entrevista que mantiene con el periodista norteamericano Jay Allen13, muy en
consonancia con las palabras que el propio José Antonio dirige el 24 de junio de
1936 a todas las Jefaturas Territoriales y Provinciales de Falange ante los "mas o
menos confusos movimientos que están desarrollándose en diversas provincias
de España". En ese mensaje dirá José Antonio: "Consideren todos los
camaradas hasta que punto es ofensivo para la Falange el que se le proponga
tomar parte como comparsa de un movimiento que no va a conducir a la
implantación del Estado nacionalsindicalista..., sino a restaurar una
mediocridad burguesa conservadora (de la que España ha conocido tan largas
muestras), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de
nuestras camisas azules"14.
Sin embargo, confirmada la noticia de la desaparición de José Antonio, y
pese al desagrado con que Franco escucha los elogios que los falangistas hacen
del "Ausente", su pragmatismo le lleva, a un cierto punto, no sólo a aceptar el
proceso de mitificación del "Ausente", sino incluso a contribuir activamente a su
consolidación, sobre todo cuando ya tiene bien asegurada la lealtad del sector
falangista que ha aceptado la Unificación. El verbalismo y la exaltación retórica,
a la hora de recordar a José Antonio, será una de las poco onerosas concesiones
que Franco hará a los falangistas. "El culto a José Antonio Primo de Rivera resumirá Guillermo Cabanellas- constituye una válvula de escape que Francisco
Franco deja a los falangistas"15, desahogo deliberadamente interesado a cambio
de explotar, en su exclusivo beneficio, el voluntarismo sentimental de los
joseantonianos ingenuos, de cuya ideología, como de cualquier otra que no sea
el propio "franquismo" (reacuérdese que Franco, como primer seguidor de si
mismo, en curiosa objetivación de su personalidad, se referirá en múltiples
ocasiones al "Caudillo" en tercera persona, como si se tratase "de otro"), no
participe emocionalmente, aunque, cuando le interese, la instrumentalice
absolutamente. A este Franco, utilitarista ad limitem de toda coyuntura
favorable -se dé ésta espontáneamente o la propicie él mismo con propósitos
deliberados-, corresponden las siguientes palabras, de sabor profundamente
cínico, que pronuncia el 20 de noviembre de 1937, cuando ya se ha decidido
hacer oficialmente pública la muerte de José Antoni016:
"¡Españoles! Murió José Antonio, dicen los pregones. ¡Vive José
Antonio!, afirma la Falange.
13
Entrevista publicada el 9 de octubre de 1936 en el Chicago Daily Tribune.
José Antonio Primo de Rivera: Obras Completas. Publicaciones de la Dirección General de
Propaganda. Madrid, 1950. Pág. 752.
15
Guillermo Cabanellas: La guerra de los mil días. Ed. Grijalbo. Buenos Aires, 1973. II Tomo. Pág. 934.
16
Texto más completo de este discurso de Franco puede encontrarse en la obra citada de Ian Gibson. Págs.
245-246.
14
"Vida es la inmortalidad..., la semilla que no se pierde, que un día
tras otro se renueva con vigor y lozanía... Esta es la vida, hoy, de José
Antonio.
"No murió el día que el plomo enemigo segó, en el patio de una
cárcel, su juventud prometedora.
"Se desplomó la materia, pero vivió el espíritu...
"Educado en la severa disciplina de su hogar castrense, templó su
carácter en el culto a la Patria, alcanzando la serenidad y fortaleza del
soldado.
"Su fuerte inteligencia y su sólida cultura dieron a su inspiración
dimensión insospechada...
"Soldado y poeta, sintió los nobles afanes de nuestra juventud...
"Al rendir hoy homenaje en este aniversario a nuestro caído, lo
rendimos en él a todos los héroes y los mártires de nuestra causa, de los
que José Antonio quiso ser y fue su adelantado.
"¡Dichosos los que muriendo como él viven para la Patria!".
Et sic de coeteris.
Conocidos los datos básicos, la verdad es que el oportunismo que Franco
revela en éste, como en otros discursos que pronunciará sucesivamente; le
permite desorientar incluso "al último seguidor", lo que contrasta, paradójica y
tristemente, con la íntima y despreciativa actitud que él mismo asume hacia los
falangistas que, unos, interesadamente, y, otros, ardorosa e ingenuamente,
proclaman su capitanía indiscutible.
Concluyamos, en fin, este largo paréntesis con estas duras y descriptivas
palabras de Dionisio Ridruejo sobre la actitud de Franco hacia los falangistas:
"Jamás Jefe de hordas alguno se ha referido a su peonaje asalariado con mayor
desprecio efectivo del que este jefe de un partido daba muestras refiriéndose a
sus atraillados partidarios"17.
Hemos dicho, igualmente, que muchos de los falangistas "camisas viejas"
que actúan políticamente en la zona nacionalista, ignoran esa relación profunda
de Serrano con Primo de Rivera y que otros que la conocen la ocultan o
minimizan. La presencia de Serrano en Salamanca también suscita recelos entre
los falangistas que dominan el partido en las diferentes circunscripciones
territoriales y entre los que integran la Junta de Mando.
Pero Serrano Suñer, el hombre que inspira y articula la Unificación, sin
proceder de las filas estrictamente falangistas, orienta su acción hacia tres
finalidades concretas: "Ayudar a establecer efectivamente la jefatura política de
Franco, salvar y realizar el pensamiento político de José Antonio y contribuir a
encuadrar el Movimiento nacional en un régimen jurídico, esto es, a instituir el
Estado de Derecho. "18, según puntualiza el propio Serrano.
17
18
Dionisio Ridruejo: Escrito en España. Ed. Losada. Buenos Aires, 1962. Pág. 117.
Ramón Serrano Suñer: Entre Hendaya... Pág. 57.
Por otra parte, comprendiendo Serrano la vitalidad heroica y hasta
romántica que condensa la Comunión Tradicionalista, encuentra más ajustado
al nivel de los tiempos el ideario falangista, cuyo contenido social le hace confiar
en la posibilidad de absorber, llegado el momento, a la otra España que se
opone al alzamiento. "Entre la Falange y el Requeté -dice Álvarez Puga al
considerar las opciones ideológicas que se ofrecen a Serrano- se inclinó por la
primera tendencia"19. Si a ello le induce su antigua amistad con José Antonio,
transmutada ahora en veneración ante su recuerdo, no juega menos en el ánimo
de Serrano el hecho de que la Falange se presente como una corriente ideológica
dotada, a su juicio, de una capacidad de seducción superior al de las otras
fuerzas que se han sumado al alzamiento. En ese tiempo, Serrano advierte
claramente lo que luego expresará Carlos M. Rama con estas palabras:
"Mientras la Iglesia se servía de las argumentaciones de la escolástica medieval,
y los carlistas exaltaban un heroísmo huero de reflexiones o a lo sumo ornado de
tópicos generales, como, por otra parte, hacían los militares, la Falange hablaba
un lenguaje del siglo XX para acontecimientos novísimos"20.
Conseguido el objetivo primordial de la Unificación, Serrano Suñer se
impone la tarea de asegurar el mejor entendimiento entre los que él llama
"falangistas auténticos" y el General Franco, estableciendo un puente de
comunicación que considera imprescindible para salvar los mutuos recelos y
desconfianzas. Esta labor de intermediación tendrá Serrano ocasión de
practicarla pronto, "y aun de sufrirla día a día - según él mismo subraya- por las
dificultades que de una y otra parte surgían constantemente". La labor no
resulta fácil: se trata de acercar la Falange a Franco y de hacer falangista a éste,
consciente Serrano de las mutuas reticencias que siempre existieron entre José
Antonio y Franco y de la poca, prácticamente nula, inclinación de éste a
"ideologizarse" en un sentido u otro, precisamente por su decidida voluntad de
no asumir compromisos que le vinculen a programa alguno y por su afán de
instrumentalizar cualquier opción que le permita coyunturalmente reafirmarse
en el poder, entendido éste del modo más "in concreto" y pragmático. Este afán
personal por retener 10fundamental -el poder- y prescindir de lo accesorio -la
ideología-, le hará decir a Stanley G. Payne que "Francisco Franco se convirtió
en el gran enigma de la España del siglo XX; nadie ha sabido cultivar mejor que
él el arte de ofrecer una imagen política de sí mismo perfectamente indefinible.
Las supuestas intenciones políticas de Franco han dado lugar a las mayores
confusiones y contradicciones, acaso porque, en realidad, carece de ellas"21. En
parecidos términos se expresa el historiador Gabriel Jackson al decir que "el
general Franco gobernaba la España nacionalista a la manera militar, personal y
arbitraria y en nada ideológica22 de los grandes dictadores hispánicos del siglo
XIX como Narváez en España, Rosas en Argentina y Porfirio Díaz en Méjico"23.
Visto superficialmente, atendiendo a los signos externos de los primeros años
del régimen, podría pensarse que Franco asume la ideología fascista que
personifican sus aliados políticos Hitler y Mussolini, pero lo cierto es, según
demostrarán l0s hechos, que en su momento instrumentaliza esta doctrina
como, en sucesivas situaciones, se sirve de otras concepciones que le convienen
19
Eduardo Álvarez Puga: Historia de la Falange. Ed. Dopesa. Barcelona, 1969. Pág. 183.
Carlos M. Rama: Op. cit. Pág. 318.
21
Stanley G. Payne: Op. cit. Pág. 162.
22
El subrayado es nuestro.
23
Gabriel Jackson: La Republica española y la guerra civil. Ed. Crítica. Barcelona, 1981. Pág.368.
20
circunstancialmente. Su eventual y presunta adscripción al modelo fascista, las
explicará lúcidamente Ridruejo: "Franco había conquistado y renovado un
partido fascista. Pero él no era fascista. Quiero decir que no consideraba de
aplicación el esquema de la amplia minoría sustituyente (del pueblo) como
encofrado de la transformación social que debiese vincular el Estado a su
programa, rodeado por todas partes y, como si dijéramos, implantarlo en su
propio seno. Lo que a Franco le interesaba totalizar era únicamente el
mando"24.
En fin, esta resistencia de Franco a comprometerse hasta sus últimas
consecuencias con una concreta ideología política, aunque utilice todas las que
le convengan para ejercer su "magistratura vitalicia y carismática", la resume así
el sociólogo Amando de Miguel:"Uno de los papeles que Franco no ha
representado es el de ideólogo exclusivo o excluyente, y ni tan siquiera original o
descollante, del Régimen que con toda propiedad encarna. Antes bien, su
pertinaz táctica ha sido rodearse de una multiplicidad de elementos ideológicos,
sin suscribir personalmente ninguno de ellos y mucho menos excluyendo a los
demás"25.
El carácter de Serrano, sin embargo, es bien distinto; pues es hombre que,
con acierto o error, profesa convicciones y principios políticos, que se
compromete con la ideología que asume y que supedita a los criterios políticos
que le animan las consideraciones de índole personal. Esta distinta concepción
de la vida política comenzara ya en Salamanca a dar lugar a ciertas fricciones
con Franco, siquiera sean todavía tenues.
Por otra parte, Serrano irá percibiendo, con creciente desazón personal,
que su "lealtad crítica" no sólo no es bien aceptada por Franco, sino que le
conturba en lo más hondo de su peculiar personalidad, orientada
exclusivamente a mantener a ultranza lo que él llama "el mando", utilizando
todo lo que es útil a su propósito básico y rodeándose de incondicionales -ya
sean ingenuos o interesados- que le garanticen su absoluto protagonismo en el
ejercicio del poder omnímodo. "Yo entonces –aclarará Serrano recordando
aquellos días vividos junto a Franco-, pese a mi amistad y relación familiar con
él, anterior a la guerra, no conocía en profundidad su entidad política, su
psicología, su talante, la firmeza de su propósito de permanecer vitaliciamente
en su puesto, ya utilizando estos, ya otros apoyos, en ocasiones heterogéneos y
antagónicos"26.
Asumido este papel de aproximación entre Franco y Falange, el
intérprete ante Serrano de los exigentes joseantonianos será, cada vez más,
Dionisio Ridruejo. Ya hemos dicho que éste conoce a Serrano el día 25 de abril
de 1937, cuando acompaña a Pilar Primo de Rivera a una entrevista que ésta
tiene concertada en el Cuartel General. Los ayudantes militares de Franco
confunden a Ridruejo con un miembro de la escolta de la Primo de Rivera y le
impiden el acceso al despacho. Mientras Ridruejo aclara su identidad, en el
24
Dionisio Ridruejo: Casi unas memorias. Pág. 115.
Amando de Miguel: Op. cit. Pág. 13
26
Ramón Serrano Suñer. Entre el silencio... Pág. 186.
25
antedespacho aparece Serrano inopinadamente, encontrándose con el
vehemente falangista. Este es el primer encuentro que se produce entre ambos y
que ha sido narrado por uno y por otro, coincidiendo tan sustancialmente las
dos versiones que son perfectamente intercambiables. En resumen, esto es lo
que sucede:
Serrano saluda al joven Ridruejo –tiene 23 años-, a quien le dice algo
amable sobre un reciente discurso que éste ha pronunciado en Sevilla y que él
ha escuchado por radio. Ridruejo agradece las palabras, pero aprovecha la
oportunidad que le viene dada para expresar, con su ya habitual energía y
brillantez, las quejas del sector falangista por la forma de conducir la
Unificación y por la detención de Hedilla, que considera un atropello
inadmisible por injusto y desproporcionado. Serrano escucha con paciencia la
larga y apasionada perorata de Ridruejo. "Lo que usted dice tiene interés, pero
sería necesario repetirlo ahí dentro,", le dice Serrano señalando el despacho de
Franco, en cuyo interior se halla Pilar Primo de Rivera. Serrano facilita la
entrada de Ridruejo y éste, ya ante Franco, desarrolla de nuevo su memorial de
agravios, comenzando por protestar por la sentencia de Hedilla. Franco se
muestra sorprendido por el hecho, lo que resulta inverosímil para quienes les
escuchan: " Ah, ¿pero han detenido a Hedilla? Aún no me lo han comunicado.
He dado orden a los servicios de información de que investiguen sobre los
sucesos de estos días y obren en consecuencia. Sin duda han encontrado algo
contra él." Ridruejo arremete de nuevo con crudeza, subrayando la
responsabilidad contraída por Franco al proclamarse jefe del partido único, e
insiste en calificar el acto unilateral de la Unificación y la detención de Hedilla
como actos políticos sumamente graves. La entrevista termina en medio de una
cierta tensión, pero a partir de entonces Ridruejo volverá con frecuencia al
Cuartel General para exponer a Serrano, una vez y otra, las exigencias de los
falangistas, cuya sede oficiosa radica en el piso de la Plazuela de San Julián que
Pilar Primo de Rivera comparte con dos de sus primas.
Estos repetidos contactos con Serrano, en quien Franco ha delegado
prácticamente los temas relacionados con el partido único, mientras él se ocupa
de la marcha de la guerra, permitirán a Ridruejo canalizar las pretensiones del
grupo falangista y darán paso, poco a poco, a una creciente amistad entre ambos.
Evocando esa etapa de su vida, dirá Ridruejo: "Mis idas y venidas de la Plaza de
San Julián al Cuartel General eran frecuentes. Encontraba allí a Serrano en los
lugares más insólitos: la capilla, el fondo de un pasillo, un rincón más aislado en
un despacho lleno. Las conversaciones solían ser ásperas. Él ha afirmado que,
por mi parte, eran muy impertinentes, y lleva razón. Pero eran sinceras y creo
que bien argumentadas y esto le ayudó, sin duda, a sostenerse en un tono de
paciencia que parecía inverosímil. En una ocasión las dio por terminadas. Luego
volvió a llamarme. Sucedía que, inconscientemente, la relación polémica iba
creando una reciproca estimación, una admisión recíproca de la buena fe y una
gran confianza que nunca se interrumpiría27. (Un testigo e excepción, que sigue
de cerca los contactos personales entre Serrano y Ridruejo, el profesor Antonio
Tovar, ha escrito las siguientes palabras: "Dionisio inició sus relaciones con
Serrano Suñer como enemigo de aquella maniobra política de la Unificación;
27
Dionisio Ridruejo: Casi unas memorias. Pág. 105.
después se dejó ganar por la dignidad de Serrano Suñer y fue colaborador suyo,
y más tarde fraternal amigo".)
Mientras Franco se dedica a las operaciones militares, desplazándose con
frecuencia a Burgos, Serrano seguirá cuidando las relaciones con los grupos
unificados y preparando los instrumentos jurídicos que, antes o después, tienen
que servir para formalizar un gobierno que sustituya definitivamente a la Junta
Técnica del Gobierno y a su omnipotente Secretario General del Estado. Ésta es
la otra gran operación política que tiene decidida el tándem Franco-Serrano.
No faltan motivos, además, para que Serrano tenga que seguir ejerciendo
sus buenos oficios con el agitado grupo falangista. El 25 de mayo –según
recogen en su cronología política Maria Rubio y Fermín Solana28- "a causa del
estado de la guerra, que exigía eliminar tensiones internas en el bando
nacionalista, se planteó entre los ortodoxos de Falange y el mando del nuevo
Partido la conveniencia de una transacción. En nombre de los primeros llevó las
negociaciones Dionisio Ridruejo y, por parte de la nueva Falange, Serrano Suñer.
No sin discusiones y prolongadas gestiones, se llegó a un acuerdo, el cual, en
realidad, suponía la absorción de los militantes rebeldes, incluso de los más
recelosos, por la Falange Tradicionalista".
Entre tanto, ha seguido el proceso instruido contra los falangistas
detenidos a los pocos días de la Unificación. El 5 de junio -dos días después del
accidente de aviación que le cuesta la vida al general Mola- tiene lugar en
Salamanca el consejo de guerra, que condena a la máxima pena a Manuel
Hedilla, Ruiz Castillejo, Lamberto de los Santos y Chamorro, sentencias que se
hacen firmes cuatro días después. Otros detenidos - López Gomar, Alcázar de
Velasco, Nieto, Rodiles, Inaranza y Arrese- son condenados a penas de prisión,
algunas muy dilatadas.
Se comprende el fuerte impacto emocional que estas condenas producen
en los falangistas, especialmente entre los más leales a este sector y en "el
sanedrín" que celebra sus conciliábulos en la Plaza de San Julián, que de
inmediato se moviliza para pedir los consiguientes indultos. Esta vez no es sólo
Ridruejo el que acude al Cuartel General. "El cerebro de la Unificación", como
suele calificarse a Serrano, participa plenamente en la necesidad de que no se
ejecuten esas sentencias, actitud que comparte el cardenal Gomá, cerca del cual
también se hacen gestiones en pro del indulto. Pero la realidad de los hechos
dice que quien se opone con mayor energía y eficacia a las ejecuciones, es
Serrano Suñer, que sin pérdida de tiempo se traslada a Burgos para
entrevistarse con Franco y persuadirle de la improcedencia, tanto por razones
humanitarias, como tácticas 29 . Franco se muestra inicialmente remiso a los
28
Véase el libro colectivo Dionisio Ridruejo, de la Falange a la oposición. Ed. Taurus. Madrid, 1976.
Pág. 304.
29
Testimonio verbal de Serrano Suñer a Maximiano García Venero, que éste recoge en su libro Historia
de la Unificación, Pág. 223: "Nadie que tenga información de lo ocurrido, conciencia y veracidad, podrá
negar que, desde el primer momento, opine que estas sentencias no podían ejecutarse, y no sólo por
razones de humanidad, sino porque políticamente se hubiera cometido un grave error, dándose ante el
mundo la impresión de una crisis interna muy grave, que, por fortuna, no lo era tanto. La ejecución de
esas sentencias te harían políticamente más daño ante la opinión mundial que el hecho de haber perdido
una provincia."
indultos por entender que la acción de Hedilla y de sus seguidores es una
deslealtad que no puede quedar sin castigo por drástico que éste sea. Pero ante
la tenaz insistencia de Serrano, terminará por ceder, sin dejar de decirle: "Algún
día nos saldrán a la cara estas debilidades."
Pocos minutos después de esta entrevista, cuando Pilar Primo de Rivera,
acompañada de algunos correligionarios, acude a Carmen Polo de Franco para
pedirle que interceda cerca de su marido, ésta tranquiliza así a los visitantes:
"No hace falta; estando Ramón, los falangistas tienen un defensor bien seguro."
Fruto de estas presiones, el 9 de julio de 1937 el general Franco notifica al
auditor de la división de la séptima orgánica que "oído el informe del Alto
Tribunal de Justicia Militar, se ha dignado ejercer la prerrogativa del indulto, y
en su consecuencia ha conmutado por la inferior en grado la pena impuesta".
Éste es el servicio que Serrano presta, sin ser falangista viejo, a los seguidores
del pensamiento joseantoniano.
Entre tanto, se han elaborado los Estatutos del Partido, documento que
tiene un claro carácter constituyente sobre el Jefe Nacional, las funciones que se
le atribuyen a él y a la organización, y la base doctrinal del Estado, previéndose
la creación de un Consejo Nacional y la designación de un Secretario General,
figura que se concibe como un lugarteniente del Jefe Nacional para regir el
partido. También se prevé la creación de una Junta Política para asistir al Jefe
Nacional - "responsable éste únicamente ante Dios y la Historia".
Durante esos meses, la Secretaria del Partido unificado sigue sin
proveerse, pero de hecho es Serrano quien asume ese papel, adoptando los
puntos iniciales del falangismo como línea básica y directriz de la nueva
organización política.
No faltan candidatos para cubrir oficialmente ese puesto, pero los
nombres que van proponiendo los diversos grupos políticos son contestados por
sus rivales oponentes.
No es fácil, pues, hallar la persona que concite el mayor número de
voluntades, mejor o peor dispuestas a la Unificación, para ocupar la Secretaría
General del Partido. "Era ésta una pieza -precisara Serrano con realismo- de la
mayor importancia, pues ante un partido y un jefe, que se desconocían -ninguno
de ellos había surgido del otro-, existía una distancia, casi siempre recelosa, que
sólo aquel hombre -el hombre de aquel puesto- podía acortar. Si éste era un
hombre del Jefe, su autoridad en el Partido podía resultar inmediatamente
precaria. Si era un hombre del Partido, su posición ante el jefe podía tener
mucho de impertinente y peligrosa. Aparte de que siendo hombre del Partido
tenía que serlo forzosamente de uno de los distintos grupos integrados, con lo
que la facción opuesta se sentiría, automáticamente, excluida de la Unificación o,
al menos, disminuida de ella"30. Para este puesto inicialmente clave, Franco se
inclina decididamente por Serrano, pero éste declina en forma resuelta en favor
de Fernández Cuesta, recién llegado -previo canje por el republicano Justino
30
Ramón Serrano Suñer: Entre Hendaya… Pág. 98.
Azcárate- a la zona nacionalista, hecho que tiene lugar a principios de
septiembre de 1937.
El primer Secretario del Partido unificado es bien aceptado por sus
correligionarios -al que los legitimistas consideran depositario oficial de las
esencias de Falange Española- y también por los restantes grupos políticos,
especialmente por el monárquico que cree ver en la designación de Fernández
Cuesta una posibilidad de reducir la influencia de Serrano, contra el que se han
declarado beligerantes por considerarlo poco propicio a la Restauración
inmediata, si bien en su despacho no se muestren precisamente críticos hacia su
gestión.
Estos monárquicos alfonsinos, pertenecientes al grupo de "Acción
Española", aspiran, como otros que han secundado el alzamiento militar contra
la República, "a erigirse en núcleo intelectual y político inspirador del
Movimiento", ejerciendo presión constante en esta dirección. Quizá los más
activistas del grupo -y también los más hostiles a Serrano- sean Vegas Latapié,
José Ignacio Escobar, Herrera Oria y Lequerica, a quienes en una ocasión les
reprocha Ridruejo su falta de gallardía por dirigir sus ataques contra Serrano
Suñer en lugar de Franco, que era quien venía dilatando sine die los temas que
le desagradaban, a lo que Vegas responde: "Como por el momento Franco es
intocable, elegimos a quien es mas débil y atacamos por la peana".
(Hay que considerar, sin embargo, que Vegas Latapié será uno de los
monárquicos legitimistas que sostiene con mayor dignidad y decoro su fidelidad
a la Corona, llegando incluso a renunciar al cargo de Consejero Nacional de FET
y de las JONS porque ello implicaba el juramento de fidelidad a Franco,
mientras muchos de sus correligionarios sirven a éste entusiásticamente hasta el
final de sus días o casi hasta su ocaso. Este gesto de personal dignidad de Vegas
no deja de valorarlo Serrano, quien dirá de él: "Fue políticamente uno de mis
más virulentos enemigos, pero su gesto de independencia y respeto a sus
fidelidades, a su conciencia, le honra".)
Quienes en Salamanca y Burgos abogan por la rápida restauración
monárquica, pues, cargan sobre Serrano la responsabilidad de que sus deseos
no se conviertan en realidad. "El tiempo les demostraría, sin embargo –dirá
Serrano-, por encima y más allá de mi modesta, y en gran parte frustrada,
operación constituyente, que el escollo era de otra naturaleza y encarnaba en
otra persona" 31 . Pero entonces, con la guerra civil en pleno fragor, los
monárquicos alfonsinos, como tantos otros, son presa del "juego de los
espejismos", con Franco al fondo y en primer plano.
31
Ramón Serrano Suñer: Entre Hendaya… Pág. 98.
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