Sobre brutos y bestias: las lecciones de Eugene Ionesco sobre el

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Sobre brutos y bestias: las lecciones de
Eugene Ionesco sobre el rebaño total
¿Qué es más humano, unirse a los demás en una causa común o mantener la propia
idiosincrasia contra todo y contra todos? El Centro Dramático Nacional María Guerrero
acaba el año con Rinoceronte, un clásico del absurdo y un arma contra el conformismo
y la comodidad social
Marta Peirano eldirio.es, 22/12/2014
Pepe Villuela es
Berenguer en
'Rinoceronte', en
el Centro
Dramático
Nacional
El apocado, bonachón y un poco piripi Berenguer, protagonista de Rinoceronte, aparece
por primera vez en la obra de Eugene Ionesco en El Asesino, publicada en 1958 y
después en El rey se muere (1962) y El peatón del aire (1963). En todas menos en una,
Berenguer es un hombre sin ambición, ligeramente depresivo, que se convierte en héroe
antisistema, por ser el único que ofrece resistencia a la apisonadora de la presión social.
Y en todas acaba mal.
En El asesino, Berenguer descubre una ciudad radiante al lado de su casa; un espacio
limpio, bello, ordenado y perpetuamente luminoso donde, como en Tiffany's, no te
puede pasar nada malo. Lamentablemente, ese edén urbano y potencialmente distópico
de la ciudad de París esconde un asesino en serie que mata tres personas al día
empujándolas a un lago. Espantado ante el desinterés de las autoridades, la aceptación
de sus habitantes y el narcisismo de sus políticos, Berenguer acaba enfrentándose al
asesino en una discusión típicamente kafkiana donde los valores cívicos se revelan tanto
o más absurdos que el crimen más aberrante.
Rinoceronte es una de las principales muestras del Teatro del Absurdo, un género
inspirado en el absurdo existencialista de Camus y que agolpa a dramaturgos tan
dispares como Samuel Beckett, Harold Pinter Alejandro Jodorowsky o Fernando
Arrabal. La adaptación de Ernesto Guerrero en el Teatro María Guerrero (Centro
Dramático Nacional) empieza en una plaza de una provincia pequeña. Allí se encuentra
Berenguer (Pepe Viyuela) con su buen amigo Juan (Fernando Cayo), que le achucha por
descuidado y por empinar mucho el codo cuando, de repente, aparece un rinoceronte, o
quizá dos.
Una epidemia transformadora
Tras de una larga discusión acerca de la naturaleza y origen del perisodáctilo, que
incluye la intervención completamente absurda de un lógico profesional, todos y cada
uno de los personajes de la obra se irán transformando en rinocerontes. Todos salvo
Berenguer, cuyo proceso paralelo de transformación va de la neurosis al terror, a la
indignación y, finalmente, a la resistencia total, solitaria y suicida. Como dice el lógico
antes de sucumbir, "pensar contra la corriente de los tiempos es una heroicidad. Decirlo
en voz alta, una locura".
Todos caen. Desde los abusones, como Juan, que siempre tienen razón (Samuel Beckett:
¿Qué hay de bueno en pasar de una posición insostenible a otra, en buscar justificación
siempre en el mismo plano?) a los intelectuales que están sobrecivilizados y que
encuentran estímulo en la barbarie. La amada de Berenguer se deja seducir por los
cánticos, los cuernos en fila y las marchas sincronizadas. Y estos son los que resisten; la
mayoría sucumbe felizmente al zumbido tranquilizador del consenso masivo, de lo
políticamente correcto, encontrando una nueva fuerza en la colectividad. "La mente de
los hombres necesita una verdad sencilla, una respuesta que responda a todas sus
preguntas, un gospel, una tumba -barajaba Cioran en Sobre una civilización exhausta.Los momentos de refinación esconden un principio de muerte: nada es más frágil que la
sutileza".
Una adaptación con subtítulos para despistados
Rinoceronte es una obra sutil. Como todo el mundo sabe, se trata de una reflexión sobre
el ascenso viral de los movimientos totalitarios, como el que Ionesco vivió en Rumanía
en 1937-38 y el resto del mundo occidental, del 39 hasta el final de la guerra. Pero la
pieza es tan austera que hasta Sartre le pareció seca: "¿Por qué hay un hombre que
resiste? -se quejaba el francés cuando la obra se estrenó en París, en 1959 -Al menos
podrían decirnos por qué, pero no, ni eso nos dicen. El resiste porque está allí". La
producción del María Guerrero, pese a sus aciertos estilísticos y el trabajo superior de la
mayor parte de sus actores, sufre precisamente de lo contrario.
Abrumados por la oscuridad de la metáfora, esta última adaptación brilla en la puesta en
escena, que es imaginativa y tiene momentos deslumbrantes, pero intenta contemporizar
la acción con una línea de puntos para que el espectador de 2014 -supuestamente más
idiota que el de 1959 por la sobreexposición a los medios masivos, los videojuegos y los
atentados en loop- vea la figura final y no se aburra ni se pierda. La sensación es que,
como las traducciones de los libros difíciles, la obra acaba teniendo tres veces el tamaño
del original, que es corto y áspero y difícil. Es posible que la obra gane en claridad pero,
con el abandono de su su naturaleza absurda, pierde también gran parte de su
radicalidad, por no hablar de su sentido del humor cósmico, el de reírse por no llorar.
Tomado de: http://www.eldiario.es/cultura/teatro/brutos-bestias-lecciones-EugeneIonesco_0_337717072.html
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