CARTA APOSTÓLICA MANE NOBISCUM DADA POR EL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES EN EL AÑO DE LA EUCARISTÍA OCTUBRE de 2004-OCTUBRE de 2005 INTRODUCCIÓN 1. “Quédate con nosotros, Señor, porque atardece”, cfr Lc 24,29. Fue este la invitación afligida que los dos discípulos, encaminados hacia Emaús la tarde misma del día de la resurrección, le dirigieron al Caminante que se unió a ellos por el camino. Cargados de tristes pensamientos, no imaginaron que el desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. Experimentaron sin embargo un íntimo "ardor", cfr ivi, 32, mientras Él hablaba "explicándoles" las Escrituras. La luz de la Palabra desató la dureza de su corazón y les "abrió" los ojos, cfr ivi, 31. Entre las sombras del día en decadencia y la oscuridad que envolvía su ánimo, aquel Caminante fue un rayo de luz que despertó la esperanza y abrió sus almas al deseo de la luz plena. "Quédate con nosotros", suplicaron. Y él aceptó. De allí a poco, el rostro de Jesús habría desaparecido, pero el Maestro habría "quedado" bajo los velos del "pan partido", delante del cual sus ojos se abrieron. 2. La imagen de los discípulos de Emmaus bien se presta a orientar un Año que tendrá a la Iglesia particularmente ocupada en vivir el misterio del Sagrada Eucaristía. En el camino de nuestros interrogantes y nuestras inquietudes, a veces de nuestras ardientes desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, a la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se realiza plenamente, a la luz de la Palabra sucede la que mana del "Pan de vida", con la que Cristo cumple de modo sumo su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta al final del mundo", cfr Mt 28,20. 3. La "fracción" del pan —como fue llamada la eucaristía al principio— es desde siempre al centro de la vida de la Iglesia. A través de ella Cristo hace presente, en el correr tiempo, su misterio de muerte y resurrección. En ella Él en persona es recibido cual pan vivo descendido del "cielo", Gv 6,51, y con él nos es dado la prenda de la vida eterna, gracias a la cual se saborea el eterno banquete de la Jerusalén celeste. Muchas veces, y recientemente en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, poniéndome en el surco de la enseñanza de los Padres, de los Concilios Ecuménicos y de mis propios Predecesores, he invitado la Iglesia a reflexionar sobre la eucaristía. No pretendo, por tanto, en este escrito, repetir la enseñanza ya ofrecida, a la que me remito para que sea profundizada y asimilada. He creído sin embargo que, justo con tal objetivo, pudiera ser de gran ayuda un Año completamente dedicado a este admirable Sacramento. 4. Como es conocido el año de la eucaristía irá de octubre de 2004 a octubre de 2005. La ocasión propicia para tal iniciativa me ha sido brindada por dos acontecimientos, que recalcarán oportunamente el principio y el fin de este año: el Congreso Eucarístico Internacional, programado del 10 al 17 de octubre de 2004 en Guadalajara (México), y la asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005 sobre el tema: "La eucaristía manantial y cumbre de la vida y la misión de la Iglesia." Para orientar en este camino no debe faltar, desde luego, otra consideración: cae en este año el Día Mundial de la Juventud, que se desarrollará en Colonia del 16 al 21 de agosto de 2005. La eucaristía es el centro vital alrededor de que deseo que los jóvenes se recojan para alimentar su fe y su entusiasmo. El pensamiento de una parecida iniciativa eucarística ya estuvo desde hace tiempo en mi ánimo: ésta constituye, en efecto, el natural desarrollo de la dirección pastoral que he querido imprimir a la Iglesia, especialmente a partir de los años de preparación del Jubileo, y que he retomado en los que lo han seguido. 5. En la presente Carta apostólica me propongo subrayar tal continuidad de dirección, porque a todo resultas más fácil coger de ello el alcance espiritual. En cuanto a la realización concreta del año de la eucaristía, corresponde a la personal diligencia de los Pastores de las Iglesias particulares, a los que la devoción hacia tan gran Misterio no dejará de sugerir las oportunas intervenciones. A mis Hermanos Obispos, sin embargo, no será difícil percibir cómo la iniciativa, que sigue a breve distancia a la conclusión del año del Rosario, se ponga a un nivel espiritual de tal modo profundo que no viene a impedir en ningún modo los programas pastorales de las Iglesias particulares. Más bien, puede iluminarlos eficazmente, arrojando el ancla, por así decir, al Misterio que constituye como también la raíz y el secreto de la vida espiritual de los fieles de cada iniciativa de la Iglesia local. No pretendo por tanto interrumpir los "caminos" pastorales que las Iglesias particulares van haciendo, pero sí acentuar en ellos la dimensión eucarística, que es propia de la entera vida cristiana. Por mi parte, con esta Carta quiero ofrecer algunas orientaciones de fondo, en la confianza de que el Pueblo de Dios, en sus diferentes miembros, quiera acoger mi propuesta con presta docilidad y amor fervoroso. I EN EL SURCO DEL CONCILIO ESTÁ EL JUBILEO Con la mirada vuelta a Cristo 6. Hace diez años, con la carta Tertio milenio adveniente, el 10 de noviembre de 1994, tuve la alegría de indicar a la Iglesia el camino de preparación al Gran Jubileo del año 2000. Sentí que en esa ocasión histórica se delineó en el horizonte una gran gracia. No me ilusioné, ciertamente, con que un simple paso cronológico, incluso sugestivo, pudiera por sí mismo comportar grandes cambios. Los hechos, desafortunadamente, se han encargado de poner en evidencia, después del principio del Milenio, un tipo de cruda continuidad con los acontecimientos anteriores y a menudo con aquellos peores entre ellos. Ha venido así perfilándose un escenario que, junto a perspectivas confortadoras, deja entrever oscuras sombras de violencia y sangre que no acaban de entristecernos. Pero invitando la Iglesia a celebrar el Jubileo de los dos mil años de la encarnación, estuve bien convencido —¡y lo estoy ahora más que nunca!— de trabajar por los "tiempos largos" de la humanidad. Cristo en efecto es no sólo al centro de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la humanidad. En Él todo se resume, cfr Ef 1,10; Con el 1,15 - 20. ¿Cómo no recordar el impulso con que el Concilio Ecuménico Vaticano II, citado por el Papa Paolo VI, confesó que Cristo "es el objetivo de la historia humana, el punto focal de los deseos de la historia y la civilización, el centro del género humano, la alegría de cado corazón, la plenitud de sus aspiraciones”(1)? La enseñanza del Concilio aportó nuevas profundizaciones en el conocimiento de la naturaleza de la Iglesia, abriendo los ánimos de los creyentes a una comprensión más atenta de los misterios de la fe y las mismas realidades terrenales a la luz de Cristo. En Él, Verbo hecho carne, es en efecto revelado no sólo el misterio de Dios sino el misterio mismo del hombre. (2), en Él el hombre encuentra redención y plenitud. 7. En la encíclica Redemptor hominis, a principios de mi Pontificado, desarrollé ampliamente esta temática, que he retomado en otras varias circunstancias. El Jubileo fue el momento propicio para convocar la atención de los creyentes sobre esta verdad fundamental. La preparación del gran acontecimiento fue completamente trinitaria y cristocéntrica. En esta perspectiva, no pudo ser ciertamente olvidada la eucaristía. Si hoy nos encaminamos a celebrar un Año de la eucaristía, recuerdo de buena gana que ya en el Tertio milenio adveniente escribí: "El año dos mil será un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la eucaristía el Salvador, encarnado en las entrañas de Maria hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como a manantial de vida divina". (3) El Congreso Eucarístico Internacional, celebrado a Roma, dio concreción a esta connotación del Gran Jubileo. También conviene recordar que, en plena preparación del Jubileo, en la Carta apostólica Dies Domini propuse a la meditación de los creyentes el tema del "domingo" como día del Dios resucitado y día especial de la Iglesia. Invité entonces a todos a redescubrir la Celebración eucarística como corazón del domingo. (4) Contemplar con Maria el rostro de Cristo 8. La herencia del Gran Jubileo estuvo de algún modo recogida en la Carta apostólica Novo milenio ineunte. En este documento de carácter programático sugerí una perspectiva de empeño pastoral basada en la contemplación del rostro de Cristo, dentro de una pedagogía eclesial capaz de desarrollar una "medida alta" de la santidad, presidida especialmente por el arte de la oración. (5), y ¿cómo no pudo faltar, en esta perspectiva, el empeño litúrgico y, de modo particular, la atención a la vida eucarística? Escribí entonces: "En el siglo XX, gracias al Concilio desde luego, la comunidad cristiana ha crecido mucho en el modo de celebrar los Sacramentos y sobre todo la eucaristía. Hace falta insistir en esta dirección, dando particular relieve a la eucaristía dominical y al mismo domingo, considerado como día especial de la fe, día del Dios renacido y el regalo del Espíritu, verdadera Pascua de la semana". (6) En el contexto de la educación en la oración invité luego a cultivar la Liturgia de las Horas, a través de la cual la Iglesia santifica las muchas horas del día y el tiempo entero en la articulación propia del año litúrgico. 9. Sucesivamente, con la convocación del año del Rosario y con la publicación de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, he retomado el discurso de la contemplación del rostro de Cristo a partir de la perspectiva mariana, por la promesa del Rosario. Efectivamente, esta oración tradicional, muchas veces refrendada por el Magisterio y tan querida al Pueblo de Dios, tiene una fisonomía marcadamente bíblica y evangélica, predominantemente centrada sobre el nombre y sobre el rostro de Jesús, enclavada en la contemplación de los misterios y en la repetición del Ave Maria. Su curso repetitivo constituye un tipo de pedagogía del amor, apta para encender el ánimo del amor mismo que Maria tiene hacia su Hijo. Por eso, llevando a ulterior maduración un itinerario plurisecular, he querido que esta forma privilegiada de contemplación completara sus rasgos de verdadero "compendio" del Evangelio integrando los misterios de la luz. (7). Y ¿cómo no poner en la cumbre de los misterios de la luz, el Santa Eucaristía? Del año del Rosario al año de la eucaristía 10. Justo en el corazón del año del Rosario promulgué la Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, con el que quise ilustrar el misterio de la eucaristía en su relación inseparable y vital con la Iglesia. Volví a llamar a todos a celebrar el Sacrificio eucarístico con el empeño que ello merece, prestándole a Jesús presente en la eucaristía, también fuera de la Misa, un culto de adoración digno de tan gran Misterio. Sobre todo recomendé la exigencia de una espiritualidad eucarística, señalando el modelo de Maria como "mujer eucarística". ( 8) El año del Eucaristia se pone pues sobre un fondo que se ha ido de año en año enriqueciendo, incluso siempre quedando bien engarzado sobre el tema de Cristo y la contemplación de su Rostro. En cierto sentido, éste se propone como un año de síntesis, un tipo de cumbre de todo el camino recorrido. Muchas cosas se podrían decir para vivir bien este Año. Yo me limitaré a indicar algunas perspectivas que puedan ayudar a todos a converger hacia actitudes luminosas y fecundas. II LA EUCARISTÍA MISTERIO DE LUZ Les "explicó en todas las Escrituras lo que se refería a Él” (Lc 24,27, 11. La narración de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emmaus nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico, que tiene que siempre estar presente en la devoción del Pueblo de Dios: la eucaristía ¡misterio de luz! ¿En qué sentido puede decirse esto, y cuáles son las implicaciones que derivan para la espiritualidad y para la vida cristiana? Jesús mismo se ha calificado como "luz" del mundo, Gv 8,12, y esta propiedad suya es bien puesta en evidencia de aquellos momentos de su vida como la Transfiguración y la Resurrección, en los que su gloria divina claramente refulge. En la eucaristía en cambio la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es "mysterium fidei" por excelencia. Sin embargo, justo por el misterio de su total escondimiento, Cristo se hace misterio de luz, gracias al cual el creyente es introducido en las profundidades de la vida divina. No es sino una feliz intuición que el célebre icono de la Trinidad de Rublëv ponga de modo significativo la eucaristía en centro de la vida trinitaria. 12. La eucaristía es ante todo luz porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede la liturgia eucarística, en la unidad de las dos "mesas", aquel de la Palabra y aquel del Pan. Esta continuidad emerge en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús de la presentación fundamental de su misterio es la ilustración de la dimensión específicamente eucarística: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida", Jn 6,55. ¿Sabemos que fue este a poner en crisis gran parte de los oyentes, indujo a Pedro a hacerse portavoz de la fe de los otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: "Señor, de quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna", Jn 6,68. En la misma narración de los discípulos de Emmaus Cristo interviene para enseñar, "empezando por Moisés y todos los profetas", cómo "todas las Escrituras" llevaban al misterio de su persona, cfr Lc 24, 27. Sus palabras hacen "arder" los corazones de los discípulos, los sustraen de la oscuridad de la tristeza y la desesperación, suscitan en ellos el deseo de quedarse con Él: "Quédate con nosotros, Señor", cfr Lc 24,29. 13. Los Padres del Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, han querido que la “mesa" de la Palabra les abriera abundantemente a los fieles los tesoros de la Escritura. (9) Por éste permitieron que, en la Celebración litúrgica, especialmente las lecturas bíblicas fueran ofrecidas en lengua a todos comprensible. Es el propio Cristo quien habla cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura. (10) Al mismo tiempo se encomienda al celebrante la homilía como parte de la misma Liturgia, destinada a ilustrar la Palabra de Dios y a actualizarla para la vida cristiana. (11) A cuarenta años del Concilio, el año de la eucaristía puede constituir una importante ocasión para que las comunidades cristianas hagan examen sobre este punto. No basta en efecto que las piezas bíblicas sean proclamadas en una lengua comprensible, si la proclamación no se realiza con aquel cuidado, aquella preparación previa, aquella escucha devota, aquel silencio meditativo, que son necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine. Lo reconocieron "al partir el pan", Lc 24,35, 14. Es significativo que los dos discípulos de Emmaus, oportunamente preparados por las palabras de Dios, lo reconocieran mientras estuvieron a la mesa en el gesto simple de la "fracción" del pan. Una vez que las mentes son iluminadas y los corazones calentados, los signos "hablan." La eucaristía se desarrolla completamente en el contexto dinámico de signos que llevan en sí un denso y luminoso mensaje. Es mediante las señales como el misterio de algún modo se abre a los ojos del creyente. Como he subrayado en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, es importante que no se descuide ninguna dimensión de este Sacramento. Está en efecto siempre presente en el hombre la tentación de reducir la eucaristía a sus propias dimensiones, mientras que en realidad es él quien se tiene que abrir a las dimensiones del Misterio. "La eucaristía es un don demasiado grande, como para soportar ambigüedad y disminuciones". ( 12) 15. No hay duda de que la dimensión más evidente de la eucaristía es la de banquete. La eucaristía ha nacido, la tarde del Jueves Santo, en el contexto de la cena pascual. Ella por tanto lleva inscritas en su estructura el sentido del convite: "Tomad y comed... En fin tomó el cáliz y... se lo dio diciendo: Bebed todos de él..." , Mt 26, 26.27. Este aspecto expresa bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos tenemos que desarrollar recíprocamente. No se puede sin embargo olvidar que el banquete eucarístico también tiene un sentido intensa y principalmente sacrificial. (13). En él Cristo nos presenta el sacrificio realizado por última vez sobre el Golgota. Incluso estando presente resucitado, Él lleva las señales de su pasión, de que cada Santa Misa es "memorial", como la Liturgia nos recuerda con la aclamación después de la consagración: "Anunciamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección...." Al tiempo mismo, mientras actualiza el pasado, la eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo, al final de la historia. Este aspecto "escatológico" da al Sacramento eucarístico un dinamismo coinvolgente, que infunde al camino cristiano el paso de la esperanza. "Yo estoy con vosotros todos los días..." , Mt 28,20, 16. Todas estas dimensiones de la eucaristía desembocan en un aspecto que sobre todo pone a prueba nuestra fe: es el misterio de la presencia "real." Con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que, bajo las especies eucarísticas, realmente está presente Jesús. Una presencia —como el Papa eficazmente Pablo VI explicó— que es "real" no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque en virtud de ella Cristo entero se hace sustancialmente presente en la realidad de su cuerpo y su sangre. (14) Por esto la fe nos pide estar delante de la eucaristía con la conciencia que estamos delante del propio Cristo. Precisamente su presencia da a las otras dimensiones —de banquete, de memorial de la Pascua, de anticipación escatológica— un sentido que va mucho más allá de un puro simbolismo. La eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo sumo la promesa de Jesús de quedarse con nosotros hasta el fin del mundo. Celebrar, adorar, contemplar 17. ¡Misterio grande, la eucaristía! Misterio que debe ser ante todo bien celebrado. Necesita que el Santa Misa sea puesta en el centro de la vida cristiana, y que en cada comunidad se pongan todos los medios para celebrarla decentemente, según las normas establecidas, con la participación del pueblo, valiéndose de los diversos ministros en el ejercicio de las tareas previstas para ellos, y con una seria atención también al aspecto de carácter sagrado, que tiene que caracterizar al canto y a la música litúrgica. Un empeño concreto de este Año de la eucaristía podría ser estudiar a fondo, en cada comunidad parroquial, el Ordo General del Misal Romano. La vía privilegiada para ser introducidos en el misterio de la salvación actuado luego en los santos "signos" pasa por seguir con fidelidad el desarrollarse año litúrgico. Los Pastores han de empeñarse en aquella catequesis "mistagogica", tan querida a los Padres de la Iglesia, que ayuda a descubrir el sentido de los gestos y las palabras de la Liturgia, ayudando a los fieles a pasar de las señales al misterio y a implicar en ello su entera existencia. 18. Hace falta, en particular, cultivar, sea en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de la Misa, la viva conciencia de la presencia real de Cristo, teniendo cuidado de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, con los movimientos, con todo el conjunto del comportamiento. A este propósito, las normas recuerdan —y yo mismo he tenido recientemente ocasión de revalidarlo (15)— el relieve que tiene que ser dado a los momentos de silencio tanto en la celebración como en la adoración eucarística. Es necesario, en una palabra, que todo el modo de tratar la eucaristía por parte de los ministros y de los fieles esté impregnado de un extremo respeto. (16) La presencia de Jesús en el tabernáculo tiene que constituir como un polo de atracción para un número cada vez más grande de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo escuchando su voz y casi sentir sus latidos. "Gustad y ved qué bueno es el Señor!" , Sal 33 [34],9. La adoración eucarística fuera de la Misa requiere, durante este año, de un empeño especial por parte de las individuales comunidades parroquiales y religiosas. Quedarnos postrados largo tiempo delante de Jesús presente en la eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos y hasta los ultrajes que nuestro Salvador tiene que padecer en muchas partes del mundo. Profundizar en nuestra adoración contemplativa personal y comunitaria, también valiéndose de la ayuda de plegarias siempre marcadas por la Palabra de Dios y a la experiencia de muchos místicos antiguos y recientes. El mismo Rosario, incluido en su sentido profundo, bíblico y cristocentrico, que he recomendado en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, podrá ser una vía particularmente apta para la contemplación eucarística, llevada a cabo en compañía y en la escuela de Maria. ( 17) Vívase, este año, con particular fervor la solemnidad del Corpus Christi con la tradicional procesión. La fe en el Dios que, encarnándose, se ha hecho nuestro compañero de viaje sea proclamada en todo lugar y particularmente por nuestras calles y entre nuestras casas, cual expresión de nuestro agradecido amor y manantial de inagotable bendición. III LA EUCARISTÍA NACIENTE Y LOS REYES DE COMUNIÓN "Permaneced en mí y Yo en vosotros", Jn 15,4, 19. A la solicitud de los discípulos de Emmaus de que Él se quedara "con" ellos, Jesús contestó con un regalo mucho más grande: a través del sacramento de la eucaristía encontró el modo de quedarse "en" ellos. Recibir la eucaristía es entrar en comunión profunda con Jesús. "Permaneced en mí y Yo en vosotros", Jn 15,4. Esta relación de íntima y recíproca "permanencia" nos permite anticipar, de algún modo, el cielo sobre la tierra. ¿No es quizás este el anhelo más grande del hombre? ¿No es esto lo que se ha propuesto Dios, realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el "hambre" de su Palabra, cfr Am 8,11, un hambre que se satisfará sólo en la plena unión con Él. La comunión eucarística nos es dada para "saciarnos" de Dios sobre esta tierra, en espera de la satisfacción plena del cielo. Un sólo pan, un sólo cuerpo 20. Pero esta especial intimidad que se realiza en la "comunión" eucarística no puede ser adecuadamente comprendida ni plenamente experimentada fuera de la comunión eclesial. Es lo que he subrayado repetidamente en la encíclica Ecclesia de Eucharistia. La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina "con Cristo" en la medida en que se tiene relación "con" su cuerpo. Para crear y fomentar esta unidad Cristo provee con la efusión del Espíritu Santo. Y Él mismo no deja de promoverla por su presencia eucarística. Efectivamente, es justo el único Pan eucarístico el que nos vuelve un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma: "Ya que sólo hay un pan, nosotros, incluso siendo muchos, somos un solo cuerpo: todos en efecto participamos de único pan", 1Cor 10,17. En el misterio eucarístico Jesús edifica la Iglesia como comunión, según el supremo modelo evocado en el ruego sacerdotal: "Como tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, que también sean ellos en nosotros una sola cosa, para que el mundo crea que tú me has enviado", Jn 17,21. 21. Si la eucaristía nace de la unidad eclesial, también es su máxima manifestación. La eucaristía es epifanía de comunión. Por eso la Iglesia pone condiciones para que se pueda tomar parte de modo pleno en la Celebración eucarística. (18). Las distintas limitaciones tienen que inducirnos a tomar siempre mayor conciencia de la exigencia de comunión que Jesús nos pide. Es comunión jerárquica, basada en la conciencia de los muchos papeles y ministerios, continuamente también remachada en el ruego eucarístico por la mención del Papa y del Obispo diocesano. Es comunión fraterna, labrada con una "espiritualidad de comunión" que nos induce a sentimientos de recíproca apertura, de cariño, de comprensión y de perdón. ( 19) "Un solo corazón y una sola alma", Act 4,32, 22. En cada Santa Misa somos llamados a medirnos con el ideal de comunión que el libro de los Hechos de los Apóstoles señala como modelo para la Iglesia de siempre. Es la Iglesia reunida alrededor de los Apóstoles, convocados por la Palabra de Dios, capaz de compartir en ámbitos que no conciernen sólo a los bienes espirituales sino a los mismos bienes materiales, cfr Act 2,42-47; 4,32-35. En este Año de la eucaristía Dios nos invita a acercarnos lo máximo posible a este ideal. Que se vivan con particular empeño los momentos ya sugeridos por la Liturgia por la "Misa crismal", que el Obispo celebra en la catedral con sus presbiterios y los diáconos y con la participación del Pueblo de Dios en todos sus miembros. Es ésta la principal "manifestación" de la Iglesia. (20) Pero será loable localizar otras ocasiones significativas, también a nivel de las parroquias, para que crezca el sentido de la comunión, sacando de la Celebración eucarística un renovado fervor. El Día del Señor 23. En particular, deseo que en este año se ponga un empeño especial en redescubrir y vivir plenamente el domingo como día del Señor y día de la Iglesia. Sería feliz si se reconsiderara cuanto vine a escribir en la Carta apostólico Dies Domini. "Es justo en la Misa dominical, en efecto, donde los cristianos reviven de modo particularmente intenso la experiencia hecha por los Apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se manifestó a ellos reunidos, cfr Jn 20,19. En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de la Iglesia, estaba de algún modo presente el Pueblo de Dios de todos los tiempos". ( 21) Los sacerdotes en su empeño pastoral presten, durante este año de gracia, una atención todavía más grande a la Misa dominical como celebración en que la comunidad parroquial se encuentra de manera fundamental, siendo ordinariamente partícipes también los varios grupos, movimientos, asociaciones en ella presentes. IV LA EUCARISTÍA EMPIEZO Y PROYECTO DE "MISIÓN" "Partieron sin demora” Lc 24,33, 24. Los dos discípulos de Emmaus, después de haber reconocido al Dios, "partieron sin demora", Lc 24,33, para comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha hecho verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede tener sólo para uno la alegría experimentada. El encuentro con Cristo, continuamente profundizado en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la urgencia de testimoniar y de evangelizar. Vine a subrayarlo justo en la homilía en que anuncié el año de la eucaristía, refiriéndome a las palabras de Pablo: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga", 1Cor 11,26. El apóstol pone en estrecha relación entre sí el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa, al mismo tiempo, experimentar el deber de hacerse misioneros del acontecimiento que aquel ritual actualiza. (22) La despedida al final de cada Misa constituye una entrega, que empuja al cristiano al empeño por la propagación del Evangelio y a la animación cristiana de la sociedad. 25. Para tal misión la eucaristía no provee sólo de la fuerza interior, sino también —en cierto sentido— el proyecto. Ella en efecto es un modo de ser de Jesús, que da en el cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para que esto ocurra, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la eucaristía expresa, las actitudes que ella inspira, los propósitos de vida que suscita. ¿Por qué no ver en esto el fruto especial que pudiera manar del año de la eucaristía? Devolver gracias 26. Un fundamental elemento de este proyecto emerge del sentido mismo de la palabra "eucaristía": hacimiento de gracias. En Jesús, en su sacrificio, en su "sí" incondicional a la voluntad del Padre, está el "sí", el "gracias" y el “amen" de la humanidad entera. La Iglesia es llamada a recordarles a los hombres esta gran verdad. Es urgente que eso sea hecho sobre todo en nuestra cultura secularizada, que respira el olvido de Dios y cultiva la vana autosuficiencia del hombre. Encarnar el proyecto eucarístico en la vida cotidiana, allá dónde se trabaja y se vive —en la familia, en la escuela, en la fábrica, en las más variadas condiciones de vida— significa, además, testimoniar que la realidad humana no se justifica sin la referencia al Creador: "La criatura, sin el Creador, se desvanece". ( 23) Esta referencia trascendente, que nos empeña a un perenne "gracias" —es decir, a una actitud eucarística— por cuanto tenemos y somos, no perjudica la legítima autonomía de las realidades terrenas (24), sino que profundiza en su modo más verdadero colocándola, al mismo tiempo, dentro de sus justos límites. En este Año de la eucaristía se propone a los cristianos testimoniar con más fuerza la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios y tener a gala las señales de la fe. La "cultura" de la eucaristía promueve una cultura del diálogo, que encuentra en ella fuerza y alimento. Se equivoca quien crea que la referencia pública a la fe puede menoscabar la justa autonomía del Estado y las instituciones civiles, o que hasta pueda animar actitudes de intolerancia. Si históricamente no han faltado también errores en esta materia en los creyentes, como tuve que reconocer con ocasión del Jubileo, eso no debe ser achacado a las "raíces cristianas", sino a la incoherencia de los cristianos respecto a sus raíces. Quien aprende a decir "gracias" a la manera de Cristo crucificado, podrá ser un mártir, pero no será nunca un torturador. La vía de la solidaridad 27. La eucaristía no es sólo expresión de comunión en la vida de la Iglesia; también es proyecto de solidaridad para la entera humanidad. La Iglesia renueva continuamente en la celebración eucarística su conciencia de ser no sólo "señal e instrumento" de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. (25) Toda Misa, también cuando es celebrada en lo escondido y en un región apartada del tierra, siempre entraña señal de universalidad. El cristiano que participa en la eucaristía aprende de ella a hacerse promotor de comunión, de paz, de solidaridad, en todas las circunstancias de la vida. La imagen lacerada de nuestro mundo, que ha iniciado el nuevo Milenio con el espectro del terrorismo y la tragedia de la guerra, llama más que nunca los cristianos a vivir la eucaristía como una gran escuela de paz, donde se forma a hombres y mujeres que, en los distintos niveles de responsabilidad en la vida social, cultural, política, son artífices de diálogo y comunión. Al servicio de los últimos 28. Todavía hay un punto sobre el que querría llamar la atención, porque en ello está en juego en notable medida la autenticidad de la participación a la eucaristía, celebrada en la comunidad: es el impulso a que ella conduce hacia un empeño activo en la edificación de una sociedad más justa y fraterna. En la eucaristía nuestro Dios ha manifestado la forma extrema del amor, dando la vuelta a todos los criterios de dominio a los que demasiado a menudo se someten las relaciones humanas y afirmando de modo radical el criterio del servicio: "Si uno quiere ser el primero sea él último en todo y el servidor de todos" Mc 9,35. No por casualidad, en el Evangelio de Juan no encontramos el relato de la institución eucarística sino aquel del "lavatorio" de los pies, cfr Jn 13,120,: inclinándose a lavar los pies de sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la eucaristía. San Pablo, a su vez, remacha con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la que no resplandezca la caridad testimoniada por el concreto compartir con los más pobres, cfr 1Cor 11,17 - 22.27-34. ¿Por qué pues no hacer de este Año de la eucaristía un período en que las comunidades diocesanas y parroquiales se empeñan de modo especial en ayudar con fraterna laboriosidad alguna de las muchas pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del hambre que atormenta centenares de millones de seres humanos, pienso en las enfermedades que flagelan los países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, en el malestar de los parados, en las zozobras de los emigrantes. Estos son males, que están presentes —aunque en medida diferente— también en las regiones más opulentas. No podemos ilusionarnos: del amor recíproco y, en particular, de la diligencia por quien está en la necesidad seremos reconocidos como auténticos discípulos de Cristo, cfr Jn 13,35; Mt 25,31-46. Es este el criterio con base al cual se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas. CONCLUSIÓN 29. ¡O Sacrum Convivium, en quo Christus sumitur! El año de la eucaristía nace del estupor con que la Iglesia se pone frente a este gran Misterio. Es un estupor que no deja de invadir mi ánimo. De ahí ha manado la encíclica Ecclesia de Eucharistia. Considero una gran gracia del vigésimo séptimo año de ministerio petrino, que estoy para iniciar, el poder ahora llamar a toda la Iglesia a contemplar, a alabar, a adorar de modo especial este inefable Sacramento. Que el año de la Eucaristía sea para todos ocasión preciosa para una renovada conciencia del tesoro incomparable que Cristo ha confiado a su Iglesia. Sea estímulo para su celebración más viva y trasfondo del que mane una existencia cristiana transformada por el amor. Muchas iniciativas podrán ser realizadas en esta perspectiva, a juicio de los Pastores de las Iglesias particulares. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos no dejará de ofrecer, al respeto, útiles sugerencias y propuestas. No pido sin embargo que se hagan cosas extraordinarias, sino que todas las iniciativas estén impregnadas de una profunda interioridad. Si el fruto de este Año fuera solamente aquel de avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical y de incrementar fuera la adoración eucarística de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo. Buena cosa sin embargo es mirar para arriba, no conformándose con medidas mediocres, porque sabemos que podemos siempre contar con la ayuda de Dios. 30. A vosotros, queridos Hermanos en el episcopado, confío este Año, seguro que acogeréis mi invitación con todo vuestro ardor apostólico. Vosotros, sacerdotes, que cada día repetís las palabras de la consagración y sois testigos y presentadores del gran milagro de amor que ocurre entre vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez y quedándoos de buena gana en oración delante del Tabernáculo. Que sea un Año de gracia para vosotros, diáconos, que estáis implicados de cerca en el ministerio de la Palabra y en el servicio del altar. También vosotros, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión, tened conciencia viva del regalo que se hace con las tareas a vosotros confiadas en vista de una digna celebración de la eucaristía. En particular, me dirijo a vosotros, futuros sacerdotes: en la vida de Seminario tratad de hacer experiencia de lo que es no sólo dulce participar cada día en el Santa Misa, sino también quedaos largo rato en diálogo con Jesús Eucaristía. Vosotros, consagrados y consagradas, llamados por vuestra misma consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Tabernáculo os espera junto a si, para verter en vuestros corazones aquella íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida. Todos vosotros, fieles, redescubrid el regalo de la eucaristía como luz y fuerza para vuestra vida cotidiana en el mundo, en el ejercicio de las correspondientes profesiones y en contacto con las más variadas situaciones. Redescubridlo sobre todo para vivir plenamente la belleza y la misión de la familia. Por fin me detengo con vosotros, jóvenes, mientras que os renuevo la cita para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. El tema elegido —hemos venido para adorarlo, Mt 2,2,"— se presta de modo particular a sugeriros la justa actitud con la que vivir este año eucarístico. Llevad al encuentro con Jesús escondido bajo los velos eucarísticos todo el entusiasmo de vuestra edad, de vuestra esperanza, de vuestra capacidad de querer. 31. Están delante de nuestros ojos los ejemplos de los Santos, que han encontrado el alimento para su camino de perfección en la eucaristía. Cuántas veces ellos han vertido lágrimas de emoción en la experiencia de tan gran misterio y tienen vivencias de indecibles horas de alegría "nupcial" delante del Sacramento del altar. Sobre todo la Santísima Virgen nos ayuda, Ella que encarnó con su entera su existencia la lógica de la eucaristía. "La Iglesia, fijándose en Maria como su modelo, es llamada a también imitarla en su relación con este Misterio santo". (26) El Pan eucarístico que recibimos es la carne inmaculada del Hijo: "Ave verum corpus natum de Maria Virgine." Que en este Año de gracia, sustentado por Maria, la Iglesia encuentre nuevo impulso para su misión y siempre reconozca más y más en la eucaristía el manantial y la cumbre de toda su vida. A todos llegue, llevando gracia y alegría, mi Bendición. Del Vaticano, el 7 de octubre, memoria del B. Maria Virgo del Rosario, del año 2004, vigésimo sexto de Pontificado. IOANNES PAULUS PP.II (1) Cost. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 45. (2) Cfr ibid., 22. (3) N. 55: AAS 87 (1995), 38. (4) Cfr n. 32-34: AAS 90 (1998), 732-734. (5) Cfr n. 30-32: AAS 93 (2001), 287-289. (6) Ibid, 35, l.c., 290-291. (7) Cfr Lett. ap. Rosarium Virginis Mariae, el 16 de octubre de 2002, 19.21: AAS 95 (2003), 18-20. (8) Lett. enc. Ecclesia de Eucharistia, el 17 de abril de 2003, 53: AAS 95 (2003), 469. (9) Cfr n.51. (10) Cfr ibid., 7. (11) Cfr ibid., 52. (12) Lett. enc. Ecclesia de Eucharistia, el 17 de abril de 2003, 10: AAS 95 (2003), 439. (13) Cfr Giovanni Paolo II, Lett. enc. Ecclesia de Eucharistia, el 17 de abril de 2003, 10: AAS 95 (2003), 439; Congr. por el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Istr. Redemptionis Sacramentum sobre algunas cosas que se tienen que observar y evitar acerca de la Santa Eucaristía, el 25 de marzo de 2004, 38: El observador Romano, el 24 de abril de 2004, suppl., p.3. (14) Cfr Lett. enc. Mysterium fidei, el 3 de septiembre de 1965, 39: AAS 57 (1965), 764; S. Congr. de los Rituales, Istr. Eucharisticum mysterium sobre el culto del Misterio eucarístico, el 25 de mayo de 1967, 9: AAS 59 (1967), 547. (15) Cfr Mensaje Spiritus et Sponsa, en el XL aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, 4dicembre 2003, 13: AAS 96 (2004), 425. (16) Cfr Congr. por el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Istr. Redemptionis Sacramentum sobre algunas cosas que se tienen que observar y evitar acerca de la Santa Eucaristía, el 25 de marzo de 2004,: El observador Romano, el 24 de abril de 2004, suppl. (17) Cfr ibid. 137, l.c., p.7. (18) Cfr Giovanni Paolo II, Lett. enc. Ecclesia de Eucharistia, el 17 de abril de 2003, 44: AAS 95 (2003), 462; Código de Recto Canónigo, Kan. 908; código de los Canones de las Iglesias Orientales, Kan. 702; Pont. Cons. por la Promoción de la unidad de los Cristianos, Directorium Oecumenicum, el 25 de marzo de 1993, 122-125, 129-131: AAS 85 (1993), 1086-1089; Congr. por la Doctrina de la Fe, Lett. A exsequendam, el 18 de mayo de 2001,: AAS 93 (2001), 786. (19) Cfr Giovanni Paolo II, Lett. ap. Novo milenio ineunte, el 6 de enero de 2001, 43: AAS 93 (2001), 297. (20) Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, 41. (21) N. 33: AAS 90 (1998), 733. (22) Cfr Homilía en la solemnidad del Corpus Dominós, el 10 de junio de 2004, 1: El observador Romano, el 11-12 de junio de 2004, p.6. (23) Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 36. (24) Cfr ibid. (25) Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 1. (26) Giovanni Paolo II, Lett. enc. Ecclesia de Eucharistia, el 17 de abril de 2003, 53: AAS 95 (2003), 469.