HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA URUGUAYA Desde Í885

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HISTORIA CRÍTICA
DE LA LITERATURA URUGUAYA
Desde Í885 hasta Í898
V
CARLOS ROXLO
HISTORIA CRÍTICA
DE LA
LITERATURA URUGUAYA
: : EL CUENTO NATIVO : :
Y EL
TEATRO
NACIONAL
TOMO
VI
U
____
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f
M O N T E VI D EO
L I B R E R Í A N A C IO N A L A. B A R R E I R O Y R A M O S
Barreiro (3 C. », Sucesores
25 de M a y o esq. Juan C. G ó m e z
l
CAPÍTULO I
D e lo é p ic o e n n u e s tr a lite r a tu r a
SU M A RIO :
I. — De lo épico en lo criollo. — El estilo y las pasiones. — Ex­
plicando un paréntesis. — El himno. — De su naturaleza mís­
tica. — Desarrollo de los géneros literarios en la antigüedad.
— Asuntos del himno. — Orfeo. — Aparición de la épica. —
Hesiodo. — Su vida y su muerte. — Las obras y los días. —
Del origen y del objeto de este poema. — Lecciones prácticas
y lecciones morales. — Fallas de Hesiodo. — Citas de Burnouf y Müller.
II. — Homero. — Su patria. — Su vida. — Sus obras. — Sus hé­
roes como símbolos. — Dudas acerca de su existencia. — La
escuela histórica y la escuela estética. — En qué fundan sus
opiniones. — Párrafos de Bínaut. — Cantó y la unidad de la
labor homérica. — Lo que Laurent nos dice de Homero.
III. — Examen de la litada. — Rivalidad de héroes. — Origen
de la acción. — Estilo de Homero. — Dioses y paladines. —
Héctor y Andrómaca. — Nuevos combates. — El arrepenti­
miento de Agamenón. — La embajada de Ulíses. — El ardid
de Juno. — La muerte de Patroclo. - El escudo de Aquíles.
Sus hazañas. — Sus luchas con Héctor. — Su victoria. —
Consideraciones. — Fin de la litada.
IV. — Lo homérico en lo criollo. — Rasgos generales. — Citas
de Arreguine. — Citas de Viana. — El mimen jónico y nues­
tro mimen. — El héroe nativo. — Bordones de Lussích. — Con­
secuencias de la comparación. — Lo épico y el naturalismo.
— La verdad es fecunda y eternizadora.
La hora que corre.
— Misión de la musa. — Conclusión.
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HISTO RIA
CRÍTICA
I
H agam os un paréntesis, un larg o paréntesis antes
de continuar, d edicando el prim er c a p ítu lo de este
volum en al estu d io de lo épico en lo criollo.
T o d o s los caracteres de lo épico p rim itiv o , se e n ­
cuentran esparcidos, más que en nu estra labor rim ada
de retórica índole, en la labor de la musa a greste y
guitarrera, en la tosca labor de la musa de cu tis
moreno, que inspiró las décim as y los rom ances de
nuestros p ayad ores á lo A s cas u b i.
E s en el crepú sculo , cuando la lun a b r illa como
una hoz segadora de estr e lla s ; es en el crep ú scu lo ,
cuando más huele la m irra del trebolar y h a y un
canto a nacreón tico en cada o m b ú ; es en el cr e p ú sc u lo
po licro m ísim o que el soplo de lo épico reco rre las
fé r tile s cam piñas del pago, en flo ran d o el clavel ama­
rillo ó de color de fu e g o de las payadas, ese clavel
tan serrano y tan suave al doctor E lia s R e g u le s y al
valiente naviero don A n t o n i o L u s sic h .
P ero el dom inio de lo épico, en nuestras letras, no
se lim ita á esa flo ra ció n tosca. L o s lím ite s de ese
dominio son m u y espaciados, pues la m ateria épica
está d ifu n d id a y disem inada por todos los cármenes
de nuestra naciente literatura. L o épico se ex tie n d e
con m ucho poder sobre el cuento, sobre la novela y
sobre el teatro de nuestro buen país, que nos o frecen
con p rod iga lida d el zum o de lo épico p rim itivo ,
siendo ese zumo hom érico y h esiódico con A c e v e d o
Díaz, con Carlos R eyles, con Ja vier de V ia n a , con
Sastre y con Bernárdez.
El heroismo, que ama la guerra y que se duele de
los males que causa; la vid a rural, con sus labores
u tilitarias, su miedo al fu tu ro y sus m elan co lía s sin
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
7
fin preciso ; el cu lto de la fu erza, de la res, del arroyo,
del terrón que prod u ce lo niveo del ja z m ín y lo áureo
de la e s p ig a ; el amor, que r esu elve los celosos c o n ­
flic t o s á g o lp es de d a g a ; la a uto rid ad sin fren o, como
una in ju sta y a gam enó nica a u to rid a d ; el bajo reliev e
del ca u d illo g lo rio so y del corcel no domeñado aún,
con las crines al v ien to y que en cu rv a la cola como
un silbante lá tig o de a brojos; todo esto, que bu lle
en la épica de los p rim itivo s, bulle tam bién en n u es­
tra in g en io sid ad rom ántica y naturalista.
Más
to d a v ía ;
nuestro
estilo,
por
lo
general,
es
épico, p resentan do no pocos puntos de sem ejanza- con
el estilo de que hace gala la musa homérica. E s a
sem ejanza se fu n d a en lo g rá fic o , en lo e n érg ico , en
lo veraz, en lo coloreante y en lo m u ltiso n o ro de e s ­
tas dos co n cu rren tes m aneras de decir, sem ejanza
que no puede ex tra ñ a rn o s si tenem os en cu en ta las
costum bres y las pasiones del m edio que e x p lo ta n la
m usa u r u g u a y a y la m usa antigua. U n a m u jer y una
rebeldía sirve n de pedestal á A q u ile s, como una m u ­
jer y una rebeld ía sirven de pedestal al d ag u ead o r
M oreira. L a g lo r ia del m úsculo, que es la g lo r ia de
Á y a x , es igu a lm en te la g lo r ia que circu n d a al cam pero
Ismael.
P ara que se me entienda, y no se calum nie mi p e n ­
samiento, necesito e x p lic a r le con a m plitud. No h ay
com paración posible entre las dos épicas á que me
refiero, si no se aclaran los dos térm ino s de la c o m ­
paración, co lo ca n d o la se m e ja n za dentro de los lí
m ites razonables y ló g ico s. P erm itid m e, pues, un r á ­
pido via je por la h eredad de la épica p rim itiva , á
fi n de que, al estu d iar la nuestra, lo osado de la
com paración deje de ser osado co n v irtién d o se en se n ­
cillo, probo y racional. ¡C o stu m bres, pasiones, estilo,
clarid ad y energía, ve n id en mi a yu d a como A p o lo y
H IS TORIA
CRÍTICA
M inerva, las d iv in id ad es de la lu z y el saber, c o r r ie ­
ron en a yu d a de los lan ceadores de a rtística s corazas
cantados por el brío del laúd de H o m e r o !
L a poesía nace con el himno. E l him no es la p r i­
mera de las form as de la poesía. E n el him no se
fu n den el sentim ien to prop io y el sentir de la raza.
E s lír ico y épico. E s el saludo del hombre, créd u lo
é infan til, á la natu ra leza que d iv in iz a n su asombro
y su ignorancia.
H ay, en toda r e lig ió n p rim itiva , dos a tr ib u to s : el
holocausto, que e n sa n g rien ta el altar, y el himno, que
sube por el espacio azul á sem ejanza del humo y el
vuelo. E l himno es a rrru llo y g o rjeo , palom a y r u i ­
señor.
L a cuna del himno es el m undo oriental. E l himno
fué asiático m ucho antes de ser g rieg o . E l himno, en
len g u a jónica, quiere d e cir: — y o canto. — E l himno,
en sus orígenes, es una alabanza ju b ilo sa y agradecid a.
E l alba que renace, el rayo que t r i u n f a de las t in i e ­
blas, la lumbre del h o ga r que en tibia las alas del
vien to zumbador, son los dioses del himno.
El sentim ien to es la base de la relig ió n . P ara ado­
rar se necesita creer. E l h im n o es la salve del pastor
p rim itivo que, con el codo pu esto sobre el cayado,
siente todo lo que h ay de sacro y m isterio so en la
naturaleza que le circunda.
El g rie g o fué poeta, artista, m ovible, im p resion a ­
ble, am igo del mar, de la llana fé r til, del h o jo so bos­
que, del cielo estrellado, de la cabra graciosa.
E l himno engendrará una f i l o s o f í a : la filo s o f ía j ó ­
nica, que es dinámica, física, poco espiritual. E l
himno transform ará en divina á la naturaleza, hasta
que la filo s o fía estudie á la natu ra leza segú n las g ra n ­
des leyes del tiem po y del espacio.
Los
poetas h elénicos encontraron
en la relig ió n
DE LA LIT E R A T U R A U RU G U AYA
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un mundo ideal, m undo que no ha sido su perado aún
en lo m ú ltip le y en lo m a g n ifíc e n te . L o s dioses eran
sím bolos na tu ra les nacid os de la o bservació n de lo
visible, y el númen los sentía m overse delante de sus
ojos, no sólo como una a ltitu d relig io s a, sino ta m ­
bién como em blem as de la realid ad viv id a .
E l arte g r i e g o es el j u g o te o ló g ic o y el j u g o m a­
terial de las p atrias jón icas. E l him no ó r f ic o sube
cantando ju n to á las aras; la oda se ocupa e n tu s ia s­
tam ente de las luch as p o lític a s; la canción ép ica co n ­
sagra el cu lto debido á los h éroe s; el arte t rá g ic o
es como una lecció n de m oral y de historia.
L a lite r a tu r a clá sica lle g ó á ser p e r fe c ta por la
d iv isió n en g én ero s de que se com ponía, g én ero s que
aparecen á m ed id a que avanza la h elén ica c i v i l i z a ­
ción, nacien do prim ero el himno, despu és lo épico,
lu e go la oda, más tarde el teatro, y por ú ltim o la
historia y la filo s o fía .
E l him no es el canto p r i m i t i v o ; canto que se so ­
mete á núm ero y m e d id a ; canto que se com pone en
honor de la d i v i n i d a d ; canto que sube, para llam arla
al fe s t ín de la o frend a, al fe s tín de la v íc t im a que
se dora sobre el fu e g o del s a cr ificio .
E l him no le dice al pueblo
que la m isió n más
elevada del hombre se red u ce á creer y á sa crifica r.
Se alaban, en el canto, las v ir t u d e s del dios al que
sube la prez en ondas m usicales, siendo el him no un
coloquio del alma humana con el alm a divina. E l
himno está fo rm ad o por dos coros a lte r n o s: el p r i­
mero es el cu erpo del himno, y el se gu n d o es la fra se
intercalada, que se rep ite al fin de cada una de las
po rcio nes co rp orales de la salutación. E l him no as­
ciende al com pás acordado de la fla u t a y la cítara. •
E l himno es verbo y música.
Eu m olpe, tráceo, fu é el prim ero de los poetas co ­
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H IS TORIA CRÍTICA
rales del culto de D em eter. C riso tem is, cretense, fu é
el primero de los poetas corales del cu lto de A p o lo .
L a cúspide del himno la h allaréis en O r fe o . O r fe o
es el padre de la poesía m ítica g rieg a. O r fe o es h ijo
de E n a g ro y de Calíope. O r f e o es tráceo y nace en
la edad de los argonautas. O r fe o es d is cíp u lo de las
musas y la lira que tañe la recibió de las manos del
h ijo de Latona.
Con la indecible d u lzu ra de sus acordes, que e s tre­
mecen de jú b ilo al ruiseñor, — O r f e o lo g ra in m o v i­
liza r á los peñascos errabundos de las S im plega d es.
E l lobo y el león, para oirle cantar, se acuestan su ­
misos á los pies de O rfe o . D e tien en su v ia je por el
espacio, para escu ch ar á O rfe o , la paloma y la g o ­
londrina. L a boca de O r f e o canta todavía, canta su a­
vemente, cuando su cu erpo y a ha sido despedazado
por el loco fu r o r de las B acantes.
Cuatro son los himnos que e n gen d ró el númen
grieg o. El epitalam io, que celebra el placer de las
n u p c ia s; el pean, que es un a rd iente saludo á la v i c ­
to ria ; el treno, consagrad o á la a d v e r sid a d ; y el lino,
en que se llora, durante la vendim ia, el triste fin de
la primavera, el fin de la estación de las brisas su a ­
ves y las frescas flores.
Al
himno ó r fic o s ig u ió el canto épico. L o épico
es o bjetivo. En lo épico se habla más de lo que se
ve que de lo que se siente. L o épico es acción. L as
empresas humanas son el fin de lo épico. E l alma
individual no existe para la musa de la epopeya. Para
la musa de la epo peya lo único que ex iste es el alma
colectiva. L o épico debe ser g ra n d ilo cu e n te é in tere­
sante. El himno sacro se llama O rfe o . L a epopeya
d idáctica se denomina H esiodo.
H esio do es h ijo de la Beocia. E n aquellos montes,
c u y o s árboles sombrearon su cuna, serpean las ca n ­
toras cintas azules de la fuente Castalia.
DE LA LIT E RATU RA URUGUAYA
11
A q u e l clim a es frío. E l sol está vela d o por las n ie ­
blas. E n las m ontañas se cría el hierro. E n las l l a ­
nuras crecen la m ies y la vid. E l perro ve la á la
puerta de los aprisco s donde duerm e el cordero. A l l í
nacieron P lu t a r c o y Epa m in on d as. A l l í se alzan los
m uros de T e b a s y O rcom enes.
B e o c ia
fo rm a parte
de la estirp e pelástica. F u é
colonia fe n ic ia bajo el y u g o de Cadm o, y t r a n s fo r ­
móse en colon ia g r i e g a bajo el real poder de Creonte.
¿ E n qué tiem pos flo re c e el núm en de H esio d o ? L a
cr ítica lo ignora. F ilo s t r a t o nos dice que es an terio r
á H om ero. V e r r ó n afirm a que fué su co ntem poráneo.
V a l le i c o P a t e r c u lu s a segu ra que H om ero preced e de
cien años á H esiodo.
¿N ac ió en Cum as ó en A s c r a ? E s probable que en
A s cra . T a l ve z en Cum as. L o más se gu ro es que n a ­
ciera en C u m as y creciese en A s c ra . A s c r a es una
aldea p r ó x im a á T h e s p is . E n A s c r a , segú n nos dice
el laúd de H esio do , el aire es húmedo, h abitual la
bruma, in term iten te el sol, como un horno las siestas
del verano y m u y
vierno.
d esapacibles las noch es del in ­
E l hombre, como el sauce y la palma, es un fr u to
del clima. E l clim a f o r ja al hombre, como fo r ja al
ch u rrin ch e y al mainumbí.
H esio d o no es un g en io im ag in a tiv o. E n H esio d o
h ay escasez de sol, como h a y escasez de lu z en los
velados h o rizo n tes de A s cra .
¿N o acontece lo mism o con los rústicos p ayad ores
del fond o de nuestras sierras? — Y o creo que sí.
H esio do anduvo en pleito, por razon es de herencia,
con su hermano P erses. D e d icó se d espués al cuidado
de su heredad, form ada por t r ig a le s y por vacunos.
L a s musas le enseñaron el arte del canto, dándole
por cetro una rama m a g n íf ic a de verd e laurel, al verle
I2
H IS TO RIA CRÍTICA
apacentar, con m elan có lico s ensoñares, un rebaño de
ovejas al pie del H elicó n .
H esio d o obtuvo el prem io del himno en C h a lc is
de Eubea, en los j u e g o s fú n ebres celebrados por los
h ijo s del bélico A n fid a m a s . D íce se de H esio d o que
m urió asesinado, en edad m u y madura, y que su ca­
dáver, que los m atadores arro ja ron al mar, fu é d e­
vu elto á la o rilla por los d elfin es, por aqu ellos d e l­
fin es que o yero n con a n g u s tia los so llo zo s de Hesione, la hija de Dánae, la herm ana de P ríam o, que,
encadenada sobre una roca, s u frió las iras del d ra g ón
m arino que d esig nó N e p tu n o para devastar las co s­
tas de la Troa d e.
Como H é rc u le s salvó á la v ir g e n sin dich a de las
fu rias del dragón oceánico, los d e lfin e s salvaron de
las fu rias del vien to y de las olas el cadáver inse­
pulto de H esiodo.
D os tra d icio n es hablan de la suerte de aquel ca­
dáver. S e g ú n la primera, se le inhum ó en un sitio
público de la cu lta O rcom enes, inscrib iénd ose sobre
su sa rcó fa go un e p ita fio com puesto por P ín d aro. S e ­
gún la segunda, aquel cadáver duerm e ju n to al altar
que la B e o cia consagró á Ñemeo, á H eracles, al h ijo
de Alem ena, al dios de la A r g ó lid a .
De todos los poemas que la c r ític a literaria ha a tr i­
buido á H esiodo, el único que en realidad pertenece
á su númen es el denom inado L a s obras y ¡os días.
H esiodo trata de moderar, con aquel poema, la co ­
dicia de Perses. E s á P erses, para co rr e g irle y m ora­
lizarle, que se d ir ig e H esiodo.
O ch o cien to s ve in tio ch o versos form an el poema. E l
númen nos habla, en aquellos bordones, de su es­
tirpe y su pueblo. E s te ú ltim o no le place. E scu ch ad
al poeta:
— " El invierno es rudo. L o s robles, de cabellera
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
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larga, y los abetos, de g ru eso tronco, son derribados
sobre la tie rra fé r t i l cuando sacude á los bosques de
la m ontaña el soplo de B ó re as. L o s bosques f r o n d o ­
sísimos resuenan. Se estrem ecen las bestias feroces,
ocultando, aún las v e stid a s de fe lp u d a piel, su cola
bajo el vien tre. Á pesar del espesor de su vestid u ra, el
vien to las penetra. E l v ien to atra viesa el cuero del
buey, que y a no le p roteg e. E l v ien to hace tirita r á
las cabras de pelo largo. S ó lo el carnero, con su ve lló n
tupido, resiste al fr ío soplo de B ó r e a s .”
L a s obras y lo s días son el poem a de la llanura
cu ltivad ora. C ada trabajo de la g ra n ja tiene su e s­
tación p rop icia . H a y una época para el arado y el
sembradío, sién don os m u y ú tiles, en esa época, los
p a c ífic o s bu eyes. L a s vid es deben podarse en p rim a ­
vera, segánd ose los t r ig o s sólo cuando em piezan á
brilla r las P lé y a d e s.
E l poeta nos da tam bién a lg u n o s co n s ejo s sobre
la n avegació n, que es un m ed io apreciable para e x ­
portar los ric o s p ro d u cto s del cam po beocio. E s en
la ú ltim a parte del caluroso estío que deben e m p ren ­
derse los v ia je s por mar, para llev a r el vin o y el
grano á las com arcas en que no f r u c t if ic a n la vid
y la mies.
E l poeta, subiendo á reg io n es más altas, tra ta en
se g u id a de la c o n d u cta que nos im pone el v ín c u lo
nupcial, del hom enaje debido á los dioses, del r e s­
peto que se m erecen el pu d or herm oso y la recta j u s ­
t ic ia y la dulce vir tu d . E l tra ba jo es el m ed io l e g í ­
tim o de enriquecerse, co lo cánd o se al a brigo de la
necesidad. E l rico no debe a vergo n za rse de aum en­
tar su p ecu lio con sus tareas, porque el trabajo está
m u y lejo s de ser innoble. E s p reciso v i v i r en paz
con la ju s t ic ia y en paz con los hombres.
.
L a musa, como veis, p e r sig u e un fin p rác tico y
un fin moral.
M
HISTO RIA
CRÍTICA
— “ L o s dioses dieron á los anim ales la le y de la
fuerza, y á los hombres la le y de la ju s tic ia . L o s d io ­
ses han hecho de la vida una penosa carga, cuando,
para ca stiga r al robador del fu e g o divino, en viaro n
E p im eteo y Pandora, de cu y a caja debían salir las
calam idades que a flig e n h o y á la hum anidad. N os e n ­
contram os actualm ente en la qu inta época, en la época
del hierro, en la época en que el hombre está d e sti­
nado á luch ar de co ntinu o con las penurias y las
fa tig a s .”
A u n q u e en una fo rm a m enos r e g u la r y sin fin es
prácticos, ¿qué son nuestras payad as? E l poema, d i­
seminado en trozos, del monte pastoril, de la lucha
del hombre con el potro y la res. T a m b ién en ellas
arden el sentim ien to de la n atu raleza y del amor p ro ­
fundo.
El numen beocio, como el numen nativo, no es un
numen poético. E l numen beocio es un espíritu p r á c­
tico, un espíritu de cien cia y de eru dición. E l numen
beocio p refiere
el estudio á los g iro s del baile, y
p refiere la observación á las o n d u la cion es de la m ú ­
sica. El numen beocio viv e lejo s del mar, viv e tierra
adentro, y el mar, el mar azul, el mar venusino, el
mar que canta cubriendo las costas con flo res de
espuma, es el que eteriliza é inm o rtalizará al genio
de la Grecia.
Falta al poema hesió d ico una idea grande, que le
sirva de sustancia o rd en atriz y perennem ente fecundadora. El poema pasa, sin m étodo y sin norte, de
un asunto á otro. El poema sólo nos parece sibilino
y sacerdotal cuando habla de los dioses y de la ju s ­
ticia. Es indiscutible que la epopeya d id á ctica tiene
por padre á H esio d o ; pero es ind iscu tible, de la
misma suerte, que la epopeya d id á ctica es menos
poesía que la epopeya heroica, cu y o celeste padre
se llama Homero.
DE LA LITE R A TU R A U RUGUAYA
i5
E n el poema h e sió d ico balbucean las musas. E l
poema h esiódico es un poem a herm osam ente humano.
L o r e co n o zco ; pero el son de la cítara, que acom paña
al poema, es son de p ífa n o pasto ril ó de zam poña r ú s­
tica. A q u e l vaso es pequeño y trabajaron poco, para
llenarle, las gra cio sa s o ndinas de la fu en te Castalia.
Á p ífa n o pastoril y á zam poña rú stica suenan tam ­
bién, aunque sin ca rácter d id á ctic o algu no, m u ch as
de las payadas de nu estros camperos. T a m b ién en ellas
balbucean las musas un g r it o h u m an o: el g rito del
pastor en la soledad. E s un g rito de queja, como el
g rito de H esiodo.
B u r n o u f nos dice en su H isto r ie de la litter a tu re
grecqu e:
“ E l poeta se queja de to d o : de su país,
de los reyes, del amor, y m u y especialm en te de su
herm ano.” — “ T o d a s estas qu ejas carecen de poesía,
abismándonos en la realid ad m ezq uin a que puede o f r e ­
cernos la vid a del campo cuando las necesidades de
cada día y la inqu ietu d de lo p o rv en ir en corvan al
hombre sobre los su rco s.” — “ L a in fe rio rid a d de las
poesías b e o d a s no prueban que naciesen antes de la
llía d a , en tanto que a lg u n o s detalles sobre la so cied ad
de aquel tiem po nos hacen presu m ir que acaso na­
cieron después de la O d isea .”
M ü lle r y H e itz nos dicen, por su parte, en la p á ­
gina 131 del tomo prim ero de su H isto ria de la li t e ­
ratura g riega:
“ E n el numen de H esio d o se echa
de
menos
aquella
poderosa
fantasía
con
que
los
poemas hom éricos describen las g rand ezas de la edad
h eroica.” — “ A q u e l abandono del pensam iento á un
torrente de poéticas i m á g e n e s ; aquel adorm ecerse, por
d ecirlo así, entre las revu eltas ondas de ese torrente,
están m u y d istantes del estilo de H esiodo, cu y a poesía
surge de las an g u stia s y m iserias de la vida, e s fo r ­
zándose por en noblecerlas y d u lc ific a r la s .” — “ No se
i6
H IS TO RIA CRITICA
en cu entra un solo pasaje, en las obras de H esiodo,
donde la poesía se presente com o la ú nica aspiración
del poeta, sino que dom ina en ellas, bajo cierto sen­
tido, un interés p r á c tico .” — ‘‘F u e r z a es co n fesa r que
esta circu n s ta n c ia hace perder á esas obras gran parte
de su m érito, aunque, por otro lado, nos com pensen
de dicha p érd id a la bondad del fin, las b elleza s de la
ex p o sició n y la ing enio sa habilid ad del núm en.”
N o deben ex tra ñ a rn o s estas o piniones. R ec o rd ad lo
que insinuamos sobre el i n f lu j o del clim a y del suelo.
B e o c ia es húmeda. B e o c ia es central. B e o c ia tiene
árboles cen tenarios y cim as ásperas. B e o c ia e x p lic a
á Hesiodo.
B eo cia no puede ser tan im a g in a tiv a como aquellas
regio n es c u y as arenas baña el mar de A n f i t r i t e ; el
mar m u sica lísim o que colum pia, con los v a iven es de
sus tumbos azules, el irisado coche donde nace V en u s.
A s í B eo cia , en c u y o s bosques reina un v ien to fr ío
y en cu yas cum bres las nieblas fa b rican lo flo ta d o r
de su veste grisácea, prod u ce á H esio do . E l mar de
Jonia, en cambio, es el padre de H om ero.
L a in flu en cia eje r cid a por la atm ó sfe ra y el paisaje
sobre el númen hesiódico, la e jerciero n tam bién la
cerrillad a abrupta y el ambiente social sobre el pa­
yador. E l eterno horizon te, la loma tras la loma, el
y u y o en pos del y u y o , el aislam iento en los p e lig r o s
de lo montaraz, la autoridad bra via y la gu e rra civil,
me parece que bastan para e x p lic a r el m onótono ritmo
y el sentir m elan cólico de los analfab eto s d iscíp u lo s
de H id algo.
La poesía, que colora como un pincel form ado por
h ilito s de sol, no anida en los duros va g a b u n d a jes de
aquel ensoñar hosco, que anublan y am ojonan las m i ­
serias crueles de la vida p ráctica y la inquietud co n s­
tante del viv ir político. E s preciso que el arte de la
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
i7
ciudad se apodere del modo de sentir campero, co n ­
vir tie n d o en m atáfo ras sus g ra ficism o s, para que el
p ayad or se tra n sfo rm e en poeta y la g u ita rr a en lira.
E n to n ce s lo épico de lo p r im itiv o se cu a ja rá en flo r,
narrándonos una lu ch a de razas ó civ iliz a c io n e s en
el m om ento inicial de la v id a de nu estro pueblo. E n ­
tonces tend rá por asunto una acción m em orable, d en­
tro de la le y de lo cam pesino, de lo no podado, de lo
trad icional, de lo casi ind ígen a. E n to n ce s. — sin ser­
virse de J ú piter, ni de A d am a sto r, ni de H u a n ia - Capac, H esio d o se trocará en H om ero.
II
Se ig n o r a á punto f i j o cuál fu é su patria, d is p u ­
tándose la honra de darle á lu z Esm irn a , Chío, Salamina, C o lo fó n , Rodas, A r g o s y A ten a s.
L a tra d ic ió n más po pu lar nos dice que H om ero fué
h ijo de una jo v e n llam ada C r ite id a y que nació en
las m árg en es del r ío
M eles, que r ie g a á Esm irna,
aquella ciudad de o rig e n asiático, de lin a je jó n ico,
m ercan til y retórica, d estru id a por los lirio s de A r dys, vu elta á levantar por orden de A l e j a n d r o y a rr u i­
nada por un terrem o to bajo T ib e r io .
L a jo v en C r ite id a se casó con F em io, que enseñaba
canto y lite r a tu r a en la célebre E sm irna. C u and o m u ­
rió el maestro, que fu é padre y no padrastro para
el poeta, H om ero co n tin u ó al fr en te de la escuela
de F em io, dándose á v ia ja r y trasladand o su r e s i­
dencia de E s m ir n a á Chío. D ice n que en su v e je z
su frió de ceg u era y su frió de penuria, andando
errante de pueblo en pueblo, recitan do sus cantos por
costas y v illo r io s al son de la lira, m en d igo y ju g la r ,
2. vi.
íS
H ISTO RIA
CRÍTICA
hasta que la m uerte le libró piadosa del mal de v i v ir
en la isla de Cos, una de las C íclad es.
Nos quedan de H om ero dos g ra n d es poem as: la
Ilía da , que se r e fie r e á la g u e rr a de T r o y a , y la O d i ­
sea, que se o cu pa de U lise s. C o m p u so tam bién como
trein ta himnos, a lg u n o s epigram as, y una narración
épico - sa tírica sobre un com bate entre las ranas y
los ratones, narració n b u rles ca que se t it u la la Batracom iom aquia.
¿S on seres reales H é c t o r y U lis e s ? César C a n tó ve
en los poemas h o m érico s — “ la revela ción , no de los
hechos, sino de la vid a h elén ica bajo la fo rm a h e ­
roica, y en caracteres que son esencialm en te h is t ó r i­
cos, por lo mismo que son esen cia lm en te p o é tic o s .” —
Stellin i, citado por C antó , nos dice que H om ero —
“ quiso encarnar en sus héroes las d iversas épocas
sociales y sus prog reso s. P o l í f e m o es el tip o de la
edad bestial y f e r o z ; sigu e, en A q u ile s , la fu e r z a in­
v ic t a y el ánim o im pacien te de fr e n o ; después, en
U lises, la astu cia asociada con el v a lo r ; en A n t e n o r
se quedan inertes la ju s t ic ia y la p r u d e n c ia ; y con
Paris, por ú ltim o, reina el lib ertin a je, que todo lo
pospone al p la c er.”
L o s héroes ho m érico s son, por lo tanto, sím bolos
más que hom bres segú n la a u to riz ad a o p in ió n de
S tellin i.
W o l f , im itando á V ic o , ha puesto en duda la e x i s ­
tencia de Hom ero. M ü lle r la admite. P ara el primero,
que pertenece á la escu ela histórica. H om ero es un
aeda que com puso tan sólo a lg u n a s rapsodias que,
unidas á las rapsodias de otros aedas co ntem po ráneos
y sucesores suyos, dieron o rig en á los grand es poemas
de que tratamos. M üller, como tod os y cada uno de
los adeptos de la escuela estética, d efien d e la unidad
de la obra atribuida á la musa de H om ero.
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
i9
L u i s S e g a la y E s ta le lla , s ig u ie n d o á C roiset, d ivide
la o p in ión de los e ru d ito s en cu atro c a te g o r ía s : — i.°
L o s que, aceptand o la e x is t e n c ia de H om ero, d e f i e n ­
den la unidad p r im itiv a de la Ilía d a , como N ie tz sch ,
M ü lle r y T e r r e t. 2.0 L o s que, com o L a ch m a n n y Dugas - M on tb ell, creen que esa obr£ nace de la unión
de va rios episod ios ó fr a g m e n to s aislados. 3.0 L o s
p a rtid arios de una teo ría interm edia, segú n la cual la
Ilía d a fu é desde sus o ríg e n e s un poem a com pleto,
p e r o ,a ú n más ex ten s o que el r e c o g id o por la p o ste ­
ridad, pensando de este modo B e r g , Ch ris, G ro te y
G u ig n ia u t. 4.0 L o s que sostienen, de acuerdo con
B réa l, que la e p o p e y a h o m é rica es la labor de un
gru p o de poetas que la co m p u siero n para ser recitad a
solem nem ente en los j u e g o s de L id ia .
L a o pinión más ca ra cteriza d a en tre los c r ític o s de
la escu ela h istó ric a es que los poemas h o m é rico s no
pu eden ser el trabajo de un hombre solo, sino que
el fo n d o de aqu ellos poemas elabórase su ce siva m en te
por m u ch os fo r ja d o r e s de cu en to s heroicos, cu y a o r ­
d enación fu é
inicia da sin duda por un aeda, pero
sólo cum plida, al través de los siglos, por el e s fu erzo
de varias g eneracion es. L a obra, r e c o g id a de viv a
vo z y bien g ua rda d a por el recuerdo, es posible que
s u frie r a d iversas va rian tes de edad en edad. E n tie m ­
pos de H om ero, que debió flo r e c e r en horas de L i ­
c u r g o , — pues v iv ió cu a tro sig lo s antes de H ero d oto ,
— sólo se aplicaban las letras al m árm ol y á los m e­
tales, sirvién do se para ello de las pieles y del estilo.
N o se concibe, sin el uso c o rrien te de las letras es­
critas, la a u te n ticid a d de las obras de H om ero.
E s de creer entonces, se gú n la
que H om ero debió darse al canto y
como m u y bien se observa en el
abundante d espejo de su d ic c ió n ;
escu ela histórica,
no á la escritura,
v ig o r o s o y en el
pero á esto res­
20
H IS TORIA CRÍTICA
ponden los p a rtid arios de la escu ela estética que el
a rg u m e n to de la e s c ritu ra nada resu elve, desde que
la escritu ra bien pudo ser s u s titu id a por la memoria,
como la e x iste n c ia de los rapsodas, si bien se mira,
nada d em uestra en contra de la a u te n ticid a d de las
obras de H om ero, .puesto que bien p u d iero n ser el
prod u cto de un solo in g en io las a ven tu ras que a q u é­
llos contaban r e c o rr ie n d o la G r e cia y el A s ia M enor.
E s posible, añaden los p a rtid ario s de la escuela
estética, que cada j u g l a r es co g iese un canto, — a p r e n ­
d iéndolo de mem oria, — sin que eso s ig n ifiq u e que
los ju g la r e s d esco n ocieran el enlace y el co nten id o
de los demás trozos. E l que los cantos de los rapso ­
das eran partes in teg ra n tes de un todo, y no todos
aislados, parece d ed u cirse de este pasaje de D ió g e n e s
L a e r c i o : — “ Solón fu é el que d ispuso que los que r e ­
citaban en pú blico los versos de H om ero, lo h iciesen
alternativam en te, de m odo que el pasaje acabado por
uno debía serv ir de punto de partid a al que le s i­
g u ie s e .” — Si había orden c r o n o ló g ic o en los sucesos
y si los rapsodas debían respetar la unid ad del poema,
claro está que los cantos de los rapsodas no eran
fr a gm en to s libres, sino partes ordenadas y c o n s t i t u ­
tivas de un largo poema. N o olvidem os, en fin, que
P la t ó n dice que los hom éridas eran los rapsodas r e c i­
tadores de los versos de H om ero, que P ín d a r o nos
dice lo mismo que P la tó n , y que el célebre V a le r i o
H arpocratión , de autorid ad grande, nos a segu ra que
los hom éridas fu ero n una fa m ilia natural de C h ío y
c u y o nombre derivaba del nombre de H om ero.
E s indudable, pues, que lo cantado por los rap so ­
das era la llíacla. S egú n A u g u s t o F ic k , que cita en
una de sus notas Sega lá y E sta lella , P is ís t r a t o reunió
en A te n a s á los más célebres de los rapsodas, hizo
escribir lo que recitaban, y reunió de este modo los
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
21
poemas de H om ero. S e g ú n César Cantú, ese todo se
debe á A r is t a r c o , que co ord inó las rapsodias en un
solo cuerpo, d is trib u y é n d o la s en v e in tic u a tro cantos
ó porciones. E n H om ero, se gú n A r is t a r c o , no deben
buscarse d octrina s de fil o s ó f i c a p ro fu n d id a d , sino un
cuadro com pleto y p o licro m o de la se n cille z de los
tiem pos prim itivo s. S e g ú n B in a u t, — “ en la poesía h o ­
m érica se hallan los elem entos de la fu n c ió n racio n a ­
lista que el e sp íritu g r ie g o e je r c ió en la h isto ria .” —
E n a quellos poemas se in icia — “ la lu ch a del t e n e ­
broso O r ie n te con la p r o g r e siv a
E u ro pa, luch a de
armas y luch a de ideas co ntinu a da después por A l e ­
jandro, R om a y el cristian ism o del M ed io E v o . ” —
Se hallan en H om ero, según B in a u t, las hu ellas de
un hecho fu n dam ental, — “ hecho r e p ro d u cid o después
en la fo rm a ció n de todas las sociedades m odernas.” —
E s te h echo no es otro que — “ la luch a secular entre
la sociedad te o crá tica y la tribu conquistadora, entre
la tra d ic ió n y la fu erza, entre el sa ce rd ocio y el o r ­
den g u e rr e r o .”
H a y m uch o de verd ad en lo que antecede. Cálcas.
el adivino, es el adversario de A g a m en ó n , el rey. C á l ­
cas em pieza por crea rle un rival á la monarquía. A g a ­
menón, sin la a yu d a de A q u ile s , no ven cerá á T r o y a .
A g a m en ó n , para Cálcas, es el causante único de la
peste que hace estrago s en el e jé r c ito sitiad o r de
T r o y a , peste que su rg e de la tenacidad con que el
re y se n ieg a á d e v o lv e r su h ija al sacerdote Crises.
Cálcas, obliga, con sus aug u rio s, á que se a cepte el
rescate que Crises, sacerdote de A p o lo , o frece por Criseida, la de las m e jilla s de herm osa fr e s c u r a ; pero
el rey, irritad o por a quella derrota de su autoridad,
se apodera de la jo v en hija de B rises, botín de carne
blanca y ojos lu c id o re s que los aqueos dieron á A q u i ­
les después de red u cir y saquear á Teb as. A q u ile s.
H IS TORIA CRITICA
d olo rid o y d espechado, se n ie g a desde en tonces á
com batir, la anarquía d ebilita á los g rieg o s , y d ism i­
n u y e la autorid ad del rey, ch ocand o de este modo
el poder sacerdotal de C á lcas con el poder m o n ár­
quico de A g a m en ó n .
L a piedad de H om ero, segú n B in a u t, es una ex tra ñ a
m ezcla de unció n y de burla. L a ciu d a d g rieg a, la
ciudad repu blican a y libre, no pu ed e ser una ciudad
teo crá tica como las so cied ades de o rig e n asiático. E n
el O r ie n te las creen cias se in m o vilizan . E n Jonia v i ­
ven m ordisqueadas por el instin to de la filo s o fía . L a
libertad p o lítica en g en d ra la lib erta d filo s ó fic a . H o ­
mero adm ite el rezo, los s a cr ificio s, la espiación, los
secreto s de la inm ortalid ad , lo que p u d iéram os llam ar
d ogm as u n iv e rs a le s ; pero el cielo que nos p in ta es,
en el fo n d o del fondo, un cielo de opereta, un paraíso
cóm ico y pedestre, siem pre perturba d o por las q u e ­
rellas de Jú p ite r y Juno ó por las in tr ig a s de V e n u s
y Marte. H om ero, se gú n B in a u t, opone el libre a l ­
bedrío al dogm a fatalista, d esm o n etiza n d o el recu rso
más terrible de la teocracia, aquel instru m ento de que
ésta se sirvió para m inar el trono ó el poder de E d ip o ,
A g am en ón , E g is t o y O reste.
B in a u t, en a p o y o de sus ideas, nos cita el p r in c ip io
del segu nd o de los poemas hom éricos. B in a u t, co m e n ­
tando el d iscu rso con que Jú p ite r inicia la O d isea,
nos dice que, para la poesía hom érica, el deber del
hombre es luch ar v a lien tem en te con sus prop io s v i ­
cios. no siendo la fatalidad sino el ca stig o de los que
p refieren el desorden á la v irtu d . A s í, para B in a u t,
las poesías hom éricas fu ero n la ex p resió n de una
época cr ítica en la que se deshacía un estado social,
el estado de o rig en y régim en asiáticos, el estado de
índole tra d ic io n a lista y su persticio sa, ju s tific á n d o s e
aquel derrum be con la prédica del dogm a de la lib e r ­
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
23
tad moral, firm e y ard iente tu tela d o ra de la libertad
política.
E s m u y posible que B in a u t peque por ex ceso de
perspicacia, como han pecado, por ex ces o de p e r s p ic a ­
cia, todos y cada uno de los co m entado res que p r e c e ­
dieron y han se g u id o á B in a u t. ¿N o aco ntece lo mism o
con los com entadores de D ante y S h a k esp ea re? No
extrañem o s pues que, para M etro d o ro, el Jú p ite r de
H om ero sea el sím bolo de una su sta n cia física, como
A g a m e n ó n era, para M etro do ro, la im agen a le g ó r ic a
del aire. T e á g e n e s y A n a x á g o r a s nos d icen que los
com bates de los dioses de la Ilia d a son el sim bólico
representado de las batallas que el crim en sostiene
con la v ir t u d y el de los choques que los elem entos
de la n a tu ra leza sostienen entre sí. E sterim b ro to , a l ­
gún tiem po después, o pinará lo m ism o que T e á g e n e s
y que A n a x á g o r a s .
C o n c lu y a m o s con la d is cu tid a personalidad de H o ­
mero.
Y a sabemos que W o l f , ap oy á n d ose en que la e s c r i ­
tura no se u tiliza b a en tiem p os de L ic u r g o , d educía
que no era posible que un hombre solo, sin más ayuda
que la del canto, im aginase y co m pusiese tan vasta
epopeya. F u n d a d o en esto y en las in co h eren cia s de
que no están libres los dos poemas. W o l f sostenía
que H om ero no ha ex istid o . L a latinid ad no piensa
como W o l f . H om ero es una realidad para C iceró n
y tam bién para P lin io . L o s rapsodas nada a rg u y e n
en contra suya, pues es bien sabido que los rapsodas,
en los j u e g o s de Jonia, recitaban sin v a c ila r hasta
un ca p ítu lo entero de H ero d oto . C antú sostiene, y
y o pienso como Cantú, que por la co n ex ió n de las
partes, por la constan cia de los caracteres, por el c o ­
lorido va ron il de los cuadros, por la v is ib le se n cille z
de los m edios y por la fo rm a de los exám etros, —
=4
H IS TO RIA
CRITICA
cu y a cesura cae, por lo general, en una sílaba breve
del tercer pie, — los dos poem as son h ijo s del in g en io
de un solo cantor, estando co n testes los testim on io s
de la antigü ed ad en que ese cantor se llamaba H o ­
mero.
Hom ero, llam ado el más a n tig u o de los g e ó g r a f o s
por Strabon, es co nsiderado como el autor de la t e o ­
gon ia pagana, siendo sus poemas, segú n Jen ofon te,
la fu en te de donde su rge n las artes y el d erecho de
la antigü ed ad ática. A fir m á b a s e que P la tó n le debía
sus ideas acerca del alma y P o lib io sus o pinion es
acerca de la po lítica. L a u r e n t, del que tomo estos
ú ltim os datos, nos dice que H o m ero se d is tin g u e por
su hum anidad en la m anera de co nsiderar la guerra.—
“ L a triste co n d ició n de los ven cid os, las m iserias de
la e x c la v itu d a flig i e n d o á seres amados, la i n f e l i c i ­
dad de las fa m ilia s aniquiladas, tales son los cuadros
que se rep rod u cen sin cesar en la Ilíacla.” — “ E n la
época en que H om ero cantaba la gran lucha de la
edad heroica, el m undo entero era presa de la guerra.
E l alma dulce del poeta tenía que deplorar los m ales
que o r ig in a ; no nos habla jam ás de los com bates sin
añadir que son una fu en te de lá g rim a s.’’ — “ H om ero
consagra á los m uertos palabras de dolor, de alabanza,
de conm iseración. E n estos rasgos se revela toda la
dulzura, la delicad eza, la hum anidad del alma del
poeta. L o s héroes que perecen en los com bates le
recuerdan el triste destino de sus padres, de sus ma­
dres, de sus esposas.” — “ L a a n tigü ed ad atribu ía á
H om ero el desarrollo, sino la creación del politeísm o.
En realidad no hizo más que dar una fo rm a b rilla n te
á las ideas populares, y él mismo está por encima
de aquella co ncepción religiosa, pues es su perior á
las d iv in id ad es de la edad h eroica." — “ H om ero es
más religioso que los habitantes del O li m p o ; no sólo
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
25
m erece el títu lo de d iv in o como el más g rand e de los
poetas, sino tam bién como ó rgano de la h u m an id ad.”
— “ C a n to r de una edad en que dominaban la fu e r za
y la astucia, condena los crím enes y d eplora las d es­
g racias cu y o fin no se atreve á e s p erar; pero sus
m ald icio n es y lam entos son acentos p r o f é t ic o s que
se cam biarán un día en canto de fe lic id a d y de e s ­
peranza.” — E l elogio, como veis, es en orm e; pero no
h ay e x a g e r a ció n de n in g u n a especie en ese enorme
elog io de L au ren t.
H om ero es un p rod u cto natural de Jonia. A r d e en
su noble es p íritu la sed de cu ltu ra que arde en el
espíritu de las islas donde se h ie r g u e n las cum bres
de E ritrea , C o lo fo n te , M ile to y C o rfú . L a c iv iliz a c ió n
de E u ro pa, como la V e n u s que e n gen d ró á C u p id o ,
nace sobre lo azu l de las espum as del M ed iterrá n e o.
A q u e lla s islas encan tad oras no sólo crían el o liv o a c e i­
toso, y la vid que em briaga, y el naran jo que in ­
ciensa, porque en aquellas islas flo re c e n tam bién la
poesía con A n a c r e o n te , el arte p ic tó r ic o con A p e le s ,
la h isto ria con Cadm o y las f i lo s ó f i c a s i n v e s t ig a c io ­
nes con la escuela de T a le s.
III
H ablem os de la Ilíada.
E n la gran e p o p ey a que, se gú n L o n jin o , fu é e l a ­
borada por el poeta en su ju v e n tu d , el poeta le pide
á su musa que nos cante la cólera de A q u ile s , el
h ijo de P eleo.
E sa cólera p r e cip itó á m u ch os y va lerosos héroes
en las brumas del O rco. E n v ir t u d de esa cólera m u ­
chas almas fu ero n convertid as, por el poder de J ú p i ­
ter, en fes tín de perros y pasto de bu itres desde aquel
H IS TO RIA CRÍTICA
26
día
en que
se
distan ciaron,
q u erellánd o se
m o r ta l­
mente, el r ey A g a m e n ó n y el d iv in o A q u ile s .
¿C o n o cé is el o rig e n de la d isp u ta ? U n a m u je r fué
la causa del sitio de T r o y a , y una m u je r fu é la causa
del altercado que A q u i le s t u v o con A g am en ó n .
A g am en ó n , es cla v iz ó á la h ija del sacerdote Crises.
Este, que o ficiab a en el altar de A p o lo , lo g r ó que el
rubio Febo considerase como cosa su y a la o fen sa r e ­
cibid a por el sacerdote. C o m o A g a m e n ó n se negara
á aceptar el rescate que C r ise s le o frecía, C rises le
ru e g a al inm ortal E s m in tio que c a stig u e im placable
á los aqueos. A s í em pieza la Ilíada.
A p o lo , irritad o hasta el corazón, d escend ió de las
cum bres del O lim po, llev a n d o sobre sus espaldas un
arco y un bien cerrado carcaj. Iba sem ejante á la
noche. L a s saetas, cuando em pezó el descanso, sona­
ban fu ertem e n te sobre la espalda de la iracu n da d i­
vin idad. Sentóse A p o l o á cierta d istan cia de los na­
vios, y el p rim er dardo salió del arco del dios de la
luz. E l arco chasqueó con v io le n c ia terrible. E l dios,
al p rin cipio , se ensañó con los m u lo s y a cr ib illó á
los canes de v e lo z co r r e r ; pero, más tarde, d ir ig ió sus
m atadoras flech a s contra los hombres, ard iend o de
co n tin u o las piras en que se quemaban los m ustio s
cadáveres.
N u ev e días duró la m atanza. L a peste diezm aba el
ejército .
E n to n ce s A q u ile s, inspirad o por Juno, la d ivinid ad
de los blancos brazos, c o n g r e g ó á los dáñaos in v itá n ­
d olos á co n su lta r al augur, al in térp rete de los su e­
ños, á C álcas T e s tó r id a . Éste, después de un m om ento
de temerosa vacilació n, declaró que la causa de las
iras del dios era el u ltr a je hecho al sacerdote Crises.
L a cólera divina perdurará m ientras no devolvam os,
al padre querido, la h ija de ojos n egros y resp la n ­
d ecientes.
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
27
A g a m en ó n , llam ando al a d iv in o p r o fe ta de d e s g r a ­
cias y en em ig o suyo, co n sien te en d e v o lv e r la sierva
h erm osísim a; pero pide, en cambio, que se le conceda
otra dulce h erm osura que le recree. P id e á B riseid a,
la esclava de A q u ile s , y A q u ile s , el de los pies l i g e ­
ros, se d ispone á h u n d ir en las carnes del r e y su
espada desnuda, cuando M in erva, en nom bre de Juno,
le ru e ga y m anda que se a pacig ü e. A q u i le s obedece.
P erd erá á B r i s e i d a ; pero no v o lv e r á á com batir con
los aqueos co ntra los tebanos. Y a sabrán los aqueos
lo que s ig n ific a , cuando las lanzas chocan, la a usen­
cia de A q u ile s .
L a ju n t a se d isu elv e después de un cauto y p a tr ió ­
tico discu rso de N éstor. L a h ija idolatrad a le es d e­
vu elta á Crises, y P a t r o c lo pone á B r is e id a en las
manos de los m ensajero s que envía, para reclam arla,
la im p acie n cia fe b ril de A g a m e n ó n . A q u ile s , lloroso
y desesperado, se d ir ig e á la o rilla del p r o fu n d o mar,
para co ntarle las penas que le abruman á su m adre
T é tis. É s ta se d eja ver, á modo de niebla, sobre las
verdes olas. A c a r ic ia á su hijo, le in fu n d e valor, y
le prom ete batallar por su causa ante el tro no de J ú ­
piter. A s í lo hace, en efe cto, y poco después, la que
n a v ega escoltad a por los triton es. A s í lo hace la d o­
lorida T é t is , besando las r o d illa s y tocan do la barba
del señor del O lim po.
Jove, el del á g u ila y la centella, aunque no ign ora
que esto le ind ispo nd rá con Juno, r esu elve que los
tro yan os ven za n á los aqueos m ientras A g a m e n ó n no
se d e sd iga de las in ju ria s con que m an cilló á A q u ile s .
A s í Juno y Jú p ite r se qu erellan por cu lpa de la diosa
de los pies de plata, por c u lp a de la h ija del anciano
del mar. Juno desea d e stru ir á T r o y a . E l m ay o r de
los dioses amenaza á su esposa, d eja n do en am argu ras
á la d iv in id ad de los brazos de armiño. P ro n to , sin
H ISTO RIA CRÍTICA
28
em bargo, la a le g r ía v u e lv e á reinar en la m ansión
sagrada, y V u lc a n o d is trib u y e p ró d iga m en te el e li x i r
de la inm ortalid ad entre sus m oradores. E l fe s tín se
pro lo n g a hasta que m uere el sol, al com pás de la c í ­
tara de A p o lo y del alterno canto de las Musas.
Me detuve, señores, en estos incid entes, porque en
estos incid entes se basa toda la I liada. L o s penachos
de crines, las artísticas cotas, las em bru jadas picas de
los aqueos, les serán in ú tile s en tanto no se aplaque
la fu n esta cólera del h ijo de la diosa del mar v e r ­
doso, de la que tiene a rg en ta d o s los pies, de la que
reina sobre un altar puesto ju n to al altar de perlas
y corales de N eptu n o.
E n el canto segundo, despu és de contarn os un en ­
gañoso sueño que J ú p ite r le en vía á A g a m e n ó n , —
h a cién d ole creer que ha lle g a d o la o p ortu n id a d de
tomar á T r o y a , — vo lv e m o s á asistir á un co n sejo de
proceres
a rgivo s.
Agam enón
les
r e fie r e
su
sueño.
T r o y a , la ciudad de las anchas calles, está condenada.
L a voz de la noche le anu nció que el m om ento se
p ie s ta para acabar con su poderío. N o debe, pues,
d esperd iciarse aquella ocasión. N éstor, el r e y de la
arenosa P ilos, cree también, por el n o ctu rn o agüero,
que la hora es p ro p ic ia para el combate. O s hago
gra cia del discu rso de U lises, como os hago g racia
de los a p o stro fes que T e r s i t e s deja caer sobre A g a ­
menón. M i objeto es otro. M i o bjeto es d eciro s que
en este canto, donde
H om ero nos da el ca tálo g o de
las naves beocias, ya se echa de ver el g r á fic o na­
turalism o de sus descripcio nes. Su le n g u a je es una
pintura. El trazo g rosero y el trazo a rtístico, lo v u l ­
gar y lo ca lo ló g ico , todo lo u tiliz a y todo le sirve
para que los seres y los objetos se im pongan al tacto
y á la mirada. Hom ero, en fin, es el pred ecesor de
C h ateaubriand, el maestro de F la u bert, el que ha en­
cordado la férrea lira de L e c o n te de L isie.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
29
Se ve á la m u ch edu m bre desde las naves y las t ie n ­
das á la lla n u ra; y b rilla n los arneses, á los rayo s
del sol, con luces de in c e n d io ; y se siente el fu r o r
que esparce en las fila s el soplo de M in erva, la sabia
diosa de los ojo s azules. L o s a rg iv o s son tantos como
las hojas y las flo re s que nacen en la estación p r i ­
m averal. O ím os, como si hubiésem os estado allí, que
la tierra resonaba de un modo terrib le bajo sus pies
y los de sus caballos.
E l estilo persiste en el canto tercero, p ersiste y se
acentúa, destacán dose por doquiera el rasgo saliente,
el p rincipal, el característico, el d ife r e n cia d o r . E l
poeta abusa de las en um eraciones, y tal v e z pequen
de m on otonía aqu ellos interm in ab les relatos de ba
talla. N o im porta. E l numen h o m érico es m ara villo so
en la d i f í c i l labor de describir, porque ve y hace ver
con un ind ecible
instin to y con un a rd iente cu lto
de realidad. E s ta es su fu e r z a y esta es su vir tu d .
Sobre ese estilo, que es el estilo de nu estro s c u e n tis ­
tas y p ayad ores épicos, quiero detenerm e. E scu ch a d ,
señores.
E n este canto, en el canto tercero, P arís, el de las
d ivinas formas, llev a n d o sobre sus espaldas una piel
de leopardo, reta á los a rg iv o s de m ay o r em p u je á
sin gu lar combate. M enelao, g ra to á M arte, saltó del
carro y corrió á su encuentro, aleg rán do se como se
r e g o c ija un león, cuando se topa con un ciervo c o r ­
nudo ó una cabra montés. P a r ís se asusta, retroced e
y se esconde en el g ru p o de sus amigos. H éctor, su
hermano, le a p o s tro fa llam án dole sedu cto r y m u je ­
riego. Su cítara, su cabellera y su h erm osura no le
salvarán del fu r o r del m arido burlado, del esposo de
la sensual y bellísim a Elena. P arís, v io lan d o las leye s
de la hospitalidad , la sedu jo y sacó del h o gar ilustre
de M enelao. A q u e l rapto y aquel u ltraje, a quella l u ­
30
H IS TO RIA
CRÍTICA
ju r ia y aquel piso tea m ien to de una le y sagrada, f u e ­
ron el o rig e n de la g u e rra cru el que los a rg iv o s hacen
á T r o y a . Si T r o y a sucum be, el d elito es de P a r is y
no de los de A r g o s . P a r is se en cabrita y le dice á H é c ­
tor que le deje batallar, pero solo á solo, con el h er­
mano de A g a m en ó n , con el fu e r te y ceñudo M enelao.
El que v e n za se quedará con la m u je r robada y r equ e­
rida, continu and o los de H é c t o r tra n q u ilo s en T r o y a
y v o lv ie n d o los otros á los v a lle s de A c a y a .
H é c to r propone y A g a m e n ó n acepta el pacto so­
lemne. A s í term inará la lid calam itosa. T e u c r o s y
aqueos se r e g o c ija n ante aqu ella d u lce esperanza de
paz. P ría m o y E len a , co n o ced o res de lo que pasa,
dia log a n á las puertas de la ciudad. A q u é l p reg u n ta
quiénes son a lg u n o s de los héreos que sobresalen por
su g alla rd ía en el g ru p o de los a rg ivo s, y E le n a le
responde citán d o le los nom bres de A g a m e n ó n , U lises,
O y a x , C ásto r y P ó lu x . P ríam o, después de un so­
lemne sa c r ific io á los dioses, im preca al cielo para
que ca stig u e al que fa lte á lo co n v en id o entre H é c ­
tor y el A t r id a , entre los de P a r is y los de A g a m en ó n .
E m p ie z a el combate. L a lanza de P a r is se clava
en el escudo de M enelao, torcién d o se su punta sin
log rar rom per el acero. M enelao, entonces, d esen­
vainó la espada, é hirió con ella la cim era del casco
de su e n e m ig o ; pero la espada se escapó de sus m a­
nos, fractu rá n d ose en tres ó cu atro trozos. M enelao,
a ferrán do se al cu ello de su en em igo, está á punto
de alcanzar la victo ria, cuando V e n u s, en v o lv ien d o
á P aris en una espesa bruma, le salva y le transporta
á un tálamo que trasciend e bien, porque trasciend e
á perfu m es quemados.
E ste estilo, porten tosam en te g r á fi c o y naturalista,
es el estilo de todo el poema. H om ero quiere que
veamos lo que nos pinta como vem os las cosas que
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
3i
nos son fam iliares. Su musa trata de grabar f u e r t e ­
mente, dentro de nu estro s ojos, el m undo de ley e n d a
que nos describe. Su lira es un pincel, un pincel velazqu in o de rasgo s gru esos y r a s g o s seguros. E l canto
sig u ie n te nos lo com probará. E s cu ch ad m e, señores.
N e cesito in sistir para que com prend áis la n a tu ra leza
del num en que e n gen d ró la Ilíada.
E l canto sig u ie n t e em pieza con una ju n ta de dio
ses. Jú piter, in s tig a d o por Juno, m anda á M in erva
al campo de los teu cros, á fin de que los teucros, v i o ­
lando la fe jurada, rompan tra ido ram en te el c o m p ro ­
miso que puso fin á la guerra. L a v ic t o r ia de Menelao, que aseg u ra la paz d e v o lv ié n d o le á E len a , sa l­
varía á T r o y a ; pero Juno no quiere que se salve la
ciudad de P ríam o. T r o y a está condenada á perecer,
y M in e r v a obedece sin protestar. E n to n c e s Pán daro,
á quien im pulsa la diosa del casco y la lanza, dispara
una saeta contra M enelao. A u n q u e éste va fo r ra d o
de hierro, la saeta rasgu ñ a la piel del héroe. B r o ta
la negra sangre. A g a m e n ó n se irrita. S ig u e n alg u n a s
peroraciones y estalla la brega, que es fo rm id ab le.
E q u ep o lo perece á las m anos de A n t ílo c o . Sim o ísio,
como un álamo que corta el ca rretero con hacha b r i ­
llante, sucum be á los rudos g o lp es de A y a x . P ir o o
Im brásida h irió en el tobillo, con una piedra llena
de puntas, á D io re s A m ara n cid a, rom pién do le los t e n ­
dones y los huesos. P iro o, para acabarle, le sepu lta la
lanza en el om bligo. L o s intestin os se desparram an
por el suelo. T o an te, entonces, arrem ete á P ir o o y
le hunde su a gu d a lanza en el pecho, por encima
de la tetilla, hasta que el hierro pen etra en el p u l­
món. D espu és T o an te, arrancando la lanza del cu erp o
agónico, le hirió con su espada en m edio del vien tre.
P iro o Imbrásida, así a cu ch illa do , ex h a ló su espíritu.
Y H om ero c o n c lu y e el cuarto de los cantos de s”
32
H ISTO RIA CRÍTICA
poema, d icié n d on os que tod os los héroes se batieron
bien, “ porque m u ch os tro y a n o s y m u ch os aqueos qu e­
daron, aquel día, h u n d id o s en el po lv o y u nos ju n to
á otro s.”
T a n t o al com pon er el canto sig u ie n te, com o al c o n ­
cebir el que acabo de reseñar, diríase que la musa
se ha d ic h o : — ten g o a fanes de guerra. — E l num en
m enudea p r ó d iga m en te los fle c h a z o s y las lanzadas
A g a m e n ó n derriba de su carro al co rp u len to O d i o ;
E s cam a n d rio es ve n cid o por la pica de M e n e la o ; Meriones m ata al h ijo de T e c t ó n A r m ó n id a , y P án d a ro
cae, para no levantarse, de una lan za da que le corta
la punta de la le n g u a y le d estroza el cu ello. E n
cu anto á D iom edes, que u ltim a á F e g e o , andaba f u ­
rioso por la llanu ra com o un rápid o río que rom pió
sus diques.
L o s ja y a n e s h o m érico s se a treven con los dioses, y
los dioses luch an en la batalla, m ix tu rá n d o se la san­
gre mortal y la san gre divina. V e n u s p retend e sal­
v a r á Eneas, cu b rién d o le amorosa con su fú l g i d o
manto, sin poder im p ed ir que el asta de D iom edes,
de c u y o casco y de c u y o escu do sale una lu z como
la luz del sol otoñal, la hiera en la mano d e lic a d í­
sima. Iris, la de los pies lig e r o s como el vien to, saca
á la diosa del tu m u lto agrio, y la diosa, co n d u cid a
por Iris y en el carro de M arte, re g r e s a al O lim p o,
donde le dice el irón ico J o v e : — “ T u
destino, h ija
mía, no es p resid ir las acciones g u e rr e r a s ; cu ída te de
los d ulces afanes de las bodas, d ejan do los cu idad os
de lo belicoso para M arte y M in e r v a .”
Eneas, abandonado por V e n u s , es p e r se g u id o de
nuevo por D io m ed es ; pero A p o lo le cubre tres v e ­
ces con su escudo, g ritá n d o le á D io m ed es que no
quiera igualarse á la d ivinid ad . L o s hombres no son
de la misma raza que los inm ortales. Y sig u e la m a­
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
33
tanza. R u e d a D e ic o o n te, perece O rs ílo co , una pica
se clava en el em peine de A n f i o , y U lis e s m ata á
Crom io, hasta que D iom edes, g rato á M in erva, lo g ra
herir á M arte.
M arte no es sim p á tico á los olím picos. E l mismo
Jove le acu sa de dem asiado g u stad o r de riñas y p e­
leas, llam án do le perve rso y odioso. M in e r v a y F eb o
le g rita n co n m o vid os en lo más duro de la r e f r i e g a : —
“ ¡ O h M arte, M arte, fatal á los hombres, m anchado
de m uertes, d e str u c to r de m u r a lla s !”
H om ero no g u s ta de la g u e rr a cruel. Su m usa opone
el sentim ien to de la hum an id ad al d ogm a de la g u e ­
rra. L o s héroes y los dioses se baten en su obra. L o s
dioses, en la lucha, p ierden una gran parte de su
poder. L a m ism a Ju no es h erid a con t r i fu r c a d a fle c h a
en uno de sus senos, sin tien d o en él un d olor a g u ­
dísimo.
M ás de d oscien to s e x á m e tro s del canto que sigue,
los dosciento s t re in ta prim ero s exám etro s, se hallan
destinados á d escrib irn o s el fin de la batalla. A s i s ­
tim os á la luch a de A y a x con A ca m a n te , al en cu entro
de E u r ia lo con O f e l t i o y E sep o , á la b r e g a de P i n ­
tes con A r e ta ó n . T o d o en aqu ello s versos es ira y
sangre, luto y fero cid a d . M en ela o qu iere perd on ar á
O d r a s to ; pero la lan za de A g a m e n ó n este riliz a sus
p rop ósito s de m isericord ia. L o s a r g iv o s triu n fa n , los
tro y a n o s vacilan , los b u itr e s se a le g ta n , la noche
vien e con m u ch a len titu d , y se cansan de cortar con
sus uñas h ilo s vitales, h ilo s de vida, las manos h u e­
sosas de las cru ele s y m acilen ta s Parcas.
Y l le g o á uno de los episod ios más bellos de la
Uíada. H écto r, abandonando la escena del combate,
v u e lv e hacia T r o y a , d ir ig ié n d o s e al m a g n íf ic o pala­
cio de P ríam o. L a m adre de H écto r, al ve rle llegar,
presum e que ha dejado la cru enta liz a para o fr e c e r
3 .— V I .
34
H ISTO RIA CRÍTICA
su tribu to de lib acio nes á los inm ortales. H é c t o r le
responde que no a cepta su vin o d u lce como la m iel,
porque el vin o podría q u ita rle el denu ed o y porque
no es piadoso su p lica r á los d ioses con las m anos
ensangrentadas. H écto r, en fin, despu és de un lig e r o
d iá log o con P a r ís y E lena, — que se llam a á sí misma
perra m aquin adora de d esgracias, — corre en busca
de A n d róm a ca . D a con ella en el cam ino que c o n ­
duce á las torres, á los fu e r te s m uros, y la ve acom ­
pañada de una sir v ie n ta que lle v a co m p la cid a á un
infan te de poca edad, lin d o com o el lu c ero de la m a­
ñana, h ijo de H é c to r 3' al que H é c to r d enom ina Escamandrio. H é c to r la tom a de la mano ebúrnea, ella
le m ira con apenado amor, y le d ice llo rosa m ecien do
al pequeñuelo, que qu itó á la criada, en la cuna de
m a r fil de sus b ra zo s: — T u va lor nos perderá. T ú
no te apiadas ni de tu tie rn o h ijo, ni de mí, d e sd i­
chada, que pronto seré viu d a. A q u i le s m ató á mi p a ­
dre, e lig ié n d o le un tú m u lo en torno del cual p la n ­
taron álam os las n in fa s de las montañas. M is siete
herm anos m u rieron en el m ism o día, porque el d iv in o
A q u ile s los ex term in ó á tod os ju n to á los b u e y e s de
pies h endidos y las mansas ovejas.
A n d ró m a ca insiste su p lica n te y llo r o s a : — Q uéd a te
en la ciudad. E v i t a que sean tu h ijo h u érfan o y tu
m u jer viuda. — H é c to r le responde que no desertará
del campo de la lid, m an tenien do su g lo r ia y la de
su padre.
H écto r no ign ora que ven d rá un día en que p e ­
recerá la sagrada Ilion, pero la suerte de los tro y an o s
le im porta m enos que el d olor que espera á su i n f e ­
liz esposa cuando a lg u n o de los aqueos, de broncinas
corazas, la llev e entre lloros á los va lle s de A r g ó lida. Y H écto r agreg a, co ntem plan do am orosam ente
á la d eso lad a: — ¡Q u e sepu lte mi cadáver un mon-
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
35
tón de tierra, antes de oir tus qu ejas ó co ntem plar
tu r a p t o !
A n d r ó m a c a es una de las más bellas creacion es de
H om ero. E n la flo r a de la e p o p e y a a n tig u a es como
un crisantem o, como un g a jo de caicobé. Sien te com o
no sentían las m adres y las esposas de aqu ello s l u s ­
tros. A m a con un amor p r o f u n d o ; pero sabe ser dulce
y resig n a d a . E n su célebre co lo qu io con el teu cro
viril se h allan los inm o rtales versos, — 429 y 430 del
canto sexto, — en los que su spiran los labios de A n ­
d r ó m a c a : — “ T ú eres mi padre, mi madre, mi h e r ­
mano, mi esposo en la flo r de la v ir ilid a d .”
H écto r, al fin del sentido d iá log o , desea abrazar á
su pequeñuelo. É s te “ espantóse á la vis ta del padre
q u erid o ” , tem eroso de la arm adura y de la cim era de
crin caballar. H é c t o r se desnuda del casco, acaricia
á su h ijo, le m ece y le bendice, deseando que le su ­
pere en h eroicid ad , para que, ca rga d o de b élico s l a u ­
reles y
en em ig o s d espojos, r e g o c ije
el co ra z ó n de
su madre. Y H é c to r torna á ceñ irse el y e lm o r e f u l ­
gente
y
regresa á la
lid,
m ientras
A n d r ó m a c a se
vu elve á su palacio v e rtie n d o a bundantes lágrim as.
E l llo ro de la esposa y el espanto del niño ¿no es
verdad, señores, que c o n v ierten en idolatrab le á la
musa de H o m er o ? N o extrañem os, pues, que Cornelius, en una de sus más célebres p in tu ra s murales,
eternizara la escena de la d espedid a de H é c t o r y A n ­
drómaca.
L a musa, en el canto séptim o, v u elve á cantar a c ­
ciones guerreras. A s is tim o s, en ese canto, al s i n g u ­
lar en cu entro de H é c to r con Á y a x , no sin que antes
la musa nos cu en te como m urieron, á lan za y saeta.
Ifin os, M en estio y E y o n e o . H é c to r propone que aquel
que le mate, en una lid parcial, se apropie de sus
armas ó le ceda las suyas, si él le venciese, para
H IST O R IA CRÍTICA
co lg a rla s en el tem plo que A p o l o tie n e en Ilion . V a ­
rios, entre los más v a lie n te s a rg ivo s, aceptan el r eto ;
pero N é stor les dice que se sorteen, siendo el fa v o ­
recid o por la fo r tu n a el robusto Á y a x , el h ijo del
ilu stre T ela m ó n , el nieto de Eaco . Á y a x , llev a n d o
un escudo b ron cin o y alto como una torre, recu b ierto
con siete pieles de b u ey , se d ir i g i ó á H é cto r . É ste,
bland iend o su lan za de la r g a sombra, la a rr o jó sobre
el escudo de su adv ersa rio con tan ta fu e r z a que la
lan za atravesó seis de los siete cu eros boyun os, pero
d etenién dose en la séptim a piel. U n bote de Á y a x
se h unde en la labrada co ta de H écto r, rasgánd o le
la tú n ica sobre el h ijar. E n to n c e s se em bisten como
leones alim enta do s con carne cruda, ó como jab alíes
de una fu e r z a d i f í c i l de domar. L a lan za de Á y a x
hiere á H é c to r en el cu ello. H é c t o r tom a una piedra
y la hace rebo tar en la parte cen tral del escudo de
Á y a x . É s te tom a una p ied ra m u ch o m ayor, la des­
pid e y tu e rce el borde m ás ba jo del escudo hectóreo.
Á las pied ras sig u e n las fe r o c e s espadas, buscando
el camino del co ra z ó n ; pero, al lle g a r aquí in t e r v ie ­
nen, haciendo que term ine el combate, los h eraldos
T a lt i b i o é Ideo, que son, como dice el poeta, los
m en sajero s de Jú p ite r y de los hombres.
No os hablaré del canto sig u ie n te , en el que J ú ­
piter prohibe á los dioses que in te r v e n g a n en la ba­
talla, reservándose el d erech o de presid irla, á fin de
que la v ic to ria fa v o r e z c a á los teucros. L o que sí os
diré, es que por m andato de A g a m e n ó n , en el canto
noveno, se ju n tan los j e f e s de los a rg ivo s. E l rey,
llorando, se queja de que J ú p ite r no cu m pla su p r o ­
mesa de perm itirle derribar los m uros de T r o y a . E s
necesario, por m ucho que les duela, regresar á A r g o s .
A s í lo quiere la fatalidad . D io m edes o pina de d is­
tin to modo. N é stor a r g u y e á fa vo r de D iom edes, á
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
37
quien llam a va lien te en el com bate y su perio r en el
co nsejo á los de su edad. E s necesario co n clu ir con
las lu ch as intestinas. E l la s son el m o tivo del gran
desastre de los aqueos. A g a m e n ó n debe dar un b a n ­
quete á los ca u d illo s aqu ella m ism a noche, r e s o lv ié n ­
dose, se gú n lo que éstos digan, el plan de lo fu tu ro .
Y N é sto r v u e lv e á hablar en el convite, que fu é m a g ­
n ífic o . A c u s a á A g a m e n ó n . A g a m e n ó n
fu é
in ju sto
arrebatanlo á la jo v e n B r i s e i d a de la tie n d a del i r r i ­
tado A q u ile s . A s í lo reco no ce el hermano de M enelao. N o m in tió el anciano al enum erar sus faltas. O bró
mal. N o lo niega. Se d ejó arrastrar por la pasión f u ­
nesta del o rg u llo , a g r a v ió á los dioses y arru inó la
causa de los arg ivo s. E s tá pronto á o fr e c e r una can­
tidad de presentes esp lé n d id o s para aplacar á A q u i ­
les. É s t e recibirá, com o d esagravio, trípo d es, ca ld e­
ras, doce caballos, siete m u je r e s lesbias, y con esas
m u jeres irá la causa de la disputa, la h ija de B rises.
N é sto r aplaude el p r o y e c t o de A g a m e n ó n .
E l e g i d o s los m ensajero s y libado otra vez el vin o
de las cráteras, N é sto r en carg ó á todos, y es p ecia l­
m ente á U lise s, que procura sen d u l c i fi c a r la cólera
del h ijo de P eleo. E n las d ivinas manos de éste está
la palm a de la v ic t o r ia de los de A r g o s .
L o s m ensajero s de A g a m e n ó n en cu entran á A q u i ­
les cantando al com pás de una herm osa lira labrada.
E l héroe está r e c o g id o en su tie n d a sin otra c o m p a ­
ñía que la de P a tr o c lo , el h ijo de M enetio . L o s d ele­
gados, que p resid e U lise s, son recibido s con d e le c ­
tación y afabilid ad . Se les a gasaja con vin o añejo. Se
les obsequia co piosam en te con carne de cabra y o veja
y jabalí. E l fe s tín em pezó con la o fr e n d a debida á
los d io ses; pero una v e z aplacadas el hambre y la
sed, U lises, o bedeciendo á una seña de Á y a x , trata
de ganarse la vo lu n ta d de A q u i le s d etallán do le los
38
H IS TO RIA CRÍTICA
presentes con que le brinda el a rrep en tim ien to de
A g a m en ó n . E s más, porque si v u e lv e n v e n ced o res á
los cam pos a rgivo s, A g a m e n ó n le dará por esposa á
una de sus hijas, d otánd ola regia m en te con siete c i u ­
dades, entre las que se cuentan la ciu d a d de H ira, en
pastos abundosa, y entre las que se halla la ciudad
de Pédaso, m u y abundante en vides. A q u ile s , después
de elo g ia r su prop ia bravura, d eclara con v e h e m e n ­
cia que no se batirá co n tra los tro y an os. T e t i s le
a seg u ró que, si v u e lv e á la lid, su v id a será breve y
su g lo r ia m ucha, en tanto que su ociosa te sta ru d ez
es prenda de m u y largo, aunque oscuro, v i v i r terreno.
E n vano F é n i x le recu erda las horas de su niñ ez y
el lustre de sus armas. N o h ay e loc u e n cia que no
se estrelle co ntra el airado corazón de A q u ile s .
Y a conocéis, señores, el estilo y las co stu m bres de
la Ilíada. L a frase g rá fica , p ictórica , natu ralista, de
trazos fu ertes, es la frase usual de a quella m usa que
narra sa crificio s, asambleas, festin es, com bates en la
tie rra é in trig a s en el cielo. L o s dioses y los héroes
peroran m ucho antes 'de com batir. H a y d iscu rso s a n ­
tes de cada brega parcial. Cada ju n ta es un torneo
oratorio. Cada lancero es una m ix t u r a de L e ó n id a s y
de Dem óstenes. E n cada canto sobresale un héroe.
T a n pronto la p rin cip a lía co rrespo nd e á H é c to r como
á D io m edes ó A g am en ó n .
A g am en ó n , r ey de M icenas, es, para la musa, un
pastor de pueblos. Su escudo está coronado por la
G o rgo na de o jo s feroces, que tiene ju n to á ella las
im ágenes del T e r r o r y la F u ga .
L a correa de aquel escudo es de un a rg én teo brillo,
y en aquel escudo se enrosca un d ragón que tiene
tres cabezas, sostenidas las tres por un solo cuello.
A g a m e n ó n sobresale en el canto onceno, en aquel
canto en que los teucros y los a rg iv o s se embestían
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
39
com o lobos, p arecido s á se gado res que, o pu esto s los
unos á los otros, hacen que los puñados de espiga s
caigan á m on ton es sobre los surcos de una rica h e­
redad de t r ig o ó de cebada.
A g a m e n ó n c o n c lu y e con B ia n o r, con
O ileo , con
Iso, con P is a n d ro y con Ifid a m a n te. ¡ E s terrib le la
fu r ia de A g a m e n ó n !
¿ Á qué insistir, sin em bargo,
sobre los e n cu en tros que narra la m usa y llenan la
epopeya, si y a co no céis el modo como el numen los
pinta?
M e jo r es que tratem os de escenas de otra
índole, para lle g a r á los episod ios fu n d a m en ta les de
la labor m agna. N o qu isiera cansaros, y me sería im ­
posible, sin fa t ig a vuestra, enum erar detallad am en te
las hazañas d escritas por el laúd de H om ero.
Juno seduce á Jú p ite r. A r m a d a con el h ech izad o
ceñ idor de V e n u s , en el que se en cierra n las d ulces
prom esas y los tra n sp o rtes vo lu p tu o so s, atra viesa los
aires y lle g a á L em m os. A l l í co n s ig u e poner al sueño,
herm ano de la m uerte, de parte suya. Si el sueño
a leta rg a al obcecado Jove, Juno
le dará en nu pcias
á Pasitea, á quien el sueño adora y que es la más
jo v e n de las amables Gracias. E n to n c e s Juno, se gu ra
de su victo ria , se acerca á Júpiter. Jú p ite r arde en
ansias de amores por la deidad de los brazos b la n ­
quísimos. L a escena pasa en la cum bre del m onte Ida.
Juno se n ieg a á h o lg a r sobre el v e rd e tapiz, te m e ­
rosa de las humanas in d isc r e c io n e s ; pero el r ey del
O lim p o la tra n q u iliza , p rom etien d o en v o lv e r la en el
ancho cendal de una nube dorada. L o s inm ortales se
entregan al d ele ite y el sueño jun ta, con sus m olicies,
los párpados de Jove. A d v e r t id o N e p tu n o de lo que
pasa, hace que la v ic t o r ia se aliste en el bando de
A g am en ó n . A y a x derriba de una pedrada á H éctor, y
m ata de un lan zazo brutal á A r q u é lo c o , y tiende en­
san grentado á H ir t io Girtíada.
H ISTO RIA CRÍTICA
40
J ú p ite r se d esp ierta en el canto qu ince y recrim in a
á Juno por el ardid de que se v a lió para cam biar la
fa z de los sucesos. L a reina de los dioses se d e fie n d e
con maestría. N e p tu n o ha p ro c ed id o por vo lu n ta d
prop ia y no por orden suya. E l l a tam bién fu é v í c ­
tim a del sueño y del amor. J ú p ite r se ablanda, in ­
clinánd ose co m p la cien te en pro de los a rgivo s. H é c to r
u ltim ará á P a tr o c lo , el a m ig o de A q u ile s , y la cólera
de A q u i le s desaparecerá, d eja n do así la va riable f o r ­
tun a de fa v o r e c e r al h ijo h ero ico del ilu stre P ríam o.
M ie n tra s la c o n tien d a se rean u da ju n t o á las naves
y d ia lo g a n los d ioses sobre la cum bre del m onte esm eraldado, p erm itid le á mi p lu m a un pequeño re­
poso, puesto que hemos lleg a d o , b u rla burlando, á
la
parte
p r in cip a lís im a
y
más
im presion ado ra
del
poema de H om ero.
IV
P a troclo , vien d o la derrota de los aquivos, se p re­
senta á A q u ile s . A q u i le s se en tern ece al m irar sus
copiosas lágrim as, y le perm ite v e stir sus armas de
bronce. C h o can P a t r o c lo y H é cto r . A p o l o desata la
cota de P a tr o c lo y Jú p ite r le a stilla la lanza entre
las manos. E u fo r b o P a n to id a hiere á P a t r o c lo sobre
la espalda y H é c to r le envasa por la parte in fe rio r
del vientre. P a troclo , que se siente morir, p r o fe t iz a
que H é c to r su cu m birá á las m anos de A q u ile s .
Néstor, en el canto X V I I I , le a n u n cia á A q u i le s
que P a tr o c lo ha m uerto, que teu cro s y a rg iv o s ba­
tallan en torno del cadáver desnudo, y que H écto r, el
del casco brillante, se adueñó de sus armas.
A q u ile s so llo za y se desespera. Se cubre la cabeza
y el rostro de ceniza, que se esparrama y cae sobre
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
4i
su tú n ica divina. Su s esclavas rom pen en a gu d o s g r i ­
tos. T o d o hace tem er que el héroe se corte la g a r ­
ganta.
T e t is , acom pañada por las nereidas que habitan en
las p r o fu n d id a d e s del mar, le p r e g u n ta á A q u i l e s : —
H ijo , ¿por qué llo ras? ¿qué d olor d espedaza tu co­
razón?
E l héroe le respond e que ha p erd id o sus armas y
que su am ig o ha m uerto. P o c o le im porta m orir en
la brega, con tal que v e n g u e á su com pañero qu e­
rido. L a v id a nada vale, “ si H é c t o r m u ere á mis
manos, p u r g a n d o la m u erte de P a tr o c lo , el h ijo de
M en etio .”
T e t i s trata de d isu ad irle.
C o rta será su v id a si
v u e lv e al combate. — “ L a m u erte está preparada para
tí, no bien H é c t o r sucum ba.”
A q u i le s se obstina. — N o trates de apartarm e de
la pelea, porque no me convencerás.
T e t is , la d io sa de los pies de plata, co m pren d e lo
razonable de aquel in f le x i b l e p r o p ó s ito ; pero ru e g a
al héroe que, antes de com batir, espere su vuelta.
E lla , con la aurora, ven d rá á traerle unas herm osas
armas salidas de la fr a g u a de V u lc a n o .
Y en e fe c to V u lc a n o , el del cu e llo de toro, el del
pecho ve llu d o , el de la c o je ra inm ortal, fa b rica las
armas que T e t is , la de las abundantes trenzas, le pide
para el h ijo de P eleo.
H om ero se com place en la d escrip ció n de aquella
arm adura m aravillosa. C in c o
lám inas com pon ían el
escudo de A q u ile s . D o s e x tern a s de acero, á las que
r efu erza n dos capas de estaño, y otra de oro puro.
E n la lám ina su p e rio r vénse labradas m u ch as f i g u ­
ras. A l l í están la tierra, el cielo, el mar, el sol y la
luna. A l l í están las estrella s que sirven de corona al
espacio, las P lé y a d e s y las H íades, el fo r n id o O r io n
42
H ISTO RIA CRITICA
y la Osa, d enom inada el Carro, que g ir a siem pre en
el mism o lugar, que de co n tin u o se v u e lv e hacia O rio n
y que es la ú nica que no se baña en el Océano.
E l p lu tó n ico a r t ífic e rep resen tó tam bién, en la lá ­
mina superior, dos bellas ciudades. E n una de ellas
se d iv ie rte n con n u pcia s y festin es. L a s desposadas
cru zan la ciudad á la lu z de las a ntorch as y sube in ­
cesante el him no epitalám ico, en tanto que los j ó v e ­
nes danzan al com pás de las fla u ta s y de las liras.
E n esa ciudad los hombres, reu nido s en el foro,
asisten á las q u erella s de dos pleitista s, a pla u dien d o
y prem iando al que m e jo r d e fie n d e su causa.
L a otra ciudad es una ciu d a d sitiad a y v a lie n t e ­
m ente d e fe n d id a por sus m oradores. É s to s preparan
una sorpresa con m u ch o sig ilo . L o s que atacan y los
que resisten tie n en un abrevadero común. E s n e ce­
sario que la ciu d a d ha ga su yas las reses del sitiador.
P u e sto s los c e n tin elas á o rilla s del río, los cen tin elas
avisan á los em boscados de que las reses lleg a n , siendo
co n d u cid a s por dos pastores que se re g o c ija n tañendo
sus zampoñas. L o s em boscados corren á su encuentro,
matan á los pastores y se apoderan de los rebaños,
rebaños co m puestos de b u e y e s y ovejas.
No se g u iré con la d escrip ció n del m a g n íf ic o e s ­
cudo. R e n u n cio á en treten e ro s con la p in tu ra de sus
otros bordados. H ay , entre ellos, una tie rra v ir g e n ,
fé r til y vasta, que parece rem ov id a y labrada, á pesar
de tener sus surcos de oro. lo que c o n s tit u y e una
sin g u la r y asombrosa v irtu d . N o os hablaré de la
viña, de oro también, cu y a s cepas sostienen r o d r ig o ­
nes de plata, donde m ozos y mozas, con tiern os p e n ­
samientos, llevan el dulce fr u to en canastas de m im ­
bre, en tanto que un ado lescente tañe la arm oniosa
cítara, ju g a n d o un aire amable, un cadencio so lino.
B ásteos saber que T c t i s , llevánd ose la fú lg i d a a rm a­
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
43
dura que fabricó V u lc a n o , salió, vo lan d o con v u elo de
gavilán, de la nevada a ltitu d del O lim po.
Cuando la aurora de a zafran ad o velo su r g ió de los
mares, T e t i s en treg ó á A q u i le s las armas vu lcá n ica s,
embalsamando después con ambrosía y con néctar
rojo, el cadáver del c o n fid e n te del h ijo de P eleo.
A q u i le s se re c o n c ilia con A g a m e n ó n , y deseando
a rd ientem en te combatir, se lan za á la co ntiend a lo
mism o que un león devastador. Eneas, el h ijo de A n quises, le sale al encuentro.
A q u i le s le increpa y
E n eas le responde a rro já n d o le la fo r n id a lanza, que
se clavó en el bordado escudo plu tó n ico . E l escudo
de A q u ile s , como y a sabemos, se com pone de cinco
lám inas superpuestas. D o s de bronce, dos de estaño
y una de oro. E n ésta se d etu vo la lan za de fresno.
A q u ile s responde con otra lanzada, que hace resonar
el escudo de Eneas. L a pica, despu és de quebrar la
rodela, se clava en el suelo. E l anim oso A q u i le s d es­
nudó, entonces, la a g u d a espada. E n ea s va á m o r ir;
pero N eptu n o, para salvarle, cu brió con una nube los
o jo s de A q u ile s . Y Eneas, so sten ido por la mano del
dios, se p erd ió entre las ú ltim as fila s de los co m ba­
tientes. A q u ile s , cuando la o scu ra nube se aparta de
sus ojos, m ata á I f i t i ó n y a traviesa el casco de Demoleonte. L a pu n ta entra, p e r fo r a el hueso, y co nm ueve
el in terior de la masa cerebral. Mata, en fin, al rápido
P o lid o ro, h u n d ién d ole la pica en la espalda. P o lid o r o
cae de rodillas. L a lanza, entrando por los hombros,
salió por el o m bligo, y el jo v e n p rocu ra su jetar con
sus manos los intestinos, que asoman por los labios
de la herida. ¡ A q u e l l o es t e r rib le !
H é c to r corre en a u x ilio de P o lid o r o , y ch oca con
A q u ile s. Se amenazan. H é c t o r le a rro ja la lanza c o r ­
tan te ; pero M in erva, con un tenue soplo, aparta la
lanza, que cae á los pies del h ijo de P ríam o. A q u i le s
44
H IS TO RIA
CRITICA
acom ete dando alaridos, y A p o lo e n vu elve al tro y a n o
en un g iró n de niebla salvánd o le tres v e ces del fu r o r
aquileo. H é c to r queda inm une y A q u i le s le g r i t a : —
¡ O t r a vez, perro, lib raste de la m u e rte !
A q u i le s v e n g a su d especho en D río p e, en D em u co,
en Dárdano, en E q u e clo , en D e u ca lió n , en R ig m o , en
A r e íto s . — A q u i le s es á m odo de in cen d io que abrasa
un bosque. L a tie rr a mana líq u id o ro jo bajo sus pies,
como se deshacen las e sp iga s ba jo los pies de los
m u g ie n te s b u ey es.— “ E l h ijo de P e le o quería cu brirse
de gloria, y sus m anos in v ic ta s estaban m anchadas
de san gre y de p o lv o .”
N o insistiré más sobre lo p o licro m o y g r á fic o del
estilo de aquella musa. T o d o s sus tro p o s son n a tu ra ­
listas, como son reales tod os los térm in o s de sus
com paraciones. Y a se sirve de las lan go sta s que, so r ­
prend idas por el incend io de la hojarasca, se echan
con m iedo en las aguas del r ío ; y a de los peces que
h u ye n del d elfín , r e fu g iá n d o s e en la se gu ra quietud
del p u e r to ; y a de la p antera que, al oir el lad rid o
de los mastines, sale fu r io s a al e n cu en tro del cazador.
L a musa se place en las p erso n ific a cio n es , rayand o
en m ara villa su deslu m brante y nu n ca cansada polipersonalidad. H ace hablar á las deidades, á las olas
y á los caballos, siendo im perio sa con A g a m e n ó n ,
varon il con A q u ile s , rica en em p u je s con el soberbio
A y a x , hábil con N éstor, p a té tica con P ríam o, tiern a
con T e t i s y v o lu b le como la v o lu n ta d del re y del
O lim po. N o es de extrañar, entonces, el cu lto con
que honraron los a n tig u o s la m em oria de Hom ero.
C o n clu y am o s. A q u i le s m ata á H é c to r envasándole
la pica en la gargan ta. H écu ba llora. A n d r ó m a c a g rita
su desconsuelo. A q u ile s arrastra el cuerpo de su ad­
versario en torno del túm u lo de P atro c lo . P ría m o
corre á rescatar los restos de su hiio, llevand o en
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
45
o fren d a trípodes, peplos, mantos, tapetes, ta len to s de
oro y una copa m a g n ífic a . A q u i le s acepta el rescate
regio, y el cadáver de H é c t o r v a á d orm ir en T r o y a .
Se alza doloroso, sobre el héroe sin dicha, el fu n eral
lamento de H écuba, de A n d róm a ca , de la cu lpab le
Elena, y los blancos huesos, que e n v u e lv e un fin o
velo de púrpura, son r e c o g id o s en una u rn a de oro
cuando se colorean las cum bres de los m on tes al roce
de los dedos rosados de la A u ro r a .
A s í acaba la ep o p e y a inm ortal. A s í term ina el ca­
balleresco rom ance de la Ilíada. A s í c o n c lu y e aqu ella
larg a h isto ria de b r u je r ía s y de combates, r ep leta de
d iscursos, en que la m u sa nos d ice el m odo cómo, en
el canto que lle v a el núm ero ve in tid ó s, H é c t o r fu é
lanceado por el d iv in o A q u ile s .
L a u nid ad del poema, u n id ad p e r fe c tís im a y que
dem uestra que su labor fu é obra de un solo ingenio,
nace y se fu n d a en un p en sam iento ú n ico y f u n d a ­
m ental. S u p r im id la cólera de A q u i le s y habréis ani­
quilado el poem a de H om ero, como A g a m e n ó n a n i­
qu ila á H ip ó lo c o y como M en ela o a n iq u ila á T o an te.
E s tan honda y tan fir m e la u nid ad del poema, que
los episod ios de cada canto se relacio nan con los e p i­
sodios del canto anterior, en la zá n d o se tod os los i n ­
cid entes de sus batallas del m ism o m odo que las p ie ­
dras preciosas en un co lla r a rtístico , su cedien do otro
tanto con los caracteres y con el le n g u a je , que es
siem pre claro, en érg ico , sin p u d ores h ip ó crita s, rico
en im ágenes y e x tra o rd in a ria m en te polisonoro. A q u e ­
lla lira es una fe c u n d a creadora de hombres, siendo
tanto el v i g o r con que los crea, tanto el r e lie v e que
da á sus g u e rreros y á sus heroínas, que v iv e n y p e r ­
duran en nuestra m em oria, H ele n a y A n d ró m a ca , N é s ­
tor y P ríam o, P a r ís y P a tr o c lo , Á y a x y Sarpedón.
L o s versos del poema varían entre tre ce y diez y
46
H ISTO R IA CRÍTICA
siete sílabas, sin su jetarse al uso del d áctilo en el
quinto pie, siendo ju s to d ecir que el poema puede
leerse ve rtid o al castellan o en las obras de M alo, de
G óm ez H e rm o silla y del d octo r L u i s S e g a lá y E sta lella. T e r m in a ré in sistie n d o en que la musa, que co m ­
puso labor tan m agna, pensaba más en A q u i le s que
en T r o y a , al relatarn os los lan ces á que dió lu g a r la
la scivia de Elena. A q u e l la musa, más que en el d e ­
rrum be de la ciudad donde A n d r ó m a c a le d ice sus
tie rn ísim o s adioses á H é cto r , se inspira en la t e r rib le
cólera y las g ra n d es hazañas del h ijo de T e t is .
A s í es, lecto res míos, la p rim era ep o p e y a de H o ­
mero.
V
L o que antecede, segú n mi criterio , debiera bas­
tarme para dar por probada la com paración á que me
r e fe r í en las líneas in icia le s de este ca pítu lo . ¿N o
demuestra, lo que antecede, que lo m ontaráz, lo f é ­
rreo, lo g rá fic o , lo p rim itivo , todo lo hom érico, va g a
d ifu s o y va g a esparcid o por los jó v e n e s ám bitos de
nuestra litera tu ra de r e g ió n ? E n lo épico de la an­
tig ü ed ad , los héroes descansan de sus com bates t a ­
ñendo la cítara, en tanto que la carne pu rp ú rea de
la res se tuesta sobre el b rillo tem blador de las b r a ­
sas. En los héroes, no menos m u sculosos, de nuestra
literatura, tam bién el descanso se r e g o c ija con guitarreos ju n to al fo g ón , donde tam bién gotea la carne
saborosa del vacu n o sa crifica d o . E s cierto que hemos
su stitu id o el carro a n tig u o con el corcel de cascos v e ­
loces y crin in cu lta ; pero no es menos cierto que el
gau ch o lancea sin bajar del corcel, como el gue rrero
a n tig u o solía lancear sin salir del carro, siendo cierto.
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
47
del mism o modo, que el g au ch o d ia lo g a con el red o ­
món y sabe in terp reta r los r e lin ch o s de éste, como
A q u i le s d ialoga, sabiendo in terp reta r sus equinas res­
puestas, con los co rc ele s que respo n d ía n á los m ú s i­
cos nom bres de B a lio y Janto.
Me diréis, sin duda, que y a no creem os en los d io ­
ses alim entados con h ébico néctar, y me diréis, sin
duda, que nu estras armas y a no son armas de cuño
plutónico. P e rfe c ta m e n te . E s t o y co nvencid o . N u e s tra
épica, ve rso ó prosa, carece del elem ento de lo d i v i ­
nal con que se atavió la e p o p e y a clá s ic a ;
pero el
culto de la fa talid a d , de las agü erías, de las su p e rs­
ticio n es no fa lta en nu estro medio, com o bien lo ase­
guran la lú g u b r e le y e n d a del ahué, la le ch u za c la ­
vada en cru z sobre la p u e r ta del ran ch o gris, y el
respeto a fe c tu o s o que la cu lebra in fu n d e to d a v ía á
no pocos y audaces ca u d illo s del m onte. ¿ O s son­
reís? A r e m o s más la r g o y arem os más hondo. L o s
gue rreros antigu o s, como nu estro s guerreros, pasan
los años ausentes del h ogar, ten ien d o del honor la
m ism ísim a idea que del honor ten ía el rudo M enelao,
rindiendo á la bra vu ra el m ism o h o m enaje que á la
bravura rin de el i n f e li z P a tr o c lo , y considerand o á
la autoridad, ca u d ille sco p ro d u cto de su fuerza, como
consideraba á la a uto rid ad el d esp ó tico poder de A g a ­
menón. L o fla co nos m u eve á b u rla y desdén, tra tá n ­
dolo nuestras m u ch ed u m bres con las adu steces recrim inadoras que H é c t o r solía em plear con el d eifo rm e
P aris. A s í en nu estra épica, como en todas las épicas
prim itivas, abundan los discursos, las lanzadas, las
luchas cu erpo á cuerpo, los choques brazo á brazo,
dejándose desnudo el cu erpo del v e n c id o sobre el
trebolar y g lo r if ic á n d o s e la e x p e r ie n c ia que da la
ve jez, como H om ero g l o r if ic ó la canosa ex p e r ie n c ia
del sensible F é n i x y del pru d en te Néstor.
4S
H IS TO RIA CRÍTICA
In s tin tiv o s en el amor y sa lva je s en el reñir, la
m u je r es d u lce como una esclava que adora á su
dueño, y el hombre es brutal con el adversario, g o ­
zándose, como los héroes de la ep o p e y a an tigu a , en
envasarle el puñal en el cu ello ó la lanza en los in ­
testinos. Á nadie asusta despenar al sableado con a qu i­
lin o em puje, como á n in g u n o asusta adueñarse, con
el facón, del ajen o bien, porque en n u estra épica,
com o en la épica de la a ntigü ed ad , lo fu e r te es lo
ju s to , aun cuando lo justo, escon d id o en el fo n d o del
alma humana, condene á la fu e r z a que oprim e y en­
luta, como A p o lo , en lo más rudo de los hom éricos
entreveros, suele condenar las espantosas infam ias de
Marte.
Si es cierta, vis ta en sus líneas de carácter fu n d a ­
m ental, la com paración á que me atreví, no es menos
cierta si del co n ju n to pasáis á los episodios. Á v o s ­
otros os toca desm enuzarlos. Á mí, en buena ley, me
bastaría con lo que d ije al estu d iar á H om ero.
A g r e g u e m o s , sin embargo, citas á las citas que hallá steis esparcid as por las pá gin as de estos cinco v o ­
lúmenes. E lla s re fo rz a rá n lo que ve n im os á m a n ife s ­
tar acerca del carácter h om érico de nuestra retórica
de región.
L e o en L anzas y p otros de V í c t o r A r r e g u i n e :
“ L u e g o que los prision eros estu v ie ro n degollad os,
á la usanza de entonces, el tenien te leva n tó las ca ­
bezas, las sopesó, las puso en tierra, las v o lv ió á
sopesar, y h aciénd oles un larg o tajo entre los m a x ila ­
res inferio res, fu éla s enhebrando en peluda lo n ja de
cuero, y acabada la paciente labor, ató la saeta á los
tientos, en ancas del caballo.”
L e o en el mism o autor y en la misma obra:
“ ¡ Cancha á un g ru po ! — vocea un indiecito, y lle ­
vándose de una atropellada á L ares, le pega con su
DE LA LITE R A TU R A U RU G U AYA
49
co rv o en la m u ñ eca y la espada salta. C in c u e n ta a r ­
mas se v u e lv e n al va lien te, y el va lien te cae de co s­
tado, su jetán d o se los in testin os derram ados por una
lanza. L o s caballos re tro c e d e n ; pero los g au ch o s los
espolean y se acercan más y más al caído.”
L e o en Cam po de J a vier de V i a n a :
“ L o s in testin os rotos saltaban entre sus dedos c r is ­
pados, y la san gre manaba á g ra n d es ch orros e n r o ­
je c ie n d o la tie rra .”
L e o en el m ism o lib ro del m ism o in g e n io :
“ E l brazo d erech o no pudo sosten er por más tiem po
el peso del cuerpo, se dobló y éste ca y ó pesadam ente
sobre la masa in testin al deshecha, coagulosa, in fe cta
con el derrame de m aterias fe c a le s .”
L e o en M a c a c h in e s:
“ L a cabeza reposa sobre las cen iza s y del robusto
pecho, abierto de una co rn ada fero z, salen las v isceras
abiertas y d estrozad as.”
L e o en L eñ a seca:
“ V o l v í al rancho, tenía l’hacha en la m a n o . . .
le
abrí la cabeza, le partí el pecho, saltaron los sesos,
la sangre, las t r i p a s . . .
¿ C o m p r ie n d e ? ”
L e o en la m ism a labor de V i a n a :
“ Sobre la fr e n te p á lid a caían los b u cles de un c a ­
bello negro, riza do y lu s tro s o ; la pequeña nariz, co n ­
tra íd a en un espasmo suprem o, m ostraba las v e n t a ­
n illa s cu biertas de espum a s a n g u in o le n ta ; la boca,
grand e y de g ru esos labios, dejaba ve r los d ientes
m en u d os y b la n co s; entre los senos, redon dos y f i r ­
mes, había un gran c o á g u lo de san gre brotada de la
h erid a del cu ello, c u y o s bordes cárdenos se habían
co n traíd o hacia arriba y hacia abajo.”
N o quiero hacer más citas. B a sta n y sobran las que
anteceden. E l lector y a conoce el épico modo de d es­
cribir que estudié en E d u a r d o A c e v e d o Díaz.
4. —VI.
50
H IS TO RIA
CRÍTICA
H om ero se g o z a cuando cercena brazos y cuellos.
N u estra musa se place cuando los intestin os e m p u r­
puran el y u y o . H om ero se g o z a cuando nos pinta
las grebas que tie n en broch es de plata; los tira n tes
de oro de las espadas cortas y a gu d as como un fa c ó n ;
los cascos con abolladuras, doble cim era y penacho
de crines o nd eado ras; las terrib les corazas con d r a ­
gones cerú leos de ojos de fu e g o . N u estra musa se
place cuando nos habla del lazo y el puñal, del apero
que tiene flo re s de oro y el tirado r que luce m on e­
das de plata, de la g o lilla y el chiripá, de las botas
de potro y las nazarenas. A l l á y aquí, en la ep o p e y a
a n tig u a y en el cuento criollo, h ay d e g o lla d o s de
o reja á oreja. N u estro mate es el vino de las cráteras
jónicas. H om ero habla del lobo y el león. N o sotro s
nos servim os del ja g u a r y del yacaré. H om ero u tiliz a
el abeto y el roble. N o sotro s u tiliza m o s el co ro n illa
y el viraró. N u estra s com paraciones, como las c o m ­
paraciones de su musa inmortal, están tom adas de la
naturaleza. N u estra musa, como su musa, lam enta lo
que d escribe; pero nuestra musa como su musa, m u eve
el rojo pincel con fero cid a d es de perro cim arrón.
L o s dos númenes, p rim itiv o s y épicos, gritan v ib r a n ­
tes como el P o lic a rp o de Ja vier de V ia n a :
— “ ¡ M iseria de m iseria ! . . . P ara hacer el bien,
para hacer el m al; para la sa tisfa cció n de bajos in s­
tin tos y para restablecer la ju s tic ia , para todo, ¡m a ­
t a r ! . . . ¡ L a m uerte anda suelta en esta tierra d e sg ra ­
ciada y ya esto y en can dilado con el rojo m ald ito de
la sangre y de los in c e n d io s !”
L a fu erza es la ley de los prim itivo s. El m ú scu lo
es su dios. L a épica es su fin alidad. Su c a lo lo g ía na­
vega hacia lo heroico. L o nativo, por estas razones,
desagua fatalm ente en lo épico. L o épico es su rumbo
hasta cuando se aleja de la barbarie de las batallas.
L eed en Leña seca:
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
5i
“ U n peón tomó al po tro de la oreja. Sabiniano
m andó que lo largase. Se acercó, c o g ió las riendas,
y de un salto quedó enhorquetado. A l sentir el peso
el to r d illo tem bló v io le n ta m e n te ; un reben cazo fe r o z
le h izo alzarse sobre los rem os traseros, para cla ­
varse de nuevo en a ctitu d de ex p e c ta tiv a . E l dom ador
le h u nd ió las espuelas en los ijares, y el potro, loco
de rabia, m etió la cabeza entre las manos, se hizo
un o v illo y soplando y espumando, tornaba, tan pronto
á un lado, tan pron to á otro, h aciend o e s fu e r z o s in a u ­
dito s por d esalojar al j in e t e que no cesaba de c a s ti­
g arlo con el rebenque y con la espuela.
” L a s g en tes observaban en silen cio aquel d uelo e x ­
traño. B la s a había ido acercándose, sin quererlo, d o­
m inada por lo soberbio del espectáculo , y en el in s­
tante en que lleg a b a al palenque, el to rd illo , fu rioso,
en un arranque de soberbia d esesperación, se alzó
sobre las patas traseras y se desplom ó sobre el lomo.
” B la s a dió un g rito y se tapó la cara con las m a­
nos. A l quitárselas, — un se gu n d o d e s p u é s , — vió un
cuadro é p ic o : el t o r d illo tira d o la r g o á larg o en el
suelo y Sabiniano, con el cabestro en la mano, con
el pie rudam ente a p oy a d o sobre el p escu ezo del bruto,
sonreía, m an tenien do entre los labios el c ig a r r illo
e n ce n d id o . . . L u e g o , dióle un lazaso en la grupa, o b li­
g án do lo á levantarse, y con in creíble a g ilid a d v o lv ió
á m on tarlo de salto. E l potro echó á correr en f r e n é ­
tica carrera, sin cesar en los co rc o v o s y así ganó el
llano para reap arecer ju n to al palenque, diez m inu to s
después, jadeante, cu bierto de espuma, en ro jecid o s
los ijares. E ch a n d o las piernas hacia atrás, el dom a­
dor con duro tiró n de riendas, que le h izo ju n ta r el
h o cico con el pecho, lo detuvo, sentándolo sobre los
garrones. D e sm on tó á gilm en te, lo d esen silló en un
segu nd o y com enzó á palm earlo, sin que el animal
rendido, entregado, inten tara rebelarse.”
52
H IS TORIA
CRÍTICA
T o d a s estas ca r acterísticas de lo criollo, cuando
lo cr io llo es épico y p rim itivo , se hallan d isem inadas
en nuestra poesía ca m pera; pero no en la poesía ca m ­
pera, sa tírica y de circu n sta n cia s, del num en de C o ­
llazo ó de C a li x t o F u entes. B u sc a d la s más bien en
los pies con que fin a liza n las décimas, no siem pre ar­
mónicas, de los dos poemas soñados por la musa del
señor A n t o n io D. L u s sich .
E l gaucho, como el cantor hesiódico, se queja de
su suerte. E l destino le p e r sig u e con acritu d. L e
azotan, con su látigo, todas las in ju s tic ia s y todas las
miserias. L a fo rtu n a no fa v o rece jam ás al nativo, al
nativo o rg u llo so y batallador,
S in o al grin go b olich ero
Q u e vende caña y galleta.
¿ Q u é im porta? A pesar de su m elan co lía y de su
in fortu n io, el crio llo v iv e libando m ieles de amor en
todas las pupilas de dulce mirar,
P u e s si es un lin d o clavel
E n cu alqu ier sanjiao se m ete.
E l gau ch o conoce todos los males del entrevero, d i ­
ciéndose á sí mismo de cuando en cu a n d o:
¡ E s la guerra cosa fie r a !
L a g uerra es luto, desolación, escom bros:
Y la casa que era ayer
Una estancia de prim era
E s una triste tapera
Q u e da lástim a de ver.
Por eso, por las su g estio n es de la soledad y de sus
reveses, tem plan su lira de seis m u sicales cuerdas,
La dulzura y el dolor.
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
53
L a g u ita rr a no le abandona jamás. E s su com pa­
ñera y es su consuelo. P a y a en el m onte, en el a l­
macén, en la trilla , en los d esposorios, en los cam ­
pamentos,
Y es pa e l canto, sin liso n ja ,
L o m esm o que la calandria.
L a leva y los com bates d e s tr u y e n los ranchos y
las fam ilias. Q u e d a un r e fu g io , un asilo, un m undo
en que m anda la libertad. E l gaucho, que conoce las
costum bres de la viz c a c h a y del toro cerril, sabe que
tie n e siem pre
Un triste rincón de abrigo
E n el m o n te so lita rio.
¡ S a lv e á la fu e r z a ! L a fu e r z a es un escudo co ntra
la le y inju sta. D ic e á la l e y : — A c é r c a te . L a m araña
es mía. C o n f ío en mi valor,
C om o en la h oja de m i lanza
Q u e nunca se m e ha doblao.
E l c r io llo es p a trio ta com o los teu cro s y los argivos. L a pa tria es el bando, las tra d ic io n e s h e r e d i­
tarias, el ca u d illo del que suele decirse en los f o g o ­
nes con b r illo s y cen izas de ñ a n d u b a y :
E s m oso que cuando aprieta
N i e l caracú deja sano.
L a amante, la diosa, la castellan a de nuestro lancero
E s una blanca divisa
Con lem a bordao en oro.
L a divisa tam bién puede ser p u rp ú rea como flo r de
ceib a l; pero ro ja ó blanca, el g au ch o m orirá por ella
P elia n d o com o un lión .
54
H IS TO RIA CRITICA
N o en tien de de números. Se bate con dos lo m ism o
que con veinte. C ie r ra con uno lo m ism o que cierra
con un escuadrón,
Q u e al ga u cho de güeña, m enta
N o lo arroya una partida.
E s cr io llo es a s í :
¡N u n ca recu la, antes m u ere!
E s un v é rtig o , un torbellin o , la ceg u ed a d im pul
siva de la cascada. C h o ca y se es trella com o e m p u ­
jad o por la mano de la fa talid a d , en que su instin to
cree,
D e m odo que no respeta
Laya, marca n i color.
L e g ustan el carcheo, el botín y el l u jo del recado,
com placién dose si dicen de su corcel
Q u e d e l co g o te á la pata
E s un vivo rilum brón.
L a lanza y el valor, la lan za que hiere y el valor
que se impone, son los ú nicos núm enes que le e le c ­
trizan.
D ice de la p rim era:
M i lanza rem olinea
Com o culebra em brujada.
Y añade, si so n reís:
M i banderola flam ea
Siem p re en lo más apretao.
N in guno, en suma, puede pisarle el poncho. É l es
siem pre el más taita. — Y o estuve allí desde el p r i ­
mer día,
Y en todas las agarradas
E l prim ero me encontré.
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
55
H abla con el o r g u llo con que hablaba A q u i le s á
los em bajadores de A g a m e n ó n . Com o los héroes de
H om ero, como los h éroes de la Ilíada, tiene v i s io ­
nes a p o c alíp tic as
D e sangre, charcos, regu eros
H e ch o s á punta de lanza.
E l g au ch o v a g ab u n d e a sin salir del pago, ó v o l ­
vien d o al pago cuando en grisece,
P u e s hasta e l zorro m atrero
S u e le esp ich a r en su nido.
Y á pesar de que conoce los m ales de la guerra,
no h a y patriada á la que no asista, g ritan d o como
los teu cro s y los a r g iv o s :
¡G u erra , guerra sin cu artel
Hasta ven cer ó m o rir!
E l gau ch o tiene, lo m ism o que estas h om éricas t e r ­
quedades, las v ir tu d e s h om éricas del com pañerism o,
de la h o spitalidad , del r e sp e to á la fe jurada, del
cu lto á la g lo r ia de lo que y a pasó. E n lo p r im itiv o
de la edad cantada por A c e v e d o D ía z y en lo p r i ­
m itiv o de la edad cantada por el señor A n t o n i o D.
L u s s ic h es natural, entonces, que resalten no pocos
de los tra zo s y m u ch as de las lín eas que en con traréis
le y e n d o las e p o p ey a s del cantor de Chío. E s claro
que la sem ejanza debe buscarse, más que en lo r e tó ­
rico, en lo sim ilar de las co stu m bres y de las p a s i o ­
nes, en la e n erg ía de las vo lu n ta d e s y de los d e c i­
res, puesto que éstos y aquéllos, los de aquí y los
jón icos, se c a racteriza n por lo real y g r á fi c o del f r a ­
seo, que es á modo de p in cel firm e y fu erte en lo
épico del pago y en las e p o p ey a s de la a ntigü ed ad .
V i v ie n d o en co n tin u o estado de g u e rra estos y aque-
H IS TO RIA
56
CRITICA
líos héroes, v iv ie n d o estas y aquellas musas en co n ­
tacto constante con la realidad crudísim a, la realid ad
e x p lic a la sem ejanza que se ad v ierte entre lo nu estro
y lo más antigu o, porque la realidad se ha conservado
m a g n ific ie n te , dom inadora, intacta y llena de v i r g i ­
nal frescu ra á través de los sig lo s y de las retóricas.
E s por eso que me atreví, co rrien d o el p e lig r o de
d isgu sta ro s con la la r g u e z a de mis paréntesis, á d es­
entrañar lo m ucho que de h om érico hallo en la labor
nativa de los R e y le s y los V ia n a , de los B e r n á r d e z y
los A r r e g u in e .
L o épico nos co n d u jo al naturalism o por l ó g ic a le y
y por estética fatalidad . N u estro cu en to y nuestra
poesía, al gozarse en lo propio, tro p ezaro n con la
verdad augusta, con la ve rd ad santa, con la eterna é
inm o rtalizad ora verdad, porque a quello que la verd ad
no toque, lo que sólo se em plee en d elicad os retoricism os,
nacerá
fr á g il,
nacerá
en ferm izo ,
nacerá
m uerto de igu al modo aquí que bajo el cielo galo ó
dinamarqués. L a verdad, la verdad verdadera, la ama­
ble verdad, la que no d efo rm a m on struosam en te lo
que traduce, es un inagotable m anantial de b elleza s
para el numen de hoy, como fu é un m anantial f e ­
cu n d ísim o de bellezas para el numen que pulsaba la
lira de Hom ero.
L o s asuntos, como las escuelas, tienen su hora. P asó
la hora de los cantores del monte v irg e n , del cam po
inculto, de las taperas en que aún anidan el lagarto
y el lechuzón. T em b eta rí en que silba el zo rza l m a­
ñan ero; arro yo en que negrea la coraza de bandido
del y a c a r é ; trebolar en que lucen las lin tern as del
tuco y en que se apolicrom an las flo re c ita s a zu ca ra ­
das del m acachín, ya el tiempo es para otros más
co m p le jo s bordados. El tiem po de hoy es tiempo de
carácter cosm opolita, como laboratorio en que se va
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
57
fo rm and o pacientem en te la raza fu tu ra , y los co m ­
bates épicos de regió n, los com bates que se celebraban
entre rasgu eo s de y e rr a y de trilla, ceden su puesto
á los com bates por la ig u a ld a d que pide la m u ltitu d
de fá b rica y de blusa, la m u ltitu d que sabe de R o berto
Ow£n y de C a rlo s M arx .
T a m b ié n esto es épico, cam po en que la fr u ta c i ­
v iliza d a de los m anzanos va invad iend o las h eredades
del m em brillar y del ña n ga piré. T a m b ié n esto es
épico, tam bién esto es p o ética luz, y tam bién esto
tiene una musa para sus afanes, para sus conquistas,
para sus penas, para el ideal por que se desangra.
¡ Ju ven tu d , ven á o cu p ar tu pu esto en la b reg a de lo
presente con lo fu tu ro , y abandonando las torres de
m a rfil, las fr á g i l e s torres del ensoñar estéril, canta á
la vida, á la ciencia, al prog reso , á lo que abre sus
m a g n íf ic o s respla n d ores de aurora sobre la tie rra mía,
en la que h a y un m ain um bí su cta do r en el broch e
de cada ard iente cla vel serrano!
i J u ven tu d , á ser ú til, y á ser fecunda, y á ser b e n ­
d ita ! ¡S ie m p re para la patria y para la verdad, que
es j u s t ic ia y amor, oh noble j u v e n t u d ! ¡S ie m p r e para
la patria y para la verdad, que es trabajo y cu ltu ra,
oh ju v e n t u d amable y gen ero sa !
H em o s co nclu ido .
CAPÍTU LO II
Javier
de
Viana
SU M A RIO :
I. — El cuento. — Su antigüedad. — Lo que dice Max Müller.
— Sistemas de Lang y de Walkenaer. — Un párrafo de
Lucel. — Los cuentos populares y los artísticos. — Cuna del
cuento. — El cuento y la novela. — Teoría literaria del cuento.
— Apuntes para su historia. — De los cuentos populares ríoplatenses. — Lo folklorístíco y lo retórico. — El gaucho en
el cuento. — Síntesis.
II. — Javier de Viana. — Ascendencia ilustre. — Un narrador
criollo. — Su facilidad. — Su constante trabajo. — Unos versos
de Ovidio. — Campo. — Fragmentos. — El ceibal. — Por la
causa. — 31 de Marzo. — La idea que predomina en Campo.
III. — Cuentos de tendencia y cuentos
costumbres. — Gurú
— Su exposición. — Algunas citas. — El embrujamiento. —
Lo que leo en don Daniel Granada. — Lo que dice la cien­
cia. — El cuento campesino y la novela nacional como valor
histórico. — Otros relatos. — Observaciones. — Sembrad la es­
peranza.
IV . — Nuestro cuento es melancólico y fatalista. — Pruebas. —
Ejemplos descriptivos de personas y paisajes. — La lucha de
lo propio con lo universal. — Por qué nuestra literatura debe
ser zónica. — El realismo y la sinceridad lo quieren así. —
Exposición de conflictos morales. — Ejemplos de lo universal,
dentro de lo zóníco, que encuentro en Yuyos y Leña seca.
— Mí fe en lo nuestro. — El teatro de Viana.
V . — Gaucha. — El argumento ó fábula.—Lo psicológico en Ja­
vier de Viana. — El arte y la verdad. — Tipos y paisajes.
— Don Zoilo. — Lucio. — Lorenzo. - - Algunas transcripcio­
nes. — Los dos finales de la novela. — El mejor como sím­
6o
H IS TO RIA
CRÍTICA
bolo. — Lo que el porvenir hará desaparecer. — Lo bueno de
la raza se mantendrá. — Conclusión.
VI. — Benjamín Fernández y Medina. — Su mucha labor.—
Variedad de ésta. — Caracteres de su mentalidad. — Escribe
sobre el pago. — La seca. — Camperas y serranas. — Algu­
nos distingos. — Madrigal. — Citando á otros ingenios. —
Cuentos al corazón.
I
E l cuento es una narración f in g id a ó verdadera,
fá cil y corta, de la cual se desprende, en los más
de los casos, una enseñanza.
E s antiquísim o, y acaso pro to h istó rico , el o rig en del
cuento.
D em uestran claram ente su v e tu s te z lo sim u ltáneo
de la e x is te n c ia de a lg u n o s cu en to s entre las razas
menos afines, del mismo modo que lo ten a císim o de
su p ersistir en la litera tu ra po pu la r y r u d im en ta ria
de las nacionalid ades más h eterogéneas.
M a x M ü lle r d efien d e el o rig e n m ito ló g ic o de t o ­
dos los cu en to s de carácter universal, co n s id e r á n d o ­
los á m anera de tra n sfo rm a cio n es de los a p ó lo go s y
de los m itos de la r e lig ió n aria.
M ax M ü lle r nos dice que, al dispersarse los p u e ­
blos de lin a je ario, esparcieron los g érm en es de los
cuen tos de hadas por el norte y por el m ed io d ía del
mundo europeo, como restos de las creen cias m ito ló ­
gicas que fueron com unes á las razas nacidas en la
m eseta de m ayo r altitu d del A s i a Cen tral.
L a n g , el fu n d a d o r del sistema a n tro p o ló g ic o , en­
tiende que los cuen tos populares encarnan y tr a d u ­
cen las ideas p r im itiva s de las razas salvajes, cu y a
incu ltura concuerda y arm oniza con lo fa n tá stico y
con lo inverosím il, opon iénd ose á las teorías de L a n g
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
61
y de M a x M ü ller, m ag u er lo e x te n d id o y lo g ra n d e
de su autorid ad, la escu ela de la in terp reta ció n h is­
tórica, se gú n c u y o s cánones tod o s los héroes y todas
las m ara villa s de los cu en to s son su ce d id o s de va lor
real, pero su ce d id os d e sn atu ra liza d o s por los toscos
im aginares de la m u ltitu d .
A s í lo sostiene, con una notable abu nd an cia de da­
tos y citas, el eru d itísim o W a lk e n a e r .
H a y , sin em bargo, una su sta n c ia lísim a d ife r e n c ia
entre el cu en to popular, de o r ig e n fo lk lo r ís t ic o , y el
cu en to literario , que es labor de arte, aunque no p o ­
cas v e ces el ú ltim o se inspire en una tra d ic ió n escrita
ó verbal. E l prim ero no tiene para nosotros, h o m ­
bres de letras, interés retó rico ni im p o rtan cia crítica,
sien do la índole c a lo ló g ic a del se gu n d o lo que nos
interesa y lo que nos seduce. P o c o nos im porta, d en­
tro de las m od a lid ad es de nuestro estudio, que los
cu en to s de ogros, c u y o o rig e n debe buscarse en la a n ­
t ro p o fa g ia , le den la razón al sistem a de L a n g , como
nos im porta m u y poco de la m ism a suerte, que los
cu en to s de enanos, de o rig e n lapón, lu c h en por el
t r i u n f o del sistem a h istó rico p reco n iza d o por el sueco
Sv en N ilso n .
“ Ten em os, por una parte, que la se m e ja n za y á v e ­
ces, iden tida d de los cu en to s de pueblos, épocas y
razas m u y diversas, es un hecho indudable é in d is­
c u t ib le ; pero el modo, causas, perm an encias y m edios
de transm isión no son siem pre los mismos. L a s m a­
n ife sta c io n e s de los afecto s, sentim ientos, creencias
y tem ores del es p íritu humano, en los albores de su
ex isten cia, son á ve ces m u y se m ejantes y á veces
m u y d iv ersa s; los m ism os e sp ectác u lo s y fen óm en os
de la n atu raleza han de haber p ro d u cid o sobre el
hombre im presion es m u y sem ejantes, y todo ser h u ­
mano, som etido al i n f lu j o de la necesidad, de la pa­
62
H ISTO RIA CRÍTICA
sión ó del m iedo, habrá soñado con m u y pa re cid o s
rem edios y habrá a p etecid o bienes ó cam bios de s i­
tu a ció n que, en su ex p r e sió n externa, habrán d i f e ­
rido m u y poco. L o s hombres, nómadas y errantes,
dispersáron se un día por pueblos y r e g io n e s m u y d i ­
ve rsas; en todas ellas el narrador de fábu las ó c u e n ­
tos m ara villo so s relataba siem pre con una
in co n s­
cien cia precisa alg o v iv o y propio de aquel rin có n
querido y abandonado, qu izás para siem pre, de la
patria prim itiva. E l narrador pasó, desapareciend o tal
vez hasta la h u ella de su m ism o n o m bre; pero el
cuento p rim itiv o quedó, como sem illa f r u c t if ic a n te ,
en la tierra en que fu é d epo sitad o.”
H e rep ro d u cid o este p á rrafo de L u c e l, d is c íp u lo
del docto M ax M üller, en prim er lu g a r porque él
nos e x p lic a las razones de identida d que suelen o f r e ­
cer los cuentos populares, aparte de la tra n sm isión
d irecta y
frecu en te de país á p a ís; y en se gu n d o
lu g a r porque este pá rra fo reco no ce que los cu en to s
populares no tu v ieron jam ás un ca rácter c o n s c ie n te ­
m ente a rtístico, lo que hace que á la c r ític a y al
cr ítico le interesen no el cu en to en sí, sino el m odo
como el literato tra n sfo rm ó el cu en to en obra de b e­
lleza. E s el modo, las causas y los m edios de t r a n s ­
misión del cuento retórico, — es decir, la id io sin c ra ­
sia del narrador y la habilidad e s tilís tic a del m ism o,—
lo que la cr ítica y el crítico, en nuestro caso, deben
tener presente, y lo que el c r ític o y la c r ític a deben
avalorar, siendo, pues, m ateria de su estu d io los c u e n ­
tos litera rio s y no los populares, c u y o o rig en com ún
ya hemos reco no cido y evidenciado.
El cuento, según nos dice el saber de M aspero,
nace en el E g ip to . L a tierra de C leo p atra y a lo c u l ­
tiva en el s ig lo catorce antes de n u estra era, edad
en que este genero literario aún no ex iste en la India.
DE LA LITERAT.URA U RUG U AYA
63
L o fa n tá stico abunda en aquellas narracio nes r u d i ­
m entarias, donde h a y m om ias parlantes y tre m e b u n ­
dos m agos, g u e rreras hazañas y la r g o s v ia je s que no
desm erecen de los v ia je s hechos por el rico Sim bad
y el in d u strio so Robinson.
E l cu en to más a n tigu o , el cu en to que preced e al
d id á ctico, debió ser el cu en to de carácter m ítico ó
heroico, e x a g e r a c ió n de las cu a lid ad es de alg ú n p e r ­
sonaje al que d iv in iza b a n sus contem poráneos, siendo
aqu ellos relatos, en sus o ríg en es, com o desechos de
la h isto ria v e rd a d era ó como a m p lia cion es de la v e r ­
dadera historia. L o s cu en to s e g ip c io s enseñaron á na­
rrar á H ero d oto , y enseñaron el arte de com poner, —
am ontonando sueños, n a u fr a g io s, m onstruos, c o n v i­
tes, leye s, creen cias y costum bres, — al célebre L u ­
ciano.
Si éste, al igu al de los autores de las fá bu las milesias y sibaríticas, lo g r ó que el cu en to se v u l g a r i ­
zase en las patrias de Jonia, lo m ism o log raron , entre
los latinos, el im p ú d ico relatar de P e t r o n io y las
an ecd ó tica s a ven tu ras que nos r e fie r e P a r te n io de
N icea. E l cuento, sin em bargo, no lle g a rá á ser t r a s ­
cen dente y bien d e fin id a labor retórica, hasta que,
casi dos sig lo s despu és de C iceró n , le c u ltiv e n y le
en galan en el á tico A p u l e y o y el in g en io so L u c i o de
Patras.
E l a p ó lo go y el cu en to o riental, desde sus o rígenes,
son m u ch o más ejem p la r iza d o r e s que el a p ó lo g o
g r ie g o y el cuento latino, tom ando carta de n a tu ­
raleza con fa c ilid a d suma, segú n las obras fo lk lo r ís tic as m ás notables, lo ín d ico y lo siriaco en la p r i ­
m itiv a lite r a tu r a de las naciones occidentales. L o s
relatos persas, los sirios y los in d o stán icos créese
que sirvieron, como todo en a quella edad, para uso
y abuso de los pred icad ores bu d istas que ca teq u iz a ­
64
H IS TO RIA
CRÍTICA
ban á la m u ltitu d por m edio de sím bolos ó parábolas.
Sin embargo, M en én d e z y P e la y o , c u y a o pinión no
puede m enospreciarse, nos aseg u ra que estas p a rá ­
bolas son a nterio res á la p red icació n budista, y que,
“ precisam ente por ser fa m ilia re s á su a ud itorio, las
empleaban, dándoles un nuevo sentido moral, los p r o ­
paga n d ista s de la r e lig ió n nu ev a.”
N o es posible, entonces, poner en duda la a n t i g ü e ­
d a d , — po sterior á la eg ip cia, — de los cu en to s in ­
dios, “ ora naciesen de la natural ten d en cia de la
mente humana á tom ar la m etá fo ra por realid ad y
las f ig u r a s del le n g u a je por h isto ria s y cuentos, que
es el punto de vis ta fi l o s ó f i c o ind icado por K u h n
y v u lg a r iz a d o por M ax M ü l l e r ; ora tengan su rem ota
y m isterio sa fu en te en va g as m em orias de la p r i m i ­
tiv a com unidad de los pueblos arios, como parece lo
ind ica el en con trarse a lg u n a de ellas en otras tantas
ramas de la m ism a fam ilia, especia lm en te en las tra ­
d icio n es g erm ánicas que reco p iló G rim m .”
B ild p a i, — po sterior al nacim iento de los cu en to s
índ ico s y apólo go s budistas, — los ordenó y r ed u jo
añadién doles a lg u n o s relatos de p ro c ed e n cia árabe,
siendo m ucha y m u y honda la in flu e n c ia e je r cid a
por estos últim os, siem pre co nsiderado s como el p r o ­
totip o de las narraciones de su m ism a naturaleza.
A nadie se le o cu lta lo poderoso de la sedu cció n e j e r ­
cida sobre el espíritu por los cuen tos arábigos de
Galand y por los cu en to s persas de P e t it de la C r o ix .
“ Com o entre razas y g entes de creen cias m u y d i ­
versas los cuentos árabes o btuviero n plenísim a a p li ­
cación, echóse de ver que el elem ento predom inante
•en ellos es el sentido común unido á las leye s c o n s ­
tantes de la sabiduría p r á c tica ; pero hay que notar
también que su parte menos duradera y sólida fu é
la doctrinaria, quedando como la parte más c o n s is ­
tente la parte pintoresca y a rtística del cu en to .”
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
El
65
cu en to escrito, el cu en to litera rio , el cu en to
ca’ o ló g ic o aparece despu és de la novela, siendo un
su bg én ero de la misma, por lo que s u f r e las tra n s­
fo rm a cio n es que su fre el romance. L a h isto ria c r í ­
t ic a del rom ance es la h isto ria c r ític a del cu en to
literario , porque la v id a de los su b g én ero s n u n ca es
autónoma, aunque el cuento, por su índole popular,
pa re zca ser más llano, más s e n cillo y más ve rd a d ero
que la novela. L a acció n del cuento, com o la acció n
sustancial del romance, debe ser una, interesante é
íntegra, aunque es claro que los in cid en tes y p o r ­
m enores son m enos en el cu en to que en la novela,
y están m enos unidos, con estarlo m ucho, á la a c­
ción de la no vela que á la acció n del cu en to breve
y sencillo. L a d ifu s ió n y la abu nd an cia son im propias
del cuento, aunque el estilo del cuento, como el de
la novela, adm ita tod os los co lo res y todos los tonos,
pu d ie n d o ser, la n o ve la y el cuento, un cu adro de
pasiones humanas ó un cuadro de costu m bres r e g i o ­
nales. L a herencia, el m edio, la ed u cación , el le n g u a je
g rá fico , la in d iv id u a lid a d de los caracteres, todo lo
que cu id a con s o lic itu d la m usa de la novela, debe
tam bién cu id a rlo con s o lic itu d la m usa del cuento,
ex istie n d o entre éste y a quélla los m ism os parecido s
y d esem ejanzas que ex isten entre la e p o p ey a y el
canto épico.
D e s e n v u é lv e s e
cuento
satírico
el
y
cu en to
el
con
p r o d ig a lid a d , — el
de tend en cia m oralizad ora, —
desde los p rim ero s días del m ed io evo hasta los días
ú ltim os del s ig lo diez y ocho, para lu c ir después, con
todo el esplen d or de que le circu n d a la escu ela a f i ­
cionada á las realidades, en el po strim er tercio delsig lo pasado. C u ltív a n le en España, antes de la c e n ­
tu ria decim onona, M oséh Seph ard í, A n s e lm o T u r meda, P e d r o M ejía , M a r tín e z de T o le d o , Juan de
H IS TORIA
66
CRÍTICA
T im on ed a, M e lc h o r de Santa C ru z, L u c a s H id a lg o y
A n t o n io de Esla va , amén de los rom anceros y d r a ­
m a tu rgo s de la época de C e r v a n te s y Cald erón. E n
P o r t u g a l cu ltív an le, por las mismas edades, F e r n á n ­
dez T ran co so , Saraiva de Sousa, M anuel C o n s c ie n ­
cia, Juan B. de C astro y el d id a scá lico R o d r íg u e z
Lobo. E l cuento, el m ism o cuento, — con m ayo r tra s­
cen dencia y más libertad, — nace en Ita lia infan ta d o
y n u trid o por Juan B o c c a c c io , M ateo B a n d e llo y Giraldi C in th io, hasta form ar legió n, desde el sig lo ca­
torce al sig lo diez y ocho, los cu en tista s del país de
M orlin i, M ainardi, Sa cch etti, Straparola, F ire n z u o li.
P o g g i o y el d iscu tid ísim o M aquiavelo. E l cuento, en
fin, se despierta bajo el cielo francés, en la edad m e ­
dioeval. con las narraciones jo co s o - satíricas llam adas
fa b lia u x, para esparcirse luego, entre licen cia s al modo
boccacciano, con Desperies, T r o y e s , E tie n n e , Rabelais, Noel du Fail, B o u c h e t y B e r v ille . L a Fran cia,
de los s ig lo s que sig u en al décim o sexto, prod u ce
á P erra u lt, engen dra á L a f o n ta in e y cría á Senecé,
hasta que, más académ ica y filo s ó fic a , — sin d ejar
de ser libre, — da vida á C rebillo n , M orat, M o n crit,
G reco u rt, Duelos, V io sen o n , C a y lu s,
nunca bastante celebrado V o lta ire .
D id e r o t
y
el
El cuento británico de índole litera ria nace con
Chaucer. como el cuento retórico alemán nace con
H ag ed orn y culmina con P f e f f e l . E l cuento, sin em ­
bargo, sólo lle g ó á su p len itu d de labor a rtística en
el sig lo de la trilla d o ra m ecánica y de la luz e l é c ­
trica, sig lo portentoso al que pertenecen los nom bres
de T ie c k , A nd erso n, Schm ith, H o ffm a n n , M eissner,
Z s c h o k k e r y T o u r g u e n e f f . E s en ese siglo, en que
luchan y batallan todas las escuelas, que tro p ezaréis
con lo sajón de los ap ellid os de E d g e w o r t h , H aw thornc,
D ickcns,
Poc,
W á s h i n g to n
In v in g ,
W ilk ie
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
67
C o llin s, L o n g f e l l o w y B r e t - H earte. E s en ese sig lo
que el sol italiano ve rá flo re c e r á Fariña, D ’A m ic is ,
V e r g a y D ’A n n u n z io , com o el sol h esp érico r e l u m ­
brará sobre la pluma, rica en m atices, de F ern á n C a ­
ballero, de B ec q u e r, de T ru eb a , de A la r c ó n , de F ro n taura, de la P ard o B a z á n y del padre Colom a. E s
ese siglo, en fin, el s ig lo de B a lz a c , de Dum as, de
S ilvestre, de Janin, de A n a t o l e F ra n c e y de Maupassant, de tod os los sa télites y los contem poráneos
de las rudas cru d eza s á lo Z o la y de las sensib ilidad es
en tern eced ora s á lo D audet.
E s claro que los nombres, que cito como muestra,
no son, ni con m ucho, los que podría y debiera citar.
L o sé y lo c o n f ie s o ; pero las om isiones, que f á c i l ­
m ente notará el lector, lo ú n ico que dem uestran es
la d if ic u lt a d en que se halla mi plum a para daros
una h isto ria co m pleta y ordenada del cu en to r e t ó ­
rico. L o ú n ico que preten d o es que r e co n o zcá is la
im portan cia por el cu en to adqu irid a en los d om inios
y en las ten d en cias de la litera tu ra contem poránea,
en la que el cuento, en sus o ríg en es y en sus varias
m odalidades, ha sido estudiado por S c h le g e l, M a x
M ü ller, K u n s t, G ubernatis, C o m p aretti, R ajna, Cosquin, M oland, L e scu r e , O e s t e r le y , P edro so , Coelho,
L e fe b r e , Sism ondi, L e C le r c y M a r ce lin o M en én d e z
P e la y o .
D o n D a n iel Granada, hablando de los cu en to s ríoplaten ses de índole popular, d ícen o s que estos d es­
cubren, con sus a ccid e n tes y porm en ores i d e n t i fi c a ­
dos por una sem ejanza común, que han su r g id o del
m anantial árabe y g erm á n ico de donde brotan casi
todos los cu en to s peninsulares. — A s í parece d ed u ­
cirse, al menos, de las co nsejas que perp etú a la tra ­
d ició n oral, como tam bién de los seres fa n tá stico s
con que la cred u lid a d cam pesina “ puebla cerros, ca ­
68
H IS TO RIA CRÍTICA
vernas, bosques y lag u n a s.” L a s l u c e s ' n e g r a s y las
cu evas m ágicas, del m ism o modo que el h ech icero y
el adivino, son de o rig e n ind io en m uchas ocasiones,
como son, m u ch as veces, de o rig e n hispano. E l r e t ó ­
rico, al serv irse de ellos para tra n s fo rm a r lo s en obra
de herm osura, poco se p reo cu p a de d escu brir la fu en te
de donde manan, bastándole con que el cu en to sirva
á sus fin e s y con que el cu en to huela á za rza del
monte. L a labor fo l k lo r ís t ic a es labor de otra na­
turaleza, pues es labor m enos lite r a ria que a rq u eo ló ­
gica, en tanto que el cu en to re tó r ico ó a rtístico es
d ecidid am en te litera rio ó estético. L a vo z fo lk lo r e , que
nace en 1846, — s i g n ific a n d o por su e tim o lo g ía c ie n ­
cia d el pueblo, — y a fu é practicada, sin conocerla,
por M acp h erson y H erd er. L o fo l k lo r ís t ic o tie n e por
p rin cip a l o b je to r eco g er los cantos, las leyend as, los
j u e g o s y las su p e rs ticio n es más po pu lares de cada
país, no sólo para d ed u cir los m odos del esp íritu de
las turbas en una época dada, sino para establecer
y constatar, por m edio de la com paración, la igu a ld a d
de costum bres, de proverbios, de p r e ju ic io s y de
creencias de las razas ó na cio n a lid a d es que parecen
su rgid a s de un mismo tronco. A s í, aunque r e la c i o ­
nada con la litera tu ra de carácter r egio n a l y l e g e n ­
dario, la cien cia fo lk lo r ís t ic a , más que á la bella l i ­
teratura, sirve á la a rq u eo lo g ía y sirve á la historia. E s
indudable que nuestros lobisones, b r u jo s que se tra n s ­
forman en zorros y en lech u zas, — aunque p ro v en g a n
del país brasileño, — poco se d ife r e n cia n de los lobishómen de germ ánico origen, pues unos y otros
tienen que ser, para co n v e r tir se en cu a d rú p ed o asus­
tador, el ú ltim o de los h ijo s de una serie no in te ­
rrum pida de siete varones pro d u cto todos ello s de
un mism o vientre. E s indudable que nuestras n u m e­
rosas lagunas encantadas y nuestros num erosos ce ­
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
69
rros con h ech izo, pu eden reclam ar como su y o un
o rig e n de filia c ió n n ó rdica y pagana, y a sea el de
los gnom os que cu sto dia n so lícito s los diam antes y
los rubíes o cu lto s en el seno de las montañas, ó ya
sea el de las m u jeres de cu erpo e s cu ltu ra l y cola de
pescado, que atraen al v ia je ro con sus canciones,
cuando están peinándose, con un peine de plata, á
la lu z de la lun a de los bosques de pinos. E s to es
indudable, como es indudable que nu estras salam an­
cas y salam anqueros son de o rig en pen insu lar, d es­
cen dien do de los ritos de la m agia g o ética de p r o g e ­
nie a rá b ig a ; pero si todo lo que anteced e interesa al
c r ític o y al litera to para d escu brir el m anantial de
donde su r g e n la obra en estu d io y la obra p r o y e c ­
tada, no es m enos cierto que ni el cr ític o ni el l i t e ­
rato ven en la tra d ic ió n otra cosa que un elem ento
útil para un fin ca lo ló g ico , en tanto que la cien cia
de lo fo l k lo r ís t ic o ve en la tra d ic ió n un elem ento de
u tilid a d grande, más que para las letras, para la h i s ­
toria y la so cio lo g ía . U n cu en to po pu la r será m irado
con m u y d is tin to s o jo s se gú n le m iren M an u el B e r ­
nárdez ó don D a n iel Granada.
M e d etu v e en esto para in sistir en que h ay una
d ife r e n c ia su sta n c ia lísim a entre el cu en to v u l g a r y
el cuento retórico. N ada os servirá, sin estilo y númen, toda la cien cia fo l k lo r ís t ic a que alm acenéis. E l
cu en to retó rico es labor de arte, y el arte requiere
núm en y estilo. L o s cu en to s populares, sean los que
sean, no tend rán jam ás el m ism o sabor que tienen
los cu en to s retó rico s nacidos de las b izarras f i c c i o ­
nes de H am ilto n , de la co n tem p la tiv a sensib ilidad
de W ie la n d , de los iró n icos fantaseo s de T i e c k , de
las in g en u id ad es po éticas de A n d erse n , de la d ed u c­
ción pasm osam ente ló g ic a de P oe, de la d ro lática
verba de B a lz a c y del ca lifo r n ia n o regio n a lism o del
fam oso B r e t - H earte.
70
H ISTO RIA
CRÍTICA
D ig a m o s por últim o, v o lv ie n d o á lo nuestro, que
la m ito lo g ía de los g en io s y de las hadas, que es la
m ito lo g ía de los cu en to s árabes y germ ánicos, aún
se echa de ver en los cu en to s po pu la res ríoplaten ses,
como el destino, que de lo arábigo más que de lo
g r ie g o procede en lo español, hállase en nuestras le ­
yen d a s cam pesinas del mism o modo que en las le ­
yen d a s peninsulares. N u e s tro cu en to re tó r ico ta m ­
bién adm ite la creen cia en el hado, adqu iriend o esa
creen cia un carácter c i e n tífic o con el ad v en im ien to
de la escuela naturalista, que es la escu ela á que
pertenecen los narradores de más em pu je de mi país.
E sa escuela seduce y tr iu n f a cuando el estu d io del
d eterm inism o de los cu erpo s in o rgá n ico s nos llev ó
al estu d io
del determ inism o
de los cu erpo s vivos,
con la esperanza de d escu brir d e fin itiv a m e n te las l e ­
y e s r e gid o ra s del pensam iento y de la volun tad . De
ahí se despren de que el cu en to cam puzo, po pu la r ó
retórico, es siem pre fa talista y dado á pesadumbres,
el prim ero por razones de o rig e n y. ambiente, como
lo es el segu nd o por m otivo s de escuela y o p in ión
filo s ó fica . E s to s caracteres, — pesadum bre y f a t a l i ­
dad, — se abultan cuando arm onizan con la id io sin ­
crasia del escritor, es decir, cuando el escrito r ha
sorbido los zum os del m edio y se ha apro piado la
sal del terruño.
E l gaucho, como el árabe, debe sus caracteres á
la vida nómada, á la vid a del pastoreo en las lla n u ­
ras sin otros lím ites que el bosque y la sierra, á la
vida c u y o s derech os no supo tutela r la le y y c u y as
pasiones son las pasiones del instinto fosco. P in t a r
al gau ch o sin esos caracteres sería falsear el u n i ­
verso y el corazón de nuestros cam pesinos, como se­
ría fa lsear el u niverso y el corazón arábigos no tener
en cuenta el i n f lu jo e je r c id o por lo libre de la so ­
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
7i
ledad sin fin y por lo m elan có lico de la soledad d o ­
rada por un sol de fu eg o . L a es p in g ard a allí, y el
c u c h illo a cá ; el amor rápido y lu ju rio so , sobre la
arena ó bajo la fr o n d a ; el corcel, de rem os a d e lg a ­
zad os y de crines que vuelan, en el desierto asiático
y en la llanada con g u sto á g r a m illa ; la su p e rs tició n
del b r u jo y del daño lo m ism o en la tiend a que en
el r a n c h e r ío ; la g u ita rr a ó la g u z la con sus c a n c i o ­
nes de rústico sonar en los ted io s del o c io ; y
el
com bate por el combate, s ig u ie n d o al ca u d illo que
tam po co tiene una v is ió n m u y clara del ideal, son
cosas que nos vien en de m u y aden tro y que a gu zó
la vid a sin h o rizo n tes del terru ñ o montés.
Y ahora, ex p u es to lo que antecede, y a podem os ha­
blar del modo de escribir del autor de Campo.
II
E l más fe c u n d o de nu estros narradores es Javier
de V ia n a .
P e r t e n e c e á la g en era ció n de 1870.
Su a p ellid o es ilu stre, pues descien de de don José
Joaquín de V ia n a , gobern ad o r p o lític o y m ilita r de
M o n te v id e o desde 1751 hasta 1764.
L a ciu dad que aletea, como una gavio ta, á los pies
de un cerro y ju n t o al estuario, estu vo gobernada
por o fic ia le s de poco fu s te hasta 1749, d epen dien do
en absoluto sus m entores m on árqu ico s de los m en ­
tores absorbentes y realistas de B u e n o s A ir e s .
M o n te vid e o , con don José Joaquín de V ia n a , em ­
pezó á tener g obern ad o res prop io s y con tít u lo regio,
siendo aquel V ia n a , que inicia la serie, un m ilitar
de brío y de a p titu d e s grandes, que supo sobresalir
como va lien te y cu erdo en las gue rras del P ia m o n te
72
H IS TORIA
CRÍTICA
y la Saboya, batallan do y lu c ié n d o se bajo las ó rd e ­
nes del duque de A lb a y del m arqués de Mina.
E l señor de Via n a , en su no corta g obernación,
dom eñó á los charrúas, tu v o á mal traer á los co n ­
trabandistas, trató d esco rtesm ente á los cabildantes,
and u vo á trastazo s con los p o rtu g u e s e s y cu idó de
la industria, echando los cim ien tos de la a tlá n tica y
para mí qu erida ciudad de M aldonado.
Javier de Via n a , el d escen d ien te de aquel coronel
a ctiv o y batallador, gusta más de la plum a que del
espadín, y aunque al p r in c ip io estu d ió para m édico,
que es un noble estudio, conten tóse m u y pronto con
elaborar cu en to s y novelas á lo M aupassant.
N u estro V ia n a , — p sicólo go , observador, vivaz, f l e ­
xible, instruido, e stilista y m u y laborioso, — conoce
bien la v id a de los cam pos en que e n flo r a el ceibal,
sabiendo lo que d ice el lech u zó n que pasa sobre el
trébol verd e cuando la sombra h u y e de c u c h illa en
cu chilla.
¡I n sta n te sa g ra d o ! ¡ V a c i la c i ó n a u g u s ta ! V ib r a n en
las arpas del bosque v ir g e n y del trig o en zumos,
bajo la co n fu s a claridad del amanecer, todos los r u ­
mores ju b ilo so s y a te rro riza n tes de la naturaleza.
V ia n a ha escuchado y ha r e c o g id o todos esos r u ­
m ores de jú b ilo y miedo, saboreando el encanto i n ­
d escrip tib le de esa hora indecisa que inspira este bo r­
dón á L a f o n ta in e :
E t que, n ’étant .plus nuit, il n ’est pas encor jour
Viana, hombre de libros, fué estanciero unos m e­
ses y fué revo lu c io n a rio en su ju v e n tu d . Imperaba, en­
tonces, el naturalism o, y el estanciero, el r e v o lu c io ­
nario, el filó s o f o hecho en la lectura de los e n c ic lo ­
pedistas, el hombre que asistió con ensoñares de
adolescente á los trá g ic o s ju e g o s de la g o lilla y de
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
73
la banderola, más que de táctica, más que de arengas,
más que de am biciones, supo de T o ls t o i, de F la u b e r t
y de los G o n cou rt.
L a g u e rra c iv il acabó con su estancia y la p o lític a
con su fe en el cr ite rio de las m u ltitu d es, siem pre
encum bradoras de lo m e d io c r e ; pero en los cam pa­
m entos y en la co cina rústica, donde la peonada r e ­
fiere proezas y urde g u ita rreo s, el narrador crio llo
enam oróse aún más del d ecir cam pesin o y estu d ió
más aún el m odo de ser de los m orado res de n u es­
tras cerrillad as. E l narrador sabía que, si bien el c o ­
razón hum ano es uno en su esencia, el co razón obe­
dece á razon es de o rig en, la titu d y costum bre, siendo
in fe cu n d a la obra que no p a rtic u la r iz a lo g eneral
con los caracteres que en gen d ra n la raza, el m edio,
el hábito y la zona. A s í V ia n a , d is c íp u lo de Z o l a , —
aún antes de ponerse en contacto d irecto con las m u ­
chedum bres, s ig u ió el cam ino que nos reveló el nú
men de C a rlo s R e y le s , pero o bed ecien d o tam bién al v i ­
goroso i n f lu j o de los rom ances caballerescos de A cevedo D íaz.
S iem pre se em pieza así, como em pezó V ia n a . G u y a u
es la fu e n te de donde su rg e n R o d ó y V a z F e r r e ir a
M ás tarde vien e la o rig in a lid a d avasalladora, que es
el fr u to saboroso y amable del estío del númen. pues
a ntecesores y la z a r illo s le h a lla réis al prop io rabel
de H om ero, si no se en gaña la docta c r ític a de los
m u y eru d itos B u r n o u f y M üller.
Señalar a scend ientes no es señalar v u lg a r e s sem e­
jan za s de estilo y de visió n . N u e s tro cu en tis ta no
calcó jam ás sobre m olde a lguno, aunque le fa scin a se
lo realizad o por otros ingenios. L o que h a y es que
V ia n a , no bien f i j ó sus o jo s en la verd ad y el pago,
enam oróse del pago y la verd ad como A c e v e d o D ía z
y como C a rlo s R e y le s.
74
H IS TO RIA
CRÍTICA
Campo, el prim ero de los libros cr io llo s de Via n a ,
a pareció en 1896. D e sp u és nos obsequió con G urí y
Gaucha. L a r e v o lu c ió n de 1904 dió m otivo á las a n é c ­
dotas y á las d escrip cio n es del libro de com bate Con
divisa blanca. Á raíz de la luch a que se cierra con el
ch oque ciclóp eo de M asoller, el p o lític o d e s ilu s io ­
nado y el narrador ilustre e m igró á B u e n o s A ir e s ,
d ed icá n d o se á escribir em peñosam ente para el teatro
y para la prensa, lo que le ha va lid o más de un r u i ­
doso t r iu n f o sobre las tablas y lo que dió lu g a r á
la p u b licació n de la serie de cu en to s que se titu lan
M acachines, Y u y o s y L eña Seca.
E s indudable que Javier, en sus últim as obras, ha
usado y abusado de su f a c i lid a d ; pero ¿cóm o im p e­
d irlo y por qué rep ro ch á rselo ? L o prim ero es v iv ir ,
dicen los biólogos, y Ja vier de V ia n a v iv e de su
pluma. U n cu en to semanal, y en ciertas ocasiones,
cuando apura la vida, qu ince por mes, qu ince p e n ­
sados á toda prisa y escritos los qu ince sobre el tam ­
bor. Y o , por mi parte, no censuro y sí aplau do tan
noble aflue n cia , porque es p re fe r ib le una mala p ágin a
que una mala acción, siendo so rpren d en te que, á d es­
pecho de su devoradora fecu n d id a d , lo p rim oroso su ­
perabunde en la labor feb ril de Ja vier de V ia n a .
¿ A c a s o son p erfec ta s todas las pá gin as de los libros
que nos envían los in g en io s de E u ro p a ? D e n in g ú n
modo. En cada libro, galo ó inglés, lo m e jo r es lo
escaso y lo sin mancha lo ex cep cio n a l, pues recibo
vo lú m en es sin más laureles que tres son etos y he
podido observar que son m u y pocos los n o ve lista s
que cuidan de su estilo como cuida las galas de su es­
tilo P ie rr e de Cou levain .
A mí no me placen los pen d o listas que se pasan
meses y meses p erfila n d o un trazo. E s indispen sable
m adurar la idea; pero no es co n v en ien te batir de
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
75
co ntinu o la fra seo lo g ía , porque, á fu e r z a de c o n tr a ­
danzas, la fr a s e o lo g ía se co n v ie rte en in d ig e s ta y e m ­
palagosa espuma. H a y pocos estilo s como el estilo
prim oroso, agu d o y fa m ilia r de G y p .
P o r otra parte, cuando se tienen garras, la idea, —
nueve m eses llev a d a en el cerebro, — sale á la vid a
como los niños de salud v ig oro sa , sin necesid ad de
que el recién nacido se d eposite en u rn a de cristales,
repleta de a lg o d o n es fin o s y alcan fo ra do s. Y o creo
en el tra b a jo ; pero en el trabajo v a ron il, h ercúleo,
copioso, fec u n d a d o r, sin a fe ite s de m u je r z u e la que
aminoren su brío, porque no e s to y se g u ro de que la
obra que en can ta á mi tie m p o sea la que ca u tiv e y
la que apasione á la posteridad. D em os m uch o á los
pósteros, para que e lija n con a rr e g lo á sus cánones y
p red ileccio n es, sin p reo cu parn o s de f ilig r a n a s que el
tiem po d esm en uza con sus d ie n te c illo s de gusan o pur if ic a d o r y se p u ltu rero , reco rd and o co n tin u a m e n te
que si P r e v o s t d ’ E x i l e s no h u biera escrito novelas
á destajo, es m u y posible que se hubiesen quedado
dorm idas en el tin te ro del laborioso abate las p ágin as
eternas de su M anon L esca u t.
P o r eso admiro, ju z g á n d o la útil y h abilidosa, la
fe c u n d id a d de los narrad ores como V i a n a y de los
poetas como A n g e l F a lco . L a v id a se va. L a v id a
h u y e lo mism o que un ave de presuroso vuelo. O v i d i o
dice, con m u ch a e x a c t it u d y m u ch a herm osura, en
sus M eta m o rfo sis:
Ipsa quoque adsiduo volvuntur témpora motu,
Non secus ac flumen: ñeque enim consistera flumen,
Nec le<vis hora potest; sed ut unda impellitur unda,
Urgeturque prior •veniente, urgetque priorem ;
Témpora sic fugiunt pariter, pariterque sequuntur
Et nova sunt sem ter; nam quod fuit ante, relictum est;
Fitque, quod haud fuerat, momentaque cuneta novantur.
76
H ISTO RIA CRÍTICA
E s cierto, sí. L o s siglos, en su entero correr, ruedan
v e rtig in o s o s . L a hora ligera, el r ío del tiem po, no
puede detenerse. L a ola em p u ja á la ola. L a que si­
gue ocu pa el sitio de la que va delante, como ésta
ocu pó el sitio de su predecesora. D el mism o modo los
m in u to s h u yen, se suceden y son siem pre nuevos. E l
instante que fu é y a nun ca será, pues co m ie n za el
instante que no existía, y todos los m om entos se r e ­
nuevan velo ces, sin in terru p ció n , sin descanso, sin
fin, como una lín ea de im p erc ep tib le s pu nto s que
rueda y que se pierde en lo ilim ita d o y en lo m is te ­
rioso de la eternidad.
E s cierto, sí, y por eso es útil a p ro ve ch ar las h o ­
ras que pasan v e lo císim a s para no v o lver, ponien do
sobre el dorso de cada una de esas horas fu g a c e s un
pensam iento noble, un p rop ósito alto, una p á gin a h e r ­
mosa, una acción viril y ard ien tem en te honrada.
¡O b rero , á tu tarea! ¡L a b ra d o r, á tu su r co ! ¡L ite r a t o ,
á tu plu m a ! ¡E s c r ib e hasta que sientas que el e ste r­
nón te duele y que las áureas e sp iga s de tu cerebro
se han c o n c lu id o ! ¡ A trabajar con bravo tesón y con
los o jo s puestos en lo porvenir, J a vier de V i a n a !
Campo, cu y a se gu n d a ed ición fu é dada á lu z en
1901, es un libro de más de d oscientas no venta pá­
ginas. E d itó s e por los talleres de don A n t o n i o Barreiro y Ramos. C o nsta de once cu en to s ó n a rra cio ­
nes por las que c ir cu la un gran soplo de vida, un
enorme soplo de realidad, siendo m u ch as las bellezas
retóricas de aquel estilo sin g u la r m e n te g r á f i c o en
la d escrip ció n de los paisajes y en la d escrip ció n de
los caracteres. M an du ca M atos, — el g u e rr ille r o p a ­
triota y setentón, que no quiere saber de p o lítica ni
de revueltas, alejado de la lucha de los partid os “ por
las m uchas d ecepcio nes que le h iciero n j u z g a r igu a les
á todos los hombres y á todas las causas’’, pero que
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
77
ren u n c ia á sus p ro p ó sito s de retraim ien to , cuando le
hablan de que los hombres de s a c r ific io s deben ir al
com bate “ sin m ed ir d ific u lta d e s , sin contar escollos,
sin p rese n tir derrotas, hasta caer e n vu elto s en la ban­
dera de sus a m o res” , — es un héroe igu a l á m uchos
héroes que y o he conocid o, que v iv e n aún, que dudan
del triu n fo , que nada esperan de la v ic t o r ia y que
cru za n los tréboles es g r im ien d o su lan za por amor al
deber, por so lida rid a d con el c r io lla je que a c a u d illa ­
ron en los tiem p os laconios, y porque co nsidera n una
cobardía d eja r que va y a n solas al m atadero las h o r ­
das gauchas, aquellas m u ch ed u m b res á las que viero n
“ desnudas, fa tig a d a s, hambrientas, d esca rg a r sus i r a ­
cundias sobre el en em igo, y v e n cer al número, á la
d isciplin a , al arm amento, á la pericia, con sólo el em ­
p u je de su va lo r y la fie r e z a de su p a trio tism o su ­
blim e.”
Á ese cuento, que se t itu la U ltim a campaña, sig u e
un cu en to titu la d o E l Ceibal. E m p ie z a hablándonos
de un ran ch erío de adobe y tech o de p a ja brava, ran ­
ch erío del que se sale por tres senderos, uno de los
cuales, más ancho y trilla d o que los otros dos, nos
co nd u ce á un arroyo.
— “ E l a rro yo es todo un portento. N o es hondo,
ni r u g e ; porque en m u ch as legu a s en co nto rn o no
h a y elevación más g ra n d e que la protu bera n cia donde
asientan los ranchos que m encionam os. L a lin fa se
acuesta y corre sin rumor, fr e s ca como los cam alotes
que bordan sus riberas, y pura como el océano azul
del firm am en to. N o h a y en las m árg en es enhiestas
palm as represen tan do el o r g u llo fo resta l, ni secos c o ­
ron illas sim bo lizan do la fu erza, ni ramosos g u a y ab os
y vira ro s co rp ulen to s, o stentación de opu len cia. E n
cambio, en m u ch os trechos, vense h u n d ir sobre el
haz del agua, con m ela n có lica pereza, las largas, fi-
H IS TO RIA
78
CRÍTICA
ñas y fle x ib le s ramas de los sauces, ó e x ten d erse
como culebras que se bañan, los pardos sarandíes.
Tras
esta
prim era
línea,
vien en
los
saúcos,
b lan­
queando con sus racim os de m enudas flo r e s ; los ñang ap irés con su pequeño fr u to e x q u is it o ; el arazá, el
gua y acán , la som bría aruera, los g allard o s ceibos c u ­
biertos de g ra n d es flo re s rojas, y aquí y allá, por
todas partes, enroscándose á tod os los troncos, t r e ­
pando por todas las ramas, m u ltitu d de en redaderas
que, una vez en la altura, dejan vo lu p tu o sa m en te p e n ­
der sus ramas, como d esnudos brazos de bacante que
duerm e en una hamaca. L o s árboles no se oprim en,
y á pesar de sus fec u n d a s fro n d esce n cia s, caen á sus
plantas, en fr a n ja s de luz, ard ien tes r ay o s solares que
besan la abundante yerba y arrancan r e fle jo s dia­
m antinos al m ontón de hojas secas. H a y allí sitio
para to d o s: entre el césped corren a leg res las la g a r ­
tija s p er sig u ie n d o esca ra b a jo s; en el boscaje, m ir ía ­
das de pájaros suspiran sus amores á la puerta del
nido, sin tem er para ellos el tiro cu y o retum bo nunca
o yero n, ni para sus h u evo s ó su prole, la cu rio sid ad
traviesa de c h ic u e lo s que sólo aportan por aquellos
parajes para co g e r una in d iges tió n de pitangas. L a s
m ariposas de su tiles alas irisadas vuelan por todos
los sitios, y zum ban los insectos rozan do hojas y
libando flo r e s ; y allá en la cinta de agua, que parece
un esmalte de nácar sobre el ve rd e monte, duerm en
las tarariras flo ta n d o de plano, saltan las m ojarras
de relu cien te escama, cruzan serpenteando ve lo ces
pequeñas cu leb rillas rojas que sem ejan m ovibles t r o ­
zos de coral, y de cuando en cuando, con rápido vu elo
sig ilo so , un m artín - pescador p r o y e cta su sombra,
rompe el cristal con su larg o pico, y se alza en se ­
g uid a co n d u cien d o una presa. D u ran te las siestas,
cuando se incendian
las lomas con los chorros de
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
79
fu e g o del sol de estío, van los mansos rocin es á d o r ­
m itar á la fres ca sombra de los á rb o les; y para que
nada falte, y h a y a siem pre m a n ife s ta cio n e s de v id a
en aquel m ara villo so paraje, de noche, cuando la luz
se apaga y los pájaros enm udecen, en ciend en las l in ­
ternas sus d im in u to s fanales y entonan las ranas sus
m onótonas ca n tu rria s.”
E n aquel paraíso viv en , qu eriéndose, una m oza de
hábitos va ro n iles y un m ocetó n fo rn id o , pero lleno
de tim id eces cuando m ira á las hembras. Ju sto es
decir que P a tr ic io , con su querer, no sa tisfa ce á Clota,
p r o v o c ativa y cálida, audaz y de v o lu p tu o so te m p e r a ­
mento, aunque ésta se conform e, á pesar de la fiebre
que arde en sus venas, con ser o fic ia lm e n te la novia
de aquel g au ch o de m aneras torpes, “ que co n v ersa
poco, su sp ira m uch o y no se ríe nunca.”
De pron to v u e lv e al pago L u c ia n o R obled o. V u e lv e ,
después de va rio s años de ausencia, llen o de g a l l a r ­
días, d ecid o r y alegre, bailarín airoso, con m alicias
en el le n g u a je y décim as amorosas en la guita rra.
P a t r ic io tiene celos, celos m o r tifica n te s, celos c r u e ­
les; pero la m oza le tra n q u iliza con su a fectu o s id a d ,
y el n o v ia z g o sigue, sig u e tan tibio como de co stu m ­
bre, á pesar del cariño sin cero y grande que al bueno
de P a t r ic io le inspira Clota.
¿Q u é pasa despu és? P a s a que P a t r ic io so rprend e
á C lo ta sobre la grama, ve n cid a por los lú b rico s de­
seos de L u c ia n o . P asa que P a tr ic io , o p rim ien d o en
la diestra la daga desnuda, qu isiera h uir para no
matar. P asa que P a t r ic io hace ruido al retroced er,
en con tránd ose los ojos de P a t r ic io con los de L u c ia n o
y los o jo s de Clota.
“ L o demás fu é un relám pago.
“ L u c ia n o retro ced ió atónito y C lo ta inten tó le v a n ­
tarse ; pero él de un za rp a zo fe r o z la co g ió de la
8o
H ISTO RIA CRÍTICA
r e v u e lta cabellera y
respo nd ió
con una m irada de
rencor in f in ito y de d esprecio sin lím ites á la m irada
a n g u s tio s a que ella le d ir ig ió im ploran do m is e r ic o r ­
d ia ; y dando un r u g id o sordo, que ten ía más de bes­
tial que de humano, h u nd ió repetida s ve ces la daga
en el p ech o y en el v ie n tre de la joven.
”La
i n f e li z
ca y ó bañada en san gre y
estuvo un
co rto rato agitán d o se en terrib les co n v u lsio n e s.
"C u a n d o quedó exánim e, ten d id a boca arriba sobre
el co lch ón de gram a y h ojas secas, el g au ch o co n tem ­
pló tranq uilam en te aquel herm oso rostro pálido, a q u e­
lla boca entreabierta, aquellos grand es y anchos o jo s
negros. D e sp u és levantó la m irada y la f i j ó dura y
am enazante en su rival, quien durante esta corta e s­
cen a había perm an ecid o quieto, en m u d ecid o por el
terror. A l v e r la a ctitu d de P a tr ic io , no dudó L u ­
ciano que le había lleg a d o su turno, que la ve n g an za
se cebaría en él con en carn izam ien to , con saña, con
la cru eld a d del fe lin o en fu re cid o . E l in stin to de c o n ­
servación m oviólo á la d e fe n sa ; y casi sin darse cuenta
de lo que hacía, echó mano á la p isto la que llevaba
en la cintura.
" P a t r ic io lo d etu vo con un ademán brusco, diciéndole al propio tiem po con vo z ronca y entonación
altanera é im p era tiva :
— ’ ’ ¡ G uardá
t e n g o nada.
no más tus a r m a s ! . . .
Con
vos no
” P álido, temblando, sin lo g ra r e x p lic a r s e aquella
inesperada m agnanim idad, L u c ia n o tartam u d e ó:
— ” ¿ P o r qué á ella y no á m í !. . .
— ” ¿ Á vos, por qué? — p reg u n tó P a tric io .
” Después, en un segu nd o de suprem a cólera, f u l ­
gurand o los ojos, a g r e g ó con el inmenso desdén del
varón fu erte que puede h erir y no quiere, que puede
matar y p e r d o n a :
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
— ” j D e sg ra c ia o
el co ju d o
81
que ve y e g u a s y
no
re lin ch a !
” Y lu e go , m ientras su rival quedaba como p e t r i ­
fica d o ju n to á un ceibo, él a rro jó la daga, dió media
vu elta, se a lejó lentam ente, tranq uilam en te, soberbio,
altivo , doblando las ramas con su pecho robu sto.”
.
N o entraré en detalles, co nten tánd o m e con llam ar
vu es tra atención sobre la h o nd ura de dos m om entos
p s ic o ló g ic o s : aquél en que P a t r ic io qu iere r e t r o c e ­
der, im p id ién d o selo las m iradas de la m oza en la s ­
civia, y aquél en que se n ieg a á batirse con su rival,
en cerrand o en una se n ten cia la fil o s o f í a cam puza de
sus instintos. ¡ E s la tra ició n de C lo t a que e x p lo tó
su bondad y su co nfia nza , lo que e n sa n g rien ta la
mano de P a t r ic io ! ¡P a t r i c i o , que conoce la le y de la
soledad lu ju r io s a y libre, h alla que es natural y h o m ­
bruno el a trev im ien to t r iu n fa d o r de L u c ia n o !
¡ Y P a t r ic io a c u c h illa por segu n d a vez, co m p ará n ­
dola con las y e g u a s m ord id as por el celo, el vie n tre
desnudo y ardoroso de C lo t a !
N o me detend ré en los d etalles que herm osean el
cu en to llam ado ¡ P o r la causa! — E s e t ít u lo es una
suprem a ironía. — N o h a y nada tan am argo como la
risa b u rlo n a y triste de la verdad. Se trata de las
eleccio n es de rep resen tan tes en un p u eblito de la
campaña, eleccio n es con acom pañam iento de asado
g o rd o y de torpes codicias. Si e x c e p tu á is á don L u ­
cas Cabrera, — un idó latra de O rib e y de A p a r ic io , —
c u y as en erg ía s quebró la a dv ersida d y que no cree
en los gau ch o s que no saben rend ir un potro, ni en­
lazar un no villo, ni robar una china, ni andar á d a ­
gazos con la m ilic a d a ; si e x c e p tu á is á don L u c a s
Cabrera, que p r e fie r e las lanzas á las balotas y el
cerro al atrio, soñando con el co raje de B a sta rrica
y con el t r iu n f o de S e v e r in o ; si e x c e p tu á is á don
6. —VI.
82
H ISTO R IA CRÍTICA
L u c a s Cabrera, en riq u ecid o por el trabajo, que no
sabe leer ni escribir, que ama el color azul, que goza
palp an do v e llo n e s finos, y que en cu entra p lacer a s is ­
tie n d o á las carreras de p in g o s c r io llo s ; si e x c e p ­
tuáis á don L u c a s Cabrera, que fía poco en las g e n e ­
raciones que su cediero n á la g en era ció n v e n cid a en
P ay sa n d ú , á la g enera ción
que batalló
con
F lo r e s
y con T a m a n d a r é ; si e x c e p tu á is á don L u c a s C a ­
brera, los pro ta g o n is ta s del tercero de los cu en to s
de Campo son el capitán R o ja s y el capitán P anta.
E s te cuento, como las tra g e d ia s esqu ilian a y sofóclica, tiene su coro. E l coro lo co n s tit u y e la m u lt i ­
tud de fa z dura y seca, que acude al s u f r a g io armada
con fa co nes y con pistolas, cu y as culatas b rilla n á
los r a y o s del sol. E l coro es uno de los m ejo res ras­
gos de la sa n grien ta ironía del títu lo.
" A q u e l lo s pardos, aquellos m ulatos, aqu ellos n e ­
gros, aquel g a u c h a je a nalfab eto y semi - bárbaro no
podía tener co n cien cia de sus actos, no podía ir por
vo lun tad prop ia á e le g ir representantes. ¿ Q u é sabían
ellos lo que eran represen tan tes, cuál su m isión, c u á ­
les sus d e b e r e s ? . . . ¿N i qué les su ponía á ellos que
fuesen zu tano ó m engano, si nada habían de ganar
con esto? ¿ Q u e el país m archaba m ejor ó p e o r ? . . .
¿ Y q u é . . . De los cin c u e n ta y tantos hom bres que
iban á votar, cu aren ta por lo menos no tenían, á pesar
de ser jóvenes, otra am bición que se g u ir v iv ie n d o
como a g reg ad o s en el rancho ó como peones en la
estancia del patrón ó del amo. Y como el patrón ó
el amo les habían dicho que fu eran y les habían
dado alpargatas, camisas ó bombachas nuevas para
que se presentaran con decencia, allá iban, in co n s­
cientes, sin entusiasmo, sin ideal p o lítico , sin fe en
un t riu n fo que no les alcan zaría y sin tem er una
d errota que no había de p e r ju d ic a rle s .”
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
83
¿ Y los otros? O i d :
“ C a sim iro R o ja s hablaba poco y observaba m ucho.
D e ese m odo había lo g ra d o borrar su o r ig e n y o c u l­
tar su pasado. D el g au ch o de m aletas, p in g a jo s o y
vagam u nd o, a fe c to á com padradas y rico en refranes,
restaba m u y po ca cosa. H abía ado ptad o una g r a v e ­
dad a ltiv a de p erso naje p o lític o y usaba frases a p re n ­
didas de m em oria y palabras m isterio sa s de gran
e fe c to entre el g au ch a je , leídas en los diarios ú oídas
al cura ó al b o tic a r io del pueblo, españoles rehacios
con p u jo s litera rio s que hablaban por C ervantes, a p li­
cando en todo los pasajes del Q u ijo t e , com o se n ten ­
cias bíblicas, in fa lib le s é inapelables.”
C u and o Cabrera le dice á R o ja s que no quiere en­
redarse con la p o lic ía para se rv ir de escala á los d o c ­
tores de M o n te vid e o , R o ja s titu b e a y baja la fren te.
“ E l gan adero ten ía razón, y R o ja s lo c o m p re n d ía ;
para el g au ch o semi - bárbaro, m ald ita la ve n ta ja que
había en que fu e r a d ip u ta d o fu la n o ó m e n g a n o ; y.
en cambio, los in co n ven ie n tes de in m iscu irse en t r a ­
bajos electo ra le s eran m uchos. P e r o para el capitán
y para otros m u ch os como él, que nada arriesgaban
y podían obtener algo, la cu estió n presentaba un
c a riz d is tin to .”
R o jas, c u y o interés es a n ta g ó n ico del interés que
m ueve á Cabrera, a ca u d illa á su g ru p o y acude á las
urnas. P a n ta Góm ez, el com isario que tram pea vo tos
y lle v a el k ep is echado sobre la oreja, sig u e ceñudo
todos los m ov im ien to s del capitán- R o jas. R o ja s c o m ­
prende que se a p ro x im a la tem pestad. R o ja s está pá­
l id o ; pero resuelto, siendo casi herm oso con el as­
pecto bravio y duro que la raza na tiva da á sus c r ia ­
turas.
“ ¡ É l co no cía bien al indio P a n t a ! ; lo co no ció m u ­
ch ach o cuarteando d ilig e n cia s, d escalzo y m edio d es­
84
H IS TO RIA CRITICA
nu d o; lo co no ció después, cuando m atrereaba á causa
de un robo de ca b a llo s; lo en con tró más tarde en la
fro n tera del B rasil, contraban deand o tabacos y a r ­
mando escándalo en las j u g a d a s . . .
¡ Y ése era c a p i­
tán ahora! ¡ y com isario de p o l i c í a ! . . . ¡ Y en cambio
él, p e rten ec ie n te á una fa m ilia rica, rela tiva m e n te
educado, lleno de sa cr ificio s, ve g eta b a en la i n d i f e ­
rencia, com ía mal y de limosna, ve stía con pobreza,
y no andaba sucio y rotoso m erced á su p r o li ji d a d ;
y no tenía h ogar, y su cu erpo en ferm o, trabajad o
por los años y las privacion es, por las intem peries,
por los soles a rd ientes de los veranos y las llu v ia s
fr ía s de los inviernos, no tenía sino un m iserable
catre, en el cuarto de a lg ú n amigo, para reposar en
las noches, esas largas noches sin sueño pobladas de
tris tes r e fle x io n e s y m ed ita cion es d olo ro sas! P o r
otra parte, el o r g u llo del g au ch o valiente, esa r e ­
pu tació n de guapo que desaparecería en la prim era
“ a fl o j a d a ” , a g u ijo n eáb alo im pulsán do lo al a b i s m o . . .
Pero, ¿por qué desesperar a s í ? . . . A c a s o sus d esco n ­
fia n zas fu eran in fun da d as y posible el t r iu n f o ó
cuando menos la luch a.”
R o ja s quiere entrar en el rancho donde se v e r i ­
fic a la vo tació n y P an ta se lo im pide r u g ie n d o de
cólera. B r i ll a una daga y relum bra un sable.
“ O y ó s e un gran cla m o reo; inmenso tropel llenó el
patio ; los hombres corrían y se g olpeaban luchando
por lleg a r prim ero á sus ca b a llo s; b u fa ro n éstos asu s­
tad o s; m uchos reven tan do riendas y cabestros e m ­
prendieron la fu ga, g olpeand o los g rand es estribos
de cam pana y sembrando recados por el ca m p o; y
cuando P an ta Góm ez, h erido en el vien tre, gritaba
desde el suelo á sus so lda d os; — ¡M a te n ! ¡m a te n ! —
y R o ja s á su vez caía bajo los g o lp es de sable v o m i­
tando alaridos, el capitán G arcía montaba su caballo,
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
85
y al trote, m u y tranquilo, salía rumbo á la sierra.”
E n los insultos h ay a lg o de hom érico. R ecord ad
lo que d ije en el ca p ítu lo preced en te. — ¡P a ra te , tro m ­
peta ! — ¡D a t e preso, sarnoso! — A g a m e n ó n , en la
Ilíada, le g rita á A q u i l e s : — ¡B o r r a c h o , que tienes
cara de perro y co ra zón de l i e b r e !
N o hablaré de La vencedura, ni de L a Trenza, ni
del estu d io p s ic o ló g ic o titu la d o E n familia. L a s tres
narraciones, como la d enom in ada P e r s e c u c ió n , me pla ­
cen por herm osas y bien constru idas. T a m p o c o h a ­
blaré, aunque me g u sta más que los an terio res por
la a rtística n a tu ra lid a d de sus d iálogo s, del cu en to
que trata de L o s amores de B e n t o s Sagrera. T eru -tero
se me a n toja de p r o g e n ie rom ántica, á despech o de
las p in cela d as de las civ ia y ve rism o que h a llo en sus
detalles, siendo más v iv id o y m ás de la tie rra P á ­
j a r o - B o b o ; pero á mi v e r el más sustancial, el más
trascend en te, el más d ig n o de estu d io es aquel que
se llam a j r de Marzo.
V i a n a es un p r o fu n d o co n o ced o r de los d olores
y las miserias, de los v ic io s y las v ir tu d e s de nuestra
campaña.
Todo
lo
p in to re sco
y
p ecu liar
del decir
gauch o, su núm en lo v ie r te con fá c il donosura en
retó rico s moldes, y h ay en sus paisajes cú r v e o s de
loma, olor á za rza l y m u rm u llo s de río. Sus hom bres
y sus cosas son de la patria, que no es un co ntinen te
ni m edio continen te, porque mi narrador tiene sobra
de in g en io para caer en tamañas torpezas. Su patria
es la de aquí, la de los co rto s lím ites, la de los
m arcos por el
las costas del
de lo añejo y
serranías con
cielo del no rte y la de los tum bos por
sur, la que se está fo rm and o con zum os
con tra n splan tes ultram arin os, la de las
suelo de p iza rra y la del m em brillar
donde los c h u r rin c h e s se peinan al sol. L a s patrias
pequeñas son las más queridas, ha d ich o M ich elet.
H IS TO RIA
86
CRÍTICA
E n las patrias, que son en ex ceso grandes, lo r egio n a l
es tra n g u la á lo nacional, y por eso en la h isto ria no
echaron fr u to los m a g n íf ic o s sueños de G a rlo -M a gn o,
como no echaron fr u to los d elirios esplend oro so s de
B o n a p a rte y de Sim ón B o lív a r .
Ja vier de V ia n a , apegad o al terruño, no es sólo un
narrador de cosas del terruño. N o se sa tisfa ce d es­
cribiend o d eclives, f o t o g r a fia n d o ombúes, ó tom ando
nota de los d ich os y los hábitos que se van. U n a
idea bulle, como un m u rm u llo en tristeced o r, en el
fo n d o de las bellísim a s pá gin as de Campo. Campo
es un llo ro que cae sobre nuestras cam piñas fa lta s
de c u ltu r a ; c u y o va lo r e x p lo ta n las am b icio n es de la
ciu d a d ; en que tru en an el ca u d illo y el co m is a rio ;
en que las dos g o lilla s, en lu g a r de ilu stra rle y de
redim irle, p rolo n g an el atraso y la serv id u m b re del
lab rieg o v i c i o s o ; en que la le y de los in stin to s b r u ­
tos sig u e siendo la le y suprema, á pesar de los n o ­
bles y co n tin u o s avances de la lo co m o to ra y el h ilo
t e le g r á fic o .
Y o no co no zco nada más p ro fu n d a m e n te a le c c io ­
nador que el p en ú ltim o de los cu en to s de Campo.
C iprian o, el m ozo d espierto y culto, se a listó en las
fila s de la revo lu ció n . E r a ló g ic o y ju s t o que así
lo hiciera.
“ G o bierno s de motín, g obiern o s de cuartel, g o b ie r ­
nos de fraud e que se sostienen co rro m pien d o, l l e ­
van en la entraña el germ en del despotism o, el in s ­
tin to de la tiranía. Y desde luego, la revo lu c ió n , la
fu erza contra la fuerza, se indicaba en nombre de los
p rin cip io s sagrados, en d esa gra vio del derech o ab­
soluto y en obsequio á la libertad, una, única, in d i­
visible, inalienable é im p re s c r ip tib le ; en obsequio á
la libertad, ante to d o ; á la libertad abstracta, á la
libertad símbolo, á la libertad fin, á la libertad de
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
87
K a n t, que la co nsidera como único anhelo del h o m ­
b r e ; á la lib ertad de F ic h te , quien sólo por ser in s­
tru m ento de la libertad, co nsidera sagrado al h o m ­
bre.”
De pronto L u c ia n o descu bre que, bajo las carpas,
n in g u n o sueña con la libertad. L o s unos obedecen á
su am bición y los o tro s á su instin to de vagab un daje.
E s t á solo, co m pleta m ente solo, más solo que los le o ­
nes en m itad del desierto. A l l í , y lo m ism o le s u c e ­
diera si m ilita ra en el otro grupo, “ tod o le era e x ­
traño, opuesto, an tag ó n ico . N in g u n o de aquellos
hombres se le p a re cía; jam ás sus ideas alcanzaban
un mism o n i v e l; nun ca el carácter im presion able del
jov en in telectu al halló resonancias en los caracteres
duros de aquellos hombres incu ltos, sólo sensibles
al encanto del placer m aterial.”
C ip r ia n o duda, m ed ita y se acobarda. Y a no le
sostiene el amor á una idea. L o s su y o s tam poco s ir ­
ven para gobernar. L o s capaces son o p o rtu n ista s y
u tilita rios. L o s generosos, la carne de cañón, gro se ro s
é inco n scien tes. Y C ip rian o , arrepen tid o , se deshace
en lág rim a s vien d o á otro m ozo de su m ism a po sició n
social, de su m ism a cu ltu ra, de su m ism o desinterés,
de sus m ism as p u rezas de pensam iento, m orir con los
in testin o s rotos y ch o rreand o san gre sobre la y erb a
de la campiña, le jo s de los m im os y las qu ietu d es
del h o ga r paterno, g rita n d o sin cesar con el más ob­
sesionante de los a la rid o s:
— ¡C ó m o me d u e l e ! . . . ¡cóm o me d u e l e ! . . .
b a r b a r id a d ! . . . ¡ M am ita, qué b a r b a r id a d !
¡Q u é
E v it e m o s cu idad osam en te las co nfusion es. Y o creo
en el s u fr a g io y creo en la v i r t u d de la rebeldía. Si
en cu en tro a lec cio n ad o r el lib ro de V i a n a es porque
aprendí, á costa de mi reposo, que los p o lític o s sin
co n v ic c io n e s firm e s y las m u ch edu m bres analfabetas
88
H ISTO R IA CRÍTICA
no sirven ni para la rebeldía ni para el su fra g io . P r e ­
g u n ta r le al s u f r a g io lo que va á p r o d u c irn o s ; pesar
el deber en la engañosa balanza de la o p o r tu n id a d ;
no v e r en la rev u e lta la razón últim a, si no la p e r ­
petua razón de las fa ccio n e s d esalojadas, y o no diré
que no sea p r á c tic o y cómodo, pero sí diré que no
es la po lítica que co nviene á los hom bres honestos.
M is o pin ion es no crean las circu n sta n cia s, pero t a m ­
poco depen den de ellas, porque mi deber y mi de­
rech o son los mism os siem pre, sin que la derrota me
libre del fa rd o del prim ero ni am engüe la santa p o ­
testad del segundo. ¡G u ía s u tilita r io s y m u c h e d u m ­
bres ciegas, vo sotro s dais va lo r á los lib ro s tris te s y
aleccion ad o res, á los libros que se parecen al prim er
libro de Ja vier de V i a n a !
III
E n Campo h ay dos especies de cu en to s: los de co s­
tum bres y los que podríam os llam ar de ten d en cia p o ­
lítica. Nos hemos d etenid o en el exam en de los s e ­
gundos, porque ellos ponen de m a n ifie sto lo su til de
la p s ic o lo g ía de nuestro narrador, sus p r o fu n d a s o b ­
servaciones de s o ció lo g o d esengañado, sus p e r sp ic a ­
cias de hombre que sabe ver y j u z g a r sin que le c i e ­
guen el cariño ni la leyenda. R eservábam o s el análisis
de los que llam arem os cuen tos de costu m bres para
a p lica rlo al estu d io de Gurí, M acachines, Y u y o s y
Yerba seca, que no son in ferio res, como labor a r t ís ­
tica y fo to g ra fia d o r a , á los cu en to s de Campo, á pe­
sar de que lo ex ce s iv o de su fa cilid a d p e r ju d ic a en
ocasiones al numen creador y al pinto resco estilo de
Ja vier de Viana.
G urí apareció en iqoi. Consta de siete cuentos, de
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
89
tre scien ta s pá gin as y fu é editado por los tallere s de
don A n t o n i o B a r r e ir o y Ramos.
G u r í es un cam pesin o enam orado a pasionadam ente
de la lla n u ra v ir g e n .— “ Su fa z,— de una b elle za severa
y g ra ve de bron ce a n tigu o , — se asem ejaba á esas
estatuas m odeladas para el silen cio de los parques
agrestes. Su s o jo s grandes, — que tenían el color y
el b rillo de la piel del lobo de mar, — parecían m irar
hacia adentro, en la obstinad a in m o v ilid a d de las
razas co nclu ida s, para quienes no ex iste el p o r v e n ir ;
alm as cr ista liza d a s que m iran con h o rro r la lín ea
cu rva y se e x tasían en la co n tem p lac ió n de la m ism a
fo rm a g e o m é tr ic a r ep etid a al in fin ito . Su boca, an­
cha, con labios fin o s y duros, tenía la o r g u llo s a a l ­
tivez, el co n ce p tu o so desdén de la boca charrúa, que
no co no ció jam ás las g racio sas co n tra cc io n es m u s c u ­
lares de la risa. Y en su boca, en su lín ea sobria y
adusta de aquellos labios desco lorido s, estaba p i n ­
t a d a , — más que en el resto de su fison om ía, — la ta ­
citu rn id a d de su carácter, la ten d en cia o rg á n ic a al
aislam iento, al in d iv id u a lis m o tenaz, ind óm ito y r e n ­
coroso, siem pre d isp u esto á quebrarse en ondas es­
pum osas contra el peñón de los co n v en c io n a lism o s
so cia le s.”
A q u e l ca rácter no ha sido hecho para la ciudad.
H a sido hecho para el p o tril p erfu m a d o y llen o de
sol, donde la o v e ja rum ia p r ó x im a al ran ch erío de
color g risá ce o y en cu y o m uro en flo r a n los pequeños
ja z m in e s de color de leche.
E l paisanito, de cara in fa n til y de poca estatura,
pien sa en su pago m ien tra s se d ir ig e á la v i l l a de
T r e i n t a y T r e s.
“ A m ed id a que avanzaba, el g a u ch ito iba pensando
en el pago ausente. N u n c a le había sido grato el p u e ­
b lo ; jam ás en con tró en can to fu era del campo in ­
go
H ISTO R IA CRÍTICA
menso, rebosante de luz, de las c u ch illa s sin término,
de los va lle s dilatados, de las ru g o sa s serranías, los
ríos bram adores y los bosques salvajes. N o c o m p re n ­
día cómo, ni para qué habría el hombre de tro ca r la
gra n v id a libre del despoblado, por la v id a a x f i x i a n t e
de los cen tro s urbanos. N o había amado nunca v i v ir
en los p u eb lo s; pero en a quellos m om entos y en el
especial estado de su ánimo, la v illa se le antojaba
aun más d eprim en te y triste. ¡ Q u é d if e r e n c ia entre
la soberbia noche de los campos, que, borrand o d e­
talles, d eja en el alma la im presión de lo colosal, de
lo ilim itad o, y esa m ísera noche del v illo r rio , esa
sombra co n fin a d a entre m u ra lla s y em pequ eñ ecid a
por la ind ecisa luz de los fa roles á p e t r ó l e o ! ”
E l amor que G u r í siente por el campo, se ex p lica
si atend éis á la herm osura del campo en que se c la ­
v a n los o jo s de G urí.
“ H ubo de andar por senda abrupta, to rtu o s a y
larga, — no más ancha de un par de palm os, — c e ­
rrada arriba por espesísim as fro n d as y o bstruid a
abajo por troncos m u erto s y zarzas v i v a s : cadáveres
de m acizos g u a y ab o s por sobre c u y o s cu erp o s secos
trepaban ju g u e to n a s las jó v en es ramazones. R o m ­
p ien do las lianas con el en cu entro y aplastand o m u s­
gos con el ca sc o ; escalando barrancos, saltan do ca ­
nalizo s y h u nd iénd ose en b a r riza le s; en redándose en
los cipos, h incándose en la espina del co ro n illa y
d esgarrán d ose la piel con la “ uña de g a t o ” , el bravo
bruto hubo de andar, por cuadras y por cuadras, en
la oscu ridad húm eda y tibia de aquel caracol s e lv á ­
tic o que al fin se abrió con un m ajestu o so pó rtico
fo rm ad o por colosales viraros. Sin em bargo, la p i ­
cada no había co n clu ido . E n m edio del bosque, en
lo más hondo, cerrado á todos los vien tos, guardado
por im ponente m uralla viv a de árboles seculares, l u ­
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
9i
cía un c ír c u lo alfom b rad o de g ra m a v e rd e y alta,
fr e s c a y lo z a n a : o cu lto y so lita r io prado donde van
á dan zar en las claras noch es de lun a las dríades
del O lim a r, la ca lan dria y el zo rza l cantan á dúo
m isterio sas m elodías, la brisa tib ia co lu m p ia el i n ­
censario del arrayán, y se in m o v iliz a el ceibo e n ­
v u e lto en su r e g io m anto escarlata, m ientras arriba,
en la cú sp id e, sobre el o r g u llo s o p en ach o del y a t a y ,—
granad ero de la selva, — d orm ita el á g u ila veland o
el reposo de la p ro le.”
E s el v ic io el que aparta al la b rie g o de su ca m ­
piña, de aqu ella cam piña s a lu b r ific a d a por los lo z a ­
nos ra m illetes del arrayán.
G u rí va al pueblo en bu sca de Clara, una m oza que
v iv e alqu ilan do su cuerpo, u na m oza c u y o semblante,
— “ de m a x ila r i n f e r io r dem asiado largo, de fr e n te
alta y estrecha, de c a r rillo s pulposos, — tenía m o v i­
lid a des desordenadas, que más pa re cían ritu s h i s t é ­
ric o s que n atu rales e x p r e sio n e s fis io n ó m ic a s .”
Clara, sin a d v ertirlo , qu iere á G u r í de un modo
egoísta, d espótico, casi bestial. Co m o todas las c r ia ­
turas “ que ch apalean en el fa n g o del v i c i o ” , aquella
im p ú d ica sien te la necesid ad de un a fe cto grande,
co rres p o n d ié n d o le de una m anera tir a n iza n te é in te ­
resada, “ com o los g lo to n e s adoran la com ida por el
p lac er que la co m id a les repo rta.”
G u rí, penetra, en tre g o zo so y a vergo n za d o , en la
h abitació n de aqu ella m u jer.
“ E l la lo miró. Su s ojos, m u y anchos, de córnea
blanca y brillante, que h acía resaltar el d isco p r o ­
fu n d a m en te n e gro de la pupila, ten ía n la m irada lá n ­
g u id a y tib ia de g ata so ñ o lie n ta ; u na m ira da cana­
llesca, innoble y falsa, sem ejante á la so n risa que el
m ozo de tie n d a tien e para todas las c lie n te s ; una
m irada p u ram en te física , un haz de lu z pasando á
tra vé s de un sistem a de len tes.”
92
H ISTO RIA CRÍTICA
P ara G u rí, — que es solam ente m ú scu lo y san gre,—
el amor es una sim ple necesidad org á n ica . G u rí, —
que gu sta de los placeres fá ciles, — adqu irió el há­
bito de v is ita r á la china cuando lleg a b a al pueblo.
G u rí, en el fondo, no siente amor, sino d esprecio
hacia la ard iente y a ltiva Clara.
G u r í conoce que aquellas vis ita s no le son p r o v e ­
chosas. G ra cias al d iabólico poder de la costum bre,
sus v ia je s al pueblo m enudean en dem asía y la p e ­
reza le va in v ad ien d o como el cipo al guayabo. Su
rodeo merma, sus vacas se van, el ocio es la ruina,
y el placer innoble es la más innoble de las e s c la ­
vitudes.
G u r í nació en la costa de uno de los río s de C erro
L a r g o . Su padre, un valiente, m u rió en el choque de
Severino . U n gaucho, a g r e g a d o y a m ig o de su padre,
le re co g ió so lícito , esp igá n d o se el h u érfan o , tac itu rn o
é indómito, en los flo rid o s cam pos de P e d r o Sosa.
E l h u érfa n o se sabía por tra d ic ió n d esce n d ie n te de
un bravo, — de un indio fo r n id o y rudo, cu y a lanza
brilló tem ible en los en trev ero s de nu estra edad caud illesc a y heroica. E l h u érfan o no quiso apre n d er lo
que su p ro tecto r le quiso enseñar, d esp recia n d o la luz
del a lfa b e to ; pero lu c ie n d o m uchas h abilid ad es y g a ­
llardías en todas las labores camperas. E r a fu erte,
como nin gu no, en la doma del potro. ¿ L e e r ? ¿ E s ­
c rib ir? E s o no hace falta para amansar baguales. ¿ E l
silabario? ¡ V a l i e n t e cosa para un g a u c h o ! ¿ L o s l i ­
b r o s ? — “ ¿ P a ra qué? Su in te lig e n c ia era inaccesible á
toda idea nueva. P ensaba y opinaba lo que pensaron
y opinaron sus abuelos, no acertand o á com prend er
por qué había de obrar de otro modo, ni por qué no
había de ser bueno y sensato lo que era sensato y
bueno en el tiem po pasado. Su o fi c i o era enlazar,
bolear, d om ar; no habría de hacer otra cosa durante
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
93
tod a su vida. ¿ L o haría m ejo r sabiendo leer y e s c ri­
b i r ? . . . Y además, él tenía un p r o fu n d o desprecio
por la g en te ilustrada, pobre g en te sin m ú scu lo, sin
en ergía, condenada á v i v ir de la astucia, incapaz y
sin fu e r z a s para a fr o n ta r la lu ch a de hombre á h o m ­
bre y cara á cara: ¡el zo rro y la co m ad reja para un
g au ch o acostum brado á lid ia r con ba gu a les de sierra
y to ra je a l z a d o !”
A q u e l carácter, neutro y pasivo, era sin em bargo
una rectitu d . A m a b a á los héroes, odiaba á los p r o ­
tervos, co no cía por in stin to las le y e s del bien y de
la verdad. P o r eso, á pesar de la tira n ía de la co s­
tum bre, d esp reció á Clara.
G urí, después de cada una de sus visitas, quería y
se jura ba regresar al pago. E l pago era, con su olor
á y u y o s y lo p o licro m o de sus h o rizo n tes, la h o n r a ­
d ez in d ep en d ien te y áspera.
“ L a p r o s titu ció n de los cu erpo s no revo lu c io n a b a
á aquel hombre, acostum brado á v i v ir en contacto
con la n a tu ra leza y á co nsiderar la ju n c ió n de los
sexos como le y natural in co n d en ab le; pero la p r o s­
titu c ió n moral, la m entira, el e n vile cim ien to , el s a c r i ­
fi c i o co n tin u o de la co n cien cia á un m iserable placer
del m om ento, m ezq uin o y e fím e r o ; la a du lació n que
p rop orcion a un m en d ru g o , y los en gaño s que o b t ie ­
nen un instante de sim patía, hacían rebelarse el alma
altiva del h ijo de las pampas, que podía aceptar todo,
menos la abdicació n de su perso n a lida d semi - b á r­
bara, y por ello sim ple y por lo tanto firm e y e s ­
table.”
E l m ozo, al fin, se resu elve á romper. E l pago le
atrae y le persig u e, por todas partes, la im agen del
pago.
“ Y tod os los d etalles del p a g o : los h o rizo n tes co ­
nocidos, las cu ch illas, los bajos, las cañadas y los
94
H ISTO RIA CRÍTICA
rodeos, las casas, los anim ales y las personas, los r o s ­
tros que se han vis to desde que se em pezó á ver, las
vo ces que se han oído desde que se pudo o ir ; la f i ­
sonom ía de los e d ific io s , los ombúes del fondo, los
paraísos del fren te, el v i e j o ceibo in clin a d o sobre las
a gu a s fa n g o sa s del estanque, los m alva v isco s del guardapatio, el m o n te cillo de abrepuño en el rodeo viejo ,
el álamo so lita rio que ostenta, como una gran giba,
un g ig a n t e nido de cotorras, á v e ces e x p u lsa d a s por
los caranchos, — los m ú ltip le s d etalles que la in d o ­
len cia c r io lla presen ta á la vis ta de va rias g e n e r a c io ­
nes, — en gen d ra n la n o s ta lg ia en el alma sim ple y
con ce n tra d a del g a u c h o .”
G u rí se d irige , por útim a vez, á la casucha donde
v iv e Clara. C la ra le recibe llorando. L a m adre de
C lara está m oribunda. G u rí no cree en el d olor de la
m u jerzu ela . Clara, en m u ch os casos, m altrató á su
m adre en p rese n cia del mozo.
“ G urí, v ié n d o la llo rosa y a f l ig i d a por la e n fe r m e ­
dad de la madre, record aba á la m adre insultada, d es­
preciada y a rro ja d a á la calle en su presencia, y en ­
contraba aquel dolor tan m entido y tan d ig n o de d es­
precio cocm o el a lb aya ld e y el carm ín del rostro.”
“ No se quiere á las personas ni se cree en ellas, sino
en sus cu a lid ad es ; y como esas cu a lid ad es cambian
día á día, hora á hora, m in u to á m inuto, en nosotros
y en los demás, ¡qué instabilidad en el ju ic io , cu án­
tas m u ta bilid a d es en la c o n c i e n c i a !” — G u rí, “ lejo s
de sentir com pasión, se d iv e r tía ; una d iv ersió n que
equ ivalía á d esprecio y un d esp recio que la persp icaz
a ven tu rera no tardó en leerlo en su sonrisa.”
Sobreviene, á m u y poco andar, la escena de la r u p ­
tura d efin itiva . El m ozo anuncia que se va para el
pago, que se va del todo y la hembra se ríe, la hem ­
bra le injuria, la hembra le latigu ea con su desdén.
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
“ D espués, como
95
Juan F ra n c is c o se hubiese qu e­
dado co ntem plán do la, ella tom ó por abatim iento su
in d iferen c ia , y ex cla m ó iró n ic a m en te:
— P ero, ¡qu é te vas á i r ! . . . P u r a lengu a, pura le n ­
g u a . . . ¡ S i tenés la cola e n t e r r a d a ! . . .
Y rió ruidosam ente.
L a frase fu é un la tig a z o para la a ltiv e z del m ozo.
Se irg u ió , la fu lm in ó con una m irada d espreciativa,
y em p u já n d o la vio len tam en te,
— ¡S a lí, b asu ra! — exclam ó.
C la ra palid eció, quedó m uda é inm óvil. G u r í pasó
por su lado sin m irarla, abrió la p u e r ta y echó á andar.
E n la calle, al a ca ricia rle el rostro la brisa fresca,
se sin tió dueño de sí y com enzó á r esp ira r con el
deleite del preso que recu p era la lib erta d tras v a r io s
años de en cierro. ¡ A l fin, al fin era lib r e ! Y o r g u ­
lloso, co n ten to de sí mismo, se puso á cantar en tre
d ientes una ca n ció n del p a go .”
L a p rim era parte del cu en to con que em pieza el
segu nd o vo lu m en de nu estro narrador, — parte e x p o ­
sitiv a tan la r g a com o hermosa, — co n c lu y e
de este
modo. L a v is ió n es clara, el p in cel veraz, p r o f u n d i ­
z a d o s la p sic o lo gía , el le n g u a je natu ralísim o , bien
ord en ad os y m u y o p o rtu n o s los porm enores.
G u r í se va porque, en la ú ltim a de sus visita s,
en cu entra r e p u g n a n te y fea á la llo rosa Clara. G u r í
se va, y C la ra se consu ela de su abandono, despu és
de llo rar de cólera y de despecho, v o lv ie n d o á su
v id a de depravación, á su v id a h abitual de v ic io y de
miseria.
Clara, poco después, sabe que su g a u c h ito estu vo
en el pueblo. U n a de sus a m igas le vió salir de casa
de Josefa. Jo sefa es rubia, atrevida, de fres co s c o lo ­
res y riv a l de Clara. C la ra ju r a rabiosam ente que el
desdeñoso se las pagará. C la ra so llo za y se d esco n ­
96
H ISTO R IA CRÍTICA
suela. ¿C ó m o ve n g a r se ? L a parda G u m ersind a , un
quiñapo hum ano que está á su se rv icio, v ien e en a yu d a
de aquel encono. E s necesario lig a r á Gurí.
C la r a se asombra. A q u e l la idea le r e g o c ija . ¿ L i ­
g a r lo ? ¡ Q u é m ejo r r ep resa lia ! ¡ A q u e l l o es lo más
sencillo , lo más ló g ico , lo más natural, lo que debe
h a cer! P ero , ¿sabrá la parda cómo se hace aquéllo?
G u m ersin d a sabe. L a su p e rstició n , las b ru jería s, los
m a le fic io s, los en can tam ien to s d e le ita n á las musas
y á las m u ltitu d es. E l g en io y la plebe se gozan
cuando dan con lo m aravillo so . P o lim e sto r , en una
de las más herm osas tra g e d ia s de E u ríp id e s , v a ticin a
la m etam o rfo s is que s u f r ir á Hécuba.
G u m ersin d a sabe y tiene á o r g u llo dem ostrar que
sabe. C on len titu d , con sosiego, con autoridad, c o ­
m ien za el relato de sus hazañas.
— “ Si y o te ju e se á contar tu ito s los que han pasao
por mis manos, sería más larg o que de aquí á las
U ropas. E l pardo A ta n a sio , no más, aquel pardo grandote y atrev id o que quedó lisiao pa tu ita la arrastrada
v id a . . . ju í y o que le eché el daño. T e le s fo r o , aquel
otro pardo del A v e s t r u z , m u y qu eb ra yó n y m u y am igo
de t r illa r le s la parva á las m u je r e s y que era lo mesmo
que caballo sin querencia, porque aura estaba con
una y mañana con otra, y ésta larg o y aquélla en­
s i l l o . . . güeno, yo ju í, y á la fec h a se lo habían c o ­
m ido los gusanos, si á mí no me hubiese entrao lás­
tim a y no le hubiese cortao la lig a d u r a . . . M e dió
una onza de oro pol s e r v i c i o . . . Serapio M a r t í n e z . . .
¿vos te acordás de S era pio M a r t í n e z ? . . . un pardo
pansón, sa r g e n to ’e la segunda, m u y g üen acordion i s t a . . . ¡P u c h a que tocaba lindo unos ch o tis y unas
m ilo n g a s de pedir agua pa regar la s a l a ! . . . G ü en o :
él tenía rilacion es con M artiniana, — que llamaban
P u n to f i j o por mal nombre, — y d ispu és le empesó
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
97
á repunar, — porque no era fiera, pero, entonces, era
su siasa mesmo, como b a jera e’ g au ch o dejao, — y le
com enzó á abrir el caballo, y com o ella no era de
maniar con la riend a, se le encrespó, y el pansón bár­
baro le m enió una de lata que la d ejó c h a tita como
fointén brasilero. L a p o b recita me v in o á ve r h echa
una lástim a y me p id ió por D io s y por la V i r g e n que
le echara a lg u n a cosa pa que v o l v i e s e ; porque, a sig ú n
se vía, los palos l ’habían aqu erenciao más. Y o le e n ­
terré la cola, bien enterrada, pero el hombre había
sido más d u r o ’e quebrar que raíz de y e r b a ’e p a ja rito
y no qu ería saber de g o lv e r á la tro p illa . Y o me reiba
y decía pa m í : — A n d á , no más, que no h a y lazo que
no r evien te ni a rg o lla que no se gaste. — Y á poquito
tiem p o em p ren c ip ió á andar balando como tern ero
e scon d id o y que le han acollarao la madre, y á dar
g ü e lta s al d erred o r de M artin ian a, hasta que ella se
puso b la n d ita y le abrió la po rtera.”
Y la v i e j a sig u e contando, entre el asom bro y la
im p ac ie n cia y el terro r de Clara, lo que h izo con
Soria, el que d ejó á A g a p i t a . É s t e reven tó, lo mism o
que un perro, g ra cia s á un y u y o con el que h izo un
m e ju n je la diabó lica parda. Soria, sorbida la m ix tu ra
en un m ate “ se puso triste, triste, com o animal que
tien e la mancha, y d ispu és se ju é secando despacito
hasta que quedó lo m esm o q’un sa co ’e güesos. D i s ­
pués se acostó y y a no se leva n tó más, y las piernas
se le penaron de gusanos, y de noche auyaba lo m esm o
com o un perro, y en el cu a rto naides podía esta r:
entraban pa darle las m ed ecinas y ju ía n , porque las
gusaneras le je d ía n com o osam enta al sol. Y ansina
se ju é m urien do, m uriendo, de á piacito s, hasta q u ’estir ó la pata clam ando por A g a p i t a . ”
Clara, co n clu id o el relato, m ed ita un instante, y,
levantand o de pronto la cabeza, le g r it a á la b r u ja :
7 .-V I .
98
H IST O R IA CRÍTICA
“ — Y , ¿sería capaz de hacer lo m esm o pal G u r í?
” — ¡ H u m ! . . . D e a quélla me escapé con el g arrón
lon jiao, y, herm anita, no son cosas pa j u g u e t e . . .
” — M irá, se lo h a c é s . . . ¿ V o s sabés que te n g o en
el baúl un m on tón de m onedas de o r o ? . . . g ü e n o :
j t e las d o y to d a s!
” G u m ersin d a sabía que su comadre tenía plata ; la
co d icia ilu m in ó su rostro cetrino.
” — E n fin, por ser pa v o s . . . — dijo.
” C la r a iba á darle un ab razo; pero la parda la d e­
tuvo, p r e g u n tá n d o le con g ra v e d a d :
” — ¿ T e n é s a lg u n a g arra d ’él?
” L a otra m ed itó un momento.
r — ¿Una g a r r a ? ...
¡Sí!...
Tengo
un p a ñ u e lo ’e
seda que d ejó aquí la otra vez.
” — Güeno, en to nce está.”
G u rí sabe, por u na herm ana de la o fen did a, el c o n ­
venio satánico. G u rí va en busca de su pañuelo. C lara
le d ice que lo ha perdido, y G u r í está á punto de
es trangularla. G u r í le perdon a la vida, porque le da
v e r g ü e n z a m atar á u na m u je r y para que no i m a g i ­
nen que tiene miedo. G u rí, sin em bargo, quédase p e n ­
sativo y triste. — “ Com o buen gau ch o era su p e rs ti­
cioso, y creía c ieg am en te en ánimas, lobisones, a p a ­
recido s y lig a d u r a s .” — Sh akespeare, en M acbeth , a d i­
vin ó á M esm er. N o os riáis, entonces, de P aracelso.
No os riáis de A lth o ta s . N o os riáis de Bálsam o. No
os riáis de W i r d i g . ¡ E s t o s brujos, estos em píricos,
estos diabólicos son los pred ecesores de C lo q u e t y
de B ernh eim , de B e a u n is y C h a r c o t !
Ja vier no nos engaña cuando nos dice que su p r o ­
tagonista, como buen gaucho, creía en los duendes
y en los em brujam ientos. E s general en nuestra cam ­
paña la creencia en el daño y en el m alefic io , en una
misma cosa y dos nombres distintos. L e o en la in-
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
99
teresante obra de don D a n iel Granada, S u p e r sticio n e s
d e l R ío de la P la ta : “ E n t r e los indios, del mism o
m odo que entre los cristian os, el es p íritu del mal
ten ía sus m in istr o s ó h ech icero s, á quienes se ap are­
cía en d ife r e n te s form as, resp o n d ien d o á sus c o n s u l­
tas y d ándoles in s tru ccio n es .” — “ T o d a cosa que se
acostum bra á com er y beber, se usa como v e h íc u lo de
m a le f ic io .” — “ L o s h ech icero s y a d iv in o s criollos,
m estizos, pardos, m u la to s y m u je r e s en especial, t o ­
m aron de los ind ios en sus m a le f ic io s y ensalmos, así
com o para sus cerem o nias é invocacio nes, el uso de
la yerba, que a lternaba con el del tabaco, la coca y
la chicha. E l m ate y el cig a rro , pero con e s p e c ia li­
dad el mate, ha sido el v e h íc u lo más so co rrid o del
h e ch ice r o .” — “ E l daño, por r e g la general, se consi ­
dera incurable. Á parte de que esto se sabe te ó r ic a ­
mente, por el co n o cim ie n to tra d ic io n a l que tienen t o ­
dos de la índ o le del daño, ó sea de los e fe c to s de los
h e c h iz o s ó pócim as y hierbas su m in istrad a s por arte
de b ru jería , no h a y quien se a trev a á d esco n ocerlo
ante el irrecu sab le testim on io de la c o tid ian a e x p e ­
riencia. I n ú t il es, por co n s ig u ien te, a cu d ir á un m é­
dico para cu rar á una persona em b ru ja d a .” — “ E l h e ­
ch ice r o lig a , ó, com o dice tam bién el paisano ríograndense, ata á su alb edrío la v o lu n ta d y la acción
de las perso n a s; ev o ca y atrae á su presencia, como
los espiritistas, las alm as de los d if u n t o s ; y quiere
obrar, en reso lució n, com o los sabios y m agos l e g í t i ­
mos.” — “ U n a pren d a del in d iv id u o á quien se intenta
m a lefic ia r , esp ecia lm en te de aquéllas que están a dh e­
ridas á su persona, com o una p ieza de ropa, es uno
de los m ed io s más so co rrid o s de hacer daño. E s te
m edio de lig a r, tan a n tig u o y co m ún en E u ro pa , fué
también co n o cid o y puesto en p rá c tica por los indios
de A m é r ic a .” — “ L a s m u je r e s m aléficas, ó bien entie-
IOO
H ISTO RIA
CRÍTICA
rran, ó b ien co nservan am ontonadas y húmedas, en
un rin có n oscu ro de su cavern oso y su cio a lb erg u e,
las ropas de la persona á quien están m artiriza n d o .
R e n u e v a n ó aviva n los p a d e cim ien to s del hech izad o,
levantando y espon jan do aqu ellos trapo s hú m edos y
r e v u e lto s .” — “ E l daño sin g u la r m en te se m a n ifie s ta
de u na m anera horrorosa. C a ra c te r íz a le en especial
la su p u esta e x is t e n c ia de m u ch ed u m bre de saband i­
jas y o b je to s inform es, feo s y asquerosos, en el cu erpo
de la persona m a le fic ia d a .” — “ E l daño no sólo e n ­
ferm a fís ic a y m oralm en te á una persona, no sólo la
llen a de asquerosas y fea s saband ijas por dentro y
por fuera, sino que tam bién la hace d esgraciada. E l
m a le fic ia d o no puede nun ca a rrib a r: v iv ir á siem pre
en tr iste cid o y como alelado, pobre y m iserab le.”
¿ P a ra qué sirven las t ra n s cr ip cio n e s que acabo de
hacer? E lla s, segú n m is en tendederas, c o n s tit u y e n el
m ejor e lo g io que puede tribu tarse á nu estro narrador.
N o hay, en los h ech iz o s de que se g lo r ía la parda de
su cuento, nada que esté en p u g n a con la h isto ria
escrita y con la tra d ic ió n verbal de las su p e rs ticio n es
ríoplaten ses. P o c o el númen ha puesto de su y o en el
m aleficio , si tenéis por poco los personajes, la o p o r ­
tunidad, el a rtístico modo de d escribir, la so ltu ra de
los d iá lo g o s y lo a rq u ite ctó n ico de la p ro d u cció n . E n
su relato viv en , con v e rd a d era vida, el pueblo y el
campo, la m oza y su criada, la m adre de la m oza y
el g au ch ito que cru za al trote, flo ja s las bridas y el
ala del ch am bergo sobre los ojos, la tie rra que dora,
con sus rayo s ard ien tes y penetrantes, la lu z de n u e s­
tro sol. E l m a le fic io en sí sería un yerro , ó m u y poco
sig n ific a r ía , sin la realidad del fraseo con que se
anuncia y sin la realidad de los d eta lle s que lo a co m ­
pañan, realidad que tru eca al m a le fic io en cosa del
pago cu y a su p e rfic ie cubre la f le c h illa de fin as h e­
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
io i
bras, del p a go en que h ay a v estru ces en las lla n u ras
que a lfom bran las blancas y pequ eñ u elas flo re s del
m iq u ich í, del p a go con lomas y v a lle s en que serpean
las aguas qu eju m bro sa s del O lim ar.
G u rí, o lv id a d o a p aren tem en te del m a le f ic io que le
amenaza, enam orándose hondo de la jo v e n Rosa, y ob­
tiene de la jo v en , tras un beso en los labios, u na cita
n o ctu rn a bajo las ramas de un v i e j o ombú. A l l í , en
la oscu ridad, en el po nch o e x te n d id o sobre las r a í­
ces del árbol añoso, los dos se en cien d en en m u ­
tuas caricias, cuando, de pronto, el g au ch o se acu erd a
de la lig a d u r a con que le h ech izaron , de aquella l i ­
gad u ra que le p r iv a del bien de la v ir ilid a d . ¡ N o será
hom bre sino para C la r a ! ¡ Y
G u rí, en efe cto , no es
hombre para R o s a ! ¡ G u r í sucum be al m andato dia­
bó lico de G u m e r sin d a ! ¡ E l amor, la l e y á que o bed e­
cen el astro y la lu c ié rn a g a , se ha c o n clu id o para G u r í !
G u r í es reco g id o , e n fer m o y d oloroso, de m itad
del campo. Sosa, su pro tecto r, manda á bu scar al c u ­
randero L u n a.
“ E l pardo L u n a lle g ó esa m ism a noche y declaró
que el estado del en ferm o era m u y grave. U n a fie b r e
intensa se había declarado, y el cu ran dero no a ce r ­
taba á d escu b rir su naturaleza. E l día fu é penoso y
al lle g a r la noche hubo to d a v ía notable exacerbación .
S o b revin o un d elirio incesante, en el cual el en ferm o
pron u nciaba palabras in in te lig ib le s , estrem ecién dose
á m e n u d o ; el rostro se co n traía con fr ecu en cia , a d ­
q u irie n d o la fis o n o m ía u na e x p r e s ió n de espanto,
com o si tu v iese d elante u na ron da de fantasm as te ­
rro r ífic o s . D e tie m p o en tiem p o sobrevenían las co n ­
vu lsio n es que aum entaban to d a vía más la tem peratu ra
feb ril. C o n grand es d if ic u lt a d e s se le hizo beber un
brebaje que el en ten d id o consideraba i n f a lib le ; pero
el mal p ersis tió hasta las dos de la mañana, hora en
102
H ISTO RIA CRÍTICA
que el paciente com enzó á calmarse y pudo d orm ir
un poco. L a fie b r e fu é ced ien d o lentam ente, d esapa­
reció el d elirio y se c r e y ó en una fr a n ca m ejoría. P e ro
poco después de m ed io día la ca le n tu ra reapareció,
s ig u ie n d o su c i c lo .”
E n los descansos que la fieb re p erm ite al enferm o,
cuando las a ltern a tiv as se m u estran favorables, su
p r o te c to r trata de a v e r ig u a r la causa de la dolen cia
que consum e al m ozo. ¡ T i e m p o p e r d id o ! E l m ozo
se calla y la m uerte se acerca á pasos precip itad os.
L a s últim as pá gin as del cu en to son prim orosas. H allo,
en aquellas páginas, fu e r z a y verdad. O i d :
“ ¡ É l, ú ltim o vá s ta g o de la raza indóm ita, ú ltim o
retoño del árbol fro n d o so que señoreó en las lom as;
él, g au ch o amargo, y erb a silve stre, h irs u to aguará,
ind o m esticable ja g u areté, señor de las soledades, p r ín ­
cipe de la umbría, había hu ido en tre las sombras y
había pasado una noche entre las pajas, buscan do e s­
conderse como cobarde alim aña p e r se g u id a por los
p e r r o s ! . . . ” — “ ¡ Y d egradado, rebajado, e n vile cid o ,
debía m orir m iserablem en te en una cama, anonadado
por la m ald ició n de una m u je r z u e la ; co nsu m irse en
un rin cón como un perro vie jo , ago tarse com o un
gran árbol que se seca en la c u c h i l l a ! ” . .. — ‘‘¡ Y atrás
quedaban tantos lomos de potro, tantas astas de n o ­
v i l l o ! ¡ Y sobre todo, la campaña, la v e rd e y adusta
campaña, los claro s sin fin y los m on tes sin salida,
los ríos que rug en y los cielo s que ríen, los días
transparentes y las noches de soberbia n e g r u r a ; la
patria, en fin, la tierra, la naturaleza, la m a d r e !”
Copiem os, por últim o, los p á rra fo s fin a les de G u rí:
‘‘E l rostro tenía y a la palid ez mate de los a g o n iz a n ­
te s; la nariz se afilaba, las sienes tornábanse có n c a ­
vas, las o rejas se separaban del tem poral y los labios
caían péndulos.
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
103
Ju nto al lecho, el ganadero, m u y p á lid o ante aque­
lla a go n ía dos ve ces m isteriosa, fi j a b a la v is ta en la
v e la de sebo que se iba co n su m ien do y y a no a lu m ­
braba casi.
F u e r a silbaba el v ien to y la llu v ia co piosa golpeaba
fu r io s a m e n te el tech o de z in c de la pequeña h abita­
ción. O y ó s e un trueno, seco y rápid o como una m ina
que hace ex p lo sió n . Juan F r a n c is c o se estrem eció.
Su s o jo s tu v ie r o n un ú ltim o fu l g o r , sus labios se
en treabrieron, y con una v o z horrible, que expresaba
u na d esesperación ex tra h u m a n a :
— ¡C lara! ¡C lara! ¡C lara! — r u g i ó . . .
Y no hubo más. E l cerebro se o scu reció sú b ita ­
m e n te ; el e s te rto r traqueal co m enzó á a h ogarle, y
los párpados ca y e ro n cerran do á m edias los o jo s y a
sin l u z . ”
V ia n a , como él m ism o lo d ice y com o v o so tro s y a
lo habréis im aginado, estu d ia y d eta lla un caso de
su gestió n.
B in e t y F éré, en L e m a gn etism e anim al, nos dicen
que la su g estió n consiste en actuar sobre u na persona
por m edio de una idea, no siendo los e fe c t o s su g e r id o s
sino sim ples fen ó m en o s de ideación.— “ A s í cuando su ­
g erim o s á un su je to la idea de que su brazo está h erido
por una parálisis, la p a rá lisis que se sig u e es de
na tu ra leza psíquica, pues resu lta e x clu siv a m e n te de
la co n v ic c ió n que tie n e el su jeto de su en ferm edad.
E s t a pa rá lisis no es el p ro d u cto de un choque tra u ­
m ático ó físico, sino que es el pro d u cto de un f e n ó ­
m eno p s ic o ló g ic o ó de ideació n .”
B e r n h e im o pina del m ism o modo. — B e r n h e im nos
d ice que “ la su g estió n es el acto por el cual una idea
pen etra en el cerebro y es aceptada por éste.” — Cada
sentido en vía al sensorio im presion es que se t r a n s fo r ­
man en ideas, las cu ales pu ed en c o n v ertirse en su ges-
104
H IS TO RIA
CRÍTICA
tiones. — L a su g estió n no ex iste donde no h ay ideas
y donde no h a y fe, desde que es necesario, para que
e x is t a la su g estió n , que la idea pen etre y sea aceptada
por el cerebro. — “ T o d o lo que entra en el e n te n d i­
m ien to por el oído, todo lo que es aceptado por el
cerebro con ó sin co n trol prelim inar, todo lo que
persuade y todo lo que se cree, c o n s titu y e una s u g e s ­
tió n a u d itiv a .” — E s o es, en síntesis, el caso de G u rí.
L a im presión recib id a por el mozo, cuando le co n ­
taron el m a le fic io que iba á encadenarle, se co n v irtió
en idea, siendo esa idea aceptada sum isam ente por su
cerebro. — E s te es un sim ple fen óm en o cen trípeto , al
que sigue, en v ir t u d de una le y p s ic o ló g ic a in d is c u ­
tida, el fen óm en o c e n t r í fu g o por el cual la idea se
co n v ie rte en acto. — “ T o d a célu la cerebral, sobre la
que acciona una idea, acciona á su vez sobre las f i ­
bras nerviosas que deben realizar esa idea” , nos d ice
B ernh eim .
E s a ley, co n o cid a bajo el nombre de ideo - dinám ica,
nos e x p lic a el cómo una idea puede co n v ertirse en
sensación, y el cómo una idea puede co n v e r tir se en
im agen v is u a l; pero esa m ism a idea, — que se t ra n s ­
form a en acto p o sitivo cuando se realiza en sensa­
ción, im agen ó m ovim ien to, — puede co n v e r tir se en
acto ne ga tiv o, cuando la idea n e u tr a liza un m o v i­
m i e n t o , — cosa m u y com ún en los h istér ico s y en los
m elan cólicos, — ó cuando la idea n e u tra liza una sen­
sación, como en el caso de P e d r o B u r te l, que Charp igno n relata y que B e r n h e im repite. — E l caso de
B u r te l, del m ism o modo que los otros dos casos de
observación propia que nos cita B e r n h e im en H y p n o tism e ct su g g cstio n , pertenecen á la m ism a ca tego ría
y son de la m ism a natu raleza que el caso de Gurí.
“ P ie r r e B u r te l, to n n elier de mon pére, me dit un
jo u r quelque chose de d ésavantageux. P o u r m ’en ven-
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
105
ger, je lui dis que je le nouerais l ’a ig u ille t te quand
il se m arierait, ce que d eva it a vo ir lieu trés prochainement. C e t homme cr u t ce que je lu i disais, et mes
fe in te s m enaces fir e n t une si fo r te im pression sur
son esp rit d e ja p réo ccu p é de charm es et de so rcelle rie,
qu ’apres s’étre marié, il dem eura prés d ’un m ois sans
p o u v o ir co u ch er avec sa fem m e. Je me r e p e n tis d ’avoir
r aillé un homm e si fa ib le et je fis tou t ce que l ’on
peut fa ire p o u r le p ersu ader que cela n ’etait pas. M ais
plu s je p rotestá is au m ari que ce que j ’avais dit n ’etait
que ba ga telle, plu s il m ’abhorrait et cr o y a it que j ’etais
l ’a uteu r de tou tes ses in fo r tu n e s.”
G u rí no es, pues, sino un caso m u y com ún de a lie ­
nación de la vo lu n tad . — L a vo lu n tad , en el cu en to
de que me ocupo, y a no es el y o que se dom ina á sí
mismo. — L a v o lu n ta d del m ozo, i n flu e n c ia d a por la
idea del m a le fic io , y a no está pu esta al se rv icio de su
dueño. — L a idea m órbid a y atenaceante tien e un do­
ble po der i n h ib it iv o : im pide, por in h ib ició n p s ic o ­
lógica, que la v o lu n ta d reaccion e sobre la idea que le
tortura, y neutraliza , p o r f i s io l ó g i c a inh ibición, el
c u m p lim ien to de una sensación vis ceral, com o podría
n e u tr a liza r ó im p ed ir el cu m p lim ie n to de m u ch os de
nu estros actos r e fle jo s ó bulbo - m edulares. — G u rí, en
el prim er en sayo de l u j u r i a con Rosa, se siente pa­
raliza d o por el i n f lu j o de la idea que le esclaviza,
r e co n s tru yé n d o s e la m ism a parálisis psíq uica por la
m ism a im presión em o tiva á cada en sayo nuevo. — E s to
es fa c ilís im o de en ten d er si se tienen presentes la
v io le n c ia y la inten sidad de la im presión em otiva
que sin tió el m ozo m alefic ia d o . — E s a impresión, por
d ecirlo así, ocu pa to d a su su stancia nerviosa. — Esa
im presión ó im agen, por así decirlo, tiene un poder
de r e v iv is c e n c ia que anula el po der de re v iv is ce n cia
de todas las demás im presion es ó im ágenes de su
ic6
H ISTO RIA
CRÍTICA
cerebro. — R ec o rd ad que W u n d t nos enseña que la
base f i s io l ó g i c a de la im agen se en cu en tra en la a p ti­
tud fu n cio n a l de la su sta n cia n ervio sa para r e p r o d u ­
cir una e x c ita c ió n a n terio rm e n te habida. — R ecord ad ,
si lo p referís, que W i l l i a n e s James cree que, cuando
ha sido r eco rrid a por una onda, la su stancia nerviosa
a d qu iere un estado m o le cu la r que la d ispone para
m a y o r fa c ilid a d de transm isión de e x p lo s io n e s n e r­
viosas. — ¡ C óm o no ha de repetirse de co n tin u o la im a­
gen que atenacea al m ozo, dado lo fu e r te de la onda
y dada la p r o fu n d id a d de la e x c ita c ió n que r e c o r r ie ­
ron é im presion aron el cerebro cam pu zo de G u r í!
P erd ó n em e el le cto r este larg o paréntesis. — Q u ise
dem ostrar, lo m ejo r posible, que la cien cia y la t r a ­
d ició n nos dicen que la v erd a d ha sido la m usa ins­
p irad ora del cu en to de V ia n a .
E l su g estio nado r, en el cu en to de nu estro am igo,
no es la parda m a lé fic a ni la m oza enlodada. E l
su g estio n a d o r es la c h iq u illa que le r e fie r e el daño
terrib le de que va á ser víctim a, la ch iq u illa que cree
hacerle un s e rv ic io y que le em p u ja hacia la idea
torturado ra. E l la escla v iz a su v o lu n ta d po n ién d o la á
m erced de la b r u ja de co lo r pardo, al a to r n illa rle en
el cerebro su p e rs ticio so la idea que estalla no bien
se presenta la ocasión prop icia. E s a idea, que parece
dorm ir, no duerm e jamás, y se va e x te n d ie n d o como
una trepad o ra que sube con sig ilo , hasta que, en el
m om ento dado, se co n v ie rte en la soberana, en el r e ­
sorte, en la ú nica fu n ció n del cerebro todo. T o d a s
las otras ideas del cerebro aquél dieron su j u g o v i ­
v i f ic a d o r á la idea in fern al, que iba matando, cuando
el m ozo la creía sin bríos y olvidada, los r a z o n a m ie n ­
tos y las v o lic io n e s y los p u jo s co rp óreo s o pu estos
á ella. E sa idea es el h ip n o tiz a d o r que su g iere sus
d e sig n io s al pobre mozo, cu y a in cu ltu r a y cu y a ere-
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
i-7
d u lid a d son fa vo rab les al fen ó m en o psico - fís ic o de
la auto - su g estió n . E s el estu d io de ese fenóm eno,
a p lica d o al m edio, lo que h a lla réis en el herm oso
cu en to de J a vier de V ia n a .
S ig u e n á G u rí, en el m ism o volum en , los cu en to s
t itu la d o s E n las c u ch illa s y Sangre vieja.
P lá cen m e, por v e rd a d ero s y bien pintados, el héroe
a nónim o y los lan ces sa n g r ie n to s de la prim era de
esas dos narraciones, com o me place el pro ta g o n is ta
de la segunda, duro para el tra ba jo como su raza
estoica, en c u y o s o jo s b r illa n los r e fu c i lo s de los t r a ­
bu co s de los tiem p os g lo r io so s de L a v a lle ja . P lá cem e
el luch ad or, á quien doblan los años, pero que no
d is cu te el por qué de n u estra soberanía, que nada sabe
del l it i g io in tern a cion a l á que debim os la in d e p e n ­
dencia, y que no concibe que puedan ponerse en duda
los in ten to s a ltísim os de los c r io llo s que sablearon
va lien tem en te ju n t o á las a gu a s de Catalán, en el c h o ­
que in o lvida ble de Sarandí, en los cam pos que baña
la lu z de It u z a in g ó , en las horas del t r i u n f o de G u a ­
yabos, y en las aud acias de la reco n q u ista de las M i ­
siones.
Si el se gu n d o de estos dos cuentos, aten d ien d o á
los días en que fu é escrito, se me a n to ja que tiene
a lg o de ocasional, — pues me parece que en aquellos
días dió en d is c u tir se el p a trio tism o a rtig u e r o y lava lle jis t a por a lg u n o s in g en io s en g o lilla d o s , — hallo
en la p rim era de esas dos h isto ria s la com pasión p r o ­
fu n d a y el d ejo am argo y el ve rism o fir m e que en
todas sus p in tu ra s de carácter c iv il pone el númen
v a lie n te de J a vier de V ia n a . M e l le g a al alma, por
lo fil o s ó f i c o y apiadado de su desdén, la ex cla m a ció n
del indio, “ de pata ancha y d esn uda desparram ada
sobre el e s tr ib o ” , ante el ca dáver de aquél que lega
su d iv isa á su hijo, “ pa que se la p o n g a cuando sea
io 8
H IS T O R IA CRÍTICA
h o m b re” , y la d efien d a hasta m orir lu c h an d o por su
color, que es el co lo r mío, el que fu é de mis padres,
el que em bellece á las flo re s incien sad oras del guayacán.
— “ ¡H o m b r e
g ra n d o te y
s o n so !” — d ice el indio
m irand o el cu erpo del j e f e sin ventu ra, el cu erpo del
ca u d illo de anchas espaldas y de tó r a x h ercúleo. —
“ E n el cuello, la espantosa d e g o lla c ió n había abierto
una boca negra, sombría, rep u gn an te, retra íd o s los
dos labios gru esos y cárdenos. L a s m oscas y los j e j e ­
nes form aban enjam bre sobre la lla g a y sobre las e n ­
trañas que habían salido de las brechas abiertas en
el tro n co por los lanzazos, y que los caran ch os y los
c h im an go s habían arrancado y arrastrado á fu e r z a de
p ico y garra.”
E l p o rv en ir re co g e r á todos estos cuadros som bríos
y cru eles. E s to s cuadros no son tan sólo p á g in a s a r­
tísticas. E s to s cu adros son, igu a lm en te, p á gin as h i s ­
tóricas. E l fu tu ro , g ra cia s á esos cuadros, r eco n s­
tru ir á la vid a del ayer, porque en tan to que la h i s t o ­
ria se ocu pa de los g u ía s y de los capitanes, la no ve la
y el cu en to van alm acen an do los p o rm en ores de la
ex iste n cia de los h u m ildes, de los oscuros, de los a n ó ­
nimos, de la gran m u ltitu d , de la nu n ca bastante co m ­
p a decida carne de cañón.
¡O h , sí! ¡C i e n veces, sí! L a n o ve la vo lu m in o s a y
el relato se n cillo serán d ocu m en to s de m u ch o v a lo r
para lo fu tu ro , g ra cia s al em peño con que a quélla y
éste reco gen los g rito s de a go n ía de lo que fué. E l lo s
nos describen todos los aspecto s de la cam piña fa lta
de cultura, todos los caracteres del paisanaje que pobló
las lomas en que tanto me p lu g o ver m orir el sol,
todas las v ir tu d e s y todos los d olo res del alma p r i ­
m itiva del país adorado, de aquello que será la im agen
p ostrim era que r e f l e j e el cristal de mis ojo s azules
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
io q
R o m á n tico s y realistas, cada uno de acu erd o con su
idio sin crasia, han tra ba jad o denodadam ente po r i n ­
m o r ta liza r lo que barrían las hum aredas de la lo c o m o ­
tora, y ese d enuedo les será pa ga d o por lo que se
acerca, porque lo que se acerca bu scará las raíces de
su razón de ser en las fe c u n d a s entrañas de lo p r e té ­
rito. ¡ Y a ten d rá novedad y b e lle za lo que a lg u n o s
m iran com o im p ro p io del arte, porque la n o ve la v
el cu en to se rv irá n á la historia, é im presion a rá n á
la im aginación , cuando y a no se e scu ch en los salmos
del cla rín en las c u c h illa s y cu and o y a las carretas
no ca n ten el him no de sus h erru m bres sobre las p e n ­
d ie n tes!
E s l ó g ic o que el realism o t r i u n f e de lo rom ántico
en las d e scr ip cio n e s fo t o g r a fia d o r a s del m u nd o que
fu é, y es m u ch o más l ó g ic o si se tie n e en cu en ta que
en nu estro realism o, po r cru do que sea, h a y a lg o de
rom á n tica sensib ilidad . N u e s tra s sensaciones son d e ­
m asiado a gu za d a s aún para ser por en tero o bjetivas,
pues lo escaso de n u estra p o blació n y lo estrech o de
nu estro s lím ite s y lo a rd oroso de nu estras c o n t ie n ­
das, á n in g u n o co n sien ten v i v i r aislado del tu r b u le n to
v i v ir co le ctiv o . N u e s t r a litera tu ra, com o la hom érica
y la pind árica, tie n e un doble valor, v a lo r que no
sabemos ap re ciar todavía, y ese valor, a rtístico é h i s ­
tórico, es lo que tra to á v e ces de que resalte, sin que
se me o cu lte n las d esv ia cio n es á que me o b lig a mi
modo de en ten d er y a p lica r la c r ític a litera ria . E s
que y o qu isiera que estos volúm en es, — estos v o l ú m e ­
nes que me han co n v e n c id o de lo poco que sé y sobre
c u y as p á gin as casi he llo rad o de desaliento, — fu esen
obra de u tilid a d , de ex p erien c ia , de enseñanza, de
civ iliza ció n , á modo de him no en que se am algam asen
todas las v ir t u d e s del a y e r m esén ico y todas las v e r ­
dades del mañana fe liz . E s que y o no quiero que el
1 10
H ISTO RIA CRÍTICA
g au ch o se v a y a con sus ca u d illo s de v o z en ro n q u e­
cida, y sí que se t ra n s fo rm e sobre el arado y el a lf a ­
beto, porque y a el español le robó al ind io la tie rra
que era suya, por no querer ilu m in a rle piadosam ente
los fo so s del alma, com o el in m igra n te, el eu ropeizad o ,
va co rrien d o al nativo, á quien cond en an á las r u s t i ­
cid ad es del p astoreo los que adulan y ex p lo ta n sus
in s tin to s nómades, su sed de libertad, sus usos de m o ­
lic ie y sus fie r e z a s hereditarias.
M e place, por lo mismo, la fr a n q u e z a fu e r te con que
escribe de nu estras cosas J a vier de V ia n a . N o he de
d etenerm e sobre el realism o cru d o que h allo en el
cu en to P o r matar la cachila, ni sobre la b e lle za de las
p in cela d as que h a lla réis en L a yunta de U ru b olí. E n
L a s m adres, que no es cu en to y sí una lam en tación,
v u e lv e á aparecer, siem pre d olorosa y a m a rga siem ­
pre, la nota p o lítica que gim e en el fo nd o de las pá­
g in a s de Cam po y de G urí.
“ L a g u e rr a sigue, la ca r n ice r ía aum enta, y los dos
pen dones se van tiñ en d o con san gre y van m archando,
v a n m archando iracu n do s por los cam pos de la pa­
tria. C u and o los adv ersa rio s han restañado la sa n gre
y curado las heridas, dan fr e n te y tornan á em bes­
tirse con bríos a crecen ta do s por el s u frim ie n to y
odios a g ig a n ta d o s por la desesperación. E l p r o p ie ta ­
rio m aldice, el co m ercia n te clama, el c a p ita lista t i e m ­
bla por su ruina, el proleta rio llo ra su m ise r ia ; y
m ientras unos ren ieg an del derech o y otros increpan
la fu e r z a ; en tanto aquél in cu lp a á un bando y éste
al otro, las madres, las pobres madres, en su i n t u i ­
ción de lo ju s t o y en su santa ign o ra n cia de las le y e s
h istó rica s y de los p rin cip io s so cio ló g ic o s , claman al
cielo
im plorando v e n g a n za co n tra los que roban y
gozan cuando sus h ijo s perecen en lucha fr a tr ic id a
cu brien d o de san gre y duelo el suelo de la p a tr i a !’*
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
n i
Sería in sin cero si no d ije r a que esperábam os m ás
del t ít u lo de la apiadada lam en tación. M u c h o me
place, en cambio, el relato de las hazañas de D oña
M elito n a , que por el fraseo y los in cid en tes es m u y
de la tierra, así como hago mías, sin p a rticip a r e n te ­
ram ente de su ex ce p ticism o , las r e fl e x i o n e s d esco ra ­
zonadas que llev a n por tít u lo La azotea de M and u ca.
“ M o ra d a de cau dillo , a quella v i e j a y semi - desnuda
azotea hacía renacer en mi es p íritu al cau dillo, tod o s
los cau dillo s, el ca u d illa je, tod a una época, acaso la
más heroica, acaso la más n e g r a de n u estra jo v e n y
trasto rn ada h istoria. E n tr e aqu ellos m uros fr ío s v e o
aletear el alma de u na raza m oribunda. L a anaque­
lería desaparece, tod a lu z se borra, y en la pared d es­
nuda em piezan á pasar los fa n tá stico s episodios. A h í
van los terrib les escuadrones, los sa lva je s lanceros,
clin u d o s é iracundos, soberbios en la d esen fren a d a
carrera de sus p o tr o s; ahí va la fr e n é tic a le g ió n que
el ca u d illo e le c tr iz a con su v a lo r y su a u d a cia; ahí
va es g r im ien d o los chuzos, dando alaridos, sin m iedo
y sin piedad, rev u elta en las entrañas la hiel de la
pasión partidaria. D u r a n te m u ch o rato d e sfila n e p i­
sodios y e p is o d io s : cargas sublim es, en trevero s s i n ie s ­
tros, luch as heroicas, crím enes horrendos, v e n g a n z a s
espantosas, d esespera cion es inenarrables, a go nías h o ­
rripilan tes. D e sp u és un inm enso y fú n ebre silen cio
en la p la c id e z de un gran sol que muere. E l rep o so
tras la lu c h a extenu ante, el lento co rrer de las a gu a s
hacia el cauce después de la atronadora inu n d a ción .
E n el campo, los dos adversarios, tod a vía fieros, t o ­
davía irreco n cilia b les, se d esangran y se agotan en ­
viánd o se una po strera m irada ren co ro sa ; lu e go , la
noche vien e y la a go n ía com ienza. ¡ Y a no h a y más
r u id o s ; y a no h a y más l u z ; en la sala oscura, e n tre
las negra s paredes, aletea el alma de una raza m o ­
r ib u n d a !”
1 12
H IST O R IA CRÍTICA
Sí, es cierto, santam ente cierto. — “ E l arado es la
p a z : las razas fu e r te s se e n o r g u lle c e n c o n d u c ié n d o lo ;
los in ú tile s sueñan con h acerlo arder en los v i v a ­
ques.” — Sí, es cierto, santam ente cierto, aunque esa
v e rd a d sea relativa, com o todas las ve rd a d es h u m a ­
nas. N o hablemos, pues, de razas p o d rid a s y d e stin a ­
das á desaparecer. L o e v a n g é lic o y lo a p o s tó lico es
p r e d ic a r el d ogm a de la resu rrección . ¡ E s p e r a n z a ! ¡ E s ­
p e r a n za ! ¡ E l fu t u r o es l u z ! ¡ E l arado no estará so lo!
¡ E l arado, cu en tista, ten d rá dos ré m ig e s e s p iritu a le s!
¡ E l arado tend rá por ré m ig e s al amor y á la l i b e r t a d !
¡ E s p e r e m o s aún, esperem os siem pre, esperem os con
brío, J a vier de V i a n a !
IV
H e señalado ya, como caracteres del cu en to criollo,
la creen cia en el d estino y lo incu rable de la pesa ­
dumbre. E s to s ca racteres los h a lla réis en los cuen tos
de M a ca ch in es y en los cu en to s de Y u y o s.
E l Casiano, de M iseria , el L a d isla o , de C om o un
tien to á otro tien to , — y el don P an taleó n, de L a ú l­
tima tropa, son el fr u to de una f i l o s o f í a e x c é p tic a y
paciente, que sabe que es in ú til aspirar á la dich a
cuando no se nació para conqu istarla. E l m u nd o es
ruin. L a s e strella s se ríen del d olor humano. B a jo las
lu c e s de la inm ensidad, la v ir t u d d erro tad a y el v ic io
tr iu n fa n te no hablan bien de Dios.
T o d o s ó casi todos los héroes de V i a n a saben que
la bondad es á m anera de m a le f ic io para el que la
posee. T o d o s ellos piensan ó g ritan como Saturno,
com o el héroe de crines enredadas de S im p le h isto ria :
“ Y o he contao eso por dem ostrarle que era güeno
y que vid e pol e j c m p lo ’e mi patrón lo que vale ser
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
113
g üeno , q u ’es lo m esmo que ser camino, pa que tu ito s
lo p is e n ; q u ’es e n treg arse pa que lo m uerdan hasta
lo s perros que ha c r i a o ! . . . Y o vid e, por la esperencia, que era más m e jo r ser malo, m alo como v i v o r a ’e
l a cru z, sin amistades, sin com pasión, sin respeto á
n a id es! Y ansina, he pasteliao en las carpetas, he
em brollao en las carreras, he en gañao m u je r e s y he
m atao h o m b r e s . . . ¡ V e l a y ! . . . E s a es la h i s t o r i a . . .
Y aura sentenseen no más y a f u s i l e n ! . . . ”
E l p esim ism o es tan fu e r te en V ia n a , que tod os ó
casi tod os los héroes su y o s co nsideran el v ia je del
hom bre por la v id a com o el v ia je del perro, entablando
con su c o n cie n cia aquel co lo q u io que con el esta n ­
c ie r o v i e j o y jara n ista entabla S e b astiá n :
“ — ¿ P o r qué no baila, a m ig o ?
— N o sé; m iro no más.
— ¿ Y pa eso h izo el v ia je ?
— Y o hago el v ia je del perro — resp o n d ió t r a n q u i ­
lam en te Sebastián, y com o el otro no en tendiera, e x ­
p licó :
— Sí, p u es; ¿para qué vá el p erro detrás de la c a ­
rreta ó del caballo del a m o ? . . . A n d a l e g u a s ; donde
el otro se para, él se a cu esta ; cuando el otro marcha,
él sigu e. ¿ H a cie n d o q u é ? . . . N a d a ; al ñ u d o . . . N a d ie
lo o b lig a á ir, no presta n in g ú n se rv icio ni gana nada
en la tra stia d a ; no lo lle v a o b lig a ció n ni p r o v e c h o . ..
V a ; va al santo cuete, no m ás. .. Y o so y asin a ; tu ita
l a v id a me lo paso h aciend o el v ia je del perro.”
A s í los h u m ildes, los que no son fie r o s ó l u j u r i o ­
sos, ve g e ta n en la costum bre del ted io em bru tecedo r
¿ E n el cam po? Y o creo que en el cam po y en la c i u ­
dad. N o h a y dich a más g rand e que m atar las horas.
¿ N o se mata, de ese modo, á la vid a ?
“ S in fo ro so y Candelario, eran los dos peones más
v ie jo s de la E sta n cia . Debían ser zo n zo s los dos, por8,-vi.
114
H ISTO R IA CRÍTICA
que y a em pezaban á en vejecer, en una v e je z que a te ­
soraba trabajos sin cuento, y se gu ían tan pobres com o
cuando, jó v e n e s ambos, entraron en el establecim iento
para r e c o g e r la tr o p illa en las mañanas, en cerrar en
la tarde los terneros de las lech eras y hacer m an da­
dos á toda hora.
E r a n v ie jo s ya, C a n d ela rio y S in fo ro so .
Com o sus e x iste n c ia s habían bostezad o jun tas, pe­
g ad a una á la otra, se conocían de la cru z á la co la
y no tenían nada que decirse. Sin em bargo, todas las
tardes, co n clu id o el trabajo de aradores á que f i n a l ­
m ente les habían destinado, se iban al galpón, a v i v a ­
ban el fu eg o , calentaban agua, verd eaban y charlaban.
¿ Q u é podrán decirse aquellos dos hom bres? Nada.
P e ro hablaban, hablaban, d icie n d o nada, lo cual en
o casiones y para ciertas personas, resu lta lo más d i­
f í c i l decir. E l lo s lo ejecu tab an por h ábito.”
E s a resignación , am arga y sombría, para lo in e v ita ­
ble, la h allaréis en Ca stillo , el pobre diablo del cu en to
Com o alpargata.
“ E l alma de aquel hombre no tien e d o m in g o s .”
” C u lp a suya, decían.
” ¡ C u lp a s u y a ! . . . ¿ C u lp a su y a si el potro que a g a ­
rraba le salía b o l i a d o r ? . . . ¿ C u lp a su y a si el n o villo
que co rría enderezaba para los tu c u tu cu s, ta rjá n d o le
de antem ano una ro d a d a ?. . . ¿ C u lp a su y a si los a g u a ­
ceros se desplomaban siem pre durante su cu arto de
gu a rd ia en las t r o p e a d a s ? . . .
C u lp a s u y a ! . . . ”
¿ C u lp a su y a ? N o ; cu lpa de su suerte, cu lpa de la
vida aporreadora.
,
“ — N o ; era la suerte, no más, la suerte que c a stiga
lo mesmo á los anim ales que al c r i s t i a n o . . . E n o ca ­
siones, un m atu n g o sotreta cae en manos de un g r in g o
p rolijo , que lo cuida á m aíz y galpón, lo en silla los
d om in g os para dir al tranco á la p u lpería y lo deja
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
ii5
ocioso tu ita la sem ana; y en ocasiones un p o tr illo de
lai, lin d o de estampa, ju e r t e pal trabajo, lije r o pal
camino, v ’al po der de un g au ch o v a g o que lo galopea
á m ed io día y lo la r g a en noche de helada, sin t o ­
marse siqu iera el cu idao de pasarle el c u c h illo por el
lomo. Y
aquél, ruin y fiero , está siem pre g ordo y
pelechao, co m iendo hasta hartarse, d urm ien d o á pierna
suelta, m imao como m u ch ach a lin d a y haragan ean do
como un p e r r o ! . . . Y en cam bio el otro, fla c o y p e ­
ludo, calentao á rebenque, san grao á espuela, se lo
pasa co m iendo raíces en los p o trero s pelaos de las
p u lp ería s y d urm ien d o parao en las enramadas, con
la m anea en las patas, con el fren o en la boca, con el
recao en el l o m o . . . ¿ C u lp a suya, tal vez, si es el amo
un h e r e j e ? . . . ”
Y C a stillo , que no tiene partid o ni tiene hogar,
tiene, en cambio, razón cuando nos d ice con d olorosa
filosofía:
“ ¡ Y o s o y com o l ’alpargata, que no tie n e lao, y lo
mesmo sirve pal pie derech o que pal i z q u i e r d o ! ” —
“ ¡ H a y hom bres asina; h a y hombres que son como los
caminos, h ech os para que tu ito s los p i s e n ! ”
E n todos, ó en casi tod os los cu en to s de ese autor,
en con traréis una lecció n e x p erim e n tal, que dem uestra
que ha vis to seres y cosas con p r o fu n d a c la ro v id e n ­
cia. Su núm en sabe, com o los héroes de un cuento
suyo, que la fe lic id a d es siem pre im posible, y por eso
f iltr a de su litera tu ra una gran tristeza , la m ism a t r i s ­
teza que f l u y e de toda lite r a tu r a contem poránea. E l
hombre de n u estra m ara villo sa edad es un hombre
viejo, como ú ltim o eslabón de una larg a cadena de
g eneracion es que han m ed itado y su frid o m ucho. E l
E c le s ia ste dice que á m ay o r cien cia correspond e m a­
y o r pesar, y D um as dice que no h a y diam ante en
bruto que no pula y cin c ele ese terrib le lapid a rio que
n6
H ISTO R IA CRÍTICA
se llam a el dolor. D e cien cia y de d olor está c o n s ­
titu ida, hasta cuando sa tiriza ó se ríe, la m usa ins­
p irad ora de J a vier de V ia n a .
¿ E s que no cree en la e x iste n c ia de la v ir t u d ? N o
d ig á is ton terías. C ree en el a fe c to d esinteresado, y
en carn a ese a fe c to en la h um anidad retacona de Polid oro. C ree en que h ay a g ried a d es llenas de m iel, y
encarna esas a g ried a d es santas en la persona del v ie jo
N ú ñ ez. E n lo que no cree es en la e fic a c ia de la v i r ­
tu d com o fu e r z a m o triz de fe licid a d , habiendo m u ­
ch ísim o s pu nto s de co n ta cto entre la fil o s o f í a práctica
de nu estro a uto r y la fil o s o f í a del e x c é p tic o Schopenhauer.
A ve ces la pesadum bre de sus relatos es h ija de la
na tu ra leza que los circu n d a como el m arco al lienzo.
E s a naturaleza, que no es fe liz, en ten ebrece al hombre
que la pide q u ietud y asilo. E l hombre i n f lu y e sobre
el ambiente, y el ambiente, á su vez, i n f lu y e sobre
el hombre. L o mism o que en el mundo. L o m ism o que
en la vida.
“ H abía una sierra baja, lam piña, in s ig n ific a n te , que
parecía una a rru ga de la tierra. E n un c a n a lizo de
bord es rojos, se estancaba el agu a turbia, salobre, r e ­
calentad a por el sol.
” A la derecha del canalizo, ex ten d ía s e una meseta
de cam po ruin, donde am arilleaban las m asiegas de
paja brava y cola de zorro, y que se iba a llá lejos,
hasta el fo n d o del ho rizo n te, d esierta y d esolada y
fa stid io sa como el zu m bid o de una m ism a idea r e p e ­
tid a sin cesar.
” A la izquierda, fo rm and o como co stu ró n rug o so
de un g ris opaco, el se rrijó n se replega ba sobre sí
mismo, d ib u ja n d o una cu rva irr e g u la r salpicada de
asperezas. Y en la cumbre, en donde las rocas parecen
h endidas por un tajo de bruto, ha crecid o un canelón
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
117
que tiene el tro nco to r cid o y jiboso, la copa sem ejante
á cabeza despein ada y en co n ju n to, el aspecto de una
co n to rsión dolorosa que naciera del torm en to de sus
raíces aprisionadas, o prim idas, por las rocas donde
está enclavado.
” C asi al pie del árbol solitario, d orm itaba una ch o za
que parecía co n s tru id a para serv ir de a lb erg u e á la
m iseria; pero á una m iseria altanera, rencorosa, de
aristas co rta n tes y de a g u ja d o s vé rtices. M ás allá, los
lástrales sin d efen sa y los p ica ch o s adustos, se su c e ­
dían p ro lo n g án d o se en anch a e x te n s ió n desierta que
m ostraba al ardoroso sol de enero la v e r g ü e n z a de su
desolada arid ez. Y en todas partes, á los cu a tro v i e n ­
tos de la rosa, y hasta en el cielo, de un azu l u n ifo rm e ,
se notaba id é n tica e x p r e s ió n de in f in ita y abrum adora
soledad.
” N o cantaban los ch a ja es en el p ajo n al vecino, ni
gritab an los teros á la v e ra del cañadón m engu ad o , ni
silbaban, vo lan d o al ras del suelo, sobre las pasieg as
de paja mansa, las tím id as perdices.JLa n a tu ra leza allí,
no tiene le n g u a ; el co ra zón de la tie rra no pa lp ita
allí. E l sol abrasador del m es de E n ero , ca lcin a las
rocas, a g r ie ta el suelo, a ch ich arra las yerbas, seca los
regatos, y sin em bargo, se siente fr í o en aquel sitio.”
¿ Q u ié n habita a llí? U n o gro v i e j o y áspero.
“ — E n antes j u í el capitán P a n c h o A l v a r i z a . . .
aura so y el v ie jo P an ch o , á secas, porque los pobres
sernos com o los g ü e y e s : m ientras estam os u ñ id os t e ­
nemos nombre y al cla va rn os el fie r r o nos lla m an :
¡ D o r a d i l l o ! . . . ¡ S a l p i c a o ! . . . ¡ F l o r c i t a ! . . . y d ispués
que nos largan, sernos lo s g ü ey es, no m á s . . . “ A n d á
á echar los gü e yes, c h é ! . . . ”
” L a s rép lic as am argas del paisano me h acían mal.
” — ¿ N o tien e fa m ilia ? — le p reg u n té .
” — ¿'F am ilia?. . . Su pe ten erla — contestó.— U n a m u ­
118
H ISTO R IA CRÍTICA
je r que me h izo t ra g a r j u e g o durante una m on ton era
de años y que era más in d ig e s ta que carne de anim al
cansao ; porque, vea m ozo, m u je r m ala y caballo asoliao no tienen com postura. Y tuve tam bién tres h i jo s ;
uno me lo m ataron en Severin o , otro en C o rra lito ,
cu and o la r e v o lu c ió n del p rim er A p a r ic io , y el otro
ni sé ande d ejó la o s a m e n t a . . . Y tu v e tam ién una
hija, que me la robó un sarge n to e ’po licía, hace un
tie m p o larg o y dende entonce no sé ande anda a rra s­
trand o las na g ua s sucias.
” — ¿ Y ahora?
” — A u r a ? . . . v e a . . . Y o tu ita s las mañanas v o y á
m irar ese canelón, que no sé pa que está allí, entre
las piedras, sin dar sombra á naides, porque hasta los
h orn eros j u y e n de esta soledá, y d ispu és ba jo al cañadón pa m irar como se va secando cuando el sol
c a lie n ta ; y cuando se corta y las tara riras com ienzan
á m orirse y á boyar, panza arriba, larg o una risada,
pensando que en este sile n cio de ve lo rio , sólo y o y
el canelón se g u im o s v i v i e n d o . . . E s ve rd á que y o soy
o r i e n t a l . . . y el canelón t a m i é n ! . . . ”
¡ L o s males de la raza! ¡ L a fiereza, la banderola, el
o cio y la m e la n co lía ! ¡ L o s m ales de la raza!
V i a n a sobresale en la d e scr ip ció n de las personas
y de los h orizon tes. R etr a ta y pinta, adm irablem ente,
al hombre observado y al p aisaje visto. Y a verem os,
después, que no es este su m érito ú nico y prin cipa l.
L in o quería á A tan asia.
‘‘A ta n a s ia era una ch in ita gorda, m ortalm ente hara
gana, para quien el m áx im u m de la fe lic id a d hubiera
co n sistid o en pasarse tres cu a rto s del día en la cama
y el otro cu arto tend ida en un sillón, tom ando el
mate dulce con azúcar quemada que le “ a ca rriase”
una “ g u r is a ” . E n cambio, era ella quien tenía que
trabajar para otros y si se casaba con L in o , tendría
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
que trabajar t a m b i é n . . .
lavar, planchar,
119
cu id a r la
casa. . . A ta n a s ia era fa bu losam en te haragana.
” L o era á e x tre m o tal que en su baúl se a p e l il l a ­
ban cu atro ó cin c o co rtes de v e stid o rega lad o s por
L i n o y que ella dejaba d orm ir allí por no tom arse el
tra ba jo de co rtar una bata ó coser u na pollera.
” P o r h a ra ga n ería era d esaseada: el herm oso aspecto
sa lva je que le daba su t r i u n f a l cabellera m al su jeta
en tre cu atro horqu illas, su r g ía de su pereza para im ­
ponerse con el peine á la r ebeldía de las greñas. L a
ca den cia la s c iv a de su andar debíase ú nicam ente á su
fa lta de en e rg ía fí s ic a para im p rim ir á su m arch a un
ritm o honesto. Si ante ciertos e s p ectác u lo s cam peros
su rostro era in ca p a z de o cu lta r la sa tis fa c c ió n p r o ­
porcionada, en un p ú d ic o r u b oriza m ie n to de v i r g e n
p ráctica, debíase, no á p erv e rs ió n suya, sino al h o rro r
al e s fu e r z o .”
V e d otro re tra to :
“ V i e j o no era S e b as tiá n ; aún no había redondeado
las tres décadas. N o era d escu id ad o ta m p o co ; más, su
ex tre m o desgano, dábale un desesperante aspecto de
cosa usada. E l cabello em pezaba á en can ecer p rem a­
tu r a m e n te ; la piel áspera de color basáltico, e n so m ­
b recid a más aún por las cejas copiosas y el b ig o te
recio, im pedían lu c ir la b elleza de los o jo s in t e l i g e n ­
tes y buenos.
” Y si el fís ic o no era sim pático, en nada podía r e­
m ed iar el d e fe cto con galas de espíritu. N o que fuese
bru to ni tím ido, pero sí p r o v isto de un fa stid io so
sentido crítico .
” L a m a y o r parte de las fra ses de los camaradas,
sobre tod o en co n v ersa ció n con m u jeres, — le parecían
sim plezas. N o qu erien d o im ita rlo s y co stánd ole gran
trabajo escapar á la vu lg a r id a d , callaba m uchas v e ­
ces ; otras encontraba la idea cuando la o p ortu n id a d
120
H ISTO R IA CRÍTICA
de e x p o n erla había pasado, e x p o n ién d o se á que le t o ­
maran por pedante ó por tonto. D e ahí que poco á poco
se h ubiera ido retra y e n d o de las te r tu lia s ó a sistien do
á ellas en sile n cio .”
D o s rasgo s típ icos, que fo rm a n una perso nalidad
y e x p lic a n por sí solos una e x is t e n c ia : la h o lg a z a ­
nería sin v o lic io n e s de la g orda A t a n a s ia y el sentido
c r ític o del a n tip ático Sebastián. ¡R e s ig n a r s e por fa lta
de e n e rg ía s para r e s is tir ! ¡R e tr a e r se , porque el f í s ic o
no conqu ista las vo lun tad es, apelando al silen cio para
que lo v u l g a r no nos contam ine y lo ruin nos d is m i­
n u y a ante los o jo s p ersp ic ace s de nu estro o b serv ar!
¡ L o m ism o que en el m u n d o ! ¡C ó m o pasa la v id a !
V e d , ahora, un trazo d e sc r ip tiv o de ese docto p in c e l:
“ Jesusa, d espu és de haber lim p ia d o to d a la va jilla ,
tiene m iedo en el caserón inm enso y so litario . E s tá
absolutam ente abandonada. Se lava las manos en la
pileta, se qu ita el d ela n ta l. . . E n uno de los g an ch os
de la carne se ve c o lg a d o un co razón de vaca. C o g e
el c u c h illo de la cocina, corta un trozo. Ju nto al m uro
duerm e una caña de p e s ca r; la toma. S a l e . . . la pu erta
del patio suena al cerrarse. U n gato que d orm ita so­
bre el m uro se asusta y s a l t a . . .
” L a s g a llin as p ico te an en el gua rd a patio. L a c h a n ­
cha overa, echada al sol, hace ¡ g ru n ! ¡ g ru n ! m ientras
diez lech o n cito s rosados, e x p r im e n las ubres, s a c u ­
diendo sin descanso los rabitos filifo r m e s.
“ A l g ú n pato v e n tru d o y pati - ancho, avanza p a rs i­
moniosam ente, las plum as en desorden, abierto el pico
espatulado.
” L a s g a llin as se espon ja n y enhastiadas de am o­
res, no hacen caso al gallo, que, al pasar ju n t o á ellas,
caído el copete, pálidas las carún cu las, roza los esp o ­
lones y ensaya un requiebro por com padrada, sin
deseos él también.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
12 I
” P o r allá duerm e un perro, tira n d o de tiem p o en
tiempo, fu r io s a s d entellad as á las m oscas que le m o ­
lestan en su reposo.
” Sobre el h orcón de la enramada, u n hornero, po ­
sado en la pared del nido en co n stru cció n , m edita.
Cerqu ita, entre las ramas de unas talas escuálidas, sin
m iedo de pincharse, varias u rracas saltan, gritan , se
ríen, d eja n do en las espinas g iro n es de sus ve stim en tas
gríseas.
” M ás allá de la copa de los eu ca lip to s, las co torras
vocean, arm ando una fa rra tan descom u nal y tan sin
objeto, que un á gu ila , que posada en uno de los á r ­
boles parece descansar un m om ento, se indigna, a g ita
las alas y tiend e serenam ente el v u e lo .”
D e cuando en cuando, de tre ch o en trecho, — pero
con una fr e c u e n c ia que delata la a g u d e z del pensar, —
os d etien e una a no tació n que corta como un certero
g o lp e de c u c h i l lo :
“ Jesús M a ría fu é uno de los p rim ero s en ponerse la
d iv isa y m arch ar á la guerra. E l rancho de Jesús
M aría se recostaba sobre unos peñascos, coron ados de
m olles negros, duros, to r cid o s y espino so s como la
e n v id ia ; un m onte que daba asco y que Jesús M aría
inten tó varias v e ces destruir, p r en d ién d o le f u e g o ; sin
éxito , por cu anto el m o lle verde, lo m ism o que la e n ­
vidia, no a rd e ; nunca arde lo r u in .”
E scu ch a d , ahora, una p á gin a lite r a ria del m ism o
n ú m e n : es el com bate de la selva con el huracán.
“ Se ensom breció el cielo y a lg u n a s rachas, v e lo ce s
y agudas, — pa rtid as ex p lo r a d o r a s de la borrasca, —
fu ero n á com batir, á estrella rse y á m orir entre las
duras ram azones. Á lo le jo s oíase com o el redoble de
m ú ltip le s tam bores batiend o carga. Y las enredaderas,
m uertas de susto, abrazaban su spirand o los nudosos y
gru esos tallos de los árboles p rotectores, y las inn u ­
122
H ISTO RIA CRITICA
m erables plan tas e p ífit a s co ntraían sus r ad ícu la s o p ri­
m iend o los lom os del macho.
” Y a era todo oscuro, con una de esas o scu ridades
in fin ita s que e n v u e lv e n el crim en y el placer m á­
xim o, lo que no deben ver o jo s m ortales y delatores.
" L e ja n a s , vib ra ro n las trom pas sonando halalí, r e ­
tum baron las cum bres al rodar sobre las lom as una
ca r g a fr e n é t i c a ; sonaron los aires cual un m illó n de
c ristales r o to s; gim ieron , en hondo gem ido, las f l o r e ­
citas arrancadas b ru talm ente de sus ta llo s ; lanzaron
una in t e r je c c ió n las pa ja s aplastadas co ntra la c i é ­
n a g a ; se lam entaron los sarandíes d espo jad o s de sus
esposas, los racim os a m o rosos; y p en etraron los c o ­
sacos en lo hondo de la selva, sacu d iend o las crin es y
v o m ita n d o alaridos. L a s avanzadas se lv ática s se de­
fien d e n con honor. U n a racha fu r io s a co ge un tala
por la melena, le sa cu d e; se p in c h a ; s u e lta ; le v u e lv e
á c o g e r ; fo r c e j e a ; ella se e n fu re ce, él resiste, silba
la una, gru ñ e el otro, el otro que lan za un soberbio
a p o s tro fe al ser ven cid o, al ser arrancado de la tierra
y tirado m u erto sobre la tierra. P e ro más allá la c o n ­
tiend a prosigu e. H a y m u ch os árboles bravos que no
quieren doblarse, que resisten al huracán. R u g e el
viento, tiemblan las ramas, vu elan las hojas. E l trueno
■ retumba en la inm ensidad del ca m po; la llu v ia c a ­
ch etea á los á rb o les; el rayo, aliado de los vien tos,
cae en lanzas de fu e g o am putando brazos de com ba­
tientes. L a s soberbias copas se d obleg a n hasta tocar
el suelo y desde allí vu e lv e n á levantarse com bativas.
U n relám pago ilum ina la escena d eja n d o ver un c o ­
loso sangrando, y los vien to s arrem eten con más f u ­
ria. T ie m b la n las ramas, vu elan las hojas, aquí c r u je
un ramo, allí se desplom a un árbol, ago tad a s las f u e r ­
zas. U n id a d es que caen: el g ru eso brega, se sostiene,
espera. A b a jo, las h ojas m uertas rem olinean, se c h o ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
123
can, suben, bajan, g ir a n en danzas m acabras; arriba,
las ramas se estrem ecen, en tanto tiem b la n los pájaros
en cerrad os en el nido, abiertas las alas en p r o t e c ­
ció n de la prole. Y
m u y abajo, ba jo la tierra, las
raíces fo r ce je a n , se en d u recen com o m ú scu lo s de l u ­
chador, adqu ieren la fu e r z a m áx im a de los sa c r ific io s
estériles, h u nd en las uñas en la t i e r r a ! . . . ”
A b u n d é en citas para que se v ie r a que ese estilo
tiene fu erza , precisió n, abu nd an cia y m u ltip licid a d .
P e r o tam poco éstas me parecen ser las ú nicas v i r t u ­
des del modo de escrib ir de J a v ie r de V ia n a .
V i a n a es gau ch esco , regio n a lista, m u y del terru ño.
¿ A c a s o lo reg io n a l e x c l u y e lo hu m an o? No. C ie n v e ­
ces no. Y o so sten go que no. E l hombre es hombre
siem pre, lo m ism o en la más c iv iliz a d a de las ciu dad es
que bajo las cú pu las flo r id a s y co lu m p ia d o ra s del
m onte v ir g e n . E l hombre es hombre ju n t o á nu estro s
río s con cam alotes de c a p u llo azu l y ju n t o á los ríos
donde se hu nd e la d esn ud ez de las rubias ond inas del
cantar rhin ian o. Si nu estro a uto r sobresale en el f r a ­
seo y en la p in tu ra del am biente m ontés, que le sirven
para dar fo rm a y e x p lic a c ió n á las ex p r e sio n e s a n í­
m icas de sus héroes, su m a y o r v ir t u d está, no en el
escenario, sino en los c o n f lic t o s m orales que co lo ca
en éste, pues no h a y cu en to su y o que no te n g a por
fi n v e rte r un ca rácter in d iv id u a l ó so lu cio n ar a lg ú n
teorem a de ín d o le p s ic o ló g ica . L o cam pero, cuando es
humano, es de todas partes por su esencia humana,
d is tin g u ié n d o se lo r e g io n a lis ta de lo u n ive rs a l sólo
por ciertos tin tes de sello zón ico, tin tes que resultan
en can tad o res por su g r a fic is m o y su novedad. Ser de
todas partes, en absoluto, es lo m ism o que no ser de
parte alguna, error g ra v ís im o cuando se aspira á t r a ­
d u c ir la realid ad v iv ie n te, porque si el hom bre es uno
de su esencia, el hombre es m ú lt ip le en v ir t u d del
H ISTO R IA
124
CRÍTICA
clim a, la raza, la ed u cación , el hábito, la estirpe y la
ley, siendo así tan r egio n a listas, con ser m u y h u m a­
nos y universales, los héroes de F la u b e r t y de Z o la
com o los héroes de D ic k e n s ó de G o go l. M adam a
B o v a r y es fra n cesa y prov in cia n a , como R en a ta es
parisiense y francesa, pues hasta Sh akespeare, con ser
Sh akespeare, co n v irtió en b ritá n ico s á los héroes que
le d ieron las n o velas de C in th io , como son españ oles
y de su tiem p o los héroes de C e r v a n te s y de C a l ­
derón.
E l m érito está, pues, en hacer que resa lten al m ism o
tiempo, y en arm onía con su valor, la esen cia u n i v e r ­
sal y el carácter zó n ico, ponien do de r eliev e las p a r ­
tic u la rid a d e s sin que éstas rep u g n e n á lo que es c o ­
mún en lo co le ctiv o . P o r ser de zona, — fie le s com o
p in tu ra de co nd icion es, usos, ten d en cias y d e c i r e s , —
¿d ejan de ser hum anos y u niversales, d ig n o s de m e n ­
ción y de elog io, los cu en to s rusos de T o u r g u e n e f f ,
los cu en to s p r o v en z a les de R o u m a n ille, los cu en to s
v iz c a ín o s de A n t o n i o de T ru eb a , los cu en to s lemosines de B e lt r á n y B ros, los cu en to s g a lle g o s de M an u el
L u g ris
ó
los
cu en to s
am ericanos
del
d ulce J o rg e
Isaac? C o ntén tese, entonces, con ser g au ch o y regio nalista, — lo que hará más durable su g lo r ia terren a,—
el numen humano de Javier de V ia n a , d eja n do á los
ton tos de ca piro te la ilu sió n de eclip sa r á los in g e ­
n i o s , — tam bién nacionales, á pesar de su fama, — na­
cid os en P arís, en L o n d r e s y en Roma.
E l regio n a lism o es una v ir tu d cuando aúna lo h u ­
mano á lo peculiar. E l regio n a lism o perm ite á la musa
ser sincera y ve ríd ica, porque sólo se tra d uce á la p e r ­
fe c c ió n aquello que se ve y que se siente con in t e n ­
sidad. Si no sabéis ver y sentir lo propio, ¿en v ir t u d
de qué h ech izo tra d u c ir é is la v isió n y el sentir ajen o s?
Lo
cosm opolita, en tanto que no se deja absorber
Dfí LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
125
por el medio, no es objeto asequible para el arte que
am b icion a ser arte real y ser arte franco, porque lo
co m p le jo de lo co sm o p o lita y de lo errabundo e x i g e
una v is ió n por demás co m pleja, v is ió n que casi s i e m ­
pre será errónea y confusa. L o eterno, el hombre,
está aquí y no le jo s de a q u í; está en el m ed io propio,
en la cam piña pa tria y en la n ativa a ld ea ; está en la
c iu d a d que fu é co lo n ia de hábitos g o d o s y en la l la ­
nura que tie n e aún hábitos gauchos, porque aquí y
sólo aquí verem o s las pasiones b ien y de cerca, pud iendo r e c o g e r y p in ta r con e x a c t it u d los c o n f lic t o s
m orales de las alm as que conocem os, c o n f lic t o s m o ­
rales que no son, en suma, sino los eternos y c o m u ­
nes c o n f lic t o s que co n m u eve n y despedazan el alma
u niversal. P o r ser nuestra, por ser r e gio n a lista, tiene
un p r o fu n d o d ejo de h um anidad la m usa inspirad ora
de J a vier de V ia n a .
E n el m ed io no fa lta n c o n f lic t o s m orales que y a
han sido e x p lo ta d o s por los n o v e lis ta s y d ra m atu rg o s
de otras regio nes, lo que prueba que son co rrien tes
y h um anos como todas las flo re s del za rza l de la vida.
E s ju s ta m en te el m ed io lo que les da fr e s c u ra y h e ­
ch izo , pues, g ra cia s al m edio, v u e lv e n á r e v i v i r sus
m arch ito s co lo res de cosa usada. V e d , por ejem plo,
en Y u y o s. E l dolor de R e g in o , el tro pero que se en­
riq uece y, y a cuarentón, se enamora con ansias i n f i ­
n itas de la tiern a I s a b e l ; el dolor de R e g in o , cuando
descubre que la garbosa m ocedad de Isabel g u s ta de
la m ocedad garbosa de L ib o r i o ; el d olor de R e g in o ,
que c o n c lu y e con un acto de noble y j u s t ic ie r a r e n u n ­
ciación, co m p re n d ie n d o que las a rru ga s que rodean
sus o jo s no a rm onizan con los ardores de los d u lces
q u ereres; el d olo r de R e g in o , ¿no es un d olor de ca ­
rácter universal, d olor que nos parece fr u ta del pago,
no sólo por la fu e n te que salta piedras ju n to al m onte
126
H ISTO RIA CRÍTICA
de mimbres, sino por el fraseo que habla de pulpas
fla ca s y ca racu ces duros? D e l m ism o modo, y tam ­
bién en Y u y o s, el Sebastián aquél, que heredó de su
padre todas las v ie ja s h id a lg u ía s g a u ch a s; el S e b as­
tián aquél, que casa ju b ilo s o con E t e lv in a , sabrosa
como fr u to de d ura zn ero y más a le g r e que c h in g ó lo
que v iv e en lib ertad f e l i z ; el Sebastián aquél, que se
hace m atar h eroicam ente en una g u e rrilla , bajo el
ve rd o r de un m olle de n u estra tierra, al d escu brir
que E t e l v i n a le engaña con el tu rb io B a s i l i o ; el S e ­
bastián aquél, ¿no es de todas las horas y de todas
las patrias, aunque no sean de todas las horas y de
todas las patrias los sones de cla rín y los b r illo s de
ch u za que d esco n cierta n y a tem o rizan al hornero, al
ch u rrin c h e y á la to r ca z? De la m ism a suerte, y sin
salir de Y u y o s, ¿no es de todas las épocas y de todos
los pagos, — á pesar del rasgu eo de las cu atro g u i t a ­
rras que rim an una p o lk a de com pás fu rioso, y á
despecho de la enram ada donde o rejea el caballo na­
tiv o de manos finas, — aquel Juan, va g ab u n d o y co n ­
quistador, de espu elas con rod ajas y poncho á los t ie n ­
tos, que, por no ser jam ás pájaro de jau la y to r d illo
de soga, se va sin pena, cuando c o n c lu y e n el querer
y el goce, d eja n do en llo ros á los oja zo s n e g r o s de
M alvin as? ¡ T i p o humano y eterno el tip o de J u an !
¡ T i p o que ya ex p lo ta ro n un m o n je español, un noble
britá n ico y un poeta fr a n c é s ! ¿S ab éis lo que cantan
aquellas vih u elas, cuando el caballo del desdeñoso g a ­
lopa por los cam pos con olor á tré b ol? ¡ P u e s las
cuatro vih u e la s cantan, á coro, el in o lvid a b le m inué de
M ozart!
¿N o es humano, también, el zo n zo M alaqu ías? ¡ V a y a
si es hum an o! H um ano en lo cam pu zo y en lo p u e ­
blero, humano siem pre y en todas partes, humano y
u niversal como es humano y u nive rsal lo h ip ó crita que
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
127
se sirve, para ascender sin d ificu lta d e s , del v ic io ajen o
y la estu lte z ajena. E n la po lítica , en el com ercio, en
la literatu ra, en los c o rr illo s u n ive rsita rio s, en las
m on ton eras revo lu cio n a rias, donde se reúnen más de
seis hombres, estad se gu ro s de t ro p e z a r con un h e r ­
mano de sem illa y de v ie n t r e del zo n zo M alaquías.
Y ¿qué me decís del lír ic o don M a rco y del créd ulo
H é rc u le s ? ¿N o son u n ive rs ales ? ¿N o son copias tom a ­
das de la realid ad ? ¿ N o los co n o cisteis y los tra taste is
en v u e s tro paso por los clubs de la m on tañ a y de la
lla n u ra? ¡M is e r ia s del h om b re! ¡S a in e te s t r á g ic o s de
la v id a ! ¡ L o s m ism os sois, para el que sabe ver, donde
el g a lg o europeo p e r sig u e á la liebre y donde el pum a
ín d ico p e r sig u e á la ve n a d a ! ¡ E l dolor es u niversal, el
ensueño es u niversal, el v ic io y la v ir t u d son u n iv e r ­
sales ! ¡ L a obra eterna, la obra que realiza n incesan­
tem ente la fu e r z a y la m ateria en lo co rp óreo y en
el espíritu, es una y sólo una donde g o r je a sus amo­
res el ruiseñ o r y donde la ca lan d ria silba sus am ores!
¿ Q u é im porta el árbol donde se canta, si es una y
sólo una la ca n ció n hum ana y u n iv e rs a l? ¿ N o es v e r ­
dad, R e y le s ? ¿N o es verdad, A r r e g u i n e ? ¿N o es v e r ­
dad, B e r n á r d e z ? ¡ B l i x e n lo sabía y tam bién lo sabía
F lo r e n c io S á n c h e z !
L o s m atices cambian, pero no la esencia, siendo el
regio n a lism o de los ilu m inad os una de las m uchas
form as ó cantares de lo u niversal. P á g i n a humana,
p á gin a sentida, p á g in a sin país, — á d espech o de las
bombachas y el m ate y los sarandises y el rancho de
terrón, — aquella p á g in a en que F a bián reco no ce que
es h ijo su y o el ch icu elo abo feteado por las fu r ia s de
L óp e z, el amante de la a dú ltera y herm osa Catalina,
como es m iserable y tristem en te real a quella p ágin a
en que Julio, so rp ren d id o en m itad del cam po por la
cerrazón, que da á las cardas p rop orcion es de ombú,
128
H ISTO RIA CRÍTICA
se d e ja reco n q u ista r por las m o lic ie s y las lu ju r ia s
del rancho de F ilo m en a .
¡ C o sas de la c o s t u m b r e ! ¡ D e la v o lu n ta d d é b i l ! ¡ C o ­
sas hum anas! E l a lcohol, el hábito y la hum edad in ­
f l u y e n sobre los rum bos del esp íritu , com o la c e r r a ­
zón. que cubre al cam po con su po n ch o gris, i n f lu y e
sobre las lín eas y los co lo res de la roca, la vaca y el
carag u atá . Y la u n ive rsalid a d , esen cia de la esencia
del r egio n a lism o , — com o es esencia de la esen cia de
todo lo humano, — la h a lla réis en los cu en to s de L eñ a
seca, lo m ism o que en los cu en to s de Y u y o s, dos c o ­
le ccio n e s de relatos c r io llo s pu b licad a s por los m u y
m e r ito rio s ta llere s de B e r ta n i. E l a gu a d o r V i r g i l i o , á
qu ien las am b icio n es de un g ru p o de no tab les em ­
briag a n con las m iele s de la más pa sa jera p o p u la r id a d ;
F a cu n d o , á quien en lod an hasta la ig n o m in ia el lá t ig o
del j e f e y el ocio c u a r t e le r o ; P o lic a rp o , que lucha
sobre las lom as por una enseña, por más que le d e s ­
placen enorm em ente los c u c h illo s que se v is te n de
p ú rpura y los puños que todo lo esperan del bárbaro
r e jó n ; M aura, la c h iq u ilin a jo v ia l é im púdica, á quien
lo mism o da que la rapten las esbelteces gallard a s
de L ib o r io que las rud ezas bu rdas del ingalán N e m e ­
s io ; L u is , d isp u esto siem pre á casarse con C lau d ia, y
siem pre se gu ro de rep a rtir los besos de la m oza con
los m ilico s como S e r a p io ; Ismael, que v u e lv e al nido
donde quedó la esposa culpable, porque le dice un
viejo , ladino y sentencioso, que las m arcas se borran
co n tr a m a rc a n d o ; y por ú ltim o, á fin de abreviar estas
citas, aquella Blasa, c u y o desdén se rin de al desdén,
com o la h eroína de la más célebre com edia de M oreto,
prueban que h ay m uch o de u n ive rsal en el r e g io n a ­
lism o que relum bra y seduce en las m ejores pá gin as
de L eña seca.
D ig a m o s ahora, — antes de hablar de una novela
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
129
que qu iero bien, — que este autor nu estro ha escrito
para el tea tro y que el teatro de ese autor nu estro es
ig u a lm en te r e gio n a lista, lo que me sabe á m iel sobre
hoju elas, porque á m í me em borrachan, como el vin o
salteño, tod os los p er fu m es que v ie n e n del pago. ¡ Q u é
hem os de h a c e r le ! H i j o de europeos, de europeos
leales y a g r a d e c id o s al país donde sus amores ech a­
ron flo r, adoro á mi país, á pesar de que sé lo m ism o
que los o tro s de lib ro s g alo s y de españolas letras.
E s a v ir t u d no es mía, sino de m is padres, que co n si­
g u ie r o n que el him no y la bandera, los h o rizo n tes y
las lla n u ras de la heredad donde se amaron con probo
amor, fu esen para sus h ijo s de cu tis blanco, no sólo
la patria por l e y de cuna, sino la p a tria qu erida siem ­
pre y en tod as partes con o rg u llo s a so lic itu d y fe
d evotísim a. P o r eso son b ellos para mi es p íritu y para
m is ojos, con inm ortal y santa belleza, los m on tes y
las g ra m illa s y las lom adas del pago m ío. com o me
a n g u stia n las pesadum bres y los ensueños y los l u ­
n ares del alm a criolla, tan bien d escrita en tod o s sus
relatos por el p in c el va lien te y en can tador de Javier
de V ia n a .
N o hablaré de las obras dram áticas de éste. N o han
sid o p u blicad a s y las co no zco mal. L a im presión de
u na no ch e es f u g i t i v a y es engañosa. L a obra p e r d u ­
rable es la que se im pone v icto rio sa m en te en la doble
prueba de la v is ió n y de la lectura. E l reposo m e d i ­
tabundo de la lectu ra m uchas ve ces condena lo que
hem os a plau did o en las n e rv io sid a d es de la visió n . E n
el teatro, ante las cand ilejas, pensam os con el cerebro
de la m u ch edu m bre más que con el razonar del c e ­
rebro propio. M e contentaré, pues, con reco rd a ro s s e n ­
cilla m en te los tít u lo s de las obras que vo sotro s y y o
hem os a plau did o como si se tratase de un triu n fo
nu estro. E s as obras son se is : dos de tres actos, La
9.— v i .
130
H ISTO R IA CRÍTICA
N ena y L a D o to ia , y cu a tro de uno, P uto cam po, L a
m arim acho, A l tru co, y P ia l de volcao. E s t a ú ltim a
llevaba, el 15 de O c tu b r e de 1913, más de doscien ta s
represen tacio nes, sin que el p ú b lico m an ifes ta se d i s ­
p lic e n c ia ó aburrim ien to. Y paso y a á o cu parm e de
la no vela que V i a n a ha b a u tiz ad o con el nombre g e n é ­
r ic o de Gaucha.
V
Gaucha, com o reza uno de sus anuncios, es un e n ­
sayo de p s ic o lo g ía nacional ó zón ica.
Su autor ha escrito en el p r e fa c io de la se g u n d a de
sus e d ic io n e s:
— “ N o he qu erid o nu n ca d efen d erm e de los c a rgo s
que se me han hecho, á p ro p ó s ito de esta novela.
” N o he qu erido n u n ca d efen d erm e ni d e fe n d e r mi
libro.
” U n a obra de arte v iv e por sí sola, no n e cesita e x ­
plicacio n es, y si no está anim ada por el soplo divino,
in ú tiles son los e s fu e r z o s del autor ó de extraños, para
m an ten erla en pie. L a eterna sucesión de h u racanes
d e sg a ja y no arranca al roble e r g u id o en la montaña,
y las pálidas o rquídeas no tardan en a g o ta r su e f í ­
mera e x is te n c ia en la pro tecto ra tib ied a d del i n v e r ­
náculo. B ie n sé y o que no es un roble mi Gaucha: pero
amo co n sid era rla un h u m ild e m olle de la sierra, que
el e x tra n je r o m irará con desdén y que el h ijo de mi
patria co ntem plará con a lg ú n cariño, un m olle de la
sierra, que hace m u ch os años está allí, h u nd idas las
raíces en las g rieta s de las rocas, desparram ada sobre
los peñascos la oscura y enmarañada cabellera. E n tr e
ella han quedado vo ces de m uchos pam peros que en ­
traron por el abra y se rom pieron en las cu m b res;
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
131
entre ella duerm en cantos del sabiá que a leg ró las
lum inosas mañanas de los amores sencillos, y g r a z ­
nidos del cu ervo que se cebó en carne de o rien ta les
caídos en la loma con una d iv isa en el som brero y
una m oharra en el pecho. E n tr e las tu p id a s y pardas
ram azones crecen tiern as caicobés y se o cu ltan cestillos de mainum bís. Sobre los ta llo s espinosos se ha
d etenid o más de una v e z el ave g ra n d e que m ora en
los y a t a y s . . . ¡ O h ! no es Gaucha el estu d io de uno
de esos penosos problem as sociales y m orales que se
enroscan como cu lebras fu r io s a s en el pech o de la
hum anidad d eso rientad a en el opaco cr e p ú sc u lo de
este sig lo grande y extraño. P e r o es h u m ild e p intu ra
de mi tierra, v is ta con cariño, sentida con pasión y
expresad a con sin ceridad. Y porque me em pecino en
creer que es Gaucha una obra de sentim ien to, una
obra de ve rd a d y hasta una obra de ciencia, es que no
lo g ro co n v en cerm e del todo de que sea un e s fu e r zo
perd id o .”
¿ U n e s fu e r z o p e r d id o ? . . . V a m o s á ver.
¿C ó m o a p lica V ia n a el m étodo de los n o velad ores
p s ic o ló g ic o s á nu estro am biente?
E s tu d ia el o rig e n y la ed u cació n de sus p erso na­
jes. E l ca rácter es h ijo de la h eren cia y de la cu ltu ra.
E s tu d ia , igu alm en te, el m edio clim a t o ló g ic o y el m e­
dio social, porque aquél y éste in f lu y e n de un modo
poderosísim o en el d esen vo lvim ie n to y en la c r i s t a l i ­
zación de la personalidad humana. L o s estu d ia p r ó ­
digo, con larg u eza , sin econom ías de estilo pinto resco
ni ahorros de análisis ilum inador, co m p la cién d o se en
que sobresalgan todos los porm en ores que dan relieve,
vida, sello y ló g ic a al co n ju n to. Sabe de prim ores y
de crudezas, poniendo al se rv icio de éstas y aquéllos
un le n g u a je g r á fi c o y abundoso, que se d is tin g u e por
su am p litu d y por su armonía. A b u l t a la verdad, dando
132
H ISTO RIA
CRÍTICA
á la verd ad co n to rn os de balada rom ancesca ó de r e ­
lato épico, por razon es de tem peram en to in d ivid u a l
y f ilia c ió n retórica, lo que no me ex tra ñ a y lo que
no censuro, pues no h a y artista, d ig n o de este n o m ­
bre, que no g u s te del ensoñar fe c u n d o y que no ten g a
sus cánones estéticos. E l verd a d ero artista, el artista
de genio, el shakesperian o, tra d u ce la esencia de la
ve rd a d ; pero, al t r a d u c ir la ó trasladarla al lienzo, la
ve en arm onía con el fin que p ersig u e, porque la
fo r m a y los m atices de la verd ad cambian, com o c a m ­
bian la fo rm a y el m atiz de las nubes, segú n el lado
porque la hiere el sol. E l narrador nu estro no co n ­
tra d ic e la ve rd a d al abultarla con sus toqu es a r t í s t i ­
cos, sino que la verd ad, h erida por el sol de sus en so ­
ñares, toma otros co lo res y otros co nto rn os que los
co n to rn o s y los co lo res con que la ven la m u ch e ­
dum bre y la m edianía. U n a m ezq u ita es siem pre una
m ezquita, como un com bate es siem pre un combate,
y como un corazón es siem pre un c o ra z ó n ; pero el
pincel v u l g a r y el aná lisis su p e rfic ia lís im o no r e­
p ro d u cirá n la m ezquita, el combate y el co razón como
saben hacerlo los o jo s de F o r t u n y , la paleta de M eissonnier y el lá p iz a g u za d o de B a lza c.
E s m u y posible que esta a firm a c ió n m ía no r e g o ­
c ije á los g ra n d es m aestros como R e y l e s y como Viana.
U n filó s o fo , com o V a z F erreira , ó un estético, como
Rodó, va cilará n antes de reso lverse á m an ifesta ro s
ca teg ó ric a m en te cuál es la más fie l y la más hermosa
de las variedad es de la verdad. U n artista a ctiv o en
creacion es noveladoras, como R e y l e s y como V ia n a .
ve la esencia de la verd ad como el fil ó s o f o e x p e r i ­
m entado y como el esté tico que abunda en d o ctrin a ;
pero ve la verdad, como im aginación , en sus detalles
y en sus matices, como verd ad única, co n v en cid o de
que su verdad es siem pre la verdadera, porque la
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
133
verdad que le h ech iz a y la ve rd a d que vierte, es la
verd ad ilu m inad a por la lu z v iv ís im a del núm en suyo.
¿ Q u ié n e s se en gañan? N o se en gaña n in g u n o de los
dos crite rio s. E l esté tico y el fil ó s o f o acierta n en
sus d ud a s; pero los no vela d ores aciertan tam bién en
lo c a te g ó r ic o de su a firm a ción , porque la ve rd a d de
los n o ve la d ores es la ve rd a d de su m undo íntimo, la
verd ad su g estiva , la v erd a d am orosam ente intelectu alizada, en que se r e f l e j a la ve rd ad de los seres y de
las cosas á tra vé s de los v id r io s de aum ento del arte
em brujado. E l héroe litera rio , por más autónom o que
quiera ser, no su rge á la v id a sin pasar por el labo­
rato rio del claustro m aterno de su creador, a daptán­
dose fa talm en te al m olde p síq uico de que sale, como
la llanura, el m onte, el río y el cielo, para ser belleza,
necesitan ve stirs e de cierta reverb era ción esp iritu a l,
aunque esa reverb era ció n no sea tan fa n tá stica como
la que se nota en las lám inas fa sc in a n tes de G u sta vo
D oré.
H e dicho que V i a n a rep ro d u ce la esencia de la v e r ­
dad y a bulta los d etalles de la verdad, como todos
los a rtistas de in g e n io fecu n d a d or. N e c e sito e x p l i ­
carme. V i a n a tom a un tip o y vierte, al tra d u c irle, lo
esencial del eterno tip o cr io llo en el tip o s u y o ; pero
si el tip o peca de m ontaraz, el narrador nu estro t r a ­
duce todo lo m on taraz en la criatu ra de sus amores,
á fi n de que ésta sea, por acu m u lación , el tip o p s ic o ­
ló g i c o de su especie ó fam ilia. V i a n a ve un paisaje, y
describe el p aisaje como el p aisaje es en la n atu raleza
de nu estro p a g o ; pero, al v e rterle , no h a y a rru g a de
árbol ni sombra de risco que no traslade al lienzo,
siem pre que esta sombra y a quella a rr u g a sean toques
hermosos, lo que produce, como resultado, el que la
verd ad su y a nos p arezca abultada por fa lta de agudez en la v is ió n nuestra. Y esto, que apenas se nota
en sus cuentos, se nota fu e r te m e n te en Gaucha.
134
H ISTO R IA CRÍTICA
L o mism o aco n tece con las pasiones, con los modos
ó d olen cias del esp íritu , que analiza con m ara villo sa
sagacid ad, hasta que el o rig e n , la cu ltu ra, la c o m p le ­
xión , el hábito y el m ed io de sus p erso n a jes le c o n ­
d ucen á un tip o que no es el tip o com ún, aunque ese
tip o sea, por las causas en gen d ra d o ras á que obedece,
un tip o capaz de nacer y v i v i r en el u n ive rso de las
realid ad es m ás verd aderas. A s í su rom ance, siendo
v id a de cam po y v id a de alma, es labor de b elle za y
labor de ensoñares más que o tra cosa, lo que no im ­
p id e que, lo esencial del e s p íritu y del d ecir de la
cam paña nuestra, estén e s cu lp id o s en aquellas pá gin as
con un r e lie v e audaz, v e ris ta y po licro m a d o tan d ig n o
de e lo g io com o de duración . ¡ O h el a rte ! ¡ E l arte
que fu n d e la esencia de las razas en el modo de ser
de sus criatu ra s siem pre dolorosas y siem pre n u ev as !
¡ E l arte, el arte e x im io y triste, es aquel e li x i r de
v id a jo v e n y de v id a inm ortal con que soñaba el g enio
em bru jado de A l t h o t a s !
V i a n a insiste, no pocas veces, sobre el ca rácter su
persticio so de nu estro s c a m p e r o s .— L é a s e su cuento
Juan M atapájaros.
“ ¿ C u á l era su v e rd a d ero nom bre?
N ad ie lo sabía. N i él mismo, posiblem ente. U nas
ve ces era G o n zález, otras R o d r í g u e z ó F e r n á n d e z ó
P ére z, y si a lg u ie n le hacía notar las co n trad iccio n es,
en cogíase de hombros, resp o n d ien d o :
— ¡Q u é sé y o ! . . .
¿ Q u é im porta el a p e l a t i v o ? . . .
L o s pobres sernos como los p e r r o s : tenem os un n o m ­
bre s o l o . . . T i g r e , P ic a z o , Ñato, B a r c i n o . . . ¿ P a qué
m á s ? . ..
E n su caso, en efecto, ello no tenía im portan cia
alguna. E r a un vagabundo. D o rm ía y com ía en las
casas donde lo llamaban para algú n trabajo e x t r a o r d i­
n a rio : podar las parras, co n stru ir un m uro ó hacer
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
135
unas empanadas especiales en días de gran h o lg o r io ;
co m pon er un relo j ó una m áquin a de c o s e r ; cortar el
pelo ó redactar una carta. P o r q u e él en ten d ía de todo,
hasta de m e d ic in a y veterin a ria .
T e r m in a d o su trabajo, que siem pre se lo rem u n e­
raban con unos pocos reales — lo que quisieran darle,
— se m archaba, sin rumbo, al azar.
T o d o su bien era una y e g u a lobuna, tan pequeña,
tan enclenqu e que, aun siendo él, com o era, ch iq u itín
y
m agro, no h u biera p o d id o
co n d u c irlo
sobre sus
lom os d urante una jo r n a d a entera.
P e r o Juan m archaba casi todo el tie m p o á pie, lle ­
van do al hom bro la v i e j a escop eta de fu lm in an te , que
no lo abandonaba jamás.
É l iba delante, la y e g u a detrás, sig u ié n d o lo como
un perro, d eten ién do se á tre ch o s para tris ca r la hierba,
pero sin quedar n u n ca rezagada.
A l g u n a s ve ces se presentaba el r e g a lo de un tro zo
de cam ino cu bierto de abundante y su sta n cio so pasto
y el animal apresuraba los tarascones, demorábase,
levantand o de tie m p o en tie m p o la cabeza, como im ­
plora n d o del am o:
— “ D é ja m e a p ro ve ch ar esta b o lad a” .
Y Juan, co m prend iend o, sentábase en el su elo y
esperaba pacientem en te. D e todos modos, nun ca ten ía
prisa, puesto que n u n ca iba á n in g u n a parte p r e e s ta ­
blecid a. U n tro zo de carne fia m b re y un par de g a ­
lletas, siem pre tenía para la cena, y para dorm ir, n in ­
g ú n co lc h ó n más blando que la tie rra y n in g ú n tech o
m e jo r que el gran tech o del cielo.
L u e g o , co nten to s los dos, v o lv ía n se á poner en m ar­
cha. Juan se d etenía á m enudo para hacer fu e g o sobre
todo pájaro que se le presentaba á tiro. P orqu e, h a ­
bitualm ente, sólo mataba pájaros. R e c ié n cuando le
escaseaban las m u n icio n es y el dinero para r ep o n er­
H ISTO R IA CRÍTICA
136
las, d ignábase tira r sobre liebres y venados, ú n ica s
piezas que r e c o g ía para tro ca rla s luego , en el prim er
boliche, por p ó lv o ra y perd igo nes.
C u and o en el r ig o r de las siestas los poblad ores
cercanos al cam ino oían una detonación, exclam aban
c o n v e n c id o s :
— A h í vien e “ M a t a p á ja ro s ” .
Y cavilaban en qué po drían a p ro vech ar la o p o r t u n i­
dad de su prese n cia y sus m ú lt ip le s h abilidades.
— A h í anda el lo c o ’e los p ájaros — decía otro, sin
dem ostrar la m enor extrañeza.
Al
p r in c ip io
d espertó
general
cu rio sid a d a quella
g u e rr a en carn izad a á los in o cen tes pajaritos, pues co n ­
v ien e a d v e r tir que Juan jam ás h acía fu e g o sobre las
águ ilas, caran ch os ni ch im a n g o s : las rapaces le m e­
recían todo respeto.
A n d a n d o el tiem po, tod os se c o n v en c iero n de que
era una c h ifla d u r a com o otra cu alquiera, y no se
p reo cu paro n más. É l, por su parte, tacitu rn o , guardaba
em pecin ad o silen cio ante todas las p r e g u n ta s que al
resp e cto le hicieran .
E n un a tardecer llu v io so iba m alhum orado, pues en
el tra n scu rso de una hora de m archa á pie no había
en con trado un sólo p a ja rito que ultim ar.
— ¡S e escu en d en ! — exclam aba con rabia; — ¡p e ro
es al ñudo, porque y o acabaré por e n c o n t r a r l o s ! . . .
A n d a n d o , v ió en lo alto de uno de los palos de una
cancela un nido de hornero. E l macho, m u y tranquilo,
m u y confiad o, hacía g u a rd ia á la pu erta de su palacio
de barro.
Juan, respetando la su p e rs tició n gaucha, nunca ha­
bía tirado sobre los horneros. E s e día vaciló.
— ¡ Á fin de cuentas, pueda ser q u ’está ahí no más!...
T r a s unos m om entos de ind ecisión, se echó el fu s il
á la cara, apuntó, apretó el g a t i l l o . . .
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
i37
S ig u ió s e una trem en da deton ación y el va g ab u n d o
ca yó en tierra, cu bierto de sangre, la cara y el pech o
d estrozad os por los tro zo s de acero del cañón del
arma, que había reven tad o
lencia.
con ex tra o rd in a ria v i o ­
L o r e co g ie r o n m oribundo, y sólo entonces, en m e­
dio de las in co h eren c ia s del delirio, reveló su se cre to :
— C u a n d o se me j u y ó m i m u j e r . . . la v i e j a Casilda...
me echó las c a r t a s . . . L u i s a m u e r t a . . . su alm a es­
co n d id a en un p a j a r i t o . . . ¡ P ’hacer arterías la in ­
din a ! ¡J u r é ch u m biarle el a l m a ! : . . ¡ D e ju r o qu ’ estaba
a d e n tro ’el horn ero y m ’hizo reven tar la e s c o p e t a ! . .
P e r o hablem os de la obra, hablem os de Gaucha.
E l drama o cu rre en la sección p o lic ia l más ex ten sa
de M inas. — L a loco m o to ra se d etien e en el p ó rtico de
aqu ella soledad, donde buscan asilo el m atreraje fie r o
y la pa rtid a revo lu cio n a ria.
A l l í se mata, se roba y se estupra.
— “ A l t a s y ásperas sierras, por una p a rte ; por otras,
cam pos bajos, sa lpica do s de bañados in tran sitab les y
estriad o s de cañadones fa n g o s o s ; dilatad as selv as de
p a ja brava, a ch iras y espadañas, c u y o s m isterio s sólo
conocen el aperiá y el m a tr e r o ; sa ran dizales que m i ­
den cen tenares de m etros, fo rm a n d o en in v ie rn o im ­
ponentes lag u n a s y tem ib les lod a za les en v e ra n o ; r e ­
g ato s de m onte no tan ancho como s u c io ; a rr o y o s de
honda cu en ca y de arboladas riberas, y, fin alm en te,
C eb olla tí, el río de la r g o curso, g ru eso caudal, rápida
corrien te, vados d i f í c i le s é in trin ca d a selva. L a t o p o ­
g r a fía del terren o ayu d ab a a dm irablem en te á los ban­
doleros.
” L o s a n tig u o s m oradores de a quella com arca co n ­
servan el recu erdo de más de una tra g e d ia que sembró
el espanto en el contorno. L o s esta n ciero s habían
co n stru id o por viv ie n d as, fo rm id ab les ed ific io s , espe-
138
H IS TO RIA
CRÍTICA
c í e de c a stillo s con re cia s m u ra lla s de p ied ra á los
cu a tro vien tos, pequeñas ventan as en reja da s y esca ­
lera in te r io r para su bir á la azotea, coron ad a de t r o ­
neras. A l o scu r ecer se cerraba la ú n ica p u erta ex terio r,
a trancánd o la con fu e r t e s barrotes de fierro . Y a d en ­
tro, — m ien tra s se cenaba en el am p lio com edor mal
ilu m inad o con v e la de t u f o apestoso, — los hom bres
com entaban el ú ltim o asalto ó la recien te fech oría, y
las m u je r e s y los niñ os escuchaban pálidos, dejaban
e n fr ia r la grasa del asado de o v e ja y se estrem ecían
cada v e z que ladraban los perros ó g ritab a cercano un
terutero.
” L a n o ch e era toda in q u ietu d y sobresaltos, in te r ­
m inable a n g u s tia .” —
H a y que pasar las picadas con la p isto la d ispu esta
en la mano. L a p o lic ía es m enos fu e r t e que los ban­
doleros, reu n id o s en g a v il l a y c u y o s j e f e s son señores
feu d a les. ¿ U n a m oza les g u s ta ? P u e s al m onte con
ella. ¿ U n hom bre les estorba? P u e s á puñaladas se
c o n c lu y e con el estorbo. E l puñal g o b iern a en las
v e rtie n te s de la serranía, com o g obiern a el p ico del
m ilano sobre las a g u d e c e s de sus crestones. T o d o es
sombrío, rudo, e l e m e n t a l : ¡ las cum bres, las abras, las
frond as, los cariños, los odios, los recu erd o s y los
esperanzares!
“ E n tr e tanto, en lo ind efenso , — en las bocas de la
cueva, — dorm ían tra n q u ilo s los pobres diablos, — c h a ­
careros, a g r e g a d o s y puesteros, — abrig a d o s por sus
m iserab les ran ch os de terró n y paja brava. — ¿C óm o
v iv ía n ? ¿ C ó m o escapaban á la saña del m atrero? —
V i v í a n con la tra n q uila i n d ife r e n c ia de la g olo n d rin a
que anida ba jo el alero de la casa, ó del te r u te r o que
pico tea ju n to á los postes del “ g u a r d a p a tio ” . N o había,
en la m iseria de sus viviend as, nada que despertase
la codicia. A d em ás, casi todos ello s estaban en buena
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
139
arm onía con los m atreros, á qu ienes no dejaban de
presta r pequeños, pero ú tile s servicios. E n un tiem p o
fu e r o n aliados de las po licía s, y más de una v e z las
acom pañaron en las batidas á los m o n tes; pero como
notaran que la au to rid a d no era jam ás la más fu e r te
en aqu ella incesante lucha, los que escaparon á la
v e n g a n z a de los m alh ech o res se pasaron á su campo,
ó, por lo menos, observaron u na n e u tr a lid a d co m p la ­
cien te. ¡ L a l e y de la v i d a ! . . . ”
A l l í tro p ez arem o s con don Z o ilo .
D o n Z o ilo es tacitu rn o , huraño, rezo ng ó n. D o n Z o ilo
dom a con m aestría y t e je lazos con h abilidad. D o n
Z o ilo es el a n tig u o peón de u na esta ncia de aquel p e ­
lig r o s o desierto, peón que se ha r e fu g i a d o en una t a ­
pera, lo m ism o que un buho, com o u n gato pajero,
com o un cim arrón de o jo s cen tellea n tes y la r g o s c o l ­
m illos.
D o n Z o i lo no habla, no recibe visitas, es de g enio
lu n á tico , tre n za con arte y bebe la caña en bo tella s de
á litro, sin que las inm ensas bo rra ch eras que tom a le
ablanden el co ra zón ó le a flo je n las piernas. E s m u y
v ie jo , pero m u y v a lien te, aquel y a g u a r e t é que se llama
don Z o ilo .
— “ N u n c a se le co n o ció fa m ilia , aunque a lg u n o s
aseg u ra ran que ten ía una h erm an a; nadie sabía de él
otra cosa sino que había lle g a d o al p a go siendo m u ­
ch a ch o y no había v u e lt o á salir de allí, vié n d o s e le
siem pre solo, tacitu rn o , hostil á tod os los seres h u m a ­
nos, de los cu a les parecía no haber h ered ad o m ás que
la form a. P a r a los m ozos era un tip o ú nico, siem pre
igu al, sin m o d ific a c io n e s de n in g u n a clase. V e s t í a en
tod o tie m p o el m ism o saco, que y a no te n ía form a
ni co lo r ; el m ism o ch irip á de manta “ c o lla ” , el mismo
som brero in fo rm e y el m ism o po nch o d esgarrad o y
d esflecad o. Y si su v e stim en ta no había variado, su
140
H ISTO R IA CRÍTICA
f ís ic o ta m p o c o : v i e j o le co no cieron los m u ch ach o s
que habían m u erto de viejo s, sin notar una a lte r a c ió n
en su fison om ía, ni un h ilo blanco en su m elena. Su s
e x c e n t r ic id a d e s y rarezas causaban a dm ira ció n al f o ­
rastero, pero pasaban sin d espertar la aten ció n de las
g e n te s com arcanas, y a habituadas al ex tra ñ o p e r so ­
naje. H u b ié ra le s adm irado, en cambio, v e rle reir ó
usar a lg u n a clase de calzado, — m u da nza de hábitos
in v etera d o s m u y capaz de p o ner en r e v o lu c ió n la c u ­
riosid ad del pago. — B a jo y fo rn id o , de r o s tro a n g u ­
loso y grande, de o jo s en cap otado s y torvos, de la r g a
nariz curva, de tez tostada, de escasísim a barba n e g r a
y de la r g a m elena lacia y sin una cana, don Z o i lo
tenía un aspecto fe r o z de bestia h u raña y peligro sa .
Su v o z g u tu ra l sem ejaba un g ru ñ id o sordo, y su m i ­
rada, que salía de entre el m on tón de ceja s y el abultam ien to de los párpados como una cla rid ad de en tre
rocas, denotaba d e sco n fia n za felin a . E ra, sin em bargo,
un hom bre bueno. Á lo menos, com o tal debía c o n s i ­
derársele, pues que nadie le co n o cía n in g ú n h echo
crim in oso, ni otra m aldad que su a n tip atía hacia todo
ser viv ie n te, debido á la cual, ni los perros paraban
en su casa; y así lo probaban los v a r io s ca ch o rro s
que había criado y que no tard aron en huir, no se sabe
si acosados por el hambre ó por las rod a ja s de las
llo ron as del amo.”
D o n Z o ilo tiene un am igo, que tam bién es á m odo
de e n gen d ro de la so le d a d : “ el rubio L o r e n z o , ban­
d olero célebre, j e f e de una g av illa , audaz como n in ­
guno, fe r o z como chacal y p resu m id o como m u je r .”
C asilda, la herm ana de don Z o ilo , m u ere e n ca r g á n ­
dole que se haga ca rgo de su h ija Juana. D o n Z o ilo
acepta, aunque es incapaz de sentir a fe c c ió n alguna.
E l ó rgano sin uso se a tro fia. L o m ism o sucede con el
corazón. D on Z o ilo , cu y a niñ ez fu é dura y cu y a j u ­
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
141
ve n tu d fu é terrib lem en te fría, no sabe de ternuras. —
“ L a a fecc ió n , plan ta sensible, se había d eb ilita d o y
había m uerto, fa lta de savia, en una tie rr a pobre y
p r iv a d a de r ie g o .”
¿ P o r qué r esu elve ir en busca de la h u e r fa n ita ? É l
m ism o lo ignora.
— “ ¿ C u r io s id a d ? ¿c a p r ich o ? ¿ in stin to anim al rena­
cien d o com o esas sem illas que germ in a n después de
tre scie n to s años de e n t i e r r o ? . . . L o cierto es que a qu e­
lla d eterm inación, — por m ás reñid a que e s tu v ie se con
su ca rácter y sus a n teced en tes — había brotado en él
espon tán ea y rápidam ente, sin p revia s m ed itacion es, y
la había pu esto en p r á c tic a sin n in g u n a especie de
cá lcu lo s para lo p o rv e n ir .”
T r a te m o s de Juana.
Juana es la nieta de un em igra d o a rg en tin o , rom á n ­
tico y ca ba lleresco y de o jo s azules, que lu ch ó con
O rib e po r odio á Rosas. P ris io n e r o de O ribe, lo g ró
h u ir de las carpas del C errito , d urm ién d ose en su
f u g a á la o rilla de un m onte, donde dos cam pesinas,
t rig u e ñ a s y varon iles, le h a lla ro n nervioso, sin f u e r ­
zas, con fie b r e y con hambre. L le v a d o al ran ch ejo de
las dos m u jeres, el em ig ra d o enam oróse de los labios
g ru e s o s y ro jo s de la menor, la que, á su vez, p r e n ­
dóse, con un cariño libre y vo lcá n ico , del ex tra n jero .
A l g ú n tiem p o después, el e x t r a n je r o desaparece d e ­
jan do un h ijo , L u is , que casa con Casilda, la hermana
de don Z o ilo . C a sild a es apacible, fr u g a l, bravia, t o ­
zuda, apta para la herm osa v id a del monte. L u i s es
indolente, d espreocu pado, llen o de d u lzu r a s y de sau­
dades in d efin ib les. — “ Su in t e lig e n c ia p a recía d or­
mida, y si á ve ces solía tener d estellos, éstos eran
raros y fu g it i v o s . E n lo espeso de su intelecto, en lo
torpe de sus maneras, chocaba en con tra r de pronto
una inesperad a cla ro vid en cia , una rara d is t in c ió n : era
142
H ISTO R IA
CRÍTICA
como un es p íritu su p e rio r a leta rg a d o que en o ca sio ­
nes inten taba b rilla r, sin poder salir de la caparazó n
que lo o p rim ía .”
D e esta u n ió n sale Juana.
A l g o podem os anotar ya. D o s h eren c ia s actúan so ­
bre aqu ella sangre. L o in s tin tiv o de la materna, que
elaboró la fronda, y lo rom ántico, lo psíquico, lo su ­
perior, pero f l o j o y co nfuso, del patern al lin a je. L o
sexual, lo m ontés, lo cam pero en la una n e u tra liza
lo soñador, lo fin o, lo d estella n te que aportó la otra,
com batid a tam bién por el m ed io en que crece la h u ér­
fana.
¿ C o m b a tid a del tod o ? N o ; ciertam en te no. Juana,
de pequeñuela, tie n e un am igo. E l o rig e n de éste es
tam bién rom a n ce sco ; pero la vid a lo ha equ ilib rado .
Sobre aquellas dos cunas sopló el h isterism o sus a n o r­
m alidades, m u ch o m ay o re s en Juana que en L u c io ,
porque en L u c i o han d esaparecido y p ersiste n en
Juana.
— “ Á veces, en las siestas, los niños se encontraban
co rreteand o por las c u c h illa s ó escu rrién d o se entre
las breñas del bosque, ju n ta n d o flo res, abatiendo c h in ­
g ólo s á g o lp e de p ied ra ó buscando nidos de pájaros
ó asaltando arazaes y pitan gu ero s. D e sca lz o s los dos,
los dos haraposos, corrían, saltaban y gritaban, y m u ­
chas ve ces se d etenían jadeantes, se miraban, y abra­
zados, rodaban sobre la grama, besándose y m o r d ié n ­
dose como ca ch o rro s ju g u e to n e s. E n ocasiones p er­
m anecían larg o rato tendidos, m ezcla n d o las oscuras
g u e d e ja s del uno con los blon d os rizo s de la otra,
ju n to el rostro tostado y va ron il del niño con el r o s ­
tro m enudo, blanco y pecoso de la niña. Y así estaban
largos minutos, boca arriba, con los o jo s cerrados, b e­
biendo el sol candente del m ediodía, em briagad os con
el aroma del trébol, de las m a rg arita s y manzanillas.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
143
Juana había in v en ta d o aquel j u e g o , “ j u g a r á los m u e r ­
to s ” , como ella decía, dando una ex p r e sió n de p ro ­
fu n d a m e la n co lía á su lin d a carita. P r im e r o jun taban
m a rg a rita s blancas, con las cu ales adornaba to d o su
c u e r p o : la cabeza, el pecho, las o reja s y los l a b i o s . . .
después m orían. A l p r in c ip io á L u c io le pareció aquel
j u e g o e x tra ñ o y f e o ; m ás tarde, poco á poco, la t r i s ­
teza de Juana le fu é in v ad ien d o y l le g ó á en con trar
un p lac er v e rd a d ero en la n g u id e ce r , anonadarse, m o­
rir. C u and o el é x tas is pasaba, se ponían en pie de un
brinco, se abrazaban, se besaban con los o jo s llen o s
de lágrim as, é im p osib ilitad o s para s e g u ir ju g a n d o , se
apartaban y se separaban en silen cio, sin una palabra
ni una m irada más.”
E s claro que L u c io , á m ed id a que va crecien do , se
enam ora de Juana, y que la va á buscar, después de
breve lucha, al rancho de don Z o ilo .
L u c io , recib id o por el v ie jo con a versió n y por la
jo v e n con alegría, com parte la com ida fr u g a l de don
Z o ilo y de Juana.
— “ E n m edio de los dos jóvenes, a legres, contentos,
rebosantes de afecto s, don Z o i lo era u na a n títes is v i ­
viente. E l eterno ceño de su rostro bravio, era como
una m ancha oscura en un cielo c la ro ; m an ch a oscura
que, sin aum entar de tamaño, se iba h aciend o cada
v e z más opaca, así que aum entaba la cla rid ad del
cielo. C om o si la a le g r ía ajen a le in s u ltara y le hiriera,
d ir ig ía terrib les m iradas á sus dos com ensales. O tras
ve ces fi n g í a no v e r ; c o g ía con los dedos la co stilla
de carnero, clavaba en ella los dientes, y de un tiró n
rápido, — im itand o á los perros, — arrancaba toda la
carne de un lado, rep etía la op eració n del otro lado,
arrojaba el hueso y se ponía á m asticar con ruido,
h aciendo rech inar de cuando en cuando sus tre in ta
y dos piezas dentales. L a s cejas contraídas, los b ig o tes
144
H IST O R IA CRÍTICA
eriza d o s y la r ig i d e z de la fa z, denotaban su a gitac ió n .
L a m an cha o scu ra c r e c ía ; se equ ivo ca ba al creer que
su odio á L u c i o era el odio in s tin tiv o que p rofesa b a
á toda la e s p e c ie : le odiaba más, á cada instante más.
¿ P o r qué? ¿ A m a b a á Juana, creía necesario su cariño,
y vien d o en el fo ra s te ro un en em ig o que v e n ía á
d ispu társela, se aprestaba á la lu ch a? ¿ E r a un a fe c to
que había nacido repen tin a m en te en su alm a seca,
com o nace una plan ta e p í fi t a en la d u ia co rte z a del
co ro n illa ? ¿ Ó era el inm enso eg o ísm o que le o blig a ba
á d efe n d e r aqu ello que consideraba su y o com o su t a ­
pera y su malacara, sus h erram ientas y sus guascas?
¿ S e a ferraba á la posesión de aquella persona por un
sen tim ien to no blem ente d esinteresado, ó la dispu taba
com o la fie r a d isp u ta el hueso in ú til, sólo porque es
su y o , po rq ue lo ha gan ad o con su fu e r z a y sólo á
otra fu e r z a m ay o r ha de c e d e r l o ? . . . ¿ P o r qué el toro
im pid e á otro toro que se acerque á la va q u illo n a que
acaba de poseer? ¿ P o r qué n ie g a á los o tro s u n placer
y una sa tisfa c c ió n que no d ism in u irá su placer y
una s a tisfa c c ió n que no am en g ua rá la su y a ? L u c h a r
por el mism o tro zo de carne, es j u s t o ; pero luch ar
por lo que se ha dejado, por lo que no se pu ed e c o ­
mer, ¿po r qué m o tivo ? ¿con qué o b j e t o ? . . . É l l u ­
chaba, sin em bargo.”
E l tip o de don Z o ilo está pintado con mano maestra.
E s más que un t ip o ; es toda una especie. E s más que
un h o m b re; es el alma, h echa carne, de la soledad.
L u c i o siente el odio del trenzad or. A q u e l odio es
un obstácu lo insuperable para sus amores. L e abru ­
man la tristez a y el desconsuelo. E s v erd a d que L u ­
cio, por razones de o rig en, tiene á la m elan co lía por
com pañera. E s ta com pañera no le deja jamás. Su m e ­
lan co lía es una d olen cia sin posible cura. ¿In d ia ?
¿ J u d a ica ? ¿M o ra ? E s m u y posible, como resu lta d o de
la raza y del medio.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
i45
L u c io y Juana se p ierd e n en el pajonal.
— “ S in resisten cia, él la sig u ió , co n d u cid o de la
mano. S u rostro ardía, sus o jo s brillaban, sus labios
temblaban y su co ra zón latía fu riosam en te. Co m o la
senda era angosta, sus cu erpo s se rozaban á cada in s­
tante, y á cada co n ta cto el jo v e n sentía una llam a
e x tra ñ a in ce n d ia rle la s a n g r e . . . D e pronto, Juana
lanzó un g rito y quedó inm óvil, con los brazos caídos
á lo la r g o del cuerpo. L u c io , brutalm ente, es tú p id a ­
m ente, había soltado la mano, abrazándola y o p ri­
m ién d ola con to d a su fu erza. A l m ism o tiem po, sus
labios buscaban los labios de Juana y la quemaba con
su a lien to de fu e g o . In te n tó vo ltearla, y ella de un
salto bru sco se escapó de sus brazos.
" E n t r e las pajas, que casi la cubrían, con la rubia
cabellera en desorden, m u y pálida, m u y co n traíd os los
labios d elgados, p erm an eció m irand o á su a gres o r con
una t e r rib le e x p r e sió n de fie r e z a y de o rg u llo . L a s
pu p ila s azu les se habían o scu recid o y su m irada era
a g u d a y brilla n te como una lám ina de a cero ; m irada
de d esp recio y de d esafío, m irada de amo al lacay o
i n s o l e n t e . . . L u c i o la recibió como un la t ig a z o en
m edio del rostro. P a lid e c ió á su v e z ante el insulto,
y su prim er im pulso fu é a rro ja rse nu evam en te sobre
la j o v e n ; en segu ida, otra v o z le habló, d e jó caer
los brazos y bajó la cabeza en la a ctitu d de la fiera
domada. D espu és, con fra se h um ilde, — una fra se que
se arrastraba por el suelo com o perro castigad o, —
em pezó á hablar y á rogar, sin alzar la vista, fa scin a do
por aquella m ira da que sentía clavada en él, im periosa
y dura.”
L u c io , c r e y e n d o que está o fe n d id a p rofun d am en te,
se h u m illa y llora. E lla , com pasiva, le reco n v ie n e m e ­
ditabunda.
“ — ¡C ó m o ! É l, el sostén, el a u x ilio , el amparo, el
io .— v i .
146
H ISTO RIA CRÍTICA
hombre, el m arido, — todo lo que ella había ideado y
acariciado, — ¿no deseaba otra cosa que el placer b r u ­
t a l ? — E s e placer, que ella apenas presen tía sin d e ­
searlo, se le presentaba como una d olorosa necesidad»
sa c r ific io grato, pues debía darle la s a tisfa cció n de
los h i jo s ; y tener h ijo s era su id e al; cuidarlos, a m a r­
los, em plear en ello s la inm ensa tern u ra de su alma»
E ra hasta una necesidad que ella se n tía; una necesidad
para apagar las pavorosas in qu ietu des de su espíritu.
Su e x is te n c ia ten d ría al fin, una razón de ser. E n
cuanto á L u c io , lo amaría m ucho, m ucho, por el in ­
menso bien que le aportab a; lo amaría como el esposo,
com o el padre, com o el com pañero, como el j e f e y
sostén de su h ogar. — Su espíritu, que tenía extra ñ a s
lucid eses, — cla ro v id e n cia s ancestrales, — se p r e g u n ­
taba si podía e x is t ir el amor por el am or; y se co n ­
testaba que n o : que éste debía ser un a ccid e n te de
la vida, pero no la v id a entera. L a v id a entrañaba
una m isión más grande. ¿ C u á l? — L o ig n o ra b a ; esas
cosas no se s a b e n : el azar las descubre y el tie m p o
las realiza. — ¡ Y L u c io , el e leg id o , pensaba en la b r u ­
talidad del amor, e x i g í a y esperaba de ella solam ente
la bru ta lid a d del a m o r !. . . N o ; ¡ no podía ser a s í ! E l la
sería m u y desgraciada, m u y d e s g r a c i a d a . . .
” Y so llo zan do recostó su cabeza en el hombro de
L u c io que trataba de co n sola rla y de sincerarse.
” — ¡ P e r o n o ! ¡p e ro n o ! — exclam aba desesperado.—
¡ Si yo haré todo lo que vo s quieras, todo lo que vo s
me m an dés! ¡ P e r o no llorés, no me quieras m a l ! . . . ”
Y
L u c io , despu és de darla un beso inocente, se
a leja del salvaje rancho de don Zoilo.
Juana se queda en el pajonal, con sus recu erdo s y
con los m utism os del v ie jo y a g u a reté.
O id :
— “ T o d o un pasado de m elancolía, — de a m b icio ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
147
nes no satisfech as, de esperanzas tronchadas, de e n ­
sueños m architados, de p laceres incom pletos, — pesaba
sobre ella y la e n v o lv ía com o una n ieb la gris, densa
y fría. P r o d u c to de aquel héroe fru strad o, — v i s io ­
nario rom ántico, arrancado á su d elirio de cosas g r a n ­
des por un v u e lc o rep en tin o del azar, — y de aquella
ch ina v ir il, destinada á e n gen d ra r h ijo s de m atreros,
m orrud o s y vig o ro so s, — resu ltó ella, por h eren cia a tá ­
vica, un fr u to e x ó tic o sin d estino ni m isión. ¡ Nunca,
nunca, había sido f e l i z !
¡O h !
evocan do recuerdos,
ve ía ahora b ien claro el pasado, y el p o rv en ir v a g a ­
m ente
alum brado
por
la
lu z
de
su tem peram en to
en ferm izo. ¿N o habían sido m on struosa su niñez, r i ­
d íc u lo s sus ju e g o s, sin iestro s sus p l a c e r e s ? . . . S í ; la
c h icu e la que co rría por las lomas, al gran sol, suelto
el cabello y desnudos los pies, riend o y llo ran do á
un tiem po, era la m ism a jo v e n que ahora penaba, lan ­
g u id e c ie n d o sin causa j u s t if ic a d a y sin m o tivo a p a ­
rente. C u and o c r e y ó que había em pezado su verd a d era
vida, v ió con h o rro r que lo que tom ara como un sol
esplendente, era la m ism a estrella p álid a que había
alum brado la senda penosa de sus prim ero s años.”
¿ P o d ía salvarla, t o rcer su d estino la pasión de L u ­
cio ? E scu ch a d .
“ — E n un p r in c ip io tu v o f e ; c r e y ó que del a fe c to
de L u c i o depen día el rum bo de su ex isten cia, y cuando
se supo amada, trató de engañarse, d iciénd ose que el
hogar, los hijo s, el esposo, la v id a sosegada y llena
de a fecto s, era su ambición, sería el c u m p lim ien to
de la m isión que le estaba encom endada en el m undo.
Y sin embargo, cuando la in qu ietu d tornó á i n v a ­
dirla, su c o n fia n z a se d esvan eció y se sin tió irrem i­
siblem ente condenada. E n el d eseq u ilibrio p rod u cid o
en su espíritu, en el co m pleto d esco razon am ien to o ca ­
sionado por aquel gran desengaño, no se le o cu rrió
148
H ISTO R IA CRÍTICA
pensar que hubiera equ ivo ca d o el cam ino y que la
fe lic id a d podía e x is t ir en otra parte. C ondenada, f a ­
talm en te cond en ad a por d elito s que no había co m e­
tido, sen tía en el alm a la lasitu d de las lu c h as irr a ­
zonables, el no pu ed o más que hace desear la m uerte
como ú ltim o y suprem o alivio . ¿ C ó m o lu c h a r contra
un d estino fe r o z que se c o m p la cía en acerca rle á los
labios la copa de la dicha, para a le ja rla bru ta lm e n te
cuando iba á saciar su sed? ¡O h , la p á lid a es trella
que alum braba la senda de su v id a so n rien do con e x ­
presió n m a l v a d a ! . . . Y su e x is t e n c ia se le aparecía
delante, u n ifo r m e y quieta, árid a y sombría, como in ­
m ensa p lan icie erial.”
G au ch a es n u estra tierra. Su lu c h a es la lu ch a de
nu estra raza. ¡ E n so ñ a re s g o d o s é in stin to s selváticos,
ansias de su bir que no pu ed en subir por cu lpa de la
m ateria p r im it iv a que los a p ris io n a ! ¿ V a i s co m p re n ­
d iend o?
G a u ch a es n u estra tierra. L o m aternal, el suelo, la
e m p u ja hacia el monte, — las civ ia y libertad, — en
tan to que la ram a paterna, el esp íritu , la e m p u ja
hacia lo azul, — fa n ta sía y có d ig o . ¡ A s í tiene que ser,
hasta que la cu ltu r a del suelo v e rd e ascien da hasta
la dolorosa p e r fe c c ió n de los im ag in a re s!
E s claro que G a u ch a no pudo analizarse con tanta
sutileza. D e ahí los abu ltam ien tos de que antes hablé.
L a v ir g e n debió sentir lo que sentía de un modo c o n ­
fuso, sin p rem editarlo ni co m prend erlo , como un ano­
nadam iento repen tino y d ia bó lico de su volun tad . ¿ P o r
qué? P o r le y de am biente y le y de cultura. ¿ E s esto
un d e fe cto ? No, pues, como y a he ex p licad o , los h é­
roes de V ia n a , antes de v i v ir en el libro del novelista,
v iv ie ro n nueve meses en el cerebro de Ja vier de Via n a .
Gaucha, si se la mira bajo otro aspecto, es un caso
de herencia preponderante. E l m edio en
clarísim o
DE LA LITE R A TU R A U RU G U AYA
149
que vive, las gen tes y las cosas que la rodean, parecen
en gen d ro s de una v o lu n ta d im periosa y firm e, de la
vo lu n ta d c o lé rica y fu e r t e de lo m o n tés; pero n e u ­
tra liz a n d o el i n f lu j o del m edio y de la educación, en
la niña perd uran y se hacen más hondas las d ulces
in d o len cias y las in d e fin ib le s saudades de L u is . — ¡ E s
que su alm a es el alm a del e m igra d o de ojos azules
que lu ch ó con O rib e por odio á R o sa s!
Sigam os.
E n to n c e s aparece L o r e n z o A lm a d a, h ijo de un v ie jo
soldado de las g u e rras civiles. L o r e n z o es d esid ioso y
haragán, osado y bravio, d espó tico y cruel. E sq u ila n d o,
co rrien do carreras ju n t o á las p u lperías, cuarteando
d ilig e n c ia s del sur al norte y del norte al sur, pasó
su n iñ ez y lle g ó á a dolescente. U n co m isario le en ­
cerró en un cuartel, en tr eg á n d o le á un j e f e de b a t a ­
llón, y en el cu a rtel pervirtió se , cra pulizá n d o se, hasta
salir con el co razón seco, con o dio s y v icio s, con todos
los cánceres que se crían en la cu adra y en el c a l a ­
bozo. E n to n ce s, y a libre, j u g ó con ventaja, fu é c o n t r a ­
bandista, robó un caballo y a c u c h illó á un hombre,
para co n c lu ir en band o lero y en j e f e de g a v illa como
D i e g o C o rr ie n te s y L u i g i V a m p a.
E l m ed io a yu d ará al bandido. T o d o , en el medio,
habla de libre v o lu p tu o sid ad . E l bandido respeta una
v e z más á la v ir g e n . M á s tarde tom a posesión de ella
de una m anotada. L u c i o v u e lv e y habla otra v e z de
amor. E l ideal no se cansa ni nos cansa nunca. E l
bandolero m ata
de la jo v e n á su
á un árbol, para
y los m osqu ito s
al ideal y lu e g o en tr e g a el cu erpo
gav illa, d eja n do á la jo v e n amarrada
que los caran ch os le saquen los ojos
le ch u pen la sangre. ¡ E s la im agen
de la cam piña c r u c ific a d a por la in c u ltu r a !
“ Juana había oído com o en sueños las últim as y
san grien ta s palabras del bandido. A m a rra d a al árbol,
150
H IST O R IA CRÍTICA
co m p le ta m en te desnuda, las g ra cio sa s cu rva s de su
cuerpo, la bla n cu ra de su piel, el oro de sus cabellos
parecían s i g n i fi c a r un ideal delicado, una poesía dulce
y sen sitiva su cu m bien do al abrazo del m ed io agreste
y duro. Sus o jo s se abrieron y se cerraro n de n u e v o ;
su cabeza ca y ó sobre el pecho. U n bienestar n u n ca c o ­
no cid o com enzó á in v a d irla ; el co ra zón iba latien d o
lentam ente, los labios se en treabrieron para dar paso
á un ú ltim o suspiro, y la m uerte l le g ó al fin, p o r t a ­
dora de la paz eterna, besando con respeto aqu ella p o ­
bre alma atormentada, que se había paseado e x tra ñ a
y sin o b je to por la v id a .”
G a u ch a es el alma d olo ro sa de nu estros cam pesinos.
E l ensueño la atrae y la en am ora; pero sólo ve las
luces del ensueño de un m odo co n fu so. L e fa lta v o ­
lu n tad para co nqu istarle, y sig u e siendo la v íc t im a de
lo atávico, que la d eja desnuda, p rofan ad a sobre una
loma, cerca de un m aizal ó en el borde de un río. ¡ E s
una en carn ació n de la tie rr a a rtig u ista , más que una
n o ve la hallada en las tra d ic io n e s de la soledad, el p r i ­
moroso estu d io de Ja vier de V i a n a !
N o entraré, por fa lta de tie m p o y de espacio, en
m ay o re s detalles, aunque r eco n o zco que m erecen d i ­
sección d etenid a Casio y don Z o ilo . D o n Z o i lo me
obsesiona, pareciénd om e una f i g u r a más pen etrante
que las f ig u r a s de L o r e n z o y de Juana.
D e ésta y a dije, en síntesis, lo que creo. E s un sím ­
bolo, aunque acaso el autor no lo entien da así. D e s ­
po ja d la de ciertos m ateriales toques, por demás c o n ­
cretos, y resu ltará el sím bolo de que hablé, como es
un símbolo, á pesar de sus toques co n creto s y m a te­
riales, la h eroína del poema pam peano de don E steb an
E ch ev a r r ía .
Y o no sé si ese estu d io es m oral ó no. E l monte, el
río, el a rro yo y la sierra tam poco son m orales, lo que
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
151
no les im pide ser verdaderos. L a inm oralidad consiste
en recrearse pintand o larg am en te in ú tiles lascivias, y
en el libro de que me ocu po la rápid a d escrip ció n de
las lascivia s no es in ju stifica d a .
P o r otra parte, en esta novela, lo lúb rico no es l ú ­
brico. E l choque de los sexos, en esta novela, es b a ja ­
m ente z a fio y repu lsivo . Si fo r z á is los tintes, señores
retóricos, el lie n z o se co n v ierte en una enorme m an­
cha. In sin u a d la curva, los de d octo lápiz, d ejan do á
nuestra im ag in a ció n el trabajo de co m p le ta r su m ó r ­
bid a redondez.
E n cuanto al estilo abunda en prim ores, en r i q u í ­
sim os tintes, en notas que re p r o d u ce n con fid e lid a d
su m a el campo y el cielo de mi país, lo que bastaría
para en altecerle á los ojo s del pago y á los o jo s míos.
E s c u c h a d esta p á g in a :
— “ P asó el inviern o. D e sa p areciero n de las p r a d e ­
ras los t ris te s pastos a m a r illo s ; r e d u je r o n su caudal
los a rr o y u e lo s y tornaron á encerrarse en su cauce
estrech o los cañadones. L a s o veja s com enzaron á o s­
tentar v e lló n espeso y bla n co ; los caballos e n g o r d a ­
ban, y con la g o r d u r a v e n ía les nuevo y v isto so p ela m ­
b r e ; el campo, á su vez, b r illó con la yerba, — suave,
v e rd e y p erfu m ad o ve llo , nacid o á los besos de los
so les tibios. L a s p erd ic es que dorm ían en el ch ircal
espeso, se a ven tu raro n otra ve z en las lomas volan do
silbadoras. E n bandas num erosas alborotaron los t e r u ­
te r o s ; hasta los o fid io s, — recién salidos del letargo
invernal, — se arrastraron por la c u c h illa seca, e x p o ­
niendo á la lu z tibia la nueva piel pintada y luciente.
L o s m im bres y los sauces v is tie r o n de esm era lda ; los
ombúes solitarios, — árboles filó s o f o s que m iran in d i­
feren te s pasar las estaciones, los recios pam peros y
las brisas suaves, — los árboles tristes que no aband o ­
nan nunca su ve stim en ta oscura, — em pezaron á echar
152
H ISTO R IA CRÍTICA
sus ram os blancos de flo re s estériles. L a naturaleza, —
com o un en ferm o tras la r g a co nvalescencia, — c o ­
menzaba á v i v i r de nuevo, con una v id a a leg re y b u ­
llicio sa , llen a de prom esas, rica en esperanzas. E r a
una v u e lta á la luz, tras la larg a y penosa sombra del
inviern o. E n v e z del doloroso balar de las o v e ja s tr a n ­
sidas por el fr ío y p erse g u id a s por la llu via , oíase el
a leg re v a g id o de los cord eros que, apenas abandonado
el cla u stro m aterno, co rrían em briagán d ose con la l u z ;
en v e z del sin iestro m u g ir de los va cu n os en los p e ­
sados días de bruma, escuchábase el llam ado a leg re de
los becerros recién n a cid o s ; en vez de la y e g u a d a que
reco rría m u stia y en silen cio los llanos encharcados,
veían se retozar sobre el otero los po tranco s de piel
lu stro sa y o jo cen tellante. Á m ed id a que el abrojo, la
cepacaballo y el abrepuño am arilleaban y se in c l i n a ­
ban m oribundos, los m acach in es y las m árcelas abrían
sus corolas ro ja s y amarillas, m oradas y azules. L o s
cuervos, — hartos en el fe s tín que les b rin d aro n las
o veja s v ie ja s m uertas por el frío, — h uían á operar su
pesada d ig e s tió n en lo oscu ro de la se lv a ; los ca ran ­
chos y los c h im an go s golpeaban el co rv o pico, c r i s ­
paban la fiera garra y volaban l e jo s en bu sca de car­
nizas. E n cambio, trinaba la ca lan d ria; el sabiá dejaba
oir su dulce m elo d ía ; m ostraba su co pete rojo el a ltivo
cardenal, y afanábase el horn ero en buscar alim ento
para los p o llu elos que tenía bien ab rig a d o s en su m a­
rav illoso palacio de barro. H asta el boyero, — a r t ífic e
de la selva, — solía detenerse sobre la rama de g u a ­
yabo que sustentaba su nido, y entonaba una ca n tu rria
alegre. Sobre las lagu nas inm óviles, los cam alotes
abrían sus g rand es flo res ce le s te s; sobre las talas c o ­
posas, los cla veles del aire lucían sus flo re s sin p e r ­
fume. E n la umbría, el trébol crecía lozano, el arra­
yán abría sus grandes, blancos, y arom ados racim o s;
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
153
el bu ru cu y á , — la flo r sim bólica, — ostentaba su co ­
rona de espinas azules, é hinchaba el ñ a n ga p iré sus
ricos rubíes, c u y o co lo r envidiaban los péta lo s de la
flo r del c e i b o . . . L o s terren os estaban fir m e s : no eran
los vados tem ib les lodazales, y en los esteros, y a sin
agua,
po día
tra n sita rse
sin
temor.
D e mañana, el
orien te m ostrábase puro, la sierra se divisaba esbelta
y soberbia con sus crestas de azu l de a cero ; á m e d io ­
día la inm en sidad del cam po p a recía reir con la risa
perlada de una c h icu e la á vid a de am o r; y las tardes,
con sus p ú rp u ra s en vu elta s en cela jes celestes y b lan­
cos, eran como una son risa del día, que no iba á m o ­
rir, sino á cam biar de vestim en ta, p ara reaparecer,
una hora más tarde, e n vu elto en la a u g u sta tú n ic a azul
salpicada de flo re s de oro. — T r a s los t e m p o r a le s ,—
las llu v ia s copiosas, los fr ío s intensos, los v ie n to s
turbio s y los cielos obscuros, — la n a tu ra leza r e s u r g ía
á la vida, á una v id a a leg re y b u llic io s a rep le ta de
promesas, preñada de esperanzas.”
In sisto en que en estos toques h a y a lg o de retó rico
a b u lt a m ie n t o ; pero insisto, tam bién, en que estos t o ­
ques son m u y hermosos, como son m u y herm osos los
toques de p in tu ra de e s p íritu s que h a llo en mi c u e n ­
tista. Juana no cae sino por fa lta de v o lic ió n . ¿ D e
dónde p r ocede? D e la san gre paterna, de la del e m i ­
grado, de la del m ancebo de pálid as m e jilla s y o jo s
a zu les que luch ó co n tra O rib e por odio á Rosas.
Juana se crió en el campo y para ca m pesin a; pero el
esp íritu rom ancesco del em igrado, que fatal y m ila ­
g rosam ente r e v iv e en ella, no la co n sien te que se
amolde al m edio que la circu nd a. F l o r de jard ín , hecha
para la tib ia atm ó sfe ra del invernadero, el m onte la
rechaza, el fa n g o la a sfix ia , se m u ere bajo la sombra
de los robustos árboles que ni las lig a z o n e s del cipo
log ran estrangular. ¿ A c a s o L u c io se h izo para ella?
154
H ISTO R IA CRÍTICA
j Q ué d e sv e n tu ra ! ¿ P o r qué no predom ina, saltando
im petuo sa en su cerebro, la san gre de C a sild a ?
— “ A ta rea d a , inventand o o cu p acio n e s á fin de no
estar un m om ento inactiva, las ideas pasaban, unas
tras otras, y aún las más terribles, aún aquellas que
d ebieran d e sg arrarle el alma, se iban en co rrien te
suave, com o las a gu as de esos a rr o y u e lo s que ruedan
y ruedan sin rem over una p ied ra del lecho, sin m o r ­
der las lisas barrancas de las riberas. C u a n to había
pasado, cuanto s e g u iría pasando, ¿no era ajeno á su
vo lu n tad , co n trario á su v o lu n ta d ? ¿ E r a por su g u sto
que se había s u m e r g id o en la lastim o sa v iv ie n d a del
P u e s t o del F o n d o ? ¿ E r a por su g u s to que había m ar­
c h itad o sus v iv o s co lo res de flo r de las lom as en la
hum edad e n fe r m iz a del bañado? ¿ P o r su g u s to había
v iv id o a quella e x is te n c ia in civ il, al lado de su huraño
tío, el p rim itivo , el extraño , el semi - bárbaro, la semi bestia? Y lu e go , som etida, r esig n a d a á las d urezas de
su suerte, ¿qué v o lu n ta d se había s u s titu id o á su
v o lu n tad para im pon erle el co nstan te torm en to de
sus ideas raras, de sus anh elo s e x t r a v a g a n t e s ? . . . Su
aspiración, su e s fu e r z o co n tin u o era ser como lo s d e ­
más, pensar com o lo s demás, v iv ir com o lo s dem ás; y
sus lágrim as, sus tris te z a s m ortales, sus im poten tes
rebeliones, habían a crecen ta d o su s u frim ie n to sin d is ­
m in u ir la a cció n d is o lv en te de la m isterio sa vo lu n tad
que le hacía sentir y obrar contra su deseo y en d e t r i ­
m ento de su prop ia dicha. N o : ella no era cu lpab le
de nada; sin e x p lic a r s e las causas del fenóm eno, sin
in ten ta r ex p licárs ela s, se analizaba y se absolvía. Sólo
la m uerte podía rem ediar sus d o len cias ; pero la
m uerte, tam bién esquiva le n e gó el co n su elo de sus
ca ric ia s frías, cuando sedu cid a por la poética tristez a
de la lag u n a cortada, quiso acostarse á d orm ir allí,
bajo las a gu as quietas, entre las algas rojas, al pie
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
155
del gran ceibo m uerto. ¡ Q u é adm irable tumba, qué
e n vid ia b le lech o para el eterno repo so ! Y si es cierto
que las alm as bajan del cielo para v is ita r los d espo jos
del cu erpo que las paseó por el mundo, ¡qu é bien se
h a llaría la su y a en el a u g u sto silen cio de aquel sitio
salvaje, o cu lta entre las altas y pálidas gram íneas,
tod a ve stid a de blanco con f ilig r a n a s de plata de lu z
de l u n a !. . . E lla , que en vid a había sido u na extraña,
m ora lm en te aislada de sus sem jantes, reposaría allí,
tam bién a islad a ; ella, que había v i v id o a leta rg a d a por
p e r e g r in o s en ard ecim ien tos, e n co n tra ría la calma en
el seno de las a gu as fr ía s y qu ietas que el sol no
abrasa, que el v ie n to no sacude, que los ru id o s no t u r ­
ban, que los hombres no profan an , eternam ente puras
sobre el lech o de fa n g o , bajo el m onte de algas, r o ­
deadas de c a rag u atá y paja brava. P e r o tam bién esa d i­
ch a le fu é negada. ¡ Q u é t ris te cosa no tener v o lu n ta d
para v i v ir ni para m o r i r !”
Q u is ie ra igu a lm en te poder tra n s crib iro s a quella p á ­
g in a en que la h eroín a de la no ve la h u y e de los ban­
didos, h u n d ién d ose en el lodo, por entre las totoras
co n filo s de puñal, lastim ánd ose los pies d esnudos en
los tro ncos secos, san gran tes los senos y san gran tes
los brazos, á tra vés del estero que co nsum en las l l a ­
mas y en n eg re ce el humo. Q u isie ra , sí, ten er espacio
para rep ro d u ciro s aquella p á gin a en que la h eroína
h u y e atem orizada, pero no triu n fad o ra , como h u ye
a tem o rizad a y tr iu n fa d o r a a quella d eidad c u y a fu g a
nos p in ta el num en hom érico, d eidad sem ejante á la
palom a que el g a v ilá n p e r sig u e y que se resgu ard a
en el seno de un áspero peñón, porque el destino no
ha decretado que la d evore el ave de rapiña.
¡ Ni la selva ni la suerte p ro teg erán á Juana!
Javier de V i a n a term inó la p rim era ed ición de su
herm oso rom ance con la escena en que L o r e n z o hace
156
H ISTO R IA CRÍTICA
su y a á la h ija del débil L u is . L a se gu n d a ed ició n a u ­
m entóse con las escenas en que lu c h an L o r e n z o y
L u c io , L o r e n z o y don Z o ilo , y en que la d esn ud ez del
cu erpo de la m oza sirve de pasto á las lu ju r ia s de la
g a v illa del fe r o z L o r e n z o .
L a no ve la com o novela, como estu d io de' un alma,
placíam e más con el fin al prim ero, en tanto que la
n o ve la como sím bolo fu erte, como en carn ación de un
m edio en una época, se me a n to ja m ejo r con su fin al
segundo, que, de tod os modos, es más artístico . E l
fin a l p rim ero dábale un carácter m enos fan tá stico ,
m enos de aventura, m enos de anécd ota de b a n d id o s;
pero el fin al se gu n d o rep ro d u ce m ejo r lo brutal del
am biente, lo cerril de los usos, lo in o r g á n ico y lo
cru el de lo p rim itivo . Si la m oza es el alma del campo
en barbarie, más que una m oza en c u y a s venas p u gn a n
dos j u g o s h e red ita rio s y co n trad icto rio s , el fin al s e ­
g u n d o respond e sum isam ente al p ro p ó sito p e r se g u id o
por el autor, com o im agen del cam po en que el p a r t i ­
dism o y el v a g a b u n d a je p erpetú an las lla g a s de lo
atávico. N o es la e v olu ción , la e v o lu ció n p aciente y
sencilla, lo que pond rá fin á los d olo res h ijo s de la
in c u lt u r a ;
sino la e v o lu ció n revo lu c io n a ria, la que
c o n c lu y e con las estirpes inadaptables, la que suprim e
al caran cho y suprim e al ja g u a r, la que sólo perm ite
que se m an teng an los tip os ú tile s de cada fam ilia, la
que amolda el g au ch o trabajad or á las necesid ades
de la vid a nueva, la d esplazado ra de los cen tro s n o r ­
males de la sociedad que obedeció á la le y de la sierra
con picos y el m onte con garras.
E l incend io co n c lu y e con el esteral. E l c u ltiv o d es­
tie rra al y a g u a reté. ¿ E s necesario, entonces, su p rim ir
á la raza que v iv ió entre totoras? No, de n in gú n modo.
L a raza es la tierra á vid a de g érm en es de fr u to y flor.
L o que sí es necesario que desaparezca es lo no r e fo r ­
DE LA LITE R A TU R A U RU G U AYA
157
mable, el pro d u cto del a cu m u lam ien to de los a ta v is ­
m os irred u ctib les, lo que será siem pre resid uo de lo
p r e té rito y no será jam ás sem illa del mañana. A s í las
v ir t u d e s in g én ita s de la raza se m antendrán, sin que
las cr u cifiq u e n , d espu és de vio larlas, la am bición y
el ocio, dando á la raza las en erg ía s que han de p e r ­
m itir le tra n s fo rm a r lo in a ctivo y t ris te de sus en su e­
ños en a ctiv id a d a le g r e y en riquecedora. E s o es lo
que, m uchas veces, á la lu z de la luna, en las noches
de marcha, durante el ú ltim o m o v im ien to r e v o lu c io ­
nario, sobre los g ra m illares de buen olor y o yen d o á
lo le jo s el g r it o del chajá, se d ije r o n mi es p íritu d o­
loroso y el e s p íritu doloroso de J a vier de V ia n a .
¿ P o r qué, en su novela, el ú nico que se im pone y
m an tiene es el bestial L o r e n z o ? Si el rom ance nos
g lo sa el t r i u n f o de lo atávico, el que ló g ica m en te debe
ven cer, como sín tesis de la raza, es el v i e j o don Z o ilo .
A u n q u e , si bien se mira, el ve n ce d o r no es el b a n ­
d ido L o r e n z o , — L a t riu n fa d o ra es la tie rra nativa,
la tierra del pago, la tie rra del país, con su herm osura
y con sus dolores, con su p re té rito m on taraz y con
su verba g rá fica . — P in t o r cuando describe los a c c i ­
dentes de su n a tu ra leza y p s ic ó lo g o cuando estudia
los estados de su alma, n u estro buen co m p atriota la
en tr e g a á la adm iración de lo p o rv en ir como un cisne
n e g r o cu y as alas blanquean con cla rid ad es de ama­
necer. — E l que tantas b ellísim a s pá gin as le ha co n ­
sagrado, puede esperar tranq uilo el fa llo del fu tu ro . —
Su nombre p erten ece á la posteridad, lo m ism o que
los nombres de A c e v e d o D ía z y de C a rlo s R e y le s.
VI
¿ P o r qué coloco en este capítu lo , y no en otra parte,
á B e n ja m ín F e r n á n d e z y M ed in a? P o rq u e las obras
158
H ISTO R IA CRÍTICA
en que este autor ha puesto más j u g o propio, — si
por j u g o se en tien de in d ivid u a lid a d , — son sus na­
rracio nes en prosa y en verso. — E n la lite r a tu r a c r í ­
tica, la tela que bordam os p erten ece á otros. — L a
tela y los bordados son cosa n u estra en la lite r a tu r a
llam ada prod u ctora. — O rd en a r le y e s y a n to lo g ía s es
m erito rio , es ú til y no suele ser f á c i l ; pero el litera to
se ca racteriza p rin cip a lm en te por la fa c u lta d que lo s
p s ic ó lo g o s desig n a n con el nombre de im a g in a ció n
creadora r e fle ja . — E l arte de escribir, como todas
las artes que estu d ian los estéticos, no es sino la v id a
b u llen te y en fieb rad a de esa im ag in a ción creadora,
que a grand a y d is m in u ye , c o rr ig e y deform a, a socia
y com bina sus rep resen tacio n es para in fa n ta r lo h e r ­
moso. — E s por eso que co lo co en este c a p ítu lo á
B e n ja m ín F e r n á n d e z y M edina.
É s te nació en 1873. — E s m on tevid ean o, y se fo rm ó
solo. — Su in telectu alid a d , v ig o r o s a y com pleja, nada
les debe á los p r o fe so r e s u n ive rsita rio s. — Sabe lo que
sabe porque quiso saber con vo lu n ta d firm e, en a lte­
cien do y a ris to cr a tiza n d o su m odesta cuna con las
v ir t u d e s de la labor austera y el carácter broncino. —
E n A m é r ic a no ex isten otros títu los. L o s h ijo s de
A m é r ic a podem os decir, p lag ian d o una frase de M ic h e le t : — “ T o d o s somos p u e b lo ; nu estras a ris to cra ­
cias tienen su o rig en en el abrevadero co m ún .” B e n ­
jam ín F e r n á n d e z y M ed in a es un prod u cto de la v o ­
luntad, como los héroes de que nos hablan los libros
de Sm iles. — É l prop io cu ltiv ó , d ir ig ié n d o la y au­
m entándola, su m ateria prima, que no es de las co ­
m unes por su m ucho poder de asim ila ción y por la
m ucha tenacid ad de su memoria, más in telectu al que
sensible, más dada á las a bstraccion es que á las im á­
genes, más m em oria de sabio que m em oria de artista.
N o sólo asombra lo que ha leído, especialm en te en
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
159
cosas americanas, sino que m ara villa lo fi e l de sus
re cu e r d o s en todo lo que atañe á lib ros y autores, o b li­
gándonos á pensar en el tip o m nem ónico represen tad o
en su m a y o r altu ra por A u g u s t o Com pte.
C o m en zó á escribir á los catorce años, sino m ienten
mis notas. C reo que fu é en 1888. — Se atrevió, á poco
andar, con todos los géneros. — F u é period ista en L a
L u ch a y E l B ie n . — M ilit ó en el número de los in i­
ciadores del narrar nativo, ganando batallas para su
a p ellid o con Charam uscas, que v ió la lu z en 1892; con
C u en to s d e l pago, ap arecid o s en 1893; y con sus p o ­
pulares Cam peras y serranas, que dió á la prensa
en 1894.
A r r ie s g ó s e , después, á la dura labor de tra d u c ir
tra n sa tlá n ticas rim as y á la dura labor de a n to lo g a r la
prosa de los propios, sobresaliendo más en la se g u n d a
que en la p rim era de estas labores, para aum entar
m u y pron to lo y a p ro d u cid o con dos opú scu los, m u y
estim ables, sobre nuestro co m ercio y sobre nuestra
imprenta. — E n este ú ltim o co m pletó á Z in n y .
O rd e n ó le y e s policíacas, a d m in istra tiva s y e le c to ­
rales. — E s crib ió , no ha m ucho, un estu d io de tra n s­
cen dencia sobre nuestra lite r a tu r a de la edad inicial
y de la edad rom ántica, con un estilo y con un crite rio
que nos recu erdan el modo de ex p o n er y de cr itica r
de M arcelin o M en én d e z P e la y o .
T o d o lo que antecede no le ha im pedid o desem pe­
ñar diversos puestos pú blicos de no poca im portancia
y de fa tig a d o r a laboriosidad, fu n d a r dos revistas de
buena memoria, y d ir ig ir con a sid uid ad es no in terru m ­
pidas el B o le tín B ib lio g r á fic o U ruguayo.
Com o escrito r es poco dado á reto ricism o s d eslu m ­
b r a d o r e s .— L e d esagradan las len teju ela s. — Su poder
reside, p rincipalm en te, en la v is ió n serena y en la
sobriedad clara. — N o sobresale, lo que poco le im ­
i6 o
H ISTO R IA CRÍTICA
porta, ni por la novedad ni por el ard im ien to de su
fantasía. — E sta, como y a dije, es más o b je tiv a que
su b jetiva , más técn ic a que estética, sin que, por eso,
c o n s t i t u y a un tip o puro ó c a racteriza n te de i m a g i ­
n a c i ó n . — N o d ia log a tan bien com o narra ó d escrib e;
pero narra y describe, sin abusar de lo p s ic o ló g ic o ,
p o n ien d o de reliev e los rasgos esenciales de los seres,
las cosas ó las co stu m bres con que u rde sus fábu las
en prosa ó en verso. C o n o ce nuestro m edio y lo tra ­
duce sin abultarlo, sin d em oler jam ás las fro n teras
de la cordura. — E l tono em otivo, tal ve z por esta
causa, suena m u y pocas v e ces con so llo zo s p r o fu n d o s
en su laúd, c u y as vo ces no saben a scender como ar­
p e g io s de cristal fin ísim o . — Su núm en tie n e las p lu ­
mas de las alas a lg o roídas por el rato n cito de la
r e fle x ió n . — C asi todas sus obras han sido im presas
por don A n t o n i o B a r r e ir o y Ramos.
E l m árm ol, en que pule sus escu ltu ras, es del bloque
nativo . Siem pre tro pezaréis, en los cu en to s suyos, con
una costum bre ó hábito del país. — D e l pago son sus
h éroes y sus paisajes. — D e lo nu estro sucta, y a os
d ig a el modo cómo se tra slu cieron , — al fin al de las
p o lcas en que se m ezcla ron lo fem en in o de la zaraza
y lo v ir il del poncho, — los amores de C u c h o y Carm encita, la que tiene el color de la toto ra seca y los
pies más pequeños que las h ojas más chicas del ca­
n e l ó n ; — y a os r e g o c ije con el recelo que el hilo
t e l e g r á f i c o ó el poste t e le fó n ic o d espiertan en el alma
del cam pesino, que da á las novedades, por ú tiles que
sean, tinte de b r u je r ía ; y a os cuente, — al d e s c r ib i­
ros con m uchos prim ores lo que es el inviern o sobre
las lomas y en las honduras de mi país, — cuándo y
de qué m anera se a cu rru có en los fr í g i d o s brazos de
la eternidad aquella santa de doña M an u elita, que
so s tu v o en sus manos, m ientras le fu é posible, la
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
161
sim bó lica cru z donde hace v e in te sig lo s se desangra
el clavado sobre la sien del G ó l g o t a ; — y a os diga
cómo, — tras un j u e g o de cañas ó de sortijas, que un
g u ita rr e r o pardo am eniza con décim as de lo más in ­
f a m e , — A s u n c i ó n co no ció las m iele s y el acíbar de
los quereres pecam inosos en su cita no ctu rn a con
F a u s to C r u c e s ; ya, en fin, os hable de la triste R o ­
saura, á quien tra icio n a A lb e r to , y que m uere, lo
m ism o que su herm ana O fe lia , en aquel a rro yo de
mi tie rru ca , “ que co rría esparcién do se á tre ch os en
la g u n a s hondas, de a gu as serenas y lim pias, donde
los sauces se m iraban inclinados, como n in fa s m ito ló ­
gicas, y los robustos ceibos, sentados en las b arran­
cas, lavaban sus raíces to r cid a s y pelu das como p ie r ­
nas de sátiro.”
V o y á tra n scribir, con el p ro p ó sito de abreviar, a l­
g u n o s fr a g m e n to s de una de las m ejo res pá gin as en
prosa de B e n ja m ín F e r n á n d e z y M e d in a :
— “ E l cam po va p erd ie n d o los pastos poco á poco.
Y a ni restos de gram ín eas ni de trébol cu bren la su ­
p e r fi c i e po lvorien ta , que se g rie te a bajo el ardor co n s­
tante, como si q u isiera p ed ir agu a al cielo por m i ­
llares de bocas.
” E s te es el m om ento terrib le de la seca.
” U n a que otra m ata de m ío - mío y de carqueja
aparece en la tie rra pela d a ; y de tre ch o en trech o
los cardales secos dan al aire las fe lp a s b la n cu zc as
de sus flo re s secas, que d ejan la sem illa n e g r a en el
campo, y vu elan y revu ela n hasta lle g a r á la ciudad
donde los m u ch acho s las p e r sig u e n á 'm a n o to n es como
á las mariposas.
” Sobre las m atas de cardos secos que arden como
y e s c a al prim er co ntacto de fu e g o , los ch im an go s y
los ñ a cu ru tú es se balancean en las horas de calor, con
los ojo s abiertos, cie g o s para la lu z meridiana.
u.—vi.
IÓ2
H ISTO R IA CRITICA
” C o rr e n las ca ch irla s y c h in g ó lo s por la tierra, b u s­
cando a lg u n a se m illita arrastrad a por el vien to, y las
p e r d ic e s y te ru tero s sedientos, abiertas las alas y el
p ic o ; m ien tra s en los cardales un zu m bid o de in s ec­
tos parece revelar un in cen d io de tod a la campaña.
" A p e n a s queda en la costa de los m on tes a lg ú n
pajonal, que la sombra de los árb oles y la fr e s c u ra del
a rro yo ha hech o crecer ex u beran te y ha m an tenid o
más tiempo. P o r q u e hasta en lo más in trin ca d o de la
selva se siente la seca, y la sien ten los p ájaros que
no cantan, y la ch ich a rra que deja oir su fa s tid io s o
ch irrid o entre las hojas
” Y fa lto s de pasto, fa lto s de agua, los gan ad os f l a ­
cos y h am brientos m u ere n de consu nció n, cu briend o
la tie rra con sus hosamentas, que blanquean pronto,
d espo jad a s por los cu ervo s y caranchos, que nun ca
están más g o rd o s y s a tisfe ch o s que en este tie m p o :
especie de cobrad ores de gabelas que e x i g e n t rib u to s
en todas las circu n sta n cia s.
" L o s horneros, sí, sien ten como los h om bres y com o
el ganado la seca. E l l o s tie n en que reco rrer d is ta n ­
cias enorm es para h allar los ch arcos y el barro con
que c o n s tr u y e n sus c a sitas; y á esos pozos de agu a
co rro m pid a tie n en que r e c u rr ir también las avispas
á hacer sus p elo tilla s de barro para cu brir el camoatí.
” N o h a y en el p aisaje de los campos, donde las
m ad rug adas de verano aparecen como una g ra cia ce ­
leste, v e rd o r ni fr e s c u r a : sólo el co lo r cen icien to de
los cardos, y de los cam pos po lv orien to s.
" C u a n d o el v ien to levanta nubes de po lvo y el sol
las colora con sus respland ores de fu eg o , parece que
un in cen d io vo ra z pasa por la tie rra co nsu m ien do sus
pastos, y que el po lv o es humo y es ceniza, y los
r e fl e j o s del sol llam aradas fin a les de la quemazón.
" A s í pasan los días y sólo la noche da un descanso
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
163
á los o jo s en ard ecid o s por el calor y el polvo, y á
los cu erpos transido s de f a t ig a y debilitados.
” P o rq u e en estas épocas de seca, ¡ cuánta hambre se
pasa en la cam pañ a! E l g anado se m uere y apenas
sirve para cuerear, las vacas tam beras no dan una
gota de le c h e ; los h u erto s no tie n en n in g u n a verd u ra.
N i agu a ni pan, nada. E n este trem en do cuadro, la
m iseria es como un cu ervo grand e que clava sus garras
en todos los h o ga re s de la cam paña.”
E l cuadro, como suele decirse, salta á los ojos. — E l
co n ju n to es realista, fie le s los d etalles y castizo el
léx ic o . — Sin em bargo, más to d a vía que en esta pá­
gina, me place B e n ja m ín F e r n á n d e z y M e d in a en el
cu en to que cierra la labor a n to ló g ic a de su libro U ru­
guay.
Cam peras y serranas, por la se n cille z de la m úsica
y de los asuntos, me hacen pensar en P lá cid o . H a y
m ucho de l e t r i l la en aquellos rom ances de arte m e­
nor, y le trilla es el que v o y á copiaros para d eleite
de v u es tro espíritu. Se t itu la Campera.
“ Su cara es trig u e ñ a
Com o pasto seco
Q ue quema en verano
E l sol con su fu e g o ;
Su s ojos m u y g rand es
Com o pena, negros,
V i v e n por ladinos
E n perp etu o encierro,
Y en la boca tiene
U n nido de besos
L a linda m orocha
D e l pago d e l Cerro.
“ Ig u a l á los ojos
E s el pelo n egro
164
H IS T O R IA CRÍTICA
Y como cu ajad a
T e m b lo ro so el seno;
E l talle sem eja
Ju n co del estero
Q u e al pasar a gitan
Y cim bran los v ie n t o s ;
Y andando parece
Q u e no pisa el suelo
L a lin d a m orocha
D e l pago d e l Cerro.
” E n y e rr a s y trillas,
Ó leo s, casam ientos,
V e lo r io s , cu m pleañ os
Y en tod o fes tejo ,
¿ Q u ié n lu c ir s e puede
Si baila a lg ú n cielo,
P e r i c ó n ó polka,
Y dice sus versos
C on más in ten cion es
Q u e d octo r pu eblero
L a linda m orocha
D e l pago d e l C e r r o ?
” Si a lg u n o la m ira
C o n o jo s risueños,
E s cabresteadora
Y sig u e el flo reo
Co m o las potrancas
A l són del ce n ce r ro ;
P e r o ni á paisanos
N i á m ozos puebleros,
H a soltado prenda
N i adm itid o em peños
La linda m orocha
D e l pago d el Cerro.
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
165
” L ib re , arrastradora
Ig u a l al P a m p e r o ;
P erd o n a n d o vidas
Y p id ie n d o besos,
E s reina en su p a go
L a que y o p refiero ,
P ro cla m o y p u b lico
Á tod o s los v ie n t o s ;
L in d a entre las lin d as
Com o el gran lucero
L a lin d a m orocha
D e l pago d el C erro.”
Cam peras y serranas, v is ta s en su c o n ju n to y en
sus detalles, son como un r am illete de flo r e s de mi
tierra. — ¿ F l o r e s de ja r d ín ó de in v ern a d ero ? — S i
tales fueran, no les perdonaría, com o les perdono,
a lg u n o s d e fe c to s de ejecu ció n , pues no h a y cr ític o
que d iscu lp e el uso de co nson an tes entre las aso­
nancias, por ser f i j a y m u y f i j a la l e y del rom ance
co ntem poráneo. — T e n g o y o para mí que esas flo re s
nacieron, sin m a y o r cu ltiv o , en n u estro s barrancos
y en nu estras islas, balanceadas
que a rru lla n al m o lle y por el
m aizal. — S u fr e s c u ra es m on tés
h u ele á v ir g e n , siendo el rocío
por los pam peros
sol que sazona el
y su p e r fu m e me
que las sa lp ica el
m ism o ro cío que sentí m u ch as v e c e s en los tre b o la ­
res, cuando el cla rín r e v o lu c io n a r io saludaba á la
auro ra que iba tejien d o , va po ro sa y blanca, un t u r ­
bante de z á fi r o s sobre a lg u n a sierra. — P o r sus asu n­
tos y su fraseo, triv ia le s los p rim ero s y se n cillo el
se gu n d o como una c a va tin a de cardenal, me placen
y enamoran, lo m ism o que el caicobé silv e stre y el
ja z m ín dim inu to, tod as las cam peras y todas las s e ­
rranas de B e n ja m ín F e r n á n d e z y M edina.
i66
H IST O R IA
CRÍTICA
P r e f i e r o esa nota, que es una n o vedad en nuestra
po esía de gabin ete con bibliotecas, á la po esía e r u ­
d ita y tra n s a tlá n tic a que c u ltiv ó m ás tarde el autor
a fano so de Charam uscas. — E s a n tiestético, como hizo
éste, lig a r v e rso s m eló d ico s con versos de arm onía
en busca de ex tra ñ e za s que nadie agra d ece y que
r ep u d ia
el
arte
del
rim ar
castellan o.
Tam poco
el
ve rso lib re ó el verso blanco me contó nu n ca en
el núm ero e x ig u o de sus amadores, por parecerm e
el ve rso lib re ó el ve rso blanco prosa mal hecha, ó
si lo p referís, prosa en rebanadas, segú n la frase
g r á f i c a y g ra cio sa con que lo c a l if ic a el saber l i t e ­
rario de E n r iq u e de V e d ia , aunque se irriten contra
este in g en io y mi poco in g e n io los manes de Jovellanos y M oratín.
F e r n á n d e z y M edin a, en este períod o de su p r o ­
d u c ció n m ú ltip le , se p rop u so im itar á los d eca d en ­
tes. Se equ ivocó, porque el d ecaden tism o, com o d es­
pués verem os, no es una sim ple cu estió n de forma.
E l d ecaden tism o que atom atiza, por así d ecirlo, los
estados del alma, para su g e r ir n o s lo inex p resab le de
la nota ó m atiz de las sensaciones á que deben su
o rigen, se avien e mal con la im ag in a ció n no esterilizadora, el pen sam iento ló g ic o y el le n g u a je co n creto
del señor B e n ja m ín F e r n á n d e z y M edina.
E s éste un poeta con rum bos á lo clásico, no á lo
novísim o, y por eso, sin duda, el afán de lo e x ó tico ,
el afán de salirse del m olde común, el afán de a p ar­
tarse del cam ino t rilla d o por sus antecesores, ha l l e ­
vado al autor de Cam peras y serranas á escribir versos
com o estos versos, que entran en lo peor de lo peorcito :
“ ¡ O h labios, que bu scáis en otros labios
el sabor sin igu a l de la m anzana
que probaron los P ad res la mañana
que tantos, les
dejó, am argos r e s a b io s !”
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
167
E n cambio los versos que sigu en, y que perten ecen
á la m ism a pluma, son poesía y m u y poesía, poesía
en tod os los tiem p os y en tod os los idiomas, poesía
lo m ism o para E s p ro n c e d a que para V e r l a i n e :
“ D is ip a d o s sus fá c ile s enojos,
Y o la m iraba en los herm osos o jo s!
Y una lu z v i b rilla r en lo más hondo
D e la retina, cual se ve en el fo n d o
D e transparente y
p lácid a lag u n a
E l pálid o r e f l e j o de la luna.
— “ A m o r mío, la d ije alborozado,
D e l alma y a el cam ino está aclarado.
P o r esa lu z que tie n es e n cen d id a
E n los o jo s que dan y quitan v id a .” —
E l l a sonrió, esqu ivan do la m irada
. A la mía, que cerca, apasionada
B u sc a b a a quella lu z que se p erd ía
Com o una estrella al d espu n ta r el d í a . . .
P e r o antes nu estro s labios se en con traron
Y los o jo s á un tiem p o se cerraro n.”
C u and o se sabe escribir así, se tien e la o b lig a ción
de escrib ir así. — Y me d etengo, por en ten d er que
basta lo que a ntecede para que os déis cu en ta de lo
variado y copioso de la labor r ealiza d a y a por el
in g en io de que me ocupo. B e n ja m ín F e r n á n d e z y
M edina, por las d iversas fa ces de su cu ltu ra, nos trae
á la m em oria la frase de G o e t h e : — “ por fuera, l im i­
tad o s; por dentro, sin lím ite s.”
T a m b ié n han escrito cu en to s y narraciones, con
p e r fu m e á lo propio, E d u a r d o F er re ir a , L u i s Cardoso
C a rv a lh o y D o m in g o A r e n a . — L u i s C a rd o so Carvalho hace y a tiem p o que rom pió la pluma, no mal
co rtada y de prom eter largo. — D o m in g o A r e n a , c u y o
estilo m erece sin cerísim a loa, ha dado en ser, y con
i68
H ISTO RIA
CRÍTICA
é x ito ju b ilo so , p e r io d ista y leg is la d o r, d eján do se de
cu en to s y narraciones. — Á E d u a r d o F er re ir a , eq u i­
lib ra d ísim o y de en vid ia ble fo rm a, se le conoce más
por su labor c r í ti c a que por sus otras a p titu d e s y
p r o d u ccio n e s
de literato . — A g r e g u e m o s que el ú l­
tim o, p e r io d ista p o lític o sin a griedad es, redactó L a
T ribu n a P o p u la r y su s tit u y e á B l i x e n en L a R a zó n .—.
E s ta absorbe todo el es p íritu y todos los instantes
de E d u a r d o F er re ir a .
M u c h o más cerca del d ecaden tism o que los a nte­
riores, que son realistas, está el a uto r de C u en to s al
corazón. M an u el M e d in a B e t a n c o r t es, á mis en ten ­
deres, d is c íp u lo de T r i g o . E m p le a ciertas v o ce s de
pa re cid o modo y a socia las im ágenes con la m ism a
abundancia. E l a u d itiv o su pera al vis u a l en su co m ­
poner. Su s héroes son v o ce s más que tonos y formas.
Se g o z á en o irlo s más que en m irarlos. C o n s id e r a el
amor con la p s ic o lo g ía d olorosa y sensual que o b ser­
va réis en el su til y célebre n o ve lis ta español. H allo ,
sin duda, más cla rid ad es y m enos a g u d eza s en el
fraseo y en el sentir de M an u el M edina.
M e baso especialm en te, para opinar así, en el más
hondo y en el m ejo r labrado de los cu en to s de B e ­
t a n c o r t . — M e baso especialm en te, para opinar así, en
cierto s d is cu rsiv o s esquemas ca ra cteriza d o res de T r i g o
y de M edin a. — “ E l cariño es tan g enero so com o la
V i d a . ” — “ N o h ay más v erd a d que la V id a , ni más
d iv in id a d que el d iv in o A m o r . ”
E s ta s palabras son de M e d in a y parecen de T r i g o .
E s que una idea, m atriz y fecun da d ora , está siem pre
presente, como cr istaliza d a, en el es p íritu del uno
y del otro. — E l eterno fem en in o obsesiona al de
allá, y tortura al de aquí. — L a araña de las dos im a­
gin ac io n es anuda sus h ilos tornasolad os en torno de
la e s fin g e d olien te y pecadora. — Á v e ces la e s fi n g e
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
169
aparta sus velos, como v e n c id a por aquel nu n ca can­
sado espiar. — M edina, entonces, escribe las V o c e s
lejanas. — E n to n ce s, sólo entonces, M ed in a labra el
cu en to en que F o r t u n io y G loria, separados por la
v id a y u nid os por el amor, r esu elv en su icid arse h u n ­
diéndose en las olas que o n d ula n en la playa, “ com o
larg as cabelleras que se d e sp e in an ” .
“ E l sol, en el ú ltim o ocaso, se besaba en el tra ­
m onto con el mar. U n a estela de oro rie la b a tem blando
por sobre las aguas.
" F o r t u n i o y G lo ria , cara al sol, avanzaban por las
prim eras olas, en can d ilánd ose los o jo s d ilatad os é
inm óviles, que buscaban en la lon ta n an za de aquella
luz, la lu z del in fin ito .
" E n t r a b a n al mar, á la m uerte, vestido s, n a tu ra l­
mente, de pie, con d espacio, com o quienes van á pa­
sear la vida. L a g ra n d e z a de sus tem peram en to s les
creaba el cr ite rio n u ev o y fu e r te de que la m u erte
es una a m ig a y h a y que irla á re cib ir de pie, so n ­
riendo y amando. G lo r ia v e stía blancas sedas flo rea d a s
por un p in c el refin a d o. F o r t u n io de n e g r o como un
luto v o tiv o . E l estado p s ic o ló g ic o á que habían h echo
ascend er sus alm as los había su stra ído al am biente
del m undo, y les había lle v a d o por el cam ino del
amor hacia la m uerte, en una in co n scien cia de lu g a r
y de tiem po. P o r eso iban d estocad os com o en el
m in u to que d ecid ió de su s a c r ific io en la alcoba de
la cita. P o r eso iban con tod o el d esaliñ o de dos seres
que se o lv id a n del m undo para e n treg arse á ellos
mismos. L o s ú ltim o s besos, las ú ltim as caricias, los
últim os p aro xism o s, habían despein ad o á G loria, y á
la blon d a lu z del sol que se moría, sus cabellos pa­
recían una m ad eja de seda rubia encandecida.
"A v a n z a b a n lentam ente, y al m overse, el agu a so­
naba un g lo u g lo u r ítm ico como una co n v ersa ción
170
H ISTO RIA CRÍTICA
in term iten te. E r a una fie s ta de la onda mar á la h er­
mana onda encarnada, que tornaba á la m adre mar.
L le g a b a n cantando hasta ella en un tro pel v o lu p tu o so
y de nervios, una s in fo n ía de crista les que sonaban
com o risas de m u jer. Besaban, acariciaban, se o n d u ­
laban sobre los cu erpo s trem antes de pasión y
de
gra n d eza, y lu e go , en un suspiro, en un ritm o lang u id e sc e n te , se daban de la mano y m orían en una
ronda como una corte de amor.
” G loria, pálida, lum inosa, soberana, de cara al t r a ­
m onto, parecía un encantam iento, un p r o d ig io de la
carne d iv in iza d a por la m a g ia de un alma nu eva y
descon ocid a. A v e ces la ca ricia insinu an te y fr í a de
la onda, el salmo m isterio so del mar estrem ecid o, le
h acían tem blar con una sensación espeluznante. Y se
apretaba más á su m agno, y se hu nd ía más en él, como
un pedido, como un a u x ilio , com o un socorro.
” — ¿ T ie m b la s ?
” — No. E s tá tu alm a en la mía. E s la v id a que tem e
y lucha, es la v id a que me disputa.
” — D ic e n los sabios que la vid a no muere, duerme...
D ic e n
los sabios que
la v id a
es i n f in ita como
el
t i e m p o . . . D ice n los sabios que el amor es eterno
como la v i d a . . . E n un cem en te rio flo rc e e un ca r­
men, y de un carm en beben las abejas el oro dulce
de la m iel. E n una boca flo re c e una fam ilia, y de una
fa m ilia se etern iza una g eneración . L a v id a es un
eterno resu r re x it. L a m u erte es un sueño donde unos
o jo s se cierran m u jer y se d espiertan m a r i p o s a . . .
V a m o s á d orm ir la m u erte en un lech o de amor para
d esperta r una flo r ó una o l a . . .
” H ablaban lentam ente y con una luz en las p a la ­
bras m usicales, como si hablaran dioses.
” — F o r tu n io , sol mío, bien mío, vid a mía.
” E 1 mar y a les abrazaba la cintura. P a r e c ía querer
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
171
po seerles con sus brazos interm inables. U n esfu erzo
sobrehum ano les m an tenía de pie, fu e r te s ante la
g ra n caricia.
” — Fortu nio... F o r t u n io mío... Y a no puedo más...
Y a no p u e d o . ..
” E 1 sol se h u nd ía en el agu a y les m andaba un beso
de lu z rubio y ca lien te resbalado por sobre las olas.
” — G loria, el ja r d ín se acaba. . . E l paraíso se v a . . .
E l cam ino y a se ha a n d a d o . . . O lv id é m o n o s de la
m em oria y los recu erdos, y pensem os sólo en n o s ­
otros mismos. C u and o lle g u e s á la penum bra que lo
d e ja todo, cuando estemos en el claro - oscuro de la
v id a pasando á la m uerte, nómbrame, piénsame, r e ­
c u é r d a m e . . . T r a t a de m orir v i v i e n d o . . .
” G lo ria su spiró en un a lien to de desm ayo. Y un
alien to más su spiró unas p a l a b r a s . . .
” — N o pu ed o m á s . . .
N o puedo m á s . . .
” — A r r o d ílla t e .
” Y en silen cio, como dos alm as que se desnudan
de la carne vida, se h u n d iero n lentam ente, m a je s tu o ­
samente, s o b e r a n a m e n t e ...
” P o r un instante la cabellera au riso lar de G loria,
flo tó despeinada sobre la estela de luz. ¡ P a r e c ía que
había lle g a d o hasta el s o l ! ”
A s í acaba E l cam ino d e l A m or. Sus héroes su fren
del mal de la in trospecció n , que a plica n sin ju steza ,
tom ando á su pen sam iento fe b ric ie n te y p o etiz a d o
por o bjeto y fin de su pensam iento. — L a vida, el
amor y la m uerte son las tres puntas del triá n g u lo
dentro del cual se m ueve el num en de nu estro com ­
patriota. Su realidad, siendo realidad, parece un en­
sueño de la fantasía. E s que es una m e zc la de arte
y de a r t ific io el m odo de escribir de M an uel M edina.
CAPÍTU LO III
F ilo so fía é H isto ria
SU M A R IO :
I. — Enrique Legrand. — Sus cualidades y sus aficiones. — In­
flujo del origen. — Versos y nebulosas. — Variados aspectos
de un solo espíritu. — Divagaciones filosóficas. — La fe y la
ciencia. — El pudor y la justicia. — El problema de lo abso­
lu to.— Las leyes de la inercia y lo atávico.— La atracción,
la electricidad y el fluido nervioso.— Energía y materia.—
Un pastor protestante. — Un fenómeno es simplemente un
hecho.— Eternidad de la materia. — Lo que dice la física
contemporánea. — Las hipótesis deben responder á una nece­
sidad. — La hipótesis atómica. — La hipótesis del éter. — El
último velo es impenetrable. — Descartes. — La célula y la
mónada. — Haechel y Leibnitz. — Párrafos de Legrand. — La
radioactividad. — Russel W allace. — Aberraciones de la sa­
biduría.— Una cita de Spencer.— Becquerel. — Los experi­
mentos de Curie y Laborde. — Algunos datos de Sociología. —
La ciencia es razón y la creencia es fe. — Un elogio sincero
y merecido.
II. — Nuestra primera labor filosófica. — Idea de la perfección
humana. — Estilo y asunto. — Aspiraciones individuales.—
Aspiraciones sociales.— Aspiraciones políticas.— El munici­
pio. — La democracia. — Lo que hoy quieren los pueblos.—
Transcripciones aclaradoras.— El tiempo en que fué escrita
la obra de don Gregorio Pérez Gomar. — Alberto Nin Frías.
— Dónde se educa. — Su espiritualtsmo. — Estudios religiosos.
— Cómo debe sentirse á Jesús. — Nin Frías y T a ín e .— Calv in o .— El árbol. — El erudito supera al artista.— Una opi­
nión de James. — Marcos. — La Italia y la Florencia del
174
H IST O R IA
CRÍTICA
Renacimiento según Poincaré. — Algunas transcripciones. —
Himno á Palas Athenea. — Cómo y por qué murió asesinado
el héroe del sueño. — Ideas fundamentales del libro. — Un
pensamiento de Julio Simón.
III- — La historia. — El libro de Juan M. de la Sota. — Un buen
consejo. — Resumen de sus partes. — Eduardo Acevedo. —
Su valiosa labor.— Sus cualidades y caracteres. — Los libros
de texto. — El mal de que adolecen. — La falta de carácter.
— Héctor Miranda. — Las Instrucciones del año X III.—Unas
lineas del prólogo. — Caudillos y muchedumbres. — Un pá­
rrafo de Estrada. — El federalismo ríoplatense. — El libro es
erudito. — Lo que dice Boissier. — El autor de las Instruc­
ciones. — La gloría de Artigas. — Un párrafo de Miranda.—
El plan y el estilo de su labor. — El doctor Salgado. — Su
obra poética.— Sus libros históricos. — Oribe y R ivera.—
La musa de la historia no es musa de cintillo. — Las ideas
iluminan los hechos como el sol los valles. — Lo que enseña
Macaulay.— Poder de la imaginación en la historia. — Uni­
tarios y federales.— Bilbao. — Pelliza.—David Peña.—Oribe
y Rivera no podían permanecer extraños al pleito de la unidad
y la federación. — Razones que lo prueban.— El alzamiento
de don Fructuoso. — No es justificable para la historia.—La
faz interna y exterior del litigio. — Actitud de Lavalle.—La
neutralidad según Rossi. — Saldías. — Errores de Frías.—
Unas lineas de A lberdí.— El ensueño de lo federativo.— Lo
americano. — La renuncia de Oribe. — Cómo la juzga Díaz.
— Los pecados de Oribe. — Dejemos dormir su sueño de paz
á Oribe y Rivera.
IV. — Gustavo Gallinal. — Tierra Española. — Es un libro de
arte y de fe. — Transcripciones.— El estilo y el verbo.—La
lengua de Castilla.— Anotación final.
I
E n tr a m o s de lleno en la edad ecléctica.
E l natu ralism o y a no es un d espó tico c u lto ; pero su
sed de realidades, sed a rdentísim a, i n f lu y e en la r e ­
tórica de la n u eva edad.
N o v o y , sin embargo, á d is c u tir de cosas litera ria s
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
175
en este capítu lo, d edicad o tan sólo á la e x p o sic ió n
de los cavilares, sobre h isto ria ó filo s o fía , de a lg u n o s
in g e n io s de m i tie rra d istan te y amada.
D o n E n riq u e L e g r a n d se en cu en tra y se d is tin g u e
entre los que em pezaro n á m over la plu m a después
de 1885.
D e n e g r a barba y estatura g arb o sa ; de o jo s de lin ce
tras el cristal de sus lentes a u m e n ta d o r e s ; cristian o
y ca b a llero ; de una co rtesía poco com ún y de una
poco com ún g e n e r o sid a d ; m u y amoroso de los v ia je s
y de los lib ro s; á salvo para siem pre de la estrech ez
por un ju s t o d ecreto de la fo rtu n a , y con in g én ita s
a p titu d e s para los t r iu n f o s de la elocuencia, don E n ­
rique L e g r a n d e x p lo r a las celeste s com arcas como los
astrónomos, d is cu te de problem as t r ig o n o m é tr ic o s con
los m atem á tico s y c u ltiv a las d alias del ja rd ín del
ritm o con la más en com iable so licitu d .
G alo de origen, de una m u y h id a lg a fa m ilia f r a n ­
cesa, y dado en su arte más á la e r u d ic ió n que á lo
fa n ta sm a gó rico , — de acu erd o con el es p íritu de aqu e­
llas a n tig u a s co lo n ia s fo cen ses que r e ju v e n e c ie ro n la
c u ltu r a latina, — E n riq u e L e g r a n d , que escribe versos
d elica d ísim o s en el herm oso idiom a de M alh erb e y que
os podría citar de m em oria las p á gin as más puras de
F en e ló n , es un sabio al que tratan com o buen am igo
M o r e lli y M orand i, un sabio de ve rd ad y c u y o nom ­
bre se cita con e lo g io en los c i e n t í fi c o s có n cla ves
de E u ro pa.
E s t o y se g u ro de que no lo sabíais. E s que ese f i l ó ­
so fo cristian ísim o y ese po eta que escribe en fra n cés
m e jo r que en castellano, ese amante de las ecu acion es
de so lu ción d if í c i l y de las nebulosas que están ela­
borando m u nd os respland ecien tes, es un hom bre m o­
desto, un desdeñoso de la in ú til gloria, un d espre­
cia tiv o del fa lso renom bre y la van id ad hueca. M a g ­
176
H IS T O R IA CRÍTICA
nánim o, d adivoso, leal en po lítica , fie l á sus am istades
y á los v o lú m en es que le roban el sueño, lo m ism o
le preo cu p an los problem as p s íq u ico s que los p r o b le ­
mas del m u nd o sideral, y lo m ism o le absorben los
prob lem as so cia les que los prob lem as de la c a lo lo g ía
contem poránea. C o n o ce á R o n sard y r ecita á V e r la in e .
Sabe de M a s s illo n y r e fu t a á D a r w in . D ia lo g a con
K e p l e r y am p lía el á lg e b r a de T o m b e c k . E s u n d is ­
c íp u lo de P la t ó n y habla de los in fo r tu n io s del p r o ­
letariad o com o K r o p o t k in e .
Su alm a es fra n ces a por la fl e x i b i li d a d in telectu a l
y la g ra c ia del verbo. Su alm a es francesa, porque
todo lo domina, y tod o lo co m prende, y tod o lo r e ­
moza, y en todo su cta con e le g a n c ia el jú b ilo sagrado
del v i v i r con nobleza. Su alm a es francesa, siendo
en can tad o res y lam artinianos, llen o s de d u lz u r a y de
m elodía, los v e rso s que cin c ela en el p u lid o y a cadé­
m ico idiom a de T h e u r i e t y de R ostand. Su alma es
francesa, es decir, ateniense, por lo etéreo y m órbido
y g rá c il y m ú sico de su in s p ira ció n sentim en talísim a
y delicada, que da m u ch as v e c e s á lo g ala ic o de su
fraseo a lg o de los redo bles que me g o r je a m i c a r d e ­
nal de co p ete de púrpura, mi cardenal criollo, este
carden al m ío que s u r g ió á la v id a bajo los v ír g e n e s
fr e s c o r e s de las fro n d as balsám icas que crecen en el
ja r d ín nativo de E n riq u e L e g r a n d .
E l señor L e g r a n d tam bién sabe de núm eros y de
n e g o c io s ; pero sabe más, aunque no lo diga, de e s tr e ­
llas dobles, cesu ras m étricas, m e ta fís ic o s pareceres y
m a g n a n im id ad es de p r ín cip e asiático. Á este crey en te,
á este gran h o rto d o x o, le placen las c o n v en c io n e s l e ­
g islad oras, el diarism o razonador, los cen ácu lo s en que
se derrum ban d octrin a s y c o n s tr u y e n sistemas. E s te
dog m ático , este gran co n ven cid o , acepta todo lo que
es progreso, cultura, adelanto social, gim n asia del ce ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
177
rebro y del corazón. A s í este galo, con bríos de ch a ­
rrúa, razon a á lo Sócrates, sonríe á lo L e m a itre y lleva
im presos en su m em oria los párra fo s m ejo res de los
g ra n d es d iscu rso s de V e r g n i a u d .
E l m u ch o c u ltiv o y el hondo co n o cim ie n to del le n ­
g u a je francés, — que le debe á C o r n e ille su m ajestad
severa, á R a c in e la tern u ra de su arm oniosa gracia, á
B o s s u e t su p r o f é t ic a pompa, á P a s ca l su e x a ctitu d
llen a de claridades, á P e r r a u lt sus cand ores ingenuos,
á D e sca rte s la p recisió n de lo m atem ático, y á V o l taire, en fin , lo fl e x i b l e de lo va rio y lo m ú ltiple,
porque la u n iv e rs a lid a d era el g enio de V o l t a i r e , —
po co ha p e r ju d ic a d o lé x ic a m e n te al español le n g u a je
del núm en de L e g r a n d . E n cambio, como ju s t ic ie ra
com pensación , h a lla réis en éste la nobleza, el valor,
los e fe c t o s dram áticos, el v u elo pond eroso de la fa n ­
tasía, el a le g r e y fe c u n d o a fá n de v iv ir , tod os los
ca racteres p rim o rd ia le s del in g e n io francés, que o r i­
g in a y que d esa rro lla las lealtad es á lo B a y a r d o y
los em p u je s á lo B u s s y d ’A m b o is e, los arlequ in esco s
s u fr ir e s de M o lié r e y los breton es r eto ricism o s de
C h ateau brian d, las fu n am b u lesca s odas de B a n v ille y
las salves q u eru b ín ica s de Gounod.
P aso por alto, — pues p oco se me alcanza de la m a ­
teria, — el f o lle t o c i e n t í fi c o que se titu la M éto d o grá­
fic o para la p r ed icció n de o cu lta cio n e s y e c lip se s de
sol. P aso tam bién por alto, — porque tan g ra v e asunto
no puede debatirse en a lg u n a s páginas, — m u ch o de
lo que acerca del saber y la cred u lid a d nos dicen
los ca p ítu lo s de las D iv a g a cio n es filo só fic a s.
A m a n te de los hechos, á mis fin e s les bastan las
rela cio n es entre las cosas que la cien cia descubre, sin
em barazarm e con el g r ille t e de una gran causa que
no se hace v is ib le por sus efe ctos, desde que, para
mí, las ideas de bondad y j u s t ic ia no son innatas y
Í Z —
v i.
178
H ISTO R IA
CRITICA
u niversales, sino p ro d u cto s ló g ic o s del hábito, la es­
tirpe, la cu ltu r a y el orden social. L a ju s t ic ia y la
bondad, como lo terren o y lo suprasensible, no son
lo m ism o en L o n d r e s y en M ilanesia, como no son lo
m ism o para los habitantes de las co vach as y de los
palacio s de P a r ís ó V a rso via .
A s í, á mis ojos, el pudor es un resu lta d o del r e f i ­
nam iento de las costum bres, un fr u to del vestido, una
v ir t u d que no e n co n tra réis en la a fric an a v ilia de
L a r i, si hemos de creer á lo que nos dicen Denham
y Clap p erto n . A s í el p a rr icid io es el más natural de
todos los usos en P o lin e s ia y N u e v a Caledo nia, si h e­
mos de creer á lo que nos dicen R o ch a s y M oeren h ou t.
Y lo m ism o que aco ntece con el pu d or y con la p ie ­
dad, aco ntece con la idea de la ju s tic ia . L a idea de
la j u s t ic ia es una idea adqu irid a y p ro g resio n a l. N os
lo prueba la h isto ria del derecho de gentes. E l t r iu n f o
de la idea del derech o sobre la idea de la opresión,
el t r iu n f o de la idea de la j u s t ic ia sobre el dom inio
de lo arbitrario, tardó en realiza rse y no es la obra
de un día. E l E g ip t o su p licia á sus prision eros. P ersia
los desgasta con la co rr u p ció n más afem inadora, con
la más r e p u gn an te de las co rru pcio nes. Judea a cu ­
ch illa y e stra n g u la á sus párvulos. E l v e n ced o r no
conoce la le y del derech o ni en la In dia ni en Grecia.
E l v e n cid o su fre la le y del más fu e r te lo mism o en
las riberas del M e d iterrá n e o que en las sagradas r i ­
beras del Ganges. N a u h y o tl prescribe las fie s ta s e x ­
piatorias, los m on struosos s a c r ific io s humanos, en el
a n tig u o M éjico . ¿ P o r qué? P o rq u e la idea del derecho,
base y su ste n tác u lo de la ju s tic ia , aparece y se d e s ­
arrolla cuando aparece y se desarrolla la verdadera
c iv iliza ció n . E s que, en fin, la idea de la co nserva ción
de cada g ru p o e s p e c ífic o ó fam iliar, lo m ism o en el
reino de las naciones que en el reino de la zo o lo g ía, es
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
179
el o rig en de la idea variable de lo justo, segú n dicen
las fó rm u las spencerianas que no puede desconocer el
señor L e g r a n d .
In du d ab lem en te diríase que nos encam inam os hacia
una sola moral y una sola su sta n cia ; pero, si la se­
g un da de estas conqu istas es un prod u cto de la lóg ica
ev o lu ció n de nu estro s conoceres, la prim era de estas
conquistas será un pro d u cto de la ló g ic a e v olu ción de
las costum bres, como nos enseña, además de la h is t o ­
ria, el claro razonar de H erib e rto Spencer.
P o r otra parte, le concedo un interés escaso al d i­
fí c i l problem a de lo absoluto. P o c o me im porta que
lo que siente, piensa y c o d icia sea m aterial ó psíquico,
desde que sé, de irr e fu ta b le modo, que lo que siente,
piensa y co d icia es el hombre. H ace r libre y m ejor al
hombre, — sirvién do m e del p rog reso económ ico para
enno blecerlo en su parte corpórea, y sirvién d o m e del
abecedario para en no blecerlo por la niv ela ció n de las
in teligen cias, — es todo lo que a petece el sentim ien to
de so lidarid ad que me v in c u la á la fa m ilia humana.
Cu and o ésta sea cu lta y dichosa, — por las relacio nes
que el saber p o sitivo va descu brien do y m etodizando,
— la obra de la tie rra estará c u m p lid a y el vaivén de
la tierra, al recorrer los cielos, será un canto d u l c í ­
simo de bondad y de amor. Con esto me basta. E s te es
todo mi fin. M i norte es este, y no necesito para p e r ­
segu irle, perder los días buscando á la sombra que los
p rofetas viero n sobre el H oreb. Y o so y de la tierra y
batallo por la v ic to ria de las v erd a des ú tiles á la
tierra, d ejan do á la musa de los e s co g id o s repetirse
este verso de C o r n e ille :
F a iso n s triom ph er D ie u ; qu’i l d isp ose du reste.
¿Q u é la le y de la inercia es un problem a aún? T a m ­
bién lo es, y m ucho más obscuro, la le y de lo atávico.
i8o
H ISTO RIA
CRÍTICA
la transm isión de lo a lc o h ó lico y lo ep ilép tico . D e d u ­
cir, del prim er enigm a, que h a y una causa p r o v id e n ­
cial para e x p lic a r todas las le y e s in ex p lica b les, sería
dedu cir, del se gu n d o enigm a, que h a y una causa p r o ­
vid e n c ia l para e x p lic a r las le y e s incubadoras de la
lo cu r a y el asesinato. D el m ism o modo, si la d em os­
tra ció n irr e fu ta b le de que la v id a de la c é lu la nació
espon tán eam en te de lo in o rgá n ico , no reso lviese el
p le ito entre la fe y la cien cia, — cuando se alcan ce
esa dem ostración , — la fe sería el más bu rdo de los
embustes, desde que g ozaríam o s adorando y c rey en d o
por el solo ca p ric h o de creer y adorar. L a razón d e­
testa y su prim e lo in ú til. A q u e l lo que se crea esp o n ­
táneam ente, p e r fe c c io n a n d o hasta la p le n itu d sus ó r ­
gan os y se n tim ien to s y v o licio n e s, lle v a en su a c t i v i ­
dad la soberana le y de sus avatares. ¿ P a r a qué, e n to n ­
ces, doblar el espinazo, soberbio y fu erte, ante el f a n ­
tasma irriso rio de lo A b s o lu to ?
N u estra va n id a d es insoportable. N o nos co n te n ta ­
mos con co no cer las le y e s de la a tr a c c ió n : querem os
co no cer la esencia de la misma. A n t e cada in c ó g n ita
in d escifra d a, en v e z de declarar que son in s u f i c i e n ­
tes los recu rso s in v e stig a d o r e s con que contamos, nos
asim os del v e lo de lo m ila gro so . E l m ila gro , poco
después, d eja de ser m ila gro , co n v irtié n d o se las b r u ­
je ría s en fen ó m en o s fís ic o s de fá c il com prensión. A s í
el m od us op erandi de la m ateria sobre la m ateria, ya
no tie n e secreto s para nosotros. Sabem os hoy, como
antes sabíamos, que la atra cció n es prop orcion a l á las
masas y que varía en razón inversa del cuadrado de
las distancias. L a le y es sim ple, la le y es fá c il y la le y
es dócil al cá lcu lo m atem ático. L a le y es tan e le ­
m ental en estos instantes como fu é elem ental en los
días de N ew ton .
E n to n ce s pudo parecer m ilagrosa. E l autor mismo
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
181
de la le y creía que los astros obraban sobre los astros
instantáneam ente y á la distancia. E l espacio cósm ico
estaba vacío, y la m ateria atraía á la m ateria casi por
so rtileg io . ¿ C ó m o e x p lica r , sin r e c u rr ir á lo inconoscible, tan po tente v ir t u d ?
H o y casi podem os a seg u ra r que el espacio cósm ico
está llen o de un gas ten u ísim o y helado. L a tra n s m i­
sión de las ondas lum ino sas es u na pru eba clara de
que el éter existe. E l hech o real v ien e en a y u d a de
la h ip ó tes is lóg ica . O btened , en v u e s tro laboratorio,
el más ex tre m o de los vacíos. O btened , en vu estro
laboratorio, el va cío en gen d ra d o por el e n fria m ien to
á 170o ce n tíg rad os. H alla réis, en ese vacío, una v i s ­
cosidad equ iva len te á un décim o de la v is co sid a d del
aire normal. L a a tra cción no obra, pues, instantánea­
mente y á la distancia. H a d esaparecido lo que tuvo
de abstracto y m ila g r o so la le y de N e w to n .
T a m p o c o cono cem o s la ín tim a esencia de la e le c ­
tricidad. — T a m bién, al p rin cip io , se presu m ió que las
fu e r z a s m ag n é tica s entre dos imanes obraban insta n ­
táneam ente
y
á la
distancia.
Los
fís ic o s
de
hoy
saben que no es así. — L a h e c h ic e r ía se ha v u e lto un
fen óm en o natural y co m pren sibilísim o. — F a r a d a y d e ­
m ostró que el espacio m edio, el co m p re n d id o entre
los dos imanes, no era in d ife r e n t e y estaba en te n ­
sión. — L o s e fe c t o s m a g n é tic o s de un imán á otro se
p rop agab an de u na p a rtícu la á la p a rtíc u la que se
h alla más p r ó x im a y de esta p a rtíc u la á la más inm e­
diata. — E s por el co n cu rso de todas las pa rtícu las
del campo m ag n é tico , rend idas por su integral, que
se m an ifiesta n ló g ica m en te los antes m ila gro so s e f e c ­
tos de distancia. — E s el i n f l u j o de lo pequeño, ya
dem ostrado por la física, por las m atem áticas, por la
psicolo gía. — E s el i n f lu j o de lo pequeño de que habla
L e ib n itz , ca biéndole á M a r w e ll la honra de establecer
H ISTO RIA
CRÍTICA
las le y e s d ife r e n c ia le s del i n f lu j o de lo pequeño en
el cam po de lo m ag n é tico , como le cupo á H e r t z la
honra de ponerlas á prueba y á M arco n i la g lo r ia de
u tiliza rla s.
T a m p o c o conocem os la ín tim a esencia del flu id o
nervioso. L o que sí conocem os es su modo de actuar,
m u y sem ejante al modo de actuar de una co rrien te
eléctrica. L a s fibras pálidas represen tarían un c o n d u c ­
tor desnudo. L a s fibras con m ielin a un co n d u cto r
aislado. L a s co rrien tes más rápidas, las de m ay o r
frecu en cia, son tra n sm itid as por las fib ra s amielinadas ó de doble contorno, en c u y o estu d io se encaneció
el saber h is t o ló g ic o de D u val. L a s visceras, en cambio,
se innervan bajo el y u g o de las corrien tes, de m enor
rap id ez y de m enor frecu en cia, de las fib ra s d esn u ­
das, de las fibras pálidas, de las fib ra s que llevan el
nom bre de Rem ak.
E sas fibras, que salen del cu erpo de la célu la y
u nidas á la célu la form an el neurón, tra nsm iten las
co rrien tes de un neurón á otro por sim ple contacto.
L a co rrien te va desde el e x te r io r al cu erpo de la
célula,
por las p r o lo n g a c io n e s
d e n tr ítica s
ó ploto-
plasm áticas. L a co rrien te sale del cu erpo de la c é ­
lula hacia el ex terio r, por las p ro lo n g a c io n e s cilinr
d erá x iles, por los cilin d ro s - ejes que en con tró D eiters.
L o s neurones, que son las unid ad es h is to ló g ic a s y
fis io ló g ic a s del t e jid o nervioso, á modo de c o n d u c ­
tores elé c tr ic o s d iríase que operan. C adena de n e u ro ­
nes es nu estro o rg a n ism o ; montaña de neurones llev o
dentro de mí. N e cesito a poyarm e en la célu la m ic r o s ­
cópica, en el ú ltim o elem ento b io ló g ic o del ser de
lo v iv ie n te, para e x p lica r m e la sensación estética que
me p rod u cen un canto de Ch opin, una rim a de Becquer, ó los esm eraldíneos y plateados m atices que dió
á sus sauces el pincel u ru g u a y o de P allejá .
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
183
Siem pre, en el ú ltim o por qué del ú ltim o por qué,
los fen ó m en o s de la m ateria v iv a ó inerte, org a n iza d a
ó no, tienen su e x p lic a c ió n natural y ló g ic a en la
m ateria misma. ¿ Q u é me im porta que el alma resida
en la sangre, como quería E m p é d o c le s ; ó en el co ra ­
zón, como a firm ó P i t á g o r a s ; ó en la g lá n d u la pineal,
com o dijo D escartes, si todas las m an ifesta cio n es v i ­
tales de mi esp íritu tienen por sede prop ia las materia lísim a s célu la s de mi terren o ser? — Si allá, en
su origen, todos los org a nism o s pasan por un estado
u n icelu la r, ¿por qué no ha de e x is t ir una co n cien cia
o bscura en los rizo pod ario s, en la prim era clase de
los o rganism o s u n ice lu la r e s? — Su modo de m overse,
su m odo de nutrirse, su v ir t u d de enquistarse cuando
las co n d icion es e x te r io r e s no les son propicias, serán
a ctos m ecánico s que ad q u irid o s por p e r fo r m a ció n ó
por ep ig én es is — ó, com o y o presumo, por la acción
c o n tin u a d a de la adaptación al m edio y de las p ro ­
p ied ad es h ereditarias, — dem uestran que alg o de co n ­
cie n cia obscura debió e x is t ir en el prim er rizo pad a rio
qu e se adaptó al m edio y transm itió, al rep ro d u cirse
por d iv isió n d irecta ó indirecta, la m u y d if í c i l f a ­
cu lta d de la adaptación á todas las amíbeas que es­
tu d ia ra Roesel.
L a esencia de las fu erza s nos es d esconocida. — L a
fu e r z a sólo se m a n ifie sta en la m ateria y para la m a­
t e r i a . — L a fu e r z a es, sirvién d o m e de los térm ino s de
las d octrina s escolá stica y aristo télica, como el p r in ­
cip io vital de la m ateria, como la entelequ ia de lo
corpóreo, como la form a su sta n cia lísim a ó elem ento
d eterm inante de lo en gen drado. T o d o s los fen óm en os
v ita les, en v ir t u d de la fu erza, se redu cen á fe n ó m e ­
nos fís ic o s de filtr a ció n , asmosis, d ifu s ib ilid a d y r e ­
acciones quím icas, como afirm aban y sostu vieron
W e r w o r n y H aec k el.
184
H ISTO R IA CRÍTICA
Si cada célula, asociada ó no, realiza las fu n c io n e s
ind ispen sables á su v i t a li d a d ; si la acción m ecánica
ó autom atism o fís ic o que se observa en los seres u n i­
celu lares, puede paran gonarse al autom atism o m otriz
su b c on scien te ó p s ic o ló g ic o que se observa en los
seres de m ay o r a lc u r n ia ; si cada célu la p roviene de
otra célula, como d ijo V i r c h o w , y si por célu la s están
fo rm a d os todos los seres viv os, como lo dem ostraron
S c h w a n n y S c h le i d e n ; ¿no es fo r zo so a d m itir que
la fu e r z a equ iva le á co n cien cia en el peldaño ú ltim o
de la escala z o o ló g ic a ? Sí, sí, cien ve ces sí. H a y en
tod os los seres vivos, u n ice lu la r e s ó m u ltic e lu la re s,
un g rad o de c o n cie n cia más ó m enos obscura, más ó
m enos rud im entaria, más ó m enos caótica. ¿ Q u é sa­
bemos del átom o? ¿ Q u é de sus rela cio n es con la fu e r z a
inm o rtal? ¿ E s t á is segu ros, pero bien seguros, de que
la m ateria no es su scep tib le de sensaciones? Si no
sabemos nada, por m uch o que a rg u m e n ten las verd a d es
d o g m ática s con la d octrin a d ua lístic a de la vida. T a l
v e z aciertan los que creen, como L o t z e , que los p la ­
netas sienten, al cru za r el espacio, el jú b ilo que sienten
los có nd o res a ndinos al rem ontar el vu elo. A c a s o no
se engañan los que presum en que está dotada de
vo lun tad y v is ta la p a rtícu la eléctrica, como a firm ó
Z o lln er. E s p ir it u a lid a d por es p iritu a lid a d , no es la
peor, la esp iritu a lid a d de aquel pansiquism o, sin l í m i ­
tes ni fondo, que pred icaba F ech n er.
L a fu e r za e v o lu cio n a dentro de la m ateria, desde
el fen óm en o m ecánico al fen óm en o psíquico. N o se
me alcan za el cómo, por más que se me alcance que
la fu e r za no existe, ni ha podido ex istir, ni e x istirá
jam ás fu era de la m ateria. C on esto me basta, desde
que me consta que, cuando se d esgran e la m ateria
mía, la v ir tu d de la fu erza la reorg an iza rá como parte
de astro, ó parte de flor, ó parte de ola, ó parte de
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
185
idea. L o que ha sido fu é siem pre. Siem p re será lo que
antes ex istió. C am bian la fo rm a y el conglo m erad o .
L a v id a p ersevera y nu tre á la vida. F u é r e fir ié n d o s e
al y o m ezquino, á su o rg u llo sa y m ísera personalidad,
que pudo escribir la palabra nada, ju n to á un m on tón
de m uertos, aquel m u erto pintado por el nú m en de
Goya.
A l señor L e g r a n d le preocupa, más que los fe n ó ­
menos del m undo c ie n tífic o , lo que esos fen ó m en o s
pueden a rg ü ir en pro de sus creencias. C on nu estras
dudas y nuestras ig n ora n cia s le fo r m a un trip le es­
cudo á su espiritua lism o. P ro c e d e com o cierto pastor
protesta n te que, para co n v en cer á un g ru p o de niños,
arg u m en tab a a sí: — ¿ P o r qué tod as las flo r e s no son
roja s ó blancas? ¿ Q u ié n las tiñ e de azul, de n e gro
ó de vio leta ? — C laro está que los niños nada le res­
pondían. A q u e l la ig n o r a n cia era, para el pastor, la
prueba c o n c lu y e n t e de que las flo res, con sus p e r f u ­
mes y sus m atices, cantan un him no de g ra titu d á la
d iv in id ad que las co lo ra y arom atiza. L o m ism o hace,
con nuestras ign orancias, el señor L e g r a n d .
U n fen óm en o no es una b ru jería . U n fen ó m en o es
sim plem ente un hecho. U n fen ó m en o no es más que
una m an ifesta ció n . T o d o fen ó m en o es un m o v im ien to
ó el resu ltad o de un m ovim ien to . E l m o v im ien to se
v e r i fi c a en el tiem p o y en el espacio. D e ahí se d educe
que, como el tie m p o y el espacio son in fin ito s, — p o r ­
que, su p o n ién d o les lím ites, siem pre e x istiría n tie m p o
y espacio tras de sus m urallas, — es tam bién in fin ito
el m undo de los fenóm enos, porque, — como la n a tu ­
raleza tiene h orror al vacío y no h a y cosa a lg u n a sin
fin alida d , — siem pre e x istirá n hech os ó fen óm en os en
el tiem p o y en el espacio. L a eternid ad de la m ateria
ya fu é co m p re n d id a y su stentad a por A r is tó te le s .
Y que la m ateria es y será eterna nos lo dice la
i86
H ISTO RIA CRÍTICA
química. N i un átomo se crea ni un átom o se pierde.
A s í el peso del hierro su lfu rad o , — p a rtícu las de a z u ­
fre y lim a d u ra s de h ierro com binadas por el c a l o r , —
es ex a ctam en te igu a l á la suma de los pesos del hierro
y del a z u fr e que han in terven id o en la com binación.
R ecapa citem os. Si la m ateria es etern a ; — si siem pre
ha sido y siem pre será; — si, como quiere la fís ic a
m oderna, toda m ateria es fu e r z a y toda fu e r z a es una
fu e r z a a c t iv a ; — si, como la fís ic a de n u estra edad
pregona, las fu e r za s no pueden e x is t ir sin la m ateria,
que les sirve de a poy o y de la que esas fu e r z a s p a re­
cen emanar, porque el calor y ' l a g ra v ita c ió n y la
e le c tr ic id a d no se m an ifiesta n sino en la m ateria y
para la m a teria ; — si, como la fís ic a contem poránea
nos asegura, la suma de los m o v im ien to s actua les y
v ir tu a le s de la m ateria es siem pre la misma, aún d es­
pués de prod u cidos, para cam biarse en otros, esos m o ­
v i m i e n t o s ; — si lo m ism o que acontece con el tiem po
y con el espacio, aco n tece con los fen ó m en o s ó m a­
n ifesta cio n es, porque todo fen óm en o supone la e x i s ­
ten c ia de un hecho an terio r en v ir t u d del cual una
acción es e je r cid a sobre un cu erp o ó sistem a de c u e r ­
pos, para im p rim irle el m o v im ien to que c o n s titu y e el
fen ó m en o p r o d u c id o ; — y si, por ú ltim o, se dem os­
trase, de irr e fu ta b le modo, que la célu la v iv a nació
espontáneam ente de lo ino rgá nico , — ¿qu eréis decirm e
si no sería absurdo buscar en lo d iv in o la causa r e g i ­
dora de una m ateria sin p r in c ip io y sin fin, la ley
de una m ateria increada é ind estru ctib le, la le y de
una m ateria capaz de tra n sfo rm a rse en v o lu n ta d noble
y pen sam iento a ltísim o? Si no ha sido creada la m a­
teria, tam poco ha sido creada la fu e r za ó la energía
que le es inseparable y le es inherente, lo que nos
perm ite, — si lo espontáneo de sus avatares resultara
un hecho, — a firm a r que. entonces, es eterna y fa tal,—
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
187
como el m ov im ien to que la m ateria llev a en sí misma,
— la le y en gen d ra d o ra de sus tra n sfo rm a cio n es, le y
que hace innecesario, por su eternid ad prop ia y su
prop ia v irtu d , el in ú til y e sté ril po derío de lo A b ­
soluto.
E l m étodo racional, el c ie n tífic o , se bu rla de las
h ipó tesis que nada ex p lican . U n a hipótesis, para ser
aceptable, obedece á una im perio sa necesidad. V éase,
por ejem plo, lo a co n tecid o con la va liosa h ip ó tesis de
los átomos. D alton, — tom ando la idea de L e u c i p o y el
nombre de E p ic u r o , — supuso que la m ateria ponderable estaba fo rm ad a de p a rtícu las sin d iv isió n p o s i­
ble y de variable peso, naciendo, las d iversas especies
de m ateria, de la y u x t a p o s i c i ó n ó enlace de sus á to ­
mos. ¿ P o r qué aceptábam os la h ip ó tesis atóm ica? P o r ­
que esa h ip ó tesis nos p erm itió dar una e x p lic a c ió n
se n cilla y racional á las le y e s reg u la d o ra s de los c u e r ­
pos físicos, establecien do entre las le y e s esas un en­
lace teó rico de so lid ez suma. Si esa h ip ó tesis ascendió,
después, hasta el ran go de teoría firm e, fu é por el
a p oy o que le prestaban a lg u n o s hechos de im portan cia
grande, como el rela tivo á los vo lú m en es de los gases
que se combinan, fen ó m en o com probado por las e x ­
p eriencia s de G a y - L u ssa c. A l aceptar la teo ría a t ó ­
mica, no la aceptábam os por el estéril ca p rich o de
aceptarla, sino por la u tilid a d c i e n t í fi c a que de ella
nació, pues, gra cia s á ella, pu d im os d is trib u ir á los
cuerpos sim ples en fa m ilia s ó grupos, c la sific á n d o lo s
por sus fu n cio n e s químicas, por su a p titu d para c o m ­
binarse y por la fo rm a general de sus co m puestos,—
segú n las reg la s dadas por D um as y que h allaréis en
W urtz.
V éase, si no bastara lo m an ifestad o, lo que con la
h ipó tesis del éter se relaciona. L o s tra ba jos de H u y ghens, de Y o u n g , de F re sn e l y del célebre A r a g o nos
i88
H ISTO RIA
CRITICA
c o n d u je r o n á a dm itir la e x iste n c ia de una su stancia
por d oquier esparcida. E s a su stancia m u y su til y l i ­
g e r a , — este p a rticu la r estado de la m ateria, — llen a el
v a cío que separa á los astros unos de otro s y les sirve
de a g en te in term e d ia rio á los cu erp o s que form an el
u niverso. ¿ P o r qué aceptam os la h ip ó tesis anterio r?
¿ P o r ca p ric h o su p e rs ticio so ?
¿ P o r van id ad es té ril?
¿ P o r sed de h e c h i c e r í a s ? 'D e n in g u n a manera. E s su
u tilid a d lo que nos enamora. L a a d m itim o s y la s o s ­
tenem os para a firm a r que el calor y la lu z son el
resu lta d o de una a g ita c ió n especial de éter, como nos
dice la cie n cia fís ic a de D a g u in .
L a etern id ad incread a de la m ateria, su conn u bio
con las fu e r z a s increadas que la tra nsfo rm a n, y lo
espontáneo de su m e ta m o rfo s is de no v iv a en sen si­
ble, — si esto ú ltim o se dem ostrase, — harían que no
t u v ie se su s te n tá c u lo ni p ro p ó sito la h ip ó tesis de c o ­
lo ca r la v id a superior, la v id a in te lig e n te , en el d o ­
m inio de las a c tiv id a d e s de lo A b s o lu to .
N o insistiré. Y a he d ich o que esa h ip ó tesis no me
preocupa. Y o v iv o noblem ente la vid a de lo humano
sin aspirar á que la m u erte me c o n v ie rta en divino.
M i o r g u llo se c o n ten ta con lo tra n s ito r io y p e r e c e ­
dero de su e x c e lsitu d , — o ru g a que no cree que volará
como m ariposa, — lám para que conoce que su lu z es
de un día, — lodo que sabe que al lodo v u e lv e n el
pájaro y la flo r, la g a r g a n ta que trin a y el c a p u llo
que inciensa.
H ablem os seriam ente. H ablem o s sin la e x a g e r a ció n
á que nos prov oca el a bsolutism o de la tesis contraria.
H ablem o s razon and o con amable y tranq uila se re n i­
dad. L o eterno, lo in d e s tr u ctib le de la m ateria, no es
sólo una certid u m b re quím ica. E s tam bién una grande
y fi l o s ó f i c a certitu d . E l vacío no existe. E l que dice
espacio dice en erg ía y m ateria. D escartes, al que no
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
189
desconoce mi ilu stre amigo, lo a firm a así en L o s p r in ­
c ip io s de la filo s o fía :
“ Cu a n to al vacío, en el sentido que los filó s o f o s
dan á esta palabra, — á saber, un espacio en que no
h a y sustancia, — es ev id e n te que no h a y en el u n ive rs o
n in g ú n espacio tal, porque la e x te n s ió n del espacio
ó del lu g a r in terio r no es d ife r e n te de la ex ten s ió n
del cuerpo. Y com o del m ero h ech o de que un cu erpo
tie n e ex ten s ió n en lo n g itu d , la t itu d y p r o fu n d id a d ,
tenem os m o tiv o s para c o n c lu ir que es una sustancia,
en razón á que co ncebim o s que es im posible que lo
que no es nada te n g a ex ten sión , debem os co n c lu ir
lo m ism o del espacio que se supone vacío , á saber,
que puesto que tiene e x te n s ió n tien e tam bién su s ta n ­
cia.” — Si esto es así, com o el espacio ha e x is tid o
siem pre y com o el espacio siem pre ex istirá , siem pre
ha e x is t id o y e x is t ir á siem pre la su sta n cia que lo
rellena, de acu erd o con la q u ím ica de W u n t z y con
la fil o s o f í a de D escartes. L e ib n it z , por otras causas
y de otro modo, piensa lo mism o de D e sca rte s y r a ­
zo n a lo mism o que A r is t ó t e le s .
H ablem os seriamente. H ablem o s con co rd u ra y s i n ­
ceridad. ¿C ó m o ? A d m i t í s la p o sib ilid a d de que la
m ateria bru ta se tra n sfo rm e espon tán eam en te en m a­
teria viva, a dm itís eso y n e cesitá is del m oto r d iv in o
para e x p lic a r o s la m ecánica del u n iv e rs o ? Si aceptá is
lo más, aceptad lo menos, y r eco n o ced que si lo i n ­
sensible p u d iera subir espontáneam ente, por la escala
de la m ateria, hasta las cum bres ú ltim as de lo c e r e ­
bral, lo insensible tendría, en su p ro p ia y perenne
virtu d de ascender, la causa y el ritm o de los m o v i ­
mientos indispen sables á su ex isten cia. ¿ P a ra qué q u e ­
réis las causas fin a le s si aceptá is lo espontáneo del
m ecanismo de las in fin ita s tra n s fo rm a cio n es de las
series orgánicas, y para qué p ersistís en la d evo ción
190
H ISTO RIA
CRÍTICA
de aquellas esté riles sombras, si creéis posible que se
d em uestre que los fen ó m en o s de vid a cerebral son el
p ro d u cto de las m eta m o rfo s is m ecánicas de las c é lu ­
las? C r e e d m e : si adm itís la po sibilid a d de que se rea­
lice lo d ich o por H aec k el, separad vu estro s o jo s de
a quella nube que habló con M oisés, con el v ie jo M o i ­
sés, sobre las g ra n ític a s asperezas del Sinaí.
E s to es indudable é in d iscu tible . B a rr e r ía de un
soplo las causas fin a les el que dem ostrara que la m a­
teria bruta puede lle g a r á ser, e v o lu tiv a y e s p o n tá ­
neamente, un sistem a nervio so cen tral y p e r ifé r ic o ,
m ateria con m ú scu lo s y sentidos, m ateria su perio r por
la e x c e ls it u d de sus em ocion es y de sus volun tad es.
Sólo es posible co n v en ir en que cada serie responde
á un e s p e c ífic o , constan te y m á g ico plan de e s tr u c ­
tura, cuando no se a dm iten y se com baten la teoría
ev olu cion aría , la teo ría de la d esce n d en cia y la teoría
de la se lección ló g ic a ó natural. Son inaceptables
hasta en hipótesis, para los que p r e fie r e n el m ila g ro
á la duda y la fe á la ciencia, todas las pruebas que
estos g ra n d es p r in c ip io s buscan y dedu cen de la m o r ­
fo lo g ía , de lo fis io ló g ic o , de los órg a n o s ru d im en ta ­
rios, de las form as em brionarias, de la d istrib u ció n
de las especies en el espacio y de la d istrib u ció n de las
especies en nuestro planeta, como bien d ijo H a e c k e l
resp o n d ien d o á V i r c h o w .
¿S ab éis por qué no me preocupan estas hondísim as
ca v ila c io n e s? P orq u e e sto y se gu ro de que no se abri­
rán los labios de la e s fin g e , de que el ú ltim o velo
nunca se rasgará, de que la fe y la cien cia son im p o ­
tentes para darnos la clave del en igm a postrero. Me
place, sin embargo, lo frío de la cien cia más que las
ard en tías de la fe sin causa, porque la ciencia, al m e ­
nos, descubre los fen óm en os y los relaciona para d e s­
en trañar nuevos ú tiles y a gen tes de cultura. Ni ella
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
191
necesita para sus p rop ósitos, ni yo necesito para m i
obra de un día, de las causas fin ales, como no necesito
que me tranq uilicen, con sus g én esis y promesas, las
tres ó cu atro grand es r e lig io n e s que han en tretenid o
y han d u lc ific a d o las in ce rtid u m b res de la humanidad.
P o r eso, en el libro del autor que estudio, me gustan
más las pá gin as en que me dice lo am plio que sabe
que las págin as en que me dice lo bien que siente,
pensando m ucho de lo que él piensa sobre L e ib n itz,
aunque puedo d ecirle que si L e i b n i t z está entre los
precu rsores del transfo rm ism o , — como E m p é d o c le s y
E p ic u r o y L u c re c io , — tam bién entre los p recu rso res
del tra n s fo rm ism o se h a lla D escartes.
E n D e sca rte s l e o :
— “ Si la fe no nos enseñara que los anim ales han
salido de las m anos d iv in a s tales como son, y si nos
fu era dado tener la m enor certeza sobre sus o ríg en es
y sobre su fin, — el filó s o fo , abandonado á sus co n ­
jeturas, ¿no p o dría suponer que los anim ales tenían,
desde la eternidad, sus elem entos p a rticu lares espar­
cidos y c o n fu n d id o s en la masa de la m ateria; que
estos elem entos lle g a ro n á reunirse, cuando les fué
posible y ló g ic o a so ciarse; que el em brión, form ado
por estos elem entos, ha pasado por una in fin id a d de
o rg a n iza cio n es y d e sa r ro llo s; y que ha a d q u i r id o , —
por la sucesión del m ovim ien to , — la sensibilidad, las
ideas, la r e fle x ió n , la concien cia, los sentim ien tos, las
pasiones, los gestos, los sonidos articu lad os, las leyes,
las cien cias y las a r t e s ? ”
Y o v o y más lejos, m ucho más le jo s que el señor L e grand. Y o veo en las m ónadas de L e ib n it z , — en las
mónadas vivas, — un anu ncio de la p s ic o lo g ía celu lar
de V i r c h o w y H aec k el. O íd m e. Cada mónada, unidad
de fu e r za ó átomo de sustancia, h u y e de lo inerte y
desconoce la im pasibilidad. N o h a y su stancia sin ac­
192
H ISTO R IA CRÍTICA
tos, y en cada m ónada existe, como es ló g ic o , una
v ir t u d ín tim a de la que proced e n sus a ctos fu tu ro s.
L a s m ónadas v iv a s son in d iv id u o s con e x is t e n c ia p r o ­
pia, pues las más sim ples y más elem entales tienen
el a p etito y la p ercepció n , aunque no todas se t r a n s ­
fig u r e n , por el p r o g r e so que entraña su a ctiv id a d , en
m em o ria y en racio cin io . C ada mónada, en fin, es un
u n iv e rs o y cada m ónada co n tien e lo in fin ito , siendo
cada m ónada á modo de c o rp ú s c u lo más ó m enos co n s­
c ie n te y más ó m enos in telectu a liza d o . E s to dice
L e ib n it z . ¿ L a p s ic o lo g ía ce lu la r dice, acaso, otra cosa?
V i r c h o w sostien e que es le g ít im o y l ó g ic o a trib u ir á
cada c é lu la o rganizad a, — las m ónadas v iv a s son o r g a ­
n i s m o s , — una vid a p s íq u ica é in d epen dien te. H a e c k e l
a f i r m a que en los anim ales más in fe rio re s, m enos o r ­
g an izado s, una sola célula, — la mónada, — puede y
debe ser la d ep o sitaría de todas las m ú lt ip le s a c t i v i ­
dades de la sensació n y del m ov im ien to . ¿C ó m o p o ­
n e rlo en duda cuando es sabido que en la más im p o r ­
tan te su stancia a c tiv a de la célula, en el protoplasm a,
resid en siem pre las p ro p ie d a d e s p síq u ica s de la e x ­
c ita c ió n y la m o v ilid a d como en las m ónadas más
sim ples de L e i b n i t z ? Á mí, que creo que las co m bi­
n acio nes q u ím icas de la m ateria son m odos se m e ja n ­
tes á nu estros estados de jú b ilo y dolor, no puede
c o n fu n d ir m e ni apesadum brarm e que tod os los i n f u ­
sorios, como todas las mónadas, te n g a n a lg o á manera
de m ú scu los y nervios, de ó rg a n o s sensoriales y ó r­
gan os psíquicos, se g ú n a firm aba incansablem ente la
c ie n cia su tilís im a de E h rem b erg.
O id á H a e c k e l: “ L a s célu la s m icro sc ó p ica s son, á
nuestros ojos, seres v iv o s é ind epen dien tes, o r g a n i s ­
m os fis io l ó g i c a y m o r fo ló g ic a m e n te autónom os.” — “ E n
el cu erp o de todo animal ó ve g e ta l superior, las c é lu ­
las m icro scópicas, en cantidad innum erable, d isfru ta n ,
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
193
h asta cierto punto, de su in d ep en d e n cia in d iv id u a l;
pero d if ie r e n tam bién unas de otras en v ir t u d de la
d iv is ió n del trabajo, están en una rela ció n de d ep en ­
d encia recíproca, y su fren , más ó menos, las le y e s del
po der cen tral de la co m un idad .” — “ D esd e el m om ento
en que nos represen tam os toda m ateria como animada,
todo átom o como dotado de sensación y de volun tad ,
no podem os co n sid era r estas dos propiedades, según
se hace ord inariam ente, como p r i v i le g i o s e x c lu s iv o s
de los organism os. N o s es preciso, pues, buscar otras
p rop iedades su scep tib les de d is t in g u ir á los seres o r ­
g á n ic o s de los seres ino rgá nico s, á las p lastíd u la s de
las demás m oléculas, y c o n s tit u y e n d o la esencia p ro ­
pia de la vida. D e estas prop ie d a d e s la más im por­
tante nos parece ser la capacidad de la rep ro d u cció n
ó la m em oria, que e x is t e tam bién realm ente en todo
proceso ev o lu tiv o , y en p a rticu la r en la r e p r o d u cció n
de los in d ivid u o s. T o d a s las p las tíd u la s poseen m e­
m o r ia ; esta a ctitu d fa lta á todas las demás m o lécu la s .”
— “ E s ta m o s se gu ro s que sin la h ip ó tes is de una m e­
m oria in co n scien te de la m ateria viva, las más im p o r­
tantes fu n c io n e s de la v id a son en suma in ex p lica b les.
L a capacidad de ten er ideas y de fo rm a r conceptos, el
poder del pen sam iento y de la concien cia, del e j e r ­
cicio y del hábito, de la n u tr ic ió n y la rep rod u cción ,
descansan sobre las fu n c io n e s de la m em oria in co n s­
ciente, que es m u ch o más valiosa que la consciente, si
consideram os el c ír cu lo de su a c tiv id a d .” — E s o es lo
que nos dice el d iscu tid o H a ec k el, rep itien d o m ucho
de lo y a aseverado por E w a l d H e rin g .
C on eso nos basta. N os basta con saber que las c é ­
lulas m icro sc ó p ica s son seres v iv o s y seres autónomos.
N os basta con saber que cada célu la en el cu erpo de
índole superior, á pesar y en v ir t u d de su autonomía,
tie n e fu n cio n e s prop ias y está r e g id a por la le y del
13.— VI.
H ISTO RIA CRÍTICA
194
co n ju n to. N os basta con saber que todos los átomos, —
todas las células, — son sensibles y tie n en m o v ilid ad .
N o s basta, en fin, con tener presente que la m em o­
ria, — lo que separa á los seres o rg á n ic o s de los in o r ­
g á n i c o s , — es la causa y la e x p lic a c ió n de m uchas é
im p ortan te s fu n cio n e s de la vida. V ea m o s, ahora, l o
que dice L e ib n it z .
É s te nos d ice que la m ónada es una su sta n cia sim ­
ple, incapaz de su b d ivisio n e s y que en tra en los co m ­
puestos. L a s m ónadas son los elem ento s de las co sa s
y los átom os de la naturaleza. L a s mónadas no p u ed en
perecer por desco m po sició n, como tam po co tie n en un
co m ie n zo natural y ló g ic o . N o h ay nada de in cu lto ,
de estéril, de m u erto en la naturaleza. N o e x iste j a ­
más
ni
g en era ció n
co m p le ta
ni
co m p le ta
m uerte,
pu esto que lo que llam am os g en era cio n es son s im p le s
d esa rro llo s y crecim ien to s, como las m u ertes no son
otra cosa que e x te r io r id a d e s y d ism in u cion es. T o d o
lo creado está su je to á cambio, siendo co n tin u o el
cambio que su fre n las mónadas. Si las m ónadas cam ­
bian, los cam bios de las m ónadas v ien en de un p r in ­
cip io esencial é interno, desde que n in g u n a causa
e x te r io r puede i n f lu i r sobre ellas. A s í las mónadas
están dotadas de m o v im ien to y apeticion es, lo que
les perm ite pasar de una p ercep c ió n á otra, porque la
p ercep c ió n se en cu entra en todas las m ónadas ó s u s­
tancias sim ples. T o d a s las mónadas se d ir ig e n c o n ­
fu sam en te hacia lo i n f in i t o ; pero todas las m ónadas
están lim itad a s y se d ife r e n c ia n por la innúm era g r a ­
dación de sus p ercepcio n es. Si dais el nombre de alm a
á lo que es capaz de a p etecer y de percibir, almas
son las mónadas ó sustancias sim ples, puesto que en
todas h ay ap etito s y percepcio n es, estados prop ios de
su su stancia y no del cu erp o que las contiene. Cada
mónada represen ta un u niverso. L a s mónadas v iv as
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
i95
son siem pre o rgánicas. E n la m enor parte de la m a­
teria h a y un m u nd o de criaturas, de seres viv os, de
entelequias, de mónadas. C a d a p o rc ió n de la m ateria
puede ser co n ce b id a como un ja r d ín llen o de plantas
y com o un estanque llen o de p e c e s ; pero cada rama
del arbusto, cada m iem bro del animal, cada g o ta de
sus humores, es el m ism o estanque y el m ism o jard ín .
T en em os, entonces, que todo cu erpo v iv o tie n e una
en telequ ia ó alm a d o m in a n te; pero que los m iem bros
de este cu erp o v iv o están llen o s de o tro s cu erpos
v iv o s tam bién, cada uno de los cu ales tie n e su alma
d om inante ó su en teleq u ia p a rticu lar. C o m o las m ó ­
nadas cam bian de co n tin u o y com o los cam bios n a tu ­
rales jam ás son bruscos, a lg o m uda, pero a lg o queda
de su ser anterior, en las m e ta m o rfo s is de cada m ó ­
nada. L a mem oria, lo que queda de lo que fu é, da
u na especie de p r o lo n g a c ió n á las alm as ó mónadas,
u n ien d o nu estra p e r ce p c ió n actua l á todas nuestras
p r etérita s p ercep c io n es de la m ism a índole, lo que
hace que d esp ierten en nuestro ser se n tim ien to s y v o ­
lun tad es que y a hemos s u frid o y ejecu tad o . L a re i­
teración, la co n tin u id a d , el en cad en am ien to de m u ­
chas p ercep c io n es m ediocres, lle g a á co n v e r tir se en
a lg o sem ejante á una la r g a costum bre. L a razón, d is­
tin ta de la m em oria, es la fa c u lta d de que nos valem os
para lle g a r al co n o cim ie n to de las ve rd a d es necesa ­
rias y eternas. L o s hombres obran com o los bru tos
en tanto que la p e rp etu ac ió n de sus p ercep c io n es sólo
se v e r i f i c a por el p r in c ip io de la mem oria, pareciéndonos á los m éd icos em píricos, á los que tie n en p r á c ­
t ic a y no teoría. A s í, en las tres cuartas partes de
nuestras acciones, no sotros p rocedem o s tam bién em­
píricam en te, es decir, por el im pulso de u n a p e r c e p ­
ción fu n d a d a tan sólo por el p r in c ip io de la memoria.
Y no e x tra c to más, por estar persu adid o de haber
196
H ISTO RIA CRÍTICA
d em ostrado que la m o n a d o lo g ía de L e ib n it z , — d esn u ­
dada de todos sus m e ta fís ic o s cascabeles, — tien e m u ­
ch ísim o s pu nto s de co n ta cto con la p s ic o lo g ía ce lu la r
de H aec k el.
Á v o so tro s os toca, si esto os interesa, com parar lo
citado, buscar los parecidos, y sacar de la sem ejanza
las co n clu sio n es que en co n tréis más cu erd a s ó r a c io ­
nales. Á mí me basta con tra n scribiro s, sin sa lv e d a ­
des, los p á rra fo s s ig u ie n t e s de L e g r a n d :
“ H asta época recien te se consideraba á los átomos,
e x ten so s á la v e z que sim ples, com o los ú ltim os e le ­
m entos de la m ateria. C o n el d escu b rim ie n to de los
ra y o s ca tó d ico s y de los cu erp o s radio - activos, esa
no ció n de átom o ha hech o su tiem po. Se v u e lv e ahora
en cierto modo, á la v ie ja co n ce p ció n de L e ib n it z . L a
m ateria, se gú n la m od ern ísim a teoría, se co m p o n d ría
en ú ltim o análisis, de cen tro s in ex ten so s de fu erza. E l
gran f iló s o f o alemán, crea do r entre paréntesis del c á l­
cu lo d ife r e n c ia l é in teg ra l, los llam aba m ónadas; los
sabios de h o y a p lica n el nom bre de electró n al átom o
e léctrico.
” Si bien, bajo uno ú o tro nombre, estos átom os sin
ex ten s ió n y con fu e r z a son p e r fe c ta m e n te in co n ceb i­
bles, h a y que reco n o cer que es sin em bargo más l ó ­
g ic o adm itirlos, que im ag in a r átom os in d ivisibles, pero
extensos. L a ex ten sión , en efe cto, im p lica rá siem pre
la d iv is ib ilid a d ; sólo lo in ex ten so es in d ivisible, es
decir, p e r fe c ta m e n te sim ple.
“ N ó tese que parece lleg a rs e así á la c o n fu s ió n de
las dos su stancias que tenem os costum bre de co n si­
derar como a n ta g ó n ic a s: la m ateria, cu y a p rop iedad
e s p e c ífic a aceptada com ún m ente es ocu par espacio, y
el espíritu esencialm en te inextenso. L e ib n itz , e s p i r i ­
tualista, y cristian o por añadidura, a fr o n tó con h e r ­
moso co ra je esta d if i c u l t a d ; y si bien con d is tin g o s
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
197
entre alm as m ateriales y alm as razonables, ó e s p í r i ­
tus prop iam ente dichos, aceptó la inm aterialid ad del
átomo, p o nien do en él la fu e r z a en lu g a r de la e x t e n ­
sión. M ón ad as son, en su teoría, los últim os elem entos
de la m ateria, como m ónada tam bién es el alma de
los anim ales y la del hombre.”
P u e s bien, si en el átom o de lo radio - a ctiv o a ceptá is
la e x is t e n c ia de una e n e rg ía t errib lem en te m o d i fi c a ­
dora, casi em brujada, como despu és verem os, ¿por qué
no aceptá is que puede e x is t ir una en e rg ía no m enos
potente en los elem ento s fu n d a m en ta les del d esarrollo
o rg á n ico ?
¡ L a inm a teria lid ad del á to m o ! Si la m ó ­
nada, el átomo, es el ú ltim o elem ento de la m ateria,
y o no sé cóm o puede ser inm aterial. M ás ló g ico s, m u ­
cho más ló g ico s, son los que so stien en que no h a y
nada de inm aterial ni en el átom o ni en la célula.
Sig a m o s a ú n :
‘‘E l d escu b rim ie n to del radio es la parte d ecisiva
en la re v o lu c ió n c i e n t í fi c a contra el átom o a ntigu o .
C o n todas las e n erg ías de que d ispone la cien cia m o ­
derna, no se ha podido hasta ahora d esco m po ner un
átomo. C o m b in a cion es y se paracion es de átom os d is­
persos, los cuales, en m ed io de esos cambios, perm a­
necen intactos, tal es toda la química. E l d e s c u b r i­
m iento de los C u r ie nos o fr e c e ahora un cuerpo, c u ­
y o s átom os se descom ponen espon tán eam en te y van
irradiand o su en e rg ía en el espacio. E s o nos indica
que el átom o de los tres cuerpos, por analogía, no
debe tam poco ser irred u ctib le. L o ú n ico que h a y p ro ­
bablem ente es que nu estras fu e n te s a r t ific ia le s de
en erg ía, que bastan para v e n ce r en tan tos casos las
e n erg ías interm o lecu lares, p ro d u cien d o c o m b in a c io ­
nes y d escom posiciones, no son su fic ie n t e s para l u ­
char co n tra la en ergía, sin duda in fin ita m en te m ayor,
que lig a entre sí las partes c o n s titu y e n te s del átomo,
que por eso creim os hasta ahora irred u ctib le.
198
H ISTO RIA CRÍTICA
“ E l átom o ha de co n ce birse en to n ces como un s is ­
tem a de e n e rg ía s equilibradas. E l átom o de radio, por
u na razón ú otra, no co n serva ese eq u ilib rio y se
descom pone y d ev u elv e al espacio, bajo fo rm a de ra ­
diaciones, f l u j o s y em anaciones, la e n erg ía que debió
absorber al form arse.
” U na im agen astro n óm ica su r g e en la m ente. U n
átom o en g eneral sería un sistem a plan etario estable,
com o el que habitam os — estable por lo m enos r e l a ­
tiva m en te. U n átom o de radio sería un sistem a en
rápid a ev olu ción .
” S e g ú n las ideas modernas, esta co m p ara ción no
sería pu ram en te ideal. L a g ra v ita c ió n r e g ir ía en el
m u nd o de lo in fin ita m e n te pequeño, com o en el de
lo in fin ita m e n te g ra n d e.”
L e a el le c to r cin c u e n ta mil v e c e s el p á rra fo tra n s ­
crito, y cin c u e n ta m il v e ces en con trará que la fu e r z a
y la m ateria, son, com o lo eran antes, las palabras en
c u y o torno g ir a el tesoro c i e n t í f i c o de nu estras horas.
E s que la cien cia, la ve rd a d e r a cien cia, cuando d es­
cubre un fen ó m en o ó una ley, sabe que ese fen óm en o
y esa l e y han sido h allado s y sólo son dem ostrables
en el m undo de lo co gn o s cib le, en el m u nd o de lo
m aterial y de lo co ncreto. A l en con trar la ley, al g e ­
nera lizarla, al a p o y a rs e en ella, la cien cia no se p r e ­
ocu pa de lo absoluto, no puede p r eo cu p arse de lo que
no alcanza, y conoce que todas sus conquistas, por
hondas que sean, no le darán más lu z que la lu z n e c e ­
saria para d is t in g u ir las sombras que le en cu bren el
m isterio fin al, y la lu z necesaria para que aperciba
el p r in c ip io del sendero que ha de r e co rrer para d es­
cu brir una nueva le y ó un nu evo fenóm eno. L a m ecá ­
nica, la química, la fi s io l o g í a ex p erim e n tal, lo que se
co n sag ra al estu d io de las ba cteria s y al de los astros,
no tienen más elem entos que la m ateria y las en erg ías
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
199
d e la m ateria para reso lver los teorem as que les roban
el sueño, siendo indudable que siem pre que la cien cia
se aparta del m undo que cae bajo sus lím ites, la c i e n ­
c ia se c o n v ierte en una soñadora p u erilid ad . L a e c u a ­
c ió n últim a, la que no se rela cio n a d irectam ente con
el u n ive rso de lo co gn oscible, no es el su je to ni el
f i n de la cien cia, sino el fi n y el su jeto de la filo s o fía ,
la que, á su vez, cuando d iscu te de lo absoluto, se
d e sg a r r a la tú n ica tratan do de e s p iritu a liz a r lo c o g n o s ­
cible, lo terreno, el m undo va stísim o de la m ateria
u n cid a al y u g o de unas fu erza s despó ticas y so rp ren ­
dentes, pero que son m ecánicas y naturales.
; M ateria y e n e r g ía ! — eso es lo ú n ico que conoce la
c ie n c ia h um ana: su stancias ponderables, como el b lo ­
que de m árm ol que será escultura, ó im pon derables
com o la su stancia de que el éter está co n stitu id o , y
qu e sirve de m edio para tra n sm itir los oros de la lu z
al tra vé s del espacio. — ¡M a te r ia y en e rg ía ! — eso es
lo ú nico que conoce la cien cia h u m an a: p o rcio n es
a p re ciab les ó no a preciables que form an los cu erpos
y f l u y e n de los cu e r p o s ; p o rcio n es apreciables ó no
apreciables, cu y a pequ eñ ez no igu a la ó supera á la
pequ eñ ez del átom o de h id ró gen o. — ¡ M ate r ia y en er­
g í a ! — eso es lo ú n ico que conoce la cien cia hum an a:
m ateria c u y a es tru ctu ra no es la m ism a siempre, y
m o v im ien to s c u y o s m odos no son siem pre los mismos,
pues unas v e ces el m o v im ien to es o n d ula to rio y de
o r ig e n e léctrico, como el m o v im ien to que dem ostró
M a r w u e l y v e r i f i c ó H elz, como aquel m ov im ien to á
que son debidos todos los fen ó m en o s de la in d u cción
electro - m a g n é tic a de F a ra d a y , en tanto que otras v e ­
ces
que
y en
tan
el m o v im ien to es m o v im ien to radiante, como el
actúa sobre los co rp ú s cu lo s rap id ísim os que f l u ­
del cátodo de la am polla de Croo kes, tan bien y
co m prensiblem en te d escrip ta por la plum a g en til
200
H ISTO RIA
CRÍTICA
del señor L e g r a n d . — ¡M a te r ia y e n e r g ía ! — eso es lo
ú n ico que conoce la cien cia hu m an a: m ateria ponderable ó im ponderable, y e n e rg ía que p rod u ce los m o­
v im ie n to s de d istin ta índole á que lo m aterial está
som etido, com o el m o v im ien to en la o n d u la ció n e le c ­
tro - m a g n é tic a de la luz, que es el m o v im ien to e x p e ­
rim en tad o en la o n d u la ción de las desca rga s o sc ila ­
torias de una batería de bo tella s de L e y d e n , ó com o
el m o v im ien to de la m ateria, extre m a d am en te d ilu id a
y en estado u ltra gaseoso, al que se deben los rayo s
ca tó d ico s que d escu brió C r o o k e s y á la que se deben
aqu ellos ra y o s que R o e n tg e n d escu brió en 1894.
¡M a te r ia y e n e r g ía ! ¡N a d a de h e c h iz o s ! ¡N a d a de
e n can tam ien to s! C u a n d o se quiere que la cien cia acu da
á lo p r o v id e n cia l para e x p lic a r n o s el por qué de las
rela cio n es entre las cosas, la cien cia d ice con n a tu ra ­
lidad, r e p itie n d o lo que L a p la ce , ante una p r e g u n ta
de la m ism a índole, co ntestó á N a p o le ó n : — N o n e c e ­
sitábam os de esa h ipótesis. — ¡ M a te r ia y e n e r g ía !
¡N a d a de h e c h iz o s ! ¡N a d a de s o r tile g io s ! ¡N a d a de
en can tos! L a cien cia no co no ce lo que está al m arg en
de la razón. Y la cien cia hace p e rfec ta m en te. ¿ Q u é
es, en resumen, la radio - a ctiv id a d ? L a radio - a c t i ­
vid ad es una nu eva v ir t u d del elem ento u ránico, una
v ir tu d esencialm en te a tóm ica y que no está su b o rd i­
nada á la flu o res cen c ia , segú n lo han com probado los
ex p e r im e n to s de B ec q u e re l. M ás tarde los tra ba jos de
los Cu rie, de Sch m id t, de O w e n s , de R u t h e r fo r d , de
Giebel y de M a r k w a ld , — los unos a islando n u evos
elem entos y los otros estu d ian do sus propiedades, —
agrand an la red u cid a esfera de lo radio - a ctiv o con
nu evos su rtid o res de radio - a ctiv id a d , como el actin io
y el radio y el thorio. N o co n ten ta con esto, que ya
era m ucho, la cien cia humana, la de las relacio nes
entre las cosas, establece m étodos de ex p e r im e n ta c ió n
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
201
y de m ed id a para estos fenóm enos, sirvién d o se unas
ve ces del electro s co p io de W i ls o n , otras del e le c t r ó ­
m etro de D o le z a le k y otras, en fin, del d is p o sitiv o
que llev a el nombre de R u t h e r fo r d . L a cien cia ve que
su cam po se hace m ay o r por el estu d io de los rayos,
las sustancias, las em anaciones, la ev olu ción , la en er­
g ía y todo el proceso de lo radio - a c t i v o ; pero en
tanto que el estu d io procesal de la v ir t u d nu eva sólo
agra n d a los h o rizo n tes del m undo de los fen ó m en o s
n atu rales para los c i e n tí fi c o s como P o z z i - Scott, el
estu d io procesal de la v ir tu d n u eva sirve tan sólo para
dem ostrar á la f i l o s o f í a lo lim itad o del terren o saber
y la necesidad de d ir ig ir el v u e lo h acia lo providen te,
segú n se dedu ce de la le ctu r a del herm oso libro del
señor L e g r a n d .
V u e l v o á decir que aplau do y reco n o zco lo cierto
de la eru d ició n , lo fir m e de la sin ceridad, lo noble
de la verba y lo amable de la iron ía de la obra de
que me ocupo. V u e l v o á d ecir que me sé en teram ente
inh abilitado para j u z g a r la parte c i e n t í fi c a de la lab or
de mi d octo amigo, red u cién d o se mi p ro p ó sito á de­
jaro s co nstan cia de que, m ov ién d ose la cien cia y la
fe en d istin tas e sferas y en d ife r e n te s órbitas, las
h ip ó tesis de la una nada p ierden ni ganan con el d e ­
rrum be ó el a fia n za m ien to de las h ip ó tes is de la otra.
V u e l v o á decir, por últim o, que lo p r o v id e n c ia l no me
p r e o c u p a ; que a cepto la fe con todos sus m odos c i v i ­
liza d o s de a d o r a ció n ; que la fe honrada, la fe de mi
madre, me parece que es g lo r ia de la humana n a tu ­
raleza, como m anantial
de v ir tu d e s aug u sta s y
de
abnegacion es m isericord iosísim a s. L o que no quiero,
lo que no adm ito, lo que combato, es que la ciencia
invada los dom inios de la r e lig io s id a d para n e g a r le
su derecho á viv ir , ó que la re lig io s id a d invada el
campo de la cien cia para alzar, con las astilla s de sus
hipótesis, un himno de alabanzas á lo A b s o lu to .
202
H ISTO R IA CRÍTICA
Y á esto me parece que aspira la m usa que inspiró
la obra de mi ilu stre am igo. Y esto me parece que es
lo que o cu rre con esa obra, en la cual la v id a de los
o rganism os, la radio - a ctiv id a d , las cu rva s que los as­
tros trazan en el cielo, tod os los fen ó m en o s de la
m ateria, — aunque están e x p lic a d o s c ie n tífic a m e n te ,—
sólo están e x p lic a d o s para que el cerebro h alle en las
sin razon es fo g o s a s de la fe m a y o r c e rtid u m b re y más
a lt itu d que en los fr ío s razon a m ien to s de la cien cia
humana. E l e s p íritu del libro, — que es lib ro de ideas
y com o lib ro de ideas debo analizar, — es lo que quiero
que se tra n spa ren te en los r e n g lo n e s que le consagro,
sin descon ocer, lo que fu e r a no toria in ju sticia , que
el estilo es fá c il por lo común, con p u ntas de a gu d eza
en ciertos pasajes, g allard o y en tu siasta en ciertas
ocasiones, aún cu and o á v e ces se d eje v e r la rap id ez
con que se le fo r jó , com o es m u ch o y m u y estim able
lo que contiene el fo n d o de la obra, por ser m u ch o y
m u y estim able lo leído y atesorado por el señor L egrand.
Á pesar de m is co n jetu ra s, — y a que no e x iste n cer­
teza s en a su nto tan hondo, — im ag inó m e in co n te s ta ­
ble la suprem a preg u n ta , la suprem a y
a n g u stio sa
in terro g ació n . L o m ism o piensa el señor L e g r a n d ; pero
en tanto que y o me lim ito á d ecir que nada sabemos,
el señor L e g r a n d , reco n o cien d o y c o n fe sa n d o que no
sabemos nada, se obstina en c o n v en c ern o s que es f o r ­
zoso creer, aunque no se com prend a a quello en que
se cree y aunque aqu ello en que se cree resu lte ab­
su rd o para nuestra lóg ica . E s o es lo que combato. L a
cien cia no debe p roceder así. A s í nuestra cien cia deja
de ser cien cia para c o n v ertirse en p r e ju icio , en ariete,
en arma de combate. A s í este riliz a los herm osos e s­
fu e r zo s de su m uch o saber el señor L e g r a n d . ¿ C o n o ­
céis un libro que tuvo su época? ¿ C o n o c é is L a s e le c ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
203
ció n natural de R u ssel W a ll a c e ? E s un lib ro ú til, un
lib ro de enseñanza, un libro darw in iano , en tan to que'
nos cu en ta el g én esis de las flo re s y de las a v e s ; pero
al lle g a r al hombre, el lib ro se co n v ie rte en u n a p u e­
r ilid a d tan in fa n til com o la creen cia en los á n g e le s
y en los demonios. Su ú ltim a d ed u cc ió n p r in cip ia en
razon am ien to y acaba en delirio. L e o en su p á gin a 384:
“ L o s co m puestos o rg á n ico s, de que se h allan f o r ­
m ados los seres viv os, son de una co m p le jid a d ex tre m a
y de una grande instabilidad, de las que resu lta n los
cam bios de la fo rm a á que está de co n tin u o su je ta
la m ateria orgánica. E s to p erm ite concebir, com o p o ­
sible, que los fen ó m en o s de la v id a v e g e t a t i v a sean
d ebido s á una co m p le jid a d casi in f in i t a de co m bina­
ciones m olecu lares, co m binacion es de cam bios d e f i n i ­
dos bajo la in flu e n c ia del calor, la humedad, la luz,
la ele ctr ic id a d y probablem en te de a lg u n a s otras f u e r ­
zas aún in d efin id a s. P e r o esta c o m p le jid a d crecien te,
por más que la elevem os hasta el in fin ito , no lle v a ­
ría en sí n in gu n a ten d en cia e n gen d ra d o ra del sentido
ín tim o en estas m olécu las ó g ru p o s de m olécu las. Si
un elem ento m aterial, ó m il elem entos m ateriales co m ­
binad os entre sí, son todos inco n scien tes, no podem os
creer que basta la a d ició n de uno solo, de dos ó de
mil otros elem entos m ateriales, para en g en d ra r un
ser dotado de concien cia. E s as cosas son e s e n c i a l ­
m ente distintas. D e c i r que el es p íritu es un prod u cto,
una f u n c ió n del protoplasm a, uno de sus cam bios
m oleculares, es em plear térm ino s que carecen de c o n ­
cepció n clara. N o s o tro s no podem os a tr ib u ir al todo
una prop ieda d que fa lta á cada una de sus partes, y
los que así razonan debieran darnos una d e fin ic ió n
precisa de la m ateria, en un ciand o claram ente sus p r o ­
piedades y dem ostrar que el sentido íntim o pu ed e ser
p ro d u cto de la co m binación de sus átom os ó e lem en ­
tos.”
H IST O R IA
204
CRÍTICA
E s o es razonable, aunque d iscu tib le, porque el p r o ­
blem a del alma es aún más oscu ro que el de la m a­
teria, desde que la m ateria sabemos que ex iste y el
b istu r í aún no ha podido tro p e z a r con el alma. — No
di con ella, no la conozco, decía á uno de sus ad m ira ­
dores Ram ón y Ca ja l. — E s to es razonable, aunque
d iscu tib le, porque el alma, lo m ism o que la m ateria, no
ha sido d e fin id a de un modo p reciso por n in g ú n f i ­
lósofo, y porque sólo nos damos cu en ta de su e x is tir,
lo m ism o que del e x i s t i r de las fu e r za s que actúan
sobre los cuerpos, por sus fen ó m en o s ó m a n ife s ta ­
ciones. E so es razonable, y no lo c e n su r o ; lo que sí
cen su ro es que el autor in g lé s adm ita que en la p ro ­
pia v o lu n tad hum ana h ay el o rig en de una fu e r z a
elem ental de vida, n e gá n d o les en cam bio á las aves,
á las flo re s y hasta á los m am ífero s de estirpe in fe rio r
esa m ism a v o lu n ta d creadora de sus m ovim ien tos, p e r ­
fum es, cantares y sentires. E l hombre no es una e x ­
cep c ió n en la naturaleza. E s un peldaño sólo de la
escala in fin ita . E s sólo un peldaño y no un em b ru ­
ja m ien to m aravilloso. E s claro que nosotros no co n s­
tatamos
n in g u n a
causa elem ental
de fu e r z a
en la
v o lu n ta d del cla vel y del m ainum bí. No podem os ha­
cerlo desde que nosotros ni somos aves ni somos f l o ­
res, lo que no nos perm ite saber todo lo que de p s í­
qu ico se contiene en la e s tr u c tu r a interna del pájaro
y la flor. L o que y o sé es que mi ja z m in ero y mi
cardenal tienen cosas d ig n a s de ser pensadas, aunque
así no lo crea R u ssel W a lla c e .
E l mismo W a ll a c e , renco roso a dversario del m a te­
rialism o, se d esm iente á sí prop io y se hace panteísta
cuando nos dice en otra de las pá gin as de su obra:
— “ No es, entonces, absurdo lle g a r á la co nclu sió n
de que toda fu e r za ex iste n te se relaciona con la fu erza
de volun tad , y que, por lo tanto, el u niverso en tero
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
205
no d epen de sólo de la vo lu n ta d de las in te lig e n c ia s
superiores, ó de una in t e lig e n c ia su perio r, sino que
el u n ive rso es esta m ism a in t e lig e n c ia y esta misma
v o lu n ta d .”
Y R u ssel W a l l a c e no c o n c lu y e aquí. E l panteísm o
le parece poco, y se tru e c a resu eltam en te en po liteísta
d icié n d on os en una de las notas de L a se le cció n na­
tural :
“ L a gran le y de c o n tin u id a d que vem os dom inar en
todo el m undo, nos co n d u ce á la co n clu sió n de que
h a y g ra d acio n es in fin ita s de seres, y á co n c lu ir que
todo el espacio lo llenan la in t e lig e n c ia y la vo lu n tad .
L a gran le y de la c o n tin u id a d no pu ed e d eja r de ser
v e rd a d era en el cam po de n u estra visió n , y b ien p u e ­
den e x is t ir seres in telig en te s, su p e rio res á nosotros,
c u y a acció n d irecto ra se e je r z a de a cu erd o con las
le y e s natu rales del u niverso. L a h ip ó tesis de la causa
p rim era no es necesa ria para e x p lic a r todos los fe n ó ­
menos, estando la razón de éstos en esos seres aún
d esco n ocid os y que po drían llenar, como in term e d ia ­
rios, el abismo que separa al hombre de D io s.”
¿N o es esto una prueba de las aberraciones á que
co n d u ce la sed de e s p iritu a liz a r á la sabid u ría? E s ta
c ie n c ia d arw in ia n a y tra n sfo rm ista , — m ientras no
l le g a al hombre, — apela á las elfas, á los genios, á
los e s p íritu s del aire, á los dioses ín fim o s de la edad
a ntigu a, hasta á los m ism os q u eru bines católicos, á
cu alqu ier cosa, para que el o rig e n del hombre y la
m ente del hombre se aparten del reino de lo c o g n o s ­
cible y huelan á m ilagro . E s por eso que no nos place
el señor L e g r a n d cuando bu sca en las loables dudas
de la cien cia un punto de a p o y o para co n v en cern os
de que es loable creer sin razonar y sin d iscu tir. Nos
place y m ucho, nos place enorm em ente, cuando nos
habla, estu d ián d o los como cien cia y sólo como cien-
206
H ISTO RIA CRÍTICA
cia, del átomo, del agen te elé ctr ic o , de la en ergía,
de la cr ista liza ció n , de la ra d io - a ctiv id a d , de to d o lo
que tan bien sabe y tan bien enseña. D e je m o s que
cada cosa actúe sin rom per sus l ím it e s : la fe en lo
bíblico , en las hered ad es de lo absoluto, y la cien cia
„ sin salir del lab orato rio para bu scar alm as de d i f í c i l
en cu entro, reco rd a n d o lo que nos dicen los P rim ero s
p r in c ip io s de H e rib e rto S p e n c e r :
“ C o n s titu ir , sin cesar, ideas que e x i g e n
los más
e n é rg ico s e s fu e r z o s de n u estras fa cu lta d es, y d escu ­
b rir perp etu am en te que esas ideas no son sino f ú t i l e s
ilusiones, y que debem os abandonarlas, es, sin duda,
un tra ba jo que más que o tro a lg u n o nos hace co m ­
p ren d er la g ra n d ez a de lo que in ú tilm e n te p r e t e n ­
dem os alcanzar. E s o s e s fu e r z o s y esas a lte r n a tiv a s
p u ed en se rv ir para m antener, en n u estro es p íritu , una
cabal idea del abism o inm en su rable que separa lo
con d icion a d o de lo in co n d icio n a d o . In te n tam o s c o n ­
tin u am en te co n o cer á éste, som os co n tin u a m e n te r e ­
chazados, y esas r e p u ls io n e s nos fo rm an la ín tim a
c o n v ic c ió n de la im p o s ib ilid ad de cono cerle, y nos
hacen co m p re n d er claram ente que el m a y o r g ra d o de
sabid u ría y n u es tro más im perio so deber co nsisten
en co n sid era r á la causa prim era de todas las cosas
com o in c o g n o sc ib le .”
Si esto es así, la cien cia no pu ed e p erd er su tie m p o
en b u sc a r la ; la cien cia no es ni c r e y e n t e ni m ateria ­
lis t a ; la cien cia puede c o rr e g irs e y r e c t i f i c a r s e ; la
cien cia está o b lig a d a á in v e s tig a r sin p reo cu p ac io n e s
y sin se ctarism o s; la cien cia tie n e á la v erd a d por
ú n ico fin y debe d ecirla con intrep id ez, no a cep ta n d o
com o v e rd a d sino lo co m p re n sib le y lo dem ostrable.
Son las r ela cio n es en tre las cosas, no el en ig m a su ­
premo, la m ateria e x p e r im e n ta l sobre que trabaja, p o r ­
que son aquellas relaciones, y no este enigm a, las acce-
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
207
sibles á nu estro s m ed io s de in v estig a ció n , siendo esas
relaciones, po r otra parte, las que p a te n tiza n la u t i l i ­
dad p r á c tic a y g en ero sa de la labor de los B er n a r d
y de los P aste u r. L a ve rd ad no es v e h íc u lo de c r e e n ­
cias, sino de verd ades, lo m ism o p ara N e w t o n que para
Spencer, lo m ism o para L a v o i s ie r que R o en tg en .
E s indudable que nu estro s co n o cim ie n to s sobre la
m ateria b ru ta se han m o d ific a d o co m p le ta m en te desde
los años ú ltim o s del s ig lo anterior. E s ind u dable que
el d escu b rim ie n to de la radio - a ctiv id a d abre h o r i ­
zo n te s no co n o cid o s á la qu ím ica de las m oléculas.
E s ind u dable que esta n u ev a rama de la cie n cia de
nu estro s días p erten ec e de llen o á la qu ím ica pura y
á la fí s ic a abstracta. E s o es indudable, com o es i n ­
dudable que el sol a lu m b ra; pero eso nada a r g u y e en
fa vo r de lo m ila g r e r o , ni r esu elve el prob lem a de lo
absoluto, com o no r esu elve el prob lem a de lo absoluto,
ni nos o b lig a á creer en lo portentoso, la co n v icció n ,
e v id en ciad a por el análisis espectral, de que es una
y la m ism a tod a la má'.teria que com pon e los m u nd os
radiantes del espacio. S a u v a g e in v en tó el h élice, r e v o ­
lu cio n an d o las ideas que su tie m p o ten ía sobre la p ro ­
p u lsió n i n t e r io r ; pero la c ie n c ia no d ejó de ser c ie n ­
cia, ni h izo bancarrota, ni se c r e y ó em bru jada por el
d escu brim ien to n o tab ilísim o de Sau vage.
L a radio - a ctiv id a d no es sino una p a rticu larísim a
co n d ició n de u na d eterm inad a clase de sustancias,
como el uranio, el th orio y sus com puestos. Su c a ­
rácter fu n d a m en ta l no es otro que el de em itir, espon­
táneamente, rad iacio n e s que p erm iten á la lu z o rd i­
naria atravesar el espesor de los cu erpo s opacos. E s ta s
rad iaciones gozan, tam bién, del raro p r i v i le g i o de i n ­
f l u i r sobre la se n sib ilid a d de la placa fo t o g r á fic a , y
gozan, de igu a l modo, de la rara v i r t u d de d esca rga r
los cu erpo s electrizad o s. L o s cu erpo s como el radio,
208
H ISTO R IA CRÍTICA
por otra parte, son su s cep tib les de co m u n icar una
f o s f o r e s c e n c ia y una flu o r e s c e n c ia m u y co nsiderables
á ciertas sustancias, siem pre que esas su stancias se
en cu en tren pró x im a s á los cu erpo s dotados de una
fo r tís im a radio - activ id a d . E s a em isión espon tán ea y
continu a, sin el a u x ilio de n in g u n a fu en te ex terio r,
de ra d ia c io n e s de una v e lo c id a d constante, es una
p ro p ie d a d m u y c a r a cte r ística y m u y ex tra o rd in a ria de
este fen ó m en o que, en a parien cia y sólo en a p arien ­
cia, parece co n tr a d ecir todas las le y e s reg u la d o ra s
de la term o - dinámica.
P erd o n a d m e si entro en un d om inio que no me
p erten ece. Co m o buen cr iollo, so y a lg o m atrero, lo
que me a u to riz a para invadir, v io la n d o las ord en an zas
de las p r e d is p o sicio n e s n atu rales y de los estu d ios
m etod iza d o s, las h erm osísim as hered ad es del señor
Legrand.
L a s p rim eras in v e s tig a c io n e s sobre la radio - a c t i­
v id a d de cierto s cuerpos, fu e r o n e fe ctu a d a s por B e c querel. E s as in v e stig a cio n e s , si no me engaño, se re­
m on tan á 1896. B e c q u e re l se prop uso d em ostrar e x p e ­
rim en ta lm en te que, en tod os los fen ó m en o s de f o s f o ­
rescencia, se p ro d u cían r ay o s p en etrantes del mism o
o rd en que los ra y o s X. Com o B e c q u e re l no c o n s ig u ió
su intento, la teo ría fu é d esech ad a ; pero, al m ism o
tiem po, lle g ó se á la co nqu ista de una nueva v ir t u d de
la m ateria ó de ciertas m aterias, es decir, á la co n ­
qu ista de la radio - actividad, co n qu ista estrech am ente
r ela cio n a d a con los tra ba jos y a hechos por Croo kes,
L é n a r d y R o en tg en .
N o puedo d etenerm e en la d e scr ip ció n de esos im ­
po rta ntes trabajos. L eed , si q u eréis conocerlos, el l i ­
bro c i e n t í fi c o - f i l o s ó f i c o del señor L e g r a n d . M i ob­
j e t o es otro. M i objeto es d em ostrar que la ciencia,
cu a n d o sube y cuando descien de por la escala de la
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
209
m ateria, siem pre se da b ru ces con la m ateria y con la
en ergía. E s in ú til d ecir que son sustancias, sustancias
m ateriales, todas las su stancias radio - a ctiv as que co ­
nocem os y con que op eram o s; pero lo que no creo
ocioso decir es que el fen ó m en o de la radio - a ctiv id a d
es un fen óm en o de n a tu ra leza esencialm en te atóm ica,
sien d o -el átom o de los cu erp o s radio - a ctiv o s como
un sistem a sim ila r al sistem a plan etario, se gú n la
razon a da h ip ó tes is de Juan P e rr in . A s í la más co m ­
p le ta y la más p recisa de las h ip ó tes is en con trad as
para e x p lic a r todos los fen ó m en o s r a d io - activos, es
la teo ría de la d e s in te g r a c ió n a tó m ica ; pero como el
que d ice átom o d ice m ateria, el que dice d e s in te g r a ­
ció n a tóm ica dice d e sin te g r a c ió n de la m ateria de que
los átom os están co n stitu id o s. E l átom o de su stancia
radio - activa, n ú cleo de fu e r z a m aterializa d a, se d es­
in t e g r a y se s i m p lific a ex p lo ta n d o espontáneam ente,
para em itir, bajo fo rm a de radiaciones, la fu e r z a que
co n tien e y alm acena en su núcleo. Ju sto es que sepáis
que, en los cu erpo s radio - activos, ex iste siem pre un
pequeño núm ero de átom os en vía s de d esin teg ració n ,
y una masa central, masa que es, m om entáneam ente,
neutra é inactiva. Ju sto es que sepáis, también, que la
cien cia d esco n oce la causa que im pulsa á e x p lo ta r
espon tán eam en te á los átom os que se d esin te g r a n y
sim p lifica n . ¿ E s esto un m otivo para creer en em bru ­
ja m ien to s? No, porque la q u ím ica de las sustancias
radio - activ as se halla aún en los prim ero s instantes
de su amanecer. L a posesión d iabó lica e x iste en tanto
que la m ed icin a no d escubre la h isteria. P o r lo demás,
la radio - a ctiv id a d no ha reducido, sino que ha a g r a n ­
dado, n u estra co n ce p ció n sobre la m ateria. É sta, co n s i­
derada hasta aquí como una é inm utable, se va c o m ­
p lican d o en sus atributos, y la en ergía, la fu erza , lo
que es de la m ateria y en la m ateria actúa, parece
J 4 .— v i .
210
H ISTO RIA CRÍTICA
s u r g ir de la d e sin te g r a ció n de la m ateria misma. S a ­
bemos más, pu esto que sabemos, por las e x p e r ie n c ia s
de B o o tw o o d y
R am say, que las su stancias radio -
a ctiv as no han e x is t id o siem pre, h allándose su o rig e n
en la d e s in te g r a c ió n de otros elem entos, lo que q u ita
á su cuna todos los carácteres de la m ag ia y to d o s
los p r e s t ig io s de la b ru jería . A s í el helio es el ú lt im o
de los p ro d u cto s de la d e sin te g r a c ió n del átom o del
radio, segú n las e x p e r ie n c ia s in d iscu tib le s de R a m sa y
y Soddy.
¿ Q u é se dedu ce de lo que anteced e? L o ú n ico que
la razón dedu ce es que no hemos salido del m undo
de la m ateria y de la en erg ía. L a radio - a c tiv id a d no
es un fen ó m en o s e n cillo y co m ú n ; pero es un f e n ó ­
meno global, que la l ó g ic a e x p lic a por una serie de
fen ó m en o s m u y com prensibles. L a radio - a ctiv id a d ,
segú n R u t h e r fo r d , es una prop ie d a d atóm ica que d i­
fie r e de las otras prop ie d a d e s de la m ateria. ¿ E n qué
d if ie r e ? E n que es el p a trim on io de un pequeño n ú ­
mero de átom os de la masa total. E s to s átomos, po r
una causa que no cono cem o s aún, estallan á cada in s­
tante, lan zand o al espacio, con u na asom brosa v e lo ­
cidad, las lu ces y los a ere o lito s de su sistema. L a s ra ­
d ia cio nes emanadas de lo radio - a ctiv o gozan de m u y
poderosas p rop iedades fís ic o - quím icas, porque estos
fen ó m en o s no pueden p ro d u cirs e sino en v ir t u d de
una acción de en ergía, de una acció n de fu erza, y sin
un gasto co rr e la tiv o de qu ím ica labor. — ¿N o d em os­
traron C u r ie y L a b o rd e que todos los ra d ífe r o s co m ­
pu estos tienen una tem peratu ra m ucho más elevada
que la tem peratu ra del m edio am biente? ¿E s a te m ­
peratu ra no testim on ia que el radio es como un m a­
nantial de en erg ía ó fu e r za ? E sa energía, que se r e­
v e la bajo la form a de calor, es la e n erg ía ó fu e r za
ínter - atóm ica que en sí co ntiene el átomo, que no
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
21 1
es, en este caso, otra cosa que un sistem a com plejo,
co n s titu id o por p a rtícu las e léctric a m en te cargadas,
teatros de m o v im ien to s rapid ísim os, y que co ntienen
una gran suma de e n e rg ía latente, e n erg ía que se m a ­
n ifie sta, estalla ó e x p lo t a cuando se rom pen las f u e r ­
zas de coh esión que encadenan á las p a rtícu las en el
c o n ju n to atóm ico. E s natural que cuando una p a r ­
tíc u la se escapa de un átom o, el átom o ex p erim e n ta
una tu rb a ció n p ro fu n d a, como la tu rb a ció n de un sol
que se rompe, y que las fr a c c io n e s que en el átom o
quedan, deben com binarse para restablecer el e q u ili­
brio de la masa global. ¿C óm o se v e r i f i c a ese proceso?
¿ P o r m ila g r o ó m ag ia? No. L o razon able es que se
v e r ifiq u e por una em isión de e n e rg ía ó fu erza. Y no
insisto, pues me parece que con lo e x p u e s to basta
para c o n v en c ero s de que la radio - a c tiv id a d de la
m ateria nada d ice ni en pro ni en co n tra de las o p i ­
niones esp iritu a lista s del señor L e g r a n d .
E s claro que se e n ga ñ a ría el que p reten d iera co n o ­
cer el libro de que me ocu po por las aco tacion es que
pongo en las m árg en es de sus páginas. E s claro, i g u a l ­
mente, que se e n ga ñ a ría el que im aginase que esas
a cotacion es son el in ju sto d esco n o cim ien to de la sin ­
ceridad, de la valentía, de la e r u d ic ió n y del docto
d ecir que me han d ele ita d o en la labor c ie n tífic a y
fil o s ó f i c a del señor L e g r a n d . E s claro, y más que
claro, que esas a cotacion es no han p reten d ido q u i­
tarle á su obra ni una p a rtícu la de lo m u ch o de bueno
que ex iste en ella, com o es claro, y m u y claro, que no
es por cierto á su parte c ie n t í fi c a á la que se d ir ig e n
esas acotaciones, pues sería audacia, de que no so y
capaz, d is c u tir de cien cia con quien de cien cia sabe
m ucho más que yo. L o único que hice, al hablar de
una obra que es de pen sam iento más que de len g u aje,
es establecer ca tegó ric am en te el error en que incu rren
212
H IST O R IA CRÍTICA
los más avisad os cuando de las dudas de lo c i e n t í fi c o
tratan de d ed u cir pruebas ó testim o n io s fa vo rab les á
su teo d icea ó á su m etafís ica. ¿ Q u é la cien cia se e n ­
gañó en sus h ip ó tes is? P u e s se r e c t i f i c a y va en busca
de una h ip ó tes is nueva, que siem pre p artirá del m u nd o
de lo co n o cid o y se d ete n d rá siem pre al lle g a r á los
m arcos de lo in co g n o scib le. L a ciencia, c u y o fin no
es jam ás lo absoluto, no hiere n in g ú n se n tim ien to ni
hace bancarrota al r e c t ific a r s e , porque son los fe n ó ­
menos, son las r ela cio n es en tre las cosas, el cam po
que co n v ien e á sus a ctiv id a d e s, y si m añana un f e n ó ­
m eno nu ev o d esm in tiera todo lo que opinam os de la
electric id a d , no por eso las m a n ife s ta cio n e s de la e le c ­
tric id a d d ejarían de ser, com o no por eso dejaríam os
de estar en ráp id a co m u n icac ió n con E u ro p a , con
A s i a y con O ceanía.
L a s D iv a g a cio n es filo s ó fic a s son, en resum en, la
en tu siasta labor de un c r e y e n t e sincero. É s t e in q u e ­
brantable, com o cierto s p o n t ífic e s romanos, piensa
que en lo c i e n t í fi c o siem pre h a y a lg o de h erético, y
se f e l i c i t a cuando a lg u n a p resu n ció n in d o g m á tica n a u ­
fr a g a en el bajel de las h ipótesis. N o h a y nada más
lim itad o que la razón, á pesar de la m a g n itu d y de la
cer te za de los fen ó m en o s que la razón d escubre y la
razón r egistra , ante los o jo s ensoñadores de este c o n ­
v e n cid o. L a inercia, ¿qué es? U n fen ó m en o in c o n c e ­
bible. ¿ Q u é es la su sta n cia de la m ateria? U n a p re­
g u n ta que no tiene respuesta. ¿ Q u é es la en erg ía?
O tr a cruel in terro g ació n . ¿ C u á l es la causa de que
los átom os del radio se desco m po n g an espon tán ea y
co n tin u a m e n te? U n m isterio p ro fu n d o . ¿ Y qué es, en
fin, el elem ento fu n dam ental de la v id a o rg á n ica ?
O tr o m u y g rande y o scu ro problema. S u p o n g a m o s
que sea cierto, sin restriccion es, todo lo que antecede.
A ú n aceptánd olo en su plenitu d, no h ay en ello mo-
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
213
tiv o a lg u n o para r e g o c ija r se , ni h a y tam poco en ello
m otivo a lg u n o para sosten er que e x iste u na “ cla rid ad
m erid ian a en ciertas revela cio n es de nu estra c o n c ie n ­
cia ” . L a s ideas del bien y de la ju s tic ia , segú n y a
hemos visto, tam po co son tan claras como este c o n ­
v e n cid o supone, y no h a y d erech o para d ecir que “ la
idea de la d iv in id a d existe, en una ú otra fo rm a en
tod os los p u e b lo s” , de lo que parece que se d educe
que la idea de la d iv in id a d es u na idea inn ata para el
señor L e g r a n d . E s to le lle v a al error p a ra d ó g ico de
sosten er que “ h a y que bu scar á D io s más con el in s­
tin to que con la ra z ó n ” , cuando ju s tam en te los menos
razonables y más in s tin tiv o s de tod os los hom bres son
los que están más l e jo s de la idea de Dios.
E s ese un error que co nsidero de tra n scen d e n cia
en el lib ro fi l o s ó f i c o del señor L e g r a n d . E s te nos
dice que las ideas de bondad y ju s tic ia , de las que
nace la idea de lo divino , son a rg u m e n to s de una
so lid ez de que carecen los a rg u m e n to s en que se a p o y a
la g en era lid ad de las tesis c ie n tífic a s . L a fe, “ ese
sublim e in stin to del alm a ” , ve más claro y m e jo r que
la ciencia, porque la c ie n cia no va más allá de lo
co gn oscib le, y la fe, “ ese sublim e instin to del alm a” ,
sube fá cilm e n te hasta lo absoluto. E s tá m u y b i e n ;
pero no co m prend o cómo el señor L e g r a n d , que tanto
sabe, no sabe que todas las ideas son adqu irid as y
que todas las ideas evolu cion an , por lo que deben
carecer de alma, ó aposentar un alma que carece de
instintos, ciertas a gru p a c io n es de h um anos que no
tie n en r e lig ió n de n in g u n a clase ni cu lto r e lig io s o
de n in g u n a especie, com o aqu ellos c a fres de que nos
habla el lib ro g e o g r á f ic o de L e v a illa n t.
A s í “ ese sublim e in s tin to ” de las criaturas, que
tanto en altece el señor L e g r a n d , no se en cu en tra en
todas las criaturas, lo que me hace creer que no es
H ISTO R IA CRÍTICA
S14
un in stin to ni una idea innata. H a y m u ch os pu ntos
en que co n cu erd an la S o cio lo g ía de C a rlo s L e to u r neau y los D a to s de la so cio lo g ía de H e rib e rto Spencer.
R ecord em o s, entonces, que L e to u r n e a u nos dice que
las tribu s del oeste de la T a sm a n ia no tenían idea
de una v id a fu t u r a y que los sa lva je s de la H o ten to cia no tenían la m enor idea de la d iv in id ad . Spencer,
á su vez, nos dice, fu n d á n d o s e en el testim o n io de
G arcilaso, que tam poco tenían r e li g i ó n a lg u n a los i n ­
d íg e n a s
del
cabo
de P asaou, cosa que o cu rre
del
m ism o modo con otras trib u s y en otras partes, si
hemos de creer á lo que a firm a H e rib e rto S p e n ce r con
el testim o n io de Juan L u b b o c k .
E s t o y se gu ro de que el señor L e g r a n d no ha de
a dm itir que la creen cia nace de la su p e rs tició n , como
e s to y se g u ro de que el señor L e g r a n d no sacará t o ­
das las co n clu sio n es á que se presta el hech o de que
el “ sublim e in stin to de nu estra s alm as” no sabe ver
en la v id a fu t u r a sino una im agen, más ó m enos h e r ­
mosa, de la v id a terrena. E s t o y segu ro, del mism o
modo, que el señor L e g r a n d s e g u irá so sten iend o que
el alma es lum inosa y d ivina, aunque y o le dem uestre
que el alm a no posee ni aun el in s tin to de su p a ra ­
dero, como ciertas palom as poseen la v ir t u d del rumbo,
pues la idea de la v id a fu tu ra , ló g ica m e n te in sep a ­
rable de la idea de la d iv in id ad , es ajen a en un todo
á m uchas de las tribu s que habitan el Á f r i c a , si h e ­
mos de creer á las citas de D u C h a illu que en cu entro
en el libro de L e to u r n e a u . E s t o y seguro, en fin, de
que el señor L e g r a n d in sistirá en su tesis sobre la
idea de la ju s tic ia , aunque la idea de la ju s tic ia , i n ­
separable de las ideas de la d iv in id ad y la vid a fu tu ra ,
salga mal parada en las tribu s que creen en la e x i s ­
ten cia de un paraíso, donde la d iv in id ad recibe con
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
215
amor á tod os los que lleg a n , sea cual fu e r e el va lor
m oral de sus a ctos pretérito s, cosa que o cu rre entre
lo s n atu rales de N u e v a Caledonia.
Y que la creen cia nace de la su p e rs tició n me lo han
enseñado L e to u r n e a u y Spencer, pues L e to u r n e a u y
S p e n c e r co n cu erd an en d ecirn o s que el rito fú n eb re
es el co m ienzo de la e v o lu c ió n o r ig in a r ia y e x p l i c a ­
t iv a del cu lto relig io s o . L e to u r n e a u es crib e :
“ P ara la pesada in t e lig e n c ia del hom bre p r im itiv o
no es co ncebible la m u erte natural. ¿C óm o, no siendo
v íc t im a s de a lg ú n a r t i fi c i o m alévolo , podem os pasar
del h ervo ro so ardor de la vid a á la fr í a in m o vilid a d
de la m u erte? Á d espech o de la d esco m p o sició n ca d a ­
v é rica , la p erso nalidad del m u erto no ha totalm en te
desaparecido. E l recu erd o del m u erto v iv e en la me
m oría de los que quedan, y hasta se le ve, y hasta se
le habla, unas v e ces durante el sueño y otras en estado
de a lu cin ació n. L a m u erte no es, entonces, sino ap a ­
rente. L a m u erte es u na sim ple d iso ciació n de dos
p rin cip io s. C u and o la v id a parece e x t in g u ir s e , una
sombra, un cu erp o lig ero , se separa del cu erpo v i s i ­
ble, dándose á fr e c u e n ta r las rocas, los árboles y las
montañas, sin d eja r de sentir las necesidades, los de­
seos y las pasiones que antes le anim aron. E s t e es
el prim er g ra d o de la creen cia en la in m o rta lid ad .”
V ea m o s, ahora, lo escrito por S p e n c e r :
“ E n cada tribu, siem pre que tiene lu g a r una d e fu n ­
ción, un nu evo a parecid o vien e y se a g r e g a á los n u ­
m erosos in d iv id u o s que y a están m u erto s.” — “ L o s
a ustraliano s suponen que los es p íritu s de sus d i f u n ­
tos e x is te n en todas p a rtes : seres sobren atu rales de
este o rig e n p u lu la n en todo el país, en las e s p e su ­
ras, en las co rrien tes de agu a y en las rocas.” — “ A
m ed id a que se d esarro lla la d o ctrin a de los espíritus,
en con tram os una so lu ción f á c il de todos los cambios
2 l6
H ISTO RIA CRÍTICA
que los cielos y la tie rra no d ejan de presentar. L a s
nubes que se am ontonan y que van á d esvan ecerse,
las e strella s fu g a c e s que aparecen y desaparecen, la
s u p e r fic ie del agu a que pierde rep en tin a m en te su t e r ­
sura bajo el su sp iro de un v ien to lig ero , las m eta m o r­
fo s is de los animales, las tra n sm uta cion es de su s ta n ­
cias, las torm entas, las eru p cion es de volcanes, to d o
lle g a á ser e x p lic a b le .” — “ L o s seres á que se a tr ib u y e
el po der de hacerse tan pron to vis ib le s com o in v is i­
bles, y c u y o s restantes poderes no en cu en tran lím ite
conocid o, están en todas p artes.”
N i L e to u r n e a u ni S p e n cer reconocen , pues, ese “ s u ­
blime in stin to de las alm as” á que hace r e fe r e n c ia el
señor L e g r a n d . E s e instinto, que no es in stin to y sí
idea adquirida, es un p rod u cto ló g i c o de la e v o lu ció n
y de la cultura. E s e “ sublim e in s tin to ” no pued e ser
la g ro se ra s u p e rs tic ió n que nace del m iedo y de la
ign orancia. E l e s p íritu de los antepasados, no s ie m ­
pre d u lce ni m iserico rd io so , es el que se encarna en
el fetiqu e, en el concolor, en la v id y en las ch isp as de
fu e g o , ascend iend o, más tarde y por series e v o lu ti­
vas, hasta el p o lite ísm o de los h eleno s y hasta la
unid ad de la r e lig ió n ju d a ica. Y esta v e z la c ie n cia
cam ina sin oscilaciones, sólo se basa en datos f e h a ­
cientes, no se sirve de las h ipótesis, ni apela á la
engañosa su posición, puesto que abonan lo que ella
afirm a, entre otros m uchos docu m en to s de prueba, los
v ia je s de M u n g o P a r k y de D u C h a illu , de C o o k y
de W e s t , de L a P ero u se y de D u m o n t d ’U rv ille .
N o insistamos, entonces, en p ed irle á la cien cia lo
que la cien cia no puede darnos ni cuando a firm a ni
cuando duda, porque en el tesoro de lo c i e n t í fi c o no
está la llave de la pu erta de nubes de lo in c o g n o s c i­
ble. E s ta lla ve está en manos de la fi l o s o f í a y en las
r evela cion es de los p rofetas, para los que creen en el
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
217
silo gism o y la revelación , porque la c ie n cia no r e s ­
ponde á la p r e g u n ta de la prim era causa, p r e g u n ta
que, como M a x N o rd a u dice, “ resuena á tra vés de
los tiem pos, como un g rito de acu sación y de d eses­
peranza, desde que la hum anidad d espertó á la v id a
del pensam iento, que no ha dejad o de repetir, lo que
c o n s tit u y e su honor y su más b ello t ít u lo de n o bleza,”
— L a cien cia se detien e ante el m isterio, m enos orgu llo sa que la f i l o s o f í a y sabiéndose im poten te para
d escifra rle, aunque esperando que a lg ú n día hallará las
causas de tod os los fenóm enos, “ sin que te n g a que
e s trella rse la cabeza co n tra ese m uro de diam ante
se m itran sp a ren te” que aún no puede escalar la ra­
zón humana y tras del que se escon de la ú ltim a v e r ­
dad. ¿ L le g a r e m o s á ella? Y o no lo creo. ¿ Q u é le im ­
portan á la ve rd a d las ansias del g usan o que m uere
y pasa como la o r t ig a y como el p ic a flo r ? L a e v o lu ­
ción á mis o jo s no tiene fin, y el h a lla z g o de la ú ltim a
ve rd ad sería el térm in o de la ev olu ción . P o r eso no
me en tristecen ni me apasionan ciertas p reg u n ta s á
las que la cien cia no puede responder, porque esas
p reg u n ta s son el testim on io de que no tien e va lla s
el p o rv en ir ascend ente del U n iverso .
C o n c lu y a m o s diciendo, en sín tesis y en resumen,
que el señor L e g r a n d es un noble co razón y un noble
ciudadano, un hombre de fe y un hom bre de ciencia,
una in te le ctu a lid a d m ú ltip le y vig o ro sa , un es crito r
que tra ta de lo ú til y una lira que r eco g e los h im nos
de lo bello. C o n c lu y a m o s diciend o, en sín tesis y en
resumen, que el que enseña con su v id a á ser probo
y con sus estu d ios á bu scar las alturas, es fa c t o r de
prog reso y fa c t o r de v ir t u d en tod a sociedad que
te n g a á la v ir t u d y al p ro g reso por fin, lo que j u s t i ­
f ic a las pobres alabanzas que tribu to, — sin r e s t r ic ­
ciones, — al p r o fu n d o saber y á las v ir ile s a u sterid a ­
des del señor L e g r a n d .
2l8
H IST O R IA CRITICA
II
N u e s tra a fic ió n á Jos altos estu d ios fil o s ó f i c o s puede
decirse que com enzó en el año de 1864.
E s in d u dable que a quella ten ta tiv a fu é un ba lbu ­
c e o ; pero si se recu erd a lo que éramos entonces, lo
que en tonces sabíamos, y la sorda in q u ietu d que nos
apartaba de los estu d ios que requ ieren más p lac id ez
de ánimo, e lo g io m erecid o en tien do que requ iere aqu e­
lla tentativa.
Sobria en su estilo, sin g ra n d es p r o fu n d o r e s en el
disqu irir, y h ondam en te sincera en su no bilísim a id e a ­
ción, en cu entro la obra de que v o y á ocu parm e con
brevedad suma, porque me sobra y basta para mis
fin e s rozar con el ex tre m o de m is alas m entales el
tema de los libros y el alma de los hombres que los
escribieron.
L a Id ea de la p e r fe c c ió n humana p erten ece á la
plum a de don G r e g o r io P é r e z Gomar. — C o n s ta de
tres partes y de 256 p á g i n a s . — E s tá dedicad a á los
pueblos. — P resu m o , en mis adentros, que el g én esis
del libro debe buscarse en la lectu ra de las obras de
R o u sseau y M on tesqu ieu , así como tam bién en el
pensam iento, bastante gen era lizad o , de que la m o n ar­
quía ó la d icta d ura eran el rem edio que necesitaban
los males de A m é r ic a .
E n la prim era de las partes del libro, — a s p ir a c io ­
nes in d ivid u a les, — el autor se ocupa de la se n sib i­
lidad, de la co n cien cia y de la esperanza, de la t r i s ­
teza y del desencanto, del va lo r y de la virtud , de los
h á b ito s y de los instintos, de las pasiones y de los
v icio s, buscando la m anera de eq u ilib ra r las unas y
com batir los otros.
¿A p ela rem o s , para co n segu irlo , al llam ado sistem a
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
219
d el tem or? — No, porque ese sistem a “ p rod u ce u n ser
incapaz de la v i r t u d que emana del va lo r y de la
fr a n q u e z a ; incapaz de toda acción espontánea, porque
debe p reced erla el cá lcu lo del p e lig r o e x a g e r a d o ; in ­
capaz de toda em presa, de tem or de perd er sus b ien es;
incapaz de tod o bueno, porque el m iedo es la in a c­
ción. Y si d esg ra cia da m en te este ser en v ile cid o lle g a al
poder, en tonces a plica á la d irecc ió n de la sociedad
el sistem a terro rista. L a m ay o r parte de las e j e c u c i o ­
nes p o lítica s han sido aco n seja d as por el m iedo .”
Son igu a lm en te m alos ed u cad o res el fa na tism o y
la su p e rstició n , fo rm a s equ ivocadas de la creencia. L a
r e lig ió n misma, “ em pleada como sistem a para d ir ig ir
las a spiracio nes in d ivid u a les, no sólo se distrae de su
o bjeto social y absoluto, sino que d esn atu ra liza al in ­
d ividuo. Com o elem ento social, la r e lig ió n hará grand e
y f e l i z á un p u eb lo : como sistem a hará h ip ó crita s y
beatos.”
E l autor r ech a za igu alm en te, como m aestro y g uía
de la ju v e n tu d , el sistem a de la lib erta d absoluta. —
L a lib ertad es un p e r ju ic io , cuando no está m aduro
el d iscernim iento . — E s la razón la que es p ig a en el
cam po de la ex p erien c ia , y á la razón la sazonan los
años. — “ L a e x p e r ie n c ia no se a dquiere solam ente con
v i v i r y con v e r ” , en tanto no se sabe ver y v iv ir ,
pues sólo “ cuando el c rite rio nos perm ite com parar
los h ech o s” , u tiliza m o s bien los datos que la e x p e ­
rie n cia nos proporcion a. — “ L a fó r m u la que reasume
todas las a spiracio n es in d iv id u a le s se h alla en el de­
ber, que es la necesidad que concebim os de cu m p lir
con lo ju s to y desechar lo in ju sto .” — L a ju s t ic ia debe
ser el m otor de todas las accio nes humanas.
E n la parte se gu n d a de su libro, — aspiracio nes so­
c i a l e s , — el autor se ocu pa de la sociedad y de la f a ­
milia, de la r e lig ió n y de la in stru cció n , de la p o bla ­
220
H ISTO R IA CRÍTICA
ción y de la riqueza, de las recom pensas al trabajo y
á la vir tu d , de las cá rceles y los h ospicios, de la
b e n e fic e n c ia p ú b lica y la particular.
C ada ca p ítu lo es una nota más que un capítu lo. L a
plum a podó lo que no era m édula, lo que no era su s­
tancia. S ó lo respetó el tuétano, que h o y nos parece
casi in fa n til. E n aqu ella edad, edad de tem pestades
internas y externas, era más que m ila g r o en con trar
un espíritu que se aislase y reco n cen tra ra para buscar
la fó r m u la de lo porvenir. E s a es la v ir t u d de P é r e z
Gomar.
L a s a spiracio n es sociales, ¿á qué poder incum be
r e aliza rla s? — ¿ E s al poder suprem o? — ¿ E s al l e g i s ­
l a t i v o ? — N i al uno ni al otro, nos d ice el a u t o r . —
E l la s son del resorte, ú n ico y e x c lu siv o , del poder
c o m u n a l .— E n la ciudad se p r o lo n g a y dilata la casa
paterna. — “ L a m u n icip a lid a d es, respecto á la fa m i­
lia, el co m plem en to de la patria p o te sta d ; ella p ro ­
h ija los h u érfan os, a co ge á los en ferm o s abandonados
y atien de al que por a lg u n a d esg ra cia no puede hallar
p r o te cc ió n dom éstica. A d em ás, el padre de fa m ilia no
puede salir más allá del hogar, que es su j u r is d ic c ió n
t e r r it o r ia l; más allá del h o ga r h a y sin em bargo a s p i ­
raciones com unes, para las cu ales se necesita aún la
acción de todos los padres, cosa im posible porque la
acción de todos sería lenta, d esunida é in e fica z , y
porque á cada uno le fa lta ría la autorid ad necesaria,
el p r e stig io de la autorid ad indispen sable para ponerse
en relació n con el elem ento e x te r n o .” — L a s m u n i c i ­
palidades deben co n s titu ir un cu erpo com pacto, su ­
je to á una d irecció n central, “ que lim ite á la arm onía
de cada una, como cada una lim ita á la arm onía so­
cial.” — “ A s í como el pueblo elige á sus m u n ic ip a li­
dades, las m u n icip a lid ad es debieran e le g ir la d irecció n
central en carg ad a de d irim ir los c o n f lic t o s de m u n i­
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
221
cip io s y de reu n ir á los a gen tes de cada uno para
la d eliberació n de ciertas a spiracio n es que, no por ser
com unes á tod os los m u n icip ios, dejan de ser m u n i­
cip a le s.” — “ O r g a n iz a d a así la m u n icip a lid ad , como
cu erpo que se d ivide en cada m u n ic ip io y se p a r t ic u ­
lariza en él, y al m ism o tiem p o como cu erpo com pacto
que se reúne y se g e n e r a liz a bajo una d irecc ió n com ún
y propia, redu ce al g obierno á sus fu n c io n e s espe­
ciales y le qu ita todo p r e te x to de invasión .” — E s de
este modo que los g ob iern o s no pu eden in m iscu irse en
las em presas p ú blicas llam adas nacionales, porque “ no
es cosa m u n icip a l solam ente a quello que está en el
m u n icip io, sino aquello que no es necesario en sí
mismo para la tarea p o lític a .” — “ A s í co ncebida la
m u n icip a lid a d con su doble ca rácter local y general,
no puede m enos que establecer el p e r fe c cio n a m ie n to
social, y lle g a con s e n c ille z á reso lver el problem a
de la fe lic id a d in d iv id u a l.”
E l autor, en la parte tercera de su libro, se ocupa
de las aspiracio nes p o lítica s del E s ta d o . — “ E l E s ta d o
viene á ser el co m plem en to de la o rg a n iza ció n , la
últim a p ieza de la máquina, el ú ltim o elem ento del
pueblo, la rueda que acaba de dar el g o lp e ca lcula do
para el im pulso de la tarea del p er fe c cio n a m ie n to .” —
“ E l E s ta d o sólo satisfa rá al hombre cuando llen e sus
aspiraciones y no las d esco n ozca ó deprim a.” — D e s ­
pués de tratar del pueblo, del g obierno y de los sis­
temas político s, el autor nos dice con una sin ceridad
v i r i l: — “ No, los sistemas p o lític o s no han arm o ni­
zado las aspiracio nes humanas, no las arm onizan, ni
las podrán arm onizar jam á s; m ien tra s ellos subsistan,
las luch as sociales, las luch as po lítica s y todas las
cuestiones de pred om inio en sangrentarán á la h um a­
nidad, y el in d ivid u o no podrá em anciparse de la
escla v itu d sino á fu e r z a de oro, á fu e r z a de in flu e n cia
222
H IST O R IA
CRÍTICA
personal, ó á fu e r z a de in te lig e n c ia ó de v a lo r ; m edios
y elem entos que, dada la em ancipación de todos, se
ap lica rían al p ro g reso y á la fe lic id a d c o le ctiv a, y no
serían co n su m id os en un trabajo que sólo puede c l a ­
s ific a r se como de d efen sa p a rticu la r contra las a g r e ­
siones del p o der.” — L a dem ocracia, que arm o niza las
asp iracio n e s p o lític a s en la ju s tic ia , “ es el sistema
p o lític o más p e r fe c t o .” Si h o y es la diosa de las
aspiraciones, com o se halla al alcan ce de los m edios
humanos, “ será mañana la diosa de las realid ad es.” L a
d em ocracia es una aspiración, una necesidad, y un
sistem a “ que aún queda reservado á la in v e stig a c ió n
de la in t e lig e n c ia .” — L a d em ocracia “ es el p o r v e ­
n ir.” — “ Som os dem ócratas porque esa fu é la p r im o r ­
dial y unísona aspiració n de la r e v o lu c ió n americana,
re v o lu c ió n que estará viva, palp itante, m ientras la de­
m ocracia no sea una realidad, porque está inoculada
en las g en era cio n es y porque el hombre, cuando d es­
p leg a el estandarte de una causa vital, no lo arrolla
sino cuando lo vencen , y no lo ve n cen sino cuando
lo matan.” — “ D e p lo ram o s que estem os consu m ien do
nuestras fu e r za s en ese trabajo ruin de luch as y de
r e v o lu c io n e s ; pero sería co ntrario á toda ló g ic a d e ­
d u c ir de aquí a lg o opu esto á la v ita lid a d p ro p ia de
estos p u eblo s: aquí h ay una gran v ita lid a d mal d ir i ­
gid a y torpem en te aplicada, pero en el fo n d o h a y
un m óvil santo de lib erta d .” — “ P e ro en lo que estos
mism os hechos son un m otivo más de fu n d a r la d e­
m ocracia, es que esas masas in d ep en d ien tes y g u e ­
rreras no pueden som eterse sino á un sistema que
dé d esah ogo á sus aspiraciones, tra n q u iliza n d o así
sus hábitos y p e r fe c cio n a n d o su co n d ició n m ora l.”
— “ No diremos, pues, que nu estros hechos sean un
p r o g r e so ; pero sí reconocem os que agrandan la n e ce­
sidad de la dem ocracia, como único rem edio de esa
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
223
necesidad, y al m enos es una conquista que el fu t u r o
p r e cip ita sobre el presente.”
E l autor trata, lu e go , de la soberanía p o pu la r y de
la soberanía gub ern am en tal, nega n d o que ex ista n la
una y la otra. — T o d a soberanía entraña un d eseq ui­
lib rio de fa cu lta d es. — D e la ind ep en d e n cia de los
poderes resu lta no sólo que el poder le g is la t iv o no
debiera e le g ir al poder que ejecu ta ni al poder ju d iciario, sino que la cám ara ó cu erpo deliberante d e ­
biera ser una sola cámara, ú n ico m odo de que no
estallen las batallas de p red om in io que rom pen la
arm onía de los poderes ó turban la arm onía de cada
poder.
D e sp u és de ocu parse de otras cu estio n es su b o r d i­
nadas y de recrim in a r á los p a rtid ario s de las d ic ta ­
duras, á los que ven en la m on arquía un rem edio á los
males de la libertad, el autor c o n c lu y e con estas pa­
l a b r a s : — “ N o se crea que los pueblos reclam an hoy
el derech o de hacer tum u ltos, el derech o de dañarse,
el d erecho de ser e x p lo ta d o s por los ch arlatan es po ­
líticos. N o ; h o y los pueblos quieren verd a d es p a l­
marias, quieren una r e fo rm a que alcan ce á cada c iu ­
dadano, y que se co no zca al g o z a r cada uno de su
libertad sin ten er que d isp u ta rla ni que conquistarla
á balazos.” — “ E n una palabra, h o y se quiere la lib e r ­
tad in d iv id u a l como base de la libertad pública, y no
se quiere esa libertad p ú blica cuando sa c r ific a la l i ­
bertad in d ivid ual. L o s hom bres com prend en y a que
ellos son el o b je to de la p o lític a y no la p o lít ic a el
objeto de ellos, y ansian por la paz y la fe lic id a d .”
A s í es P é r e z Gomar. Su ideación g en era lizad o ra
se place más en lo sin té tico que en lo analítico. N o
gu sta de las citas y m enos de las galas. Se parece á
ciertos terren os patagón icos, en aparien cia áridos, pero
que ocu ltan en sus entrañas como un inagotable mar
224
H IST O R IA
CRÍTICA
p e t r o lífe r o . Su fe en el alfabeto, la a versió n que le
in sp ira tod o lo o lig árq u ico , su ve h em ente d e fe n sa de
la dem ocracia, la h o n d u ra de su cu lto por lo com unal,
su poda de las fu n c io n e s p o lítica s de lo le g is la tiv o ,
la h o nrad ez de su amor á la libertad, su hambre de
co n co rd ia y la sed de ju s tic ia , que v u e la y revu ela
sobre su lib ro com o un insecto ca rga d o de polen sobre
las bandas flo ra le s de un jard ín , serán ra tific a d a s por
el fu tu ro . — “ L a razón es más fu e r te que la espada,
porque entra en la cabeza sin ro m p erla ” , dice en uno
de sus d iscu rso s el talen to adm irable de L e o p o ld o
L u g o n e s . E s lástim a, a g reg a m o s nosotros, que el f o r ­
tín del cerebro no siem pre se abra al toque de los
cla rin e s de la razón. N o era tie m p o de razonar el
tie m p o en que la obra se pu blicó. L a reac ció n t o r t u ­
raba á los pu eblos de E u r o p a y la anarquía á las pa­
trias de A m é r ic a . R ec o rd a d que en A b r i l de 1863,
saltan do el U r u g u a y , la cru za d a de F lo r e s invad ió la
R ep ú b lica . — R ec o rd a d aún que, á m u y poco andar, el
h um o de los cañones de una flo ta e x t r a n je r a subía y
se espaciaba por nu estros m il d oscien to s k ilóm etro s
de costa. — R ec o rd ad que desde 1863 hasta 1865, en
que p r in cip ia la g u e rra del P a r a g u a y , batallan m uchas
v e c e s las tropas g u b ern istas y revo lu cio n a rias, s e p u l­
tándose bajo los escom bros de P a y s a n d ú el va lo r es­
partano de L ú e a s P í r i z y el p a trio tism o ex ce lso de
L e a n d r o Góm ez. N o es de e x tra ñ a r que, entre el t u ­
m u lto de los partid os que se inju ria ba n y las naciones
que se batían, n in gu n o escu ch ase la generosa prédica
de don G r e g o r io P é r e z Gomar.
N u estra s labores de índole fil o s ó f i c a se inician con
éste para cu lm in ar en C a rlo s V a z Ferreira.
Y a hablaremos del ú ltim o en ca p ítu lo aparte. O c u ­
p ém onos h o y de A lb e r to N in Frías.
N ació en
1879. — T u v o
por cuna á la ciu dad de
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
225
M o n te vid e o . — H iz o sus estu d ios p rim ario s en I n g l a ­
t e r r a . — A los catorce años v ia jó por Italia. — C o m ­
p letó sus estu d ios sobre idiom as y cien cias en Su iza
y Germ ania.
E r a ca tó lico cuapdo lle g ó á W i n d s o r , y protestan te
cu and o lle g ó á Ginebra.
V o l v i ó á su país con un ardiente ideal r e lig ioso,
com o e s p iritu a lista c o n v e n c id ísim o de que la fe ilu s ­
trada es la p rim era y la más fu e r te de las virtu d es. —
L o s o ríg e n e s del cristian ism o, las lu c h as sostenidas
por sus refo rm ado res, sus parábolas y sus cánticos,
le eran tan fa m ilia re s com o el in g lé s que aprendió
en la infan cia. — L a m u erte le inspiraba d is gu s to y
odio, porque la m u erte era la p er sp e ctiv a del anona­
d am iento d e fin it iv o de su pensar, am arrándose al
dogm a de que el esp íritu no m uere nunca como se
r e fu g i a la nave en el pu erto cuando los ray o s rompen
la cresta de las olas. — E l p r e c ip ic io que aísla los
peñ on es de dos m ontañas no era más hondo que el
cavado por él entre los hech os fís ic o s y los de co n ­
ciencia, puesto que el alm a es tan in d ep en d ien te de
lo corp óreo com o lo es el pen sam iento alado de la
ex ten s ió n concreta.
E l problem a r e lig io s o le obsesionaba, pero no con
d ilecta n tism o s á lo Renán. C r e y ó y cree en Jesús, lo
mismo que San P e d r o y m ucho m ejo r que Santo
T om ás.
O íd l e :
“ V i v í la m ay o r parte de mi v id a en la ciudad de los
libros, y mis goces más intensos se co n fu n d e n con
su lectura. N u n ca p u d iero n ellos apartarm e del amor
á Jesú s; por el contrario, todas las c o n fesio n es ín ti­
mas de los es p íritu s bellos como una estatua g rieg a,
que son Goethe, Dante, M ilton , K ló p s t o c k , M ig u e l
A n g e l , R afael, P alestrina , em bellecieron mi amor.” —
15.—v i .
226
H ISTO RIA
CRÍTICA
“ E l R en a cim ien to y la R e fo r m a fu ero n seguidos, como
todo m ovim ien to , de reaccion es acaso regresivas. E l
cristian ism o pareció tam balear cuando F ra n c ia y el
m undo se estrem eciero n con la R e v o lu c ió n francesa.
V o l v i ó la so cied ad al E v a n g e lio , y él h izo amistad
con todas las grand es cu estio n es sociales. A n t e el
anarquismo, él es la fu e r z a del ideal y de la razón. E n
litera tu ra equ ivale á b elleza pura y honda. Ju nto al
arte crea el g ó t ic o y el grecorrom ano, su g ie re á W i
lliam B o u r g e r s a n b elleza s plácidas, á H e n n e r t r á g ic a s
herm osuras, á B u r n e Jones altos ideales c a b a lleres­
cos, á B ó c k i l n ensueños dantescos, á D o m é n ico M orelli re c o n s tr u c c io n e s a rqu eo lóg ica s, á R o d in p o em a s
bíblico s en que N a tu ra aparece en su sincera d e sn u ­
dez, á G u sta vo D o ré grabados deslu m b rantes y v i g o ­
rosos, á T i s s o t
cuadros
p e r fe c to s
y
al
e v a n g é lic o
M ille t escenas donde se revela la co n fia n z a cristian a
y la in fa n til fe del c r e y e n te que adora al Ser S u p r e m a
doquier asome, aun en la perezosa beld ad del día d u r ­
miente. E n N o rte A m é r ic a , tie rra poco afanosa del
ideal, se gú n algu nos, ese arte se ha d ele ita d o en p ro ­
pagar á Jesús y su sublim e v id a m ed iante r e p r o d u c ­
ciones infin itas. M a r a v illa h o jea r sus libros para la
enseñanza gradual de la B ib lia. A r te , litera tu ra, exégesis, bellezas de ayer, heroísm os de todas las épocas,
todo cuanto lo g re un co n o cim ie n to p e r fe c to de la s
cosas santas, está allí. E s en to nces cuando se presencia
el c o n v e r g ir de todas las fu erza s más su tile s de la
humanidad á form ar de C r is to y su ideal la piedra
angular, el punto m edio de todo y el fu n d a m en to
para todas las cosas. Q u ien no le conoce, no se c o ­
noce á sí mismo y nada sabe del m undo, g ritab a P a s ­
cal, abismado en la g rand eza del maestro. T a m bién
con su sedu ctora insinuación ha penetrado el arte de
B e e t h o v e n : sus sonatas expresan los sentim ien to s m ás
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
227
elevados, los c o n f lic t o s más co m p lica d os del alma en
lu ch a con las pasiones, á quienes ve n ce el ideal c r is ­
tiano ; Haendel com enta m u sica lm en te la e x iste n c ia
de M esías, M o z a r t y R o ss in i le g lo r if ic a n en sus
misas, B e r l io z com pone el poem a m u sical de su in ­
fancia, el abate P e ro s i v u e lv e á ilu stra r con sentidos
acordes el E v a n g e l i o ; en I n g la te r r a su rge un v ir il
talento, el o rg a n ista E l g a r W i d o r ; L e fé b u r e W e l l y ,
Saint-Saéns, G u ilm a n t, F o w le r S ta in er y F arm er,
arrancan al ó rgano sublim es b e lleza s del m isterio de
la otra vida. A b r i d un him n ario de la I g le s i a a n g lica n a
ó del m etodism o, h a lla réis m elod ías á cual más e s p i­
r itu a lm en te h erm osa: ¡cu á n ta s v e ces me he conm o­
v id o al ca nta rla s! M e han a vecin ad o á mi ideal.”
E n otra p a r t e :
“ Y o creo á Jesús el más bello de los hombres, po r­
que fu é el más moral.
” L e e d el v ie jo E v a n g e l i o que tiene, como todo lo
grande, el poder de no en v e je c e r ja m á s: todo prueba
allí que él era hom bre fu erte, alto, de aspecto im p o ­
nente, r e fle ja n d o el c o n ju n to la más adm irable im agen
de la b elleza física.
” Su fis o n o m ía reunía, á los rasgo s r e fin a d o s del
bello tip o hebreo, las líneas más p e r fe c ta s de la be­
lleza humana tal como se presentó en G recia. Se eq u i­
libraban m ara villo sa m en te en esta cara tod os los p e r ­
file s suaves de la m u je r á los v ig o r o s o s rasgos del
hombre.
” Si es verdad, como lo han adiv in ad o los poetas,
que el alma se r e f l e j a en la fis o n o m ía com o el sol
en una su p e rficie , en tonces el es p íritu co m p le jísim o
del M aestro debiera asomar en una fa z en la cual la
fu e r z a se u n iría al poder, la tern eza á la sim patía, la
firm e za á la intensidad y á la reso lució n, r e fle ja n d o
además las divinas fa ccio n es el amor y la com pasión
338
H IST O R IA CRÍTICA
tan resaltantes en las accio nes de esta vid a in co m pa ­
rable. A g r é g u e s e á todo esto la ex p r e sió n divinal, r e ­
ve la d ora de la lu z interna.
” E s e era el jo v e n Jesús, ese será su jo v e n d is c íp u lo .”
Jesús nos da la j u v e n t u d del cu erpo y del espíritu.
L a fe es la base de todo estudio. — N o h a y ju i c i o
sin f e . — C r is to ex istió. — D eben creer en que C r isto
ha e x is tid o los que no dudan
de la e x is te n c ia
de
A u g u s t o y de T ib e r io .
“ L a obra m ila g r o sa de C r isto será, con el tiem po,
tan fá c il de co m p re n d er com o el m ecanism o de un
fo n ó g r a fo ó de u na m áq uin a de escribir. E s amando
á la cien cia y á sus m étodos r ig u ro s o s como he l le ­
gado á esa co n clu sió n . M i fe no es c i e g a ; se basa en
el estu d io y en el hondo respeto que t e n g o por el
pasado. P a ra em paparse de tod a la fil o s o f í a de la h is ­
toria, para saturarse de todo el bello d esarro llo de
este pequeño planeta, donde la v id a c o le c tiv a ha a tra­
vesado tantas v ic is itu d e s, es m enester eslabonar todos
los fen óm en os del m u n d o : los que nos son fa vo rab les
como los que nos son adversos, los sim pá tico s como
los aborrecibles, los buenos com o los malos. Q u e r e r
su p rim ir el autor del cr istian ism o es una insensatez
histórica. E s uno de los ejes de la h isto ria de E u ro p a
y A m éric a.
“ Cu and o más m edito en el destino humano, tanto
más me co n firm o en el testim on io que o fr e c e la B ib lia
de la ex iste n cia de Jesús. D io s se m a n ifiesta en la
historia. C a s tig a á los países y h u m illa á las n a cio ­
nes. E s ta es la más alta enseñanza apuntada por
el pueblo de Israel. C risto p r o fe t iz ó el p o rv en ir de
su pa tria ; aun hoy obran sus va ticin io s. L a historia
con sign a ese testim onio en fa vo r de la ex iste n cia del
M aestro .”
K epler, Pascal, N ew ton , L e V e r r ie r , P asteur, Glads-
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
229
to n e ry G u iz o t han creíd o en Jesús. — Renán, Strauss,
H arnack, A n d r e w s , G eike, H akes, V e i l l o t y Sh u ré han
e s c rito de C risto.
“ N o se n ieg u e la e x is t e n c ia del M a e s tro ; estu d íesele
c i e n tífic a m e n t e ; divídase su pasaje por el m undo,
com o lo hace Sta lke r, en g ra n d es períodos.
“ L a n a tiv id a d ; la nación y la ép o ca ; el año de re­
tir o ; el año de p o p u la r id a d ; el año de o p o s ic ió n ; la
ú ltim a cena y la co n clu sió n fil o s ó f i c a ju n tam en te con
la rep ercu sió n de este suceso en la h isto ria del mundo.
“ N o se ocupe el estu d ian te de lo sobrenatural, para
no ah ogar así su real in flu e n c ia en la vid a diaria. E l
d octo r S ta lk e r ha buscado tratarle con la e x a c titu d de
un p erso naje h istó rico , y lo ha co n s e g u id o sin m en o s­
cabo de su gran fe.
“ S e m eja n te estudio, con a yu d a de la h isto ria p o ­
lítica, social y lite r a ria de Israel y hasta de su g e o g r a ­
fía, atraería á la personalidad de Jesús á m u ch as almas
que se ensim ism an m ientras otras adoptan un p a g a ­
nismo v o lu p tu o so ó un ateísm o é in d ife r e n c ia su i­
cida.
“ U n ju d ío racionalista, hombre de elevada c o n d i ­
ción, ju z g a b a á C r isto el ju d ío más em inente después
de M oisés. E s y a a lg o ganado en el terreno de la
to leran cia y de la latitu d m ental. Sin sus enseñanzas
no concebía á W á s h i n g t o n ni á L in c o ln . ”
Y más a d e l a n t e :
“ N o pocas m entes creen al co n o cim ie n to inm utable
y absoluto. E l d escu b rim ie n to del radio com prom ete
m ucho nuestra noción c i e n tífic o - o f ic ia l de la m ateria
y sus propiedades. Sólo D io s es ab so lu to ; nosotros
somos seres r e la tiv ísim o s ; m iles, cien to s de m iles de
años tienen que tra n s c u r rir para la a dqu isició n del
real saber que cond u ce á lo eterno. Joven aún es el
mundo, m u y im p e rfe c ta nuestra cien cia y poco des­
230
H ISTO R IA CRÍTICA
en vu elta n u estra es p iritu a lid a d é in tu ic ió n para p r e ­
tend er e r ig ir n o s en c r ític o s de C risto, ser su perior
en todo sentido. C o n s id é r e s e le en su elevada v id a del
h o g a r ; las cu estio n es más delicad as que co nm ueven
á la sociedad m od erna están planteadas y resu eltas
allí. Con respecto al E sta d o , sus pen sam ientos son
de los más sabios. Dad al C ésar lo que es del César,
aún es una fó r m u la que, de cu m p lirse como él la
cum plió, no e x i s t i r í a rozam ien to entre los poderes
c iv ile s y eclesiá stico s. E l sintió, como sólo él era
capaz de sentirlo, que la g ra n d ez a del esta d ista y del
gobern an te no se m ide por la cantidad de im puestos
cobrados, sino por la m ag n itu d de los se rv icio s que
se prestan. F re n te á la I g le s i a esta blecid a en su pa­
tria, es de todos co n o cid o y adm irado su gesto purifica d o r cuando a rro jó del tem plo á los m ercaderes.
Sus palabras g ra n d iosa s á la Sam aritan a pu eden c i ­
tarse aún como la m e jo r d e fin ic ió n del c u lto de D io s .”
N o se dirá que escatim o las t ra n s cr ip cio n e s ó que
las estropeo, ten d ien d o á anularlas, con m is co m en ­
tarios. E s que me causa asombro esa tenacid ad de
co n d u cto r de almas, enam orado sin ceram en te de su
creencia. E s que, á pesar de su eru d ició n d og m ática
y de las arid eces que da á sus adep tos el cristian ism o
h istórico, adm iro el carácter, la fu e r z a m oral y más
tod avía el sentir de c r e y e n te de ese autor que se ocupa
de cosas desm odadas en mi país. S u iza y A le m a n ia lo
h icieron protestante, p o nién do le en co n ta cto con L u tero y C a lv in o ; pero F lo r e n c ia y R om a le h icieron
casi artista, ponién dole en co n ta cto con B r u n e lle s c h i
y con Rafael.
El instinto de lo bello, de que la r e lig ió n refo rm ada
carece, anida en este apasion adísim o de Jesús. — A s í
no le basta con que su ídolo sea una bondad divina, y
le reviste con el cu erpo apolíneo de las estatuas g r i e ­
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
231
gas. — Jesús es Dios. — D io s es la p e r fe c c ió n bajo
todas las form as de lo sin m a n c h a .— Jesús es grande,
Jesús es clem ente y Jesús es hermoso, pero m u y
herm oso, porque Jesús es Dios.
A c a s o el se n tid o de lo bello no esté tan agu zad o
co m o desearíam os en este ado rad or de las realidades
su periores, in v isib les é im ponderables. A ca so , tam ­
bién , le preo cu p en dem asiado las realid ad es sensibles,
llam ad as a p arien cias ó sombras de realid ad por el
g r i e g o P la tó n . A c a so , y sin acaso, p refería m o s que el
c a p ítu lo que c o n sag ra á la herm osura terren a de Jesús,
lo consagrase á la in f in ita m ise r ic o r d ia y al com ento
de las parábolas del m á r tir del C a lv a rio .
E s que fa lta ternura, sen sib ilida d honda, amor e x ­
p a n s iv o en la fe d o g m á tica y en el sentir esté tico de
A l b e r t o N in F rías. E s que á Jesús h a y que m irarlo
por en cim a de las creen cias y p resc in d ien d o de las
creen cias para co m penetrarse del i n f lu j o que ejerce
sobre los corazon es el nazareno á quien apenas dedicó
d os líneas la plum a de T á c ito .
Jesús, entero, está en el que llam am os sermón de
la m on tañ a; en aquella p r o fe c ía que cae á manera de
b e n d ic ió n sobre los mansos y los pobres de espíritu,
sobre los que tienen sed y hambre de ju s tic ia , sobre
los apiadados y los perse gu id o s. E s en la parábola
de la v iu d a pobre, en la parábola de la o v e ja perdida,
en la parábola de la buena y la m ala mies, en la pará­
b o la del h ijo p ród igo , en el perdón con que lim pia
de manchas el seno de la a dú ltera y co n v ierte en in­
cien so los a siático s óleos de la pecadora, donde está
lo m ejo r y lo más pen etrante del credo de Jesús.
M u c h o más respland ece sobre la h isto ria y m ucho
más i n f lu y e sobre las alm as por lo humano de su c le ­
m encia que por lo d iv in o de su herm osura, el apóstol
que hablaba á los pescadores en las o rilla s del río
232
H IS TO RIA
CRITICA
azul, m ov ido y riz a d o levísim a m e n te por los v ie n to s
que cruzan los o liv ares de la Judea.
E s claro, por últim o, que el Jesús de N in F r í a s
no es el Jesús de M ir, de V e u i l lo t , de L i g n y ó de
M ilm am .
N in F ría s, versad o en la in g le sa litera tu ra y m u y
a m ig o de la c iv iliz a c ió n británica, es un fe r v o r o s o
a dm irad or de T a in e . — L e sig u e y le ama casi sin
r e striccion es, citán d o le á m enudo y cariñosam ente
bajo su doble faz de cr ítico y filó s o fo . — P lá c e n le su
estilo, su austerid ad moral, sus d isq u isicio n es sobre
lo pasado y lo porvenir. — J ú z g a le como antorch a
de verd ad y belleza, á cu y a lu z debieran calentarse
los cerebros y los espíritus. — É l mism o nos dice que
“ en cu estió n r e lig io s a n in g ú n autor le ha conm o vid o
tan p r o fu n d a m e n te .” — E n este cu lto no h ay s e r v i­
dum bre ni plagio. — N u e s tro c o m p atrio ta es una l i ­
bertad, lo que se e x p lic a p erfe c ta m e n te por la abu n­
dancia de sus lecturas. — E n las co n cien cia s a co stu m ­
bradas á la m ed itación , en las que no se abrevan en
un solo raudal, un autor d esa loja ó c o r r ig e á otro,
cuando no le com pleta. — T a in e , en a lg u n o s casos,
r a t ific a á H arnack. — H arnack, en ocasiones, r a t ific a
á T a in e.
Creo inútil decir que, á pesar de lo que antecede, H i ­
pó lito T a in e y A l b e r t o N in F r ía s navegan en d istin tas
barcas y con d iverso s rum bos por el mar de lo metafís ic o y de lo ca lo ló g ico . — T a in e es p o sib ilista como
L i t t r é y panteísta como Spinosa. — C ree en la m ateria
más que en el espíritu, y m ucho más que el alma le
preocu pa el sistema nervioso, placiénd ose en los a x i o ­
mas y en las d e fin ic io n e s ; pero su ciencia, su b o rd i­
nada á la im aginación, no le im pide ser el más ele­
gante, el más incisivo, el más ornam entado, el más
m e ta fó r ico y el más espiritua l de los escritores, lo
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
233
mismo en su E n sa y o sobre T ito L iv io que en su H is ­
toria de la literatura inglesa. L e e d le en su doble labor
sobre L a fo n ta in e . L e e d le en los c a p ítu lo s co n sag rad o s
á Sh akespeare y D ick e n s. L e e d le cuando dice la d is­
tin ta m anera cómo en ten d iero n la cátedra f i l o s ó f i c a
el van id oso corazón de C o u sin y el en cend ido co razón
de J e o ffr a y .
C laro es, entonces, que la áspera r e lig ió n de Calvino no pudo ser la r e lig ió n de H ip ó lito T a in e. Calvin o es o rg u llo so , co lérico , v e n g a tiv o , m ald ice del
lujo, desdeña las artes, so fo ca los goces y escribe
burdam ente. C a lv in o considera la palabra bíblica como
la r egla única del cu lto y del dogma. — C a lv in o es más
into lerante y más sistem ático que L u t e r o .— L u t e r o du ­
dará de la gracia. — C a lv in o , que ve en la g ra cia una
p r o v id e n cia lísim a pred estin a ción , cree que la gracia,
una v e z recibida, no puede perderse.— L u t e r o aceptará,
por tolerancia, la misa católica. — P a r a C a lv in o la
misa es un pecado y el cu lto de las im ágenes una
idolatría. ¡A v e n t a d el incienso, su p rim id las rosas,
desdorad las r ém ig es de los querubines, dem oled las
estatuas con los ojos e x tá tic o s p erpetu am en te vu e lto s
hacia la E t e r n id a d !
N in F ría s, en sus obras primeras, ve n d ría á ser por
el estilo y el pensam iento, un pastor ca lvin ista , una
especie de cura protesta n te celoso de Jesús y saturado
de M acau lay.
D espu és de sus E n sa y o s de crítica é h isto ria , y á
raíz de sus E n sa y o s re lig io so s, N in F ría s p u blicó las
251 págin as de su libro E l árbol.
Y o tam bién so y am igo de los árboles. Y o también
creo que d estru ir paraísos y acacias es una iniquidad.
Y o tam bién a firm o que la palm era y el laurel blanco,
como el canelón y el azarero montés, son d ig n o s de la
honra del fo tograbad o. Y o tam bién en tiendo que es
H IST O R IA
234
CRÍTICA
obra d ig n a de alabanza y de a p o y o la obra que tienda
á despertar en la j u v e n t u d de mi país el amor á los
árb oles y á los nidos.
N in F ría s, en la d ed ica to ria de su libro, nos habla
de R e c l u s . — ¿ P o r qué no nos habló, igu alm en te, de
M ic h e le t? — S e ría adorable u n ir á la cien cia del autor
de E l arroyo y L a montaña la sensib ilidad del autor
de L a bruja y E l pájaro.
Y a he dich o y rep ito que, para mí, el se n sitivo es
in fe r io r al in te le c tu a l en A l b e r t o N in F ría s. E l ca
bello obscuro, la fr e n te espaciosa, los o jo s serenos, la
nariz recta, la redon da faz, el busto fo rn id o , la pesadez
de lo k in e s té sico y la fa lta de v iv a c id a d e s en el parco
decir de este pensador, me m u even á a firm a r que su
alm a es una idea que se d esen vu elve en tra zo s o n d u ­
ladores más que una lira en cordada con n e rv io s v i ­
brantes de m ujer.
N o es un r e t ó r ic o ; á su prosa le fa lta m elo d ía ; h u ye
de las h ip é r b o le s ; rara v e z apasiona y poco sobresale
por lo castizo. — Su musa es la m usa de la r e f l e x i ó n ;
la de las ideas g ra v es y sanas. — E s un estudioso, un
solitario, un m e d ita tiv o que, en su m ism o cariño á la
naturaleza, razona más que siente. — A f e c t o á lo no ­
vísim o, en el fo n d o es clásico. E n la escultura, en el
cuadro, en el río, en el bosque, ve fo rm a s reales y m a­
tic es claros.— L a v is ió n ex terio r, al tro carse en interna,
no reduce ni acrece, no d efo rm a ni co rr ig e lo visto.
W illiam
James nos d ice en la p á gin a 97 de La
th éo rie de l'c m o tio n : “ L a em oción estética, pura y
simple, el placer que nos causan ciertas líneas, ciertas
masas, ciertas co m binacion es de tin tes y sonidos, es
un hecho absolutam ente sensible, una sensación ó p tica
ó a u d itiv a que se prod u ce en prim er lu g a r y no es
o rig in a d a por la rep ercu sió n de otras sensaciones. E s
verdad que otro placer secu nd ario puede a g reg a rse á
DE LA L IT E R A T U R A U RUGUAYA
235
este placer prim ero é inm ed iato en ciertas se n sacio ­
nes puras ó que se com binan arm oniosam ente. E s to s
p laceres secu n d arios ju e g a n un papel de no poca im ­
po rta n cia en el jú b ilo que d espiertan en la m ay o ría
las obras de a rte; pero cuanto más hondo es el g u sto
clásico, más se siente que los p lacere s secu nd arios
tie n e n poca im p o rtan cia com parados con los que nos
prod u ce la sensación primera. E n esto estriba la ba ­
talla de la cla sicid a d con el rom anticism o. L a s u g e s ­
tió n potente, la m em oria en acecho, las m ú lt ip le s aso­
ciacion es de ideas, lo m isterio so y som brío en lo p i n ­
toresco, todo lo que rem ueve n u estra carne, hace que
las obras de arte sean rom ánticas. E l e s p íritu clásico
c a l if ic a de gro se ro s á estos efe ctos, los h alla de mal
g usto, y p r e fie r e la ve rd ad d esn uda de las sensaciones
ópticas y aud itivas, sin orn am en tos de n in g u n a clase
ni de n in g u n a esp ecie.”
N in F ría s, y a estu d ie el árbol á la lu z de la f i s i o ­
lo g ía v e g e t a l; y a con a rr e g lo á su d is trib u ció n g e o g r á ­
f ic a ó c lim a t o ló g ic a sobre el p la n eta ; y a lo describa
en sus larg os paseos por los bosques su izos ó tacuarem boenses; y a se d e te n g a para co n tem p larlo s en las
cu ch illa s y calles m o n t e v id e a n a s ; y a nos d em uestre
que el árbol es riq u e za por su m aderam en ó salud por
su i n f lu j o sobre la a tm ó sfe ra ; y a nos h isto rie su culto
y sus leyend as, siem pre el eru d ito so fo ca al poeta, el
estudioso co m prim e al artista, el razon am ien to puede
más que la im ag in a ció n en este amante de las sen­
saciones celebralizadas.
H a y que sentir á la natu ra leza como la sentían
R o u sseau y C h ateau brian d.
H a y que adorar á la natu ra leza com o la adoraba
nuestro M arco s Sastre.
H asta en el más po ético de los libros de N in F ría s,
— hasta en su M arcos, amador de la belleza , — la sen­
236
H ISTO RIA CRITICA
sación prim era del color y la línea, desnudas de a f e i ­
tes, es lo que sobresale. — Y contad que se tra ta de la
edad de los M é d ic is y de los B o r g i a s ; de la edad de
P u lc i y de P a lla s u o lo ; de la edad del C o r r e g ió y
A n d r e a del S a n to ; de aquella edad y a quella Ita lia
de la que nos ha dicho R aim u n do P o i n c a r é :
“ U n a Ita lia á la que no a f l i g i ó el fetiq u ism o de los
u niversales, y que se d espertó tem prano en la lib ertad
del e s p ír it u ; un pueblo que jam ás quiso rom per con
su r e lig ió n tra d icio na l y ensanchó y su avizó á su
vo lun tad el dogm a y la d is c ip lin a ; un estado social
en que la paz p ú blica está sin cesar amenazada, en
que la Santa Sede y el Santo Im perio están en lu c h a
perpetua, en que las com unas arrancan su in d ep en ­
dencia al feu d a lism o vacilan te, en que los tiranos se
levantan sobre los escom bros de la autonom ía c o m u ­
nal. A l l í en la luch a en carn izad a de los apetitos, cada
uno, león ó zorro, se hace ju s t ic ia perso n a lm en te;
la planta humana se y e r g u e n a tu ralm en te fu e r te y
dura, sin tutor, á pleno so l; el in d iv id u o crece en la
anarquía; es un país de c iv iliz a c ió n v ig o r o s a y de
en erg ía nietzcheana, un país también de tra d ic ió n
clásica que perm anece en los tiem p os más som bríos
fiel al recu erdo de las a n tig u a s sibilas y al de V i r ­
g ilio, barón y m a g o ; que
la veneración tiern a que se
guarda, según la frase de
de la co ntinu idad y capaz
ha co nservado para Rom a
tiene para una abuela, que
B r u n e tie r e , el sentim ien to
de vo lv e r á hallar, bajo el
sedim ento lig e r o de la inundación germ ánica, los g é r ­
menes inm ortales de la cu ltu ra a n t ig u a ; un país que
á pesar del desm em bram iento político , tiene la suerte
de contar, m u y pronto, por encima de sus d iverso s
dialectos, una lengu a u n ifo rm e, esa len g u a que Dante
elog ia con los nombres de ilustre, de cardinal, de
áulica, de curial y que encanta, desde hace tantos si­
glos, los oídos de los hombres.”
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
237
Me apresuro á añadir, en mi deseo de evitar co n ­
fu s io n e s inaceptables, que h a y más de una p ágin a
d ig n a de e lo g io por su h erm osura en los lib ro s que
v o y ju z g a n d o á zancadas. L o que quiero d ecir es que
esos libros se im ponen más por su idea que por su
forma, más por su e sp íritu que por su traje, más por
su e r u d ició n que por la m ú sica de su vo cabu lario. A s í
N in F r í a s ha sabido resu citar a rtística é h istó ric a ­
m ente la F lo r e n c ia del R en a cim ien to , a quella F lo r e n ­
cia de la que nos d ice el m ism o P o in c a r é en su aca­
dém ico discu rso sobre G e r b h a r t :
“ E s ta F lo r e n c ia , c u y o encanto austero y g rave
G erbh art nos m u estra en un lib ro e x q u isito , ha sido
amada apasionadam ente por él. A m ó á la F lo r e n c ia
m ed io eval, á la pequeña ciu d a d a n tig u a “ sobria e p ú ­
d ic a ” , coronada de torres y cam panarios, ceñ ida de
altas m urallas y f e l i z en el c ír c u lo in v io lab le de sus
costum bres seculares. A m ó la a n tig u a com un a g ü e lfa
d espren did a del m arquesado de To sca n a, e r ig id a en
r ep ú b lic a m u n icip a l, decorada por las fa ccio n es, le ­
vantada sin cesar por el rebato del C a m p an ile y h a ­
ciendo en las revu eltas, las co nspiracio nes, los ase­
sinatos y las p ro s crip cio n es, el a p re n d iz a je de la
libertad. A m ó á la F lo r e n c ia suave y fe li n a como la
pantera del poeta, á la F lo r e n c ia e sp iritu a l y e n tu ­
siasta, o rg u llo s a é incon scien te, fe b ril y vin d ica tiv a ,
la F lo r e n c ia donde se a g ita y atarea una raza ele­
gante y n ervio sa de banqueros, de legistas, de te ­
jed o res de lana y donde los caracteres se tem plan
en las pruebas, donde el desorden en g en d ra al g e n io . ..
A m ó también, con amor piadoso y tierno, á la F l o ­
rencia contem poránea, so n rien te en su cuna de flo res,
rica de recu erdo s y e n jo y a d a con obras m aestras, siem ­
pre con buena a co g id a para los p e r e g rin o s del arte
é in d u lg en te para las alm as fa tig a d a s.”
=38
H ISTO RIA
CRITICA
E l largo tiem p o que pasó en su país, al tornar de
B ru selas, i n f l u y ó en el e sp íritu de N in F ría s. L o
puritano, lo sin blandura, sucum be en nu estro am­
biente, no puede flo re c e r bajo nuestro sol, el pam pero
lo quema. E n los aislam iento s de su sección del M useo
P e d a g ó g ic o y en sus soled ad es de b ib lio te ca r io de la
C ám ara de R ep resen ta n tes, donde estu d ió y m ed itó
o yen d o derrum barse p r e ju ic io s y creencias, su m undo
espiritual se tornó más azul y más i l i m i t a d o . — C a y e ­
ron unas gota s de rocío ateniense sobre su graved ad, y
se h icieron más á giles, de más plum ones, de más ar­
d iente v u elo las alas de su espíritu. A l v o lv e r á E u ­
ropa, como d ip lo m á tico ó consular, dió con Italia, con
aquella Ita lia donde R a fa e l corona de estrella s á la
Forn arina, con aquella It a lia que d eslum bró los o jo s
de M ic h e le t y que cantó la prosa m ara villa n te
Castelar.
¿C óm o y en dónde tu v o N in
de
F ría s la vis ió n de
M arco s? — L e vin o de F lo r e n c ia , donde nacieron
G io tto y O r c a g n a ; le vin o de F lo r e n c ia , en c u y as
manos brillan el com pás de M asaccio y los pinceles
de f r a y A n g é l i c o ; le vin o de F lo r e n c ia , c u y o s sueños
arrullan las cam panas de la Santa M aría dei F io r i,
concebida y e d ifica d a por A m o l d o di L apo.
“ D uran te un día sereno, sentado y o en la pendiente
rápida de una co lin a buscosa. mi e sp íritu se co n fu n d ió
con toda la belleza del árbol, cielo y aire puro. No
sé por qué co in cid en c ia reposó mi pen sam iento en
F lo ren cia , y como sueño de una época gloriosa, vi
desarrollarse las escenas de este cuento. H a sido la
u ltim a ex cu rsió n al país de los ensueños in fan tiles,
cuando amaba r e v iv ir la historia. E r a en tonces tan
ardiente y plástica la im aginación, que los pájaros del
aire, los peces del mar, los hombres de las cavernas
y los camaradas de las villas, las reinas, princesas.
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
239
hadas y gnomos, hacían c o rte jo al v u e lo de mi e s p í­
ritu. M is armas no conocían la d err o ta ; poseía el
casco de la in v isib ilid ad , las botas de siete legu a s,
la llave abridora de todas las puertas y la v a r ita que
tra n sfo rm a todo en oro. E r a f e l i z : el invencible, el
co nqu istado r y mi reino, la in fa n c ia que y a jam ás
vo lverá á alegrarm e. E s te cu en to fu é el ú ltim o de mis
en su eños.”
L u t e r o h u yó , espantado y rebelde, de la artística
I ta lia del R en a cim ien to . N in F ría s, h ech iz a d o por el
espíritu de G e m isth iu s P leto , ensoñó con lo divino
de lo p lató n ico en las igles ia s que adornan las p in ­
turas de Cosm e R o se lla i. E l alm a de M a r silio F ic in
le d ijo á N in F ría s, bajo aquellas bóvedas, que lo
más fil o s ó f i c o y lo más esté tico se p rod u ce por la
fusión, connubio ó enlace del cristian ism o con la an­
tig ü ed ad , como asegu raba y com o sostenía, en tiem po
de los M éd icis, el cardenal de Cosa.
M arcos, destinado á reinar a lg ú n día en F lo ren c ia ,
sabe de P la tó n más que de M aqu iavelo. L o s m on jes
de F ié s o le adm iran la d u lzu r a de su semblante, i lu ­
m inado por la co n cien cia clara y potente de su m isión
pu rificad o ra .
“ U n día que va g ab a por las laderas del parque con
sus g a lg o s fa vo rito s, se d etu v o ante una la g u n a atraíd o
por la calm a p e r fe c ta en que sus a gu as se hallaban.
N o pudo m enos que sentirse como fr e n te á un es­
pejo, y se m iró en él.
” L o que allí percibió, sólo él p o d ría describírnoslo.
H abía colum brado sin duda en ese instante, el más
fe liz de su vida, a lg o más que sus fa ccio n e s de eleg id o
de la N atu raleza.
“ L a r g o tiem po perm an eció em pinado sobre el borde
como en é x t a s is : potente m ag n e tism o del silen cio d i ­
vino. E x p e r im e n t ó esa im periosa necesidad soberana
240
H ISTO RIA
CRÍTICA
de los su p e rio res de hablar á solas con N atu ra, par­
tic ip a r le sus deseos, a livia rse por suprem as c o n f id e n ­
cias. F u e r a de nosotros mismos, ¿iquién nos co m ­
p ren d e? C u a l si de súbito el es p íritu de la fu en te
se encarnara en la n in fa de antaño, o yó distin tam en te
este plan f i l o s ó f i c o : — P e r f e c c ió n a t e por el c u ltiv o
de un idealism o ensoñador. Será la escala co n d u cto ra
á un plano más alto donde nadie, sino la D iv in id a d
ó los d iv in iza d os, puedan habitar.
" V o l v i ó en sí porque sus lebreles, al observarle tan
tranquilo, se so b reco g ie ro n de espanto y com enzaron
á ladrar. L e v a n tó se un nu evo ser. P o r v e z prim era
se le había revela do el alma y sus po sibilidades.
" E s t a sublim e nu eva nos lle g a por d iverso s c o n d u c ­
tos. E n este caso fu é al través de la b elleza fisionóm ica donde el p e r fi l clá sico ostentaba la m ism a ilu ­
m inación é in o cen cia que en G recia. D e sd e ese día
su v id a iba á cambiar. N o alcan zo á ex p lica r m e e x a c ­
tam ente lo que por él pasó, mas creo se r ep itió la
ley e n d a de las leyend as, la de N arciso , tan poco co m ­
prend ida y amada. S e m eja n te aquel garbo a dolescente,
vislu m b ró el alma allende la p e r fe c c ió n de su cuerpo.
Sólo podía v iv ir y a en un en sim ism am iento com pleto.
Q u ed ó pensativo vién do se tan llen o de Dios. D esde
ese m om ento su vid a no pasaría ina d vertid a para el
resto de los seres.
" A l regresar al m onasterio, el prior, estu p efac to ,
observó el cambio operado. Su m irada irradiaba be­
lleza, serenidad y el más sutil pensar. L o besó en la
fren te y d íjo le : — M on señ or es un santo.”
A poco andar M arcos sucede á su tío L o r e n z o en
el protecto rad o de F lo ren cia . M arcos adorará en P alas
A t h e n c a O id l c :
" ¡ P a l a s A t h e n c a ! ¡e s p íritu fec u n d o y bello, alma
de mi alma, ve n g o á tu tem plo lleno de una gloria
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
241
p u r a : haberte d escu bierto el día en que amé sobre
todo á la b elleza !
” Sólo me queda un r em o rd im ien to : no haberte d e s ­
cifr a d o en la fiso n o m ía de n u estro em píreo h erm oso;
en la fa z de las a gu as cristalin a s del E g e o ó en O li m ­
pia, donde tus h ijo s más bellos lu ch aro n por la plástica
hermosura.
” A 1 escalar el m onte dom inador, que es tu asilo,
v i r g e n suprem a de los rasgad os ojos, me ha parecido
co n fu n d ir m e con la esencia eterna, con ese tul sutil
que o cu lta á mis o jo s el más allá.
” H e visto, madre in telectu al, lo más b ello que es
dable ver, y si h o y m uriese, lle v a ría el veste tr a n s i­
torio, la im presión más p e r fe c ta del planeta.
” D e ahí contem plo, m irand o el i n f in ito azul y l i ­
m itad o v e rd e del mar, tu más e x c e lso pen sa m ie n to:
A te n a s, allí nací, tú lo quisiste, allí aprendí tu c u lto :
la gloria, la salud, el trabajo, la verdad, lo bello. A l l í ,
¡oh diosa ideal! se d eslizó mi vid a como esos arro yu elos rum orosos que entre bosques de o liv os y cipreses
corren tras el lag o ó el mar, cual el sátiro á la ninfa,
vale d e cir: la realid ad y el ideal.
” A l l í nací entre m árm oles que id e aliza ro n F id ia s,
Ic tin o y C alícrates, d ivino s a r t ífic e s del P artenó n, que
en lo fu tu ro , cediendo al peso del oleaje humano, será
reco n stru id o con almas, para que more en él la tu y a
inconmensurable.
” A l lí , A th en ea , quiso tu d ivinal vo lu n ta d que los
hombres fu esen fe lic e s porque eran bellos y amaban
á la pa r: cu erpo y alma. A l l í reinaste con sonrisas,
porque el ateniense era artista y filó s o fo . E l gim n asio
y el tem plo le a tra jero n por igual.
” B a jo el im perio siem pre dulce de tu ritmo, se alzó
la c iv iliza ció n in m o rta l.”
16.-V 1.
242
H ISTO RIA CRITICA
O íd le a ú n :
“ A ten a s, E le u sis, M aratón, tres v u eltas de tu t ú ­
nica. L o divino, lo humano, lo tra n s ito rio y lo eterno,
todo ha trabajado en la H élade, para darte vida, ¡oh
tú que eres lo ú n ico grande, lo sólo bello, lo d ig n o
de ser p e n s a d o !
” H e ve n id o á tí, ¡o h v ic t o r ia de lo id e al! porque
en vano hasta este día he sentido pa lp ita r en mí lo
divino.
” ¡H e v iv id o m u ch as prim averas, cerca tu y o , ¡o h
P a la s! sin co n o ce r te ; han sido tantas estaciones de
tedio, de fieb re sin cura, de a ctiv id a d sin o b je to !
“ Sólo aye r he oído tu nombre, porque los hom ­
bres actuales no te nom bran aunque te sientan.
“ Sólo ayer, cansado de andar, casi a s fix ia d o por el
polvo del camino, in terro g an d o al cielo como para
pedirle luz, te he p ercibid o en lo más alto del monte.
A l l í estabas tú, ¡oh eterna ! é ign oraba y o tu h ogar.
P o r fin te hallo, esencia perenne de las cosas.
“ M adre ideal, obrera de lo in fin ito , ama de la h u ­
manidad, eterna, inmensa, in fin ita , mi alma se d ilata
por conocerte, pero ¡ a y ! tú eres más bella de lo que
puedo im aginar. T ú estás más allá. L o s hombres te
han qu erido lim itar á la fo rm a humana, insensato
sueño de in v ie rn o ; tú eres lo in fija b le , lo que es.
"E m p e c é adorándote cuando H elio s, con un g esto
de supremo amante, alumbraba tu m ansión de m árm ol;
ya son pálidos y tenues los h ilo s áureos de la pitia
cabellera, y aún escucho la m úsica de m a g n ífic a em o­
ción. T o d a v ía tu fison om ía me absorbe; no he a g o - •
tado aún el manantial del d elirio que por tí observo.
“ Mi vida, mi ju v e n tu d , nunca me parecieron tan
bellas como ahora que te adoro, ¡oh P ala s!
” Y a Diana, en su incesante cacería, viene á encend er
ante tu imagen la plateada lumbre. Sien to dormirme.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
243
E n el um bral a u g u sto de tu tem plo reposaré, m ien ­
tras y a el alma, libre de su corp óreo amigo, v a y a v i ­
brante hacia tí y p a rtic ip e un poco de tu luz, ¡ oh
eterna, oh activa, oh b elleza in m o r t a l!”
M arco s quería que su gobierno fuese “ la ciudad p la ­
tón ica y el reino p reco n iza d o por C r is to .” — Su divisa
era “ refo rm a r por lo b ello.” — P ara M arcos, “ F lo r e n ­
cia reasum ía cu anto G r e c ia había p ro d u cid o de más
perdurable. E x t e n d i d a entre colin as de olivos, otrora
sacros, poseía en su p erím etro la in telectu al ciudad
p a tria de tan tos p e r ín c lit o s va ron es el palacio de
A r n o lf o , la L o g g i a de O rca g n a , el palacio P it t i, Santa
Croce, el D u o m o y el incom parable B a p tis te rio .
” Su s ig le s ia s resp la n d ecía n con fres co s recién p in ­
tad o s; en las v illa s moraba una a risto cracia co m er­
cial, culta, pulida, refinad a, altiva, in g en io sa y v e n ­
to le r a de su humanism o. E l flo re n tin o alejaba de sí
cuanto no acrecen ta ra el placer a rtístico.
” E r a esta la urbe m áxim a ciu da d ela del saber, del
arte y del buen gusto, en sus r evela cion es más in tro s­
p ectiva s de sibaritism o in telectu al. E l otoño tendía
sobre la nu eva A t e n a s un m anto de tan alta idealidad,
que el s ig n ific a d o del m undo se ahondaba en co n tem ­
plándola. C o m p ren d ía se el apasionam iento del f l o r e n ­
tino por el arte y la ciencia. M e d io a lg u n o podría
en gen drar tem peram en to s más sensibles á la fa sc in a ­
ción de la b e lle z a ; allí habían es cu lp id o G h iberto,
D onatello, L ú e a D e ll a Robba, P i c o ; P o liz ia n o y F icino, ten d id o s laboriosam ente sobre los m an u scrito s
de la a ntigü ed ad , r estitu ía n la m ajestad de ese m undo
á la hum anidad larg am en te p rivada de la luz. F ic in o ,
el d irecto r de la novel A ca d em ia , quemaba lámpara
vo tiv a ante el busto del M aestro, cu y a R ep ú b lica
correspond ía á la nueva Jeru salén del A p o c a lip s is
M arcos, el d is cíp u lo de Jesús y el amador de la
2 44
H ISTO R IA CRÍTICA
V e n u s U rania, perece asesinado por haberse rendido,
aunque breves instantes, á la V e n u s T erren a .
“ P ara su d esen vo ltu ra ca recía M arco s de la e x p e ­
rie n cia reveladora, y así fu é el A n a n k é de su e x is tir
una m u jer, en c u y a s redes se vió ca u tiv o sin darse
de ello cuenta.
“ E n cerra b a ella la astucia, la p ro terv id a d y el a tre­
vim ien to de la ig n o r a n cia supina.
“ E n a je n ó al m ancebo por la lis o n ja y el fi n g i m ie n t o ;
se hizo á su gén ero de v id a ; lo g ró perd erle en un
laberin to de sensaciones. Cu and o quiso reaccionar, y a
era tard e; la cortesana no supo retro ced er al pasado
g ro sero é im p erfecto . H abía morado en una montaña,
m ecid a por el arte y la poesía de psique, nuevas para
ella. U n poema había sido su vid a m ientras d uró el
fatal idilio. H abitu ad a á la constante victo ria , roto
su poder fascin ador, su pasión acaso torp em en te su s­
citada, pero después sincera, tornóse locu ra iracunda
y ve n g ativa . T o d o , su d ig nid ad, su fo rtu na, su paz,
las inm oló á d estru ir su ído lo de ayer.
“ L a lucha corta y dram ática entre D iana y Castig lio n e y M arcos de M é d ic is es de las más a tra ye n tes
tragedias sentim en tales del R en a cim ien to .”
L a V e n u s T e r r e n a no le perdona su p r e d ile cc ió n por
la V e n u s Urania.
“ L e ía M arcos la M oral de A r is t ó t e le s , cuando se
o yero n pasos sig ilo so s por el jard ín .
“ No tuvo tiem po de record ar á A s t o r ni á los dos
mancebos que cerca su y o dormían, tras una tapicería.
“ Hom bres armados h icieron saltar la mica del v e n ­
tanal, y á paso de fieras se abalanzaron sobre el jov en
indefenso. C in co puñales se levantaron contra él.
“ Sem ejante á un cordero pascual, recibió el golpe
libertador, y cayó cosido á puñaladas al pie mismo
del fresco de E ro s y Psiqu is, levem en te salpicado
por su sangre generosa.
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
245
"C o n s u m a d o el crimen, los asesinos se retiraron, no
sin antes em papar un pañu elo en el charco berm ejo.
T o d o fu é obra de un relám pago.
" A p e n a s si e x h a ló un q u ejid o el alma pu lcra de
M arco s.”
Sobre todas las bellas y eru ditas pá gin as co n s a g ra ­
das al arte, á la p o lític a y al fi l o s ó f i c o pensam iento
del renacer, flo ta la idea capital del libro. E s en el
interior de las alm as en donde v iv e “ el arte puro,
celoso y sag rad o.” — E x c e l s o s y pulcros, cansados y
tristes, “ sepu ltem os la m irada en las cosas de la
m e n te ” , hasta que reposem os en el m undo de lo d i ­
v i n o . — V o lv a m o s , por la b elleza y por la cu ltu ra, al
h o ga r del padre, “ porque las cosas que vem os pasar, y
las que no vem os son eternas.” — H ablem os con el
alma, y el alm a lum inosa nos r e sp o n d erá : “ Desbasta
el m árm ol de tu v i v ir con el cin cel de tus en sueños.”
M arcos es, para mí, el más atra ye n te y el más es té­
tico de los libros de A l b e r t o N in F rías.
N in F ría s cree, como C a rly s le , en los hom bres pro ­
vid en cia les, y cree también, sig u ie n d o á C alvino , en
la in flu e n c ia o m ním oda de los poderes p ú b licos sobre
las ideas y las costum bres. Y o en tien do que el E sta d o
tiene lím ites p r o p io s ; que el uso sin abusos del i n d i­
vid u alism o es una de las fu e r za s m o trices del p ro ­
g re s o ; que la lib ertad es tan necesaria á las d em ocra­
cias como el h ierro á la s a n g r e ; que las d ictad uras
aparentem ente p r o v id e n cia le s también son d ic ta d u ­
ras; y que no se fa brican á g o lp es de có d ig o ni el bien
ni la verdad. C u and o m iro á los pu eblos y m iro á los
hombres no me seducen las ex ter io r id a d es ni me dejo
engañar por las apariencias, se gu ro de que el p o r­
v e n ir escu lpirá en bronce sobre el p ó rtico de sus m u ­
n icip io s estas nobles palabras de Ju lio S im ó n : — “ L a s
v ir tu d e s pú blicas no son más que v ir tu d e s teatrales
246
H IS TO RIA
CRÍTICA
si no tienen su o rig e n y su c o n fir m a c ió n en las v i r t u ­
des privadas y dom éstica s.”
III
¿ Y la h isto ria ? — L a h isto ria sig u e el im pulso d es­
en vo lv en te de la nación. E n revistas, en lib ro s y en
fo lleto s, — lib ro s y fo lle t o s de ca rácter d id á ctic o ó
carácter po lítico , — el h o y r e co g e lo que le dicen la
tra d ició n oral, el p o lv o r ie n to archivo, la c o r r e s p o n ­
d encia piadosam ente gu a rd a d a por las fa m ilia s de
nuestros va lerosos antecesores.
N o todo es sabio ni todo es puro en este reco ger,
que en m uchas ocasiones obedece á la insana pasión
de ba n d ería; pero aún así, — por sed de estu d io ó sed
de querellas, — se escla recen las noch es de lo p r e t é ­
rito, su rgen los p erso najes con ca racteres propios, se
c o rr ig e n los rasgos mal conocidos, se sanean las g lo ­
rias, se resp ira el humo de las batallas, se escu ch a
el galopar de las m on ton eras y el es p íritu de la na­
cionalidad crece en robustez, porque se sabe, con pa­
trió tico o rg u llo , que nu estros m ayores, los de los sa­
c r i fi c i o s por la indepen dencia, respo n d ieron com o Bazire, á los que le preg u n ta ba n si había hech o un
pacto con la v i c t o r i a : — ¡ N o ; pero lo hemos hecho
con la m u erte!
No puedo ni debo pasar por alto la H isto ria d el
territorio d el U ruguay. — E s te libro, que fu é em p e­
zado á escribir en el año 1837, se p u blicó en 1841 por
la Im prenta de la Caridad de M o n t e v i d e o . — Se d iv ide
en tres partes y consta de más de tre scien ta s páginas.
— Su autor, tan d iscreto como sapiente, llam óse Juan
M anuel de la Sota.
El libro abunda en citas de otros historiadores. L o s
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
247
hechos, narrados con bastante p ro lijid a d , se apoyan en
una extensa d ocum entación. E l estilo es como co rr e s­
ponde, castizo y sin afeites.
E l autor, en su clá sica dedicatoria, les dice á los
jó v e n e s o rien ta les: — “ C o no ceo s y conoced á v u estro s
lim ítro fe s . R e f le x i o n a d que la p o lític a se m ide más
por las r egla s de la co n v en ien cia que por la r e li g i o s i ­
dad de los pactos. L a p ru d en cia sirva de g u ía en
vu es tro s consejos, y atended que una vana co n fia n z a
suele traer fa tales co nsecu en cias. Si lo g r a r e is que
vu es tra s in s titu cio n es se robu stezcan con la sanción
del tiem po, no por eso reposéis en sus goces. L a l o ­
calidad del ter rito r io O rie n ta l hace que de co ntinu o
sea alterada su tranq uilidad. V u e s tr o s intereses están
e x p u esto s á en con trarse con los de los l im ít r o fe s y
las aspiracio nes de los poderosos. V e d aquí la razón
de co ncentrar v u estro s e s fu e r z o s para h aceros re sp e ­
tar en el ex terio r, librando la q u ietud p ú blica á la
lib era lid a d de vu estra s in s titu cio n es.”
E s ta p r o fe c ía lanzada en 1837, Y este g rito de alarma
que resonó en 1841, en con traron eco y sanción en lo
porvenir. ¡ D í g a l o la toma de la F lo r i d a y d íg a lo la
epo peya de P a y s a n d ú !
A fo r tu n a d a m e n te los tiem p os han cambiado. E l ar­
b itra je va á c o n v ertirse en una le y internacion al, y
el a g u ilu ch o de las conquistas respetará el sosiego
de todas las patrias. L a g u e rra á que asistim os, p r o ­
testadores y em ocionados, será la ú ltim a g u e rra y la
barbarie últim a. ¡M a d r e s de lo fu tu ro , lo fu tu ro es
paz! ¡C u n a s de lo fu tu ro , lo fu t u r o es ju s t ic ia y m i­
se rico rd ia ! ¡H o m b r e s de lo fu tu ro , lo fu t u r o es t r a ­
bajo y bienestar y lu z !
N o im porta. — E r a sano el co n sejo del h istoriador.
— Fu nd em os, g obern an tes y gobernados, la qu ietud
pú blica en el devoto cu lto de la ley. — ¡ Cu a n to más
248
H ISTO RIA
CRITICA
libres y cuanto más probas sean las patrias, más v a ­
ron iles c r u g ir á n sus banderas sobre los m arcos y
flo ta rán sus h im nos sobre los m ares!
E l libro de la Sota va desde el año de 1512 hasta el
año de 1817. — L a s costum bres charrúas, los árb oles
y los fr u to s ind ígen as, los cu a drú ped os que poblaban
las selvas del pago y los peces que se m ovían en
nuestros g ra n d es ríos, lo que h izo Gaboto, lo que h izo
A l v a r N ú ñ ez, lo que h icieron ó quisieron hacer O r t i z
de Z á rate y Juan de G aray, llenan el prim er tercio
del libro que escribió Juan M an u el de la Sota.
E l autor nos habla, en el tercio segundo, de la
fu n d a ció n de la C o lo n ia del S acram en to y de la re­
ducción de Santo D o m in g o de S o r i a n o ; del tratado
de 1701 y el tratado de U t r e c h ; del establecim iento
del fra n cés M oreau cerca de C a s tillo s hacia 1720, y
del establecim iento de F r e it a s F o n se ca en M o n te v id e o
hacia 1723. E n este tercio em pieza, entre rodar de
obuses y correr de tropas, la h isto ria del lit ig io , de
aquel larg o l it i g io de in flu e n c ia y de lím ites entre
las m onarquías de P o r t u g a l y España.
E l autor se ocupa, en la parte tercera, de la fu n d a ­
ción de M o n te v id e o ; de los p r i v i le g i o s que o to rgó la
corona á sus p o blad o res; de la e lecció n de su prim er
cabildo, y de la paz hecha con los m inuanes que el
ibero oprimía, esp ecia lizán d o se en las co m p lica cio n es
huracanadas del pleito fr o n t e r iz o ; en el reñir de los
lusos y de los g od os bajo A n d o n a e g u i ; en el pacto
que, al m ediar la cen tu ria décim aoctava, celebraron
los reyes de L is b o a y M adrid.
H abla después, abundoso en detalles ilu strado res y
bien ordenados, de la campaña g u a ran ítica de 1753;
de las operaciones dem arcadoras de V a l d e l i r i o s y G ó ­
mez F r e ir e ; de la falsa p o lítica que s ig u ió el últim o,
cansando á V a l d e l i r i o s ; de la gu e rra de E spañ a con
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
I n g la te r r a ; de las naves y el
o cu pació n de Santa T e r e s a y
por P e d r o de Z e b a llo s ; de
cíp u lo s de L o y o la , á quienes
249
fin de M acd en ara ; de la
el ca stillo de San M ig u e l
la e x p u ls ió n de los d is­
s u s titu y e n en su co le g io
eiem en talísim o y en su aula latina los m on je s fr a n ­
ciscan os; de los cim ien tos de P a y sa n d ú y de la p é r ­
d ida de R ío Grand e por d escu id os de España.
L a d ocu m en tación, como y a indiqué, es tan n u tr id a
é interesante como sobrio y castizo el modo de e s c r i­
bir del v ie jo h isto ria d o r Juan M an u el de la Sota.
El
señor
Eduardo
A c e v e d o , — catedrático ,
p e r io ­
dista y ju r isc o n su lto , — además de un tratado sobre
fin an zas, ha escrito dos im portan tes obras de carácter
histó rico .
C o n s ta la primera, — N o ta s y ap un tes, — de dos
g ru eso s tomos, que, bien sumados, dan más de m il p á ­
ginas. C o n sta la segunda, — titu la d a A rtig a s, — de
tres gru esas partes, con docu m en to s que no co n o cía ­
mos y que en con tró su autor r e v o lv ie n d o a rc h iv o s en
el B rasil.
E s, la se gu n d a de estas obras, m u y recom endables,
la cr ón ica fe h a cie n te de la e p o p e y a de la edad de
hierro, de a quella ep o p e y a que aún canta el him no
de jú b ilo de L a s P ie d r a s y que aún suspira el salmo
fu n era l de T a cu arem bó .
E n la prim era de las obras que he m encionado, —
N otas y apuntes, — se en cu en tra ex tra cta d a la crón ica
fin a n c ie ra y p o lític a del país desde 1828 hasta 1903.
L e y e s , deudas, n a u fr a g io s económ icos, d icta d u ra s
de sable, m otin es de cuartel, re v o lu c io n e s lib erticid a s
y es fu erzo s de la masa por la v ic t o r ia de la igu ald ad,
todo está m etód ica m en te re g is tr a d o en las pá gin as de
los dos vo lú m en es á que me refiero, en las págin as
a preciabilísim as de N o ta s y apuntes.
P ro bid ad en los fa llo s y altu ra en las m iras son las
v ir tu d e s que avaloran los libros del d octo r A c e v e d o .
250
H ISTO RIA CRÍTICA
E l mism o plan, aunque no lo parezca, ha p resid id o
á la c o n fe c c ió n de las dos labores.
E l d octo r A c e v e d o , en uno y o tro caso, ordena con
so licitu d y com enta con sobriedad los docum entos.
L a cita es casi siem pre m ay o r que el com entario,
lo que no im pide que siem pre el com entario alum bre
y colore la tra n scrip ción .
E l estilo es sobrio, sin galas retóricas, como hecho
para in stru ir y no para deleitar.
E l d octo r A c e v e d o nos recuerda, — por lo ordenado,
paciente y m in u cio so de su labor, — á los b e n e d ic ti­
nos que en v ejecía n en la en cla u strad a soledad de sus
bibliotecas.
E l método, el detalle, la e x a c titu d , lo fr ío del de­
c i r , — que no es sinónim o de corazón frío, — delatan
que en el estu d io y la préd ica de lo económ ico a p re n ­
dió á m anejar la m ente y la plu m a el d octo r A c e v e d o .
Sus libros son más ú tiles, m uch o más ú tiles, que
brilla d o res y pu lim en tad os. A l l í están la ve rd ad y el
e je m p lo ; pero como el m árm ol en la cantera y el
diam ante en la mina.
¿ S iem p re? — N o siempre.
H a y notas, en su ú ltim a labor, escrita s con arte, con
brío del alma, con p a tr ió tico f u e g o ; pero no es esta
la ca racterística de su p r e stig io sa in telectu alid a d .
Su ca racterística reside, prin cip a lm en te , en las c o n ­
dicio n es antes apuntadas. F orm a n su reino la e x a c t i ­
tud del dato, la paciencia en el acopio de porm enores,
el decir conciso, la r e fl e x i ó n ponderada y breve.
T o d o , en sus obras, responde al fin de enseñar
con cordura, que es el fin p e r se g u id o por el d octor
E d u a r d o A cev ed o .
Abu nd an, en m ateria h istórica, los libros de tex to .
Casi todos su fren de la misma d o le n cia : la p a r c ia ­
lidad.
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
251
Com o el p r o feso rad o v iv e realm ente bajo el tutelaje de los p o deres pú blicos, el p r o feso rad o ve los
h ech os y j u z g a á los hom bres p o n ién d o se en los o jo s
antiparras con v id r io s de co lo r de púrpura.
F a lt a carácter, porque fa lta el bien de la in d e p e n ­
dencia. M o r ir no les da m iedo á m is co m p a tr io ta s ;
pero m orir de hambre es m o rir m u ch as ve ces y con
la r g a agonía.
E l que m anda es rojo, el que a pad rina es ro jo y
el que in sp eccio n a es rojo, siendo n atu ral que el p r o ­
feso ra d o adopte un cin t illo del m ism o color.
L o que m aravilla, lo que huele á m ila gro , es que no
sea ro ja toda la j u v e n t u d que amamantan nuestras
escu elas y nu estro s liceos.
E s p e r e m o s : el p o rv en ir tien e la m isión a u g u stísim a
de rom per cadenas.
E n cambio, casi tod o s los que se dedican á escrib ir
de h isto ria h ácenlo con a cierto cuando se o cu pan de
la edad a rtig u ista , en p rim er l u g a r porque la lu z y a
es m ucha, y en se gu n d o lu g a r porque el amor de
patria no estaba aga rro tad o por el sectarism o en aqu e­
llas épocas.
A s í creo que se reco m ien dan á los estu d iosos el
manual del señor S a n tia g o B o ll o y los tres vo lúm en es
del d ic cio n ario po pu la r de O re s te s A r a ú j o , — ed ición
de 1901, — que ilustra, m u ch as veces, las rela cio n es
del tiem p o aquél con d ocu m en to s de probada v e r a c i ­
dad y con citas que tom a de va r ia d o s libros. Y creo
igu a lm en te que sería in ju sto , pero m u y in ju sto , si
me o lvida se de a lg u n o s e scrito s de H é c t o r M iranda,
bien elo g ia d o por Z o r r i l la de San M a r t ín al p r o lo g a r
L as in str u cc io n e s d e l año X I I I , — labor que por el
plan, los datos, las ideas, la fe p a tr ió tic a y el respeto
al aye r heroico, se me f i g u r a un v i v a á los ca u d illo s y
á las m u ch edu m bres que vie r o n lo que no supo ve r
R iv ad av ia.
252
H ISTO RIA
CRÍTICA
T a m b ién p erten ec e á la m ism a pluma, un libro con
razón laureado, y que me interesa m u ch ísim o m en o s:
la b io g r a fía de B r u n o de Zabala. B ie n , sin em bargo,
qu isiera tra n s cr ib ir de este ú ltim o libro no pocas pá­
g in as elocuentes, como las pá gin as con que se inicia,
ó como las p á g in a s en que tra za la silu eta corp órea
y el bosqu ejo m oral del m anco don B r u n o . Ig u a lm e n te
q u isiera detenerm e á estudiar, en son de alabanza, t o ­
dos los ca p ítu lo s del libro se gu n d o de L a s In s tr u c c io ­
nes, que el a uto r analiza con equidad, con o r g u llo
le g ítim o y ju g o s o saber, pues es o pinión mía, que se
cae de v ieja , que fu é luz m erid ian a la que en el año
trece llo v ió á rau d ales sobre el v e n cid o ju n to á las
ondas del A r a p e y .
E m p ie z o d eclarand o que las líneas p r e fa c ia le s del
libro me parecen fo r ja d a s á g o lp es de buril.
D ic e el d octo r M ir a n d a :
“ E s te libro, que no es más que un ensayo, tiende
al m ism o tiem po á dar una idea sin té tica de un m o ­
mento de la e v o lu ció n co n s titu cio n a l río p la ten se y á
co n trib u ir h o nradam ente á d ejar á cada cual en su
sitio.
"P a s a d a la hora de la batalla por el t r iu n f o de las
ideas, se combate aún en torno de los cadáveres, en
lucha perve rsa; — y á un sig lo de distan cia la d ia ­
triba hunde su im pura fle c h a en carne noble é ilustre.
"D e je m o s descansar á los muertos. E s tu d ie m o s los
an tigu o s trabajos con ánim o c ie n tífic o y sin alma
de partidarios, para arrancar fríam en te su secreto f e ­
cundo á las g eneracion es que fueron.
" S ile n c ie n ante los v ie jo s leones lib ertado res del
mundo indiano, d e fin itiv a m e n te dorm idos en la tarde
apacible de su perenne gloria, — las cru eles d is e r ta ­
ciones escolásticas de m entida cien cia y los pasiona­
les discursos de iló g ic o s antipartidism os.
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
253
” P o r el brazo de los c a u d illo s se salvaron, en el
P lata, la in d ep en d e n cia y la repú blica, y fu é sangre
de pueblo llano, cam pesin o y dem ocrático, la que, en
la realid ad y en el lienzo, puso u na fr a n ja roja, de
s a c r ific io y de v ic t o r ia sobre la bandera de M a y o .”
E s te estilo claro, — pero a lg o pom poso y que suena
á m úsica, lo que no censuro, — p ierd e su arm onía y
su p o m posida d al co n c lu ir las p á gin as p refaciales.
E s to no le im pid e s e g u ir siendo claro, co rrec to siem ­
pre, en ocasiones rico en b elleza y por lo g eneral p r ó ­
d ig o en sustancia.
¡ S í ! ¡f u e r o n los ca u d illo s y las m u c h ed u m b res! ¡las
m u ch edu m bres torva s y los ca u d illo s sin ilu s tr a ció n !
¡ L a luz de en tonces sube del valle, y no d esciende
de la m on tañ a! ¡ L a altu ra cree que la unidad es el
rem edio de la anarquía, y el fo so presien te que la
anarquía lleva, sobre sus olas alb orotadas, el bajel
in su m erg ib le de sus lib e rta d e s! ¿ H a cia dónde lo lleva?
¡H a c ia lo P o r v e n i r !
¡ De lo autonóm ico, que se rebela, saldrá la r e p ú ­
blica ! ¡E s o es lo que el instin to le dice al guiñ apo, á
la carne de cañón, á la m u lt itu d ! — Y le d ice m á s . —
¡ L e dice que el orden mal en tendido, el orden que
c e n tra liz a tiránicam ente, no fu n d a rá el derecho, sino
una m onarquía para los B r a g a n z a ó una d icta d ura
para los R o b e s p i e r r e !
¿ Y los ca u d illo s? L o s caudillos, que v iv e n en c o n ­
tacto con la m u ltitu d , encarnan el pensam iento casi
caótico de la m uchedum bre.
¿ E s que ven más claro? ¿ E s que ven más le jo s ? —
¿ Q u ié n sabe? — ¡ L o in d iscu tib le es que sien ten más
hondo, que diseñan los marcos, que fo r ja n las pa
tria s! — ¡ E s lo in d isc u tib le !
¿Q u é son los soles? P a r c e la s de nebulosas que se
fraccion aro n. — L a s nebulosas arden y deben su frir,
254
H IS T O R IA CRÍTICA
porque su a rd er las quiebra. — E l pen sam iento de la
m u ltitu d es una nebulosa. — Se abrasa, gira, s u f r e ;
pero, al fin, se c o n v ierte en lum in a r y d estila los ch o ­
rros de sol de u na bandera.
¿ Q u é dice esa bandera? — Co m o es d em ocrática,
como tiene cu bierto su rejó n con un gorro fr ig io , dice
á los h om b res: — ¡S o i s lib re s ! ¡ S o i s ig u a le s ! ¡ A m a o s !
E s e es el proceso. E s o lo que demuestra, con ló g ic a
ex a ctitu d , el d octo r M iranda.
E s te no está solo cuando nos delata que el partid o
conservador, el o pu esto á los ca u d illo s y á las m u ­
chedum bres, era cen tra lis ta y a ntidem o crático .
L e o en E s tr a d a :
" D is ip a d o s los q u im é rico s p r o y e c t o s de T u cu m á n ,
á c u y o fa v o r ideó el C o n g re so la r e su r re cció n de una
raza cuasi perd id a para so brepo nerla con el cetro y
el poder á la c iv iliz a c ió n eu ropea del nu evo c o n t i­
nente, lo hemos v is to fo r ja r una le y c o n stitu cio n al,
am bigua y absurda, c en tra lista y aristo crática, termi
nando por in cu r r ir en n u ev os d elirio s cuando la am ­
bición francesa le prom etía un rey. E l crite rio h istó ­
rico no podrá en con trar proceso a lg u n o más acabada­
mente sustanciado. L a dem ocracia era rech azada.”
E l instinto de la m u ch edu m bre lo adivinó. — L a
m uchedum bre a d iv in ó la verd ad co n ten id a en la cé ­
lebre frase de S a i n t - J u s t : ‘‘L o s que hacen las r e v o ­
lucio n es á m edias se c o n s tr u y e n sus propias tum bas.”
— No se trataba, pues, de cam bios de g rille te . — Se
trataba de d estruir para ed ifica r. — A r t i g a s era la r e­
vo lu ció n sin vacilacio nes, lo ind epen dien te para las
patrias y lo d esce n tra liza d o r para las p r o v i n c i a s . —
P o r eso se lanzaron en pos de su corcel y se reunieron
bajo las barras de su estandarte Santa F e y E n tre
Ríos, C o rrien tes y Córdoba.
Ese es el proceso. E s o es lo que demuestra, con ló ­
gica e x a ctitu d , el doctor M iranda.
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
255
Y a he d ich o que lam ento no poder detenerm e, como
desearía, en el análisis de todos los ca p ítu lo s del libro
se gu n d o de L a s In stru ccio n e s.
E s e libro r evela novedad en el modo de j u z g a r á
los hom bres y de encarar las crisis que d e tu v ie ro n ó
apresu raron el pensam iento in d epen dizad o r. E s e p e n ­
sam iento nos p erten ece desde el prim er instante del
e sta llid o
en que n a u fr a g a lo colon ial, pues, como
prueba la obra de que me ocupo, abonamos con n u e s ­
tra sangre ese pen sam iento “ en la in surrecció n , en
el éx o d o y en los cam pos de batalla.” — E l ca u d illo
y las m u ch edu m bres que le estam paron com o in icia l
del có d ig o del año trece, v iero n en él, y así lo d ice
el doctor M iranda, la causa verd adera, la j u s t i f i c a ­
tiva, y el p ro p ó sito in co n fu n d ib le , el d e fin itiv o , de
la g lo r io sa r e v o lu c ió n de M ayo.
E l autor del libro se ocupa, después, en dem os­
t r a r , — con no poca abundancia de h ech os y d e d u c ­
c i o n e s , — que “ el fed era lism o r ío p la ten se no fu é una
teoría a r t i fi c i a l y e x ó tic a .” — L o legitim a ba n , amén
de otras causales de e x p o s ic ió n luenga, la fa lta de
v ín cu lo s entre las p rov in cia s, así como lo vasto y h e ­
terogéneo de la entidad, sólo teó rica m en te c e n tra li­
zada, de los segm en to s in teg ra d o res del V ir r e in a t o .
M ontevideo, aun en los días del co lo n ia je, luch ó con
brío por ser autónomo, siendo natural que creciese
esa aspiració n en horas de revu elta, cuando sus h e ­
roísmos y sus desventuras, cuando los abandonos en
que se vió y las fir m e za s de su denuedo, dem ostraban
cien ve ces su derecho á ser libre. E l a rtig u ism o res­
pondía á las ansias del pago, sin co ntrariar las ansias
no m enos ju s ta s de otras regio nes, lo que basta y
sobra para que no extrañem o s el cu lto con que el pago
se v in c u ló á A r ti g a s .
¡ L a m uch edu m bre corre tras el c a u d illo ! — ¡ L a m u ­
256
H ISTO R IA CRÍTICA
ch ed u m b re m uere por el c a u d illo ! — ¡ L a m u c h e d u m ­
bre adora y v iv a al c a u d illo ! — ¿ O s ex tra ñ a ? — ¿ O s
subleva? — ¡ E s tá is c i e g o s ! — ¡ C om p leta m en te c i e g o s !
— L o que es un hombre para vosotros, es una idea para
la m u l t i t u d !— L o que es un hombre para vosotros, es la
im agen del p ago para el m ontón su b lim e! — ¿ Q u é éste
no supo filo s o f a r ? — ¿ Q u é tan sólo supo deshacerse en
sangre ju n to á las costas, bajo los m ontes, en la a sp e ­
reza de las c u c h illa s? — ¡S u instin to a d iv in ó que el
co razón del pago, del pago augu sto , latía bajo el p o n ­
cho del hombre de L a s P ie d r a s !
E s o es lo que nos dice, gallardam ente, el p a tr ió tico
libro del d octo r M iranda.
E l d octor M ira n d a entra, en el resto de la segu nd a
parte de su labor, á e x p lic a r ju r í d i c a y m in u c io s a ­
m ente los otros a rtíc u lo s de L a s In stru ccio n e s. A c a so
abulte sus e x c e le n c ia s cuando com para lo del norte
y lo n u es tro ; pero puedo ju r a ro s que nada abulta
cuando asevera que, en el sur y en su tiem po, n in g u n o
es ta tu y ó la fe rep u b lic an a y
el credo dem ocrático
como nuestro A r tig a s .
Nada diré sobre si es o portu na ó no la eru d ició n
con que nos asombra, porque para mí, aunque los r u ­
cios griten, siem pre es loable y o portu na la eru dició n.
T r a tá n d o se del asunto de que se trata, ¿cóm o he de
critica r, y no he de aplau dir, que el autor nos cite
á L ó p e z y á Bau zá, á M itr e y á B erra, á E s tr a d a y
á R am írez, á G roussac y á M aeso, á F r e g e i r o y á
Ram os M e jía ? D ad os los rum bos que im prim ió á su
obra, ¿cómo he de criticar, y no he de aplaudir, que
el autor, después de citarnos á M on tesqu ieu , nos cite
á S to ry , á Paine, á M adison, á Gound, á L ab o u le y e ,
á L e F u r ó á D u g u i t ? Si los conoce, si los cita bien,
si el recu erdo es útil, si aprendo al leerle, mal puedo
rehusarle mis alabanzas porque no ign ora lo que yo
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
257
ig n o r o y porque me in s tr u y e con ia cosech a de sus
lecturas. A l contrario, debo re g o cija r m e , pu esto que
su sa p ien cia me a y u d a á d ecir que vale la pena de
m ed ita r sobre las co n clu sio n es á que le llev ó el aná­
lisis de los d erech os y de los p ro p ó sito s que f l u y e n
del d ecá lo g o a r t ig u is t a del año X I I I .
H e leído en B o is s ie r que,— para que sea co m p le to un
h isto riado r, — es necesario que ese h isto ria d o r c o n ­
te n g a á dos hombres, es d ecir, que sea un eru d ito y
sea un v id en te. P a r é ce m e que, com o eru dito, y a lo
es de sobra el d octo r M irand a, y parécem e que se
halla m u y p r ó x im o á la v id en cia , sino es v id e n te ya,
cuando trata de que resurja, con ígn ea s claridades, el
sacro ideal que e n trev io el in stin to de las m u c h e d u m ­
bres y que encarnó en su có d ig o d em o crá tico el b la n ­
d en g u e soberbio, el s o fó c lic o m ed itabu nd o del P a ­
raguay.
E s claro que, — respetand o tod as las o pin ion es d i g ­
nas de respeto por lo ilustradas, — y o m an ten g o la
mía. E n tie n d o , — aün despu és de leída la obra de que
trato, — que las in stru ccio n es, so sten idas por el ca u ­
d illo, no son del ca u d illo y sí de L a rra ñ a g a . I m a g i ­
nóme, sin m iedo de o fen d erle, que el ca u d illo no fu é
varón de teorías y de lecturas, porque así no lo h i c i e ­
ro n su edad y sus a fa n e s ; porque no tu v o ocasión ni
espacio para en ten d er de ju r isp r u d e n c ia s n o r te a m e r i­
canas, con poderes equ ilib rado s y con derech os bien
g a r a n tid o s ; y porque, si el ca u d illo fu e r a como lo
apetece mi cu lto p a trió tico , los h istoriadores, aun los
h isto ria d o res de m enor ju s tic ia , a lg o de ello nos h u ­
bieran dejado ve r en las crón ica s cercanas á su tiempo.
L o que sí se d educe del lib ro de que hablo, como de
tod os los lib ro s que tratan bien tan debatido asunto,
es que, fu era n de quien fu e r e n las instru ccio nes, éstas
respo n d ía n al co n fu s o sentir de las turbas, á las ne«7. vi.
258
H ISTO R IA CRÍTICA
cesidad es de la d if í c i l situ ac ió n creada por la in d e ­
pendencia, y al a u to n ó m ico co d icia r de los ca pita n es
de la m on ton era cinco ve ces sublim e. L o que sí se
deduce, y m u y claram ente, del libro de que hablo, es
que n o sotros y nu estro s vecino s, — cada cual por su
parte y entre sacudidas, — nos o rien tam os y nos m o v i­
mos hasta plasm ar el ideal que c e n tip lic ó nuestras
energías, como acontece con todos los pueblos, en las
crisis gen ésica s de las patrias, segú n el cr ite rio rac io ­
nal é h istó rico de V i c o y
M ic h ele t. L o que sí se
deduce,— y en esto e sto y co n fo rm e con el lib ro que es­
tudio, — es que, el ca u dillo , — antes que todos los ca u ­
d illos y todos los co n g re so s de su edad, — e scrib ió
en sus banderas verd a d es que el fu tu ro co n v irtió en
leyes, apostolados que el fu tu ro realizó en sus có d ig o s,
al hacer que sus banderas se desh ilachasen y en san­
gren taran d e fe n d ie n d o las in s tru ccio n es del año X I I I .
É s ta s tr iu n f a r o n y se im pusieron en lo más puro
de su esencia inm ortal. ¡ Q u é m ay o r g lo r ia para el
c a u d illo ! É s te fu é la vo z y el brazo de lo p o rv e n ir ;
pero, para que se d up lica ra la e x c e ls it u d de su d e fe n ­
sor, el po rv en ir quiso co lo ca r en sus sienes la co ro n a
de espinas del m artirio, las hondas am argu ras del
aislam iento. ¡Q u é m ay o r g lo r ia para el c a u d illo ! ¿ Q u é
otro dió form a á lo que sentía? ¿ Q u é otro cuajó, concretizá n d olo , lo que soñaba? E so no ach ica los he­
roísmos de su batallar ni las e x ce le n cia s de su visión ,
porque las instru cciones, — sean fó rm u la de B a rr e ir o ,
ó de M onterroso, ó de L arrañ ag a, — sólo pu dieron ser
el mandato ideal de las turbas porque eran el m andato
y el ideal de A r tig a s .
E s claro, entonces, que el espíritu de las in s tr u c ­
ciones no pudo ser e x tra n je r o á su espíritu, y es claro,
entonces, que m ucho de lo que las in stru ccio n es e sta ­
t u í a n , — lím ites de pago, apertura de puertos ó ubica­
DE LA LIT E RATU RA URU GUAYA
259
ción de la capital, — y a estaba en su co nciencia. E s
claro
tam bién
que
lo
fe d e r a tiv o
diéronselo,
desde
m uch o antes, sus v ín c u lo s con lo p r o v in c ia lis ta y el
estudio de las necesid ades de la patria propia, como
es claro, por últim o, que el m uch o andar entre las
m uch edu m bres indom eñables debió hacer dem ócratas,
m u y dem ócratas y m u y agudos, á sus sentires. T o d o
a quello estaba en el aire, pu d iend o ser com entado en
p resencia s u y a ; pero reu n ir aquéllo sin tro p ezo n es en
arm onioso cuerpo de doctrina, hacer de todo aquello
un cu erpo j u r í d i c o por el fo nd o y la forma, es lo
que me parece más natural y prop io de nu estro L arrañaga que natural y p rop io de nu estro A r t i g a s .
L o que sí hago mío, pero m u y mío, es este precio so
párrafo del d octo r M iranda.
“ N o era, no podía ser un hombre v u lg a r , ni un t a ­
lento m ediocre, ese ex tra ñ o cau dillo, fa sc in a d o r de
m u ltitu d es, que d ir ig ió la su b lev ac ió n po pu la r del
año 11, — que v e n ció en L a s P iedra s, con un e jé r cito
im provisad o, á una d iv isió n a gu errid a , — que encabezó
el éx o d o rebelde de su pueblo, — que am algam ó todas
las razas en su am plio cam pam ento libertario, — que
vió d e sfila r por su tiend a de campaña á tod os los h o m ­
bres de su P ro v in c ia , pobres y ricos, rústicos ó sa­
bios, — que h izo abrir en un m in u to la hosquedad
para g u a y a á la p a lp ita ció n de la vid a a rg en tina, — que
concibió un plan de g u e rra co n tra los p o rtu g u es es
que haría honor á cu a lq u ier general, se gú n sus p r o ­
pios enem igos, — que proclam ó la fed era ció n fren te
á la monarquía, la in d ep en d e n cia fr e n te á la resta u ­
r a c ió n , — que e x te n d ió su in flu e n c ia y su enseña desde
B u e n o s A i r e s hasta los A n d e s , desde el P la ta hasta
la C o rd illera , — que se h izo aclam ar por los criollos
de las pampas, los indios indómitos, y los doctores
de Córdoba, — que inspiró en los h u m ild es una devo-
260
H ISTO RIA
CRÍTICA
ción filia l, casi su persticio sa , — que fu é p r o tecto r de
pueblos y padre de pobres, — y que por fin, cuando
vencid o, p erse g u id o , traicion ado , pasó casi solo el
U r u g u a y , d espu és de la espantosa d erro ta de T a c u a ­
rembó, tu v o to d a vía p r e s t ig io para sacar de la nada
un nu evo ejército , — dos mil co m batien tes s u r g id o s
á su lado como por arte de magia, — para tentar, en
un tr á g ic o duelo, el ú ltim o e s fu e r z o contra la d es­
g racia y la m u erte.”
C o n clu y a m o s, aunque nos d uela la rap id ez y la j u s ­
ticia nos lo reproche.
E s a obra tiene razon ado el plan, c o rrec to el le n ­
guaje, sobradas las pruebas y el p rop ósito nobilísim o.
A fir m a m o s , en to n ces y sin tem or alg u n o , que sus c i ­
m ientos fir m e s y su só lida co n s tru cció n , su fo n d o
sano y su co rrec to estilo, su abundoso j u g o y su e x ­
celente fin, dan reliev e y a uto rid ad al lib ro útil, e r u ­
dito, amable y p a tr ió tic o del d octo r M iranda.
N o me ocuparé, por estar inspirad os en el p a r t i­
dismo más que en la historia, de los fo lle t o s que sobre
la cru zada lib erta d o ra escrib iero n P é r e z O la v e y el
sutil C arlo s B lix e n .
L o que no puedo ni quiero pasar en silen cio, y a que
hablo de h isto ria y de poesía en estas m od estísim as
páginas, es lo escrito por la plum a del d octo r Salgad o.
D o ctoró se éste en 1901, desem peñando fu n cio n e s de
co n fia n z a en el A t e n e o y en el In stitu to H is tó r ic o
G e o g rá fico .
Ha sido periodista, p o lític o de combate, poeta en
ocasiones, y ca ted rá tico de h isto ria am ericana en n u es­
tra U niversid ad.
R ecu e rd o que cité, en otro de estos volúm en es, un
libro su y o de ju risp r u d e n cia , — libro titu la d o D e la
P o sesió n , — y podría citar, por ser p u lcras sus rimas
y el estro noble, algu nas estro fa s de su Canto á la P az.
DE LA LITE R A TU R A U RU G U AYA
261
N o todos los versos me suenan á gloria, por su
armonía, ni el v u elo del núm en me sa tisfa ce siem pre
en el canto aquél, que en ocasiones como prosa h a ­
b la ; pero hallo cierta fa c ilid a d y cierto clasicism o,
que y a no ex iste por estas tierras, en la oda a m e ri­
cana del d octo r Salgad o.
N o preten d o in sistir en p equ eñ eces de poco fuste,
que y a antes de ahora m an ifesté, ni he de negar m e z ­
quino, a poyá n d om e en esas pequeñeces, que el canto
está co m puesto con p ro p ó sito s encom iables y con c o r ­
dura técnica. N o tod os tenem os la o b lig a ció n de a p r i ­
sionar entre nu estro s brazos á la sonorosa y m a g n i f í ­
cente m usa de A n d r a d e .
N ad a g an aría ni p erd ería la co m p o s ició n porque
y o d ijera que no me gustan, como a ltitu d y como
sonido, los versos sig u ie n tes, aunque no les sobren ni
les fa lten sílabas:
“ C o n tem p lará n tus cerros y atalayas
A los soberbios, rápid os navios
T r a y e n d o desde E u ro p a ,
H asta tus ricas playas,
R e p le ta de esperanzas y de bríos,
D e las labores la robusta tropa.
L o presente á los hombres testim on ia
Q ue c o n tr ib u y e su a fano so embate
A que el tiem po desate
E l lazo que nos l ig a á la c o lo n ia .”
T a m p o c o creo que la co m p osición ganase ni p e r ­
diese porque y o d ijera que h allo más aceptable y más
m usical la e s tr o fa sig u ie n te, sobre todo en los cuatro
versos ó bordones con que f in a liz a :
“ E l tenaz sembrador en el sendero
A r r o j a r á g ozoso las sim ientes
2Ó2
H ISTO RIA
CRÍTICA
D ó en épocas cercanas,
A l b r illo del C ru cero,
S u r g ir á n de las tierras co m p la cien tes
L a s siem bras v ig o r o s a s y lozan as:
F lo r de lo porvenir, que por el m uro
D e l pasado d e cr é p ito se asoma,
C o lm and o con su aroma
E l boscaje tr iu n f a l de lo fu t u r o .”
L a poesía es el d ia lecto de las im ágenes. Á la prosa,
por lo general, la d e fie n d e el va le r de la idea. E l verso
necesita, adem ás del v a ler de la idea, lo f ú l g i d o del
tropo. N o basta, en el verso, pensar y
sentir. E n
poesía, clá sica ó no clásica, h a y que pensar y sentir
estética y retóricam en te.
Sien do esto así, es natural que m u ch os se p r e g u n ­
ten el por qué escribe mi tosca pluma, cuando mi
prosa y mis pobres versos son tan poco estim ables.
No ignoro, no, que c r itic a r es f á c i l ; pero mi labor
de crítico , aún siendo fá c il y aborrecible, no está
lig a d a ni con m is veréos ni con mi prosa. A q u í su ­
cede como en los sermones. A q u í es fo rzo so que ra­
zonéis sobre lo que digo , sin en tro m etero s en lo que
hago. Mi labor retó rica y mi labor po ética aun cuando
fuesen, — lo que á m ila g r o me sonaría, — diez ve ces
peores de lo que son, no harán ni m enos razonables
ni menos a tend ib les mis o pin ion es cuando censure
caballerescam ente con tacto, ciencia, ju s t ic ia y s i n ­
ceridad.
E l Canto á la P az no es, por otra parte, la m ejo r
de las co m posicion es po éticas del d octo r S algad o. Y o
prefiero, como ritmo, los s in fó n ic o s bordones de I n ­
vernal, y prefiero, como elevació n ó em puje, su silva
A L ava llcja . A ñ a d am o s que el verso no es la ca rac­
terística d iferen cia l del d octor Salgad o, cu y a obra de
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
263
m ay o r resonancia y de m ay o r a lien to debiera ser la
co n s titu id a por los vo lú m en es de su H isto ria de la
R e p ú b lica O rien ta l d el U ruguay.
N o he de detenerm e, por estas razones, ni sobre su
lib ro de j u r is p r u d e n c ia ; ni sobre el fo lle t o en que de
los cabildos co lo n ia les tra ta ; ni sobre las e s tro fa s del
canto de que h a b l é ; ni sobre otros rim ados arabescos
de su m ism o númen, que tienen m ás red u cid o alcance
y m ejo r factu ra. E s o es labor liviana, — si e x c e p tu á is
el libro de ju r is p r u d e n c ia que com entó don P a b lo De
M aría, — dentro de la a m p litu d de la labor h istó rica
del ca ted rá tico de la U n iv e r s id a d . E so, si bien se
mira, tan sólo sirve para dem ostrar que la v ir t u d ó
el v icio , — tal ve z el v icio , — de la m a y o ría de n u es­
tro s ingenios, es la fa c ilid a d u n iv e rs a liza d o r a que se
a d v ie rte en la plum a del d octo r Salgad o.
N o nos place ni nos e n o r g u lle c e ser especialistas.
N o s creem os poco si no nos a creditam o s de rim a d o ­
res, de ju r isc o n su lto s, de sabios en cien cia d iv in a y
humana, de cuanto el m undo concibe y tien e en a f e c ­
tuoso aprecio, lo que si es un mal para los que e s c r i ­
bimos, es un bien, y un gran bien, en lo que atañe y
toca á la a m p litu d de los h o rizo n tes de n u estra c u l ­
tura. L a es p ecia liz a ció n nos parece sím bolo de ve je z ,
com o le parece sím bolo de v e je z al m aestro U nam um o.
A s í un b a ch ille r nuestro, fu era del h elenism o y de
los latines, es un d octor en letras y en fil o s o f í a d o ­
qu ier que vaya, como un hombre p ú b lico de los menos
sabios de mi tie rr u ca daría que hacer en todas las
asambleas le g is la tiv a s de los pu eblos de E u ro pa .
E n tanto que los más se preo cu pan de a crecer el
m úsculo, nosotros nos preo cu pam o s de fo r za r el ce ­
rebro. Ser in teligen te , en mi país, es una o bligación ,
un com prom iso moral de la raza, com o un em peño que
aceptam os gustosos desde la cuna. N o es lis o n ja á los
264
H ISTO R IA
CRÍTICA
m íos lo que m a n ifie sto con gozosa soberbia. E s j u s ­
ticia que les trib u to sin parquedades. Y que es j u s t i ­
cia, que no es liso n ja, que no es vanidad torpe de
patriotero, d íc elo bien lo duro que so y con los de mi
casa cuando así me lo pid en las honradeces de m i
co nciencia.
L o s cu atro tom os de la h isto ria escrita por el d o cto r
S a lga d o abarcan desde lo a caecido el 22 de O c tu b r e
de 1830 hasta lo acaecido el 23 de O c tu b r e de 1838.
E n el libro del señor Sa lg a d o se reabre el pleito, el
lu ctu o so pleito, el terrib le pleito, el p le ito sin fi n
entre O rib e y R iv era , p areciénd om e in ú til m a n ife s ­
tar que el autor lo fa lla á fa v o r de R iv e ra y no á f a ­
vo r de O ribe.
Si la h isto ria p u d iese escribirse sin p en etrar en los
reco veco s más hond os de la historia, todos tend ríam os
alien to s y a p titu d e s de h isto riado r. Si se pud iese p res­
cin d ir del rum bo que las ideas im prim en á los su c e ­
sos, para j u z g a r á los sucesos, h ijo s de las ideas, se g ú n
les cuadre á las p o lítica s a fic io n e s del que los ju z g a ,
nada más se n cillo que el sabroso papel de rep a rtir
recom pensas y palm etazos, h aciend o que los p a lm eta ­
zos corcoben siem pre á nu estros a n tag o n ista s y que
las recom pensas no alcan cen jam ás á nu estro s e n e ­
m igos.
E x p líc a s e esto, — ante lo m ontaraz de las a g r u p a ­
ciones tra d ic io n a les de mi terruño, — cuando se es­
cribe un libro de p o lític a co ntroversia, cuando se
escribe un libro batallador, cuando se escribe un libro
para en ardecer á las m u ch edu m bres. L a moral no lo
acepta, la moral lo repudia, la moral se irrita, la moral
se siente agraviad a hasta en el caso que y o s u p o n g o ;
hasta cuando el libro es un libro de circu nstancias, un
libro de combate, un libro de rencores, un libro t r a ­
zado en un m omento de cieg a exaltación .
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
265
L a m usa de la historia, de la h isto ria austera, no
es el partido. L a m u sa de la h istoria, de la h isto ria
austera, es la verd ad santa, es la ve rd ad augusta, es
la verd ad que no qu iere m en tir ni al h o y su g estio n a ble
ni al mañana in fle x ib le .
N o m erece nombre de h isto ria d o r el n a cio n a lista
que d is cu lp a á O ribe, cuando O ribe, por sedes de
reva n ch a y restauración , cámbiase en un sa n gu in a rio
secuaz de Rosas. E l n a cio n a lista que h u y e de la v e r ­
dad, que blanquea los y e rr o s de los su y o s por m e n ­
guad os amores á lo que fué, in fie re á su partid o una
h erida profu n d a, d em ostrando que su pa rtid o no sabe
ser probo ni ju s tic ie ro , porque más alto que sus a f i r ­
m aciones habla la boca m uda de A v e ll a n e d a y habla
la liv id e z del rostro clavado sobre la pica que aún
r e fu lg e en la plaza de T u cu m á n .
D el m ism o m odo no m erece el nombre de h i s t o r i a ­
dor el que, para e x p lic a r s e los actos p resid en c ia les
de don M an u el O rib e, se co n ten te con in q u irir que
don M an u el O rib e fu é un en em ig o personal de R iv e r a
y un obscuro sa télite de la r e y e c ía tir á n ic a de Rosas.
E l que así lo hiciere, el que con tan poco se c o n te n ­
tare, no ve los h ilo s o cu lto s de la h isto ria y no sabe
sacar, del m o n to n cito de docu m en to s de que se sirve,
las ideas que ilu m inan los h ech os de una época y
las o rien ta cio n es de una generación,' como el sol i l u ­
m ina las cum bres y los v a lle s de una comarca. E l papel
público, que re g is tr a el hecho, contiene la idea que lo
p r o d u jo y la im ag in a ció n de los h isto ria d o res es la en­
ca rga da de c o n s e g u ir que el papel se anime, se m oldee
y hable para revela rn os lo que los h ech o s no nos
dirán jam ás ni sobre los d e sig n io s del año 11, ni sobre
los d esig n io s del año 20, ni sobre los d esig n io s del
año 56.
M a ca u b a y nos dice que esa parte de la literatura.
266
H ISTO RIA CRITICA
llam ada h istoria, vien e á ser “ com o un t e r rito r io en
l it ig io , en cla v ad o en la fr o n te r a de dos naciones d i­
fe r e n te s y hostiles, pero que se halla bajo la j u r i s ­
d ic ció n de ambas.” — “ R e s u lta de ahí que, com o todas
las r e g io n e s de id é n tico modo mal asentadas, está mal
deslindada, mal asentada, peor adm inistrada, y que
en ve z de rep a rtirse por igu a l entre sus dos dueños,
la razón y la im ag inación , cae a ltern a tiv am en te bajo
el poder único, arb itrario y absoluto de cu a lqu iera
de los dos, tornán dose fi c c i ó n ó teoría se gú n el caso.”
E s la im ag in a ció n la que, v iv if i c a n d o los sucesos
obscuros, ilu m ina los reso rtes m o trices de la historia,
y es el r a c io cin io el que toma á su ca rgo co n cretiza r,
depu rad am en te, lo que ven los cristales de la im a g i­
nación. E n m uchas ocasiones, el pensam iento, causa
del sucedido, tien e una raíz leja n a y co m pleja, como
busca un p ro p ó sito co m p le jo y lejano, siendo este
p ro p ó sito y aqu ella raíz lo que debe en con tra r el h isto ­
r i a d o r , — no en el m o n to n cito de papeles de que se
sirve, — sino en la fi lo s o f í a prop ia de cada edad, es
decir, en la idea que m ueve á las edades p r e c i p i t á n ­
dolas hacia el sol del fu tu ro . R osas es a lg o más que
el tirano Rosas, com o O rib e es alg o más que don
M an u el O ribe, para la idea que en el fo n d o del m o n ­
to n cito de papeles descu bren la razón y la im ag in a ción
de que habla M acau lay.
De no ser así, borrada la idea que m ueve á los
hombres, — sin que los hom bres lo echen de v e r , —
no serían sino tiranos el o nceno de los L u i s e s de
F r a n c ia y el más grande de los P e d r o s de R usia. D e
no ser así, borrada la idea que m ueve á los h o m b r e s ,—
aun á pesar suyo, — no serían sino m u ch edu m bres
d esp recia bilísim a s las m u ch edu m bres que aclaman á
R o b esp ierre y las m u ch edu m bres que se hacen ame­
tra lla r en torno del caballo de Napoleón.
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
267
B ilb a o nos dice en la p á g in a nueve del tom o p r i ­
mero de su H isto ria de R o sa s:
“ L a h isto ria de R osas no ha sido aún escrita. L a s
d ife r e n te s y m u ltip lic a d a s p u b licac io n es que se han
dado á la lu z en pro y en co ntra de este hombre, más
han servido para m an ifesta r el e x t r a v ío que s u fre el
in d ivid u o cuando es dom inado por las pasiones p o l í ­
ticas, que de fu e n te s que g u íe n á d escu b rir la verdad.
” L o s partidos, a natem atizánd ose r ecíp ro ca m en te de
déspotas, bandidos, r e tró g r a d o s y salvajes, han o l v i ­
dado el d ir ig ir s e á la razón del hom bre y se han co n ­
tentado en m antener en constan te in cen d io el volcán
de las pasiones.
“ Si fu e r a á escribirse la h isto ria aceptand o el fa llo
de uno de los bandos, resu lta ría que el otro era un
m on struo de iniquidad. Y si se a cepta ra el j u i c i o de
ambos, el resu lta d o sería más triste, porque en ese
caso habría que a d m itir que la sociedad toda había
sido una m a d r ig u e r a de m alvad os que se disputaban
el p o der.”
L o m ism o aco ntece con los h isto ria d o res de O rib e
y de R ivera. L o m ism o acontece. E n aquellas dos c u l ­
pas n in g u n o quiere ve r las dos fu e r za s precisas para
que la balanza de nu estro s destinos no se d eseq uilibre
hasta la anu lación de la nacio n a lid a d repu blican a de
estas regio n es. E s bueno y co n v en ien te que el país se
divida, que el país en masa no sea ni u n itario ni f e d e ­
ral, que todo el país no esté con R osas ni esté con
In gla terra.
¿ P o r qué es n ecesario? P o rq u e el un itarism o es
una reacción hacia lo colonial, como es u na reacción
hacia lo co lo n ial la d espó tica d ictad ura, — de igu a l
m anera que el un itarism o y la d ic ta d u ra son el r e ­
s u r g ir de lo esperan zado por aqu ellos g obiern o s centra liza d o re s con quienes batallam os a rd ien tem en te en
26S
H ISTO R IA CRÍTICA
la edad esqu ilian a de A r t i g a s . A s í, no me sorprende
que no triu n fe n , al fin a l del pleito, ni la d ic ta d u ra ni
el u nitarism o, n a u fr a g a n d o en el mar de nu estro s en­
conos la idea de L a v a l l e y el poder de Rosas.
E n el lib ro de que y a me serví, en la p á gin a 368
del tom o p rim ero de la H isto ria de R osas, dice M a ­
nuel B i l b a o :
“ E l u n ita r io quería, hasta 1820, el ré g im e n c o lo ­
nial en p o lítica , al e x tre m o de tra b a jar por la o r g a ­
n iz ac ió n de u na m onarquía.
" E s t e p ro p ó sito dió d ie z años de anarquía que acabó
por traer el caos.
” E s te m ism o p a rtid o apareció r e fo rm a d o en 1821,
prop on ié n d ose la r e fo rm a social y el ré g im e n r e p u ­
blicano u nitario.
” E r a re v o lu c io n a r io en ideas so cia le s; pero colon ial
adelantado en ideal p o lítico .
" Q u e r ía en el fo n d o c o n s titu ir un g ob iern o que
cen tra lizase la acción de las localidades, ó lo que es
lo mismo, ser para las p r o v in cia s lo que E sp añ a había
sido para los pueblos, la M e tr ó p o li.
" E l u n itarism o en con tró su fu e r z a en B u e n o s A i ­
res, que había in icia d o la r e v o lu c ió n de la in d ep en ­
dencia y se creía la cabeza del cu erp o nacional, cu y o s
m iembros eran las localidades.
" E s t e p rop ósito era la v io la c ió n del p r in c ip io de
la igu ald ad po lítica, p rocla m ad o por la revo lució n,
que d escon ocía los d erech os de las p r o v in cia s para
darse sus a uto rid a des com o se las daba la capital.
" E s t a obra del partid o u n ita rio en con tró la r e s i s ­
tencia natural de los pueblos, que se sentían d espo ­
jad o s de sus facultades.
" E s c error, p ro v en ien te de la ed u cació n dada por
la España, era el lado colon ial é im p e rfe cto del u n i ­
tarismo.
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
269
"D e b id o á la p e r tin e n c ia de ese pa rtid o fu é que la r e ­
pú blica p erd ió sus m ejo res prov in cia s.
” E 1 P a r a g u a y p rop uso la fed era ció n y fu é d es­
echado.
” L a B a n d a O r ie n ta l se separó y se h izo in d e p e n ­
diente, nada más que porque el p a rtid o u n ita r io r e­
chazó la o rg a n iz a c ió n fe d e r a l.”
E l recelo de las p r o v in cia s no en tornó los o jo s ni
un solo instante. Q u e r ía n ser autónom as, d entro del
pacto esta blecid o por el o rig e n y la costu m bre y la
co nvenien cia. Q u e r ía n ser autónom as por in stin to y
por r e fle x ió n , estrellán do se co n tra este firm e deseo,
la cu ltu ra, la verba, la h abilidad, el e m p u je y las
armas de los un itarios. A s í fu é resis tid a con v i r u le n ­
cia la unidad de régim en , proclam ada sin tin o por
el co n g re so del año 26.
V e d lo que nos dice M arian o P e ll i z a en la p á gin a
331 de su D o rreg o en la h istoria de lo s p a rtid o s u n i­
tario y fe d e r a l:
“ C ó rd o ba y Sa n ta F e r eso lv iero n separarse de la
u nión que habían su scrito si no se c o n s titu ía el país
fed eralm en te. T a n a tr e v id o g o lp e era la d erro ta del
unitarism o en la p ráctica. S ien d o estas dos pro v in cia s
lin d eras con la de B u e n o s A ir e s , todas las demás m e ­
diterráneas quedaban interceptadas, y la p resid en c ia
se en con tra ría con la u n id ad c o n s titu id a en la le y , y
la d iv isió n m aterial realiza d a en el te r rit o r io .” — “ E n
prese n cia de tal r e so lu c ió n y a pued e presu m irse lo
m enguado de las esperanzas en que repo saría el p a r ­
tido u nitario, vien d o por todas p artes la resisten cia
pasiva del cam ino legal, ó la in s u rrecció n arm ada y
hostil para d espren derse cuanto antes de su d om ina ­
ción. L a g u e rra e x t e r io r era el lazo ú n ico que, á fin e s
de 1826, c o n firm ab a u nid as las asp iracio n e s de los
pueblos al firm arse, el 24 de D icie m b r e la C o n s t i ­
tución N a cio n a l.”
270
H ISTO R IA CRÍTICA
N i R iv a d a v ia , con ser R iv ad av ia, pudo salvar al
unitarism o, como el unitarism o, ni aun con tod os los
recu rso s de que d ispone el poder central, pudo im ­
pedir el n a u fr a g io de R ivad avia.
L e o en la p á g in a 187 del libro que el d octo r D a v id
P e ñ a ha co n sag rad o á F a cu n d o Q u irog a :
— “ F o r m a contraste, de seguro, el é x ito que o b ­
tiene Q u ir o g a y el d esqu icio de las o p in ion es de los
g ra n d es p o lít ic o s de la ciu dad capital. E n un año
F a c u n d o ha o rg a n iza d o el g obierno de L a R i o j a ; ha
m archado de acu erd o con B u s t o s é Ib a rra ; ha o b te ­
nido que siete p r o v in c ia s d esp o jen á B u e n o s A i r e s
de las p r e r ro g a tiv a s que ella se a rr o g a ra ; ha a lc an ­
zado tres g ra n d es v ic t o r ia s m ilitares, y ha dado en
tie rra con la p resid en c ia de R iv a d a v ia .” — “ N o es
cierto, entonces, que la d errota de los u n itario s sea
e x p lic a b le por lo avanzad o de su credo. M ás c o m p li­
cado era el co n ce p to del fed eralism o , y bastó un A r ­
tig a s para d iv u lg a rlo .
P e rd ió
á R iv a d a v ia
y
á su
c ír cu lo no estar dotados de la d u c tilid a d p recisa para
lleg a r á la p s ic o lo g ía del habitante de las provincias,
cu y a g e o g r a f ía d esco n ociero n tanto como sus id io ­
sincrasias. P o r un m alhadado en greim ien to, que la
fo r tu n a ha tra n sm itid o á m u ch os de sus d esce n d ie n ­
tes, el p o lítico de B u e n o s A i r e s no supo echar p u e n ­
tes hasta el alma de tie rra adentro, alma que se reveló
en F a cu n d o como si fu era el haz vibra nte de todas
las represalias por las h u m illacio n es recibidas hasta
en tonces.”
¿Q u é sucede cuando D o r r e g o cae fu lm in ad o á los
pies de L a v a lle ?
Im po ten te L a v a lle para o rg a n iza r el país después
del fu sila m ien to de D o rreg o , no bien Rosas sube al
poder, circu nd an á Rosas tod os los en em ig o s de lo
unitario, todos los pueblos que buscan en la f e d e r a ­
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
271
ción el goce de la libertad, todos los ca u d illo s que
u tilizaban esas a sp irac io n e s para sus p ro p ó sito s de
d om inación d espótica, y todos los que sueñan con
v e n g a r la m u erte de D o rreg o .
R osas fu e un tirano, un tirano terrible, un san­
g r ie n to tirano. Rosas, en el fondo, fu é tan u n ita r io
com o el más cen tra liz a d o r de los lavallistas. P e r f e c ­
tam en te ; pero Rosas en tretien e á lo p ro v in cia l, h alaga
á las m u ltitu d e s del interior, y perp etú a su autoridad
sirvién d o se del sueño de lo fe d era tivo , y ese sueño,
que es la idea de lo po rv en ir, es lo ú n ico que puede
se rv irn os para e x p lic a r m u ch os de los fen ó m en o s de
la h isto ria del tie m p o aquél.
¿ E r a h acedero que O rib e y R iv e ra p erm an eciesen
ex tra ñ o s al c o n f li c t o de la unid ad y la fe d e r a c ió n ?
N o era hacedero. D i g o y r ep ito que no era haced ero
de n in g ú n modo. E n a quella edad nos pesan los v e ­
cinos y nos pesan los cónsules. M ás ó m enos tard e
h ubiésem os m ediado en la p u ja desesperada, po rq ue
ni á F ra n cia ni á Rosas les co n v en ía la n e u tra lid a d
de M o n te vid e o . M o n te v id e o era, para Rosas, un o b s­
tác u lo pu esto en el cam ino de las naves de F ra n c ia ,
y era, para F ra n cia, un alm acén, un depósito, una
estación para las naves del bloqueo s u fr id o por Rosas.
E n to n ce s, al tirarse los naipes, ¿quién estu vo d on de
debió ló g ica m en te estar? ¿ R iv e r a ? ¡ N o ! ¡S eam o s j u s ­
tos a lg u n a v e z ! ¡ N o podíam os ser u n itariq s por im ­
ped irlo las in s tru ccio n es del año X I I I , como no po ­
díamos a dm itir que las coronas in f lu y e s e n en n u e s ­
tra v o lu n tad sin o lv id a rn o s del p rop ósito que nos
g u ió en los lances de L a s P ie d r a s y de Santa M a r ía !
Q u e O ribe vaciló, tratan do hasta cierto punto de
ser neutral, — á pesar de lo am ericano y fed era lista
de nuestra leyend a, — dícelo el m o n ton cito de pa­
peles p ú b licos que h a lla réis en la h iso tria del general
= 72
H ISTO RIA
CRÍTICA
D ía z. A q u e l m ism o m o n to n cito de papeles p ú b licos
nos dice, tam bién á voces, que su v a c ila r á n in g u n o
sa tisfa cía , com o no s a t is fiz o á los le g io n a r io s la a l ­
t iv e z de r e g ió n de los h om bres de la D efensa.
E l d octo r S algad o, para e x p lic a r el a lzam ien to que
d errum bó á O ribe, se ex p r e sa de este m o d o :
“ R iv era , ca rga d o de g lo ria s y de p r e stig io , ten ien do
tras sí á la m a y o ría de la R ep ú b lica , no po día m irar
im pasible que el p resid en te O rib e tratara de d estru irlo
com o p erso n a lid a d p o lítica , y de anular para siem pre
al p a rtid o que encabezaba.”
¿ C u á le s son los h ech os en que se fu n d a el h isto ­
riad or para j u s t if ic a r la a c titu d de R iv e r a ? N o será,
sin duda, el d ecreto que abría las puertas del país á
lo s em ig ra d o s del año 32. — U n a am n istía puede ser
cau sa de r e g o c i j o ; pero no puede ser causa de que
los d e cliv e s de nu estras lomas se cubran de cru ces
por odio á L a v a lle ja . — N o sería, sin duda, la s u p r e ­
sión de la C o m an d a n cia G eneral de Cam paña, porque,
sea cual sea la o p in ión p o lític a del d octo r S algad o, el
d octor Sa lg a d o no pu ed e j u s t i f i c a r el modo de s e r ­
v ir se de los d in eros p ú b licos del g eneral R iv era . —
N o serán, sin duda, los actos fin a n c ie ro s del m inistro
P é re z, porque aqu ellos actos son y serán siem pre un
tim bre de honor para la p resid en c ia co n s titu cio n a l de
don M an u el O ribe. — N o será, sin duda, lo hecho en
bien de los estu d ios prim a rio s y su pe rio res por aquel
gobierno, porque c i v iliz a r va lién d o s e del lib ro no
puede ser un crim en para el d octo r S algad o. No serán
los destierros, y las co n fis ca cio n es, y el pasar por las
armas, porque hasta el 15 de Ju lio de 1836 no halló,
en el libro del d octo r S algad o, n in g u n a m ed id a de
se g u rid a d ni de p reca u ción tom ada por el gobierno
del general O ribe. ¿ E n qué se fu ndaba, entonces, el
m ov im ien to que debía estallar tres días después, se­
gún nos dice el mismo d octo r S a lga d o ?
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
273
“ E l pen sam iento del g eneral O rib e d urante su g o ­
bierno, que fu é el de d estru ir la in f lu e n c ia p o lít ic a del
g eneral R iv e r a y de su partido, tra jo com o co n s ecu en ­
c ia una fo r m id a b le r e v o lu c ió n en cabezada por este
últim o, la cual, d espu és de m u ch as v ic is itu d e s , acabó
po r t r iu n f a r co m pleta m en te y po r derribar del poder
al p resid en te O rib e .”
In ú tilm e n te el señor S algad o, en el ca p ítu lo ú ltim o
del cuarto de los tom os de su obra, trata de r e fo rz a r
el pá rra fo que antecede. N o nos p resenta ni un solo
h e ch o que j u s t if iq u e la a ctitu d de R iv era , pues la
ca rta que R iv e r a d ir ig e al co ro n el B r ito s, — a n u n ­
c iá n d o le una r e v o lu c ió n co n traria al m in ister io y no
a l presid ente, — está d esm en tid a por la respu esta que
B r i t o s da á la carta, resp u esta que h a lla réis en la l a ­
bor h istó rica del g eneral D íaz.
— “ N o son sus a m ig os de usted y m u ch o menos
de la patria, los que le han co m p ro m etid o á dar un
paso que va á m anchar para siem pre una rep u ta ció n
a d q u ir id a á costa de tan tos s a c r ific io s .” — Y el c o r o ­
nel B r ito s, en a quella respuesta, d esa u to riz a la r e b e ­
lió n , a firm a n d o c a tegó ric am en te que no es arbitrario,
ni d espótico, ni cosa que lo va lga , sino respetu o so de
l o co n s titu cio n a l y m u y h onrado en el m an ejo de los
d in ero s públicos, el g ob iern o de don M an u el O ribe.
E l d octo r Salgad o, y a que citó la carta del general
R iv e ra , obra con h o nrad ez cuando e x tra c ta la epísto la
<ie B r ito s . A s í lo e x i g í a la im parcialid ad , en c o n trá n ­
dose reg is tr a d o s los dos docu m en to s en el montoncit o de papeles de la labor de Díaz.
In sisto, pues, en que el d octo r S a lga d o no nos p r e ­
senta ni un solo h echo que ju s t if iq u e la a ctitu d de
R ivera, si se e x ce p tú a n la su presió n de la C o m an d a n ­
c i a G en eral de Cam pañ a y la p u b licid a d dada á los
repa ro s que su frie r o n las cuentas de 1834. E l doctor
1 8 ,- v i.
274
H IST O R IA CRÍTICA
S algad o, — si bien reconoce lo m an irro to que fu é R i ­
v e r a , — tra ta de atenu ar el va lo r de los ú ltim os, aun
cuando los ú ltim o s se hallan ro b u s te cid o s por las f i r ­
mas de dos contadores, M ig u e l F u r r i o l s y F r a n c i s c a
A c u ñ a de F ig u e r o a , amén de las firm a s de A n t o n i o
D o m in g o Costa, Ram ón A r t a g a v e i t i a y Juan P e d r o
R am írez, m iem b ros de la C o m is ió n de Cu en ta s de la
Cám ara de R ep resen ta n tes.
L o s dos ú n ico s errores que O rib e com etió, — n o
ante el país, sino ante los intereses p o lít ic o s que R i ­
vera representaba, — fu e r o n u na le y de am n istía y una
reso lu c ió n de n o to ria m oralidad. — P en sam o s com o el
gen era l D ía z, cuando éste nos dice en la p á gin a 181
del tomo I I I de su tra ba jo h is t ó r ic o :
— “ N u n c a se e n co n tra ría s u fic ie n te m e n te j u s t i f i ­
cado el d ere ch o que p reten d ía ten er el señor R iv e r a
para co n tin u a r en el ex tra n je r o , en la p r o s cr ip ció n
y en la m iseria, á la m itad de los h ijo s de su p r o p ia
patria, y a no porque habían h ech o uso del d ere ch o
de una re v o lu c ió n , sino por c u a lq u iera que fu e s e n
las causas, desde que la A s a m b le a de la R e p ú b lic a
les llamaba y éstos som etían sus a ctos á la acción de
’ os tribunales. L a nación no podía hacer se m e ja n te
s a c r ific io en aras de los resen tim ien to s perso nales del
señor R iv e ra y del c ír c u lo á c u y a s a spiracio n es o b e­
d ecía.”
N osotros, que consideram os una fla q u eza y una in i ­
quidad el d estierro sin fin de L a to rr e , mal p o d ríam o s
co nsidera r una fa lta ó un crim en la le y que abría las
puertas del terruño á los parciales de L a v a lle ja .
Pensam os igu a lm en te com o el general D íaz, cu a n d o
éste nos dice en la p á gin a 179 del tomo I I I de su
labor h istó rica :
— “ L o s gastos que ocasionaba la Co m an da n cia G e ­
neral de Cam paña y sobre todo las ero g a cio n es e x c e ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
275
sivas, y hasta im aginarias, con que se recargaba á la
n ació n que las abonaba r e lig io sam en te , h iciero n im ­
posible la r e g la m e n ta c ió n de la h aciend a á este r e s ­
p ecto .” — “ E l g eneral R iv e ra fu é varias ve ces a p e r ­
cibid o h asta que el G obierno, como ú ltim a reso lució n,
se en con tró en la n ecesid a d de hacer cesar la C o m a n ­
d an cia G en eral de Cam paña, que no ten ien d o otro
o b je to que s a tis fa c e r las m iras del señor R iv e r a de
estar siem pre en co n ta cto con el e jé r c ito de la R e p ú ­
blica, servía por otra parte para a lim en ta r los en o r­
mes g asto s que aquel g eneral hacía d is tra y en d o con
d is tin to s fin e s los d in eros del T e s o r o N a cio n a l.”
E l estilo del d octo r S a lg a d o vale más que el estilo
del gen era l D í a z ; pero, en esta ocasión, la ju s t ic ia
está con el g eneral D ía z y no batalla con el d octo r
S a lga d o. L o s que se in d ign ab an con los feu d o s na­
cionalistas, dem andando su su presió n desde 1898 hasta
1903, deben ló g ica m en te y sin sa lved ades a p la u d ir la
m ed id a m ora lizad o ra é in s titu cio n a l de don M an u el
O ribe. Si eran un atentad o co n tra la norm alidad de
nu estro sistem a g u b e rn a tiv o los fe u d o s de Saravia,
no pued e ni debe d esco n oce rse que im plicaba la n e ­
g ació n de ese m ism o sistem a el enorm e feu d o r e p r e ­
sentado por la C o m an d a n cia G en eral de Cam paña.
R econ ozcam o s, por otra parte, que aquel p leito tiene
una d oble f a z : la fa z interna y la fa z e x terio r. L a
se gu n d a tiene, á su vez, una doble f a z : la creada por
los intereses de los p a rtid os y la creada por las v i n ­
cu lacio n e s h istóricas. E s ind u dable que, á ser p o si­
ble, no debim os in terv en ir en el p le ito de los u n itario s
y los fed erales, com o no debim os in te r v e n ir en el
p leito de los a rg e n tin o s y los europeos. L a n e u t r a li­
dad, d esgraciadam ente, era un ensueño co ntrarrestado
por la in flu e n c ia poderosísim a de los v ín c u lo s y de
las trad iciones.
276
H ISTO R IA CRÍTICA
L e o en la p á g in a 117 del tom o se gu n d o de la obra
de D ía z que, cuando los la v a lle jis ta s se levantaro n
en 1832, — “ el gen era l a rg e n tin o don Juan L a v a lle ,
los coron eles O la v a r ría y V e g a , y a lg u n o s o fic ia le s
más que se habían presentad o á p restar sus se rv icio s
á la causa del G o b iern o C o n s titu c io n a l, fu e r o n d es­
tin ado s por R i v e r a á va rio s ca r g o s m ilita res .” — T a m ­
bién L a v a lle , en el choque del año 34, sirve á R iv era .
L a v a l l e es, tam bién, el v e rd a d ero ve n ce d o r de los oribistas en el P alm ar. ¿ A qué decir, entonces, hacia
dónde se in clin a el po der de R osas?
Si p r e sc in d ís de lo que antecede, no por eso la
nube desaparecerá. O ribe, que in d u da blem en te era un
e sp íritu culto, debió v e r que el p o rv e n ir p erten ec ía
á lo fed eral, como debió m irar con serias p r e v e n ­
ciones la in te r v e n c io n ista a ctitu d de la E u ro pa .
D o n F é l i x F ría s, en su o p ú scu lo L a gloria d e l tirano
R osas, se en gaña co n scien tem en te cuando nos d ice que
la E u r o p a será siem pre co n traria á don Juan M a n u el
porque los p r in c ip io s de la r e v o lu c ió n no han p r e v a ­
lecid o y “ porque R osas no pien sa com o M o n te a g u d o .”
*
^
¿ A qué M o n te a g u d o se r e fe r ir á el señor F é l i x F ría s?
¿ A l B ern a rd o M o n te a g u d o de antes de 1815, c u y o s la ­
bios vocean incesantem ente contra las coronas, ó al
B ern a rd o M o n te a g u d o de después de 1815, que sueña,
como R iv a d a v ia y com o Sarratea, con una m on arquía
co n stitu cion al, m oderada en sus a ctos y noble en sus
prop ósito s? N i aquél ni éste sim patizab an con lo e x ­
tranjero. A q u é l y éste decían, en la m em oria p u b l i ­
cada en Q u it o hacia 1823: — “ Y o em pleé todos los m e ­
dios que estaban á mi alcance para in fla m ar el odio
contra los españ o les; su g e r í m edidas de segu rid ad, y
estuve siem pre pronto á a p o y a r las que tenían por
o bjeto d is m in u ir su núm ero y d ebilita r su in f lu j o p ú ­
blico ó priva do .” — S e rv irse de los h ervo res del rencor
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
277
que inspiraba lo co lo n ial fu é un sistem a en B e r n a r d o
M o n te ag u d o . E l mism o M o n te a g u d o lo reconoce. A d ­
m ite que los ex tra ñ o s son capaces de v i r t u d ; pero
le irrita que los ex tra ñ o s se in m iscu y a n en las cosas
de A m é r ic a . L e e d , si lo dudáis, los tom os que P e ll i z a
y F r e g e i r o con sag ran á la v id a y á las p red ic acio n es
de M on te ag u d o .
¿ L o s p r in c ip io s de la r e v o lu c ió n de M a y o eran,
como parece en ten d erlo el señor F é l i x F ría s, gra tos
á la E u r o p a del año 36? E l señor F é l i x F r ía s no pudo
creerlo, porque la E u r o p a de 1836 no es sino el fr u to
de la im p o lític a m esc o la n za de los afanes de las na­
ciones que in te r v in ie r o n en el célebre có n cla ve de
V ie n a . — E n E s p a ñ a se baten cristin o s y carlistas, el
absolutism o m oderado y el absoluto, bajo el m in is t e ­
rio de M a r tín e z de la Rosa. — E n P o r t u g a l, el abso­
lu tism o sin lin d es de P a lm e lla hace que o scile el trono
en que se sienta M aría de la G loria. — E l d ecá lo g o
a bso lu tista de M e te rn ic h es aún el d ecá lo g o que i m ­
pera en A u s t r ia , y G u iz o t se separa del g ru p o liberal
para se g u ir una p o lític a conservadora, en carn izán d ose
con las so cied ades secretas y p e r s ig u ie n d o á la pa­
labra escrita. — G r e g o r io X V I , que desde R o m a ve
r e v iv ir lo a n tigu o , llam a á la lib ertad de las c o n c ie n ­
cias una in d iscr e ció n y sostiene que los fu ero s más
altos valen m u y poco ante la prim a cía del fu ero m o n ­
j i l . — ¿ Q u é h a y de común, entonces, entre la E u ro p a
del año 35 y la A m é r ic a de M oren o ó de M o n te a g u d o ?
L a n e u tralid a d terrestre ó m arítim a, — pues m u y
poco se d ife r e n c ia n los p r in c ip io s en que se basan
la una y la otra, — ha dado ocasión á la r g o s debates
y á duras querellas. E s natural, entonces, que uno
de los actos m ás d is cu tid o s del g obierno de O rib e sea
su modo de en ten d er la n e u tralid a d en el l it i g io de
Rosas con L a v a lle. S aldías nos d ice que cuando O ribe
278
H IST O R IA
CRÍTICA
subió al poder “ era p recisa m en te en los días en que
L a v a l l e y sus p a rc ia les trabajaban para cam biar la
situ ac ió n p o lít ic a de E n tr e R ío s .”
A q u e l lo s tra b a jo s incom odaban g ra n d em en te á
O ribe. Si era p e lig r o s o co n trariar á L a v a lle , era más
p e lig r o s o co n trariar á Rosas. R o sa s era el po der con
tod o s sus recu rso s. L a v a l l e la r e v u e lt a ; pero la r e ­
v u e lta con p rob abilida d es escasas de fo rtu n a . E n una
carta escrita por el g en era l L a v a l l e al señor M artiniano C h ilab e rt, carta del 4 de D ic ie m b r e de 1835, el
p rim ero le c o n fía al se gu n d o que “ el cen tro á que se
debe r e c u r r ir en tod os los casos en busca de luces,
está en M o n te v id e o .”
.
E l g o b iern o de Rosas, se gú n Saldías, “ reclam ó de
estos m o v im ie n to s ” , reclam a ció n que no po día d es­
atender, sin fa lta r á las le y e s de la n eutralidad , el
g ob iern o de O rib e. L e o en la p á g in a 328 del cuarto
de los tom os de la obra de R o ssi que “ incum be al
G o b iern o v i g i l a r m u ch o á fin de im p ed ir que en su
te r rito r io se o rg a n ic e n em presas m ilita r e s co n tra los
E s ta d o s con los cu ales se halle en paz.” — R o ssi a g reg a ,
en la m ism a página, que, de acu erd o con el In s t itu t o
de D e re c h o In te rn acio n a l, — “ el E s ta d o neutral que
qu iere perm an ecer en paz, co n tin u a r su am istad con
los beligera n tes, y d is fr u ta r los d erech os de la n e u ­
tralidad, tiene el deber de abstenerse de tom ar parte
a lg u n a ind irecta en la g u e rra m ediante la prestación
de a u x ilio s m ilita r e s á uno de los b e lig e ra n te s ó á
ambos, y de v i g i la r á fin de que su te r r it o r io no sirva
de cen tro de o rg a n iza c ió n ó pu nto de pa rtid a de e x ­
p ed icion es ho stiles á uno de ello s ó á ambos.”
E s indudable que O rib e p e r s ig u ió á la prensa u n i ­
t a r ia ; pero esa prensa predicaba abierta y ten a zm en te
la revo lu ció n , in tran q u iliza n d o al g obierno de O rib e
y dando lu g a r á que fr u n cie s e el ceño la potestad de
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
279
Rosas, m u ch o más tem ib le que la de L a v a lle . Rosas
p o d ía ser un aliado co n tra el desorden, que alboreaba
ya. L a v a lle , por razon es de v ín c u lo y de posición, era
el aliado natural de R iv era . L a prensa r iv e r is ta o p i­
naba lo m ism o que la p rensa unitaria. L a tra d ició n ,
las pasiones y las c ir cu n s ta n c ia s lo q u isieron a s í : R i ­
ve ra con L a v a lle , L a v a l l e con F r a n c ia y O rib e con
Rosas.
E n tr e g a d el p leito á un p r o fe so r in te m a c io n a lista ,
y ese p r o fe so r os ju s t if ic a r á los actos de O ribe. N o les
sirve n de e x c u sa á los neutrales, en esta m ateria, ni
los d e fe cto s ni los va cío s de las le y e s de su país. L o s
p ú b lico s poderes están o b lig a d o s á salvar los d e fe cto s
y los va cío s de su p ro p ia le g is la c ió n con m ed id as que
a se g u re n el t r iu n f o de la ve rd a d era n eutralidad , si no
nos en ga ñ a lo que leem os en la p á g in a 340 del ú ltim o
de los tom os de la obra de Rossi.
Y véase que lle v o mi sed de j u s t ic ia hasta equiparar
á los u n ita r io s con b e lig e ra n te s de fu e r o reconocido.
E s claro, y y a lo dije, que la pasión y los v ín c u lo s
y las c ir cu n s ta n c ia s anublan el p rob lem a ; pero, sin
p r e sc in d ir de las circu n sta n cia s, la pasión y los v í n ­
culos, ¿cuál debe ser el p rop ósito ú ltim o de la historia
im p arcia l? V e r de que lado se hallan la equidad y el
d erecho, para leva n ta rse sobre las pasio nes que e x a ­
cerban los v ín cu lo s, los intereses y las c ir c u n s ta n ­
cias. Se dirá, sin duda, que la le y de la ve rd adera
n e u tralid a d m u y pocas v e ces ha sido respetad a por
nu estros g obiern o s y por los g ob iern o s de nu estro s v e ­
cinos. P e rfe c ta m e n te . E s to lo que señala es un error
h istó rico de a p re ciació n v a r ia b le ; pero no nos d em ues­
tra que p ro c ed ies e con in ju s t ic ia y con in cu ltu r a el
gobierno de O ribe.
D ic e Saldías, en la p á g in a 294 del tom o I I de su
H isto ria de la C o n fed era ció n A r g e n tin a : — “ P r e v a ­
28o
H IST O R IA
CRITICA
lid o del ca rgo de com andante g eneral de cam paña que
desempeñaba, R iv e ra se po nía al habla con los p r i n ­
cip a le s j e f e s unitarios, y esperaba la o p ortu n id a d para
v o lv e r contra el g o b iern o las prop ia s fu e r z a s que éste
le co nfiara. E s ta o p o rtu n id a d le fu é presentad a por
e n é rg ica s m ed id as de O rib e sobre uno ó dos d ia rio s
que co m pro m etía n las buenas r ela cio n es entre su g o ­
bierno y el de B u e n o s A i r e s , y por la de haber dado
p a rtic ip a c ió n en la a dm in is tra ció n del E s ta d o á v a r io s
ciu dad an os espectab les que no eran del agra d o de
R iv era . L a prensa o p o s ito ra g ritó á la r e v o lu c ió n y
el general R i v e r a se su blevó c o n tra el g ob iern o c o n s ­
titu cio n a l el 16 de J u lio de 1836, de acu erd o con el
g eneral L a v a l l e y ca n tida d de j e f e s y em ig r a d o s a r ­
g e n tin o s que en grosa ro n sus filas. A s í fu é com o el
partid o de R iv e r a se v in c u ló con el partid o un itario,
en o p o s ició n á O rib e y al p a rtid o fe d e r a l; lo cual
tra jo análo ga v in c u la c ió n entre ese g eneral y R o sa s.”
E s to es lo claro, esto es lo cierto, esto es lo i n d i s ­
cu tib le, porque esto es lo que nos enseñan y nos ase­
guran todas las d ed u cc io n e s del sentido común. L a
n e u tralid a d de don M an u el O rib e, ¿á qu iénes o fe n d ía ?
A los unitarios. ¿ A qu ién b e n e ficia b a el a lzam ien to
del general R iv e r a ? Á los unitarios. ¿C ó m o dudar,
entonces, del v ín c u lo que crearon los hech os entre las
dos revo lu c io n e s y los dos poderes, entre R iv e ra y el
general L a v a lle , entre el general Rosas y don M anuel
O rib e ? L a ne u tralid a d de don M an u el O ribe, ¿á q u ié ­
nes o fen d ía ? A todos los a m ig os del bloqueo fr a n ­
cés. ¿ A quién ben eficia b a el alzam ien to del general
R iv era ? A l bloqueo francés. ¿ C ó m o dudar, entonces,
del v ín c u lo que crearon los hechos entre F ra n cia y
R ivera, entre F ra n cia y L a v a lle , entre Rosas y O rib e ?
M on tevideo, neutral, era tan odioso á F ra n cia y á
L a v a lle como lo h ubiera sido el g obierno de O rib e
281
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U AYA
asociándose abiertam ente al g ob iern o de Rosas, p o r ­
que, en ambos casos, M o n te v id e o estaba le jo s de ser
el pu nto de a p o y o que necesita ro n los p rop ósito s de
L a v a lle y de B a ra d ére. ¿ Á quiénes interesa, siendo
esto así, u tiliz a r los an tag o n ism o s que los h ech o s crean
entre los oribistas y los u n itario s ó entre los bloqueadores y los o rib ista s? Á R o sas y á R i v e r a ; pero á
R iv e ra m u ch o más que á Rosas, porque al d e rr u m ­
barse el poder de O ribe, desaparece la n eutralida d
de M o n te vid e o , y porque al derrum barse el poder de
O ribe, F r a n c ia y L a v a l l e no pu ed en o lv id a r que á
ese d erru m bam ien to c o n tr ib u y ó poderosam ente el g e ­
neral Rivera.
T a m b ién se engaña el d octo r F é l i x F r ía s cuando
se p r e g u n ta :
— “ ¿ C ó m o es que n in g u n a rep ú b lic a del P a c í f i c o
ha sido bloqueada jam ás por E u r o p a ? P o r q u e en n in ­
g un a de ellas se ha en tro n iza d o un poder r e a c c io n a ­
rio y p e r se g u id o r del i n f lu j o eu ropeo com o el de
R o sa s / ’ — E l d octo r F r ía s o lv ida ba que no m u ch os
años antes, el com andante D u n ca n se había apoderado
v io len tam en te de las M alvin as, c u y o dom inio se d is ­
putaban el g ob iern o de B u e n o s A i r e s y el g obierno
de W á s h i n g t o n . L a h istoria, además, iba á respond er
á la p r e g u n ta del d o cto r F r í a s con el estam pido de
los cañones de M é n d e z N ú ñ e z y con la tra g e d ia de
Q uerétaro . E r a la pasión, m ás que el d iscern im ien to ,
la inspirad ora
F rías.
del
o p ú scu lo
ba tallante
del
d octo r
N o insistiré. ¿ P a ra qué in s istir? T e n g o la c o n v i c ­
ción de que el más fir m e de los co n tra d icto res del
señor Sa lg a d o es el p ro p io lib ro del d octo r Salgad o.
A q u e lla s p á gin as d e fie n d e n ante los pósteros la c o n ­
d ucta p resid en c ia l de M an u el O rib e y no j u s t if ic a n
el m o v im ien to re v o lu c io n a r io de F r u c t u o s o R ivera.
282
H IST O R IA CRÍTICA
Rosas era la m áscara de lo federal. O rib e debió in ­
clinase, por interés y por c o n v icció n , hacia lo f e d e ­
ral, porque lo fed era l represen taba la causa de A r t i ­
g a s . — A l b e r d í nos d ice en la p á gin a 284 del tomo V
de sus E s c r ito s p o stu m o s:
— “ L a fe d e r a c ió n de R o sas era una fe d e r a c ió n de
tre s patas, com o era de tres patas la u n id a d de R iv ad av ia.” — “ P a ra R o sa s tod a la fe d e r a ció n estaba en la
in d ep en d e n cia , ó autonom ía, ó separación de la p ro ­
v i n c i a de B u e n o s A i r e s con su capital, y su capital
con todos los es ta b lecim ien to s p ú b lico s .” — “ P a r a Riv a d av ia toda la unid ad estaba en hacer de la ciudad
de B u e n o s A i r e s , separada de su prov in cia , la capital
de la nación y la resid en c ia e x c lu s iv a de las a u t o r i­
dades n a cio n a le s.”
L a am bición de R osas se a p o y ó en el ensueño f e d e ­
rativo, que era la fó r m u la de lo p o rvenir. L e e d lo que
nos dicen todos los h isto ria d o res p r o v in cio n a lista s,
desde los que tratan de los pu eblos de C u y o hasta
los que tratan de Santa F e, com o el d octo r R am ón J.
L a s s a g a en su H isto ria d e L ó p e z . L a s s a g a afirm a, en
la p ágin a 398 de su lib ro reivin d ica d o r, que el general
L ó p e z — “ tan sólo aspiraba al t r i u n f o de la idea f e d e ­
ral y á o rg a n iza r la R e p ú b lic a por m ed io de un C o n ­
g reso .” — P o r eso le c o n fie re n tít u lo s y honores Salta,
T u c u m á n y J u ju y .
L a am bición de R osas se a p o y ó en el ensueño de lo
fe d era tivo , ya co n sag rad o por las in s tr u ccio n e s del
año trece. — ¿ Q u é R o sas m entía? — N o lo p o n g o en
d u d a ; pero no m entía el en sueño en que se apoyaba,
porque lo fed eral era la fó rm u la de lo p o rvenir. A s í
d ícenos don V i c e n t e F id e l L ó p e z, h isto ria n d o aquel
duro torneo de ideales, en la p en ú ltim a de las p á g i ­
nas del cu arto de los tomos de L a R e v o lu c ió n A r ­
g en tin a :
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
283
— “ L o que el C o n g re so U n it a r io no había po did o
lo g ra r por los a ctos p o lítico s, el pa rtid o u n ita r io em ­
p ren d ió hacerlo por las vía s del h echo y por las armas.
” E n uno y otro caso co n tra las leye s, co ntra el
orden c o n s titu id o y contra la p r u d e n c ia política.
” E r a natural su derrota, y eran de esperarse los
males y calam idad es en que el país se h u n d ió .”
Si R osas era la m áscara de lo fed era l, Rosas era
tam bién la m áscara de lo am ericano. O rib e debió i n ­
clinarse á lo am ericano, porque lo am ericano, lo a u t o ­
nómico, lo de estas regio nes, era el sello con que se ­
llaban su in d ep en d e n cia las patrias de B o lí v a r y de
San M artín , el terru ñ o con cla veles del aire del m o n ­
ton ero que t r i u n f o en L a s P ie d r a s y que llo ró v e n ­
cido en el A r a p e y . O rib e debió in clin a rse á lo a m e r i ­
cano, porque lo am ericano, lo auto nó m ico, lo de estas
regio nes, era la a firm a c ió n de n u estra soberanía, lo
que cantaba las salves del C e r r ito y cantada las salves
de Itu z a in g ó . R ecord em o s, en fin, que desde el 2 de
D iciem b r e de 1823 la d o ctrin a de Jacobo M on ro e im ­
peraba en A m é r ic a .
Co m o m u y bien observa el d octo r M a r tín G arcía
M érou, en el tom o se gu n d o de su H isto ria A rg en tin a ,
nuestras cu estio n es se co m plicaban estrech a m en te con
las cu estio n es del país de D o r re g o . L a v a lle ja , que
había sido a m ig o de éste, estaba v in c u la d o con los
h om bres de la fed era ció n , sien do n a tu ra lísim o que
R iv e ra se a p o y a ra en los hom bres del g ru p o de L a valle. C u a n d o R iv e r a se d istan cia de O rib e, ¿con quién
estará R o sa s? E l D ic t a d o r Su p rem o estará con O ribe,
del m ism o m odo que R iv e r a estu vo con L ó p e z Jordán
cuando L ó p e z Jord án se alzó contra Rosas. L e e d á
Saldías.
E l p leito tenía, por otra parte, una doble faz. E n
lo externo , la fa z de lo co n tin en tal y lo fed era tiv o .
284
H ISTO R IA
CRÍTICA
E n lo interno, la fa z del p red o m in io que se d is p u ­
taban la p r e sid e n c ia y el ca u d illa je, el orden probo
y el abuso armado. R iv era , al obtener la crea ción de
la C o m an d a n c ia G en eral de Campaña, se bu scó un
fo r t í n donde en cas tillarse y reinar á su antojo. O ribe,
de cuna a ris to c r á tic a y m ilita r de escuela, de pasiones
a rd ien tes y ca rácter firm ísim o , a d m in istra d o r h o n o ­
rable y recto, es ju s to que rom piera con el ca u d illo
in d ó cil y anárquico, p r ó d ig o hasta lo im puro con lo
prop io y lo ajeno, que lu c h a por la causa que d e fie n d e
A r t i g a s y a cepta los g alo n es que le da el B r a s il, que
enarbola el estand arte de la D e fe n s a y se co n v ie rte
lu e g o en un esco llo para la D e fen s a , si hem os de
creer á lo que nos d icen las cartas de aquel tiem po
que p u b licó el d octo r P alo m eque. O rib e, j u s t if ic a d o
por los d erro ch es á que el c a u d illo se e n tr e g a en su
feu d o, le d esa lo ja de su fo r tín con b e n e fic io de la
h o nrad ez y sin que su fra la leg a lid a d , in iciá n d ose de
este m odo el terrib le drama c u y o s p rim ero s actos se
d esarrollan en C a rp in te ría , Y u c u t u y á y el Y i.
N a d a de esto es un crim en. E s to no pu ed e c o n d e ­
narlo el h isto riado r. L o d oloroso v e n d rá más tarde.
E l error lo h a lla réis d espu és de la renuncia. E l error
estu vo en servir, para p revalecer, sum isa y t r á g i c a ­
m ente á Rosas. O ribe, al renu nciar, se d esciñ e y
en treg a la banda que le dió el país de su cuna. L o s
m andatarios, que no se doblan ni pactan con la r e ­
vu elta, m u eren en su puesto ó son d e stitu id o s á pesar
su y o por el más fu erte. N in g u n o , si no m ueve mi mano
con su mano, puede o b lig a rm e á que p o n g a mi fir m a
en un escrito de abdicación. ¡ N i F r a n c i a ! ¡ N i L a v a l l e !
¡ N i R o sa s! ¡ N i R i v e r a !
El derrum be puede ser la obra de mis en em igos. L a
ren u n c ia es la obra de mi vo lu n tad . E ra, pues, un
y e r r o terrib le y d elictu o so c o n v e r tir en vengan za, en
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
285
fu e lle de rencores, en m anantial de san gre y de ruina,
un d erecho que d ejó de ser mío al fir m a r m i r e n u n ­
cia. ¡E s e , sí, fu é el error, el error sin d is cu lp a y sin
atenu aciones del g eneral O r ib e !
H asta este instante, — hasta que busca una r e s t a u ­
ración in ju s t ific a d a , va lié n d o s e de m ed io s que r e­
prueba la historia, — es u na h onradez, u na lega lid a d ,
un b rillo cegado r, un ciu da d an o ilu s tr e en tre los más
ilustres, el p resid e n te que y o
d efien d o . L a l u z se
a pag a al c r u z a r el río . L a aureola se oscu rece y disipa
como si la tra g a s e el lodo de las a g u a s inqu ietas del
estuario. Sobre su ren u n c ia m erecen citarse, por lo
ju s tic ie ra s, las palabras que leo en la p á g in a 33 del I V
de los tom o s de la labor del general D í a z :
— “ L a A s a m b le a aceptaba no sólo la r e sig n a ció n
que h acía el g eneral O rib e, sino que le co n ce d ía el
pase que solicitaba. E n co n s ecu en cia el señor O rib e
había abdicado vo lu n ta r ia m e n te tod os los d erech os
que pu d ie ra a leg a r com o prim er m a g istr a d o de la R e ­
p ú blica á su c o n tin u a ció n en el mando, y decim os
v o lu n tariam en te porque nadie le o b lig ó á tal d ecla ­
ración, im portan do este acto, pu ram en te espontáneo,
una solem ne renuncia, que no h u biera ten id o tal c a ­
rácter si sólo se hu biera ausentado del país p r o te s ­
tando so lem nem ente contra la v io le n ta a g res ió n que
su fría n sus d erech os d erro cá n d ole de la silla p r e s i ­
d en cia l.”
E l general D ía z llam a después, — y con ju s t o m o ­
tivo, — im posible, co n tr a p r o d u cen te y ocasión de m a ­
les á la protesta que don M an u el O rib e p u b licó en
B u en o s A i r e s . E s así, — d eslin d an do la resp o n s a b ili­
dad que á cada uno le corresponde, — que deben p r o c e ­
der los h isto ria do res n acio nalistas y colorad os cuando
se d ir ig e n á la ju v e n tu d . ¡ E s ta d con la verd ad, s ie m ­
pre con la verdad, y no s a c r ifiq u é is nu n ca la verdad
á los fu n esto s manes de O rib e ó de R iv e r a !
286
H ISTO R IA CRÍTICA
E s e error in f lu i r á poderosam ente sobre el alm a de
O ribe. E x a s p e r a sus odios, pues es cosa sabida que
siem pre nos ve n g a m o s de nu estras cu lp as con una
cu lp a n u e v a . — ¿ E s esto só lo? — No, porque esa cu lpa
da á tod as sus acciones, cuando v u e lv e al país, una
in d ecisió n que p r o lo n g a la c o n tien d a macabra, porque
jam ás supo apro vech arse de sus v ic t o r ia s de m a y o r
fu s te ni de los d istu rb io s que d ebilita n á sus a d v e r ­
sarios. C ésar D ía z, en la p á g in a 49 de sus M em o ria s,
nos dice com entand o la d erro ta s u f r id a por R iv e ra
en el A r r o y o Grande.
— “ Si el g eneral O rib e hu biese pasado el río, como
pudo h a cerlo sin n in g u n a d if ic u lt a d , al día sig u ie n t e
de su t r i u n f o con una co lu m n a lig e r a de dos ó tre s
mil hombres, n in g u n a duda queda de que se hubiese
h ech o d ueño del país, sin la m enor resis te n cia a te n ­
d ido el estado d esp a vo rid o y d esalentado en que en ­
ton ces se hallaba.” — “ N o sólo no h u biera po did o h a ­
cerse reu nion es de hom bres y o tro s elem ento s para
la fo rm a ció n de un e jé r c ito de operaciones, sino que
el gen era l R i v e r a se h u biera v is to precisa d o á r e f u ­
g ia rse en el B r a s il, com o y a lo había p r e v is to él
m ism o al ir á situ arse en el Q u e g u a y . ”
¿ Q u ie r e decir, por ventura, lo que antecede, que
y o acuso de c o n scien te p a rc ia lid a d á la ex ten s a labor
de don José S a lg a d o ? — L o que qu iero d ecir es que
todos entram os al estu d io de la h isto ria de lo que
fu é con las p reo cu p ac io n e s que nos in fu n d e n la tra ­
d ició n á que perten ecem os y el v ie n to de batalla que
nos circu nd a. L o que qu iero d ecir es que no nos basta
con la verdad, con la verd ad desnuda, y d esn atu ra ­
lizam o s el em pleo que á la im ag in a ción le a signa Macau lay, sirvién d o n o s de la picara im ag inación para
pleite ar como d efen so re s de O rib e ó de R ivera. L o
que qu iero d ecir es que la cátedra, más que cátedra,
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
287
es diario y tribuna, como el lib ro h istó rico , más que
libro h istó rico , es lib ro de com bate y de prédica, lo
mism o para aqu ello s que perten ec en al bando de R i ­
ve ra que para aqu ellos que nacim os en un h o ga r donde
se ponderaba la h o nrad ez de O ribe.
É s te p ro c ed ió bien en su presid encia. — L o s erro res
ve nd rán después, cuando se in m iscu y a , tiñ én d o se de
rojo, en las breg as c iv ile s de un pu eblo que luchaba
por hallar sus bases. L o s errores v e n d rá n después,
cuando no vea, que, m a g ü er lo sin cero de su a m e rica ­
nismo, era una d ic ta d u ra de to rn iq u ete la in term in a ­
ble d icta d u ra de Rosas.
E l orden arm ónico, la p u lcra cla rid ad del estilo y
el m u ch o co no cer de lo que con la cu ltu r a ó las fi n a n ­
zas de aquellas épocas se relaciona, son c u a lid ad es
que no d is cu to y que r eco n o zco en los vo lúm en es del
d octo r S algad o. P a r é ce m e que éste poco se place en
el relato de los sucesos, p r e fir ie n d o estu d iar los im ­
pu lsos y las r efo rm a s que in icia ro n la o rg a n iz a c ió n
in s titu cio n al y eco n ó m ica del país, lo que si les q u ita
á sus lib ro s v a le r p ictó rico , co n v ie rte en g ra v e y en
p r o g r e siv a la labor sabia, aunque no siem pre justa, del
ca ted rá tico de n u estra no siem pre lib re U n ivers id a d .
E sas cu alidades, las buenas, las po co com unes, son
las que me im pulsaro n á releer sus lib ro s con s o l i c i ­
tud, á pesar de que mi plu m a v a c ila y se resiste cuando
trato de que se ocu pe del p le ito dolo ro so é in te r m i­
nable en que nos m etie ro n O rib e y R ivera.
¡ D orm id, sombras, dorm id para el a rrep en tim ien to
y para el p erd ó n ! ¡D o r m id , sombras, dorm id, sin que
el po lvo de vu estro s huesos, rem ov id o s por el aire
de nuestras pasiones, se in filtre , com o una venenosa
sustancia, en tod as las in q u ietu d es y en todos los
problem as de nuestra v id a p ú b lic a ! ¡ D o r m id en r e ­
poso, dorm id para siem pre, sin que quede de vu es tro s
288
H IST O R IA
CRITICA
batallares otra m em oria que la m em oria de v u e s tro s
hechos de va lo r y de esto icid a d cuando reñíais por el
terru ño, cuando c o m u lg ab a is en la fe p a tr ió tic a de
la m ontonera, ó cuando sa cu d íais las fr a n ja s del es­
tan da rte del v ie jo b la n d en g u e en tre las dianas del
cam po de I t u z a i n g ó ó bajo el lum ino so cielo de las
M is io n e s ! ¡D o r m id en so sie go y no p erm itá is más,
oh pálid as sombras, que leva n ten la pied ra de v u e s ­
tro s sepu lcro s, en ro scán do se en torno
del
corazón
lla g a d o del país, las víbo ras que azu zan las v o ce s im ­
placables y a tu rd id ora s de las E u m é n id e s !
IV
Q u ie r o
co n c lu ir este la r g o
ca p ítu lo
co n sag ran d o
unas líneas, unas m u y breve s líneas, á un lib ro de
G u s ta v o G allinal.
Su Tierra E sp a ñ o la , su lib ro de via jes, no está d es­
plaza do del tod o aquí, desde que nos habla, — m ag ü er
lo h iciere por incid encia, — de los bastiones que d e ­
fe n d ie ro n v a lien tem en te los de F u e n te r ra b ía contra
las tropas del p r ín cip e de C ondé, en los tiem p os agitad ísim os de L u i s el Ju sto y de F e l ip e Cuarto. — Su
T ierra E sp a ñ o la , su libro de via jes, no está desplazado
del todo aquí, desde que nos habla, — por l ó g ic a aso­
cia ció n de im ágenes é ideas, — de aquel r e y F a vila ,
que m u rió entre los brazos de un oso de A s tu r ia s , y
de a quella Santa M aría de C o va d o n ga , á quien rezó
P e la y o su m ejo r salve antes de a rrem eter con los
h ijo s de Ornar. — Su T ierra E sp añola, su libro de
via jes, no está d esplazado del todo aquí, desde que nos
habla, — m ag ü er lo h iciere por ju s to s lu c im ien to s de
eru d ició n , — de aquel desapacible ca stillo de S im a n ­
cas, donde d epositó los a rch iv os del reino sin puestas
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
289
de sol, la m ajesta d a scé tica de F e lip e I I , y entre cu y o s
o ch e n ta mil p o lv o r ie n to s le g a jo s se hallan la vo lu n ta d
po strera de Isabel la C a t ó lic a y las cobardes c a p itu ­
la c io n e s de B o a b d il el C h ico . — Su T ierra E sp añ ola,
su libro de v ia jes, no está d esplazado del todo aquí,
desde que nos habla, — m a g ü er lo h iciere con so brie­
dad y al co rrer de la pluma, — de a quella T o le d o con
rem em b ranzas de don P e d r o el C ru el, y en c u y o s
subterráneos, que la h u m edad carcom e, se dice que
gua rd a b a sus re to r ta s de b r u jo el m arqués de V ille n a .
E l lib ro de que tra to es lib ro de ú til y de sabroso
en treten im ien to . Su autor, á pesar de su ju v e n tu d ,
sabe v e r y sentir, tra d u c ie n d o con arte no apelm azado
ni preten sioso lo que ve y lo que siente. P aisajes, m o ­
num entos, ev oca cio n es h istó rica s ó estéticas, tod o lo
e x t e r io r iz a rápidam ente, sin r eca rg a r los t ra zo s ; pero
co n p u lc r it u d en el expresar, p o nien do a lg u n a s p ar­
celas de su alma soñadora en el d ecir sencillo, que
no es el decir tró p ico y deslu m brante de M ig u e l Cañé,
ni el d ecir académ ico y atorm entad o de A n g e l E s ­
trada.
T a l v e z a lg u n o s hallen fa lta s de lim a en su estilo
nacien te, que no ha lle g a d o aún á la p e r fe c ta granació n c a stiza y r e t ó r ic a ; pero el libro, que es lib ro y
y a no es diseño, d e le ita y nos s u b y u g a por su unid ad
esp iritu a l, por las su avid ad es p o licro m a d as de su e lo ­
c u ció n que prom ete ser rica cuando apunte el estío
de horas de fu e g o , y por el poder im a g in a tiv o con
que cubre de carne p a lp ita d o ra á los duendes que v a ­
gan por los d om inios de lo pasado, de lo que fu é y
h u y ó para no retornar, de lo que g ra zn a el g ra zn id o
no ctu rn o y dolo ro so del cu ervo de Poe.
V e d como cu en ta las im presion es que le causaron
la catedral y el claustro de P a m p lo n a :
“ E n la nave derech a una pu erta da acceso al cla u s­
290
H ISTO RIA
CRÍTICA
tro. A fo r tu n a d a m e n t e éste ha salvado intacto de la
invasión de m alas d eco ra cio n es que su frió la catedral.
Son bellos esos co rred o res en cerrand o un ja r d ín en
que m edra una v e g e ta c ió n d esordenada y varia, no
más herm osa que la que los es cu lto res p u siero n en
los bordados de las o jiv a s y en las cin c ela d u ra s de
los arcos.
” U n claustro es interesante sie m p r e ; no son los
más ric o s los que más seducen.
” P a ra mí, n in g u n o com o aquél, abierto h o y y tra n s­
fo rm ad o en plaza pú blica, — una plaza españ ola de
soportales, — que p reced e á la b a sílica in fe r io r de
A s ís , donde reposan los restos de San F ra n c isc o . E n
noches del pasado A b r i l (de día no, porque lo ocu pa
la m u ch edu m bre de v ia je r o s y v e n d ed o res de bara­
t ija s ) , he v iv id o horas de en can tam iento en aquel
claustro bañado de luz de luna, en el que se tie n d en
las sombras
de la b a sílica de arriba, r e lic a r io
del
G io tt o ; horas de en can tam iento repasando en la m e ­
m oria las h isto ria s de las F lo r e c i l la s y m ecién d o m e
los p en sam ientos al ritm o lento — m ú sica de ideas
más que de palabras — del cá n tico de las creaturas.
P ero fu e r a de éste, incom parable por la intensidad
de sus recuerdos, m u ch os otros v in ie ro n á mi p en­
sam iento al entrar en el de P am plona. C la u s tr o s re­
motos, d iv erso s todos, pero todos llen o s del mismo
ambiente aqu ietad or é igu al. F u é un día, en P alerm o,
el de San Juan de los E rm ita ñ o s, con la vis ió n de las
cinco cú p u las rojas, de un rojo guinda, de su iglesia,
entre el desbordam iento de una flo ra tr o p ic a l; otra
vez, fu é el de Santa M aría la nueva, donde en un
á n g u lo se y e r g u e una fu en te m orisca como una flo r
cerrada sobre su larg o tallo, y donde las in fin ita s
v a riacio n es de los m osaicos r iv a liza n con las co m bi­
naciones de los h isto ria do s c a p i t e l e s . . . Y otros t o ­
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
291
davía, y entre ello s m u ch os pobres, decaídos, r u in o ­
sos, c u y o s nom bres no recuerdo, pero en los que
tam bién me refresq u é el esp íritu en baño de p a z ; paz,
la suya, con un d ejo suave de m elan co lía .”
D ic e después, en el m ism o ca p ítu lo sobre P a m p lo n a :
“ E s paz de s ig lo s la que nos a gu a rd a en esos v ie jo s
claustros, quieta y m u y h o n d a; en ello s sosiegan y
se serenan los p en sam ientos com o las aguas en los
remansos.
” N o h a y aquel am biente de qu ietud, de paz inm óvil,
en la catedral. E l su y o es a ctiv o y reaccion a sobre
nu estro interior. E l del claustro es pasivo, sedante;
además es silencioso, no tiene v o z para llam arnos. L a
catedral, s í ; co n v o c a á tod os con las cam panas de sus
torres a ltísim as; abre sus p u ertas á la m u ch edu m bre y
sus bóved as resuenan con los ecos de los cantos y
los rum ores de la m u ltitu d . P e r o el claustro es un
escon d id o lu g a r de en su eñ o ; nada lo a n u n cia en el
e x t e r io r ; no h a y en la calle p ú blica más in d icio s que
una m u ra lla mohosa, una esquina de piedras toscas,
un rom peolas que deshace y aparta los ru id os del
mundo. D e n tro se esconden los teso ros de arte, la
estatuaria de los tím panos, los calados su tiles de las
o jiv a s .. .”
E s tam bién m u y herm oso el ca p ítu lo sobre A v i l a :
“ H e aquí, por ejem plo, una A n u n c i a c ió n : bajo un
p ó rtico cu y o s arcos d ib uja n am plias curvas, una jo v e n
princesa recibe el m ensaje que un p a je c illo le en treg a
escrito en larg a serpentina en roscada en su c etro ;
un manto ricam en te bordado encubre las form as de
su cu erpo y sólo d eja descu biertas las m anos fin as y
blancas y el óvalo g ra cio so de su rostro. N o m ira al
alado m e n s a je r o : cerrados los ojos, in clin a la cabeza
en g esto de pudor apenas insinuado. E n el a lfé iz a r
de una ventan a abierta sobre las leja n ía s del paisaje
292
H ISTO R IA CRÍTICA
y del cielo da su b lancu ra un ramo de azucenas, y, en
el fondo, por donde las tapias de un ja r d ín lim ita n la
p ersp ectiv a, h a y un rosal cu a ja d o de flores. L o s p e r ­
sonajes y el escenario arm onizan d elicad am en te en
ese cuadro para el que pudo se rv ir de m od elo a lg u n a
noble d o n cella en su palacio del renacim iento. Su a c­
t it u d y su ro s tr o tienen la d u lzu r a soñadora de las
M ad onas del P e r u g i n o ; como lu c en en torno su yo
los atribu to s c o n v en c io n a les de la r ep resen tació n de
lo m a r a v illo so : la aureola que circu n d a su cabeza, la
palom a que d escien de á posarse en ella cru za n d o el
cu adro con la dia g on al b r illa n te de su e s t e l a . . . es
fá c il creerla casi divina. E n cu a lq u ier caso m erece
la sa lu ta ció n del arcán gel que la dice llen a de gracia.
P e r o la g en u in a V i r g e n españ ola es m u y otra. L a
V i r g e n po pu lar en E s p a ñ a no es dama de san gre real
ni se aposenta en palacios m a g n í f ic o s ; es m u jer del
pueblo y tiene m odesto h ogar, no ex en to de la t r i s ­
teza y del dolor, co n m o ved o ra de h um anidad sencilla,
aun cuando, al abandonar la tierra, ascien de en vu elta
en una g lo r ia lum inosa, por entre bandadas de q u e­
rubines y nubes inflam ad as de áureos resplandores,
tenien do de peana el crecien te de plata de la luna, y
d ejan do ondear en el espacio los p lie g u e s azu les de
su túnica. E s la V i r g e n del pueblo, y no le basta con
hacerse amar sólo de los que alcanzan á co m pren d er
la g ra cia y la p u reza ideales que un arte ex q u isito
puede r e fl e j a r sobre una f i g u r a fem en in a .”
Y a co n o céis el cerebro y el alma de G allinal. C r e ­
y e n te y artista ha tem plado su pluma en los mism os
raudales donde tem pló su pluma el m aestro a m a d í­
simo, el artista y c r e y e n te Juan Z o r r illa de San M a r ­
tín.
G allinal siente, por otra parte, á la natu raleza de un
modo profun d o. L a ven con verdad los o jo s de su
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
293
cuerpo y la ven con poesía los o jo s de su esp íritu .
D ic e de F u e n te r ra b ía :
“ E n todo lo demás, entre el mar y los m ontes, el
verd e del valle, rico de v e g e t a c ió n espesa, fo rm a el
centro del pa isa je y le da su tono. P a is a je cu y a im a­
gen se p in ta n ítid a m en te en la retin a de la prim era
m ira d a ; apenas h a y en él v a g u e d a d es, esfu m atu ras, ni
m atices siquiera en los colores. E s la gran m ancha
verde de las p lan tacio n es de m aizales y m anzanos, de
un verd e v iv o en el que resaltan, blancas y rojas, las
casitas de los lab ra d o res; son los r e fl e j o s de plata
fu n d id a de la c o rrien te del B id a s o a y el b r illo de las
aren as; y todo esto en vu elto en la luz, pen etrad o por
la lu z a rd iente del sol. P a r a g u star un p aisaje como
ese no es m enester que los sentido s r e f l e j e n en el
e sp íritu su im agen, revelánd ose a lg u n a se cre ta arm o­
nía de la n a tu ra leza con nu estras em ociones ó n u es­
tras ideas. N o se recu erd a lu e g o tra y en d o á la m em oria
los sentim ien to s y los p en sam ientos que hizo nacer,
sino más bien evocan do la sensación pura, el m a g ­
n ífic o d ele ite visua l p r o d u cid o por los co lo res r e s ­
p lan decien d o in d ife r e n te s de los reliev es y las form as
y las r e p r e se n ta cio n e s : los más v iv o s co lo res á la lu z
más intensa.
” Y con esto dicho está que no tiene este lum inoso
paisaje el r e c o g im ie n to ó la austerid ad ó el desaliño
grande y salvaje de otros rin co nes m on tañ osos; los
m ontes aparecen in v ad id o s por la ve rd u ra rebosante,
tend iend o dóciles las fa ld a s hasta buena parte de la
altura para serv ir á la labor de los hombres.
” L a peña del A y a con su cresta dentada, la m u ralla
enorme de los P irin e o s, d ijéra se están puestos aquí
sólo para g ua rda r y p r o te g e r ese va lle o p u le n to ; libre
no queda sino el mar, g o lp ea n d o las bases rocosas
que ellos interponen á m anera de diques.”
294
H ISTO RIA CRÍTICA
Y a lo sabéis, E l lib ro es, p rin cip a lm en te , un libro
de arte, con a lg u n a s notas de color cerú le o sobre el
gran lie n z o de la n a t u r a l e z a .— E l arte, que le inspira
sus pá gin as m ejores, es el arte cristiano, el arte del
Greco, el arte ve stid o con un sa yal que recu erda al
sayal de F ra n c is c o de A s ís .
D íc e n o s de la catedral de T o le d o :
“ E n el interior la lu z y el color se co n ciertan en
una fie s ta m a g n ífic a . M a n ifie sta m e n te la catedral de
L e ó n es un colosal y d elica d o en gaste de pied ra para
las h isto ria da s vid riera s. L a lu z es el alma que la
anima, la que v ien e de lo alto, la lu z i n f in ita y ca m ­
biante del cielo. L a catedral es sensible á sus va ria ­
cio n es; cuando no la tiene es triste, in e x p r e s iv a como
un cu erpo abandonado por el espíritu. E n sus d o s cie n ­
tas vid riera s, im ágenes bellas como las de un sueño,
reco gen esa lu z y la v u e lca n en sus naves teñidas de
m ara villo so s colores.
“ D ice n que esos cen tenares de v id rie r a s dan una de
las m uchas pruebas de su o rig e n e x t r a n j e r o ; que no
tiene razón de ser, bajo el puro cielo de España, ese
anhelo por la luz, tan e x p lic a b le en países n ó r d ico s;
en los ejem plares co m p le ta m en te españ o liza d os d is ­
m in u y e n á la ve z en número y tamaño. ¿ Q u é im porta?
Cuando, allá arriba, el gran sol de E sp añ a llam ea en
los ventanales, es un d eslu m b ram iento de azules, de
oros, de r o j o s . . . de todos los colores, creo, y sus
innum erables matices. E n las más bajas vid rieras, p ar­
tidas en pequeñas divisiones, donde son im p e r c e p t i­
bles casi las fig u ra s, es un cen telleo co n tin u o como
de piedras precio sas en clavad as en los cu adros sos­
tenid os por las redes de las tracerías. E n las otras
se d is tin g u en las fig u ra s, desarrollándose sus fila s
en larga procesión en torno del e d i f i c i o : h ay reyes
arropados en p ú rpuras riquísim as, obispos ataviados
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
295
de fastu o so s ornam entos, g u e rrero s cu y a s arm aduras
despid en r e fl e j o s de acero, v ír g e n e s lleva nd o las p a l­
mas de la castidad y del m artirio, leg io n es de á n g eles
tañendo m u sica les i n s t r u m e n t o s . . . Y entre las esce­
nas, además de las relig iosas, las h a y con episod ios
de la vid a de corte, que represen tan una cacería real;
lu e g o f ig u r a c io n e s sim bólicas de v ir tu d e s civiles, m o­
tivo s puram ente ornam en tales donde se en trelaza fa n ­
tástica flo r a ; en alguna, como en el cielo de A m é r ic a ,
resp la n d ece una c r u z ; en el calado t r ifo r io r e fu lg e n
los blasones de L e ó n y de C a s t illa . . . Se podría con
trabajo contar esa m u ltitu d , enum erar esas escenas,
c la s ific a r esa flora, in terp reta r esos blaso nes; pero
es im posible ex p resa r el e fe c to de las coloracion es, de
los colores c u y o secreto se ha perdido, em papados
en luz, á un mism o tiem p o intensos y g raves, ni dar
idea de la m isterio sa va g u e d a d de m uchas fig u ra s, de
rasgos a m o rtig u ad o s por los siglos, de im precisas l í ­
neas, alongadas y espectrales como las creacion es del
G reco .”
E n el mism o tono os hablará de Á v i l a y de Santa
T e r e s a ; de V a l la d o l i d y de G r e g o r io H e rn á n d e z ; de
S e v illa y de las procesio n es de Semana Santa, en la
que viste n tú n ica s im periales y m antos recamados
de oro las V ír g e n e s .
¿ P a ra qué in s istir? E l libro me place. E s libro de
b e lle z a é idealidad. E l le n g u a je es siem pre naturalísim o,
idiom a
tirp e y
m osura
tal como lo requ ieren la sin ta x is y el uso del
o pu len to y g en til. A m a n te de su raza, su es­
apellido, el autor no le pide novedad ni h e r ­
á lo tra n sp ire n a ico, sabiendo que es d if í c i l
a g r e g a r herm osuras y novedades á lo que amam antaron
con sus d u lzo res y b izarrías la prosa de G ranada y
el laúd de H errera.
A b j u r a r del idiom a es h erir á la m adre que con él
HISTO RIA
2g6
a rr u lló
nu estras
noch es
CRÍTICA
prim eras. — A l
calor
del
idioma, del idiom a que hablam os en n u estra niñez, se
cu a ja n los m ejo res y más durables zu m o s de nu estro
espíritu. — E l idiom a im prim e ca racteres p rop io s y
d ife r e n c ia le s á la m entalid ad del pueblo que lo habla,
po n ien d o sus v ir t u d e s y sus a trib u to s en el m old e
cand en te de esa m entalid ad . — E l es crito r nu estro que
sepa connubiar, en las v o ce s y g ir o s de su escritu ra ,
lo ch a rrú a n a tivo con lo god o y lo árabe de la raza,
será un gran escrito r. — Cam pan a de cristal, que tañe
todas las o raciones del te m p lo del sentir, es el idiom a
que nos enseñó el más herm oso y casto de los amores.
¡ B e n d it o sea, cuando se d eja en riqu ecer con n u estro s
modism os, aquel fraseo m u ltiso n o ro que o y ó el autor
por los va lle s y las m ontañas del a n tig u o ja r d ín de
las H e s p é r id e s !
C errem os el capítu lo. Debo gan ar espacio, aunque
se turbe el orden. E l alma fem en in a de mi país se va
a briendo al c u ltiv o de la litera tu ra. C on seud ó nim o ó
sin seud ó nim o escriben en prosa, más ó m enos a r t ís ­
tica, desde la señora P a r k e r de M o r r in so n hasta T e ­
resa Santos de B o sch . desde M arta C o sta de C a rr il
hasta L a u r a Ca rrera s de B a sto s, desde C a rlo ta A v a l o s
de B a sa ñ e z hasta D e lia C a ste lla n o s de E c h e p a r e y
M aría E le n a C rosa de R o x lo .
Reabrim os, en 1912, el salón de la R ecam ier. V o l ­
vem os á las horas de J o rg e Sand.
Mi patria es así. ¡ E s t á en am oradísim a de la V e n u s
U ra n ia !
CAPITU LO IV
Florencio
Sánchez
SU M A R IO :
I . — El teatro de ideas. — No hay reglas en la mente sí faltan
en la vida. — Los egoísmos individuales y lo colectivo. —
Los Derechos de la Salud. — Su trama y su filosofía. —
Fragmentos. — Frou Frou. — Las tribus de África. — La tra­
gedia antigua. — El origen. — El coro. — Teoría literaria de
la tragedia.— Lo que dijo Aristóteles. — Versos de Horacio.
— Sobre lo que reposa el desenvolvimiento de la acción
trágica, según Burnouf. — La importancia del coro, según
Müller. — La clave de lo patético, según Hegel. — La per­
sonalidad de los héroes trágicos y la armonía del mundo
jóvico. — Cada época tiene su arte. — Roberto y Renata son
frutos de esta edad. — Míjíta equivale al corifeo.— Sobre el
brillo exterior de la tragedia antigua. — Ética trágica. — Frag­
mentos estilísticos de Los Derechos de la Salud. — Carencia
de educación literaria de Florencio Sánchez. — Cuatro rasgos
sobre su ser físico y moral. — Lo que hizo por nuestro tea­
tro. — Era un instinto. — La acción en sus obras. — Nietzsche
y la tragedia. — Apolo y Dionisio. — Lo que representan. —
El arte, duradero, trata de conciliarios. — Valor, como filo­
sofía y como enseñanza, de la tragedia. — Dionisio menos
alto que Apolo.
I I . — Un buen negocio. — El asunto. — Transcripción del fin del
primer acto. — El segundo acto es un añadido.— Poca fir­
meza de los caracteres. — El cambio de don Rogelio y el de
Ana María. — La edad de don Rogelio y algunas frases de
la escena final. — Transcripción de esa escena. — Un verso
de Plauto. — Nuestros Hijos. — Es una obra de revuelta so­
cia l.— El señor Díaz. — Las madres y las cunas. — Mecha.
— La ley del instinto y la de la civilización. — Observacio­
298
H ISTO R IA CRÍTICA
nes. — El fin de la fábula. — Vuelta al teatro antiguo. —
Por qué no compadecemos á Mecha ni simpatizamos con el
señor Díaz. — Modos de manifestación de la piedad, según
Hegel. — Grecia. — La ética en el moderno teatro francés. —
Moneda Falsa. — El asunto. — Transcripción de escenas.—
Final posible, aunque no probable. — Marta Gruñí. — El
autor se engañó al llamarle saínete. — Lo que éste es. — El
sainete es padre é hijo de la comedia. — Méritos de la obra.
— El asunto. — Los verdaderos dominios de Sánchez. — Las
comedías aristocráticas no son cosa suya. — Cada ingenio
tiene su órbita. — Transcripciones de Marta Gruñí.
III. — La Gringa. — La fábula. — Don Cantalicio, Próspero y
don Nicola. — El segundo acto. — Don Cantalicio llora con
más razón de la que él supone. — El fin de una casta. ■
— La
escena del ombú. — Hermosura. — Sentimiento. — Olor á
campo. — El mundo marcha. — Injusticias de la civilización.
— Horacio y don Cantalicio. — Don Cantalicio y V ictoria.—
El último acto. — Transcripciones. — La fusión de las razas.
— El trabajo. — Las mujeres en el teatro de Sánchez. — Lodo
sin objeto. — La madre de Mecha. — Admiración con limí
taciones. — En qué se fundan. — Abuso de tosquedades y de
modismos. — Un grito de Electra. — El teatro de Sánchez es
para la turba. — Cómo lo apreciará el futuro. - Más caden­
ciosas sutilidades en el decir. — Barranca abajo. — Como obra
escénica. — El argumento. — Minucioso análisis del acto pri­
mero. — Trozos de escenas. — Acto segundo.— El nido de
horneros. — La propuesta de Juan Luis. — Cómo cayó Pru­
dencia. — Don Zoilo y el sargento. — Una redondilla de Lope
de Vega. — El idilio de Aniceto y Prudencia. — Lo que me
dicen Malherbe y Rostand. — El tercer acto. — Nuevos pro­
yectos de fuga. — Don Zoilo las echa. — Un reparo. — Diá­
logo de Aniceto y don Zoilo.
La última frase del vecino
Zoilo Carabajal. — Por qué llamo tragedia á Barranca abajo.
Lo que aprendí en Revilla. — Don Zoilo y el King Lear.
Porqué Sánchez era un autor dramático. — M'hijo el Do­
lor. — Análisis y fragmentos del primer acto.
Una crítica. —
Acto segundo. — Citas y observaciones. — La falta de Jesusa.
Cuándo debió apelar al rebenque don Olegario. — Dife­
rencias en la actitud de Mecha y Jesusa.
Último acto. —
Lo que en él sucede. — Fragmentos de escenas. — Algo más
sobre Julio y Jesusa.
Fin del capítulo.
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
299
I
F lo r e n c io S á n c h ez no fu é fe liz en sus em peños po r
c u ltiv a r el teatro de ideas. F i ló s o f o anárquico, en el
mal co n ce p to de estas dos d enom inaciones, ex p u so en
la escena las p arad ojas que in v en tó lo sin clase para
elu d ir las órdenes del deber. N o h a y r e g la s en la
m ente sin reg la s en la vida. C ie r ta s cu estio n es no se
resu elven en los c o rr illo s del c a fé donde sueña la
h o lg a n za ó se r e f u g i a el d espech o de la derrota, sino
en el retiro de las bibliotecas, en el estu d io de la
h isto ria de lo que ha sido, y en el co m ercio de lo que
pasa v ic to rio s o en lo grand e de su v i r t u d ó resig n a d o
en lo grand e de su h u m ildad. — F lo r e n c io S á n c h ez
se dejó alu cin ar por la s u p e r fic ie de la p réd ica cafetina, ign ara y d iso lvente, sin pararse á a d v ertir las
pinzas de los palpos de los escorpio n es que se a g i t a ­
ban e n fu re c id o s en el fo n d o de la préd ica in m is e r i­
cordiosa. — F lo r e n c io no v ió que, para lib rarno s de
la p onzoñ a de lo sensiblero, hem os apelado al a n tí­
doto de la in d ife r e n c ia ó de la crueldad, co n trav en en o
peor que aquel m itr id a to pu esto en uso por la v e tu sta
farm acopea, que lo fa bricab a con opio y a gá ric o y
aceite de víbora. — L o s a lfaq u íes de la nueva ley, en
cu y o s á gapes no es la co n co rd ia y la unión lo que se
practica, no se aburren jam ás de pred icarn o s el d e re ­
cho que tiene lo in d ivid u a l á tod os los goces del v i v ir
para sí, aun en los casos en que ese derecho, m u y
discu tib le, se en cu en tra en p u g n a con los derechos,
m ucho más legítim o s, que se d educen de la v id a del
h o ga r y de la nación. — L a nueva p réd ic a no cru za
el mundo como las alevillas, en can tán donos con la
blancu ra sin tild es de sus alas, ni reverd ece en lar­
gos p ecío los de flo re s azuladas, como las flo re s m e ­
300
H ISTO RIA
CRÍTICA
d ic in a les de la galega. — A u n q u e hable de jú b ilo s, de
gozos, de eg o ísm o s sonrientes, la nu eva p réd ic a es
triste, fría, gris, tediosa y sin a ltitu d , com o todas
las d esercio n es del deber y como tod os los ev a n g elio s
sin sa cr ificio s. — L a nu ev a préd ica se d is t in g u e más
por el rabo que por las rém iges, pues h allándose más
cerca del hombre fo rán eo que del hombre de la c i u ­
dad, se halla más cerca del sim io que del á n g el, no
p u d ie n d o e x tra ñ a rn o s que, siendo m enos aliabierta
que g á lg u la , dem uestre en el modo de su decir, por
m uch o que lo pula, más a p titu d e s para la rabotada
tira n iza n te que para la paciente genero sid ad . De ahí,
de la f i l o s o f í a del ca fé bohem io y del suburbio con
olores á leno cinio , n aciero n L o s D e r e ch o s d e la Salud.
L a tram a es sencilla. E x p o n g á m o s la , sin d is fra c es
retóricos, en lo sustancial, reserv án d o n o s la fa cu lta d
de analizarla más d etallad am en te á m edida que a va n ­
cem os en el estu d io de la d ram ática de F lo r e n c io
Sánch ez.
L u i s a está enferm a. Su mal no tiene cura. L a m a­
tará la tisis. P o r m iedo al co n ta gio , la apartan de sus
hijo s. P o r m iedo al co n ta gio , n in g u n o quiere besarla
en la boca. L a traen y la llevan, para a b u rrirla m ejor
que para curarla, desde lo alto de las sierras de C ó r ­
doba hasta los h oteles sin a tr a ctiv o s de la A s u n c ió n .
— E n estos andares, la i n f e li z L u i s a tro p iez a con una
n o ve lita ó cu en to de su esposo, cu en to in co n clu so y
n o ve lita inédita, en la que se estudia — “ la situ ació n
moral de un en ferm o in cu r a b le ” , tís ico también, “ que
descubre que su esposa le es in fie l y acaba por en ­
contrar ló g ica su conducta, j u s t if ic á n d o la en que, no
siendo apto para llenar las fu n c io n e s de la vida, no
se considera con derech os para encadenar á los sanos
á sus destinos m a lo gra d o s.” — L u is a lee aquello, y
sospecha que a quello ha sido escrito para que ella lo
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
301
vea. L lo ra, su tos es más terrible, c a v ila sobre aquello,
y co n c lu y e por en ten d er que los sanos la enrostran
su in e p titu d para llenar las fu n c io n e s de la vida.
Bu en o. Y a estam os en p rese n cia de los fam osos d ere­
chos de la salud.
L u i s a tie n e una hermana, Renata, y un esposo, R o ­
berto. R en a ta la su s titu y e d urante sus c r isis y sus
ausencias, lo que en cu entro laudable, en el cuidado
de su casa y sus h i jo s ; pero tam bién la su s titu y e , á
títu lo de sana y no nerviosa, en el d ulce papel de musa
y amanuense de su m arido, R en a ta ju z g a , ordena y
pone en lim pio la labor lite r a ria de R oberto. L uisa,
por últim o, estalla en celos, y R en ata resu elve salir
de aquel h o ga r c u y o s dolores agrand a su p rese n cia ;
pero Roberto, el bueno de R o berto, el robusto R o ­
berto, d espu és de in d ig n a r se por que la e n ferm a se
cree con derech os á ser esposa y madre, se va como
un loco, com o un poseído, como un feb ricien te , lla ­
m ando á g rito s á la bu en a y robusta de Renata.
“ R o b erto . — T ú la has o fe n d id o g ravem en te. T ú la has
a rro ja d o de esta casa. ¡ L u is a , L u i s a ! ¡ T ú has
co m etid o un crim e n !
L u isa . — ¡ R o b e r t o ! ¡ O lv i d a s que en todo caso habría
e je r c id o un d ere ch o !
R o b erto . — ¡ A h ! ¡ L o c o n fie sa s!
L u isa . — N o c o n fie so nada. T e recu erd o sim plem ente
que so y tu esposa.
R o b erto . — M a g n í f i c a ocasión de e je r c e r tus derechos
de esposa. M a g n ífic a . T i e n e s que estar m u y
perturbada y fu era de tí, L u is a , para que in t e n ­
tes j u s t if ic a r de esa m anera tu conducta. ¿ I g ­
noras lo que ha hecho R en a ta por tí y por todos
n o so tro s?.. .
L uisa. — N o lo ignoro, ni p retend o descon ocerlo.
302
H ISTO RIA
CRÍTICA
R oberto. — Ig n o r a s en to n ces lo que vale el s a c r ific io
de una vida. T e qu ejab as no hace m u ch o de
un d espojo. E l la era el ú n ico d espo jad o entre
nosotros. E lla . L e hemos arrebatado la j u v e n ­
tud, ¿e n tie n d es? las ilusiones, las esperanzas,
la frescu ra, las a leg ría s de su ju v e n tu d , lozana
como una primavera.
L uisa. — ¡ R oberto, no hables a s í !. . . ¡ M e haces d a ñ o !
R o b erto . — L a hemos m arch itad o , la hemos e n v e j e ­
cido de cu erp o y de esp íritu , le hem os puesto
una toca de m onja, a vezán do la prem atu ram ente
en la co n tem p lac ió n del d olor y la miseria.
L uisa . — ¡R o b e rto , tú la a m a s ! . . .
R o b erto . — ( C o m o a ntes). R e n u n ció á su in d e p e n d e n ­
cia, á su esposo, al h o gar f e l i z que la agu ardaba
como una dulce rea liza ció n de sus más a ca ri­
ciados ensueños, para v e n ir á co m p artir la m i ­
seria de nuestra v id a sin sonrisas. N ad a le q u e­
daba por e n treg a rn o s á esa noble criatura, ni
los bienes m ateriales. C on su fo r tu n a hemos
com prado un po co de o x íg e n o para tus p u l­
mones.
L uisa . — ¡ Roberto, tú la amas !
R oberto. — ¡ O h ! E s e tenía que ser el pago de tanto
heroísmo. L a in ju ria de una odiosa, de una abo­
m inable sospecha. ¡ O h ! ¡N o!... ¡N o!... ¡ N o ! . .
¡N o será a s í ! . . . T ú has p erd id o el d om inio de
tus sentim ientos. L a fiebre te ha hecho co m e­
ter el crimen. T e n e m o s que reparar, sí, reparar
la h o rrend a in ju sticia . ¡ O h ! ( L la m a n d o ) . ¡ R e ­
n a t a ! . . . T e n e m o s que ped irle perdón de ro d i­
llas, de r o d i l l a s ! . . . R e n a t a . . . ¡C o r r o á b u s­
carla ! . . . ( L o hace).
Luisa. — ¡N o , no la l l a m e s ! . . .
b e r t o ! . . . ¡ M e condenas,
berto ! . . .
¡N o la llames, R o ­
me m a t a s ! . . . ¡ R o ­
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
303
R o b erto .— ( D esap arecien d o , a lterad o y d esco m p u esto ).
¡R e n a ta !... ¡R e n a ta !... ¡R e n a ta !...”
N o v a y a n u sted es á creer en la ve rd ad de aquello
de que R en a ta dió su fo r tu n a para com prar un poco
del o x íg e n o necesario á L u isa. Esa, como casi todas
las v erd a des á que rin d en cu lto nu estras pasiones, es
una verd ad h ip ó c rita y r ela tiva . R en a ta dió su f o r ­
tuna pensando en R o b erto más que en L u is a .
“ R o b erto . — S ie n to que mis fu e r za s se desmoronan.
R enata. — C u and o más fa l t a le hacen. T i e n e usted que
r eso lver el v ia je al P a r a g u a y cu anto a n t e s . . .
R oberto. — L a reso lu c ió n está hecha. D i g a u sted m e­
jor, que debo em pezar á buscar los m edios de
r e a liz a r lo . . .
Renata. — L o sabía. P o r eso he q u erid o hablarle.
R o b e r to .— ¿ E n qué sentido?
Renata. — D e c ir le que no debe usted quebrarse la c a ­
beza por b u scar recursos. V e n d a mis bienes,
ó h ipo teq ue ó haga lo que le p la z c a con ellos.
R oberto. — ¡ O h ! ¡ N o ! ¡ E s o n u n c a ! . . .
Renata. — N o he h echo el o fr e c im ie n t o antes de ahora
por ig n o r a n cia de su situ ació n fin a n c ie ra y, un
poquito, por tem or de m o r t ific a r su su s c e p t i­
bilidad. H o y sé que usted no sólo ha agotado
su crédito, sino que tam bién ha d escontado so­
bre su p o rv e n ir litera rio , co m pro m etién d ose á
realiza r trabajos á plazo s determ inados, sin co n ­
tar con que las circu n s ta n c ia s pu ed en oponerse
á sus deseos, y pu d ie n d o m u y bien haber e v i ­
tado esos extrem os. Y a que ha qu erid o hacerme
el honor de su co n fia n za , le im p on go el c a stigo
de tom arm e por prestam ista.
R o b erto . — Gracias, Renata. D e n in g ú n modo podré
aceptar su o f r e c i m i e n t o . . .
H IST O R IA CRÍTICA
3£>4
Renata. — U n a sola c o n d ició n le e x i j o : que r e in t e g re
u sted en se g u id a el din ero tom ado á cu en ta de
tra b a jos literario s.
R o berto . — R e p ito que no tom aré un cén tim o de sus
bienes. P o r otra parte o lv id a u sted que casi no
t e n d r ía derecho á d isp o n er de ellos. D ebe ca­
sarse en breve.
R enata. — ¡ A h ! si sus es crú p u lo s son esos, poco me
co stará ve n cerlo s. Y a no me caso.
R o berto . — ¿C ó m o ? ¿ Q u é está u sted d icie n d o?
Renata. — S e n cilla m e n te que he d esistid o de mi e n ­
lac e. . . que he roto las r ela cio n es con J o r g e . . .
R o berto . — No. U ste d me e n g a ñ a . . . ó se engaña.
Renata. — N i n g u n a de las dos cosas.
R o b erto . — ¡O h , por qué ha h echo usted eso! ¡ P o r
qué ha dado un paso sem ejante sin consu ltar
á n a d ie!
Renata. — C reo que los dos íbamos al m atrim o n io l l e ­
vados por una sim ple co m p la cen cia afectu osa,
nada más. D e modo que la ru p tu r a se p ro d u jo
sin v io le n c ia y sin d esg arram ien to s m ayores.
R o berto . — L a s causas, los m otivos, ¿cuá les fueron?...
Renata. — U n a triv ia lid a d .
R o b erto . — N o lo creo, Renata. U s t e d lo ha h echo por
nosotros, para po d e r en treg arse más lib re y
en teram ente á su d evo ción ca r ita tiv a por L u i s a
y por nuestros pobres h ijito s. ¡O h , g ra c ia s! ¡ E s
usted una s a n t a ! . . . P e ro no hemos de co n s en ­
tirle tal sa cr ificio . Se lo contaré todo á L u i s a . ..
R enata. — ¡ M u y bien p e n s a d o ! . . . ¡ A l á r m e l a usted
más de lo que e s t á ! . . .
R o b erto . — ¡O h , R e n a ta ! ¡ R e n a t a ! . . . ( M u y co n m o ­
vido, estrech ánd o le ambas m anos). ¡ Q u é alma
la s u y a ! . . . ”
In sisto.
C o n v ie n e
insistir.
Renata, que en cu entra
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
3 °5
herm oso el cu en to aquel de lo s d erech o s de la salud,
se p reo cu p a m edianam ente de los dañados pu lm ones
de L u isa.
“ R en a ta . — ( U n a ve z que se han ido reco g e p r o l i ja ­
m ente los ped azo s del a rtíc u lo roto por R o ­
berto).
M ijita . — ¿ Q u é haces, m u ch acha ?
Renata. — R e c o jo unos p apeles que he roto im p en ­
sadamente.
M ijita . — ¡ A h ! ( P a u s a ) . ¿Sabes que anoche la pobre
L u i s a no ha estado bien?
Renata. — L o sé. T e sentí varias v e ces levantarte.
M ijita . — P e ro no tosía ni tenía fie b r e ó fa t ig a como
otras v e c e s . . .
Renata. — ( C o n in d iferen c ia , o cupada en reco m p on er
los p a p eles). ¿ Y qué tenía?
M ijita . — ( Im p a c ie n te ) . ¡ T e a segu ro que lo pasó m u y
m a l !. . .
Renata. — ( C o n ig u a l ton o que antes). ¡ A h , sí! N o
d ijis t e tan to al p rin cip io . “ D e la . . . sa. . . s a . . .
sa ...
¿d ónde estará el otro p e d a z o ? . . .
sa. . .
E s te es. D e la salud. ( L e y e n d o ) . “ N a d ie tiene
d erecho á e x i g i r le á la v id a más de l o . .. de lo
q u e . . . de lo que está en a p titu d de d arle” .
M ij it a .— ( F a s tid ia d a ) . B u en o . Si te interesan más
esos papelotes que tu hermana, no te diré una
palabra.
Renata. — Habla, m u jer, habla. ¿ D e qué se trata?
M ijita . — A n o c h e L u i s a . . .
Renata. — L o pasó mal. Y a te oí. ¿ Q u é más?
M ijita . — ¡ Q u é m á s ! ¡ Q u é m á s ! . . . M e entien des como
si hablara del gato. ( S e v e r a ) . ¡ E s o está m u y
m al h e c h o ! ”
Roberto, en el ú ltim o acto, le co n fie sa su amor á
20.—v i.
3°6
H ISTO R IA
CRITICA
Renata. R en a ta hace ver que se asu sta ; pero, como
R o b erto c o n c lu y e por dorm irse después de su c o n ­
fesión , la buena y la sana le da un beso en la f r e n te
al dorm ido, que tam bién es bueno y tam bién está sano.
E n se g u id a Renata, la n g u id e c ie n d o de sensualidad,
se adorm ece á su vez, r eclin a n d o su cabeza sobre el
robusto pech o de R oberto. L u is a , la enferm a, los d e s­
cubre así á la lu z de la aurora, y se m uere de gozo,
reco n o cien d o que es una in ju s t ic ia oponerse al t riu n fo
e n alteced o r de los d erech os de la salud. L o s d orm id o s
despiertan, la a y u d an á franqu ear el erébico pu ente,
le toman el pulso, le palpan las sienes, y d ic e n :
“ R enata. — ¿ M u e r ta ?
R o b erto . — No. ¡ D u e r m e ! ”
¡ M e n t i r a ! ¡ E s usted un fa r s a n te ! ¡ L o ha sido u s ­
ted siem pre, tís ico de a d en tro ! ¡ E s a m u je r no puede
d o rm ir! ¡ E s t á apu ñ a lea d a! ¡ E s t á h o rrible y b e lla c a ­
m ente a pu ña lea d a! ¡ T i e n e usted sangre, m ucha san­
gre en las manos, señor cu en tista del cuento ó de
la no ve la sobre L o s D e r e c h o s de la S a lu d !
N os en con tram os en los d om inios de la tra g ed ia .
N o puede hallarse nada de más pa té tico que la h e r ­
mana que le roba á la herm ana el amor de su esposo,
el beso de sus hijos, su silla ju n to á la lum bre p lá ­
cid a del h ogar. E l c o n f li c t o no es nuevo. L o h a lla réis
en F ro u - F ro u . L o planearon, hace y a varios lustros,
M e ilh a c y H a le v y . R enata es L u is a , como L u i s a es
G ilb e r ta ; sólo que Ren ata se parece del todo, hasta
en la índole de sus s a cr ificio s, á la otra L u i s a de
H a le v y y M eilh a c. — L a que es nueva, m u y nueva,
o rig in a l, o rig in a lísim a , es la causa del c o n f l i c t o . —
P o r q u e eres tísica y porque y o soy sana; porque pa­
deces en el potro de tu dolencia, y porque y o ten g o
la dicha de mi robustez, me pertenecen la cuna de
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
307
tus hijos, la labor de tu esposo, tu lech o co n y u g a l,
el nido en que so llo za la a n g u s tia de tu tos. ¡ R e ­
vienta, m uérete, pú d rete y acabem os! — Y esta tesis,
esta
espantosa
tesis,
esta
tesis
inicua, se impone,
triu n fa, se hace aplau dir, se c o n v ierte en verd ad alucinadora, gra cia s al arte in d iscu tib le del d ram atu rgo
y al d esorden m oral de la m u ltitu d . A ca so , allá, en
el fo nd o del alma del p ú blico que ovaciona, m urm ura
una voz, aquella v o z que vien e de a rriba: — “ ¡ E s o
es a bsu rdo ! ¡E s t e hombre y esta m u jer, que se i n c l i ­
nan ansiosos sobre esta agonía, no son dos rob u ste ces!
¡ Son dos en ferm o s de sensualidad baja y deprim idora! ¡S o n dos em bustes de brío y de salud, dos t í ­
sicos del alma, pues es de ju r a r que lo m ism o harían
si la en ferm a no fu ese en ferm a y si ese nido lú g u b re
no fu e r a l ú g u b r e ! ¡ L o que a pla u dís es casi un in ­
cesto! ¡ L a t r a g e d ia a n tig u a llevó, también, al teatro
esas in d ig n id a d e s ; pero las llev ó para ca stig a rla s se­
veram ente, y no para que g ozásem os en su v i c t o r i a ! ” —
Y la vo z de adentro, la que v ie n e de arriba, tiene
razón. N o s en con tram os con dos hipocresías, con dos
instin to s burdos, con dos in ten cion es m ereced oras de
un g r ille t e á p erpetu ida d, desde que co m ienza el p r i ­
mer d iá lo g o de L o s D e re ch o s de la Salud.
¿ E l autor lo o cu lta ? No. C o n o ce á su época. C o no ce
á su público. C o n o ce á sus cofrad es. C o n o ce á sus
críticos. L e s sirve á su gusto. L e s sirve á destajo del
y a n ta r del día. L e s sirve el venen o sin gastos de
a zú car y sin escon d er el r ótu lo del frasco. E l artícu lo ,
cuento ó lo que sea, escrito por el esposo y a plau did o
por su secretaria, prueba que el propósito, la in ten ­
ción, la idea lu ju rio s a y a germ inaba, desde el prim er
acto, en el subsuelo del hombre sano y la m u je r ro ­
b u s t a . — “ ¡ O h la sa lu d ! ¡la salu d! ¡M a d r e egoísta del
in stin to creador, nos traza la ruta lum inosa é in m u ­
3 °8
H ISTO R IA
CRITICA
table, y por ella va la carabana de p e r e g rin o s en lo
eterno, y va y va, y m archa y m archa, y m archa sin
d etenerse un instante, sin v o lv e r los o jo s una sola
vez, sordos los oídos al clam or a n g u stio so de los
retardad os y los ex h a u to s que va d eja n do en el ca ­
mino, que nu n ca se v u e lv e á r e c o rrer.” — ¡ V e a usted
las cosas que hace la sa lu d ! ¡ Y y o que aprendí, en
cie r to s libros de m edicin a, que h a y en ferm e d a d es que
ex a scerba n y perturban el in s tin to g e n é s ic o ! ¡ Y á mí
que nun ca se me o cu rrió pensar que la salud o b lig a
á los robustos, c u y a s esposas se v u e lv e n tísicas, á
enam orarse de sus cuñadas para c o n v en c erla s de que
son capaces de las gloria s de la m a ternid ad ! — ¡ E s tá
v is to que debemos huir, en m aterias de amor y de
desposorio, de los que poseen una salud pancratice
atque a th le tice , a d je tiv o s y a usados en son de bu rla
por la có m ica in tu ició n de P la u t o ! — E n cuanto á lo
otro, en cuanto á a quello de la caravana, y o he leído
una p á gin a com o ese cu arto de p á g in a en los libros
de v ia je s de mi biblioteca. Se trataba del país de las
tinieblas, de las tribu s in fe rio re s del A f r i c a . C u a n d o
éstas em igran, ó cambian de sitio, abandonan á sus
ancianos y á sus e n ferm o s al pie de un árbol, y la
caravana sig u e su cam ino de arenas, sin p reo cu parse
de los g rito s de a n g u s tia de los abandonados. De
donde se deduce, si no me engañan mis v ia jero s, que
las tribu s más sa lva je s del Á f r i c a son las que m ejor
saben y m ejor cu m p le n las le y e s que tu tela n L o s D e ­
rech o s de la Sa lu d . E s tá visto que estas le y e s no son
una co n qu ista de la c u ltu r a de nuestra edad. ¡S e p rac­
tican, sin d iscu tirse , en las tin ieb las de los bosques
del Á f r i c a !
Y bien, á mí más que los n e gros me gusta el niño,
el niño que p ersig u e á la clu eca que le robó sus
h ijo s á la patita blanca. ¿C on quién está el autor?
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
3°9
¿C o n las trib u s bozales ó con el pequ eñ ín? ¿C o n M ijit a ó R en ata? A j u z g a r por la escena con m a y o re s
p u jos de fil o s o f í a que h a y en su drama, por la escena
del tercer acto entre R o berto y Ram os, el autor está
con las trib u s avanzad ísim as de que habla Spencer.
R e p ito que p r e fie r o la tra g e d ia a ntigu a, que p u r i­
fica b a a terrorizand o . D e la de h o y salim os con h a m ­
bre de ser sanos, sanos á toda costa, sanos para gozar,
¡sanos para d esp ren d ern os de los que tosen, de los
que estorban, de los que no sirven para el placer, de
los que su fre n por fa lta s del p u lm ó n ! ¡ B r u t o , á v i ­
vir ! ¡ A
la carne g orda ! ¡ A
los brazos r o lliz o s !
¡ A las bocas que m u erd en con ansias b e s tia le s! ¡L a
v ie je c ita , que nos nutrió, al se p u lcro por v i e j a ! ¡ L a
esposa, arru inada por el t ra jín constan te del h ogar,
al o lv id o y la m u e rte ! ¡ Y el p ú b lico aplaude la le y
african a, y entre el pú blico h a y hom bres que tienen
h ija s casaderas y m adres ca d u ca s! ¡ Y
h a y entre el
pú b lico m u jeres que no protestan, que se entusiasm an
y que aplauden también, aunque allá, en el fo n d o de
sus d u lces o jo s de bestias de carga, asome el m iedo
á la p le n itu d m ustia, á la fu e r z a que h u yó , á la sien
que encanece, al cu erpo que se en corva y al h ijo que
avejen ta!
R e p it o que p r e fie r o la tra g e d ia a ntigu a. H ag am o s
un paréntesis. H ablem o s de ella. S a lga m o s del foso
L a s almas tam bién, por m iedo á la tisis, deben buscar
aire de montaña. ¿ Q u é el p aréntesis nos resu lta la r g o ?
M ejor. M ás tie m p o respirarán p e r fu m e s de altu ra los
cansados pu lm ones de nu estro espíritu. ¡ Á tu tarea,
p u r ific a d o r ! ¡ A tu tarea, musa que antepones la v e r ­
dad adorable á los aplausos de las c o fr a d ía s ! ¡ A t r e ­
par con E s q u i l o !
L a tra g ed ia nace en el P elo p o n e so , asegu ránd ose
que tuvo por cuna á la lira de E o i g e n i o de Socione.
310
H IST O R IA
CRÍTICA
E l prim er coro tr á g ic o se escu ch ó en M orea, ju n t o
á las olas em balsamadas del mar de C o rin to y ju n t o
á los esp ejos ru tila d o r e s del mar de Jonia. A q u e llo s
cármenes, en donde crecen el naran jo de oro y la caña
de azúcar; aqu ellos d eclives, por donde trepa j u g u e ­
tona la cabra; aqu ellos bosques, donde se asilan el
cie r v o de A r c a d i a y el jab alí de A r g ó l id a , son los
que escu ch an por v e z p rim era el canto m ístico de
E p ig e n io .
E n los tiem pos de Icario, que la v ió nacer, la t r a ­
ged ia se red u cía á un sim ple coro de vend im iado res,
cantado ante a lg ú n rú s tic o altar de D io n isio . Ica rio
era el dueño de una h eredad
abundante en vides,
abundans v itib u s. U n a tarde, al co n c lu ir la reco lec ció n
de las m elosas uvas, los sierv os de Ica r io entonaron
un him no á Sileno . D e sd e entonces, año por año y
en la m ism a época, un him no sim ilar, ju b ilo so ó triste,
se alza en las lla n u ras y ascien de hasta las cú sp id es
rocallo sas de los m ontes helénico s. A q u e l him no es
el padre de la tragedia. E l coro aquel es el prim er
b a gid o de la musa de E u r í p i d e s y de A g a t ó n .
L a tra g edia , cam pestre en su cuna, l le g ó á ser u r ­
bana. E l coro, en sus o ríg en es, es un canto sim bó lico
y m ístico. E l de las bacanales, fu r io s o y lúbrico, pa­
recía un e n gen d ro de la em briagu ez. T h e s p i s arriba.
T h e s p i s corona de h o jas la fr en te y cubre con un
ve lo el rostro de los cantantes, creando un autor que,
en las pausas del canto, narrase en verso a lg ú n s u ­
ced id o de índole m ito ló g ic a . L o m ito ló g ic o se tra n s ­
fo rm ó en épico, en tra d icio n a l, con F r í n i c o y Pratinas. A t e n a s separó co m pleta m ente lo lú g u b r e de lo
cóm ico, pues la tra g icom ed ia, m adre y no d riza del
drama m oderno, recién aparece en la ciu dad de Roma.
L e e d P cen u lu s y R u d e n s de P la u to .
Con T h e s p i s s u r g e el solista, el co rifeo , el im p ro ­
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
3i i
visador, el que pro v o c a las respu estas del co ro ; y
F r ín ic o aum enta el papel de éste, a socián dolo con
docta intensidad á la acción de la fábula. C on T h e s p is,
el corifeo, el solista, el recitad or, se abulta y crece
y se tra n s fo rm a en el g u ía del coro, siendo más tarde
el que conversa, represen tan do al coro, con los héroes
del drama sacro y tra d ic io n a l. E n el coro está, pues,
la base prim era y el prim er elem ento de las g r a n d io ­
sas in sp ira cio n es de E s q u ilo y E u ríp id e s.
Sabemos, por B u r n o u f , que el d esen v o lv im ie n to de
la acción t rá g ic a reposa sobre dos le y e s fu n d a m e n ta ­
les: la de los caracteres com plem en tarios, im p r e s c in ­
d ibles para hacer resaltar la e n e rg ía de los c a r a c te ­
res de m ay o r im p o r ta n cia ; y la del contraste, que
e x i g e que in terv en g a n dos caracteres o pu esto s en cada
obra, m oviéndose, á la luz fu n era l del h orizon te, O r e s ­
tes y E g is t h o , P ro m eteo y Jú piter, C ly t e m n e s t ra y la
h ija desolada de A g a m e n ó n .
P e ro el verd a d ero fo n d o sobre el que se destacan,
con m uch o relieve', los p erso n a jes pu estos en p u gn a
con el destino, es la masa coral, con sag rad a á m o s­
trarnos, en una fo rm a abstracta, las grand es le y e s de
la ex isten cia, las le y e s que flo ta n sobre la acción y
que dom inan los aco ntecim ientos. — “ E l coro, dice
M ü ller, represen taba al esp ectad o r ideal que, con su
m anera de ve r las cosas, debía m oderar y d ir i g i r las
im presiones de la m u ch ed u m b re.” — “ E l coro, en sus
cantos, se presenta con su v e rd a d ero y prop io ca rá c­
ter, m ostrándose siem pre fie l á su m isión de expresar,
bajo herm osas y nobles formas, los se n tim ien to s de
un alma b en évo la y co m pasiva.” — “ E l núm ero de los
cantos corales se encontraba en relació n d irecta con
el núm ero de m om en tos de la acció n que obligaban
á m ed itar sobre las pasiones hum anas ó sobre las
leye s con que el d estino r e g u la los hechos h um an os.”
Si M ü lle r no os basta, recordad á H o r a c io :
H ISTO R IA
3 12
CRÍTICA
A c to r is partes ch oru s o ffic iu m q u e v irile
D e íe n d a t; neu quid m ed ios in tercin a t actus,
Q u o d non p ro p o sito con du ca t et hoereat apté.
U le bon is faveatque, et c o n c ilie tu r am icis,
E t regat iratos, et amet peccare tim en tes,
l i l e dapes la u d et m ensce b rev is: U le salubrem
J u stitia m , leg esq u e, et ap ertis otia p o rtis:
l i l e tegat com m issa, d eosqu e p recetu r et oret,
U t redeat m iseris, abeat fortu n a superbis.
E s indudable, entonces, que el papel del coro fu é
im portan tísim o . — E l le d ijo al público, en señ án dole
los n a u fr a g io s á que co n d u ce la pasión c ie g a : — V e n
y mira. — E l, am istoso y b en evo lente, le d ijo al héroe
antes de la ca tástro fe a le c c io n a d o ra : — T e ru e g o que
no seas insensato. — É l, á todas horas y en todos los
sucesos, le d ijo al p ú b lico con u n c ió n : — Jú p ite r es
potente.
E l coro nace al nacer el him no donisíaco. E l coro
es h ijo del ditiram bo que los vend im iado res, ve stid o s
de sátiro, entonaban d anzando en torno del altar del
dios de las vides. E l coro era el cáliz, de donde salía
el p erfu m e b u c ó lic o de la oración ebria y d e s e n fr e ­
nada. L a locu ra
fu é la in s p ira triz de a quella sa lva je
salutación, que o yero n co n m o vid o s los ruiseñ o res de
la heredad de Icario. N o tuvo, en sus o rígenes, nada
de santidad, aquel
p r im it iv o y rú s tic o y lu ju rio s o
credo. E l canto ascend ía y el coro giraba, m ientras
un pobre m acho cabrío era sa c r ific a d o en la piedra
n e g r u zca del altar cam pestre. E l coro, después, fu é
unas ve ces g ra ve y cerem onioso, siendo otras veces
p lacen tero y desordenado. E l coro respond ía al c o ­
rifeo , al im pro visad o r que narraba las aven tu ras de
la vid a de D io n isio , hasta que los coristas dejaron
de ser sátiros, hablando en su nombre y con su a u to ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
3 i3
ridad un ve rd a d ero actor cuando em bellecióse la f á ­
bula teatral, h aciénd ose más pura, en la época de
T h esp is.
M ijita , la ju s ta y apiadada M ijit a , la triste y a c u ­
sadora M ijita , represen ta al coro en L o s D e rech o s de
la S a lu d .
Continu em os.
G recia, la p a tria del o liv o y la vid, es la igu ald ad
de los h om bres lib res en el sa g ra rio de las ciu d a d es
autónom as y
no m u y extend idas. L a H élad e m ide
cien to c in c u e n ta m illa s de anch u ra por
doscientas
m illas de lo n g itu d . E l A t i c a tiene a lg o más de cien
m il ciu dad an os y m enos de m ed io m illó n de h abi­
tantes. E l e sp íritu d órico no es un e s p íritu co n q u is­
tador, sino un es p íritu po ético y m ercan til, un es­
píritu que f ilo s o f a y que c iv iliza . Su m isión consiste
en sembrar colonias, ideas, versos y márm oles. A t e n a s
es el tem plo
de la repú blica, de la dem ocracia, de la
m uch edum bre, de la ciudadanía. G r e c ia se levanta, en
la cú sp id e de la historia, como un ombú donde co n ­
versan a m ig ab lem en te un m o c h u elo y una calandria,
el ave de M in e r v a y el ave de A p o lo . G r e c ia es Solón,
F idia s, P ín d a r o y A r is t ó t e le s .
A s í, en G recia, E s q u ilo h alla las r e g la s y A r i s t ó ­
teles las t ra n s fo rm a en tratado. E s q u ilo es la p r á c ­
tica, y A r i s t ó t e l e s la teo ría de la tra g edia . ¿ L a teoría
de la tra g e d ia de la a n tig ü e d a d ? No. L a teo ría de la
tra g e d ia de todos los tiem pos. ¿ Q u é dice A r i s t ó t e le s ?
A r i s t ó t e l e s dice que desde la a parició n de la tra g ed ia
y de la comedia, los autores a le g r e s reem plazan á los
poetas yám bicos, y los lú g u b r e s ocu pan el lu g a r de
los poetas épicos. E s claro que la tra g edia , sa tírica é
im pro visad o ra en sus o ríg en es, no lle g a de g o lp e á
lo g ra ve y á lo sublim e. L o m elp om én ico es h ijo de
los poem as fá lic o s, com o lo cóm ico es h ijo de los
3 14
H ISTO RIA CRÍTICA
po em as de índole d itir á m b ica ; pero estos dos géneros
tea tra les se desarrollan con le n titu d hasta en callar
en la fo rm a d e fin it iv a con que los viste la poética
de A r is t ó t e le s .
L a tra g e d ia se redu ce á una serie de coros en los
días an terio res á E s q u ilo . E s q u ilo d ism in u irá la so ­
beranía, la dictadura, el poder absorbente de la masa
coral. E s q u ilo nos legará el coturno. E s q u ilo hará que
el d iá lo g o predom ine. E s q u ilo dará, á los lu g a re s en
qu e se e fe ctú a la represen tació n, form as y co n d icio n es
de teatro. U n solo p erso n a je d ia lo g a con el coro en
las obras de T h e s p is . E n las de E s q u ilo aparece un
p e r so n a je más, cuando el coro su spira ó im preca. E l
m o n ó lo g o y el d iá lo g o y a no se cantan ni en las obras
de E s q u ilo ni en las i e S ó fo cles.
A r i s t ó t e l e s nos dice, de la m ism a suerte, que la
obra t rá g ic a es la r ep resen tació n de un su ce d id o grave
y com pleto, casi siem pre h istó rico , que nos p u r g a y
aparta de las pasiones por m ed io del terro r y de la
piedad. E s claro que la acció n t rá g ic a in f lu y e , sobre
n u estro espíritu, se gú n sea la índole del pensam iento
que d esa rro lla y se gú n sea el ca rácter moral que la
determ ina. D e esto nace el i n f lu jo , b e n é fic o ó p er­
nicioso, de la obra teatral sobre la m u ltitu d , y siendo
el i n f lu j o que el teatro ejerce de poder enorme, la
cr ítica , que es crítica , puede y debe co nsidera r cada
obra teatral en su doble valor, en su va lor de arte y
en el va lor que tiene como in flu e n cia . E s preferib le,
y me apresu ro á reco n o cerlo , que como los cánones
a r is to té lic o s preceptú an, el poeta sea un hábil zu rcidor de fábu las á que el poeta sea un hábil zu r c id o r
de estrofas, desde que son los hechos, im ita do res de
la realidad, los que e x cita n el interés del espectador,
lo g r a n d o que el pú blico se apiade ó aterrorice. E l
poeta trá g ic o es un poeta activo, que no debe d e c ir ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
3 i5
nos, sino hacernos ver, el m odo como O re s te s m ata
á C lyte m n e stra . E l poeta t r á g ic o es un poeta activo
que debe hacernos ver, como en un m useo de f ig u r a s
de cera de auto m ático m ov im ien to , los terrib les g o l ­
pes con que A lc m e ó n asesina á E r i f i l o . E s o es in d is ­
cu tible desde la a r is to té lic a p r e c e p t iv a ; pero se e n ­
gañan, ó fi n g e n que se engañan, los que sostienen
que, siendo el poeta t r á g ic o un poeta activo, puede
m en o sp recia r las artes de la forma, com o si la t r a ­
gedia, por ser activa, no p erten ec ie se á la literatu ra,
igu al que todas las demás ramas del tronco poético.
Gram áticos, poetas, e ru d ito s y tam bién f i l ó s o f o s f u e ­
ron E sq u ilo , S ó fo c le s y E u ríp id e s . N o lo o lv id é is
cuando j u z g á is , con el absolutism o de las idolatrías,
el valor de arte y el va lo r de idea de L o s D e rech o s
de la Salud.
In sistam os y a m p lifiqu em o s.
E l elem ento patético , d estru c to r ó doloroso, debe
actuar sobre el es p íritu de las m u ltitu d e s com o una
fu e r te enseñanza moral. N o os p reo cu p e el cu erpo
en ferm izo , nos dice la tra g ed ia . P reo cu p a o s, sí, del
alma inm ortal, nos g r i t a el coro. T o d a s las E le c t r a s
del teatro antigu o , por esta causa, se parecen á las
m ariposas n o ctu rn as que llev a n su n o m bre: tienen
am arillo el fo n d o de las alas como es a m arillo el
co n fín de los cielos cuando sale el sol, cuando el
buho se esconde y el zo r za l despierta. L o melpoménico m ira á la eternidad, co n ce d ién d o le m u y pocos
derechos á la m ateria, al lim o, á la carnadura. E l te a ­
tro, para no ser nocivo, debe ser vir tu d , g ra n d ez a austerísima. E s q u ilo lo supo, S ó fo c le s lo sabía, y no lo
ign oraba la musa de E u ríp id e s.
H e g e l, á quien se acusa de ser obscuro, nos da la
cla ve de lo lu c tu o so de la tra g e d ia clásica. E l carácter
in d ivid ual, h ijo de las pasiones y de los intereses de la
3i6
H ISTO RIA
CRÍTICA
v id a diaria, es un com puesto de cu alid ad es que se d es­
a rro llan de un modo épico en el teatro del helenism o.
R e p re s e n ta cio n e s de la e x c e ls itu d de la e x is t e n c ia h u ­
mana, los héroes g rieg o s , los héroes s o fó c lic o s y esquilianos, no están de acuerdo siem pre, por lo ex cep cio n alísim o de su personalidad, con las d iv in id a d e s clásicas,
con aquellas d iv in id ad es más ceñ u das y más v o lu n t a ­
riosas que las nubes que sirve n de ta p iz á la m an sión
que habitan los inm ortales. E s to s ansian que se r e s p e ­
ten las in s titu cio n es y los se n tim ien to s que ha e n g e n ­
drado la trad ició n. L o s héroes son a n titra d icio n a listas, rom pién do se al chocar con a quellos se n tim ien to s
y al sa cu d ir aquellas in stitu cion es. A s í, segú n H e g e l,
lo tr á g ic o nace de que, en la co lis ió n del héroe con
el medio, “ los dos partid os opuestos, co nsiderado s
en sí mismos, tienen un derech o para sí.’’ — “ E l héroe
no puede realiza r lo que h a y de v e rd a d ero en el fin
que persig u e, sino vio le n ta n d o lo esta blecid o por otro
poder ig u a lm en te justo, lo que e x p lic a las fa lta s en
que el héroe in cu rre.” — “ E n to n c e s se e je r c ita la j u s ­
tic ia eterna sobre los m o tiv o s in d iv id u a le s y las p a ­
siones de los hombres, resta b le cién d o se la sustancia
moral por la d estru c ció n de las in d iv id u a lid a d e s que
turban su reposo.” — Si aplicam os el j u i c i o h eg elia n o
á la obra de Sánchez, ¿qué resu lta rá? R es u lta rá que
la su stancia moral, la c o n s titu id a por los s e n t i m i e n ­
tos y las in s titu cio n es de la trad ició n, no se r e s t a ­
blece por la ca tástro fe, pues el fin de L u is a es el
t r iu n f o de las in d iv id u a lid a d e s de Ren ata y Roberto.
E n to n ce s, siendo esto así, la m u ltitu d no e x p erim e n ta
el ca lo fr ío depurador, de pánico y a n g u s tia y aso m ­
bro, del que dim ana la in flu e n c ia c iv iliz a d o r a
teatro a n tig u o según A r i s t ó t e l e s y segú n H e g e l.
del
En la escena clásica, la m a g n itu d de la perso n a li­
dad de los héroes trá g ic o s turba la arm onía de la obra
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
3i 7
de los olím pico s, se opone á su ética, y las d iv in id a ­
des, que presid en la lu c h a del alma humana con el
destino, d e str u y e n i n f le x ib le s á los rebelados, para
que se co nserve la serena arm onía de la creación jó
vica. A s í A g a m e n ó n , o bed ecien d o á la ‘ le y antigu a,
condenará á I f i g e n i a para salvar á T r o y a ; pero sobre
la dulce m em oria de I f i g e n i a llo rará de am argura,
por todos los siglos, el t r á g ic o espectro de A g a m e ­
nón. A s í M edea, abrasada de celos, esp arcirá las c a r ­
nes de sus pobres hijo s, que d e g o lló cruel, á los r u m ­
bos del v ien to que b aja su spirand o de las cum bres
de C ó lc h id a ; pero Medea, la filic id a , cru za rá por el
mundo, bajo el lacerante lá t ig o de las fu rias, m ie n ­
tras el m undo sepa que e x is tió un hombre que se
llamaba E u r íp id e s . E n cambio, en el drama que me
inspiró estas líneas, la fatalidad , la tu b ercu lo sis, se
en carn iza con una inocente, fa v o r e cie n d o los planes
de un amor que se acerca á lo incestuoso, sin que la
j u s t ic ia jó v ic a , la cu sto d ia d o r a de la arm onía del
mundo m oral, se d eje ver, en fo rm a de a d v e r te n cia ó
de p u nició n, ni en el prólo go , ni en el nudo, ni en el
d esenlace de la escén ica fábula. P o r el contrario, el
autor de la fá b u la puso especial em peño en j u s t i f i ­
car, con lo p a ra d ó g ico de la f i l o s o f í a fo rán ea de que
se sirve el esposo de la pobre L u is a , el t r i u n f o de
la salud y la d errota de la piedad, que es, más que
piedad, o b lig a ció n suprem a para R en a ta y para R o ­
berto.
Cada época tiene su arte. E l arte, lo mism o que las
plantas, está necesitado de una época que le sea p r o ­
picia. L a retam a sajona, en un clim a húmedo, pierde
sus espinas, y la a u la ga francesa, en un am biente seco,
se cubre de púas. E s que la segunda, en un clima
seco, necesita el d ard aje para su n u tric ió n , como la
prim era en un clim a húmedo, necesita para n u trirse
318
HISTO RIA
CRETICA
de lo ve rd e de las hojas a tercio pelad as. E l teatro de
los novísim os, con sus rebeldías co n tra los dogm as
de la m oral de antaño, responde á la sequedad de
nu estro s espíritus, que han hecho del placer el norte
de la ex isten cia, la flo r de la vida, el rumbo de la
especie, la estrella polar del navio humano. N u estro
tie m p o se me antoja que no vale m ucho, si, como
dice T a in e, “ el arte es la r e p r o d u cció n ex a cta del es­
p ír itu y de las co stu m bres de la edad á que p e r te ­
n e ce.” T a in e añade que la t ra g e d ia clá sica su rg e —
“ en el tiem po de la v ic t o r ia de los g r ie g o s sobre los
persas, en la época h eroica de las pequeñas ciu d a d es
republicanas, en el instante del gran e s fu e r z o por el
cual co nqu istaro n su in d ep en d e n cia y es ta b leciero n
su a scend iente en el u n ive rso c iv i l i z a d o .” — E s v e r ­
dad que el arte, y el de h o y no se librará de la l e y
común, cuando pasa el instante p ro p ic io á su e n f l o ­
r a r , — “ se parece á un e n fer m o aqu ejad o de co n s u n ­
ción, que va á la n g u id e c e r y á m o r ir.” — A s í lo d ice
T a in e , y T a in e no se engaña. C u a n d o c o n c lu y e E u r í ­
pides, se rom pe el cetro de la musa tr á g ic a de la
a n tigü ed ad , porque tam bién c o n c lu y e la h eg em on ía
esplend oro sa de la ciudad de A ten a s.
R o berto y Ren ata son de nuestro tiempo, tiem p o
de fem in ism o y de d iv orcio . E l héroe de la tra g ed ia
g r ie g a es h ijo de su edad. H o y somos am orales y sen­
sualistas. E l g r ie g o clásico es sobrio y varon il. E s
libre y soberano en la ciudad soberana y libre. H é ro e
y p o lític o á un mismo tiempo, no gusta de los bárba­
ros, y gu sta de que los bárbaros alaben sus leyes.
A m a la gloria, los cu erpo s á g ile s y robustos, las b re­
gas olím picas. N o sotro s tam bién amamos los g im n á s­
ticos e je r c ic io s ; pero por h igien e, no por apego á la
g lo ria ni á la escultura. El g r ie g o clásico, como m i­
litar, lanza el disco y corre con lig e r e za s de g a lg o
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
3i9
escocés; pero, como artista, lee los poem as h o m é rico s
y trata de a d q u irir las fo rm a s de la estatua. P o r eso
hará h um anos á sus dioses, prestá n d oles la h erm o ­
sura de lo que cincela. E l dios g r ie g o es un hom bre
de más poder, más seren idad y más p e r fe c c ió n que
los de la tierra. E l dios g r i e g o es el m od elo inm ortal
del ser humano. L a tra g e d ia no lo suprim irá, co m o
hacem os nosotros, porque no p u ed e su p rim irlo sin
su p rim ir el tip o de p e r fe c c ió n á que aspiran la c i u ­
dad y la raza. Y a lo hemos dicho. E l g ru p o de s e n t i­
m ientos, de n ecesid ades y de costum bres de cada época
c o n s titu y e el p erso naje reinante de cada ciclo h i s t ó ­
rico, el m od elo que los co ntem po ráneos adm iran y
copian, com o sostiene con m aestría H ip ó li to T a in e .
E s e personaje, en n u estra edad, es el sano R o b erto.
E s e personaje, en la a n tig ü e d a d clásica, era el h éro e
de E squ ilo .
D e ten g á m o n o s un m om ento ante el b rillo e x t e r io r
de la tra g e d ia a ntigu a, que habla con m ajestad, q u i
graviter d isserit, llev a n d o so lem nem en te la sirm a f l o ­
tante, cum pompa circu n fero . P en sad en lo que sería n
aquellas rep resen tacio n es en las fies ta s de C eres y
D io n isio . P en s ad en lo que P lu t a r c o nos dice del
Odeón. P e n s a d en lo que habéis leído sobre la m a g n i ­
tud, h igien e, a le g r ía y su n tu o sid ad de los teatros d e
A ten a s, E fe s o , E sm irn a , P atara, Sussio, M e g a ló p o lis
y Q ueronea. P en sad en aquel a rq u itecto que se l la m á
D em ócrates, á cu y o se rv icio puso su paleta A g a r t h a c o
y su pincel Corebo. E s en pleno día. E l esp ectác u lo
no h u ye de la luz. C u and o co m ienza el drama, no
duerm en la a v e cilla en el nido y el ca p u llo sobre el
rosal. P o r el co n t r a r io ; en torno de los pámpanos,
donde se dora el racim o con abejas suctantes, susurra
al soplo tibio de la p rim a vera la canción de los s á ti­
ros vo lup tu o so s, m ientras las n in fa s danzan, con lo s
H ISTO R IA
320
CRITICA
brazos al aire y los pies desnudos, sobre las costas
de los m ares azu les y al com pás del tañ er de las ca ra ­
colas de los trito n es alborozados. R e c o r d a d : el cielo
por t e ch u m b re ; el mar á la v i s t a ; la m u ltitu d e s t á ­
t ic a ; la fie s ta r e lig io s a y tr a d ic io n a l; el lauro de la
patria en las c o n c ie n c ia s ; enorme el a n fite a tr o de
p u lid o s m árm oles; aven idas de árboles, en perenne
verdor, co n d u cien d o á las g alerías e x terio res, fo r m a ­
das por tres pisos de p ó rtico s su p e rp u esto s de d i f e ­
rente y
de no m ezc la d o orden a rq u it e c t ó n ic o ;
las
sombras de los héroes saliendo de la tie rr a por v ir tu d
asom brante de la m ecá n ica ; los d ioses atravesan do
el aire en d ra g on es de fu e g o y carros a la d os; n o v í ­
simo el lu jo de los a c c e s o r io s ; m uchas es ta tu a s ; los
peb eteros c o n v irtie n d o el áloe en humo b a lsá m ico ;
el m ecanism o
de las d eco ra cio n es
rápid o y
audaz
com o s o r t i l e g io ; la cítara y la fla u t a acom pañando
al co ro ; los a rtistas con m áscaras herm osas y ad e­
cuado vestir, amén del c o tu r n o ; y el sol por todas
partes, pero el sol del T ir r e n o , el sol de E le u s is , el
sol de O lim p ia, el puro sol de G recia, el áureo sol
que e n flo r a los ja r d in e s que S irac u sa co n sag ró á Citerea.
C reed que debió ser m u ch ísim o el encanto de a qu e­
lla r e lig io s a fe s tiv id a d . C ada pueblo y cada época
tie n en su arte propio, en que está r e fle ja d o el sentir
co le ctiv o . C ada época y cada pueblo nos dan, en el
arte que les es propio, la razón de ser de sus d e rr u m ­
bes y de sus victo ria s, de lo más a rra ig a d o y lo más
tra n scen d e n te y lo m enos efím ero de su naturaleza.
N u es tra tragedia, la que se aplaude, pinta al hombre
pequeño, porque el c o n flic to , en que la pequ eñ ez de
ese hombre batalla, casi nunca es un c o n f li c t o en que
se resu elva la su erte de a lg u n a gran verdad, de a l­
guna gran ju s tic ia , ó de a lg u n a e v a n g e liza n te m ise r i­
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
321
cordia. Casi siem pre el c o n f li c t o nace de a lg u n a baja
pa sió n ; de a lg u n a rebeldía c o n tra el deber co nsagrad o
por la e x p e r ie n c ia de las socied ades c i v iliz a d a s ; de
a lg ú n retorn o á la edad de las cavernas, c u y o s m o ra ­
dores iban v e stid o s de p ie le s ; de a lg ú n d og m a como
ese a fr ic a n o d og m a de los d erech os de la salud. Y se
a g r a v a la pequeñez, del hombre y del c o n flic to , ante
la inm oralidad ó am oralidad de su co n clu sió n , porque
ó t r i u n f a lo delictu o so , ó el héroe ren u n cia á s a c r i ­
fica r se por el fa n ta sm a de la vir tu d , pu esto que y a
sabemos á cien cia cierta que la v ir tu d , la g lo r ia y la
verd ad no son sino fantasm as. L a tra g e d ia antigu a,
co ro n ad a de ram os de m irto y de laurel, pensó de
otro modo, g o z án d o se en tra nsparentar la esencia del
es p íritu heleno, que, por lo grande, necesita un r e c i ­
piente como aquel r e c ip ie n te en que e x p r im e sus z u ­
mos la m usa sacratísim a de E s q u ilo . G r e c ia la l u m i ­
nosa ama sus tra d ic io n e s y sus d iv in id ad es, fu e r za s
o cu lta s y d esco n ocid as que nos hacen p u r g a r n u e s­
tras fa lta s y nu estro s crím enes. E s a s divinid ad es, en
lu ch a con los seres humanos, en gen d ra rá n la austera
y terrib le d o ctrin a de la fa talid a d , apiad ánd on os con
el esp ectác u lo que a rro ja al hombre desde la cum bre
de la fo r tu n a hasta el abismo de la m iseria. A s í las
verd ades p rim itiva s, que enseñó P itá g o r a s , las co n ­
vertirá en d iá lo g o épico y solem ne el laúd de E sq u ilo .
E s a s v erd a des que son eternas, — porque se llam an
c u lp a y castigo , — llen arán de asombro, de te rro r y
de m iserico rd ia á los atenienses, á los m etecos, á los
libres, y á los esclavos, á tod os los que se aglom eran,
con la cam piña p rim averal en torno, sobre las gradas
que se van elevando su ce siva m en te con v is ta al mar
y al cielo, al mar que entona un canto de sirena y al
cielo que r e fu l g e con b r illo s de z a fir . Y los es p e c­
tad ores ven d e sfila r sobre la escena, situada en fren te
2 J.-V I.
322
H IS TO RIA
CRÍTICA
del h em iciclo, entre cam bios de d eco ra ció n y ru id os
de maquinaria, entre los a y e s a n g u s tia d o s del co ro
y las p reces qu ed ísim as de la m úsica, á la v ir g e n
A n t í g o n a que, desdeñando las iras de Jú p ite r, a co m ­
paña por bosques y por costas la ceg u ed ad p a té tica
de E d i p o ; á la v ir g e n A n t í g o n a que, d esdeñando tam ­
bién las iras de Cleón, im pide que los osos del m on te
celebren un fe s tín con los restos in sep u lto s de P o l i ­
nice ; á la v ir g e n A n t í g o n a que, bella, santa, d u lce,
adorable, toda se n tim ien to y toda piedad, m u ere en
el fo nd o de una obscura cavern a por haber p r a c tica d o
las v ir tu d e s que siem pre en altecerán á las h ija s de
los nacid os de la estirp e de P ro m eteo.
U n a verdad, un bien, una h erm osu ra deben
im ­
pu lsar al héroe de la t ra g e d ia en sus com bates con
el destino, en las pocas tra g e d ia s en que el héroe, al
morir, sucum be t r iu n fa d o r en la idea. C u a n d o el héroe
batalla por turbar la arm onía de la verdad, el bien
ó la herm osura, es ju s t o que el d estin o d errote al
héroe, para que la arm onía se co nsolide ó se r e sta ­
blezca. E n cu alqu ier caso, la musa t rá g ic a nos a le c ­
ciona, ponién donos en g u a rd ia co n tra nuestras pasio ­
nes. A s í pensaba la m usa de la tra g e d ia an tigu a , y
porque así pensaba me place más, en sus a le c c io n a ­
dores ó g enero so s hum anitarism os, que la musa qu e
zu r ce inhum an idades como la parad oja de L o s D e r e ­
ch os de la Salud.
E s to en cuanto al asunto. E n cuanto á la e x p o s i ­
ción y á los incidentes, bastante la prim era y a d ec u a ­
dos los otros. L o s caracteres, cierto s y sostenidos.
P o r lo que toca á la fa ctu ra literaria, al le n g u a je
a rtístico, de lo m ejor, ó tal ve z lo m ejor, de lo elabo­
rado por F lo r e n c io Sánchez.
V éa se cómo se da cu en ta de la g ra ved a d de su
estado la in f e liz L u i s a :
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
323
“ A lb e r tin a . — E s tá s d ic ie n d o cosas absurdas, m u jer.
L u is a . — ( I r ó n ic a ) . Sí, absurdas. D e sd e hace un año
m is sentidos y m is fa c u lta d e s están en b a n ca ­
rrota. M e he idio tizad o . H e p erd id o la p o n d e ­
ración de las cosas y de los hechos. Nada. N i
veo, ni oigo, ni palpo, ni presien to, ni d is ­
cierno. M e ataca una en ferm e d a d que me tiene
no sé cu ántos días á las pu erta s de la m uerte,
sa lgo de sus garras p r o v id e n c ia lm e n te y entro
á co nvalecer. C o m ie n zo á ex p e r im e n ta r la a l e ­
g ría del retoñ ar de m is fu erza s, y v u e lv e n á
mi e sp íritu las g o lo n d rin a s de la esperanza.
U n a s horas más, un día, q u izá un m e s . . . M e
a gu a rd a n tod os los dones de la p le n itu d de la
vida. P e r o pasa la hora, el día, el mes. L a m eta
se ha alejado. ¡ Sin em bargo, nada es la nueva
d is ta n cia para la c ertid u m b re del c o m p le to r e ­
v i v i r ! V a m o s de nu evo hacia ella, pero de nu evo
se d i s t a n c i a . . . Y m u ch as v e ces más la b u sc a ­
mos en vano. ¡ O h ! en to n ces las g olo n d rin a s
em p ieza n á em igrar, sin que baste á retenerlas
el cá lid o o p tim ism o de los míos. L a s he vis to
irse, A lb e r tin a , una por una, en las a ltern a tiv as
de esta co n v a lece n cia que no acaba nunca, que
acabará conm igo.
A lb ertin a .
¡O h , im a g in a ció n !
L uisa. — ¡N o , no es la im a g in a c ió n !. . . E s la realidad
cru el de mi d olen cia sin len itiv o s. Y si ella no
bastara á co n v en cerm e de que e s to y irr e m is i­
blem ente condenada, ahí están ustedes, a h u y e n ­
tan do las ú ltim as g o lo n d rin a s ; mi marido, mi
hermana, la v i e j a criada, m is a m ig os y hasta los
e x tra ñ o s ...
•
A lb ertin a . — ¿N o s o tro s ?
L uisa. — U sted es, ustedes, ustedes. Se les lee en los
H ISTO R IA CRÍTICA
324
ro stro s la sen ten cia irrem isible. ¡ O h ! Si tú h u ­
bieras vis to como he vis to yo, al pobre Roberto,
tan su frid o , tan en érg ico , tan fu erte, tan c o n ­
solador con su o p tim ism o irradiante, durante
la enferm edad , y en los p rim ero s días de la
co n v alece n cia , ir hora por hora, ced iend o y q u e ­
brantán dose hasta derrum barse en la c o n g o ja
de la d esesperanza y la piedad. Su o p tim ism o
de h o y es una m ed io cre sim u la ció n caritativa.
C a rita tiv a,
¿me c o m p r e n d e s ? . . .
hermana, un caso
estu p en d o
de
Y
lu e g o mi
fa talism o
y
r e sig n a ción , y los sobresaltos de la triste M ijita, ese fie l animal dom éstico, que g ir a en torno
mío, azorada, con el p rese n tim ien to de la c a ­
tástro fe inm inente, g ru ñ e n d o á todos los r u m ­
bos en celoso a cecho del en em ig o que sabe que
ha de lle g a r y de quien q u isiera p r o teg erm e y
d efen d erm e con todas sus fu erza s. Y l u e g o . . .
y lu e g o la p r o f i l a x i a . . . ¡ A h , la p r o fila x ia , la
h ig ie n e !...
U n trabajo de araña, sutil, s u t i lí ­
simo. U n a tela dorada por m il p r e t e x to s y e n ­
g a ñ ifa s con que lo van e n v o lv ie n d o á uno sin
que lo sienta, hasta d e ja r lo aislado de sus se­
m ejan tes para que no los co n ta m in e.”
V éa se, también, cóm o R o b erto e x p lic a las causas
que le o blig a ro n á regresar de las sierras de C ó rd o b a :
"R am os. — No me has e x p lic a d o aún los m otivo s del
regreso tan precipitad o.
R oberto. — N os expu lsaro n.
Ramos. — ¿ C ó m o ? ¿ P o r qué?
R oberto. — U na historia m u y curiosa. T ú no ignoras
que mi situ ació n económ ica es bastante precaria
de un tiem po á esta parte.
Ramos. — S iem pre has debido contar con mi amistad...
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
325
R oberto. — No, no se trata de lo que supones. V e ­
rás. . . E n los cerros lo pasábamos m u y bien, ú n i­
cos pen sio nistas de una de las tantas fa m ilia s
que no tienen m iedo del co n ta gio , porque están
contam in adas y sacan doble p r o v e ch o de su m al
y del m al del p ró jim o . N a tu ra le za pintoresca,
clim a apacible y p re su p u e s to m u y
llevadero.
A q u e l lo era por todo co n ce p to lo más c o n v e ­
n ie n te . . . P ero, como te escribí, en la im a g in a ­
ción de L u i s a em pezó á trabajar el m iedo y la
d esco n fian za . N o era para menos, te lo aseguro,
el esp ectác u lo de a qu ella p o blació n d oliente. N o
te lo v o y á d escribir porque tú debes co n o cerlo
m u y bien, á pesar de que la costum bre de ver
una cosa lim ita la fa c u lta d de analizarla. B a s ­
tará con que te d ig a que y o m ism o más de una
vez, d ejan do trabajar un po co la mente, he
sentido que la a n g u s tia y el espanto me o p r i ­
m ían el alma. ¡ L a to s ! T o d o s tosen. C reo que
allí hasta los sanos tosen por su g estió n . E n la
villa, en los hoteles, en los sanatorios, en los
paseos, donde q u iera que uno va, lo acompaña
la lú g u b re d esa fin a ció n de esa orquesta de es­
cu á lid os m ú sico s ex a spera do s y feb ricien te s,
que sudan la v o lu n ta d de arrancar un poco de
arm onía á sus d esv e n cija d o s instrum entos, sin
c o n s e g u ir otra cosa que un m onótono jadear
de fu e lle s r o t o s . . . P a ra L u is a , aquello se co n ­
v ir t ió en una d olorosa obsesión. Sus d esco n ­
fia n z a s y su irrita b ilid a d iban crecien do , y una
noche en que no nos d ejó dorm ir el carraspear
desesperante de un tísico , nu estro ve cin o de
habitación, me ex p resó su reso lu c ió n de h u ir
de aquel antro. T o d o mi em peño en d isu ad irla
se estrelló contra su v o lu n ta d fir m e y casi
32Ó
H ISTO R IA CRÍTICA
amenazadora. C o n s e g u í ú nicam ente a rrastrarla
á uno de los h o teles de la cumbre. A l l í al m e ­
nos no se o y e tanto la f a t íd ic a orquesta, a u n ­
que el clim a sea m enos f a v o r a b l e . . .
Ram os. — Ó precisam ente por eso.
R o b erto . — L a v id a es cara. H ab ía adem ás que hacer
una ren o va ció n del equipo y ponerse en a ctitu d
de no d esen ton ar en aquel am biente r e fin a d o
y aristo crático . T o d o se h iz o ; no obstante, las
e x ig e n c ia s del m ed io sobrepasaron la la r g u e z a
de m is p revisio n es.
¿Q ué
h a cerle?
E s ta b a y
es to y resu elto á tod os los s a c r ific io s en h o m e­
naje á la paz de esa tris te alm a com pañera.
P e r o no bastó. E r a tam bién preciso salvar d is ­
tan cias sociales, y por más que mi rep u ta ció n
lite r a ria p u d ie ra obviarlas, L u i s a no entraba, y
así lo com prend ió . N i ella, ni yo, insistim os, l i ­
m itánd o no s á hacer rancho aparte. D e repente,
sin que se sepa cóm o ó qu izá s por nu estro o r ­
g u llo in d iferen te, las g en tes em piezan á h uir
de nuestro contacto, y el b o y c o tt se acentúa
cuando L u i s a cae en cama. A s í que m ejora, se
me presenta el dueño del hotel. “ Señor, u sted
perdonará, pero los re g la m e n to s de la casa son
term in a n tes y los pen sio n ista s me han am ena­
zado con irse á otra parte si sig o alb ergand o
en ferm o s c o n t a g i o s o s . . . ” Y patatín y patatán.
E n resum en, una in tim a ció n de d esa lo jo en r e ­
gla. H abía en el establecim iento , había sí, e n ­
ferm os más avanzados, pero no eran peligro so s.
Ram os. — P o rq u e gastarían más.
R o b erto . — P recisa m e n te.
A h í tie n es e x p lica d a s las
causas de nuestro regreso a n ticip ad o .”
A b u n d a n en la obra los fr a g m e n to s así. L a tercer
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
327
escena del acto segundo, en tre R en a ta y M ijit a , y
la se xta del m ism o acto, entre L u i s a y Renata, son
de valía, aunque la una lo sea por el le n g u a je y la
otra por la em oción. Y si insisto en lo del le n g u a je
es porque nuestro d ram atu rgo , el más p o p u la r y el
m e jo r dotado de los d ra m atu rg o s que hem os tenido,
no sabía escribir. T i e n e la m em oria de los ojos, tiene
el don de la escena. T o d o en él es in g én ito , todo es
in stin tiv o . Se d iría que el p a rlo teo herm oso, el no
fa m ilia r, el em p erifo lla d o , j u e g a al r e g a t e con esa
musa terrestre y bohemia. Se d iría que su v o c a b u la ­
rio, más prop io para p intar a ctos que para em itir
ritm os, carece de g lá n d u la s sin oviales, ó si lo p referís,
de hum or que h a ga lúbricas y resbalad izas sus a r t i ­
cu lacio n e s. Sus m ism os ch istes nacen de la acción, no
del j u e g o ó de la g ra c ia de los vocablos. N i aún
cuando retra ta m elan co lía s tiene el sonido, intenso
y m onótono, del oboe rústico, del orlo de ancha boca,
en que gim e sus penas el pastor de los A lp e s . ¿ R e n a ­
cerá en el tiem p o? N o me lo parece. E n su m ism a
fu erza, en su ex ceso de acción, e n con tra réis su d eb i­
lidad. Su s m ejo res escenas son las escenas m udas ó
las vocabladas. L a lectu ra le p erju d ica . N o está hecho
para ser leído, y las obras escénicas, cuando pasa la
edad que las incubó, sólo se m an tienen y so breviven
por el encanto de la lectura. E l l e n g u a je esté tico tiene
un enorme poder tu itiv o , como d ra g ó n tr ic íp it e ó de
tres cabezas. E l le n g u a je esté tico es un hada más
herm osa y b e n é fic a que las períes, esas hadas b e n é ­
fica s y herm osas del país de Jerjes. L a s flo re s que
da, esquelinas ó shakesperianas, son más perfu m ad a s
y son más d ulces que las sem illas de los fr u to s g lo b a ­
les del loto del N ilo. L a s u p e rv iv e n c ia reside en los
azules y sonorosos m ares del decir estético, como el
escaro, que los a n tig u o s tu v ie r o n en mucho, nace y
328
H ISTO R IA CRÍTICA
se rep ro d u ce entre los a rr e c ife s de coral de las costas
de G recia. Y nuestro d ra m atu rg o no sabe escribir, no
tuvo tiem po para estudiar, no fu é un d octo r en le tra s
com o Sam uel B l i x e n . E s un instinto, un gran in s ­
tinto, un in stin to con m u ch os o jo s y m u ch as o re ja s;
pero sólo un instinto, la m itad de un genio. Su le n ­
g u a je no le d efien d e con su h erm osura ó con su ca­
dencia, lo m ism o que d e fie n d e la lo r i g a el cu erp o
del hombre, ó el p e r ig o n io los ó rg a n o s se x u a le s de
la planta. N o sabe f u n d ir con a ltiva e le g a n cia las
cosas que siente. Jamás, en su verbo, tro p e z a r é is con
esas elacio n es tró p ica s del le n g u a je , h ija s de la e la ­
ción ó gra n d eza del es p íritu estético. Su le n g u a je
no canta nunca como un chaúl, con c r u g id o s de gro,
de seda de la China. E s e le n g u a je jam ás despid e f u l ­
g o r de armonía, como los a n illo s del abdom en de la
lu c ié rn a g a d espiden el m atiz, entre blanco y verd oso,
de su luz fo s fó r ic a . N o me cu lp é is á mí. E l error fu e
suyo. E s él, y no yo, quien tom ó la v id a á modo de
tru ja l, m olien d o el aceite de las horas que le c o n ­
ced ieron y e s tru ja n d o las uvas de los ensoñares con
que le agasajaron, como con am bicion es de sorberse
el aceite vital y el zum o ensoñador de una sola asen­
tada. A mí lo ú n ico que p o dréis en ro strarm e es que
no sé arru llar, ó que, cuando lo intento, te n g o el
a rru llo triste com o palomo zalan dalí, el con p lu m a je
n egro ó ropa de luto. ¿ A qué m entirn o s efím e r a s d u l ­
zu ra s? E l reino de mañana es el reino de la verdad.
Á la verd ad aspiro, y al mañana vo y. V i v o en lo que
viene, y anoto lo que sé de F lo r e n c io Sánch ez.
N ace en nu estro suelo. Pasa, sin b rilla r o ste n s ib le ­
mente, por el p e r io d ism o ; pero, en las redacciones, se
alaba y reconoce su a trev id o ingenio. E s repó rter en
L a R azón, de mi M o n te vid e o , con C a rlo s R am írez, y
repó rter en E l P a ís, de la gran B u e n o s A ir e s , con
A n to n io B a ch in i.
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
329
L o ig n o r a todo. L o poco que lee, lo lee sin regla.
L a h o lg a n z a le place. E l orden le irrita. N o tiene
rum bo en cu estió n de partidos, y acaba en lo anár­
q u ic o ; pero creándose el sistema que ha de salvar
al m undo del d espotism o de los b u rgu eses. T i r a lo
que gana. N o com e siem pre, ni, cuando come, come á
lo p rín cipe. Sus a m ig o s perten ecen á la bohemia. C on
dinero, no escribe. Sin dinero, recu rre al númen, y
elabora con rapid ez. V e n d e ó h ip o te c a sus p r o d u c c io ­
nes á sus m ism os in térpretes, por poco más de una
carbonada y un vaso de vino. E s alg o despectivo.
A u n q u e lo disim ula, es alg o van idoso. C ree en m u y
pocas cosas. H ace su m undo del tonel de D ió g e n e s .
E s F lo r e n c io Sánchez.
H o n g o . E l cabello sem ien ru lado y sem im elena.
L a fr en te anchurosa. L a s o rejas diáfanas. L o s o jo s
habladores, con p rop en sió n á tristes. B a rb ila m p iñ o .
L o s labios gruesos. L a boca grande. E l rostro in f a n ­
til. A l t o de hombros. Casi huesudo. E l tó r a x no sa­
liente. F a lt o de goznes. L a s m anos d elicadas. F in o s
los pies. Sim pático . F á c il. P r o n to al tuteo. D e saco.
V i s t e mal. P r o d u c e en abundancia, á pesar de sus
ocios, y de que la gloria, com o g lo r ia á secas, no le
cautiva. A l fin, no c o n fo rm án d o se con su fam a en
A m é r ic a , fu é á m orir, con estrech eces de pordiosero,
bajo el sol de la E u ro pa .
N o fu n d a el teatro n a cio n a l; pero crea un género,
lo im pone y vu lg a r iz a . N o lo fu nda, porque y a está
fu n d a d o ; pero lo re ju v e n e c e , lo transform a, le da aire
nativo, lo rodea de b rilla n tez, lo hace teatro de tesis
m odernas y de costum bres patrias. ¿C o n su v erbo ?
Y a sabéis que no. ¿C o n la a cció n ? S í ; sólo con la
acción. L e basta un m odismo. U n gesto, en ocasiones.
U n silbo, á veces. E n ciertos casos, un hombre v e s ­
tido con ch iripá, ó una m u je r en vu elta en su rebozo,
330
H IS T O R IA CRÍTICA
que cru za n por la escena. E s e es F lo r e n c io Sánchez.
C u and o da en lo trá g ic o , com o en L o s D e rech o s
de la S a lu d , no rin d e cu lto á A p o lo , sino á D io nisio .
N ie t z s c h e nos d ice que el d esa rro llo del arte está l i ­
gad o á la d u p lic id a d de lo apolíneo y de lo dionisíaco, á la co n tr a d ic c ió n g ra n d ísim a que se observa
entre el arte de lo e s c u ltó ric o y el arte no p lástico
de la m úsica. E l num en de que trato no c o n c ilia esa
c o n tr a d ic c ió n ni s i m p lific a esa d u p licid ad , en tanto
que el nú m en h elén ico desposaba lo d io n isíaco con lo
apolíneo, p ro d u cien d o con la arm onía de lo a p a ren te­
m ente inarm ónico, la tra g e d ia ática, en la que se co m ­
pen etran y se co n fu n d e n la lín ea y el sonido, la h e r ­
m osura de la fo rm a y la del ensoñar, la m a g ia vis ib le
de lo co n creto y la m a g ia secreta de las idealidad es
que no tie n en fin.
D io n isio crece, á solas con la naturaleza, en la v id a
salvaje. P la n t a la vid. T i e n e á sus pies, para regordeo,
el á n fo ra espu m osa y la cesta de higos. L e sig u en
los sátiros v e llu d o s, de o reja s pu ntiag u d a s, y las b a ­
cantes desm elenadas, tañ end o en su honor los c ím ­
balos sonoros. A p o l o es d é lfic o , y apenas nace, m ata
con sus fle c h a s á la se rp ien te que p e r sig u e á L ato n a .
A p o lo , que tam bién d e s t r u y e á los cíclop es, es el a u ­
r ig a que co nd u ce el carro de diam antes del sol. H abita,
con las musas, en el Parnaso, y el cisne, la cigarra,
la palm era y el tam arin do son los trib u to s con que le
obsequian los sa cerd otes que o fic ia n en sus aras de
D e lfo s . Su cetro tiene la fo rm a de un laúd, y su es­
posa es P siq u is, adorán dole la a n tig ü e d a d como h ijo
de Jú p ite r y herm ano de Diana, la so rpren d ida b a ­
ñándose desnuda por A cm eó n .
E l teatro criollo, la tra g e d ia nativa, la del poncho
que flo ta y la del m odism o coloreador, p r e fie r e el
d io s de los sátiros y de las bacantes al dios de la
DE LA LITE R A TU R A U R U G U A YA
33
i
lira y de la alborada. E n su cu lto por lo p rim itivo ,
en su pasión por lo verd adero , en sus a fanes por lo
nacional, se o lv id a de que tod as las co n cr ecio n e s se
p ierden en lo azul, de que en tod o s los e s p íritu s h ay
sed de idealidad, de que D io n is io no es sino la sombra
p r o y e cta d a en la tie rr a por el c u erp o de A p o lo . — L a
reacción se impone. H a y que darle la espalda á lo
dionisíaco. H a y que v o lv e r los o jo s á lo apolíneo. —
A p o l o es la a p arien cia de la h erm osura soñada, de
la h erm osura radiante, de la h erm osu ra inm ortal, de
la herm osura en que se g o z a la im aginación . D io n isio
es el tra n sp o rte báquico, la ebriedad p rim itiva , el
nacer de las rosas en torno del barril donde sonríe
el dios de las uvas, el dulce m au llid o de las panteras
amaestradas, f e lic e s al sentir la ca ric ia de los cord ones
que las u ncen al carro de Sileno. A p o l o es el sueño
de la luz. Su cu lto represen ta la v id a e s p iritu a l, la
vid a superior, la v id a de los d ivinos, la v id a ultraterrena, la v id a que s e g u ir á á la m uerte. A p o lo es la
g racia g ra n d ísim a de las musas, ó si lo p referís, la
e x c e ls it u d del alma d entro de la arm onía del universo.
D io n is io es lo crep itan te del d esp e rta r de los j u g o s
que corren por el tro n co del á rb o l; el him no que los
c é fir o s cantan en el bronce fu n d id o de las m aduras
eras; la zam poña que nos a nu ncia el t r i u n f o de la
estación en que los m anzanos se cubren de flo re s
blanquísim as y en que los cerez o s se vis te n de flo re s
sonrosadas. A p o l o es lo su prasen sible que se hace
escultura, y D io n is io es la id e a liza ció n ensoñadora de
la n atu raleza física. N osotros, ni en las tablas, sabe­
mos co n cilia rio s aún. E l num en g rieg o , al u n ir lo s en
sus festiv id a d es, nos d ijo que n ecesita m o s atravesar
los mares del d olor para subir desde D io n is io á A p o lo ,
como necesitam os, para subir desde este m u nd o al
cielo, a travesar las a gu as negra s y silen ciosas de la
lag u na E s tig ia .
332
H IS T O R IA CRÍTICA
E l g r i e g o conoce, com o no sotros y m ejo r que n o s­
otros, la m aldad de la vida. E l e n a será, siem pre, la
p e r d ic ió n de T r o y a . J ú p ite r será, por todos los siglos,
el adv ersa rio de P ro m eteo. H o m ero sabrá, siem pre,
que están co n ta do s los días de A q u ile s . A g a m e n ó n ,
o bed iente á la le y , orden ará por todas las edades el
h o lo ca u sto d o lo ro sís im o de If ig e n e a . U lis e s sólo con
la fr e n te v e stid a de canas retorn a rá á los brazos y a
e n ju to s de P en élo p e. — L a v id a es cruel. L a a le g r ía
no e x is t e en la tierra. E l d olor es lo eterno. L a a n ti­
güedad, que es una gran cordura, no co ncibe otra
dich a que la d ich a humana, y crea á los dioses como
sím bolos in m o rta les de esa dich a m elan có lica m en te
vo lu p tu o sa . L o s dioses son el sueño de la fe licid a d .
M oran en el O lim p o , m ansión tranquila, r e f u g i o in­
vio lable, asilo inaccesible, con el suelo de oro, donde
no h a y vien tos, ni nieves, ni llu v ia s al d ecir de L u cano. P asan su e x is t e n c ia en cantos, ju e g o s, e je r c ic io s
corporales, lu ju r io s o s amores y o p íp aro s festin es, en
los que la a m b r o s ía ,. que es el e li x i r de la inm o rta ­
lidad, les es esca n cia d a por la mano de H ebe, que
llev a en sus cabellos cintas de rosas, m ientras Ganimedes, el del g o r r o fr i g i o , se acaricia los efé b ico s
pies sentado sobre el dorso del á g u ila de J ú p i t e r . —
L o s dioses son los e flu v i o s de la lu z en gen drada,
por el alien to p erfu m a d o de A p o lo . L o s dioses son
la n atu raleza r edim ida por el ensueño. L o s dioses son
lo m ortal inm ortalizad o, em b ellecid o y v e n tu ro so por
la v ir tu d su g estio n a d o ra de la fantasía. D io n isio , en
cambio, es la c o n creció n del poder de la vida, la b a r ­
barie de la m ateria, la radio - a c tiv id a d fec u n d a d o ra
y fu erte del átomo m u ltin ú m ero , el señorío de lo real
y de lo ve rd a dero del ser e x i s t e n te ; pero ese poder,
esa barbarie, ese señorío, esa fe c u n d a radio - actividad,
esa em briag u ez o rg u llo sa y fu g it iv a , aún sien do dolo-
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
333
rosas, son a p etecib les é ido latrab les para los núm enes
de la H élade. — A p e t e c i b l e s é id o latrab les; pero hasta
cierto punto. D io n is io es el alma, toda el alma, del
teatro que lu c h a por el t r iu n f o de los d erech os de la
s a lu d ; pero es sólo una necesidad, ó im p osición del
co n traste a rtístico , para el teatro helénico. D io nisio ,
sólo co n ciliá n d o s e con A p o lo , es d ig n o de ser cantado
por el laúd de A p o lo , que reina en el aire y reina
en el fu e g o . L a tra g e d ia an tigu a , en su plenitu d, ya
no es d ionisíaca, como nuestra tra g ed ia , porque el
hom bre p ita g ó r ico , el hombre esquilino, y a no es dionisíaco como los h om bres que amamantó la escu ela de
Jonia. E l hombre p it a g ó r ic o ha en con trad o un tesoro,
el e s p ír it u ; un ideal, lo b e llo ; una brú ju la, la ju s tic ia ,
y sabe que lo artístico , e p o p e y a ó drama, no debe
m ostrarse co n trario á la ley, s a c r ific a n d o la le y d i ­
v in a á la l e y del instinto. D io n isio , en aquel teatro
como en nu estro teatro, luch ará eternam ente por r e ­
cobrar su im p e rio ; pero, en aquel teatro, D io n isio , el
hombre de ’ a n a tu ra leza y de la pasión, el bisabuelo
de R o b erto y Renata, turba la arm onía de la obra
de lo divino, de la le y jó v ica, de la le y eterna, y la
m usa clá sica d efen d erá el orden, la e x p e r ie n c ia a d q u i­
rida por la sociedad, desatando sobre D io n is io las
iras de J ú piter. L o s héroes de E s q u ilo y los héroes
de S ó fo cle s, — que, com o nu estro s héroes, no son la
unidad p it a g ó r ic a en que resid e el bien, — quedarán
d estruid os en la lu ch a de las alm as in d iv id u a le s con
el orden sin fin, cru za n d o el m on stru o del destino,
por la escena m oralizan te, más lú g u b r e y austero que
las f ig u r a s que se destacan en los cu adros re lig io s o s
de Zurbalán.
E l m isterio iso ló g ico de las bodas de lo d ion isíaco
con lo apolíneo, de lo s u b je tiv o con lo o b je tiv o, de
lo lír ico con lo épico, del dolor de v i v ir con la pura
334
H IST O R IA CRÍTICA
co n tem p la c ió n de las im ágenes ensoñadas, del indi •
vid u o que fo m en ta sus prop ia s v o lic io n e s con fin e s
e g o ísta s y el in d iv id u o que se lib e rta de su vo lu n ta d
p a rtic u la r para co n v e r tir se en el hombre jó v ic o , es un
m isterio que apenas co no ce n u estro tea tro y que su p e r­
abunda en la t ra g e d ia a ntigu a. É s ta apiada y a te rr o ­
r iza para m oralizar, po rq ue á ve ces es n ecesa rio dar
ojos, ocu ta tum redd o, á los c ie g o s de corazón. L a t r a ­
g e d ia se opone á las pasiones y en cau za los deseos,
porque la v e rd a d era m usa de la tra g e d ia sabe que la
v ir tu d puede ser sembrada, q u i v irtu s sem inare p o test.
E n el tea tro no debe bu scarse sólo lo que es nu evo y
lo que es belleza, sino tam bién a quello que p rod u ce
u tilidad social, u tilita ttem a fferen s. L a vo lu n tad , que
es vaso qu ebradizo, f ic t il e vas, es a g u ijo n e a d a por el
terro r y la m ise r ic o r d ia que lo p a té tico nos produce.
L a pasión quebranta la u nid ad p ita g ó r ica , im p r e s c in ­
dible para la arm onía de la naturaleza, porque la moral
y la pasión pocas v e c e s hablan el m ism o idiom a, eádem
lin g u a utor, pad e cien d o los p r o ta g o n is ta s del drama
trá g ic o , a teniense ó nativo, de a fe c c io n e s m orales,
m orbis anim i a ffic io r , que p erturban y desorientan
el orden jó v ic o . E l héroe no e scu ch a los co n s ejo s del
coro, el lla n to de M ijit a . E l héroe sigu e, cae, hace
ruido, y d esp ierta á la fa talida d . A y de mí, g r it a el
coro, c o n c lu y e n d o su m iser ico r d io s a lam en tació n con
un himno á Jú piter.
E s preciso que bajo nu estras nubes, como ba jo las
nubes que cru zó el ave o lím p ic a ; que bajo nuestros
bosques, como bajo los bosques donde rie ro n l u j u r i o ­
sos los sá tiro s; que en n u estro s ríos, como en los
mares donde en v e je ce la m orb id ez nacárea de las s i­
renas, el num en teatral c o n s ig a que arm o nicen A p o lo
y D io n isio . E s preciso, si queréis que nu estro arte
teatral sea eterno como el a te n ien se; pero que arm o­
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
335
n icen co lo cand o la vara tírsea del ú ltim o, com o un
h om enaje de la tie rr a al cielo, á los p ies del altar
donde fu l g u r a el sol, la luz, el relu m b re sin fin, el
ser de la idea lib re de errores, la sagrad a y ben d ita
y c iv iliz a d o r a m ajesta d de A p o lo .
II
B u en o. Si me d esagradan, por su tendencia, L o s
D e rech o s de la Sa lu d , po co he de detenerm e, por otras
razones, en Un buen n eg o cio . E l estreno de esta co­
media, en dos a ctos y en prosa, se v e r i f i c ó el 17 de
M a y o de 1909. U n bu en n eg o cio vale menos, m uch o
menos, como t é c n ic a y com o estilo, com o ve rd a d parad ó g ic a y com o co n ce p ció n revo lu c io n a ria, que L o s
D erech o s de la S a lu d ; pero v a le más, m u ch o más, como
a leccion am ien to destinado á sa cu d ir el gen ero so i n s ­
tin to de las m u ch edu m bres. Si sólo la co n siderá is
como fa c tu ra para el teatro, como m u estra de la h abi­
lidad in d iscu tib le del com ediero, la obra en dos actos
de que me o cu p o ni pone ni q u ita á la m u y j u s t a fam a
de su a u to r; y hasta diré que le da m enos de lo que
le quita, porque el c o n f li c t o peca por la rom ántica
triv ia lid a d de su co n clu sió n , com o pecan por lo in ­
se gu ro s y por lo poco fir m e s los caracteres. V e d ,
ahora, la tram a de Un buen n eg ocio.
M arcelina, o b lig a d a por la m iseria, qu isiera vender
los d iez y siete años de A n a M a ría al cu a ren tón y
rico de don R o g e lio . D o n R o g e li o qu isiera com prar
esa prim avera, que le resiste, porque está apasionada
de la noble ju v e n t u d de B a s ilio con el m ism o ardor
que B a s ilio está apasionado de la herm osa ju v e n tu d
de A n a M aría. E l alma de B a s ilio le dice á A n a M aría,
como el alma de A r g i r i p p o le dice á F i l e n i a : — ¡ O
H ISTO RIA
336
CRÍTICA
m e lle d u lc i d u lcio r m ih i tu e s ! — A n a M aría suplica,
llo r a y trata de e v ita r el infam e m e r c a d o ; pero, al
c o n v en c ers e de que es la v o lu n ta d de su p ro p ia m a ­
dre la em pecin ad a en p ro s titu irla , se r esu elve á huir
con el amante de su corazón, con el e le g id o de su
ternura, con el no vio jo v e n y p u nd onoroso. Se r e ­
su elv e y lo hace. ¡ S in v i r t u d ; pero con a m or! ¡ P o r
el g u s to mío, y no por la co d icia de los dem ás!
U n g o lp e de cabeza. U n arranque de ira. U n mal
cu a rto de hora. L o que queráis. ¿ E s hu m an o? ¿ E s
v e r o s ím il? ¿ E s escén ico ? Sí, lo es, y con serlo, se
ju s t if ic a . Á
mi sentir le basta la prob abilid a d del
su ce d id o triste. M e co nm u evo y aplaudo.
“ B a silio . — ( C o n los fr a sco s de r em ed io ). ¿ S e ha ido
ese s e ñ o r ? . . . A q u í están los rem edios, A n a
M aría.
A n a M aría. — ¡ T ú ! . . .
( im p e tu o sa arro já n d o se á sus
bra zo s). ¡O h , B a silio , mi B a s i l i o !
B a silio . — ¡S e ñ o r ! ¡qu é m isterio es este!
A n a M a ría .— ( S o ll o z a un instante siem pre abrazada
de B a silio . L u e g o , repo niénd o se con e n e rg ía ).
B a s i l i o : ¡llé v a m e c o n t ig o !
B a silio . — Serénate, santita. ¡ C u én ta m e lo que ha pa­
Ana
sado !
M aría. — N o
me p r e g u n te s nada. L lé v a m e
en
seguida. N o perdam os tiempo. A s í con lo puesto.
B a s ilio .— (I n t e n ta decir a lg o ).
A n a M aría. — ( T a p á n d o le la boca). N i una palabra.
L lé v a m e .. . L lé v a m e . . .
B a silio . — Debe pasar alg o m u y grave. E s tá bien, te
llev a ré á casa de mi m ad re. . .
A n a María. — ¡ N o ! ¡ c o n t i g o ! . . . ¡ c o n t i g o ! . . .
B a silio . — - ( E n el colm o de la sorpresa, casi a n g u s ­
tiad o). ¡ A n a M aría!
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
337
A n a María. — ( E c h á n d o s e al cu ello y besándolo a p a ­
sio nad am en te). ¡ O h ! ¡cu á n to te q u i e r o ! . . . ¡vá
m o n o s !. . .
B a s ilio .— ( E s t u p e fa c t o , co n d u cié n d o la ). Ven... Ven ..."
C o n fo rm es. ¿ E s duro? C u e s tió n de pudores. A n a
M aría quiere ser sólo de B a silio . Si se r e fu g i a r a en
el seno de la m adre de B a silio , ten d ría que contar
qu e es una mala m adre la de A n a M aría. No. M e jo r
es así. Sola, con sus recuerdos, para B a silio . Y le dice
á B a silio , dándose entera, lo que B a c c h is le dice á
N ico b u lo :
Im o eq uid em , p o l, tecum
A d cu m ba m , te amabo, et te am plexabor.
— Sí, sólo tuya, sola co n tigo . T ú eres el único que
estarás ju n to á mí. T ú eres el ú n ico á quien adoraré.
¡ M is brazos sólo á tí te e strech a rán ! — De este modo,
como B a cch is, la im pura, habla á N ico bu lo, A n a M aría,
la aun sin pecado, se da á B a silio.
Y sig u e el otro acto, que es un desm en tid o á las
pasiones y á los caracteres del acto prim ero. T e n g o
una sospecha. L a sospecha de que el p rim er acto se
escribió para fo rm a r una obra acabada, sin apénd ice
a lg u n o ; y la sospecha de que el se gu n d o acto se
a g r e g ó después, por razones que ignoro, para a g r a n ­
dar la obra. F u n d o mi sospecha en el tecn ic ism o y
en la práctica que el autor tenía, pues su p rác tica
y su tecn ic ism o debieron aco nsejarle, si mi sospecha
carece de fundam ento, que preparara, en el prim er
acto, el cambio que noto en la fin a lid a d y en los
caracteres de la se gu n d a de las jornad as de la co m e­
dia. E sp a n ta d o s por la fu g a de la paloma que quieren
sa crifica r, M arcelin a renu ncia á vend erla, y don R o ­
g e lio renu ncia á co m p ra rla ; pero A n a M aría, que ya
22
V I.
H ISTO R IA
3 38
CRÍTICA
pecó, se presenta con las m ism as m aneras que le son
habituales, resu elta á quebrar el v ín c u lo de am ores
recién anudado, y resu elta á en treg arse como lo d e­
seaba la v o lu n ta d m aterna. — ¡O h , madre, tú me e n ­
señaste á serte su m isa! — piensa A n a M aría.
A u d ie n te m
d icto ,
tam bién F i le n i a
m ater,
p r o d u x is ti filia m ,
en la A sin a ria
d ic e
de P la u to , porque
C leereta, la m adre que nos p in tó P la u to , com o M a r c e ­
lina, la m adre que nos p in tó Sánch ez, se opon e á qu e
su h ija se dé por amor, pero no se opone á que su
h ija se e n tr e g u e á los que p a ga n para ser amados.
N o n veto te amare, qu i dant, qua am entur gratia.
V e r o s í m i l en cu en tro la m u da nza de M arcelina. L a
lecció n fu é áspera, y es ju s t o que a pro vech e. E l cam ­
bio de don R o g e li o se me a n toja m enos d ig n o de fe.
Co m o re cu rs o teatral, p ase; com o apu nte de vida, no.
A q u el buen señor que, se gú n sus palabras, d e jó á las
m u jeres luch ar con la m iseria para que la p en u ria
amansara pudores, no es de los que se„ganan el c ie lo
de los ju s to s por arrepen tid o s. T a m p o c o me co n v e n c e
la m e t a f o r fo s is de A n a M aría. ¡S i re cié n acaba de
d eja r un beso en los labios del hombre que la ena­
m ora! ¡ S i aún está lejo s, pero m u y lejo s, el p eríod o
de la sa cied a d ! ¡ S i sale apenas, tem blan do de e m ­
b riag u ez volu p tu o sa , de los brazos del galán m ozo,
bueno y apasion ad o!
D ad o el ambiente, dado el c o n f li c t o y dados los
personajes, en tien do que son dem asiado p ro fu n d a s la&
p s ic o lo g ía s en que se co m p lu g o el co m ediero célebre.
E n tie n d o más, pues en tien do que, si don R o g e li o tan
sólo tiene cuarenta y cin co años, d esentonan y rayan
en rid icu la s m uchas de las frases de la ú ltim a escena
de Un buen n eg ocio.
O id y j u z g a d :
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
339
"R o g e lio . — ¿ Q u é querías de mí?
A n a María. — M e e x tra ñ a que usted lo preg un te. ¿N o
habíamos quedado en que estaba usted d isp u esto
á ve nd erm e un hogar, con m uch o pan, el po r­
v e n ir de mis herm anos y una v e j e z apacible
para mi m ad re? P u e s aquí me tiene en c o n d i ­
ciones de cerrar el trato. A c a b o de despedir á
mi amante.
R o g elio . — ¡ Siem p re la c h i q u i l l a ! . . . L a m ism a cabeza
de ch orlito.
M arcelina. — Si nuestra v ie ja am istad me da alg u n o s
derechos, y o le p e d iría que no tom ara en cu en ta
las palabras de esta h ijita.
R o g elio . — T r a n q u ilíc e s e , M arcelina, á ese respecto.
M arcelina. — D í g a l e usted tam bién que y o a rr e p e n ­
tid a de m is errores, había rech azado la p r o t e c ­
ción que usted me o fr e c ió con la idea de reh ab i­
litarm e ante sus ojos. D íg a s e lo para que me
perdon e y me r e in te g re en su cariño.
R o g elio . — Sí, señora. H e de d e cirle eso y m ucho
más. V e n acá, ch iqu illa. V o y á ve r si esta v e z
co n s ig o que creas aunque sea un poquito, en
mi sin ceridad. Si este v ie jo se c r e y ó una vez
jo v e n é inten tó m arch itar tu pureza, este v ie jo
era un bellaco sin más atenu an tes que la de no
haber hablado un m om en to co n s ig o mismo. E n
estos ú ltim o s días lo g r ó en con trarse con f r e ­
cu en cia con su persona y han d epartido, t r i s ­
tem ente, m elan có licam ente, que tris tes y m e ­
lan có lica s son siem pre las charlas entre viejos.
Y él v ien e á d e c irte : cásate con tu amante ó
no te cases con él, que en asuntos de m oral no
es el m ás apto para dar c o n s e jo s ; sé d ichosa
y no te preo cu p es del b ien estar de los t u y o s
que está asegu rad o ya.
HISTO RIA
340
CRÍTICA
A n a María. — N o : esto no se le acepta al buen an­
ciano.
R o g e lio .— ¡ E s una r e p a r a c ió n ; la rep o sición de la
fo r tu n a que no le robé á tu padre!
A n a M aría. — ¡ O h ! ( M u y em ocion ad a).
R o g e lio .
¡A h ! ¡ T e ...
im pone una c o n d ic ió n ! Q u e
no le g u a rd es rencor. É l qu isiera v o lv e r t e á
ver, pero como antes cuando co rreteabas por
los patios de su casa, ju g a n d o con sus h ijit o s .”
N i n g ú n hombre, á los cuarenta y cin co años, habla
de sí mism o como don R o g e l i o ; y n in g u n a m u jer,
cuando habla con un hombre de cuarenta y cin co años,
le trata de buen anciano, como lo hace nu estra A n a
M aría. ¡N i que don R o g e li o fu era un M a tu sa lén !
E n fin, lo cierto es que ve n cen las sanas in t e n c io ­
nes de la madre a rrep en tid a y del rico apiadado. S u ­
po ng o que el e p ílo g o de la com edia será el casam iento
de la jo v e n y el mozo. E n cuanto al v i e j o de nueve
lustros, que ama de veras y que y a sabe que h a y c o ­
razones que no com pra el oro, puede responder, á
los que le censuren lo poco v e ro sím il de su m udanza,
con este verso de la Casino de P la u to :
¿ Q u id me amare re fe r í, sin e sim d o ctu s et d ica x n im is?
E n tr o en N u estro s h ijo s.
F ácil el d iálogo. O p o r tu n a s las réplicas. L a obra me
parece tan interesante, tan honda y tan m ovida como
L o s D erech o s de la Salud.
Por eso mism o no seré blando. E l arte es una c o ­
m u nión de clem encias. Mi alma es la hostia. S o y el
en em ig o de la falsa piedad. A c e r c a o s los héroes l l o ­
rosos y de buena fe. No os a cerquéis los fariseos, los
falsos escribas, los se p u lcro s blanqueados de que h a ­
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
34i
bla el profeta. ¡ Rep ica, m on ag u illo , que vam os á o f i ­
ciar !
Se trata de las m adres y de los hijos. H ablem os de
los h ijo s y de las madres. R espo n d am o s al embuste
de la paradoja, que tam bién alardea de h u m an itaria
en esta ocasión, con el a fe c to que nos m erecen las
cu nas blancas y las que velan, ensoñadoras, ju n to á
las cunas.
N u estro s h ijo s es una obra so cia l; una obra de re­
v u e lt a ; una obra de com bate co n tra los p r e ju ic io s en
que descansan la fa m ilia y el n ú cleo c iv iliz a d o . N u e s ­
tros h ijo s es una obra s o c ia l; un toque á som atén co n ­
tra las p reo cu p a c io n e s del h o n o r; un g rito tu m u ltu a rio
contra la tira n ía del d ecir de las g e n t e s ; una proclam a
para que viv am o s una v id a más libre de lig a d u ra s
que n u estra v id a histórica, que la vid a de nu estros
padres y de nu estros abuelos.
N o s en con tram os en el hall del palacete del señor
Díaz.
A s is tim o s á un co lo qu io entre este caballero y su
señora esposa, que tiene en m uch o los e fím ero s goces
de la vid a mundana.
E l señor D ía z se q u eja de lo mal que lo atiende la
servidum bre, y de que su fa m ilia se p reo cu pa e x c l u ­
sivam ente de su persona.
“ Sr. D ía z. — He notado que se están tom ando dem a­
siado interés por mí y por mis asuntos. E s o me
perturba. D e sea ría no ten er que r e p e t ir estas
o bservaciones. Si m olesto, me vo y . N o quiero
ser m olestado.
Sra. cíe D íaz. — E n verdad, sería p r e fe r ib le una se­
paración d e fin itiv a , á este d iv o rcio d eprim en te
en que vivim os.
Sr. D ía z . — ¿ L a desean ya?
H IS TO RIA
342
Sra. de D ía z.
CRÍTICA
No, E d u a r d o :
no la deseamos. L o
que querem os es que v u e lv a s á la v id a de a n ­
tes, á o cu p ar tu lu g a r en el seno de los t u y o s
y en la co n s id era ció n de las gentes. E s to no
debe co n tin u a r a s í !
Sr. D ía z. — ¿Sabes si ha lle g a d o la co rresp o n d en cia
de E u r o p a ?
Sra. de D ía z.
N o sé. No, no te vayas. E scú ch am e.
Sr. D ía z. — T ú debes salir, y o ten g o que hacer. N o s
distraeríam os.
Sra de D ía z. — No. A t ie n d e . ¡ T e e x i jo que me a tie n ­
das !
Sr. D ía z. — T e a d v ie rto que no me negaba por d e s ­
co rtes ía sino por sentido p ráctico . S a lvo que
te n g a s a lg o que com un icarm e.
Sra. de D ía z. — N o te robaré m u ch o tiem po. R e s p ó n ­
deme ca tegó ricam en te. ¿ T ie n e s a lg ú n a g r a v io
co n m ig o ?
Sr. D ía z.
No. ¿ P o r qué me haces esa p re g u n ta ?
Sra. de D ía z. — P o r q u e cada v e z me resu lta más i n e x ­
plicab le tu co n d u cta .”
L a esposa insiste en que el d ueño de la casa, con
su a leja m ie n to de la vid a fa m ilia r, no es sino un
e x tra va g an te , a lg o así como un lastim o so m on om a ­
niaco, para sus sir v ien te s y sus relaciones.
“ Sr. D ía z. — M e interesa ig u a lm en te poco lo que p u e ­
dan pensar unos y o tr o s: criad o s y amigos.
Sra. de D ía z . — ¿ Y n osotros? ¿ Y nuestra situ ac ió n ?
Sr. D íaz. — B ie n han po did o habituarse en cu atro
años. E n m enos tiem po lleg a m o s hasta a b u rrir­
nos de ten er un en ferm o cró n ico en la fam ilia.
Sra. de D íaz. — ¡ O h ! E s o es una c ru eld a d injusta.
Sr. D ía z. — E s una v u lg a r con testa ció n . P o r lo d e ­
más aquí no se trata de un en ferm o ni cosa que
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
343
lo parezca, sino de un su je to que no tiene n e ce­
sidad de abrevar en la fu e n te com ún para h a ­
llar su po co de dicha, y que nada hace ni hará
en p e r j u i c i o de la dich a ajena. E l caso no pu ed e
ser más sencillo . C o n p a rtir de ese co n cepto y
con preo cu p arse m enos de lo que pien sen y
d ig a n las g en tes nos ahorraríam os in qu ietu des
y p revencio nes. T r a n q u ilíc e n se , pues. Y tú d é­
ja te de ca vilacio n e s. N a d a me has hecho, nadie
me ha h echo nada. D é je n m e en la paz de m i
m ansarda con m is d iarios y mis p a pelotes y no
se em peñen en t o rcer una reso lu c ió n que es
irrevocable, y m uch o m enos en h o stiliza rla .
Sra de D ía z. — N o sé por qué, cu anto más te e s f u e r ­
zas en j u s t i f i c a r tu a ctitu d más e n ig m á tic a me
resulta. P o r ú ltim a vez, E d u a r d o ¿debo pensar
que somos ajen o s á e l l a ? . . . ¿que so y ajen a á
ella?
Sr. D ía z. — D ebes p en sa rlo .”
B u en o. H e aquí un señor que nos dice, c a te g ó r ic a ­
m ente, que no quiere beber en la fu e n te com ún, y
que añade, dos v e ces en un m inuto, que nada tie n e
que rep roch a rle á su com pañera.
E s e señor se en cu en tra poco después, en el mism o
hall de su p r o p ia casa, con unas señoras que vien en
á dem andarle un óbolo para los ta llere s y a silos en
que alb erga ó r e c lu y e la piedad humana á los niños
desamparados. Y ese señor, á qu ien su p o n g o bien e d u ­
cado, co m ie n za por hablarles á las señoras de n u estros
h ijo s naturales, añadiendo, á m odo de e d ific a c ió n , que
una m u jer, aunque en gañe á su esposo, pu ed e amar
á sus h ijo s como la más casta de las esposas. A g r e g a
lu e g o que los asilos nada rem edian, porque el ú n ico
m ed io de co n c lu ir con el duro problem a de la in f a n ­
344
H ISTO RIA CRITICA
cia d esv alid a es la fu n d a ció n de lig a s por el r esp e to
á la m u je r en su fu n c ió n más n o ble: la m a t e r n i d a d . —
" L a m atern id ad nunca es un delito. Si se in f r in g e una
le y social, se ha c u m p lid o una le y humana que es la
l e y de las l e y e s .”
E s claro, el señor D ía z resu lta triu n fad o r. L a s se­
ñoras se callan, á pesar de que el caballero, con toda
cortesía, declara que la caridad, fu n d a d o ra de asilos
para los e x p ó sitos, es una caridad perniciosa.
¡L o
m ejo r sería tir a rlo s al canasto de las in m u n d icias,
para que los apiñen los basu reros en el horno incin e ra to rio ! ¡C o m o los asilos y los tallere s no son to d o
lo buenos que debieran ser, h ay que cla usu ra r los
tallere s y los asilos, d eja n do á los e x p ó s ito s y á los
h u érfan o s en mitad de la c a lle ! ¡ E s a no es, sin duda,
la l e y s o c ia l; pero es, sin duda, la le y de las leye s,
la l e y hum ana!
B u en o, señor D íaz. P e rm ita usted que yo, el pú­
blico. le responda. Siéntese, por a lg u n o s m inutos, en
la platea. E s c ie r t o : una m u jer, que en ga ñ a á su es­
poso, puede amar á sus hijos. C o n f o r m e s ; pero, ¿cóm o
los ama, porque h a y m u ch as m aneras de amar? ¿ C r e e
usted, caballero, que es am arlos bien p lan tarles una
m ancha im borrable sobre la fr e n te ? ¿C re e usted que
es amarlos bien ex p o n erlo s, más tarde, á la d esco n ­
sid eració n de sus co n d iscíp u lo s , y, más tarde aún, á
la lástim a ó al ch iste de los que conocen la h isto ria
de la a dú ltera ? V e a usted, señor D íaz, que yo no d ig o
que los amen p o co ; lo que y o d ig o es que los aman
mal. N o con fun da m os, mi señor de D íaz, la cantidad
con la calidad. E n m ateria de amor, es la calidad más
que la cantidad lo que me preocupa, mi señor de D íaz.
No, señor D íaz, si esa m u jer quiere á sus h ijo s de
noble manera, se m an tendrá honrada, para no c o m ­
prom eter la quietud y la d ig n id a d de sus criaturas.
DE LA LIT E RATU RA URUGUAYA
345
E so es lo que debían decirle, y lo que callaron, la
señora de A l v a r e z y la de G onzález.
N o dice usted mal, oh mi señor Díaz, cuando nos
dice que la m atern id ad es la fu n ció n más noble de
la m u je r ; pero eso de que la m aternid ad nu n ca es un
delito, y que la l e y humana de co ncebir v a lg a más
que las leye s sociales del pudor, me recu erd a la t r á ­
g ic a locu ra de cierto rey de cierto d ra m atu rg o in g lé s,
r ey que quería que las lu ju ria s a n d u viese n su eltas
porque la corona necesitaba m u ch os soldados.
T o ’t, luxury, p e ll-m e ll! for I lack soldiers.
E l verso es de Sh akespeare. E l rey, como u sted
sabe, es el pobre r ey L ear.
Sí, la m aternid ad es la más santa de las fu n c io n e s
de la m u je r ; pero h ay m uchas clases de m atern id ad
como h a y m u ch as clases de amores m aternos, y la m a­
tern ida d de las hetairas, la m aternid ad de las a d ú l­
teras, la m aternid ad de las lobas en el mes del celo,
no es la m ism a m aternid ad que me llen a los o jo s de
lágrim as, de lág rim a s de ternu ra m ejoradora, cuando
pienso en mi madre. ¿ C re e usted, señor D íaz, que llo ­
raría del mism o m odo si mi m adre hubiese sido una
mala m u je r ? N o : esté usted se gu ro de que llo raría
la m uerte de mi m a d r e ; pero esté usted se g u ro que
no la llo raría del m ism o m odo que la llo r o hoy, po r­
que en tonces mi madre, la de la le y hum ana y no
social, no sería la m adre que y o he tenido, sería otra
madre, sería otra m u jer, caballero D íaz.
Y sig o con la obra. N o deseo, ni necesito, p r o lo n g a r
el sermón. ¿ Q u é pasa, despu és? Q u e M ech a ó M e r ­
cedes, una de las h ija s del caballero D íaz, se ha en­
trega do á su novio, y que a quellos amores, san cion a­
dos por la le y de la natu raleza y no por la le y social,
346
H ISTO R IA
CRÍTICA
van á echar flo r. V i e n e el escándalo y un d uelo r i ­
d ículo, amén de que los d uelos á p isto la no se c o n ­
ciertan jam á s á cin co pasos entre p adrino s que co no ­
cen el có d ig o c a b a lleresc o ; pero el novio, que no
quería casarse con la engañada, antes del escándalo,
se a rrep ien te despu és y le b rin d a su nom bre á la que
está en cinta. E s claro que el padre h alla que a quella
d erro ta de la h o nestid ad no m erece rig o res. M ech a
o bed eció á la l e y de su instinto, y el señor D ía z llama
á lo que va á nacer la gloria de M ech a. ¡ L a le y del
in s tin to ! ¡ E s usted un bodoque, señor de D í a z ! ¿ P r e ­
tende usted que g lo r ifiq u e m o s, porque o bed ecen á la
l e y de su instinto, á los que roban y á los que m atan?
¿ P r e t e n d e usted que g lo r ifiq u e m o s, porque o bedecen
á la le y de su instin to, al tig re, al caimán, á la víbora
y al carancho? E l in stin to tiene m u y anch o s los l o ­
mos, y carga con las cu lpas que le d estin a m os; pero
esas culpas, las que llen an los p ro s tíb u lo s y las c á r ­
celes, no tie n en derech o á nuestra g lo r if ic a c ió n . L o
tienen, cuando m ucho, á n u estra piedad, com o la i g n o ­
rancia y como la locura, señor de D íaz.
P r o s i g o con la fábula. L a que está en cinta, y su
señor padre, rehúsan la o fe r ta de casam iento, porque
la m u ch ach a y a no qu iere al galán, y el padre recela
que, despu és de la boda, la se d u cid a será in fe liz . ¿ Y
lo que va á nacer? N a cerá sin nombre, v iv ir á sin
padre, su frir á los estorbos de la bastardía y llorará
al saber cómo lo en gen draron, porque, piensen lo que
piensen el papá y la m uchacha, es m u y hermoso poder
d ecir cuando á uno le p regun tan como se lla m a: F u ­
lano de Tal.
E s claro que la inocen cia será adorable siempre, con
nombre y sin nombre. E s claro que es tris tís im o que
pagu e el fr u to las cu lpas de la f l o r ; pero, ¿no se m e ­
rece a lg u na recompensa la que resiste al instin to del
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
347
goce, al ansia de darse, á la atra cción del sexo, á la
c u rio sid a d de lo proh ibid o, al llam ado v o lu p tu o so de
la caída? Sí, a lg o se m erece, y la co n s id e r a ció n que
con ello se gana la que resiste, es una co n s id era ció n
que se hereda como la salud, como la prop iedad, como
el apellid o, com o el color de los o jo s y de los ca b e­
llos, como lo s in stin to s y las p ro p en sio n es, sien d o en
la herencia de lo s in stin to s y las p ro p en sio n es donde
resid e la causa o cu lta de la d ife r e n c ia c ió n que e s ta ­
blece la le y social entre los que la cu m plen y los que
la violan.
No, señor D ía z. Ser madre, á secas, no es una gloria,
como no es una g lo r ia ser sacerd ote ó soldado á secas.
L a m aternid ad es una g lo r ia cuando es honrada, como
para ser sacerd ote con g lo r ia se necesita ser sacerd ote
con virtu d , y com o para ser soldado con g lo r ia se
necesita ser soldado con honor. ¿S ab e u sted, señor
D íaz, lo que se co n s ig u e con esos desplantes de sedi
cioso h u m an itarism o ? L o co n trario de lo que se p r e ­
tende. V e a usted. Y o , cuando la pa ra d oja de la i g u a l ­
dad no quiere im pon erm e sus in ju sticia s , sonrío a m o ­
roso ante todas las cunas y me in clin o apiadado ante
todas las madres. ¡ E s m u y herm oso, sin d is tin g o s v i n ­
dicadores, el niño que cu elga , com o una fl o r pen dien te
de una rama, del seno p a lp ita n te de una m u je r ! ¡ E s
m u y hermoso, porque es un m isterio, porque es una
esperanza, po rq ue es una promesa, porque es un p o r ­
venir, porque es una d u lce d ebilidad, porque es el
fr u to de un amor y un dolor, porque para aquella
m u jer el niño es un m undo, y porque el niño en cu entra
un in fin ito en a quella m u je r ! — E n cambio, cuando
la paradoja proclam a la igu ald ad, em pequ eñ ecien te é
inadmisible, de las p u rezas y las caídas, de los pu d ores
y los descocos, de las nu p cia s le g a le s y los fo r tu ito s
amancebam ientos, de lo con v ir t u d y de lo sin v irtu d ,
34»
H ISTO R IA CRITICA
y a d o y en d is t in g u ir entre la buena y la mala ma­
ternidad, ó entre los niños con prop ensio nes h e r e d i­
tarias probas ó curvas, entre lo que p recep tú a la le y
de los hombres y lo que p erm ite la le y de la n a tu ­
raleza. P u e d o , por acto de mi albedrío, no parar m ie n ­
tes en la co n sid era ción que me da mi cuna sin m a n ­
ch a ; pero no adm ito que me despo jen, d esprecia n d o
la abnegada bondad de mi madre, de la co n sid era ción
que puso su bondad, com o el m e jo r beso, sobre mi
vid a entera. E n estos países am ericanos, donde no
h a y tít u lo s de nobleza, e x iste la nobleza de la virtud .
Si no existiese, habría que in v en ta rla como un es­
tím u lo y como un ejem plo. ¿Sabe usted, señor D í a z ?
Y
com o resu lta de todas las tesis pa re cid a s á la
p e lig r o sa tesis que combato, la más sim pática, la más
señora, la que más nos recu erd a el m odo de d ecir de
la g en te de bien, es la m adre del novio, la p ed ig ü eñ a
para los tallere s y los asilos, la señora de A l v a r e z .
“ Sra. de A lv a r e z — L e parecerá extraña, E d u a rd o , esta
visita. No era d estinada á u s t e d ; pero y a que
lo en cuentro, s i g n i fi c a lo mism o para m is p r o ­
pósitos.
Sr. D ía z. — T o m e usted asiento, E d elm ira.
Sra. de A lv a rez. — H abrá a d iv in ad o el m otivo que me
trae.
Sr. D íaz. — No, señora.
Sra. de A lv a rez. — P o r favor, señor. P o d r ía m o s s u ­
p rim ir asperezas. L e aseg u ro que despu és de
oírme, será usted más benévolo.
Sr. D íaz. — L a escucho, E d elm ira.
Sra. de A lv a r ez. — E m p e z a r é
por d e cirle que si á
u stedes les ha tom ado de sorpresa esta catás­
trofe, la sorpresa nuestra ha sido igu a lm en te
grande.
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
349
Sr. D ía z. — L e aseg u ro que no ha tenid o necesid ad
de decirlo.
Sra. de A lv a r e z .— M u c h as gracias. Q u ie n iba á decir
nos, cuando d iscu tía m os tan ino cen tem en te so­
bre el tópico , que en cu estió n de horas iba á
presentarse un caso á prueba.
Sr. D ía z. — E fe c tiv a m e n te .
Sra. de A lv a r ez. — A c a b o de hablar con mi hijo. R e ­
gresaba del d uelo con A l f r e d o . D io s ha querido
que no o cu rriera n in g u n a d esg ra cia m ayor. L o s
m u ch acho s no se han r e co n ciliad o, pero no se
o lv id a así no más u na amistad de infancia. E n ­
rique v o lv ió a fecta d ís im o y así que pudim os
in te r ro g a r lo nos co n fesó la verdad con toda
hombría. E s tá arrep en tid o de su b o taratada y
h o nestam ente d isp u esto á reparar el a g r a v io que
les ha hecho. Créame, E d u a rd o . T o d o ha sido
una m uchachada. Su v ia je á E u ro p a , que p r o ­
vo có la ca tástro fe, era cierto — puedo hacerle
ver la carta del padre.
Sr. D íaz. — C reo que podría haber pensado un poco
antes en reparar s u . . . eso, su agravio.
Sra. de A lv a r ez. — T i e n e razón. R e s u lta casi im p er­
donable.
Sr. D íaz. — No, no hago un reproche. P ie n s o que es
m ejo r que las cosas h ayan pasado tal cual han
ocurrido.
Sra. de A lv a rez. — No soy de esa opinión. E n riq u e
ha podid o ser más decente.
Sr. D ía z. — N o se habría co n s egu id o otra cosa que la
in fe lic id a d de los dos.
Sra. de A lv a rez. — ¿ Q u é quiere usted decir, E d u a r d o ?
Sr. D íaz. — Q ue no se quieren, que no se han q u e ­
rido nunca.
Sra. de A lv a rez. — C o n o zc o los sentim ien to s de E n ­
rique y . . .
35°
HIS TORIA
CRÍTICA
Sr. D ía z. — T e n g a usted la se gu rid a d de que se lo s
ha disim u lado. De otro modo le habría ahorrado
á la pobre m u ch acha las a n g u s tia s de una in ­
certid u m bre de m eses y a que no p u d ie ro n am­
bos dom inar el esta llid o del instin to . E n cu anto
á ella puedo a firm a rle que no siente la menor
in clin a ció n a fe c t iv a por su h ijo , por más que
estu v ie ra d isp u esta á som eterse á un y u g o que
le pesaría toda la vida.
Sra. de A lv a r ez. — E s m u y e x tra ñ o lo que usted dice.
Q u is ie ra hablar con J o rg elin a .
Sr. D ía z. — P u e d e h acerlo si gu sta y la au to riz o hasta
dudar de mis fa c u lta d e s m entales, pero le ad­
vie r to que los destinos de M erc ed e s están en
mis manos y que no la en treg aré jamás, por
n in g ú n precio, al s a c r ific io de una unión que
no r esu elv e n in g ú n punto de honor y, sobre
todo, que la condena á una serv id u m b re odiosa
y d eprim en te por toda su ex isten cia . S abien do
esto puede usted verse con J o rg e lin a y a p re ­
ciar mi a ctitu d c o n fo rm e á su criterio, que m u ­
cho respeto por cierto.
Sra. de A lv a r ez. — E s la prim era v e z que o ig o hablar
así, E d uardo . No le sospechaba sem ejantes ideas.
¿N o cree usted en la sin cerida d de este paso
que damos?
Sr. D íaz. — N o la p o n g o en duda.
Sra. de A lv a r ez. — E n to n c e s sólo ten g o que d ep lora r
que este lam entable episod io v e n g a á cortar
nuestra v ie ja y a fectu o s a amistad.
Sr. D íaz. — P or lo que á mí respecta, E d e lm ir a , pu ed o
a seg u ra rle que perm anece i n v a r i a b l e . . . Y que
co nservo su palabra de continuar, en cu a lq u ier
circu n sta n cia , nuestra d iscu sió n sobre los h ijo s
natu rales.”
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
35
i
¡Q u é herm oso ch iste ! ¿ V e rd a d , señor D ía z ? ¡D e b e
estar usted s a tisfe c h ís im o de su in g e n io ! ¡S o n c ó m i ­
cas, pero m u y cóm icas, sus g e n t ile s p rotestas de a m is­
tad á la señora de A l v a r e z ! ¿ N o le da usted las gra cia s
por lo que le h icie r o n á su h i ja M e rc e d e s? ¡ S u s u ­
perioridad, su terrib le su p e rio rid ad de fil ó s o f o h u m a ­
nitario, es m o leriesca y m oratiniana, señor de D í a z !
Y aquí, cuando se va la señora de A lv a r e z , aparece
Mecha.
“ M echa. — Papá, nada he podido oir. ¿ A qué venía?
Sr. D ía z. — Dim e, h i j a . . .
¿tú lo querías?
M echa. — A n te s , tal vez.
Sr. D ía z . — De veras, de v e r a s . . . ¿tú no le quieres?
M echa. — No.
Sr. D íaz. — E n to n ce s, hija, dame las gracias. ¡ T e he
s a l v a d o !”
E s im pagable, — no, pagable con azotes, — el antes,
tal vez. Pero, criatura, sino estaba u sted co n v en cid a
de amar, ¿po r qué se e n tr e g ó ? ¿N o v e usted, señorita,
que su ú nica d is c u lp a se halla en lo hondo, en lo sin ­
cero y en lo irres istib le de su pasión? ¡ E s usted m u y
hija, pero m u y h ija de su mam á y de su tataíto, mi
pobre M ech a !
B u en o. E l proced e r del señor D ía z tiene una e x p l i ­
cación. L a señora de D ía z, siendo y a madre, engañó
á su marido, y su señor m arido s ig u ió v iv ie n d o p a ­
cien tem en te con la señora de D íaz. E s ló g ico , en to n ­
ces, que quien se re sig n ó á no e n co leriza rse cuando
le engañaron como marido, no se en co lerice cuando
en su alma de padre le latigu ean. ¿N o obedeció su
h ija á los d ictad os de la le y del in stin to ? P u e s á los
dictad os de la l e y del instinto, que es la l e y de las
leyes, respondió el a d u lte rio de su m u jer. Y , ¿quién
se enoja con el instinto, c ó d ig o suprem o para los f i l ó ­
3 52
H IS TO RIA
CRÍTICA
so fo s como el señor D í a z ? A d e m á s , nu estro h u m a n i ­
tario no puede q u ejarse de lo que le ocurre. C u and o
le engañaron, r en u n ció á abrevar en la fu e n te com ún
co n sidera n d o co n clu id a su m isión en su casa. D e no
haber c o n fu n d id o su m isión c o n y u g a l con su m isión
paterna, tal vez su v i g ila n c ia habría salvado de una
caída, que el amor no d isculpa, á la in f e li z M ercedes.
E s verdad, señor D íaz, que toda la gente que le rodea
á usted no vale dos com inos. M e e x p lic o que e n c u e n ­
tre u sted desaborida el agu a de la fu en te común. ¡S í.
señor filó s o f o , no valen dos com in os ni su esposa, ni
su h ijo, ni su h ija m ayor, ni aun su secretaria, esa
m adre que no quiere un a p ellid o para su c riatu ra y
esa v ir g in id a d que se v in o á pique por presu n cion es
de hallarse enam orada! ¡ E s u sted in fo rtu n ad o , m u y
in fo r tu n a d o con sus cachorros, señor de D ía z !
P ara usted no se m erecen ca stig o algu no , sino c o ­
ronas, los que no han p o d id o m en tir n i torturar el
in stin to . B u en o, pues allá se las c o m p o n ga usted con
los p rim itivo s, y d éje n o s v i v ir honestam ente á los
c iv iliza d o s . Y a d v ertid que no d e fie n d o al jo v e n de
A l v a r e z , que me parece tan ton to como perverso, pues
en su propia co n v e n ie n cia estaba casarse sin e s c á n ­
dalo y no con es cá n d alo ; pero el pro c ed e r del caba­
llerete no su b lim iza á la m an cillada, quien, después
de d ecirn o s h eroicam ente que está resuelta á consa­
grarle la vida á su h ijo , em pieza por h uir del sa c r i­
fic io del m atrim onio, que es el prim er ho lo cau sto que
debiera h acerle á la q u ietud y á la d ig n id a d de su
criatu ra. Si fuese cierto que estu v ie ra resuelta á co n ­
sagrarle la vida á su h ijo , pensaría más en la ve n tu ra
de éste que en su propia ventura, em pezan do su e x i s ­
ten cia de renu ncia cio nes por la le g itim a c ió n del acto
á que el fr u to de sus entrañas debe el ser mortal, el
ser humano, el ser que forma parte del núcleo lleno
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
353
de p reo cu p a c io n e s sobre el decoro y sobre el in stin to ;
sobre el honor y sobre la herencia. S ig o . A l fin del
drama el f i l ó s o f o descu bre á sus h ijo s el adu lte rio
de su consorte, y se va con M erc ed e s á fo rm a r otro
nido con la verd ad de su vida, con la ex celsa y moralizado ra ve rd a d del instinto. E l señor D ía z no me
convence. Será adorable el cu lto de D io n isio , pero
y o p r e fie r o el cu lto de A p o lo . Y o me quedo, como
ya dije, con la dram ática antigu a, que lle g ó á ser una
in s titu ció n social. E s to s rebelados hablan un le n g u a je
que no es el m ío ni por su m úsica ni por su interior.
L a v i e j a M elp óm en e castigaba las inm o ralid ades á que
nos im pulsa la le y de lo atávico. M elp ó m en e oponía,
para p u r ific a r , á la luz d io n isíaca de la pasión, que
se parece á un to rb ellin o de fu e g o , s im ilis íg n eo turb in e, la lu z apolínea de la herm osura moral, porque
la tra g edia , el drama, el teatro, debe o stentar un
penacho de oro sobre la fren te, auream cristam habens,
como b rilla un penacho de oro sobre las erizadas p l u ­
mas fro n ta les del á g u ila de Jú piter.
L a piedad en la escena, se gú n la h e g e lia n a calologia, tiene dos m odos de m an ifesta rse. P o r el prim ero
miram os co m pasivam ente la d esg ra cia a je n a ; y por el
segu nd o sim patizam o s con el carácter heroico del
que su fre, en con trand o ju s t a su causa é in ju sto al
destino. L o inm erecid o del in fo r tu n io nos co nd u ce á
la simpatía, como lo invio lab le del poder moral nos
conduce al terror. N in g u n a de las dos form as de la
piedad se despiertan en mí ante E d u a r d o D ía z y M e ­
cha D íaz. ¿C ó m o quieren ustedes que me apiade de
ella, si ella no su fre ? Y , ¿cómo quieren ustedes que
con ella sim patice, si sus ideas de em ancipada me
crispan los ne rv io s? A l f r e d o , su hermano, vien e á d e ­
cirle que E n riq u e, el seductor, desea á toda costa r e ­
parar su falta. M ech a r esp o n d e: — “ N o po ng o en duda
354
H ISTO RIA
CRÍTICA
la buena vo lu n ta d de E n riqu e. E s ló g i c o que tra te
de reparar. P e r o el caso es que te n g o hecha ya m i
co m p o sició n de lugar, e sto y d isp u esta á co n sag rarle
la vid a á mi hijo, y no me hace fa lta el a p o y o de E n ­
riq ue.” — H a dicho usted una in g ra titu d y un e g o ís m o
enorm es en pocas palabras, señorita M ercedes. E n p r i ­
mer lug a r, no es tan l ó g ic o ni tan común, com o usted
supone, eso de la reparación. — No, señorita b a ta lla ­
dora, no todos reparan. — E n se gu n d o lu g a r á usted
no le hará fa lta el a p o y o de su se d u c to r; pero á su
h ijo sí, y usted, que se precia de lóg ica , debiera p en ­
sar que su h ijo de u sted no tiene la cu lpa de que y a
sus sentido s estén saciados de E n riq u e A lv a r e z . Si
M ech a no me apiada y si no sim p a tizo con M echa, l o
m ism o me acontece con el papá de M echa. ¿ P o r qué
me apiad aría de un señor que m ira como una g lo r ia
el estado en que pu siero n á su p r e d ile c ta ? P a r a a p ia ­
darme sería p reciso que no le o yese gritar, cu a n d o
la se d u cid a se q u eja de que los su y o s le roban la
q u ietu d con su d e sp e g o : — “ V e n acá. D am e un beso.
A s í. ¡ B r a v o por la m a d r e c i t a !” — E s e señor va á te n e r
m u ch os nietos, y y o no sim p a tizo con los que se e n ­
loquecen con los nietos de contrabando. C o n cib o que
un padre perdon e y co m p a d e z ca ; pero no concibo á
un padre que tome esas cosas com o tom a esas cosas
el señor Díaz.
L o a n tig u o es m ejor. — R esp eta d á la naturaleza,
pero som eteos á la le y moral, — nos dice el tea tro
de los antigu o s, p u r ific a n d o á la m u ch edu m bre por
m ed io del terro r y de la piedad. V e m o s como un
a u g u rio de nuestra suerte en la suerte del p r o t a g o ­
nista, c u y o s errores, tra n sfo rm a d o s en crím enes por
la draconiana é inviolable le y del destino, nos asustan
y m ueven á m iserico rd ia por lo terib le y lu ctu o so de
la ca tástro fe. E l terror no nos ipipide en con trar que
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
35 5
el héroe de la fábula, el héroe dionisíaco, el hombre
terreno, es d ig n o de ser llorad o con m uchas l á g r i ­
mas, m u ltis la grym is d efle n d u s , porque el d ra m atu rg o
no d iv in iz a el error pasional del héroe, que com o error
lo llev a á las tablas, cuando no pone á la ju s t ic ia de
parte su y a con sin cera verdad. N u es tra piedad es
dulce, m u y dulce, valde d u lcís, cuando com prend em os
que el error del héroe pudo ser nu estro error, y n u e s­
tra piedad m ira angustiad a, con pánico, con su p e rs ­
ticio so m iedo al destino, que pron to se e n fu re ce, q u i
sú b ito ira scitu r, ca stiga n d o con el mism o fu r o r á O r e s ­
tes y A n t í g o n a , á C ly t e m n e s t r a y á P ro m eteo.
E l tea tro c r io llo necesita educarse en el estu d io
y en la adm iració n de la clasicidad . P eca , en demasía,
de d ion isíaco. L a cla sicid a d le dará la gra n d eza de lo
apolíneo en el fo n d o y la fo rm a. V o l v e d á G recia.
G r e c ia es divina, hermosa, elocuente, inspirada. G r e ­
cia es el cielo lím p id o, las olas azules, las cam piñas
verdes, las a ltu ras con g ra cio so s serpeos en sus d e ­
clives. G r e c ia es la a rq u itectu ra jón ica, en que ríen
las cu rvas del ch a p ite l y los adornos del arquitrave.
G r e c ia es la estatua que su blim iza al hombre, tra n s ­
parentan do la e x c e ls itu d de su pensam iento en las
im pecables líneas de su fo rm a. G r e cia es la libertad, la
repú blica, la dem ocracia. G r e c ia es, en fin, el tem plo
en que M elp ó m en e se encarna en E sq u ilo , para que
bebamos los llo ros de E l e c t r a ; para que tem blem os
ante los fa tíd ic o s a u g u rio s de C a sa n d ra; para que
va y am o s errabundos en pos de O restes, á quien p e r ­
sig u e el alien to en sangrentad o de las E r in a s ; y para
que adm irem os al r ey de los A r g i v o s , que p rac tica la
v ir t u d de la h o spitalidad , una a u g u sta v irtu d , con las
pálidas y su p lica n tes h ija s de Danao.
¡ I d á beber las m ieles de la inspira ció n bajo los
flo rid o s bo scajes del H im e t o ! ¡ A l l í aprend eréis á des-
356
H ISTO RIA CRITICA
posar la idea y el in s tin to ; pero co lo ca n d o el barril
en que ríe S ilen o á los pies de las aras donde r e s p la n ­
dece la inm a teria l herm osura de A p o l o !
N o falta rá quien diga, porque h a y m u ch os sabios
en el ca fé con hum os de ateneo, que la ética teatral
es una a n tigu a lla . Y a o ig o g r i t a r : — E s o no es fr a n ­
cés. — B u en o. D e je m o s á G recia, y v a y a m o s á F ra n cia.
E l idiom a es más fá cil de co m prend er, las citas p u e ­
den r a tific a rs e con fa cilid a d , y el v ia je resu lta m enos
costoso. L a v e d a n ¿es m oderno? P u e s la ética teatral
p resid e la m uerte trá g ic a con que term ina L e m arquis
de P rio la . G a n d illo t, ¿es m od erno? P u e s la ética te a ­
tral presid e el su icid io con que co n c lu y e su drama
V er s 1’Am ouT. D o n n a y ¿es m od erno ? P u e s la ética
teatral presid e el p isto le ta zo con que rub rica su drama
P ara itre. L e r o u x ¿es m od erno? P u e s la é tica teatral
presid e el d esenlace a leccion ad o r de L a m aison des
J u g es. H e rv ie u ¿es m oderno? P u e s la ética teatral
presid e el doloroso adiós con que cla u su ra su drama
L e R e v e il. Coolus, ¿es m od erno ? P u e s la ética teatral
hace ve rte r las lág rim a s con que un v ie jo cierra L ’E n fa n t C h erie. B e rn stein , ¿es m od erno ? P u e s la ética
teatral dispara el tiro que se o ye en el ú ltim o acto de
L a R a ía le. B a ta ille, ¿es fra n cés y m oderno? P u e s la
ética teatral preside la m e lan có lica ren u n c ia ció n de
M amam C o lib r í y el fú n ebre d esenlace de La M arche
N u p tia le. ¡ Creedm e, el buen teatro, el teatro d ig n o
de im itación, el teatro que dura, el teatro que brilla
en G recia y en F ran cia, es el teatro que coloca las
cu erdas del laúd de A p o lo más altas que las uvas del
barril de D io n is io !
P aso á M oneda Falsa. U n acto. T r e s cuadros. E l
se gu n d o inútil. E l prim ero m ovido y adm irable como
pintu ra de los bajos fo n d o s de la ciudad porteña. E l
último, un zarpazo de la p s ic o lo g ía del com padraje.
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
357
E l lé x ic o g rá fico , y los tip os tom ados del natural. L a
paleta rica en colores, y la o bservació n rica en e x a c ­
titud. L o s detalles, ca racterísticos, como rasgos c o m ­
plem entario s del lie n zo so rprendente. C ie r ta fa lta de
trabazón, de liga, entre el asunto y los episod ios que
retratan ó tra d u c en el m edio. G o y a y Zola.
M on ed a F a lsa es un ladrón de o fic io . Su verd a d ero
nombre es A n t o n i o A lm a d a. M ás que por ratero, peca
por có m p lice y en cu brid or. C u a n d o bu sca trabajo, se
opone á que lo halle su mala nombradla. Y a nos dirá
su madre, m u y pinto rescam ente, lo que fu é de niño.
E l héroe, cuando em pieza la obra, recela que la p o licía
le sig u e los pasos por haber qu erid o n e g o c ia r como
bueno un b ille te falso. R e y e s , el autor de la f a l s i f i ­
cación, tiene un despacho de bebidas en los suburbios.
E n el despacho se reúne la lun fa rd ía . M on ed a F a ls a
es el amante de Carm en, la m u je r de R e y e s , y el
alm acen ero pone sus b ille te s en m o v im ien to s ir v ié n ­
dose de M on ed a Falsa. É s te está cansado de ser la­
d ró n ; pero le aprisio n a el m edio en que v i v e y á los
im pulsos del m ed io obedece, codeándose con P e d r ín
y L u n g o , in d u stria les que roban sirvién d o se del p r o ­
ced im ie n to llam ado toco m ocho, los pesos y el relo j
al g r in g o Gam beroni.
“ C a rm e n .— ¿Se puede saber qué tenés?
M oneda. — T e he dicho que e s to y m u y aburrido.
Carm en. — A n d a te al teatro.
M oneda. — Y m u y estrilao.
Carm en. — E s o es otra cosa. ¿ Q u é te han h echo?
M oneda. — Nada.
Carm en. — Y ¿enton ces?
M oneda. — M u y rabioso con esta vida. No. puedo más.
Carm en. — D e já la . N a d ie te obliga.
M oneda. — D ejála, dejála. E s o se dice. Y a la dejo.
¿ Q u é hago ahora? ¿ P a qué sirvo?
358
H IS T O R IA CRÍTICA
Carm en. — T r a b a j á en otra cosa.
M oneda. — N o sirv o más que pa cochero. V o y á sacar
la lib reta y me m uestran el e s cra ch o : L . C.
¡ P ia n tá de a qu í! S iq u iera h ubiese se rv id o pa
ladrón. P e r o vos sabés que no ten g o genio. ¿ Q u é
papel es to y h aciend o en tonces? D e otario, de
im bécil. R etra ta o por fa l s i fi c a d o r y ladrón, v i ­
v ie n d o entre ladrones, p e r s e g u id o por ladrón,
batido y preso á cada rato por lad rón y nu n ca
he m etid o la mano en un b o ls illo ajeno. M e
m u ero de hambre, y si no fu e r a por vos, habría
m atado de hambre á la pobre v ieja . ¡ P u c h a , digo,
que es t r is te ! ¡N o tener g e n io pa n a d a ! . . . ¡ N i
pa ab rirles las trip a s á todos esos que me dan
asco, que me dan asco. ¡ A s c o , asco, a s c o ! . . .
N i siqu iera pa irme de aquí te n g o genio. ¡ M i r a :
y o sé que si me fu e r a á otro país y nadie me
p e r s ig u ie ra y no me topara con los de la p a ­
tota, pucha, sería más d e c e n t e ! . . .
Y
no me
a b u rriría tanto. ¡ P e r o aquí qué querés que haga,
si pa mí se ha h ech o el r e fr á n de que cuando
no e s to y preso, me andan b u sc an d o ! Q u e te n g o
buena cond u cta, que me dan pase lib re y em ­
piezo á v i v ir tranquilo, pues y a ha de v e n ir uno
que me pida un servicio. “ C h e : cam paneam e
esto, guárdam e esto ó hacem e tal cosa.” Y ¡ z a z !
co m plica o y en cana.
Carm en. — V o s tenés la cu lp a por no haber hech o un
escarm iento con los batilana.
M oneda. — P e ro no te d ig o que no te n g o genio. ¿M irá
Carm en, querés hacer un fa v o r á la patria? Y o
sé, que vo s sos buena y que me tenés ley.
Carm en. — Hablá, hombre.
M oneda. — V a m o s á escaparnos ¿querés? V o s también
estás a b u r r i d a . . .
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
359
C a rm en .— ¿ Y dónde vam os á ir?
M oneda. — V erá s, te n g o un plan. T u m arido tien e
plata. U n a noche de estas le p egás un g olp e
grande y piantam os. A g a r r a m o s un va p o r y nos
vam os al B r a s i l ; allí h ay m u ch a libertad, nos
vam os y ponem os una fonda, ¿sabés? y t r a b a ­
jan do con j u i c i o verás como en poco tiem po nos
v o lv e m o s personas decentes.
Carm en. — B i e n dicen que sos zon zo, hijo. Si nos a g a ­
r ra n antes, nos chupam os unos años de cana y
y o te v o y á p r e g u n ta r e n t o n c e s . . .
M oneda. — E n to n ce s, piantem os sin robarle nada al
otro.
Carm en. — Y
después nos com em os las uñas. M ir á
m u ch acho, las cosas son com o son y h a y que
d eja rla s así no más. ¿ V o s estás a bu rrido ? B ien .
H a c e te á un lado de esta vida, andá con ju icio ,
arrím ate á a lg u n a buena som bra y y a verás como
con el tiem p o la p o licía te o lv id a y em pezás á
ser hombre decente.
M o n e d a .— ¿ Y vos?
Carm en. — ¿ Y o ? ( C o n m e la n co lía ). ¿ Q u é de hacer? . . .
M oneda. — E s que lo que y o qu iero pa mí, lo quiero
pa vos, mi vida.
Carm en. — P o b re mi v i e j o .Qué tristeza, ¿v erda d?
M oneda. — ¡ P u c h a digo, cómo som os!
Carm en. — N o te a flijá s, negro. H a cé lo que te d ig o
y después verem o s cómo se procede.
M oneda. — ¡ A h o r a sí! V a n á ver lo que queda de
M on ed a falsa. ¡ A h ! T o m á estos billetes. Y a no
c ir cu lo más. F a lt a uno. F u i esta tarde á en ca ­
jarlo á un a g en ciero de P alerm o, pero el h o m ­
bre em pezó á m ira rlo y a garró pa la calle. E s te
va á llam ar al botón, d ije yo, y pianté por los
portones. ¡ C on tal de que no tenga consecuen-
H ISTO RIA
36o
cía s!...
CRÍTICA
¡P u cha d ig o ! ...
Y
me v o y también.
Y a no es to y tan aburrido. C h ao.”
A p e n a s se va el hijo, aparece la madre. C o n o ce el
lío de Carm en y A n t o n io . ¿ P o r qué no aprovech ar, si
la vid a es así y el m undo así está hecho, la buena
su erte de su M on ed a?
“ Ciriaca. — (A s o m a n d o por la pu erta que da al in te ­
r io r ). ¡ C h é C a rm en !
C a rm en. —
C iria ca . —
Carm en. —
Ciriaca. —
¿ Q u é h a y?
¿N o ha estao m ijo por acá?
A c a b a de salir.
D e cim e una co sa: ¿ V o s sabés en qué anda
ese m u ch acho ?
Carm en. — N o sé. E n nada su pongo.
Ciriaca. —
¡ H u m ! ¡ H u m ! L o dudo, c h é . . .
L o veo
alzao desde hace días, y pa mí que nada bueno
lo lleva. ¿H a s leído en “ L a P r e n s a ” la noticia
de la cir cu la ció n de b illetes de banco?
Carm en. — Sí, señora.
Ciriaca. — M irá, á vos te lo digo, porque sos de c o n ­
fianza. P a mí que ese m ala cabeza tiene alg o
que ve r en el asunto. Y o no sé qué le costaría
ser honrado. ¿N o h a y tanta g en te que es h on­
rada y sin em bargo viv e bien? P e ro á éste no.
E s debalde que lo a co n seje y lo reprienda. ¡ No
seño r! E l m ozo ha de ser ladrón no más. Y la ­
drón m isho que es lo peor. ¡ Si siquiera le fuera
bien!... P o d r ía una d e c ir le : “ B u e n o m ijo, basta.
Y a tenés un pasar. S o se g a te .” Debe ser un d es­
tin o ¿verdad, c h é ? . . . D esde ch iq u ito le dió
por la uña. ¡ E l padre le acomodaba cada paliza
hasta sacarle sangre, y él, n a d a ! . . . ¡ Y zo n zo
pa robar, que daba a s c o ! . . . ¿N o te ha contao
nunca por qué le pusieron el nombre de “ M o ­
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
361
neda f a ls a ” . ¡ F í j a t e qué ch o la ! Y o tenía en la
cóm oda una m oneda de oro, de esas de plom o
¿sabés? cuando un día me la roba y se va con
ella á hacer el cu en to á una casa de cambio. L a
cosa era m u y zonza, una verd a dera m u ch ac h a d a;
pero el animal del cambista, sin co m pren d er
eso, me lo en treg a á la policía. De esa ve z me
lo tu v ie r o n como seis meses. E l padre no t r a ­
bajó pa sacarlo cr e y e n d o que el ca stig o lo co ­
rreg iría . ¡ Y m íralo cómo sa lió! C o n un apodo
y con más mañas que el V i z c o n d e de la G u a ­
diana. E s o fu é lo que ganamos. ¡ P o b re m u c h a ­
ch o ! E n el fo nd o es bueno com o una malva,
pero no sabe trabajar y está en viciado . D ecim e.
¿ N o sabés si vo lv e r á ?
Carm en. — N o d ijo nada.
Ciriaca. — E s que no me d ejó nada pal m orfo. C ó r ­
tame, ¿querés? un p o qu ito de m atam bre ó sa­
lame . ..
Carm en. — (S a ca n d o din ero del ca jó n ). T o m e un peso,
vieja.
Ciriaca. — B u en o, hija. Gracias. ¡ P o b r e mi A n to n io !...
P o r qué no me le das a lg u n o s co n sejos vo s que
tenés t a n t a . . . t a n t a . . . vam os que te aprecia
tanto.
Carmen. — C á lle s e .”
R ey es, el esposo de Carm en, sabe que han d etenid o
á M oneda. ¿C ó m o salvarse? ¿ C ó m o probar que la p o ­
lic ía tiene en su poder al ú n ico reo,
al único autor del delito aquél? E n
pacho de bebidas están o cu lto s los
dos. R e y e s manda á C arm en que se
obedece.
al cu lpab le único,
el sótano del des­
b illetes f a l s i f i c a ­
los suba. Carm en
“ R ey es. — B u en o. A h o r a m ism o te vas al cu arto de
ese, y le ponés todo en el baúl.
H ISTO RIA CRITICA
362
Carm en. — ¿ E h ?
R e y e s. — V o l á te digo.
Carm en. — ¡ O h ! ¡ Y o , yo nó !
R e y e s . — T e duele ¿eh? ¡ E n el a c t o ! . . .
Carm en. — No, nunca. L o harás.
R e y e s. — ( E x a s p e r á n d o s e ). ¡ C a r m e n ! . . . ¡ C a r m e n ! . . .
¡ M i r á que un m i n u t o ! . . . ¡ N o me co no ces y a !
V a m o s rápido.
Carm en. — ¿ Q u é ? ¿ Q u é querés decir?
R e y e s. — C rees que no sé que te has en treg ao á esa
inm u nd icia. H a g a lo que le mando.
Carm en. — ¡ Q u e r é s v e n g a r t e ! . . .
R e y e s. — No, quiero d efen derm e. Y
vos sabés m u y
bien cómo me d efien do . ( P o n ié n d o le el paquete
en las m anos). ¡ Y a ! . . . L l e v a eso. Y cuidado
con venderm e, porque, oime bien, te mato, te
parto el co ra zón á puñaladas. ¡ Y a ! . . . ”
E l ú ltim o cuadro tiene lu g a r en la Com isaría. A n ­
to n io no cree que los b ille te s fa lso s h a ya n sido en­
co n trad o s en su baúl. E s un ardid de que se vale la
p o licía para atu rdirle, para que co n fiese, para h u nd ir
m ás al pobre M oneda. E l com isario hace que converse
en p resencia su y a con C ir ia c a y Carm en, cuando Ciriaca y Carm en vien en á ver al d o lo rid o A n to n io .
“ Ciriaca. — P o r q u e no me d ijiste que estabas m etido
en ese asunto. Y o te hu biera dado un co n sejo
de madre, un co n sejo verdadero.
M oneda. — N o e sto y m etid o en nada.
Ciriaca. — P a qué sos terco, si te han en con trad o en
el baúl, la mar de b ille te s falsos.
M oneda. — ¡ A h ! De modo que usted tam bién cree
que y o tenía los falso s en el baúl.
Ciriaca. — C la r o que sí, hijo.
C om isario. — ¿H a s visto. M on ed a?
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
363
M oneda. — ¿E n to n c e s, es cierto ? ¿ E s verdad, es v e r ­
dad eso?
Ciriaca. — ¿ Y por qué has de n e g a r lo ? Si y o te los
hu biera visto, los saco y ’ os quemo. P e r o los
en con tró la autoridad. C o n fe só y no seas pavo.
Sí, así la sacás con tres ó cu atro ahitos, d i­
cien do la ve rd a d tal v e z sean menos.
M oneda. — E s claro. B u en o . V i a á co ntarlo todo, todo,
com isario. M o n ed a F a ls a va á d ecir la verdad.
Com isario. — A s í me gusta. Y o te prom eto q u e . . .
M oneda. — N o prom eta nada. ¿ P u e d o hablar dos p a ­
labras con esta m u je r ? ¿ A p a r t e ? — ( P o r C a r ­
m en).
Com isario. — H abló nomós.
M oneda. — V e n í , Carm en.
Carm en. — ¿ Q u é querés?
M oneda. — ¿ F u i s t e s vo s?
Carm en. — ¿ Q u é ?
M o n ed a .— ¿ F u i s t e s vos, v o s ? . . .
Carm en. — ¡S í, me o b l i g ó ! . . . ¡ Q u e r í a m atarm e! ¡ Y o
no tu v e la c u lp a ! ¡ Q u e r í a m atarm e!
M oneda. — ¡ V o s ! . . . ¡ T a n lu e g o v o s ! . . .
Carm en. — N o pude. M i negro, ¡no p u d e!
M oneda.— T u n e g ro ¿no? ¡ T o m ó p e r r a ! paque te acordés de M on ed a F alsa. ( L e da un g o lp e en la
cara).
Carm en. — ( C a y e n d o ) . ¡ ¡ A y ! ! . . .
M oneda. — E s t e no es falso. ¡ E s o r o !
Com isario. — ¡ M o n e d a ! ¿ Q u é es eso? ¿ P o r qué has
hecho e s o ? . . .
M oneda. — E s el g en io que me ha v u elto . N o haga
caso. A s u n t o s privados. N o te a f l ij a s vieja. E l la
te va ó c u i d a r . . . C u a n d o quiera, señor c o m i­
sario.
Com isario. — ¡B u e n o , la r g ó !
364
H ISTO RIA CRITICA
M oneda. — T e n í a usted razón. E s o s d iez fallu tos, to ­
dos eran míos. Se los com pré á B e l l in i en la
an terio r fa l s i fi c a c i ó n .”
N o haré d istin go s. A c a s o A n to n io , el verd a d ero A n ­
tonio, no se co n ten ta ría con la b ru ta lid a d de la b o ­
fetada. A c a s o hubiese dicho la h isto ria entera, co m ­
prom etiend o á Carm en y á R ey e s . L o l ó g ic o era eso;
pero tod o es po sible en el m undo del d elito y de la
pasión, siendo tam bién posible, pero m u y posible, lo
que soñó la m usa de Sánchez.
¿ Á quién le toca? V e n , tú, la en sa n g ren tad a de los
o jo s negros. V e n y apro xím ate, que te n g o que h a ­
blarte, M arta G ruñ í. Si me perm ito el l u jo de ce n su ­
rar, me perm ito ig u a lm en te el g o z o de a plau dir, y
aplau do tu le n g u a je , tus episodios, tu p s ic o lo g ía y tu
co nclu sió n, herm osa y dram ática. ¿ P o r qué el autor
te in titu ló sainete, si no eres sainete? ¿ P o r qué tu
fá b u la tenía un acto? ¿ P o r qué andan, en tu fábula,
c ie g o s cantadores y m u je r ío de n a vaja en la liga, como
en los sainetes de R am ón de la C r u z ?
E l sainete, nieto le g í t i m o del paso ó en trem és como
á mí me enseñó M ilá y F on tan als, es una p ieza de
ca rácter jo co s o y p o p u la r prosapia, broche con que
por lo com ún se cierran los esp ectác u lo s teatrales,
sin que obste lo que d ig o para que en la com edia,
titu la d a sainete, abunden en ocasion es la discreció n,
el sen tim ien to y la d e lica d e za segú n el claro y docto
d ecir de R ev illa . N o es sainete nunca, porque no es
com edia aunque sea po pu la r y co n v e n tille r o , lo que
no es jo co s o y lo que tira á trá g ic o . Y á trá g ic o tira
M arta G run i, aunque sean p ro d u cto del fa n g a l del
a rro yo el com padre que apuñalea, M arcos, y el bruto
que trata á las m u je r e s como pirata moro, el semi - sos­
tened or y r e p u gn an te Stéfan o. N o insisto, pues ya
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
365
d ije que no era m uch o el saber litera rio de F lo r e n c io
Sánchez, sin que esto les quite e n erg ía y va lo r á m is
justos elogios. N in g u n o negará, y m uch o m enos yo,
que era un in stin to enorme, con o jo s y oídos en abu n­
dancia. A s í, en esta obra y en otras de que lu e g o me
ocuparé, si h a y a lg ú n descosido, los perso n a jes no
le embarazan. Á cada uno, su d ich o a pro pia do en la
masa coral y su l ó g ic a po sició n en la trama. E l m o ­
vim ien to natu ralísim o y sin fa tig o s a s in terru p cio n e s,
como lo e x i g e n la ve rd a d de la v id a y el arte de la
escena. E l interés crecien te, so sten ido con rara h a b ili­
dad, y bien preparado el ú ltim o g olpe, el de la p u ñ a ­
lada m oreiresca, á la que re p lic a el m u je r il dagueo.
E l g r it o de M arta, el g r it o que p reced e al caer del
telón, humano, sentido, com o el m edio
la in ten sid a d am orosa quiere, com o lo
m u y adentro, como lo a rticu la d o por
d olorosísim as antes que por la boca en
e x ig e , como
que sale de
las entrañas
ric tu s de a n ­
gustia. ¿ N o es m e jo r esto, aunque no aspire á t ra n s ­
cendental, que escrib ir la p a ra d oja de N u estro s h ijo s
ó la tesis de L o s D e r e ch o s de la S a lu d ? É ste, el de
Marta G ru ñ í, es el v e rd a d ero teatro de Sánch ez. Su
im perio es este, esta es su heredad, este es su d estino
y su g lo r ia es esta, porque lo otro pide más f i lo s ó f i c a s
d isqu isicio n es y más esté tico vo ca b u lario de lo que
im aginaba la musa del autor de Un buen n eg o cio y de
M oneda Falsa.
F lo r e n c io no se h izo para retratar sabios, de levita
y coche, como el señor de D íaz. A q u é l era un m undo
d escon ocid o para F lo r e n c io . Su verbo no era el verbo
que suelen hablar los que co n cu rren á las reuniones
que da en su palacio la señora de A l v a r e z . N in g ú n
hombre de buena cu na planta á su no via con los m o ­
dales de que E n riq u e hace uso al d esp recia r á M echa.
Se puede ser, y se suele ser, un poco más fr ío y más
H ISTO R IA
366
CRÍTICA
em baucador cuando se prop on e á las m u ch acha s de
cierto fu s te un v ia je por E u ro p a . E l m undo de F l o ­
rencio, ó m ejor, una de las r e g io n e s del m undo de
F lo r e n c io , es el patio de la casa de ve cin d a d en que
cantan y su fre n el tipo perd u ra ble del Ca n a stero y
la f i g u r a ve ra císim a de F id e la . S á n c h ez está llen o
de p r e ju ic io s sobre las clases altas, y cuando las e lig e
para s u je to de sus escén ico s im aginares, tan sólo
a cierta á c a ric atu ra r los rasgos, las m áculas, los sen­
tires y hasta el fraseo de unas clases que no le a f i ­
cionan y que no com prende. S á n c h ez no es B l i x e n .
E s en la m u ltitu d del cam po y del suburbio, de la
ch acra y del co n v en tillo , donde se m ueve con libertad
y cien cia, con r e g o c i j o y d esen voltu ra, el numen de
Sánch ez. Cada ingenio , com o cada astrq, r esp la n d ece
en su órbita. F lo r e n c io S á n c h ez no fu é e n gen d ra d o
para escribir obras com o E l hom bre de m un do de V e n ­
tu r a de la V e g a ó como E l tejad o de v id rio de L ó p e z
de A y a l a .
V u e l v o á M arta G run i. L a escena f i g u r a el pa tio
de un c o n v e n tillo con ve n tan as altas. C u a n d o em pieza
la acción, casi al amanecer, la h eroín a aparece des­
cen d ien d o de una de esas ventanas, m erced á una
escalera que su amante r e co g e no bien baja la moza.
F i d e l a ha visto, aga za p a d a en las sombras del patio, la
despedid a de J u lie ta y Rom eo.
Sale la luz. E l patio se anima. O id el co lo qu io de
M arta y el C a n a ster o :
“ M . G runi. — ( D i r ig i é n d o s e á su p iez a ). ¡ B u e n día*
m aestro!
Canastero. — ¿H a s ten id o un buen sueño?
M . G run i. — ¿ Y o ? ¡C ó m o un plom o he dorm ido toda
la santa n o ch e! ¡C ó m o para soñar es esta v id a
que llev a m o s!
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
367
Canastero. — ¿ Y por qué cantabas tan a leg rem en te?
M . G ruñ í. — S iem p re canto.
Canastero. — ¡ A s í , no! A s í se canta cuando se sueña.
¡ O h ! Y o te n g o mi e x p e r ie n c ia y no es sin m o ­
tiv o que me llam an el filó s o fo . M ira, desde m i
cuarto, antes de asomarme al patio sé cómo han
pasado la noche todos los vecino s.
M . G ruñ í. — ¿ P o r el o rá cu lo?
Canastero. — P o r el canto. T o d o s cantan, todos canta­
mos, como los pájaros, saludando el día. E s
una necesidad. P e r o con la d ife r e n c ia de qu e
sabemos más canciones que los p ájaros y . . .
M . G ruñ í. — ¡ A y ! ¡ A p u e s t o á que usted tam bién ha
soñ ado!
Canastero. — ¿ Y o ? . . . Sí, siem pre sueño. S o y so lo; no
t e n g o f a m ilia ; tra ba jo cuando q u i e r o . . . sirt
p r e o cu p a c io n e s. . . B i e n ; quería d ecirte que, sirt
salir del cuarto, sé cuando en el 2 no han c o ­
mido, cuando el Ca rrero ha ve n id o borracho,
cuando la v iu d a de arriba ha cosid o hasta m edia
noche, cuando el albañil ha zu rrad o á la m u je r ,
cuando la P e t r a ha reñido con el novio, cuando...
V ecin a 2.a. — ( V a al a ljib e con un cubo á paso rápido
cantando d estem p lad a ). “ S o y cubanita, s o y . . . ”'
Canastero. — A h í tie n es un ejem plo. L a canción de lo s
palos. E sta , a n o c h e . . . ¡V e r á s , v e r á s ! . . . D i g a
usted, vecina, ¿e stu v o usted anoche con d o lo r
de m uelas?
V ecin a 2.a. — ¿ Y o ? . . . ¿ P o r qué lo cree?
Canastero. — E s que como sentí unos q u ejid o s en su
c u a r t o . ..
V ecin a 2.a. — ( F u r i o s a ) . ¿ Y á usted qué le im porta lo
que ocu rre en casa ajena, v i e j o en tr o m e tid o ? . . .
¡ Y a me habían dich o que tenía la costum bre de
escu ch ar en las p u erta s! ¡O h , el ch ism o so !. .
368
H ISTO R IA CRÍTICA
¡ V i e j o v e r d e ! . . . ( D a un co le ta zo y se va con
el cubo m urm urando. A s í que desaparece se le
o ye cantar) : “ S o y cu ba n ita. .
Canastero. — ¿H a s v is to ? H o y por todo el día el c u ­
banita de la p la y a hermosa. L u e g o lle g a su
hombre, hacen las paces y mañana amanece en
el patio de “ M am brú se fu é á la g u e r r a ” ; pa­
sado, de “ auto m óv il, m am á” . . .
¡h asta que una
n u eva paliza la v u e lv e á la p la y a h e r m o s a ! . . .
( S e o y e n los p rim ero s com pases de un aire
po pu la r p ia m o n tés). ¡ O t r o ! . . . ¿ O y e s ? . . . E s el
ja rd in ero . A n o c h e tranca de vin o barbera con
los paisanos.
T o d a v ía
se acu erd a
del ú ltim o
coro cantado copa en mano en la fo n d a de Garib a ld i. . .
.
M . G ruñí. — ( Q u e se ha quedado un instante pen sa­
tiv a ). ¿ Y yo, m aestro?
Canastero. — ¿ T ú ? . . .
T ú has soñado, m uchacha, tú
tienes lin d os sueños desde hace a lg u n o s días.
A n t e s no cantabas así. U n día v o z de tristeza ,
otro de fa tig a , de cansancio, otro de rebelión,
de despecho, de odio, de a n g u s t i a . . . ¡qué sé
y o ! . . . ¡D a b a s lástima, h ija ! M ir a ; te ju r o que
hace un m om ento les co m un iqu é la no ticia á
mis canastos. M arta G ru n i está alegre, M arta
G ru n i em pieza á ser fe liz. ¡B r a v o , m u ch ach a !
¡ T e lle g ó el d í a ! . . . Y creo que los mimbres
se r e g o c ija r o n co n m ig o .”
E n el patio h ay un d ic ta d o r : Stéfan o. F id e la es
suya. E l cieg o, el padre de F id ela , trabaja para S t é ­
fano. L o s padres y el herm ano de M arta le han e n ­
tre g a d o su h ija y su herm ana á S téfan o . F id ela , que
está celosa de M arta, le cu en ta al d ic ta d o r que su
co nqu ista “ le ju e g a sucio con un m o n ig o t e ” . M arcos
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
369
intervien e. E s haragán, borracho, com padre, im p u l­
sivo, m u y de temer. H erm ano de M arta, v e la porque
M a rta no tra icio n e á S téfan o , que es la g a llin a de los
h u evo s de oro para los G ru ni.
“ G run i, e l padre. — ¿ T e ha pasado algo. S téfan o , con
esta m u ch acha?
S té fa n o . — N o tiene im portancia.
G run i. — ¡ D e c í la verdad, h o m b r e ! S ería m u y capaz
de portarse mal co ntigo .
M arcos. — ¡ L a ve rd a d está d ic h a ! L a señorita le j u e g a
su cio con un m on igo te. E s a es la verdad. M e
lo d ijo a y e r . . . ¡ D e s v e r g o n z a d a ! . . .
G run i. — ¡ M u c h a c h a ! . . .
¡ V o s querés que te maten
á palo s!
M . G run i. — ¡ E s o sería lo m e jo r ! ( A S t é fa n o ) . ¡C o n
que tod o había sido una i n tr ig a t u y a ! . . . ¡ A h ,
i n f a m i a ! . . . ¡B ie n , b ien ! P u e d e n s e g u ir c a sti­
gándom e, pues van á tener m otivos. Y o no
qu iero tener más r ela cio n es con ese hombre.
M arcos. — ¡ B r a v o ! ¡ V i v a la p a tria !
Sra. G run i. — ¿ T e has e n l o q u e c i d o ? . . . ¡ M a r t a ! ¿ Q u é
decís?
G runi. — ¡ Ché,
M a r ta !
¡Q u e r é s
que
te
rom pan
el
a l m a ! . ..
M . G run i. — ¡ N o lo quiero ni lo he qu erid o n u n c a ! . . .
L o acepté porque estaba cansada de s u f r i r ; para
que me dejaran en p a z; para que no me m o r ­
t if ic a r a n m ás! ¡ L o acepté tal ve z con la es p e­
ranza de que me sacaran a lg ú n día de este in ­
fie r n o de v id a para llevarm e á un in fie rn o m e­
j o r ! ¡ Y he soportado m eses y meses fin g ie n d o
cosas que no sentía, d isim u land o la r ep u gn an cia
cada día m ay o r que me causaba ese hombre y
más que todo, la sum isión y el interés de u s te ­
des por ese h o m b r e ! . . . ¡ P ég u en m e, rómpanme
H ISTO RIA CRÍTICA
370
la cara! ¡ E s t o y aco stum brada y a á los golpes!...
¡ P e r o no harán que escu ch e una palabra m á s
de ese in fa m e ! ¡M á ten m e tam bién ! ¡ M atam e
vo s que sos capaz de to d o ! ¡ E s p r e fe r ib le la
m u erte á tanta p en u ria como me hacen p a d e cer
u sted es! ( A h o g á n d o s e ) . ¡ M i s p a d res! ¡ M i s p a ­
dres, mi prop ia fa m ilia tratán dom e peor que el
C a rrero á las m u ía s! ¡ É l al m enos las a c a r i c i a ! ”
P o c o después M arta se queda á solas con el C a ­
nastero.
“ M . G runi. — ¡ D io s mío ! ¡ Q u é hacer ! ¡ Q u é h a c e r !. . .
E sto y d escu b ierta...
¡U s t e d que ha sido tan
bueno co nm igo , a u x ilíem e , deme un c o n s e jo !. . .
Canastero. — ¿ D e modo que todo es ve rd a d ?
M . G run i. — S í ; sí, señor. E s cie r to todo lo que ha
contado esa perdida. E n usted pu ed o tener c o n ­
fia n z a porque no me quiere mal. E s e era mi
sueño amable. P o r él cantaba hace un rato así, y
cantaba ayer, cantaré mañana, cantaré toda la
vid a así. E s bueno, es afectu oso . M e he e n tr e ­
gado toda á él y q u isiera tener m il cu erp o s y
mil alm as para dárselas en p a go de una ca ric ia
suya. ¡ Si (u sted su piera qué amoroso y tiern o
es conm igo, si lo o yera conversar, si lo v iera
m imarme y a c a r i c i a r m e ! . . . ¡O h , es todo para
m í! ¡ E s mi padre, mi madre, mi fa m ilia en tera ;
la ca ricia que nunca había sentido, de un hogar,
la sonrisa de toda mi j u v e n t u d ! ¡ P o r eso lo
a m o . . . porque es bueno, porque es t i e r n o ! . . .
¡L o c a m e n te le a m o . .. d esesperadam ente!
Canastero. — ¡ N o insistas, m uchacha, no insistas! ¡ T e
creo!
M. G runi. —
¡O h !
b u r la !. ..
¡U s t e d
se s o n r í e ! . . .
¡ U s t e d se
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
37i
Canastero. — ¡ Q u é he de burlarm e, pobre c r i a t u r a ! . . .
¡S o n r ío de a leg ría y de a d m ira ció n ! P e r o . . .
apéate y vo lva m o s á la realidad. ¿S e p u ed e sa­
ber q u ién es ese p o rten to so m ortal?
M . G run i. — ¡ A h ! ¿N o lo sabía? E s . . . ( M i r a á la
ven tan a alta).
Canastero. — ¡C a n a s to s ! D ebí m a l i c i a r l o . . .
¡ E l ca n ­
tor de la v e n ta n ita ! ¡M ir a , es la prim era vez
que me fa lla m i fi lo s o f í a m u sic a l!
M. G run i. — ¿ L o conoce usted ?
Canastero. — ¡G r a v e asunto, g ra v e asunto!... ( P a u sa ).
D e c im e : ¿ V o s has pensado las cosas? ¿ T e has
dado cu en ta de la d istan cia que m ed ia entre
este patio y a quella ven tan a alta?
M. G run i. — ¡ H e subido y nada me i m p o r t a !
Canastero. — ( P a u s a ) . B u en o.
M . G run i. — ¿ Q u é pien sa u sted ? ¿ Q u é me aconseja?
Canastero. — Y vos, ¿qué has pensado?
M. G run i. — Y o . . . É l quiere sacarme de aquí.
Canastero. — ¿ Y vo s?
M . G run i. — ¡ Y o . . . y o . . . u sted ha v is to la v id a que
llev o a q u í . . . cómo me t r a t a n !
Canastero. — ¡B u e n o , bueno, b u en o ! N o hables más.
¡ A n d a t e cuanto a n t e s ! ”
E l se gu n d o cuadro nos tra n sp o rta á la en trada de
la fábrica. N o era necesa ria esa m u tació n. L a obra
no requ ería ese cambio. T a m b ié n en el patio del co n ­
v e n t illo S té fa n o pudo d ecirle lo que, en la calle, le
dice á Marta.
" S té fa n o . — M ira, M a r t a ; y o no le he dicho á M arcos
todo lo que sé.
M . G runi. — ¡U n a a m e n a z a ! . . . ¡ P u e d e usted d ecirle
todo lo que sepa! ¡ D é je m e pasar!
S téfa n o . — T e espera el m on igo te, ¿ v e r d a d ? . . . ¡P u e s
no hablarás con él, te lo j u r o !
H IS T O R IA CRÍTICA
372
M . G ruñ í. — ¡ D io s m í o !
S té fa n o . — ¡ T e co n v ien e ponerte en razón, M a r t a ! ¡ T e
c o n v i e n e ! . . . Y o sé que te has dado á ese h o m ­
b re. . .
M. G ruñ í. — ¡ Y to d a vía insiste u s t e d ! . . .
S té fa n o . — ¡I n s is to porque te qu iero bien, porque
qu iero s a l v a r t e ! . . . T e has dado á un hombre
que no es de tu c l a s e . . .
M . G ruñ í. — ¡ L o a m o !
S té fa n o . — Q ue no te quiere ni podrá q u e r e r t e . . .
M . G ruñ í. — ¡ Y o lo amo!
S té fa n o . — Q u e no es libre, que tiene otras m u j e r e s . . .
M . G ruñ í. — N o me im porta. ¡ Y o lo amo!
S téfa n o . — T e ju r o que no te m iento. M ir a ; antes de
un mes se casa. T e n d r á que abandonarte.
M . G ruñí. — ¡ C on todo, y o lo a m o !
S téfa n o . — E s tá s c ie g a y querés perderte. A ten d em e.
Y o te prom eto no d ecir nada, pasar por todo
y s ig u ie n d o las cosas com o antes, cuando q u ie ­
ras, cuando q u ieras nos casamos. T e haré mi
m u j e r . . . Y a lo v e s . . .
M . G ruñí. — ¡ A h , qué i n d i g n id a d ! ’ . . ¡ B a s t a ! . . . ¡ D é ­
jem e, m i s e r a b l e ! . . . P a r a m andarm e á ped ir l i ­
mosna como al cieg o, ó para hacer de mí otra
cosa peor, me harías tu m u j e r ! .. . ¡ C o b a r d e !. . .
¡C a n a lla !... ¡D é je m e !...
S téfa n o . — ¡ A h ! ¿ Q u e ré s la g u e rra en to nces? ¡P u e s
la ten d rem o s!
M . G ruñí. — ¡S í, la ten d rem o s! C o n tá lo que sabés,
c o n tá ...
¡ D e c i le á mi padre, decile á M arco s
que ten g o un m o n igo te y que ese m o n igo te es
mi a m a n te!. . . H acem e m altratar más a ún ; pero
no co n s e g u ir á s que haga caso á un cobarde, á
un g ranu ja, á un m iserable de tu ca la ñ a !. . .
S téfa n o . — ¡ M ira, M a r t a ! . . .
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
373
M . G ruñ í. — ¡ S i d ecís una palabra más, pid o so co rro !
S téfa n o . — E sta m o s llam ando la atención. T r a n q u i l í ­
zate y pensá bien lo que te he dicho. Y si querés ev ita rle un m al rato á tu hombre, andate
por ese lado á tu c a s a . . . Si te veo con é l . . .
Lo m ato. . .
M . G r u ñ í. — ( A n g u s t i a d a ) .
¡Á
é l...
á é l!...
¡O h ,
D io s s a n t o ! . . .
S téfa n o . — A n d á , que nos m i r a n ; la g en te se am on­
ton a. . . V a m o s . . .
M . G ruñ í. — ( S o ll o z a n d o ) . ¡ D io s m í o ! ¡ D io s m í o !. . . ”
E n el cuadro tercero v o lv e m o s al c o n v en tillo . E s
de noche. E l c ie g o toca. S té fa n o y M arco s bailan
con las vecinas. Se bebe y se conversa. L a reu n ión se
d isu elv e poco después. M arta, cuando todos se han
ido, apaga la luz. Se abre una de las ventanas, la es­
calera aparece, y la m oza p r in c ip ia á subir. M arcos,
que la acecha en co m pañ ía de S téfan o, la detiene,
lu c h a con ella, sube á su vez, y da una puñalad a al
amante que acude al ruid o de la brega.
“ M . G ruñ í. — ¡ A s e s i n o ! ¡ A s e s i n o ! . . .
b r e ! . . . ¡M a ta r á mi h o m b r e ! . . .
¡ Á mi h o m ­
¡N o te esca ­
p a rá s !...
( L o a fe r ra rab iosam ente). ¡ N o ! ¡ S o ­
corro ! . . .
¡ V ec in o s!
M arcos. — ¡ C a lía te ! ¡ D e ja m e !. . . ( T i r a el c u c h illo al
patio ).
M . G ruñ í. — ¡ S o c o . . . !
M arcos. — ( L e tapa la bo ca). ¡ C a lía te ó te m a t o ! ( D e s ­
cien de la escalera con M arta casi en peso. U n a
ve z en el patio, la a rro ja con v io le n c ia al suelo
y entra á su cu arto p r ecip itad am en te).
M . G ruñí. — ¡ M i h o m b r e ! . . . ¡M i a m o r ! . . . (M a rco s
reaparece ponién dose otro saco y h u ye. L o s v e ­
cinos asoman á m edio v e s tir) . ¡ M i hom bre! ¡ M i
H IS T O R IA CRÍTICA
374
h o m b r e ! . . . ( D a un g rito h o rrible al en con trarse
con el c u c h illo en sangrentad o , lo tom a y corre
detrás de M a r co s). ¡ A s e s i n o ! . . . ¡ A s e s i n o ! . . .
( L o s v e cin o s co rren en pos. Pausa. R ea p a recen
con M arta).
U n o . — ¿ Q u é has hecho, M a r t a ? . . . ¡H a s m atado á tu
h e r m a n o !. . .
M . G ruñ í. — ¡ É l mató á mi hombre y no tenía d e ­
rech o !”
III
L a Gringa, com edia de co stu m bres en cu atro actos,
se estrenó el 8 de F e b r e r o de igog. — P ró sp ero , h ijo
de C a n ta lic io y peón de N ico la, qu iere á V i c t o r i a y
es bien c o rresp o n d id o por la m uchacha, que es h ija
y h eredera del patrón de P ró sp ero . N ic o la se ha ido
en riq u ecien d o con su trabajo, m ien tra s don C a n t a l i ­
cio se em po brecía ju g a n d o al m o n te ; y don Ca n ta licio ,
á fu e r z a de p ed irle prestado á N ico la, su fre la an­
g u s tia de saber que su casa, sus ombúes, sus corrales,
y hasta sus vaqu itas pronto serán del eco nó m ico don
N icola.
D o n C a n ta lic io se presenta en la chacra de N ico la, y
t ro p ie z a con P ró sp e ro , á quien anu ncia que no tiene
con qué p a gar los cu a tro mil se iscien to s cin cu e n ta
pesos que le debe al g rin g o .
“ P r ó s p e r o . — ¿ E h ? L a cu lp a no es m í a . . .
C a n talicio. — ¡ D e s a lm a o ! . .. E s que me va á quitar
el c a m p o . . . y la c a s a . . . y t o d o . . .
P róspero. — ¿ Y ?. ..
C a n ta licio. — (D e s c o n c e r t a d o ). E s que todo eso es
t u y o t a m b i é n . . . que nos quedarem os los dos
sin nada. ..
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
375
P rósp ero. — ¡ P a lo que he t e n i d o !. . .
C a n ta lic io .— M irá, P r ó s p e r o . . . N o em pecés con esas
c o s a s . . . V i á creer que y a me has p erd id o el
poco cariño que me t e n í a s . . . V e n í a q u í; á mi
l a d o . . . ¡ S e n t a t e ! . . . T e parece cosa lin d a que
de la mañana á la noche, un e s tra n g i del diablo
que ni siquiera a rg en tin o es, se te presente en
la casa en que has nacido, en que se criaron
tus padres y v iv ie r o n tus a g ü e lo s . .. se te p r e ­
sente y te d ig a : ¡f u e r a de acá, este rancho, y a
no es s u y o ; ese campo no es suyo, ni esos ombuses, ni esos corrales, ni esos cercos, son su ­
y o s ! . .. ( C o n m o v id o ) . ¿ T e parece que está bien
hecho?...
P rósp ero. — Y o no d ig o que lo esté, tata. D i g o . . . que
no ten g o la cu lp a . . . U ste d sabe que, desde hace
tiempo, v iv o por mi cu en ta y de mi trabajo. J a ­
más me he m etido en sus n e g o c io s . . .
C a n ta licio. — L o sé m u y bien, p e r o . . .
P róspero. — Y si pu d ie ra pa ga rle á don N ic o la lo que
usted le debe lo haría con m u ch o g u s t o . ..
C a n ta licio . — E n to n c e s crees que debo quedarm e tan
fres co y d ejar que éstos me pateen el nido.
P róspero. — Q u é más rem edio. Si usted me hubiese
dado el cam pito cuando y o se lo pedí pa sem ­
brarlo, no se v e ría en este t r a n c e ; pero se em­
peñó en se g u ir pastoreando esas vaqu itas c r io ­
llas que y a no sirven ni pa. . . in su ltarlas y
cu idan do sus pare jero s y puro v i v ir en el p u e ­
blo, y dele al m onte y á la taba. . . y, a m i g o , . . .
á la la r g a no h a y c o t e j o . . .
C a n ta licio. — V e l a y . . . E s a no me la e s p e r a b a . . . L l e ­
gar á esta edá pa que hasta los mocosos me
r e t e n . . . ¡ Sa lite de acá, d e s c a s ta o !. . .
Próspero. — No, tata. N o sea a s í . .. “ B i s o g n a eser” . . .
376
H ISTO RIA
CRÍTICA
C a n ta licio. — ¡ N o d i g o ! . . . C on que “ biso ñ a ” ¿no? . . .
¡ T e has ve n d id o á los g r i n g o s ! . . .
¿ P o r qu é
no te ponés de una v e z una caravana en la oreja
y un pito en la boca y te vas por ahí á j e r i n g a r
g e n t e ... ¡R e n e g a o ! ... ¡M al h i j o ! . . . ”
D e sp u é s don C a n ta licio habla con don N ico la. L e
pide una p rórroga, un año de plazo. D o ce meses, sólo
doce meses, y pagará. E l g r in g o se niega. E l o tro se
irrita. O i d :
“ C a n ta licio. — D e modo que usted quiere quedársem e
con el campo.
N icola . — B u en o. P a r a d ecirle la v e r d a d . . .
U sted
tiene r a z ó n . . . Y eso ¿sabe? es el n e g o c io que
le co n v ien e á usted. N e c e sito el terreno. M i
hijo, ese que estu d ia de in g e n ie r o en B u e n o s
A ir e s , me ha dem andado que le busque tie rra
porque quiere v e n ir á poner una g ra n ja cr e m e ­
ría, ó qué sé y o . . . P ie n s e bien el n e g o c io ¿sa­
b e ? . . . De todos m od o s. . . ese cam pito está p e r ­
dido. Si el año que vien e ó el o t r o . . . va á ten er
que en treg árm elo, me lo en treg a h o y y se gana
los i n t e r e s e s . ..
C a n ta lic io .— ( P a seán d o se n e rv io s o ). Y si á mí se me
a ntoja no pa ga rle ni en tr e g a r le el campo, ni
h o y ni n u n c a .. .
N ico la .— ( R a scá n d o se la cabeza con zo ca r ro n e ría ). ¿ S i
se le a n t o j a ? . . . E s o es una otra c o s a . . .
C a n ta licio. — Y dirm e al pueblo y .m e t e r l e un p leito
de todos los diablos.
N icola . — ¡ A h ! . . . ¡ N o ! . . . C on la h ip o tec a non se
scherza, caro a m i c o . . .
C a n ta lic io .— ( A p a r t e ) . ¿ Q u e n ó ? . . . Y a vas á v e r . . .
¡ C o n o zc o un procu ra d o r que te va á m eter cada
e s q u e r z o ! . . . (á N ic o la ). De modo que no me
espera.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
377
N ico la . — N o me c o n v ie n e . . .
C a n ta licio. — ¿ Ú ltim a p a l a b r a ? . . . B u en o. P ro te ste ,
d e m a n d e . . . y ha ga lo que quiera. Y o no pago,
ni e n treg o el c a m p o . . .
E s tá d i c h o . . . ”
E n estos andares aparece M aría, la m u je r del g rin g o ,
zam arreand o á V i c t o r i a . S o r p re n d ió á la m u ch ach a
d eján do se besar por el bueno de P ró sp ero . D o n N i ­
cola, ind ign ad o , despide á éste, á pesar de las l á g r i ­
mas sin frases de V ic t o r ia .
“ P rósp ero. — ( I n t e r v in ie n d o ) . V e a señor. M ás d espa­
cio con ella. C a r a m b a . . . A q u í no h a y fa lta ni
delito. L o que pasa es q u e . . . los dos nos qu e­
rem os y que es to y d isp u esto á tra b a jar para
casarme con ella.
N ico la . — ¿ C o s a ? . . . ¿ C o s a ? . . . M an desé m u dar le
d i g o . . . E n se g u id a ¿ e h ? . . . C a s a r s e . . . C a ­
sarse. . . T e g u s ta ría ¿eh? casarte con la g rin g a
pa a g a rra rla la p l a t i t a . . . los pesito s que h e­
mos g anado tod os t r a b a j a n d o . . . trabajan do
como anim ales sobre la t i e r r a ! . . . ¡ Y a ! M a n ­
desé m u d a r . . . ¡ H a r a g a n e s ! . . . aprend an á t r a ­
bajar p r i m e r o . . . N o me fa lta r ía otra cosa
que después de tanto s a c r ific io pa ju n ta r un
poco de econom ía vin ie se un cu a lq u iera á q u e ­
rérsela f u n d i r . . . ¡M a n d e sé m u d a r ! . . . ¡ C o n
qué c a s a r t e ! . . . C asarte con la h eren cia ¿no?
con la h eren cia del g r in g o v i e j o . . . H a r a g a ­
n e s...
¡M a n d esé m u d a r! A p r e n d a á trabajar
p rim ero .”
E l se gu n d o acto se v e r i f i c a en la fo nd a del pueblo
p róx im o á la chacra de don N ico la. Sirve, p r i n c i p a l ­
mente, para que el d ra m atu rg o nos pinte un cuadro
de co lo r local, m u y animado, aunque un poco tosco,
como todas las pin tu ra s de la m ism a índole. E n ese
H ISTO RIA
378
CRÍTICA
acto sabemos que P ró s p e ro y V i c t o r i a s ig u e n q u e ­
r ié n d o s e ; que P r ó s p e r o se va en el tre n del Rosario,
para tra b a jar en las po sesion es a g r íco la s de m ister
D a p le o ; que don C a n ta lic io perdió su pleito, en todas
las instancias, y que N ic o la se adueñará l e g í t i m a ­
m ente de su propiedad. E n ese acto don C a n ta licio
aparece llo ran d o penas, se em b riag a como un necio,
llam a ladrón al g rin g o , no acepta vales co n tra una
casa fu e r te porque los v a le s no son dinero, amenaza
con m atar al que le qu itó lo que su in cu ria d ejó p er­
der, y no nos inspira el m enor respeto hacia su m u y
r u d im e n ta ria in d ivid u a lid a d .
“ E l Cura. — V a m o s , don C a n t a l i c i o . . . C á lm e s e . . . N o
ha ga l o c u r a s . . . ¡ N o tien e r a z ó n ! . . .
C a n ta licio .— ¡ M ad re m í a !. . . ¡ Q u é no te n g o r a z ó n ! . ..
¿ P e r o no han v is to á ese que tras de querer
em brollarm e, me insulta?... ¿N o lo han visto?...
N ico la . — Y o no em brollo á n a d ie. . . S o y una persona
h onrada y t r a b a j a d o r a . . .
C a n ta licio. — Sos honrao porque todos te p r o t e g e n . . .
to d o s...
to d o s...
hasta el cura que te da la
ra z ó n . . . Y o so y un p illo . . . N o te n g o plata, ni
ch acra y he nacido en este p a í s . . . Sos m u y
honrao y, sin em bargo, me qu erías esta fa r los
po qu ito s ríales que me d e j a s t e . . .
E l cura. — C a n t a l i c i o . . . E so no es c i e r t o . . . T r a n q u i ­
lícese. Rep ose un poco y v e n g a conm igo. Y o
le v o y á descon tar el v a le . . . ( L o sienta).
C a n ta licio. — No. señor. M e lo ha de pagar é l . . .
Me lo ha de pagar, y me lo ha de p a g a r . . . Y
sálganse todos de a q u í . . . D é j e n m e . . . V a y a n á
cu id a rlo á é l . . . que le hace más f a l t a . . . ¡ D é ­
jenm e, d é j e n m e ! . . . ¡ S o l i t o ! . . . Y o no preciso
de n a d i e . . . Y a no ten g o am igos, ni casa, ni
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
379
h i j o s . . . ni p a t r i a . . . S o y un a p e s t a o . . . nadie
me q u i e r e . . . ¡ S a l g a n ! . . . ¡ Y o me v o y á m o ­
r i r ! . . . E s t o y m u y t r i s t e . . . S a l g a n . . . S in
c a s a . . . Sin h i j o s . . . S in a m i g o s . . . S o y un p o ­
bre c r i o l l o . . . ¡u n pobre c r i o l l o ! . . . ”
¡S í, un pobre criollo, mi v ie jo paisano! ¡ A l g o que
aven ta el humo de la lo co m o to ra ! ¡ E l mate, las ca r re ­
ras, la taba, la riña de gallos, las o veja s con sarna, las
crías sin redil, el m iedo á las brujas, el pu ñal con que
se d e g ü e lla bru ta lm en te á la res y al h o m b re! ¡S í, un
pobre criollo, mi v ie jo paisano, al que siem pre d e rr o ­
tarán los trabajad ores y los eco n ó m icos de la fa m ilia
de don N i c o la ! ¡H a c e s bien en llo rar sobre la suerte
del c r io lla je que tú sim bolizas, c r io lla je h echo para
las revu eltas y para los cuarteles, para la h o lg a n za
y para la in cu ltura , para que le roben su estancia los
e x tra n je r o s y para que el com isario le robe la m u je r !
¡H a c e s bien llo ran d o lág rim a s sobre tus e m b r ia g u e ­
ces, oh mi pobre y mi v i e j o don C a n t a lic io !
E n el te r ce r acto nos hallam os en la ch acra de
C a n ta licio , que qu iere co n v e r tir en g ra n ja m oderna la
sed de en riqu ecerse y de m ejora rse de don N ico la.
C u and o sube el telón unos peones están aserrando un
ombú. L o s peones recu erd a n á don C a n ta licio .
“ C a n ta licio. — ¿ Q u ié n habla de don C a n ta lic io púa
P eón
cá ? . ..
2.°. — ( R e g o c ij a d o ) .
S a lú
don
C a n ta lic io ...
¡ Á n im a b e n d it a !. . . Y a lo creibam os m u e r t o . ..
C a n talicio. — Y a ve que no, a m i g o . . . ¡C o s a m a l a ! . . .
¿C he, andan los g r in g o s c e r c a ? . . .
P e ó n 2.0. — E s tá n en el b a j o . . . ¿ Y qué v ie n to s lo
traen por estos p a g o s ? . . . ¿ande a n d u v o ? . ..
C a n talicio. — L e j o s . .. P o r la p r o v in c ia de C ó r d o b a . . .
P eó n 2.°. — ¿ H a c i e n d o ? . . .
38o
H IS TO RIA
C a n ta licio. — De t o d o . . .
CRÍTICA
Q u é más r e m e d i o . . .
¡P re­
cisé lle g a r á v i e j o pa ten er que deslom arm e
t r a b a j a n d o . . . Y g ra cia s que en tu avía se rv ía pa
a l g o . . . ¿ Á qué no sabés en qué me o c u p o ? . . .
P e ó n 2.'\— No, señor.
C a n ta licio. — E n v e n d e rle s anim ales á los g r i n g o s . . .
F í ja t e qué s u e r t e . . .
Y o que en mis tiem p os
sabía tro p ia r ganaos ariscos de la sierra, pa mi...
pa mi campo, pa este m esm o c a m p o . . . me veo
ahora condenao á aca rrea rles g ü e y e s á los co ­
lon os. . .
P e ó n 2.°. — L o que son las cosas, h o m b r e . . .
C a n ta licio. — A y e r no m ás le tra je á un ch acarero del
C h añarito ,
unos
sesenta
animales...
D e sp u és
como quedaba tan cerca del pago vie jo , le d ije á
C a n t a lic io : C h é andate á m irar como m archa
aquéllo... Y o no quería pasar por este camino, pa
no acordarm e ¿sabés? pero la qu eren cia me em ­
pezó á cu a rtea r pa este lao y cuando quise
a c o r d a r . . . estaba a q u í . . .
P e ó n 2.°. — ¡M ire , m i r e ! . . .
C a n ta licio. — D e le jo s y a vid e todas las ju d ia d a s que
me habían h echo los g r i n g o s con e s t o . . . ( m i ­
rando en red o r). V e a n . . . V e a n . . . De la casa
ni qué hablar. . . parece que le van á e d ific a r
encim a un pueblo e n t e r o . . . Ni el h o r n o . . . ni
la n o r i a . . . ni el p a le n q u e . . . ¡ cosa b á r b a r a ! . . .
D esa lm a os. . . ¿ Y a q u é llo ? . . . E s o sí que no les
perdonaré nu n ca . . . ¡ta la rm e los d u r a z n it o s !. ..
L o s había plantao E lisa, la fin a d ita mi h i j a . . .
¡ y todos los años daba unas pavías a s í ! . . . ¡ D a ­
ñ i n o s ! . . . L o único, lo ú n i c o . . . de lo mío que
en tu a vía puedo ver es ese ombú... ¿ P e r o ché?...
y por qué lo están podando a s í . . .
P eó n 2.". — ¿ P o d a r ? . . . Á suelo va ir también . . . E so
estamos h a c i e n d o . . .
¡v o lte a rlo !...
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
C a n ta licio. — E s o si que n o . . .
¿E l o m b ú ? ...
38 r
E n la
p erra v i d a . . . T o d o han podido echar abajo p o r ­
que eran d u e ñ o s . . . pero el ombú no es de ellos.
E s del c a m p o . . . ¡ C a n e j o ! . . .
P e ó n 2.0. — Y o creo lo mismo. P e ro los patrones d i ­
cen que el pobre árbol v i e j o les va á dañar la
c a s a . . . (ap arece V i c t o r i a y se d etien e á es­
cu ch a r).
C a n ta licio. — ¿ Y por qué no e d ific a n más a l l á ? . . . ¡ B o ­
nita r a z ó n ! . . . L o s ombúes son como los a rro ­
y o s ó com o los c e r r o s . . . N u n c a he v is to que
se tape un río pa ponerle una casa e n c i m a . . .
ni que se vo lte e una m on tañ a pa h a cer un p o ­
tre ro . . . ¡ A s e s i n o s ! . . . ¡ N o tie n en alm a! Si t u ­
viera n alg o adentro les dolería d estru ir un árbol
tan lindo, tan bueno, tan m a n s i t o . . . ¡C ó m o se
conoce ¡ c a n e j o ! que no lo han vis to criar, ni
lo tienen en la tie rr a de e l l o s ! . . .
P e ó n 2.0. — V a y a u sted h acerles en ten d er esas r a z o ­
nes. . .
C a n ta licio. — Y qué van á co m pren d er e l l o s . . . si u s ­
tedes m ism os ¡p a rece m en tira ! ¡c r io llo s como
son! se prestan á la h eregía.
P e ó n 2.0. — ¡ O h ! . . . Y si nos m a n d a n . ..
C a n ta licio. — N o se h a c e . . . Sa lg a n de a h í . . . d e s g ra ­
cia os. . . todos se han v e n d i d o . . . todos se están
v o lv ie n d o g r i n g o s . . . ¡ t o d o s ! . . . ¡ P a qué habré
venido, canejo, á ve r tanta p e n a !. . . ”
E s to es hermoso. E s o está bien sentido. E s o huele
á campo. E s o tiene sabor de a n tigü ed ad . E s o es lo
que dice, cuando lo serruchan, el ombú rugo so , y eso
es lo que dicen, g im ien d o en el aire de la chacra
vieja, los esp íritu s de los que m atearon ju n t o al ombú.
E l autor, co m pren siv o y em ocionado, hace de su héroe,
382
H ISTO RIA
CRITICA
en esta prim o rosa escena, el g enio fa m ilia r de las
llanadas y los d ecliv es que la costum bre de m uchos
sig lo s a fic io n ó á la sombra y á la v e rd u ra del árbol
cen tenario, en que canta el pam pero sus n o ctu rn os
tris tes y en que rim a la llu v ia sus m on ótonas quejas.
D o n C a n ta licio , ante el coloso á m ed io d esg aja r, debió
sentir que el árbol que serru ch an es el sím bolo de la
época a g o n iz a n te en que echó flo re s su ju v e n tu d , e x ­
perim e n tan d o la m ism a to rtu ra que e x p erim e n tó ,
cuando d erribaron la v i e j a h ig u e r a de su v i e j o patio,
a quella dulce anciana del libro más g e n t il de S a r ­
m iento. D on C a n ta licio es una de las v is io n e s más
claras del co m ediero célebre, sin que las g r á fic a s t o s ­
qued ad es de lo r e g io n a l lo g r e n q u ita rle la intensa
poesía que en su fo n d o solloza, esa poesía que se des­
prend e de lo que va á morir, m atorral incóm odo ó
ser inadaptable, añeja costu m bre ú o ració n que ha
p erd id o su so r tile g io . ¡ E l ch in g ó lo , a h u y e n ta d o por el
g o r r ió n ; la ceiba, su plantad a por el árbol f r u t a l ; el
toro a n tigu o , de corn am enta la r g a ; todo lo que se
va, desde la redom ona de púas c h ir ria n te s hasta los
cim arron es de o jo s de brasa, debe sentir, ante un ombú
que derribó la sierra, el desespero que siente don
C a n ta licio !
E s claro, y el autor tiene la co rd u ra de reconocerlo,
que el tr iu n f o del ch irip á y la daga no puede co n ­
se n tirlo ni to lerarlo la c iv iliz a c ió n . E s claro que el
que trabaja y eco no m iza d esaloja al que j u e g a y al
que no trabaja, d esa lojo triste, pero ju stísim o , como
fu é justo, aunque fu era triste, que el caserío p e n in ­
su lar desalojase de las plan icies de nu estros pagos
al to ld o charrúa. C u a n d o P e lle tá n dice que el mundo
marcha, tiene razón, á pesar de la m e lan có lica y elo ­
cu en te protesta de L am a rtin e, no siendo razonable que
el m undo se d etenga porque no puede cam inar más
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
383
lig e r o el padre de P ró sp ero . A l g o , sin em bargo, h ay
de ju s t o rep ro ch e en las qu ejas de éste. Su instin to
le dice que la c iv iliz a c ió n debió p r o te g e r le sembrando
de escu elas el terru ñ o n a t iv o ; pero no de escuelas
donde sólo se enseñen cosas u tiliza b le s en la ciudad,
y sí de escuelas donde se enseñen los nu evos m étodos
de cu ltiv o , donde se po n g an de m a n ifiesto las mil
im p e rfe c c io n e s de lo a nticuado, y donde se prediquen,
sin a critu d e s ni abultam ien tos, la r e lig ió n de la so­
briedad y la p r á c tica de la economía. P o r eso hallam os
m ucho de a d o ctrin an te y conm oved or, además de lo
cierto y m ov ido de la pintura, en el drama in d ivid u a l
de don C a n ta licio .
D o n C a n ta lic io t ro p ie z a con H o rac io . H o r a c io es
ingeniero, elegan te, llen o de d is tin c ió n y d e se n v o l­
tura. H o r a c io no parece h ijo de don N ico la. E s v e r ­
dad que P ró s p e ro tam poco tir a m u ch o á don C a n ta ­
licio. E s que la ed u cac ió n u n iv e rs ita r ia lim ó las as­
perezas del h ijo del italiano, como el contacto con
los a g r ic u lt o r e s de o rig e n eu ropeo m o d ific ó los p e n ­
sares y los se n tires del h ijo del cam pu zo ocioso y
ju g a d o r. H o r a c io trata con a fa b ilid a d á don C a n ta ­
licio, y don C a n ta licio co m ienza á a d v ertir que el
m undo de sus odios se tambalea. ¡ C ó m o ! ¿ A q u é l
m o c ito le in v ita á a lm o rzar? ¡ C ó m o ! ¿ N o son cim a ­
rrones, para aquel m ocito, los paisanos v ie jo s y sin
m oneda? — Güeno. A d io s it o . — E l cam pu zo se va, d es­
deñando el c o n v ite ; pero casi co rrien do . E l tordo
del m onte es z o ca rró n y arisco. E l tord o ama la l i ­
bertad. E l tord o no qu iere que lo cazen con liga. Y
h a y m uch o del tordo, del tord o de m is pagos, en don
Cantalicio .
E l v i e j o se va, “ se va com o l u z ” , derecho á su
caballo. A l campo, y á galope. Á ju n ta r se con los teros
y las vizcach as, que no hablan en g r in g o ni pagan
H IST O R IA CRITICA
384
con vales. Á sestear sobre la gram illa, que huele bien,
á la sombra de un árbol, que sea de aquí, com o el
ca n eló n y com o el gua y acán . Se o ye, á lo lejo s, el
r u id o del a u to m ó v il del co n stru cto r, un am ig o de
H o r a c io que preten d e á V i c t o r ia . E l caballo del v ie jo
da un espantada, y v o lte a sobre el h ierb aje á don
C a n ta licio . D o n N ic o la y los su y o s co rren á so co ­
r r e r l e ; pero el tord o eriza sus negra s plumas, y apronta
el pico.
“ C a n ta licio . — ( A p a r e c ie n d o sin po n ch o tam baleante
so sten ido por V i c t o r i a y con el brazo derech o
en sa n g re n ta d o ). ¿N o están co n fo r m e s con h a ­
berm e m olestao en v i d a ? . . . D é je n m e m orir en
p a z . . . Y ande se me a n to je . . .
V icto r ia . — ¿ P o r qué es tan ca p ric h o s o ? ¡ A q u í no te ­
nemos nada para c u r a r l o ! . . . ¡ V e n g a á c a s a ! . . .
C a n ta licio . —- ¡ N o p reciso que me c u r e n ! . . . ¡ M e viá
m o r i r ! . . . ¡ S e a c a b ó ! . . . E l c r io llo v i e j o y a no
los incom od ará m á s . . . ¡ N u n c a m á s ! . . .
N ico la . — A t ie n d a , don C a n t a l i c i o . . .
L a m u ch acha
tien e r azón . . . ¡ N o sotro s no querem os d ejar que
un crio llo se m u era como un p e r r o ! . . .
V ic t o r ia .— ( A lt e r a d a ) . ¡C á lle se , t a t a ! . . .
paz!...
C a n ta licio . — D e ja lo . . .
dejalo,
¡ D é j e l o en
m u ch ac h a . . .
Puede
d ecir lo que q u i e r a . . . ¡ E s dueño del c a m p o ! . . .
E s tá en su c a s a ! . . . ( Q u e já n d o s e ) . N o puedo
m á s . . . L lev á m e, m i j i t a . . . Sos la única g rin g a
bu en a. . . a llí. . . al om bú. . . Si lo v o lte an antes
que me muera, d ejen no más que me ca iga e n ­
c i m a . . . ( V i c t o r i a lo co nd u ce lentam ente hacia
el ombú).
H o r a c io .— ( A l co n s tr u cto r ). ¿ Y cómo fué e s o ? . . .
C o n stru cto r. — Iba á todo g alo pe y al pasar ju n to á
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
3S5
la m áquina el caballo, dió una espantada y lo
a rro jó lejos... L e reco g im o s desm ayado. C u and o
v o lv ió en s í . ..
H o r a c io .— ¿ P o r qué no lo llev ó á la chacra, amigo?...
C on stru cto r. — Si se quería tirar del auto m óvil al pa­
sar por acá. . . P o r eso me d e tu v e . . .
H oracio. — ¡ Q u é d e s g r a c i a ! . . . P e ro no ha de ser
g ra ve ¿v erda d?
C on stru cto r. — ¡C u a n d o m enos alg o roto ! D ió contra
un p o s t e . . .
C a n ta lic io .— ( A c o m o d á n d o s e
entre
las
raíces
dei
o m bú). ¡D e ja m e aquí no más, m i j i t a ! . . . E n tr e
las raíces que parecen bra zo s. .. E r a destino de
D io s que había de m orir en mi mesma t a p e r a . ..
N ico la . — ¡Caram ba, don C a n t a l i c i o ! . . .
mal en ser tan p o r f i a d o ! . . .
¡U s t e d hace
C a n ta licio .— ( I r g u ié n d o s e ) . R e t i r á t e . . .
¡G rin g o !...”
T a m b ién esto es hermoso. T a m b ié n esto está h o n ­
damente sentido. T a m b ién el d iá lo g o se d is tin g u e por
su asom brante natu ralid ad. T a m b ié n el trazo últim o,
el ú ltim o m andato del tord o baleado en una de las
alas, prueba que había in g en io de buena le y en la
musa cam pera y r egio n a l de F lo r e n c io Sánchez.
E n el ú ltim o acto, don C a n ta licio , cu y a a ltiv e z y
c u y o s enconos no curó la manquera, persiste en m ar­
charse. D o ña M a ría en cu entra que incom oda en la
granja. D o n N ico la, más humano y afable, no piensa
lo mism o que doña María.
“ N ic o la . — ( Á M aría). Cam ín ate pa dentro si no querés que te p eg u e una trom pada aquí m i s m o . . .
Siem pre has de hacer to n te ría s. . . V i e j a loca. ..
M aría. — ( Y é n d o s e ) . ¡ L o que he dicho lo he dicho!...
Y ten g o r a z ó n . . . ¡qué d e m o n i o ! . . .
H oracio. — N o ; usted no puede tomar en serio esas
2 5 .— V I .
H ISTO RIA
3S 6
CRÍTICA
c o s a s . . . E l la m ism a lo a p r e c i a . . . E s ta r ía a lu ­
n a d a . . . ¡H ab la b a por h a b l a r ! . . .
C a n ta licio. — N o hable más, don H o r a c i o . . . Y o sé
que usted es m u y g ü e n o . . . casi tan g ü e n o como
su h e r m a n a . . .
¡p e ro
“ esos o tr o s” me tienen
t i r r i a ! . . . no me pueden querer b ien . . . me v o y ,
me v o y . ..
N icola . — M ire don C a n t a lic io . . . U ste d bien sabe que
y o no en gaño nu n ca á las p e r s o n a s . . . nunca
¿ e h ? . . . B u en o. Y o le d ig o que so y su a m ig o . . .
Y le d o y esta mano de amigo, ¿sabe? ( S e la
e x t ie n d e ) .
C a n ta licio. — M ir e d o n . . . ¡ Y a no t e n g o con qué a p re ­
tarle los c i n c o ! . . .
M e la han c o r t a o . . .
Y la
del c o r a z ó n . . . d i s c u l p e . . . pero no es pa u s­
t e d . . . (á H o r a c io ) . ¡ M e hace apron tar el b i r ­
loche, por fa v o r !
N icola. — (S a ca n d o la cen iza de la pipa). B u e n o . . .
E s tá b i e n . . . h aga lo que q u i e r a . . . ( S e v a ) . ”
H o r a c io
se apena.
D on
C a n ta lic io
insiste.
D o ña
M aría triu n fa. V i c t o r i a toma á su ca rgo co n v en cer al
vie jo . O id lo que, en secreto, le d ice V ic t o r ia .
“ V icto ria . —
¡S i y o le contara una c o s a . . .
N o se
m u e v a ! . ..
C a n ta licio. — D e ja te de h isto rias y alcánzam e el po n ­
ch o . . .
V ictoria . — ¡ E s que es m u y s e r i o . . . tata! ..
C a n ta licio. — ( Im p a c ie n t e ) . B u en o. C o n ta lo de una
vez. ¡ Y se acabó !. . .
V icto ria . — E s q u e . . . ¡ já !. . . ¡ j á ! . . . Me da risa y . .
me da v e r g ü e n z a . . . (m irando en redo r). Si
q u i e r e . . . se lo d ig o en el o í d o . . .
C a n ta licio. — P e r o tapate la cara si es tan f e o . . .
( V i c t o r i a despu és de un instante de in d e c i­
sión le habla al oído).
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
387
C a n ta licio. — ( A lz á n d o s e ) . ¿ V o s ? . . .
( V i c t o r i a que se ha quedado m u y a v e r g o n ­
zada, hace una señal de a sen tim ien to ).
C a n talicio. — ¡ A v e M a ría P u r í s i m a ! . . .
V icto ria . — F u é en el R o s a r i o . . . M am á estaba en el
hotel e n f e r m a . . . P ró sp e ro iba á verm e y . . .
¡ P o r eso qu iero que no se v a y a ! . . . M añ an a —
esto tiene que saberse — me d escubren y si no
disparo, los v ie jo s son capaces de m a t a r m e . . .
C a n talicio. — ¡ P o b r e c i t a !. . . Y
ese bandido fu é ca­
paz d e . . .
V icto ria . — B a n d id o ¿por q u é ? . . .
C a n ta licio. — ¡ H i j a de mi a l m a ! . . .
zo !...
¡A s í!...
¡A h o ra
¡P o b re !...
¡D a m e un abra­
co m prend o
por
qué
m ien tra s estaba en ferm o me hablabas tanto de
los n i e t i t o s ! . . .
¡H ijita q u e r i d a ! ...”
E s o y a no me g u s ta ; pero de eso y a hablarem os
después. Sobre eso te n g o alg o que decir. U n poco de
paciencia. N o puede e x ig ír s e m e que lo aplauda todo.
P ró s p e ro llega, y doña M aría le sorprend e otra vez
abrazando á V ic t o r ia . H o rac io in te r v ie n e :
“ H o ra cio . — ¿ E s tu novio?
V icto ria . — ( C o n fu n d i d a ) . ¡ S í !
H oracio. — E n to n ce s, v i e j o . . . N o h a y que hablar. . .
N icola . — ¡ E h ! . . . Si vos te pensás que el m u ch acho
vale la pena y á ella le g u s ta . . . á mí no me
i m p o r t a . . . C on tal de que sea tra b a jad o r. ..
P róspero. — Gracias, H o r a c io . ..
H oracio. — A h í lo tenés V i c t o r i a . . . S u p o n g o P r ó s ­
pero, que nos hará g ra tis la t r i l l a . . . Y usted
v i e j o . .. ¿se re co n cilia ahora con los gringos?...
C a ntalicio. — Con los g r i n g o s . . . en la perra v i d a . . .
¡co n la g r in g a y g r a c i a s ! . . .
H oracio. — M ire qué linda p a r e j a . . . H ij a de g rin g o s
H ISTO R IA CRITICA
388
p u r o s . . . h ijo de cr io llo s p u r o s . . . D e ahí va á
salir la raza fu e r te del p o r v e n i r . . .
P ró sp ero . — Se está elaborando... O tr o abrazo viejo...
C a n ta licio. — ( A p a r t e ) . Q ué se ha de estar elaborando,
zo n z o . . . Y a está. . .
P ró sp ero . — ¿ S í ? . . .
( C o r r e hacia ella ). ¡ V id a , vida
m í a ! . . . (la besa en la fren te. M o v im ie n to de
es tu p efa c ció n . ( S u e n a en ese instante una larga
pitad a). L a t rilla d o r a e m p ieza . . .
N ico la . — ( A p a r t a n d o á P r ó s p e r o ) . B u e n m o z o . . . ¡ A
t r a b a j a r ! . . . ¡ Á t r a b a j a r !. .. ”
C o n form es. L a fu sió n de las razas creará el fu tu ro ,
siem pre que sólo pasen por el cern id o r las virtu d es, y
no los vicio s, de cada una. C o n fo rm es, y sobre todo,
¡á la trilla d ora , al y un qu e, á la tarea, á en no blecer
la vida, porque el pájaro más lin d o de n u estra tie rra
es el que más m a d r u g a ; el hornero in d u strio so y
a m ig o del h o m b re; el lu c h ad o r que sabe amasar, con
el barro im purísim o, la a le g r e casa de sus pich ones
de plum a g r is !
N o hemos conclu ido. F a lta n los lunares. A n o t e m o s
aún.
Sardou nos dijo, en el p r e fa cio de una de sus c o ­
medias, que estaba o rg u llo s o de sus jo v en cita s. T e n í a
razón. Sus jo v en c ita s, para honor de su pueblo, se
d is tin g u e n por lo ingenuas, por lo obedientes, por lo
candorosas, por lo im pecables, por lo delicadas. E n
el teatro de nuestro d ra m atu rg o os h allaréis con el
reverso de la m edalla. T o d o son derrum bes fís ic o s
ó morales. No se salvan ni las ado lecen tes ni las
maduras. P arece la apuesta de un sátiro luju rio so .
Sobre cada clavel pone un escarabajo. Contad. R e ­
nata, A n a María, M echa, la madre de M echa, M arta.
F id ela , Carm en y V ic t o r ia . O s hago gracia de una
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
389
herm ana de M arta, que no tuve m o tivo para m e n c io ­
nar y que tam bién c a y ó . . . y y a se gu ire m o s más ade­
lante, que el aviso m ortu orio de los p u d ores no c o n ­
c lu y e aquí. P ero , señor, ¿qué necesidad tenía V i c t o r i a
de en treg arse desde que P ró sp ero , con el a u x ilio del
ingeniero , es se gu ro que hubiera vencid o, como las
vence, las r e sisten cia s de don N ic o la ? E l recurso,
com o r ecu rs o teatral, es i n ú t i l ; como p in tu ra de vida,
no siem pre es v e rd a d ; como belleza, se me a n toja de
a n tie sté tico g u s t o ; y como novedad no es una novedad
en las obras de Sánch ez, pues tam bién lo hallarem os
en M ’h ijo e l D o to r. P e o r es aún, como recu rso ló g ic o y
arma de combate, la caída de la madre de M ech a en
una obra que tiene por o b je to dem ostrar al público
que la le y del instinto, la le y de la natura, vale más
que la le y de las socied ades civiliza d a s. ¿N o p o d ría
respo nd erse al autor, u tiliz a n d o el arma de que se
sirve, que si M e c h a cae, su caída se debe á la le y del
instin to , á la le y de la herencia, á la le y atávica, á
la le y tan po éticam en te llev a d a á la escena por F é l i x
C a v a llo ti en L a s rosas blancas?
H a g o lo im posible por adm irar sin lim itacio nes, y
la adm iració n sin lim ita c io n e s se obstina en no venir.
L a G ringa, en el teatro, me p rod u ce una gra ta im ­
presión, por el m uch o co lo rid o local y por ciertos
m odism os n a tu ra lis ta s ; pero, en la lectura, si hallo
reales los tip o s y prop io el decir, la fá b u la me r e ­
su lta alg o nimia, de los am aneceres de la edad ro ­
m ántica, con aquellos padres que resisten al casa­
m iento del pobre con la rica y con aquellas nupcias
re g o c ija d a s al caer el telón sobre el acto tercero. D o n
C a n ta lic io no es, á pesar de sus amores por el ombú,
un paisano que me apasione, pues no perd ió su ha­
cien da por tram pas de usura, sino que la perd ió por
beberse las m ajadas y los p o trero s ju g a n d o á los
390
H IS TO RIA
CRITICA
naipes en la pulpería. A s í lo dice P ró sp ero , que me
g u s t a más, com o tam bién me g u s ta n el señor i n g e ­
niero y la paisanita, m orena y encarnada com o flo r
de ceibal cuando d eja e n trev er a quella cosa m ala que
h iz o con P ró sp ero . T a l vez las resisten cia s de mi
a d m ira ció n se e x p lic a n reco rd and o que ni la g ro se ría
de los sen tires ni el abuso de los m od ism os c o r r e s ­
p o nd en al ideal que me he fo r ja d o de la herm osura,
aunque esa g ro se ría y esos abusos, como c a r a c te r ís ­
ticas del ambiente cam pero y del d ecir criollo, me
co m pla cieran por lo v e r íd ic o s si nu estro s d ra m atu r­
gos los em plearan en tóp ico s más altos y más de tarde
en tarde. T a l vez, y sin tal vez, mis resis ten cia s tienen
á fa v o r su y o el que no h allo en esos coloquios, fá c ile s
com o agu a de m anantial después de la llu via , n in g ú n
g r it o que se me p eg u e al oído y al co ra z ó n ; n in g u n o
de esos g rito s que trad ucen, con su cadencia, la cu rva
a rm o n io sísim a que trazó el se n tim ien to al pasar por
las alm as; n in g u n o de esos g rito s que r ep ercu te n á
tra vé s del tie m p o y á tra vé s del espacio, como el grito,
m usical y em papado en lágrim as, que E u r í p i d e s puso
en los labios de E l e c t r a al d espedir á O restes.
E l teatro de Sánch ez, lo m ism o al rem over ideas
que al p in ta r costum bres, parécem e teatro de turba,
de m u ltitu d , pobre en elevación, y gro se ro sin n e c e ­
sidad en m uchas o ca sio n es; pero no con las gro se ría s
sh akesperianas, que son gra n d ezas a lg u n a s veces, sino
con g ro se ría s que me retro tra en al circo en que se
iniciaron, con sus g r in g o s bilin g ü es , los P od está . E s e
teatro, con las e x a g e r a c io n e s de su localism o y las
v u lg a r id a d e s de su fraseo, me presum o que tiene en
c o n tra de su s u p e rv iv e n c ia el crecien te refin a m ien to
de nuestros u so s; la constante depu ración de nuestra
p ecu liar manera de d e c ir; el m ejora m ien to de los
in térp rete s por el avance de los lic e o s ; la h artura del
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
39i
pú blico de la platea, y a in d ig es ta d o de las batallas
de p u lp e ría ; y su asombrosa, pero m u y ign ara e s p o n ­
taneidad, que no a rm o n iza con lo co m p le jo de la e d u ­
cación que á sus cu lto res ha de p ed irles la dram ática
del fu tu ro . C a d a escu ela que se abre, y cada diario
que l le g a al interior, d is m in u y e el a u d itorio de ese
teatro, que quedará como r e f l e j o de un períod o h i s ­
tó r ico y p in tu ra de un tiem p o que entró en la a g o ­
n ía; pero no com o fó r m u la d e fin it iv a de la patria
escena, que, año por año, e x i g i r á más académ icas l o ­
cuciones, más hondos sentires, más altos pensares, más
r e c o g id a y sapiente labor al in g e n io nativo. N ad ie
d isp u ta rá su laurel á los p recu rso res desde P e d r o
B e r m ú d e z á F lo r e n c io Sánch ez, porque éstos y a t i e ­
nen su sitial co nqu istado en nuestro H e li c ó n ; pero
el mañana, con otra cam piña y o tro vo ca bu lario, no
llo rará el d esp o jo de que se lam en ta don C a n ta licio ,
e x ig ie n d o más hondas su tilid a d es en el decir, p r o ­
d ucto de las más hondas su tilid a d es del pensam iento,
á las rebeladas y á las o fe n d id a s como M ercedes.
Y v u e lv o á los elo g io s con Barranca A b a jo .
T r e s actos. A m b ie n te cam pesino. E l d ia lo g a r m u y
sobrio. L a p s ic o f is io lo g ía de m ucha agu d ez. E l asunto
p atético. C a rg a d a s las tintas. L a v ic t o ria duradera y
ju s t if ic a d a .
D o n Z o ilo lleva sobre los espaldares, que arqueó
la edad, á su m u je r D o lores. M u y débil, nula, d en ­
gosa, siem pre con parches, un lam ento continu o. A
una parienta, la R u d ecin d a , con bozo, amazona, l ú ­
brica, a m ig a de cintajos, p ica n te en los in su ltos como
el ají, y peor que cru cera en mes ve ra n ieg o . Á una
hija, P ru d en c ia , que no es prudente, bailarina, con
moños, besuqueadora, que recibe cartas, y que tiene
poblado de duendes m u y tra viesos el ú ltim o piso.
Y á otra hija, Robustiana, tuberculosa, noble en t e r ­
392
H IS TO RIA
CRITICA
nezas, con castidades, de buen ju ic io , de fra n co decir,
una perla enredada en el m atorral del espinero nido
de don Z o ilo .
L a v id a de don Z o ilo es una triste vida, un c ír cu lo
dantesco, una barranca con más cicu ta que hierbas
de olor. L e armaron un pleito, y p erd ió su hacienda,
el campo y las reses, la casa a n tig u a y c u y o patio
som brea un parral. Si aún v iv e allí, entre los v ie jo s
m u ro s que le recu erdan las dichas de ayer, v iv e por
to leran cia s del triu n fa d o r, que no quiere hacer uso
de su derech o plan tan do al pord iosero, con las m u ­
jeres, en m itad del cam ino donde el cam po co n clu y e.
D o n Z o ilo está con más nubarrones que torm enta
serrana, no sólo por el p le ito que perd ió sin ju s tic ia ,
sino tam bién por la in co n d u cta del m u jerío, que sólo
piensa en jo l g o r i o y en trapos, en teñ irse el cabello
y a feita rse el bozo, en alm idón para las enagu as y
en apron tar el sebo para los parches. E n otra cosa
piensa, y es lo peor de su mal pen sa r: en buscarle
r e n cilla s á la tub erculosa, que es la que más trabaja y
más hondo sie n te ; que es la que ha a d iv in ad o que la
pobreza no está reñida con la h o n r a d e z ; que es la
única que irradia com o un lu c e rito en la lób reg a
noche que rodea á don Z o ilo . ¡ C o r d e li a ju n to á L e a r !
D o n Z o ilo in tervien e en una de aquellas batallas
cam pales con la gurisa. ¿ P o r qué agarran á la gu risa
para el piq u ete? L a pobre está enferm a. H a y que tener
entrañas. ¡ E s cosa de caranchos sacarles los o jo s á
los co rd e r ito s !
E l v ie jo no habla a sí; pero estad se gu ro s de que
así piensa. Y el v i e j o interro g a, prim ero á su m ujer, y
lu e g o á la que tose lú g u b r e m e n te :
“ Z o ilo . — A ver, vos, doña qu ejidos, vos que sos aquí
la madre y la dueña é casa, ¿qué enriedo es
este?
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
393
D o lores. — ¡ V i r g e n de los D esam parados, como pa h is­
torias es to y con esta cabeza!
Z o ilo . — ¡ C a n e j o ! Se la co rta si no le sirve pa cu m ­
p lir con sus o b l i g a c i o n e s . . . V a m o s á ver, hijita. U ste d ha de ser más güeña. C u én tele á su
tata todas las cosas que tiene que contarle. Reposad ita y sin apurarse m ucho, que se fa t ig a .”
L a m u ch ach a duda, balbucea, no quiere hablar. E l
padre insiste, suplica, ordena. Y cae el chaparrón.
“ D o lo r es.— ¡ A y , h ija s ! ¡N o puedo m ás! V o y á echarme
en la cama un ratito.
Z o ilo . — ¡ No, no, no, n o ! ¡ D e aquí no se m ueve n a d i e !
Á la p rim era que qu iera dirse le rom po las ca­
nillas de un talerazo. E m p ie c e el cuento.
R obustiana. — No, n o . . . t a t a . . . U s t é se va á enojar
m ucho.
Z o ilo . — ¡M á s de lo que e s to y ! Y y a me ves tan m an­
sito. E n c o m i e n c e . . . V a m o s . . . (re calca n d o ).
H abía una v e z unas m u j e r e s . . .
R obustiana. — B u en o, lo que y o tenía que decirle era
que, en esta casa no le respetan á usted, y que
las cosas no son lo que p a re cen . . . Y entré por
un cam in ito y salí por o t r o . . .
Z o ilo . — ¡ N o me j u y á s ! . . . A d e la n te , adelante, sentate. E s o de que no me respetan hace tiem po
que lo sé. V a m o s á lo otro.
R obustiana. — Y o creo que nosotros debíamos irnos
de esta e s t a n c i a . . .
D e todos m odos y a no es
nuestra, ¿verdad?
Z o ilo . — ¡ C laro que n o !
R o b u stia n a .— ¡ Y como no hemos de v i v ir toda la
v id a de prestao, cuanto más antes m ejor, m enos
vergüenza!
Z o ilo . — E s natural, pero no com prend o á qué viene
e s o . ..
H ISTO RIA CRÍTICA
394
R obu stia na. — ¡ V i e n e á que si usté su piera por qué
don Juan L u i s nos ha dejao se g u ir v iv ie n d o en
la estancia después de ganar el pleito, y a se
habría m andado m u d a r!
R u d ecin d a . — ¡ A v e M a r ía ! ¡ Q u é escándalo de m u jer
in tr ig a n te ... Z o i l o ! . . . ¡ Pero Z o i lo ! . . . ¡T e n és
va lo r de d ejarte enredar por una m ocosa!
Z o ilo . — S i g a mi j a . . . sig a no más. E s to se va p o ­
nien do bonito.
R u d ecin d a . — ¡ A h , n o ! ¡ Q u é esperan za s! Si vo s estás
ch o ch o con la g urisa, nosotras no, ¿me entendés? ¡ F a lt a b a otra cosa! ¡ M an desé m u dar de
aquí tísica, le n g u a la r g a ! ¡ Y a ! . . .
( A Z o i lo ) .
No, no me m irés con esos ojos, que no te ten g o
miedo, á v e r ustedes, que hacen, vo s D o lo r e s . ..
P ru d en c ia . P a r e c e que tu v iera n cola é p a j a . . .
M uevasen . ¡ V e n g a n á arrancarle el c o lm illo á
esta víbora, p u es! ( Á R o b u stia n a ). C o n te s tá ladiada. ¿ Q u é tenés que decir de malo de don
Juan L u i s ?
D o lo r es. — ¡ A y , mi D io s !
Z o ilo . — S ig a h ija y no se asuste porque está don ta ­
lero con ganas de com er cola.
R obustiana. — Sí, tata. ¡ V e r g ü e n z a da d e c i r l o ! . . .
C u a n d o usté se va pal pueblo, la g en te se lo
pasa aquí de puro baile co rrid o !
Z o ilo . — ¡ M e lo m alicia ba!
R obustiana. — ¡ C o n don Juan L u is , el com isario But ie rr e z y una r u n fla más!
Z o ilo . — ¡ A h ! ¡ A h ! A d ela n te.
R obustiana. — Y lo peor es que, es que. P r u d e n c i a . . .
( L l o r a ) . ¡N o, no d ig o más!
Z o ilo . — ¡V a m o s pués, no llo r e ! H able, P ru d en c ia ,
¿qué?
R obustiana. — P r u d e n c ia . . . al pobre. .. al pobre A n i ­
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
395
ceto, tan bueno y que t a n . . . to que la qu iere. .
le j u e g a feo con don Juan L u is .
Z o ilo . — ¡ A h ! E s o es lo que q u ería saber bien. A h o r a
sí, ahora sí, no cu en te más m ’hija, no se fa tig u e.
V e n g a á su cu arto así d e s c a n s a . . . ( L a cond u ce
hacia el foro, al pasar ju n to á D o lo r e s alza el
talero como para a plastarla). ¡N o te viá p e g a r!
¡ N o te asustes, i n f e l i z ! ”
L a escena es a rtística dentro de la índole de la
obra. G ra d u a d a y m ovida. In im itab le como ex po sició n.
E l v ie jo conoce la m anera de preg u n ta r. N e ce sita
saber é insiste con maña, sin c o n trap ro d u cen tes y
destem plad os apresuram ientos. H a lla n atu rales las v a ­
cilacio n e s de la m uchacha, y d eja que se condensen
la in d ign ació n , la ve rg ü en z a , la ira, el sentim iento,
para que rebose la h iel del es p íritu y sa lga por la
boca al e m p u je a liv ia d o de los sollozos. ¡ E r a lo que
él pensaba! ¡ L a p erd ició n , la burla, la deshonra, la
ú ltim a palotad a de ba rro ! ¡ P o r eso le p erm itía n r u ­
miar sus m em orias bajo el v i e j o p a r r a l ! ¡ P o r eso no
le echaron, á em pujon es, del n id o ! ¡M a la s, las m u ­
j e r e s ! ¡E l l o s , peo res! ¡ C u á n t a m ise r ia ! ¡C u á n t a su­
c ied ad ! ¡ Y el talero no cae! ¿ Q u ié n podría, después,
to c a r el rebenque? ¡ A u n q u e lo d ejasen en el arroyo,
de día y de noche, cuatro s e m a n a s ! . . .
E l v i e j o no lo d ic e ; pero estad se gu ro s de que
piensa así. ¡D o b la más las espaldas, llo ran do hacia
adentro, mi pobre don Z o i lo !
E l anciano resu elve abandonar la estancia. ¿D ó n d e
irá con sus huesos y sus m u jeres? E n la carreta con
g ü e y e s del com padre L u n a se irá al cam pito de su
a h ijado A n ic e to . A u n q u e P r u d e n c ia se ha co nd u cido
con deslealtad, el m ozo es se rv icial, buenazo. con
m ucho corazón, y no hará responsable al padrino en
396
H IS TO RIA
CRÍTICA
d errota del proced e r de aquella d esorejada. L le g a ,
m ientras el v ie jo apronta el v ia je, Juan L u is , el p le i­
tista fa v o r e c id o por la le y injusta, en con tránd ose con
P ru d en c ia . C o n s ig u e una cita. L a m oro ch a irá á lo de
M artin ian a, que es d esce n d ie n te de a quella C e le s tin a
que dicen nos pintó don F ern a n d o de R o jas, nacido
en M o n ta lv á n y que fué alcaide de Salam anca. Si no
es se g u ro que R o ja s sea el que escribió la h isto ria de
los amores de C a lix t o con M elibea, es seguro, pero
m u y seguro, que M artin ian a ha sido m od elad a con
m ucha h a bilid ad por F lo r e n c io Sánch ez. Juan L u is ,
co n s eg u id a la cita, habla con don Z o ilo , para rog a rle
que se re co n cilie con un com isario, G u tié rr e z , que
bebe los vien tos, aunque con mal propósito, por Rudecinda. D o n Z o ilo , se amansa, en a p arien cia al m e ­
nos, y d ialogan, en fra ses vocabladas, el vie jo , el p le i­
tista fe l i z y e1 com isario. Sale R u d ecin d a .
“ R u d e c in d a . — ¡ A y ! . . .
¡C u á n t o bueno tenem os por
a c á !. . . ¿C ó m o está G u t ié r r e z ? ¡ Q u é m ila g r o es
este! ¡ D o n Juan L u i s ! V e a n en qué fi g u r a me
agarran.
Juan L u is . — U sted siem pre está buena moza.
R u d ecind a. — ¡ A v e M a r ía ! N o se burle.
G u tiérrez. — T o m e asiento, (o fr e c ié n d o le su silla).
R u d ecin d a. — ¡ N o faltaba m ás! ¡U s t e d está bien, no,
no, no! Y a me van á traer. ( Á v o ces ). Robusta,
sacá unas sillas. Y ¿qué tal? ¿ Q u é buena no ­
tic ia nos traen ? ¿ Q u é se cu en ta por ahí? Y a
me han dicho que usted, G u t i é r r e z . . .
Z o ilo . — R u d ecin d a , v a y a á ver que quiere Dolores.
R u d ecind a. — N o ; no ha llamado.
Z o i l o . — V a . . . ya á ve r. . . que. . . q u iere. . . Dolores.
R u d ecin d a. — ( V a c i la n t e ) . E s t e . . . Con perm iso .”
A p e n a s R u d ecin d a abandona el campo, aparece P r u ­
dencia.
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
397
P ru d en cia . — B u e n a s tardes.
Juan L u is . — ¡ V i v a ! ¡ Y a salió el so l! ¿C óm o está?
P ru d en cia. — B i e n ; y ¿u sted ? T o m e n asiento. E s té n
con comodidá.
Juan L u is . — Gracias, siem pre tan interesante P ru dencita. L i n d a raza, am igo don Z o ilo .
Z o ilo . — Che, P ru d e n c ia , andá que te llama Rudecinda.
P r u d e n c ia . — ¿ Á m í? ¡ N o he oído!
Z o ilo . — H e d ich o que te llama R u d ecin d a .
P ru d en cia . — V o y . Con lic e n c ia .”
Y
en la escena sig u ie n te, al fin a l del acto, don
Z o i lo se encara con Juan L u is . G r a n iza y hace viento.
¡G r a n iz o de penas y v ien to de d eso lació n ! D o n Z o ilo
me va g ustan do más que don C a n ta licio .
“ Z o ilo . — T e n í a que d ecirle dos palabritas.
Ju an L u is . — Á sus órdenes viejo . Y a sabe que s ie m ­
pre. . ,
G u tié r r e z . — ( A lz á n d o s e ) . A n d a te pa tu casa P edro ,
que parece que te echan.
Z o ilo . — Q u éd a te no más. S iem pre es güeno que la
autorid ad o ig a tam bién a lg u n a s c o s a s . . . Esté,
pues. Com o le iba diciendo. U s t e d sabe que esta
casa y este campo fu ero n míos, que los heredé
de mi padre, y que habían sido de mis a g ü e ­
l o s . . . ¿no? Q u e todas las vaqu itas y o v e jita s
ex iste n te s en el campo, el pan de mis h ijos, las
crié y o á ju e rz a de trabajo y sudores, ¿no es
eso? B ie n saben todos que, con mi fam ilia, jué
crecien d o mi haber á pesar de que la mala
suerte, como la sombra al árbol, siem pre me
acompañó.
Juan L u is. — N o sé por qué viene eso, francam ente.
Z o ilo . — U n día, déjem e hablar. U n día se les antojó
398
H IS TO RIA
CRÍTICA
á ustedes que el cam po no era mío, sino de
ustedes, m etieron ese p leito de r evin d ica ción ,
y o me d efen d í, las cosas se enredaron como
h eren cia de b ra zile ro y cuando quise acordar
amanecí sin campo, ni vacas, ni ovejas, ni techo
en que amparar á los m íos.”
D o n Z o ilo es inju sto. N o perdió, en el pleito, todas
las ovejas. L e quedaron dos: P r u d e n c ia y R u d ecin d a .
¿ N o es verdad, Sá n c h ez? Y la escena sig u e en el
mism o tono. T r a n sc rib o , ín te g ra y sin anotaciones, su
conclu sión.
“ Juan L u is . — R ep ito , señor, que no acabo de e x p l i ­
carme los m otivo s de su actitu d. P o r otra parte,
¿no nos hemos portado con bastante g e n e r o s i­
dad? ¡ L o s hemos d eja d o s e g u ir v iv ie n d o en la
e s t a n c i a ! N o s disponem os á o cu p arlo bien para
que pueda acabar tra n q u ilam en te sus días.
Z o ilo . — ( I r g u ié n d o s e ) . ¡ C a lles é la boca, m o c o s o ! . . ¡L i n d a g e n e r o sid a d ! ¡ B e ll a c o s !
Juan L u i s . — ¡ S e ñ o r ! . . . ( P o n ié n d o s e de pie).
Z o ilo . — ¡ L i n d a g en ero sid a d ! P a q u itarno s lo ú n ico
que nos quedaba, la v e r g ü e n z a y la honra es
que nos han dejao a q u í . . . ¡ S a l t i a d o r e s ! ¡ P a ­
rece m entira que h a ig a c ristian o s tan d esa l­
m a o s ! . . . ¡N o les basta dejar en la m itad del
campo al pobre paisano viejo , á que se gane la
vida cuando ya ni fu e r za s tiene, si no que en ­
toavía pensaban servirse de él y su fam ilia
pa d esa gu a ch a r Cuantas malas co stu m bres han
a p re n d id o ! ¡ Y a podés ir tocando de aquí ban­
d id o ! Mañana esta casa será t u y a . . . ¡P e r o lo
que aura h ay adentro es bien m í o ! ¡ Y este pleito
y o lo fa llo ! ¡J u e r a de aquí!
Juan L u is. — ¡P e r o , señor!
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
399
Z o ilo . — ( A m a r r a n d o el talero ). ¡J u e r a he d ic h o !
Juan L u is . — E s tá b i e n . . . (S e va lentam ente).
Z o ilo . — ( Á G u tié rr e z que in ten ta s e g u irlo ). Y en
cu anto á v o s entrá, si querés, á sacar tu prenda.
P asá no más, no te n g á s miedo.
G u tiérrez. — Y o . . .
Z o ilo . — ¡ A h ! . . . ¡N o q u e r é s ! . . . B u en o, tocá tam ­
bién. Y c u id a d ito con ponértem e por delante
otra v e z .”
E n el acto se gu n d o nos encontram os en plena cam ­
piña, á la pu erta del rancho del buen A n ic e to . Sobre
el m o jin e te del rancho h a y un nido de horneros. F i ­
jao s en él, porque ese nido dará lu g a r á la frase más
honda de Barranca A b a jo .
E n este acto M artin ian a propone á las m ujeres, y
ellas aceptan, regresar á la estancia de Juan L u is .
A n ic e to , “ que es zo n zo de un lao ” , no m ediará, y don
Z o ilo , al ve r que se le llev a n á la gurisa, “ caerá
como m i s t o ” , y en d o á anidar en la ja u la vieja . L a
em baucadora a co n se ja eso “ pa el bien de to d o s” . P r u ­
d encia tiene miedo. N o está decidida. L a b ru ja le
dice que “ peor sería que se j u y e r a sola con su rubio.”
E s o es lo que hacen otras. — “ ¡ D em asiao h onrada sos
e n tu a v ía !” — R u d e c in d a intervien e. Se irán. Si el v i e j o
se queda, peor para el viejo . — “ ¡ P a l respeto de la
casa, qué diablos, estarán D o lo r e s y R u d e c i n d a ! ” —
B ie n dicho. P a ra sombra, no h ay m ejo r sombra que
la del ahué. Y a habréis adiv in ad o que P r u d e n c ia ha
caído. P ro m e te r una cita, es un tro pezón . A c u d i r á
una cita, un desnucam iento. O tr a para a g r e g a r al aviso
fúnebre. Y está contado con la más solapada de las
reticencias.
“ P r u d e n cia . — R u d e c in d a no sabe nada de aquéllo,
¿v erda d?
400
H ISTO R IA CRÍTICA
M artiniana. — ¡Q u é esperan za s! ¿ T e has creído que
so y a l g u n a . . . ? ¡N o faltaba más!
P r u d e n c ia .— N o ; es que me parece que anda d esco n ­
fiada.
M artiniana. — N o h agás caso. H acé de cu en ta que todo
ha pasao entre vos y él. A d em ás , pa decir la
verdá, yo no v id e nada. T a b a en la cachim ba
la v a n d o .”
.
E s lástima. N o ca y ó de cabeza. E l destino, á veces,
no tie n e o jo s ni tie n e manos. H e aquí un ex ce le n te
em pellón que se ha perdido, y que h ubiera t e s tim o ­
niado que lo de arriba es justo. Com o es natural, el
co m isario trata de fa v o r e c e r la fu g a . Se cita al viejo .
U n sa rgen to vien e á buscarle, y el v ie jo va. — “ C u e s ­
tió n de un rato. V e n g a no más. Si se resiste, va á
se p io r.”
“ M artiniana. — Claro que sí, m ejo r es dir á las g ü e ­
ñas. ¿ Q u é se saca con resistir á la autorid á?
Z o ilo . — ¡ C a llá esa len g u a vo s ! V a m o s á ver un po co :
¿no está equ ivo ca o? ¿ V o s sabés quién soy y o ?
¡ Don Z o ilo C arabajal, el ve cin o don Z o ilo C a ­
raba jal !
Sargento. — Sí, señor. P ero eso era antes y perdone.
A u r a es el v ie jo Zoilo, como todos dicen.
Z o ilo . — ¡ E l v ie jo Z o i lo !
Sargento. — Sí, am igo, cuando uno se g ü e lv e pobre,
hasta el a p elativo le borran.
Z o ilo . — ¡ E l v ie jo Z o i lo !
Con razón ese m ilita r de
B e r m u tie r re z se perm ite nada menos que m an­
darme buscar preso. En cambio él tiene aura
hasta a p e llid o . . . C u and o y o lo conocí no era
más que A n a sta sio , el h ijo de la parda B e n ita . . .
¡ T r o m p e t a s !”
V iv id o . V erd ad ero . En el clavo. En mitad del clavo.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
401
P a r e ce triv ia l. H ace sonreír. P u e s, no. E s p rofun d o.
L le n o de am argores. D e s t ila hiel. Se dan m u ch os ca ­
sos. E l autor d em uestra saber que el teatro, como
bien nos d ijo L o p e de V e g a casi al em pezar E l cas­
tig o sin venganza,
R etrata n uestras costu m bres,
O livian as ó severas,
M ezcla n d o burlas y veras,
D o n a ires y pesadum bres.
D on Z o ilo sig u e al sa rge n to M artín . R o bu stiana
se desespera. A n i c e t o tra ta de consolarla. ¿ E n qué
p ien sa A n i c e t o ? ¿S e o lv id ó de P r u d e n c ia ? Sí, se o l ­
vidó, se o lv id ó del todo, se o lv id ó para siem pre, p o r­
que otra im agen, la de la gurisa, se le ha m etid o en
el corazón. ¡ Y la g u r isa que andaba loca por él! ¡ Y la
g u r is a que, noche á noche, sueña y v u e lv e á soñar
con los o ja zo s n e g ro s del m o z o ! ¡ Y en el rin có n dan­
tesco, con sus diablesas y sus m artirizad os, se o y e un
aire de id ilio ! ¡P r e p a r a d las zam po ñas! ¡ T r a e d el
ta m b o r il! ¡ D e ja d sin ca p u lliñ o s los rosales del fo n d o !
¡C o m u n ic a d le la nu eva al nido de h o rn ero s! ¡S e casan
dos bo nd ades! ¡ A l e l u y a ! ¡ A l e l u y a ! . . . P ero , no; ca ­
lla o s; despedid á M oscho. ¿ N o hablasteis de rosas?
P u e s reco rd ad lo que rim ó M alh e r b e :
E t , rose, e lle a vécu ce que v iv en t le s roses,
L ’espace d ’ un m atin.
“ A n ic e t o . — A m a l a y a se saliera bien una idea, y vería
com o pron to cambiaban las cosas.
R obustiana. — ¿Q u é idea? C u entém ela.
A n ic e to . — D espu és, más tarde.
R obustiana. — ¡ N o ! ¡ A h o r a ! D íg a m e la pa consolarme.
A n ic e to . — B u en o, si me prom ete ser ju icio sa . Se
2ó.-vi.
H ISTO RIA
4 02
CRÍTICA
a cu erd a de lo que hace un rato me decía, h a ­
blando de n o v io s. . .
R obustiana. — Sí.
A n ic e to . — P u e s y a le ten g o uno.
R obustiana. — ¿ C o m o y o quería?
A n ic e to . — I g u a l i t o . . .
D e modo que, si á usted le
gusta, un día nos casamos.
R obustiana. — ¡ A y , Jesús!
A n ic e to . — ¿ Q u é es eso, h ija ? L e hice mal. ¡ S i h u ­
biera s a b i d o ! . . .
R obustiana. — N o . . . un mareo. P ero, ¿lo dice de v e ­
ras? ( A s e n t im ie n to ) . ¿D e veras, ¿de veras?
¡ A y ! . . . A n i c e t o . . . me dan ganas de l l o r a r . ,
de llo rar m ucho. M i Dios, ¡qué a le g r ía ! ( L lo ra ,
estrech ánd ose á A n ic e to , que la acaricia e n ter­
necido ).
A n ic e to . — ¡ P o b r e c i t a !
R obustiana. — ¡ Q u é d ic h a ! ¡ Q u é d ic h a ! ¿ V e ? ahora
me río . . . de m o d o . . . que usté q u iere. . . Y . ..
usté cree que y o me v o y á cu rar y á poner
buena m o z a . . . , ¿y nos casam os? ¿ Y v iv ir e m o s
con tata los tres, los tres so lito s? ¿S í? E n t o n ­
ces no llo ro más.
A n ic e to . — ¿ A c e t a ?
R obustiana. — ¡ D i o s ! . . .
Si
parece un sueño. V i v i r
tra n q uilos sin nadie que m oleste, q u erién d ose
mucho, el pobre tata fe liz allá l e j o s . . . en una
casita b l a n c a . . . Y o s a n a . . . s a n a . . . ¡ E n una
casita b l a n c a ! . . .
A llá
le jo s ...
(R a d ia n te, va
d ejan do resbalar la cabeza sobre el pecho de
A n ice to ).”
B u en o.
Que
otro
comente.
Q ue otro critiq u e
la
casita blanca. A n s elm i en M anon. Y o , cuando los pár
pados se me llenan de lágrim as, no sé comentar. Y
paso al tercer acto.
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
403
E l v ie jo Z o ilo ha vu elto. E l id ilio de A n i c e to se
co n clu y ó . D uerm e, guardad a por “ una v e r ja con en­
red a d eras” , la p rom etida lilia l de A n ic e to . E s ta vez
L e s fr u its no passeront le s prom esses des fle u r s.
¡ D a le con M alh e r b e ! Me habla al oído. N o me deja
en paz. ¡ P u e s no me d ice que es m e jo r que la pobre
g u risa se h aya m u erto j o v e n !
T o u t le p la isir des jo u rs est dans le u r m atinée.
Y á M alh erb e se jun ta, ahora, E d m u n d o Rostand.
¡ Q u é par de m oscas! ¿ Q u é quiere este rom ántico?
Q u ie r e d ecirm e que la g u r isa
se fu é ilusionada, lo
que vale más que se g u ir v iv ie n d o para quedarse sin
ilusiones.
¡ A h ! m ieu x vaut repartir a u ssitó t qu ’on arrive
Q u e de te voir fan er, n o uv eau té de la riv e !
Y quiere más, pues quiere que apiadándom e del do­
lor de A n i c e t o y c o n v irtién d o m e en la sombra de
Robustiana, le recite y tra d u z ca estos dos pareados de
L a p rin cesse lo in ta in e:
T u ríauras pas connu ce tte tristese g rise
D e Y id o le avec q u i Yon se fa m ilia r ise . . .
¡ T u me verras to u jo u rs, sans om bre a ma lu m ié r e ,
P o u r le p rim iére fo is , tou jo u rs pour la p rim iére!
P e rfe cta m e n te . L o s a leja n d rin o s me secaron los
ojos. V á y a s e , M alherbe. G racias y adiós, am igo R o s ­
tand.
D i j e que había vu elto, en libertad, el v ie jo Z o i lo ;
pero no d ije que tam bién v o lv ió M artiniana. Juan
L u i s y G u tié rr e z insisten en la fu ga, que fracasó por
la m uerte de la gurisa. M urió, sabéis, aquella m ism a
tarde en que la acariciaron m u y castamente, pero m u y
404
H ISTO R IA CRÍTICA
castamente, los labios de A n ic e to . E l cu erpo estaba,
cuando el alm a subió, ve stid o de blanco. Y el alma, al
subir, tenía las alas, unas alitas de m ariposa, blancas
tam bién, más blancas que los pétalos del ja z m ín na­
tivo. ¡ Q u é herm osa es mi tie rra cuando cría m u je r e s
y flo re s así! ¡ M u je r e s que no hacen hablar al t e l é ­
g ra fo , y que no nos o blig a n á d efen d er, con z u rd e ra s
de lóg ica , la santidad de los h o ga re s del terru ñ o ado­
r a d o ! ¡ Q u é el diablo se lleve á las n e g o cia d o ra s y á
las p o etisa s! ¡ N o s han hecho pasar más de una rabieta
y más de una a n g u s tia á los que v iv im o s, pensando
en la pa tria y honrando á la patria, bajo este g enero so
sol e x t r a n je r o ! L a s m u jeres, que no tienen historia,
son las g ra n d es m u jeres. L a grand eza, en el h o m ­
bre, es notoriedad. E n la m u je r es pu d or y vir tu d . ¿N o
es así, sombra d ia fa n ís im a de R o b u stia n a ?
¿N o es
así, som bra d u lce y qu erida de mamá C arm en ? ¡ A s í
es, aunque u sted es lo duden, ilu stra d o s y h onestos
le g is la d o r e s del U r u g u a y !
L a s m u je r e s escuchan el
p é r fid o
m ensaje
de la
embaucadora. D o lo r e s no q u isiera d ejar al anciano. A l
fin y al cabo, “ y ten g a los d e fe c t o s que tenga, mi
m arido no es un mal hom bre.” — “ E s un m a n iá tico ” ,
responde R u d ecin d a . ¿C ó m o irse sin que el v i e j o se
o p on ga ? N o es cu estió n de citarle por se gu n d a vez.
Y M artin ian a, cínica, com enta la gracia. — “ ¡ E s t u v o
güeno a q u éllo ! L á s tim a que la en ferm edad de la g u ­
risa no nos d ejó ju ir. ¡Q u é cosa! Si no ju e se que se
m u rió la pobrecita, pensaría que lo h izo de g u s to .” —
Y salen del paso p id ié n d ole M artin ian a á don Z o ilo
que d eje á las po lleras ir á pasar la tarde al rancho
de la cachimba. C u and o ya están á punto de alzar el
vuelo, A n i c e t o trata de detenerlas. R u d e cin d a resiste.
A n ic e to , ind ign ad o, leva n ta el talero, y lle g a don
Zoilo. C u a n d o asomó, estuve por d ecirle que se fuera
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
405
á pasear. ¡ E l cam po estaba lindo, y el rebenque tenía
tan sobada la lo n ja ! D o lo res se arrepiente, R u d ecin d a
bravea y don Z o ilo les señala el camino que lleva
al patio del parral. E n tr a en el rancho, sale con los
atados que ellas d isp u siero n con an ticip ac ió n y les
dice im p erio so :
“ Z o ilo . — ¡ Q u é se v a n . . .
á la estancia v i e j a . . .
que
fu é del v i e j o Z o i l o ! . . . ¿ N o tenían todo pronto
pa ju i r ? ¡ P u e s aura y o les d o y perm iso pa ser
d ich osas! Güeno. A h í tienen sus ropas... ¡A d i o sito ! Q u e sean felices.
D olores. — ¡ Z o ilo , n o !
Z o ilo . — ¡ E s tá el b r e q u e ! Q ue cuando vu elva, no las
en cu entre aquí. (S e va por detrás del rancho,
le n ta m e n te ) .”
A n i c e t o sospecha que don Z o ilo se quiere matar.
E so, y no otra cosa, parece d ecir aquel consentim iento.
H a s ta las lech u za s le estorban á la tapera. Y antes
de que me o lvide, h a y una escena, en ese tercer acto,
que no me gu sta nada. P o r más que la leo, no co n sigo
que se m o d ifiq u e mi p rim era im presión. E s la escena
en que el v i e j o pide que le d is cu lp en su fa lta de
bondad á las tres m u jeres. ¿ P o r qué va á m atarse en
cu anto le d ejen solo la del estanciero y la del c o ­
m isario? N i aún así. L a escena, no siendo irónica, r e­
sulta rid icu la . Y no es irónica, porque las ironías no
se d icen llo ran do á m oco tendido. E n fin, es posible
que y o me engañé. E s posible que el v i e j o te n g a razón
cuando se acusa de haber sido mal esposo, mal h er­
mano, mal padre y de haber u ltim ad o á la gurisa. E n
todo caso su m aldad co n sistió en no hacer uso del
talero con m ucha más frecu en cia. Si es por eso que
llora y pide perdones, el v ie jo está en lo ju s to y mi
cen su ra no tiene razón de ser. V u e l v o á las sospechas
del a h ijado A n ic e to .
H ISTO R IA CRÍTICA
406
“ A n ic e t o . — ¿C re e acaso que esa ch am uchin a de gente
m erece que un hombre se mate por ella?
Z o ilo .— N o me mato por ellos, me mato por mí mesmo.
A n ic e to . — ¡N o, p a d rin o ! Cálm ese. ¿ Q u é co n s ig u e
con d esesperarse?
Z o ilo . — E so es lo mesmo que d ecirle á un deudo en
el v e lo r io : N o llore, am igo, la cosa no tiene
rem edio. N o ha de llorar, ¡ c a n e j o !. . . ¡S i quiere
tanto á ese hijo, á ese p a rien te! T o d o s somos
g üeno s pa consolar y pa dar consejos. N in g u n o
pa hacer lo que manda. Y
no hablo por vos, ‘
hijo. A g a r r a n á un hombre sano, g ü e n o . . . honrao, trabajador, se r v ic ia l. .. lo d espo jan de todo
lo que tiene, de sus bienes am ontonaos á ju e rz a
de sudor, del cariñ o de su fam ilia, que es su
m e jo r consuelo, de su h o n r a . . . ¡ c a n e j o ! . . . ,
que es su reliquia, lo agarran, le retira n la co n ­
sideración, le pierden el respeto, lo manosean,
lo pisotean, lo soban, le quitan hasta el ap e­
llid o ...
y cuando ese d isgra ciao , cuando ese
v ie jo Z o ilo , cansao, deshecho, in ú til pa todo,
sin una esperanza, loco de v e r g ü e n z a y de su ­
frim ien tos, resu elve acabar de una ve z con tanta
in m u n d icia de vida, todos co rren á atajarlo. ¡ N o
se mate, que la vid a es g ü e ñ a ! ¿G üeña, pa qué?
A n ic e to . — Y o. p a d r i n o . . .
Z o ilo . — No lo d ig o por vos, h i jo . . . Y bien, y a está. . .
N o me m a t é . . . ¡ T o y v i v o ! Y aura, ¿qué me
dan? ¿M e d e g ü e lv e n lo perd id o ? ¿M i fortuna,
mis hijos, mi honra, mi tra n q u ilid a d ? ( E x c l a ­
m ació n). ¡ A h , no! ¡ D em asiao hemos hecho con
no d eja rte m o r ir! ¡ A u r a a rrég la te como podás,
v ie jo Z o i l o ! . ..
A n ic e to . — ¡ A s í es nomás!
Z o ilo . — ( P a lm e á n d o lo a fe c tu o s o ). ¡E n to n c e s , h i j o . .
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
407
v a y a á repu ntar la m a j a d i t a . . . como le había
e n c a r g a d o ! ¡ V a y a ! . . . ¡ D é je m e tranquilo ! N o lo
hago. Cam in e á repu ntar la m aja d ita.”
C u a n d o se va su ahijado, el v i e j o tom a un lazo, lo
e stira y trata de a seg u ra rlo en el m ojinete. E l lazo
se enreda en el nido de horneros, fo rcejea, no lo g ra
v o lte a r lo y d i c e :
4‘Z o ilo . — L a s cosas de D i o s . . . ¡ S e deshace más f á ­
cilm e n te el nido de un hombre que el nido de
un p á ja r o ! ”
A l fin co n s ig u e amarrar el lazo en el palo del m o ­
j in e t e , y el telón baja cuando aqu ella d esv en tu ra se
d ispone á ahorcarse. ¿N o es precio sa la sentencia con
que acaba la esqu ilina tra g e d ia de Barranca A b a jo ?
Sí, tragedia, señores c r í ti c o s ; tra g e d ia y m u y tragedia.
P a s o á probarlo. ¡ T a n tra g e d ia como cierta tra g e d ia
tit u la d a K in g L e a r ! E n prim er lugar, en el teatro
m od erno y a no se necesita que los pro ta g o n is ta s de
una tra g e d ia llev en co ro n a; y en se g u n d o lugar, en
la t ra g e d ia cabe el elem ento cóm ico, siem pre que el
elem ento de la co m icid a d no sea el p rin cip a l resorte
esté tico de la tragedia. ¿ Q u é dice R e v illa ? P u e s R e ­
v i l l a dice que los sucesos tr á g ic o s no son patrim on io
de n in g u n a clase s o cia l; que la lu ch a de pasiones,
que da lu g a r á los sucesos trá g icos, bien puede p ro ­
ducirse entre personas de b aja c o n d ic ió n ; que la t r a ­
g ed ia tam po co es necesario que sea h is tó ric a ; que
no es p reciso que en ella in te r v e n g a lo m aravilloso,
com o a lg u n o s creen, pues es más co nm o ved o r y más
interesante el c o n f lic t o entre fu erza s puram ente h u ­
m anas; que lo esencial está en que el héroe ten g a el
m ayo r grado posible de energía, en que en él se apoye
y reco n cen tre toda la acción, y en que en él reca ig a
la ca tástro fe últim a, sea como ju s to c a stigo de sus
H ISTO RIA
408
CRITICA
errores, ó com o desastroso resu ltad o de sus com bates
con el d e stin o ; y dice, por fin, lo que y o d ije antes,
que el elem ento cóm ico cabe en lo trá g ic o , citando
com o m u estras el O th e llo de Sh a kesp ea re ó E l m ayor
m onstruo de Cald erón, á las que y o a greg o , r e f o r ­
zando á R e v illa , el C a stig o sin venganza de L o p e ó
el R o m eo y J u lie ta del mism o Sh akespeare, E s v e r ­
dad que R e v i ll a dice tam bién que el estilo de la tra ­
g ed ia debe ser más alto y p o ético que el del dram a;
pero, dado aquello de la baja c o n d ició n de los p erso ­
najes, así deberán ser la a ltitu d y la poesía, desde
que no están lib res de ex p resio n es poco gra n d iosa s
y hasta m u y v u lg a r e s los quereres de R o m eo y J u ­
lieta que cité yo, ni aquel moro de O th e llo que citó
R ev illa .
N o hablem os más. ¿ P a ra qué in sistir? R e n u n c io á
lo que pensaba deciro s sobre el loco de L ear, que no
es, por ser rey, más d ig n o de lástim a que' nu estro
Z o ilo . T a m b ién , como L e a r pierde su cetro, Z o ilo
pierde su h a cien d a ; tam bién, com o L ear, Z o ilo va g a
á m erced de la clem en cia de los a je n o s; también, como
L ear, Z o ilo llo ra la índole de un fr u to de su s a n g r e ;
y tam bién Z o i lo abraza, lo mism o que L ear, los d e s ­
p o jo s sin v id a de su h ija m ejor. N o hablem os más.
H acedm e la m erced de a p lica r lo que enseña el docto
de R e v illa al héroe y á la fá b u la de Barranca A b a jo .
S ig o y c o n c l u y o : el ananké antigu o , la fatalidad ,
preside los d estinos de Z o ilo y Robustiana. A nadie,
como á ellos, podría aplicarse este fam oso verso del
trá g ic o S é n eca :
F a ti ista culpa est; nenio f it ía to nocens.
Si, como nos dice M ilá y F on tan als, la poesía d ra ­
m ática requiere un plan ca lcu la d o con detenim iento,
y
si también
requiere, como el mismo
preceptista
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
409
estatuye, el co no cer com pleto de los m edios y de los
e fe c to s de la com posición , autor d ram ático y m u y
autor d ram ático era F lo r e n c io Sánch ez. E n casi todas
las obras suyas, el a rgu m ento, por su p r o p ia na tu ra ­
leza, p rod u ce y j u s t i f i c a los incidentes. E n casi todas
las obras suyas, es re g u la r y p ersp ic u o el agrupamiento, el equilibrio, la im portan cia y la p rop orción
de las d ife r e n te s partes. E n casi todas las obras s u ­
yas, los g olp es em ocionales, p a té tico s ó cóm icos, están
preparados con rara habilidad, como si brotasen ló g ica
y espontáneam ente de las entrañas del asunto mismo,
notándose la h abilidad á que me r efiero , en las situ a ­
ciones p r iv ile g ia d a s, en las situ acio n e s de fin al de
acto, en las que deben d e ja r en el es p íritu del a u d i­
torio una im presión más honda, y a se lim ite á la p in ­
tu r a de caracteres com o E n fa m ilia , h isto ria de un
h o g a r que se vin o á pique por h o lg an za s en ello s y
por afanes de parecer en ellas, ó y a zu r za una fábula
con un v ic io social, tan d i f í c i l de llev a r á la escena
com o el v ic io su icid a de la em briagu ez, de que se
han servido, de d iverso s modos, D u m a s en K ea n, Z o la
en el A sso m m o ir, B e n a v e n te en L a n o ch e d el sábado,
P in e d o en L a segunda m u jer y S á n c h ez en L o s M u e r­
to s.
.
Y en n in gu n a de sus obras d em ostró nuestro am igo
lo que va lía como en M ’ h ijo e l D o tor. T i e n e tres actos.
E str e n ó s e en 1903. Su acción, lo que no es com ún en
las obras de Sánchez, se d esen vu elve en campaña y
en n u estra capital, en mi M o n te vid e o . E l drama de
don C a n ta lic io su cedió en Córdoba, y en E n tr e R ío s
su cedió el de don Z o ilo . E n el acto prim ero nos en­
contram os en el patio de una estancia. H a y un árbol
añoso, y rodea el tro n c o del árbol ombual una p a ja ­
rera que es co n cierto de m ú sico s silbidos. V a m o s á
co no cer á Jesusa, á don O le g a r io y á doña M ariquita.
4 io
H ISTO RIA CRÍTICA
“ Jesu sa. — ¡ M ande, m a d r in a ! . ..
M ariquita. — ¿ D ó n d e te habías m etido?
Jesu sa. — E s ta b a en el corral curando el ternero de
la reyuna. ¡ P o b r e c i t o ! E s a loca de la co lo rad a
que d esterneram os el otro día, no quiere salirse
del corral, y se ha pu esto tan celosa. . . e x tra ñ a
al hijo, ¿ v e r d a d ? . . . que cuando ve otro ternerito, lo atropella. ¡ A l de la re y u n a le ha dado
una corn ada al lado de la paleta, t r e m e n d a ! . . .
Y o le p o n g o todos los días ese rem edio con olor
á alqu itrán para que no se le paren las m oscas;
¿h a g o bien, padrino?
O lega rio. — ¡S í, m ’h i j i t a ! . . . ¡ H a y que cu idar los i n ­
tereses !
M ariquita. — ¡ B u e n o s intereses !. .. P or ju g a r lo hace.
¡ T o d o el día lo m ism o ; cuando no es un t e r ­
nero, es un c h in g ó lo que tiene la pata rota y
se la en ta b lilla com o si fu e r a una perso n a ;
cuando no los g u a ch itos, tod a una m ajada criada
en las casas con mamadera, y m ientras tanto,
las camas desten did as hasta m edio día y los
cu arto s sin b a r r e r ! . . .
Jesusa. — ¡P e r o
m a d rin a !...
O lega rio. — ¡ A v e M aría, m u jer ! . . . ¡ni que ten g a güen
corazón, le querés perm itir á la m u c h a c h a ! . . .
M ariquita. — No d ig o eso. P e ro por cu idar animales,
ni se ha acordao de h acerle el ch o co la te á J u ­
lio . . . ¡ A h o r a nomás se levanta y no tiene nada
con qué d e s a y u n a r s e ! . . .
O lega rio. — ¡ Q u é l á s t i m a ! . . . ¡ E l p rín cip e no podrá
pasar sin el c h o c o l a t e ! . . . ¡ J e s ú s ! . . .
M ariquita. — ¡ C l a r o ! ¡S i está a c o s t u m b r a o ! ¡ V o s sabés que en la c i u d á ! . . .
O lega rio. — ¡ Q u é se ha de tomar ch o co late en la c i u ­
d á ! . . . ¡G ra c ia s que lo prueben como nosotros
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
411
en los b a u tizos y en los v e l o r i o s ! . . . ¡ L e lla ­
marán ch o co la te al ca fé con l e c h e ! . . . ¡ V e n i r
á darse corte al campo, á d esayun arse con ch o ­
colate aquí, es una b o t a r a t a d a ! . . .
Jesu sa. — ¡ P e r o m ad rin a ! Si R o b u stia n o . . .
M ariquita. — ( C o r r i g i é n d o la ) . Julio.
J e s u s a .— J u lio me ha d i c h o . . .
O leg a rio. — ¡ A h ! . . . ¡ N o me a c o r d a b a ! . . . ¡ U n m ozo
que se ha m udao hasta el nombre pa que no
le tom en olor á cam pero, hace bien en tomar
ch o co la te! . . .
M ariquita. — N o seas malo, O le g a r io , vo s sabés que
él llevaba los dos no m bres: R o b u stia n o y Julio...
ahora fir m a Ju lio R . . .
O leg a rio. — ¡ S í ! ¡ s í ! ¡ s í ! . . .
Jesusa. — E s t e . . . qu ería d ecir que Ju lio me ha p r e ­
v e n id o que no le g u s ta el ch o c o la te ; que si
teníam os em peño en in d ig e s ta r lo con esa p o r ­
qu ería. . . E l p r e fie r e un ch u rra sc o ó un mate...
M a riq u ita .— ¿ L o oís, O le g a r io ?
O leg a rio. — ¡ L o oís, M a r i q u i t a ! . . . V o s que estabas
rezo n g a n d o por el chocolate.
M ariquita. — ¡ Y vo s que decías que nada quería saber
con las cosas del ca m p o !. . . y a lo v e s . .. come
ch u r ra sc o . . . ”
Y entra el G u rí, otro a h ija do de doña M ariq u ita
y don O le g a rio .
“ G urí. — ¡ P a d r i n o ! . . . ahí lle g a D a v id con la tro p illa
é la picaza. L a s y e g u a s vien en disparando.
¿ Q u ié r e que m onte su lobuno y le a y u d e ? . . .
O lega rio. — ¿ Y quién ha mandao echar esa t r o p i l la ? . ,
¿no he dicho que no me la tra ig a n al c o r r a l ? . . .
G urí. — E l niño Ju lio d ijo que quería en sillar h o y el
pangaré pa dir á la p u lp ería . . .
H ISTO RIA CRÍTICA
412
O leg a rio. — ¡ E s o
e s !...
¡E l
niño
J u lio !...
¡C a ­
m i n é ! . . . salté en pelo y a y ú d a l e . . . ( V a s e
G u r í) . ¡ Y en tren despacio no sea que se me
estropée a lg ú n a n i m a l ! . . . ¡ E l niño J u l i o ! . . .
¡el niño J u l i o ! . . . ¡ N o hace más que j e r in g a r
la p a c ie n c ia ! ¡H a c ié n d o m e sudar las y e g u a s á
m ed io d í a ! . . . ¡ C l a r o ! . . . ¡có m o al niñ o Ju lio
no le cuesta criarlas, d eja que se m altraten los
a n i m a l e s !. . . ¡ E l niño Ju lio !. . . (J esu s a se pone
á lim pia r la p a ja rera).
M ariquita. — ¡ P e r o
O le g a rio !...
¿ Q u é te ha hecho
el pobre m u ch ach o pa que le estés tom ando
tanta i n q u i n a ? . . . ¡P a r e c e que no fu era tu
h i j o ! . . . ¡ T o d o el día r e z o n g a n d o ! . . . ¡ T o d o el
día hablando mal de é l ! . . . ¡ T r a s que apenas
lo vem o s un m es al a ñ o ! . . .
O leg a rio. — ¡M á s v a lie ra que se quedara a l l á ! . . . ¡ S i
ha de v e n ir á a v e r g o n za rs e de sus padres, á
m ostrarn os la m ala ed u cació n que aprien de en
el pueblo !. . .
Jesu sa. — P ad rin o, ¿en qué lo a v e r g ü e n z a ? . . .
Ju lio
tiene otras c o s t u m b r e s . . . en la ciudad se v iv e
de otra m a n e r a . . . ¡pero por eso no ha dejado
de q u e r e r n o s ! . . .
O leg a rio. — ¡ S í ! . . .
co stu m b re s!...
¡A
las m alas mañas le llaman
V i e n e á m ira rn o s por encima
del hombro, á tratarno s com o si fu e r a más que
uno, á reirse en m is barbas de lo que d ig o y
de lo que hago, com o si fu e r a y o quien debe
respetarlo y no él q u ien . .. Y cuando se le dice
a lg o em pieza á inv en ta r h i s t o r i a s . . . ¿ L o han
vis to a n o c h e ? . . . E l niño no quiere que lo reten
y botaratea con que es m u y dueño de sus a c c io ­
n e s . . . ¡ L a fig u r a del m o c o s o ! . . . ”
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
E s tá bien.
Por
ahora y a
4i3
sabemos bastante. U na
m adre como todas las m ad res; un señor que se va
co n v en c ien d o de que los h ijo s de los sin c u ltu r a se
vu e lv e n m alos h ijo s al recib ir el títu lo de d o cto re s;
y una m u ch ach a que en ta b lilla las patas rotas de los
ch in g ó lo s con apiadada y hábil so licitu d , lo que, si no
me engaño, es señal de que la m u ch acha cantará, ta m ­
bién con apiadada y hábil so licitu d , el dulce arroró
que se canta, cuando se es buena, ju n to á las cunas.
¡ V o y á ser m u y am igo de tu Jesusa, com pañero S á n ­
chez !
E s claro que la m u ch acha tiene un pretend iente,
don E l o y , y es claro asim ism o, que no le corresponde,
porque el p r eten d ien te la requiebra mal y con h o n e s­
tos fines, siendo lo com ún, en el teatro como en la
vida, que las m u ch achas gu sten del que las quiere
mal y las requ iebra bien, lo que e x p lic a el por qué
Jesusa, la de los ter n e r ito s que se quedaron h u é r fa ­
nos, ido latra en Justo.
Y aparece Ju sto cuando, al en fren ta rse con la pa­
jarera, nos d ic e :
“ Jesusa. — ¡ A y , J esú s! ¡ L o qué he h ech o ! ¡ L e s he
d ejao la p u erta a b i e r t a ! . . . ¡ A y ! . . . ¡ S e ha es­
capado el t o r d o ! . . . ¡ P i p í ! . . . ¡ p i p í ! . . . ¡Q u é
l á s t i m a ! . . . ¡ P i p í ! . . . ¡ p i p í ! . . . ¡ N o debe estar
m u y l e j o s ! . . . ¡ Q u é s in v e r g ü e n z a !
que tanto lo he c u i d a d o ! . . . ”
¡D e s p u é s
Y s ig u e :
“ ¡ P i p í ! . . . ¡ p i p í ! . . . ¡ A h p i c a r o ! . . . ¿ E s t á s ahí ? . . .
¡ A h o r a v e r á s ! . . . ¡ C a n a l l a !. .. ¡ Si te agarro, te
po ng o por tres días en una ja u la aparte para
que a p r e n d á s ! . . . P e r o ¿cóm o lo a g a r r o ? . . .
Si t u v i e r a . . . ¡ A h ! ( T o m a un com edero y se
em pina hacia una rama). ¡ P i p í ! . . . ¡ Z o n z o ! . . .
H IS TO RIA
4M
¡Q u é d a t e
q u ie to !...
CRÍTICA
¡A y
mi
D io s !...
¡Q u é
alto se ha ido !. . . ¡ P i l l o ! ¡ I n g r a t o ! . . . ¡ M a l o !...
¡ A h ! . . . ¡ Y a v e r á s ! . . . . ( T o m a una silla y la
a p ro x im a con cautela. Ju lio se asoma y c o n ­
tem pla la escena). ¡ A p a r a t e r o ! . . . ¡M ír e n lo al
m u y sin v e r g ü e n z a g uiñ án do m e el o j o ! . . . j N o ,
no pienso c a za rte! ¡ T e abandono! puedes irte
á v a g u e ar con los otros p á j a r o s . . . á que te
coman los h alco n es á picotazos, que por mi
p a r t e . . . ¿ Q u é, no lo c r e e s ? . . . ¡ P u e s por eso
m i s m o ! . . . ( V a á trepar y d escien d e ). ¡ A y !
¡v o ló otra v e z ! . . . Si v u e lv e s á saltar, tom o
la escop eta y . . .
T e asustastes ¿ e h ? . . . ¡vam os
q u i e t i t o ! . . . ¡ N o seas m a l o ! . . . (S e trepa, Ju lio
va a p ro x im á n d o se en puntas de p ie). ¡ P i p í ! . . .
¡ p i p í ! . . . ¡ U y ! . . . ¡ Q u é c e r q u i t a ! . . . ¡ Y a lo
t e n g o ! . . . ( J u lio se a poya en el respaldo de la
silla ). ¡ J e s ú s ! . . . ( G r it i t o azorado y cae en bra­
zo s de J u lio que la besa en la bo ca). ¡ T o n t o !. ..
¡ L o h iciste e s c a p a r ! .. . ¡ m í r a l o ! . . . m í r a l o . ..
¡ Se va por encim a de la c a s a !. . . ¡ malo ! . . .
J u lio . — E stabas adorable, criatura, y no pude co n te ­
nerme... ( E f u s i v o , e strech á n d o la ). ¡ T e quiero!...
Jesu sa. — ( A p a r t á n d o s e ) . ¡ D i o s ! . . . Si nos v i e r a n . .
¡ E stá n a h í ! .. . en la sala con don E l o y . . .
J u lio . — ¡ A h ! . . . ¿ E s t á tu n o vio ? ¿H a ve n id o á pe­
d irte?
Jesusa. — ¡ N o s é ! . . .
¡T a l v e z ! . . .
¡H e
pasado por
unas a p r e t u r a s ! . . . Se había em peñado en que
lo desen gañ ara de una v e z y y o . . .
J u lio . — ¿ Y tú ? . . .
Jesu sa. — ¡M e daba v e rg ü e n z a d ecirle que n o ! . . .
J u li o . — ¡ L e hubieras dicho que s í ! . . .
Jesusa. — ¡ P av o !
J u l i o . — ¡ R i c u r a ! . . . ( L a estrech a).
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
J esu sa . — ( D e s h a c ié n d o s e ) . ¡N o, J u l i o ! . . .
r á n !... ¡D e ja m e !... ¡L u e g o !...
J u lio . — ¡ T o n t a ! . . . ( L a b es a ).”
4i5
¡N os ve­
E n las obras de S á n c h ez no me gustan los besos.
N o c o n c lu y e n bien. Y me dolería que Jesusa fu era
á aum entar los nombres del aviso fúnebre. M echa, la
m odernista, que ca ig a cien veces. ¡ Jesusa, la del tordo,
que no caiga, F lo r e n c io !
Ju lio tiene trampas, lo que no es un delito. Ju lio
co m pro m ete la fir m a de don E l o y , lo que y a no es
bueno. Y Julio, lo que hace llo rar á Jesusa, le arrastra
el ala á la h ija del señor R o d r íg u e z , com padre y am igo
de don O le g a rio . É s te se indigna, reprend e á su h ijo,
el h ijo retruca, el v ie jo siente que le tiem blan las
manos, y se arma la gorda. E s c u c h a d el coloquio, que
no necesita co m entario alguno.
“ J u lio . — ¿C o n qué derecho, usted y su compadre, se
ponen á es p u lg a r en mi vid a p rivada?
O lega rio. — ¿C on qué d erecho?
J u lio . — ¡ S í ! ¿C o n qué d erech o? S o y hombre, soy
m ay o r de edad, y aunque no lo fuera, hace m u ­
cho que he entrado en el uso de la razón y
no necesito andadores para m arch ar por la
v i d a . . . ¡ S o y libre, p u e s ! . . . ¡ Sién tese, t a t a ! . . .
¡ T e n g a p a c i e n c i a ! . . . U sted y y o v iv im o s dos
vid a s v in cu la d a s por lazos a fectiv o s, pero com ­
pletam ente distintas. Cada uno g obierna la suya.
U sted sobre mí no tiene más autoridad que la
que el cariño quiera concederle. ¡C a lm a , calm a!
¡C o n s t e que lo quiero m u c h o ! . . . ¡ T o d o e v o lu ­
ciona, viejo , y estos tiem p os han mandado ar­
ch iva r la moral, los hábitos, los estilos de la
época en que usted se e d u c ó ! . . . Son cosas ran­
cias hoy. U ste d llama manoseos á mis fa m ilia ­
H IS TO RIA
4 16
CRÍTICA
rid ades más afectu osas. P reten d e , como los r í ­
g id o s padres de antaño, que todas las mañanas
al levantarm e le bese la mano y le pid a la b en ­
dición, en ve z de p r e g u n ta r le por la salud, que
no hable, ni ría, ni llo re sin su l ic e n c ia ; que
o ig a en sus palabras á un oráculo, no lla m án ­
dole al pan, pan y al vino, vino, si usted lo ha
cristian ad o con otro no m bre; que no sepa más
de lo que usted sabe, y me libre D io s de d ecirle
que m acan ea; que no fu m e en su presencia.
(S a c a un c i g a r r illo y lo en cien d e). ¡ E n fin, que
sus co stu m bres sean el m olde de m is co stu m ­
b r e s ! . . . ¿ P e r o no com prende, señor, que r ié n ­
dome de esas pam plinas, me a p ro x im o más á
usted, que so y más su a m ig o ; que lo quiero
más espon tán eam en te? V o l v i e n d o al asunto de
mi c o n d u c ta : ¿ C u á l es mi gran d e l i t o ? . . . C reo
que no he m alg asta d o el t ie m p o ; me v o y f o r ­
m ando una repu tació n, estudio, sé: ¿qué más
q u i e r e ? . . . ¿ Q u e he hecho a lg u n a s deudas?
¿ Q u é g asto más de lo que u sted quisiera, que
g a s ta r a ? ...
C ierto . P e r o u sted p retend ía que
todo un hombre con otras e x ig e n c ia s y otros
co m pro m iso s s ig u ie ra m an tenién dom e con una
escasísim a m ensualidad. P o r lo demás, lo ú n ico
que te n g o que lam entar, es que no h a y a sido
de mis labios que co n o ciera u sted lo de mis
d e u d a s . . . Pensaba co n fiá r se lo antes de irme y
p ed irle fo nd o s para cu b rirla s. . .
O leg a rio. — ¡ A h ! . . .
¡ A q u í te q u e r í a ! . . .
¡ T e he es-
cuchao con calma nada más que para ver hasta
dónde lleg a ba tu d e s v e r g ü e n z a ! . . .
J u lio . — ¡N o sea grosero, p a d r e ! . . .
O leg a rio. —
¿C o n qué sos l i b r e ? . . .
¿C o n qué sos
dueño de tu v id a ? . . . ¿C on que nada te v in cu la
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
á tus padres?
4i 7
¿ Y á qué salís ahora con que
te n g o que p agar todas tus tra m p a s?. . . ¿ E s d e ­
cir que sólo so y tu padre pa m an tenerte los
v ic io s? . . . ¡ In g r a to ! ¡ A h !. .. ¡ E l pobre v i e j o !...
¡ V e n í al mundo, clavá la p ezu ña contra el suelo,
y a firm a te pa cin ch ar la vida, y cinchá, cinchá,
c in c h á !...
¡ Y después cuando h a ya s repechao
y estés arriba, sin tiem p o pa secarte el sudor,
v u e lt a á cin ch ar de la v id a de los o t r o s ! . . .
¿ Y tod o p a ’q u é ? . . . ¡ P o b r e g au ch o v i e j o ! . . .
J u lio . —
¡T a ta !...
¡ C á lm e s e ! . . .
¡T a ta !...
¡N o se a f l i j a a s í ! . . .
¡ Sea r a z o n a b le !. . .
O leg a rio. — ( R e a c c io n a n d o ). ¿ T a t a ? . . .
no so y tu t a t a . . .
¡N o !...
¡Y o
y a no so y nadie p a v o s ! . . .
¡ A n d a t e ! . . . ¡S o s l i b r e ! . . . ¡ S o s dueño de tus
a c c i o n e s ! . . . ¡ A n d a te n o m á s !. . . ¡ P e r o l e j o s . . .
donde no te v u e lv a á v e r ! . . . ¡ P a ’ve r g ü e n z a
me sobra con haber hecho un h ijo de tu ca­
laña !. . .
J u lio . — ¡N o , t a t a ! . . . ¡ N o me v o y ! . . . ¡ N o quiero
i r m e ! . . . ¡C á lm e se que me a f l i j e á mí ta m ­
b ié n !...
¡ Y o lo quiero, lo r e s p e t o ! . . .
Pensa­
m os de d istin to modo, ¿qué le hemos de h a ­
c e r ? . . . ¡ V a m o s !. . . ¡ N o se e x c it e así, mi pobre
v i e j o ! . . . ( L o aca ricia ).
O leg a rio. — ¡Y a , h i p ó c r i t a ! . . . ¡ N o me toqu és! ¡N o
te a cerqués á m í ! . . . ¡ Y a fu e r a de a q u í ! . . .
¡v íb o r a ! ¡no ve n g a s á babosear estas canas h o n ­
radas !. . .
J u lio . — ¡ T a t a ! ¡ T a t a ! . . .
O leg a rio. — ¡F u e r a , he d i c h o ! . . .
¡R e tíre s e !...
¡Y a
de esta c a s a ! . . .
J u lio . — ( A l t i v o ) . ¡ V e a tata lo que h a c e ! . . .
O leg a rio. — ¡ A h ! . . . ¡T a m p o c o querés i r t e ! . . .
J u lio . — ¡ B a s t a ! . . . E s to parece un plan preconce2 7 .—V I.
H ISTO RIA CRITICA
4 i8
bido. ¡G a u c h o s s o b e r b i o s ! . . .
¡M e
iré en se­
guida, pero en tién d a lo b ie n : no he p rov ocad o
ni he q u erid o esta situ ació n, no he de ser y o
quién se a r r e p i e n t a ! . . .
O leg a rio. — ¡ N i y o ! . . .
•
¡ Podés i r t e ! ...
( A d e m á n de
J u lio de r e t ir a r s e ) . ¡ N o ! . . . V e n í . . . ve n í a c á . ..
H asta h o y he sido tu padre y aunque no lo
quieras, ¿en ten d és? ¡ T o d a v í a t e n g o d erech o á
c a s t i g a r t e ! . . . ( L o sam arrea). ¿ E n t e n d é s ? . . .
J u lio . — ( I r g u ié n d o s e ) .
¡C u id a d o , p a dre!
O le g a rio . — ¡ S í ! . . . ¡ Á c a s t i g a r t e ! . . . ( A l z a la m ano.
Ju lio lo detien e con vio len cia , y d espu és de
una b revísim a lu c h a lo despid e de sí).
O leg a rio. — ( R e tr o c e d ie n d o , tro p ie z a con el rebenque
que ha d eja d o en el su elo ). ¡ E s t o m á s ! . . . ¡ A h ,
in fa m e !... ¡ De ro d illa s!.. . ¡Y a !
J u lio . — ¡E s o , n o ! . . .
¡E so n u n c a !...
¡C u id a d o , p a ­
dre !
O le g a rio . — ( E n a r b o la n d o el rebenque por el m a n g o ) .
¡ D e r o d illa s!
J u lio . — ¡ N u n c a ! ( V a hacia él).
O leg a rio. — ¡ D e r o d i l l a s ! . . .
De r o ...
( D a un salto
de fe lin o y le asesta un g o lp e en la cabeza.
J u lio tam balea y cae de b ru ces). ¡ S í ! . . . ¡ D e
r o d i l l a s !”
Y bueno, me gu sta to d o ; pero no me g u sta el f i n
del prim er acto. E s a n tiestético, es brutal, es inn o ­
ble, es de circo, no es de ahora ni del tiem po que
fué, y no está en arm onía ni con la edad del m ozo, ni
con los m otivo s que dan lu g a r al g o lp e derrengador. P o d r á a rg ü irs e que la sucesión psíquica, es la
prueba m e jo r de la habilid ad d ra m ática ; podrá ar­
g ü ir se que esa su cesión psíquica, fu e n te de la que
nace la v e ro sim ilitu d propia de las edades, de las po ­
DE LA LITE R A TU R A U RU G U AYA
419
siciones jerá rqu icas, de la a tm ó sfe ra que en cada ser
está o b lig a d o á m overse en el p rin cipio , en el nudo
y en el fi n de la obra; podrá a rg ü ir s e que esa su c e ­
sión psíquica, no se opone á que aceptem os, sin r e­
sistencias, lo que sin resis ten cia s hubiéram os aceptado
si el padre se co nten ta ra con am enazar y el h ijo se
alejase, bajo el insulto de la amenaza, ju ra n d o no
v o lv e r al nid o paterno. E s c ie r t o : la su cesió n p s í­
quica, la que se despren de del co n ju n to de la co m e­
dia, de los sucesos y los sentires de los tres actos, no
ha sido s a c r ific a d a al e fe c t o escénico, aunque no caloló g ico , del g o lp e con que don O le g a r i o derriba á Julio.
A ú n así, el g o lp e no me place. L o en cu entro e x a ­
gera d o en su v io len cia . M e lastim a los ojos. Y quiero,
debo agreg ar, que esta im presión m ía no es prod u cto
de la le ctu r a de la obra que analizo, sino que es una
im presión que persiste en mi es p íritu desde la v e z
prim era que vi represen tar la celebrada co m edia de
Sánch ez. Será, para m uchos, cu estió n e d u cativa ó c u e s ­
tión de instin to lo que me a c o n t e c e ; pero y o entiendo,
y sé rac io cin a r desde hace años m is sensaciones, que
es cu estió n de realism o y cu estió n de belleza, porque
ni el m ozo está en edad de que le ca stigu en , ni h allo
tan bruto, á pesar de lo fr e c u e n te de sus iracundias, el
modo de ser de don O leg a rio .
A c t o segu nd o. S a lita de un
hotel m on tevidean o.
¿C o n quién t r o p ie z o ? ¡ B u e n o s días, Jesusa!
“ J esu sa . — ( S e n ta d a ante la mesa, a rro ja la pluma,
relee lo que ha escrito y lo rom pe). ¡ N o ! . . .
¡n o le e s c r i b o !. . . ¡ Se va á reir de m í !... ¡ T e n g o
una letra tan f e a ! . . . ¡ E l caso es que de c u a l ­
qu ier modo ten g o que h a b l a r l e . . . que d ecír­
selo ! . . . ¿ P e r o cómo se lo d ig o ?. . . ¡ D e palabra
me da m u ch a v e r g ü e n z a ! . . . ¡A d e m á s apenas
H ISTO R IA CRITICA
420
tenem os tie m p o de h a b l a r ! . . . T o d a s las horas
le son pocas á m ad rin a para co n v ersa rle y aca ­
r ic ia r lo . . . ¡ P o b re J u l i o ! . . . ¡ Se co no ce que su ­
f r e ! . . . ¿S e acordará de mí, de su n e g r ita ado­
r a d a ? . . . ¡ O h ! . . . ¿ P o r q u é n o ? . . . ¿ Y la otra?...
¡B a h !...
¡ Q u é zo n za fu i
cuando me puse á
llo rar al leer la carta del señor R o d r í g u e z ! . . .
L o s hom bres tie n en va rias n o v ia s; una es la
p referid a , la ve rd a d e r a . . . ¡ y o ! . .. las otras son
un e n t r e t e n i m i e n t o . .. ¿ Y si y o fu e r a la v e r d a ­
d e r a ? . . . ¡ O h ! . . . ¡ S o y y o ! . . . Ju lio me quiere
porque me lo ha dicho... y si no me q u isie r a m u ­
cho, m u c h o ; si en estos tres m eses la o tra lo h u ­
biera atrapado, cu and o sepa q u e . .. ¡ Q u é zo n za
s o y ! N o puedo pensar en esto sin ponerm e co ­
l o r a d a . . . ¡ cuando s e p a ! . . . ( R e s u e lt a ) . ¡ O h ! . . .
¡ Y o se lo e s c r i b o ! . . . ¡se lo e s c r i b o ! . . . ( S e
pone á es crib ir). Q u e . . . r i . . . d o . . . J u l i o . . .
¡ ¡ U y ü . . . ¡la jo t a que me ha s a l i d o ! . . . con
ese palito de arriba tan en corvado. ¡ J e s ú s ! . . .
¡ Si se parece á don C h isco, el pu estero del t a ­
lar, con su j o r o b i t a ! . . . ¡N o , no, n o ! . . . ¡se va
á reir á carcaja da s J u l i o ! ! ( R o m p e y a rro ja los
papeles). ¡ A y ! . . . ( T i r a n d o los ped a zo s). ¡ S i
m adrina los e n c u e n t r a ! . . . (S e pone á r e c o g e r ­
los).”
E s tá visto, Jesusa me ha g anado el corazón. Si
aqu éllo sucede, si su cedió ya, se lo perdonaré. ¡ T i e n e
tan poco de rebelada, tiene tanto de m u jer, la suave
Jesusa!
E n tran visitas. L a s reciben Jesusa y la m adre de
Julio. Son la señora de R o d r íg u e z y su h ija Sara, la
riv a l de la de los tordos y los guachitos.
” A d e la id a . — S u p o n g o , comadre, que se habrá visto
con Julio.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
421
M ariquita. — Sí, en s e g u id a que llegam os. F u é á b u s ­
carnos á la e s t a c i ó n . . . V ie r a , com adre, ¡qué
e s c e n a ! . . . ¡ P ob re h ijo m í o ! . . . ¿ H a estado en­
f e r m o ? . ..
A d ela id a . — L a h erid a no fu é nada, pero el m u ch acho
quedó m u y afectado. ¡ H a sido una gran in j u s ­
t ic ia de mi c o m p a d r e ! . . .
M ariquita. — ¡ L o que es mi pobre v i e j o la pa ga bien
d u r a m e n t e ! P a ’mí lo más g ra ve de su e n fe r m e ­
dad, es el d is g u s to que tiene, y lo peor es ahora.
¡J u l io vien e á verm e estando O le g a r i o en casa;
entra y sale sin h ablarle una palabra, sin m i­
rarlo siquiera, como si para él no e x i s t i e r a ! . . .
O le g a r io tam po co no le d ice nada, pero se ahoga
de pena y cuando J u lio llega, se va por ahí, por
los rincones, escon d ién d ose com o perro ajeno...
A s í que se va m ’hijo, co m ie n za á pasearse r e­
zo n g a n d o y hablando sólo como si e s tu v ie ra
ido de la c a b e z a . . . ¡ A h comadre, c o m a d r e ! . . .
¡ Q u é gran d e s g r a c i a ! . . . ¡D e s d e aquel día m a l ­
dito, no hem os ten id o un m in u to de a leg ría
en c a s a ! .. . ( L l o r a ) .
A d e la id a . — ¡N o se a f l i j a c o m a d r e ! . . . ¡ T a l v e z esto
se pu ed a arreglar. A y e r lo decíam os con C á n ­
dido. ¡ H a y que r e c o n c i l i a r l o s ! . . .
M ariquita.— N o ; es im posible. ¡ L e he hablado á m ’h ijo
y a y me ha d ich o que j a m á s ! . . . ¡ E s t á m u y
o fe n d id o y con razón el pobre J u l i o ! . . .
Jesusa. — (L u c h a n d o con Sara que trata de im pedirle
que h able). ¡ M a d r i n i t a !... ¡ M a d r i n i t a !... ¿Sabe
lo que dice Sara? ¡ M e d i c e . . . me d i c e . . . que
Ju lio le ha p rom etid o com pon erse con pa­
drino !. . .
Sara. — ¡ M e has echado á p erd er la s o r p r e s a ! .. . ( E n ­
laza con su brazo la cin tu r a de Jesusa). ¿Q u é
422
H IS TO RIA
CRÍTICA
es eso s e ñ o r a ? . . . ¿ E s t á l l o r a n d o ? . . . ¡ A l e g r e s é
p u e s ! . . . ¿S e lo v o y á decir todo aunque está
mam á d e l a n t e ? . . . ¿ M e g uardás el secreto, m a ­
m i t a ? . . . ¿ S í ? . . . P u e s b u en o ; J u lio me ha p r o ­
m etid o que a p ro v e ch a r ía la estadía de u sted es
en M o n te v id e o para hacer p ed ir mi mano con
don O le g a rio . ( J e su s a se d esprende de Sara y
se va á o cu lta r su em o ción como si p retestara
una ta r e a ) .”
¡ P o b r e Jesu sa ! ¡ L o s cantores de la pa ja rera te d e ­
fe n d ie ro n m al! ¡ H a su ce d id o lo que y o pen saba! ¡ E l
m ozo es más b ellaco de lo que c r e í! ¡ T ú no tienes
la c u lp a ! ¡ T ú has v i v id o o yen d o silbar á los c a r d e ­
nales su canció n ve ra n ieg a , en m itad de la libre lla ­
nura atrebolada, y es ló g i c o que la m iel de los besos
de ese d o cto rcito , lic e n cia d o en soberbias y v illan ía s,
te m an ch ara la boca com o un u nto d ia b ó lic o ! ¡ T ú
no eras letrada, ni eras rebelde, ni eras más que un
po dero so in stin to m aterno, oh p r o tecto ra de los c h in ­
g ólo s y los g u a ch itos, no sabiendo del m undo todo lo
que saben las que leen, ten d id a s sobre un d iván de
fl e x i b l e s resortes, los n o ve lesco s libros de B o u r g e t ,
de P re v o st, de G ip y L a v e d á n ! ¡ M i pobre Jesusa! L a
ausen cia m a g n if ic ó á tu ídolo de ba rro ; los a t r e v i ­
m ien tos de su pensar te c eg a ro n los ojo s del espíritu
con sus parad ojas ch isp o rro tea n tes como b en ga lin o s
co h etes de c o lo r e s; supo bien á tu o lfa to el lon donés
p erfu m e de sus ca b ello s ; y la naturaleza, esa t e n t a ­
dora con que v iv is t e en co n ta cto continuo, la que
ju n ta á los tord os sobre las parvas y á las viu d ita s
sobre el sauzal, la que bajo la co pu da v e je z del árbol
del patio te hablaba del ch icu e lo que co rrió c o n tig o
por los d ecliv es de las lomas con y u y o s sin espinas,
te em p u jó hacia los brazos, más tra icio n ero s que red
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
423
de cipo, del le g u l e y o que te pospone á los ve stid o s
con en cajes de tu a m ig a Sa ra! ¡ M i pobre Jesusa! ¡ Y o ,
el i n f le x i b l e con R en a ta y con M echa, seré blando
co n tig o , porque tu fa lta ni desm iente los v ín c u lo s de
la sangre, ni se g lo r ía de lo que es desdoro, ni toma
despam panantes a ctitu d e s que me disuenan hasta
cu a n d o las usa la M a g d a de S u d erm a n n ! ¡ E r e s m u ­
jer, eres m u je r siem pre, eres m u je r lo mism o en el
cam po que fu era del campo, eres m u je r hasta en tus
caídas, y y o so y in d u lg e n te como n in g u n o con las
m u je r e s que son m u jeres, con las m u je r e s que son
in e x p e rie n c ia y g ra cia y re sig n a ció n y debilidad, mi
pobre Jesusa!
D o n O le g a r i o sabe la escabrosa no ve la de su h ijo
y de su ahijada. E l ira cu n do v ie jo casi se muere.
C u a n d o van en su a u x ilio , reaccion a y truena. A q u í,
sí, que v e n d ría bien a quello del rebenque. A q u í, sí,
que p o dría e s g r im ir lo como padre, como hombre y
com o tutor. A q u í, sí, porque aquí no se trata de cen ­
tavo más ó cen tavo menos, de in solen cia más ó inso­
le n c ia menos, sino de honra, de d ig n id a d en trizas,
de una acció n infam e y que alardea de su avilan tez.
A q u í, sí, que ve n d ría b ien el salto de fe lin o de don
O leg a rio .
' ‘ O leg a rio .— ¡ S i no me v o y á m orir todavía!... ¡ T e n g o
a lg o que hacer en el m u n d o ! . . . D é jen m e sólo,
¿ q u i e r e n ? . . . ¡ S o l o con J e s u s a ! . . . E l la tiene
que acabar de c o n t a r m e . . . ¿ V e r d á Jesusa?
J u lio . — ¡N o t a t a ! . . . L o que Jesusa tiene que co n ­
tarle, se lo diré yo. (M o v im ie n to de e x tra ñ e za ).
Jesu sa . — ( I r g u ié n d o s e ) . ¡N o J u l i o ! . . . ¡ C a l í a t e ! . . .
¡ N o ! . . . (A b r a z á n d o s e á él).
J u lio . — D e jame.
Jesu sa. — ( E x a s p e r a d a ) . ¡ N o ! . . . ¡ E s m e n t i r a !. .. ¡ No
le h agan c a s o ! . . . ¡n o sabe n a d a ! . . .
H ISTO R IA CRÍTICA
424
J u l i o . — ( A p a r t á n d o la ) . ¡ N o debe ser un s e c r e t o ! . . .
( Jesu sa se echa en brazos de M a r iq u ita ). ¡S ara ,
quiero que tú lo o ig a s t a m b i é n ! . . . E s ta d e s ­
d ich ad a criatu ra va á ser madre y so y y o . ..
Sara. — ¡ J u l i o !
O leg a rio. — ( C o n v u ls o ) . ¡ V o s ! . . .
J u lio . — ¡ Y o !. ..
O leg a rio. —
( P r e c ip it á n d o s e hacia J u lio ) . ¡ V o s ! . . .
¡ B e llaco !
Jesusa. — (In t e r p o n ié n d o s e ) . ¡ P a d r in o !. . .
O leg a rio. — ¡M e r e c ía s que te m a t a r a ! . . . N o te bastó
m altratarm e, h u n d irm e en la desesperación , m a­
tarm e á d i s g u s t o s . . . ¡que por tu cu lp a me e sto y
m u r i e n d o !... ¡ Sino que has lle g a d o hasta d esh o n ­
rar á esta in fe liz , á esta inocen te c r i a t u r i t a !. . .
¿ D ó n d e está tu h o n o r ? . . .
¿ D ó n d e tus buenos
se n tim ien to s? ¿ E s t o es lo que te han enseñao
los libros, gran sin v e r g ü e n z a ? ¡R e s p o n d e ! .
¿ E s tener corazón, siquiera, m atar á los padres
á disgu sto s, se d u cir á una pobre m u ch acha y
engañar á o t r a ? . . . ¡ D ecí, d e s a l m a o ! . . . ¿no te
co nm u eve el c u a d r o ? . . . E x p l i c á tus g ra n d es
doctrinas, la m oral de tus padres. ¿ T e en se­
ñaba e s t o ? . ..
J u lio . — ¡ L a m oral de u sted es no evitaba estas situ a ­
ciones, p a d r e ! . . .
¡ M i moral humana me d ice
que estos h ech os son a ccid e n tes y que no e x i s ­
ten re sp o n s a b ilid a d e s !. . .
O leg a rio. — ¿ P e r o qué e sto y o y e n d o ? . . .
J u lio . — ¡ L a verdad, s e ñ o r ! . . . ¿ Q u é repararía casán­
dome con J e s u s a ? . . . P r e g ú n t e s e lo á ella, p r e ­
g ú n te le qué p r e f e r i r í a . . . ¡si la caridad de mi
mano y de mi nombre sin amor, ó la respetuosa
d evoción del padre de su h i j o ! . . .
A d ela id a . — ¡ H i ja , v á m o s n o s ! . . .
425
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
Sara. — ¡ J u li o ! . ..
J u lio . — ¡N o tien en por qué i r s e ! . . . Sara, sólo tú
podrás com prenderm e. ¿ V e r d a d que me com ­
p rend es? ¡S a r a h á b la m e !... ¡ U n a palabra tuya!...
¡ U n a s o la ! . . .
O lega rio. — Se ha v is to d espa rpajo i g u a l . . . ( Á Sara).
¡V áyase,
pobrecita!.. .
¡E sto
no tiene
rem e­
d i o ! . . . Ju lio tiene que reparar el daño que
ha h e c h o . ..
J u lio . — ¡ N o s e ñ o r !. .. ¡ N o te n g o que reparar n a d a !...
O lega rio. — ¿ Cóm o ?. . . ¡ T e atrev erá s infam e ! . . . ¡N o
J u lio ! ¡N o lo repitás!... ¡ N o lo d ig á s siquiera!...
¡ V o s te casás con J e s u s a ! . . . ¡C la r o e s t á ! . . .
¡ T e casás !. ..
J u lio . — N o me caso. ¡ Y
le advierto, señor, que no
tiene d erech o á e x ig ir m e n a d a ! . . .
O leg a rio. — ¿ Q u é estás d i c i e n d o ? . . . ¡C o m o padre
tu y o , no como padre de J e s u s a !. . . ¡ T e casás ó
te m a t o !. . . ( L o toma por un bra zo ).
J u lio . — ( R e p e lié n d o lo ) . ¡ T r a n q u i l í c e s e ! . . .
tua ció n s e ñ o r!. . .
¡ Q u é si­
O le g a r io .— ¡ N o ! E s t o y t r a n q u i l o . . . T e prom eto no
p e g a r t e . . . P e ro vos te c a s á s . . .
porque te mato, ¡ e h !. . .
Jesusa. — ¡ O h ! . . .
¡B a sta !...
¡B a s t a
D e c í que sí
y a !...
¡P a­
d r i n o ! . . . Y o . . . ¡ y o so y la que no quiere ca­
sarse !. . . ¡ P e r d ó n !. . .
O lega rio. — ¿ V o s ? . . .
¡A h , d e sg ra cia d a !...
( A l z a el
puño com o para pegarle. Ju lio lo c o n t ie n e ).”
¿C o m p ren d e el lecto r todo lo que separa la n e g a ­
tiv a de Jesusa de la de M ech a ? E l no vio de M e ch a
v u e lv e arrepen tid o. E l que en gañó á Jesusa dice que
nada tiene que reparar. E l uno está pronto á cu brir
con su nombre la cuna de su h i jo ; el otro, desen­
H ISTO R IA
426
CRÍTICA
tend iénd o se de su h ijo, sólo piensa en Sara. L o que
en M ech a es o rg u llo , es d ig n id a d en Jesusa. ¡ S i g o
siendo d e fe n so r y am ig o de tu heroína, com pañero
Sánchez!
T e r c e r acto. E n la estancia. E l cu arto de Jesusa.
T o d o apacible. U n a m esita con un costurero. Jesusa
habla, co sien do un a ju a r de niño, con R ita, una p a i­
sana cu ran dera y enredadora. R it a le dice que todos,
en el pago, co no cen su falta.
“ Jesu sa. — P ero , señor, ¿quién se habrá e n carg ad o de
esparcir la no ticia?
R ita . — ¡ O h ! . . .
¡ E s a s n o ticia s son com o la sem illa
del cardo, v u e la n s o l a s ! . . . Se abre el alcah u cil,
vien e un v ie n t it o y al rato está el cam po inund a o . ..
Jesu sa. — ¡ D io s m í o !. . . ¡ Q u é g en te !. . .
R ita . — ¡ H i ja , si vam os á ve r no es la g en te la que
tiene la c u l p a ! . . . G ü en o com o te iba d iciendo,
cuando me lo contaron las Ibáñez, y o le dije
á H ila ria la m a y o r : ¡C ó m o se va á poner don
E l o y ! . . . A s í es, me d ijo ella. Y y o d ij e : viá
ve rle la cara y de un g a lo p ito me lle g u é hasta la
pulpería. ¿ Á qué no sabés lo que estaba ha­
cien do el g a l l e g o ? . . . D e sc a rg a n d o los m uebles,
hija, los m uebles que había com prao p a l’c a s o r Íj
co n tigo , unos m u ebles de cu a rto e p r i n c i p e . . .
alacenas con esp ejo y . . . la m a r ! . . . ¡ Q u é lás­
t i m a ! . . . Güeno, d ’iay le hablé del asunto de
tu d e sg ra cia y que sé y o y el hombre em pezó
á e x p l a y a r s e . . . ¡ Q u é tal y que cual y que vos
no tenías la cu lp a sino ese s in v e r g ü e n z a de
Ju lio !. ..
Jesu sa. — ¡M a m a R it a !
R ita . — L o decía él, y o n o . . .
E s te ...
por eso vid e
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
427
que el hom bre estaba dolo rid o del l o m o . . . e n ­
ton ces me acordé de vo s y que te quiero como
si fu eses m ’h ija y le d ije que naides estaba
lib re de un a ccid e n te y t a l . . . y lo que lo tu v e
m ad u rito , le la r g u é la c o s a . . .
J esu sa . . — ( I n q u ie t a ). ¿ Q u é cosa?
R ita. — V a s v e r . . . L e d ije que á él no debía im p o r­
tarle lo que d ijera n las P é r e z ó las Ibáñ ez y
que debía casarse no más c o n t ig o . .
Jesusa. — ¿ P o r qué ha h echo e s o ? . . .
Rita. — ¡ O h ! . . . ¿ Y qué más querés, pedazo e ’pava?
¿ T e crees que vas á en con tra r otro m e jo r que
ca rgu e con el m o c h u e l o ? . . . Y a se darían todas
con una p ied ra en los d ientes por en con tra r un
m ozo a s í . . . y ten er una mama R ita que les
a rreg le el a s u n t o . . . Güeno, com o te iba d i­
ciendo, don E l o y pensó y lo pensó y redepente
d i c e . . . ¿ Y por qué n o ? . . . ¡ Y a que te n g o los
m u ebles c o m p r a o s ! . . . ¡ A h ! me p r e g u n tó que
si vos consentías y y o le d ije que v o l a n d o . . . ”
Co ntinu em o s. D e sp u é s l le g a Julio. Su padre está
en ferm o del corazón. D o ñ a M a r iq u ita habla con el
ingrato.
“ M ariquita. — ¡ J u l i o ! V o s sabés todo lo que he hecho
por tí y cu ánto te q u i e r o . . . Sabés que nunca
te he contrariado, que nada te he e x ig id o , que
tus g u sto s han sido los míos, que daría la vid a
por tu b i e n . . .
Julio. — Sí, mamá. ¿ P o r qué me habla de e s o ? . . .
M ariquita. — Si y o te p id ie ra una cosa, una sola y
supieras que de ella depende mi fe licid a d , ¿se­
rías capaz de co ncedérm ela?
J u lio . — ¡T o d o , mamá, todo cuanto pueda hacer por
u sted !
H IS TO RIA
428
M ariquita. —
¿ T o d o ? ...
CRÍTICA
¿to d o ?...
¡ Casate con J e ­
susa!. . .
J u lio . — ¡ O h !. . .
M a riq u ita .— ¡N o me d ig a s que n o ! . . . Se lo has p r o ­
m etid o á tu madre, se lo has pro m etid o á esta
pobre v i e j i t a que bien se m erece un sa c r ific io
de tu pa rte. . . ¿ V e r d a d que lo hacés? ¡ D e c í que
sí, mi J u li o ! E l lo quiere, para eso te ha m an ­
dado l l a m a r ! . . . T e va á p ed ir perd ón de sus
ofensas, se va á h u m illa r ante vos si es preciso,
á cam bio de esa prom esa. . . ¡ T ú no has de q u e­
rer m atar á tu padre !. . . ¡ D e c í que s í !. . . ¿ P o r
qué no la querés á J e s u s a ? . . . ¡ E s tan b u e n a ! . . .
¡ E s una m ártir la p o b r e c ita !. . . ¡ V i e r a s cómo
ha cu id a d o á tu p a d r e ! ¡ Y tan s u f r id a ! ¡N a d ie
diría, vién do la, que ha pasado por tan tas an­
g u s t i a s ! . . . ¡V a m o s , h ijo m í o ! . . . ( L o besa).
¡ M í r a m e ! . . . ¡ V o s no tenés mal corazón !. . . J e ­
susa no te hará d esg ra cia d o . ¿ P o r qué no hacerla
tu m u je r ? (S a le Jesusa y o yen d o cru za y vase
por el fo r o ).
J u lio . — ¡ N o . . .
n o !...
¡ N o puede s e r ! . . .
M ariquita. — ¡ L o vas á m a t a r ! . . . ¡ N o s m atarás á t o ­
dos, J u l i o ! . . . ¿ Q u ie r e s que te lo pida de r o d i­
lla s ? . . . ¡ M ás no puede hacer tu m adre ! . .. (S e
va á a rro dillar. J u lio se lo im pid e).
J u lio . — ¡ N o ! . . . ¡ E s o no se h a c e ! . . .
M ariquita. — ¿M e lo prom etés, en tonces? . .
J u lio . — ¡ M a d r e ; no p u e d o ! . . . ¡no debo h a cerlo !
M ariquita. — ¡ D io s mío !. . .
J u l i o . — ( R e a ccio n a n d o n e rv io s o ). ¡ M a d r e ! . . . ¡ M a ­
d r e ! . . . ¡ m a d r e ! . . . ¡ E s to es atroz ! . . . ¡u sted es
no me c o m p r e n d e n !”
Ju lio m erecería haber tro pezad o con M ech a ó con
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
429
R e n a ta ; pero, — cosas de Dios, como d ijo don Z o ilo , —
los J u lio s casi siem pre tro p iez an con las Jesusas. L a
P ro v id e n c ia , para que no nos ilu sion em os sobre la
j u s t ic ia del más allá, cría las R en atas y las M e r c e ­
des para los que no se parecen á Julio. ¡S ó lo , por e x ­
cepció n , se acopla una R en a ta con un R o b erto !
Com o don E l o y está d ispuesto, por amor ó por in ­
terés, á u nirse con Jesusa, y como don O le g a r io se
va á morir, á m orir sin rem edio, J u lio r esu elve r e ­
parar su falta. T r a n s c rib o ín te g ra la escena final.
N e c e sito dárosla á co no cer para j u s t if ic a r mis ú l t i ­
mas acotaciones. ¿S erán d ulces ó am argas? Y a lo verá
el lector. C o ntén tese, m ien tra s y o p o n g o m is ideas
en orden, con el m an jar de la escena prom etida.
“ Jesusa. — ¡ P o b re de m í ! . . .
( V o lv i é n d o s e contem pla
á Ju lio un instante. R e s u e lta ) . ¡N o ha de ser!...
( D u lc e m e n t e ) . ¡ V e n í á mi l a d o ! . . . ( J u lio se
a p ro x im a ). ¡ S i é n t a t e ! . . . ¡ a q u í ! . . . D i m e ; ¿es
ve rd ad que cuando uno m uere todo se acaba?. . .
J u lio . — ( A la r m a d o ) . ¿ Q u é quieres decir, J e s u s a ? . . .
( L a m ira fija m e n te ).
Jesu sa. — ¡ N a d a !. . . ¡ E s mi ú ltim o e s c r ú p u l o ! . . . ¡ P a ­
drino se v a ! . . . ¡H e m o s h echo lo que debíamos
en du lzand o sus ú ltim os m o m e n t o s ! . . . D espu és
que m u e r a . . . si es que todo se acaba, ¿quién
nos o b lig a á consum ar el s a c r i f i c i o ? . . .
J u lio . — ¡ J e s u s a ! . . .
Jesusa. — N u estra prom esa no debe pasar de una p ia ­
dosa m en tira . ..
Ju lio. — ¿ Q u é o i g o ? . . . ¡ N o ! . . . ¡ N o ! . . . ¡ N o ! . . .
Jesusa. — ¡ S í ! . . . ¡ Y a no puede s e r ! . . .
J u lio . — ( E x a lt á n d o s e ) . ¡ Je s u s a !. . . ¡ J e s u s a ! . . . ¿Q u é
pien sas?. . .
Jesu sa. — ¡ E s mi t u r n o !. . . ¡ M e toca á mí ped irte que
seas r a z o n a b le !. . .
H ISTO RIA
430
CRITICA
J u lio . — ¡ T u r e v a n c h a ! . . .
Jesu sa. — ¡ E s o n o ! . . . ¡ T e lo j u r o ! . . . ¡ T ú no debes,
no pu edes s a c r i f i c a r t e ! . . . N o qu iero que te
sa crifiq u es. T ú no me quieres, no han desapa­
r e c id o los m o tivo s que antes im p id iero n nu es­
tra u n i ó n . ..
J u lio . — ¡D e s g r a c i a d o de mí, que no he sabido com ­
p r e n d e r te ; buena, noble, g e n til c r i a t u r a ! . . . T ú
eres la abnegada, t ú . . . No, Jesusa. ¡ L o que
no h izo la pasión ni la vio len cia , lo que no pudo
lo g r a r el d olor mismo, lo hará esa grand eza
de alma que d escubres r e c i é n ! . . . ¡ O h ! . . .
qu iero mía, mía para s i e m p r e ! . . .
J e s u s a .— ¿ Y Sara, J u lio ?
¡T e
J u l i o . — ( C o n t r a c c ió n d olo ro sa ). ¡ O h ! . . .
J e s u s a .— ( M e la n c ó lic a ) . ¿ L o v e s ? . . .
J u lio . — ¡ H a y aquí una h erida que sa n g r a ! ¡a qu ello
a c a b ó !...
¡S a r a no me q u e r í a ! . . .
Jesusa. — ( A n s i o s a ) . ¡ D im e, dime, J u l i o ! . . . ¿ Sara fué
c a p a z ? ...
J u lio .— ( C o n v o z sorda). ¡ S í !. . . S í .. . ¡si supieras !. ..
Jesusa. — ¡ C u é n t a m e ! . . . ¡ Q u é m aldad ! . . . ¡ Q u é m al­
dad ! . . .
J u lio . — ¡ F u é m u y s e n c i l l o ! . . .
Jesu sa. — ¡ O h ! . . . ¡C u á n t o debes s u f r i r ! . . . ( L e pasa
su brazo alred ed or del cuello, a ca riciá n d o lo ).
¡C u én ta m e, pobre am ig o m í o ! . . .
J u lio . — L o s padres, co nsideránd om e un se du cto r de
la peor especie, me cerraron las puertas de su
c a sa .. .
Jesusa. — ¡ V e s ! . . . Y o ten g o la cu lp a . . .
J u lio . — B u sq u é á S a r a . . .
¡S a r a acataba la vo lun tad
de sus padres y entre mi amor y su respeto á
las co n v en ien cias sociales, optó por lo ú ltim o ;
no quiso c o m p artir lib rem en te la vid a con el
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
43i
hombre que la a d o r a b a ! . . . ¡ y d ecía quererme!...
( A p a s io n a d o ) . ¡O h , t ú ! . . . T ú que no in ju ria ste
la v id a su bo rdin an do el amor, que es su e s e n ­
cia, á los c o n v en c io n a lism o s c o rr ie n te s ; tú que
espon tán eam en te co rristes á ren d irle la ofrend a
de tu p léto ra v iv if ic a n t e , tú que su piste viv ir la ,
am arla y c r e a r l a . . . ¡tú eres la belleza, la v e r ­
dad, eres el b i e n ! . . . ¡ T e q u i e r o ! . . .
Jesu sa. — N o . . . estás ex citad o , i m p r e s i o n a d o . ..
e n g a ñ a s . . . ¡M a ñ a n a te a r r e p e n t i r á s ! . . .
J u lio . — ¡ T e q u i e r o ! . . .
te
( L a estrech a ).
Jesu sa. — ¡ N o pued e ser!
J u lio . — ¡ T e q u ie r o !
Jesu sa. — ¡ V e t e , J u l i o ! . . . ¡ L a amas a ú n ! . . . ¡ B ú s c a l a !
J u lio . — ¡ Y a n o ! . . . ¡ T e q u i e r o ! . . . ¡ N o me iré de
t u l a d o !. . . ¡ P ara siem pre u n i d o s !
Jesusa. — ¡ M e j o r ! . . . ¡Q u é d a t e a q u í ! . . . ¡ E s t á s e n ­
f e r m o ! . . . T e c u r a r e m o s . . . V e la r é tu co n v a ­
le ce n cia . . .
J u lio . — Y ¿d espu és?
Jesusa. — ¡ A c e p t o un j u e z ! ( T o m a como distraída la
g o r r ita del bebé del co stu re ro ). ¡ E l porvenir
d ecid irá! . . .
J u lio . — ( T r a n s p o r ta d o ) .
¡O h !...
¡L a v id a !...
¡La
v id a !...”
Julio, á pesar del transporte, me g u sta m u y poco.
Jesusa no se engaña. Julio, en un m on ólo go , — porque
en esa obra de Sá n ch ez h ay un m on ó lo g o como en
las de Sh akespeare, — nos dijo, no hace m ucho, que
se casaba por no am argar la a g o n ía paterna, aunque
tenía en ferm o el corazón. Jesusa, en cambio, cada vez
me g u sta más. É s ta no ca y ó por presu n cion es de ena­
morada. C a y ó por amor p ro fu n d o , noble, capaz de
sa crificio s, pronto á los ho lo ca u stos que más apesa­
432
H ISTO RIA CRÍTICA
dumbran. É s ta parece que resiste, y y a no resiste,
m a g u er su dolo ro so co n v e n c im ie n to de que el alma
con que le brind an pertenece á otra, y no resiste p o r ­
que quiere aún, porque nun ca d ejó de querer, porque
se dió para toda la vida, porque sabe que lo p e r sis­
tente de su cariñ o d is m in u y e su culpa, y porque más
que en sí, más que en su d ig n id a d , más que en la
g lo r ia de ser una ex cep ció n , piensa en la criatu ra
que late en el sa g ra rio de sus en trañas!
Sánch ez, después, abusará en dem asía de los m o­
dismos, poblará su m u nd o de pecadoras y aspirará al
lau rel de r e g e n e r a d o r; pero, para mí, de todas las
m u je r e s que creó Sánch ez, sólo dos tie n en g rand eza
de m u jer, sólo dos tienen se xo inm ortal, sólo dos
en trarán v ic to rio sa s en el p o r v e n ir :
¡la g u r is a del
v i e j o don Z o ilo y la abnegada amante de J u lio !
Y bien, tie rr a donde he nacido, tie rra de mis a m o ­
res, tie rra de mi dolor, tie rra de las m ocita s que m u e ­
ren sin m ancha y de las amorosas que reco g en c h i n ­
g ó lo s enferm os, he lle g a d o al fin de otra de las etapas
de mi larg o viaje. L a noche será co rta y el descanso
breve, pues me prom eto ponerm e en cam ino no bien
a pu nte el sol. C on mi capacho á cuestas, s e g u iré as­
cen d ien d o por tus d e cliv e s y reco rrién d o te ju b ilo so
de cum bre en cumbre, pues me causa a le g r ía y me
p rod u ce o r g u llo el alm acenar, en este h u m ild e libro,
las po licro m a s luces de tu in g en io y los fr u to s más
sazonados de tu labor. H ij o m u y reveren te, h ijo m u y
amoroso, h ijo que tiene en m uch o haber sido e n g e n ­
drado por las entrañas tuyas, trato de d iv u lg a r las
g lo r ia s de mi madre, se g u ro de que ganan las que
o b tu v o en las lid es con la adición de las co n segu id as
en los torneos del pensar alto y el hondo sentir.
P erd o na, oh madre, si el ju i c i o y el verbo de tu c r ia ­
tura son in fe rio re s á la em presa intentada por su
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
433
vo lu n ta d , que alg o h a y que perdonarle, t ie rr u c a de
mi vida, al amor verd adero, al amor que no aspira
sino al g o z o de amar y de d ecir que ama. N o p r e ­
tendo, señora, que mi e s fu e r z o h u m ild ísim o me sobre­
v i v a ; pero sí pretend o que reco n o zca s que para tí han
sido los m ejo res afanes de mi rudo bregar, pues con
el nombre t u y o llené mis cantos y embalsamé mi
prosa con el nombre tu y o . Si á otros prefieres, con
j u s t ic ia lo haces y no me q u e jo ; pero allá, en los
d esv an es de tu cariño, tam bién es de ju s t ic ia que haya
un r in có n donde le des asilo á mi amorosa y e m p e c i­
nada laboriosidad. ¡ B e n d it o siem pre seas, y en calma
v iv as, y por bueno triu n fe s, terru ñ o en que se a b r ie ­
ron los ojos a vizo res de F lo r e n c io S á n c h e z!
23,
V I.
CAPITU LO V
P o e ta s y rim as
SU M A R IO :
I. — Erato. — Amada por Apolo y Dionisio. — Los dos hijos
de Erato. — Su predilecto. — Eduardo D. Forteza.— Un yambo.
— Una égloga. — Germán García Hamilton. — Más sobre
Erato. — Citas de bordones. — Modelos. — Ad infinitum. —
Flor de ensueño. — Casa "vacía. — Tentación. — La musa ro­
mántica.— Pablo Mínelli González. — A ffiche. — Diálogo.—
Ofrenda.
II. — Raúl Montero Bustamante. — Nota preliminar. — Sus co­
rrespondencias y su antología. — Párrafos del prólogo de la
última. — El final de El caso del profesor Krause. — Unos
bordones de El Libro triste. — La catedral. — Lavalleja. —
Artigas. — César Miranda. — Los paquidermos. — Toribío V i­
dal Belo. — Pontifical. — Julio Lerena Juanícó. — La partida
de ajedrez. — Observación lógica.
III. — Armando Víctor Roxlo. — Nota biográfica.— Carnava­
lesca. — La manzanilla. — Vuelta. — Redondillas. — Canción
isleña. — En el Centenario.
IV. — Ovidio Fernández Ríos. — Mi observatorio. Mi huerto. —
EL gallinero. — El perro. — Illa Moreno. — Historia crepuscu­
lar. — Secco Illa. — En un álbum. — Julio J. Casal. — Carác­
ter de sus rimas. — Transcripciones. — Conclusión.
I
E ra to es la m usa de la p o e s ía lírica .
T o d a s las tard es, al m o r ir el so l, se ju n ta n en un
b e so a p a sio n a d ísim o la b o c a de E ra to y la b o c a de
A p o lo .
436
H ISTO R IA
CRÍTICA
E l lu g a r de la cita, cin co v e ces sagrada, es la costa
de P a fo s . A l l í , v ie n d o á la lu z h u nd irse en el T ir r e n o ,
la musa de lo s him n os re clin a su cabeza sobre el h o m ­
bro del dios que s u p lic io á M árxias.
D e aquel beso, que escu ch a co n m o vid o el crep ú sc u lo ,
su rge n los fantasm as que nos invaden la im ag in a ción
cuando b r illa la a rg én tea cla rid ad de Silene.
E rato , cie r ta ve z que se quedó dorm ida entre unos
o liv o s cu biertos de flor, no pudo im pedir que la abra­
zase Pan.
D e P a n tu v o un h ijo, llam ado A n a c r e o n t e ; pero el
que ella p r e fie r e denom ínase P ín d a r o y es en gen d ro
de A p o lo .
E r a t o a fin a el laúd de los poetas que cantan á la
vid, al trig o , al vacu n o rum iante, al co rcel lig ero , á
la herm osa n a tu ra leza que ido latró A n a c r e o n t e ; pero
a fin a m ejo r el laúd de los poetas que cantan á la fe,
á la patria, al progreso , á los castos quereres, al su ­
blim e ideal que ido latró A p o lo .
E n mi país, que es país de ja z m in e s y de c a rd en a ­
les, son m u ch os los cu lto res de la tie rn ísim a y ex altada
Erato.
E m p ie zo por E d u a r d o D. F orteza .
F u é uno de los v e n c id o s en el Q ueb rach o .
D e sp u és de r e s id ir a lg ú n tiem p o en el Salto, em igró
á B u en o s A ir e s.
A c t u ó b r illa n tem en te de period ista y de profeso r.
No es un ex p a n siv o , sino más bien un reco n cen tra d o ;
trabaja en silen cio, pero con m u y honrada la b o r io ­
sidad.
Su prosa, clara y firme, no sabe tanto de galanuras
como de pensam ientos.
Su prosa no es artística, sino d idáctica.
Sus bordones, en cambio, se asem ejan á un chorro
de luz tropical.
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
437
E l consonante no le cautiva. V i s t e sus ensoñares
con la am p lia túnica de la rim a im perfecta. Y a no ta­
réis el l u jo y la e le g a n cia del tocado que lucen sus
herm osos ensueños.
E l g en io de la raza, breve poema d edica d o á Juan
Z o r r illa de San M artín , arrancó a lg u n a s frases de
ju s t ic ie r o e lo g io al inm ortal autor de Tabaré.
É s te h izo notar, en una carta agra decid ísim a, la
co rrec ta fl u i d e z de la v e rs ific a c ió n , el núm en m elan­
có lico y
el anim ado vu elo
d e scr ip tiv o
de aquellas
e s tro fa s asonantadas.
N o va len m enos los bord ones que co nsag ró á un
p erio d ista de mi cred o po lítico , que ya no es de mi
credo ni period ista. ¡ S a ltó en pedazos, como un c o ­
razón h erido m ortalm ente por su prop io dueño, la
c en tellea n te plu m a !
“ T u palabra, terrib le y dantesca
C o n tra el v ic io p o lít ic o se alza.
Y al m andón como al vil cortesano
Con fu r ia de leona les ru g e en el alma.
N o es cual h o ja de a g u d o flo rete
Q u e aristó crata esgrim e en la sala,
N i es cual daga, que o cu lta en tinieblas,
L a mano del crim en cobarde levanta.
E s de T e m is acero tajante,
D el a rc án g el M ig u e l es la espada,
Q u e blandida por brazo n ervud o
A l á n g el p recito lo tien d e á sus plantas.
M isio n ero de luz, bello heraldo
Y clarín de la patria indignada,
Q u e censuras los v ic io s y el crim en
D e turbas m ald itas que a fren ta n la patria.
H IS TO RIA
438
CRÍTICA
P a la d ín g en ero so y v a lien te
Q u e en ristrand o tu plu m a cual lanza,
Á sus botes p u ja n te s p rostern as
L o s lobos de fraque, la ilu stre canalla.
E r e s S w i f t que chasqueando su fu s ta
E n s a n g r ie n ta al h istrió n las espaldas,
E r e s D a n te que en su ira divina,
C o rr u p ta F lo r e n c ia ca stig a con lla m a s !. .
L o s versos son v ir ile s y arm oniosos. M u y a rm o ­
niosos y m u y viriles. H o y y a no inciensan. A c u s a n
airados. C a stig a n coléricos. P o r eso se los d o y al po r­
venir. Z u r c i r romances, com pon er e stro fa s ó copiar le ­
y e s no basta para que los pó steros nos coron en con el
lau rel de O lim p ia. A m u ch os es crito res sólo h a y que
co n tem p la rlo s en el e j e r c ic io de su labor. V o l t a i r e
d ecía : “ L a abeja es adm irable, pero en la co lm en a ;
fu e r a del colm enar, la abeja es una m o sca ” . ¡ Sé leal,
Ju ven tu d !
F o r te za , en este yambo, im ita la retórica fa ctu ra
de A lm a fu e r t e . E n los v e rso s que sigu en, e scrito s por
el jov en que v iv ía con su musa y con su patrio tism o
en la ciu dad del Salto, F o r t e z a sólo im ita á F o rteza .
T r a n s c r ib o una parte de la com posición . Se titu la
E stiv a l.
“ D el U r u g u a y en la ribera hermosa,
D el U r u g u a y que raudo serpentea
Su eternal cantinela suspirando.
C a n tin ela de espumas y de perlas.
U na m u jer nacida en nu estro suelo,
De incitado ras formas, opulenta,
De caderas de diosa, redondeadas
Com o un á n fo ra grieg a,
Con veste de percal co lo r rosado
Cual
flo r de m acachí recién abierta,
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
Y con un c la vel rojo
A l d esg aire p ren d ido en la cabeza,
E l g e n til busto in clin a hacia las ondas.
L o s pies h u n d id o s en la blanca arena,
E s g r im ie n d o en las m anos la r g a caña
Y soñando con t r iu n f o s en la pesca.
E l U r u g u a y sonoro y m ajestuoso,
C a sta lia donde beben sus endechas
L o s alados poetas del boscaje,
Su s sonatas los gnom os de las peñas,
Sus rom anzas las n in fa s de sus ond as;
E l U r u g u a y que raudo cu lebrea
Su eterna ca n tin ela m odulando,
C a n tin ela de espum as y de perlas,
T r i b u t a así un esp lé n d id o hom enaje
Y le besa los pies á la playera.
D e pronto, cuando a quella flo r del río
M ás absorta se en cu entra
E n los tan d eleito so s episodios
D e aqu ella dulce p isc ato ria empresa,
D e trá s de sí con cla rid ad percibe
M u r m u llo de h o ja rasca que se huella,
Y dando v u e lt a el rostro de im proviso,
E n r o je c i d a y trém ula,
H a cia sí encam inarse ve á su amante,
C on la a ctitu d resu elta
D el que lle v a por g u ía c ie g a audacia
Y una loca pasión por consejera,
D el que tiene en la carne m ucha vida,
M u c h o fu e g o en la arteria!
Saran díes que ex tie n d en su ram aje
H a cia el agu a que lame la ribera,
R e p it ie n d o en idiom a de susurros
Cu and o el vien to con g ozo los cimbrea,
439
440
H IS TO RIA
CRITICA
L o s más sensuales versos de A n a c r e o n t e ;
C o n ce rta n te á la vid a en la arb oled a;
A l e t a z o s y a rru llo s de torca ces
Q u e bajo el ve rd e pa bellón se en celan ;
C a n ció n epitalám ica en los nidos
Q u e o cu lto s laten en la fr o n d a espesa;
F lo r e s que cual tu r íb u lo s dorados
E l puro am biente in cien sa n ;
P o lic r o m a s corolas anim adas
Q ue bo gan por los aires su p e rp u esta s;
A z u l e s y áureos pá ja ros que entonan
P o l i f o n í a w a g n e r ia n a e x c e ls a !
C om o e m p u ja d o s por brutal M e fis t o
D e o fi c i o p roxen eta,
Q u e el tr iu n f o de la carne sobre el alma
Con ca rcaja da iró n ic a festeja ,
P e n e tr a n abrazados en el bosque,
F ra n qu ean do la m i r ífic a cancela
Q ue da tan sólo paso
A los fú l g i d o s g en io s y princesas,
Q ue celebran sus bodas
E n el soberbio alcázar de la selva,
Y allí en cu entran un tálamo m u llid o
De trébol o loroso y gram a fresca,
A l pie de e r g u id o ceibo
Q u e les brinda m a g n ífic a s cen efas
De p u rpúreo damasco,
F orm adas con sus flo re s que sem ejan
L o s labios en cend ido s de m u jeres
Q u e á unos amantes in v isib les besan!
E n día igu al de estío
Y á la m ism a hora, cuenta
E l libro e x tra v a g a n te de mis sueños,
Mi o rig in a l m ito lo g ía helénica,
DE LA LIT E RATU RA URUG U AYA
44*
Q u e en tálamo de m irto s y de rosas,
R a d ia n tes de pasión y de belleza,
B a jo un dosel de pomas encendidas
Y en la re g ió n poética de Grecia,
E l D io s C u p id o y la prin cesa P s iq u is
C elebra ro n sus nu pcias en la s e lv a ! ”
R e p ito h o y lo que dije en 1895: sabe sentir y sabe
asonantar E d u a r d o D. F o rteza .
D e sp u és de los v e rso s que anteceden, mi prosa se
presenta á los lecto res m u y a vergo n zada. ¡ P o b r e C e ­
n ic ie n ta ! ¿ Q u ié n fija r á la vista en tus harapos, en
p resencia del e s p lé n d id o chal de C a ch em ira que ha
bordado con perlas de B a so r a la musa, la apasionada
musa del cantor salteño?
Mi C en icien ta , que adora la poesía, no sabe qué
decir. L a han ceg a do con sus vibra n tes rá fa g a s de
sol de estío, con la densa nube de sus patrios aromas
y con sus v o lu p tu o sid a d e s apasionadas, los v e rso s
que anteceden, epitalam io cantado por el num en en
las d ivinas bodas de P siq u is, el espíritu, con Sileno, la
m ateria inm ortal.
¡ B i e n haya el estío ! ¡ B e n d it o sea siem pre el mes
de N o viem bre, el de los fr a g a n tísim o s jaz m in es del
cabo, el de las rosas pálidas, el de las serenatas de lu z
de luna en los balcones altos, el que hace idolatrables
los cabellos rubios y colora con color de cla v eles la
tez m oren a! ¡ B i e n h aya el e s tío ! ¡ B e n d it o siem pre
sea el mes de N oviem bre, el mes de los nidos y de
las liras, el de las encantadas noches azules llenas
de estrellas, de esas estrella s que á mí se me fig u r a n
v ír g e n e s m uertas en la flo r de la edad y que nos e s­
peran, asomadas á los azules ve n tan ales del cielo,
v e stid ita s con un plateado tra je de no via !
M usset tenía razón. E s cuando se aroma el arbusto
H ISTO RIA CRÍTICA
442
y el nido ca n ta ; es cuando el sol tap iz a con su dorado
en caje cam inos y co r r ie n te s ; es cuando las culebras
se buscan enceladas sobre el m ovible tálamo del cam a lo te ; es cuando S ir io y V e n u s se besan con su
beso de e s cin tila n te luz, — cuando el m undo se dice
que ha sido creado para el amor, a tra cción in f in ita
en los astros é irres istib le sim patía en las almas.
M usset
tenía
razón.
El
estío
y
los jó v e n e s son
los ú nico s que tienen derech o á la vida, derech o al
him no y d erech o al perfu m e.
E so no es obstáculo, C e n ic ie n ta mía, para que v u e l ­
vas á las mal h ilvan adas notas que escribes celebrand o
los t r iu n f o s del rim ar nativo, d escribien d o las cu m ­
bres en que el ombú verdea, y cantando, en fin, con
tu lengu a, sin m ú sica y sin encajes, el p o lifo r m e cu a ­
dro de la vid a m oderna de mi país, tan n ervio sa y
tan rápida como co n v ien e al sig lo de E d iso n , de B lerio t y M arconi.
Y a sabéis como es el estro v a lie n te y el fo g o s o in ­
g en io de E d u a r d o D. F o rteza .
E rato , la que en con tró la fla u ta y en cord ó la cítara,
la que T e r p s íc o r e enseñó á bailar y C u p id o á la n ­
g u id ecer, la hermana de C a lío p e y de T a lía , fu é en ­
carnada en el m árm ol por los helenos bajo la form a
de una n in fa joven, con el sedoso cabello al aire, con
los o jo s su avísim o s hacia la inm ensidad, coronada de
m irto, ceñ ida de rosas, con la tún ica jo n ia r e fle ja n d o
el m atiz del m atu tin o albor, con la lira en la mano
y el plecto á la espalda, con un a m o rcillo en a ctitu d
de éx ta s is ju n t o á sus pies y un casal de palomas
besuqueándose lesbicam en te p ró x im o á ella. A s í la en­
contró A p o lo , al d eclin a r la tarde, en la costa de
P afos.
E rato. el numen p roteico de lo s u b je t iv o ; la fu en te
de que manan los se n tim ien to s y las ideas en carce­
DE LA LIT E RATU RA URUG U AYA
443
lados en el b o rd ó n ; la que vu elca las almas de sus
e le g id o s en el m olde del verso para co n v er tir en co n ­
crecio n es m u sica les las esencias plató nica s en aque­
llas sublim es alm as co n ten id a s; la más variada, la
más generosa, la más noble, la más personal, la más
v e h em e n te y la más em otiva de todas las m usas; la
que sacó, de las minas in a go tab les de lo poético, el
rubí del himno, el diam ante de la oda y la turquesa
del m ad rigal, p id ie n d o á las avispas de los m ontes
ca stá lico s su a g u ijó n de top a cio para armar á la sátira
y p id ie n d o á los m ares de la m em oria las perlas del
recu erd o para que b r ille n en los o jo s de la elegía, —
tiene tam bién un adorador de los más sin ceros en
G a r cía H am ilto n.
G erm án G a rcía H a m ilto n nació en nuestro país. Sus
prim eras estrofas, todas sus estrofas, están form ad as
con san gre de ceibal y v e rd u ra s de trébol. E l i n f lu j o
jó n ic o y el in f lu j o francés, h ijo s de la lectu ra sabia­
m ente h echa de acu erd o con el g u s to litera rio de
nuestra edad, no han po did o robarle el tin te m elan ­
cólico, el va ron il em pu je y la sed de ascensión que
dan á todo lo que som brean las patrias lomas, las
lomas en que crece la flo r del m acach í y en que e s­
parce los h id rescos te n tá cu lo s de sus raíces el añoso
ombú. L e e d los bordones de sus M od elo s.
“ P id e al rem anso en el ju n ca l dormido,
la verd e liana, el errabundo islote,
la mata o cu lta en que descansa el nido,
y el azulado airón del camalote.
Robe el pincel los m u sg os y cla veles
que al esp in illo y al ombú se abrazan,
donde rim an sus tristes y rondeles
las auras que con ellos se entrelazan.
444
H ISTO R IA CRITICA
E l him no de los bosques in terp reta
y el d u lce a rru llo de la lin f a en calma,
cual se fi j a n los sueños del poeta
en el lienzo g ig a n te de su alma.
E m u la, en fin, el r u g id o r torrente
que entre peñascos se retu erce y brama,
y el vasto cuadro, desde su alto O rien te,
alum bre el sol con en cend ida l l a m a . . .
P e ro un sol todo luz, todo f u l g o r e s :
el que del P la t a en el cristal se espeja,
el que alum bró con áureos resplandores,
bajo un dosel de fr a n ja s trico lo r e s
la fa la n g e inm ortal de L a v a l l e j a ! ”
E l alma de este poeta, c u y a m usa perora con d ic ­
ció n m u y clara, es un ó rg a n o m u ltico rd e y p o lia fec tivo .
“ D esd e el m orisco alcázar al rancho de totora,
D el P la t a al H e le sp o n to , del R h in al Ig u a z ú ,
Sin tre g u a se pasea mi mente soñadora,
Y a en m edio á los abetos del fr í g i d o Inistora,
Y a bajo la ancha copa del c o rp u le n to ombú.
D e todas las com arcas y todas las edades
M i espíritu a n d arieg o los rumbos conoció,
C r u za n d o del d esierto las vastas soledades,
O en m edio del b u llic io de innúm eras ciu dad es
V i v ie n d o con la vid a del tiem p o que pasó.
Y supo de lit u r g ia s y raras teo lo gías,
De a n tigu a s r e lig io n e s le y e n d o en el r itu a l;
De m itos ya o lv id a d o s y oscuras te o g o n ia s;
De O d in e s y S i g f r id o s que en locas correrías
C ru za ro n á la sombra del bosque de Gormal.
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
445
Y co ntem pló de cerca las pom pas de D io n isio s,
L a s bárbaras o rg ías de C la u d io y de Nerón,
L a s fren tes coronadas de acantos y cítisos,
Y las v o lu b le s danzas de g iro s im preciso s
B a ila d a s por las n in fa s del tosco sistro al son.”
Y sigue, en su v u elo radiante hacia lo in f in i t o :
Y sueño con las noches azu les de V e r o n a
E n que Ju lieta em erge del clásico balcón,
Y en brazos de su amante tranq uila se abandona,
Sin ve r que y a del alba la esp lé n d id a corona
F u l g u r a en el O rien te, con roja irradiación .
Y pasan las a n tigu a s fi g u r a s de la G recia
E n un d e sfile inmenso, que alum bra elísea lu z ;
L o s crím enes y amores de Rom a y de V e n e cia ,
L a g ón d o la en lu tad a de la g e n til L u c re c ia ,
Y todas las le g io n e s del h ierro y de la cruz.
L a A lh a m b r a con sus noches de ensueños y de am ores;
C on sus g alantes fiesta s el célebre T r i a n ó n ;
T o le d o con sus rondas y errantes tro va d o res ;
P o m p e y a con sus ruinas, S e v illa con sus flo res
Y con sus g rise s brumas la nebulosa A lb ió n .
Y lu e g o los a n tig u o s ca stillo s m ed io ev ales;
L a s gue rras de las razas, los bandos y la fe ;
L a s v ie ja s abadías y aug u sta s ca ted ra les;
L o s m on jes tac itu rn o s que arrastran sus sayales
P o r los oscuros claustros, con grave y tardo pie.
R ic a r d o s é Ivanhóes, conquistas y torneos,
E r m it a s o lvidadas del m undo en el confín,
M o n jile s aventuras, galantes devaneos,
Ineses y don Juanes, asaltos y trofeos.
L a oscura a stro lo g ía y el g enio de M e r l í n . . . ”
4A 6
H IS TORIA
CRÍTICA
O id le aún en su F lo r de en su eñ o:
“ ¿ A qué causar á la beldad enojos,
A qué i n f e r ir á su h erm osura a gravios,
Si esos o jo s no son para mis ojos,
Si esos labios no son para mis labios?
C á n tela el hombre que con ansia loca,
E n tr e el arm iño de sus brazos preso,
B e b a el alien to de su lin d a boca,
L ib e las m ieles de su dulce beso.
Y o la m iro pasar son rien te y bella.
F ú lg i d o lam po de la noche umbría,
C om o la lin fa que adoró á una estrella,
Y en r e fle ja r su lu z se co m p la cía !
E n tr e los p lie g u e s del c r u g ie n te raso
T ie m b la el en caje en que su pie se esfuma,
Cual si brotaran lirio s á su paso,
O se v is tie r a de im palpable bruma.
A l verla a y e r entre el radiante coro
De cien beldades, ostentar triu n fa n te
De sus h ech iz o s el ducal tesoro,
P ensé en las blondas crisantem as de oro
De una flo res ta m ística y d is tan te .”
L ee d le , por últim o, en La casa d esierta :
" D e la casa solitaria, triste y fría,
B a te el vien to la cerrada celosía,
Q u e escalando trepad oras hiedras van,
Y la reja del balcón es el salterio,
D onde ensaya, de la noche en el m isterio,
Su sonata w ag n erian a el huracán.
C u and o flotan sobre el P lata g rise s brumas,
Y cien naves van rasgando las espumas,
Cual si fueran de la m uerta niña en pos,
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
447
Cada ve la me parece su pañuelo,
Q u e agitán d o se á lo lejos, desde el cielo
Nos en viara su callado y triste adiós!
¿ E n qué calle de la v illa adam antina
Q ue la lum bre de los astros ilu m ina
De sus r ay o s con el v iv id o fu lg o r ,
C u and o tien d en las tin ieblas sus crespones,
R ea pa rece tras los f ú l g i d o s balcones
D el alcázar lum ino so del Señor?
A l l á lejos, donde va g a n b rilla d o res
L o s cometas, cu a 1 erran tes tro vad ores
Q ue rondaran los ca stillo s de lo azul,
C on los o jo s de mi e sp íritu la veo,
Cu al la dulce prom etid a de Rom eo,
E n tr e nubes de flo ta n te y albo t u l. . .
¡ D e la casa solitaria, triste y fría,
Y a no se abren los balcones do solía,
Co m o el astro de la tarde, a p arece r;
N i resuenan en los ló b reg o s salones
De su risa las sonoras vibra cion es
Ni las notas de su piano, com o a y e r!
¡ Y en las noch es tenebrosas, cuando cruje,
De la racha que la azota al rudo em puje,
L a alta torre que sacude el huracán,
B a te el vien to la cerrada celosía,
M od u la n d o la d olien te m elodía
D e las cosas que ya nunca v o l v e r á n ! '’
Es, pues, por su v i g o r y su variedad, por lo co­
rrecto de su ritm o y de su le n g u a je , un poeta que
honra á su musa y á su país, el poeta que supo hallar
los catorce versos de T en ta ció n :
H ISTO R IA CRÍTICA
448
“ ¡N o te acuso, m u je r ! In ju s to fu era
C u lp a r al fu e g o si al arder inflam a,
Y tú te abrasas en tu prop ia llama
Co m o los tro ncos de en cend ida hoguera.
¡ E n tí la fiebre del placer impera
Y á una p erp etu a bacanal te llam a;
F ie b r e que a n tojo s por d oquier derrama
Y al m ism o C r is to co n ta g ia d o h u biera!
A l v e r tu cu erpo que al amor convida,
T u s o jo s que hablan del amante exceso,
T u blanco seno en que el placer anida,
T e m o caer entre tus brazos preso,
Sierp e del M al en E v a c o n v e r tid a . . .
¡ Y diera el alma por tu ard iente b e s o ! ”
G erm án
G arcía
H am ilto n, que hace más de una
década c o lg ó su nido de b o y ero cantor en los verd es
ca ña vera les tucum anos, aunque evoque en a le ja n d r i­
nos los g la u co s te r c io p e lo s del m u sg o que se ex tie n d e
por las escalinatas de E l ja rd ín de V erla in e, o fic ia
en los altares de la diosa que veneraro n L a m a rtin e y
Hugo.
Su laúd no o cu lta las p red ilecc io n e s que le hacen
vib ra r con sonora ard en tía y clara dicción. A s í nos
dice en La musa ro m á n tica :
“ No lia m u erto la rom ántica poesía
Q u e estrem eció los fu e r te s corazones
De nuestros padres, en leja n o día!
Sus d ulces ecos y acordados sones
R esuenan por el mundo todavía.
Com o un rumor de besos y can cio n es!
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
E te r n a m e n te im pera
E n el reino del canto, como otrora,
L a m usa de H u g o , y por la tie rra entera
Se esparce su fu lg o r , como una aurora
Q u e en el cielo del arte r e v e r b e r a !”
Y más adelante, en la m ism a co m p o s ició n :
“ Z o r r i l la y E s p ro n c e d a
Son eternos t a m b i é n ! E l alma hispana, —
R a u d o tu rbió n que por los aires rueda, —
P a s a en sus v e rso s llen o s de armonía,
Im p etu osa y bravia,
Com o una inm ensa tem pestad hum ana!
T o d o es allí pasión, fu e g o , r u g id o ;
E l que en ferm a de amor, ó m ata ó m u ere;
C ada grito, del alma, un a la rid o ;
C a d a beso, un gem ido,
Y hasta la mano que a ca ricia h iere!
V e d á D o n Juan, con el semblante airado,
D e los que y a c e n en la tum ba fr ía
T u r b a n d o el sueño del se p u lcro helado.
A l z a d ! — les dice, con palabra i m p í a , —
Y en vu estro po lv o saciaré de nuevo,
Som bras audaces, la v e n g a n za m í a !
D el im posible y loco desafío
E n la m ism a d em encia inusitada,
H a y no sé qué de g rand e y de b r a v io !
¿Será, tal vez, que el corazón humano,
L le n a la sima de su o bscura nada
C on los d elirio s de su o r g u llo insano?
M a g n í fi c o en su h eroica bizarría,
D e las estatuas entre el y e rto coro,
V a g a don Juan por la ciudad sombría.
Su paso firm e, varon il, sonoro,
2 9.—v i .
449
H IS TO RIA
CRÍTICA
Sobre las losas se p u lcra le s suena
A l lento son de las espuelas de oro.
C u é lg a le al cu ello señorial cadena,
B r i ll a desnuda su taja n te espada,
Y es duro el gesto de su faz m oren a. ..
P o r la celeste cla rid ad plateada,
D e su ch am bergo la flo ta n te pluma,
Con diam antino broche asegurada,
H ech a parece de im palpable bruma,
Y la alta gola que su cu ello oprim e,
E s alba y leve, como flo r de espuma.
Con sin g u la r donaire sosten ida
L a suelta capa de c r u g ie n te seda;
G a lla rd a m en te erg u id a
L a a ltiva fren te de f u l g o r bañada,
Q u e roza el soplo de la brisa leda,
Á D oña Inés, aún m uerta, la enamora,
Y el duro m árm ol de su tum ba helada,
T iem b la, se anima, d e sfa lle c e y l l o r a ! . . .
N o ha m uerto la rom ántica poesía
Q ue estrem eció los fu e r te s corazon es
De nu estros padres, en leja n o día!
En la ca lle ja lú g u b r e y obscura
Q ue de don F é l i x llenan las pisadas,
Cu and o al espectro detener procura,
A ú n hay besos y lances y estocadas!
A ú n vela E l v i r a en la m oruna reja,
Y al amante embozado
D e tien e Inés con amorosa queja,
Cu and o pretende p erse g u ir osado,
E l paso apresurado
De la noctu rn a ronda que se a l e j a ! . . .
De cada prim avera
Se e x tin g u ir á n las aves y las flo r e s ;
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
45i
H u ir á n los sig lo s en v e lo z ca rrera ;
M il n u evos tro va d ores
De nuevas form as se dirán creadores,
Y con g o lp e v io le n to
L a m u erte tra icion era
S u p r im ir á á los hom bres cien to á cie n to ;
P e r o en la tie rra entera,
M ie n tra s ex ista n ju v e n t u d y amores,
P a lp it e un corazón, g im a un lam ento
Ó ensaye un ave su canción primera,
L e v a n ta rá su trono el sentim ien to
Sobre el palacio azul de la quimera,
Y el m undo todo escuchará su a c e n t o ! ”
T a m b ién han escrito, siendo más jó v e n e s que los
que anteceden, a lg u n a s bellas p á g in a s lír ica s P e d r o
E rasm o C a llo rd a , nacido en San José hacia 1880 y
autor de un poema cam poam oriano que se tit u la M arta;
y P a b lo M in e lli G o n zález, nacido en 1883, con p ro ­
fu n d a s ten d en cias á lo novísim o, no siem pre esté tico
en sus co d icia s de o rig in a lid ad , llen o de verlen iasca
d elica d eza y autor de un lib ro que lle v a el feo n o - '
bre de M u je r e s flacas.
L e e d al ú ltim o en A f f i c h e :
“ P a r e c id a á M im í; M im í P in son.
Su s o jo s son dos líneas de carbón ;
su pelo color rojo-oro-salm ón;
cabello parisién (P a r ís-F a sh io n ).
• L a cara toda b la n ca ; en fa rin a d a
como una C o lo m b in a tra sn o ch ad a ;
la nariz provocan te, resp in g a d a ;
la boca es una m ueca ensangrentada.
V i s t e un batón de en cajes verde-m alva,
y su mano derech a lu e n g a y alba
se crispa cual la garra de una fiera.
45 =
H ISTO RIA CRITICA
— U n a ffic h e de P a r ís que alum bra un fo c o !
¿ Q u ié n ha sido el artista? U n pobre loco.
¿ Q u ié n sir v ió de m odelo? U n a q u i m e r a . . . ”
L e e d le en D iá lo g o :
“ V u e s t r o labio colorad o
es un r in có n del In fie r n o .
V u e s t r o cabello em polvad o
es un p a isa je de In viern o .
E s v u e s tro c u e llo e x q u isito
tallo de una flo r de L o to .
V u e s t r o s o jo s in f in ito s
dos carreteras de K io to .
V u e s t r a boca es una m ueca
de risa fun am bu lesca.
V u e s t r a mano de m uñeca
una breve d a d chinesca.
V u e s t r o pie, niño que inquieta,
lo en vid ia ra C e n d r illó n ,
V uestro c o ra z ó n ...
— Poeta!
Y o no ten g o c o r a z ó n . . . ”
L eed le, por últim o, en los endecasílabos de O fre n d a :
“ M atron as g ra ves de cabellos v ie jo s
com o pelu cas de T r ia n o n e s canos,
que en el a rg en to g ris de sus r e fle jo s
rostros de O to ñ o habéis, tibios, lozan os;
M atron as adorables cual madonas
antiguas, de misal v e tu sto y m ís t ic o ;
V e r s a lle sca s , esplén d id a s matronas,
de aristo cracia azul, g esto e u c a rís tic o ;
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
453
M atron as que in spirá is amor y m iedo
con v u estra s am plias fr e n te s aureoladas,
de o jo s cansados que acarician quedo
y labios de sonrisas d esm ayad as;
'
V e n g o á o fren d aro s el ritm ar süave
en fra ses vizco nd esas, cristalinas,
com o el vo la r o lím p ico de un ave,
■
como tenu es sonatas flo ren tin as.
D u q u esita s de pálid os co rp iñ os
que g ua rid a n quim eras in o cen te s;
que en los o jo s lle v á is blanco s cariños
y en los labios pasiones f lo r e c ie n t e s ;
D u q u e s it a s ;— crisantem os de A lm h a n ta ,
que amáis las ruin as de la v i e j a G r e c ia ;
que oráis en la celeste tie rra Santa
y soñáis en la h isté r ica V e n e c ia .
D u qu esitas, — suaves crisantem os
que aprend éis versos y o lv id á is los r ezo s;
que tenéis los bonbones y las yem as
y deseáis los su spiros y los besos.
V e n g o á o fren d a ro s el ritm ar suave
en frases vizco n d esa s, cristalinas,
como el vo la r o lím p ico de un ave,
como tenues sonatas f l o r e n t in a s ! ”
II
Raú l M on te ro B u sta m a n te es un in g en io con m u ­
chas y m u y b rillado ras facetas. C rey en te, em peño­
sísimo, afanoso de gloria, m u y puro de costumbres,
de p a tricia prosapia y m odesto en lo am plio de su
saber, sube á fu e r z a de alas hacia la cim a de que
su rge n las fu en te s lim pias y m u sica les del H elicó n.
454
H IS TO RIA
CRITICA
E s ele g ia co y épico. R im ó cla sicid a d es y d eca d en ­
cias. Su musa se e n vu elve con la m ism a e le g a n cia en
el español fe r r e r u e lo del octosíla bo y en la am p litu d
m u nd ial de las estro fa s a lejand rin as. — Su prosa es
m edular, nun ca atormentada, ni e x c e s iv a en tropos
ni a varien ta en luces. — Si o fi c i a de crítico , siendo
m u y seguro, peca de in d u lg e n te por bondad de ánim o
y tem or al yerro. — A s í se hace querer por la sin c e ­
ridad, ecuánim e y tranquila, con que se ocupa de
nu estros autores y de nu estros libros. E s claro que no
todos le atraen con la m ism a fu e r z a ; pero en tod os h a ­
lla su ju s to d is cern im ien to a lg u n a nota d ig n a de e n co ­
mio ó recom endación. E s t a suavidad de criterio , b en e­
fic io s a por el estím u lo que va sembrando entre los que
se inician, la tu v o también, á pesar de su ilu strada
y dom inadora personalidad, don Juan M aría G u tiérrez .
M on te ro B u sta m a n te es h ijo de la ciu dad de M o n ­
tevideo. Creo, no e s to y seguro, que nació hacia 1877.
H a d ir ig id o y ha redactado la R ev ista L itera ria y la
V id a M oderna. F u é, no hace m ucho tiem po, co rr e s­
ponsal de La P ren sa de B u e n o s A ir e s . E n 1905 dió á
lu z un libro vo lum in o so, popular, m u y útil, que no
m orirá y que llev a por títu lo E l Parnaso O rien ta l.
Si en sus co rresp o n d en cia s se ocupó de política, de
h isto ria y de arte con d iscreció n eru d ita y honrada,
en las notas c r ític o - b io g r á fic a s de su libro antológico, reseñó los o ríg e n e s y el d esen v o lv im ie n to de
nuestra litera tu ra po ética sin sectarism os y sin e s tr e ­
checes, como aquél que sabe que no necesita, para
brilla r y para subir, m erm arles lu c id e z ó robarles
plu m ones á los ajen o s númenes. H a llo en el p rólo go
de E l Parnaso O r ien ta l:
“ L a poesía po pu lar fué la prim era form a o rig in a l
que halló el alma criolla para ex presar sus anhelos.
L a musa errante nació en los prim eros v a g id o s de
DE LA LITE R ATU R A URUGUAYA
455
la R ev o lu ció n . L a t ía y a en el alma bravia del gaucho,
y el aborigen habíala p resen tido en la silen ciosa m e ­
lan co lía que devoró á aquella raza form ad a de m is ­
terio, que cru zó sobre nu estros campos, v iv ió en n u es­
tros bosques y m urió en silencio.
E l génesis de la poesía po pu lar del U r u g u a y es
c o m p le jo ; se pierde en el m isterio del trasbase de las
razas; venía y a en la san gre española, donde el moro
la in o c u ló ; allá v iv e aún en los cantares plañideros
del m edio d ía; aquí germ inaba y a en el alma huraña
del indio u r u g u a y o ; el a frican o la tra jo en germ en
de sus tribus.
E l ga u ch o, que fu é el p rod u cto c a racterístico de la
conquista, le dió vida. E n su alma dual y sacu d ida por
los instin to s co n g é n ito s á tres razas igu a lm en te f u e r ­
tes, obró á m anera de reactiv o la naturaleza, d esp e r­
tando los h id a lg o s ensueños de la raza española, las
p r o fu n d a s n o sta lgia s de los h ijo s del trópico, a rran­
cados v io len tam en te á sus selvas a frican as y la tétrica
m elan co lía im perante entre esas masas de bárbaros,
sin cántico s ni ju e g o s, ensim ism ados en un silen cio
que sólo se rompe para em itir b revem ente sus o p i­
niones en las asambleas deliberantes, y para darse la
palabra de orden fr e n te al enem igo.
L a soledad del desierto, las larg as
bajo la bóveda estrellada, el silen cio
hablaron á a quella alma con elocu e n te
los instin to s co n g é n ito s flo re c ie ro n
noches pasadas
de los campos,
len g u aje. T o d o s
fa v o r e cid o s por
la n a tu ra leza ; el silencio, la soledad y la inm ensidad
del desierto avivaron, en el hombre aquel, el instinto
sobrehum ano de libertad del sa lv a je ; el canto de los
pájaros, el m u rm u llo de los ríos, los soles ardientes
y las noches tranq uilas hablaron al alma castellana
y en gen dra ro n los ensueños rudos y ásperos de la
p rim era tro va americana. L a gu e rra hizo lo dem ás;
456
H ISTO RIA CRÍTICA
el combate, el cam pam ento, la v id a errante, el sueño
de libertad, todo ca yó en el caos del alma del gaucho
y reven tó en sus labios en una e x p lo s ió n rítm ica de
palabras y r u d o s afectos.
A q u é l era el fen óm en o natural y ló g ic o que se g e ­
neraba en lo p r o fu n d o del alma m ater nacional, donde
se incuba ú le n cio sa m en te y sin la co n cien cia de su
prop io destino, la personalidad, la en tidad de la nación
de A r t i g a s . ”
H a llo en el m ism o p r ó lo g o :
“ E l m om ento actual es de descon cierto. L o s poetas
se agru pan ó se repelen. L a s in flu e n c ia s de la l it e ­
ratura fra n ces a contem poránea han p r o d u cid o el disloca m ien to y el caos.
De un lado la tra d ició n rom ántica m an tiene u nid os
á una p lé y a d e de coloristas, que aún se desvanecen
ante las m etáfo ra s de H u g o y no desdeñan el m a r ti­
llazo de la o ctava real.
P a p in i y Zas, d is cíp u lo de S a lva d o r Rueda, es el
represen tan te g enu ino de ese gru po . P o e ta de im a­
g in a c ió n ard iente y exaltada, ha co n s e g u id o a g ru p ar
á su a lred ed or á una p lé y a d e de brilla n tes rimadores.
Su nombre ha sido, en más de una ocasión, una ban­
dera.
F re n te á esa tend en cia tra d icio n a lista, se alzan los
in flu id o s por las co rrien tes de la d ecaden cia m oderna,
a gru p ad o s en pequeñas ca p illa s lite r a ria s ; artistas e x ­
quisitos, cu ltiv a d o r e s de un arte m ó rb id o ; almas su ­
tile s y c o m p le ja s; tem peram en tos raros y fu n am b u ­
lescos, prontos siem pre á vibrar, ante un verso de
B a u d ela ire, de V e r la in e , de V erh a eren , de M allarm é.
de Rodem bach, ó de cu a lq u ier poeta trashum ante de
la últim a hornada m odernista.
J u lio H errera y R e is s ig en su T o rre de lo s P a n o ­
ramas, co n sistorio secreto donde se reúnen los d is­
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
457
cíp u lo s de este nuevo Sar P eladan, presid e un g ru p o
de poetas adm irad ores de Sam ain y de B a u d ela ire, que
y a se ex tasian y se arroban ante las blancas in g e n u i­
dades del autor de A u x F la n es du vase, ó vib ra n y
se estrem ecen ante la aspereza sensual de B a u d ela ire,
ó las g ra n d es m elan co lías crista liza d a s de Rodem bach. A l l í tiene en trada todo lo raro, todo lo ex ó tico ,
todo lo snob, en una palabra.
H a y otro g ru p o in flu e n cia d o por L u g o n e s , el poeta
a rg e n tin o ; otro que m an tiene la ten d en cia h o y casi
olv id a d a de H e i n e ; ex isten los d escen d ien tes de la
lír ica italian a m od ern a p resid id o s por E m ilio F ru goni, el po eta más co rr e c to de la actual generación , y
por sobre todas estas sectas están los solitarios, las
almas inquietas y o rg u llo sa s que se sienten rechazadas
por el m ed io ambiente.
E l m om ento actual es de c o n fu s ió n y descon cierto.
L o s poetas erran al azar de la em oción personal. M aría
E u g e n i a V a z F erreira , encarna el es p íritu nórdico, la
v id a interior, sentim en tal é in ten sa ; Ju lio H errera y
R e is sig , p resien te en sus versos ex tra o rd in a rio s la
aparició n de un estrem ecim ien to n u e v o ; A r m a n d o
V a s s e u r ha hallado una cu erda épica en su lira sen­
t im e n ta l; E m i li o F r u g o n i realiza una fo rm a de arte
noble y seren o; pero entre ellos fa lta sin duda el
poeta de la síntesis, que como Z o r r illa de San M artín
en 1886, en cu entre el acorde ú nico que en cierre todas
esas notas d ispersas; las ansiedades, los anhelos, los
va g o s estados de alma que form an este p r in c ip io de
sig lo preñado de inquietud, de ensueño y de quim era.”
M on te ro B u stam an te, c u y a fa cilid a d se adapta á
todas las variad as especies del decir literario , también
c u ltiv a el cuento. P o r co n v en ir á los gustos del h o y,
transcribo el fin al de E l caso d el p ro feso r K rause.
“ E l d octo r K rau se fué hallado en su laboratorio,
45»
H ISTO R IA CRÍTICA
ten d ido sobre el pavim ento. Sobre la mesa de e x p e r i ­
m enta ción una p oderosa bobina de inducción , a c c i o ­
nada por una batería, prod u cía con el in terru p to r un
rum or sordo y continuo. E l p r o fe so r conservaba en
la mano izq u ierd a uno de los r eó fo ro s del carrete, el
otro se halló a plicad o á un pequeño v o ltá m etro lleno
de un líq u id o dorado, sem ejante á la so lu ció n de b i­
crom ato. E n el brazo derech o hallóse una p ro fu n d a
in cis ió n y una a rteria picada por donde, sin duda,
había escapado la sangre, pues no quedaba una gota
de ella en el cadáver.
M u c h as horas después de estar r íg i d o y frío, el
corazón se co ntraía y se a d v irtió con sorpresa que
las pu pila s del cadáver eran sensibles á la acción de la
lu z y que en los m ú scu los de las ex tre m id a d es p e r ­
sistían pequeñas co n tracc io n es nerviosas.
Se a tr ib u y ó la ca tá s tro fe á un d escu id o del p ro feso r
que sin qu erer cerró con su cu erpo el circu ito , y se
dió por causa de la fa lta de san gre en el cadáver, uno
de esos raros fen ó m en o s p ro d u cid o s por la e l e c t r i ­
cidad á altas tension es que nadie ha e x p lic a d o todavía.
P o r lo demás, m uchas g en tes de X . . .
se alegraro n
de que aquel hombre que no tem ía á D io s hubiera
desaparecido, y costó trabajo que le dieran sep u ltu ra
cristiana.
A q u e lla noche nos hallábam os reu n ido s en el d or­
m ito rio todos los del ú ltim o curso. H acía dos días
que habíamos enterrado al profesor. H ablábam os de
e s p iritism o y cada uno narraba los casos en que le
había tocado actuar. Zacarías, un jo v e n c it o fla co y
d esgarbado acababa de contar una h isto ria t e r ro rífic a ,
cuando percibim os un g o lp e c ito dado en los cristales
de la ventana, como si una mano llam ara desde afuera.
N os m ira m os; estábamos pálid os y en todos se no­
taba esa tre p id a ció n nerviosa que produce la narra­
DE LA LIT E RATU RA U RUG U AYA
459
ción de hechos sobrenaturales. Sentíam os el m iedo no
co nfesado que d ilata las p u p ila s y hace tem blar in v o ­
lun tariam en te las manos.
P erm a n e cim o s m udos y suspensos. U n cr u jid o que
ve n ía de afuera, tal vez del corredor, nos hizo e s tr e ­
mecer. L u e g o oím os distin tam en te un suspiro. E l gran
reloj de p én du lo dió pausadam ente doce campanadas.
— ¿ Q u ié n
anda ahí? — p reg u n tó uno. N a d ie res­
pondió.
— V a m o s — d ijo Z a ca ría s inco rporánd ose y salimos
afuera. E l larg o co rred o r estaba oscuro. E l eco d e v o l­
vió el ruido de nu estros pasos. L a soled ad y el silen cio
prod u cían en nuestros oídos ese zu m b id o sem ejante
al ruid o del mar.
A l p r in c ip io esperam os tiritan do. E l co rred o r pa­
recía un pozo de silencio. N o percibíam os ruido alg u n o
y sin em bargo estábamos so b reco g id o s y todos es p e­
rábamos alg o sobrenatural.
E l relo j del gabin ete dió el cuarto. O ím o s un suspiro
p ro lo n g ad o y triste. E sp era m o s ansio so s; nuevam en te
dejóse oir el suspiro, más próxim o, y aterrados, a p re ­
tados contra la pared, castañeteando los dientes, v i ­
mos avanzar por el co rred o r una sombra en vu elta en
un v a g o respla n d or sideral. E l fantasm a se detuvo,
su spiró otra vez casi co n v u lsiv am en te, y vo lvién d o se
penetró en el laboratorio. E l corred or v o lv ió á quedar
n egro como un p o zo ; solo de la pu erta abierta del
laboratorio brotaba una cla rid ad difusa.
— V a m o s — m urm uró Zacarías, y todos avanzamos,
hasta lle g a r á la puerta. E l p ro feso r se hallaba allí, de
pie ante la mesa de experim entos. E l laboratorio es­
taba á oscuras y sin em bargo, todos veíam os al p ro ­
fesor. Su rostro tenía el color del m a r fil viejo , sus
manos a fila d as parecían de cera; un halo lum inoso
e n vo lv ía su cuerpo. Sus manos sostenían una pequeña
H ISTO R IA CRITICA
460
redom a llen a de un líq uid o r o jo que brillaba como
un rubí. E l p r o fe so r a p ro x im ó á sus labios y apuró
el conten id o. A m ed id a que bebía, el respla n d or se
hacía más v a g o ; el halo que rodeaba al fantasm a se
e x t in g u ió .
— ¡ M aestro ! — g ritó Zacarías. E l re lo j dió la una.
E n c e n d im o s lu z y no había nadie. R e g istr a m o s los
rincones, reco rrim o s el e d ific io y revisam os los c e ­
r ro jo s de pu erta s y ventan as sin resultado. A las tres
estábamos en las cam arillas.
L o demás, todos lo saben. L a prensa se h izo eco
de la e x tra ñ a desaparició n del cadáver del p ro feso r
K rau se. E l nich o se en con tró abierto, el ataúd vacío
y la tapa saltada.
M u c h as gen tes del lu g a r vie r o n en ese h echo un
c a stigo divino, otras sim plem ente una p ro fan ac ió n sa­
c r i le g a ; sólo nosotros, dudam os todavía, si aquel fa n ­
tasma fu e una a lu cin ació n c o le c tiv a p rovocad a por
el terror, ó la realid ad de un e x tra ñ o fenóm eno, cu y o
recu erdo no o lv id a re m o s jam ás.”
H ablem o s del poeta.
Si la belleza, como creían los p lató n ico s y los e s ­
colásticos, es una p rop iedad de las cosas que nos hace
amarlas por el placer es p iritu a l que nos producen ,
bellas son las rim as de que v o y á ocuparm e, pues á
amor nos m ueven por el jú b ilo esté tico que nos oca­
sionan. Su musa íntima, su musa elegiaca, tanto por
la esencia como por la factu ra, tiene aquel m elan có ­
lico é in d e fin ib le encanto con que nos h ech izó la
musa de B ecqu e r.
T o m o de E l L ib r o T r is te :
“ L le g a r o n los frailes
V e s t id o s de negro,
L a g en te enlutada
F u é llenando el tem p lo :
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
A m i g o s y extraños,
P a r ie n te s y deudos,
Y entre todos tan sólo fa lta ba
L a n o via del m uerto.
R ezó se un rosario,
L u e g o un fr a ile v ie jo
P r o n u n c ió un responso
Y b e n d ijo el cuerpo.
P a r ie n te s y am ig os
B e s a r o n al m uerto,
Y en el v ie jo portal de la ig le s ia
D e sp id ió se el duelo.
A l fin quedó solo
T e n d i d o en el féretro,
A lu m b r a d o apenas
P o r la lu z del t e m p lo :
L a s manos cruzadas,
E l sem blante yerto .
Y errando en los labios crispad os y frío s
U n d olor supremo.
L a s v ie ja s im ágenes
M iraban al m uerto
Y entre sí cambiaban
C o m p asivo s gestos.
E n los ventan ales
So llo zaba el viento,
Y el horror de la noche flo ta b a
E n torno del féretro.
C u and o tú lleg a ste
A reza r al tem plo
L a mañana aquella
D e sp u és del entierro,
461
462
H IS TO RIA
CRÍTICA
Y o vi á las im ágenes
L lo r a r en silencio,
Y m ira rte postrada de h in o jo s
Con hondo d esp recio .”
E s e mism o encanto m elan có lico é in d efin ib le, con
que tra d uce las cosas de su yo, lo v ie r te de igu al
m odo sobre las cosas que sus o jo s ven. L e e d le en
los am p lios cu artetos de La Catedral.
"U na iglesia toda llena de negra melancolía,
La luz de una tarde triste en los altos ventanales;
Los monjes en sus sitíales
Con las frentes inclinadas, rezan una letanía.
Stabat mater, y el coro desgarra el silencio hondo,
Se eleva como un gemido sobre la nave desierta,
Y la lamparilla incierta
Alumbra apenas el Cristo que se desangra en el fondo.
En los góticos altares cuelgan los negros faroles,
De las claves de los arcos están los cirios pendientes;
Como fantasmas dolientes
Se agrupan dentro del coro los tallados facistoles.
Stabat mater, y el viento que penetra por la ojiva
Llora en la bóveda incierta, corre por los arquitrabes,
Se desliza por las naves
Y hace parpadear la llama de la lámpara votiva.
Stabat mater, las voces cantan, lloran ó se quejan,
Las confusas resonancias van callando temerosas,
Los perfiles de las cosas
Se borran y se deslíen como sombras que se alejan.
Termina el coro, los monjes están todos de rodillas,
Muere la luz tristemente en los azules vitrales,
Las estampas medioevales
Lanzan lúgubres sollozos que surgen de las capillas.
En los largos corredores se oye el rumor del rosario,
Los monjes van por los claustros como muda caravana,
Y el llanto de la campana
Se desgrana por el campo desde el alto campanario.
DE LA LIT E RATU RA URUG U AYA
463
Los muertos en los sarcófagos duermen su sueño ancestral,
En los nichos las imágenes han doblado la cabeza,
Y diez siglos de tristeza
Envuelve el sueño de piedra de la vieja catedral.”
E s e eleg iaco , como y a dije, es tam bién un épico.
H a y en sus odas aquel desorden de cascada que se
despeña que h a lla réis en las odas del heleno P ín d aro.
Su canto á L a v a lle ja , leído por su autor en la ciudad
de M inas, fué prem iado con m ed alla de oro en el
co n cu rso litera rio que se celebró el 15 de Septiem bre
de 1902.
O íd le . Se asem eja á un re su r g im ie n to de la ju v e n tu d
de Juan Z o r r illa de San M a r t ín :
“ G ig a n te sc a v is ió n que te d etien es:
E n mis trém u las manos
T e n g o un verd e laurel para o fren d arte
Y ceñir á tus sienes,
Y una lira de lu z para ca n ta rte!
¡ T e alejas otra v e z ! Son tus v isio n es
Q u e se van en tro pel d esespera do :
¡L a n za s , sangre, banderas, m ald icion es,
C arg as, ayes, clarines y cañones.
L a D errota, la M u e rte y la V ic t o r ia ,
In fo rm e s procesiones
Q ue cru zan sobre el cielo y que se pierden
E n tr e nubes de pó lv ora y de g lo r ia !
A l l á va, co n fu n d id a
E n tr e el tro pel de tr á g ic o s recuerdos,
L a sombra de la patria
P o r todas sus v ic to ria s escoltada,
P o r todos sus m artirio s redim ida,
P o r todos sus t ro fe o s circu id a
Y por todos sus héroes custodiada.
¡ A r ti g a s , L a v a lle ja ,
R ivera, con su indóm ito gau ch aje,
464
H ISTO R IA CRÍTICA
T o d a s las g lo r ia s de la patria v i e j a
C o m o un turbió n de in sp ira ció n s a lv a je !
L a v ic t o r ia p rim era
E n g lo r ia y n e gra in g ra titu d manchada,
L a le y e n d a t riu n fa l del año trece,
L a tric o lo r bandera
Q u e es un lam po de lu z que respland ece
Sobre el v i e j o arenal de la A g r a c i a d a . ”
S ig á m o sle aún en el v u elo co nd ó reo de sus v is io n e s:
“ A l l á en el A r e n a l . . . l e j o s . . . m u y lejo s
T r a s los cerros a ltivos,
J u n to al río que canta y rumorea,
A ú n el recu erd o flota,
A ú n p a lp ita la esencia de su idea,
A ú n se escu ch a su acento
C om o el q u e jid o de una lir a rota.
M i r a d . . . m i r a d . . . el vien to
T r a e en sus alas, v ia ja d o r cansado,
E l leja n o rum o r de esa rib era :
¡ A s p i r a d el recu erd o del pasado,
S e n tid en vu estra s fr e n te s
L a ca ric ia tr iu n f a l de su bandera!
M ira d cómo d e sfila
A l pie del m onum ento,
E s a v is ió n que v iv e en mi p u p ila :
A l fren te va el guerrero,
¡ A q u é l de S a r a n d í ! . . . pueblo, co ntem pla
Su silu eta de l u z . . . tra n s fig u r a d o ,
E r g u i d o en los estribos se in co rpora :
¡ E s la visió n g lo rio sa del pasado!
B r i ll a sobre su fren te
T o d a una libertad, toda una aurora,
T o d o un sacro poema sobrehumano,
Y está en sus labios el vibrante g r i t o :
¡C a r a b in a á la espalda y sable en m a n o !”
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
L e e d ahora un fr a g m e n to de su canto A rtig a s.
“ ¡ A r t i g a s y a se fu é ! ¡ Y a está m u y le jo s !
N o v o lv e r á el ca u d illo leg e n d a rio
Á pisar tus riberas, p a tria mía,
E s p e ra r á s en vano
Ju nto al ara sin fu e g o de tus g lo ria s
L a v u e lt a del g u e r r e r o . . .
¡ Y a se fu é para siem p re!
¡ S u es trella se a p a g ó ! . . .
S ó lo en la noche
Sobre el cam po dorm ido
Se o y e un la r g o g e m i d o . . .
E s el sueño de A r t i g a s
Q u e h u é r fa n o pasea la llanu ra
Y sobre el río de la pa tria flota,
E s el alm a del ú ltim o g u e rrero
Q u e pasa cabalgand o en el pam pero
E n v u e l t a en el d olor de su derrota.
¡ T a c u a r e m b ó ! . . . Y el eco m oribu nd o
A l sacu d ir los him n os o lv ida do s
L a s h isto ria s sin nombre,
G iron es de recu erd o s en lu tad o s:
L a s sombras que en las alm as descendían,
A l e g r í a s inm ensas que callaban,
E s p e ra n za s sin lu z que sucum bían,
R e s p la n d o r e s de g lo r ia que m orían
Y ensueños que en la noche n a u fr a g a b a n !
¡ T a c u a r e m b ó ! . . . S e p u lc r o de la gloria,
Ú lt im o e s fu e r z o del va lo r vencid o,
T é r m i n o de la lucha,
S o llo z o acerbo de la patria h isto ria
Q u e aún á través del tiem p o
Sobre los cam pos sin cesar se escucha.
A l l í dobló r u g ie n d o la rodilla,
30 vi.
465
466
H IST O R IA CRÍTICA
¡ A l l í ca y ó la raza!
A l l í dobló r u g ie n d o la rod illa,
C a y ó la m on ton era
Y tiñ o con su sangre la cu ch illa .
Se desplom ó en silen cio
Sin lan zar una queja
Sobre el sudario de la noche a c ia g a ;
¡ F u é una es trella de fu e g o que se a leja
Ó un in ce n d io de g lo r ia que se a p ag a !
L a ah ogó la lib erta d entre sus brazos,
M u rió , al nacer la pa tria americana,
L a en con tró h ech a ped azos
L a deslu m brante lu z de la mañana.
L o s cu ervo s una noche
A g it a r o n sus alas de tin iebla
E n su fr e n te bravia,
Y la en con tró la lu z del nu evo día
Q u e brilló sobre el suelo am ericano
¡ M u e r t a ! pero altanera,
T i r a d a sobre el llano,
¡ E n v u e l t a en un g iró n de su b a n d e r a !”
L a s in co rre ccion es, las casi in co h eren c ia s de l o s
tra zo s épicos que anteceden, son h ija s del d esorden
p in d á rico á que me referí. L a s h allaréis, del m is m o
modo que en nu estro poeta, en Q u in ta n a y O lm ed o.
L a unid ad del asunto y el e s fo rz a d o estilo, lo a rd o ­
roso de las im ág en es y lo fr e c u e n te de las e v o c a c io ­
nes, los cu a tro a trib u to s de más im portan cia en la
oda h eroica y en el canto triu n fa l, se en cu entran y
b rilla n en los h im nos pin d á rico s que ha com puesto la
musa, ceñ ida de m irto y orlada de roble, del se ñ o r
Raúl M o n te ro B u stam an te.
T a m b ié n han escrito versos que m erecen ser re co r ­
dados por su novedad, Ju stin o G im én e z de A r é c h a g a ,
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
467
César M ira n d a y m u y especia lm en te T o r ib io V i d a l
B elo , un adorador sin cero y d ie strísim o del modo de
rim ar de D a r ío y V e r la in e .
L e e d L o s paquiderm os de C ésar M iranda, autor del
lib ro que se titu la L eta n ía s sim bólicas.
“ Van por la ruta amarilla los paquidermos antiguos;
siniestramente resuenan sus pasos; en los contiguos
palmares los grandes monos ejecutan sus piruetas,
y en los lagos cristalinos cantan los cisnes poetas.
Van los tardos paquidermos hollando la arena fina
con sus pies; y sus colmillos, de una blancura de harina,
penden; sus enormes trompas van olfateando el suelo;
y sus ojos diminutos, por puntos miran el cíelo.
Van los grises paquidermos en dirección á la fuente,
a bañar sus cuerpos. Van caminando lentamente....
El más viejo, que es el guía, se detiene; con su trompa
hace un signo cabalístico en los aíres: una pompa
índostáníca. — Los otros lo imitan, y nuevamente
mueven sus patas de plomo, tan automáticamente
que parecen maquinarias inverosímiles.
Todos
se apuran; las trompas ya no olfatean el.camino,
y vagan al descuido en los aíres de mil modos
distintos. — Allí, á dos pasos, el sendero cristalino
corre. Las trompas se agitan como siniestras medusas.
Los monstruos saltan alegres; y la Fuente de las Musas,—
asi se llama, — tiembla. — Sus patas los elefantes
hunden en la clara linfa, que despierta. No como antes
es transparente; los lodos, que en el fondo dormitaban,
la han vuelto sucia; los cielos, que sus ondas reflejaban
en las tardes amarillas y en las mañanas violetas,
en los crepúsculos lilas y en las noches incompletas,
no se mirarán en ella. Los elefantes nocivos
siguen saltando; parecen, más bien que elefantes, chivos!...
Por la gran ruta amarilla los paquidermos antiguos
vuelven; resuenan sus pasos pesados; en los contiguos
palmares los grandes monos ejecutan sus piruetas;
y en los lagos cristalinos ya no cantan los poetas.../*
468
H ISTO R IA CRÍTICA
T o r ib io V i d a l B e lo , que ha rim ado m u y poco á j u z ­
gar por lo poco que da á la prensa, rim a con p e r f e c ­
ció n e x ó tic a y r e fin a d a los j o y e l e s que pule con su
a gu d o cin c el de pu nta de diamante, h echo para a d o r ­
nar con e x tra ñ o s d ib u jo s g ó tic a s vid riería s. L e e d las
asonancias de su P o n tific a l.
“ ¡R e p iq u e te a n los seis cam panarios
el Ca rn a va l de sus pascuas flo rid a s !
P alm a s de o liv o s de paz y orquídeas,
iris de amor de los pétalo s lilas
de los n en ú fa res, tejen los r egio s
so b rep ellices del A r c a de A s i r i a —
A m a r i l le a el m a r fil del reliev e
en los estu co s de esm alte y de m ica
del tab ern áculo santo. — ¡ L a s rosas
san gran su san gre en las copas p u lid a s!
C o ro de vo ces de bocas a n g é lic a s
pule el cristal de las raras a n tífo n a s
y en los arm onios y en los vio lo n c e lo s
las a le lu y a s a leg ran sus risas —
V a n entre estolas y capas p lu v ia les
las eleg id a s de reino, las ricas
cajas de sándalo y palo de rosa
donde M o r c a z y P le s s y s se confirm an.
C a rlo s M o r ice y R e g u i e r bajo el palio,
de raso persa y de sedas egipcias,
son la m a g n íf ic a flo r de ho lo cau sto
sa c r ific a d a á la D io sa H arm on ía —
V i s t e la veste talar ded a có lito
y orla de m irtos su clá sica lira,
L e C o rd o n n el, el h istérico loco,
¡eb rio d iv in o en la r oja v e n d im ia !
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
469
Sobre el coral y el rub í de las naves,
pintan sus sím bolos los sim bolistas
y el bello H e re d ia cin c ela su h eráld ica
d ecadentista.
B a ila n en rue d a las rubias bacantes;
saltan los sá tiro s; rim an las lir a s ;
suenan los seis cam panarios sus k y ries ,
y arde el altar b a jo el sol de las m itras
C in c e la d o r de los íd o los nuevos
el Gran V e r l a i n e v e r s i f i c a su epístola,
y en el m isal de sus F ie sta s G alantes
reza el P r o f e t a sus cien p rofecías.
L a ora de orar da el relo j del apóstol,
la hora de orar la oración p o n t i f i c i a ;
y la in icia l p roc esió n de n o v ic io s
canta el r itu a l de la azu l letanía.
M osca s de lu z de b en ju í y cinam om o
zu m ban los g ir o s que el verso acaricia,
y en el v id r ia l o jiv a l de las cú pu las
beben la m iel de las m ísticas misas.
L le n a s de incien so se besan las bocas
que las m odernas parábolas riman,
bajo las naves del g r ie g o cen áculo
donde se o fr e ce n las santas prim icias.
Sobre el altar de m osaico de m árm ol
queda un tr iu n f a l f l o r i l e g i o de ninfas,
¡ecos del salmo del L ib r o E v a n g é l i c o !
¡a n u n ciació n de los nuevos M e s í a s !”
¿ P o r qué no d ecirlo ? L a a m p litu d de los pareados
y el modo de d is trib u ir las pausas nos dan la im p re­
sión de la m archa pesada y lenta de los elefantes, que
o lfa tea n y cruzan el suelo de la India, en lo s b o r ­
47o
H IST O R IA CRÍTICA
dones del señor C ésar M irand a. D e l m ism o modo el
ritm o no v u l g a r y la se lección del vo ca b u la rio tr a d u ­
cen bien las ex tra ñ e za s y e x q u is ite c e s de lo sim bólico
en los bo rd o n es del señor T o r i b i o V i d a l B elo .
E s to es i n d is c u t ib le ; pero á m í me parece que esas
dos m usas e x t e r io r iz a n sensaciones más que s e n ti­
m ien to s y que esos dos laú d es suenan con más a r t i f i c i o
que arte, no sien do ese el verbo con que se enam oran
A p o l o y E r ato , cu and o el sol de las p u estas d ice su
adiós de lu z á las olas m ed iterrán eas, que c r u za el
d a ctiló p te r o vo lad o r, en los risco s co steros de la chiprense P a fo s .
H a n es crito igu a lm en te, a p ro x im á n d o se al d ecá lo g o
de lo nuevo, e s tro fa s de amores, en que h a y baronesas
de labios p u r p ú r e o s y p rin ces ita s de o jo s azules, Ju lio
L e r e n a Ju an icó y A s d r ú b a l E . D e lg a d o . L e e d del p r i ­
m ero L a partida de a jed rez.
“ — ¡ A n d a d p r e sto ! ¿qué os detien e?
— Baron esa, v u es tro ju e g o
presta estím u lo á mi a v a n c e . . . os d o y j a q u e . . .
¡ Q u é descuido,
me vencéis, m arqués!
— N o tal, pero escuchad, os lo r u e g o !
quiero hablaros, a lle g a d á mi labio v u es tro o í d o . . .
S o is sutil, aunque ind iscreto. —
— P erd o na dm e, mi pasión
hacia v o s . . . mas nos v ig ila n , a c e r c a o s . . .
— ¡A h traición !”
H e notado, no sin asombro, que la musa novísim a
tiene la obsesión, la perp etu a obsesión de lo que no
es nuevo. A m a á las grisetas, com o P a u l de K o c k , y
viv e á lo noble, espian do como se em po lva las p in ta ­
das m e jilla s el hueco co qu etism o de la D u b a rry .
P aréce m e á mí que en el vaso nuevo debiera po­
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
47i
nerse algún nuevo perfume. ¿Á qué se debe la contra­
dicción que noto entre la esencia y la factura? A qué
lo artificioso de la factura pocas veces se presta para
los himnos que piden las ciclópeas batallas del hoy
La época en que vivimos es de virilidades, mira hacia
lo que viene y no hacia lo que fué, conoce que la
histeria es una enfermedad y no un embrujamiento,
prefiriendo á lo aristocrático de las palabras lo ple­
beyo de la copla igualitaria y ruda de los talleres.
Narciso no nos place, y el numen decadente tee ase­
meja á Narciso. Vive extasiado en la contemplación
egoísta é inútil de su hermosura, sin ver ó querer
ver que la piqueta de lo presente se goza cuando cae
sobre los Trianones.
Narciso es muy hermoso, pero no tiene sexo. Erato
y Narciso no pueden infantar. Apolo es la luz, el
sol, la claridad, lo que fecunda, la fuente de la vida,
y por eso Erato, que desprecia á Narciso, se abandona
á las ardientes caricias de Apolo, cuando el sol de la
tarde tiñe de carmín los riscos de la costa del mar
de Pafos, del mar de Chipre, ¡ del mar en que rodó,
acordada y vibrante, la lira de Homero!
III
A r m a n d o V í c t o r R o x lo y M ir a lle s nació en M o n te ­
video, en la calle E j i d o , el 5 de S e p tiem b re de 1884.
F u e r o n sus padres don José R o x lo y doña Carm en
M ir a lle s de R o x lo , los dos h ijo s de E s p a ñ a y los dos
h ijo s de Cataluña.
E l prim ero sig u ió y term in ó la carrera de piloto
en la E s c u e la N a va l de B a rc elo n a, via ja n d o después
por las A n t i l la s y por N o r te A m é r ic a . L le g a d o á
M o n te v id e o en 1859, casóse allí, dedicán dose al co ­
472
H IST O R IA CRÍTICA
m ercio y a rra ig á n d o se con hondas raíces en la pa tria
donde nació y creció A r m a n d o V í c t o r R o x lo .
R ev e s e s de fo r tu n a llev a ro n á los padres de éste á
la A r g e n t in a , siem pre h o sp itala ria y g enero sa para
los míos, que duerm en allí el sueño de la tierra, el
sueño de la nada, el sueño del sepulcro.
A r m a n d o V í c t o r estu d ió en el co le g io de G u id o y
Spano. E n tr ó á fo rm a r parte de la L e g a c i ó n O r ie n ta l
en 1902, siendo p resid en te don Juan L i n d o l f o C u e s ­
tas, cu y a m a g istr a tu ra no supo de trapo s y sí de b a n ­
deras, á ped ido y so licitu d del d octo r G erm án Roosen.
F u é d estitu id o , por hallarse no j u s t if ic a d o su n o m ­
bram iento, en la prim era de las semanas de la p rim era
de las presid en c ia s del señor B a tlle , sien do m in istr o
de R e la cio n e s E x t e r i o r e s el d octo r Rom eu.
C reo inútil d ecir que A r m a n d o V í c t o r R o x lo fu é
nacionalista. L o fu e r o n sus padres, y o siem pre lo seré,
y lo son tod os los que llev a n mi a p ellid o patern o ó
m aterno.— L a lealtad es una nobleza,— decía mi padre.
A r m a n d o V í c t o r fu é rep ó rter de L a R a zón de B u e ­
nos A i r e s en 1906. T a m b ié n en 1906 a ctuó de em pleado
en la M u n ic ip a lid a d de la C a pita l de la R ep ú b lica
A r g e n t in a .
D e sd e 1906 hasta 1912 tu v o á su ca rgo la secretaría
de la redacció n de L a R a zón de San F ern a n d o , estando
em pleado, durante ese tiem po, en la M u n ic ip a lid a d y
en el R e g i s t r o C iv il de la m ism a ciudad.
M u r ió en E n e r o de 1912 bañándose en la p la y a de
San F ernand o.
E n San F ern a n d o duerme, en un se p u lcro lin d e ro
al se p u lcro donde descansa doña C arm en M ir a lle s de
R o x lo .
T ra n sc rib o , sin co m entario s de n in gu n a clase, un
pequeño m an ojo de sus jó v e n e s poesías.
L e e d la titu lad a C arnavalesca:
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
I
“ Japonesa que en cierras de mi pasado
U n a noche de dicha, de amor y encono,
D e v u é lv e m e los sueños que te has llev a d o
A t a d o s en los lazos de tu kim ono.
N o o cu lte s de tus o jo s las m ara villa s
D e tr á s del abanico de tus pestañas,
M u ñ e c a de la tie rr a de las som brillas
Y los rú s tic o s pu en tes hech os de cañas.
E n tus n e g r o s cabellos, donde dos flo re s
M o stra b a n sus m atices e n tretejid o s,
Y o puse los ensueños de unos amores
Q u e jam ás he m irado co rresp o n d id o s.
Y o bien sé que en secreto tu v o z me ju r a
Q u e son m íos tus labios co lo r de grana,
Y se abren sólo al soplo de mi ternu ra
L o s f r á g i le s bam búes de tu persiana.
Q u e cuando y o acaricio tu cabellera
E n tr e palabras donde mi amor palpita,
T e e n tristeces pensando que es tan lig e r a
L a hora siem pre soñada de n u estra cita.
T ú procuras mi v id a llen ar de calma
C on tu cariño, y vanos son tus an h elo s;
S iem p re que con los celos, la fe del alma
L u c h a por tus promesas, ve n cen los celos.
E l lo s saben y dicen que tus m iradas
H an ju r a d o y p erd id o tan tos amores
Com o tu azu l kim on o tiene bordadas
E n su raso cigüeñas, g h eisa s y flores.
473
474
H ISTO R IA CRÍTICA
II
C on que es ve rd a d lo dich o? C on que me engañas
C o n esos g ra n d es o jo s con que me m iras?
C o n que en la tie rr a en que hacen pu en tes de cañas
T a m b ié n saben las alm as d ecir m entiras?
E s j u s t o ; n u n ca firm e pudo haber sido
E l f r á g i l co rtin a d o de una ventana,
N i un co razón que late bajo el ve stid o
D e la tie rr a en que h iciero n la porcelana.
N o e x tra ñ o que me b u r le s ; así es la v i d a ;
U n enjam bre de penas y de tra icio n es ;
A ú n tie n es m u ch as v e ces que ser querida,
Y aún lan zará mi p le c tro m u ch as canciones.
¡ O h m usm é de g ra cio so rostro adornado
P o r dos o jo s riv a le s del sol de estío,
C r y s a n te m e que sin duda te has escapado
D e las h u ertas flo r id a s que o rlan T o k i o ! ”
L e e d la denom in ada L a M a n za n illa :
E s la flo r cam pesin a g ra cio sa y pura.
L a que se ve en los cam pos de mi país,
L a que siem pre se ju n t a con la herm osura
D el n id ito de horneros de tra je g r is !
L a que el c o ra z o n cito tiene hecho de oro,
Y en las h o jas la espuma del ancho m ar;
L a rival que co ntem pla, v e rtien d o lloro.
L a pura y delicad a fl o r del azahar.
E n lo airosa, lo a ltiva y en lo bizarra
E s de la h isto ria patria la trad ició n,
Y su talle se cim bra si la gu ita rra
M o d u la los a r p e g io s de un pericón.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
Ella cubre de blanco y oro la tierra
De la patria hechicera donde nací;
Ella tiene su lecho sobre la sierra
Y se mira en las aguas del Sarandí.
Blanca y lozana, encima del camalote,
La espuma de los ríos surcando va,
Y la envidian al verla sobre el islote
Las flores del salvaje burucuyá.
Sabe igual de la yerra que de la trilla,
No ha olvidado el martirio de Paysandú,
Se mezcla con las hojas de la gramilla,
Y cubre las raíces del patrio ombú.
Adorna los cabellos de la paisana
Cuando está de la luna bajo el fulgor,
Y se asoma á las rejas de su ventana
Á escuchar de un paisano frases de amor.
Como era ya la alfombra de la arboleda
Cuando en sus carabelas llegó Solís,
Sus delicadas flores de oro y de seda
Saben toda la historia de mi país.
Desde la horca que tuvo la ciudad vieja
Cual prueba del injusto poder de un rey,
Hasta el grito guerrero de Lavalleja
Donde vibraba el alma de nuestra grey.
Ella vió del charrúa la vida entera,
La indomable bravura que encierra en sí,
Y conoce la vida de montonera
De los sableadores de Sarandí!
Cuando el sol se desgrana y oro fulgura
Nunca su altivo talle se ve inclinar,
Y al morir sólo quiere por sepultura
Las flores de esmeralda del trebolar!
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H ISTO R IA
CRÍTICA
E s la a lfom b ra o b lig a d a de los salones
D o n d e se baila el gato y el pericón,
Y al lle g a r del otoño las cerrazon es
C u b re con sus h o jita s su c o ra z ó n !
E s de una h u m ild ad santa, pura y se n cilla
A pesar de lo e r g u id o de su esbeltez,
Y es el t ra je de n o v ia de la c u ch illa
C u a n d o la g o lo n d rin a v u e lv e otra v e z !
Á la hora en que las aves bu scan el nido
Y en que p ierd e la tard e su lu z azul,
P a r e c e una palom a que se ha dorm ido
E n c im a de una a lfo m b ra de v e rd e t u l !
Com o cuando del alba la lu z p rim era
N ace en tre los en cajes de su arrebol,
M e parece el ped a zo de m i bandera
D o n d e puso su g lo r ia de lu z el s o l ! ”
L é a n se las r e d o n d illa s que, hablando de un amor
de su in fan cia, escribió á M a ría E l e n a Crosa de R o x lo .
‘‘S e ñ o ra : si su cam ino
esta carta, de un hermano,
hace y l le g a á v u e s tra mano,
g e n til p u n to de d e stin o ;
en sus lín eas no ve ré is
de este, v u es tro caballero,
más que el a fe c to sincero
por la bondad que tenéis.
E n esa tie rra que D io s
en un j o y e l ha trocado,
pues á mi m adre ha guardad o
y h o y día la adornáis v o s ;
E n esa tie rra bendita
que tie n e el sol en su frente,
do lo noble y lo va lien te
parece se han dado c ita :
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
anhelo, señora, h a llé is;
y espero h allaréis, señora,
po r doquier y á tod a hora
las dichas que m e r e cé is;
aun qu e no creo que D io s
te n g a en las santas alturas
la cantidad de ve n tu ra s
que habéis m erecid o v o s !
E n la esquela recibida
por mi madre, en otra hora,
me habéis lega d o, señora,
dos líneas, que dan la v id a ;
me habláis de un amor perd id o
c u y o recu erd o sagrad o
habrá sin duda borrado
el bálsamo del olvido .
Señora, tenéis razón,
aunque es una lu c h a ruda,
y o habré v e n cid o, sin duda,
las le y e s del corazón,
pues es la f l o r de v ir t u d
que en otro tie m p o he querido,
recu erd o dado al o lv id o
de la p rim er j u v e n t u d !
D e la v id a en el sendero,
entre esperan za y ventura,
siem pre nace una ternu ra
que es el ensueño p r im e r o ;
pero y a en paz ó y a en calma,
siem pre se m ira perdida,
señora, esa flo r nacida
del prim er amor del alm a!
E s ta es una fé rrea le y
que en la ex isten cia, señora,
la su fre n al dar la hora,
el caballero y el rey,
477
4?8
H ISTO R IA
CRÍTICA
pues no h a y p le b e y o ó señor
y no h a y dama ni d on cella
que no te n g a una qu erella
con las le y e s del am or!
E n cuanto, “ al amar de n u e v o ”
señora, es un im posible
p erm an ecer insensible
ante unos o jo s de f u e g o ;
vos, que en los v u e s tro s la lu z
robásteis, del cielo mío,
á c u y o lad o es som brío
el h o rizo n te andaluz,
creo p o dréis co m pren d er
que será fá cil, de h inojos,
h a g a la lu z de otros ojos,
v u e l v a de n u ev o á querer.
Y en cu anto á que “ sea u r u g u a y a ”
a quella que lo g r e amar,
señora, he de p rocu ra r
que sea f l o r de esa p la y a ;
y espero que la fo r tu n a
querrá com o dueña, al fin,
darme una fl o r del ja r d ín
donde se m eció mi cuna.
¡ O h ! tie rra llen a de amores,
de canciones, de qu erellas
y de m u je r e s tan bellas
como sus hu ertas de flores,
que en su suelo y en su h isto ria
donde el heroísm o palpita,
h ay una m u je r bonita
por cada rasgo de g lo r ia !
D e cid le, que si v i v ir
debo en la tierra e x tra n jera ,
al sonar mi hora postrera
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
479
en ella qu iero morir,
para que el m u sg o y la flo r
de mi se p u lcro de hielo
co b ije su claro cielo
com o un pen dón b i c o l o r !
P e rd o n a d si esta m isiva
no es d ig n a de vos, señora,
porque y a es m u y tarde ahora
para darle lu z más v i v a ;
y cuando al sol de rubí
sig a la p rim er estrella,
¡rezad , m irá n d o la á ella,
por la que D io s me dio á m í !”
L e e d aún la titu la d a V u e lv e :
“ F i g u r a d elica d a que lle g a s de aquel suelo
D o n d e los ríos tie n en cam biantes de cristal,
T r a y e n d o en tus p u p ila s r e f l e j o s de su cielo
Y en tus p u rp ú reo s labios dos flo re s de c e i b a l ;
R e g r e s a p r o n to ; anhelo que hablem os de la orilla,
Q u e h ablem os de la tie rra que vim o s al nacer,
E n donde nadie ig n o r a los lan ces de la trilla
Y en la cual h a y ciu d a d es con nom bres de m ujer.
E n donde más fu l g u r a n los b r illo s del bo yero ,
E n donde sólo se habla de g uerras y de amor,
Y en donde n u n ca fa lta n los soplos del pam pero
L le v a n d o en sus su spiros la v o z de un payador.
E n donde al pie las tum bas que cubren las c u c h illa s
N o h a y alm a que no d eje de una oración la luz,
E c h a n d o en el olvido, d ivisas y r en cillas
Y v ie n d o solam ente los brazos de una cruz.
E n donde el alma patria fe l i z y a ltiva mira
L o s hechos v ic to rio so s de nuestro pabellón,
C u and o al pasar nos nombran las brisas de P a lm ir a
E l A r e n a l que g uarda la santa trad ición.
48o
H IST O R IA
CRÍTICA
E n donde bo rd a en cajes de lu ces el c u c u y o
E n torno del tu p id o f o lla je del ombú,
Y en donde han a p re n d id o m i co razón y el tu y o
Á ven era r el noble s u f r i r de P a y s a n d ú !
R e g r e s a p r o n to ; qu iero que hablem os de la tierra
D o van nu estro s ensueños sus nidos á labrar,
E n donde tod os saben los lances de la y e rr a
Y en donde es la g u ita rr a la m usa p o p u la r ! ”
L eed , pues lo m erece, su C a nción isleñ a :
“ D o rm ita n d o entre el cantar
D e los m arinos rum ores,
S ien d o cuna de las flo re s
Y de las aves altar,
H a y un a gr e s te lu g a r
Q u e para en vid ia nació,
T i e r r a en que Sastre soñó,
E n que S a rm ien to durm iera,
Y á quien O b lig a d o diera
L a s rim as que le inspiró.
A l l í es im posible hallar
A r b o l que no gu a rd e un nido,
D o lo r que no en cu entre olvido,
N i alma que no lo g r e amar;
T o d o allí in v ita á soñar
E n esas noches de estío
E n que la lun a en el río
V i e r t e sus blancos cen dales
Y d estilan los sauzales
L a s lág rim a s del rocío.
Si la g u ita rra m urm ura
E n tr e su verd e fo lla je ,
L a lira del paisanaje
E s más d oliente y más pu ra;
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
S iem p re tiene su llanu ra
E s m e r a ld a d o color
Y allí el cam alote en flo r
V a de rib era en ribera,
C u a l g ó n d o la m ensajera
D e una leye n d a de amor.
D e sd e lejos, al pasar,
E s su ribera flo r id a
U n a esm eralda nacida
D e la esm eralda del m ar;
Y al ir su calm a á buscar,
Q u ie n al P ara n á se lanza,
A l m irar en lon tan an za
Irse su o rilla acercando,
P a r e c e que va alcan zando
L a tie rra de la esperanza.
S iem pre que la aurora brilla
E n los co n fin e s del cielo,
R a u d a y coqueta su vu elo
T ie n d e la isleña b a rq u illa;
Y cuando en pos de otra o rilla
P o r d esvan ecerse está,
P a r e ce que un adiós da
Con su velam en de seda
Á un co razón que se queda
U n corazón que se va.
T i e r r a á quien tantos negaron
U n m añana que no vieron,
Q ue tantas alm as quisieron
Y tantas liras ca n ta ro n ;
E n tus ríos se encerraron
L a s hadas del p o rv e n ir ;
P o r eso el sol, que al su r g ir
T e besa desde el oriente,
31.—V I.
481
482
H IS TO RIA
CRÍTICA
D e sd e el cancel de o ccid e n te
V u e l v e á besarte al morir.
Y o he pasado j u n t o á tí
M il cre p u sc u la re s horas
Q ue fu ero n inspirad oras
De una e s tr o fa para m í ;
Y yo he com prend id o , allí
Ju n to al p a jo n al costeño,
Q ue ha de ser la v id a un sueño
T e n ie n d o en la tie rr a isleña
U n a casita pequeña
Y un lin d o rostro trig u e ñ o .
«Aquel que labre un h o ga r
P o r tu cielo cobijado,
T i e n e un h o ga r que ha labrado
E n el ara de un a lta r;
J o y a eres para eclip sa r
Á los j o y e l e s más fin o s ;
Santos ja r d in e s m arinos
N o han de o lv id a ro s las alm as;
¡ O h P ara n á de las P a lm a s !
¡ O h islo tes S a n f e r n a n d i n o s !
In m o rtal v e r g e l flo rid o,
Si h u y o un día hacia otro cielo
B u sc a n d o dicha y consuelo
Ó ansiando tum ba y olvido,
D esde esta tierra, que ha sido
O tr a madre para mí,
P u e d o prom eterte ¡oh sí!
Q u e en horas de lucha ó g lo r ia
T e n d r é siem pre en la m em oria
U n recu erdo para t í !”
O id , por últim o, cómo pagaba sus deudas de hospi
talidad aquel am antísim o co ra z ó n :
DE LA LITE R A TU R A U RUG U AYA
" S e g u n d a y ve nerada patria mía
R e c lin a d a del P la ta en las arenas,
Q u e llev a s en tu enseña el sol del día
Sobre un g ir ó n de blancas azucenas,
Q u e conoces la lu z de mi a leg ría
Y has m irado la sombra de mis pen as!
V i e j a madre del pueblo am ericano !
A m o r de San M a r t ín ! F e de B e l g r a n o !
L ib e r t a tie rr a que en mi edad p rim era
D e l saber me b rind astes lo fecun do ,
Y ostentas en el sol de tu bandera
L a lu z que da la red e n ció n de un m u n d o !
T i e r r a que tienes de tu patria historia,
A cobardes tra icio n es siem pre extraña,
E n cada hazaña una am bición de g lo r ia
Y un lega d o de g lo r ia en cada hazaña;
C u n a de aquella raza cam pesina
Q u e con G ü em es ve ló tu santa enseña,
E n tr e la nieve de la estepa andina
Y bajo el sol de la r e g ió n salteña;
D e ja á mi pobre in sp ira ció n sus alas
A g i t a r para tí, pues mis prim eras
E s t r o f a s de tu lu z v ie r o n las g ala s;
Y o he a prend id o á inspirarm e en tus rib eras;
Y o he apre n d id o á cantar bajo tus talas!
P o r eso quiero cuando lle g u e el día
E n que de M a y o el sol en tu h o rizo n te
A p a re z c a , entre dianas de alegría,
D a rte los sones de la lir a mía
D esd e el a n tig u o aduar de Sobrem onte,
Jard ín á donde vin o el ex tra n je r o
A buscar g lo ria s y á dejar pendones,
Santa tum ba del v ie jo montonero,
P a tr ia de las h om éricas legio nes.
A m a d a del h eroico ganadero,
Señora de las g rand es invasion es!
4S3
H IS T O R IA CRÍTICA
T o d o era e s c la v it u d ! P u e b lo s, c iu d a d es
E r a n co lo n ias de la enseña h ispana
Y g em ía sin le y ni lib erta d e s
E l alm a de la tie rr a a m ericana!
D e sd e tu pueblo, que G a r a y fu n d a ra
P a r a e n con tra r en él su sepultura,
H a s ta la tie rra que S o lís h a llara
D e l v e rd e mar perd id a en la lla n u r a ;
D e sd e la p a tria sin riv a l dorm ida
D e l P a c í f i c o mar en la ribera,
H a s ta la v i e j a fo r ta le z a er g u id a
D o n d e el n e g ro soldad o dió su vid a
P a r a v i v ir el sol de su b and era;
D e sd e el terru ñ o donde Su cre izara
E l paño tric o lo r de sus pendones,
H asta la t ie rr a en que M a rtí d ejara
L a s rim as de sus épicas ca n cio n e s:
T o d o era e s c la v it u d ! T o d o gem ía !
T o d o era p a d e cer! ¡ T o d o eran pen as!
¡ M ie n tra s el pueblo, lib erta d pedía,
Y el alma patria, lib erta d quería.
Su hispano r e y soñaba con cadenas!
S u f r i r y p a decer era tu sin o;
S in una lu z siqu iera en lontananza,
E r a el ú n ico norte en tu cam ino
L a tie rra sin d olor de la e s p e r a n z a !
D e repente s u r g ió de la am argu ra
U n a palabra de entusiasm o llena.
Com o la aurora de la noche obscura
Y la torm enta de la mar serena.
¡ L i b e r t a d ! por doquiera g r it ó el vien to,
¡ L i b e r t a d ! d ijo el eco de la sierra,
Y ¡ L i b e r t a d ! cantó con dulce acento
L a musa po pu lar de nuestra tierra.
¡ L i b e r t a d ! g ritó el sauce del islote.
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
L a a lfom bra de v e rd o r de la gram illa,
Y ¡ L i b e r t a d ! le d ijo el camalote,
A l pasar, á los ju n c o s de la orilla.
¡ L i b e r t a d ! g r it ó el soplo del pam pero
Á las m ieses fe c u n d a s del sembrado,
Y al nido de terró n que hizo el hornero
E n c im a de los po stes del cercado.
¡ L i b e r t a d ! la ca lan dria en la espesura
D i j o al arbusto de lu c ie n te s galas,
¡ L i b e r t a d ! se escu ch ó por la llanura
Y ¡ L i b e r t a d ! cantaron con ve n tu ra
T o d a s las aves al cim brar sus alas.
Y ese g rito altanero,
E s e g r it o v ir il, rom pió la hispana
Cadena que á la A m é r ic a oprim ía,
Y á los im pulsos de ese reto fiero,
V i r i l m ostró la a n tig u a tie rra indiana,
L a tie rra del ch arrú a y del m atrero,
Cóm o m uere la raza a m e r i c a n a !
Santo terru ñ o que la cuna has sido
D e la A m é r ic a lib re y respetada,
Q u e cetros y coronas dió al olvido,
E l g r it o reden tor en tí ha nacido,
T u y a es la v o z tr iu n f a l de la jo r n a d a !
D e tu g rito al calor, domeñó reye s
Y preg on ó en la sierra y en el llano,
L o santo y lo sagrado de las le y e s
E l t r ic o lo r pendón V e n e z o la n o !
P o r él, en las lla n u ras donde flo ta
E l pabellón chileno, se venera
P o r la a ltiv e z de su va lo r patriota
E l blanco y azul de tu ba n d era!
Com o tú el U r u g u a y , la tierra mía,
C u y a g lo r ia sus d uelos atenúa.
C u and o vencías tú también ve n cía
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486
H ISTO RIA
CRÍTICA
C o n lo indom able del va lor ch a rrú a ;
Y al pie de su pen dón de tres colores
Grabó su ley, su escu do y su epopeya,
D e m o stra n d o á tirano s é invasores
Q u e no e x iste n ni e scla v os ni señores
E n el ind ian o aduar de L i r o p e y a !
P o r eso, pa tria de la g rand e h isto ria
Y en las aguas del P la t a retratada,
Siem p re habrá un r in c o n c ito en mi m em oria
D o n d e tu h isto ria llev a ré grabada!
P o r eso si no log ro, com o anhelo,
C u a n d o m ire lle g a r mi hora postrera,
Ir á e x p ir a r debajo de mi cielo
Y m orir dando un beso á mi ba n d era;
C u and o mi v id a y mi d olor c o n c lu y a
Q u ie r o ampare, tu enseña, mi agonía,
P o r q u e es el sol de la bandera t u y a
E l m ism o sol de la bandera m í a ! ”
E s natural que quien tan to adoró y honró á su país
no tu v iese cabida en nu estra le g a c ió n de B u e n o s A ir e s .
D ijé r a s e que lo que se n e cesita en nu estras le g a cio n e s
son g en tes sin vo lun tad , que no escriban, que no j u z ­
guen, que no b rillen y que no te amen á plena voz, oh
in g ra ta y d olorosa tie rra del U r u g u a y !
IV
H ablem o s también, rapid ísim am en te, de la musa j o ­
ven y sedu cto ra de O v i d i o F e r n á n d e z Ríos.
E sa musa, aunque está enam orada de los m aestros
de la decadencia, suele hablar un le n g u a je que, no
por ser trópico, deja de ser claro como el m anantial
en c u y a s lim pias ondas se za m bu lle la clásica v e je z
de Céres.
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
487
L e e d le en el so n etillo titu la d o M i observatorio:
“ C on mi mal de soñador,
— siem pre soñando despierto, —
co ntem plo á mi a le g r e hu erto
desde el v ie jo m irador.
E l sol es un su rtid o r
de lu z y de fu e g o incierto,
que r ie g a de oro á mi hu erto
como un p u lveriza d o r.
Y es así que en mi deseo
de soñar, todo lo veo,
— en mi su til e leg an cia
com o borracho de opio, —
á tra vé s del telesco p io
de la fin a e x tra v a g a n c ia .”
N o son m enos g e n t ile s ni m enos arm ónicos los ca­
to r c e octosílabo s de M i h u e rto :
“ M i h u erto es un renacer
de g lo ria s prim averales,
que a h u y en ta n tod os los males
y hacen r eju v en ec er.
N o tardarán en v o lv er
el m ila g r o en los rosales,
y en los árboles fr u ta le s
las ramas á flo recer.
Y
tras de la sina - sina,
el sembrado que g erm ina
se ve, desde el mirador,
como un canabá cuadrado,
g racio sam ente bordado
con lana m u ltic o lo r.”
488
H IS T O R IA CRÍTICA
Q u ie r o citar aún, — pues se lo m erece por la no ­
vedad de sus conson an cias y el trazo m e ta fó r ic o con
que fin aliza , — la nota de é g lo g a t itu la d a E l g a llin ero.
“ Su fie s ta l le g a hasta mí.
L a s g a llin a s cacarean
y los p o llo s d eletrean
una le cció n de la í.
U n g a llo en tono de sí,
despu és que sus alas bate,
como un canto de combate
prorrum pe un ki-ki-ri-kí.
Y en m edio del gallin ero,
lu c ie n d o un porte altanero,
á un ca u d illo se a sem eja ;
y su cresta, se me antoja,
que fu e r a una boina r oja
echada sobre una o reja .”
Y term ino esta b revísim a cita con la tra n s crip ció n
de la ca m afeica nota que se llam a E l p erro :
“ De noble casta a rr o g a n te ;
su andar lento y ca lla n d ic o ;
siem pre estiran do el h o cico
de una la r g u r a alarmante.
L u c e una breve y brilla n te
m ancha n e g r a sobre el lomo
y otra sobre un ojo, como
un m on óculo elegante.
Se estira al sol y d orm ita ;
y su bello cu erpo imita
la fi g u r a a r t ific ia l
de un lebrel que heroico fué,
de esos que y a c en al pie
de un sa r có fa g o real.”
DE LA LITE R ATU R A U RU G U AYA
4&9
Juan José Illa M oreno, m u y m od ern ista y jo v en
también, es uno de los poetas que más abusan del le n ­
g u a je p recioso y rebuscado. N in g u n o ign o ra que las
e x a g era cio n es del m arinism o, más que en M arini, se
abultan y m ed ran en los d is cíp u lo s de M arini. E n el
soneto H iste ria crep u scu la r h a lla réis las ca r a cte r ís­
ticas propias del núm en de I lla M o r e n o :
“ E n un banco del fo n d o del camino,
Q u e una lila g lis in a p r o te g ía
Cu al dosel de c a p r ic h o bizan tin o,
L a v i s u f r i r su cru el m elancolía.
E r a lila su t ra je de h ilo fino,
U n a lila sus o jo s envolvía,
T a m b ié n lila el su d ario ve sp e r tin o
Q u e o fu sca b a á la lu z en su agonía.
P s iq u is m ira n d o el la n g u id e n te drama,
Q u e alum bró escasa aqu ella lila llama,
S in tió n o s ta lg ia de pasadas horas,
P ro b ó en tonces h isté r ic a gardenia,
Y em briagan d o las ansias soñadoras
F a ta lm en te im peró la n eurastenia.”
Illa M oren o es el a u t o r de un lib ro de poesías que
se titu la R u b íe s y A m a tista s.
Joaquín Se cco Illa, que recibió el tít u lo de abogado
en 1902, fo rm a parte del period ism o de mi país. E s
cre y e n te y rom ántico. E n tie n d e poco de d ecaden tis­
mos, y menos de h e r e j ía s . H a cantado á la patria, á
la fe y á la ju v e n tu d . E s co nceptu oso, rico en ideas,
o bscuro en o casiones y v ir il en su forma. T e r m in a
sus estro fa s com o si las cortara con un cincel.
"1. — N o h ay que m irar atrás, sino adelante.
2. — E n el fo n d o del alma está el santuario
D o nd e duerm en los sueños que han caído.
49°
H ISTO R IA
CRETICA
3. — L a s hondas cic a tric e s del com bate
Son g lo r io sa d ivisa sobre el pecho.
4. — E l r ecu erd o es un ángel, de rodillas,
Q u e en el se p u lcro del pasado llora.
5. — Y subiendo á las nubes altaneras
A r r a n c a r o n g ir o n e s de sus tules
P a r a darle co lo r á sus banderas.”
C reo notar, en las co m p o sicio n es p a trió tica s del
d octo r Se cco Illa, la in f lu e n c ia de Z o r r i l la de San
M artín .
F i n a liz o tra n scribien d o, por su novedad m étrica, los
ve rs o s titu la d o s E n un álbum :
Como envuelto en un sueño, lleno estas hojas, vano, inconsciente;
Pasan sombras azules, suaves aromas sobre mi frente,
Y encendido en la aurora, risueña aurora que se levanta,
Como ave entre las frondas, mí pensamiento se eleva y canta.
¡ Oh, vosotras sutiles, brisas azules, auras ligeras,
Espíritus del aire que vivís como dueños por las esferas,
Sí venís desde el cielo y en vuestras alas traéis colores,
Derramad en mis versos todo el encanto de sus amores.
Haced de mis estrofas que son apenas luz de esmeralda,
Para adornar sus sienes, una divina, suave guirnalda ;
Contad vuestras ocultas, mágicas nuevas, ruinas secretas,
¡ Oh, vosotras azules, brisas sutiles, auras inquietas !
Decid que allá en la altura, donde entre nubes habéis vivido,
Ante vuestras miradas los enigmas del mundo se han desprendido ;
Y en el libro del tiempo que es todo sombra, misterio ardiente,
Encontrásteis escritos blancos augurios para su frente.
Que visteis de la cima de esta insensible, mentida calma,
En el medio del mundo, cruzar la vida, triunfando, su alma;
Y que en la ruta que acaricia su planta ligera y pura
Sólo crecen ensueños, luz y promesas, dicha y ventura!
Que, al pasar, los arcángeles le hacen alfombra con sus cabellos,
Cubriéndola en los pliegues de sus fugaces, claros destellos;
Y hay hadas que perfuman la suave atmósfera que ella respira.
Con sangre de corolas, néctar de (lores, ritmos de lira . . .
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
491
Hablad . . . sueños del aíre, brisas amigas, vivientes tules,
Formad con mis palabras, copas de lirios, vasos azules,
Y alzadlos en los giros de vuestras ondas hacía la altura
Con la esencia del alma: ya canto, y sueño, dicha y ventura!
C errem os este ca p ítu lo de ritm o s y rim as con el
nombre de Ju lio J. Casal.
Casal es h ijo de M o n te v id e o y nació en 1887.
H a sido nu estro cónsul en la R och ela, por cu yas
cerca n ía s dicen que aún v a g a la sombra de P orth os, y
es en la actu a lid a d cónsul de mi país en la Coruña,
por c u y a s calles d icen que aún va g a el heroico es p ec­
tro del gen era l P o r lie r.
Casal es el a uto r de tres pequeños lib ro s de poesías
que llev a n los nom bres de R eg rets, A llá le jo s y C ie lo s
y llanuras.
Casal es el enam orado de lo im preciso, de lo vagoroso, de lo pequeño, de lo que se sitúa recatadam ente
en los u m brales de la concien cia.
Casal p erten ece al núm ero de los soñadores que la
cie n cia m éd ica de los a n tig u o s c a lific a b a de en ferm o s
je r u lfo s , de en ferm o s aqu ejad os de una sorda é in c u ­
rable m elancolía.
Casal debe creer en los fantasm as y en los a p areci­
dos. Su musa, si pudiera, les co n sag raría fiesta s como
aquellas prim a vera les fiesta s n o ctu rn as que los etruscos o rg a n iza ro n en honor de los lém ures.
Casal no es m u y correcto, ni es siem pre m elo d io so ;
pero es m u y s u g e stiv o y sabe, en ocasiones, em ocionar
las almas.
C opio, para probarlo. L a m u jer g r is:
“ L a m u je r gris, que en sueños
vió S u d erm ann un día,
nos hace á todos una
m isterio sa visita.
492
H ISTO R IA
CRITICA
E n ig m á t i c a y triste,
lle g a con la caída
de las prim eras h o jas
del árbol de la dicha.
A b r e nu estros ja r d in e s . . .
Y al eco de su risa
las flo r e s del camino
se tro ca n en espinas.
C u and o m enos pensam os
y á m itad de la vida,
nos sorprend e la sombra
de la D am a S o líc it a .”
L e e d aún los catorce versos que se llam an V ia ja r:
“ V i a j a r es de las ansias, la noble y p referid a .
Se m adura á la sombra de los la r g o s via jes.
N u estra s m ejo res obras nacen de los paisajes
y de todas las cosas que vem os en la vida.
Se a p rend en m u ch os libros vien d o la d ife r e n c ia
de costum bres. L a s rutas hablan más que los h o m b r e s :
D e s c ifr a n el m isterio con b ellísim o s nom bres. . .
L a luz, el aire, el p o lv o son un curso de ciencia.
T a n sólo que á la vu e lta de la lección, en vano
pasan h ojas y h o ja s por n u estra inqu ieta mano.
P o r q u e cada h o ja d ic e : “ Y a sabes lo que l le v o ;
te lo enseñó el v i a j e ” ... Y en to nces y a no h ay modo
de a leja r la tristez a de haberlo visto todo
y m arch ar por el m undo sin hallar nada n u ev o.”
O s copio, igu a lm en te, una parte del r o m a n cillo lla ­
mado L a feria.
“ T o d o s los ch iq u illo s
de esta tris te aldea,
saben que mañana
p r in c ip ia la feria.
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
493
Y corren y saltan
bien contentos, m ientras
sig u e n los payasos
y el carro de fieras.
Sonarán de nuevo
la v o z y la buena
g u ita rr a que un día
m ataron mi pena.
L a plaza retorna
á su a do lesce n cia ;
á sus bancos v u elve n
las h isto ria s vieja s.
L a m úsica acaso
dulce, le recu erda
el p rim er idilio,
la ú ltim a verbena.
M i alm a es una plaza.
Se pone de fies ta
una v e z por a ñ o . ..
C on la primavera.
L o s c h iq u illo s suelen
ser una qu im e ra ;
los bancos, mis su eñ o s;
y la clara y bella
com itiva, alg u n o s
recu erd o s de aquellas
noches a pacibles
de mi a leg re t i e r r a ! ”
T ra n sc rib o , por últim o, los p s ic o ló g ic o s versos de
A m o.
494
H ISTO RIA
CRÍTICA
“ A m o en las tardes de oro, cuando cru zo
no im porta que sendero,
escu ch ar el p lañ ir de unas cam panas
m ísticas, á lo lejos.
E m b r ia g a r m e á la sombra
de a lg ú n d u lce recuerdo,
perd erm e entre mí mismo
d eletreand o un m isterio.
V i v i r lo que no existe,
lo que, al ser malo, es bueno,
y saborear el libro
de tod os los secretos.
H a lla r del otro lado del camino
a lg ú n v ia je ro
cu y a mano d ijese adiós de prisa
Y se perd iese luego.
S o rp re n d er bien de cerca
el m u rm u llo de un beso. . .
a v e r ig u a r la flo r d esvan ecid a
y escapándose el céfiro .
Y al fin, para g ustar de esta e x iste n c ia
lo más dulce y más bello,
poner el corazón en el latido
m u sical del s ile n c io .’’
E s m u y triste pensar que todos los poetas, jó v e n e s
y no jóvenes, están e n ferm o s de añoranza y de m e ­
lan co lía como J u lio Casal.
N o os ap re su ré is á com pad ecerlos. E n la negra co ­
rola de su dolen cia liban la más dulce de las venturas.*
la ve n tu ra inenarrable del ensoñar.
A le c c io n a d o s por el b ru jo R itm o y el hada F a n t a ­
sía, corren así en busca del V e l l o c in o del Ideal, como
Jáson, que tuvo por m aestros á Q u ir ó n y M edea, a tra­
vesó los mares para buscar el V e llo c in o de Oro.
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
495
Y h a y más to d a v ía : como el árbol pen etra con sus
raíces en el suelo en que nace, ellos se enlazan con
sus canciones á la m em oria de mi nativo y am ericano
Ed én.
M i dulce madre, mi noble reina, mi ú ltim o y santo
amor, á tí te cantan casi todos los cardenales oriundos
de tus fro n d as con yerb as in d ígen a s y p e rfu m es cha­
rrúas.
E s que el esp íritu , como los pájaros, d elira por la
luz, y no h a y lum bre que irradie con m ay o r brillo que
el ro jo cen telleo del sol de mi patria.
E s ta d iríase como tatuada en el cerebro y en el co ­
razón de la m ay o r parte de aqu ellos de sus h ijo s que
viv en de rod illa s ante el altar de Erato.
L a s almas de sus hijo s, de los que m ueren soñando
rimas, hablan con el alma del país del trébol cuando
m uere el sol, como hablan las almas de E r a t o y A p o lo ,
cuando m uere el sol, sobre una de las rocas de las
o rilla s de la ch iprense P a fo s .
CAPÍTULO VI
M ás so bre el teatro n a c io n a l
S U M A R IO :
I. — Oíto Miguel Cíone. — Fisonomía. — Perfiles morales. —
La.ura.cha. — Argumento y transcripciones. — La novela y la
castidad. — Una cita de Enrique de Vedía. — Presente griego.
— La fábula. — Los personajes. — Los diálogos. — El teatro
de acción y el teatro de ideas. — El resorte del interés y el
del movimiento. — La pasión cruel. — Clavel del aire. — El
tío y la casínera. — Partenza. — Un matrimonio que no se
entiende. — Un gran drama que se malogra. — Cómo debió
ser. — Fragmentos de coloquio.— El Arlequín. — La trama. —
La tendencia.— Lo que dice el héroe. — La herencia. — Cómo
moraliza el teatro.
II. — Ibsen. — Apuntes biográficos. — Las primeras obras. — La
trilogía. — La acción absorbida por las ideas. — Cambio de
técnica. — Uso de lo terrible. — Bernic. — El doctor Stockmann. — Nora. — Madama Alvíng. — Reacción regresiva. —
Rellíng.— Ellida. — El constructor Solness.— Solness perso­
nificación de Ibsen. — Cuando resucitemos entre los muertos.
— Am oldo é Irene. — Maía y Ulfheím. — La mentira vital. —
Las dos realidades. — Destruir para edificar. — Juan Rosmer.
— Algo del físico de Ibsen. — Influencia de Bjornson. — In­
fluencia de Brandes. — De donde sacó el maestro la lígura
de Dora. — Su encuentro con Emilia Bardach. — Más de la
conciencia que de la vida. — Aase y su hijo. — Eva y el
Ideal. — El dogma de la fatalidad y el empleo de lo terríble— Fin de este parágrafo.
III. — Ernesto Herrera. — El estanque. — El león ciego. — Las
ideas de Misia Paca. — Asuntos. — Fragmentos. — Comen­
tarios.
3 2 . - VI.
498
H ISTO RIA
CRÍTICA
IV. — Ismael Cortinas. — Intelectualidades de San José. — Mí
cariño al departamenso de Cicerón Marín. — El Credo. — La
fábula. — T r o z o s .— Tendencia de la obra.—Rene Masón. —
El argumento. — Transcripciones. — Fin perseguido. — Cierre
de este volumen.
I
D ia riero , d ra m atu rg o y n o v e la d o r : irón ico en s u s
artícu lo s, rem blan dtista en sus dramas, cam pero en
sus novelas.
E s ta tu r a m ediana, pá lid o el color, los o jo s vivaces,,
la fa z redonda, ni en ju to ni obeso, sin a ctitu d e s y
sin m elena, p u lcro en su persona y en su vestir, ena­
m orado del arte y de la verdad, así me represen to á
O tt o M ig u e l Cione.
Su ascend encia im agino que debe ser itálica. E sa
ascendencia, si no me engaño, puso en su san gre el
cariño al m atiz y lo im perioso de la pasión. E n el
alma pen insu lar, el querer abrasa como la cú sp id e del
m onte ve su b ia n o ; y en el cielo peninsular, el sol b r illa
con tal llam eo que en flo ran los rosales en el breve
tra n scu rso de una alborada.
E s laborioso, estudia, lo h allaréis se n cillo en el
trato de gentes, jam ás entró en los paraísos a r t ifi
cíales de B a u d ela ire, y no se supone p red estina do á
o fic ia r de p r o fe ta á lo Isaías ó á lo Joab.
E s m o d ern o ; pero no m odernista. T i e n e los o jo s
pu estos en el f u t u r o ; pero tiene los pies bien a f i r ­
m ados en el presente. N o está libre de m áculas en
el co n ce p to ni en la d ic c ió n ; pero esas m áculas son
in fe rio re s á las v ir tu d e s de su d icción y de su c o n ­
cepto.
A n t e s de hablaros de sus obras escénicas, p erm i­
tidm e que os d ig a mis im presion es sobre su L auracha.
Im presor, B ertan i. E d ic ió n , tercera. T am año, dos­
DE LA LIT E R A T U R A U RUG U AYA
499
cien tas c in c u e n ta páginas. A m b ie n te , del país. P e r s o ­
najes, de acá. A s u n to , la vid a en la estancia.
E l campo, con tré b o l; los arroyos, con ch irca s ; el
monte, con q u ebrach os; las lomas, con om b úes; la
inm ensidad nocturna, abrochando sus sombras con los
diam antes de la C r u z del Sud.
E n fin, como ya ve ré is si me acompañáis, el cielo de
la patria, rico en p o lic r o m ía s; los llanos de la patria,
ricos en g ra m illa r e s ; los m olles de la patria, ricos en
ca m oa tíe s; los tord os de la patria, ricos en plum as de
r e f l e j o a z u l; y los arranques del co razón nativo, ricos
en el adobo con que el in stin to sazona los hervores
del pasionar.
U n pequeño desen gañ o amoroso, una desdeñosa a c­
titu d de C a rm en O cam po, hace que el héroe de la
novela, C a rlo s L o zad a , se apresu re á aceptar la i n v i ­
tación del buen A l b e r t o M ornin s. Carlos, que es p in ­
tor y de lin d a fig u r a , se aburre en el pueblo después
del in ju sto desaire su frid o . Q u in c e días de estancia
le retem plarán. M orn in s sopla la h o g u e r a de este
deseo, d icié n d ole que L au rac h a , su h erm an ita menor,
tiene m ed io locos á los del pago con sus ideas re v o ­
lucion arias. L a u r a c h a es un tip o no com ún de m ujer.
R o m p ió con Cepeda, que era su novio, porque C epeda
no tenía el mal hábito de fum ar, y porque C epe da
“ no se a trev ió á saltar una za n ja m ontado en un
bagual.”
T o d o este preám bulo n arrativo hállase en vu elto en
d escrip cio n es más literarias, y aún más poéticas, que
las d escrip cio n es á que nos tienen acostum brados n u es­
tros rom anceros. H a y un poco de abuso en ese m uy
galano modo de d escribir cosas que no son precisas
á la verd ad del m ed io ó á la in te lig e n c ia de lo su c e ­
d id o ; pero no he de quejarm e, por más que no encom ie
como obra de novelador, de la lu ch a que libra el p er­
500
H ISTO R IA
CRÍTICA
fu m e de las gard en ia s con el p erfu m e de las m a g n o ­
lias en las calles del p u e b lo ; ni de aquella g licin a ,
que m ueve sus racim os celeste - morados, para m e z ­
clar sus óleos al óleo de las m ad reselvas y de las
flo r e s de caracol, som breando con su opu len cia, d es­
nuda de hojas, el patio de la casa del o fe n d i d o ; ni
del him no en tu sia sta cantado á los am aneceres p rim a ­
verales de mi país, que son m u y herm osos am an ece­
r e s; ni del camino, el bajo, el a rro yo y la m aleza del
espadañal que se alcan zan á ve r desde la c u ch illa
donde está la posada en que p ern o cta Carlos.
L o que sí encom iaré es el retrato del capataz, y
la co n v ersa ción habida en la d ilig e n cia , pues si el p r i ­
m ero me place por v e ríd ic o , la se g u n d a me sirve para
en trev er el alma de L a u r a c h a y me pone en co n ta cto
con M a u r ic io L o r e t i. M a u r ic io anda loco de atar por
la m oza y se da á la bebida como un desesperado,
contand o cosas que no son para d iv u lg a r la s ju n to al
m ostrado r de las pulperías, cosas que llen an de c o n ­
fu s ió n y de cu rio sid a d el alma de L ozad a .
L le g a m o s á la estancia. N o s sale al en cu entro A l ­
berto M ornins.
— “ C reíam o s que no vinieras. L a u r a c h a era la más
incrédula. — ¡ Q u é va á ve n ir ese jo v e n de la c i u d a d !—
decía. — ¿ Á qué? ¿á a bu rrirse al cam po?
— Y a ves que se han equivocado. H e venido. ¿ Y
que tal tus padres?
— E l v i e j o amolado con su reum atism o, pero la
v i e j i t a está tan fu e r te que da g usto el verla. L a u ­
racha está un poco indispuesta.
— ¿N ad a gra ve? — p r e g u n té alarmado.
— No, cosas de muchachas, j E s tan m im osa! ¡ A h !
¡ A n d á con c u id a d o ! L o sabe todo.
— ¿ El qué?
— ¡Q u e C a rm en cita gusta de t í ! . . .
DE LA LITE R ATU R A U RUG U AYA
501
— ¿ D e m í? P ero estás eq u iv o ca d o ; si tiene amo­
res con el d o c t o r . . .
— Y o le d ije lo mismo. P e r o á ella se le ha puesto
entre ceja y c e ja que u sted es tienen amores y . ..
— T e ju r o q u e . . .
— Y a te a rreg la rás con ella. ¡Q u é lo ca ! Ha puesto
en re v o lu c ió n la casa. ¡ T e prepara una solem ne re­
c e p c ió n !”
L a señora M arian a O li v e r a de M ornin s, que recibe
al héroe, es y a v ie je c ita , un poco
se n cille z, tiene los o jo s negros,
“ una im agen v iv ie n t e de Santa
ción, en que alojan al huésped,
encorvada, v is te con
y se la tom aría por
A n a ” . — L a h a bita ­
es co n fortable, con
el piso encerado y con platos a rtístico s en los m uros,
“ con ese aspecto d ife r e n c ia l que tie n en los hogares
i n g le s e s ” . H a y una torre. E l pueblero sube, abre la
ven tan a y m ira :
“ D esd e lo alto de la torre, m irando al fren te, se
ve ía en prim era línea, la copa de los árboles p equ e­
ños, lu e g o la som bría de los e u c a lip t o s ; más allá los
cen icien to s p ed reg a les que sem ejaban bandadas de
torcazas y g av io ta s que h u bieran posado el vu elo en
am igab le connubio, en m edio de los estram onios, o r ­
tig a s y abrojos que allí vegeta b a n a b u nd an tes; más
abajo una masa obscura en la cual se destacaban á
m anera de m osaico, unas b r illa n te s manchas de plata
de un cam po de ch ilcas en cu y o seno brotaban los
cardos ex u beran tes de v i d a ; y aun más abajo, la m i ­
rada no alcanzaba á d iv isa r con detalles, el terreno
pantanoso cu bierto de y erb as de fib ra d u rísim a : los
e sp artillo s tercam en te a dh erido s al suelo, con sus r a í­
ces aranunculadas, las h o jas ju g o sa s de las eleg an tes
espadañas, las secas, aceradas y repletas de espinas
en los en hiestos caragu atás de copa llena de botones
anaranjados, las amplias de las achiras de flo re s d o ­
H ISTO R IA CRÍTICA
502
radas, y las fin as y estiradas de las p ajas b ra va s; y
á lo ú ltim o del plano in clin a d o de la loma, el a rro yo
que de lo alto parecía fr a n ja de lech e en los claros
del monte, escon d iénd ose á in terv a lo s en el ve stid o
de f o lla je
que form aban los sarandíes, quebrachos,
ceibos é h ig u e r o n e s . . .
" D e t r á s de las casas se e x te n d ía hasta los co n fin e s
del h o rizo n te, cual inm enso m anto a rro ja d o al acaso
sobre las colinas, el cam po d e pastoreo sobre el que
se hallaban salpicadas las puntas de ganado que con
sus m atices m u ltic o lo re s bañados por la poderosa lu z
m eridiana, rem edaban m on ton es re v u e lto s de flores,
bord adas sobre raso esmeralda.
" L o s o jo s de agua que servían de abrevadero á las
reses, p a recían p ied ra s precio sa s al r e fl e j a r el a r ­
diente cielo a zu lad o .”
Y
¿L a u r a c h a ? L a en con trarem o s al día sig u ie n te ,
después de sesenta y ocho p á g in a s en que abundan
las d escrip cio n es, como si el n o ve lis ta se d eleitase
con n u estra im paciencia.
O íd como es L au rach a .
“ A lta , esbeltísim a, tenía una cin tu ra d im inu ta y unos
senos tu r g e n t e s que fo rza ba n por rom per el corsé.
H om b ros airosos, que escotados serían una m ara villa
E l rostro, en óvalo, lig er a m en te sonrosado, sobre el
tinte m ate que era su m atiz propio.
" N a r iz pequeña, recta, de órbitas m ovibles, fe lin a s ;
boca que se me a n to jó un beso de sangre, y unos
ojo s grises, verdosos, a zu lad os segú n los m om entos
y las circu n s ta n c ia s com o con pintas de oro, que t e ­
nían la im pureza y la su blim id ad de un pantano que
r e fle ja r a á la vez un pedazo de cielo y un rayo de sol.
" E l cabello n egro como ala de cuervo, crecía e x u b e ­
rante, in d iscip lin a d o , p u gn and o por desasirse de las
peinetas y broches que trataban de contenerlo.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
"Fruto
e x tra o rd in a rio
503
de varias cru zas de razas,
tenía la g a lla r d ía de la in g le sa y la sensualidad de
fo r m a s de la española.
" S u voz m eló d ica adqu iría de pronto una diso n a n ­
cia ex tra ñ a y m uchas de las palabras brotaban como
con d esgan o de aquel nido de su boca. T a n pronto
ceceab a t e r g iv e r s a n d o de prop ósito las palabras, como
hablaba claram ente y con en tonación varonil.
" L a h erm osura de sus fa ccio n es se nublaba cuando
el pensam iento se adorm ecía en su cerebro ó cuando
no hallaba una palabra apropiada.
" P e r o aquellos nubarrones de fealdad, desaparecían
en se gu id a quedándole el rostro tranq uilo y risueño
com o un cielo de primavera.
" C o m p r e n d í que era una esp iritu a lísim a m ujer,
cu lta , sin pedantería, a fectu o s a y e x cesiva m e n te m o ­
desta. E l buen j u i c i o que dem ostraba poseer, la co­
r re c c ió n de sus m aneras y la g ra cia fem en in a que
g enero sam ente esparcía á su alrededor, h icie r o n d es­
a parecer de mi mente todas las calum niosas versiones,
lo s cu en to s infam es que á su respecto circu laban en
el pueblo. ¿ E r a posible que aquel ídolo capaz de
c r e a r una nueva r e lig ión , h ubiera sido lo que se in ­
sinuaba m align a m en te?
" ¡ Q u é e n g a ñ o ! ¡ Q u é suprem a lecció n recibía mi
p e tu la n c ia de aven tu rero de am or! ¡ Y yo que había
pensado hum illarla, hacerm e de rog a r para d ir ig ir le
las prim eras palabras! ¡ Y o que había pensado salir
incólum e de aquel contacto y v o lv e r al pueblo t r iu n ­
fa n t e d espreciand o toda idea de m atrim onio con la
herm osa e s ta n c ie r a !”
Me presum o que esa estanciera le dará al colorista
m ás de una desazón. P o r el retrato, no es de las m u ­
je re s que para esposa nos recom ien da cierto libro de
M a n te g a z z a .
504
H ISTO RIA CRÍTICA
L a p rim era d eclaración es mal recibida. — ¡ E s u s­
ted como t o d o s ! — E n tr e tanto el h uésped ob serv a
que L a u r a c h a escu ch a sin pestañear el cron iqu eo de
las a ven tu ras más escabrosas, cron iqu eo con que la
d iv ie rte n sus otros dos h erm anos J u liá n y F ed erico .
T a l v e z eso hace que L a u r a c h a se le aparezca, al
adorm ecerse, “ in cita n te como una g u in d a p in t o n a ” á
C a rlo s L ozad a.
P aso la d e scr ip ció n de unas carreras. A l e n fren ta rse
L a u r a c h a y Carlos, en aquellas carreras, con un g r u p o
de m ozos, dice uno de ésto s:
“ — ¡ A h í va la flo r del pago y e l p r eferid o de a h o r a !
— ¿H a oído u sted ? — p reg u n tó m e ella sonriendo.
— Sí, pero no en tien do lo de p referid o .
— E s as cosas usted no las en ten d erá n u n ca . . .
L o d ijo con tanta e x p r e sió n de d olor que hube de
tom arla como una in d irecta á mis tem ores de h a cerle
una d eclara ció n en regla, y a g r e g ó despu és de u nos
in stan tes:
— ¡P o r q u e no las quiere en ten d er! — Sus o jo s cla ­
ros se posaron lentam ente sobre mí como dos á g u ila s
blancas en una roca.
— C ontéstem e, L au racha , ¿por qué se dice de usted
que tiene más vu e lta s que un bu ru cu yá ?
— ¿ U ste d es el que lo d ice?
— ¡S í, y o ! ¡ Y o lo d ig o ! — acentué.
— N o crea usted. A l parecer so y un obillo enredado.
T o d a la h abilidad co n s istir ía en dar con la punta
del h ilo inicial p a r a . . .
— M u y bien. A c e p t o el consejo. Y o
h ilito . . .
daré con el
— ¿ U ste d ? — Y sonrióse cínicam ente. Se me f i g u r ó
el agua de un ch arco al ser oreada por la brisa.
— ¿ Y o ? ¿por qué no?
— P orq u e para tocar la g u ita rra hace falta un buen
g u ita rr e r o y u s t e d . . . al menos c r e o . . .
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
505
— ¿ Q u é no te n g o uñas, no?
— ¡N o quise d ecir tan to ! — co ntestó burlona.
— E l que j u e g a con la paja brava se suele cortar.
— ¡ Y el que quiere probar la m iel de un camoatí,
que le c u e s t e ! . . . — term inó, riéndose.”
Y sig u e el a u to r:
‘‘L a u r a c h a había se gu id o la carrera como ve rd adera
aficion ada.
C u and o lle g ó el pangaré t riu n fa d o r á nuestro lado,
ella saltó de su caballo y arrancándose una rosa del
pech o se la puso en la testera del freno.
A c t o que fu é a pla u did o por toda la concu rrencia.
B r illá b a n le los ojos, el pecho le subía y le bajaba
con ritm o p recipitad o, y la sangre a flu ía á su rostro.
Y cuando vo lvía m o s para la estancia me d ijo :
— Q u é herm oso es triu n fa r , ¿verdad?
— Sí.
— P e ro para t r iu n f a r h a y que saber q u e r e r . . .
— ¡ A h ! y o sabré q u e r e r . . .
M e m iró de r e o jo y d ijo á m ed ia v o z :
— Vam os, Carlos. A p u r e . ¡ A l g a lo p e ! ¡ Á todo lo
que d é ! . . .
Y lanzó su cabalgadura.
L a seguí.
L a carrera se hacía fren ética . L au rach a , como si
un esp íritu dem oníaco la animara, castigaba á su ala­
zán sin necesidad alguna, y g ritab a n e rv io sam en te:
— ¡ U p ! ¡u p ! ¡V a m o s, va m os!
— D e tén g a s e usted.
— ¡ N o ! ¡ S i ahora es lo más lin d o ! No sea cobarde...
s í g a m e .. .
F u é un v é rtig o , una carrera loca que duró más
de una hora.
L a s pobres bestias y a no podían m ás; d etu ve la
mía, com pasivam ente, pues estábamos á un paso de
la casa.
50 6
H ISTO R IA CRÍTICA
P e ro ella s ig u ió ca stig a n d o cru elm en te á su caballo.
D e pronto vi que éste se detenía casi de golpe, daba
unos pasos v a c ila n te s y caía lan zand o un v ó m ito de
sangre.
L a u r a c h a con tod a h a bilid ad se echó á un lado qu e­
dando en pie, estrem ecida, bamboleante.
C o rrí hacia ella.
E l rostro pálido, la m irada e x tra via d a, sombría, la
resp ira ció n fa tig o sa .
— ¡ D io s m ío ! ¡sosténg am e, G a r l i t o s ! . . . ¡M e caigo,
me c a ig o ! ¡qué loca ! ¡qué lo ca ! — y echó todo el peso
de su cu erpo d iv in a l sobre mí.
A s í p erm an eció un larg o rato, con los párpados
entornados, la boca entreabierta, ansiosa. L a n z ó un
¡ a y ! d esgarrad o r, se estrem eció como p a ja r illo que
rin de su ú ltim o suspiro, reto rció los brazos, me es­
t r u jó com o si fu e r a un papel y calm ada de pron to
m u rm uró:
— ¡ L l é v e m e a s í . . . d e s p a c i t o ! . . . T e n g o fiebre.
Y so sten ién d o la pu rísim am ente, quizá como un á n ­
gel de la g uarda á una T h a i s de A le ja n d r ía , la llev é
hasta la pu erta de su cuarto.
— N o llame á n a d i e . . .
G racias, gracias, Ca rlitos.
¡ Q u é bueno, qué bueno es u s te d ! — y al cerrar ella
la puerta, un so llo zo lle g ó á mis oíd os.”
Me lo fig ura ba . U n caso de histeria. O s aseg u ro
que lo sabía. L a litera tu ra contem poránea, en la n o ­
vela, es un sanatorio. P osesos, vesánicos, casi locos
de atar. H ab lé y a tantas ve ces de la dolen cia con que
otra vez tro piezo, que co nsidero inú til aleccion aro s
sobre sus fenóm enos. Y a sabéis, com o yo, que no es
p ro d u cto sólo de la d esventura. N o es la m iseria la
única que la padece. L a abundancia la padece también.
Si se hospeda en las chozas, d urante el día, suele per­
noctar en las cámaras im periales. V i v e entre harapos
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
5°7
y duerm e entre púrpuras. O rg u llo s a , con un hombro
más alto que el otro hombro, con una cabellera m a g ­
n ífic a , sabiendo todos los idiom as m u ertos y vivos,
ávid a siem pre de lo ex tra o rd in a rio , v io le n ta y astuta,
libre en sus discursos, enem iga del trato de las m u ­
je re s y h aciéndose se rv ir por v a ro n iles manos hasta
en las cosas más íntim as de su sexo, h isté r ica fu é
C r istin a de S u e c ia á pesar de los elo g io s que le p r o ­
d iga Ranke.
L a u r a c h a no es a fecta á la música. Si h o y enardece,
mañana hiela. H o y es ju icio sa , mañana tiene la,cabeza
á pájaros. Con la aurora es sol, al m ed io d ía se tra n s ­
form a en bruma, y g ra n iz a en el cr e p ú sc u lo v e s p e r ­
tino. Se compara, unas veces, á las víbo ras po n z o ñ o ­
sas, y, otras, á los
rosales que no dan
flor.
Por
añadidura, la m o c ita es cruel, pero cru el de veras.
¡C u id a d o , p in t o r c it o ! ¡ A b r a u sted los ojos, señor Lozada!
“ Cu and o lleg a m o s al corral de palo á pique, varios
peones se hallaban en trance de m atar á una v a q u i­
llona, destinada al consum o diario de la estancia.
A la vis ta del cuadro, L a u r a c h a se animó.
— S ig am o s — dije.
— No, quedém onos, — ex cla m ó con energía.
U n peón á caballo sostenía, con el lazo tirante,
por los cuernos á la v íc tim a y otro de á pie la había
pialado de una pata posterior.
O tr o de los peones se a p ro x im ó y con una filosa
daga le tro n ch ó la carótida, h u n d ién d osela lu e g o hasta
el puño.
L a v a q u illo n a dió un salto hacia nosotros, y se
detuvo, m ientras que de la am plia herida caía como
de un valde, un chorro de sangre n e gra y humeante.
L a respira ción se le h izo fa tig o sa , los ojos g iraro n
en sus órbitas, adqu iriend o un b r illo vid rio so a zu ­
50S
H ISTO R IA
CRÍTICA
lado, las cu a tro ex tre m id a d es se e n d u recieron como
en un ú ltim o es fu e r zo para a firm a r el e x h a u sto cuerpo,
y así perm an eció un instante m ientras lentam ente caía
la sa n gre sobre un ch arco fo rm a d o por la misma, p r o ­
d u c ie n d o un ruid o de g otera en día de llu via.
L au rac h a , c u y o rostro se había coloreado aunque
co nservand o la fr ia ld a d m ortal de su mirada, en un
im pulso in ex p lica b le , ten d ió la m ano, por encim a de
los postes y d ejó que en ella se d esliza ra la roja
sa n gre de la va q u illo n a m oribunda.
— ¡ Q u é suave y ca lien te es! — ex cla m ó gozosa, con
v o z de nena zalam era.
C erré los ojos, repu gn ad o .
M ie n tra s que aquella adm irable m áquina de la v a ­
q u illo n a se estrem ecía en los ú ltim os estertores de la
m uerte, y rodaba después de breves instantes al suelo,
los peones fe steja b a n el acto de la p a tr o n c ita :
— ¡N o le hace asco á las cosas de su tie rr a ! — d ijo
uno adulándola.
Y otro más despacio, m irá n d o la so m bríam en te:
— ¡ H i j a de t ig r a overa ha de ser!
Y ella d ir ig ié n d o s e á mí, m ientras nos v o lvía m o s
á las c a s a s :
— ¿Se ha co n v e n c id o usted que no te n g o co razón ?
Casi sin saber lo que decía, co n te s té :
— ¡ Q u iz á ten g a dem asiado co ra zó n !
E l la secaba sus g rá cile s dedos ensangrentad os, con
un fin o pañuelo de batista, exu beran te de sana a l e ­
gría, encantadora, con los o jo s brillantes, vid rio so s
esta vez con r e fle j o s a zu lad os como la v a q u illo n a m o ­
ribunda, felin a m en te h e r m o s a . . .
Sobre la bata, lu c ía le como un granate á la lu z del
sol, una mancha de sangre.
E lla s ig u ió mi m irada y me d ijo con suprem a g r a ­
cia, señalando la m an ch a:
DE LA LIT E R A T U R A URUGUAYA
5 °9
— ¡ H a flo r e c id o el r osal! — Y se entró en su pieza.
Y cuando estuve á solas, vi como en una ex tra ñ a
visión, que la m an cha se ex te n d ía por todo el ve stid o
blanco de L au rac h a , y la tornaba roja, toda roja, como
el prim er día en que la encontré, bajo los paraísos
de la avenida, á la lu z del sol poniente.
¡ P e r o esta vez causóme una im presión de suprem o
d e s v í o !”
Y o dispararía. E l p in to r se queda. H a y g u sto s que
m erecen azotes. L a m ozu ela es hermosa. Sabe apa­
sionar, m ezc la n d o los m im os con los desdenes. Com o
es una enorm e in terro g ació n , nos d espierta una enorme
cu riosidad. Com o es m u y cruel, no sería ex tra ñ o que
fu ese m u y lúbrica. C om o es m u y caprichosa, no sería
ex tra ñ o que se en treg ara en un im pulso vo lun tarioso.
C o n fo rm es, p in t o r c it o ; pero, ¿ y después? C réa m e ; no
se case; la del pueblo es m ejor. M edite, so siégú ese
y escríbale á B a r r e ir o para que le mande, sin d ila ­
ciones, el libro que le d ije de M an te g a zz a. ¡L a u r a c h a
es un pecado m ortal, mi señor don C a r l o s !
Y
hablemos ahora del rival de L o zad a , hablemos
de M au ricio.
E s m ulato, de m ucha estatura, su frió de viru ela,
se le conoce, tiene los o jo s san gu in o len tos, b e lfu d a
la boca, la v o z de clarín y es bueno como un niño. F u é
m u y rico, y le d espo jaro n m añosamente de sus riq u e ­
zas. Se casó, y se casó con una m u je r que y a dos
veces había sido madre. Q ued ó se viu d o, y tu v o una
farm acia. L a fa rm a cia q u e b r ó ; pero le quedaron los
dos h ijo s de su m u jer. Se v o lv ió curandero. Sacaba
muelas, operaba flem ones, aplicaba u ng ü ento s, y no
cobraba sino frases a gra d ecid a s por la consulta. E r a
alegre, era generoso, era m u y a fe ctiv o . L a m oza hacía
m angas y capirotes de aquel b izn ieto de un avestru z
de Á fr ic a .
5 io
H ISTO RIA
CRÍTICA
H e dicho que L a u r a c h a es cruel. E l autor no lo
ocu lta. E s c u c h a d otra pru eba:
“ M e adelanté con L a u r a c h a y vim o s á un ca rp in ch o
que d orm ía plácid a m en te ba jo un tu p id o sarandí, ro ­
deado por los perros.
Co m o h u biéran le co rta do la retira da por el lado del
agua, el m ísero estaba en una a ctitu d indecisa.
A p e n a s los perros nos vieron, se d etu v ie ro n en el
ataque. E l aspecto del ca rp in ch o me dió lástim a. Se
reconocía, á p rim era vista, que era un novato poco
avezad o á estos am a rgo s trances. L a m irada azorada
se paseaba buscando una cueva donde m eterse, un
punto que no e s tu v ie ra g ua rda d o para escabullirse,
pero todo era inútil. L o s perros vaquéanos en estas
cacerías, habían tom ado las m ejo res p o sicio n es estra ­
tégica s.
C o n m o v id o por aquel espectáculo , c o g í un g ru eso
palo y m ientras lo volteaba, g r i t é :
— ¡ F u e r a perros, fu e r a !
L o s perros se apartaron un poco, sin d esatender á
la víctim a, m irándom e con ex trañeza, e s tu p e fa c to s de
que h ubiera un ser humano, capaz de atentar al l e g í ­
tim o derech o que tenían sobre todos los seres m enores
de la selva y de los campos.
¡ E n la m em oria de perro a lguno, e x istía un hecho
tan ex tra o rd in a rio y a te n tato rio !
— ¿Y
lo va á d ejar escapar?
¿No
faltaba más?
¡C h ú m b a le , ch ú m b a le! ¡ p ic h ic h o s ! — me interru m pió
acrem ente L au rach a , co g ién d o m e el brazo con v i o ­
lencia.
— ¿ P e r o usted co nsentirá en que destrocen á ese
inocen te anim al? — le p r e g u n té a tem o rizad o por su
e n é rg ica a ctitud.
E lla no me oía. H abía avanzado por entre las b r e ­
ñas, reco g ién d o se el ve stid o va ro n ilm en te y exaltada
a zu zó á los perros.
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
5ii
É s to s se lan zaron sobre el ca rp in ch o y le d estro ­
zaron con sus d ientes en un santiamén.
— ¡C h ú m ba le, ch ú m bale! ¡ A s í , así! ¡ M á te n lo ! —
¡M u e r d a n ! ¡M u e r d a n ! — y d ejó de g rita r enroquecida, fu era de sí, horrible de ferocidad .
L a m iré aterrad o como siem pre que le acontecían
a quellos ataques, y observé que se había puesto rep en ­
tin am ente pálida, que se hallaba presa de un súbito
mareo, y creí que iba á rep e tirle el desm ayo del día
de la loca carrera, pero reaccion an do de pronto, pasó
su fin a mano por los o jo s y d ijo con v o z debilitada,
in fan til:
— ¡ A h ! ¡ Y a pasó la nube de sa n gre!
C o n tin u a m o s larg o rato en silencio, y notando ella
el d is g u s to con que la acompañaba, me observó b ro ­
m eando :
— ¡ V a y a , v a y a ! ¡ T a n t o en ojo por un ca rp in ch o !
— ¡ T i e n e tanto d erech o á la v id a como u sted !
— ¡ C u a lq u ie r a d iría que es usted el más inocente
de los c a z a d o r e s !
— P e ro no mato con cru eld a d y m enos me agrada
ver s u f r ir . . .
— Y o tam bién me a fecta b a por nada hace m uchos
años, cuando recién vin e á la estancia después de
haber pasado va rio s años en el c o le g io de hermanas
donde me ed u ca ro n ; pero ahora en el campo, v iv ie n d o
en m edio de las luch as bru ta les más variadas, me he
in sen sibilizad o poco á poco, y me pasa actualm ente
lo que le sucederá á u sted si se queda m u ch o tiem po
entre n o sotros: le van á parecer natu rales las cosas
más ex tra o rd in a ria s. ¡ D e ja r libre á un carpincho, á
un lagarto, á una nutria, sin h erirlo s ó matarlos, eso
no lo ve rá nunca en estos p a g o s! L u e g o . . .
— L u e g o , lu e g o . . . — repetí, co no cien do por el tono
de vo z que v o lv ía á irritarse.
512
H ISTO RIA
CRITICA
— ¡ L u e g o yo, so y a sí! Y el que m e quiera se tendrá
que con form ar. ¡N a d a m ás!
— P e rfe c ta m e n te . Se tom ará en cuenta, — d ije tam ­
bién irr ita d o .”
E s o sería lo más p r u d e n te ; pero no lo creo. A l ­
fo m brad o de buenas in ten cio n es está el cam ino que
co n d u ce á la p erd ició n . ¿N o ve usted que esa m u ­
chacha, por un fen ó m en o m u y común en el sadismo
h istérico , tom a á la cru eld a d como e x c ita n te de la l u ­
ju r ia ? ¿ N o ve usted que la cru eld ad es el co ndim ento,
la salsa, el in g re d ie n te que le hace apetito sas las v o ­
lu p tu o sid a d e s? U s t e d m ism o lo dice, señor L ozad a .
“ Su bim os á la c a r re tilla en el orden en que h a b ía ­
m os venido.
A L a u r a c h a brillában le los o jo s de un modo i n u s i­
tado, no h abiéndosele calm ado la e x c it a c ió n que le
cau sara por la tarde la m u erte del carpincho. M i r á ­
bame á ratos con tern u ra y su v o z lá n g u id a y cariñosa
e je r c ía sobre mi e s p íritu una in f lu e n c ia d eliciosa.
Com o el ruid o que h icie r a la c a r re tilla era por de­
más fu erte, íbamos callados, pero m u y pron to n u e s­
tro s pies com enzaron á buscarse. L a u r a c h a por p r i ­
m era v e z en nuestras relaciones, me p erm itió co b a r ­
dem ente, sin ánim os para im pedirlo, el que me tomara
c iertas lib erta des que sólo d iscu lpab an la estrech ez
del sitio en que nos hallábamos.
R eía se por nada com o g orjean do , con una vo z a r­
gentina, cálida, y estrem ecíase por mom entos, e s tr u ­
ján do m e las r o d illa s con las suyas, m órbidas y fuertes.
Co m o durante el tr a y e c t o el peón arro ja ra fó sfo r o s
en cen d id o s sobre las matas de pasto seco, que e n c o n ­
traba á su paso, bien pronto una gran ex ten s ió n de
campo se halló en pleno incendio.
G ru esa s colum nas de humo se elevaban al lím pid o
cielo y desde lejo s oíase el ch isp orro teo de las secas
hebras de pasto.
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
5 i3
A q u e l la o peració n se realiza especia lm en te en las
hondonadas donde crecen p asto s duros, con el o b je to
de que las cen iza s sirva n de abono á la tie rr a cansada.
H u b o un m om en to en que el humo nos cubrió como
una nube debido á un g o lp e de v ien to que se ex te n d ió
en n u estra d ir e cc ió n y como nos o cu lta ra la vista,
L a u r a c h a presa de súbito te r ro r lanzó un g rito y se
o p rim ió contra mí co g ié n d o m e las manos. N u e s tro s
rostro s se a p ro x im a ro n y hubo un instante en que el
ard o r de nu estro s cu erp o s casi h izo brotar la flo i
de un p rim er beso, pero ambos á dos, tem erosos, nos
c o n tu v im o s y los lab ios r e sp e c tiv o s fu e r o n m a r t iriz a ­
dos cru elm en te por u n o s d ientes v e n g a tiv o s, que t r o n ­
ch a ro n la nacien te fl o r de un solo golpe.
D is ip ó s e la amable nube de humo, r esen tid a quizá
de nu estra in e x p lic a b le tontería, y cu and o lleg a m o s
á las casas, desh ech o el encanto del via je , Lauracha,
d escend ió de la carretilla, seria y c e jiju n ta , a g resiv a
co n m igo , debilitada, com o si hubiera h echo un larg o
v i a j e á pie.
U n a v e z en su h a b ita ció n oí el ch apo teo del a g u a
de su bañadera y me la f i g u r é deliciosa, fresca, d es­
pid ie n d o de su cu erp o desnudo, el aroma in co m p a ra ­
ble de la carne sana y ju v e n il.
A c u d í y o tam bién á un r eg e n era d o r baño, y lu e go
esperé tra n q u ilo la hora de la comida.
M a u r ic io no había v u e lto de su v is it a m édica.
A la noche, durante la lotería, en cuanto quise i n i­
ciar las lib erta des de la tarde, tro p ecé con una resis­
t e n c ia que no me esperaba. L a u r a c h a h izo un gesto
de enojo y como y o in sistie ra me d ijo severam ente
en v o z b a ja:
— ¡ N o sea a trev id o C a rlitos, que me levanto de la
m esa!”
C a rlo s se cansa. R e s u e lv e irse. A n u n c i a su partida.
3 3 .- v i .
H ISTO R IA CRITICA
514
D e c la r a á la siren a que siem pre quiso á la n o via del
pueblo. L a sirena, que y a una v e z habló con el m ozo
desde la v e n tan a de su habitación, a cepta otra c ita
para la ventana. E s t á celosa. L o s ce r r o jo s se corren ,
y...
“ nos in v ad ió la m ism a atra cció n u n ive rs a l que
r ig e los d estino s de los in sectos y de las e strella s.”
D e sp u é s de aqu ella noche de a rd ien te locura, el
p in to r se va al p u e b lo ; pero v u e lv e á la esta ncia dos
m eses después. Su amante le recibe ju icio sa , seria,
sin entusiasm os, com o apesarada, y no co nsiente ni
que la dé un beso. H a y que ser form ales. N o c o m p ro ­
m etam os la d ig n id a d . E l deseo es p r e fe r ib le á la har­
tura. L o que em p a la g a no se codicia. Y a te so brará
tie m p o para a ca ricia rm e cu and o el cura b e n d ig a m i
anillo nu pcial.
Y así, él m ed io airado y ella m elan có lica , lle g a n
á un barranco en c u y o fo n d o h ierve un gra n rem olino.
— “ ¡ H e aquí m i fu t u r o lech o de b o d a s !” — d ic e
L au rac h a .
L o que gira, la atrae.
— “ ¿ N o parece que ahí h a y una sim a profu n d a, qu e
jam ás se lle n a ? ”
Y L a u r a c h a cree que el em budo co n d u ce á un p a ­
lacio encantado, com o los pa la cio s de hadas de lo s
cu en to s de A n d e r se n .
V ie n e , después, el es p e ctá c u lo de una doma, que no
transcribo, aunque se lo merece.
L u e g o , el v e lo r io de un a n g elito , con su co rr e s p o n ­
d iente sarta de tangos.
Á los ta n g o s s ig u e el pericó n nuestro, con sus r e ­
lac io n e s en octosílabos.
H a y , en el ve lo rio , un tiro, una pu ñalada y un
m uerto. L a estancierita, después del cu ch illeo , baila
rabiosam ente con los paisanos. ¿ R e c o rd á is lo que os
d ije ? L a san gre la enardece. C o m o á los felino s. C o m o
DE LA L IT E R A T U R A U R U G U A YA
5i5
á los jag u a r e s . Y aqu ella noche, L a u r a c h a le da su
se g u n d a c ita de amor á Carlos.
C a rlo s pid e la mano de L a u rac h a , don R ic a r d o se
la co n ce d e de bu en a v o lu n tad , M a u r ic io se a le ja para
no vo lv e r , L a u r a c h a abrum a de m im os al galá n fe liz ,
y el jo v e n L o z a d a , con in d ig e s tió n de lu ju r ia s y c r u e l ­
dades, r eto rn a al pu eblo y sueña en el cam ino con
C a rm en cita.
P o r sabido m e callo que el p in to r n u n ca v o lv i ó á
la es ta n c ia ; que su a n tig u a n o via le c a u tiv ó de n u e v o ;
que él e scrib ió una ca rta d ic ie n d o á la del cam po que
jam ás la quiso con amor p u r o ;, y que la otra le c o n ­
testó con u n a m isiva que term in a b a a s í : “ ¡ S o y m adre
de u n h ijo t u y o ! ¡ V e n á buscarnos, si quieres, á mí
y á él, en lo más hondo del rem olino, bajo el ba­
rranco, en el palacio en can tad o que h a y más allá de
las aguas, donde h abita q u izá el h ada de la fe lic id a d
e te r n a !”
L a n o v e la es la h isto ria de una g a ta de o jo s como
esm eraldas y pelo p recio sísim o c o n v e r tid a en m u jer.
U n caso clín ico , más que novelesco , com o m u ch os
casos con que el fu t u r o tro p e z a r á en los p a to ló g ic o s
rom ances de n u estro s días. N o cabe duda de que el
caso es curioso, de que ha sido estu d iad o con d e le c ­
tación, de que v a lía la pena de registra rse, y de que
fu é anotado con una gra n riq u e za de observaciones.
T a m p o c o cabe dud a que el cu rio so caso le v in o de
perlas al n o v e lis ta para v e rter, en el rom ance que nos
contaba, tod a
tam po co cabe
d escrib ir con
que abuse un
la v id a de los cam peros de m i país. Y
la m enor duda de que el autor sabe
g alana y a rtística amenidad, por m ás
poco de su r eto ricism o y de su des­
tre z a en las d escripcio nes.
Y adviértase, si lo tra n s crito gusta, que no tra n s­
cr ib í tod o lo que de m encio nable en con tré en el libro.,
5i6
H IST O R IA CRÍTICA
p rim ero para que no me p er sig u ie se n , com o pirata,
po r abuso del d erech o de tr a n s c r ib ir ; y d espu és porque
el espacio de que d is p o n g o no me perm ite, — de lo
que no me qu ejo, porque harto me dan — co p iar en
este lib ro las n o ve la s na tiva s de la fe c h a á la rúbrica.
Creo, sin em bargo, que basta lo que anteced e para
que m is le cto r e s pu ed an j u z g a r co n co n o cim ie n to lo
que y o j u z g u é sin sa b id u ría ; pero, por si acaso fu ese
p oco lo que y a di, v a y a com o po stre susta ncio sísim o ,
la sig u ie n t e escen a :
“ C ie r ta v e z L a u r a c h a , en uno de sus ataques de
fe r o cid a d , causado po r u n a brom a m ía al r esp e cto de
Carm en , l le g ó á h erirm e con un a g u za d o co rta pa pel
en fo rm a de puñal, que usaba en sus lectura s. D ió m e
un p u n ta zo en el pech o que h izo b ro ta r la sa n gre
a bu ndantem ente.
Á la v is ta de mi p r o p ia sangre, tu v e el im pulso
de d estrozar á L a u r a c h a con m is manos. H a s ta y o me
co n ta g ia b a de su fe r o c id a d , y me in flu e n c ia b a del
am biente b ru tal en que pasaba n u es tra vida.
M e co n tu v e á duras penas y me d e jé p o n er una
v e n d a por ella misma, que estaba im p resio n a d a en
extrem o, sin saber qué hacer para probarm e su a r r e ­
pen tim iento .
— ¡ T o m a ahora el co rta p a p el y hiérem e tú !
— V a m o s , ¡ y o ! ¿ E s t á s loca, L a u r a c h a ?
— Sí. D e bes lastim arm e com o y o á tí.
— ¡N o seas m aja d e ra !
— ¡ E s t á b ie n ! — d ijo ella tranquilam en te.
Y m ien tra s y o perm an ecía reco stad o en el diván,
pensando que los lazos que me unían á L a u r a c h a eran
cada v e z más ténues, que mi ser no co ncebía aquel
amor m e z c la de sadism o y suprem a lu ju ria , que no
había nada de ideal en a qu ello s terrib les embates a m o ­
rosos, que mi mente d eb ilita d a buscaba ansiosa d e s ­
DE LA L IT E R A T U R A URUG U AYA
Si7
canso para fo rta lecerse, ella, L au rach a , detrás mío,
desnudóse hasta m enos la camisa, y se d esg arró con
la pu nta del acerado cortapapel, la rosada y fin a p iel
de una de sus d iv in a le s piernas.
U n ta jo d esg arran te aunque su p e rfic ia l, que abar­
caba desde la c o n ju n c ió n del m u slo con el e s cu ltu ra l
cuerpo, hasta la d elica d a rodilla.
N o lan zó un g rito de dolor, ni apartó los ojos, al
v e r cóm o la sa n gre poco á poco brotaba de la horrible
d e sg arrad u ra y se e x te n d ía por tod a la pierna, m a n ­
ch ánd o la de estrías ro ja s y co á g u lo s s o m b r í o s . . .
— A h o r a sí, es to y contenta. ¡ T e he v e n g a d o ! — M e
eché á sus pies em ocionado, d iría h o rr o riza d o :
— ¡ P e r o L au rac h a , L a u r a c h a m ía! V e n , v o y á c u ­
rarte. ¡ Q u é has h e c h o ! ¡ A h , lo q u illa ! — Y ella en
pie d eja n do que la sa n gre resbalara hasta su p iecesito
desnudo y se es cu rriera por entre los fin o s dedos de
uñas con escamas de au ro ra :
— ¡ D é ja la que corra, que se v a y a tod a de mi c u e r p o !
¡ E l l a es la ú n ica cu lp a b le de todo lo que h a g o ; es ella
la que e x a lta mi corazón hasta h a cerlo querer estallar
dentro del p e c h o ; es ella la que se m ete hasta el ú l ­
tim o r in c ó n de m i ca becita y la v u e lv e loca, loca, lo c a !
Y t u v o un l ig e r o am ago de lla n to que apenas pudo
conten er por breves in stantes y lu e g o se desbordó
de g o lp e en so llo zo s p ro fu n d o s, am argos, que me su­
gestion aro n é h iciéron m e llo rar también.
¡D e sp u é s , reím os j u n t o s ! ”
C la r o está que y o
la m usa moderna. L o
de su livian dad . ¿ E s
co no cer las v ir t u d e s
no pu ed o p ed irle castidades á
m od erno es im puro, y se g lo ría
razón esta que me perm ita des­
retó r ica s de su im pud or? No,
desde que so y c r ític o litera rio y no m ision ero de
buenas costum bres, aunque por ellas abogaré hasta
que se me ca iga la cam panilla. A s í, por más que me
5 i8
H IS T O R IA CRÍTICA
d uele lo que no es d ecible que el h i jo muera, no
pu ed o llo r a r la m u erte de L a u rac h a , porque si me
apasion o en la d e fe n sa de los cord eros, so y en em ig o
de los ch im an go s, y , com o ella nos dice sin r e t ic e n ­
cias, ch im an go se siente, y con in s tin to s de ch im an go
actúa, la v o lu p tu o s a y trá g ic a y es cu ltu ra l y c o d ic ia ­
d ísim a m u je r que nos p in tó el n u m en de O t t o Cio ne.
P o r otra parte, ¿acaso fu é casta la n o ve la española
en los tie m p o s m e jo r e s del d ecir ca stella n o? ¿ L o fu é
la C e le stin a ? ¿ L o eran los ch ism es á que dieron lu g a r
cie r to a rc h ip r e s te y la casada con cie r to L a za rillo
d e T o r m e s? ¿ L o fu é la in g en io sa E le n a , c u y o s m ila ­
g ro s co n tó n o s Salas B a r b a d illo ? ¿ L o fu é, por ve n tu ra ,
L a picara J u stin a de f r a y A n d r é s P é r e z ?
¿ L o fu é
cierta T ía fin g id a que escribió C e r v a n te s ? ¿ L o fu e r o n
aqu ello s T r e s m aridos burlados de T i r s o de M o lin a ?
¿ L o fu é E l d esd ich a d o p or la honra de L o p e de V e g a ?
A d a r m e más ó m enos en tod as h a lla réis v is o s de l i ­
viand ad, que en las n o ve la s de antaño y h o g a ñ o no
su elen salir m u y bien paradas las d o n celle ces, aunque
no sea la m a licia de en to n ces tan sin es crú p u lo s y
tan de m orbosos alam bicam ien to s com o la de ahora.
L o m alo es que ahora no presentam o s á la m alicia
como m alicia, sino com o crim e n de la natu raleza, h a ­
lland o d is cu lp a pron ta y barata para tod os los errores
de los sentidos, cu and o n u es tra i n d u lg e n c ia no hace,
de esos errores, coron as de lau rel para el que los
com ete con m u y d eliberad a y r e su elta inten ción . P ero ,
com o este caso, no es el caso que j u z g o , á lo que d ije
v u elvo , pues no h a y que p ed irle á la m u sa de la n o ve la
co n tem po rá n ea lo que la m u sa de la n o ve la y a no
tenía en el s ig lo de L o p e y de C ervantes.
L a n o ve la que fué, en sus o ríg en es, una a m p lia ción
del cu en to p o p u la r ; la novela, que debe ed u car d e ­
leitand o y en treten ien do , com o lo h acían c o n s c ie n te ­
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
5 i9
m en te las novelas de costum bres á lo C e r v a n te s y las
h istó rica s á lo W a l t e r S c o t t ; la n o ve la que, d esp ren ­
diénd ose en absoluto de lo d id á ctico, no siem pre re­
p re se n ta una u tilid a d y contraría, en m u ch ísim o s ca­
sos, el fin que las r etó ricas le a sig n a b an ; la novela,
qu e su pera bu n d a en tod os los países y que c o n g estio n a
tod o s los m erca d o s; la no ve la v a perd iend o sus an­
t ig u o s p r e s t ig io s y sus g ra n d es relieves. — L a razón
es sencilla. — E n riq u e de V e d ia , n o v e lis ta y po eta y
a uto r de t e x to s tan celebrado s como sus discursos, la
e x p o n e así en la p á gin a 176 de su j u g o s a y e sp iritu a l
T eo ría litera ria :
“ P u e d e d ecirse que la n o ve la fu é la única escuela
del alm a fem en in a durante va rio s lustros, así como
p u ed e com probarse el h echo de que en las sociedades
cu lta s del presen te la m u je r tiene en la escuela, y en
to d o s sus grados, un cam po más abierto, más lim pio
y más fe c u n d o que la n o ve la para procura rse la ilu s ­
t ra c ió n que esas m ism as so cied ades la reclam an. E n
térm in o s más b r e v e s : la n o ve la ha se rv id o para educar
y para in s tr u i r ; h o y estas fu n c io n e s las llen a la es­
c u e la con más e fica cia . Y com o cada día habrá más
escu ela s y cada día serán m ejores, claro está que el
r e su lta d o fin a l de la p u j a se a d iv in a .” — L a no vela
será reem plazad a po r las n u evas fo rm a s ed u cativas, lo
que nada a r g u y e en co n tra de los m érito s de p in cel y
d ic c ió n de n u estra Lauracha.
Y hablem os y a del tea tro de O tt o M ig u e l Cione,
dando á co n o cer el a rg u m e n to y las p rin cip a le s esce­
nas de su P r e s e n te g rieg o.
E s una fan ta sía trá g ic a en un acto y en prosa, que
o btu v o el prim er prem io en el co n cu rso dram ático
v e r i fi c a d o en M o n te v id e o á fin e s de 1912.
¿ F u é ju s to el prem io ? Sí. L a obra es im oresionante,
macabra, o rig in a l, y el d iá lo g o intenso, animado, r e tó ­
ric o á veces, como la obra e x i g í a en tod os los casos.
520
H IS T O R IA CRITICA
¿ D e qué se trata? Se trata de un m éd ico que se
o cu p a en la d esecació n del venen o de las serpien tes,
estu d ian do con c i e n t í fi c a s o lic itu d las costu m bres ó
los in s tin to s de las sérpu las blancas de C am bod ge.
Q u ie r e com probar si las ú ltim as son caníbales, so­
m etié n d o la s á una la r g a dieta, como trata de in m u ­
nizarse, por m ed io de in y e c c io n e s in fin ite s im a le s de
su veneno, co n tra la p ica d u ra de las víboras, aunque
los d ie n tes de éstas sean tan po n zoñ osos como los
c o lm illo s de la P ao P r e t o del río M arañón.
T r a b a ja en una quinta, sólo con su ayu d an te, un
e x p ó sito r e c o g id o por caridad, por caridad educado,
y que, a pasion ad ísim o de la h ija del doctor, le va á
r e trib u ir de m ala m anera la in s tr u cció n recibid a y
el amparo o frecid o .
E l p roscen io sim u la el g abin ete q u ím ico del d octo r
G uerra. H a y m atraces, alambiques, pipetas, m ic ro s ­
copios, soportes, tubos de en sayo y a lg u n o s libros.
H a y también, en el foro, dos ventan as y una pu erta
v id riera , que p erm iten ver, á los o jo s del m édico, el
in v ern á cu lo donde están varias jau las de víbo ras p u es­
tas en fila. T r is t á n , el ayu d an te, e s tu d ia al m ic ro s ­
co pio y c o n su lta el term ó m etro de la e s tu fa con una
a ctitu d de ind ecible tristeza. Se ad v ierte que el tra ­
bajo no le distrae. G u erra se bu rla del d olor de T r istá n .
L o s es p íritu s fu ertes, como* el suyo, tienen, en su
mismo v ig o r , u n a n tído to co ntra las m ord edu ra s de
la tristeza. Su a yu d an te se le a n toja un im bécil. ¡ E n ­
sim ism arse porque su h ija se casa con o tr o ! B lan ca ,
su heredera, fué, siendo niña, la novia de T r istá n .
¡ C a p r ic h o s i n f a n tile s ! A q u e l lo pasó, y no vale la pena
de lam entarlo. ¡Q u e T r i s t á n se ocupe de las sérpu las
blancas de C am bod ge, y deje á la m u ch acha ser fe l i z
con J u lio !
¿ Q u e r é is daros cu en ta de la atm ó sfera moral del
lab orato rio ? O í d :
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
521
" T r is t á n .— ( T r is t e m e n t e ) . Si se p u d iera in m u n iza r
uno co n tra el dolor que nos acecha eternam ente.
G u er ra .— (O b s e r v á n d o le ) . ¿ F i l ó s o f o estás?
T ristá n . — E l d olor nos hace filó s o fo s .
G u e r ra .— ¿ E l d olor? ¿ T ú su fres?
T ristá n . — ( P r o fu n d a m e n t e ) , ¡ M u c h o !
Guerra. — (M e d it a b u n d o ) . ¡ A h ! ¿ E l casam iento de m i
h i ja ? . . . ¿es la causa?
T r is tá n .— ( S i g n o a firm a tiv o ) .
Guerra. — ¡ A h ! ¿ C r e o que u sted es fu e r o n novios de
niños?
T ristá n . — ¡ E s o e s !
G uerra.— ¡ J u e g o s de la in f a n c ia ! ¿ Y ahora que B la n ca
se casa con otro te ha invad ido el dolo r? ( B u r ­
ló n ). ¡ O y e , T r i s t á n ! P o d r e m o s inm u nizar n u es­
tro c u erp o co ntra tod os los venen os existen tes,
pero para el d olor sólo h ay un a n tíd o to : el ser
fu e r te s como yo. T r a n q u ilíz a te . ( P a u s a ) . ¿ H a y
clo ru ro de oro?
T ristá n . — Sí. ( G u a r d a el venen o del cobra en el es­
tan te ).
G u er ra .— ¿ L o s u f ic ie n t e para cuántas in y e c c io n e s ?
T ristá n . — P a ra una ó dos. S u ero C a lm ette h a y dos
am pollas.
Guerra. — A p u n t a en la lista de pedidos, no se te
o lv id e el cloruro. ( P a u s a ) . ¿H a com ido el trig o n o c é fa lo ?
T r is tá n .— N o quiere, desde hace más de un mes.
Guerra. — H abrá que h acerle in g e r ir un co n ejo á la
fu e r z a m añana sin falta. ¿ R e v isa s te las jau las?
¿ C ie r r a n bien?
T r is tá n .— Sí. ¡ A h ! ¿ L e d o y de com er á las sérpulas
blancas?
Guerra. — No. Q u ie r o com probar si son caníbales.
¡ H a y m uchas y a ! . . .
522
H ISTO RIA
CRÍTICA
T ristá n . — L a sección de las sérpu las está llena. Se
han p rocrea d o p ro d igio sa m en te. P u l u l a n de á
m illares. ¡ Si las soltáram os, ahora que están
h a m b rien ta s!
Guerra. — N o s in v a d iría n to d a la casa y nos d e v o ra ­
ría n en un instante com o si fu éra m o s ratones.
T r is tá n . — ( C o n f r u i c i ó n ) . ¡ Q u é herm osa m u e rte !
G uerra. — ( E s t u p e f a c t o ) . ¿ C u á l?
T ristá n . — ¡ L a de ser sorbido lentam ente por las sé r­
p u las blancas del C a m b o d g e ! . . . ( G e s to de s u ­
prem o g o z o ) . ”
E l d octo r acaba de recib ir un eje m p la r rarísim o.
E s un precio so r e g a lo de su co fr a d e N ilso n . É s t e le
e n v ía la víbo ra m ás v e n en o sa del m undo, la naja del
G a n g es. T r i s t á n se e n ca r g a del nu evo y p e lig r o so
h u ésp e d del sabio G uerra.
A q u e l d ía es el cu m p le añ os de B la n ca , y B la n ca ,
d eso bed ecien d o las ó rd en es de su padre, v ien e á la
q u in ta en que el d octo r estu d ia los cróta lo s con T r i s ­
tán.
E l a y u d a n te habla con su a n t ig u a novia. L e r e ­
cu erd a el pasado. L a m u ch ac h a se bu rla del ayu d an te.
Y el loco, el dem ente de d em encia de amores, estalla
vio len to :
“ T ristá n . — ¡B a s t a y a ! ¡ B a s t a ! ( B l a n c a co rta la risa
de g o lp e ) . ¡ N o quiero que se ría u sted en estos
m om en tos solem nes para mi v id a y . . .
qu izá
para la de u s te d ! T i e n e el deber de escucharm e.
Sí. ( E x c i t a d o ) . ¡ T i e n e que e s cu ch arm e! ( D u l ­
cem en te ). Y o , B lan ca , la he amado á u sted con
el prim er amor de mi vida, con el único, usted
era una niña y y o un m ozo y la amaba. D e sp u és
cuando habitaba usted y a señorita, esta quinta,
atend ió mis d eclaracion es y fu im o s novios, no ­
DE LA L IT E R A T U R A U RU G U AYA
523
v io s de verdad, hasta el día en que se fu e r o n
á la ciu dad . C u a n d o escribí esas cartas, largas,
inmensas, que ta n ta b u r la o rig in a n en usted, es­
taba com o loco. Sa b ía que la ciu d a d era m i
enem iga. ¡ U s t e d l e jo s de mí tenía que o l v i ­
d a r m e ! A s í sucedió.
B la n ca . — P e r o . . .
T ristá n . — D é je m e hablar. A l poco tiem p o supe que
u sted tenía otro novio, rico, buen m ozo, etc.,
pero y o pobre y feo, y o m iserable bastardo, r e ­
co g id o de lim o sn a por su señor padre, sólo aquí,
u rd í m il plan es de v e n g a n z a á cuál más d esca­
bellados. A q u í m is no ch es fu e r o n de in fiern o,
en las cu ales pasé tod a s las torturas. M e r o ­
baban á m i B la n ca . M i B la n ca , cu y a s manos
d iv in a s fu e r o n las ú nica s que c o n o ciero n mis
labios. E s a s m anos que para m í v a lía n más que
las de u na m adre que no he c o n o c id o ; esas
manos, las prim eras, las únicas, las ú ltim as, que
o p rim iero n las mías, iban á ser besadas por
o tro s labios, iban á a ca ricia r o tro s cabellos que
no fu e r a n los m ío s ; esa boca que besó la m ía
co n tod a la pasión del p rim er amor, iba á ser
de o tr o ; esos o jo s que se adorm ecían m irándose
en los míos, iban á se n tir
ojos. No. N o. ¡ M i l v e c e s n o !
se n tir eso. ¡ T ú m i B la n ca ,
mía, tú no podías d eja rm e
el fu e g o de otros
Y o no pu ed o c o n ­
m adre mía, novia
en u na n u ev a o r ­
fa n d a d m ás terrib le que la primera, en la que
me d eja ro n m is padres anónim os. ¡B la n c a , á n ­
g el de b ie n ! P o r tí seré capaz de tod os los sa cri­
f i c i o s ; por tí de t o d o s . . . lo s c r ím e n e s ; po r tí
escalaría el cielo para ir á b u scarte la estrella
que me p id ie ra s; por tí abriría la tie rr a para
hacer p erecer á to d a la h um anidad que en ella
H ISTO R IA CRITICA
524
v i v e ! ( A m o r o s o ) . ¡B la n c a , dim e que todo ha
sido un j u e g o ! ¡D im e que v u e lv e s á m í! Q u e
sentiré n u evam en te las ca ric ia s de tu s manos,
de tus ojos, de tus labios. ( P a u s a ) . ¡ C o n te s t a !
(Llora).
B la n c a .— ( V a c i la n t e ) . E s q u e . . . ¡ T r i s t á n ! T ú no te
das cu en ta de lo que pides. T e o lv id a s que y o . . .
T ristá n . — ( A n h e l a n t e ) . T ú . . .
B lanca . — Y o amo á otro con tod a mi alma. A t í . . .
T ristá n . — ¡ A h ! ¿ Q u é á mí y a no me q u ieres?
B la n c a .— ( T e m e r o s a ) . S í . . . E s la verd ad. N o sabría,
no p o d ría m entirte.
T r is tá n .— ( V a á saltar sobre e lla ; pero h aciend o un
e s fu e r z o se contiene, y se tra n q u iliz a ). ¡ S e a !
¡ B i e n ! ¡N a d a h a y que hacer co n tra el d e s t i n o ! ”
B la n c a a n u n cia á G u e r r a que Ju lio , su novio, qu iere
casarse al em pezar Septiem bre. J u lio quiere tam bién
que B la n c a le reg a le su retra to de prim era com unión.
B la n c a recu erd a que tie n e uno allí, en la quinta, en
la pieza del fo n d o donde están los baúles. T r is t á n ,
el a yu d an te, está se g u ro de haber v is to el retrato en
aqu ella pieza, en un canasto, hacia el lado izquierdo.
B la n c a p r e g u n ta por la lla v e de la p ieza del fo ndo, y
T r is tá n , llev á n d o se la mano al co razón con un gesto
de angustia, sale á bu scar la lla ve que le pide Blan ca.
V u e l v e n á verse á solas B la n c a y T r is t á n .
“ B lanca. — ¿ Q u é p r eten d es ahora?
T ristá n . — R e p e tir le á usted que ha sido fa lsa y p e r ­
jura.
Blanca. — No p retend erás que te ame á la f u e r z a . . .
T ristá n . — Si y o fu e r a un civ iliza d o , quizá diría que
tiene usted razón, pero como so y un sa lva je
de alma — siem pre he sido salvaje — desde el
fo n d o de mi ser, con toda mi san gre bastarda é
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
525
innoble, si u sted quiere, protesto con una voz
que q u isiera hacer lle g a r al in fin ito , del robo
que me h a c e n . . .
B la n ca . — ( C o m p a d e c id a ) . T r is tá n , y o te quiero a m is­
tosam ente.
T ristá n , — ( S i n o ir la ). T ú ,
B lan ca , mi ú n ica esp e­
ranza, te vas sonriente, d ejándom e á mí, al p o ­
bre h u érfan o , en m ed io de las más insensibles
fie r a s de la creación. A l v e r tu in d iferen c ia ,
he apre n d id o á q u ererla s; h a y más, he a p re n ­
d id o de ellas, el ser artero, el ser malo, con
d isim ulo, o cu lta n d o el venen o en el fo n d o de
m i a l m a . . . S o y un im puro, B lan ca . ( P a u s a ) .
T ú , q u izá me h u bieras salvado. ( P a u s a ) . C ada
uno á su d e s t i n o . . . ( P a u s a g ra n d e ). ¡ Y o á mis
víboras, tú á la f e lic id a d eterna ! ( S e calm a).
¡ A d i ó s B la n ca , hasta que a lg ú n día nos en co n ­
trem os en la e te r n id a d ! ( P a u s a ) . ¡T o m e usted
la lla v e !
B la n ca . — (T o m á n d o la ) . N a d a de r e n c o r e s . . .
T ristá n . — ¡ N a d a !
B lanca. — ¿ E n el canasto de la izq u ierd a ?
T ristá n . — ( L ú g u b r e m e n t e ) . E n el p rim er canasto de
la izqu ierda. ( V a s e B l a n c a ) . ”
Y lle g ó el desenlace.
Co m o de se g u ro habréis adivin ad o, la jo v e n muere
m o rd id a por la n a ja del G anges. E l padre y el novio
buscan al asesino, al infam e T r istá n .
¿ L o e n cu en tran ? Sí.
" J u lio . — ( S e detien e ju n t o á la v id rie r a h o rro riza d o ).
¡ Q u é h o rr o r! H a abierto tod as las jaulas. L a s
sérpu las blancas se lo están devorando. ¡ E s tá
blanco, bla n co !
Guerra. — ¡ Y y o que creía estar inm u nizad o contra
526
H IS T O R IA CRÍTICA
el d o lo r ! ¡P o b r e de mí, pobres seres hu m a n os!
( E n u n inm enso s o llo z o ) . E l d olo r es la esen­
cia de nu estra vida. ¡ H i j a m í a ! ”
A u n q u e el asunto sea m oderno, nos en con tram os
con u na obra de corte a n tig u o . L a obra p erten ece á
lo que se llam a teatro de acció n más que á lo que se
nom bra tea tro de ideas. E n el tea tro de acción, r o ­
m án tic o en su esencia y su form a, lo herm oso tie n d e
á lú g u b r e y h a y que m an ch ar con sa n gre la ú ltim a
p á g in a del asunto, que suele ser de l ír i c a a m p ulo sida d
y c o m p le ja arqu itectu ra . E l tea tro de a cció n es, por
lo tanto, u n teatro e fe c tis ta , como el teatro de S a rd o u
y com o el tea tro de E c h e g a r a y .
¿ L o r ech a za la e sté tica ? L a e s té tica no rech a za n in ­
g ú n teatro. E s la fa ctu ra , y en o casion es la tesis del
drama, lo que la c r ític a lit e r a ria aplau de ó reprueba,
aunque no fa lte n cr ítico s, ó m e jo r cronistas, que r e ­
ch acen en absoluto el teatro de acción, porque su p o ­
nen que el tea tro de a cció n ha pasado de m oda co n
el rom anticism o. E l c r ític o verd adero , el que sabe,
no es absoluto, y m al pu ed e co nd en ar con sentencia
no re v o ca to r ia un tea tro que ha p r o d u cid o E l o d io
con S a rdo u y L a m u erte en lo s la bios con E c h e g a r a y
Q u e los g u s to s del a u d ito r io se in clin a n más al
tea tro que se d ice de ideas que al teatro que se deno­
m ina teatro de acción, es in d iscu tible . L a s i n d iv id u a ­
lid a des que todo lo sa c r ific a n á su in d ivid u a lid a d , las
in d iv id u a lid a d e s de p r o g e n ie sch illia n a, no son las
in d iv id u a lid a d e s con que h o y sim p a tiza el p ú b lico d e
la platea. E l héroe superh um an o no es nuestro héroe,
porque hemos a pren d id o que no h a y santidad sin som ­
bras ni error que no te n g a su m in u to de duda. E l
tip o recto, im pecable siem pre ó siem pre fango so , no
está en nuestra clara co m prensió n de la vida, y
DE LA L IT E R A T U R A U RUG U AYA
527
com o el teatro trad uce la vida, tam poco deben p r i­
mar en la escena los tip o s sin fa l la ó sin co m p os­
tura. N u e s tro s c o n flic to s, nu estro s g ra n d es c o n f l i c ­
tos m orales, casi nu n ca apelan al tra n s p o rte oratorio
para ve rte r se ó d ejarse ver, pues son re co n ce n tra ­
dos y m ás a m ig o s del g esto que de la palabra, no
so lu cion án do se
casi
nunca,
en ciertas
esferas, p o r
el su icid io , la puñalada, el p isto le ta zo ó el en v e n e ­
nam iento. E s ta s tra g e d ia s sin lír ic o fraseo y en cu y o
desen lace no in ter v ien e la policía, son las que e x p lo t a
el tea tro de ideas, c la s ific a c ió n que r ep u to falsa, com o
la m a y o r parte de las cla s ific a c io n e s de que nos ser­
vim os. S in ideas no es posible e x is t ir en el arte y
no h a y obra dram ática sin ideas, estriband o la d if e ­
rencia entre los dos g én ero s de que me ocupo, no
en su m a y o r ó m enor a b u nd an cia de ideas, sino en
su d is tin to m odo de u tiliz a r el resorte del in terés
y el reso rte del m ov im ien to . E l m ovim ien to , en el
tea tro de acción, es más rápid o y más ir r e g u la r que
en el tea tro de ideas, r e sid ie n d o el interés del t e a ­
tro de acció n en lo b ru sco del choque de las pa­
siones y en la c r u eld a d con el que el nudo se des­
enlaza, m ientra s el interés, en el tea tro de ideas,
co nsiste en que los in cid en tes se d esarrollan con ló ­
g ic a le n titu d y sin e p ilé p tic a s sacudidas, term inando
el c o n f li c t o como su elen term inar, sin cascabeles y
sin estrépitos, la m a y o r parte de los más h ondos co n ­
fl i c t o s humanos. E l tea tro de tesis, que es el que
acaso m er e ce r ía el nombre d ife r e n c ia l de teatro de
ideas, ¿no pu ed e p erten ec er al g ru p o de las obras
que fo rm a n parte del tea tro de a cció n ? R espond ed
que sí ca tegó ricam en te. B a sta que el p r o ta g o n is ta del
teatro de tesis sea un p erso n a je rep resen tativo á modo
y uso de la d ram ática a ntigu a, p erso n a je que a ctúe
en un asunto de dim en siones abracadabras, que hable
5=8
H IST O R IA CRÍTICA
co n én fasis, y que m u era ó mate, de t rá g ic o modo, al
fi n de la pieza. T e a t r o de ideas, siendo al mismo
tie m p o teatro de acción, es el teatro á que perten ecen
E l gran g a leo to de E c h e g a r a y y E l n udo gordiano
de Sellés. ¿ A c a s o , por v e n tu ra , carecen de acción,
aun qu e se las ca ta lo g u e en el m od ern ísim o teatro de
ideas, las obras de H e r v i e u ó las obras de B jo r s o n ?
No, pues en lo ú n ico que el teatro de a cció n se d i ­
fe r e n c ia del teatro de ideas es, com o y a d ijim os, en
su d iverso m odo de co m p re n d er los reso rtes del m o ­
v im ie n t o y del d iá log o , ten d ien d o el interés del p r i ­
m ero á lo trá g ic o , á lo terrible, á lo so fr ó n ic o ó e s­
q u ilm o , y ten d ien d o el interés del se gu n d o á co nservar
la v e rd a d de la v id a d en tro de sus lím ite s h abituales,
com o suelen h a cerlo C a p u s y L a v ed á n .
Y y a sabe el lector, que es lo que y o quería, á qué
g én ero de teatro p e rten ec e la fa n ta sía t r á g ic a de O tto
M i g u e l Cione.
E s claro que á mí no me apasionan ni el a rg u m e n to
ni el desen lace de la fa n ta sía trá g ic a. Su novedad
resid e en los accesorios, en la n a ja del G a n g e s y en
las sérpu las de C am bod ge. E l asunto, en el fondo, se
redu ce á la v e n g an za , no m u y caballeresca, de un
galán im p u ls iv o y desairado, que tien e la d iscu lpa
su prem a de ser a lg o loco por a d q u irid a ín d o le ó por
h ered ad a fa talida d . L a tesis, p lan tead a por el q u í­
m ico, de que el d olo r está en el fo n d o de tod as las
n a tu ra leza s humanas, se d isu elve, com o terró n de azú
car en pozo de v in a g re, ante lo te r rib le del fin de
la m oza y ante lo n o vedo so del fin del v e n g a tiv o .
N i n g u n o de esos fin e s es inesperado, los dos se d ejan
v e r y estam os a p ercib id o s para los dos, lo que le
q u ita a lg u n o s adarmes de tea tra lid ad á lo pa té tico
de las últim as escenas. A t u r d i r , sorprender, y ser­
virse del e fe c t o sensacional como de un rayo jó v ic o ,
DE LA LITE R ATU R A URU GUAYA
5 29
es el m ejor recurso del teatro puram ente de acción,
c u y a fó rm u la q u intaesen ciad a en con traréis en ¡ L u i !
S u p r im id el nombre e x ó tic o y sonante que llev a n las
víboras, poned en lu g a r su y o la puñalad a usual ó el
p isto le ta zo que es de costum bre, y el asunto queda
red u cid o á un caso de cr ón ica po licíaca, como los
casos con que se desayun an todas las mañanas los
ferv o ro so s de esa in s tr u ctiv a y agradable sección de
la prensa diaria, tan in s tr u c tiv a y tan agradable como
la sección en que se d iv u lg a n los rum ores sociales ó
mundanos. T r is t ó n está más cerca de la vesa nia que
del h eroísm o y más cerca del bru to que del su p e r­
hombre, porque los héroes del teatro de acción, cuando
el teatro de acción no es tam bién teatro de ideas —
com o O locura ó santidad de E c h e g a r a y , — son p er­
so n ajes h in ch a d os por el lirism o del lé x ic o y por lo
no com ún de los incid entes, como cierta rana de que
se ocupa aquel autor de fábu las a do ctrin ad o ras y de
cu en to s ve rd es que respo nd ía al nombre de L a fo n taine. E n el fo ndo, si los deshincháis, ¿qué queda
de ellos? L a pasión corrien te, la pasión que perturba
á la co cin era y al picaped rero, y en el caso que nos
r e fie r e la fantasía trág ica, la pasión perversa, la pa­
sión cruel, la pasión que se sirve del v it r io lo y la
daga, la pasión de la co rrec alle s y de su querido. P e r ­
donad si no insisto. Y a habló de esto, en un libro
sobre actores y actrices, E d u a r d o Zam acois.
N o cen su ro ; elogio. E l númen dram ático consiste
especialm en te, dentro del teatro de acción, en abultar
las fábu las y los personajes, qu itan do á las unas y
á los otros su carácter de prosaísm o ó v u lga rid a d .
¿V e n e n o s de la In dia? ¿S érp u la s de C am bod g e? Sí,
señores míos, sérpulas y venen os son recursos de
buena le y dado el ambiente en que el drama trá g ic o
se desarrolla, ambiente m u y de la vid a contem poránea
34.—v i .
530
H ISTO RIA CRITICA
que tiene la pasión de los m icro sc o p io s y de los an­
tídotos. A u n q u e el autor no hu biera denom inado f a n ­
tasía á la tra g e d ia con que nos en tretu vo, nada te n ­
dríam os que o b je ta rles á sus ponzoñas y á sus ser­
pientes, desde que la té c n ic a del teatro de acció n no
reh u y e lo ex tra o rd in a rio , y antes bien u t iliz a lo e x ­
cepcio n al, para m an tener el interés del pú blico y p ro ­
d u c ir el c a lo fr ío de lo terrible. E stá, pues, d entro
de las co n d icio n es del gén ero que e x p lotó , en este
acto breve y ang ustio so, la m usa escénica de O tt o
M ig u e l Cione.
N u e s tro co m patriota ha escrito tam bién una co m e­
dia en dos actos que se titu la C la v el d e l aire. U n
joven, César, h u ye con una artista, C lo tild e , del h o ga r
paterno, d ejan do en llo r o s á su novia L au ra. C u a tro
años después, el padre del fu g a d o , ju e z que es m o ­
delo de rectitu d , recibe una carta an u n ciá n d o le la
v u elta del h ijo p ród igo . T o d o s se a le g r a n : doña E u ­
genia, la m ad re; don F lo r e n c io , el t ío ; Ram ona, la
nodriza del que f u g ó ; L au ra, la n o via que quedó en
llo r o s ; y hasta R osita, una m ucam a m u y sensiblera
y de pocos octubres. E l m ozo v u e l v e ; pero trae á
Sarita, de tres años de edad, fr u to de sus amores con
la cantadora, lo que no á todos place, pues la m adre
y la tía de la novia burlada por la fu g a , ven una nueva
causa de resen tim ien to en el a n g e lito que e n gen d ró
C lo tild e. E l padre del mozo, o b lig a d o á e le g ir entre
su amor de abuelo y las severida d es de su cargo d¿
juez, renu ncia á su ca rgo y recibe á la nena con un
beso tiern ísim o, como la
g ir entre su cariño y las
lia, opta por su cariño y
E l prim er acto es de
dulce L au ra, o b lig a d a á ele­
p reo cu p acio n e s de su f a m i ­
se casa con César.
ex p o sició n y de p intu ra de
caracteres. A u n q u e abultados, me parecen de perlas
el de Ram ona y el de don F lo ren c io . E stán dentro
DE LA LIT E RATU RA URU GUAYA
53i
ds las m od alid ad es de la comedia, sobre todo el del
tío solterón y jo v ia l, eleg an te y m u y in d u lg en te, como
aquéllos que conocen el libro de la vid a desde el p ró ­
lo g o al índice.
D o ñ a E u g e n i a habla con don F lo r e n c io de la C l o ­
tild e que enlo qu eció á César.
“ F lo r e n c io . — ( C o n fr u i c i ó n ) . U n a s i r e n a . . .
una d i­
v in id a d . .. una mañana de p r i m a v e r a . . . un sol...
¡ Q u é m u je r ! E s u na estatua g rieg a, pero m o ­
rocha. P e ro así como su fís ic o es a n g elical, su
carácter es diabólico, una coqueta e x c é n t r ic a ;
p erversa y
sobre todo, u na d estornillada, f i ­
g úrese que una ve z estu vo á punto de s u ic i­
d a r s e . . . en f i n . . . una m u je r como á mí me
g u s t a n . . . la m u je r que he buscado con ahinco
d urante tod a mi v id a . ..
E u g e n ia . — ( R e f l e x i o n a ) . C on razón C ésar d ejó de
ser mi h ijo desde el m om ento que conoció á
esa harpía.
F lo r e n c io . — D í g a l e u sted . . . sirena.
E u g e n ia . — ¿ Y si vo lv ie r a ?
F lo r e n c io . — ¡ O h ! ¡no v o lv e r á ! H e sabido que se fué
á P a r ís con un ex am igo de César, m u y rico.
E u g en ia . — ¡ Q u é gente, D io s m í o !
F lo re n cio . — E s o es lo más natural en tre cierto mundo.
E u g en ia . — P e ro te n g o el p rese n tim ien to que esa m u ­
je r ha de v o lv e r á darnos un disgusto.
F lo r e n c io . — ¡ O h ! ¡ N o la creo tan r id ic u la ; pero si
vo lviera, le ju r o á usted doña E u g e n ia que por
el bien de la fa m ilia sa c r ific a ré la tra n a u ilid ad
de que d is fr u to é in terven dré entre mi sobrino
y e lla ; y hasta si m uch o me apura realizaré
con la b ella C lo t ild e d ’A l a r z o n la ú ltim a cala­
ve ra d a ! C rea usted que mi abnegación lleg a rá al
532
H ISTO RIA CRÍTICA
e x tre m o de llev á rm ela á P a r ís si fu e r a necesario.
¡ Á P arís, así como suen a! ¡ O j a l á v in ie r a ! ¡ Y
ve ría n de lo que so y c a p a z !”
D o n B e r n a r d o duda, aunque tan sólo por breves
instantes, entre el amor que le debe á su h i jo y la
o pinión tir a n iza d o r a de la sociedad.
“ F lo r e n c io . — ¡ M e r ío de esa m oral r id ic u la que no
quiere reco n o cer á los hijos, por el sólo hecho
de no ser el fr u to de m atrim o nio s sancionados
por la sociedad, y en cambio a cepta ris u eñ a ­
m ente á los h ijo s a d u lte rin o s de m atrim o nio s
aparen tem en te bien a ven id o s!
B ernardo. — Só lo un hombre de tus a n teced en tes ha­
bla así. . .
F lo r e n c io . — ( E x a l t a d o ) . ¿ M is anteced en tes? M is an­
teced en tes son los de un hombre llen o de d e f e c ­
tos equ ilib rado s con otras tantas virtu d es. M is
a nteced en tes son los de un hombre que ha ba­
sado su moral en todas las le y e s natu rales que
rig e n la vid a de los s e r e s . . . Si y o tu v ie r a un
h ijo bastardo, dém osle ese nombre, fr u to del
amor, te n d r ía que co n sid era rlo como mío el
mundo entero. H ij o tanto más querido, cuanto
que el amor ve rd a d ero animó su s a n g r e . . .
Bernardo. — E s tá m u y bien. ¿ P e r o uno se debe ó no
á la sociedad en que v iv e?
F lo r e n cio . — Sí, pero la sociedad no debe, ni puede
inm iscu irse en los d ictad os in d iv id u a les de la
concien cia. T ú , fu e r a de aquí, eres el ju e z. A q u í
dentro de la casa, eres el j e f e de la fa m ilia que
no debe hacer caer el d esprecio de toda una
sociedad sobre una cabeza, inocente de las faltas
de sus padres.
B ernardo. — N o : H a y que ser en érgico . ¡ H a y que p r e ­
dicar con el e je m p lo !
DE LA LIT E RATU RA U RUG U AYA
533
F lo r e n c io . — ( F u e r a de sí). ¡ A h ! me convenzo una
vez más, que para ser bueno, h a y que haber
s u frid o m u c h o ; para ser m agnánim o, es m enes­
ter haber observado las pequeñeces humanas con
ojo s de sabios y no de hom bres como t ú . . .
p u ritano s á la antigua, im buidos en precepto s
y a m andados a rc h iv a r y fu e r a de esta época
m od erna ; seres que han v is to la v id a y c o n ti­
núan vié n d o la con un solo y ú nico v id rio de
un mism o eterno color.
B ernardo. — ¡ O h ! ¡ en cuanto á t í ! . . .
F lo r e n c io . — E n cuanto á mí, he cam biado de v id rio
tantas veces, que desde ahora he resuelto m irar
las cosas á ojo desnudo, á sim ple vista, tal como
son. ¿ P o r qué te resistes? habla. ..
B ernardo. — ¡ N o . . . no debe ser!
F lo r e n c io . — A ca b e m o s de una vez. Si tú crees que
la sociedad en que viv es, es más poderosa para
tí que los d icta d os de tu c o ra z ó n ; si crees que
tu r e ctitu d de j u e z es de m ay o r en erg ía que la
v o z de tu alm a de padre, de abuelo. ( T o m a á
la nena). V ea m o s, tú m ism o arro ja de aquí á
esta inocen te c r i a t u r a . . . á este pedazo de tus
e n tr a ñ a s . . . ¡ A t r é v e t e !”
Y el acto co n clu y e, y a ve n cid o el abuelo, con el
amoroso ve n cim ien to de L au ra. Y a lo esperábamos,
como no nos sorprenderá, después de a lg u n a s cosas
dichas por el tío, el episod io fin al de la comedia. Esto,
sí, es un d e fe cto como y a indiqué. P re p a r e sus golpes
con más habilidad, o cú lte lo s m ejo r al insinuarlos, y
no co n fíe usted en la poca p ersp ic acia del público
de una edad en que los niños nacen con los ojos abier­
tos. ¡ H o y todos nos pasamos de listos, y el que no
corre como una liebre, vu ela como un carancho, c o m ­
pañero C io n e !
534
HIS1 ORIA CRÍTICA
“ B ernardo. — ( Á E u g e n ia ) . ¿ Y la fa m ilia de D u rán ?
E u g en ia . — ¡ Se ha i d o !
F lo r e n c io . — H ech a s unas fu r ia s con César y con n o s­
otros.
B e r n a r d o .— ¿ Y L a u r a tam bién?
E u g en ia . — ¡L a u r a tam bién ! ( S e abre la p u erta y a p a ­
r e ce L a u r a ) .
Laura. — ( E m o c io n a d a ) . N o . . . no. . . y o no me v o y
Y o v e n g o á quedarm e. ¡ S o y lib re !
César. — V i e n e s á mí á pesar d e . . .
L a u r a .— ( L e tapa la boca). V e n g o d ispu esta á ser
tu esposa á pesar de todo. ¿N o d ijiste que el
amor todo lo puede?
César. — ¿ Y la n e n a ? . . .
Laura. — ¿ L a n e n a ? . . . ¡ L a nena hará de cu en ta que
ha en con trado á la madre que le f a l t a ! . . . ”
E n el se gu n d o acto L a u r it a y César, que se casaron
ya, v iv e n como palom os bajo la lu z dorada de nuestros
estíos. César se ha v u e lto ju ic io s o y form al. L a u r a
es una ex celen te madre para la nena de o jo s grandotes. No h a y paraíso terren al en que no silbe la
serpien te bíblica. C lo t ild e aparece. Se lle v a á César
ó se llev a á Sara. E n vano don F lo r e n c io la e n g o lo ­
sina con la prom esa de un v ia je á P arís. C ésar es
m ejor. Y co n s ig u e que César, co ntrariad ísim o, se r e ­
sig n e á pasar por las horcas caudinas de su caprich o
de lu ju rio sa . L a u r a p resien te que su ve n tu ra corre
p eligro . Sale al en cu entro de la casinera que, e n f u ­
recida, cuando su rival le recu erda sus derechos de
esposa, hace pesar sus d erech os de madre. ¡ C ésar ó
Sara!
“ Laura. — P o r sobre todos los derech os que le da la
naturaleza, h ay alg u n a s razones q u e . . . ¿ P a ra
qué quiere usted á su hija, lleva nd o la vida que
DE LA LITE R A TU R A URUGUAYA
S 3S
lleva usted ? S e ría una locura, que y o no debo
consentir, no por mi amor de adopción, ni por
usted, que la reclam a obed eciend o á sus d e r e ­
chos naturales, sino por su h ija de u s te d ; (con
en tu siasm o) lo o ye u ste d ; por la fe lic id a d f u ­
tu ra de su h ija de usted es que le hablo en la
form a en que lo hago. E s a fe lic id a d e s to y d is­
puesta á d e fe n d e r la de to d a s maneras.
C lo tild e . — S o y la m adre verdadera.
Laura. — L a s m adres que abandonan á sus h ijo s p ie r ­
den el derech o de q u itárselo s á quienes han
ten id o la g ra n d ez a de alma de recogerlos, ed u ­
carlos y amarlos, como si fu era n p r o p i o s . . .
( P a u s a ) . Sea razonable, señora. ( M u y amable).
¿ Q u ié r e usted llev a rse á su h ija para se gu ir
ju n ta s su caravana de a ven tu ras? U ste d acaba
de d ecir que el escenario de los teatros es su
necesidad más sentida. ¿C ó m o podrá usted co n ­
c ilia r la v id a de a rtista con los deberes de m a­
dre? R esp o n d a usted.
C lo tild e . — E s q u e . . .
Laura. — No. N o le d isp u to su nena de usted. B ie n
sabe usted que la amo com o si fu era m ía de
verdad. D e fie n d o su porvenir. ( P a u s a larg a).
C lo t ild e . — ( E s presa de súbito lla n to ). P ob re de mí...
Su p o rv e n ir ; su p o r v e n i r . . . Sea.
Laura. — (H a ce por ir á ella, se d etien e y lu e g o acude
á co n sola rla ). ¡C á lm e se u ste d ! ( L a aca ricia ).
C lo tild e . — ( L lo r a n d o ) . Gracias, señora, qué buena es
u ste d ; gracias. A h o r a co m prend o toda la no ­
bleza de su alma. Y o no m erezco sus consuelos,
so y in d ig n a de ellos. A h o r a observo que es usted
de las m u je r e s que son el sostén de un h ogar
con sus virtu d es, con su amor tranquilo, con el
ejem p lo de su vida. Y nosotras, las que á sa-
H ISTO RIA CRETICA
536
hiendas ó in co n scien tem en te v iv im o s atentando
á la paz de esos h o g a re s. . . ¡ Q ué lecció n me ha
dado u s t e d !
Laura. — (C o m p a d e c id a ) . N o me saque usted del pa­
pel se n cillo que te n g o en esta vida. N u e s tro s
destino s han sido d is tin to s y por lo mism o e n ­
tend em os la vid a en form a bien d if e r e n t e : y o . ..
C lo tild e . — (D e s e sp e ra d a ). L o sé, lo sé; usted c o n t i­
núe en la vid a tra n q u ila de las mañanas so n ­
r ie n t e s ; y o en la torm enta de las noches de
o r g í a . . . ¡ A h ! ¡ s í ! N o tem a usted nada de mí.
C o n tin ú e siendo una esposa ejem plar. M i hija,
la nena, queda en buenas manos. Q u e no sepa
nun ca que la madre fu é una m u je r más d ig n a
de com pasión que de escarn io.”
Y la obra co n c lu y e con el t r iu n f o de don F lo r e n c io .
L a madre de Sara y el tío de C ésar realizarán ju n to s
un v ia je á P arís. ¿ V o l v e r á don F lo r e n c io ? E so, más
que del cin c u e n tó n eleg an te y jo v ia l, depende de C l o ­
tilde. A los cin c u e n ta años d ejó de ser corrido, t r o ­
cándose en rom ánticam en te ingenuo, el célebre T e ­
norio. L e e d L a v ie ille s s e de don Juan de B a rb ie r y
M ou n e t - S u lly .
H ablem o s de P arten za . E s un drama en tres actos
que se estrenó el 7 de O c tu b r e de 1911. P u d o ser un
gran drama, y un gran drama de ideas. E l autor tuvo
una visió n
hermosa, sin acertar á co nd en sarla y á
tra d u cirla. U n c o n f li c t o al parecer pequeño, pero h on­
dísim o y d o lo ro so ; un c o n f lic t o al parecer pequeño.,
pero m u y usual en el m u nd o del arte, c o n s titu y e la
m éd ula del drama de nuestro com patriota. L e li a está
casada con un hombre célebre, con un autor dram ático
de ca m p a n illa s; pero L e li a pertenece “ á la clase de
las m u jeres que aman su frie n d o y h aciendo s u f r i r ” .
DE LA LIT E RATU RA URUG U AYA
537
L e li a ido latra á A u g u s t o ; pero quisiera que su es­
poso viv ie se para ella sola, sin amigos, sin sueños, sin
ambiciones, como un fa ld e r illo encadenado por el
amor á un pie de su silla. N i quiere ni sabe “ adaptarse
á las co n d icion es m orales de su esposo ” . E n cerra d a
en el reino del cariñ o extrem ado, en el reino del
cariño absorbente, en el reino de las amantes sin
co n d icion es para ser esposas, cree que la fam a le
ha robado á su com pañero y odia á la fama como á
una m u jerzu ela , sin a d v ertir que, al contrariarle en
su co d icia r noble, la esposa se c o n v ierte en el aliado
de los en em igo s de aquél á quien debiera acompañar
-s^on g ozo en las v ic to ria s y en las caídas. A l enem igo
no se le quiere bien, y no se puede amar á sus a lia ­
dos. Y la esposa d e str u y e así, — reh u yen d o ser musa
y co nten tánd o se con ser deleite, — la fe, el reposo,
la co n fia n za , la adoración, el nudo co n y u g a l, porque
lle g a un día en que el esposo com prend e que su h ogar
no es el nido amado, la ensenada tranquila, el ja rd ín
donde agu a rd a la musa inspiradora, la torre de re­
fu g io y estím u lo y consuelo que co d icia ron siem pre
los que se agotan en la terrible p u gn a de las ideas.
L e li a es in co rre gib le. A q u e l nido es un campo de
batalla. Cada amistad nu eva que contrae el esposo, es
una d esventu ra para la esposa. Si lle g a tarde, quejas
y lloros. A c u s a c io n e s de m entira y e x ig e n c ia s de j u ­
ramento, á cada e x p lic a c ió n del retardo fo rzo so ó
casual. F is c a liz a c io n e s de cartas y de gastos, aunque
las cartas traten de cosas del o fic io y aunque los
gastos sean gasto de fó sfo ro s. Y así el c r u c ific a d o
adquiere la costum bre de u rd ir m entiras si retardó
su vu elta en amistosa charla, m entiras que transfo rm a
en crím enes m on struosos el a g res iv o sospechar de la
amante que su fre y que tortura. E n vano B e t t y , su
dama de compañía, le refie r e su historia, su casam iento
H ISTO RIA CRÍTICA
538
con un e le c tr ic is ta de h u m ild e co n d ició n con el que
fu e fe l i z y al que h izo fe liz , para d em ostrarle que
la d ich a de la m u je r en el m atrim o nio “ consiste en
adaptarse á las co n d icio n es en que se d esarro lla la
v id a del j e f e del h o g a r ’’. L e l i a no ign ora que esto
sería lo ló g ic o y lo j u s t o ; pero su tem peram en to, que
no adm ite riv a les de n in g u n a índole, puede más que
L e lia .
“ L e lia . — D e modo que la lecció n que su rge de tu
v id a es. . . la de que es m enester adaptarse á
las co n d icio n es m orales de su esposo.
B e tty . — Claro, L e lia . N o todo ha de ser cariñ o e x t r e ­
moso. L a m oral d om éstica se basa en un a fecto
m utuo, íntimo, respetuoso, con plena co n fia n za ,
con absoluta f e . . .
L elia . — ¿ Q u ié n es capaz de dom inar su prop io t e m ­
peram ento?
B e tty . — L a razón. L a lóg ica . L a co n sid era ció n de
que la fe lic id a d en el m atrim o nio m erece c u a l­
quier sa c r ific io de carácter. N o basta ser es­
posa, la cu estió n está en saber ser e sp o sa ..
(Pausa).
L elia . — D e modo que mi caso y el t u y o . ..
B e tty . — E n mi caso fu i y o la que fu é á mi esposo.
E n el su y o es usted la que debió segu ir, aún
más, debió ponerse á la altu ra de la situ ación
de don A u g u s to .
L elia . — ¡ Q u iz á s tengas razón !
B e tty . — Y en cuanto vió usted que la g lo r ia le abrió
las puertas de su tem plo, usted tuvo celos de
la gloria. C r e y ó que el amor de su esposo d is ­
m inu ía á m edida que se dedicaba con más ahinco
á su obra literaria, como si el amor hacia su
m u jer fu era in co m pa tible con la sed de fama,
de honores y d e . . .
riquezas.
DE LA LITE R ATU R A URUG U AYA
S3g
L elia . — H arto lo com prendo, pero no podré vencer
jam ás mi tem peram en to .”
E l drama, planteado así, era un drama m u y hondo,
de los que se imponen, de los que no mueren, de los
que á cada instante se desarrollan en el m undo dan­
tesco de las letras. L a m u je r que anula, en los m ayo res
casos; y, en a lg u n o s casos, la m u je r que aspira á co m ­
p etir con su amante señor, como las m u je r e s de Rostand y de M ic h ele t. E r a humana, inm ensam ente h u ­
mana, m ucho más humana de lo que el v u l g o cree, la
heroina, la gran nerviosa, la riv a l im placable que p re­
fie r e la separación, la ruina, el descrédito, los chism es
de co rrillo , á que el esposo escriba lo que á bien
te n g a y haga rep resen tar lo que le plazca. E r a un
pedazo de la realid ad la m u je r que rom pe los esbozos
de su m arido, por odio á la g lo r ia de su compañero, —
g lo r ia que le parece una h u m illació n , — siendo vivido,sacado del alma, el g rito doloroso de A u g u s t o :
— “ T u amor no tiene nada de in te le c tu a l; tu amor
es bastam ente físico. T u s celos son carnales. A la
g lo r ia la tra n sfo rm a s en m u ie r, y la tratas como á
rival que te robara el a fe cto de tu m arido y algo más
qu izá.”
E s lástima. L a idea era bellísim a, y el autor la m a ­
logra. E n g a ñ a d o por su afán de com pletarla, de darle
m ovim ien to, de adaptarla á la escena con a m plitud,
de o fr e ce r n o s un se gu n d o acto tan in g en io so como
llen o de anim ación, el autor la d e sv irtú a y la em pe­
queñece sin necesidad. E n el c o n f lic t o que plantea el
drama, dados los episod ios co n trap ro d u cen tes que lo
atavían, L e l i a tiene razón de rom per con A u g u s to .
A u g u s t o hace mal, m u y mal en escribir obras de tea ­
tro, porque A u g u s t o es el amante de la P in ed o. E l
c o n f lic t o sería lo que debió ser, si L e li a no viese en­
54°
H ISTO RIA CRÍTICA
carnada la g lo r ia en una a ctriz que interp reta los
dramas de su esposo, en una a ctriz que le roba c a r i­
cias y r e g a lo s de su com pañero, en una a c triz que no
es etérea y sin labios com o la gloria. C o m erc ia n te,
m édico, abogado, m arino ó p in c h e de co cina pudo
ser A u g u s t o , sin que los celos de su esposa tu v iese n
que v a ria r
de modo de ser, pues, plan tead o el c o n ­
f l i c t o en la fo rm a que se plantea, el c o n f li c t o no es
lo que suponíam os, porque no es de la g lo ria, sino
de la a ctriz, que tiene celos L e lia . L o herm oso, lo
grande, lo verd adero , lo no triv ia l, lo que reclam aba
sin ceram en te el teatro de ideas, era que L e li a nada
tu v iese que rep ro ch a rle á A u g u s t o y que A u g u s t o no
se ocupara sino de escribir obras com o las obras que
hacen ped azos los n e rv io s de L e lia . A mi pobre en­
tender, si acertó en la idea, no acertó al darle form a
el talen to robusto de O tt o M ig u e l Cione.
Y a he dicho que el se gu n d o acto está llen o de a n i­
m ación y de travesu ra. L a P in e d o y R aú l, el barón
y el m inistro, andan por ahí, con ello s nos codeam os
todos los días, y nuestro d ra m atu rg o los transpo rtó
al lie n zo con v e ra ces p er file s. L o que no me gu sta
es la escena entre la amante y la esposa legítim a.
Zaza' ha dado o rig en á m u ch os episod ios de esta na­
turaleza, copias que recu erdan y que jam ás igu alan
al orig in a l. L a s situ acio n e s no serán las m ism as; pero
el e fe c t o d ram ático pretend e ser el m ism o eq u iv o ca ­
damente, porque á los ex p ertos, á los evocativo s, no
les interesa ni les conm u eve el caricatu ra d o duelo
de almas. L a candorosa p id ié n d o le á la im pura le c ­
ciones ó co n sejos sobre el arte de amar es un recurso
y a usado por la dram ática de las horas de M eilh a c
y H a le v y . P o r otra parte, repito que ese acto le quita
intensidad al drama, com o le qu ita intensidad al drama
su desenlace. G ra cias á ese acto, A u g u s t o deja de ser
DE LA LIT E RATU RA URUGUAYA
54i
el in g en io d etenido en su m archa por el amor, para
co n v ertirse en un m arido pecam inoso que j u s t if ic a
los celos carnales de la esposa engañada. H a y d ig n i ­
dad en L e li a sin haber a ltitu d en la fa lta de A u g u s to .
D e l mism o m odo el su icid io hace que el drama sea
m enos drama de ideas de lo que creíamos, porque in­
vade los d om inios ruid oso s del dram a de acción, cosa
que á m enudo le sucede á B e r ste in . E l drama de
ideas, es un drama sin g rito s y sin pisto letazo s, un
inmenso d olor que se o cu lta bajo im pasible máscara,
un m ar que tie n e en so siego la s u p e rfic ie y tem p es­
tuosas las aguas internas. E l drama de ideas es un r in ­
cón del v iv ir , rin có n o lv id a d o donde se llo r a con l á g r i ­
mas mudas, pu esto repen tinam en te de transparencia
por un rayo p ersp icaz y a gu d ís im o del sol del ingenio.
Irse, en vu elta en u na d esesperación m ela n có lica é inso­
luble ; irse inquebrada, pero con la m em oria del h o ga r
d estru id o im presa en las v is c e r a s ; irse com prend iend o
que ló g ica m en te no se debe ir, para apuñalearse meses
y m eses con las im ágenes de la dich a que no puede,
aunque se quiera, flo re c e r de n u e v o ; irse para v i v ir
una v id a en que se m ix t u r e n el cariño y el odio, la
duda y la certeza, la terquedad y el a rrepen tim ien to,
la casi co m presión de los egoísm os en alteced ores y
la m iserico rd ia para las que no tienen la clara co m ­
presió n de esos egoísm os, es lo que debió hacer la
p ro ta g o n is ta de nuestro drama para que la obra se
ca talog a ra sin va cila c io n e s en los índices, y a v o lu m i­
nosos, del teatro de ideas. L a musa, que tuv o hermosa
la visión , quedó descon ten ta de los pinceles que la
tra d u cía n vu lg a r izá n d o la , com pañero Cione.
T am bién, en el teatro, se peca por fa lta de
E s un error suponer que la v erd a d deja de ser
porque se nos antoje m u y su tiliz ad a ó de
agudo. B u r la d o en sus ensueños, el litera to se
poesía.
verdad
lirism o
r e fu g ia
542
H IS TO RIA
CRÍTICA
en las letras, porque las letras son el o rg u llo , el gran
len itivo , la irr e fu ta b le ju s t if ic a c ió n del que las c u l ­
tiva. E l lite r a to es hombre, y es natural que ande
con los pies en el su elo ; pero el literato , antes que
nada es in te lig e n c ia , y la in t e lig e n c ia g ra v ita hacia
lo azul. S in separar los pies del lim o terrestre, el
esposo del drama pudo ser héroe de ese drama m ism o ;
pero el drama, co n servá n d ose humano, sería más p ro ­
f u n d o si el soñador no se separara de la esfera z a fír e a
de sus vision es. E l c o n f li c t o tam bién r esu lta ría m enos
triv ia l, y aun más insoluble, si la esposa luch ase con
u na abstracción, con el dem onio so crá tico de la idea
artística, con un ser de inco rpórea realid ad y más
tira n iza n te que sus celos de esposa. E s to era lo que
im ponía la l ó g ic a del ambiente, y es por eso, por haber
estu d iad o en ello s m ism os, en su alma creadora, el
modo de fu n d ir s e la idea alada con la v erd a d cruda,
que v iv e n aún y v iv ir á n siem pre Sh a kesp ea re y M o ­
liere. Shakespeare, bu rlad o por un barbilindo, no busca
otros quereres, pero pone sus rabias en las rabias de
O th e llo , — com o M oliere, b u rlad o por la B é ja r t , no
busca otros ca riñ o s; pero pone los dolorosos p rese n ­
tim ien to s que le atenazan en las r id ic u le c e s celosas
de A r n o lf o . D e sh ech o el nido con que soñaron, y al
ver in co m p ren d id a su su perio rid ad , ni el uno ni el
otro acuden al consu elo del amor que se co m p ra ; pero
Sh akespeare se apiada trá g ic am en te de Sh akespeare,
como M o liere se burla con cóm icos g ra c e jo s de M o ­
liere.
E s to no im pide que haya en el drama de nuestro
co m p atriota técn ic a h abilidad y p erso najes bien co n ­
cebidos. E s e fe c to aleccion ad or, y e fe c to de escena,
el contraste que o frecen la m u jer de A u g u s t o y la
m u je r de A lva ro .
DE LA LIT E RATU RA URU GUAYA
“ M argarita. — ( Á
543
L e li a ) . N o te puedes f i g u r a r las
em ociones que he pasado en la noche del es­
treno de la obra de A lv a r o . ¿ T ú conocerás eso?
T u m arido ha estrenado y a más de veinte.
L e lia . — ( C o n tris te z a ). ¡ Y o no he qu erido ver n in ­
g u n a!
M argarita. — E n fin. C u estió n de ideas. Cu and o se
levantó el telón y se h izo el silen cio en la sala
casi me da un desm ayo. ¡ Q u é m om entos, D io s
m í o ! . . . D e sp u é s de un rato, cuando com prendí
que la obra había entrado en el público, s u s­
piré. A l fin a l del prim er acto, mi final, porque
y o le di la idea á A lv a ro , el p ú blico se quedó
un m om ento com o h ip n o tiz a d o y y o me creí
que no le había sa tisfe ch o y sentí un nudo que
me subía á la g argan ta, cuando de pronto, todos
en masa, arrancaron á a p la u d ir y á llam ar al
autor. C r e í m orirm e de alegría.
A lv a ro . — Basta, M ragara. L e s vas á dar la lata.
M argarita. — E n el se gu n d o acto lo m ism o; pero el
delirio fu é al ú ltim o. M ás de v e in te llamadas.
C u and o A l v a r o me m iró desde el escenario, pues
y o estaba en un palco, me sentí con ganas de
saltar á la platea, ir al escenario y besarlo de­
lante de todos. D e sp u és de caído el telón, la
g en te me m iraba con respeto y y o oía que d e ­
cía n : “ esa es la esposa del a u to r” . ¡Q u é o r g u llo !
qué f e l i c i d a d ! ”
Y la escena co n c lu y e m agistralm ente, con un rasgo
m u y m elan có lico en su ironía casual y ve n g a d o ra :
“ A.lvaro. — ¿ C u á n d o nos lees tu nuevo drama?
A u gusto. — P ronto.
M argarita. — N o le p reg u n te s nada. A h o ra , que es
autor de fama, se da im portancia. ( A L e lia ) . T e
las lee á tí y le basta.
H ISTO RIA CRÍTICA
544
L e lia . — ( R e p it ie n d o ) . ¡M e las lee á mí y b a s t a !”
N o puedo detenerm e. M e llaman, con sus g u iñ o s
de loca im paciencia, los tres actos en prosa de E l
arlequín. T r a g e d i a m oderna. T e r c e r a edición. U n éx ito
en el teatro y otro en la lectura. O bra de ideas y
obra de acción — más de acción que de ideas como
todo el tea tro de O tt o M ig u e l Cione.
U n o de los resortes fu n d a m en ta les de E l arlequín
fué sacado de un cu en to m u y prim o roso de P é r e z
P e t it . Á m ed id a que leáis lo que sig u e reco rd a réis el
cu en to de que y a traté. Y entro en el asunto. A m a lia
se a n g u s tia porque tarda M arcelo. T o m á s la t ra n q u i­
liza.
“ A m a lia . — M arcelo salió en se gu id a de alm orzar y
to d a vía no ha vu elto . ( M ir a n d o á la ca lle). Y a
oscurece.
Tom ás. — N o tem as por él. S e g u ra m en te anda en busca
de su arpa.
A m alia. — ¿ D e su arpa?
Tom ás. — Y a sabes que se le ha puesto en la cabeza
que las fr a g a n c ia s de las flo res, son sonidos
m u s i c a l e s . . . al m enos él lo en tien de a s í . . . y
está preparand o su orquesta de f l o r e s . . .
A m alia. — P o r eso los otros días me dijo, al verm e
unos jaz m in es del cabo en el p e ch o : retira los
oboes, cuñada m ía. . . ¿ Y cóm o le habrá venido
esa manía?
Tom ás. — E s un caso de en ferm e d a d no m u y común,
h o y en día, prop ia de cierto s cerebros desequi
librados. L u e g o , el d octor V e lá z q u e z le tra jo un
a rtíc u lo litera rio en el que se hablaba de un
en ferm o así, se su gestionó, y se co n v en c ió que
él era uno de esos p r iv ile g ia d o s . . . N o deja de
tener interés su c la s ific a c ió n de intrum entos.
DE LA LITE R A TU R A URUG U AYA
56x
com o aparecen y com'o estallan en el a n tigu o teatro
de acción. ¿ C o n N o ra? N o con Nora.
N o ra p r e fie r e su d ig n id a d de m u jer á su esposo, á
su h ogar, á sus hijos. E s una rebelde, que rom pe las
cadenas que le im pid en subir hasta la p len itu d de su
ser moral. U so v u es tro len g u aje, porque, á mi en ten ­
der, la p le n itu d del ser fem en in o está ju n to á las
cunas. Ser madre, buena madre, es más g lo rio so y
ú til que ser ind epen dien te. N o ra h u y e altiva, fiera,
sin v o lv e r los o jo s y retando al destino, de una unión
m entirosa, de una unión que la hum illa, convencid a
de que fu e r a de los tra n sp o rtes de la carne, no h ay
nada de com ún entre ella y su esposo. F ro u - F ro u
m od ernizad a. G ilb e r ta y Sa rto rys.
N o ra piensa, como pienso yo, que dos seres á qu ie­
nes no conn u bia un idéntico ideal de vida, dos seres
que no trabajan arm ónicam ente por un fin idéntico,
dos seres que son e x tra n je r o s el uno al otro por el es­
píritu , nada tienen que hacer bajo el m ism o techo. E l
m atrim o n io no es tan sólo la unión de dos cuerpos. E l
m atrim o n io debe ser, más que nada, la u nión de dos
cerebro s y dos vo lu n ta d e s y dos corazones. L a co m u ­
nidad del h o ga r se fu n d a y se sostiene en la com unidad
de los sen tires y de los pensares. B i e n ; pero ¿ y los
h ijo s? N o ra tiene el va lo r h eroico de rom per los g r i ­
lle te s con que la le y de la n a tu ra leza la amarró á sus
h ijo s. E l pájaro, ansioso de v e rd u ra y de sol, abandona
ti iu n fa lm e n te su jaula. N o ra es la heroína de un v e r ­
dadero drama del teatro de ideas. N o habla el lé x ic o
de las pasiones fuertes. R a zo n a la a n g u stia que nos
p ro d u cen los pequeños, pero am arguísim os, contrastes
del viv ir . N os plantea un problem a moral, fr e cu e n te y
común, para reso lverlo sin a cu d ir al ponzoñoso brebaje
de L u c r e c ia ni al m ercenario acero de Saltabadil.
M adam a A l v i n g , la madre de O svaldo , es el con3 6 . —V I .
562
H ISTO R IA CRÍTICA
traste de la rebelde Nora, com o B e r n i k es el c o n traste
del d octo r S to ckm an n . M adam a A l v i n g , por no haber
se g u id o los im pulsos de su v o lu n ta d y de su razón, v e
á su h ijo acabar d ebatién dose con la locura, o bed iente
á las fa ta lid a d es t rá g ic a s de la herencia. — Dam e el
sol, le dice su h ijo. — ¿ C ó m o p o d ría dárselo la dolorosa, la desencantada, la siem pre oprim ida, si ese sol,
que es la lib erta d m oral, ella m ism a se en carg ó de
ap ag a rlo al a d m itir la serv id u m b re y las b r u ta lid a d e s
de su m atrim o n io ? E s te drama, que es drama de ideas,
es un drama de acción. E l recu rso de que el h ijo
rep ita la m ism a escena de lu j u r i a beoda que represen tó
el padre, es un recu rso que y a em pleó la m usa rom án­
tica de C a v a llo tti, com o el fin a l del drama, sin ie stra ­
m ente lú g u b r e y m ora lizad o r, es un recu rso m u y p a ­
recid o á los que em plearon, para co n m o ver y a te m o ­
rizar, los d ra m atu rg o s de la escu ela del que ^ - n ' H ó
Catalina H ow ard.
L o terrible, elem ento esencial del teatro de acción,
no lo desdeña, como a lg u n o s afirm an, el teatro de
ideas. E s tá en la vida, y de la vid a no pu eden p r e s­
cind ir, sin quebrarse las alas, ni el teatro de ideas
ni el tea tro de acción. T o m a d la idea de la veng an za .
Subid al p u lp ito de lo dram ático para d ecirn os que la
v e n g a n za es un áspid que m uerd e al que lo emplea. Si
queréis co n m o ver y a terrorizar, que es el m ejo r m o d a
escén ico de persuadir, haréis que el héroe llo re con
trá g ic o s g rito s sobre a lg ú n amor, como T r i b o u l e t llora
sobre el cadáver de la inocen te B lan ca . E l áspid no
m ord ió á F ra n c isc o P rim ero . E l áspid m ordió á la
h ija de T r ib o u le t . Y T r i b o u l e t lívido , T r i b o u l e t en
demencia, T r i b o u l e t que y a no vis te de bu fó n, T r i ­
boulet espantable y shakesperiano, so llo za á la cárdena
lum bre de los r e fu c ilo s tem p estu oso s:
¡ J ’ai tuó mon e n fa n t! ¡j'a i tu c mon e n fa n t!
DE LA LIT E RATU RA URUG U AYA
563
Ibsen, en 1884, reaccionó. L a s causas de ese cambio
nos son conocidas. N o ra dio o rig e n á ex cesos y á
ex a lta cio n es que le d isgu staron . E m p e z ó á a rrepen tirse
de su e x c e s iv o ardor in d ivid u a lista. Com enzó, tal vez,
á dudar de sí mismo. S i los hombres en cu entran la
fe lic id a d en las m entiras convencionales, ¿no es un
crim e n sacarlo s de su error? C o n v e n c id o de que el
apostolado de la ve rd ad puede ser fu n e sto como un
delito, Ibsen ex p o n e sus nu evos sentires en E l pato
salvaje. ¿ E n quién los encarna? E n el d octo r R e llin g .
C u and o W e r b é , con su em peñosa pasión por la v e r ­
dad, quiere d estru ir los idealism os azu les de É k d a l, el
d octo r R e l l i n g se opone á que le e x tir p e n la ca ta ­
rata, — p r in c ip io estim u la n te y reco n fo rta d or, — de la
m entira vital. E llid a , que es la a n títesis de la rebelde
N o ra y la herm ana m enor de m adama A l v i n g , r en u n ­
cia, en L a señora d el mar, al hom bre á quien ama, á
sus nobles anhelos de ind ependencia, á su sed de m o ­
tines, para v i v i r sum isa á un esposo prosaico, que no
la com prend e y que la pospone al d ele ite del vino. E l
que predicaba, como un deber y como un derecho, la
co n qu ista de la p le n itu d m oral en el caso de Nora,
nos dice, estudian do las u niones no esp iritu a les por
se gu n d a vez, que el m ejo r cam ino y el ú n ico consu elo
es la r e sig n a ció n en el caso de E llid a . L a s egoístas,
las rebeladas, las que no se someten, las que todo lo
quem an en los altares de la lib ertad ó de la h erm o ­
sura, son un e x tra v ío y son un derrumbe. E l ex ces ivo
d esarrollo de su m entalid ad p er v ie r te á la m ujer. Y
acto co ntinu o Ibsen encarna esa perversión, a cudiendo
de nu evo al recurso de lo terrib le y de lo sa n g u i­
noso, en la fi g u r a m elod ram ática de H ed d a Gabler.
Ibsen se p e r so n ific ó plena y lu cid a m e n te en el const i u c t o r Solness. É s te e d ific a prim ero iglesia s y ca­
sas después, del mism o modo que el autor noru ego
5&4
H IS T O R IA CRÍTICA
e scrib ió poem as f i l o s ó f i c o s en su j u v e n t u d y obras
h u m a n ita ria s en su edad vir il. P rim e r o lo m ís t i c o ;
a lg o más tarde lo realista. C om o Ibsen ren u n c ia á
sus caros p r o y e c t o s de em a n cip a ción social, So lness
ren u n c ia á c o n s tr u ir la casa de la fe licid a d , dulce
prom esa que el co n s tr u cto r hizo, cuando era mozo, á
las m ocedad es ilu sio n ad as de lo ve nidero . Co m o Ibsen,
al m orir su d elirio libertador, echó de m enos la m en ­
tira vita l, So ln ess echa de m enos la v i e j a casa de sus
v ie jo s padres, la casa que quem ó con sa crile g a s manos.
Y como Ibsen se había d errum bado en el m ism o in s ­
tante en que creía coronar su e d i fi c i o de refo rm a d o r
con la estatua de Nora, S o ln ess quiere rem atar la
cú p u la de su torre y se derrum ba antes de lle g a r á
ella, como un sím bolo t r á g ic o de tod o s los que aspiran
á rem ontarse hasta el ideal. ¡ O tr a v e z lo terrible, lo
ca ta s tró fico , lo am edrentante, la v e tu s ta y odiada tea­
tralidad, la m ito ló g ic a co n seja de I c a r o !
Ibsen va m u y lejos. Ibsen se p r e g u n ta si tenem os
el derecho de s a c r ific a r los goces del v i v ir á la e x a l ­
tación de nu estras pasajeras personalidades. Y se res­
p o n d e : — ¡n o ! — L e e d su ú ltim a obra: C uando n o s­
otros d esp ertem os entre lo s m uertos.
S u blim e y e x tra ñ a esta po strera co n ce p ció n de
Ibsen. E l la es la co n fesió n a m p lísim a de su d esen­
canto. E l la es la p o ética co n fe sió n de los vanos afanes
de una vid a que se presum e mal empleada. E l la es
el so llo zo desesperado del ensueño im posible sobre su
m u stio a ye r de g lo ria y de lucha. ¿ Á qué derroch ar el
tiem po, la salud, las en erg ía s de los años de oro, en
busca de un ideal no realiza ble? ¿ N o son más humanos
que el ensueño im posible, no son más lóg ico s, el amor
y sus goces, las grand es a le g r ía s de la e x iste n c ia ? A r noldo R u b e k niega la felicid a d , el m edio y el fin. E l
arte es la ve n tu ra gloriosa. E n su eg oísm o de creador
DE LA LIT E R A T U R A URUG U AYA
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respeta la herm osura de su m odelo Irene. Iren e le
adora, está pronta á en treg ársele, se le m u estra des­
nuda, se le o fr e c e jo v e n y se le brinda v ir g e n . — ¡ T ó ­
mame, hazm e tuya, em briágate en la m iel de mis labios
a rd ien tes ! — E l escu lto r rehúsa la amorosa oferta. Su
obra tend rá el brío, la sedu cción, el m isterio, la g racia
de lo casto. E n su m árm ol sim bólico, L a R esu rre cció n ,
se encarn ará el cu erp o de mármol, frío y brilla n te, de
una v ir g e n sin mancha, “ que nada ha conocid o de
la v id a terrestre y que d esp ierta á la lu z de la g lo ria
sin ten er que cu lparse de la m enor fla q u eza .” — Irene,
para Ru bek, es esa v irg e n .
E l escu ltor, c o n c lu id a su obra, se aparta del m o ­
delo, para casarse con una m u jer ansiosa de todos los
tra n sp o rtes del amor carnal. E l g enio del estatuario,
que y a no puede co ncebir obras ex cep cio n ales , se
en tretiene es cu lp ien d o bustos m ediocres, en los que
pone la áspera ironía de su desencanto. E x te rio rm e n te ,
los bustos son retra tos de una sem ejanza e x tre m a con
el o r i g in a l; pero, en el fondo, allí donde la m irada
humana pocas ve ces lleg a, esos bustos sim ulan tan
pronto una a bultada fr e n te de perro, como una a n g u ­
losa cabeza de solípedo.
Iren e y A m o l d o v u e lv e n á encontrarse. E l la des­
esperada. E s un e sp íritu devastado por los roces g r o ­
seros de la realidad. E s una m u erta en el corazón, en
la esperanza, en el ideal. — “ T e di mi alma jo v e n y
ardiente, quedándom e, cuando te di mi alma, con un
enorme v a cío in terio r.” — Y la i n f e li z no miente. L a
triste dice bien. E n la f i g u r a de L a R esu rre cció n , por
la que A m o l d o rech azó sus ansias, está prision era el
alma de Irene. D esd e entonces, desde que el escu ltor
se separó de ella, su v id a fu é vid a de desencanto
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