Luis Pulido - Universidad de Panamá

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Baltazar Isaza Calderón: el tamiz españolista contra el cosmopolitismo neocolonial
Por: Dr. Luis Pulido Ritter
docente de culturas latinoamericanas en la Universidad Europea de Viadrina
Frankfurt/ Oder, Alemania
La Academia como la aduana de la lengua
Desde muy temprano, los intelectuales en Panamá comenzaron a definir una posición
romántica para determinar qué era la cultura panameña. Fue un romanticismo
institucionalizado que basaba sus fundamentos en la pertenencia a una cultura que rebasaba
las fronteras de los estados nacionales. Esta posición romántica permitía, por un lado,
establecer una frontera con respecto a la presencia anglosajona y antillana y, por otro lado,
levantaba con el mundo hispánico una especie de frente, cuya cabeza era la tradición
heredada, la española, y, especialmente, el lenguaje castellano. Ya Carlos Guillermo Wilson
ha anotado que en un país, donde no hay un Chichén-Itzá o un Cuzco, que nutra el orgullo
nacional, “le ha dado importancia al idioma nacional como substituto y casi como el máximo
símbolo patriótico”(1975:152). Esta importancia del lenguaje, en el contexto de la posición
romántica de construcción de la nación, fue parte de la restitución del espacio nacional (la
ciudad de Panamá y Colón) que estaba envuelta en el proceso de modernización neocolonial.
La restitución interna de la cultura nacional, como constructor de la nación, fue
perfectamente coherente con la restitución de la soberanía nacional enajenada de la Zona del
Canal. Ricardo J. Alfaro fue el intelectual-político panameño que personificó esta dualidad,
entre la creación de un espacio interno protegido culturalmente y la realización de los
intereses nacionales en la política exterior. Fue éste quien tuvo la idea
y la voluntad
institucional de formular la posición romántica del estado-nacional con la redacción del
proyecto de la Academia Panameña de la Lengua que fue presentado en Madrid, en 1920:
“La República de Panamá, a consecuencia de la construcción del
Canal por el gobierno de los Estados Unidos, y del establecimiento en
su territorio de una jurisdicción extraña y una población de habla
inglesa como la que habita en la Zona del Canal, es hoy día la Nación
latina que se halla en contacto más íntimo y constante con los
anglosajones y la que por tal razón está más sujeta a las influencias de
una raza extraña que en lo referente a lengua, usos y costumbres, lejos
de ser asimiladora, es por su poder y su riqueza decididamente
absorbente. No obstante estas circunstancias, la República de Panamá,
cuya alma nacional es esencialmente hispana, conserva y pugna
siempre por conservar las instituciones, la lengua, las costumbres y las
modalidades que pregonan su abolengo español. Dijérase que por lo
mismo que nos hallamos más próximos a influencias raciales extrañas,
la lucha es en nosotros más viva y tenaz para el efecto de preservar
nuestra fisonomía propia”(Boletín, 1970:11).
Este documento fue acompañado por una lista de los políticos e intelectuales panameños que
podrían formar parte de la Academia1. Lo que a primera vista parece hoy un documento
xenofóbico o racista es, en verdad, coherente con el orden internacional posterior a la Primera
Guerra Mundial. Para aquella época era un documento normal, que pertenecía a la ideología
romántica de una nación, una cultura, una lengua, una raza (Hobsbawn: 1991). Era el orden
wilsoniano. Seis años después, en 1926, Alfaro fue jefe de la primera representación
diplomática panameña “para liberar a la nación de la carga agobiadora de la convención
canalera de 1903” (De la Rosa: 1970, 41). Efectivamente, Diógenes de la Rosa, en su ensayo
sobre Alfaro2, atrapa magistralmente otra vez el espíritu intelectual y político que rodea esta
época, marcada, según palabras de de la Rosa, por el internacionalismo wilsoniano, resultado
de la Primera Guerra Mundial (41). Este internacionalismo es el romanticismo cultural hecho
política en la construcción de los estados nacionales:
“En la negociación de 1925 a 1926 Alfaro y sus compañeros de
misión, los doctores Eusebio A. Morales y Eduardo Chiari encararon
circunstancias ingratas y personajes hostiles. Rumbo hacia la
preeminencia internacional a consecuencia de su participación en la
primera guerra mundial, el imperio precoz de los Estados Unidos,
como lo denominó Morales, desarrollaba una política exterior
inspirada en un bifronte insularismo. Reaccionando contra el
internacionalismo wilsoniano, intentaba disociarse de las
complejidades de la política de poder en Europa, mientras custodiaba
como campo de expansión exclusivo el continente americano” (41).
Bajo este clima político e intelectual, marcado por el fracaso de las gestiones panameñas, para
la restitución de sus aspiraciones en la Zona del Canal, fúndase definitivamente la Academia
Panameña de la lengua en 1926. Su cláusulas establecen con precisión el ideario romántico de
nación que comienza por la depuración del lenguaje (depurarlo principalmente de galicismos y
1
Pablo Arosemena, Harmodio Arias, Guillermo Andreve, Enrique Arce, Abel Bravo, Eduardo Chiari, Jeptha B.
Duncan, Narciso Garay, Enrique Greenzier, Santiago de la Guardia, José de la Cruz Herrera, Ernesto T.
Lefevre, Octavio Méndez Pereira, Ricardo Miró, Eusebio Morales, Belisario Porras, Juan B. Sosa y Nicolás
Victoria Jaén.
2
En este ensayo, Diógenes de la Rosa confirma que es uno de los pocos intelectuales en Panamá que no le da
cabida a la ideología romántica, pero sí a su concepción ortegueana de nación, cuando escribe: “La mitología
nacionalista se nutre de supersticiones como la de la misión trascendental atribuida a ciertos países y otras
fantasías semejantes. Pero lo cierto es que los elementos decisivos para la constitución de una nación son la
voluntad de un grupo humano de unirse…”.(subrayado mío, 34)
2
anglicismos), la recopilación de leyendas, coplas, narraciones populares (el folklore) y la
preparación de una obra bibliográfica “de los autores antiguos y modernos que estamparon
cualquier escrito en el territorio de la nación, desde los tiempos coloniales, con el objeto de
conocer la historia de la Imprenta panameña” (1970:18). Es decir, el documento es
completamente conciente de que, para la formación de la “comunidad imaginada”, fue
necesario la imprenta, punto que ha sido analizado tanto por Rodrigo Miró, para el caso de
Panamá (1972), como por Benedict Anderson (1983).
Sin duda alguna, el estudio de las realidades que se comprendían como nacionales en América
Latina y, particularmente, en Panamá, si bien no fueron producto directo del orden wilsoniano,
si estuvieron enmarcados por este orden mundial, cuya característica, tanto en Europa como en
América, fue el estudio y la construcción de la cultura romántica para las naciones ya
establecidas o emergentes. Aquel primer proyecto de fundación de la Academia Panameña de
la Lengua, presidido por Alfaro, puede ser considerado como el primer manifiesto romántico,
orgánico y moderno, de la ciudad letrada panameña, en el marco del estado-nación
neocolonial, ya que determina el programa institucional, la agenda intelectual, política y
literaria de esta generación de panameños que de este modo se constituirían en mandarines
oficiales de la República.
Igual que en otros países americanos se convierte la cultura nacional, el “nacionalismo cultural
y la vanguardia”, como señaló Jean Franco (1983:11), en la meta de construcción de lo
nacional, que incluso integra a los indígenas en la nación, como se establece en el acta
definitiva de fundación de la Academia en una de sus cláusulas de 1926 (1970: 18). Sin
embargo, en este documento no hay referencia alguna a los negros, menos a un posible
lenguaje criollo, donde el negro ha dado su impronta. No debe olvidarse que, en otros países
americanos, como lo fue en el caso de Cuba y Haití, descubrióse tempranamente – en los años
veinte y treinta - el lenguaje criollo de los negros para el discurso romántico de nación (Pulido
Ritter: 1997)3.
Sin embargo, aquí es muy importante señalar que, por otro lado, había un proyecto de la élite
de los mandarines panameños, pero no presidido por Alfaro, sino por un grupo de
intelectuales-educadores que va adquiriendo forma a partir de 1913 con la designación de los
norteamericanos Edwin Dextler y Frederich Libby como inspectores de educación (Cantón:
1955: 133). Con éstos se introduce en Panamá, en la práctica institucional educativa, el
pragmatismo americano y, en 1920, se comienza entre otras cosas a enseñar inglés en las
3
En su obra Panameñismos, que fue una recopilación de palabras panameñas realizada por Baltazar Isaza
Calderón, se omite, por ejemplo, para la palabra Cimarrón, su significado de negro esclavo, fugitivo. Éste no fue
integrado en los mitos de la nación romántica (1964).
3
escuelas primarias. Efectivamente, entre los años 25 y 26, cuando se cristaliza la Academia
como proyecto romántico de nación, hay simultáneamente un desarrollo en torno al
pragmatismo americano, cuyo proyecto educativo –liberal, humanista y pragmático- es
acorpado por Jephta B. Duncan, Octavio Méndez Pereira, José D. Moscote, y otros. La idea
práctica era que la construcción de nación pasaba por preparar al individuo para la vida y,
además, se trata de fundamentar para Panamá una filosofía educativa –según la concepción
pragmática americana de “Escuela Nueva” – de acercar la educación a las necesidades de la
comunidad, concepción que rompe el marco ideológico humanista tradicionalista con que era
para entonces concebida la educación nacional4.
La Academia Panameña de la Lengua se constituye, pues, como un filtro de la nación en la
situación neocolonial. Ésta debería servir para conservar y depurar el lenguaje castellano.
Pero, en verdad, no se trata del idioma. Se trata de la identidad de la nación en la situación
neocolonial. Los mandarines, en la Academia Panameña de la Lengua, identificaron su misión
protegiendo el lenguaje, punto romántico sobre el cual giraría los empeños para hacer
resistencia “a influencias raciales extrañas”. De este modo, pues, ya está preparado el camino
de Isaza Calderón que, en 1940, se integra a la Academia y que posteriormente sería su
presidente. Si Rodrigo Miró levantó el catastro, el archivo, la clasificación bibliográfica de la
nación romántica panameña, Isaza Calderón fue el teórico clave, españolista, de la vinculación
de la nación neocolonial a la Gran Nación del lenguaje romántico del castellano. Todo su
esfuerzo intelectual va dirigido a vincular a Panamá a una determinada tradición española,
romántica, aunque es cierto que su posición con respecto a Bello, con “su permanente prestigio
como filólogo”, da fe de su americanismo en la filología (1967: 253). Pero en lo que en Bello
es una reforma del lenguaje, haciendo comprensible las reglas gramaticales, bajo su idea
ilustradora de que la educación sea accesible para todos, y que se prestaba para los recién
creados estados-nacionales en sus políticas de integración, tanto nacionales como regionales,
conviértese en manos del romántico Isaza Calderón en un campo de batalla cultural que no
debe perder de vista que “la lengua española está sujeta a una penetración lenta y progresiva –
se refiere a “la poderosa influencia de la lengua inglesa y de la cultura norteamericana” – que
amenaza seriamente la estructura, el léxico y la estabilidad del idioma. Salir al paso de este
grave peligro es tarea de suma urgencia, y en ella deben empeñarse tesoneramente todos
aquellos que ven en la unidad de su lengua un símbolo inapreciable de la nacionalidad” (50,
51).
4
Con respecto al pragmatismo americano, Méndez Pereira afirma: “Yo quisiera ver implantados entre nosotros
estos métodos, ver convertida nuestra escuela en una verdadera escuela activa, laboratorio de iniciativas, de
esfuerzos, de alegría y trabajo. “ (citado por Cantón: 96).
4
Isaza Calderón convierte la filología en una política del lenguaje que le daría cuerpo al estadonación, pues ve amenazada su integridad lingüística, tanto por la presencia norteamericana en
la Zona del Canal, como por la inmigración antillana. Su extrañamiento del espacio nacional,
en la ciudad de Panamá y Colón, lo lleva a construir un espacio propio y nacional, cuya
tradición y marco lo encuentra en el lenguaje español, cuya cabeza es la madre patria con la
Real Academia Española, que, según él, es la aduana idiomática (1976:16). No es de extrañar,
entonces, que en este texto aparezca una cita de Menéndez Pelayo que románticamente afirma
sobre Andrés Bello, lo siguiente: “fue el salvador de la integridad del castellano en América”
(12). Si muchos escritores panameños, por el extrañamiento del espacio, que había provocado
la situación neocolonial, recrearon de manera romántica mundos no urbanos (el cañaveral, el
campo, el campesino, el indio, etc.), Baltasar Isaza, con la filología española, recreó un mundo
romántico que le permitió escaparse y, al mismo tiempo, referirse a la modernidad neocolonial
que rechazaba.
Desde aquí se diseñó el proyecto nacional- romántico del lenguaje, un
proyecto que también había servido en España, como en Alemania, cuna del romanticismo,
para lograr la integración nacional. Efectivamente, los mandarines de la Academia sabían que
el lenguaje, como proyecto de integración nacional, va paralelo, por un lado, al desarrollo de
una industria nacional de producción y distribución de libros, periódicos y revistas que
permiten la creación de la comunidad imaginaria y, por otro lado, a la estabilización de élites
que usurpan la idea de lo nacional, bajo prácticas y rituales de escrituras heredadas del
humanismo5.
Pero en Panamá, donde los códigos de la cultura de letras nunca habían podido consolidarse,
según los modelos clásicos europeos, provoca el estado de frustración de la élite de la escritura
para usurpar el ideario nacional, aunque sí logra determinarlo significativamente en el sistema
escolar y universitario. Esto es explicable tanto por la ausencia de una élite empresarial
interesada en libros y la debilidad estructural del estado-nación neocolonial de conformar un
mercado propio de producción y distribución de libros nacionales –aparte del mercado
relativamente seguro del sistema escolar- como por la dificultad de las élites de la escritura
para responder a las exigencias de una cultura urbana, popular, heterogénea, tanto cultural
como lingüísticamente. Esta frustración fue expresada por el mismo Isaza Calderón cuando era
presidente de la Academia al ser recibido el edificio, que sería la nueva sede, y “cuyo estilo
5
En este aspecto, las reflexiones del filófoso Peter Sloterdijk, para el caso de Alemania, son sugerentes para
repensar la marginalidad del quiebre de las prácticas de los viejos y nuevos filólogos. Según este autor, los
humanistas, ante el empuje de los medios de comunicación de la sociedad de masas, que ha reemplazado las
cartas de amigos, por los nuevos medios de Telecomunicación, ha hecho de las prácticas humanistas –cartas y
libros - una subcultura. Su tesis es que las sociedades modernas son pos-literarias, pos-epistolarias y,
consecuentemente, pos-humanistas (2001: 306-307).
5
arquitectónico, enraizado en viejas tradiciones hispánicas”, daría el espacio para “mantener la
integridad y nobleza de la lengua materna”:
No ha sido fácil, ni mucho menos, este logro que hoy nos llena de
satisfacción y nos colma de esperanzas. La vida de la Academia,
huérfana de apoyos y recursos para mantenerse, ha sido durante años
largos sobre manera azarosa, de muy débil acción en el ambiente. Es
verdad también que instituciones como ésta, que tienen un carácter de
elevada jerarquía cultural, no encuentran fácil acogida en medios
como los nuestros, que no han adquirido una alta densidad espiritual
que las sustente y vitalice” (Boletín, 1970: 62,63).
Efectivamente, Isaza Calderón identifica los síntomas del problema, pero no logra establecer
las causas del mismo. Busca las causas en el ambiente, que, en parte, explica la marginalidad
de la ciudad letrada en la situación neocolonial, pero no se detiene a discutir su propia
condición epistemológica frente a la modernidad que trasluce también su dificultad e
incomprensión con respecto a lo que sucede a su alrededor. En 1952, por ejemplo,
aprovechando la visita de una compañía española de teatro, escribe:
Y sin embargo, el cine triunfa sobre el teatro. Decadencia del teatro?
No, por desgracia decadencia del público. Esta es la triste verdad de
nuestra época, trágica por tantos conceptos. La aptitud y la preferencia
hacia los espectáculos de grueso contenido revela cuan honda es la
grieta abierta en el alma del hombre. Gracias a la destrucción de este
sentido de refinamiento, de delicadeza espiritual, el mundo viene
viviendo horas amargas, de sentido terriblemente aleccionador. El
hombre se parece un poco o mucho a la máquina que le transporta, el
automóvil; a la que manejan para extraer el sustento las clases obreras
y técnica; a la que construye las películas y las reproduce luego; a la
que fabrica tanques y cañones que servirán para hundirle en el abismo
del no ser. El hombre-máquina del presente momento histórico muere
como un esclavo de su propio artefacto mecánico. Lo cual nos coloca
ante la urgencia de rectificaciones indispensables: hay que destruir la
máquina y restaurar el hombre” (1957:160).
Esta posición frente a la modernidad, por un humanista tradicional, solo podía ver con
aprehensión y desagrado el barco y el avión, que le permitía cruzar el Atlántico en unos
cuantos días y horas, y en la actualidad el fax, la televisión y el internet6. No llega a concebir
que el hombre no es una categoría innata, eterna, sino que también, como la máquina, es una
6
Pero en su Estampas de Viaje, hace referencia en el prólogo a la "conquista del espacio celeste” en “estos
tiempos apresurados” por la “audacia mecánica de las alas" (1956: 9).
6
construcción discutible. En fin, esta posición puede comprenderse, bajo la mirada de hoy,
como defensiva y conservadora, como fue prácticamente para todos los mandarines que
giraban en torno a la Academia de la Lengua. Éstos no eran ortegueanos, como lo fueron
Diógenes de la Rosa y Roque Javier Laurenza, porque serlo – como eran las circunstancias en
Panamá – significaba alejarse de la posición romántica de nación. El mundo intelectual como
filólogo de Isaza Calderón se forma en la tradición humanista clásica, hispanista y católica. Es
un mundo en el que predomina Menéndez Pelayo, el filólogo español, que fundamenta el
edificio cristiano-renacentista de la identidad española, basado en el rechazo de lo que no fuera
definido como español y católico7. Sin embargo, Isaza Calderón, en su
ensayo sobre
Menéndez Pelayo, quiere además romantizarlo al afirmar lo siguiente:
“La idea del lenguaje como signo distintivo fundamental de los
hombres que integran una nación, formulada a su vez por pensadores
alemanes de comienzos del siglo XIX, debió llegar también a
Menéndez Pelayo…” (1967:96).
En efecto, el romanticismo alemán era la ideología de nación en boga desde la primera mitad
del siglo XIX. Y posiblemente Menéndez Pelayo, a pesar de su rechazo de los bárbaros y del
germanismo, no debió permanecer indiferente a la presencia de los románticos alemanes que
ponían el lenguaje en el centro de sus preocupaciones de identidad de la nación. Lo que sí era
claro, para el filólogo panameño, que esta concepción romántica era útil en su fundamentación
de la nación. De aquí se puede derivar que si para Menéndez Pelayo lo español se afirmó con
la delimitación de lo definido como no-católico, para Isaza Calderón no había otra posibilidad
que definir su misión como crítico y educador en la defensa del idioma castellano en el Istmo,
porque aquí había una prolongación de la tradición española, greco-latina, el renacimiento y el
cristianismo no reformista. Su misión filológica es una especie de cruzada cultural. Esta
cruzada, que estaba basada en el análisis geo-idiomático de la influencia del inglés en la región
hispanoamericana, en la que países como México, Cuba, Puerto Rico y Panamá “sufren una
presión mucho mayor que Colombia, Argentina o Chile”, define su misión hasta
7
"Desengañémonos: nada más impopular en España que la herejía, y de todas las herejías, el protestantismo. Lo
mismo aconteció en Italia. Aquí como allí (aun prescindiendo del elemento religioso), el espíritu latino,
vivificado por el renacimiento, protestó con inusitada violencia contra la Reforma, que es hija legítima del
individualismo teutónico; el unitario genio romano rechazó la anárquica variedad del libre examen; y España,
que aún tenía el brazo teñido en sangre mora y acababa de expulsar a los judíos, mostró en la conservación de la
unidad, a tanto precio conquistada, tesón increíble, dureza, intolerancia, si queréis; pero noble y salvadora
intolerancia. Nosotros, que habíamos desarraigado de Europa el fatalismo mahometano, ¿podíamos abrir las
puertas a la doctrina del servo arbitrio y de la fe sin las obras? Y para que todo fuera hostil a la Reforma en el
mediodía de Europa, hasta el sentimiento artístico clamaba contra la barbarie iconoclasta”(1948:45).
7
corporalmente, limpiar el cuerpo de la nación de los elementos que la “contaminan” y la
“ensucian”:
“Pues de tanta o mayor trascendencia que la higiene en el vestir,
hábitos y costumbres, es el sentido de la pulcritud idiomática”
(1957:53).
Esta posición se manifiesta a raíz de la publicación del diccionario de Anglicismos de Ricardo
J. Alfaro, diccionario que “habrá de ser un compañero de indispensable consulta, que les
ponga al tanto del error y de las formas correctas con que la lengua española sale al paso de
tan lamentables desviaciones” (54). Por otra parte, sabe que el “contagio” con la lengua
inglesa es inevitable, “dada la interdependencia de las naciones en el mundo actual (56), pero,
prácticamente, el único país que puede evitar toda “intromisión perturbadora” es España, por
“su equilibrio cultural, característico de pueblos maduros”(52). Bajo este centrismo cultural,
tan propio de la discusión en América Latina de los años cincuenta, que se planteaba entre
universalismo y particularismo (Franco: 2001), lo particular en Isaza Calderón era la “gran
familia hispánica”, cuya cabeza era representada culturalmente por España8.
La aduana del lenguaje, La Academia Panameña de la Lengua, ya tenía pues con el diccionario
de Anglicismos de Ricardo J. Alfaro un texto que nace al calor de la inserción de Panamá en la
modernidad neocolonial. Su subtítulo define con precisión su programa “enumeración, análisis
y equivalencias castizas de los barbarismos, extranjerismos, neologismos y solecismos de
origen inglés que se han introducido en el castellano contemporáneo, y advertencia a
traductores” (1950). Lo castizo se convierte, entonces, en una determinada selección de valor
cultural que define un corte romántico y nacionalista de nación –aunque muy lejos de ser
comunistas o algo parecido- muy acorde a la tensión cultural e ideológica producida en los
primeros años de la Guerra Fría.
El cosmopolitismo como problema
En el texto Estudios Literarios, publicado en 1957, llama la atención la biografía de Isaza
Calderón que comienza con la observación de ser “panameño de origen”. Aquí hay una
8
Aquí es pertinente afirmar que Isaza Calderón habla de “la gran familia hispánica” (54), recurso ideológicohistórico ya establecido por Menendez Pelayo, cuando éste rechazaba la denominación de penínzula Hispánica,
asi: “Por lo que hace a la categoría de lugar, este libro abraza toda España, es decir, toda la penínzula Hispánica,
malamente llamada Ibérica, puesto que la unidad de la historia, y de ésta más que de ninguna, impide atender a
artificiales divisiones políticas” (1948: 42).
8
recopilación de ensayos, cuyos dos primeros fueron escritos en 1947, año en que Rodrigo Miró
publica Teoría de la Patria, Ramón H. Jurado San Cristóbal y Rogelio Sinán Plenilunio. La
estructura ensayística revela la definición ya sentada de lo que es la identidad española:
Quevedo, Cervantes, El Arcipreste de Hita, Menéndez Pelayo, Azorín, Unamuno, es decir, la
presencia greco-latina pasada por el tamiz del cristianismo y el renacimiento. En su análisis de
Quevedo, que trasluce indirectamente la selección de valor de la situación neocolonial
panameña, caracterizada por el comercio y los servicios, escribe:
“Sigue luego una pintura inspirada, con grandes aciertos artísticos, con
las costumbres de los españoles del tiempo, contrastadas con las
existentes en el pasado, que eran, en opinión del autor muy superiores,
porque representaban un sentido cabal de moderación y honesta
pobreza, tan distantes de la ostentación y codicia observadas en los
días presentes. Aparte de que hombres y féminas supieron cumplir
siempre con sus respectivos deberes, dentro de una austera concepción
de la vida. El dinero, las modas exóticas, el abandono del trabajo, la
vanidad de las mujeres, las diversiones fáciles trocaron las virtudes de
antaño en lamentable relajación” (1957: 18, subrayado mío).
Efectivamente, el cosmopolitismo de Isaza Calderón no está aquí planteado, pero sí anunciado
por los elementos que trocan las virtudes de antaño en la realidad española. Esta concepción
aplicada a la realidad panameña, un país, cuya economía sólo puede vivir de su vínculo con el
mercado mundial, y que se vio asumida en la más grande corriente de inmigración regional,
producida por la construcción del Canal de Panamá9, significó un corte radical de lo definido
como lo no panameño: el cosmopolitismo. Pero, ¿qué entiende Isaza Calderón bajo este
concepto? Primeramente es necesario preguntarse si el romanticismo cultural de Isaza
Calderón se forma bajo una discutible interpretación de la historia española y, especialmente,
de Menéndez Pelayo. Precisamente la Edad de Oro española fue una apertura hacia el mundo,
un renacimiento de las artes y de las ciencias, acompañado por un desarrollo de las ciudades y
del comercio10. La Edad de Oro fue el primer cosmopolitismo ibérico, después de la expulsión
de los moros y de los judíos de la Península, que abre y cierra la entrada de una modernidad,
acompañada por el descubrimiento de América –sueño tan renacentista– y la creación de la
primera gramática del español. La España católica del siglo VXI –hasta la destrucción de la
Gran Armada en 1588- experimenta un auge económico, social y cultural, caracterizado por el
9
Esta inmigración, por supuesto, estuvo impregnada por los llamados „jamaicanos“, término que en Panamá se
utilizó para designar a los inmigrantes de las Antillas Inglesas.
10
El mismo Menéndez Pelayo era conciente de que el Quijote, el libro de una nación y una época, solo pudo
escribirse en el Siglo de Oro, “que había abierto nuevos rumbos a la actividad humana” (1956: 145).
9
movimiento humano y comercial de su vasto imperio. Su comercio con sus territorios de
ultramar, como el comercio de las ciudades renacentistas italianas, tal es el caso de Venecia y
Florencia, dieron un impulso a las artes, las letras y las ciencias en general. Este es un aspecto
que olvida Isaza Calderón en su análisis de Cervantes y el Quijote, detenido solamente en ver
en el renacimiento la preponderancia del ideal, el racionalismo y la glorificación del hombre
(1967: 24). Su renacimiento, que está desprovisto de cosmopolitismo, es así cortado de su
articulación histórica con la modernidad.
El romanticismo humanista de Isaza Calderón, con fuerte matiz rododiano, se basa en el
rechazo de la modernidad neocolonial panameña, dominado por la zona de tránsito, aunque
sabe – resignadamente – que es aquí donde se ha comenzado a definir el “destino” de quienes
viven esta geografía11. El llamado cosmopolitismo es un rechazo visceral que no tiene
parangón en las letras panameñas, con fuertes matices xenofóbicos –intelectualmente
encubierto y justificado en la llamada defensa del lenguaje- y en su visión romántica de
literatura nacional impregnada por el “acento vernáculo” (1953: 248). Este impulso romántico
es tan radical que, el mismo Rubén Darío, que podría designarse como el primer cosmopolita
hispanoamericano, por su apertura al mundo, sus viajes, su amplio bagaje cultural, queda
convertido en un provinciano en la pluma de Isaza Calderón, esforzado en mostrar el
hispanoamericanismo y el españolismo del poeta nicaragüense (Boletín, 1968). Si Rubén
Darío ha quedado en la historia de las letras hispanoamericanas ha sido precisamente –sin
olvidar su renovación estética – por romper el estrecho espacio cultural de a finales del siglo
XIX. No hay que olvidar que París, como lo formuló Benjamin, era la capital de aquel siglo
(1970). Pero tampoco hay que pasar por alto New York, en caso de José Martí, y otras grandes
ciudades hispanoamericanas como Buenos Aires para Darío Herrera, ciudades-puertos,
abiertas hacia el exterior, vinculados al “tráfago internacional” de gente y mercancías. Esta
dificultad con respecto a Darío, por parte de los románticos culturales, y, especialmente con el
modernismo en general, también se ve reflejado en Izasa Calderón cuando comenta la obra de
Darío Herrera12. Refiriéndose al modernismo, dice:
11
"He pensado siempre que el Istmo de Panamá tiene características geográficas tan peculiares, tan
circunscritas, que ellas solo marcan, acaso como en ninguna otra parte de la tierra, la existencia de un destino
singular que si no estuviese decidido por los hombres, lo estaría ya por razones extrañas a la propia voluntad
humana. Pocas veces se ha marcado, en la historia de nuestro planeta, a los habitantes de una determinada
porción geográfica, una ruta de tan claros y rigurosos perfiles. De modo que los panameños no han hecho otra
cosa, después de todo, que ajustar su conducta a un mandamiento histórico-geográfico del cual no podían ni
pueden escapar” (1953:246).
12
Por su parte, Gloria Luz Mosquera Martínez, citando a Rodrigo Miró sin nombrarlo, afirmó que en Panamá
“se ha llegado a decir que es el escritor “menos panameño” que tiene la historia literaria de Panamá”
(1964:101). Y Rodrigo Miró en un “escritor inexistente para la mayoría de los panameños”, sin embargo, se
corrige cuando se da cuenta del error cometido con respecto a Darío Herrera, aunque confirma, efectivamente,
como buen romántico, que la literatura nacional se define en función de su relación con el ambiente
10
“Surgieron todos ellos al calor de un movimiento literario de
extraordinaria resonancia, pero sin apoyar las plantas firmemente en la
caldeada realidad de su tierra. Acaso por eso, al entibiarse el fervor
modernista poca cosa quedó de aquel entusiasmo transitorio para el
adelanto de las letras nacionales” (1953:254).
Por supuesto, para esta generación de críticos literarios, inmersos en las aspiración de creación
de una cultura y literatura nacionales, el modernismo y, posteriormente, el vanguardismo, no
entraba necesariamente en esta construcción. A sus ojos no eran suficientemente nacionales,
porque concebían el estado-nacional –con su cultura propia y “vernácula”- el proyecto
moderno después de la constitución de la república. Lo moderno, lo nacional en Panamá, fue
mirar hacia el interior, refugiarse en sí mismo –el hogar de la patria y de la nación- y de aquí
no debe ser extraño que se ha creado todo una mitología con respecto a las mujeres poetas.
Son éstas las que mejor representan el hogar contra el foráneo y lo extraño. Las que mantienen
la llama del calor nacional13. Por eso me atrevo a decir que la mujer poeta, como en el caso de
Amelia Denis de Icaza, que representa a la nación panameña con su Cerro Ancón pertenece
más bien a la ficcionalidad patriarcal que ha visto en este poema la usurpación del hogar
nacional. Y el mismo poema Patria, de Ricardo Miró, pudo haber tenido como título Madre.
La relación problemática con el cosmopolitismo, dentro de la modernidad neocolonial, ha
tenido en Panamá un reverso mucho más punzante y desgarrador que ha acompañado a la élite
de la escritura por muchos años: su ausencia de confianza y complejo de inferioridad14. Se ha
comprendido como nacional y, al mismo tiempo, no llega tampoco a provincializarlo: “por último, quiero
aclarar y completar una afirmación mía poco feliz inserta en los “apuntes sobre Darío Herrera”, por muchos
aceptada y repetida sin crítica. Le califiqué entonces como el “ escritor menos panameño que se puede dar”.
Quise decir, en rigor que en su obra no se percibe interés en subrayar, como digno de especial atención, el tema
o ambiente panameños. Pero muchos de sus poemas, en especial sus sonetos, son claras descripciones de nuestro
paisaje, y cuentos y crónicas suyos están ambientado en Panamá. Si eso no fuera suficiente, el espíritu
cosmopolita que penetra toda su obra es característico de nuestra ciudad. Herrera representa, muy
cumplidamente, lo que hay de universal en el carácter del panameño. Queda claro” (prólogo a Darío Herrera
1971: 7 y 22).
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Por ejemplo, Baltazar Calderón, que ere muy conciente de la relación simbólica de mujer, patria, amor,
erotismo, considera: “La historia literaria universal no ha recogido en sus páginas, hasta ahora, ningún
movimiento literario femenino que tenga las proporciones del que advertimos, con satisfacción mezclada de
orgullo, en los países hispanoamericanos. El despertar literario de la mujer, su triunfal ingreso en el mundo de
las letras, es obra, no cabe duda, de la pléyade de inspiradas poetisas que ha surgido en la tierra fértil del nuevo
continente” (1957:135). Y Rodrigo Miró, por su parte: “A este respecto es importante, y vale la pena estudiar el
fenómeno, el hecho de que sea en la obra de nuestras mujeres donde la preocupación por el futuro amenazado de
nuestro país aparezca con más viva frecuencia” (1947:113).
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En este sentido, el filósofo Diego Domínguez Caballero afirmó sobre la necesidad de la búsqueda de lo
panameño, lo siguiente: “Al realizar dicha operación, al mirarnos dentro, lo primero que encontramos es un
SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD, nacido de la conciencia de nuestra pequeñez como nación –hablando en
términos geo-políticos en contraste con la majestuosidad y adelanto técnico de la potencia ahincada en nuestro
suelo. Pero no es solo eso; es también la circunstancia de nuestra historia que dio al Istmo una libertad política
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creído que en Panamá no se ha producido buena literatura o no a la misma altura de otros
países hispanoamericanos. El complejo de inferioridad es explicable por la inseguridad
epistemológica –resultado precisamente de la asimilación no distanciada de otros modelos – de
comprender cómo ha actuado la modernidad panameña en el tiempo colonial y poscolonial. Si
los marxistas (y algunos no marxistas), quizás la única excepción entre aquéllos es Ricaute
Soler, se avergüenzan de Panamá por no haber tenido una burguesía industrial, donde vean
proyectados en su realidad inmediata los textos clásicos que admiran, los intelectuales que se
ocupan de la cultura han cometido cientos de veces un Harikiri intelectual al no ver en el
“suelo patrio” a un Goethe, a un Rubén Darío a una Storni15. Y de aquí es posible explicar,
entonces, que, en función de este complejo de inferioridad, de marginalidad y de
subdesarrollo, hay, cuando no una aceptación mimética de "modelos importados",
una
búsqueda y una cerrazón con respecto a lo nacional, lo criollo, lo telúrico, lo combativo, lo
particular, que es realmente un mimetismo romántico, modelo ideológico fraguado en el siglo
XIX y que se transforma en los múltiples discursos culturales de la posmodernidad nacidos a
partir de la ficción cultural –los modelos – para las llamadas sociedades poscoloniales.
Para Izasa Calderón el rechazo del cosmopolitismo, que es la economía comercial y la
degradación humana y, simultáneamente, la ocupación de una parte del país por una potencia
extranjera, está cruzada por la presencia de la inmigración antillana, para no hablar de los
norteamericanos, que “contagian” la lengua popular con sus anglicismos. Él asume de
antemano que los jamaicanos “constituyen un grupo étnicamente difícilmente asimilable a los
panameños genuinos” (1976: 21). Pero, ¿quiénes son estos panameños genuinos?:
“Porque en tanto la cultura iguala y tiende fatalmente a uniformar, lo
típico, o sea el fondo ancestral que camina junto a nosotros como
herencia recibida de nuestros mayores, delata lo que tenemos de
esencialmente propio y constituye la auténtica reserva de esa alma
fácil, no ganada en los campos de batallas; sin sangre y sin mártires. Diógenes de la Rosa lo expresó claramente
diciendo que “Panamá es un país sin martirios ni mártires”. Es pues, esa sensación de la “nada” que nos invade
la que ha forjado aquél sentimiento” (citado por Julio César Moreno Davis, Lotería, 1968: 24).
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Rodrigo Miró, como buen ejemplo de esto, escribe: "No tenemos nosotros, todavía, grandes poetas. Delmira
Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, verbigracia, son logros difíciles, si es que no imposibles, en un medio
literario carente de tradiciones fertilizantes” (1947:106). Puede leerse de Carlos Wong Broce, a pesar que da una
definición muy interesante –que en cierta manera atisba y precede la discusión sobre la llamada “hibridez
cultural” que es sugerente para hoy día - de lo que él llama formas combinadas de la cultura, lo siguiente:
"También es verdad que nuestra literatura no es muy rica que digamos, no es una literatura que en cierta forma
haya llegado a una definición, a una afirmación. Creo, sin embargo, que se comienza a estar en proceso de ello”
(1971: 32). Y más actualmente, en la situación “marginalizada” de la literatura panameña en el debate
poscolonial, tenemos por parte de Serrano Guerra, lo siguiente: “si bien la literatura panameña no está hoy
reconocida por los textos oficiales como una literatura postcolonial, es claro que durante toda su trayectoria
republicana –y antes–fue una literatura enfrentada a la colonia. Por ende, su temática ha estado imbuida, desde
siempre, por la reacción de la conciencia nacionalista colectiva desde la periferia hacia ese centro imperial de
poder (háyase llamado España o los Estados Unidos)...”(2002:71).
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antigua que no se quiere morir. Obsérvese la diferenta que existe,
desde este punto de vista, entre los pueblos de nuestro interior y las
ciudades terminales del canal. Mientras en esta no subsiste ya, sino
como mercancía un tanto extraña y pintoresca en el tráfago
cosmopolita que las caracteriza, ese mundo lleno de encanto,
representado por nuestros trajes y costumbres típicas, aquellos
pueblos, cuanto más alejados de la carretera y de las vías
introductorias del progreso urbano, tanto más ricos se muestran en la
conservación no adulterada del tipismo auténticamente panameño, y a
ellos debe acudirse, como a única fuente segura, para conocer los
restos, de nuestra tradición legendaria” (1956: 113).
De aquí, entonces, que es perfectamente explicable su crítica positiva con respecto a
Plenilunio de Rogelio Sinán. Si todavía en 1972 Rodrigo Miró escribía sobre Plenilunio que
era un “logro a medias” (1972: 276), Isaza Calderón supo ver desde 1947 su universo literario
que, aunque tuviera “fisonomía un tanto forastera”, por su elaboración estética, estaba
insertada en el ambiente panameño. No era precisamente el ambiente rural de San Cristóbal de
Ramón H. Jurado –novela ésta que ambos críticos evidentemente valoran positivamente-, pero
sí el ambiente urbano, sujeto a la modernización neocolonial:
“Sólo que el área de observación se reduce a una zona dolorosa de la
vida capitalina, en la cual andan mezclados influjos nocivos de
procedencia extraña junto con flaquezas nuestras que nos
corresponden más como signos de fatalidad geográfica que como
engendro de insania aborigen. Se trata de esa turbia realidad, hija del
cosmopolitismo, que hace de las ciudades terminales del canal, sobre
todo en aquellas secciones más expuestas al tráfago internacional,
sumideros donde se recogen tristes residuos de la escoria humana”
(1957:183).
La novela Plenilunio muestra precisamente lo que es el cosmopolitismo. Lo contrario de
Rodrigo Miró, que no logra realmente aceptar al vanguardismo, por ese carácter urbano que
pueden tener sus textos, Isaza Calderón ve en Plenilunio lo que tenía que ver: corrupción.
Aquí está la prueba de lo que produce el cosmopolitismo, el urbanismo, la modernidad
capitalista comercial. La modernidad panameña, que es determinada por su situación
geográfica, es una “fatalidad histórica”. Según esta mentalidad, nada ha sido peor para la
formación de la nación panameña, que esa geografía expuesta al “tráfago internacional”. Ya
he señalado, en el ensayo sobre Rogelio Sinán y Ramón H. Jurado, cómo historiadores,
filósofos y críticos literarios han recreado la leyenda de la formación de la nacionalidad
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panameña en el siglo XVIII al finalizarse la Feria de Portobelo. Según la leyenda, sólo podía
crearse una nación en la pauperización, sin movimiento de población y de mercancías.
Es, en este sentido, que la crítica del cosmopolitismo de Isaza Calderón, que es la crítica de la
modernidad panameña, bajo su forma neocolonial, es el complemento del ruralismo –y del
folcklorismo de Gil Blas Tejeira – que desarrollaba el novelista y ensayista Ramón H.
Jurado. Sin embargo, la crítica del cosmopolitismo de Isaza Calderón no sólo tenía como
meta la revalorización de las zonas rurales, con su gente e historias, sino que pretendía con la
misma hacer una crítica de la civilización moderna: la rapidez (que determinaba incluso, la
producción literaria especialmente, de la novela y los estudios críticos) el anonimato, el
desarrollo y crecimiento de las ciudades, la máquina, la razón práctica, la pérdida de los
códigos tradicionales de comportamiento. Su crítica del cosmopolitismo lo lleva a buscar una
tradición que se origina en España, un cristianismo pasado por el tamiz renacentista, y olvida
que justamente no hubo mayor cosmopolitismo que en el renacimiento, puerta de entrada de
nuestra modernidad.
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