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LA DIMENSIÓN ANTIJUDÍA DE LA REPRESIÓN EN LOS CENTROS
CLANDESTINOS DE DETENCIÓN Y TORTURA DURANTE LA ÚLTIMA
DICTADURA.
Por Daniel Rafecas ∗
Enmarcada en el tortuoso régimen de vida padecido por los cautivos de
los centros clandestinos de detención y tortura erigidos en la Argentina (en
adelante CCDT) durante la última dictadura militar que se instaló en el poder a
partir del 24 de marzo de 1976, quisiera hacer un particular análisis de la inusitada
crueldad que, de forma sistemática, sufrieron aquellos cautivos por su condición de
judíos, producto de un antisemitismo influenciado a partir de la ideología nazi
enquistada al menos en ciertas prácticas habituales y en ciertos perpetradores que,
en todos los niveles, actuaron amparados por el terrorismo de Estado desatado a
partir de que la Junta Militar de aquel entonces tomara la decisión de pasar a la
clandestinidad a todo el enorme aparato bélico de poder estatal para reprimir en
forma generalizada y masiva a todos aquellos a quienes consideraba sus enemigos
políticos.
Conforme surge de los testimonios judiciales de los sobrevivientes de la
represión dictatorial argentina, recopilados en este caso en las investigaciones
llevadas a cabo en la causa conocida como “Primer Cuerpo de Ejército” en trámite
en el Juzgado Federal Nº 3 de esta ciudad, no fueron pocos los ejecutores de los
designios más oscuros de la dictadura militar que sostenían en la práctica la
concepción que el nacionalsocialismo sostenía respecto de la cuestión judía.
No obstante ello, debemos apreciar en primer lugar que la dictadura
militar argentina llevó adelante, entre 1976 y 1980 aproximadamente, un politicidio
(siguiendo la definición de Bárbara Harff), esto es, un plan sistemático de
persecución generalizada, desde el Estado autoritario, hacia un sector de la
∗
Juez Federal. Doctor en Ciencias Penales y Profesor de Derecho Penal, grado y posgrado (Universidad de
Buenos Aires). Consejero Académico del Museo del Holocausto, Buenos Aires. Miembro del Grupo Académico
de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) por la República Argentina. Su última obra ha sido
“Historia de la Solución Final”, Siglo XXI Editores, Bs. As., 2012.
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población, por razones eminentemente políticas, que desembocó en el secuestro y
tortura de unas treinta mil personas, de las cuales once mil permanecen
desparecidas, además del desplazamiento y expulsión del país de muchísimos
disidentes del régimen. Digo esto a partir de una generalización que se está
viviendo en mi país actualmente, de considerar públicamente lo sucedido en la
Argentina como un genocidio, a lo cual se ha prestado buena parte de los
organismos de derechos humanos, querellantes en los procesos judiciales, así como
también intelectuales, medios masivos de comunicación, y hasta sectores del poder
político, incluyendo a la actual y a la anterior gestión presidencial. A tal punto ha
cobrado fuerza esta proposición –alentada discursivamente por algunos prestigiosos
sociólogos locales, como Daniel Feierstein, Marcelo Raffín o Patricio Brodsky-, que
hasta un Tribunal de Justicia se ha hecho eco de ello, al considerar, en dos recientes
sentencias condenatorias sucesivas, contra los represores Etchecolatz y Von
Wernich, en la ciudad de La Plata, que los crímenes de secuestro, tortura y
homicidio agravado fueron ejecutados en el marco de un genocidio en términos del
derecho internacional…
Permítanme dejar en claro mi disidencia con esta postura, pues desde el
punto de vista del derecho internacional, está claro que tanto la Convención contra
el Genocidio como el Estatuto de Roma son contestes en excluir los crímenes por
razones políticas de la definición jurídica de genocidio. Todos sabemos además, que
la Convención de 1948 tuvo un primer proyecto que sí los incluía pero que para
lograr el consenso suficiente tuvo que limitarse en su alcance a aquellos crímenes
cometidos exclusivamente por razones de raza, etnia, religión o grupo nacional, sin
que pueda asimilarse el caso argentino a ninguno de estos supuestos.
De todos modos se trata de una discusión terminológica que no
repercute en la situación procesal de los represores que están siendo investigados,
pues la imprescriptibilidad de los crímenes perpetrados viene asegurada a partir del
hecho indiscutible que se trata de crímenes contra la humanidad, de los cuales, el
genocidio no es más que una especie dentro del género.
Algo similar sucede a partir de la denominación como campos de
concentración con que suele denominarse a los CCDT que hubo en la Argentina de
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aquellos tiempos, a lo largo y a lo ancho de su territorio. Diría que son mayoría
quienes consideran a éstos como denotados dentro del concepto de los campos.
Aquí también haré la salvedad de no compartir esta postura al menos parcialmente
e inclinarme por una postura más prudente e individualizadora, pues si bien es
cierto que en los CCDT se abrían espacios de no-derecho, en el marco de los cuales
todo era posible, procurándose de modo sistemático la despersonalización de los
cautivos, elemento característico del universo concentracionario, al mismo tiempo
faltan otros elementos inherentes a los campos de concentración: en primer lugar,
la centralidad que tiene el lager en el sistema penal totalitario, como un elemento
de aterrorización de los no desviados, para lo cual aquéllos gozaban de una enorme
visibilidad y sus prácticas eran publicitadas a través de los medios de propaganda
del régimen; en cambio, como su nombre lo indica, el centro clandestino de
detención y tortura era, por regla, secreto, oculto a la población en general y a los
medios de comunicación; y por ello no cumplía dicha función de control social por
medio del terror hacia los no desviados: es cierto que el régimen militar argentino
paralizó buena parte de la sociedad civil a través de ciertos mecanismos y prácticas,
a través de la represión, el control y el miedo, es cierto que por ejemplo, la
población de los grandes centros urbanos sabía más o menos masivamente que
desaparecían personas, pero eran muy pocos los que sabían que éstas eran
recluidas en lugares clandestinos, pues los centros no estaban diseñados para ser
colocados en el centro del sistema penal autoritario, y en esto, según creo, aparece
la primera diferencia entre uno y otro.
La otra cuestión es la de la masividad de los campos de concentración.
Todo aquel que conoció la extensión y magnitud de los lager advertirá una notable
diferencia, en términos espaciales, con los CCDT: éstos eran de reducidas
dimensiones, a veces no más de dos o tres habitaciones; la planta alta de un
inmueble; un sótano que servía como depósito; la parte dedicada a celdas de una
comisaría, o de un edificio policial; un galpón dedicado a usos diversos, etc. En ellos
no era posible albergar, en forma simultánea, más que unas decenas de cautivos, tal
vez
en
algún
caso
podamos
llegar
al
centenar,
y
éste
es
un
dato
que
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comparativamente debemos confrontar con la capacidad casi ilimitada con que
contaban muchos de los lager o de los gulags por poner sólo estos ejemplos.
Es que las reducidas dimensiones de los CCDT se explica también a
través de su carácter secreto y clandestino que ostentaban de modo general. Se
trataba de no llamar la atención pública acerca de su existencia, objetivo que en
casi todos lados se logró pues los propios vecinos, si bien advertían a veces
movimientos inusuales, no descubrían su verdadera función ni qué era lo que
acontecía en su interior, y ante cualquier riesgo de descubrimiento, el centro era
inmediatamente desmantelado y sus cautivos trasladados a otros sitios (como fue el
caso de Automotores Orletti y de Mansión Seré, en ambos casos debido a sendas
fugas de cautivos).
Además de los campos de concentración, considero que en los CCDT se
advierte la influencia de otra clase de recintos, que son los que terminan de
asignarle sus contornos al centro clandestino, su particular esencia y fisonomía.
Me refiero al denominado pozo o chupadero, empleado por el
delincuente común, sitio en el que mantiene oculta a la víctima -por ejemplo de un
secuestro extorsivo-, mientras espera el pago del rescate. En la Argentina, este tipo
de espacios son muy reducidos, ocultos o disimulados, aprovechando un sótano, un
lugar abandonado o sitios similares; allí se coloca al cautivo, inmovilizado y
encapuchado, a la espera de su suerte atada al cobro del rescate, sin que los
vecinos adviertan de su existencia.
Pues bien, la carga genética del pozo o chupadero del delincuente
común también se encuentra presente en el CCDT, al menos en igual magnitud que
el campo de concentración; no sólo a partir de la clandestinidad reflejada, sino
también porque se trata de espacios de reducidas dimensiones, en donde los
cautivos, aquí también, permanecen inmovilizados y encapuchados, algo que no está
presente en la lógica interna de los campos y sí, de modo sistemático, en los
centros clandestinos.
A punto tal era reconocible la influencia de estos recintos propios del
delincuente común en los CCDT, que usualmente éstos eran denominados, tanto por
perpetradores como por víctimas, precisamente como pozo, chupadero, cueva, etc.
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En definitiva, no me parece apropiado denominar como campos de
concentración a los centros clandestinos. No sólo porque carecen de elementos que
a mi juicio resultan fundantes de la definición de aquéllos (centralidad en el sistema
penal, visibilidad, masividad), sino además porque precisamente ello obedece a la
existencia de algunos componentes que le son ajenos (clandestinidad, mínima
extensión, sistemática inmovilización y tabicamiento de los cautivos).
Diría que del exacto cruzamiento entre el campo de concentración, de
un lado, y el pozo o chupadero del delincuente común, por el otro, emerge una
institución nueva, distinta y equidistante de ambos: el centro clandestino de
detención y tortura de la dictadura militar argentina desde 1976 hasta 1980
aproximadamente, cuando los últimos de ellos fueron desmantelados.
Aclaro en este sentido, finalmente, que agrego la referencia a la tortura
en dicha definición, pues está largamente demostrado que ésta se aplicaba de modo
sistemático a todo aquel que ingresaba en uno de ellos, y además, dicha tortura
estaba instaurada sin más a partir de las terribles condiciones psíquicas y
materiales que les eran impuestas a todos los cautivos: la sola referencia a la
detención en el centro clandestino no parece connotar en toda su intensión la
esencia de estos sitios.
Toda esta introducción me resulta funcional para referirme a un tema
conexo, cual es, que existe cada vez mayor evidencia, a partir de las investigaciones
históricas y judiciales, que la dictadura militar, en su afán de obtener la solución
final a la cuestión subversiva, decidida de modo previo al golpe de Estado del 24 de
marzo
de
1976,
llevó
adelante
una
metodología
de
secuestro
en
centros
clandestinos que se fue guiando eminentemente por consideraciones políticas a los
efectos de determinar quiénes eran los destinatarios sobre los que hacer recaer el
poder punitivo ilegal desplegado; la maquinaria de información de inteligencia,
alimentada básicamente a partir de la tortura sistemática de los cautivos, que
activaba las operaciones de los grupos de tareas, hoy sabemos que apuntaba a
desmantelar los circuitos de militancia política y de sostenimiento económico de las
organizaciones armadas, y de lo que los militares consideraban sus organizaciones
de superficie, de cobertura, de encubrimiento o de apoyo material o discursivo:
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docentes, estudiantes, gremialistas y demás representantes de los trabajadores,
abogados, religiosos, en fin, toda clase de reales o potenciales disidentes políticos.
Con esto quiero decir que nada tenía que ver en los motivos que
llevaban al secuestro de una persona en aquel régimen, la condición de que fuera
judía. La consabida sobre representación del colectivo judío entre los detenidos del
régimen, de entre un cinco y un diez por ciento, cuando representaban no más del
1% de la población, se explica básicamente a partir de que la represión se dirigió en
mayor medida contra los grandes centros urbanos, donde la gran mayoría del
colectivo judío está establecido, y particularmente, contra actividades (por ej.
estudiantes universitarios), profesiones (psicólogos, abogados, etc.) y sectores de la
militancia política (de izquierda) en donde ése era el porcentaje aproximado que
ostentaba los ciudadanos argentinos de origen judío para la época inmediatamente
previa al golpe del ’76.
Es más, las investigaciones judiciales de aquellos episodios, reabiertas
recientemente a partir de la declaración de nulidad de las leyes de impunidad que
habían sido dictadas a mediados de los ’80, nos ha permitido advertir que en la
mayoría de los casos, la maquinaria represiva ponía en evidencia su matriz
antisemita recién al “descubrir” que ese cautivo por motivos políticos que ahora
tenía a su merced para la tortura, era además, judío, debido generalmente, a la
constatación de su nombre y apellido real, o bien, por que en su domicilio se
encontraron objetos o libros relacionados con el judaísmo, o bien por que ya
contaban con esa información arrancada bajo tortura a otro cautivo, entre otras
posibilidades.
Era a partir de este momento donde se ponía en práctica, de modo más
o menos institucionalizado, dentro de los CCDT, un antisemitismo manifiesto, de
índole racial o política, aunque a veces también de origen religioso, que repercutía
en dos sentidos:
en primer lugar, en una especial brutalidad y ensañamiento para con
el cautivo por su condición de judío, que se materializaba no sólo en la imposición
de tortura, sino también en actos de humillación y mortificación específica debido a
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dicha condición, y al empeoramiento aún mayor, en forma deliberada, de las
condiciones de cautividad en el CCDT.
en segundo término, un cautivo en un CCDT de condición judía, tenía
menos chances de supervivencia, ya sea porque dicha especial brutalidad lo
conducía a un cuadro de deterioro psicofísico del cual no podía recuperarse, o bien
porque frente a ese salvaje castigo que le fue impuesto, los autores debían
asegurarse la impunidad; o bien debido al hecho de que ser judío, debido al odio
racial -o a veces religioso- imperante en estos ámbitos del terror, lo colocaban en
una situación de mayor proclividad al traslado, eufemismo empleado por los
represores argentinos para significar el asesinato, que se efectuaba, por regla
general, afuera de los CCDT (vuelos de la muerte, etc.).
La
entidad
que
representa
políticamente
a
la
comunidad
judía
argentina, la D.A.I.A, elaboró en su momento un informe especial “…sobre la
situación de los detenidos desaparecidos durante el genocidio perpetrado en la
argentina” en donde se expresó que las “…connotaciones antisemitas del proceso
genocida se expresaron en las diversas modalidades de «tratamiento especial» a
judíos (durante la detención, en las sesiones de tortura, en los interrogatorios), en
el elevado número de víctimas judías y en la apropiación, por parte de los
organismos
de
represión,
de
las
prácticas,
simbologías
y
emblemas
esta
cuestión.
del
nacional-socialismo...”.
“Cabe
dedicar
un
párrafo
más
a
última
Resulta
francamente sorprendente contrastar la metodología del genocidio desplegado por
el nazismo con la metodología […] en Argentina: en ambos casos, se buscó el
ocultamiento de
los cuerpos, la negación del
nombre
de
las víctimas,
la
despersonalización durante el tiempo de detención, la búsqueda de deshumanizar y
degradar a las víctimas, el intento por «quebrar» sus últimas resistencias físicas,
psíquicas y morales como requisito para su destrucción. Pero esta apropiación de las
prácticas del nazismo no sólo se observa en las características implícitas de la
operatoria sino en la explicitación verbal o simbológica de esta apropiación. Los
numerosos testimonios sobre la presencia de svásticas en algunas salas de tortura o
centros de detención, la autoadjudicación de identidad «nazi» por parte de muchos
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de los represores, la constante referencia a los campos de exterminio nazis por parte
de quienes reproducían sus prácticas, no hacen más que reafirmar que esta
apropiación fue absolutamente intencional y explícita.”
Por su parte, la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas
(CONADEP),
entidad
gubernamental
que
se
puso
a
trabajar
en
1984,
inmediatamente de recuperada la democracia, también se ocupó de esta cuestión al
sostener que:
”El
antisemitismo
se
presentaba
como
contrapartida
de
una
deformación de «lo cristiano», en particular y de «lo religioso», en general. Esto no
era otra cosa que una forma de encubrir la persecución política e ideológica “.
“La defensa de Dios y los valores cristianos fue una motivación
ideológica simple para que pueda ser entendida por los represores, hasta en sus más
bajos niveles organizativos y culturales. Esta necesaria identificación se hacía para
forjar en todo el personal represivo «una moral de combate» y un objetivo
tranquilizador de sus conciencias, sin tener la obligación de profundizar las causas y
los fines reales por los cuales se perseguía y castigaba, no sólo a una minoría
terrorista, sino también a las distintas expresiones políticas, sociales, religiosas,
económicas y culturales, con tan horrenda metodología “.
“En el allanamiento realizado en la casa de Eduardo Alberto Cora,
secuestrado junto con su esposa, después de destruir todo lo que encontraron, los
represores escribieron en la pared la leyenda «Viva Cristo Rey» y «Cristo salva».
Algunos allanamientos y operativos se hicieron al grito de «Por Dios y por la
Patria»”.
Todo lo cual, no hace más que apuntalar que el régimen dictatorial
argentino, a través de no pocos de sus agentes, impuso en nuestro país, algunas de
las prácticas más aberrantes que el mundo civilizado trató de desterrar después de
la fatal experiencia que representó el nazismo hacia mediados del siglo XX.
Formuladas
estas
apreciaciones,
creo
necesario
reproducir
a
continuación, una serie de apartados pertenecientes a distintas resoluciones (autos
de procesamiento) adoptadas recientemente en el marco de la causa “Primer Cuerpo
de Ejército”, en la cual se investiga la represión comandada por el Ejército (a cargo
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del fallecido Gral. Suárez Mason), al que estaban subordinados la Aeronáutica, la
policía federal, y las demás fuerzas de seguridad existentes, con jurisdicción en la
ciudad de Buenos Aires, buena parte de la provincia de Buenos Aires y la provincia
de La Pampa, en donde se hace referencia exclusiva al ensañamiento antijudío que
campeaba en los distintos CCDT investigados, y que pudo ser comprobado por
distintos medios, en especial, a través de declaraciones testimoniales prestadas en
el juzgado, muchas veces ampliando otras previas efectuadas en la CONADEP u otros
organismos nacionales o internacionales de derechos humanos ∗ .
I) Causa relacionada con los CCDT “El Club Atlético”, “El Banco” y “El
Olimpo”
Debemos comenzar por el testimonio de Daniel Eduardo Fernández ante
la CONADEP:
“Me insistían permanentemente si conocía personas judías, amigos,
comerciantes, o cualquier persona, bastando que fuera de religión judía. Allí había
un torturador al que llamaban Kung-Fu, que practicaba arte marcial con tres o
cuatro personas a la vez -siempre eran detenidos de origen judío a quienes les daba
patadas y trompadas-. A los judíos se los castigaba sólo por el hecho de ser judíos y
les decían que a la subversión la subvencionaba la D.A.I.A. y el sionismo
internacional y a la organización de los «pozos» (centros de detención clandestinos)
los bancaba ODESSA (organización internacional para apoyo del nazismo). Contra los
judíos se aplicaba todo tipo de torturas pero en especial una sumamente sádica y
cruel…".
Por su parte, Pedro Miguel Vanrell explicó que a los judíos les obligaban
a levantar la mano y gritar “yo amo a Hitler”. Agrega el nombrado: "…[l]os
represores se reían y les sacaban la ropa a los prisioneros y les pintaban en las
espaldas cruces svásticas con pintura en aerosol. Después los demás detenidos los
veían en las duchas, oportunidad en que los guardias -identificándolos- volvían a
golpearlos y maltratarlos".
∗
Todas las resoluciones citadas pueden consultarse en su versión completa en la página oficial de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, “www.cij.gov.ar”.
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Vanrell también recuerda el caso de un judío al que apodaban
“Chango”, al que el guardia lo sacaba de su calabozo y lo hacía salir al patio: “…le
hacían mover la cola, que ladrara como un perro, que le chupara las botas. Era
impresionante […] si no satisfacía al guardia, éste le seguía pegando. En este lugar
«el Turco Julián» llevaba siempre un llavero con la cruz svástica […] Este individuo le
sacaba dinero a los familiares de los detenidos judíos”.
A su turno, Delia Barrera y Ferrando detalló: “[e]n ese lugar en
cualquier momento entraban los guardias y nos pateaban, nos preguntaban la
religión, en caso de que alguno dijera que era judío, automáticamente era sacado de
la leonera y era golpeado o torturado en otro sector. Dentro del campo había un
guardia al que le decían «El Gran Führer». Era normal escuchar grabaciones de
discursos de Hitler durante toda la noche y cuando éramos torturados nos hacían
gritar Heil Hitler [...] A un compañero judío lo hacían hacer de perro, que ladrara, le
lamiera las botas al guardia y respondiera a sus órdenes. Otro cuando fue
trasladado le pintaron los bigotes como Hitler”.
En otro momento de su extenso testimonio, Delia María Barrera y
Ferrando declaró que: “…[m]ientras nos torturaban un guardia nos hacía gritar «heil
Hitler». Le decían «El alemán». Seguramente también estaba Kung Fu, porque él fue
el encargado de nosotros durante todo el tiempo que estuvimos secuestrados.”
Susana Caride, al declarar en el marco de la misma causa, refirió que
Eugenio Pereyra Apestegui alias Quintana “…era alguien que pasaba por los tubos
[…] Era Alférez, era fanático de […] marchas de Hitler o militares…”.
Ana María Careaga expuso: “...en una oportunidad escuchamos ladrar
un perro y que alguien lo llamaba de un lado para otro, le decía que moviera la cola.
Nosotros creíamos que realmente era un perro, pero no, era un ser humano, un
muchacho que tenía que hacer de perro porque había cometido el delito de ser
judío...”.
Según surge del testimonio de Claudia Pereyra, fue llevada a “El Banco”,
en donde al llegar fue desvestida, luego de lo cual la llevaron al “quirófano” –como
se llamaba eufemísticamente a la sala de torturas- donde la dejaron desnuda y
atada, escuchando voces y gritos de su novio, a quien estaban torturando. Que
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luego la tocó el turno a ella, a la vez que le refirieron que las torturas eran en
primer lugar, porque era judía. Dichas torturas consistieron en aplicación de picana
y golpes, y estas sesiones se repitieron varias veces.
Asimismo, Ana María Arrastía Mendoza señaló que: “frecuentemente les
hacían oír repetidas grabaciones de marchas militares desconocidas de acento
germánico...”.
Igualmente, Gilberto Rengel Ponce explicó que: “...los represores le
decían que eran utilizados por el Sionismo internacional y por los judíos que los
habían engañado...”.
Juan Francisco La Valle, por su parte, manifestó judicialmente: “[e]n la
leonera, me acuerdo que [el Turco Julián] a un judío que era gordo lo interrogaba
preguntándole en qué sinagoga aprendió a robar, le pedía que saque el pene afuera
para ver si estaba circunciso y con un encendedor le quemaba los genitales...”.
Particularmente revulsivo es el caso de Mónica Evelina Brull de Guillén,
quien fue torturada en “El Olimpo” pese a ser ciega y a estar embarazada de dos
meses. Pero si como esto no fuera suficiente, la nombrada relató que la llevaron
dos veces al “quirófano” donde fue torturada con picana eléctrica, y allí “…recuerda
que a los pies de la cama estaba Clavel [...] que los torturadores se ensañaban cada
vez más con ella por dos circunstancias: porque era de familia judía y porque no
lloraba, cosa que los exasperaba”.
Asimismo, el cautivo Héctor Daniel Retamar fue obligado a presenciar
unas “clases” de nazismo donde se les decía que el causante de todos los males era
el judaísmo, y que estas “clases” eran dadas por “Julián”, “Paco” y otra persona que
podía tratarse de Suárez Mason aunque por estar en la sombra nunca pudo verle el
rostro. Que le llamaba la atención que en esas ocasiones les hicieran bajar las
vendas y así ver las caras de los represores, con el indudable propósito de que la
arenga fuera más convincente.
Asimismo, debe traerse a colación una vez más, los dichos del testigo
Mario Villani cuando se refirió a Julio Simón como un nazi, aclarando: “…Nazi, eran
todos nazis ahí, pero éste se vanagloriaba de serlo, llevaba siempre colgando en el
cuello o en el llavero una cruz esvástica. Una persona, yo pienso muy sanguinaria
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[…] El Turco Julián, tenía un especial predilección por torturar a los judíos, como ya
dije llevaba una cruz esvástica…”.
En especial, Villani testimonió que “El alemán” Eklund, que era uno de
los típicos miembros de las “patotas”, tenía una confesa ideología nazi y que era
habitual que durante los interrogatorios pasara cassettes con discursos de Hitler.
Luego de dictado el procesamiento respecto de los centros clandestinos
“El Banco”, “Club Atlético” y “El Olimpo”, en junio de 2006, tuve oportunidad de
ampliar la declaración testimonial de Mario Villani, residente actualmente en los
Estados
Unidos.
Villani
es
uno
de
los
testigos
más
importantes
en
esta
investigación, pues estuvo cautivo en los tres recintos y logró sobrevivir gracias a su
habilidad para reparar artefactos electrónicos, de los propios centros, o bien los
aparatos que los perpetradores le traían de los saqueos o también de sus propias
casas. Así, al pedirle que amplíe en todo cuanto supiere acerca del antisemitismo
que imperaba en cautividad, expresó:
“[A]llí adentro todos eran nazis, algunos llevaban la c ruz svástica
consigo, «el Turco Julián», «Soler» o Rolón, «el Padre» o Taddei, había más, Taddei
decía “yo soy nazionalista, con zeta”, «Rodilla» o Laiño –fallecido- se jactaba de ser
nazi, por ejemplo cuando me sacaron a arreglar la bomba en «Atlético», subí a
planta baja y pasé por una caseta de guardia con mamparas de vidrio, y a través del
vidrio, adentro, sobre la pared, había un retrato de Hitler de un 20 cm. x 20 cm.;
cuando me dirijo por el pasillo hacia donde estaban los tableros, vi un salón, y en la
puerta del frente, un gran retrato del Comisario Villar, conocido policía nazi….”.
“…En la sala de inteligencia tanto en «Banco» como en «Olimpo» habí a
puesto sobre la pared un gran paño, posiblemente el mismo, mudado con la gente,
de color rojo, pinchado sobre la pared, que tenía en su centro un gran círculo
blanco, y dentro de ese círculo blanco una cruz svástica negra. Era un gran paño,
que medía un metro y medio de ancho por otro tanto de ancho...”.
“…Algún guardia tenía un cinturón con una hebilla con una svástica y un
águila. Tanto «Julián» como Taddei trajeron cassettes con discursos de Hitler y
marchas militares alemanas, que reproducían en los centros…”.
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“…Cuando el turco estaba excitado, se le ocurría poner la música, para
él éramos todos comunistas vendidos a intereses foráneos, una vez le dije «eso que
tenés vos ahí (por la svástica) ¿de dónde viene?, ¿de Salta?, ¿de los gauchos de
Güemes?, esa svástica es foránea», a lo que me contestaba con insultos y golpes…”.
“…El
trato
respecto
de
los
cautivos
judíos
era
particularmente
denigrante. Sacar a un judío de la celda y reventarlo a cadenazos por esa condición
era una cosa común; sacarlo caminando por un perro por su condición y ladrar era
una cosa común; a otro lo hacían gruñir como un chancho y le decían «vos sos un
chancho judío»; a Rebeca Sacolsky, sobreviviente de «Olimpo», le hacían cantar de
modo denigrante, «Julián» la agredía por su condición de comerciante…”.
“…Durante los interrogatorios con tortura siempre se ponía música o la
radio, y cuando era un judío con frecuencia ponían estas grabaciones nazis”.
También Patricia Bernal señaló al respecto “…[q]ue en el «quirófano»
vio a varios sujetos y entre ellos a “Colores”. También recordó que éste, como
también “El Turco Julián”, tenían un llavero con una svástica…”.
La investigación judicial llevada a cabo en esta sede también recibió
otros testimonios que dieron cuenta del trato denigrante sufridos por los judíos en
los centros de detención.
Susana Diéguez, en oportunidad de testimoniar ante este Tribunal
señaló: “[e]n ese momento llega una mujer de nombre Eva, detenida pero sin tabicar
que les recrimina qué tenían colgados en la pared, a lo que los represores le dicen
«Judía de mierda qué te metes», Eva se orina y ellos le refriegan el orín por la
cara...”.
Resulta
interesante
también
citar
aquí
el
testimonio
de
otro
sobreviviente, Jorge Augusto Taglioni, que revela una de las formas en que los
represores identificaban, entre los cautivos, a quienes no pertenecían a la confesión
católica: “En algún momento se puso un televisor en el pasillo de la población
[cautiva] y nos obligaban a ver la misa de los domingos, entonces había un par de
compañeros que eran judíos y no sabían, entonces murmuraban el padre nuestro,
esto era en las guardias bravas. Entonces alguien iba entre los presos que miraban
la misa y controlaban quién no rezaba”.
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Por su parte, otra víctima de este circuito, Jorge Alberto Allega, entre
otras referencias, se detuvo especialmente en la figura de un represor del centro
clandestino, apodado “Baqueta”, quien “[t]endría 33 años. Lo recuerdo con el pelo
para atrás y medio rubio […] no recuerdo si estaba en las torturas, pero sí golpeaba.
Lo que recuerdo es que era super nazi, cantaban canciones de Hitler. Esta guardia
era más nazi que el Turco Julián, era como la característica de esta guardia”.
En una resolución posterior, del 9 de noviembre de 2012, sobre este
mismo circuito, se sumaron los siguientes testimonios:
Silvia Liliana Cantis recordó que “...los guardias del lugar iban
cambiando cada 24 hs. aproximadamente y que éstos impostaban roles de «guardia
bueno» o «guardia malo» según el detenido en cuestión. Quien hacía de guardia
malo con ella solía golpearla con especial saña por su condición de judía y la llevaba
al «quirófano» en donde, al tiempo que era obligada a simular ser un perro, los
represores amenazaban con su mordida a los torturados, siendo ella también
obligada a morderlos” (fs. 28.559/63).
Por su parte, Hugo Roberto Merola recordó que en la sala de torturas
“...tenían un tocadisco y pusieron una música que parecía de marchas alemanas.
Como Gertrudis [Hlazic, cautiva en el centro clandestino] era hija de alemanes,
«Colores» le pide que le diga qué decían. Ella le decía que era como una exaltación
del trabajo, la felicidad de trabajar. Era una marcha nazi...” (fs. 17.571/3 vta.).
Delicia
Gonzalo
Santos,
al
respecto,
recordó:
“Ocurrían
cosas
esperpénticas en ocasiones. «Colores», por ejemplo, cuando tenía ganas de
diversión, traía un proyector de cine y nos decían «¡todos al pasillo!». Nos
sentábamos en el suelo y nos proyectaba películas de los nazis (Desfiles militares,
actividades de las SS, ODESSA, películas sobre cadáveres de judíos en la II Guerra
Mundial, campos de concentración, etc.). Recuerdo que era hablada, pero «Colores»
iba haciendo sus comentarios particulares, favorables a Hitler y al nazismo” (fs.
88.981/98).
Juan Francisco La Valle, por su parte, manifestó que “[e]n la leonera,
me acuerdo que [el Turco Julián] a un judío que era gordo lo interrogaba
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preguntándole en qué sinagoga aprendió a robar, le pedía que saque el pene afuera
para ver si estaba circunciso y con un encendedor le quemaba los genitales...”.
Por su parte, Horacio Seillant aseveró que los guardias “...no perdían
oportunidad de decirle por lo menos, de diferenciarlos, es decir por supuesto que...
cuando a uno lo van a torturar, lo torturan o le pegan, bueno una excusa puede ser
[la condición de] Judío…” (C.D. aportado por la Cámara Federal de Apelaciones de La
Plata a fs. 74.107).
Seillant ya en los “Juicios por la Verdad”, había
expresado: “Yo no he visto, ni en las películas que muestran los campos de
concentración nazis, actuar a los nazis como actuaban a ellos. La películas esas son
un cuento de hadas comparadas con un campo de concentración, porque en esas
películas la gente podía trabajar por lo menos, aunque se muriera trabajando...
podía hacer algo físicamente; tenía los ojos sin vendar. Podía confiar en el de al
lado... usted vive ahí en un estado de transformación permanente, usted está siendo
sometido permanentemente a torturas físicas, y si no son físicas, permanentemente
torturas psicológicas. La persona que está al lado suyo, que hoy es totalmente
confiable y es excelente, mañana no sabe cómo va a estar...” (C.D. aportado por la
Cámara Federal de Apelaciones de La Plata a fs. 74.107).
Andrea Fassani, asimismo, recordó que al ingresar a “El Banco”: “Me
preguntan si era judía, como yo llevaba un crucifijo de mi abuela me dicen «qué
bueno piba, que no sos judía» [...] Otro hecho que recuerdo fue que una vez trajeron
a una cantidad de ancianos judíos de [el barrio de] Once, el «Turco Julián» lo dijo y
les ponían marchas nazis y discursos de Hitler. Ellos no quedaron detenidos, era
como que los llevaron para joder” (fs. 84.538 bis a sexies).
Fernando López Trujillo, también señaló la particularidad brutalidad con
la que eran tratados los cautivos judíos. Puntualmente dijo: “había un muchacho en
el «tubo» de enfrente en donde estaba yo, que era judío, al que golpeaban con saña
por ser judío. Una noche estaba encadenado a la pared y el que estaba en el «tubo»
con él empezó a gritar que vinieran los guardias porque estaba escupiendo sangre.
Creo que tenía tuberculosis. Se lo llevaron y nunca volvió, no sabemos con qué pasó
con él” (fs. 84.271/4).
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Nora Strejilevich, narró en primera persona las diferencias que
realizaba el personal del CCDT. Al respecto recordó: “Me pusieron en el ascensor,
me arrastraron a la vereda, yo empecé a resistir mi entrada al auto y a gritar mi
nombre. En la vereda grité mi nombre, y me subieron al auto en la parte de atrás en
el piso, con los pies de ellos encima, supongo que dos personas, me decían «judía de
mierda, vamos a hacer jabón con vos», y me dijeron que aunque no tuviera nada que
ver, la iba a pagar por judía” (fs. 82.187/93).
Daniel Paira, resumió la temática tratada en este apartado con las
siguientes palabras: “Con el tema de los judíos se notaba que ligaban doble” (fs.
84.547/51). Por su parte Grunberg indicó: “el antisemitismo era constante. Insultos
como «judío de mierda», te voy a reventar, estaba todo el tiempo” (fs. 74.230/2).
Coincidentemente
Alberto
Rubén
Gildengers
manifestó:
“...quiero
remarcar que los detenidos de origen judío teníamos una dosis adicional de sadismo
en la tortura, yo lo recibí personalmente. Te daban más por el hecho de ser judío”
(75.573/75.576).
Finalmente Manuel Rojas indicó: “a los judíos les daban peor, Gerardo
[Strejilevich] era judío, y por eso le dieron peor. Insultaban a los judíos, más que a
los demás, les pegaban por «subversivos» y además por judíos” (fs. 82.160/3).
En el testimonio prestado por Rebeca Sacolasky ante el Tribunal Oral en
lo Criminal Federal nro. 5, en el marco de la causa seguida contra Julio Héctor
Simón, esta víctima-testigo expuso: “...al otro día abre la puerta otro no era ya el
Turco Julián. Por qué molestaste a tus compañeros toda la noche cantando el himno
nacional y después él tenía la costumbre de todo lo que pasaba en el campo [...] es
la judía lo que hay que hacer es sancionar a «la judía» [...] Una noche viene «el
Turco» [...] antes de ir a dormir hay que decir el «padre nuestro». Entonces nos
sacaron del «tubo» había que decir el «padre nuestro». Por supuesto yo movía los
labios [...] Dijeron «me parece que aquí hay muchos judíos esta noche, los vamos a
hacer jabón»...”.
II) Causa relacionada con el CCDT “El Vesubio”
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El tinte antisemita que signaba la ideología o al menos, la conducta de
las personas que actuaban en el “Vesubio” era fácilmente perceptible, si tenemos
en cuenta que más de un testigo recuerda que en la sala de torturas, había una
bandera con una svástica.
En efecto, según el testimonio de Enrique Varrín, en la sala de tortura
de “El Vesubio” había una bandera nazi, hecho corroborado por el recuerdo de otras
víctimas, como Genoveva Ares, quien recordó que en la sala de tortura, logró ver
entre las vendas, el telgopor y una svástica (testimonios antes citados).
María Elena Rita Fernández fue detenida junto a su ex marido Pablo
Martínez Sameck, relató que “...en un momento la llevan al baño y se cruza con
«Techi» -Esther Gersberg- y también con Guillermo Moralli, que la saluda. Que
después, vuelve a la habitación y cuando le dan una comida asquerosa tuvo una
arcada y un guardia llamado «Paraguayo» le empezó a pegar muy fuerte. Que Pablo
quiso intervenir y lo golpean a él. Que este mismo «Paraguayo» le preguntaba si era
judía”.
Ernesto Szerszewicz –privado de su libertad el 19 de agosto de 1978 y
desaparecido- también fue víctima de las conductas antisemitas de los represores.
Otra cautiva, Estrella Iglesias Espasandín, recordó cuando uno de los captores, de
una patada, le rompió tres costillas a un muchacho que era soltero y tenía cuarenta
años, y agregó que éste era Ernesto Scerzewicz, con quien tuvo un ensañamiento
muy particular porque era judío, “…un día él le enterró en la espalda las esposas, los
puños esos que tienen las esposas, le pegó así [...] sobre la espalda cosa que se le
enterró eso en la espalda, le hizo sufrir muchísimo…”.
Tal relato se halla corroborado por los dichos de Cristina María Navarro,
quien recordó que “…Ernesto Scerzewicz, quien tuvo además que soportar los
ataques de «El Paraguayo» y «Larry», dos guardias. Le decían «¿vos sos judío, che
grandote?» él respondía que era argentino. Por lo que lo pateaban...”; y en
similares términos se refirió Guillermo Lorusso.
Por otra parte, el testigo Jorge Watts recordó a Juan Thanhauser desaparecido y muy torturado por ser judío-, mientras que otro sobreviviente,
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Osvaldo Stein, refirió que «El Paraguayo» era muy sanguinario y que golpeaba a los
cautivos por ser judío.
Y otro sobreviviente, Adrián Alejandro Brusa, recordó especialmente a
otro guardia, a quien le apodaron “El Alemán”, que “entraba gritando: «Heil Hitler».
Nos hacían hacer ejercicio; nos hacían levantar las piernas mientras estábamos
acostados. Cuando uno de nosotros las bajaba, nos daban una patada en la
entrepierna […] entraba y nos hacía decir «Heil Hitler». Nosotros lo habíamos
bautizado el Alemán”. Además aseguró Brusa haber visto “cruces svásticas en el
telgopor, hechas con quemaduras de cigarrillos”.
III) Causa relacionada con el CCDT “Automotores Orletti”.
Citamos en primer término el testimonio José Luis Bertazzo, quien
señaló que “...también pasaban marchas militares alemanas en el centro de
detención, ponían música fuerte con estas marchas, y que en una pared donde fue
interrogado por Aníbal Gordon había un cuadro de Hitler, de unos treinta de ancho
por cincuenta centímetros de alto, era a color. Que había uno de los represores que
se declaró admirador de José Antonio Primo de Rivera”.
Consideraciones
de
idéntico
tenor
fueron
formuladas
por
otro
sobreviviente, Eduardo Deán Bermúdez, en cuanto indicó que uno de los cuartos
“...tenía un retrato de Hitler, que incluso los represores le levantaron la venda para
mostrarle el retrato citado. Agrega que la venda que le pusieron le permitía alguna
visión del entorno”; por Enrique Rodríguez Larreta, quien manifestó que “...en el
salón de las torturas recuerda que había un retrato de Hitler…”; y por Raúl Luis
Altuna Facal, quien dijo que: “[v]arias veces escuché que hablaban sobre el tema
«solución final», «el mejor enemigo es el enemigo muerto», «aunque ustedes son
guerrilleros de máquina de escribir, hay que reventarlos igual». Además Margarita
me dijo que había un cuadro de Hitler”.
Tales
circunstancias
se
ven
corroboradas
además
por
aquellos
testimonios brindados por las víctimas en el marco de la causa n° 42.335 bis; siendo
éstos los casos de Margarita Michelini Delle Piane, quien relató que luego de las
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torturas, “...la llevan a un cuarto donde se encuentra un cuadro de Hitler que se
encontraba colgado sobre una pared y recuerda que la pieza era un poco irregular,
que sólo recuerda que había un escritorio...”, de Washington Francisco Pérez
Rossini, quien hizo referencia a “...una habitación habiendo en dicha oportunidad un
escritorio hacia la derecha en el sentido en que iba caminando, un cuadro de Hitler,
un sillón, sillas una de ellas giratorias, además de una caja fuerte”, y de Raquel
Nogueira Paullier quien relató que “...la hicieron subir por una escalera de madera y
una vez arriba le sacaron la capucha. Que pudo ver en una pared un retrato de Hitler
y una lista de personas”.
Asimismo,
Enrique
Rodríguez
Larreta
aseveró
que
al
llegar
a
“Automotores Orletti” “...en principio lo identificaron, que luego supo que quien lo
hizo fue [Aníbal] Gordon, que estaba vestido con ropa militar, que en principio esta
persona le preguntó si era Rodríguez con S o con Z, y le dijo que si era con S podía
ser de procedencia judía y que en ese caso le iba a ir peor”.
Por su parte, Marta Raquel Bianchi, al momento de declarar ante esta
sede, recordó “...que ese interrogatorio comenzó con la venda, y luego le fue
retirada. Era una oficina amplia, tenía un escritorio muy grande, había sillones de
cuero color oscuro, había un cuadro de Hitler atrás del escritorio...”, mientras que
Adalberto Luis Brandoni expuso: “...recuerdo un cuadro de Hitler colgado en la
pared de la oficina, una especie de volante del Comisario Villar enmarcado, que
había un escritorio”.
También es útil traer a colación los dichos vertidos por Sergio Rubén
López Burgos, quien manifestó “[q]ue Gordon o el viejo, cuando torturaban ponían
unos discursos […] que allí adentro Gordon les daba charlas sobre el nazismo y que
él se jactaba de ser nazi”.
Asimismo, en su declaración en la causa n° 42.335 bis, relató que
respecto de quien era apodado “El jovato”, que “…uno de los días en que todavía
estábamos en la Argentina, él anunció que habían habido esa noche varios
atentados contra judíos en Buenos Aires. Se lamentó de que todavía existiesen
judíos sobre la faz de la tierra y posteriormente se definió como partidario de las
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ideas de Hitler. En esa oportunidad una persona le preguntó si estábamos en manos
de una organización pro-nazi o para-militar, a lo que él respondió «no, pibe, la
dirección de esto está en Campo de Mayo», refiriéndose al cuartel general que allí
posee el Ejército Argentino.”
Pero no sólo circunstancias de este tenor caracterizaban este centro de
detención en particular, sino que también coexistía un “trato especial” que les era
impuesto a determinadas personas por el simple hecho de profesar la religión judía.
En este sentido, José Luis Bertazzo refirió “...que Guillermo Binstock le
decía que lo iban a reventar porque era judío, que evidentemente lo habían
amenazado por ser judío...” y Eduardo Deán Bermúdez indicó “[q]ue otra
característica del lugar eran las amenazas constantes y la búsqueda de apellidos de
origen judío para someterlo a flexiones y ejercicios físicos extenuantes. Que también
ponían una frecuencia policial constantemente con efectos intimidatorios. Que
también era sistemático hacerlos lavar y peinar para un supuesto «traslado» que no
era otra cosa que la muerte pero que nunca sucedía. Que también se destacaba el
discurso nazi constante [...] Que a Gordon en el centro lo llamaban con apodos
«viejo» o «jovato», que el nombrado decía “nosotros no somos pronazis, nosotros
somos nazis”.
Asimismo, la actriz Marta Bianchi, rememorando las circunstancias
atinentes a su liberación, refirió que “Antes de bajar les dijeron «bueno, ahora
basta de obras bolches y de amigos judíos»...”.
También considero pertinente reseñar las manifestaciones realizadas
por Alicia Raquel Cadenas Ravela quien, refiriéndose a una de las personas que
prestaron funciones en el centro, recordó que “«El Ronco» tenía una actitud de
protección con ella y con Margarita Michelini, que él decía que las había agarrado
él, que no es que tenía actitud de protección, sino de propiedad, como si Margarita
y la dicente fueran de él. [...] Otro día esta misma persona llevó un hombre y
estando ella vendada y tirada en el piso, y le decía a la dicente «éste es buen mozo,
rubio, alto, sería bueno echarlo con vos para sacar crías y mejorar la raza»...”.
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Por último, en actuaciones posteriores se incorporaron los casos de
privación ilegal de la libertad y tormentos de Orlinda Brenda Falero Ferrari y José
Luis Muñoz Barbachán, ambos ciudadanos uruguayos, quienes también destacaron
el sesgo antisemita de los perpetradores mientras estuvieron cautivos en “Orletti”,
recordando Muñoz sobre ello que éstos:
“Se juntaban para cantar y hacer festicholas, alguna guitarreada con
canciones de protesta, antisemitas y comunistas. Hay un verso que cantaban: «si ves
una mujer con cara de arpía, matala, matala, que es judía» y loas a Hitler y
Mussolini, aunque reconociendo errores, y acusando al sionismo-judaísmo”, al igual
que Falero quien, en términos prácticamente idénticos, afirmó que “uno de los
represores [...] cantaba canciones de protesta, lo hacía muy bien, tenía buena voz y
se acompañaba con la guitarra. Otro de ellos recitaba consignas judías repitiendo
siempre una frase que decía «¡si ves una mujer con cara de arpía, matala, matala,
seguro que es judía!»”.
IV) Causa relacionada con el CCDT “El Chalet” que funcionaba detrás
del Hospital Posadas (Haedo, Prov. de Bs. As.).
En este centro de detención en particular, los escasos testimonios de
sobrevivientes, representan un obstáculo al momento de intentar reconstruir la
mecánica de funcionamiento del mismo, como asimismo la eventual organización
interna y el reparto funcional que habrían tenido los agentes de la dictadura que
actuaron en este sitio.
Sin embargo, entre dichos testimonios, no faltan aquellos que denotan
que los operadores de este centro de detención no habrían estado exentos de los
clichés
antisemitas
que
contaminaron
de
modo
generalizado,
las
prácticas
instauradas en los centros clandestinos de cautividad y tortura.
Tal fue el caso del contexto que rodeó el secuestro y desaparición del
empleado del Hospital, Jacobo Chester, ya que entre otros pormenores, su hija
Zulema Dina Chester, testigo presencial -cuando contaba con trece años- del
momento del secuestro en su hogar de su padre, refirió que el ataque “fue mucho
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más violento a partir del momento de que quienes lo efectuaron se dieron cuenta
que se trataba de una familia judía”.
Más aún, Zulema Chester agregó que uno de los perpetradores “…me
llevó a mi habitación y junto con otras personas me empezó a interrogar sobre la
existencia de libros escritos en hebreo en mi casa, los que obviamente teníamos
porque somos judíos...”, este tramo de su relato nos muestra entonces a un grupo
de desconocidos armados que irrumpen en un domicilio, y en un marco inaudito de
violencia y destrucción, abordan a una niña con preguntas relacionadas con su
credo religioso, detentando libros escritos en hebreo, vinculando obviamente los
motivos del ataque con el contexto cultural judío, para después, como la testigo lo
ha narrado, ser vejada atrozmente al introducirle uno de los criminales, un
elemento contundente en su vagina.
Relacionado también con el caso de Jacobo Chester, vale recordar sobre
el particular, nuevamente el testimonio de Gladys Cuervo, en cuanto mencionó “me
sacaron un día la medalla de la Virgen de Luján que yo tenía, diciéndome «¿para qué
querés eso, si vos sos judía?». En general hacían comentarios antisemitas, me
decían «¿sabés que Chester era judío?» yo le dije que no, «judío y flojito» me
dijeron”.
En la Inspección ocular llevada a cabo en “El Chalet”, Cuervo ratificó lo
antes dicho, precisamente recordó que los captores le preguntaban “¿lo conocés a
Chester?, y luego le decían “¿sabías que era judío?” y decían luego “judío y flojito”.
Que a ella también le decían que era judía y que un día le arrancaron la medalla que
poseía y le decían “¿para qué querés esto, si sos judía?”, y luego “si a vos te
entrenaron en la [Sociedad] Hebraica de Ramos [Mejía]”.
Por otra parte, de suma relevancia sobre este punto es el testimonio
brindado el 13 de diciembre de 1985 por la Dra. Sara Luisa Levy, quien refirió que a
la fecha de la intervención militar formaba parte de la Comisión Directiva de los
Jefes de Servicio del Hospital, recordando que en marzo de 1977, y en oportunidad
de darse una de las reuniones de esa comisión, tuvo una discusión con el Coronel
Médico Esteves [director militar del hospital] a partir de las detenciones ilegales y
de las renuncias masivas de personal del Hospital, cuando Esteves llegó a la reunión
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y preguntó qué opinaban acerca de las detenciones, habló en nombre de todos
transmitiendo esas inquietudes. Que entonces preguntó sobre el motivo y el criterio
de las detenciones ante lo cual Esteves, luego de recibir la respuesta del resto de
los presentes de que Levy hablaba por ella sola, le dijo “usted debe ser subversiva
porque está saboteando todo lo que yo haga”.
Que esa misma noche, irrumpió en su casa de Capital Federal un grupo
de personas que la tomaron del brazo, la amenazaron de muerte poniéndola contra
una pared y revisaron toda la casa, llevándose muchas de sus pertenencias. Que
luego la sacaron del departamento vestida con un camisón no dejándole llevar los
medicamentos que estaba tomando. Que durante el viaje en automóvil, le decían
que “iban a matar a todos los judíos”. Que al llegar notó que era un lugar
urbanizado, sintió que la bajaron a un lugar de cemento y la presencia de un
guardia. Que la bajaron por un ascensor a un sótano o subsuelo y la introdujeron
sola en una celda que tenía una cucheta. Que llamaron a un médico para que la
revisaran por su estado de salud. Que ese supuesto médico fue a verla y al decirle
ella su nombre y enterarse de que era judía le refirió que “iba a realizar
experimentaciones” con ella, y finalmente no la revisó. No hace falta aclarar que la
referencia a las experimentaciones de parte de un médico a una cautiva de origen
judío, en ese contexto, estuvo dirigido a mortificarla y a denigrarla, comparando su
estado de indefensión y de despersonalización con el que vivieron los cautivos
judíos en los campos de concentración y de exterminio del régimen nazi, en muchos
de los cuales, se llevaban adelante experimentos atroces a cargo de médicos que
segaron la vida de miles de personas tras hacerlos padecer horribles padecimientos.
También resulta de relevancia citar aquí una parte del relato de Alicia
García Otero quien refirió, en relación a David Kravetz, que tras permanecer
detenidos “[s]alimos los mismos dieciséis que habíamos entrado juntos. Pasamos
por la cárcel de Caseros. Se mete por el bajo Flores. Ahí hubo un silencio absoluto,
pensamos que no íbamos a Coordinación, que nos iban a matar por ahí. Finalmente
llegamos a Coordinación. Cuando nos bajan a todos, había policías de civil con
portafolios con armas. Nos ponen a todos contra una pared de vidrio. A mi derecha
estaba Susana Stabzi [Sztabzyb]. A mi izquierda estaba David Kravetz. Esta gente
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que gatillaba y ponía el silenciador. Uno de ellos dice «estos judíos de mierda hay
que matarlos a todos». Veo que Stabzi y Kravetz se muerden los labios y apoyan la
cabeza”.
Asimismo, vale nuevamente recordar las palabras de otra de las
sobrevivientes de este centro de detención, me refiero a Jaqueline Romano, quien
en su testimonio, relató que el Dr. Roitman “fue torturado en forma salvaje, dicho
castigo se acentuó por su condición de judío”.
Tales testimonios son una muestra más de las prácticas visualizadas en
otros centros de detención, en los que predominaba el ensañamiento hacia los
detenidos de condición judía, y en los que esta condición resultaba determinante de
los brutales padecimientos de los detenidos.
No podemos dejar de señalar que, además de que buena parte de los
detenidos ilegales del Hospital Posadas pertenecían al colectivo judío -como David
Kravetz, Susana Sztabzyb, Sara Levy, Berta Goldberg, Mauricio Schraier o Enrique
Malamud entre otros-, dos de las tres víctimas que permanecen desaparecidas,
Jacobo Chester y Jorge Roitman, también lo eran. La sobre representación de la
colectividad judía en la nómina de desaparecidos es manifiesta.
Otras declaraciones recibidas recientemente en el marco de otros
CCDT
Se trata de testimonios recogidos en el marco de CCDT que se
encuentran en plena etapa de recolección de pruebas con vistas a individualizar a
los autores de los crímenes cometidos, sin que hasta el momento se haya dictada
resolución de mérito sobre el particular.
“Mansión Seré” (Castelar, Pcia. de Bs. As.)
Alejandra Tadei, militante política en un colegio secundario, fue
secuestrada en 1977, a los 17, y conducida a este CCDT. Al respecto, relató:
“Yo decía que había militado en la UES pero que me había desvinculado
hacía un año y más. Yo les dije que yo me había ido desde que montoneros había
pasado a la clandestinidad. Yo les decía a los captores que yo no militaba más, que
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era jugadora de ajedrez. En octubre de 1976, un año antes, yo había sido
representante de nuestro país en las olimpíadas de ajedrez de Israel. A partir de
esta información que les proporcioné, ampliaron el interrogatorio a cuestiones de
judíos. Me preguntaban si yo era judía o católica. Yo no soy bautizada pero decía
que era católica […] Me preguntaban si además yo había visto en Israel muchos
montoneros. Yo les explicaba que año tras año iban cambiado las sedes de las
olimpíadas. Si yo reconocía que era judía o si reconocía algo vinculado a esa
religión, era peor. Eran declaradamente antisemitas. Me preguntaban si tenía novio
y si mi novio era judío”.
Jorge Marcelo Zurrián, detenido en 1976 a los 25 debido a su militancia
social, expresó: “[n]os decían «ustedes los zurdos son iguales a los judíos, hay que
matarlos a todos». Inclusive a mí, particularmente, me decían -por el lugar donde
vivía [un barrio humilde] que tenían que ponernos una bomba y matarnos a todos. El
que era más antisemita era [un represor apodado] «el coloradito». Nos decían
además que rezáramos mucho…”.
Otra militante política y gremial, María Cristina Guerra, secuestrada en
1977 y recluida en Mansión Seré, afirmó que habitualmente “…[e]scuchaba la
expresión «judíos de mierda». El concepto era «Dios, patria y hogar», todo lo demás
era nada”; y preguntada para que diga por qué calificó de nazi a un represor
apodado “El tucumano” durante su declaración, dijo: “[p]or la forma en que
hablaba, la forma en que se dirigía a los demás. Por la ideología, eran todos
nazis…”.
Una arquitecta sin militancia alguna, María Elena Vergeli, que en 1977
también fue a parar a Mansión Seré debido presuntamente a un trabajo social
desarrollado en 1973, se refirió a otro de los represores muy visibles de ese CCDT,
apodado “Tino”. De acuerdo con el testimonio de Vergeli, “…[c]on el discurso de
«Tino», hablándome de sus posiciones políticas, él dejaba entrever una idea
antisemita. Sé por Eloy [Gandulfo, su esposo también secuestrado allí] que le daban
un trato diferente al «ruso», lo discriminaban más”.
Esta víctima a la que los represores reconocían como “El ruso” por ser
judío, era quien compartía con su esposo la celda; respecto de él, Vergeli afirmó
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“…que una noche [la “patota”] hizo un alboroto grande porque yo sentía muchos
ruidos y después, por mi marido, supe que habían tirado tiros al aire y que habían
hecho un simulacro de fusilamiento con un chico que estaba en el mismo cuarto que
Eloy, a quien llamaban «el ruso»…”.
“Coordinación Federal” (ciudad de Bs. As.).
Si bien la investigación está en sus comienzos, ya desde el primer
momento se ha recogido un testimonio que muestra nuevamente los rasgos
antisemitas de los represores en los CCDT, al menos en el circuito del Primer Cuerpo
de Ejército.
En efecto, Francisco María Castiglione, secuestrado en 1997 y recluido
en el piso quinto del edificio policial en donde funcionaba este CCDT, en pleno
centro de la ciudad de Buenos Aires, recordó sobre el particular que un represor le
había dirigido un trato especialmente brutal a un cautivo debido a su condición de
judío, que lo había impresionado particularmente: “[p]reguntado para que diga si
recuerda el nombre del cautivo de apellido judío respecto de quien describe los
castigos a que fue sometido por el carcelero al que se refiere como «el más sádico»
y el nombre o apodo de dicho carcelero, dijo [que] el nombre del compañero judío es
Yankillievich, a quien trataron doblemente mal por ser judío. Que el guardia que le
pegaba a Yankillievich cree que era la persona a quien llamaban «El Coronel», que
no era un guardia común, sino que era como alguien que estaba de visita; que
incluso uno de los guardias habituales del lugar le pidió perdón a Yankillievich por el
comportamiento de esta persona diciéndole que era un nazi y que él no lo era”.
En otro momento del relato, Castiglione agregó “[q]ue la mujer de
[Mario] Firmenich les contaba que la llevaban todos los días a dialogar con una
persona y cuando volvía les contaba de qué hablaban y les decía que arriba había un
«nazi» que era policía y que era como que respetaba a los peronistas”.
Similares apreciaciones brindó otra víctima de “Coordinación Federal”,
María del Socorro Alonso, quien al respecto aseguró que los cautivos de condición
judía “eran torturados el doble que el resto; que para ellos la tortura era
permanente por parte de la guardia y de cualquiera de las brigadas que fueran al
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lugar […] en casi todas las celdas había cruces esvásticas y además […] algunos de
quienes prestaban funciones en el lugar tenían un anillo con el mismo símbolo”.
En el mismo sentido declaró Patrick Michael Rice, un sacerdote cristiano
que estuvo cautivo en “Coordinación Federal” a fines de 1976, quien agregó que “en
el sector de «tubos» había pegada en una pared una cruz svástica; que también
pudo ver que uno de los guardias tenía una «cruz de hierro» alemana colgada del
cuello”. Cuando se realizó la inspección ocular en las dependencias policiales donde
funcionara este centro clandestino –y que aun hoy se destina a oficinas de la policía
federal-, el ex sacerdote de origen irlandés Patrick Rice reconoció exactamente
dónde estaba ubicada aquella cruz svástica en la zona de los calabozos, tratándose
de un lugar muy visible por donde todos los cautivos debían pasar para entrar o
salir de sus lugares de encierro, para dirigirse por ejemplo, a la sala de torturas.
En efecto, fue el 19 de junio de 2008 cuando se produjo la inspección
judicial del recinto donde funcionó este CCDT. En el marco de ese acto, Rice,
recordó que en el pasillo al cual daban todas las celdas donde los secuestrados eran
colocados, sobre la pared que daba a las otras dependencias del lugar y por la cual
todos debían pasar, “…había pintada (de forma rudimentaria) una svástica, la cual
era de proporciones bastante grandes y estaba dibujada en la pared”.
“Azopardo” (ciudad de Bs. As.)
Respecto de este otro CCDT, que funcionara en dependencias céntricas
de la Policía Federal, un testigo y sobreviviente, Pedro Saizar, fue caputardo y allí
recluido junto con su pareja, Susana Rita Posternak, en noviembre de 1976. En su
relato, cuando describe el interrogatorio a que estaba siendo sometido por dos
captores, agregó:
“Mientras tanto estaban interrogando también a mi pareja, creo que en
la habitación de al lado porque podía escucharla. Y en un momento dado una de las
personas le dijo a la otra «pero ésta es judía», lo cual en efecto era así. Le
empezaron a preguntar si era judía y ella respondió que no, entonces uno le dijo en
tono burlón que rezara. Y ella rezó: «Padre nuestro que estás en los cielos…, Padre
nuestro que estás en los cielos…”, y así sucesivamente porque no sabía más, lo que
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hizo que se rieran incansablemente. Ella luego me contó que la habían acostado en
una mesa, y allí pudo ver que había una cruz esvástica en la puerta”.
Otra declaración relevante es la de Noemí Graciela Cobo, quien a los 17
años, en octubre de 1976 debió abandonar su casa debido a que su hermana mayor
estaba desaparecida; fue así que halló refugio en la vivienda de una compañera,
Graciela Fainstein. Días después, los militares allanaron esta última vivienda y
capturaron a ambas, y al novio de Graciela, Daniel Jacobsky. Los subieron a los tres
a un automóvil Ford Falcon, encapuchados. Así sigue el relato judicial de Cobo:
“Habremos circulado unos 45 minutos hasta que el auto desciende por
una rampa, en un espacio que suena como un garage, por la acústica. Llegan los
otros autos, nos bajan y ahí empieza el interrogatorio de los nombres. A la primera
que le preguntan es a Graciela [Fainstein], cuando dice el apellido, escucho que le
dan una patada o trompada. Después le preguntan a Daniel [Jacobsky], cuando dice
el apellido le dicen «judío de mierda» y escucho que lo golpean. Cuando llega mi
turno le digo mi apellido Cobo y me dicen «¿qué más?» como buscando algún
apellido judío en la familia. Ahí empezó una diferenciación como diciendo «a vos no
te vamos a tratar mal porque no sos judía»…”.
Más adelante en su relato, Cobo agregó que, mientras estaba siendo
interrogada, el represor “[e]mpezó a decir «tus padres no saben adónde estás, son
unos hijos de puta, te dejan con esta judía comunista», siguieron insultando a judíos
y comunistas como si ellos fueran el real peligro…”.
En este CCDT, otra víctima, Nora Beatriz López Tomé, recordó que los
represores ponían música y discursos, entre ellos, música de la Alemania nazi y
discursos de Hitler.
Otra víctima, Marcelo Edgardo Vagni, que tan sólo contaba con quince
años al momento de su secuestro en enero de 1977, sostuvo que “…fue sometido a
un primer interrogatorio de fondo dirigido, especialmente, a su relación con el joven
[también de quince años, Rolando Marcelo] Rascovsky. Que recuerda que al ser
conducido al sitio donde se lo interrogaría, le dijeron «caminá, judío de mierda». El
dicente respondió que no lo era, ante lo cual le indicaron que se bajara los
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pantalones. Así lo hizo, y al comprobar que no poseía la característica de la
circuncisión, el trato varió…”.
Conclusión
Los hechos aquí narrados no hacen más que recordar que los dogmas
del régimen totalitario nazi surgido en Alemania no concluyó con la caída del Tercer
Reich, sino que su ideología y métodos más repulsivos para la condición humana
siguieron vigentes en el tiempo y, lamentablemente, esta degradación fue
incorporada por amplios sectores de mandos y ejecutores del terrorismo de Estado
en
Argentina,
conforme
se
deduce
de
las
constancias
colectadas
en
esta
investigación.
Lamentablemente,
ello
no
puede
sorprendernos
en
demasía.
Deberíamos terminar de reconocer que, como sociedad, la Argentina tiene una vasta
tradición, durante todo el siglo XX al menos, de seducción por las doctrinas
autoritarias foráneas, y que sectores intelectuales y del poder sucumbieron también
a la fascinación provocada por el movimiento nazi, incluyendo su aspecto más
revulsivo: su profundo antisemitismo.
Desde esta perspectiva, no puede sorprender demasiado, a mediados de
los ’70, la profusión de la ideología e iconografía nazi, ni el ensañamiento de éstos
para con los cautivos de condición judía, de la mano de los personajes más
siniestros surgidos de las fuerzas armadas y de seguridad en toda su historia y en
recintos
que
ciertamente
se
aproximaron,
en
su
propósito
central
de
deshumanización, a aquellos otros que funcionaron en el marco del Tercer Reich.
Los testimonios recogidos en el marco de la causa “Primer Cuerpo de
Ejército” –algunos de ellos recientemente, de la mano de la reapertura de los
procesos penales tras la anulación de las leyes del perdón y de los indultos
posteriores- parecen indicar que el ensañamiento y la brutalidad para con los
perseguidos políticos por su condición de judíos era algo característico del
comportamiento de los victimarios que formaban parte del aparato de poder
organizado que fue empleado para concretar el terrorismo de Estado.
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Se trata de un tema que en los últimos tiempos ha ganado interés en las
investigaciones históricas y como vemos, también en las judiciales.
Enfrentar este aspecto aberrante de la represión que padecimos en la
Argentina, además de encadenarse con el pasado autoritario, de cuño nacionalistaintegrista, que signó nuestro país durante casi todo el siglo XX, resulta una tarea
ineludible no sólo como un acto de Justicia y de Verdad, sino también para
consolidar un proceso cultural tendiente a reafirmar tanto el repudio frente al
antisemitismo u otros fenómenos similares, como la importancia de la garantía
constitucional de no discriminación, o lo que constituye la otra cara de la misma
moneda, la igualdad ante la Ley de todos los ciudadanos bajo el amparo del Estado
democrático de Derecho.
Vaya entonces, a través de este trabajo de recopilación de lo que fuera
volcado oportunamente en estos pronunciamientos judiciales, un humilde homenaje
a todos aquellos hombres y mujeres judíos que fueron perseguidos, expulsados,
torturados y asesinados durante la última dictadura militar.
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