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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Abril 2006
Número 424
Sergio Pitol,
nuestro Cervantes
■
Daniel Leyva premia la generosidad
de Sergio Pitol
■
Margo Glantz pregunta a Sergio Pitol
cómo escribe sus novelas
■
¿Cómo leen franceses y alemanes
a Sergio Pitol?
■
Sergio Pitol sobre Henríquez Ureña
y sobre Joseph Conrad
■
Un fragmento de El corazón de
las tinieblas, de Joseph Conrad,
traducido por Sergio Pitol
■
Dos textos autobiográficos de Sergio Pitol:
Autobiografía precoz e Iván, niño ruso
■
Hacia occidente: un cuento
de Sergio Pitol
■
A diez años de la muerte de
ISSN 0185-3716
Jaime García Terrés: “Las librerías de viejo”
a
a
a
Sergio Pitol,
nuestro Cervantes
No es que la euforia nos haya trastornado el juicio: nadie puede
atribuir a un escritor vivo la inmortalidad literaria de que goza
el autor del Quijote. Pero decir que Sergio Pitol es nuestro Cervantes dice lo obvio y algo más. El próximo 23 de abril, de
manos del rey de España, el novelista poblano recibirá el premio
que esta vez cumple 30 de haber sido entregado por primera
ocasión (Jorge Guillén inauguró en 1976 la nómina de quienes
han recibido el “Nobel de la lengua española”). Pero al llamar
“nuestro” a este Cervantes reivindicamos la nacionalidad del
más foráneo de nuestros narradores así como el honor de contar
en el catálogo del Fondo con su obra reunida, que abarca ya
cuatro volúmenes. La fecha en que recibirá el galardón recuerda
el día de 1616 en que falleció el manco lepantino, jornada en
que también arrojaron su último aliento el Inca Garcilaso y
Shakespeare, aunque éste según el calendario juliano; ese día ha
sido convertido por la Unesco en Día Internacional del Libro.
Arrancamos con dos textos emanados de la amistad. De
entrada, Daniel Leyva subraya la calidad humana de Pitol con
un testimonio agradecido que va más allá de lo estrictamente
personal, pues lo que se predica de don Sergio podría enunciarlo más de uno. Margo Glantz rescata una conversación con
quien hace 20 años aún se encontraba preparando la obra que
lo llevaría a ganar el multicitado premio; ese diálogo tras bambalinas, tan mordaz como la propia narrativa pitoliana, presenta aspectos medulares de su quehacer artístico. De la edición
con que la filial española del fce se suma a los festejos, tomamos buena parte de un ensayo sobre Pedro Henríquez Ureña,
el dominicano que tanta influencia tuvo en los círculos culturales mexicanos de la primera mitad del siglo pasado.
Dos estampas sirven para asomarse a la vida de nuestro homenajeado. Con un fragmento de su Autobiografía precoz y con
el fulgurante repaso del momento en que nació su devoción
por la cultura rusa, Pitol se presenta ante sus lectores con la
transparencia de su prosa evocativa, su habilidad para actualizar lo remoto y hacer de la experiencia propia algo compartido.
Hombre de certezas estéticas y congruencias duraderas, su
lectura de autores como Conrad ha sido no sólo dilatada sino
íntima, como se ve en su ensayo sobre autor y personajes de El
corazón de las tinieblas, y en la traducción de esa desoladora novela. Pero no vaya a confundirse el lector: la escritura de Pitol
es sobre todo alegre, delicadamente irónica, con filo para penetrar en las contradicciones de esos seres más que humanos
que habitan su prosa, como los que habitan el relato que cierra
esa porción de este número. Asomémonos por último a lo que
en la prensa francesa y alemana se ha dicho sobre don Sergio.
Como dijimos al comienzo, en este mes se celebra el Día
Internacional del Libro. Por otro lado, al cabo de este abril se
conmemora el primer decenio de la muerte de Jaime García
Terrés. En alegre intersección de esas fechas presentamos su
remembranza de las librerías de viejo. (Y entre paréntesis hacemos un mea culpa por la confusión genealógica en que incurrimos en nuestro número anterior: el Juan de Dios Peza que
fue Ministro de la Guerra con Maximiliano tenía como segundo apellido “y Fernández de Córdoba” y fue padre del poeta
que nos presentó “Las horas de mayor angustia de Juárez”.)
número 424, abril 2006
a
Sumario
Sergio Pitol o la generosa generosidad
Daniel Leyva
Diálogo con Sergio Pitol
Margo Glantz
Henríquez Ureña visto por sus discípulos
Sergio Pitol
Autobiografía precoz
Sergio Pitol
Iván, niño ruso
Sergio Pitol
Conrad, Marlow, Kurtz
Sergio Pitol
El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad
Hacia Occidente
Sergio Pitol
Praga la misteriosa
Gérard de Cortanze
Malintencionada y jubilosa
Frédéric Vitoux
El mexicano
Fabrice Gabriel
Una marcha dominical con bombo y platillos
Florian Borchmeyer
Las tenazas del destino
David Wagner
Librerías de viejo
Jaime García Terrés
2
4
8
12
15
16
20
22
23
24
26
27
28
30
Daniel Leyva, subdirector del inba, es autor de Crispal,
que recibió el premio Xavier Villaurrutia ■ Margo Glantz
es académica de la unam y autora de Historia de una mujer
que caminó por la vida con zapatos de diseñador ■ Sergio Pitol
nació en Puebla en 1933 ■ Sergio Pitol fue consejero
cultural en Francia, Hungría, Polonia y la Unión Soviética, y embajador en Checoslovaquia entre 1982 y
1987 ■ Sergio Pitol ha colaborado en Revista de la Universidad, Revista de Bellas Artes y Letras Libres, y en los suplementos México en la Cultura, La Cultura en México, Sábado,
La Jornada Semanal y Hoja por Hoja ■ Sergio Pitol ganó el
Premio Xavier Villaurrutia en 1981, el Nacional de Literatura y Lingüística en 1999, el de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1999 ■ Joseph Conrad,
escritor inglés de origen polaco, conoció el terror en el
Congo ■ Sergio Pitol es el tercer mexicano que recibe el
Premio Cervantes, después de Octavio Paz (1981) y Carlos Fuentes (1987) ■ Gérard de Cortanze, ensayista,
poeta y traductor francés, ha colaborado en Le Nouvel
Observateur y Le Monde ■ Fabrice Gabriel, crítico literario
francés, es autor de L’Homme ouvert ■ Frédéric Vitoux es
colaborador de Le Nouvel Observateur ■ Florian Borchmeyer, crítico literario y periodista alemán, es especialista
en la obra de Jorge Luis Borges ■ David Wagner, alemán,
es historiador del arte y crítico literario ■ Jaime García
Terrés fue hombre de letras: poeta, ensayista, traductor,
editor de revistas y director del fce entre 1983 y 1988
la Gaceta 1
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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE
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Director de La Gaceta
Tomás Granados Salinas
Consejo editorial
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Max Gonsen, Nina Álvarez-Icaza,
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Camilo Sierra (Colombia), Marcelo
Díaz (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile),
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(Venezuela), Ignacio de Echevarria
(Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala), Rosario Torres (Perú)
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Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Diseño y formación
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Henestrosa y Emilio Romano
Ilustraciones
Tomadas de Gods’ Man. A Novel
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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques
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Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas.
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2 la Gaceta
Sergio Pitol
o la generosa generosidad
a
Daniel Leyva
Sergio Pitol, el escritor, ganó el Premio Cervantes. Sergio Pitol, el ser humano
bondadoso y solidario, ganaría trofeos a la amistad y al estímulo a sus colegas.
Ésa es la emotiva tesis que un beneficiario de su generosidad, convertido hoy
en literato de sólida trayectoria, plantea en estos párrafos
Hay dos formas de abordar a un escritor. Por sus obras, los conocerán, y por sus actos,
los juzgarán. ¿O acaso es al revés? Por sus obras, los juzgarán, y por sus actos, los conocerán. Sea como fuese, en Sergio Pitol es lo mismo ya que a través de sus obras y de
sus actos, sus lectores y sus amigos, en ocasiones no son los mismos, se han beneficiado
de sus libros y de sus acciones, ambas, obras y actos, libros y acciones, fruto de la generosidad, la generosidad del escritor con sus palabras y del amigo con sus consejos.
Permítaseme iniciar estas páginas abordando no la generosidad del autor, lo haré
más adelante, sino la generosidad del hombre. Por razones que no importan en este
texto yo vivía en París a principios de los años setenta y ahí me tocó conocer a Sergio
Pitol antes de haberlo leído. Fue Guillermo Landa, fino poeta originario de Huatusco sur Mer y agregado cultural de México, quien me lo presentó como su sucesor.
Durante el tiempo que Sergio Pitol estuvo en París yo asistí más de una vez a las
fiestas o cenas que brindaba a sus amigos que lo visitaban en su apartamento cercano
a la Maison de la Radio, en donde conocí a la queridísima y entrañable Vilma Fuentes, y Pitol frecuentaba mi estudio en el Barrio Latino, en donde oíamos boleros de
Agustín Lara cantados por Toña la Negra.
Fue Sergio Pitol quien me presentó con el embajador Carlos Fuentes. Fue Sergio
Pitol quien me alentó a escribir mi primera novela. Fue Sergio Pitol quien me convenció de no renunciar al Premio Xavier Villaurrutia diciéndome que ese dinero sería
lo único que ganaría como escritor y además se corría el riesgo de que el gobierno
desapareciese el premio y con ello se perjudicase a otros autores. Fue Sergio Pitol
quien me envió a Barcelona con el manuscrito de mi primera novela. Fue Sergio
Pitol quien me invitó a colaborar en la Dirección de Literatura del inba cuando volví
a México, invitación que no pudo concretarse por el famoso despido de Juan José
Bremer de la Dirección General del inba. Fue Sergio Pitol quien, finalmente, me dio
el que fue mi primer trabajo en México en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Y toda esa generosidad con un joven que al inicio ni lo había leído. Toda esa generosidad incluso con un joven que no formaba parte de su círculo estrecho de amigos. Por eso estoy convencido de que en Sergio Pitol la generosidad es un reflejo
natural, como natural y generosa es su escritura, que he gozado como lector a lo largo
de los años, otro regalo, dádiva, gracia o beneficio que he recibido con derroche y
hasta despilfarro, si derroche o despilfarro puede haber en la buena literatura.
Todos sabemos que el autor de Juegos florales es un literato muy particular. Con
siete libros de cuentos que van de Victorio Ferri cuenta un cuento a Nocturno de Bujara,
con cuatro novelas que vienen de El tañido de una flauta a La vida conyugal y con una
serie de libros de ensayos como el más reciente El mago de Viena, Sergio Pitol ha
cumplido un periplo sobresaliente, un extraordinario viaje, ¿podría ser de otra forma
en un autor dedicado a viajar, dedicado a soñar?, en donde predomina la experimentación, la novedad, el asombro y, sobre todo, el gusto por escribir.
Sergio Pitol nos ha propuesto otra manera de leer la novela, de disfrutar el cuento
y de entender el ensayo. Esa propuesta de escritura, que deviene otra lectura, en su
momento no fue entendida. Tendrían que venir otros lectores, más allá de las fronteras
de lo formal, para que esta literatura novedosa en un escritor mexicano nos alcanzara.
Tanto así que es en el extranjero, y sigue siéndolo, donde Sergio Pitol ha encontrado
número 424, abril 2006
a
el pleno reconocimiento a su obra, obra como pocas se han visto
divertidas y divergentes. La literatura de Sergio Pitol nos exalta,
en las letras mexicanas. Se sabe que el género en el que se inició
nos pone fuera de sí, nos vuelve excéntricos. Es una escritura
Pitol fue el cuento, hubo poemas pero de eso no quiere acordarlanzada como trompo que, donde caiga, siempre da en el centro,
se, y fascinado por la lectura de Jorge Luis Borges se dio a la
como ese trompo del poema de Octavio Paz.
tarea de comenzar comunicándose con estructuras narrativas
No contento con esto, Sergio Pitol nos ofrece, a través del
complejas que no fueran las del cuento clásico, si bien sus incurensayo y con tres libros capitales como lo son El arte de la fuga,
siones narrativas tuvieron la combinación de lo clásico y de lo
El viaje y El mago de Viena, otro tipo de escritura gozosa en el
moderno, tal y como ha sido desde entonces su perfil literario.
que la crónica, la narración y la autobiografía se mezclan en una
Esta modernidad clásica Sergio Pitol la pudo explorar en la
escritura heterodoxa, sin género en que pueda ser encasillada
novela, mismo espacio lingüístico en donde encontraría un tepor un purista historiador de la literatura. Por último, Sergio
rreno fértil, en donde trabajaría más cómodo para exponer sus
Pitol añade a sus generosidades la que tal vez sea la mayor que
teorías y sus historias. El Tríptico del Carnaval fue su propuesta
un escritor pueda tener, la de traductor. Autores ingleses, rusos,
y reto. Estas novelas, integradas por El desfile del amor, Domar a
centroeuropeos y eslavos encuentran en la generosidad de Serla divina garza y La vida conyugal, son la muestra fehaciente del
gio Pitol el español necesario para que los podamos leer.
logro artístico a través de la palabra utili¿De qué tipo de escritor estamos hazada con imaginación. No es suficiente
blando entonces cuando abordamos a
En Sergio Pitol la generosidad es un
saber que esta trilogía está sostenida teóSergio Pitol? De un escritor que goza
reflejo natural, como natural y
ricamente por el crítico ruso Mijaíl Baantes de escribir. De un escritor que
generosa es su escritura, que he
jtín, en lo que se refiere desde luego a la
convierte los sucesos cotidianos en elegozado como lector a lo largo de los
explicación del desarrollo carnavalesco y
mentos artísticos. De un escritor que
años, otro regalo, dádiva, gracia o
paródico de una narración, sino que esa
sabe la importancia de los libros y de la
beneficio que he recibido con
propuesta narrativa implica una particiescritura. De un escritor que a través de
derroche y hasta despilfarro, si
pación del lector en lo que al planteala palabra nos hace felices. De un escriderroche o despilfarro puede haber
miento se refiere.
tor que intenta renovar estilos anquiloen la buena literatura
Para Sergio Pitol la tragedia no es el
sados y conceptuales. De un escritor que
núcleo de sus historias. Con maestría y conocimiento de causa
es libre en todas las acepciones de la palabra. De un escritor
el escritor va introduciendo la parodia de esa tragedia. La iroque ha sabido ser generoso con sus amigos y con sus lectores.
nía va ganando terreno a esa impostación trágica y es aquí en
Por eso no debe extrañarnos que Sergio Pitol sea, también,
donde el lector debe participar: ¿es verdad tanta algarabía? Ya
una biblioteca. Y no una biblioteca cualquiera, no. Una Bidesde su primera novela, El tañido de una flauta, encontramos,
blioteca Cervantes. Y no cualquier Biblioteca Cervantes, no.
aunque tamizada, esa parodia. No sería sino hasta el llamado
Una Biblioteca Cervantes ubicada en Sofía, la capital de Bulpor los estudiosos de la literatura el Tríptico del Carnaval
garia. En el centro del mapamundi afectivo de Sergio Pitol. En
donde se expondría con toda su vehemencia la algarabía orgáel centro del universo literario de Sergio Pitol. En el corazón
nica de la ironía. Sergio Pitol se defiende desde el lado no tan
mismo del mismo corazón de Sergio Pitol porque Sergio Pitol
académico del asunto afirmando que lo único que ha intentado
es el escritor nacional más internacional que tenemos. Es el
es presentar y representar historias de personajes excéntricos o
escritor mexicano más universal de nuestras letras. Siempre
esperpénticos, es decir, fuera del centro de lo común.
vigente y siempre leído. Siempre reconocido y siempre admiLos lectores sabemos, por la amplia cultura del narrador,
rado. En suma, siempre querido.
que la fuerza de lo paródico radica en la buena manufactura de
Si al fin de cuentas Sergio Pitol es una biblioteca, como
su construcción. En las novelas de Sergio Pitol nada está fuera
Alfonso Reyes, como Jorge Luis Borges o como sus queridos
de lugar. No hay nada que no haya sido planeado con argucia.
Gogol o Chéjov o Verne o Dickens, es también toda una
No hay nada que no haya sido paladeado con fascinación.
literatura. G
Desde los planos narrativos hasta los planteamientos de las
historias, todo ha sido tan fríamente calculado que no se nota
el trabajo de tejido fino de lo textual. Esta escritura, ajena al
El Fondo de Cultura Económica cuenta en su catálogo
lector acostumbrado a los clichés y a las estructuras anunciacon las siguientes obras de Sergio Pitol:
das, hizo que Sergio Pitol permaneciera exiliado de la mayoLa casa de la tribu, Letras Mexicanas (1989) y Biblioteca
ría de los lectores, tal y como él lo hacía físicamente del país.
Cervantes (2006)
Pero esta aparente desventaja tuvo sus frutos que ahora coseDe la realidad a la literatura, Cuadernos de la Cátedra
cha, pues Sergio Pitol es, sin duda, uno de los escritores que
Alfonso Reyes (2002)
han renovado la prosa no sólo en México sino en la lengua
Obras reunidas i. El tañido de una flauta, Juegos florales,
Tezontle (2003)
española. Podría sonar excesivo si el autor no lo demostrara
Obras reunidas ii. El desfile del amor, Domar a la divina
con claros ejemplos que no se circunscriben a un solo libro
garza, La vida conyugal, Tezontle (2004)
sino al conjunto de su obra.
Obras reunidas iii. Cuentos y relatos, Tezontle (2004)
Ya mencioné que la narrativa de Sergio Pitol es gozosa por
El mago de Viena, Letras Mexicanas (2005)
lo esperpéntico e irónico de sus historias. Pues bien, ese estiObras reunidas iv. Escritos autobiográficos, que contiene
lo, que en México se ejerce de modo efímero en pequeños
Autobiografía precoz, El arte de la fuga, El viaje, Tezonambientes, no se ha explotado lo suficiente en nuestra literatutle (2006)
ra. Quién iba a pensar que un escritor fascinado con los libros
de sus admirados Henry James o Virginia Wolf tiene historias
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la Gaceta 3
a
a
Diálogo con Sergio Pitol
a
Margo Glantz
Casi podría considerarse legendaria la amistad entre Glantz
y Pitol, basada desde luego en el afecto, pero sobre todo
en las afinidades literarias, en la mutua atención creativa, en
algunos estrechos paralelismos vitales. Esta conversación
sirve para imbricar la hebra del análisis literario, en voz de
Margo, con un hilo por momentos confesional de Sergio,
que comparte con el lector su modo de construir novelas
Hacia finales de 1982, Sergio Pitol y yo sostuvimos un diálogo,
parecido a los que solíamos tener a menudo; por alguna razón
que no recuerdo, éste se grabó y quizá —no lo registro— pudo
haberse publicado en alguna parte. Ahora lo reproduzco, creo
que viene al caso ahora que mi querido amigo recibirá el Premio Cervantes, el más alto galardón que se le concede a un
escritor de lengua española. En este diálogo sostenido antes de
que Sergio publicara los llamados Tríptico del Carnaval y Tríptico del Viaje se prefiguran varios de sus futuros libros, como
por ejemplo y para empezar El desfile del amor, y ¿por qué no?,
luego, El arte de la fuga.
o condenado. Muchas veces los presento cuando son personajes ya condenados, ya derrotados, y retrocedo al pasado, hasta
el instante en que jugaron la carta falsa. Estoy totalmente de
acuerdo cuando señalas que en mi literatura se plantea casi
como una obsesión el tema de la bifurcación: el hombre y la
mujer que prometen mucho en la juventud y que en un determinado momento son aniquilados por fuerzas que no manejan,
que provienen del exterior. En el momento en que ceden, se
transforman en un desecho de la naturaleza, en esos tipos que
andan con los zapatos rotos, con los dientes podridos, o bien
en esa especie de sepulcros blanqueados, que son quienes generalmente resultan más maltratados en mis relatos; gente que
suprimió sus deseos, mutiló toda vida individual, eliminó su
verdadero lenguaje, todas las caracteristicas que pudieron
hacer de sí mismos gente real para convertirse en triunfadores
de salón y de oficina.
En cuanto el otro tipo de personaje por lo menos intentó
jugarse algo, responder a algunos desafíos, enfrentarse a retos
y fue vencido por el sepulcro blanqueado que por lo general
relata su historia. La escritura se realiza a través de los proble-
Margo Glantz: Parecería, a primera vista y de manera superficial, que tus narraciones mantienen constantemente una obsesión: la que indaga y habla de dos tipos de personajes, los que
prometían mucho al iniciarse su vida y luego son un fracaso
total, y aquellos que simulan ser extraordinarios y son un mero
fraude, como tanta gente de la que tratamos. La creatividad se
agota y se enfrenta al problema del fracaso. Yo creo que en el
ejercicio de tu escritura hay una preocupación vital —corrijo,
más que preocupación es una obsesión—, una maldición perpetua, un terror ante la posibilidad de pérdida de los dones
creativos, de su desperdicio, que puede detectarse en un sentido bifurcado. Por una parte, un personaje que toda su vida
promete ser genial y lo único que hace es degradarse como ser
humano, tanto física como mentalmente, para acabar como un
desecho, un paria, un vagabundo en quien se notan las huellas
del fracaso, desde la ropa hasta los dientes; o aquel que en apariencia ha triunfado socialmente pero no es más que, como tú
constantemente afirmas, un sepulcro blanqueado, un personaje
que simula ser y no es en absoluto lo que pudo haber sido, aun
cuando, antes de ser un fraude, tuviera una cierta autenticidad,
un deseo de ser algo. La creatividad, con todo, no se define por
el hecho mismo de conseguir el triunfo, sino como una identidad verdadera en relación con el arte. Esta búsqueda, esta autenticidad, se traduce siempre en un intento por definir la escritura como teoría y como práctica, ¿estás de acuerdo?
Sergio Pitol: Algunos críticos han comentado reiterativamente que me deleito en la descripción del fracaso. No creo que las
cosas sean tan simples: ni me deleito en la descripción de una
agonía, de un derrumbe, ni me interesa el fracaso en sí. En lo
que intento detenerme es en el momento de opción al que se
enfrentan mis personajes; momento que pudo haberlos salvado
4 la Gaceta
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a
a
mas de un personaje escritor o artista. Esto se debe a que los
problemas formales de la creación me interesan muy vivamente. Pocas cosas me apasionan de tal manera como el proceso de
la creación: el esfuerzo de un pintor, un fotógrafo o un novelista por seleccionar y manejar el material que la naturaleza le
ofrece, e individualizarlo a través de la forma apropiada. Prefiero desarrollar esto en la novela, no en el ensayo, y convertirlo en un elemento vivo del relato.
Margo Glantz: Hace unos días hablábamos de una reciente
relectura mía de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë. Al leer
de nuevo la novela pensé en Juegos florales. Reflexionando, advierto que hay una relación evidente entre ambas, sobre todo
cuando la novela se medula sobre una narración vicaria, en la
que un personaje —en Brontë, la criada— observa y narra a los
personajes principales, cuya fuerza vital es tan absoluta que no
necesita describirse, simplemente es. Aparte de los quehaceres
domésticos, la ocupación de la criada es el voyeurismo frente a
una vida tan auténtica, tan extrema, que parece una blasfemia;
una vida tan total que produce envidia, envidia filtrada entre
las rendijas y cerraduras desde donde se espía.
Sergio Pitol: Cumbres borrascosas es en mi formación una obra
decisiva, el modelo perfecto para estructurar una novela, una
escritura oblicua. Cuando la leí, me interesó extraordinariamente esa forma de construir una novela a través de un laberinto de relatos, de filtros, que le impiden al lector saber con
exactitud qué es lo que está ocurriendo. En Cumbres borrascosas,
hay siempre una persona que cuenta a otras una historia. Éstas
ni tú mismo sabes, ni quieres saber, qué ocurre en ella. En la
a su vez se la narran a la criada, quien nunca posee la historia
novela policiaca uno tiene pistas para ir descubriendo al asesipor completo y además carece de los
no, y en tus novelas, aunque se suelen
elementos intelectuales para poder capdar pistas, nunca se descubre totalmente
En lo que intento detenerme es en
tarla en toda su amplitud, mucho menos
el enigma. Quizá podamos poner como
el momento de opción al que se
descifrarla. Tampoco posee la objetiviejemplo a Patricia Highsmith, a quien
enfrentan mis personajes; momento
dad suficiente para hacerlo porque ha
hemos estado leyendo y comentando
que pudo haberlos salvado o
conocido y amado a los personajes, ha
estos últimos tiempos. No hay necesidad
condenado. Muchas veces los
sido como una excrecencia de ellos, ha
de descubrir al asesino porque la novela
presento cuando son personajes ya
estado implicada en sus pasiones.
está escrita desde ese mismo punto de
condenados, ya derrotados, y
vista. Lo que falta es averiguar y perseretrocedo al pasado, hasta el instante
Margo Glantz: Como la criada de uno
guir los motivos interiores, las conseen que jugaron la carta falsa
de tus primeros cuentos, “Los Ferri”,
cuencias del crimen, los hechos mismos,
que quiere y odia a la familia a la que sirve, intenta vengarse y
pues el autor te muestra el asesinato en el momento en que se
acaba derrotada, pero muriendo…
comete y al asesino cuando ejecuta el crimen.
Sergio Pitol: Me entusiasma que hables de Cumbres borrascosas.
Nadie ha señalado su relación con mis cosas. Emily Brontë va
creando una novela a través del esfuerzo de alguien por contar
lo que otros han vivido. En mis novelas también trato de desarrollar la manera en que un escritor se decide a escribir algo
sobre sucesos que le fueron narrados o que leyó en alguna parte,
y eso me permite crear los distintos filtros y distanciamientos,
esos espacios entre quien cuenta y las posibles variantes que
puede adoptar la narración, las diversas posibilidades de comprender el hecho que ha sido relatado. Para mí es fundamental
tener una trama sólida, pero más que la novela quede abierta de
tal modo que un lector más o menos adiestrado pueda irla interpretando, armando, hasta crear su propia novela.
Margo Glantz: Siempre hay, sin embargo, una zona que permanece oscura, quizá porque la enredas a placer tuyo o porque
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Sergio Pitol: Sobre todo, las reacciones que el asesinato va a
desencadenar en algunos personajes.
Margo Glantz: Y sin embargo se la considera novelista policial. Tú también lo eres, ¿no? Como en Cumbres borrascosas, se
parte de un núcleo oscuro… ¡Caramba parezco disco!
Sergio Pitol: Mira, Margo, en mi obra la novela policial ha
sido una influencia decisiva. Así como ciertos relatos de Henry
James que están muy cerca del género. Uno de mis primeros
cuentos, “Amalia Otero”, parte de un hecho oscuro que nunca
se le aclara al lector: la relación entre la esposa de un hacendado de una pequeña población veracruzana con un general llegado al pueblo con las fuerzas revolucionarias, la decisión
posterior de la mujer de encerrarse en una casa de la que no
saldrá sino muchos años después. Nunca se sabe exactamente
la Gaceta 5
a
qué ocurrió, si él se suicidó, si ella lo mató, qué lazos los unían;
se alude vagamente a algo que un juez le contó a un vecino que
puede implicar una relación incestuosa entre Amalia Otero y el
militar, pero nunca queda claro; se narra toda una serie de
actos cotidianos con aparente precisión y objetividad, cuando
se cierra el relato se impone esa zona de oscuridad que lo veló
durante todo su desarrollo.
a
esas muertes y a esa riqueza sospechosamente adquirida. ¿Se
trata de una venganza? ¿Quién pudo haber cometido esos crímenes?, ¿cuáles podrían ser los motivos? Me interesa poquísimo descubrir las relaciones de causalidad (aunque como autor
debo tenerlas claras), lo que me importa es la atmósfera que
pueda desprenderse, la creación y desarrollo de una forma literaria sugestiva.
Margo Glantz: A mí me parece también que ese relato se
aproxima de alguna forma al cuento llamado “Red Roses for
Emily”, de William Faulkner, otro de tus autores preferidos y
que mayor influencia tuvieron en tu obra.
Margo Glantz: Esa preocupación que circula en torno a hechos reales que se van despojando de su realidad porque no
tienen una concreción definida o, porque, por el contrario, son
demasiado definidos, nos acerca a otro elemento que siempre
aparece en los intersticios del relato: el mal. Ese mal que cirSergio Pitol: Tal vez ése sea de los rascunda las cumbres borrascosas —como
gos fundamentales de lo que escribo:
quería Bataille— o el mal subrepticio de
Para mí es fundamental tener una
tengo que partir siempre de un misterio.
James, o el mal de la belleza de Mann,
trama sólida, pero más que la novela
Ahora pienso en una próxima novela: La
mal del que tú también participas, aunquede abierta de tal modo que un
plaza Río de Janeiro. En una antigua casa
que en tus novelas haya también otros
lector más o menos adiestrado
de ladrillo rojo en los años cuarenta suingredientes malignos concretos, los lipueda irla interpretando, armando,
ceden dos o tres asesinatos, suicidios tal
gados con la brujería, la superstición o el
hasta crear su propia novela
vez, aunque todos los elementos indican
mal de ojo, sobre todo en Juegos florales,
que se trata de crímenes. La familia en cuya casa ocurren estos
verdadera novela gótica como señaló Jaime Valdivieso. El frasucesos ha vivido en la embajada de México en Berlín en los
caso produce aquí algo diferente, no es tanto el abismo como
años del nazismo, hasta el momento en que por motivo de la
en El tañido de una flauta (aunque existe) sino la destrucción de
declaración de guerra rompimos relaciones con Alemania. Pola prepotencia, la apertura del sepulcro blanqueado, la vanidad
siblemente voy a trabajar algunos personajes que ya comienzo
de una rubia extranjera que se siente valquiria frente…
a vislumbrar: un personaje que se enriquece sospechosamente
durante su estancia en Berlín. Todo el relato girará en torno a
Sergio Pitol: …a los nacos.
Margo Glantz: Sí, frente a los nacos, con los que sin embargo
se mezcla y a los que elige como compañeros. Esa prepotencia
se destruye ante la aparente humildad y el brillo de unos ojos
verdes en la cara índigena de la criada vuelta personaje de la
mitología griega con ribetes cómicos, Circe que domeña pájaros y valquirias y que puede trastornar y destruir la vida de los
demás…
Sergio Pitol: El mal, ¡qué tema tan difícil! Juegos florales,
dices, está asociado con elementos de la brujería. Yo por lo
general trabajo un microcosmos con un número de personajes
muy reducido. Decía Conrad que la sociedad está construida
sobre el crimen y que una de las fuerzas básicas de la sociedad
en que vivimos es el mal. Para mí el mal encarna fundamentalmente en esa serie de sepulcros blanqueados a los que te referías al principio. Esas personas que aparecen colmadas de
prestigios ante los ojos de los demás y que por lo general ocultan una sed de poder, una rapacidad mortal, una actitud implacable hacia los débiles, los niños, los viejos, los desvalidos, los
pertenecientes a una minoría racial o sexual, son el mal. Sí,
ellos son los promotores y la encarnación del mal.
En mis relatos el mal reviste siempre un cáracter social; se
nutre en esa zona del organismo social que ahoga los implusos
creadores; contra él luchan los adolescentes y en muchísimos
casos sucumben. Paralelamente se vislumbra una fuerza más
primitiva, aunque a menudo retorcida, que relaciona al hombre con lo desconocido, aparece en El tañido de una flauta encarnada en el marido de Paz, en la venezolana de Juegos florales
que anda en busca de mediums a través de los cuales insultar a
su marido muerto y, sobre todo, en la indígena de Papantla, a
quien la protagonista culpa de todos sus males. Pero también
6 la Gaceta
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a
cuentan historias de otros personajes y recuerdan hechos pasados o ilusionan sus futuras glorias; pero al mismo tiempo es la
posibilidad de descubrir el mundo exterior a través de esos
diálogos, de esa fuerza social que sería la maldad en el sentido
de lo mezquino, de lo convencional, del oropel que triunfa en
apariencia.
a
Sergio Pitol: Entre los enemigos de esa promesa que puede
ser un joven o una joven llenos de dotes y posibilidades, que
aman la vida, la cultura, que quieren desarrollarla, que desean
transformar la sociedad y ampliar los límites de la literatura, las
artes, la conducta; entre esos enemigos hay dos siempre al acecho, uno, la vuelta al seno materno, el otro, la ruptura absoluta del cordón umbilical que presenta el riesgo de la desintegración. Debido a esta oscilación emocional y no por un afán de
cosmopolitismo es que nacen los ámbitos en que se mueven
mis personajes. Bueno, también por circunstancias personales,
si he vivido veinte años en el extranjero no puedo dejar de registrar el marco, imposible constreñirme únicamente a recuerdos de niñez y adolescencia. Pero la ampliación del marco en
que los personajes se mueven responde sobre todo a esa intención de intensificar la vuelta a lo materno o, en su caso, la
ruptura del cordón umbilical. Los personajes se salvan o condenan de acuerdo al equilibrio que puedan guardar ante estos
dos movimientos. Y ahí es sólo la intuición, o una calidad especial de alma, la que puede librarlos de convertirse en esos
poetas desdentados y harapientos que buscan un precipicio
desde el cual despeñarse. Hay también como una inocencia
primigenia en mis personajes jóvenes que los imposibilita para
allí hay un distanciamiento necesario. Yo jamás afirmo que esa
conocer a sus pares, para identificarse con otros iguales, para
mujer haya hechizado a Billie Upward, ni alejado a su marido
detectar al enemigo. Una especie de soledad radical los caraco asesinado a su hijo, todo está visto a través de la protagonista,
teriza. Son muchachos envueltos en algo como el papel celouna mujer a quien su racismo ha desequilibrado, que no desafía
fán, que se mueven un poco a ciegas, a tientas. Su registro del
convenciones como pretende sino que trata de afirmarse en
mundo es por lo general muy inocente, viven los riesgos sin
ellas y que en esa fuerza primitiva que representa la indígena
darse cuenta de ellos. Entran por azar en un bar brutal y prede Papantla cree ver el signo destructor destinado a aniquilarla,
sencian escenas brutales con la misma naturalidad que si fueran
y ante la cual cede por esa necesidad de expiación que también
a tomar el café con unas tías. Encuentro verdadero placer
se da en el mundo de los sepulcros blanqueados. Tal vez Billie
cuando describo esa inocencia con la que se mueven por lugaacaba adquiriendo grandeza al despeñarse en ese mundo para
res siniestros. El narrador de Juegos florales nunca logra expliencontrar algo mucho más profundo, primitivo y generoso que
carle realmente al lector cuál es su actitud frente a Billie
sus antiguos valores.
Upward. Lo que sí queda claro es que
Billie termina aniquilándolo. El único
Hay también como una inocencia
Margo Glantz: Tu mundo novelístico
diálogo verdadero que entre ellos se esprimigenia en mis personajes
está montado sobre un número de pertablece en la novela es a través de sus
jóvenes que los imposibilita para
sonajes que deambulan de un lado a otro
relatos, el de la infancia de él en un ingeconocer a sus pares, para
del universo, se detienen en las ciudades
nio veracruzano y el relato veneciano de
identificarse con otros iguales, para
más importantes del mundo, como
Billie. Entre ambos mundos se produce
detectar al enemigo. Una especie de
Roma, Barcelona, Varsovia o Londres;
una especie de encuentro.
soledad radical los caracteriza
digamos, ésas son las metas de los sepulcros blanqueados, porque ir a Londres o a Roma vale la pena,
Margo Glantz: Sí, porque es el relato de una joven que va a
y sin embargo los personajes acaban en Jalapa —lugar desprenacer al mundo y que todavía está con sus posibilidades intacciado por ellos, ya que ni siquiera es la capital de México, sino
tas y al mismo tiempo en peligro absoluto de destruccción; es
una ciudad de provincia—, o en algún pueblo veracruzano. Y
decir, su futuro está abierto en cualquiera de los dos sentidos,
ese deambular de los personajes por el mundo, unido al hecho
porque es la inocencia, la ingenuidad, la verdadera vida. El
de que el mal tenga un carácter social, hace que el microcosniño en Potrero y la jovencita en Venecia son totales, viven,
mos se convierta en algo épico. De una pequeña comunidad
no necesitan espiar a los demás, ni agazaparse detrás de las
que ni siquiera es comunidad sino un grupo de amigos o de
ventanas o mirar por las cerraduras de las puertas, nunca son
parejas de amigos, se salta a una visión mucho más global del
espías…
mundo y de las formas sociales que lo rigen, aparentemente se
trata de discusiones y diálogos banales donde los personajes
Sergio Pitol: Como lo somos tú y yo cuando escribimos… G
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la Gaceta 7
a
Henríquez Ureña visto por sus discípulos
a
Sergio Pitol
Cada año, la Universidad de Alcalá y la filial madrileña del
FCE expanden la Biblioteca Premios Cervantes con un
volumen en homenaje al ganador de ese reconocimiento,
que el rey de España entrega el 23 de abril, fecha
en que se conmemora la muerte del autor del Quijote.
Sergio Pitol decidió reeditar la colección de ensayos
La casa de la tribu. Reproducimos en seguida parte de
un texto que no estaba incluido en la primera edición
—de 1989, en Letras Mexicanas—, fechado en Xalapa,
en abril de 2001. Nos sirve además para rendir homenaje
al descomunal Henríquez Ureña, que en mayo próximo
cumplirá 60 años de haber muerto
De simetrías a asimetrías
La física cuántica —aseguran sus intérpretes— ha logrado probar sin demasiado esfuerzo, que el mundo, desde su creación
hasta hoy, se ha movido a través de un complejo sistema de
asimetrías.
La vida del universo, la de sus tres reinos y la infinita variedad de especies que los pueblan, es el resultado de un juego de
difícil comprensión para los legos pero definitivamente cierto
y rigurosamente comprobado de formas asimétricas, de fugas
de energía hacia lo desconocido; son saltos brutales, aterrorizadores, pero cualquier efecto de este tipo se desliza al ritmo
de una cámara lenta. No nos asustan gracias a la demora de su
realización. Pasarán un sinnúmero de generaciones hasta que
alguien —un sabio, desde luego— descubra que ha ocurrido un
salto importante en la naturaleza. Se requerirán siglos, miles de
siglos quizá, para tener la seguridad de que una asombrosa
operación ha tenido ya lugar.
¿Quién ha presenciado la metamorfosis del dinosaurio a la
lagartija o la transición del oscuro balbuceo que por primera
vez emitió un homo sapiens, más impaciente o menos obtuso
que sus congéneres, al idioma milagroso con que Borges nos
revela su contemplación de El Aleph? No sé si a todos los hombres de letras les resultan tan incomprensibles como para mí
esos misterios. Tal vez para los jóvenes, aleccionados ahora
desde el jardín de niños en las novedades tecnológicas y bioquímicas, les parezca un juego infantil. Porque, debo confesar, mi
generación se formó en el culto de la simetría. Veo, por ejemplo, unas láminas en color de las pinturas rupestres de Altamira y al instante me saltan visiones de Picasso, de Matisse, de
Malevich, de Toledo o de Tamayo. Me entretengo en encontrar
concordancias entre las formas mayas y las esculturas de Arp,
Bárbara Hepworth o Henry Moore; entre los muros de Cacaxtla y los colores de Francisco Toledo; entre el estilo de Laurence Sterne y el de Virginia Woolf; la liga entre Borges y Marcel
Schwob y la mutua correspondencia entre las obras de Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Pensar en formas simétricas
equivale en mí a pasear por los senderos del edén.
Durante las últimas semanas he leído algunos libros del dominicano Henríquez Ureña, más el apasionante volumen de su
8 la Gaceta
correspondencia con Alfonso Reyes y varios estimulantes ensayos sobre su obra, además de algunos testimonios de amigos y
alumnos sobre las circunstancias de su vida y sus trabajos.
Hace cincuenta años, en mi juventud, leí con fervor, subrayando casi todas las páginas, uno de sus libros publicado póstumamente: Las corrientes literarias en la América hispánica, unas
conferencias leídas en inglés en Harvard y traducidas al castellano por Joaquín Díez-Canedo. Aquella lectura me convirtió
con pasión y para siempre a las cosas de América.
A Henríquez Ureña se le identifica con el ideal americano,
hispanoamericano concretamente, convertido en una utopía:
la utopía de América. Fue ese uno de los ejes centrales de su
vida intelectual y a esa causa apasionante aproximó a Alfonso
Reyes, a Ernesto Sabato, a Ezequiel Martínez Estrada, a Enrique Anderson Imbert, a buena parte de sus amigos y discípulos. También, a través de la distancia física, a dos jóvenes,
convertidos después en excepcionales ensayistas, quienes siguieron con fervor su lección y la continuaron: el venezolano
Mariano Picón Salas y el colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, quien, hasta donde entiendo, fue el primer escritor de
nuestra lengua que publicó un libro sobre Alfonso Reyes y,
también, autor de uno de los estudios más lucidos, emocionados y rigurosos de la obra de Henríquez Ureña.
Pedro Henríquez Ureña nació en la ciudad de Santo Domingo, en 1884, en el seno de una familia notable tanto en la
cultura como en la política de su país, hijo de un presidente de
la república y de una madre literata y pedagoga. Su formación
inicial se nutrió en los clásicos universales. Entre los ocho y los
nueve años sus lecturas predilectas fueron el Quijote, de Cervantes, y los dramas y comedias de Shakespeare. El conocimiento de lenguas clásicas y contemporáneas fue parte de su
educación.
Padres, familiares y amigos de la casa se desvivieron por
cultivar a aquella criatura afortunada. Su precocidad se demostró cuando a los cinco años publicó en una revista sus primeros
textos literarios. Alea jacta est! Por ingenua que fuera esa escritura, la suerte estaba echada y el destino se entretuvo en trazar
sus caminos. De ahí en adelante aquel niño cultivaría las letras
e ilustraría a los hombres. A eso dedicó con fervor su vida hasta
que la muerte le sorprendió en la Argentina a los sesenta y dos
años.
Su periplo cubrió unas cuantas ciudades, no demasiadas,
aunque lo pareciera por algunas reiteraciones. Como Bello,
Hostos, Darío, Martí y tantos otros grandes latinoamericanos
de su siglo, fue un peregrino perpetuo, un avanzado de la civilización y del progreso al servicio de las nuevas repúblicas.
Santo Domingo, La Habana, Nueva York, México, Minnesota,
Madrid, Harvard, La Plata y Buenos Aires fueron sus espacios. Muy pronto descubrió que su patria verdadera estaba
derramada en el idioma, la literatura, la filosofía, la historia y,
sobre todo, en una cátedra donde pudiera enseñar lo que sabía.
A los veinte años, sus amigos lo consideraban como un
mentor de la talla de Sócrates, una nueva versión de Quetzalnúmero 424, abril 2006
a
cóatl reaparecida en el Anáhuac para volver a iluminar a su
rrollo, le fue necesario para descubrirse. México fue el crisol
gente. Sin embargo, fuera de un cenáculo de elegidos, a menuque lo transformó. Esa experiencia lo revitalizó y también redo en el transcurso de su vida fue vejado por los hombres del
vitalizó a nuestra cultura.
subsuelo: los mediocres, los mezquinos, los frustrados, los peEl joven dominicano apareció en nuestro país provisto de
rezosos, los incapaces de comprender las lecciones del maestro.
un sorprendente cargamento de saberes: hablaba y leía inglés y
Nunca le perdonaron el ser un gigante frente a ellos. Al respecfrancés, podía leer textos en latín y orientarse en alemán; de
to, escribe Alfonso Reyes en “La educación de Pedro Henríhecho, cuando a los 16 años salió de su país, el trazo de su
quez Ureña”, un texto que leyó en el Palacio de Bellas Artes en
cultura estaba ya esbozado: la literatura española del medievo
el homenaje a su amigo poco después de
hasta el presente, Shakespeare y los drasu muerte:
A Henríquez Ureña se le
maturgos isabelinos, los rusos del xix, en
identifica con el ideal americano,
especial Tolstoi, los dramas de HauptPor su resistencia, por su atracción o su
hispanoamericano concretamente,
mann, que fuera del orbe alemán eran
desvío ante el sondeo que Pedro ejecutaconvertido en una utopía: la utopía
casi desconocidos, la literatura escandiba hasta el fondo de las conciencias,
de América. Fue ese uno de los ejes
nava más reciente, en especial el teatro
podían juzgarse las calidades. Aceptaba la
centrales de su vida intelectual y a
de Ibsen, autor a quien rindió culto apamisión patética de enfrentar consigo
esa causa apasionante aproximó a
sionado.
mismo a cada hombre. Sólo los mejores
Alfonso Reyes, a Ernesto Sabato, a
La capital lo deslumbró y él deslumsoportaban la prueba, los demás huían
Ezequiel Martínez Estrada, a
bró a los jóvenes literatos mexicanos. En
escandalizados acaso para entregarse a
Enrique Anderson Imbert, a buena
la oficina de la revista Savia Moderna,
espaldas suyas, como si así huyeran de sí
parte de sus amigos y discípulos
donde colaboró con algunos ensayos,
mismos, a mil conciliábulos de odio y de
estableció los primeros contactos. Almiseria. Difícil encontrar figura más semejante a la de Sócrates,
fonso Reyes, sin duda su amigo más entrañable en el transcurhasta traía, como éste, la Atenea oculta en el sileno y también tuvo
so de toda la vida, como lo atestigua su íntima comunicación
su cicuta.
epistolar, lo conoció en aquel lugar. Años más tarde Reyes
evocaría emocionado ese momento:
Hacia 1901 Pedro estaba en Nueva York para seguir cursos
Cuando lo encontré por primera vez en la redacción de Savia
universitarios. Él y sus hermanos conocieron tiempos de holModerna me pareció un ser aparte y eso es lo que era. Su privilegura y otros de estrecheces, por lo que tuvieron que trabajar en
giada memoria para la poesía, cosa tan de mi gusto y que siempre
mediocres oficios comerciales que les quitaban tiempo y los
me ha parecido la prenda mayor de una verdadera educación liteapartaban de sus intereses. Su amor por el teatro, por la músiraria, fue en él lo primero que me atrajo, poco a poco sentí su graca, por la ópera conoció tiempos de inmensa expansión. Acuvitación imperiosa y al final me le acerqué de por vida. Algo mayor
dió a las temporadas de Sarah Bernhardt y de Eleonora Duse.
que yo, cinco años, lo consideré mi hermano y a la vez mi maestro.
Vio obras de Shakespeare actuadas por las mejores compañías
La verdad es que los dos nos íbamos formando juntos pero él
inglesas y oyó a algunos de los mejores músicos y cantantes del
siempre unos pasos más adelante.
mundo. A pesar de las tribulaciones económicas y los aterradores horarios laborales, no abandonó el programa estricto de
El recién llegado debió haberse quedado estupefacto al leer,
lecturas que se impuso desde su llegada a la metrópoli. En sus
poco después de ese encuentro, un ensayo de aquel muchacho
memorias describe este programa: un drama clásico o moderde apenas 19 años que mostraba una agudeza excepcional y una
no cada día y quince libros al mes que podían ser novelas o
elegancia perfecta, se trataba de “Las tres Electras del teatro
ensayos. En esa época se inició en el estudio de los griegos.
ateniense” dedicado precisamente a él.
De 1904 a 1905 vivió en La Habana donde publicó su priOtro encuentro por aquellos días con dos jóvenes filósofos
mer libro: Ensayos críticos, aparecido poco antes de partir para
de la época, Antonio Caso y Ricardo Gómez Robelo, le descuMéxico. El índice incluye algunos textos sobre autores latinoabrió el grado de ilustración que poseían algunos jóvenes meximericanos contemporáneos: Darío, Rodó y Hostos, además
canos. Gómez Robelo tenía entonces 22 años, la misma edad
de poetas modernistas de Cuba, y todos los demás se referían
que el dominicano, y ya en la primera ocasión que conversaa novedades europeas de que nuestro mundo sabía poco o, a
ron, según las memorias de Henríquez Ureña, le habló con
veces, nada: Gabriele d’Annunzio, Oscar Wilde, Arthur Wing
familiaridad de los griegos, de Goethe, de Ruskin, de Wilde,
Pinero, Bernard Shaw y dos ensayos sobre la reciente múside Whistler, de los pintores impresionistas franceses, de la
ca alemana: la de Wagner y la de Richard Strauss —el nombre
música americana, de la nueva música alemana y de Schopende este último apenas comenzaba a deslizarse fuera del mundo
hauer. Advirtió que había anclado en un espacio más provocagermánico. Era un libro impregnado de aromas desconocidos,
dor que todos los conocidos hasta entonces. En aquel mundo,
un reto a la tradición hispanoamericana encajada casi exclusiimantado por la curiosidad y la inteligencia, descubrió su capavamente en las letras francesas y españolas.
cidad magisterial, puso de golpe a estudiar a todo el mundo, a
traducir, a escribir, a preparar conferencias, a pasar con natuUn peregrino convertido en apóstol
ralidad de la filosofía alemana al humanismo renacentista, a
Wilde, a Bernard Shaw, al barroco del Siglo de Oro peninsular
Vivió en nuestro país situaciones extremadamente complejas
y al de la Nueva España, a Sor Juana, a Juan Ruiz de Alarcón,
pero también exaltantes al espíritu. Su primera estadía transcua muchas otras instancias para arribar siempre a Platón y a la
rrió entre 1907 y 1914, y la segunda entre 1920 y 1924. De los
sabiduría helénica.
espacios que habitó, México fue el fundamental para su desanúmero 424, abril 2006
la Gaceta 9
a
a
a
Con el tiempo, el permanente convivio hizo que todos se
Han comenzado los motines, los estallidos dispersos, los primeros
pasos de la revolución. En tanto, la campaña de cultura comienza
convirtieran en maestros y alumnos al mismo tiempo. Llegó
a tener resultados. ¡Insistamos, resumamos nuevamente sus cona México como positivista, su profeta era Augusto Comte,
clusiones! La pasión literaria se templaba en el cultivo de Grecia,
como el de todos los espíritus fuertes, los mexicanos y los del
redescubría España, nunca antes considerada con más amor ni
universo entero. Bastó un año para que sus inquietudes se
conocimiento, descubría Inglaterra, se asomaba a Alemania sin
transformaran. Sus jóvenes colegas mexicanos lo iniciaron en
alejarse de la siempre amada Francia. Se quería volver un poco a
experiencias: Nietzsche, Bergson y William James, los penlas lenguas clásicas y un mucho al castellano;
sadores más aborrecidos por los filósose buscaban las tradiciones formativas, consfos del porfiriato. En sus memorias esEl joven dominicano apareció en
tructivas de nuestra civilización y de nuestro
cribe:
nuestro país provisto de un
ser nacional. Rota la fortaleza del positivissorprendente cargamento de
mo, las legiones de la filosofía, precedidas
En 1907 tomaron nuevo rumbo mis gussaberes: hablaba y leía inglés y
por la caballería ligera del antiintelectualistos intelectuales, la literatura moderna
francés, podía leer textos en latín y
mo, avanzaban resueltamente. Se había dado
era lo que yo prefería; por la época de las
orientarse en alemán; de hecho,
una primera sacudida en la atmósfera cultuconferencias le pedí a mi padre que me
cuando a los 16 años salió de su país,
ral. En regiones muy diferentes y en profunenviara una colección de obras clásicas
el trazo de su cultura estaba ya
didades muy otras pronto se dejaría sentir en
fundamentales y algunas de crítica: los
esbozado: la literatura española del
todas partes el sacudimiento político.
poemas homéricos, los hesiódicos, Esquimedievo hasta el presente,
Aquella generación de jóvenes se educaba,
lo, Sófocles, Eurípides, los poetas bucóliShakespeare y los dramaturgos
como en Plutarco, entre diálogos filosóficos
cos, Platón, la historia de la literatura
isabelinos, los rusos del XIX
griega de Müller, los estudios de Walter
Pater sobre la filosofía platónica, los pensadores griegos de Gompers, la historia de la filosofía europea y algunas otras más me
convirtieron definitivamente al helenismo. Como mis amigos
Gómez Robelo, Acevedo y Alfonso Reyes eran ya lectores asiduos
de los griegos, mi helenismo encontró ambiente y pronto ideó
Acevedo una serie de conferencias sobre temas helénicos que nos
dio ocasión de reunirnos con frecuencia a leer autores griegos y
comentarlos.
Más que en las revistas y periódicos, los jóvenes afirmaron su
presencia en una serie de conferencias, primero en una librería
célebre en su tiempo, la de Gamoneda, y después en el Ateneo
de la Juventud fundado por ellos en 1909. El éxito de aquella
iniciativa fue una inequívoca señal de que algo nuevo comenzaba a forjarse en aquel tiempo, una manifestación de hastío de
sus circunstancias, el fastidio ante un pensamiento filosófico
caduco, una insatisfacción social, un rechazo a la forma autárquica con que México era gobernado y un anhelo de utopías.
Un año después se inició la revolución, llegó el triunfo de
Madero, luego el golpe de estado de Victoriano Huerta, los
años del terror, la posterior caída del dictador, la presidencia de
Carranza. Una época de dispersión y de persecuciones. Algunos ateneístas tuvieron que desterrarse: Alfonso Reyes a ocupar un mínimo puesto diplomático en París, José Vasconcelos
y Martín Luis Guzmán, a la revolución y después al destierro.
Antonio Caso, Julio Torri y los otros, los que permanecieron
en México, mantuvieron hasta donde fue posible sus actividades. Continuaron con empecinamiento sus lecturas de filosofía
antigua y contemporánea, de los clásicos universales, revisaron
el legado hispánico y se lanzaron a descubrir lo que de importante había en la América Latina.
En los momentos en que las tinieblas se disiparon, a la caída
de Huerta, se creó de nuevo la universidad y una escuela de
altos estudios, en cuya organización Henríquez Ureña participó de modo muy importante.
Dejo que sea el propio Reyes quien, con un lenguaje perfecto y eminentemente visual, haga la crónica de aquellas veladas
irrepetibles celebradas en los lindes de la revolución y la posterior dispersión del grupo.
10 la Gaceta
que el trueno de la revolución había de sofocar. Lo que aconteció en México el año del centenario fue como
un disparo en el engañoso silencio de un paisaje polar, todo el
círculo de glaciales montañas se desplomó y todas fueron cayendo
una tras otra. Cada cual, asido a su tabla ha sobrenadado como ha
podido, y poco después los amigos dispersos en Cuba o Nueva
York, Madrid o París, Lima o Buenos Aires y otros desde la misma
México renovaban las aventuras de Eneas salvando en el seno los
dioses de la patria. Adiós a las noches dedicadas al genio por las
calles de quietud admirable o en la biblioteca de Antonio Caso que
era el propio templo de las musas. Preside las conversaciones un
busto de Goethe del que solíamos colgar sombrero y gabán convirtiéndolo en un convidado grotesco y un reloj en el fondo va
dando las horas que quiere y cuando importuna demasiado se le
hace callar, que en la casa de los filósofos, como en la del pato
salvaje, de Ibsen, no corre el tiempo.
Antonio Caso lo oye y lo comenta todo con inmenso fervor
y cuando a las tres de la madrugada, Vasconcelos acaba de leernos
sus meditaciones sobre el Buda, Pedro Henríquez Ureña se opone
a que la tertulia se disuelva porque, alega, la conversación apenas
comienza a ponerse interesante.
La participación del dominicano en la primera década de este
siglo fue inmensa. Su acción permitió dar un salto monumental, sin él nuestra cultura sería otra, nuestro desarrollo, seguramente más lento. José Luis Martínez considera que su influencia produjo un cambio sustancial de tono en la formación
personal, y otra manera de entender el oficio intelectual y la
creación literaria. Entregados a la bohemia sólo quedaban los
cursis y algunos borrachines ya muy deteriorados.
Esta primera estancia de ocho años fue decisiva en su vida,
el vértigo de la época lo transformó. Por senderos laberínticos
que le permitieron hacer estancias en la Hélade, tocar suelo
seguro en Kant y escalas en Nietzsche y Schopenhauer, se
transformó en otro. Sin prescindir de lo ya ganado descubrió
América e intuyó la utopía a la que posteriormente dedicaría
muchas páginas memorables.
Su primera salida de México, en 1914, fue lamentablemente penosa, indigna de nosotros. Al final de la dictadura de
Huerta y al triunfo de Venustiano Carranza, Pedro Henríquez
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a
Ureña se recibió como abogado y fue designado para dictar
una conferencia inaugural en la escuela de altos estudios titulada “La cultura de las humanidades”. La soez campaña de
prensa desatada en su contra sólo por recibir aquella distinción
lo hizo apartarse por muchos años del país.
Algunos poetastros, manipulados por intereses poderosos
bastante repugnantes, manejaron día con día una espesa campaña, no exenta de racismo, contra “el negrillo haitiano”, “el
ignorante negro que se había apoderado de las cátedras sin
poseer ninguna cultura, el literato fracasado carente de título
profesional”, “el escritor sin aliento de vida y de belleza”, “el
reaccionario que se prestaba para atacar a los hombres de ideas
nuevas surgidas de la revolución”. Es decir, le reprochaban con
grosería inaudita todo lo que él no representaba, lo que le era
antitético. La grosería de los insultos y la ausencia de sus verdaderos amigos mexicanos desparramados por el mundo, lo
decidió a abandonar el país. “Tenía yo ya demasiado éxito”, le
escribió a Alfonso Reyes, “y ante eso no me quedó otra posibilidad sino escapar”.
Comienza o continúa su vida errante, siempre, por fortuna,
fructífera: La Habana, luego Minnesota, en cuya universidad
se doctora en 1918 con la tesis La versificación irregular de la
poesía castellana, una investigación filológica que le abre muchas
y espléndidas puertas, entre ellas las del Centro de Estudios
Históricos de Madrid a petición de Ramón Menéndez Pidal,
donde pasa 1920 y la mitad de 1921, vuelve a México por segunda vez llamado por José Vasconcelos para salir de mala
manera acosado otra vez por la mezquindad del medio pelo y
en 1925 se marcha a Argentina invitado por la universidad de
La Plata. Asiste a congresos en algunos países de América,
nunca más en México, y dicta en Harvard las conferencias que
después fueron publicadas con el título de Las corrientes literarias de la América hispánica. En 1945 comenzó a pensar en exiliarse de la Argentina debido a la intervención peronista en las
universidades. Tenía una invitación mexicana, la muerte no le
permitió aceptarla.
Su llegada a Argentina en 1925 coincide con la publicación
de algunos de sus grandes ensayos “La patria de la justicia”
y “La utopía de América”, entre otros. En ese último refugio,
Argentina, en la plenitud de sus capacidades, estuvo rodeado
de amigos ilustres: Alejandro Korn, el viejo pensador socialista
y su círculo; los escritores y filósofos Ezequiel Martínez Estrada, Francisco y José Luis Romero, y Enrique Anderson Imbert; años después Jorge Luis Borges y José Bianco, y el círculo entero de Victoria Ocampo en cuya revista Sur colaboró
como miembro de la redacción desde el primer número.
Aparición de la utopía
Durante los años terribles, los del huertismo, sus cartas se cargan de desesperanza, de incertidumbre, de cólera, de incomprensión, de fastidio y encono hacia ciertos aspectos de nuestra idiosincrasia y de añoranza por los amigos dispersos: Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán. Todos los
días oscila en contradicciones y quizás eso mismo despierta en
él al escritor. Descubre lo que va a ser ya por el resto de su vida,
el apologista de la utopía americana, tarea en la que en ocasiones lo acompañó Alfonso Reyes. Se trata de un encuentro entre
esa misteriosa y hasta entonces oculta simetría que liga su nacimiento con los apuntes de bitácora trazados por Colón, por
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Américo Vespucio u otros navegantes que pusieron pie en La
Española, esa misma isla que por más de un siglo fue el escenario de algunas maravillosas y desvariadas utopías soñadas por
las mentes más erguidas de Europa: Moro, Campanella, Bacon,
Erasmo, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, tantos otros.
Lugares que nunca existieron pero que proporcionaron alientos y ennoblecieron el alma de sus creadores y sus lectores.
Hacia 1925 Pedro Henríquez Ureña estaba convencido de que
era posible luchar por convertir a América en una tierra de
utopía perfeccionada con los avances de la época.
“El ideal de justicia está antes que el ideal de cultura, es
superior el hombre apasionado de justicia al que sólo espera su
propia perfección intelectual —sostiene—; pero sin prescindir
—no hubiera podido hacerlo— de sus estudios, de sus cursos,
de su pasión por el saber.”
En dos textos de ese periodo se concentra su pensamiento
utópico; en “La patria de la justicia” afirma:
a
Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de Europa, si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a la explotación
del hombre por el hombre y, por desgracia, esa es ahora nuestra
única realidad; si no nos decidimos a que esta sea la tierra de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas,
no tenemos justificación, sería preferible dejar desiertas nuestras
altiplanicies y nuestras pampas si sólo hubieran de servir para que
en ellas se multipliquen los dolores humanos, no esos dolores
que nada alcanzará a evitar nunca, pues son hijos del amor y la
muerte, sino los que la codicia y la soberbia infligen al débil y
al hambriento.
Nuestra América se justificará ante la humanidad del futuro
cuando, constituida en magna patria, fuerte y próspera por los
dones de la naturaleza y por el trabajo de sus hijos, dé el ejemplo de
la sociedad donde se cumple la emancipación del brazo y de la
inteligencia. En nuestro suelo nacerá entonces el hombre libre, el
que hallando fáciles y justos los deberes, florecerá en generosidad
y en creación.
Ahora no nos hagamos ilusiones, no es ilusión la utopía, sino
el creer que los ideales se realizan sobre la tierra sin esfuerzo y sin
sacrificio. Hay que trabajar. Nuestro ideal no será la obra de uno
o dos o tres hombres de genio, sino de la cooperación sostenida
llena de fe de muchos, de innumerables hombres modestos. De
entre ellos surgirán, cuando los tiempos estén maduros para la
acción decisiva, los espíritus directores. Si la fortuna nos es propicia, sabremos descubrir entre ellos los capitanes y timoneles y
echaremos al mar las naves.
Entre tanto, hay que trabajar con fe, con esperanza todos los
días.
Amigos míos: a trabajar.
La utopía, Reyes y Henríquez Ureña
Para Henríquez Ureña y para Alfonso Reyes, la utopía no tiene
sentido negativo, es una fuerza de la historia, es la que impulsa
a romper el continuo de la historia —en palabras de Benjamin— esa fe en la utopía parecerá hoy ingenua y en muchos
puntos algo patética; pero vale la pena revisar lo que ella dejó,
porque lo que ella dejó tiene una considerable porción de profecía y de admonición.
La utopía de que hablaba Henríquez Ureña no es solamente una determinación histórica y antropológica del ser humala Gaceta 11
a
no, no es una utopía general, sino una meta de América.
¡Nuestra utopía!
Y esto en un doble sentido, porque su realización es nuestra
realización humana e histórica, y porque América misma es
históricamente utopía. Si en América —escribe en “La patria
de la justicia”— no han de fructificar utopías, ¿dónde encontrarán asilo?
Creación de nuestros abuelos espirituales del Mediterráneo;
invención helénica contraria a los ideales asiáticos que sólo
prometen al hombre una vida mejor fuera de esta vida terrena,
la utopía nunca dejó de ejercer atracción sobre los espíritus
superiores de Europa, pero siempre tropezó allí con la maraña
profusa de seculares complicaciones. Todo intento para deshacerlas, para sanear siquiera con notas de justicia a las sociedades enfermas, ha significado —significa todavía— convulsiones de largos años, dolores incalculables.
a
La realización de la utopía en América, la realización histórica de la magna patria, sería, además, la contribución del nuevo
mundo al viejo mundo y al actual. […]
La lección más importante que nos da la amistad entre Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán,
Julio Torri, José Vasconcelos es la del esfuerzo, la de comenzar a trabajar y a estudiar a cualquier edad. También la de crear
vasos comunicantes entre distintas artes y disciplinas: la arquitectura, la pintura, la filosofía, la historia, la música, el teatro,
la literatura, la vida. Hacer de la cultura parte integrante de la
vida, del pensamiento, del acontecer diario. Evitar, huir del
pensamiento único, del pensamiento monológico. Abrirse a
todos los pensamientos. Respetar las ideas, cultivar la tolerancia y perfeccionar el oficio.
Eso es lo que nos dejan por herencia estos grandes hombres
del pasado. G
Autobiografía precoz
Sergio Pitol
A mi abuela Catalina Buganza de Deméneghi
No por arbitraria resulta menos interesante la autobiografía
escrita por encargo. Si rememorar la propia vida es ejercicio
peligroso, porque las falencias de la memoria todo lo
distorsionan, hacerlo cuando la mitad de la vida aún
aguarda delante de uno es una osadía de la que sólo un
narrador franco y hábil sale bien librado, como se ve en este
fragmento autobiográfico que Sergio Pitol escribió en 1966,
a sus entonces escasos 33 años, y que forma parte del
cuarto tomo de sus Obras reunidas
Los libros autobiográficos de los autores ingleses —los maestros del género— abundan en tediosas y egolátricas enumeraciones, crónicas y sagas familiares. Se nos alecciona a través de
interminables capítulos que los antepasados del autor en las
cuatro, cinco o seis generaciones anteriores por lo menos,
constituían ya el cogollito que hacía posible el suceder de la
historia en Inglaterra, y por ende, del universo entero. Como
no cuento entre mis familiares ni próceres, ni varones ilustres,
ni santos, ni excéntricos, he de resignarme a cortar por lo sano
este capítulo, señalando sólo que tres de mis abuelos llegaron
de Italia, los Pitol, los Deméneghi y los Sampieri; como también mi bisabuelo materno, Buganza, y se instalaron en las
tierras barrialosas de la colonia Manuel González, cerca de
Huatusco, Veracruz, donde se dedicaron a rememorar la patria
perdida y a cultivar café. Todos ellos procedían de la Italia septentrional, del Véneto y la Lombardía. Gente laboriosa y esforzada a la que indudablemente debo mi admiración por el
trabajo constante y riguroso. Admiración que sin embargo no
ha logrado inducirme al proselitismo.
Otro tema cuyo tratamiento resulta a menudo excesivo es el
de la infancia. Los escritores, más cuando se hallan muy lejos de
ese periodo, se regodean con toda presencia o vislumbre de su
niñez. Debemos ingerir innumerables páginas por las que desfilan las más mínimas peculiaridades de sus juegos infantiles
12 la Gaceta
—lo que ni siquiera logra darnos un cuadro de época, porque
los juegos curiosamente son reacios al tiempo y admiten pocas
variaciones—, con la descripción del vestido que usaron para
asistir a tal o cual fiesta escolar, o nos internan en una siniestra galería de tíos, primos, padrinos, vecinos, compañeros de
escuela, sirvientes, que por lo general nos escamotean el sentido esencial de la infancia, ofuscado y oprimido por un caudal
inagotable de anécdotas triviales o insensatas. Hasta hace poco
me inclinaba a pensar que una buena biografía debía recoger
sólo los datos verdaderamente fundamentales de todos los periodos anteriores al contacto de quien la escribe con la creación; la auténtica biografía empezaría en el momento en que
alguien se convierte en aspirante a escritor, a pintor, a político,
etcétera.
Sin embargo durante un mes, desde el día en que recibí la
carta de don Rafael Giménez Siles solicitándome esta especie
de sinopsis de mi vida y en los posteriores, mientras efectuaba
un viaje cargado de incidentes por las márgenes del Danubio,
no dejaba de pensar en qué forma debería estructurar este trabajo. Mientras se excitaba mi vanidad sentía el regusto de la
frustración, ¿no obedecía a una especie de triste grafomanía el
hecho de escribir una biografía a los treinta años sin haber logrado realizar nada memorable, sin ser una persona que supiera dar una clara idea o testimonio de su tiempo, ni un escritor
que logre trascender la culta, elegante y refinada, pero insignificante, minoría de sus amigos? Acabo de recibir hace unos
cuantos días las fotografías tomadas en el viaje al que me he
referido y advierto, con sorpresa, que en esos días no llegué a
ver nada; tengo que preguntar cuáles corresponden a Viena,
cuáles a Praga, a Bratislava, a Budapest y a Pecz. ¿Qué es cada
lugar? ¿Se trata del parlamento de Budapest o de un palacio de
Praga? ¿Dónde vimos tal iglesia? El hecho de vivir esas dos
semanas sumergido en una intrincada y apasionante especie de
educación sentimental, al no dejarme escapar de mí mismo, me
estimulaba a bucear en el pasado, a reflexionar en los diferentes
número 424, abril 2006
a
momentos o anécdotas que tendría que elegir para llenar el
número de cuartillas requeridas. La carta de don Rafael me
había llegado unas cuantas horas antes de la salida de Varsovia,
y entre pensar y recordar y asombrarme ante ciertos recuerdos,
resultó que iba a parar indefectiblemente en la infancia, pues
algunas constantes que aparecían en mis cuentos o se repetían
en mi vida se encontraban allí de manera embrionaria; que la
acción del tiempo y del mundo se había encargado sólo de
decantarlas y pulirlas; a veces, de deformarlas.
En la infancia, por ejemplo, descubro mi pasión por la lectura, nacida casi por accidente. No tendría aún cinco años.
Acababan de morir mis padres. Vivía yo con mi tío Agustín
Deméneghi y mi abuela Catalina Buganza. Empezaba apenas a
reconocer el nuevo terreno. Recuerdo que el lugar me deslumbraba: naranjos, la cantidad de flores nunca vistas, las casas
rodeadas de jardines, comunicadas por estrechos senderos. Era
imposible perderse; salía con toda tranquilidad de casa porque
todos aquellos jardines eran sólo para nosotros los “de adentro”: no había peligro de algún accidente, los automóviles tenían garajes a un lado de ese oasis. Una tarde caminé unos cien
metros, llegué al prado del edificio del Club de damas; algunas
personas tendidas en sillones de lona tomaban refrescos y observaban a un grupo de rapaces de mi edad o ligeramente mayores, quienes corrían tras un balón. Me acerqué y me coloqué
junto al grupo de espectadores. Cuando supieron que era el
hijo de la hermana del doctor que días atrás se había ahogado
en el río, me acogieron con simpatía, como es lo usual en esos
casos, me ofrecieron un poco de pastel y me convidaron a jugar
con los demás. Me explicaron que había que patear el balón de
un lado para el otro. Con excepción de mi hermano y mi hermanita menor, que también acababa de morir, no recuerdo
do el abecedario. Cuando me preguntaron por qué no aprovehaber jugado antes con nadie. Aquello me resultaba novedosíchaba una tarde tan hermosa para ir a jugar con los demás
simo. La sensación de libertad, los gritos, ese aullar al correr
niños, comenté, lo que los impresionó y por varios años me
tras un balón, darle con el pie, rechazar a los contendientes. De
valió su buena opinión, que ya había jugado durante bastante
pronto alguien cayó sobre la pelota, otro más, todos nos trentiempo y prefería aprender a leer. En efecto, aprendí rápidazamos en un nudo, nos revolcamos en el suelo. Entre gritos,
mente. Gato escaldado no vuelve por agua: no me atreví a rejadeos, piernas magulladas, brazos torcidos, nos movíamos
incidir en el mundo agitado y jubiloso de mis contemporáneos,
como mejor podíamos para apoderarnos del balón. En un moconformándome con el más apacible de la sirvienta que me
mento determinado alguien lanzó un
enseñaba a leer y me llevaba a hacer larHasta hace poco me inclinaba a
grito y comenzó a llorar. Era uno de los
gos paseos, siempre preñados de maravipensar que una buena biografía
niños menores del grupo. Los padres
llas, de descubrimientos, a orillas del río
debía recoger sólo los datos
llegaron inmediatamente y rescataron a
Atoyac. Gran parte del tiempo lo pasaba
verdaderamente fundamentales de
la criatura que aullaba estruendosamenrumiando las tiras cómicas dominicales,
todos los periodos anteriores al
te y mostraba en el brazo las huellas de
recortando sus personajes y creando con
contacto de quien la escribe con la
una soberbia mordida.
ellos nuevas fantásticas historietas totalcreación; la auténtica biografía
—¿Quién lo mordió? —preguntó el
mente imaginarias.
empezaría en el momento en que
padre, encolerizado.
Creo que aquel fallido comienzo de
alguien se convierte en aspirante a
Uno de mis vecinos me señaló y afirmi vida social me creó una vida diferenescritor, a pintor, a político, etcétera
mó tranquilamente.
te, distinta, porque me acostumbré a
—El nuevo.
pasar largas horas de soledad frente a los
Antes de que se hicieran otras averiguaciones sentí un golpe
libros de relatos infantiles que más que un hábito se convirtieen el brazo y oí las palabras de indignación del padre ofendido.
ron en una pasión; de tal manera que cuando un año después
Salí de allí, medio muerto de vergüenza, pasé frente a la hilera
llegó mi hermano Ángel, de Puebla, donde había estado vide señoras tendidas en las sillas de lona que me miraban con
viendo con unos tíos paternos para reintegrarse a nuestra vida
reprobación, caminé atontadamente hasta llegar cerca de mi
familiar y me arrastró a nuevos juegos con nuestros vecinos, ya
casa, me senté en una piedra y comencé a llorar a gritos. Más
nunca dejé de pasar una buena parte de mi tiempo leyendo y
que la infamia de la acusación y el castigo inmerecido me dolía
cultivando mi propia vida fantástica en la que se mezclaban
el rechazo, el acto de ser separado ignominiosamente de la
historias y personajes creados por mi imaginación con los mugrey. Al poco rato llegaron a casa mi abuela y mi tío y me enñecos recortados del periódico y las revistas que representaban
contraron sentado juiciosamente al lado de la criada, repasana mi padre, a mi madre, a mí mismo. Todo aquello ocurría en
número 424, abril 2006
la Gaceta 13
a
a
a
medio del trópico, en el ingenio de Potrero, Veracruz. Mundo
Enormes plantíos de café, ranchos de nuestros parientes, que
con características muy especiales en aquellos años de 1937 a
se llamaban El Olvido, La Reforma, El Refugio, El Castillo,
1945. Las clases estaban muy fuertemente marcadas. Existían
sensación en aquellas efímeras vacaciones de pertenecer a una
dos categorías: “los de adentro” y “los de afuera”. Esta diferenamplia comunidad familiar, ya que toda la gente que llegaba a
cia se establecía según la parte en que se viviera en relación con
caballo o en camiones los domingos para asistir a la misa y al
la alta barda que separaba el casco del ingenio, el barrio donde
mercado eran primos o tíos nuestros, no importaba que uno no
vivía el gerente y los empleados de conlos conociera, ni hubiera oído antes
fianza, del resto de la población. Allí,
mencionar sus nombres, ellos estableLo que después he sido, lo estoy
adentro, había un club social, hotel, jarcían el parentesco.
siendo ahora, tiene sus raíces más
dines, la casa de los gerentes y los chalets
—¿Así que son éstos los hijos de
profundas en aquellos mundos, el
de los funcionarios, estadounidenses,
Ángel y Quiti?
del ingenio, el de la colonia de
muchas conversaciones en inglés, eleY podían extenderse largamente y
italianos perdida en el corazón de
gancia en el club de damas las noches de
contar una anécdota tras otra sobre
Veracruz, en los paisajes siempre
año nuevo o la fiesta del fin de zafra.
nuestros padres, abuelos, bisabuelos. Me
desbordantes, en el contacto de la
Afuera estaba el mundo de los obreros,
fascinaba aquel mundo patriarcal donde
naturaleza y sus misterios, en el
las huelgas, el sindicato, la cooperativa,
los ancianos hablaban italiano, sus grancontinuo asombro ante las
las calles que eran lodazales, en fin, la
des casonas idénticas a las que muchos
complicadas relaciones humanas de
mugre. Los únicos transeúntes naturales
años más tarde conocí en las márgenes
la gente que jugaba por las tardes al
entre ambos mundos éramos nosotros,
del Po, donde se comía la polenta, las
cricket, al tennis y por las noches a
los niños, porque la única escuela quedamenestras, la mortadela y los quesos
las cartas y el mundo más
ba del lado de afuera. Allí, en la escuela
preparados exactamente igual que en los
pintoresco, más abigarrado, pero a la
Carlos A. Carrillo, aprendí a cantar la
pueblos de Italia abandonados mucho
vez más deslucido que se agrupaba
Internacional y a recitar odas revoluciotiempo atrás.
en las casas de afuera de la muralla
narias que recomendaban quemar la
Lo que después he sido, lo estoy siencasa del patrón y que eran estrictamente tabú en el lado de
do ahora, tiene sus raíces más profundas en aquellos mundos,
adentro. Hacía con mi hermano y mis amigos largas excursioel del ingenio, el de la colonia de italianos perdida en el coranes, paseos a pie o a caballo, nadábamos y trepábamos montazón de Veracruz, en los paisajes siempre desbordantes, en el
ñas. El mundo se desarrollaba en una especie de saltos, de ancontacto de la naturaleza y sus misterios, en el continuo asomtagonismos vencidos o invencibles. Observaba con insaciable
bro ante las complicadas relaciones humanas de la gente que
curiosidad a los amigos de la familia cuando llegaban por las
jugaba por las tardes al cricket, al tennis y por las noches a las
noches a nuestra casa a jugar al rommy o que nos acompañacartas y el mundo más pintoresco, más abigarrado, pero a la
ban en los días de campo al naranjal de mi tío. Disfrutaba
vez más deslucido que se agrupaba en las casas de afuera de la
muchísimo con la conversación de mi abuela; algunas de sus
muralla. El mundo estaba constituido por una serie de jeraranécdotas me hacían reír hasta la locura. Estoy seguro de que
quías. En Potrero, los de adentro y los de afuera; en la colonia
nunca ha tenido mejor público que yo, y aunque a veces, por
Manuel González, los italianos y los mestizos. Tales categorías
reacción, aparentaba yo no dar mucha importancia a lo que
me resultaron siempre incomprensibles; existían, pero yo las
decía, sus relatos se me clavaban en alguna parte y allí se queviolaba constantemente.
daban incrustados. En mis cuentos a menudo surge la relación
Cada quien puede describir y elegir retrospectivamente la
niño-abuela o niño-abuelo. El hecho de no haber logrado eninfancia que desee. Porque en esa época el tiempo no cuenta.
gañarla jamás, o, mejor dicho, de que cualquier cosa que le
Es una dimensión abierta en la que todo ocurre; los aconteciintentara ocultar resultaría inútil pues de antemano, por alguna
mientos se desbordan como en cataratas. Se puede entretejer
forma de intuición que siempre he admirado, ella lo sabía todo,
con ellos un rosario y otro y otro más, y aunque los resultados
hacía que me pareciera un personaje casi sagrado. Aquel era el
sean opuestos serán siempre coherentes. Podría relatar de vacôté Deméneghi-Buganza de la familia.
rias formas mi niñez, sería real, casi más real que ésta, una inEl año culminaba con un viaje, en las vacaciones de diciemfancia arrasada por la enfermedad, un paludismo durante largas
bre a la casa de mi abuelo Pitol. Era la aventura para la que mi
temporadas, de los ocho a los doce años. Fui a la escuela, pero
hermano y yo nos preparábamos durante todo el año. El viaje
irregularmente, hice paseos pero no todos los que hizo mi
que hoy se puede efectuar desde Potrero hasta la colonia Mahermano. Sería fastidioso recordar todo aquello, aunque debo
nuel González en unas tres horas nos llevaba en aquellos tiemdecir que la larga enfermedad fue la verdadera madre de mis
pos un día entero y a veces más, debido a la intransitabilidad de
lecturas. De cualquier manera todos sabemos que hay ciertos
los caminos. Era un viaje que hacíamos mi hermano y yo solos.
momentos que se grabaron para siempre y nos conformamos
El tren nos llevaba hasta Camarón, y de allí seguíamos rumbo
de tal o cual manera. Se trata nada menos que del descubria la colonia en lo que encontráramos, camión de redilas o algún
miento y de la posesión del mundo, y el niño, de cierta maligdesbarajustado automóvil, con veinticinco años de uso por lo
na manera, está consciente de ello. Sabe también que un día
menos, que hacía el servicio de pasajeros a Huatusco. Todo ese
será como sus padres, sus abuelos, sus tíos; sabe que su única
mundo ha desaparecido completamente. En nuestros países,
superioridad sobre ellos estriba en eso, en el hecho de aún ser
donde los fenómenos sociales no están aún estratificados, cada
niño, porque al serlo no comprende muchas cosas y eso no le
generación tiene la impresión de ser la única que ha disfrutado
perturba, en cambio cuando sea mayor tendrá que tratar de
—o sufrido— un mundo con características irrepetibles. Así
comprenderlas y eso —intuye— puede producirle más de un
me ocurre con la bucólica colonia, con el mismo Potrero.
grandísimo fastidio. G
14 la Gaceta
número 424, abril 2006
a
a
Iván, niño ruso
Sergio Pitol
La imaginación es el vehículo por el que viajan los
sedentarios. Esos periplos mentales dejan recuerdos
tan nítidos como los que recaba el paseante real.
En este redondo relato sobre su infancia —tomado del
tomo cuarto de sus Obras reunidas—, Pitol muestra
la génesis de su vocación por el viaje, por lo exótico,
por la fabulación como requisito para estar vivo
Mi madre había muerto unos meses atrás; yo comenzaba a ir a
la escuela, una modesta casa privada donde éramos ocho o diez
alumnos. Aún no me había atacado la malaria, de modo que
podía hacer una vida más o menos regular. Cantábamos casi
todo el tiempo, pero también aprendimos a contar, a leer, a
dibujar. Todos éramos allí felices, me parece. La maestra se
llamaba Charito, era muy gorda, pero maravillosamente ágil
para bailar y lo hacía con frecuencia. Mi abuela me pasó un
libro para que practicara en casa la lectura; lo más posible es
que haya sido de mi madre, cuando niña. En la primera página
había una plana con algunos rostros, cada uno enmarcado en
un cuadro y con unas palabras de identificación. La página
tenía como título Razas humanas, y contenía fotos o dibujos de
niños de distintos lugares y diferentes razas. Una de esas criaturas tenía labios abultados y pómulos salientes, rasgos que le
daban un aspecto animal, y ese carácter lo potenciaba un espeso gorro de piel que le cubría hasta las orejas y que yo suponía
era su propio pelo. Al pie se leía: Iván, niño ruso. Por las tardes,
cuando la casa se sumergía en el sueño, hacía yo una larga caminata. Era la temporada muerta, esos largos meses de inactividad inmediatamente posteriores a la zafra; la enorme fábrica
quedaba entonces vacía, salvo, tal vez, durante algunos días
chico, unos cuatro años mayor que yo, un absoluto extraño.
en que revisaban la maquinaria. En la tarde no había ningún
Era Billy Scully, recién llegado a Potrero. Billy era hijo del
trabajador, sólo uno que otro vigilante. Si me preguntaban qué
ingeniero en jefe del ingenio, y se convirtió, desde el primer
hacía allí ineludiblemente respondía que en mi casa se había
momento, en un caudillo nato, pero jamás un tirano, a quien
descompuesto el reloj y mi abuela me
todos admiramos al instante. Ante la
mandaba a consultar el reloj de la fábrifirmeza de sus movimientos y la libertad
Era yo un niño bastante loco, muy
ca. Y entraba. Atravesaba el cuerpo cenque emanaba de todo su ser, me sentí
solitario, muy caprichoso, me
tral del ingenio, recorría sus diversas
aún más disminuido. Me preguntó quién
parece. Los problemas de mitomanía
naves, salía de los edificios y caminaba
era yo, cómo me llamaba.
me duraron unos cuantos años,
hasta un monte de bagazo de caña que se
—Iván —respondí.
como defensa ante el mundo. A
secaba bajo el sol. No logro saber de qué
—¿Iván qué?
veces, más tarde, con unas copas
modo llegué a conocer ese sitio solitario
—Iván, niño ruso.
volvían a surgir, lo que me
ni quién me enseñó a orientarme en
Por intuición, presiento que mi relaencolerizaba y deprimía a un grado
aquel laberinto obstruido a cada moción íntima con Rusia se remonta a esa
desproporcionado
mento por máquinas gigantescas. Una
lejana fuente. Por supuesto, Billy no me
vez allí, me sentaba o tendía sobre el bagazo tibio. Desde una
creyó, pero no logró hacerme rectificar. Era yo un niño basaltura regular contemplaba una cañada que terminaba en un
tante loco, muy solitario, muy caprichoso, me parece. Los
muro de árboles de mango. Sabía yo que detrás de esos árboles
problemas de mitomanía me duraron unos cuantos años, como
corría el río Atoyac, el mismo en donde, unos cuantos kilómedefensa ante el mundo. A veces, más tarde, con unas copas
tros más abajo, se había ahogado mi madre. Nadie pasaba por
volvían a surgir, lo que me encolerizaba y deprimía a un grado
ese lugar, o en el caso de que alguna rarísima vez sucediera eso
desproporcionado. La única excepción fue la de mi identificame enroscaba en el bagazo, creyendo que me mimetizaba
ción con Iván, niño ruso, que aún a veces me parece ser auténcomo las iguanas y me volvía invisible. Un día apareció un
tica verdad. G
número 424, abril 2006
la Gaceta 15
a
Conrad, Marlow, Kurtz
a
Sergio Pitol
los diarios añaden aclaraciones. Entre penumbras se deduce
que buena parte de las actividades del joven polaco transcurrió
al margen de las buenas costumbres y a veces de la ley. No es
difícil imaginar el sentimiento de exultación de Conrad, cuya
niñez se deslizó, junto con su familia, en un riguroso exilio
político en las heladas regiones del norte de Rusia, en la llanura ucraniana y en la Galitzia polaca, al sentirse libre por primera vez de tutelas familiares y acechanzas policiacas en un puerto del Mediterráneo y, poco más tarde, entrar en contacto con
Una cruzada del progreso
la sensualidad del Caribe y la atmósfera exótica del archipiélago malayo, puertos, comunidades, usos, sitios tan distintos a
En septiembre de 1876, la Asociación Internacional para la
los de su infancia como si pudieran ser los paisajes y costumExplotación del Alto Congo celebró en Bruselas una imporbres de otro universo. La vida de Conrad posee la misma intante conferencia, auspiciada por el rey Leopoldo de Bélgica,
tensa fascinación que el mejor de sus relatos. A primera vista
el accionista principal de las empresas comerciales del Congo.
parecería que cada etapa forma parte de la existencia de un
Allí, con solemne pompa, se proclamaron los altos principios en
hombre diferente. Como si varias personas realizaran un desque se inspiraba la exploración de esa zona del África: “Abrir a
tino común: el niño exiliado al lado del padre enfermo, el
la civilización la única parte del globo aún no penetrada, disolaventurero adolescente inscrito en la marina francesa, el conver las tinieblas que envuelven a poblaciones enteras, es, debetrabandista de armas en España, el marinero inglés, el respetamos atrevernos a decirlo, una cruzada digna de este siglo de
ble ciudadano británico, el hombre de letras, autor de una de
progreso.”
las más memorables obras narrativas de la literatura inglesa.
Por las mismas fechas, un marinero polaco de diecinueve
Hay ciertos hilos profundos que unen esas etapas; uno de ellos,
años, matriculado en un barco francés, hacía su segundo recoel estado permanente de postración o irritación nerviosa (su
rrido por el golfo de México y el Caribe y tocaba algunos
correspondencia nos entrega la imagen de un individuo agopuertos de la costa venezolana, uno de ellos, Puerto Cabello,
biado desde la niñez hasta sus últimos años) y el sentimiento de
se convertiría treinta años más tarde —cuando el marinero
soledad, de “extranjería” ante el mundo y frente a sus semejanJozef Konrad Nalecz Korzeniowski había dejado de existir para
tes que nunca habría de abandonarlo. Un episodio fundamentransformarse en el novelista inglés Joseph Conrad— en Sulatal une varios cabos sueltos y cristaliza los datos dispersos de su
co, el escenario de Nostromo, una de sus obras fundamentales.
personalidad: la estancia en el Congo. De hecho, el año que
El periodo comprendido entre octubre de 1874, fecha de su
sobrevivió allí decidió acabar pronto con la marina —realizaría
salida de Polonia, y su ingreso en la marina mercante inglesa,
ya sólo dos viajes a Australia, a sabiendas de que el mar había
en abril de 1878, es el más oscuro de la
dejado de interesarle— para iniciar su
vida de Conrad. Por las noticias que
vida de escritor.
A los treinta años, Conrad embarcó
conocemos al respecto —contradictoPor supuesto que cuando a los diecirumbo al África. Permaneció un
rias, fragmentarias— provenientes de la
nueve años Conrad desembocó en Pueraño en el Congo, conduciendo
correspondencia con sus familiares,
to Cabello no podía imaginar que aquel
un vapor de la ruta Kinshasadonde nunca se mencionan ciertas verlugar iba a transformarse en el escenario
Léopoldville. Al volver a Europa
dades, de sus desvaídos libros de memode una novela suya, Nostromo, y ni siera casi un cadáver. A eso
rias donde también evita tratar asuntos
quiera que algún día habría de convercontribuyeron las fiebres tropicales
íntimos, publicados muchos años destirse en un gran escritor. Tampoco podía
y la disentería. Pero el golpe
pués, y de algunos pasajes narrativos en
adivinar que su tía, Margarita Paradowsdecisivo fue de índole moral
que aprovecha experiencias personales
ka, residente en Bruselas, movería todas
de su juventud, sólo logramos saber que obtuvo el consentisus influencias para incorporarlo como capitán de navío a la
miento de su tutor para marcharse a Marsella e ingresar en la
Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Alto Congo, aunmarina francesa; que fue un periodo de inestabilidad; que viajó
que esto pudiera caber más en el campo de sus posibilidades y
un par de veces a puertos antillanos; que hizo contrabando de
aspiraciones.
armas en España; que su vida no fue distinta de la de cualquier
Para un joven capaz de imaginar y disfrutar una aventura, el
marinero adolescente residente en Marsella; que sus familiares
continente africano ofrecía perspectivas prodigiosas. Las cróse desesperaban ante las deudas contraídas y las noticias alarnicas de las exploraciones de Stanley excitaban la imaginación
mantes que recibían de Francia, y que, al fin, una grave deprede una multitud de lectores. ¡El corazón del África había sido
sión nerviosa y un intento frustrado de suicidio dieron fin a esa
al fin tocado! La civilización se introducía en regiones que
etapa. Son datos que conocemos con extrema vaguedad o tan
habían permanecido cerradas y anunciaba la posibilidad de
escuetamente que de verdad no dicen casi nada; ni las cartas ni
iluminar a la humanidad entera. Los riesgos por correr hacían
Hemos tomado de Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez
novelistas, colección de ensayos que en 2002 publicó
Lectorum —editorial a la que agradecemos el permiso para
compartirlo con nuestros lectores—, parte del texto que
Pitol dedicó a su admirado Conrad. Fechado en su versión
definitiva en Xalapa, durante el mes de abril de 1998,
parte de este ensayo sirvió de introducción a la edición de
la UNAM de Nostromo
16 la Gaceta
número 424, abril 2006
a
en sí tentadora la empresa y los beneficios compensaban cualtoda victoria moral significa a la vez una derrota material. El
quier eventual tropiezo. La gran riqueza del Congo no era
héroe conradiano triunfa sobre sus adversarios haciéndose añientonces, como hoy, el uranio, sino el marfil. Europa abría a la
cos o permitiendo que algún ser despreciable lo haga añicos. Su
navegación uno de los ríos más caudalosos del mundo, catequirecompensa, su victoria, consiste en haberse mantenido fiel a sí
zaba tribus, obsequiaba a los nativos con idiomas y costumbres
mismo y a unos cuantos principios que para él encarnan la versuperiores; como premio obtenía toneladas de precioso marfil,
dad. Jamás se deja tentar por la mentira ni por la vulgaridad; por
uno de los más supremos lujos en esa época que aspiraba a fulo mismo es siempre un blanco fácil para los dardos de la mosionar la moral con la pasión estética y la
rralla humana, el medio pelo, esa mezobsesión de la riqueza.
Sin sentimentalismos de ninguna
quina y ruidosa turba que vive sostenida
En 1890, a los treinta años, Conrad
especie, es más, con una
por la falacia, el oportunismo, la sumiembarcó rumbo al África. Permaneció
dignidad y estoicismo ejemplares,
sión, la oquedad, las trampas, las engañiun año en el Congo, conduciendo un
Conrad nos revela en sus novelas
fas sociales, la venalidad y la moda.
vapor de la ruta Kinshasa-Léopoldville.
el carácter trágico del destino
Tres párrafos extraídos de la corresAl volver a Europa era casi un cadáver. A
humano, añadiendo que
pondencia de Conrad ejemplifican la
eso contribuyeron las fiebres tropicales
toda victoria moral significa
liga entre sus convicciones literarias y
y la disentería. Pero el golpe decisivo fue
a la vez una derrota material.
morales:
de índole moral. La cruzada proclamada
El héroe conradiano triunfa
Una obra de arte muy rara vez se limita a un
por el gobierno de Bélgica y las grandes
sobre sus adversarios haciéndose
único sentido y no tiende necesariamente a
potencias europeas enmascaraba tartufaañicos o permitiendo que algún
una conclusión definitiva… A medida que la
mente las formas más primitivas de exser despreciable lo haga añicos
historia se aproxima al arte adquirirá un
plotación. Las tinieblas que había menmayor halo simbólico… Todas las grandes obras de la literatura
cionado el rey Leopoldo se convertían en oscuridad total. El
han sido simbólicas, y, de ese modo, han ganado en complejihombre enlistado en aquella cruzada del progreso se transfordad, poder, profundidad y belleza.
maba con sorprendente rapidez en fiera peligrosa dispuesta a
destruir a cuantos obstaculizaran su enriquecimiento inmediaMi preocupación fundamental reside en el valor ideal de las cosas,
to. Testimonio de aquel año es El corazón de las tinieblas (1902).
los acontecimientos y las personas. Sólo eso. En verdad son los
Conrad, igual que el narrador de la historia, Marlow, un pervalores ideales de los actos y gestos humanos los que se han
sonaje que se interna hasta el más remoto de los campamentos
impuesto a su actividad artística… Tengo la convicción de que el
del Congo en busca de Kurtz, el soñador, el profeta, el civilimundo descansa en unas cuantas ideas, muy
zador, va descubriendo dentro de sí esa
sencillas, tan sencillas que deben ser tan viefuerza que nace al contacto con la barbajas como las montañas. Descansa, sobre
rie. Esa experiencia creó en Conrad la
todo, en la fidelidad a uno mismo.
convicción de que al ser humano se le
presentan sólo dos opciones: adherirse
El crimen es una condición necesaria a la exisal mal o soportar estoicamente la desditencia de una sociedad organizada. La sociecha. Al margen de un contexto civilizadad es esencialmente criminal… La madurez
do, toda institución creada por el hombre
de una sociedad, su aseo moral, la eliminapara coexistir en armonía: leyes, cosción del elemento criminal en su conformatumbres, modales, cultura, moral, forma
ción, sólo puede ser obra del individuo. Por
una película endeble, pronta a rasgarse a
remota que parezca su realización, creo en la
la menor provocación para abrir paso al
nación como un conjunto de personas y no
elemento salvaje, primario, indómito,
de masas.
hasta encontrar el fondo oscuro de la
naturaleza humana. Enfrentado a la naUna novela de Conrad es, en su aspecto
turaleza circundante, Kurtz, el protagomás visible, una historia de acción, colnista, reconoce la suya, la de animal de
mada de aventuras, situada en escenarios
presa.
exóticos, a veces verdaderamente salvaVuelve a Europa convertido en otro
jes. Lo normal en ese tipo de relato es
hombre, como le había ocurrido a Chécontar una historia de modo lineal, con una cronología sin
jov al regreso de la isla de Sajalín, visitada para conocer los
fracturas, y hacerla fluir capítulo a capítulo hasta el desenlace.
campos penitenciarios de la policía rusa. Ambos conocieron el
Pero para Conrad, eso habría sido una crasa vulgaridad. Él
infierno y descendieron a sus círculos más tenebrosos. Imposipodía iniciar el relato a la mitad de una historia o aun comenble regresar de esas experiencias tal como salieron de casa.
zarlo poco antes del clímax final, en fin, donde le diera la gana,
Conrad confesaría en una carta que hasta el momento de su
y hacer que el relato se moviera en un complicado zigzag croviaje al Congo había vivido en plena inconsciencia y que sólo
nológico, logrando fijar el interés del lector precisamente en
en el África había nacido su comprensión del ser humano.
ese sinuoso laberinto, en la ambigüedad de lo narrado, en el
Chéjov, en otra carta, se expresa de manera casi idéntica.
lento reptar de la trama por las fisuras de un orden temporal
Sin sentimentalismos de ninguna especie, es más, con una
que él se ha esforzado en destrozar. Las continuas digresiones,
dignidad y estoicismo ejemplares, Conrad nos revela en sus
ésas que permiten a los personajes reflexionar sobre moral u
novelas el carácter trágico del destino humano, añadiendo que
número 424, abril 2006
la Gaceta 17
a
a
a
otros temas anexos, en vez de entorpecer el ritmo dramático
comenzará a trabajarlo: la fascinación de lo abominable. “Podel relato potencian su intensidad y cargan a la novela de una
déis imaginar —dice Marlow a sus contertulios— su deseo de
vigorosa capacidad de sugestión. Lo que parecía un borroso
escapar, su impotente repugnancia, su claudicación, su odio.”
bosquejo se convierte en una historia misteriosa, donde más
En la evocación de ese pasado remoto, se encierran todos los
que certezas hay conjeturas; en fin, un enigma que puede intemas de El corazón de las tinieblas. Hay allí un poder imperial
terpretarse de distintos modos. Eso, entre otros atributos, caque no cesa de anexarse nuevos territorios, hasta entonces inacracteriza el arte narrativo de Joseph Conrad.
cesibles. Fuerza bruta, conquistadores, y entre ellos un joven
Pero para que ese tortuoso hilo narrativo pueda alcanzar su
sensitivo aterrorizado, viviendo en su interior una lucha denoplenitud, Conrad tuvo que inventar a Marlow, su alter ego, el
dada para al fin ceder ante lo abominable, una lucha donde el
personaje a quien confía la narración de la historia. Marlow,
odio hacia los demás se entrevera con el odio a sí mismo. Encomo su creador, es un hombre de mar, un caballero, una percapsulado en una nuez, junto al tema de la conquista imperial
sona con ideas propias y una curiosidad
se halla otro más individual, el de la fraLa degradación humana de la que
humana reñida con cualquier manifestagilidad del hombre, su ansia de vincularConrad es testigo en el Congo ha de
ción de moral cerrada. Todas esas cualise al mundo primigenio, la añoranza
atribuirse en parte a las brutales
dades y su concepto personal de toleranadánica que rechaza la tenue capa de ciprácticas coloniales y otra, también
cia lo convierten en un perfecto refracvilización que lo envuelve y lo lanza a
poderosa, al influjo insano de la
tor de la realidad, para beneficio de
vivir experiencias salvajes. La historia del
selva. La selva transforma y
Conrad su creador, y de nosotros, sus
joven romano trazada en unas cuantas
enloquece a quienes la mancillan,
lectores. Marlow es el testigo que nos
líneas prefigura el destino de Kurtz, el
aunque sea con su presencia
refiere las circunstancias precisas de un
joven brillante enviado de Bélgica dieciacontecimiento por ser el hombre que
nueve siglos más tarde al corazón del
realmente estuvo donde la acción tuvo lugar. Aparece como
África como avanzado del progreso, y su atroz transformación.
relator en varias novelas, en Juventud, Lord Jim, Azar; pero en
En tiempos de Conrad los términos imperialismo y colonialisEl corazón de las tinieblas rebasa su calidad testimonial para conmo eran meros tecnicismos para designar la relación entre las
vertirse en un actor de la historia, en un protagonista activo de
grandes potencias y el resto del mundo. La connotación peyoquien depende la estructura y la trama de la obra.
rativa es posterior. En la literatura inglesa, hasta la primera
Uno de los temas fundamentales de Conrad es la pugna
guerra mundial, la saga imperial se describe en términos heroisurgida entre la vida verdadera y los simulacros de vida. En El
cos. El corazón de las tinieblas, publicada en 1902, es uno de los
corazón de las tinieblas esa contradicción es titánica y extraorprimeros libros desacralizadores de las hazañas imperiales,
dinariamente sombría, ya que la encarnan dos adversarios de
aunque por lealtad a Inglaterra, que le ha otorgado su ciudadaestatura desigual. Por una parte el hombre, o, mejor dicho, la
nía, se abstiene de mencionar al imperialismo inglés. ¡Da lo
frágil consistencia moral del hombre y, por la otra, la todopomismo! En el transcurso del narrador —porque Marlow pasa
derosa, la invulnerable, la majestuosa
de pronto del legionario romano de ininaturaleza: el mundo primigenio, lo
cios del milenio a sus propias experienaún no domado, lo amorfo, lo profuncias en el Congo— su barco al deslizarse
damente bárbaro y oscuro con todas sus
por el litoral africano pasa frente a cententaciones y asechanzas. […]
tros comerciales llamados Gran Basam o
Little Popo:
La fascinación satánica
El inicio de El corazón de las tinieblas es
extraordinario por la audaz simetría que
prefigura. Marlow, sentado en la cubierta de un barco anclado en el Támesis, espera a que cambie la marea para
poder zarpar. Es de noche. Unos cuantos amigos lo rodean. De pronto, inicia
uno de esos vagos, larguísimos relatos a
los que sus amigos seguramente están ya acostumbrados. Se
trata de una evocación del bosque extendido frente al río donde
está anclado el barco, diecinueve siglos atrás, cuando en aquel
país reinaba la más absoluta oscuridad y a donde en un cierto
momento llegaron las legiones de Roma. Marlow imagina a un
joven legionario arrancado de cuajo de los refinamientos romanos, plantado de repente en un escenario primitivo; imagina
también la sensación de espanto sufrida por aquel joven ante la
vida primaria y misteriosa que se agita en la selva y en el corazón del hombre. “¡No hay iniciación posible para enfrentarse a
esos misterios!” Aquel muchacho tendrá que vivir en medio de
lo incomprensible, y en ello encontrará una fascinación que
18 la Gaceta
nombres que parecían pertenecer a alguna
farsa representada ante un telón siniestro…
En una ocasión nos acercamos a un barco de
guerra anclado en la costa. No había allí ni
siquiera una cabaña, sin embargo disparaban
contra los matorrales. Había un aire de locura en esa actividad, su contemplación producía una impresión de broma lúgubre. Y esa
impresión no desapareció cuando alguien de
abordo me aseguró con toda seriedad que había un campamento de
aborígenes —¡los llamaba enemigos!— oculto en un sitio fuera
de nuestra vista… Hicimos escala en algunos otros lugares de nombres grotescos donde la alegre danza de la muerte y el comercio
continuaban desenvolviéndose en una atmósfera tranquila y terrenal, como en una catacumba ardiente, a lo largo de aquella costa
informe, bordeada de un rompiente peligroso, como si la misma
naturaleza tratara de desalentar a los intrusos. […]
Conrad creyó en su juventud en [la hazaña civilizadora emprendida por el rey Leopoldo de Bélgica]. Hizo todo lo posible
por incorporarse a ella y en 1890 lo logró. Fue la experiencia
número 424, abril 2006
a
más desastrosa de su vida. Posteriormente, en un artículo,
“Geography and Some Explorers”, calificó la empresa colonial
belga como “la acción de rapiña más vil que jamás haya desfigurado la historia de la conciencia humana y la exploración
geográfica”.
La degradación humana de la que Conrad es testigo en el
Congo ha de atribuirse en parte a las brutales prácticas coloniales y otra, también poderosa, al influjo insano de la selva. La
selva transforma y enloquece a quienes la mancillan, aunque
sea con su presencia. La literatura hispanoamericana ha producido un clásico a este respecto: La Vorágine, del colombiano
José Eustasio Rivera, donde se narra la lucha desigual entre el
hombre y la naturaleza avasalladora. Todo es enorme y majestuoso, las plantas y los animales, menos el hombre que va disminuyéndose con su contacto, hasta acabar siendo devorado
por la jungla. Otro colombiano, Álvaro Mutis, en La nieve del
almirante, pone en boca del capitán de una lancha estas palabras: “La selva tiene un poder incontrolable sobre la conducta
de quienes no han nacido en ella. Los vuelve irritables y suele
producir un estado delirante no exento de riesgo.”
Kurtz, el misterioso protagonista de la novela conradiana,
llena el libro con su leyenda y casi al final, en una breve parte,
con su aparición y su muerte. Su figura aparece fragmentada y
los fragmentos casi nunca concuerdan. Se nos dice que es uno
de los avanzados del progreso, instalado en una estación de
recolección del marfil en el corazón del Congo. Un joven brillante a quien se le augura en Bélgica un futuro extraordinario.
Se le concibe como un joven ardientemente idealista capaz de
introducir la civilización, la prosperidad y el progreso hasta los
pliegues más recónditos de ese continente aún no conocido
por entero. Un cruzado de las causas más nobles, un fiero caudillo de la filantropía, y, a la vez, el director de la estación comercial que ha producido los más extraordinarios resultados
económicos.
Marlow, el testigo de su final, ha sido contratado como capitán de un vapor que debe recorrer las distintas estaciones
comerciales a lo largo del río Congo. La primera misión que le
es encomendada es buscar a Kurtz, sobre cuya salud corren
alarmantes rumores, y, en caso de ser necesario, transportarlo a
la costa. El viaje es pospuesto durante varios meses. Cuando al
final el vapor lo recoge, Kurtz es casi un cadáver. La novela, ya
se ha dicho, está permeada por entero por el fantasma de Kurtz.
Algunos lo admiran, otros lo aborrecen, y siempre por razones
diversas y contradictorias. Hacer coherentes estos informes
fragmentarios resulta una labor imposible; lo es para Marlow,
y, desde luego, para nosotros sus asombrados lectores.
Marlow nos describe el efecto que le produce contemplar, a
través de su catalejo cuando el vapor se aproxima a la casa de
Kurtz, las estacas que la rodean rematadas con cabezas humanas en distintos estados de putrefacción. Algo de lo demás,
pero no demasiado, lo vamos sabiendo atropelladamente a
partir de ese momento. Por ejemplo, que en la región es respetado como un rey, adorado como un dios, que ha participado
en ritos innombrables, en orgías descomunales, presididas por
el sexo y la sangre. Ha vivido una experiencia inimaginable
para un europeo. Los comerciantes belgas que van en el barco
lo tratan con odio, por considerar que ha ido demasiado lejos,
que sus métodos han arruinado la región para la recolección
del marfil, que ha acostumbrado mal a los nativos, y por lo
mismo durante largo tiempo nadie podrá reemplazarlo. Marnúmero 424, abril 2006
a
low es el único en solidarizarse con el despojo humano que a
duras penas puede subir al barco, sobre todo por el desprecio
que le produce la pandilla de rapaces depredadores que envidiaban la fortuna amasada por Kurtz, pero que jamás se hubieran atrevido a vivir las aventuras de aquel espíritu atormentado,
que jamás conocerían el horror, la embriaguez, la comunión
con las fuerzas telúricas que él había conocido, paladeado y
sufrido. “En realidad yo había optado por la selva, no por el
señor Kurtz”, explica Marlow.
Kurtz, como arquetipo junguiano, encarnaría el papel de un
ángel rebelde, a cuya fascinación satánica es difícil resistirse.
Desde ese punto de vista la historia se convierte en un viaje
nocturno al subconsciente, un contacto con las energías criminales que permanecen latentes en el ser humano y que la civilización no ha logrado reprimir. Por momentos, Marlow se
identifica con Kurtz en el sueño de poder aún integrarse a un
mundo germinal, bárbaro, y conocer intensas ceremonias iniciáticas. Algo aún podrá vislumbrarse aunque la oscuridad,
parece pensar Marlow, nunca revele las fuentes últimas de ese
misterio. Y allí aparece ya el sustrato remoto de un inconsciente colectivo que de tiempo en tiempo se reactiva: el reencuentro con el mundo conocido por el hombre millones de años
atrás e irremisiblemente perdido. El deseo de volver a ese
tiempo inicial no obstante saber que la oscuridad se vengará de
cualquier transgresión cometida en sus dominios.
El corazón de las tinieblas es un relato poseedor de un misterio inagotable. De ahí nace su poder literario. Podemos estar
seguros de que este libro mantendrá un núcleo inescrutable
defendido para siempre. Cada generación tratará de revelarlo.
En ello consiste la perenne juventud de la novela. G
la Gaceta 19
a
El corazón de las tinieblas
a
Joseph Conrad
Se traduce a un autor por admiración, por complicidad
—para ser su voz en otra lengua—, por curiosidad
—¿cómo se logra tal o cuál efecto?—, por mera diversión.
Pitol se cuenta entre los ejemplos sobresalientes
de escritores que se ponen al servicio de un colega
idolatrado: al encarnar a Conrad en español,
don Sergio no busca el de las tinieblas sino el corazón
de la luz literaria
“Aquello tuvo lugar, por decirlo así, dos horas después de que
se levantara la niebla, y su principio, aproximadamente, fue
una milla y media antes de llegar a la estación de Kurtz. Precisamente acabábamos de ser sacudidos en un recodo, cuando vi
una isla, una colina herbosa de un verde deslumbrante, en
medio de la corriente. Era lo único que se veía, pero cuando
nuestro horizonte se ensanchó vi que era la cabeza de un amplio banco de arena, o más bien de una cadena de pequeñas
porciones de tierra que se extendían a flor de agua. Estaban
descoloridas, junto a la superficie, y todo el grupo parecía estar
bajo el agua, exactamente de la manera en que puede verse la
columna vertebral de un hombre bajo la piel de la espalda.
Podíamos dirigirnos a la derecha o a la izquierda. Por supuesto yo no conocía ningún paso. Ambas márgenes tenían el
mismo aspecto, la profundidad parecía ser la misma. Pero
como me habían informado de que la estación estaba situada
en la parte occidental, tomé naturalmente el paso más próximo
a esa orilla.
”No bien acabábamos de entrar, cuando advertí que era
mucho más estrecho de lo que había previsto. A nuestra izquierda se extendía, sin interrupción, el largo banco de arena,
y a la derecha una orilla elevada y abrupta, densamente cubierta de maleza. Los árboles se agrupaban en filas apretadas. Las
ramas colgaban sobre la corriente, y, de cuando en cuando, el
gran tronco de un árbol se proyectaba rígidamente en ella. Era
ya por la tarde, el aspecto del bosque era lúgubre y una amplia
franja de sombra caía sobre el agua. En esa sombra bogábamos
muy lentamente, como ya pueden imaginar. Dirigí el vapor
cerca de la orilla, donde el agua era más profunda, según me
informaba el palo de sonda.
”Uno de mis hambrientos y pacientes amigos sondeaba
desde la proa, exactamente debajo de mí. Aquel barco de vapor
era exactamente como un lanchón con una cubierta. En la
cubierta había dos casetas de madera de teca, con puertas y
ventanas. La caldera estaba en el extremo anterior, y la maquinaria en la popa. Sobre todo aquello se tendía una techumbre
ligera sostenida por vigas. La chimenea emergía de aquel
techo, y en frente de la chimenea una pequeña cabina de tablas
delgadas albergaba al piloto. Había en su interior un lecho, dos
sillas de campaña, una escopeta cargada, colgada de un rincón,
una pequeña mesa y la rueda del timón. Tenía una amplia
puerta al frente con postigos a ambos lados. Tanto la puerta
como las ventanas estaban siempre abiertas, como es natural.
20 la Gaceta
Yo pasaba los días en el punto extremo de aquella cubierta,
junto a la puerta. De noche dormía, o trataba de hacerlo, sobre
el techo. Un negro atlético procedente de alguna tribu de la
costa, y educado por mi desdichado predecesor, era el timonel.
Llevaba un par de pendientes de bronce, una tela azul lo envolvía de la cintura a los tobillos, y tenía una alta opinión de sí
mismo. Era el imbécil menos sosegado que haya visto jamás.
Guiaba con cierto sentido común el barco si uno permanecía
cerca de él, pero tan pronto como se sentía no observado era
inmediatamente presa de una abyecta pereza y era capaz de
dejar que aquel vapor destartalado tomara la dirección que
quisiera.
”Estaba yo mirando hacia el palo de sonda, muy disgustado
al comprobar que sobresalía cada vez un poco más, cuando vi
que el hombre abandonaba su ocupación y se tendía sobre
cubierta, sin preocuparse siquiera de subir a bordo el palo, seguía sujetándolo con la mano, y el palo flotaba en el agua. Al
mismo tiempo el fogonero, al que también podía ver debajo
de mí, se sentó bruscamente ante la caldera y hundió la cabeza
entre las manos. Yo estaba asombrado. Después miré rápidamente hacia el río, donde vi un tronco de árbol sumergido.
Unas varas, unas varas pequeñas, volaban alrededor; zumbaban
ante mis narices, caían cerca de mí e iban a estrellarse en la
cabina de pilotaje. Pero a la vez el río, la playa, la selva, estaban
en calma, en una calma perfecta. Sólo podía oír el estruendoso
chapoteo de la rueda, en la popa, y el zumbido de aquellos
objetos. ¡Por Júpiter, eran flechas! ¡Nos estaban disparando!
Entré rápidamente en la cabina a cerrar las ventanas que daban
a la orilla del río. El estúpido timonel, con las manos en las
cabillas del timón, levantaba las rodillas, golpeaba el suelo con
los pies, y se mordía los labios como un caballo sujeto por el
freno. ¡El muy imbécil! Estábamos haciendo eses a menos de
diez pies de la playa. Al asomarme para cerrar las ventanas, me
incliné a la derecha y pude ver un rostro entre las hojas, a mi
misma altura, mirándome fija y ferozmente. Y entonces, súbitamente, como si se hubiera removido un velo ante mis ojos,
descubrí en la maleza, en el seno de las oscuras tinieblas, pechos desnudos, brazos, piernas, ojos brillantes. La maleza hervía de miembros humanos en movimiento, lustrosos, bronceados. Las ramas se estremecían, se inclinaban, crujían. De ahí
salían las flechas. Cerré el postigo.
”‘Guía en línea recta’, le dije al timonel. Su cabeza miraba
con rigidez hacia adelante, los ojos giraban, y continuaba levantando y bajando los pies lentamente. Tenía espuma en la
boca. ‘¡Mantén la calma!’, le ordené furioso. Pero era igual que
si le hubiera ordenado a un árbol que no se inclinara bajo la
acción del viento. Me lancé hacia afuera. Debajo de mí se oía
un estruendo de pies sobre la cubierta metálica y exclamaciones confusas. Una voz gritó: ‘¿No puede dar la vuelta?’ Percibí
un obstáculo en forma de V delante del barco, en el agua. ¿Qué
era aquello? ¿Otro tronco? Una descarga de fusilería estalló a
mis pies. Los peregrinos habían disparado sus winchesters,
rociando de plomo la maleza. Se elevó una humareda que fue
número 424, abril 2006
a
avanzando lentamente hacia adelante. Lancé un juramento. Ya
no podía ver el obstáculo. Yo permanecía de pie, en la puerta,
observando las nubes de flechas que caían sobre nosotros. Podían estar envenenadas, pero por su aspecto no podía uno
pensar que llegaran a matar a un gato. La maleza comenzó a
aullar, y nuestros caníbales emitieron un grito de guerra. El
disparo de un rifle a mis espaldas me dejó sordo. Eché una
ojeada por encima de mi hombro; la cabina del piloto estaba
aún llena de humo y estrépito cuando di un salto y agarré el
timón. Aquel imbécil negro lo había soltado para abrir la ventana y disparar un Martini-Henry. Estaba de pie ante la ventana abierta y resplandeciente. Le ordené a gritos que volviera,
mientras corregía en ese mismo instante la desviación del
barco. No había modo de dar la vuelta. El obstáculo estaba
muy cerca, frente a nosotros, bajo aquella maldita humareda.
No había tiempo que perder, así que viré directamente hacia la
orilla donde sabía que el agua era profunda.
”Avanzábamos lentamente a lo largo de espesas selvas en un
torbellino de ramas rotas y hojas caídas. Los disparos de abajo
cesaron, como yo había previsto que sucedería tan pronto
como quedaran vacíos los cargadores. Eché atrás la cabeza ante
un súbito zumbido que atravesó la cabina, entrando por una
abertura de los postigos y saliendo por la otra. El estúpido
timonel agitaba su rifle descargado y gritaba hacia la orilla.
Vi vagas formas humanas que corrían, saltaban, se deslizaban a
veces muy claras, a veces incompletas, para desvanecerse luego.
Una cosa grande apareció en el aire delante del postigo, el rifle
cayó por la borda y el hombre retrocedió rápidamente, me miró
por encima del hombro, de una manera extraña, profunda y
familiar, y cayó a mis pies. Golpeó dos veces un costado del
timón con la cabeza, y algo que parecía un palo largo repiqueteó a su lado y arrastró una silla de campaña. Parecía que, después de arrancar aquello a alguien de la orilla, el esfuerzo le
hubiera hecho perder el equilibrio. El humo había desaparecido, estábamos libres del obstáculo, y al mirar hacia adelante
pude ver que después de unas cien yardas o algo así podría
alejar el barco de la orilla. Pero mis pies sintieron algo caliente
y húmedo y tuve que mirar qué era. El hombre había caído de
espaldas y me miraba fijamente, sujetando con ambas manos el
palo. Era el mango de una lanza que, tras pasar por la abertura
del postigo, lo había atravesado por debajo de las costillas. La
punta no se llegaba a ver; le había producido una herida terrible. Tenía los zapatos llenos de sangre, y un gran charco se iba
extendiendo poco a poco, de un rojo oscuro y brillante, bajo el
timón. Sus ojos me miraban con un resplandor extraño. Estalló
una nueva descarga. El negro me miró ansiosamente, sujetando la lanza como algo precioso, como si temiera que intentara
quitársela. Tuve que hacer un esfuerzo para apartar mis ojos de
su presencia y atender al timón. Busqué con una mano el cordón de la sierra y tiré de él a toda prisa produciendo silbido tras
silbido. El tumulto de los gritos hostiles y guerreros se calmó
inmediatamente, y entonces, de las profundidades de la selva,
surgió un lamento trémulo y prolongado. Expresaba dolor,
miedo y una absoluta desesperación, como podría uno imaginar que iba a seguir a la pérdida de la última esperanza en la
tierra. Hubo una gran conmoción entre la maleza; cesó la lluvia de flechas; hubo algunos disparos sueltos. Luego se hizo el
silencio, en el cual el lánguido jadeo de la rueda de popa llegaba con claridad a mis oídos. Acababa de dirigir el timón a estribor, cuando el peregrino del pijama color de rosa, acalorado
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y agitado, apareció en el umbral. ‘El director me envía…’ comenzó a decir en tono oficial, y se detuvo. ‘¡Dios mío!’, dijo,
fijando la vista en el herido.
”Los dos blancos permanecíamos frente a él, y su mirada
lustrosa e inquisitiva nos envolvía. Les aseguro que era como si
quisiera hacernos una pregunta en un lenguaje incomprensible, pero murió sin emitir un sonido, sin mover un miembro,
sin crispar un músculo. Sólo al final, en el último momento,
como en respuesta a una señal que nosotros no podíamos ver,
o a un murmullo que nos era inaudible, frunció pesadamente
el rostro, y aquel gesto dio a su negra máscara mortuoria una
expresión inconcebiblemente sombría, envolvente y amenazadora. El brillo de su mirada interrogante se marchitó rápidamente en una vaguedad vidriosa.
”‘¿Puede usted gobernar el timón?’, pregunté ansiosamente
al peregrino. Él pareció dudar, pero lo sujeté por un brazo, y él
comprendió al instante que yo le daba una orden, le gustara o
no. Para decir la verdad, sentía la ansiedad casi morbosa de
cambiarme los zapatos y los calcetines. ‘Está muerto’, exclamó
aquel sujeto, enormemente impresionado. ‘Indudablemente’,
dije yo, tirando como un loco de los cordones de mis zapatos,
‘y por lo que puedo ver imagino que también el señor Kurtz
estará ya muerto en estos momentos’.
”Aquel era mi pensamiento dominante. Era un sentimiento
en extremo desconsolador, como si mi inteligencia comprendiera que me había esforzado por obtener algo que carecía de
fundamento. No podía sentirme más disgustado que si hubiera
hecho todo ese viaje con el único propósito de hablar con
Kurtz. Hablar con… Tiré un zapato por la borda, y percibí que
aquello precisamente era lo que había estado deseando…, hablar con Kurtz. Hice el extraño descubrimiento de que nunca
me lo había imaginado en acción, saben, sino hablando. No me
decía: ahora ya no podré verlo, ahora ya no podré estrecharle
la mano, sino: ahora ya no podré oírlo. El hombre aparecía
ante mí como una voz. Aquello no quería decir que lo disociara por completo de la acción. ¿No había yo oído decir en todos
los tonos de los celos y la admiración que había reunido, cambiado, estafado y robado más marfil que todos los demás agentes juntos? Aquello no era lo importante. Lo importante era
que se trataba de una criatura de grandes dotes, y que entre
ellas, la que destacaba, la que daba la sensación de una presencia real, era su capacidad para hablar, sus palabras, sus dotes
oratorias, su poder de hechizar, de iluminar, de exaltar, su palpitante corriente de luz, o aquel falso fluir que surgía del corazón de unas tinieblas impenetrables.
”Lancé el otro zapato al fondo de aquel maldito río. Pensé:
‘¡Por Júpiter, todo ha terminado! Hemos llegado demasiado
tarde. Ha desaparecido… Ese don ha desaparecido, por obra
de alguna lanza, flecha o mazo. Después de todo, nunca oiré
hablar a ese individuo.’ Y mi tristeza tenía una extravagante
nota de emoción igual a la que había percibido en el doliente
aullido de aquellos salvajes de la selva. De cualquier manera,
no hubiera podido sentirme más desolado si me hubieran despojado violentamente de una creencia o hubiera errado mi
destino en la vida… ¿A qué vienen esos resoplidos? ¿Les parece absurdo? Bueno, muy bien, es absurdo. ¡Cielo santo! ¿No
debe un hombre siempre…? En fin, denme un poco de
tabaco.” G
a
Traducción de Sergio Pitol
la Gaceta 21
a
a
Hacia Occidente
Sergio Pitol
Fechado en enero de 1966, en Varsovia, este relato
—que está incluido en el tercer volumen de sus
Obras reunidas— es una síntesis de las obsesiones
pitolianas: el viaje, con sus sinsabores y misterios;
la lectura, con el entusiasmo o el tedio que nos aguarda
libro adentro; el exotismo, que nos seduce y repele
para Bárbara Jacobs
Todo se había convertido en permanente descalabro desde el
día en que conoció a aquella su paisana y a la pareja de jóvenes
venezolanos. Antes también, aunque al menos estaba preparado y resignado: sabía con quiénes trataba. Pero Elisa y los dos
muchachos lo habían tomado desprevenido, habían miserablemente abusado de su buena fe y acabaron por embarcarlo en la
presente tortura que parecía no tener fin. Comenzaron por
describirle las maravillas de aquel viaje por tren; atravesaría
toda la Siberia, un viaje ya clásico, ¡piénselo nomás cinco minutos, el transmanchuriano, el transiberiano! Los jóvenes habían hecho ese viaje (decían haber hecho ese viaje) unos meses
atrás y lo comentaban como una experiencia decisiva en sus
vidas. Las palabras fluían a la vez que los cuatro daban fin a la
botella de aquel rasposo licor coreano en cuyo fondo se enroscaba una serpiente.
—Ándele, lic, anímese, ya se ha dado usted aquí una buena
talla, el viaje por avión no hará sino fatigarlo más, tómese estas
vacaciones, bien se las merece. Serán tan reposantes como un
viaje por mar con la ventaja de contar con permanente desfile
de paisajes: un día el desierto del Gobi, otro Mongolia donde
legiones de camellos corren a lo largo del ferrocarril, luego el
Baikal, más que un lago un encrespado océano, y las varias
repúblicas soviéticas, cada una llena de mil curiosidades; además es muy importante que usted que se dedica a las finanzas
observe con sus propios ojos, ¡que nadie le cuente luego que
esto es esto o aquello!, el estado real en que se encuentra la economía de estos países; piense un poco en mí y compadézcame,
hundida entre estos chales con quienes no logro entenderme ni
a la de diez —y los paisajes comenzaron a desfilar: lagos, bosques, desiertos, ciudades perdidas en mitad de densísimas forestas, un restaurante chino y otro europeo, cabinas con baño
individual, varios días en que nada turbaría su descanso, el
paisaje, sí, pero, a través de la ventanilla, mientras él, tendido
en su litera con una botella de escocés al lado se repondría de
la excesiva joda del viaje por China. Había asistido con una
delegación a la feria industrial de Cantón y concluido algunos
negocios excelentes, aunque de aquello parecía que hubiesen ya
pasado siglos: los arreglos fueron muy fáciles, cambio en excelentes condiciones de substancias químicas y materiales preelaborados por excedentes de algodón, henequén, mercurio y semilla de linaza. Sistemas de compensación muy favorables.
Parte de la operación pagada en libras esterlinas. Los otros delegados salieron rumbo a Indonesia, desde allí volarían a Europa; él, en tanto, tuvo que dirigirse a Shanghai, luego a Pekín
22 la Gaceta
donde debía protocolizar los convenios; por supuesto, se apresuraron a informarle, se trataba sólo de un trámite formal. Un
alto dirigente del comercio exterior que debía firmar los acuerdos no estaba por el momento en la capital, pero había manifestado antes de partir su especial interés en recibirlo personalmente y cambiar impresiones sobre posibles transacciones futuras, mientras tanto sería huésped de una asociación para el
incremento comercial con los países de Asia, África y América
Latina, que consideraba un placer poderle ser útil y mostrarle
los sitios característicos de Pekín, así como los progresos logrados por el pueblo chino en los últimos años. Y allí dieron comienzo aquellas jornadas abrumadoras que sólo tocaron a su
fin con la firma de los acuerdos y que le hicieron ansiar como
nunca aquellas merecidas vacaciones que Elisa y el joven matrimonio le presentaban como sumamente apetecibles.
La verdad, aquello no había sido vida. ¿Dónde la China legendaria y misteriosa?, ¿dónde las inolvidables noches de
Shanghai con las que toda juventud ha soñado? Indudablemente había encontrado una China misteriosa, pero de qué otra
manera a la anhelada, y las noches de Shanghai resultaron inolvidables por lo siniestramente tediosas y fatigantes; sus inseparables guías lo habían conducido a un local gigantesco
donde había ópera, títeres y teatro, y cuando harto y fastidiado,
pues aquellas dichosas musiquitas eran las mismas que lo habían perseguido implacablemente durante todo el viaje por el
país, sugirió que salieran y buscaran un sitio más excitante o en
caso contrario lo devolvieran al hotel, lo llevaron a otra sala del
mismo edificio donde sentado en una pequeña butaca de madera, como escolar en medio de centenares de escolares, vio a
una mujer de edad madura girar enloquecidamente en medio
del escenario, la cual a la par que lanzaba al público miradas
oblicuas y socarronas se metía la mano en el escote como para
iniciar un strip-tease, cuando creyó que al fin aquello iba a calentarse un poco, la mujer empezó a sacar de entre las ropas
botellas, cacerolas, jarros y hasta sillas como si su magro cuerpo fuera un almacén ambulante. Con los orientales nada podía
preverse ni saberse a ciencia cierta, la prueba era que cuando le
comentaba al industrial japonés, su compañero de compartimento (porque la cabina individual había sido como la ducha,
como los dos vagones restaurantes, los viajeros cosmopolitas,
los paisajes variados, el desierto del Gobi, la Mongolia y sus
manadas de camellos, las distintas repúblicas, un ensueño sin la
menor relación con la realidad), sus impresiones sobre China,
advirtiéndole que no deseaba adentrarse en la situación política, pues si relatara sus impresiones dejaría a mucha gente escalofriada, que sólo deseaba referirse al aspecto económico, el
que a él estrictamente, como hombre de negocios, le concernía, el japonés demostraba que el asiático a fin de cuentas resulta ser siempre uno y el mismo —con él todo se reducía a
sonrisas y a entender el inglés sólo cuando le viniera en gana
y a ofrecerle cigarrillos o una de las naranjas que comía constantemente con gran avidez—, y cuando trataba de hacerle
entender sus experiencias en Pekín mientras aquellos fulanos
número 424, abril 2006
a
le retenían los documentos, cuando más que guías o auxiliares
se convirtieron en sus verdaderos torturadores, llevándolo ora
a ver un interminable museo de la revolución cuyo recorrido
duraba siglos, ora otro donde se acumulaban en desorden total
tesoros sorprendentes, manojos de perlas gigantescas arracimados en una tumba helada en las inmediaciones de Pekín, a
veces una presa, luego visitas a la Gran Muralla o a una comuna popular donde con minuciosidad indescriptible lo hacían
recorrer el terreno palmo a palmo, luego a una librería, un
templo, un palacio, un mercado, un parque, y fábricas y más
fábricas, a pesar de sus declaraciones de que en nada le interesaba todo aquello y cuando hastiado exigía los papeles y se
negaba a hacer una más de aquellas excursiones que estaban
acabando con su energía y sus nervios y se irritaba con el guía,
éste salía para aparecer al poco rato acompañado de algún otro
personaje, que se sentaba, servía el té, le ofrecía un cigarrillo,
sonreía de nuevo y explicaba en un discurso larguísimo colmado
de florilegios y de lugares comunes veinte mil cosas que no
venían al caso, para terminar concluyendo que aquella visita
debía hacerse porque obedecía al programa trazado, y cuando
a aquél le declaraba que estaba allí sólo en espera de la firma de
unos documentos que por alguna maquiavélica razón no le eran
entregados y no para hacer turismo, que para eso había lugares
más apropiados, que entendieran que cada día que pasaba allí
perdía dinero, que en Occidente el tiempo tenía otra función y
otro uso, de ahí el progreso alcanzado, que si el jefe de la delegación mexicana había dicho que podía esperar todo el tiempo
necesario se trataba sólo de una manera de hablar, una frase
hecha, y no para que se perpetrara este abuso, el tipo salía entonces sin perder la sonrisa, hablando, hablando, siempre hablando, y al rato aparecía el joven guía, ése sí muy serio acompañado de un tercer personaje que recitaba un discurso idéntico al anterior sólo que más largo, recalcando de vez en cuando
que las visitas a la fábrica de tractores, a la cárcel modelo, o a
a
Praga la misteriosa
Gérard de Cortanze
“El México de hoy se parece cada vez menos al México de
ayer”, sostiene con razón Adolfo Castañón. Esta mutación,
en las estructuras del propio país, es igualmente visible en el
terreno de la literatura. El viaje, última obra de Sergio Pitol,
entra perfectamente dentro de la categoría de esa sensibilidad creadora que, conservando las virtudes del alma mexicana, sabe tocar lo universal. Diplomático de carrera —ocupó
puestos importantes en Varsovia, Budapest, París, Moscú y
Praga—, Sergio Pitol pertenece a la gran tradición de esos
escritores latinoamericanos que siempre han tenido un pie
en la política y otro en la literatura. Novelista, cuentista, crítico literario, traductor de James, de Gombrowicz y de Jane
Austen, varios de sus libros han sido traducidos al francés: El
desfile del amor, El tañido de una flauta, Juegos florales.
Actualmente, con más de 70 años, Sergio Pitol ocupa un
lugar singular en la historia de las letras mexicanas. Hasta el
fin de la segunda guerra mundial, la cultura mexicana vivió,
en gran parte, del imaginario revolucionario. Para luchar
contra lo que consideraban un nacionalismo asfixiante, un
realismo tradicional y reductor —eso que el pintor José
Luis Cuevas bautizó como la “cortina de nopal”—, varios
jóvenes escritores buscaron, en el umbral de los años sesenta, nuevas vías. Sus nombres: Juan José Arreola, Carlos
Fuentes, Salvador Elizondo, Gustavo Sainz y Sergio Pitol.
Éste último fundó una nueva corriente que su traductor,
Claude Fell, califica con justicia como “más hilarante, más
internacional, universo del desprecio y la crueldad”. Mismas cualidades que se encuentran en El viaje.
En una “introducción” a la vez elegante y precisa, divertida y feroz, Sergio Pitol muestra el tono del libro y las
razones —verdaderas y falsas—que lo llevaron a escribirlo.
“¿No te fastidia —se pregunta él— volver siempre a temas
tan manidos: tu niñez en el ingenio de Potrero, el estupor
de la llegada a Roma, la ceguera en Venecia?” ¿Por qué no
hablar nunca de Praga? —ciudad a la que el autor estuvo
número 424, abril 2006
asignado de 1983 a 1988—. La respuesta, Sergio Pitol
piensa encontrarla en su diario —como hace siempre antes
de empezar un libro—, “para revivir la experiencia inicial,
la huella primigenia, la reacción del instinto”. Recorrió
varios cuadernos, centenas de páginas. En vano: “Nada, sí,
nada que pudiera servirme para escribir un artículo, mucho
menos un texto literario.”
Entonces comenzó una larga deriva, un paseo en una
ciudad amada que se desliza suavemente hacia la novela, a
la ficción, a la historia de un diplomático mexicano que deja
Praga para ir a Georgia, por Moscú, por Leningrado, por
Tbilisi. Estamos en 1986, en plena glasnost. Los grandes
nombres de la cultura rusa desfilan bajo nuestros ojos, vienen a nuestro encuentro como los fantasmas del Nosferatu
de Murnau, o como los árboles del bosque de Birnam que
caminan hacia Dunsinane. El último capítulo del libro se
llama “Iván, niño ruso”. El diplomático se acuerda de cuando aprendió a leer. Su abuela le había dado un libro extraño.
Razas humanas, con fotos e ilustraciones de niños de diversos lugares y razas. Uno de esos niños tenía labios gruesos
y pómulos salidos. Un “aspecto animal”, sus orejas estaban
cubiertas por un sombrero de piel que el pequeño lector
creía su cabellera. Al pie de la foto se podía leer: ‘Ivan, niño
ruso’. “Por intuición, presiento que mi relación íntima con
Rusia se remonta a esa lejana fuente”, concluye el autor al
final de su libro.
¡Ahí está! El rizo está rizado. El viaje geográfico no era,
en suma, más que un viaje a la memoria, un paseo por el
futuro del pasado. En el transcurso del libro, la deuda que
el autor creyó haber contraído con Praga se reveló como
una deuda de infancia, una deuda de honor con ese periodo imperfecto de nuestra vida que nos permite escribir
libros. G
Traducción de Kenya Bello
la Gaceta 23
a
la comuna Estrella Roja estaban anotadas en el programa y no
era correcto suspenderlas, hasta que al fin casi enloquecido,
salía a visitar el centro de artes populares para ver durante
horas a alguien recortar papeles de colores o hacer vasijas y a
recorrer después varios kilómetros de otra comuna y visitar la
cárcel y escuchar en todas partes discursos kilométricos que
bien visto podían ser omitidos por resultar siempre lo mismo,
y si se disculpaba por razones de salud, como había sucedido en
una ocasión, la cosa era peor porque iba a dar al hospital y
después de tres o cuatro días de someterlo a inyecciones y extracciones de sangre resultaba que ni siquiera se había ahorrado la excursión, que únicamente había sido pospuesta, “porque
así estaba escrito en el programa”, el japonés sonreía bonachonamente como si nada entendiera y respondía que sí, efectivamente se trataba de un gran pueblo y que dudaba mucho de
Malintencionada y jubilosa
Frédéric Vitoux
Es comprensible que se aprecie moderadamente el título
de la novela de Sergio Pitol, Domar a la divina garza,1
que tiene un aire un poco vulgar en la provocación. Por
el contrario, sería incomprensible no apreciar inmoderadamente, por sí mismo, el libro de este novelista mexicano, nacido en 1933, que fue por mucho tiempo diplomático, traductor en sus ratos libres, y cuya obra sigue siendo mal conocida en Francia. Desde esa perspectiva, es
lamentable que el prefacio de Antonio Tabucchi prefiera
las vanas cabriolas intelectuales a la simplicidad pedagógica que haría más familiar a su autor. ¡Pero regresemos
a esa “divina garza”! ¿Qué epítetos convocar en primer
lugar? Delirante, erudita, cómica, alocada y barroca, sin
duda. Sería muy astuto el que supiera resumir esta novela. Digamos que su autor, en una breve obertura, declara
que quiere tomar a la fiesta como triple tema: en el sentido mágico y ritual del término, su amor por Gogol, y un
curioso símbolo de mujer, una antropóloga monstruosa y
erudita que obsesiona al protagonista de este libro, un tal
Dante de la Estrella, patético imbécil hinchado de una
suficiencia incrementada por sus excesos etílicos. Agreguemos que ese Dante de la Estrella necesita de toda una
velada y de algunos licores fuertes para explicar a sus visitas suficientemente importunadas un catastrófico viaje a
Estambul, en su juventud, donde esa dama lo ridiculizó.
Lo que en el libro lleva al colmo de la felicidad son sus
relatos que se apilan, esa ironía en la ironía, ese jubilo
puro que inspira algunas veces el acto de escribir —o de
consolarse de la banalidad de la vida. G
Traducción de Kenya Bello
1 El título en francés de la novela de Pitol es Mater la divine
garce, donde mater significa “someter, controlar, dominar”,
pero también quiere decir “ver con concupiscencia”. A su vez,
garce designa a una mujer mala, desagradable, malintencionada. [N. de la t.]
24 la Gaceta
a
que otro pudiera aunar tanta sabiduría y generosidad en el
modo de brindar hospitalidad a los visitantes, que cada vez que
partía de China se iba muy gratamente impresionado, deseando tan sólo tener la oportunidad de realizar una nueva visita,
así como también deseaba viajar algún día a México y que seguramente encontraría la ocasión, ya que sus negocios, etcétera, etcétera…
¡Qué iba uno a hacer! Eran dos mundos. Uno pertenecía
irremisiblemente a Occidente; la mañana en que abandonó
Pekín lo había sentido más agudamente que nunca; devolvía
las llaves de su habitación en el hotel cuando le entregaron
una tarjeta postal llegada en ese mismo instante, un saludo
de Ramos desde París; le anunciaba que la delegación iba ya de
regreso a México. Al contemplar la hosca estructura de Notre
Dame se sintió reconfortado, más que por las palabras afectuosas de Ramos, ante la visión de aquella mole bellísima que se
erguía iluminada bajo un azul que sólo el cielo de París es
capaz de lucir; subió al tren con la tarjeta en la mano, y la colocó en la mesita junto al lecho, luego bajó a recoger los ridículos ramos de flores con que lo despedían y a darle un abrazo
a la compatriota y a los dos muchachos, aquel trío que lo había
rescatado en los últimos días y que le hizo más agradable la vida;
le habían explicado una infinidad de cuestiones sobre la excentricidad de aquella gente y sus experiencias en la escuela donde
enseñaban español, le habían hecho reír nuevamente a carcajadas como ya hasta creía haber olvidado, mientras bebían el
licor de culebra que tanto le gustaba a Elisa; a ella la había
enamorado por pura nostalgia de la tierra y más que nada por
la necesidad de mujer, le había regalado un anillo con una perla
rosada que compró en el último día en casa de un anticuario, y
a la postre había resultado la peor embaucadora del mundo, lo
había metido en esa especie de gran jaula donde se sentía enloquecer, y los días transcurrían con una monotonía inimaginable sin que pudiera ver otra cosa que no fuera la nieve, una
nieve constante que se cuajaba en los cristales e impedía la más
mínima contemplación del paisaje. No podía remediar el desfallecimiento cuando pensaba que podría estar ya en Bélgica,
tomando el avión rumbo a México en vez de estar aún a tres
días con sus respectivas noches alejado de Moscú. Esa mañana
cuando el industrial japonés le recordó que se quedaría en Irkutsk y que de allí haría el resto del viaje por vía aérea, creyó
que el cielo se le abría; quiso también hacerlo pero se lo impidieron; le explicaron que era imposible por no tener billete de
avión; el japonés en cambio lo había comprado desde Pekín;
carecía, además, de la visa adecuada; dos rusos bien fornidos y
la mujer monumental que le llevaba el té por las mañanas y le
aseaba la cabina lo detuvieron por los brazos cuando en pleno
frenesí trató de descender; regresó postrado a su cubil, se tendió en la litera y contempló la fotografía de Notre Dame,
pensó que tampoco entonces, lejos de la frontera china, estaba
en su mundo, que el suyo era sólo aquél, el de la foto, pero en
ese instante tuvo la impresión de que en los días de encierro el
cielo se había vuelto más oscuro, Notre Dame aparecía bajo
una luz que jamás le había visto, un efecto absurdamente artificial; le pareció que el fotógrafo había equivocado el ángulo, que
el punto elegido no permitía admirar la belleza total del edificio, que el faro de la calle proyectaba una luz que robaba espacio
y que la mitad de la foto, toda la parte inferior, estaba desperdiciada. ¿Qué sentido tenía retratar la calle, el pavimento?, o
peor era aquel banco en primer plano con un hombre de espalnúmero 424, abril 2006
a
das a la cámara; sintió un profundo malestar, una irritación
violenta, odio puro contra el fotógrafo que había cometido
aquella infamia, luego, desasosegado, recordó que había terminado de leer la novela policial que le regaló Elisa antes de
partir y sacó de su portafolio el otro libro que irracionalmente,
sólo quizás por estar escrito en inglés, había comprado en una
librería de segunda mano de un mercado de Pekín. Leyó en la
sucia portada: The Priest and his Disciples, by Kurata Hyaduso,
translated by Blenn W. Shae, y no supo qué registro profundo lograron tocar aquellos lotos diminutos trazados bajo el título o los jeroglíficos japoneses que decoraban la portada, lo
cierto es que por alguna razón su odio, su rabia, su desesperación, el sentimiento de estar en aquella cabina como animal
aprisionado, desaparecieron, transmutándose en una suave
melancolía, ganas de quejarse de su suerte, de lamentarse quedamente, y en una necesidad de encontrar un hombro en que
apoyarse, y la fortuna que estaba formando, y su mujer, su carrera, su despacho, los negocios realizados durante el viaje le
parecieron de golpe cosas lejanas que no le pertenecían del
todo, el mundo al que había aspirado y considerado siempre
como su meta le resultó en ese momento sólo un punto de
partida hacia algo, hacia algo… Leyó dos páginas del libro y lo
dejó fatigado, imposible internarse en aquel diálogo laberíntico sobre la muerte sostenido entre un hombre y un ser, en que
el ser, o como quiera que se tradujera aquel Being, decía:
—Porque la muerte viene del pecado. Los no pecadores
viven eternamente: La “cosa que muere” es idéntica a “pecador”.
Y el hombre preguntaba:
—Entonces, ¿crees que todos los hombres son pecadores?
—Todos los hombres son malos. El precio del pecado es la
muerte —respondía categóricamente el ser.
No, verdaderamente era imposible entretenerse con aquellas divagaciones misticofilosóficas. Metió la tarjeta de Notre
Dame como indicador de la página y cerró el libro; estaba fatigadísimo, comenzó a dormir.
Al día siguiente llegaría a Moscú. Le había entrado mucha
prisa. Se ahorraría los tres días que en un principio pensó dedicar a visitar la ciudad, saldría inmediatamente rumbo a Bruselas; de poder lo haría esa misma noche. Deseaba llegar a
México tan pronto como fuera posible, quería huir de ese
viaje, del recuerdo de ese viaje, meterse en su despacho a rendir informes, dictar memorándums, atender su correo, reincidir en el ritmo normal de su existencia. La estancia en Pekín
le había llegado a resultar eterna, ahora, en cambio, le parecía
resumirse en un fin de semana atestado de acontecimientos
remotos, profundamente perdidos en el tiempo, e infinita, en
vez, le resultaba la monótona semana transcurrida en el tren,
aunque debía confesar que en los últimos días no lo pasaba tan
mal; quizás había sido el japonés quien lo irritara, pues desde
que aquél bajó en Irkutsk se hallaba en un estado de ánimo
realmente plácido, permanecía la mayor parte del tiempo en la
cabina, que ya le pertenecía por entero, tendido, descansando,
dormía muy bien; trató de leer nuevamente una de las novelas
policiales, pero era imposible sacarles partido conociendo ya la
trama y el desenlace, así que de vez en cuando recurría al Priest
and his Disciples; pasaba largo rato leyendo los diálogos herméticos de aquel drama sin intentar comprenderlos, simplemente
para matar el tiempo; esa noche descubrió que el mamotreto
resultaba más ameno de lo supuesto. Se puso el pijama, reconúmero 424, abril 2006
gió todas sus cosas, cerró el equipaje, con excepción del maletín y se tendió en el lecho. ¡Por fin la última noche del tren!
Abrió el libro al azar y comenzó a leer la historia de Kiyoshi
Kawase, interno en un colegio de Kioto, que erró por este
mundo en calidad de cosa mortal durante veintidós años; en
tan breve término gozó de gran parte de las fortunas de la vida,
disfrutó del amor familiar y del otro, era rico, poseía una memoria magnífica. De su talento, sus maestros y amigos predecían grandes hazañas; saboreó algunos infortunios, todos,
salvo uno, mínimos: le aquejaba la pesadumbre de la duda.
Hacia los diecinueve años, en medio de su existencia feliz
había caído en esa zozobra: dudaba de la realidad que percibían sus sentidos. Un día, cumplidos ya los veintidós, se preparaba para pasar un examen en el colegio. Salía de su habitación cuando retrocedió unos pasos a fin de contemplarse ante
un espejo, y, allí, en la lisa superficie, exactamente a su lado, se
esbozó una figura cuyo rostro fue gradualmente semejándose
al suyo, aunque desdibujado, incoloro, transparente. Una
enorme satisfacción, una gran tranquilidad se apoderó del
joven Kiyoshi, la duda quedaba eliminada, por primera, por
única vez, tenía una certidumbre, había estado usurpando con
sus hábitos, gestos, reflexiones, un papel que no le correspondía, supo que era fantasma, que todos a su alrededor eran
fantasmas, que todo era espectral. Irritados por la larga demora, los profesores enviaron a otro alumno a buscarlo. Cuando
éste llegó a la habitación encontró frente al espejo, desparramadas, en desorden, las ropas de Kiyoshi. Flotaba en el recinto un suave aroma de azahar, mezclado con otro olor acre que
nadie llegó a identificar.
Leyó aquella historia profundamente absorto y se sorprendió de que en la página siguiente a la desaparición de Kiyoshi,
continuara un diálogo sin relación alguna con la historia.
Creyó haber saltado alguna hoja y al observar la numeración
descubrió que de la página 62 pasaba a la 93; revisó con cuidado las páginas y no tardó en advertir que el texto leído formaba
un cuadernillo de otro libro cosido por error entre las páginas
92 y 93 del Priest and his Disciples, por esa razón estaba escrito
en forma de relato y no en diálogos como el resto del drama.
Al examinar aquel pliego cayó al suelo la tarjeta postal, se inclinó a recogerla, iba ya a colocarla nuevamente entre las páginas del libro cuando volvió a contemplarla con nostalgia.
Notre Dame le pareció más distante que nunca, inalcanzable;
la luz de la lámpara iluminó la parte inferior, la calle. El farol,
la banca, el hombre de espaldas, y junto a él advirtió algo semejante a la sombra de otro hombre; parecía que la cámara se
hubiera movido en ese instante y sólo lograra plasmar el espectro de aquel hombre; se acercó a los ojos la tarjeta; la manera
de sentarse le era familiar, el rostro vuelto hacia la cámara era
semejante al suyo; no sólo eso, era el suyo, eran sus propios
gestos, lo único que se le ocurrió pensar fue que en esta vida
todo era una gran vacilada. Jamás durante toda su existencia
se había visto aquejado por las dudas y, sin embargo, al igual
que Kiyoshi Kawase llegó a descubrir que estaba de sobra,
aunque no logró desentrañar si estaba viviendo una existencia
ya vivida, o en qué exactamente consistía la usurpación; tomó
su bata, salió, caminó alegremente hasta un extremo del vagón;
allí se hizo servir un vaso de té por la corpulenta empleada y
regresó a su cabina. Buscó en el maletín un frasco, lo abrió, se
llevó a la boca una píldora sedante, luego tomó el té. Se metió
entre las sábanas a esperar. G
la Gaceta 25
a
a
El mexicano
a
Fabrice Gabriel
Cuando le preguntan cómo se explica el poco eco que hasta
el momento ha encontrado su obra en Francia, Sergio Pitol
recuerda que dos de sus novelas, El desfile del amor y El tañido
de una flauta fueron publicadas allí (ambas en Seuil), hace
quince años, pero que después las cosas se tranquilizaron: “Mi
editor alemán —apunta él sonriendo— me explicó que yo era
un escritor sin futuro, porque no era suficientemente mexicano. […] En todo caso yo no era de ninguna forma el tipo de
escritor latinoamericano que en ese momento se buscaba en
Europa: se asechaba a los representantes del realismo mágico,
Vamos a terminar creyendo que dios habla español… o que el
y de preferencia mujeres.”
diablo mismo se disfrazó de novelista latinoamericano, para
¿Pero precisamente qué tipo de autor es Pitol? No es fácil
seducirnos con sus relatos perversos y sus aventuras episódicas.
de decir, porque su estilo “híbrido”, tal como se define a sí
Ocurre que muchos de los libros que han gustado en estos úlmismo, navega entre el ensayo y la ficción, el relato personal y
timos meses, e incluso en estos últimos años, compondrían con
la parodia de las novelas de espionaje—a la manera de la sormucha facilidad una especie de constelación, incluso una auprendente El desfile del amor, de la que se anuncia una próxima
téntica familia, plural y no siempre tranquila, de autores de
nueva traducción. Si debiera definir su familia literaria, se rehabla hispana: Roberto Bolaño, Enrique-Vila Matas, Ricardo
conocería discípulo de Hermann Broch, próximo “sobre todo
Piglia, Javier Marías, Augusto Monterroso… A estos nombres
de la literatura eslava, pero también de Cervantes y de Quevees necesario agregar decididamente el de Sergio Pitol, especie
do, sin olvidar la excentricidad de los ingleses… ¡ni la de los
de tío abuelo, más bien infravalorado en Francia, pero veneralatinoamericanos!”.
do por algunos expertos, Antonio Tabucchi, por ejemplo, que
Domar a la divina garza proporciona una buena idea de
escribió el prefacio de Domar a la divina garza, que por fin se
conjunto del arte de Pitol: es una novela a la vez sagaz y llena
tradujo al francés, y Enrique Vila-Matas, que nunca pierde la
de júbilo, que pone en escena a un narrador bastante antipátioportunidad para rendir homenaje a aquel que llegó al punto
co, que narra entre otras cosas una extraña historia ocurrida en
de convertir en un personaje de ficción en uno de sus relatos
su juventud, durante un viaje a Estambul… jugando al relato
más alocados, Lejos de Veracruz.
en el relato, Pitol se divierte metiendo una historia dentro de
Con más de 70 años, Pitol tiene algo de viejo maestro, en su
otra en una especie de carnaval narrativo, donde lo grotesco
postura y su prestancia de diplomático irónico, de una afabililleva todo a una atmósfera de euforia vengadora y al mismo
dad perfecta, de una erudición que se adivina inmensa, pero
tiempo sabia. Se trata, en efecto, de una tal “Marietta Karapeque jamás se presume: la pedantería, esa vulgar vecina de la
tiz”, especie de monstruo femenino cuyo encuentro justifica el
ignorancia, le es ajena. El escritor, es
título de la novela, aun si dicho encuencierto, tiene la experiencia de los libros y
tro permanece más o menos retardado
Pitol tiene algo de viejo maestro,
de la gente: es un septuagenario discrehasta el clímax del último capítulo. La
en su postura y su prestancia de
tamente encantador, que ha recorrido el
“divina garza” confirma, en un derroche
diplomático irónico, de una
mundo gracias a sus nombramientos diorgiástico, y francamente escatológico,
afabilidad perfecta, de una erudición
plomáticos en Rumania, Polonia, Rusia
el triunfo de la vida y la humillación
que se adivina inmensa, pero
y París. La experiencia —y el sabor— de
definitiva del protagonista, un pretenque jamás se presume: la pedantería,
Europa del este se encuentran, por ejemcioso e insignificante estudiante mexicaesa vulgar vecina de la ignorancia,
plo, en El viaje, que narra un breve perino exiliado en Europa.
le es ajena
plo en la Unión Soviética de Gorbachev,
Se está más cerca, con una novela
a mediados de los años ochenta, en la época en que Pitol estapicaresca como ésta, de la risa de Gogol y del siglo de oro que
ba en servicio en Praga.
de la tradición del realismo mágico o de la narrativa de corte
Además, Pitol puede ser considerado como el más praguensocial sudamericana… “Pienso —explica Pitol— que el agotase de los autores mexicanos, o en todo caso el más centroeuromiento de cierta vena realista en la literatura latinoamericana
peo de los escritores latinoamericanos: ¿no fue el quien traduprovoca que haya más interés en mí: actualmente, Domar a la
jo a (casi) todo Gombrowicz al español? Conoce bien a Joseph
divina garza, por ejemplo, se ha traducido en Alemania, Italia
Conrad, Jane Austen y Henry James —a los que también tray Noruega.”
dujo— y profesa una admiración sin límites a Chéjov y a
Sin embargo, el libro data de hace quince años: “Cuando
Gogol, su referencia suprema sin duda. En suma, se tiene la
empecé a escribirlo, estaba muy enfermo —cuenta el autor—;
impresión de encontrarse enfrente de una biblioteca, pero de
acababa de sufrir una grave operación, y me costaba mucho
una biblioteca sonriente, inclusive cordial, y que se entrega sin
redactar. Por eso el libro se construyó poco a poco, en diferendificultad.
tes lugares, al ritmo de mis hospitalizaciones en Funchal,
La crítica francesa no ha escatimado elogios a Sergio Pitol.
En esta reseña se agrega su nombre a una nómina de
autores iberoamericanos que han recibido el aprecio casi
unánime tanto de lectores de a pie como de los estudiosos
de las letras. Heredero voluntario de Gogol, elegante
tejedor de intrigas (en las que no falta una gota de
sadismo), don Sergio ha vuelto a despertar entre los
lectores galos un entusiasmo bien merecido
26 la Gaceta
número 424, abril 2006
a
a
Baden, Marienbad, Praga… Fue hasta que terminé el relato, y
que estaba mejor, cuando escribí el primer capítulo, que anuncia el programa.”
De forma que casi puede aconsejarse empezar la lectura en
el segundo capítulo, para caer de golpe en el torbellino de esa
novela, donde se lee sutilmente el regocijo —bien manejado— de una recuperación. Enseguida puede regresarse al capítulo inicial como si fuera un prefacio, en el que Pitol se retrata
severamente bajo los rasgos de un escritor que envejece: “Renunciar —escribió él— a la gloria con la que se ha soñado y a
la conquista que nunca se ha emprendido no debe ser una tragedia.”
La gloria del escritor “culto”, el novelista también debe conocerla un poco, y debió conocer a no pocos exégetas obsesivos, parecidos al protagonista de su libro, especialista maníaco
en Gogol… “¡Conozco muchos personajes de ese tipo! —reconoce, en efecto—. También me inspiré en el medio diplomático, de donde tomé todo lo que no me gustaba; además mucha
gente creyó reconocerse y se molestó conmigo. De la misma
manera, me reprocharon escribir contra las mujeres, cuando los
personajes parodiados son sobre todo los hombres. Siempre
hago un plan y en el que había elaborado para este libro, estaba
previsto que a lo largo de su monólogo el protagonista, al principio arrogante y desagradable, se iba a deshacer poco a poco
para terminar, literalmente, como un montón de mierda.”
Al leer a Pitol efectivamente se experimenta un gran placer
sádico. Cuando se le pregunta si esa alegría, a la vez violenta y
divertida, lo acerca a su país natal, responde sin dudar, y riendo
francamente, que en verdad hay “un humor negro típicamente
mexicano, único y distinguible entre todos”. Sin duda Sergio
Pitol es por tanto el más genialmente mexicano de los novelistas de Europa central. G
Traducción de Kenya Bello
Una marcha dominical con bombo y platillos
Florian Borchmeyer
Si el alegre delirio que uno va descubriendo en la
novelística de Sergio Pitol puede parecerle anómalo a un
lector mexicano, para este reseñista alemán resulta además
de una refrescante novedad. Publicada en el Frankfurter
Allgemeine, el 19 de mayo de 2003, la recensión de El desfile
del amor nos invita a una relectura con ojos germánicos
¿Qué tienen en común el Dr. Motte, Ernst Lubitsch, la literatura latinoamericana contemporánea y el nacionalsocialismo
mexicano? A la ya de por sí grotesca pregunta corresponde una
respuesta aún más insólita: el desfile del amor. Por paradójico
que parezca, existe un nexo oculto. Ernst Lubitsch rodó en
1929 su primer filme sonoro: The Love Parade. Triunfal fue en
México el estreno de esta leyenda del cine bajo el título El
desfile del amor (lo que podría traducirse al alemán como Desfinúmero 424, abril 2006
lee der Liebe). Como ferviente admirador de Lubitsch, el escritor mexicano Sergio Pitol retomó ese título para una grandiosa novela sociológica que involucra al Tercer Reich con el
complicado México. ¿Y qué tiene que ver con todo esto el Dr.
Motte? En realidad, nada. No obstante, no se puede negar que,
todos los años, miles y miles de jóvenes mexicanos se reúnen
en la capital, a los pies de un ángel dorado, para celebrar un
desfile denominado “Love Parade”.
¿Casualidad o causalidad? ¿Lógica o perspicacia? Ejemplar
resulta esta relación apenas identificable para el misterioso
juego de conspiración y mutismo, de reflexiones y quimeras en
el que Sergio Pitol enreda por igual tanto a sus personajes
como a sus lectores. A primera vista tiene tan poco que ver su
protagonista, el profesor de historia en Bristol, Miguel del
Solar, con películas de cine y con la quinta columna, como el
Dr. Motte. Una “tarde de mediados de enero de 1973”, según
la Gaceta 27
a
a
el inicio de la novela, regresa el historiador a su patria sólo para
jista Martínez, permanece inalcanzable. Tan sólo ha dejado tras
presentar el manuscrito de su libro El año 1914. Sin embargo,
de sí su ridícula visión de la salvación de la humanidad y del
poco llegamos a saber en él acerca de Zapata y el destino de la
Edificio Minerva: “Yo he nacido para traer la paz al mundo.
revolución mexicana. En realidad, las verdaderas obsesiones de
Los domingos desfilaríamos con bombo y platillos y todos los
Del Solar giran en torno al año 1942 y al suntuoso Edificio
vecinos se unirían al desfile, marcharían detrás de la música,
Minerva, punto de encuentro de los poderosos en México, de
entre las galerías. Sería el desfile del amor, la marcha de la
la mafia y la intelectualidad, y donde él mismo vivió cuando
concordia y yo, yo llevaría el tambor principal. Pero este
niño. Después de una fiesta espléndida y algo sospechosa en el
mundo no tiene salvación.”
salón de Delfina Uribe, hija de revolucionarios, por aquellos
Como si se ocupara de un desfile de carnaval político y soaños ahí fue baleado Erwin Maria Pistauer, un exiliado austricial, Miguel del Solar desenmascara al México de la segunda
aco. ¿Un trágico accidente o un asesinato político encubierto?
guerra mundial, dividido entre nepotismo, tradición revoluciPor razones para nosotros desconocionaria e infiltración fascista. El detectiCon la precisión de un relojero,
das comienza el historiador a desenredar
vesco profesor se siente, cada vez más,
Sergio Pitol entreteje la
la madeja del crimen. Y en lugar de una
transportado a la comedia de enredos de
desperdigada, tanto en el tiempo
buena pista, el aprendiz de detective se
Tirso de Molina donde “nada es lo que
como en el contenido, madeja de la
topa, entre los círculos habituales del
parece” y donde las personas se escinden
acción para formar una corona cuyo
Edificio Minerva, con toda una caterva
incesantemente y buscan las más absurcentro siempre permanece vacío,
de personajes estrafalarios quienes, dedas máscaras como si en ello les fuera la
como dejando espacio para una
trás de su en parte simpática, en parte
única posibilidad de entenderse unos
cabeza que la rechaza notoriamente
fantasmagórica excentricidad, parecen
con otros. Por supuesto, no es recomenocultar algo oscuro; sobre todo la notodable arrancarle la máscara a una socieriamente neurótica Eduviges, tía del propio Del Solar. Despudad hipócrita pues, como bien sabía decir el Danton de Büchés del asesinato, ella instituye la idea fija de una conspiración
ner, con ellas se arrancarían también los rostros. Del Solar sabe
del librero Balmoral. Éste, por el contrario, achicado también
que, sobre todo, hay una máscara especialmente difícil de reen la susodicha balacera, supone un complot en torno a un
mover: la propia, ésa que le posibilita hurgar en el rincón más
mexicano sifilítico, poeta de la decadencia, y el fracasado intenoscuro del desfile.
to de hacer carrera en Europa de un castrador de indios. ImpCon la precisión de un relojero, Sergio Pitol entreteje la
licada en ello está la judía obesa, experta en literatura, Ida
desperdigada, tanto en el tiempo como en el contenido, madeWerfel, cuyo espíritu completamente destructivo, inclinado
ja de la acción para formar una corona cuyo centro siempre
hacia el humor escatológico bajo la consigna de que “No sólo
permanece vacío, como dejando espacio para una cabeza que la
de mierda vive el hombre”, nos conduce bruscamente hacia
rechaza notoriamente. Cuando, finalmente, el propio autor
insospechados derroteros.
aparece ante nuestros ojos coronado de laureles, en honor de
En este arduamente comprensible desfile de monstruosidasu obra maestra y con una sonrisa quimérica en los labios, endes todo conduce, una y otra vez, hacia el hermano de Eduvitonces nos damos cuenta del engaño y de que no hemos sabido
ges, Arnulfo Briones, hacia sus turbias relaciones con sectores
defendernos. Como inmejorable seductor y tambor principal de
de la ultraderecha y, finalmente, hacia el propio Tercer Reich.
esos desfiles de indignados amantes, con sus secretas impotenPero, ¿por qué, exactamente, tienen sus muchos viajes como
cias y pasiones sexuales por debajo de una superficie límpida y
destino la Alemania nazi? ¿Por qué, siendo simpatizante del
puritana, Sergio Pitol sabe que un desfile del amor es el mejor
nacionalsocialismo, desposa, en segundas nupcias, a una judía
medio para atizar las pasiones. A pesar de sus incontenibles
alemana (la madre de Pistauer) para facilitarles, a ella y a su
rencores el lector sometido, engañado por su propio deseo,
hijo, la huída? ¿De dónde proviene su relación con Delfina
suspira un anhelante “¡más!” al gran novelista. Para una gran
Uribe, quien hasta hoy permanece, fuera de toda duda, como
mayoría de sus colegas contemporáneos en Europa algo así
la “anfitriona ideal” en persona? El único individuo que podría
permanecerá, a decir verdad, para siempre vedado.
servir para orientarnos en medio de la oscura danza posterior
al enigmático fallecimiento de Arnulfo, el picapleitos y chantaTraducción de Arturo A. Peña
Las tenazas del destino
David Wagner
La sencilla trama de La vida conyugal oculta, según esta
reseña publicada el 20 de marzo de 2002 por el Suddeutsche
Zeitung, un excepcional dominio de la técnica narrativa
y de la “suave parodia” que campea en esa novela, tercera y
última de las obras que componen el Tríptico del Carnaval
28 la Gaceta
El impulso para grandes cambios nos llega a veces indirectamente, a partir de pequeños sucesos adyacentes. En la novela
corta La vida conyugal, del autor mexicano Sergio Pitol, muy
poco conocido hasta hoy en Alemania, es el rechinar de unas
tenazas lo que a la protagonista, Jacqueline Lobato, de treinta
número 424, abril 2006
a
años de edad, en su séptimo aniversario de bodas, la lleva a
decidirse por un cambio de vida: decide matar a su marido.
La mujer de treinta años, esposa sin hijos que por miedo a
la pobreza no se atreve a divorciarse, intenta convencer a un
amante tras otro de cometer el crimen. Los atentados diletantes, cuya preparación sólo logra acrecentar el amor-odio por su
cónyuge, terminan por afectar a la propia Jacqueline. Una vez
pierde dos dedos, otra vez recibe una herida de bala. Y cada
vez, después de los hechos, son los amantes cómplices quienes
desaparecen, no el marido.
El esposo, Nicolás Lobato, quien sin
saberlo se encuentra una y otra vez en
peligro, alista su ascenso económico y
social en la capital mexicana y en la
vecina ciudad de Cuernavaca. Y con
tanto éxito que de la herencia de una
pequeña abarrotería consigue convertirse en un gran hotelero. Jacqueline disfruta de las ventajas y de la reputación a
su lado. Y sueña con su desaparición.
siendo el séptimo aniversario de bodas de su protagonista, en
1960. El momento en que rechina la tenaza como si fuera el
primer sonido en el surco vacío de un viejo long play. La potente voz narrativa organiza el material musicalmente: adelanta,
repite, vislumbra los antecedentes. Rechina la tenaza y la aguja
salta desde los años cincuenta hasta principios de los ochenta.
Prueba de ese salto es el rayón en ese disco, que atraviesa de
principio a fin la vida ahí narrada.
Pitol nos muestra que una vida puede ser relatada a partir
del preciso momento en que es afianzada por la tenaza del destino. La tenaza
del destino, simbolizada aquí con el rechinido de una simple tenaza (que en la
traducción ha pasado a convertirse en la
tenaza de un cangrejo), puede ser una
buena idea. Eso distingue al buen narrador. Aunque, por supuesto, también resulta osado hacer girar toda una vida,
una y otra vez, en torno a un solo sonido, por lo demás totalmente circunstancial. Pitol no narra en La vida conyugal
Salta la aguja
(publicada originalmente en 1991) ninguna historia contemporánea, pues los
Y cuando un día el marido verdaderamatrimonios hoy son totalmente difemente desaparece ella no tiene nada que
rentes. Quizás a eso se deba la nostálgiver en el asunto. Él ha rehuido, ya desde
ca benevolencia que se vincula, aquí y
hace muchos años, las consecuencias de
allá, con Jacqueline Lobato. Y también
una fraudulenta bancarrota. Jacqueline
quizá por ello la burla, la suave parodia
será encarcelada y vivirá (su esposo permanece desaparecido)
de ese tiempo en que las esposas podían dedicarse a frecuentar
una vida modesta muy diferente. Conocerá entonces una vida
academias privadas. La vida conyugal es, casi sin proponérselo,
tal y como siempre la temió, hasta que vuelva a encontrar a su
una novela divertida. Un narrador alegre y bromista nos revela,
marido en una abarrotería, de regreso después de años en Euentre chanza y chanza, que la sociedad mexicana nunca ha estaropa. Entonces volverán a portar alianzas y no pasará mucho
do a la vanguardia en lo que a emancipación se refiere. Se burla,
tiempo hasta que la ya envejecida Jacqueline vuelva a escuchar
sí, más no pérfidamente. Simplemente no cree, él mismo, que
el rechinar de unas tenazas: el único modo de eliminar a su
su protagonista sea “sensible e inteligente” como se asegura en
cónyuge, descubre ahora, sería envenenarlo.
la solapa. No obstante, la encuentra simpática. La suya es una
Jacqueline, la esposa, que en realidad se llama María Magmujer débil que teme a sus hermanos porque, por su edad,
dalena, planea el asesinato de un modo novelesco. Y así como
siempre la llaman con apodos. Una mujer que quisiera otro
Barbara Stanwyck en Double Indemnity
destino.
de Billy Wilder conversa con su amante
Un narrador alegre y bromista
por encima de latas de conserva en el
Necio es el hombre
nos revela, entre chanza y chanza,
supermercado, Jacqueline se encuentra
que la sociedad mexicana nunca
también con uno de sus amantes en una
La culpa de su desgracia la atribuye Jacha estado a la vanguardia en lo que
librería “donde ambos, escondidos entre
queline a su matrimonio. Sus intentos
a emancipación se refiere. Se burla,
las estanterías, pueden hablar sin ser
de asesinato son en realidad débiles tensí, más no pérfidamente
percibidos”. Pero Jacqueline no es nintativas emancipatorias. Ama incluso a su
guna mujer sin escrúpulos; se acerca más a la parodia de una
marido, quien a pesar de sus pasados éxitos, a su modo, es tofemme fatale en un filme noir. La mujer sin escrúpulos no asisdavía más necio que ella, que después de cada atentado fallido
tiría tan diligente y aplicada a la academia de su mejor amiga
lo es un poco menos. La vida conyugal, el primer volumen tra(estamos en los años sesenta), en donde se discute acerca de
ducido pero en realidad el último del Tríptico del Carnaval, no
Picasso y se lee la literatura universal. Jacqueline inicia una
es el último grito de la vanguardia literaria. La vida conyugal es
relación con uno de los profesores, quien tampoco consigue
breve pero demuestra las extraordinarias herramientas literaliberarla de su vida conyugal. Y la, para su suerte o desventura,
rias y el estilo de su autor. Sergio Pitol, nacido en 1933, múltisiempre fracasada protagonista, fracasa también en sus intentos
ples veces galardonado, fungió como diplomático en Europa
de “escribir una crónica de su enamoramiento y de los primedurante mucho tiempo. Ha traducido al español a Chéjov,
ros años de su matrimonio”. Todo, todo lo aprendido en el
Gogol, Gombrowicz, Henry James y Joseph Conrad. Es adetaller de literatura de la academia “parece haberlo olvidado”.
más un autor que debería, y eso desde hace tiempo, ser mucho
El narrador puede permitirse entonces hacer mofa de los
más conocido en Alemania. G
talleres literarios: él tiene la historia de Jacqueline Lobato perfectamente bajo control. El punto crucial de su historia sigue
Traducción de Arturo A. Peña
número 424, abril 2006
la Gaceta 29
a
a
Librerías de viejo
a
Jaime García Terrés
En este mes se cumplen diez años del fallecimiento de
quien fue director del Fondo entre 1983 y 1988. Queremos
traerlo a la memoria no sólo por ese motivo sino porque el
23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro: esa
coincidencia nos lleva a presentar aquí su breve elogio de la
librería de ocasión, texto que forma parte de El teatro de los
acontecimientos, publicado por Era en 1988 y luego reunido en
el volumen II de sus Obras, que forma parte de la colección
Letras Mexicanas
No cesa de causarme tristeza que hayan ido disminuyendo,
hasta casi desaparecer en el planeta entero, las librerías de viejo
(o de lance, como antes se decía), privando a los bibliómanos
del placer de las adquisiciones inesperadas, y dejando a los
lectores con pocos recursos sin la posibilidad de obtener apreciable y barato material de lectura. Ya en los años treinta un
inglés se lamentaba de las diversas iniquidades que empezaban
a enturbiar el mercado de libros de segunda mano: precios
desproporcionados a la calidad de la edición; esnobismo de
muchos consumidores; excesivo mercantilismo en muchas
operaciones… ¿Qué diría hoy al contar los miles de dólares o
libras esterlinas que se pagan por insignificantes rarezas, sólo
porque son raras? ¿O al comprobar la falta de escrúpulos con
que las grandes subastadoras transnacionales saquean el patrimonio bibliográfico de los países más necesitados?
Con gran nostalgia recuerdo mis tempranas experiencias, al
iniciarse los años cuarenta, en el mundo de las librerías de
viejo. Había una, a espaldas de Catedral, en la calle de Guatemala, que contribuyó como ninguna otra a la fundación virtual
de mi biblioteca. Estaba instalada en un zaguán, y se prolongaba en una especie de bodega interior a la cual, por señalado
privilegio, se me permitía entrar siempre que me daba la gana.
Su dueño, un señor de permanente sombrero y mirada fija por
detrás de los anteojos, se llamaba don Juan Álvarez, y su endiablado carácter no le impedía apiadarse de aquellos jóvenes estudiantes capaces de mostrar cierta curiosidad de buena ley
respecto a su mercancía.
Más de una década seguí visitando el expendio de don Juan.
Hasta que me molestó una jugada suya no muy leal. Resulta
que una mañana me pasé horas en su bodeguita, hurgando en
desaliñados estantes y llenándome de polvo. Eso, claro, fue lo
de menos, porque las varias horas de búsqueda empeñosa redituaron un puñado de menudas joyas: diez o doce libros mexicanos del siglo diecinueve nada fáciles de conseguir en esos
tiempos. Pero como el precio del lote, aunque modesto, excedía lo que llevaba en los bolsillos, le pedí que me apartara los
libros para recogerlos (y pagarlos) al día siguiente. Y allí ardió
Troya. Pese a que el señor Álvarez había accedido, sin chistar,
a esperarme, cuando regresé a concluir el negocio, los libros se
habían esfumado, y el taimado librero ni siquiera se molestó en
urdir una explicación. “Sepa Dios adónde habrán volado”, me
dijo encogiéndose de hombros. Y tan tranquilo, se puso a leer
30 la Gaceta
una revista. Alguien me aclaró que el hijo de don Juan, secretario de un juzgado vecino y mejor conocedor de libros que su
padre, había llegado al expendio como todos los días después
de su trabajo, y, sin atender razones, se había apoderado de los
diez o doce tomos (que técnica y moralmente ya eran míos) a
fin de venderlos a óptimo precio, harto superior no sólo al
convenido, sino a cuanto yo hubiera podido pagar por ellos.
Tamaño desaire me hizo rabiar, y no volví a poner los pies en
el feudo de los Álvarez.
Cosa que no debió de haber importado para nada ni al
padre ni al hijo. Cuando lustros más tarde se me ocurrió asomarme al zaguán, don Juan estaba sentado sobre el mostrador,
con su impostergable sombrero y sus gafas de costumbre. No
me reconoció, y mucho menos quiso admitirme en la bodega.
El rompimiento se tornó definitivo.
En la Avenida Hidalgo, cerca de la Alameda Central, laboraban otras conspicuas librerías de viejo. Había una llamada
Otelo, donde se encontraban cosas apetecibles; con todo, los
vendedores eran unos mercachifles de arrogante malhumor.
La de mayor interés era, sin duda, la de Andrés Zaplana, lo-
número 424, abril 2006
a
cuaz, generoso comerciante que disfrutaba la charla con sus
clientes sobre cualesquier aspectos de la cultura, libresca o no.
Zaplana se hizo luego, transportado a distintos rumbos de la
ciudad, de justo renombre en el mercado de lance. Pero en la
época en que lo conocí cumplía una misión que me parecía
insuperable: la de dotarnos en tiempos difíciles, a mí y a unos
cuantos amigos sin plata, de libros de autores europeos contemporáneos. Así leímos a Rilke, a Giraudoux, a Éluard, a
Cocteau, y aun a tan insólitos poetas como O. W. de Lubicz
Milosz; a todos en flamantes ediciones originales de Gallimard
y Grasset, que don Andrés lograba rescatar para nosotros, no
sé cómo ni dónde, no obstante la penuria bibliográfica asestada
a Francia por la guerra y la ocupación.
A un costado del ex templo de San Agustín —que por largos
años alojó a la Biblioteca Nacional— descubrí una tercera librería de viejo, que tenía la enorme ventaja de hallarse siempre
desierta. No sé por qué motivo fue a dar allí una buena parte
de los libros que habían sido propiedad de José D. Frías (el
“Vate Frías”, trágicamente muerto en 1436: poeta segundón,
pero concienzudo viajero por Europa y gran amigo de sus mejores prójimos). Entre ellos encontré una rarísima primera
edición de Laforgue, una colección de antiguas revistas de arte,
y una docena de volúmenes, nacionales y franceses, dedicados
al malogrado vate por sus respectivos autores.
Mi búsqueda de libros viejos no se redujo, en su momento,
al territorio patrio. Pero las limitaciones económicas con que
solía viajar al extranjero me impedían, por lo general, adquirir
ejemplares de significación mayor. Recuerdo, sin embargo,
haber recorrido en Nueva York, desde mi primera visita a
Manhattan, las pequeñas librerías de la Cuarta Avenida (prolongación desigual de Park Avenue), y en visitas posteriores
haber explorado con algún provecho las estanterías bellamente
desordenadas del Gotham’s Book Mart, en la parte central de
la ciudad. En Los Ángeles me hice de un curioso Dickens y del
William Blake de la Nonesuch Press. Pero en París, en donde
viví más de un año como estudiante (becado por el gobierno
francés), sólo compré, a orillas del Sena, una docena de libros
rutinarios, muy a pesar de haber morado, por espacio de tres
meses, entre los tesoros bibliográficos de la rue Bonaparte y la
rue Jacob. Y es que el dinero de la beca escasamente me alcanzaba para sobrevivir; y los parcos ahorros que llevaba los contemprana edición irlandesa de Coole), hoy inencontrables, que
sumí viajando por el Mediterráneo y asomándome al Brasil
a fines de los cincuenta abandoné a su mejor suerte en el mosantes del regreso a México.
trador de Hatchards, en Picadilly, por
Londres, metrópolis tradicional de
Londres, metrópolis tradicional de
faltarme en esa época las cien libras que
los libreros anticuarios, me ha
los libreros anticuarios, me ha deparado
ambos regios conjuntos me hubieran
deparado en mis varias visitas muy
en mis varias visitas muy gratas adquisicostado?
gratas adquisiciones. Aun así,
ciones. Aun así, recuerdo con más intenCurioso: durante los tres años que
recuerdo con más intensidad los
sidad los libros que he dejado escapar,
viví en Atenas, apenas si me asomé dos o
libros que he dejado escapar,
siempre por razones financieras, que los
tres veces a sus librerías de viejo. Quizá
siempre por razones financieras, que
dichosamente obtenidos. En Dawsons
influyó en mí la noticia que me dio una
los dichosamente obtenidos
of Pall Mall conquisté, a fines de los senoche en mi casa Giorgos Katsímbalis
senta, el maravilloso Dictionnaire mytho(mejor conocido como “El Coloso de
hermétique, de Dom Pernéty, en la edición original de 1758.
Maroussi”) de que había transformado la prestigiada biblioteca
Semejante título, uno de los más consultados por Gérard de
de su residencia en gran cueva para almacenar buenos vinos. Yo
Nerval, todavía no consigue hacerme olvidar el Petit Albert
no tenía entonces un cuarto especial para alojar mis libros, y no
(repertorio mágico atribuido a san Alberto Magno y multicitame fue posible por tanto convertir tal espacio en enoteca. Pero
do por Julio Cortázar), asimismo en edición dieciochesca, que
la confesión del hedonista Coloso, bibliógrafo extraoficial de la
dejé ir porque los dignos libreros de Dawsons rehusaron mis
moderna literatura helénica, me enseñó acaso un orden de
cheques de viajero. ¿Y qué decir de aquellas obras completas de
prioridades más humano que el dictado por las convenciones
Joseph Conrad, y de los cinco tomos de las de Yeats (en la
académicas. Quizá… G
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la Gaceta 31
a
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a
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