Réplicas y Recenciones - Trabajos de Prehistoria

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TRABAJOS DE PREHISTORIA
50. 1993. pp . 269-301
VV.AA. ,,/ Jornades sobre la situació professional en /'Arqueologia. Barcelona 1987». Col.legi
Oficial de Doctors y Llicenciats en Filosofia i L1etres i en Ciences de Catalunya y
Diputació de Barcelona. Barcelona. 1992. 235 pp. ISBN 84-600-8157-5.
La lectura de las actas de estas 1 Jornadas, que ven la luz con casi seis años de retraso, resulta
doblemente útil para todos los que nos interesamos por el presente y el futuro del Patrimonio arqueólogico;
primero, porque concentra en no demasiadas páginas la larga lista de problemas que afectan a una profesión
-la de arqueólogo- que sólo existe porque una minoría se empeña en ello, pero que no contaba entonces
-ni cuenta ahora- con el respaldo social ni administrativo necesario para dejar de ser un germen o incluso
sólo un deseo; segundo, porque estas actas se publican casi al mismo tiempo que se celebran en Barcelona las
II Jornadas. La comparación entre ambos conjuntos de palabras y denuncias nos muestra el lento movimiento
-a veces en retroceso- que se ha producido en estos seis años, lo que nos lleva a buscar explicaciones en
una prospección siempre exasperante .
En Marzo de 1987, el grupo de arqueólogos de la Comisión del Patrimonio del Colegio Oficial de
Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Cataluña reunió a 180 personas -el 82 %
catalanas- en el Centro Cívico de las Cocheras de Sants de Barcelona para hablar, reflexionar y discutir
sobre el entonces incipiente problema del ejercicio profesional de la Arqueología. Se trataba de una iniciativa
pionera y sin precedentes en Europa. Apenas dos años antes se había aprobado la Ley de Patrimonio
Histórico Español y se había finalizado el proceso de transferencias en materia de Cultura a las Comunidades
Autónomas. La multiplicación de administraciones responsables había dado pie a toda una oleada de nuevas
posibilidades para el ejercicio de la Arqueología. Expresiones insólitas para este campo, como «empresas»,
«sociedades limitadas», «cooperativas», «gestión», «intervención» o «prevención», estaban comenzando a
esbozar un ambiente diferente, separado de la Universidad y de los Museos -los hogares tradicionales de los
arqueólogos-, y repleto de problemas: ausencia de titulación específica, formación inadecuada, nula incidencia
social, desigualdad y diversidad en las reglamentaciones comunitarias, escasez de Servicios de Arqueología en
los Municipios o en las Diputaciones, falta de coordinación supracomunitaria, desconocimiento de temas tan
básicos como los fiscales o los de higiene y seguridad en el trabajo ...
De todo ello se habló en Barcelona y estas actas quedan como testimonio de una época concreta en la
que por encima de todas las dificultades se respiraba un aire de esperanza, como si realmente la sociedad
estuviera a punto de demandar, apoyar y dinamizar tal profesión. Las dos representaciones extranjeras
-francesa e italiana- vinieron a decirnos que ellos no se encontraban mucho mejor y que todos estábamos
en el mismo barco.
Los catalanes concentraron sus esfuerzos y nos presentaron con claridad sus procedimientos y problemas:
los relativos al Servicio de Arqueología de la Generalitat (J. Peiret) y los del Servicio del Patrimonio
arquitectónico de la Diputación de Barcelona (A . González). Con la ciudad de Tarragona como fondo nos
enteramos de hasta qué punto un Plan General de Ordenación Urbana puede convertirse en un instrumento
de trabajo para los profesionales de la Arqueología (E. Terré), y de cuáles eran los sueños del
Taller-Escuela de Arqueología (X. Dupré). Antes, en el preámbulo, tenemos la oportunidad de comprender
la movilización de los arqueólogos catalanes, desde 1978, a través de una singular e interesantísima historia
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en la que nos llama la atención la retirada de la Universidad, que había jugado un importante papel en un
primer momento, frente a la extensión del Servicio de Arqueología (E. Riu).
Las ponencias y comunicaciones que se refieren a asuntos generales son nueve y ocupan la mayor parte
del libro. Cuatro de ellas se dedican a analizar la naturaleza de la Arqueología y la definición del
arqueólogo: una historia de la gestación del Estatuto profesional de la Arqueología de la APAE (Asociación
Profesional de arqueólogos de España) (M. A. Quero!), más reflexiones sobre la necesidad de una definición
legal del arqueólogo (M . Fontao y F. PicornelI), un análisis del papel del arqueólogo en la conservación del
Patrimonio Cultural (M . Mas y G . Torra) y una valiente denuncia de males como los esquiroles o los francotiradores que ya por entonces amenazaban destruir algo tan incipiente (A. Oliver).
A las relaciones con la Administración se dedican dos unidades, ambas centradas en el esperanzador
papel de los municipios, aunque escritas desde dos perspectivas geográficas distintas: una desde Soria (c. de
la Casa) y la otra desde la propia Cataluña (c. Bastit y A. Cebrj¡'i).
Un grupo de la Universidad de Cáceres presentó un análisis del carácter de la disciplina mezclado con un
manifiesto sobre lo que debe ser la formación universitaria del arqueólogo (E. Cerrillo el aJii); otro se
sumergió en las dificultades específicas de los arqueólogos subacuáticos (L. Lauger el alii).
Por último, dentro de este apartado, la ponencia redactada por los responsables de la organización, que,
junto con los apéndices que incorpora, constituye el núcleo central del libro -del que ocupa el 42 %-. Bajo
el título «La situación profesional en la Arqueología» se centra en la necesidad de una norma propia,
planteando una alternativa al «Estatuto» presentado por la APAE, en la que destaca la obligación de
colegiarse para el ejercicio de la profesión. Analiza también las diferentes situaciones laborales y las formas
de contratación y pasa después a desgranar diecinueve apéndices, en apariencia inconexos, pero que pueden
articularse en cuatro grupos: el primero incluye cuatro artículos o informes cortos sobre temas semejantes,
publicados con anterioridad a las Jornadas. El segundo, cinco textos legales -el título V de la Ley 16/85
(aquí denominada, por error, 18/1989) y los apartados en los que se especifican las condiciones exigidas a los
profesionales para dirigir los proyectos de intervención arqueológica en los reglamentos de Canarias,
Cantabria, Cataluña y Galicia-. El tercer grupo está dedicado a la APAE e incluye la primera versión del
Estatuto profesional -de principios de 1986- y la segunda -de finales del mismo año-, esta última
titulada ya «Borrador del proyecto de Real Decreto por el que se regula el ejercicio de la actividad
arqueológica en España», que fue la que se presentó oficialmente al Ministerio de Cultura en la primavera de
1987. Ambos textos de la APAE van seguidos de detalladas enmiendas propuestas en su momento por el
propio grupo organizador de las Jornadas. Se incluye también como otro apéndice el resultado de una
encuesta realizada por la APAE sobre las titulaciones universitarias de los arqueólogos; en él, entre muchas
otras, aparece tres veces la titulación «Arqueología», con lo que alguien podria pensar que en alguna
Universidad española existe o ha existido tal título. Sin embargo, revisadas las fuentes originales -en los
archivos de la APAE-, se observa que corresponden a tres personas procedentes de la Universidad
Autónoma de Madrid, cuya titulación oficial ha sido hasta hoy la de «Licenciado en Filosofía y Letras,
sección de ... ». Es posible que estas personas no hayan consultado sus propios títulos para responder a la
encuesta, y hayan dejado constancia en ella más de sus deseos que de sus realidades.
El último grupo de apéndices incluye cuatro textos legales relativos a cuestiones contractuales y cuatro
modelos de contratos.
Se publican además dos artículos informativos muy útiles: uno sobre seguros y responsabilidades civiles
de los arqueólogos, en el que hasta se habla de un fondo de pensiones (J. Barbera), y otro sobre los
problemas fiscales específicos (J. Pujadó).
Tras cada una de las cuatro sesiones se produjeron interesantes debates de los que este libro recoge los
resúmenes.
Del capítulo final, el de las conclusiones, puede extraerse un decálogo de necesidades repetidas y
perentorias: definición del arqueólogo, reglamentación de su ejercicio profesional, organización colegial,
normativa laboral, adecuación entre práctica real y formación-titulación, presencia de arqueólogos en los
organismos de gestión del Patrimonio Histórico, incidencia social positiva de la Arqueología, aumento y
coordinación de los Servicios Municipales de Arqueología, estimulación de los fondos privados y adecuación
de los reglamentos sobre intervenciones arqueológicas.
Seis años después no se ha cubierto ninguna de ellas; el tiempo ha desgastado los filos de su urgencia y su
carácter perentorio ha perdido fuerza. En 1987 nos parecía evidente a muchos la necesidad de acotar,
reglamentar, definir o adecuar la profesión. Ahora la pregunta que queda en el aire ha descendido varios
peldaños en la escala de las certezas y se refiere a la verdadera utilidad de esta «profesión» para la propia
ciencia de la Arqueología.
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Creo que por todas estas razones, no importa demasiado el retraso en la publicación de estas actas : el
libro, su heterogéneo, esperanzador, curioso e interesante contenido, nos recuerda todo lo que nos queda por
recorrer, colocándonos de nuevo en la salida, frente a un papel en blanco sobre el que aún hemos de dibujar
el recorrido, y preguntándonos, ahora ya con más razones, si es que realmente queremos hacerlo. Y si sí,
para qué.
M . ANGELES QUEROL
Departamento de Prehistoria
l:acultad de Geografía e Historia
lJnivnsidad Complutense
Madrid
NORMAN J. G. POUNDS, «La vida cotidiana: historia de la cultura material". Serie
Mayor, Josep Fontana y Gonzalo Pontón (dir.). Crítica. Barcelona, 1992. 572 pp.,
127 figs., 14 láms., 23 gráf., 3 cuad., 24 plan., abreviaturas, notas, bibliografía,
índices alfabético y general. ISBN 84-7423-539-1.
Pese a que sólo un tercio de este libro se refiera directamente a la Prehistoria, el hecho de que el nexo de
unión de todo el discurso sean, supuestamente, las poblaciones agrícolas tradicionales, básicamente europeas,
y los procesos culturales de evolución/involución, cambio y continuidad, etnológicamente extrapolables, nos
decidió a llevar a cabo su reseña.
La presente obra pretende ser, según aparece en la contraportada, una historia del modo en que hombres
y mujeres han dado satisfacción a sus necesidades físicas -alimentación, cobijo y vestido- y a las
aspiraciones de sus mentes, siendo la historia de la cultura material, ante todo, la historia de las técnicas
esenciales para la supervivencia humana. Sin embargo, salvo el título y esta declaración de principios, que
más tarde abordaremos, poco más hay de relación con lo que normalmente se entiende por cultura material
o con lo que de novedoso tendría un estudio sobre la vida cotidiana.
Tres son las partes que componen este trabajo, con un tratamiento claramente preferencial por la
segunda, en la que el autor parece sentirse más cómodo. La primera (127 pp.) consta de un amplio capítulo
sobre la Prehistoria del Próximo Oriente y Europa y una breve referencia al mundo rural de Grecia y Roma.
La segunda (343 pp,) está genéricamente relacionada con la Edad Media, aunque las primeras 154 pp,
contemplan continuas referencias cruzadas con los poblados de la Edad del Bronce y del Hierro, sobre todo
de Centroeuropa, tratando el resto de la ascensión de los modos de vida urbanos y la supeditación del
campo a las nuevas necesidades sociales. La tercera parte (43 pp.) se corresponde con lo que el autor
denomina el «período de crecimiento acelerado», ya en los mundos Moderno y Contemporáneo. Un escueto
Prefacio (2 pp.), un sinóptico resumen a modo de Conclusión (15 pp.), unas agobiantes e incómodas notas
carentes de crítica (16 pp.) y una inoperante bibliografía (4 pp.), completan, junto con los índices, el
conjunto total de la obra.
Formalmente nos hallamos con un cuidado trabajo, un tipo de letra cómodo, pero con unas ilustraciones
que no sólo no añaden información al texto, sino que incluso a veces desorientan al lector, tanto por ser
pésimas, como por encontrarse descontextualizadas, salvo en el caso de algunos planos. La traducción nos ha
parecido buena,
Pese a lo atractivo del título y a la declaración de intenciones tanto de la contraportada como del
prefacio (p. 10) o del capítulo 1 (p. 23), se trata, ante todo de una obra divulgativa, que recoge los avatares
de algunas zonas de Europa desde el Paleolítico hasta el fin de la sociedad preindustrial, dentro de las
corrientes más tradicionalistas del ámbito anglosajón, difusionismo y evolucionismo unilineal, sobre todo.
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Comienza hablando de las necesidades primarias del ser humano: comida, cobijo y abrigo (cultura
material) en contraposición con las necesidades secundarias : «aspiraciones intelectuales» y los «temores ..
(cultura de lo inmaterial). Las semejanzas con los postulados estructuralistas de Lévi-Strauss acaban aquí.
Pese a plantearse la generación de nuevas necesidades básicas más y más complejas, según vamos
asegurando la consecución de las anteriores, en vez de considerarlo como un continuum de cambio de la
estructura cultural subyacente , lo plasma como el resultado, primero de un fenómeno mixto de evolución
unilineal y difusión, y después como un proceso de evolución multilineal y difusión en el que la transmisión
de cultura material puede ser, aunque no lo explique, de algún modo separado del fenomeno cultural per se.
Este planteamiento de evolucionismo-difusionismo marcará el sentido del discurso, haciéndolo partir
geográficamente del Proximo Oriente , origen del «todo cultural» , que favorecerá a Europa (la del Norte y del
Centro, básicamente) hasta que ésta alcanza altos niveles de complejidad cultural, que culminan en el XVIII,
momento en que se produce un vuelco y es Europa la que se siente en la obligación moral de «exportar su
avanzado modelo cultural» . Resulta tan curiosa como obsoleta esta justificación, tan Eurocéntrica, del papel
de nuestra civilización en el resto del mundo.
En la parte dedicada a la Prehistoria, su explicación dI' los procesos descritos están claramente anticuados
o son erróneos (<<el uso de otras piedras aparte del sílex o de útiles de hueso es claramente tardío, ya en
época Neolítica», p. 35), las fechas que aporta superadas o puestas en tela de juicio (<<3.000 a .e. para el
origen de la agricultura en la Península Ibérica», p. 47) Y las definiciones de los horizontes culturales nos
llevan a una peligrosa simplificación (Edad de los Metales, por ejemplo, englobando un sinfín de fenómenos
y grupos socioculturales distintos).
Se contradice a sí mismo cuando niega la posibilidad de la evolución cultural autónoma del hombre
Paleolítico y Neolítico europeo del que dice no aportó «ninguna invención importante» (p. 27), Y que hace
las cosas sin ser consciente de la mejora que suponen, aunque desarrolló el «arte de la talla de sílex hasta
extremos insuperables» (p. 34), afirmando más adelante que todos los hombres estaban igualmente dotados
mental y físicamente, por lo que es imposible no pensar en la misma respuesta en distintos lugares.
Dedica una buena parte del libro a la importancia de la comparación de las unidades habitacionales, sin
importarle demasiado las diferencias no solo cronológicas sino ambientales, ya que, pese a ser un especialista
en geografia histórica, en ningún momento plantea la relación entre necesidades del entorno físico , entorno
sociocultural y respuesta adaptativa, salvo en el caso de la descripción de los materiales constructivos de los
que apunta se utilizaban aquellos que se tenían en el entorno. Así relaciona toda la fase agrícola de la
Prehistoria, el mundo rural antiguo y el medieval (sobre todo la Europa nórdica, a la que define como
reducto vivo del pasado). El paso por el mundo medieval lo completa con una detallada descripción de
calamidades: plagas, hambre y enfermedades, que nos transportan, sin una clara visión del proceso evolutivo
(si exceptuamos sus menciones al espíritu luchador del ser humano), hasta los inicios de la era moderna, de
la que parece existir una única realidad y razón: la industrialización.
Resumiendo, nos encontramos con un tratamiento desigual de las distintas partes del libro. En la parte
dedicada a la Prehistoria e Historia Antigua intenta plantear las bases teóricas de su discurso y desarrollar la
idea expresada con el título, pero el tradicionalismo del método de análisis y del planteamiento teórico, el
fallido intento de aplicar una visión antropológica, o al menos etnográfica, el rechazo frontal del materialismo,
y una inexplicable carencia de datos contrastados, conforman una amalgama difícil de digerir.
La situación se simplifica cuando entramos en el campo de las sociedades estatales, donde el autor
abandona esta indefinición para entrar en un hilo historicista tradicional que no abandonará en las siguientes
partes de la obra: la descripción de la polis y el desarrollo de la ganadería y la agricultura en el mundo
griego, todo según el relato de las fuentes, el trazado de la ciudad y la casa romana, las villas rurales, los
poblados del inicio del medioevo, la reordenación del poder por el señor feudal y su reflejo en las áreas
rurales y los trabajos agrícola-ganaderos, la historia pura y dura de las plagas y epidemias y por último el
renacer de una sociedad, foco de emanación cultural, origen de la industrialización .
La bibliografía nos presenta un conjunto de obras que define como de interés para el estudio de la
cultura material, básicamente de los años 70 y 80, discutibles en cuanto a su utilidad para la temática que
propone. Además, al revisar las notas encontramos las verdaderas fuentes de documentación de la obra,
siendo el período 1940-1960 al que se recurre.
Echamos en falta referencias a otros autores, ya clásicos, que se han significado en el estudio de la
cultura material y su relación con el fenómeno "Cultura» como C. Marx, A. Carandini, H. Hodges, P. Rice ,
R. Beals y H. Hoijer, o incluso el mismo M. Harris.
Si hablamos sobre la historia de la vida cotidiana, que el autor confunde con cultura material, estamos
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hablando de todo lo que se relaciona tanto con las clases no dominantes y con el mundo rural, como con el
quehacer ciudadano diario de un gran señor, lejos de toda gesta; todo, por tanto, es vida cotidiana .
En este contexto, la obra de P. S. Wells, Granjas, aldeas y ciudades. Comercio y orígenes del urbanismo en
la Protohistoria europea (1984), nos parece una conseguida síntesis de lo pretendido con la obra reseñada.
En fin , nos hallamos ante una obra peculiar en el plano divulgativo, pese a las carencias de su primera
parte, que puede servir al lector profano para ver la evolución de algunas culturas europeas desde tiempos
tempranos , con la ventaja de no cargarle con una asfixiante acumulación de fechas y nombres.
Sin embargo para el investigador, aparte de las evocaciones de la obra de S. N. Kramer La Historia
empieza en Sumer (1958), la única aportación de esta obra es el asombro que produce su reciente aparición
en el mercado, en una editorial del prestigio de Crítica y en una colección dirigida por un historiador,
marxiano, de la talla de Fontana.
Finalizamos con una frase del autor que nos ha impactado sobremanera, y que puede no ser la más
definitoria del libro, pero personalmente la consideramos altamente significativa:
«La cerámica y alfarería. la pintura. el dibujo y el grabado de escenas de caza en las paredes de las
cuevas y sobre pedazos de hueso tal vez fuesen formas de magia simpática. pero demuestran también que
había tiempo y ganas de dedicarse a otras cosas» (p. 36).
CESAR M. HERAS y MARTINEZ
Departamento de Prehistoria
Centro de Estudios Históricos
CSIC, Madrid
FRANK KLEES y RUDOLPH KUPER (eds.), «New Light on the Northeast African Pasto
Current Prehistoric Research (Contributions to a Symposium. Cologne 1990»>. Africa
Praehistorica 5. Heinrich Barth Institut, Kaln, 1992. 250 pp., figs. + láms. ISBN 3927688-06-1 .
El volumen que comentamos reune los trabajos encomendados en 1990 a los principales prehistoriadores
que trabajan en el Africa Nororiental, con el fin de que resumieran el estado de la investigación hasta la
fecha y como preparación del congreso de Dymaczewwo (Poznan, Polonia) de 1992. Aunque el resultado
obtenido es desigual, con enfoques y amplitudes diferentes de los trabajos -algo lógico al ser producto de
investigadores de distintas naciones y escuelas que trabajan en áreas no menos dispares- y se echan en falta
regiones (p.e. Etiopía), y otras más nucleares apenas están recogidas (p.e. Sudán central), se puede considerar
este libro, quinto de una excelente serie de la Universidad de Colonia dedicada a la Prehistoria africana,
como la mejor introducción actual a las primeras culturas de esta región, llamada a completar y reemplazar
en parte a otras síntesis ya algo desfasadas (Willians y Faure 1980; Clase 1987).
El Paleolítico del Norte y Este de Africa cuenta con una representación mayor en el volumen, además de
ser expuesto de forma más global en las síntesis de los diferentes períodos. Los avances de la investigación
reciente se registran, al igual que ocurre en otras zonas, en el refinamiento cronológico producto de la
aplicación de técnicas que superan los problemas del carbono-14 (en especial, la serie del Uranio) y en los
estudios de tipo ecológico sobre yacimientos en contexto primario (sobre todo en el valle del Nilo) que
sobrepasan el enfoque meramente tipológico.
La síntesis sobre el Paleolítico inferior del Norte de Africa y el Sahara fue encargada a John Desmond
Clark (Univ. de Berkeley), uno de los fundadores de la prehistoria africana desde sus trabajos, ya lejanos en
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el tiempo, en Sudáfrica y Africa Oriental. El autor debe constatar de nuevo el sorprendente contraste entre la
escasa información disponible sobre esta región y la riqueza y antigüedad de los datos en el Africa Oriental y
Meridional: sólo se conoce un «suelo de habitación», del Ache\ense Superior, en todo el Norte de Africa,
excavado en Nubia durante la campaña de los años sesenta (Arkin 8). Parece necesario, por tanto, seguir
utilizando las clásicas secuencias de Biberson y otros investigadores franceses para el Maghreb y el Sahara,
basadas en seriaciones tipológicas y faunísticas de yacimientos en contextos secundarios, y apenas revisadas
por los trabajos más recientes . Las nuevas fechas de Uranio se refieren a contextos en general ya tardíos
(Achelense Superior), con mucho los más abundantes, y únicamente la de la cantera de Thomas 1 (Casablanca), > 700.000 bp, parece confirmar las altas cronologías propuestas tradicionalmente para las industrias de
cantos trahajados de la región .
El Paleolítico Medio es examinado por Fred Wendorf y Romuald Schild, directores de la misión
combinada de Estados Unidos y Polonia que desde los años sesenta ha investigado con mayor intensidad y
mejores resultados el Paleolítico y Neolítico del valle del Nilo y el Sahara oriental (Wendorf 1968; Wendorf y
Schild 1976; 1980; Wendorf, Schild y Close 1980; 1984; 1986). Su capítulo se completa con el siguiente, de
Schild, Wendorf y Angela E. Clase, que resume los estudios más recientes, en especial basados en la
correlación de los núcleos marinos y los depósitos terrestres, sobre los cambios climáticos en la región
durante el Pleistoceno Superior. La novedad más llamativa se refiere a la periodización climática y cultural
del Sahara: al contrario de la tesis tradicional aún sostenida por algunos, que proponía un intervalo húmedo
entre 35.000 y 20.000 bp, se defiende que esta inmensa región tuvo un clima hiper-árido, que hizo imposible
la ocupación humana, durante todo el período entre 75-70.000 y 12.000 bp. Como consecuencia, el Ateriense
sahariano debe ser mucho más antiguo de 10 que se creía y se le puede situar en el último interglaciar (las
fechas radiocarbónicas conocidas hasta ahora, en torno a 40-30.000 bp, eran en realidad infinitas, como se
ha visto por el reprocesado de algunas muestras de carbonatos). No obstante, los autores admiten, sin
demasiado convencimiento, la posibilidad de una perduración del Ateriense en el Maghreb, basada no sólo
en el C-14 sino también en la presencia de algunos elementos del Paleolítico Superior unidos a los aterienses
en algunos yacimientos. En el valle del Nilo el Ateriense se registra en muy contadas ocasiones con
cronología del interglaciar, siendo luego sustituido por un Musteriense que en Nubia presenta una variante
regional (definida por la talla frecuente de puntas Levallois), tal vez relacionada con el Paleolítico Medio de
Sudán y Etiopia, muy mal conocido, y del Africa central (presencia de lanceolados bifaciales que recuerdan
el Sangoense-Lupenbiense). De interés son también los diferentes tipos de explotación lítica observados en el
valle del Nilo (útiles en talleres), Sahara oriental (utiles elaborados en talleres y llevados a orillas de lagos) y
el Maghreb (útiles elaborados en los campamentos), aunque la explicación de tal diferencia se pospone por el
momento. Los autores apenas entran en el tema de los restos humanos (Jebel Irhoud, Dar es Soltan, etc.),
cuya clasificación (relacionados con el neandertal o con el Homo s. sapiens local posterior, tipo Mechta) sigue
siendo problemática.
En el trabajo siguiente, el más extenso del volumen, Pierre M. Vermeersch (Univ. de Lovaina), director
del equipo belga que investiga el Paleolítico del valle del Nilo egipcio, expone los conocimientos actuales
sobre las industrias del Paleolítico Superior de Africa del Norte y Oriental, incluyendo zonas no tratadas en
las restantes síntesis, como Tanzania o Zaire, e incluso de fuera del continente pero muy próximas, como el
Negev (Israel). Lo último se justifica porque es ahí donde se encuentra uno de los yacimientos clave para
entender la transición del Paleolítico Medio al Superior, Boker Tachtit (Marks, 1983), en cuya estratigrafía,
entre c. 47.000 y c. 42.000 bp, se aprecia la progresiva sustitución de los útiles sobre lasca por los útiles sobre
lámina, y la talla Levallois por La laminar. Por desgracia, en el resto del área estudiada no existe ningún
yacimiento de este tipo, apareciendo las industrias laminares de forma más o menos repentina (al contrario
del sur del continente, donde a 10 largo de la Midd/e Stone Age se van acentuando los caracteres laminares e
incluso microlíticos: industrias Howieson's Poort y post-H. P.). Con todo, en las industrias del Paleolítico
Superior en el valle del Nilo existen elementos «antiguos», como la talla LevaLlois ocasional, o el curioso y
particular fenómeno de la talla tipo Halfa, que consiste en preparar una lasca Levallois mediante levantamientos laminares o micro-laminares en el extremo distal. Para Vermeersch, y en contra de Wendorf y
SchiLd, algunos yacimientos e industrias con esos elementos (Gemaiense, primeras fases del HaLfiense), por
otra parte no bien fechados y en contextos dudosos de posible mezcla, deben ser separados del resto de
industrias (todas posteriores a c. 21.000 bp) y considerarse como indicios de una transición producida en
fechas más antiguas aún sin determinar.
El problema de la transición se complica además por el hecho de que entre aproximadamente 30.000 y
20.000 bp apenas existen hallazgos en todo el Norte de Africa. Con el Sahara vacío de ocupación humana,
en el Maghreb la posible explicación sería la dudosa perduración, como vimos, del Ateriense, mientras que la
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industria Dabbense de Libia, de grandes láminas de dorso y fechada en Haua Fteah entre 38-32.000 y 18.000
bp, sr conoce en muy pocos sitios y no se parece apenas a ninguna otra cultura de ésta o adyacentes
regiones. Algo parecido ocurre en el valle del Nilo, donde la misión belga ha registrado dos yacimientos,
Nazlet Khater 4 (c . 33.000 bp) y Shuwikhat (c. 25.000 bp), el primero de ellos una mina subterránea de sílex
con un enterramiento mechtoide, que podrían ser de transición pero cuya industria atípica hace difícil
cualquier comparación.
A partir de 21-20.000 bp es cuando se registran las culturas características del Paleolítico Superior, en el
Maghreb (Iberomauritano, cuyo yacimiento más antiguo conocido, Tamar Hat en Argelia, entre 20.600 y
16.100 bp, presenta tal abundancia de restos de cabra que ha hecho proponer un posible inicio de
domesticación, no aceptado en general por la mayoría de los autores) y sobre todo en el valle del Nilo. En
esta última zona la importancia de la investigación de lo faraónico por un lado, y los pobres resultados de
principios de siglo, que ofrecían una imagen de eu/ de sae cultural «<del Levalloiso-musteriense se pasaba
directamente al Neolítico»), produjeron un retraso considerable en la investigación del Paleolítico, que no
empezó propiamente hasta los trabajos de la Combined Prehistorie Expedition de Wendorf y Schild durante la
campaña de Nubia en los años sesenta, y su continuación inmediata en el Nilo egipcio.
El resultado fue, con todo, espectacular, mostrando la gran variedad de culturas líticas que se asentaron
en las orillas del río, cuya riqueza tecnológica desmentía las anteriores acusaciones de conservadurismo, y
cuyo carácter local y de corta duración cronológica dio origen a la que es quizás la más larga serie de
términos culturales de toda la prehistoria para una misma región: Gemaiense, Fakhuriense, Kubbaniense,
Halfiense, ldfuense, Ballaniense, Silsiliense, Afiense, Sebiliense (la única industria conocida previamente),
Qadiense, Isnense, Shamarkiense, Elkabiense y Qaruniense. Todas ellas se dan entre 21.000 y 8.000 bp, más o
menos en el orden expuesto, aunque muchas son contemporáneas en distintas zonas, y no resulta fácil en
absoluto la deducción de posibles filiaciones evolutivas de unas con otras. Las diferencias en los porcentajes
de tipos de talla, núcleos y útiles (menos el extraño Sebiliense, todas son laminares o micro-laminares en una
zona donde abunda la piedra cristalina de buena calidad, apareciendo los microlitos. y geométricos sólo al
final de la secuencia) y que no existan apenas indicios de estacionalidad, son los hechos que provocaron en
sus descubridores la distinta denominación para cada una de estas industrias, que por lo tanto deberían ser
consideradas como obra de distintos grupos humanos.
Se ha propuesto en ocasiones la llegada de esos grupos desde diversas zonas del Sahara (lo que explicaría
tanta diferencia) a causa de la progresiva aridez, pero no se conoce en el desierto ninguna industria parecida
en esa época (ni tampoco distinta, por otro lado), existiendo sin embargo ciertas relaciones con el Iberomauritano y Capsiense del Maghreb (como el retoque Ouchtata), aproximadamente contemporáneos (¿un complejo
iberomauritano básico origen de todo?). Lo que sí está claro es que se adaptaron totalmente al medio
ambiente fluvial (ni/olie adjustment de Wendorf) mediante una economía de pesca además de la caza, y que
la recolección vegetal era muy importante, según indica el alto número de morteros registrados, pero la idea
de una agricultura establecida ya en el Kubbaniense, c. 19-17.000 bp, propuesta por Wendorf y sus
colaboradores (1980) ha sido luego desmentida por análisis directo de los granos por AMS. Otros fenómenos
dignos de resaltar durante este período son la prueba del ahumado de la pesca según métodos todavía hoy
utilizados en el lago Chad (sitio de Makhadma-4, c. 13.000 bp), y el descubrimiento de una de las necrópolis
más antiguas conocidas (Jebel Sahaba, industria qadiense, c. 13-12.000 bp) con muestras de muerte violenta
en la mayoría de sus esqueletos de tipo mechtoide (apenas tratado por Vermeersch, ver Wendorf 1968).
A partir de 12.000 bp se registra un descenso brusco del número de yacimientos en el Nilo (ver Hassan en
Willians y Faure 1980), tal vez resultado de conflictos entre los grupos y reducción demográfica, o por un
comportamiento irregular del río (el wi/d Ni/e) que produjo la destrucción de los sitios cercanos al cauce.
Pero hacia esa época se produce un hecho más importante, la vuelta transitoria del Sahara a condiciones
húmedas que hicieron posible un asentamiento humano muy intenso durante la primera mitad del Holoceno,
analizado en el volumen por Angela E. Clase (Univ. de Dallas), quien resume los trabajos de la misión
combinada en el desierto occidental egipcio, y Barbara Barich (Univ. de Roma), exponiendo los últimos
resultados obtenidos en el resto del Sahara.
En el suroeste de Egipto, hoy una de las zonas más áridas de la tierra, existieron una serie de lagos
estacionales entre 12 y 5.500 bp (Nabta Playa, Bir Kiseiba, Bir Tarfawi), donde la ocupación humana
comenzó hacia 9.500 bp, tal vez por grupos procedentes del Nilo. El punto importante reside aquí en la
propuesta por parte del equipo americano-polaco de que esos grupos ya eran productores de alimentos,
concretamente pastores de ganado bovino, aunque los restos óseos no muestran diferencia con los animales
todavía salvajes. El argumento se llama «ecológico» y se basa en que con la escasa precipitación existente
(menos de 50 mm anuales) dichos animales sólo podían ser provistos de agua llevándolos de uno a otro lago,
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276
RECENSIONES
o mediante pozos (se han encontrado numerosos restos) cuando aquéllos se secaban. El problema está en si
se puede llamar a esto «Neolítico», o simplemente un cierto «control cultural .. de los animales, presente en
otras culturas ya desde el Paleolítico final. La primera posición es apoyada también por Achilles Gautier,
máximo especialista en fauna norteafricana (p.e. en Clase 1987: 177), pero rechazada por otras renombradas
firmas, como Andrew B. Smith (1984) o Alfred Muzzolini (1989), con argumentos que A. E. Clase no recoge
en el trabajo que comentamos . En los yacimientos del desierto occidental también se registraron restos de
vegetales silvestres comestibles (los mismos que hoy todavía consumen las poblaciones nómadas del Sahara,
estudiados recientemente por J . R. Harlan), y de cerámica con la típica decoración impresa del Sahara y
Sudán, con algunos fragmentos en los sitios de cronología más antigua (9.500 bp). La escasez de los
fragmentos y su elaborada decoración hace pensar a Clase que su finalidad no fuera utilitaria sino de
prestigio social, pero este interesante argumento choca con los datos de otros yacimientos del Sahara o
Sudán central, donde desde el inicio Ce. 9.300 bp) la cerámica aparece ya en cantidades sustanciales (p. e. ver
Roset en Clase 1987).
El siguiente trabajo, de Barbara Barich, sobre las ocupaciones holocénicas del Sahara central y occidental,
se podría calificar de decepcionante sino fuera por la dificultad de tal tarea dc síntesis. A pesar de la larga
investigación en el área, o tal vez precisamente por ello, de la mayoría de las zonas y períodos sólo se
dispone de la secuencia cronológico-cultural o simplemente de los datos tipológicos, resultado lógico, por
otra parte, de la orientación teórica de los equipos, en general franceses, y del momento en que se realizaron
muchos de los trabajos, la época colonial. Por ello, Barich se limita a exponer, de forma demasiado sucinta
por desgracia, los resultados más recientes en áreas reducidas, como los suyos propios en el Tadrart Acacus
(Libia), con presencia cerámica desde c. 8.500 bp (en Niger desde 9.300 bp) y el interesante hecho de que las
comunidades se hicieron más estables, abandonando la estacionalidad e intensificando la recolección vegetal
de mijo, durante el intervalo más árido registrado entre c. 8.500 y 8.200 bp; la domesticación segura no se
registra hasta c. 6.000 bp (ver Barich en C10se 1987). También se recogen los trabajos en Mauritania, donde
se detecta en la costa un modelo de explotación marina desde el VII milenio bp, y en el interior se ha podido
estudiar la progresiva complejidad social del sistema de asentamientos en la región de Dhar Tichit, de forma
continua hasta la llegada de los metales con los grupos proto-bereberes (trabajos de Augustin Hall). (Para
una visión de conjunto de las fases más antiguas, pre-pastorales, en el Sahara y Nilo, ver el amplio estudio
de Elena Garcea, 1991).
La lectura de los tres últimos trabajos del volumen, de Michal Kobusiewicz, co-organizador de los
congresos de Poznan (Krzyzaniak y Kobusiewiecz, 1984; 1989), sobre el Neolítico y Predinástico egipcios; de
Francis Geus (Univ. de Lille) sobre el Neolítico de la Baja Nubia; y de Lech Krzyzaniak (Museo de Poznan)
sobre el Neolítico del Sudán central, produce un cierto desencanto por su parcialidad en el tratamiento de la
ingente información disponible, o del mismo tema elegido (Geus).
Sobre la Prehistoria final del valle del Nilo en Egipto se recogen de forma sumaria las últimas investigaciones, destacando la nueva periodización del Neolítico de Fayum (antiguo Fayum A de Caton-Thompson; el
Fayum B se considera hoy una mezcla de Qaruniense y Fayum A) en Fayumiense (c. 6.000-5.000 bp) y
Moeriense Ce. 5.400-5.000 bp), según los trabajos de Ginter y Kozlowki CUniv. de Cracovia). Lo interesante
de dicha división radica en que en la primera fase las influencias exteriores provienen del Próximo Oriente,
mientras en la segunda se detectan las del Sahara (probablemente por el retorno al río de los ocupantes de
los oasis que antes vimos); de esta manera, la solución del problema del origen del Neolítico egipcio, de gran
dificultad por el vacío que existe en el registro entre c. 7.000 y 6.000 bp (de nuevo explicable por un agudo y
largo estiaje), comienza a decantarse hacia fenómenos de difusión desde el núcleo principal del Levante, al
menos en la zona del Delta. (Para una síntesis global sobre el tema, en especial la transición hacia el sistema
estatal, ver Hassan, 1988).
El trabajo de Geus presenta un cierto interés historiográfico, puesto que revisa el conjunto de publicaciones
sobre una zona, la Baja Nubia, cuya investigación se clausuró en los años sesenta tras la inundación por el
lago de la presa alta de Aswan, y un tema, el Neolítico, con rasgos problemáticos y mal definidos que han
hecho que prácticamente no se haya vuelto a tratar desde entonces. A pesar de un cierto estilo de inventario
(separando por ejemplo los trabajos en Egipto y Sudán, cuando se trata de una zona homogénea), y de la
escasez de opiniones personales, la síntesis ofrece datos valiosos, como la evaluación de las antiguas
excavaciones de Myers en Abka o la defensa de la asignación que hizo Nordstrom, luego olvidada, de la
Khartoum Variantcon el Mesolítico de Jartum y del Akiense con el Neolítico de Shaheinab, ambas
importantes fases culturales del Sudán central.
Esas mismas fases son las tratadas por Krzyzaniak en el último artículo del volumen, demasiado breve
-aunque se remite a una síntesis amplia publicada en polaco en 1992- y centrado en la propia excavación
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I{ECENSIONES
del autor en Kadero (Neolítico inicial, c. 6.000-5.000 bp), con el interesante descubrimiento Jc tumbas con
grandes diferencias de ajuar indicativas del inicio de la diferenciación social. Tamhién se critica la manera en
general demasiado sumaria como se realizan las prospecciones en la zona, lo que resulta en un conocimiento
limitado a los grandes yacimientos-base ignorándose otros de ocupación estacional (pero ver resultados
recientes en este sentido en Fernández et alii. 1993).
En resumen, se puede decir de este volumen, por otra parte presentado con la calidad a que nos tienen
acostumbrados las ediciones alemanas, que cumple con su título, proyectando una «nueva luz» sobre el
pasado de la región. Sin embargo, no es toda la luz que hubiera podido hacerse. Como lamenta Rudolph
Kuper en la introducción, no se recogen los importantes trabajos de la misión francesa en varias necrópolis
del Neolítico Final en el Sudán central y septentrional, todavía sin publicar en su mayor parte, ni los de la
misión italo-americana en el Sudán oriental, donde existen restos de culturas con un grado de organización
muy avanzado desde el IV milenio A.e. (Mahal Teglinos cerca de Kassala); tampoco existen en el volumen
referencias al arte rupestre sahariano y nubio, aunque es cierto que los trabajos recientes sobre el tema son
escasos. De lamentar es también que los mismos organizadores del encuentro no hayan introducido una
síntesis de sus propios trabajos, un extenso proyecto en el desierto al oeste del Nilo entre Egipto y Sudán
(B.O.S. : Besiedlungsgeschichte der Ost-Sahara), dado que el volumen ya aparecido (Kuper, 1989) y otros en
preparación en esta misma serie se publican en idioma alemán. Por último, señalar con tristeza la ausencia
de investigadores originarios de la región como autores en este volumen, a pesar de su cada vez más activa
participación en trabajos y publicaciones recientes. Por desgracia, varias décadas después de la descolonización,
la Prehistoria africana sigue en manos de sus antiguas metrópolis .
VICTOR M . FERNANDEZ MARTINEZ
Departamento de Prehistoria
Facultad de Geografía e Historia
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RECENSIONES
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LA ARQUEOLOGIA DE LA MUERTE EN EL PALEOLITICO
TIIE ARCIIAEOLOGY OF DEATH IN THE PALAEOLITIIIC
PASCALE BINANT. «La Préhistoire de la mort: les premieres sépultures en Europe».
Collection des Hesperides. Ed. Errance. París, 1991. 168 pp., ils., plan., 24 cm.
ISBN 2-87772-045-4.
«Les sépultures du paléolithique». Collection Archéologie Aujourd'hui . Ed. Errance.
París, 1991. 107 pp., 30 cm. ISBN 2-87772-060-8.
«En la arqueología, la muerte está omnipresente». De esta manera, la primera frase de «La Préhistoire de
la mort» resume, sin duda alguna, el por qué de la importancia del tema, y, por lo tanto, el interés de los
Ii\nos de P. Binant que ahora presentamos.
Ha sido dificil durante mucho tiempo, encajar y estudiar con todo rigor el tema de la muerte y sus ritos
en los inicios de la prehistoria. La ausencia en este momento cultural de evidencias externas de envergadura,
así como la falta de pistas en los niveles de ocupación humana que alerten sobre la existencia de enterramientos, unidas a las particulares condiciones que debe tener el suelo para conservarlos, han hecho que los
enterramientos se hayan constituido en hitos en lugar de en uno más de los mensajes cotidianos que nos
brinda el registro arqueológico paleolítico.
Los prehistoriadores, los arqueólogos en general, perseguimos a través del estudio de los restos que
dejaron nuestros antepasados comprender cómo organizaban sus recursos, entender sus relaciones con otros
pueblos, su aprovechamiento del medio, asimilar, en fin, su forma de vida. A través de los datos que se
extraen de todo tipo de vestigios de su cotidianeidad pretendemos llegar a conocerlos, pero esto se torna más
dificil cuando lo que intentamos es aproximarnos a sus ideas y creencias, a su propia espiritualidad. Y el
camino para llegar a esto, si lo hay, es encontrando al hombre tal y como el mismo hombre lo dejó.
Ajuares, adornos de especies, formas, colores y asociaciones determinadas y repetidas una y otra vez,
ofrendas funerarias, ritos de inhumación... son los testigos mudos de esa vida espiritual que añoramos
conocer, y a la que Pascale Binant nos acerca en estos dos libros planteados por él mismo como complementarios
El primero de la serie, «La Préhistoire de la mort» es ante todo sorprendente. Y sorprende porque nos
lleva por el tema de la muerte desdramatizándola pero sin perder nunca el hilo de su trascendencia. Además,
lo que podría haber sido tan solo un glosario interminable de datos arqueológicos, consigue Binant
convertirlo en un texto apasionante y directo del que resulta dificil abstraerse. Algo que ya pueden intuir
aquellos que acostumbran a mirar antes que nada el índice y que se van a encontrar con capítulos tan
sugestivos como «en pantalones y camisa», «la maleta de viaje» o «los colores de la muerte».
Pascale Binant organiza el contenido de dos maneras complementarias y claramente diferenciadas:
estructurado en tres grandes bloques, desarrolla a lo largo de sus capítulos todas las circunstancias y
vestigios relativos a la muerte, planteándolos como idea general que aborda de forma clara y, ante todo,
amena, utilizando los datos concretos de cada enterramiento como punto de partida y como ejemplo, pero
no desarrollándolos en extensión, lo que deja para las ideas que surgen del cotejo, que en forma de cuadros
sinópticos, se brindan de todos los datos de los enterramientos conocidos. Así, nos acerca y nos ilustra sobre
los tipos de sepulturas, las asociaciones de cadáveres, los ajuares funerarios, sus asociaciones y significados,
la presencia de restos tanto animales como botánicos, los adornos y los restos de ritos o acciones que se han
llevado a cabo en las sepulturas. El texto aporta y desarrolla las conclusiones de cada una de las ideas que
plantea, y es a lo largo de cada capítulo donde deben buscarse los puntos clave, dado que pocas conclusiones
se nos ofrecen al final de la obra ya que como Binant advierte, sugerir cualquier modelo no sería más que
una reducción ya que no existe la «sepultura tipo» si bien el renombre de ciertos descubrimientos contribuye
a forjar estereotipos. Lo cierto es que precisamente en la diversidad radica la riqueza de este estudio. Al
texto hay que añadir los numerosos cuadros, esquemas, mapas y dibujos que dejan constancia de los detalles.
Es de agradecer este planteamiento dual que nos permite disponer al mismo tiempo de la información
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RECENSIONES
concreta y facilita que nos podamos extender en conocer sus ideas sobre la complejidad de las asociaciones
intrínsecas a los enterramientos y demás «galas dc la muerte".
Conviene recordar aquí, que no es esta la primera obra general sobre las sepulturas prehistóricas, pues ya
en 1986 Fabienne May publicó «Les sépultures préhistoriques». Este trabajo, planteado justo al contrario que
la obra de Binant, presenta en forma de desarrollo los avatares, detalles, historias, ajuares, estudios y eitas
bibliográficas sobre cada enterramiento, reservando los esquemas, y las conclusiones para los cuadros
sinópticos . Es en esta obra donde podemos conocer todos los datos precisos y extensos, y contrastar los
distintos estudios que ha habido sobre el tema y que su autora recoge en larguísimas citas bibliográficas.
El manejo de ambas obras facilitará, a nuestro juicio, una visión completísima del mundo funerario del
paleolítico. Complemento éste que Pascale Binant nos propone en su libro «Les sépultures paleolithiques»
que no es, sino en formato de texto telegráfico lo que se nos decía en los cuadros sinópticos de su primera
obra. De todos modos el autor no llama a engaño y advierte desde un principio que toda referencia de orden
general o analítico, así como cuadros sinópticos y dibujos hay que buscarlos en «La Préhistoire de la mort».
Dividido en tres grandes bloques que geográficamente abarcan a Europa (Francia, Bélgica, Italia, Gran
Bretaña, Alemania, España , Croacia, República Checa , República Eslovaca, Hungría) y a la C.E.I, se
recogen las sepulturas del Paleolítico Medio, Superior, y las inciertas de este último momento. En esta
segunda obra, el autor propone una «ficha tipo» lo más sencilla posible que recoge, de cada uno de los
enterramientos, sucintos datos sobre su localización geográfica, principales excavaciones y estratigrafía, así
como la atribución cultural de las sepulturas, su estructura, la presencia de adornos o ajuar, restos animales,
colorantes y apenas nada más, para terminar con un listado bibliográfico concreto sobre cada una. Creemos
que no es éste, ni por planteamiento ni por desarrollo, justo complemento a una obra como «La Préhistoire
de la mort» tan bien resuelta, densa pero accesible, llena de ideas sugestivas y frescas aportaciones, extensa y
concreta a un tiempo, que no debe buscar más complemento en «Les sépultures paleolithiques» que el de una
bibliografía concreta y puesta al día.
CONCEPCION PAPI RODES
Departamento de Prehistoria .
Museo Arqueológico Nacional.
Madrid
BIBLIOGRAFlA
MA Y, Fabienne (1986): «Les sépultures préhistoriques: étude critique». Centre Nationale de la Recherche Scientifique. París.
LA WRENCE GUY STRAUSS, «Iberia before the Iberians. The Stone Age Prehistory of
Cantabrian Spain». University of New Mexico Press. Albuquerque, 1992. 336 pp.,
30 figs . y 10 tablas. ISBN 0-8263-1336-1.
El libro cuyo título se reseña es la materialización de uno de los deseos que tenía desde hace años
Lawrence Straus: plasmar su concepción de la investigación en un área regional.
Por su formación en la Universidad de Chicago se declara positivista y materialista dentro de la corriente
de la Arqueología procesual. Ha seguido esta orientación de la investigación durante su carrera profesional
en la Universidad de Nuevo Méjico. Sus estudios siempre se dirigen hacia el conocimiento de las causas del
cambio en las formas de vida de los cazadores-recolectores y de la variabilidad industrial utilizando para ello
un enfoque paleoecológico y tecnofuncional. De todos modos, considera que esos sesgos en la forma de
desarrollar sus investigaciones fueron moderados por sus familiares del SW francés que eran prehistoriadores
aficionados .
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RECE~SIONES
Es importante decir que a lo largo de su carrera sIempre ha sido muy claro exponiendo la corriente
teórica en la que ~e encuadra .
El planteamiento de Straus ha sido explorar las adaptaciones de los grupos humanos a los medios
ambientes cambiantes de la región Cantábrica a lo largo del Pleistoceno Superior y el Holoceno inicial,
teniendo en cuenta que el término «medio ambiente» no sólo se refiere al medio físico, sino también a los
medios social y demográfico. Se ha basado para ello en los estudios anteriores y actuales de investigadores
españoles, y además ha usado los resultados de los análisis obtenidos a partir de las Ciencias Naturales que
han llevado a cabo los colegas franceses, vascos, americanos y algunos españoles.
Una idea importante en la que insiste en el libro es que la Prehistoria de la región Cantábrica, o de
cualquier otra, tiene que ser entendida en sus propios términos. Hacer comparaciones con los sistemas
adaptativos d e otras regiones es, por supuesto, muy instructivo y válido. Sin embargo encajar -el autor
utiliza el término jitling- el registro de esta región en el de otra (como p .e. Perigord) se ha convertido en
una empresa bastante improductiva en este estadio de la investigación.
Con estas consideraciones critica nuevamente, pues ya lo ha hecho en otras ocasiones, la interpretación
filogenética de la Prehistoria, o lo que es lo mismo: el paradigma histórico-cultural tan arraigado aún en
nuestro país, principalmente por la influencia francesa. En cambio, justifica continuar usando los términos
Achelense. Musteriense. etc., para poder entenderse con otros colegas, y como términos descriptivos pero
cambiando su significado. Según el enfoque antropológico, dejan de tener connotaciones culturales y étnicas,
y, no tienen ninguna validez temporal. Lo que interesa es el grupo humano, el ambiente y los recursos, no
sólo los restos líticos. Aquí creo importante señalar su idea de yacimiento: lugar de ocupación humana donde
se tratan de interpretar los problemas antropológicos (Straus y Clark, 1986).
El libro, como dice Straus al inicio de la Introducción, va dirigido a los estudiantes de paleoantropología
de habla inglesa y a todos los interesados en la Prehistoria de la Edad de la Piedra, o antigua. Reflexiona y
anota, al hilo de lo anterior, que no ha habido una síntesis de la Prehistoria cantábrica en inglés desde 1924,
cuando Obermaier publicó Fossil Man in Spain. Además critica la falta de estudios regionales y estratigráficos
amplios entre los españoles así como la falta de ambiente crítico y de discusión.
Escribió su obra teniendo en la mente dos objetivos fundamentales y relacionados entre sí. El primero
consistía en producir una síntesis de nuestro conocimiento actual del desarrollo de las adaptaciones humanas
a lo largo de la Edad de Piedra en una región particularmente bien estudiada del SW europeo, como lo es la
Cantábrica; y el segundo era proporcionar, a los estadounidenses y británicos, una contrapartida al sesgo
francés (particularmente Perigord) en la presentación del registro paleolítico.
Dado que la mayor parte del libro trata de los sistemas adaptativos de los cazadores-recolectores, los
cuales fueron más o menos territorialmente extensivos, el estudio es regional aunque teniendo en cuenta
diferencias subregionales en litología y topografía. Este enfoque regional de la Prehistoria Cantábrica -que
recoge la perspectiva de los arqueólogos españoles y de la escuela de Chicago- está en línea con el énfasis
nuevo que se da a los estudios sobre Paleolítico. Los estudios sobre cazadores-recolectores, según Straus -en
mayor medida que los estudios sobre los agricultores y pastores que deben ser más locales por su mayor
sedeIltarismo- deben enfocarse hacia las adaptaciones al medio a escala regional.
Según lo desarrollado anteriormente, Straus considera la adaptación al medio, la funcionalidad, así como
las diferencias en las materias primas, las causantes de la variabilidad entre los registros arqueológicos.
Asimismo, deja claro en todo el libro que explica el cambio en los sistemas de subsistencia y socio-culturales
por medio de la Intensificación en la obtención de recursos. Esta siempre se plasma en forma de Diversificación
y Especialización en los recursos que se aprovechan del entorno para cubrir las necesidades alimenticias. La
presión demográfica es el motor del cambio .
El contenido del libro puede dividirse en tres partes: la primera que es teórica, con la Introducción y el
apartado 2 que recoge la Historia de la investigación en esta región; la segunda que es práctica e incluye
desde el apartado 3 al 9, que muestra el desarrollo socioeconómico y cultural desde el Pleistoceno medio
hasta el inicio del Holoceno. Cada uno de estos apartados se ha realizado basándose en las características
climáticas (periodos glaciares e interglaciares o en los estadios de isótopos de oxígeno) y están compuestos,
en general, por los mismos puntos: registro, cronología, asentamiento, modo de subsistencia, materias
primas, características de los conjuntos artefactuales, estructuras y conclusiones. En esta parte se aprecia el
interés de Straus por las transiciones. Deja claro que a lo largo de toda esta fase de la Prehistoria hay
continuidad. Las transiciones son importantes pero no llevan consigo cambios bruscos. El desarrollo es
gradual. Se dan cambios en los artefactos que se usan y en su tecnología, a veces por las diferencias en
calidad y abundancia de las mFiterias primas, pero las rupturas no son tan claras como se pensaba hace
algunos años. Se han registrado solapamientos entre los distintos sistemas de adaptación (p.e. Musteriense-
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RECENSIONES
Paleolítico superior inicial, Magdaleniense- /:jJipaleolítico, etc.), además de variabilidades funcionales como,
por ejemplo, la que muestran, según Straus, el Aziliensc y el Asturiense, dejando de lado su relación
filogenética anterior. Tiene especial importancia el apartado 7 sobre el arte, donde aborda las últimas
corrientes interpretativas . Algunos investigadores consideran las cuevas con arte como lugares de reunión
social, es decir con utilidad antropológica en los que las distintas bandas encontrarían información sobre los
animales de los alrededores y sus hábitos. Otros piensan que serían memorias de los ambientes naturales que
servirían para instruir a las generaciones posteriores. También los hay que hacen hincapié en el papel
educativo del arte, sobre todo por mostrar las diferentes estrategias y tácticas de caza (arte ideomorfo, pp.
185 Y 186). Por otra parte, en relación con la desaparición paulatina del arte durante el Azi/iense esgrime una
hipótesis plausible: el cambio en las estrategias de caza, ahora por medio de grupos pequeños, unido a la
reducción del territorio de las bandas locales provocaría que la necesidad y la frecuencia de los contactos
entre éstas fuesen menores, por lo tanto no haría falta comunicarse mediante el arte.
y por último, la tercera parte está constituida por las «Reflexiones», donde Straus vuelve a mencionar los
objetivos del libro y sus tendencias interpretativas (funcionalismo, materialismo cultural y procesualismo), la
importancia que da a los compromisos y relaciones sociales para explicar aspectos del cambio adaptativo y
del arte, pero considerando de todos modos que la subsistencia y la tecnología son cimientos sobre los que se
sustentan los fenómenos sociológicos e ideológicos. Añade que, según su punto de vista, los cambios
adaptativos a lo largo del tiempo tendieron a tener efectos acumulativos y retrospectivamente parecen
direccionales . Sin embargo habría algunos intentos fallidos los cuales suelen ser invisibles en el registro
arqueológico. Pero las personas siempre desarrollaron modos de vida en total sintonía con los medios físicos
que habitaban. Al final escribe sobre una serie de necesidades que deberían cubrirse para continuar las
investigaciones paleoantropológicas en la región Cantábrica.
Cierra el texto expresando su deseo de haber salido airoso al contar (<la historia» de cómo las personas
continuamente se reajustaron a las circunstancias para sobrevivir en esta región del norte peninsular, según
las condiciones de cada periodo. Las tres últimas líneas son un acicate para la investigación arqueológica.
Según mi opinión, los deseos e intenciones de Lawrence Straus se han cumplido con este libro que, como
síntesis de la vida de los cazadores-recolectores de la Cornisa Cantábrica, servirá de referencia a los
estudiantes así como a los investigadores del Pleistoceno y la transición al Holoceno, no sólo en esta zona,
sino en cualquier otra.
Es mi deseo terminar esta recensión agradeciendo a Lawrence Straus sus enseñanzas y enviándole mi
respeto y admiración por su labor dentro de la Antropología prehistórica.
JOSEFA ENAMORADO RIVERO
Museo Nacional de Ciencias Naturales
CSIC. Madrid
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Cantabria, 1992,328 pp., ils., maps. ISBN 84-8102-001-X.
La arqueología descriptiva es, además de descriptiva, fundamentalmente aburrida. Por fortuna desde hace
algo más de una década las cosas han cambiado bastante en la arqueología prehistórica española, aunque a
veces, algunos al menos, sigamos aburriéndonos terriblemente. Los artículos, monografías, libros, memorias
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de excavación de ámbito local y loealistas -muy respetables y necesarias por otro lado- sepultan literalmente
los pocos trabajos que introducen bocanadas de aire fresco en el panorama de la Prehistoria española. Por
eso un libro como éste es, de entrada, especialmente bien recibido. Para empezar ofrece una recopilación de
trabajos estructurados por un eje temático y no cronológico-geográfico: la subsistencia y la economía en la
Prehistoria de España y Portugal. Los 15 trabajos, si dejamos aparte la introducción del editor, responden a
las conferencias impartidas en un Curso de Verano en la Universidad de Cantabria en 1991. En medio de la
polémica existente sobre estos Cursos de Verano, multiplicados hasta la saciedad por todos los puntos del
país, este! libro ofrece argumentos mas que sobrados para su defensa .
En primer lugar constituye un excelente ejemplo de cómo rentabilizar al máximo una Reunión o Curso de
Verano traduciéndolo en una publicación interesante, lo que por otro lado debería hacernos reflexionar sobre
tantos Coloquios, Seminarios o Cursos que nunca llegan a publicarse, la mayor parte de las veces porque,
incomprensiblemente, ese objetivo no figura en sus propósitos iniciales. Aunque no deberíamos olvidar,
lógicamente, que la inteligente elección del tema y de los participantes constituye el requisito previo para que
tenga sentido la publicación de los resultados de cualquier Reunión.
En segundo lugar, este libro es un buen ejemplo también de lo que las editoriales universitarias pueden y
deben hacer: compaginar la publicación especializada con libros más generales y de mayor audiencia para no
abandonar estos últimos en las manos exclusivas de las editoriales comerciales (Sanchez Paso, 1992). A
continuación no resisto ya decir que el libro tiene un marcado aire anglosajón, muy claro desde la
e,structuración temática y el papel central del editor, hasta la atractiva portada y el propio título, que a mi
personalmente me gusta, a pesar de que figuren en él unos animales inexistentes. En mi opinión y hasta
donde conozco, desde este punto de vista, es el libro más logrado de los publicados en los últimos años.
El concepto de subsistencia y economía prehistórica ha sufrido evoluciones importantes desde los trabajos
pioneros de G. Clark en los años 40 y 50, los enfoques ecológicos de los arqueólogos estadounidenses y el
grupo «Paleoeconomy» de Cambridge de los 70. Me atrevería a esquematizar que hoy día existen al menos
los siguientes niveles de análisis: el más elevado de los modelos teóricos de organización socio-económica; el
intermedio de la Arqueología Espacial, la Arqueología del Paisaje, la Etnoarqueología o la Arqueología
Experimental y el más bajo, pero en muchos aspectos el más prometedor y complejo, de la Arqueología
Analítica, que va desde los aspectos más tradicionales de los análisis faunísticos y los polínicos, carpológicos
y antracológicos y los de la arqueometría, como los análisis de materias primas para determinar procedencias,
identificación de tecnologías empleadas, etc... hasta otros apenas iniciados aquí como los análisis de
contenido en estroncio de los huesos humanos para caracterizar dietas, de gran interés en el futuro. Luego
existe otro problema importante ¿Cómo relacionar información de los sitios con el marco regional en el que
están insertos? ¿Cómo combinar los datos arqueológicos «on site» con los datos «off-site»? Sin duda, como
en varios aspectos ilustran los diversos artículos, en la Prehistoria española estamos todavía en una etapa
inicial de la Arqueología económica, pero lo importante es marcar líneas fructíferas de investigación futura, y
en este sentido la mayoría de las contribuciones son muy interesantes.
Por períodos resulta más abundante la oferta de «elefantes» y «ciervos», es decir Paleolítico y Epipaleolítico,
con ocho estudios, aunque ciertamente dos de ellos abordan el tema del «tránsito» a la producción de
alimentos, mientras que los «ovicápridos» cuentan con seis trabajos de los que solamente uno corresponde a
la Protohistoria final, por lo que, de alguna manera -tal vez por celebrarse el curso en Cantabria como
reconoce el editor- son pocas «ovejas o cabras» para el Bronce Final y la Edad del Hierro. Por áreas
predominan las visiones de conjunto a escala regional con mayor peso de Cantabria, las regiones mediter:ráneas
y la fachada atlántica, dos están más centrados a nivel de microregión y uno, el de Paleolítico Inferior,
recoge todo el ámbito peninsular. Por último el trabajo de G. A. Clark «La migración como una noexplicación en la arqueología Paleolítica» no tiene formalmente relación directa con el contenido de la
Reunión.
La reflexión de M. Santonja sobre la adaptación al medio en el Paleolítico Inferior creo que es uno de los
más interesantes, en buena medida porque conjuga juiciosamente una excelente formación tradicional -en el
más noble sentido de la expresión- con las nuevas aproximaciones de la arqueología anglosajona pleistocénica.
Algunas de sus ideas sobre los procesos de formación del registro arqueológico trascienden claramente el
marco cronológico al que están referidas. El soporte básico del resto de estudios paleolíticos -los análisis
faunísticos- quizás necesitaría ampliar sus planteamientos teórico-metodológicos y recoger más ideas interesantes que brinqan la etología y la antropología; en este sentido el artículo que presta mayor atención a estas
cuestiones es el de F. Bernaldo de Quirós sobre las estrategias económicas en el Pleistoceno Superior de la
región cantábrica. Creciente atención habrá que prestar a la aproximación tafonómica.
Muy interesantes y complementarios son los trabajos de P. Arias y M. R. González Morales sobre la
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«translclon» Epipaleolítico-Neolítico en la zona cantábrica. El primero plantea, muy críticamente, que la
acumulación de datos nuevos no implica necesariamente un mejor conocimiento de la organización económica.
Por otra parte sabemos poco sobre técnicas y estrategias de caza y también habría que decir que hay pocos
esfuerzos por crear un marco referencial para plantear su estudio. Introduce además un análisis detallado de
los patrones de asentamiento -como hace también el trabajo de J. Zilhao en el caso del PaleolíticoMesolítico en el área entre el Tajo y el Mondego- que abre algunas incógnitas como, por ejemplo, si existe
alguna relación entre la frecuencia de especies y el factor distancia al mar. Su planteamiento sobre la
introducción de la ganadería en la zona, en ocasiones en porcentajes equilibrados con la caza, como algo
coherente con el fundamento del sistema subsistencial anterior -diversificar recursos para evitar los riesgos
de la especialización- resulta muy convincente. Y todo el trabajo es ciertamente, como pretende, una
contribución a iniciar una discusión seria sobre bases nuevas .
En el redil de los «ovicápridos» A. Martín y B. Martí exponen unas buenas visiones de conjunto sobre el
Neolítico Catalán y del País Valenciano respectivamente, mientras J. L. Maya ofrece una completa síntesis de
los datos del Nordeste peninsular entre el Calcolítico y el final de la Edad del Bronce, en la que merece la
pena destacar un completo listado de fechas radiocarbónicas en el que se dan a conocer algunas dataciones
nuevas. Por último el trabajo de T. Chapa sobre la economía ibérica en la Alta Andalucía pone de
manifiesto la dificultad de correlacionar la información de las fuentes con la arqueológica, debido al retraso
con el que se están afrontando estos temas y presenta un buen marco teórico en el que resulta evidente que
son muchas las investigaciones analíticas que deben realizarse para conocer las bases subsistenciales. En
cierto modo da la impresión de que, en estos períodos próximos a la historia, se asume un modelo ganadero
y agrícola genérico que traslada al pasado formas organizativas de sociedades agropecuarias tradicionales sin
más problemas. Es preciso abrir con mayor intensidad investigaciones específicas sobre estos aspectos.
La maquetación y presentación de figuras es elegante aunque pueden señalarse algunos errores tipográficos
y algunas ausencias de referencias en las listas bibliográficas. El libro está bien producido y cuidado en los
detalles de edición. En suma, se trata de una obra original en el contexto de la Prehistoria española que
merece la lectura atenta de los especialistas y al mismo tiempo ofrece unos textos de síntesis útiles para
utilizar como puntos de partida de debate en las asignaturas de la especialidad de Prehistoria. Por último
dejar constancia de que merecería la pena que, con igual acierto, se continuara la iniciativa en próximas
reuniones, tal y como se suscitó en ésta.
GONZALO RUIZ ZAPATERO
Departamento de Prehistoria
Facultad de Geogra!1a e Historia
Universidad Complutense de Madrid
Madrid
REFERENCIAS
SANCHEZ PASO, J. A. (1992): «Las tribulaciones de la edición universitaria en España» . Claves de la Razón Práctica, 25: 6266.
JEAN PIERRE MOHEN, «Metalurgia Prehistórica. Introducción a la Paleometalurgia»
(versión original francesa : Métallurgie Préhistorique Introduction a la Paléométallurgie). Versión española y Prólogo de Josep M. Ful\ola i Pericot. Masson S.A.,
Barcelona, 1992. 230 pp., 63 figs. ISBN 84-311-0605-0.
El avance que en los últimos quince años se ha producido en los estudios dedicados a las Edades del
Cobre, Bronce y Hierro ha hecho que el conocimiento de los procesos metalúrgicos sea una necesidad para el
arqueólogo que ya no puede contentarse con enviar una muestra de metal al físico o químico de turno y
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esperar a recibir el informe técnico correspondiente; informe que se incluía tal cual en las memorias de
excavación, pero que no se integraba en la síntesis final.
Toda una generación de arqueólogos españoles hemos tenido la suerte de formarnos en esta materia a
través de los libros, artículos y manuales de R. F. Tylecote (fallecido en 1990), profesor de metalurgia en la
Universidad de Newcastle upon Tyne, editor de la revista Historical Meta/lurgy, y profesor honorario de
Arqueometalurgia en el Instituto de Arqueología de Londres, donde por primera vez, desde 1979, se imparte
esta asignatura como disciplina académica. El término arquenmetalurgia fue acuñado y empleado por
Tylecote a raíz de su colaboración con Beno Rothenberg en las excavaciones de Timna, en el Sinaí, a partir
de 1978 (1) .
El trabajo de Tylecote tenía, sin embargo, precedentes importantes. No debemos olvidar la excelente obra
de H . H. Coghlan publicada en 1951 (Notes on the Prehistoric Meta/lurgy 01 Copper and Bronze in the Old
World) reeditada y revisada en 1962 y 1975. Su formación académica era la ingeniería, interesándose
posteriormente por la arqueología.
Finalmente debemos citar la obra pionera de A. Lucas, químico de formación, egiptólogo de profesión
(Andent Egyptian Materials and Industries) que se publica en 1926, con cuatro reediciones, la última
aumentada por su alumno J . R. Harris en 1962.
La aparición de un manual de Paleometalurgia (galicismo al que los franceses no deben renunciar),
traducido al castellano y con clara vocación pedagógica no puede ser sino bien recibido por especialistas y
estudiantes. Además, nos encontramos en este caso ante un arqueólogo cuya actividad profesional se ha
centrado en cuestiones técnicas de la Edad del Bronce y Hierro, por lo que sería lógico esperar una mayor
afinidad y entendimiento de cuestiones y problemas relacionados con nuestra profesión. En cualquier caso, la
crítica que me corresponde hacer no puede dejar de tener una referencia, que es el legado Tylecote, y el
propio Mohen reconoce en el prólogo su propia deuda con el personaje al que conoció en 1980.
Esta crítica se puede estructurar en dos ámbitos: forma y contenido, inseparables entre sí para el público
de habla española, al tratarse de una traducción, y ya que el primero afecta a la comprensión del segundo.
Comenzaré por un breve repaso de ese contenido, dejando las cuestiones formales para el final.
La aproximación al tema se hace siguiendo la línea tradicional tecnológico-cultural de las tres Edades:
Cobre, Bronce y Hierro, para cubrir el contenido de 7 capítulos. Los dos primeros sirven de introducción
refiriéndose a la historia de la investigación, fuentes antiguas y medievales, conocimientos y estadios
tecnológicos pre-metalúrgicos, aproximación a .Ia minería y metodología analítica. Nada que objetar como
visión general, ciertamente resumida y sintética, pero coherente con el espacio reservado al resto de los
capítulos. Sólo cabría hacer una observación al panorama que presenta sobre el estado de la investigación y
trabajos en curso, bastante parcial y decantado en exceso hacia Francia . Por ejemplo, sobre los estudios de
minería en la Península Ibérica se cita únicamente los trabajos de C. Domergue en Toulouse (pág. 34).
El capítulo 3 se refiere al Cobre. Toda la primera parte está dedicada a cuestiones tecnológicas, analíticas
y químicas; y la segunda a los diferentes hallazgos regionales que prueban la práctica temprana de la
metalurgia, con referencias al continente europeo, subcontinente indo-pakistani, Africa negra y Nuevo
Mundo . Salvo Europa, este enfoque globalizador resulta en unas referencias meramente anecdóticas sobre la
metalurgia en otros continentes. En cuanto al apartado dedicado a la Península Ibérica, que lo hay (págs. 8889), toda la problemática de los inicios de la metalurgia se reduce a la mención de las mismas de Río Tinto,
sin referencia bibliográfica alguna. Creo que este planteamiento es grave, no por un falso afán nacionalista,
sino porque se ha elegido precisamente uno de los documentos más controvertidos desde el punto de vista
científico para ilustrar la metalurgia peninsular en la Edad del Cobre.
Todo lo referente a las aleaciones de base cobre se trata en el capítulo 4, con una pequeña referencia al
oro. Se abordan todas las cuestiones físico-químicas que atañen al comportamiento de las distintas aleaciones
que se han identificado en la antigüedad, los métodos de trabajado y los hallazgos que han servido para
documentar talleres, formas y métodos en distintas zonas culturales. Sobre todo se dedican varios apartados
al problema del estaño.
El capítulo 5 es una consecuencia de los dos anteriores puesto que se refiere a los aspectos regionales de
aquellas cuestiones técnicas ya tratadas. Así, se hace un repaso a la metalurgia del Egipto faraónico, del
Próximo Oriente, Europa, Asia y América. Sin entrar en las inevitables repeticiones en que se incurre al
sintetizar lo que en detalle, y desde el punto de vista técnico, ya se ha relatado con anterioridad, este capítulo
cae en una generalización simplista y, por ende, deformadora. Y como muestra baste un botón: «Las técnicas
egipcias de la orfebrería son como las del metal en general, similares a las que encontramos en el Próximo y
(1) Una relación completa de la obra publicada por Tylecote se puede encontrar en «Historical Metallurgy», 25, 1,
1991.
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Medio Oriente». (pág. 139). Dentro del apartado dedicado a Europa, uno de los más completos y mejor
documentados, me produjo una gran frustración el subapartado que el autor titula «Difusión marítima del
metal» (págs. 152-154). Pensé encontrar en él la síntesis y conclusión de los hallazgos arqueológicos que
documentan la actividad comercial marítima, pero no fué así, puesto que se trata de la detallada descripción
del pecio del cabo Gelidonia, del pecio de Ulu Burum, y con menor detalle en cuanto a contenido y situación
de las piezas en el fondo marino, el de Rochelongue. Tampoco puedo dejar de mencionar el hecho de que el
apartado dedicado al continente americano se despache con una sola cita bibliográfica, un artículo de H.
Lechtman de 1980; eso sí, citado en dos ocasiones (págs. 161 y 164). No soy de las personas que piensan que
la validez o calidad de un estudio científico pueda medirse en términos de citas bibliográficas, pero existe un
mínimo de documentación que debe aportarse al lector, aunque se trate de estudiantes de primer curso de
carrera o de aficionados que nunca llegarán a hacer uso de esas citas.
Con el capítulo 6 entramos ya en la Edad del Hierro. La primera parte está dedicada a explicar los
principios de la forja. Se trata de un resumen del proceso tecnológico expuesto de manera concisa, clara y
eficaz, apoyado por una documentación gráfica que completa el texto escrito. Comparativamente, las
explicaciones del proceso tecnológico en los capítulos dedicados a la metalurgia del bronce resultan farragosas.
El resto del capítulo se dedica a reseñar los hallazgos y características de los objetos de hierro en Oriente,
Europa, Africa y Asia. También se incluye un pequeño apartado sobre los objetos de bronce durante la Edad
del Hierro, así como la metalurgia del plomo argentífero de Laurion y la orfebrería. Solamente quiero
señalar, como en los capítulos anteriores, la referencia a la Península Ibérica, y como en ellos a mi juicio
desafortunada, puesto que citar Cortes de Navarra (pág. 178) sin hacer mención de Toscanos para documentar
el primer hierro peninsular es cuanto menos parcial.
Finalmente el capítulo 7, a modo de conclusión, relaciona los aspectos técnicos con los sociales. Se
esbozan temas como la «Organización del trabajo metalúrgico» o los «Status sociales de los metalúrgicos
prehistóricos». Para ilustrar estos temas se han buscado trabajos de investigación de algunos autores que
sirvan de ejemplo. En el caso de la organización artesanal se ha escogido el trabajo que durante años ha
desarrollado E. Tchernykh (en transcripción castellana Chernij) en el Instituto de Arqueología de la
Academia de Ciencias de Rusia, y se proponen como modelo las categorías arqueológicas por él establecidas
que incluyen los conceptos de "Centro» y «Provincia» metalúrgica (se puede consultar en castellano:
E. Chernij y otros. El sistema de la provincia metalúrgica circumpóntica, en T. P. 47, 1990). Entre todas las
opciones posibles no creo que la elección haya sido la más acertada para el tipo de lectores a los que parece
ir dirigido este manual, ni por la metodología empleada en el trabajo del investigador ruso, ni por la validez
de sus conclusiones como modelo, ni por la accesibilidad a una bibliografía mayoritariamente en ruso, o en
el mejor de los casos en alemán .
Entraré ahora en las cuestiones formales. No soy, desde luego, especialista traductora pero mis conocimientos del francés, y sobre todo del castellano y del tema que trata el libro son criterio suficiente, al menos,
para apuntar una serie de cuestiones. La drástica literalidad con la que se ha acometido la traducción
provoca en el lector un continuo estado de desasosiego, con frases tales como: «Las composiciones de los
objetos de los bronces de los moldes de bronce de la edad del Bronce ... » (pág. 126); a partir de un original
poco afortunado: «Les compositions des bronzes des maules en bronze de I'Age du bronze ... » Para mayor
inri en la traducción castellana se ha colado una errata. Me puedo imaginar, pero no estoy muy segura de lo
que se quiere decir con el término «épocas subcontemporáneas» (en francés «époques subcontemporaines»)
(pág. 191); o con estos otros: «elevada técnica» (pág. 61) y «tamaño moderado» (pág. 138) (en francés «haute
technicité» y «taille modeste» respectivamente). Lo que si sé es lo que se ha querido decir, pero no se ha
dicho en la pág. 99 donde dice: « ... hasta el 25 %, que es el límite de la unión cobre-arsénico» cuando
debiera decir «... que es el límite de la solubilidad ... ». También quiero hacer notar que en castellano solo el
hierro meteorítico admite la adjetivación que indica su procedencia, y el hierro no meteorítico es hierro a
secas y no «hierro terrestre», como tampoco se puede hablar de «metalurgia del hierro terrestre» puesto que
habría, entonces, que contraponer una «metalurgia del hierro meteorítico» o quizá «celeste». Pero en
cualquier caso, la «metalurgia del hierro», sea cual sea, se denomina «siderurgia».
Podría seguir citando, no ya cuestiones opinables de traducción, sino errores sintácticos y gramaticales,
como loismos: «se lo conoce ... », «se lo ha llamado .. . », «se lo hacía saltar ... » (págs. 48, 101 y 137 respectivamente); galicismos; demandar por pedir o requerir, proveniente por procedente; o simple desconocimiento de
la palabra que se traduce, por ejemplo «tréfiliere» traducida por «trefilador» (pág. 224), que además se define
en el léxico incluido al final del libro como « ... placa en la que hay un agujero del mismo diámetro del hilo
que se quiere obtener ... » Este artilugio se denomina «hilera» en castellano. No citaré más ejemplos para no
aburrir al lector.
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Finalmente sólo me queda comentar la bibliografía. Correcta en su contenido, adolece sin embargo de
graves errores de cita o edición . Existen 7 referencias bibliográfícas en el texto que no han sido incluidas
después en la lista bibliográfica final : Ottaway y Strahm, 1975 (pág. 86); Fasnacht, 1989 (pág. 871); Lucas,
1962 (pág. 138); Berthoud y Franc;ais, 1980 (pág. 141); Kovacs, 1977 (págs. 155-56); Needham, 1985 (pág. 156);
Bodenstedt, 1976 (pág. 189). Todas las anotaciones, aclaraciones y abreviaturas empleadas en el listado
bibliográfico permanecen en el original francés . No existe relación entre el cúmulo de datos y referencias
aportado por el texto y la bibliografía incluida .
En el prólogo de la edición española se dice que «el autor se ha propuesto redactar un libro de
divulgación e introducción a la paleometalurgia». El momento, desde luego , es el más oportuno, cuando
existe una gran demanda de manuales sobre temas objeto de especialidades académicas; y estoy segura de
que éste tendrá éxito, y también estoy segura de que su éxito será fructífero. Pero también tengo que decir
dos cosas. Primera, que un agregado de datos no hace un buen manual, por más que aquéllos sean
numerosos y estén primorosamente ordenados. Y segunda, que la colaboración interdisciplinar entre arquéolagos, físicos y metalurgistas tiene que continuar su andadura como hasta ahora, juntos pero no revueltos. Ni
un físico será capaz, todavía de escribir un buen libro sobre arqueología, ni un arquéologo lo hará sobre
física . La tradición académica actual es demasiado corta para que la especialidad en arqueometalurgia (o
paleometalurgia como prefieren los franceses) tenga una entidad propia con suficiente categoría científica. En
un futuro la tendrá.
Un manual, o cualquier libro, no se termina con la labor del autor, continúa con la del traductor y
finaliza con la del editor. Esta colaboración tripartita parece que no ha existido en el caso que nos ocupa. Es
una verdadera pena porque todos ellos, y no sólo nosotros los lectores, salimos perjudicados.
ALICIA PEREA
Museo Arqueológico Nacional
Madrid
E . N. CHERNYKH, «Ancient metallurgy in the USSR. The Early Metal Age». Versión
inglesa de Sarah Wright. Cambridge, Cambridge University Press, 1992; xxiv + 335
pp., 28 láminas; 106 figs. ISBN 0-521-25257-1
En su reseña para Antiquity. Andrew Sherratt (1993: 458) ha calificado esta obra como uno de los
trabajos fundamentales en la Prehistoria de finales del siglo veinte. Una parte de los méritos que justifican
esta declaración son evidentes por si mismos: la obra del profesor Chernij permite por vez primera el acceso
de los especialistas occidentales a una masa impresionante de evidencia sobre la metalurgia inicial en todo el
territorio de la antigua URSS. No sólo eso: esta evidencia es el resultado de un proceso de investigación
coherente e incluso metodológicamente modélico, desarrollado durante más de veinte años por el equipo
dirigido por el profesor Chernij primero en el Laboratorio de Análisis Espectral y luego en el grupo de
metalurgia y minería antiguas del Laboratorio de Métodos Científico-naturales aplicados a la Arqueología,
ambos pertenecientes al Instituto de Arqueología de Moscú de la Academia de Ciencias de Rusia (hasta 1991
de la Unión Soviética). Hay que decir que el trabajo de Chernij al frente de estos organismos supo
aprovechar las ventajas de la peculiar institucionalización de la investigación soviética, que otorgaba un
papel jerárquicamente central (y por lo tanto ventajas de extraterritorialidad) a los centros de la Academia de
la Unión. De este modo, los datos contenidos en esta obra constituyen la casi totalidad de la evidencia
metalográfica existente para una región que, como no deja de subrayar Sherratt, representa nada menos que
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una sexta parte de las tierras emergidas. Por supuesto existen aspectos discutibles, como en toda síntesis
arqueológica de semejante amplitud, por ejemplo, los que señala Sherratt en las metodologías analíticas, o en
la cronología absoluta . Pero, desde el punto de vista arqueológico, es un trabajo fundamentalmente honesto,
que proporciona al lector las claves suficientes para elaborar un punto de vista crítico.
En suma, se trata de un corpus enorme de datos arqueológicos de primera mano, producidos bajo
condiciones homogéneas de estricto control metodológico. y expuestos de una forma sistemática. Todo ello,
y sin tener en cuenta ninguna otra circunstancia, hace de la obra un punto de referencia indiscutible para
toda la Prehistoria del Viejo Mundo.
Nada de esto, sin embargo, agota el interés de la obra. Por encima de su propio valor como síntesis
arqueológica, Ancient melallurgy in lhe USSR representa un ambicioso proyecto intelectual, y despliega toda
una serie de concepciones originales de la Historia y de la aportación de la arqueología al conocimiento del
pasado, al mismo tiempo que ofrece una sugerente síntesis histórica de la prehistoria reciente de una gran
parte de Eurasia. Es precisamente en dos de estos aspectos no estrictamente arqueográficos de entre los
muchos que este libro suscita, donde me vaya centrar. En primer lugar quiero comentar la metodología
arqueológica de Chernij, en especial la forma en la que su trabajo arqueográfico se articula con un
pensamiento y unos objetivos históricos. En segundo lugar quiero proponer un contexto de lectura para este
libro, en conexión con el emergente debate sobre el «sistema mundial de la Edad del Bronce» .
Como señala Philip Kohl (1992: xvii) en su introducción, el proyecto de Chernij es una préhistoire tolale o
globale que transciende la mera descripción de los procesos metalúrgicos, que son su objeto inmediato, para
ofrecernos una síntesis histórica innovadora del Calco lítico y la Edad del Bronce en una vasta porción de
Eurasia que ocupa desde los Balcanes al Oeste hasta Mongolia en el Este (Ibídem: xv). Es decir, la
descripción puramente arqueológica de los artefactos metálicos, de la distribución en el tiempo y el espacio
de sus morfologías y composiciones, de sus rasgos tecnológicos y las fuentes de sus materias primas, está
articulada de tal manera que se resuelve ante nuestros ojos en una gran narrativa histórica totalizante, de la
que emerge la imagen de un único y vasto proceso integrado para toda la Edad del Bronce del Viejo Mundo.
Esta conclusión global que se desprende del conjunto del trabajo constituye por si sola, en palabras de Kohl
(ibidem) , un reto para los prehistoriadores que se ocupan de la Edad del Bronce en Europa y Asia.
La forma en la que se produce esta transición entre el análisis arqueológico y la síntesis histórica es del
máximo interés metodológico. El principio subyacente en el programa de Chernij ha sido claramente
formulado por Kohl (1992: xvi): «focus on a single class of materials -metals- over a vast area and time
range reveals patterns previously unappreciated» . Son estos patrones, en su irreductible naturaleza de
testimonios arqueológicos los que requieren una explicación.
La representación de estos patrones de variabilidad metalúrgica requiere la formación de criterios y
categorías analíticas. Chernij delimita varios niveles complementarios de integración de la variación (pág. 7):
(1) tipos y categorías de artefactos; (2) medios tecnológicos de producción; (3) características físico-químicas
del cobre o bronce usados; (4) organización social de la producción (vid. también Chernij el alii. 1990: 6465).
La articulación de estas categorías de variación da lugar al reconocimiento de patrones concomitantes
que pueden integrarse a varios niveles. En primer lugar, los «focos metalúrgicos», es decir, unidades definidas
de producción de metal y manufactura (<<focos metalúrgicos» propiamente dichos) o sólo de manufactura de
materiales importados (<<metalworking focuses»). La noción de «foco», se refiere a la comunidad de patrones
en los índices de variación enumerados, y no es coextensiva necesariamente con una sola «cultura
arqueológica». Desde el punto de vista histórico, un foco metalúrgico puede agrupar varias comunidades
histórico-culturales que comparten tradiciones metalúrgicas comunes y tienen acceso a las mismas fuentes de
materia prima, de forma directa o interpuesta.
La identificación de estos focos permite, por otra parte, la observación de patrones compartidos parcial o
totalmente por un cierto número de ellos, a lo largo de amplios territorios y durante períodos de tiempo muy
dilatados. Surge así el concepto central de «provincia metalúrgica», como agrupación de «focos metalúrgicos»
cuyos productos comparten un grado suficiente de identidad morfológica, tecnológica y metalográfica, como
consecuencia de diferentes procesos de interacción que afectan a la producción metálica (págs. 8 y ss .). Las
"provincias metalúrgicas», por último, no coinciden con los estadios generales de desarrollo supuestamente
recogidos por la periodización convencional de la Edad del Bronce, sino que atraviesan dicha periodización.
Así, por ejemplo, la «provincia cárpato-baIcánica» se desarrolla dentro de los límites de la Edad del Cobre,
mientras que la circumpóntica es descrita a través del Bronce Antiguo (capítulo 3) y Medio (capítulo 4).
El núcleo de la metodología que propone Chernij es, pues, la delimitación y descripción diacrónica de
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"focos» y "provincias », a partir de la aplicación de criterios suficientemente precisos de representación de la
variación (morfológica, tecnológica, metalográfica) y sus patrones espacio-temporales.
Estos conceptos y criterios se exponen de manera clara y concisa en el primer capítulo del libro, y son
sometidos a una reevaluación interpretativa en el décimo y último. En los capítulos intermedios se aplican
consecuentemente al territorio de la antigua URSS y las áreas de Europa y Asia vinculadas con los
desarrollos metalúrgicos que en él se produjeron. El esquema es muy riguroso: la descripción de una
provincia se hace siempre a partir de las formaciones histórico-culturales que la componen. A continuación
se establecen y analizan los rasgos compartidos por todas éllas con respecto a la producción metalúrgica. Por
último se estudia la dinámica de los procesos desde una perspectiva histórica. Este esquema se aplica a la
«provincia cárpato-balcánica», que sólo tiene en la URSS una presencia periférica (capítulo 2), a la «provincia
circumpóntiea", cuyo extenso desarrollo requiere tres capítulos (3 a 5) más otro (6) para sus periferias
externas, y, más brevemente a las provincias que se desarrollan durante el Bronce Final: la Euroasiática
(capítulos 7 y 8), la Europea (8) y las de Asia Central, Irano-afgana y Caucásica (9).
Los conceptos de «foco» y «provincia» no son, sin embargo, meras categorías clasificatorias, unidades de
integración de la información arqueológica de rango más general que las «culturas arqueológicas». Chernij
insiste en su carácter de auténticas formaciones históricas, en cuanto resultado de interacciones entre
comunidades reales. No se trata del resultado de clasificaciones ex post Jacto. sino de «fenómenos» que son
descubiertos a través de la aplicación de criterios uniformes a la evidencia arqueológica (ibídem). El discurso
arqueológico de Chernij, alcanza así densidad histórica, y los resultados de la investigación se transforman
directamente en problemas de interpretación histórica.
En primer término, como motor constante de todo el proceso investigador, subsiste el problema central
de la naturaleza misma de las «provincias» y «focos» con respecto a las formaciones histórico-culturales que
intervienen en su existencia como procesos reales . Este cuestión no tiene una respuesta única, pero en
cualquier caso requiere un pensamiento teórico sobre la articulación de la metalurgia incipiente en los
procesos de cambio social, económico y cultural. El reconocimiento de la importancia del metal y sus
implicaciones en estas instancias del proceso histórico, en cuanto factor de producción, medio de acumulación
de valor, mercancía, innovación tecnológica, etc. (págs. 4-5; también pp. 308-309), es por lo tanto el
argumento subyacente en toda la metodología de las «provincias metalúrgicas».
Una segunda cuestión relevante, muy ligada con la anterior, surge al contemplar la trayectoria histórica
de las «provincias metalúrgicas». De la misma manera que éstas existen en la medida en que pueden ser
materialmente identificadas (pág. 8), la observación de sus trayectorias históricas da lugar al «descubrimiento»
de procesos de expansión y contracción, florecimiento y colapso. No sólo eso, sino que además puede
observarse que tanto la formación como el colapso de las «provincias metalúrgicas» parecen ocurrir de una
forma relativamente rápida a lo largo de inmensas regiones, afectando a numerosas formaciones históricoculturales.
Chernij no se limita a constatar estos hechos, sino que los sitúa en la base de su interpretación general del
problema de la naturaleza de sus «provincias metalúrgicas», y, en última instancia, de su pensamiento
histórico, como paradigma de toda una teoría de la dinámica de las transformaciones socio-culturales.
Además de leer el apretado esbozo de esta teoría que ocupa el último capítulo del libro, el lector de habla
castellana puede recurrir a la presentación de estas ideas en Chernij, 1993.
Al margen de la propia fuerza de las concepciones de Chernij, lo que a mi juicio hace especialmente
provocativo su discurso teórico es su explícito y declarado normativismo. En efecto, la obra de Chernij
constituye un ejemplo único en los tiempos recientes de un ambicioso intento de interpretación histórica
global del registro arqueológico basado en el reconocimiento explícito de la importancia del «factor normativo»
en la dinámica del cambio social y cultural (págs. 298 y ss.). Chernij no es sin embargo un «normativista
cultural», en el sentido de los arqueólogos tradicionales occidentales. Sus interpretaciones sobre la formación
y el fin de las «provincias metalúrgicas» no se refieren a vagas generalizaciones sobre «influencias» o
evolución cultural. Se trata más bien de un «normativista histórico», para el que el «factor normativo»
desempeña un papel bastante parecido al que se supone a la «superestructura» en la tradición marxista (ver
por ejemplo pág. 299).
Chernij mantiene que la introducción de la metalurgia modifica el patrón precedente de cambio sociocultural, al anudar varios procesos en un sólo complejo de transformaciones sociales, económicas e ideológicas
(págs. 307 y ss.). En primer lugar, la metalurgia es determinada por y determina a los procesos de
incremento de la desigualdad social. Al mismo tiempo contribuye al establecimiento de redes de intercambio
a larga distancia que, como consecuencia de la propia dinámica socio-política, se transforman en procesos de
interdependencia, que vinculan a distintos focos en interacciones del tipo centro-periferia, cuya expresión real
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son trayectorias político-militares . Este tipo de procesos constituyen el sustrato histórico de las «provincias
metalúrgicas», que son el precipitado arqueológico de esta esfera de interacciones entre formaciones sociales.
La alteración del estatu quo político, demográfico o económico en algún lugar de las extensas redes de
interacción que soportan una «provincia» puede dar lugar, bajo ciertas condiciones, a una reacción en
cadena que ponga fin a unas pautas largamente preexistentes, en un proceso relativamente rápido:
The export of metal supposed the import of other goods; the economic structure of the metal
producers quite often depended on obtaining these goods . The very close interconnection of
socioeconomic structures among neighbouring or more separated ethnic groups was based upon this
exchange. For this reason the breakup of a central culture could and evidently did provoke a chain
reaction of similar disruptive processes throughout a whole series of other cultures». (pág. 3(8).
«
Por último, al contemplar en conjunto el despliegue de las trayectorias históricas de las sucesivas
provincias metalúrgicas que ocupan el Viejo Mundo durante lo que Chernij llama Temprana Edad del Metal
(Early Metal Age [EMA]), es decir, el Calcolítico y la Edad del Bronce de las periodizaciones convencionales,
es posible descubrir interacciones entre éllas. El resultado de esta máxima integración es reconstruir la EMA
como un sólo proceso histórico global cuyo argumento central es la interacción entre las formaciones sociales
agrarias asentadas en la franja meridional de tierras templadas y los pueblos nómadas que ocupan el
cinturón de las estepas que limita con ella por el Norte . La infraestructura de este proceso es la aparición de
la metalurgia y la domesticación del caballo. Ambas innovaciones, ocurridas entre los milenios cuarto y
quinto dan lugar al establecimiento de un patrón típico de interacción global entre los dos dominios
geográficos citados, cuyos productos históricos son los diversos procesos de formación del estado
(Mesopotamia, China, el Valle del Indo) y la correlativa emergencia de grandes formaciones sociales de base
pastoril y nómada en el cinturón de estepas. Esta dialéctica histórica entre las primeras civilizaciones y los
«bárbaros» del Norte, cuya manifestación más evidente son los ciclos periódicos de- emigraciones masivas y
desestabilizadoras, ha sido señalada con frecuencia (por ejemplo, en Wolf, 1987) como una estructura
fundante del escenario histórico del Viejo Mundo . Uno de los principales méritos del trabajo que comentamos
es mostrar, siguiendo el hilo conductor de la metalurgia, como incluso este mismo rasgo aparentemente
estructural ha sido históricamente generado en el curso del mismo proceso que condujo a la génesis de las
grandes formaciones estatales arcaicas .
En fin, parafraseando a Kohl (1992: xiv), podemos decir que es posible discrepar de las interpretaciones
de Chernij o de sus planteamientos teóricos, es posible discutir aspectos concretos de sus «provincias
metalúrgicas», pero lo que no es posible es dejar de tener en cuenta en el futuro sus resultados. Ningún
especialista en las primeras etapas metalúrgicas podrá ya seguir manteniendo pautas de trabajo basadas en la
escala regional, ignorando el denso tejido de interacciones que operan a escala eurasiática.
Afortunadamente, esto parece ser una tendencia actual de la Prehistoria del Viejo Mundo. En efecto,
durante la última década, en relación con la crisis de los paradigmas evolucionistas y funcionalistas, se ha
registrado una sostenida tendencia hacia la revalorización de las «relaciones exteriores» en la explicación del
desarrollo de las sociedades antiguas (vid. Gilman, 1993). En algunos casos (tal vez en España) esto ha
podido suponer un poco de vida de ultratumba para el obsoleto difusionismo tradicional. Pero por lo general
el debate ha enriquecido el panorama de la Prehistoria con la incorporación de importantes discusiones
teóricas, como la generada por la aplicación a las etapas arcaicas de la Historia Social de la «teoría de los
sistemas mundiales» y otras formas de la Teoría de la Dependencia (vid. Dore, 1984).
La trascendencia de este debate ha rebasado con mucho el propio campo de la Prehistoria y de la
Historia Antigua, involucrando a la propia Teoría de la Dependencia en una discusión sobre la génesis
histórica del moderno sistema mundial. Ya no se trata, por lo tanto, de una discusión entre prehistoriadores
sobre la aplicabilidad a la Edad del Bronce de modelos de centro-periferia, o conceptos como el de
«economía mundo», «subdesarrollo» o «intercambio desigual» (vid. por ejemplo los trabajos recogidos en
Rowlands, Larsen y Kristiansen (eds.), 1987 o en Schortman y Urban (eds.), 1992). Más bien empieza a
ocurrir que en dicha aplicabilidad se deciden cuestiones importantes sobre los propios conceptos y modelos
de la teoría de referencia . Esto ha dado lugar a que algunos de los mismos teóricos de la Dependencia se
interesen directamente por la Edad del Bronce. Este es el caso de A. Gunder Frank, quien acaba de publicar
un polémico artículo (I993) en el que las referencias a la obra de Chernij son abundantes y decisivas .
¿En qué sentido puede resultar crucial el caso de la Edad del Bronce para la Teoría de la Dependencia en
cuanto teoría del capitalismo avanzado? Esto resulta transparente en las declaraciones de intenciones de
Frank: en la existencia o no de un auténtico sistema -mundial durante la Edad del Bronce, es decir, en la
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m~dida en que la Edad del Bronce del Viejo Mundo se deje describir como un proceso único en el que las
rlistintas trayectorias regionales están ligadas entre si por relaciones de dependencia, transferencia de excedentes,
formación de capital comercial, etc., se podrá afirmar la prioridad del mercado como institución central en la
historia de la eivilización. Frank llega aún más lejos al afirmar que «el moderno Sistema Mundial comenzó
hace 5000 años» (Gillis y Frank, 1990: 19); es decir: en la Edad del Bronce no hubo un sistema mundial
centrado en Asia suroccidental. como propone Kohl (1989), sino que este fue el principio del Moderno
Sistema Mundial. El mercado , el intercambio desigual y otras instituciones que creíamos vinculadas al modo
de producción capitalista, serían por lo tanto consustanciales a las sociedades complejas: «the motor driving
force al' the World System development since its beginning» (Gillis y Frank, 1990: 19).
La insistcncia en la prioridad del intercambio y en la continuidad entre el Sistema Mundial de la Edad
del Bronce (en adelante SMEB) y el moderno sistema mundial capitalista (desde ahora MSM), tienen que ver
con la oposición fundamental en el seno de la Teoría de la Dependencia, entre los «circulacionistas » como
Frank, y otros autores, como Amin o Emmanuel, que mantienen el énfasis sobre las relaciones sociales de
producción, y por lo tanto sobre el papel de la explotación de clase (vid. Taylor, 1984; Dore, 1984). Dentro
de esta polémica, Frank plantea su reconstrucción del SMEB como expediente para eludir una de las
principales inconsistencias que lastran su postura circulacionista : al desestimar el papel de las relaciones de
clase en la generación de excedentes (vale decir, los procesos internos en el «centro» y las «periferias») las
relaciones de división internacional del trabajo deben darse por supuestas. La teoría no puede dar cuenta de
éllas: hay un centro y unas periferias históricamente dadas a partir de las cuales se genera un intercambio
desigual. Se puede explicar como funciona el MSM, pero no su origen. La hipótesis clásica de Wallerstein
(1974 y 1980) viene a decir que el MSM es inseparable del capitalismo que se genera como un proceso
interno en la periferia de una de las «economías mundo» precapitalistas y genera su propia reestructuración
de la división internacional del trabajo. La hipótesis de Frank por el contrario trata de mostrar el MSM
como una continuación de un proceso que se retrotrae a los orígenes mismos de la civilización.
En el debate sobre el SM EB están por lo tanto en juego algunos problemas básicos de la teoría de la
dependencia, del debate fundamental de la Antropología económica entre sustantivismo y formalismo y, en
general, como meta-problema básico de la teoría social desde Adam Smith, la cuestión de la legitimaciónnaturalización del capitalismo.
En este contexto el libro de Chernij cobra un interés inusitado del que da testimonio la atención de la que
le han hecho objeto algunos de los protagonistas más relevantes del debate , como Kohl, Sherratt o Frank y
sus críticos. Resulta sorprendente que una obra gestada a lo largo de tantas déeadas de minucioso trabajo
empírico se sitúe nada más aparecer en el centro de la más importante diseusión internacional en su
disciplina. En cualquier caso, no es este lugar para desarrollar las implicaciones de la obra de Chernij con
respecto a esta cuestión, sino tan sólo de llamar la atención del lector sobre uno de los varios contextos en
los que la obra tiene un valor transcendente. Sobre todas las cosas, se trata de un ejemplo palmario de cómo
el trabajo del arqueólogo puede proyectarse mucho más allá de los estrechos límites de un rutinario
empirismo, sin renunciar por éllo a la especificidad empírica de la disciplina.
JUAN MANUEL VICENT GARCIA
Departamento de Prehistoria
Centro de Estudios Históricos
e.S.I.e. Madrid
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Universal, Prehistoria, nº 6) . Editorial Síntesis. Madrid, 1992. 317 pp. ISBN 84-7738128-3.
A todo profesor que da un ciclo de conferencias sobre un tema particular se le puede considerar
sospechoso de estar a punto de acometer un manual: el tema 10 tiene pensado y organizado y sólo le hace
falta encender el magnetófono para tener el borrador de su libro casi completo. El paso de la lección al
capítulo puede parecer fácil, pero no deja de ser complicado, sin embargo. El conferenciante debe ser
interesante, si es posible brillante, para incitar a sus alumnos a leer y aprender, mientras que el autor de un
vademécum ha de ser responsable y útil, aunque quizás aburrido, para inducir a un colega a que lo exija a
sus propios alumnos como lectura: este sólo puede permitirse especular sobre su tema si sabe que sus
alumnos tienen en sus manos lecturas fiables que suplan las lagunas que inevitablemente acompañarán a sus
ocurrencias. La obra de Vicente Lull y sus discípulos tiene elementos novedosos e interesantes, como es de
esperar de uno de los arqueólogos más originales de su gegeración, pero le falta el lastre de erudición
deseable en un libro de texto.
La primera parte de este volumen se dedica a asuntos cronológicos. Los autores arguyen con toda razón
que la estructura cronológica de la Edad del Bronce debe asentarse sobre fundamentos objetivos,
independientes del material cultural que ha de organizarse temporalmente. Demuestran claramente la
circularidad casi inevitable en la cual se han envuelto las cronologías tradicionales basadas sobre paralelos
cruzados: los prehistoriadores han elegido los elementos significativos para sus cronologías según las
conclusiones a las cuales querían llegar. Lull, González Marcén y Risch proponen lógicamente asentar la
cronología del Bronce sobre el radiocarbono, y a este efecto presentan listas regionales de más de mil
muestras de todo el continente, «las dataciones que cre[en] más significativas de la época que estudi[an]» (p.
88). Ahora bien, está claro que el valor de una determinación de C-14 no es mayor que la integridad de su
contexto, pero los autores no parecen haber tomado una actitud suficientemente crítica sobre la procedencia
de los datos que ofrecen.
Dos ejemplos pueden servir para ilustrar las dificultades que presentan los procedimientos que están en la
base de la cronología propuesta en este libro. Uno de los yacimientos que aparece en la lista de fechas para
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el Mediterráneo occidental es Almizaraque. Los autores citan las muestras KN-73, CSIC-269 y UGRA-I64
(las tres de este yacimiento que han dado determinaciones posteriores al 4000 bp), de las cuales sólo la
última está publicada como procedente de un contexto excavado fiable (Delibes el a/ii , 19H6). Sin embargo.
excluyen una decena de fechas publicadas para este yacimiento que son anteriores al 4000 bp . Naturalmente,
es po~ible que haya una fase de la ocupación de este yacimiento que caiga dentro del marco cronológico que
interesa a los autores , pero los datos aquí presentados no pueden demostrarlo. Otro yacimiento que aparece
en la lista es El Raso de Candeleda. del cual citan una muestra, UGRA-168 (3030 ± 150 bp). El poblado,
según su excavador (Fernández Gómez, 19H6). es un castro prerromano, y UGRA-16H es la única muestra de
las diez publi cadas para este yacimiento que ha dado una determinación que podría ser de la Edad del
Bronce. La existencia en El Raso de una fase del Bronce (que el excavador no ha reconocido sobre el
terreno) de ninguna manera puede constatarse a hase de una muestra, quizás a berrante por toda una serie de
posibles razones . Estos dos ejemplos (a los cuales se podrían añadir muchos más) sugieren que los autores de
este libro creen en la fiabilidad intrínseca de las fechas C-14, sean lo que sean sus contextos.
Con tal manejo de los datos quizás se evite la circularidad de los procedimientos comparativos
tradicionales, pero dificilmente se va a poder construir una cronología detallada y científicamente fiable. De
hecho los autores construyen para toda Europa una cronología tan depauperada como la secuencia tradicional
aceptada para la Península Ibérica: hay un Bronce antiguo (anterior al 1600 a.c.) y un Bronce reciente
(posterior a esa fecha). Indudablemente no se puede llegar a más mediante un estudio descontextualizado de
los dato~ del radiocarbono, pero el resultado es que el análisis cronológico en este libro acaba justo donde
uno hubiera esperado que empezara.
La segunda mitad del libro consiste en dos capítulos que resumen los registros funerarios y domésticos y
las pautas económicas y sociales en las diversas regiones de Europa, en cada uno de los dos apartados
cronológicos indicados. En 140 páginas esta vuelta resulta demasiado vertiginosa tanto para presentar
recensiones sistemáticas del registro y de su bibliografía como para desarrollar modelos de la dinámica
histórica de las muy diversas trayectorias atestiguadas en las varias partes del continente. Inevitablemente, las
aseveraciones de los autores son demasiado rápidas y numerosas para poder ser persuasivas. El siguiente
párrafo, sobre uno de los temas que los autores mejor dominan, es típico :
«A partir del 1650 A .C ., la sociedad argárica presenta signos de desestabilización en sus fundamentos
político-ideológicos y en las relaciones económicas en que basaba su reproducción. La alteración de
las formas productivas subsistenciales, el trasvase de mano de obra al sector secundario, la
deforestación intensiva y agotamiento de los campos y probables conflictos internos pudieron conducir,
en torno al 1500 A.C., a una crisis irreversible» (p. 183).
¿Qué cambios se pueden documentar en la agricultura y la ganadería entre los períodos 2200-1650 y 1650-
1500? ¿Qué indicios hay de que la intensificación progresiva de la producción artesanal en el curso de la
trayectoria argárica llegara a niveles críticos para su propia sustentación? ¿Qué datos paleobotánicos o
geomorfológicos sugieren una degradación decisiva del medio durante el siglo XVI a.c.? Los autores no
pueden decírnoslo en tan breve espacio, pero lo que yo sé del registro arqueológico del sureste me hace
dudar que estas aserciones puedan verificarse adecuadamente. La lectura de página tras página en las cuales
los autores no distinguen entre las hipótesis que encuentran mayor y menor apoyo en el registro conduce a
una crisis generalizada de confianza. En sus conferencias, un profesor brillante puede deslumbrar a sus
alumnos, pero en un manual la misma retórica tiene menos efecto.
ANTONIO GILMAN GUILLEN
California State University-Northridge
BIBLIOGRAFIA
DELIBES DE CASTRO, G.; FERNÁNDEZ-MIRANDA, M.; FERNÁNDEZ-POSSE, M.a D. y MARTIN, C. (1986): «El poblado de
Almizaraque». Homenaje a Luis Siret (1934-/984): 167-177. Sevilla.
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Avila.
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LA ALFARERIA DEL PASADO. EN BUSCA DE TEORIA y METODO PARA EL
ESTUDIO DE LA CERAMICA ARQUEOLOGICA
POITERY-MAKING IN THE PAST: IN SEARCH OF METHOD AND THEORY FOR THE
STUDY OF ARCHAEOLOGICAL CERAMICS
C. M. SINOPOLI, «Approaches
1991. XIII
+ 237
lO Archaeological Ceramics». Plenum Press, New York,
pp., 65 figs., 12 tablas . ISBN 0-306-43575-6.
A. P. MIDDLETON, & 1. C. FREESTONE (eds.), «Recent Developments in Ceramic
Petrology». British Museum, Occasional Paper, nº 81. London, 1991. VII + 410
pp., figs., tablas. ISBN 0-86159-081-3.
Cada uno de estos volúmenes tiene un significado muy distinto dentro de los estudios de cerámica
arqueológica. Sin embargo, ambos tienen un nexo común que los une, es decir, los dos constituyen una
importante aportación en el desarrollo general de una teoría y metodología específicas de la cerámica. Así, el
libro de C. M. Sinopoli está concebido como una introducción general al tema en forma de manual,
especialmente orientado para estudiantes de arqueología; mientras que el volumen editado por A. P.
Middleton e 1. C . Freestone, tiene la intención de ser una puesta en común o estado de la cuestión sobre uno
de los métodos de caracterización de cerámicas arqueológicas que más atención ha recibido por parte de los
investigadores en los últimos quince o veinte años, el método petrográfico.
A pesar de que la «Nueva Arqueología» supuso a partir de los años 60 una renovación del pensamiento
arqueológico en el ámbito anglosajón, y en consecuencia fueron postuladas toda una serie de nuevas
perspectivas de estudio de los restos del pasado, no fue precisamente en el campo de los estudios cerámicos
donde se prestó más atención al desarrollo de una teoría arqueológica, o más específicamente, al desarrollo
de una teoría cerámica que abordara las relaciones existentes entre cerámica, cultura y sociedad (Amold,
1985: 11). Debemos esperar hasta la década de los 80, si exceptuamos el libro de Shepard largamente
utilizado en las universidades norteamericanas como manual desde su primera publicación en los años 50
(Shepard, 1956), para encontrarnos con una verdadera proliferación de trabajos que tratan de hacer una
síntesis de los estudios que se han llevado a cabo sobre cerámicas arqueológicas intentando desarrollar un
corpus teórico-metodológico, partiendo de un buen conocimiento de los aspectos tecnológicos, con el cual
unificar los principios, terminología y técnicas del análisis cerámico independientemente de cuales sean las
perspectivas conceptuales con las que se aborden los datos (Rye, 1981; Van der Leeuw y Pritchard, 1984;
Anderson, 1984; Arnold, 1985; Nelson, 1985; Rice, 1987; Kolb, 1988; fuera del ámbito anglosajón Cuomo di
Caprio, 1985). No obstante, si bien es verdad este objetivo todavía está lejos de alcanzarse ya que por el
momento hay cuestiones de índole teórica apenas esbozadas derivadas de la falta de aproximaciones
integradas que interpreten los datos cerámicos en conexión con el resto de los aspectos socioculturales del
pasado (Amold, 1985: 2).
En este sentido, podemos incluir el trabajo de Sinopoli, joven investigadora de la Universidad de
Wisconsin (Milwaukee) cuya labor arqueológica se ha centrado principalmente en el estudio de la producción
cerámica medieval del Sur de la India, dentro de esta línea. El libro está dividido en dos partes bien
definidas. En la primera se tratan todos aquellos temas relacionados con la tecnología y el proceso de
manufacturación de la cerámica, desde la recogida de las materias primas hasta su cocción (cap. 2), para
pasar más tarde a discutir las técnicas analíticas de muestreo, clasificación y tipología (cap. 3). En la segunda
parte, tras una interesante introducción sobre el papel que pueden jugar en los estudios cerámicos la analogía
etnográfica y los trabajos etnográficos orientados arqueológicamente (etnoarqueología), se hace un repaso
sobre algunas de las cuestiones que pueden formularse al material cerámico y los modos de aproximarse a
ellas: cronológicas (cap. 4); sobre uso, producción y distribución (cap. 5); sobre organización social (cap. 6);
o sobre organización política (cap. 7). El trabajo concluye con un capítulo en donde se evalúan las diferentes
direcciones que se vislumbran en un futuro dentro del análisis e interpretación de los datos cerámicos (cap.
8), junto con un apéndice introductorio de las técnicas estadísticas susceptibles de ser usadas con este
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material. Por último. ofrece un glosario de términos cerámicos como ya viene siendo habitual en este tipo de
trabajos.
En nuestra opinión, la segunda parte es la que más interés ofrece y la que puede resultar más sugerente.
La autora ha optado por un sistema de exposición bastante coherente en términos didácticos. Una breve
introducción sobre cada uno de los temas, seguida a continuación de un comentario de uno o varios de los
trabajos más sobresalientes que se han realizado, una discusión de los logros y cuestiones que todavía no ha
resuelto y un listado final de lectura~ adicionales. Partiendo de la base de que el análisis arqueológico
consiste en evaluar modelos sobre el pasado y de que existen múltiples fuentes para formularlos (etnografía,
información histórica, conocimiento antropológico, etc.). C. M. Sinopoli nos va mostrando qué tipo de
información puede ofrecernos el estudio de la cerámica basándose en el conocimiento antropológico y en el
valor de los argumentos analógicos como fuente desde la cual proponer preguntas al material cerámico. De
esta forma, las cerámicas nos pueden revelar datos importantes sobre organización social, economía,
estructura política o ideología. Hay un par de cuestiones en las que insiste especialmente a lo largo de todo
el libro. Es importante que las preguntas se formulan desde un posicionamiento teórico que integre la
cerámica en su contexto. Por un lado, en su contexto material, 10 cual implica que su estudio no quede
aislado del de otras producciones materiales; y por otro, en su contexto cultural y social, que se relaciona
con el anterior y que implica asimismo que la cerámica es un objeto producido, usado y desechado social y
cultural mente (pp. 161-162). Esto se traduce igualmente en que es necesario un esfuerzo por integrar las
interpretaciones cerámicas, dificil debido a la cada vez mayor especialización y compartimentación que
experimentan en la actualidad los estudios sobre cerámicas arqueológicas, en el seno de interpretaciones
globales (p. 170).
La valoración que podemos hacer de este trabajo debe considerarse en relación a tres aspectos: su
valoración como manual y, por consiguiente, como libro de síntesis; su relación con otros trabajos similares
dentro de la tradición arqueológica norteamericana; y el significado que puede tener en una tradición
arqueológica como la española. Teniendo en cuenta el público potencial al que está dirigido pensamos que
hay capítulos, como el referido a las técnicas de manufactura, que no se tocan de una manera profunda, o
cuyo desarrollo está supeditado a la mera exposición de alguna de las aproximaciones más notables al tema,
como en los que se trata el estudio de la organización social y política a través de las cerámicas. A nuestro
modo de ver y aún siendo conscientes de que se trata de un manual, son unas partes que en resumen
presentan un resultado bastante poco crítico y que no benefician en absoluto a la labor que en primera
instancia debe cumplir un manual, esto es, el hacer pensar en términos arqueológicos a los estudiantes que se
incorporan a la disciplina. En todo caso, siempre se podría recurrir a la lectura directa de los originales. Por
otro lado, sin que ello suponga menospreciar la calidad que sin duda tiene este volumen, no alcanza la
profundidad de otros trabajos en su misma línea, como puede ser el caso de los Rye (1981) sobre cuestiones
tecnológicas, Arnold (1985) centrado en la producción cerámica en contextos etnográficos, o Rice (1987)
auténtico libro de referencia para todo lo relacionado con cerámica arqueológica. Vitelli, en la crítica que
hace de él para Antiquity reflexionaba sobre la capacidad de la autora para emprender un trabajo de estas
características dada su «juventud» profesional (Vitelli, 1992), cuestiones en las que un recensionista del otro
lado del Atlántico tiene poco que decir, máxime desde una tradición arqueológica como la española, aunque
sí podría apuntar que un libro de síntesis como el que nos ocupa resulta valioso ya que no existe ningún
libro teórico-metodológico sobre este tema en lengua española y que en buena medida tanto los propios
arqueólogos como las editoriales deberían tomar buena nota de ello a la hora de seleccionar criterios pará
publicar o traducir.
El amplio volumen que editan A. P. Middleton e 1. C. Freestone está consagrado enteramente a las
técnicas de análisis petrográfico de cerámicas arqueológicas. Este tipo de analítica consiste básicamente en el
examen a través de un microscopio petrográfico de láminas delgadas obtenidas de la propia cerámica. Con
ello se intentan caracterizar mineralógicamente las inclusiones presentes en la matriz arcillosa en forma de
desgrasantes (ya sean naturales o añadidos intencionadamente) así como determinar sus características
texturales, proporcionando dos tipos de información: tecnológica (tratamiento de superficies, temperatura de
cocción, etc.) y procedencia de materias primas (García Heras y Olaetxea, 1992). Podemos decir, por tanto,
que su naturaleza es eminentemente metodológica ya que se alza como un arma bastante eficaz para los
arqueólogos a la hora de aproximarse a preguntas planteadas a los materiales cerámicos sobre tecnología,
producción, distribución, comercio e intercambio.
Lo primero que hay que destacar en este trabajo es el vigor y la viabilidad que aún hoy, tras más de
treinta años, presenta un método de análisis cerámico como es el petrográfíco. Yeso, lo demuestra
extensamente un volumen como este, fruto de la segunda reunión propuesta por el Research Laboratory del
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Museo Británico de Londres celebrada en Noviembre de 1987 y dedicada por entero a este tema, en donde
podemos comprobar que la aproximación goza de muy buena salud.
No ha sido precisamente una casualidad que la reunión la convocase esta institución y en esta fecha.
Primero, porque se trata de uno de los laboratorios, con A. P. Middleton e I. C. Freestone a la cabeza, que
más interés ha mostrado en el desarrollo de esta técnica en el continente europeo a lo largo de la última
década (Middleton el alii, 1985; Freestone, 1987); y segundo, porque en esa fecha se cumplían siete años
desde que tuvo lugar la primera reunión sobre el tema en Diciembre de 1980 en este mismo marco
(Freestone el alií, 1982) y diecisiete desde que Peacok publicó la primera revisión sobre éste (Peacock, 1970).
Se trata, por tanto, de un volumen sobre estado de la cuestión, o lo que es lo mismo de síntesis, avalado por
la intención de los editores de convocar periódicamente a los principales especialistas en el tema para que
discutan sobre los problemas y avances que presenta este método de análisis y emitan un diagnóstico sobre
su futuro.
Quizás pueda resultar, dentro de la investigación arqueológica española, un tanto sorprendente que se
dedique tanto esfuerzo al desarrollo de una técnica analítica, teniendo en cuenta la infraestructura que por el
momento presenta nuestra investigación ante este tipo de métodos (Vila y Estévez, 1989). Sin embargo, fuera
de nuestras fronteras, y especialmente en la tradición anglosajona, un método como el análisis petrográfico
tiene ya una larga experiencia detrás debido a los buenos resultados que ha ofrecido en la resolución de
problemas arqueológicos. Algunas de sus técnicas constituyen ya una rutina en muchos programas de
investigación. Por este motivo, no es extraño que en la última década hayan proliferado trabajos de estas
características, no sólo sobre petrografía sino también sobre otras técnicas de análisis cerámico (Hughes,
1981; Freestone el alli, 1982; Olin y Franklin, 1982; Kempe y Harvey, 1983) y que aparezcan como técnicas
habituales de análisis en algunas de las síntesis generales sobre cerámica que hemos comentado anteriormente
(Shepard, 1956; Anderson, 1984; Cuomo di Caprio, 1985; Rice, 1987), incluido el libro de Sinopoli (pp. 56-59
y 112-114).
Como ocurre en cualquier obra colectiva, las aportaciones de los diferentes especialistas tienen un
carácter desigual, aunque en este caso presentan en conjunto un buen nivel dada la experiencia profesional
de la mayoría de ellos en este campo . El volumen cuenta con dos tipos de aportaciones. Aplicaciones
concretas a problemas cerámicos de determinados períodos y propuestas metodológicas relacionadas con
aspectos puntuales del análisis petrográfico . Entre las primeras destacan los trabajos de I. M. Barnett, de la
Universidad de Boston (Massachusetts) sobre cerámica neolítica de Andorra; del francés J. C. Echallier, del
Centro de Investigación Arqueológica de Valbonne sobre cerámicas del Hierro de Le Pegue; de la británica
A. Sheridan sobre cerámica neolítica irlandesa; o los trabajos realizados sobre ánforas romanas por D. P. S.
Peacock sobre la producción tunecina y por D. F. Williams sobre hallazgos británicos, ambos pertenecientes
a uno de los centros más dinámicos en este tipo de analítica desde sus comienzos, el departamento de
arqueología de la Universidad de Southampton del Reino Unido. En cuanto a las propuestas metodológicas
las más interesantes nos han parecido las desarrolladas por N. R. Fieller y P. T. Nicholson de la Universidad
de Sheffield (Reino Unido) e 1. K. Whitbread del Instituto de Tecnología de Cambridge (Massachusetts)
ideando programas informáticos para cuantificar los datos petrográficos, o la aportación de A. J. Matthew,
A. J. Woods y C. Oliver de la Universidad de Leicester (Reino Unido), confeccionado cartas de estimación
visual de porcentajes para las inclusiones. El volumen finaliza con unas conclusiones redactadas por 1. C.
Freestone.
Hay también una contribución española, la realizada por A. Gutiérrez de la Universidad de Zaragoza en
colaboración con C . Gerrard del museo de Cirencester (Reino Unido) ya publicada en castellano (Gerrard y
Gutiérrez, 1988) sobre cerámicas medievales y modernas de Aragón. Aunque el trabajo presenta algunos de .
los problemas que ya hemos planteado en otro lugar sobre las aproximaciones españolas (García Heras,
1992; García Heras y Olaetxea, 1992), resulta interesante el uso que hacen de los datos etnográficos como
apoyo a la caracterización de sus cerámicas.
A lo largo de las páginas de este volumen se dejan entrever algunos de los problemas latentes dentro de
este método de análisis cerámico. El que sin duda mayor preocupación muestra por parte de los investigadores
es el relacionado con el análisis textural de las partículas presentes en la matriz arcillosa y su posterior
cuantificación, debido a que en estos años ha demostrado ser bastante eficaz cuando había dificultades para
discriminar producciones con inclusiones mineralógicas muy homogéneas desde que lo utilizara por primera
vez Peacock (1971). Los artículos que se han centrado en ello buscan reducir el tiempo empleado en efectuar
los conteos y ganar en precisión aplicando programas informáticos, tanto estadísticos como de análisis de
imágenes digitalizadas. No obstante, este aspecto todavía constituye todo un reto ya que es necesaria una
importante inversión tecnológica que no siempre está acorde con la importancia de los problemas que se
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desean resolver. De ahí, el interés que a nuestro modo de ver pueden tener las cartas de estimación visual
publicadas aquí, ya que hasta ahora las existentes no estaban adaptadas para el análisis cerámico. En
cualquier caso, su precisión no está aún muy aceptada. Otro de los problemas en los que han incidido
algunos de los participantes nos parece mucho más importante y tiene mucho más que ver con el desarrollo
de los estudios cerámicos en general, la conexión de los resultados con la teoría. Un problema que deriva de
la falta de un marco teórico al que antes hacíamos referencia. De todas formas, es importante resaltar que en
la mayor parte de los casos que conforman este volumen los análisis se han efectuado intentando resolver
problemas concretos formulados desde diferentes perspectivas conceptuales y por supuesto integrados dentro
de una interpretación global. Esto quiere decir que los análisis petrográficos no hablan por sí mismos si antes
no se plantean las preguntas adecuadas.
Hay otra serie de problemas apuntados por 1. C. Freestone en las conclusiones, COffi<) pueden ser la
necesidad de unificar criterios en las descripciones de las muestras (en este trabajo no hay dos autores que
utilicen un mismo modelo) o en el establecimiento de una terminología común que haga más accesibles los
argumentos petrográficos o las audiencias arqueológicas. Mientras que existen otros de extraordinaria
importancia en nuestra opinión que apenas son tratados por ninguno de los especialistas (excepto por C. S.
Allen de la Universidad de Nottingham) como es el problema de las alteraciones post-deposicionales que
pueden sufrir en sus componentes algunas cerámicas.
No obstante, esta obra también demuestra que se han producido avances importantes sobre todo en estos
últimos años, como refleja el hecho de que en una amplia mayoría de las aplicaciones aquí presentadas se
parte del estudio integral de una determinada región geográfica, teniendo en cuenta tanto el conjunto de
cerámicas arqueológicas, ya procedan de excavación o prospección, como las arcillas susceptibles de uso en
el pasado. Esto último significa que empieza a ser una constante la recogida sistemática de muestras actuales
de arcilla que ayuden a contrastar los resultados de la caracterización y que mediante la experimentación se
conozcan mejor algunos de los procesos tecnológicos que tuvieron lugar en su elaboración. A todo ello se
une el estudio etnográfico de los alfares de dicha región en los casos en que todavía existen, introducido por
Peacock (1982), como guía para realizar ambas tareas. Desde luego, y en nuestra opinión es una de las claves
que puede justificar la importancia de este trabajo colectivo, lo que sí que demuestra es que el análisis
petrográfico se alza como un método con capacidades cualitativas y semi-cuantitativas eficaz, rápido y
económico, y con ciertas ventajas frente a otros métodos de análisis de procedencia de cerámicas arqueológicas
por su valor predictivo, ya que no son necesarios productos del área de origen para establecer comparaciones.
En definitiva, estos dos buenos trabajos deben invitarnos a reflexionar. La cerámica del pasado no habla
por si misma. Debemos ser nosotros los que la hagamos hablar, no sólo escuchando lo que nos quiere decir
sobre su forma, su decoración y su cronología, sino sobre otros muchos aspectos que nos interesan
sobremanera. Si hay algo que nos pueden enseñar estos volúmenes es la necesidad de repensar la cerámica en
su contexto de producción, de uso y de deposición, y que debemos ser los propios arqueólogos los que
ideemos los métodos de aproximación a estos fenómenos. No sólo desde la teoría, sino también con la
práctica, como demuestra el segundo de los trabajos, en el que la mayoría de los análisis se ha realizado por
arqueólogos. En el futuro no podemos seguir esperando que nuestros problemas se resuelvan cuando otros
especialistas decidan acercarse a ellos.
MANUEL GARCIA HERAS
Departamento de Prehistoria
Facultad de Geografia e Historia
Universidad Complutense
Madrid
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APOSTILLAS A LA "ESCULTURA ZOOMORFA DE MONTERRUBIO DE LA
SERENA (BADAJOZ)>>
COMMENTS ON THE " ZOOMORPHIC SCULPTURE FROM MONTERRUBIO DE LA
SERENA (BADAJOZ) ••
F. HERNANDEZ HERNANDEZ, " Escultura zoomorfa de Monterrubio de la Serena
(Badajoz). Una aproximación a su interpretación sociocultural y simbólica». Trabajos
de Prehistoria, 49, 1992: 373-383.
Resulta realmente complicado, por los riesgos que se corren, hacer arqueología de gabinete cuando se
estudia una pieza inédita. No es imprescindible el conocimiento directo para poder realizar una análisis
arqueológico riguroso, sobre todo si el objeto de estudio es bien conocido en sus aspectos básicos y la
distancia ayuda a la reflexión introduciendo nuevas lecturas y matices que enriquecen el análisis.
No ocurre lo mismo sin embargo cuando la primera publicación se hace a partir de dos fotografias .
Puede suceder entonces que las ausencias y los errores de apreciación introduzcan demasiado ruido en el
proceso de comunicación por lo que, dadas las constantes sobre las que se edifican los trabajos arqueológicos
en este país, es fácil que éstos se proyecten luego en la bibliografia futura.
El artículo de Francisca Hernández sobre la escultura zoomorfa de Monterrubio de la Serena (Badajoz),
aún siendo un artículo bien construido, adolece de algunos problemas que tienen su origen en las circunstancias
en que fue escrito . No hace la autora el suficiente hincapié en esa situación de partida y asume riesgos que en
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algunos casos la llevan al error, sin mantener una distancia de seguridad en sus apreciaciones sobre una
escultura que conoce indirectamente .
El primer problema es cómo la pieza aparece contextualizada por la autora a pesar de que no tiene
ninguna información sobre el particular. Se trata de una propuesta absolutamente arriesgada, sin base ni
fundamento lógico, que nos creemos en la obligación de corregir. Para Hernández (1992 : 374-379) la
escultura que representa un carnero pudo aparecer en la Dehesa El Carneril, en el término municipal de
Monterrubio, a 30 kms. del núcleo urbano, próxima al Zújar. Se trata de un ejercicio puramente especulativo,
apoyado, sin duda, en el topónimo : son los problemas que ocasiona la distancia. Si, como en buena lógica
piensa , la escultura debió aparecer en el entorno de Monterrubio es contradictorio que ese entorno se sitúe
nada menos que a 30 kms. al norte de Monterrubio de la Serena. Es posible que el capricho histórico que
supone que Monterrubio tenga una parte de su término municipal entre los de Castuera, Cabeza del Buey y
Esparragosa de Lares, algo que hay que achacar a las azarosas andanzas de la Orden Militar de Alcántara
por la Real Dehesa de La Serena, haya confundido a Hernández. Lo cierto es que entre la Dehesa El
Carneril, ciertamente perteneciente a Monterrubio, y el pueblo de Monterrubio están los términos municipales
de Benquerencia y Cabeza del Buey, y entre ambos sitios, muchos kilómetros de distancia.
Pensar que un topónimo como El Carneril pudiera tener relación más o menos directa con la escultura de
carnero que nos ocupa es una propuesta poco afortunada, habida cuenta de que si La Serena tiene algo que
la caracterice son las ovejas (y con ellas, los carneros), por lo que es más fácil buscar el origen del topónimo
en razones más próximas.
Ignoramos las circunstancias en que F . Hernández entró en contacto con la escultura y las razones por
las que no le fue permitido su estudio. No obstante no podemos menos que agradecer la extraordinaria
amabilidad de la familia de D. Eduardo Tena que, como propietarios del carnero, fueron todo generosidad y
amabilidad a la hora de permitirnos trabajar sobre la pieza, que tenemos en estudio (2).
Así, sabemos por José Tena que la escultura apareció hará unos 20 años mientras se araba en la finca La
Data, a unos 2 kms . de Monterrubio de la Serena en un paraje de suaves lomas próximo a las sierras de
Monterrubio, por lo que carecen de sentido las especulaciones contextualizadoras..
En cuanto a la escultura en sí , existen algunos detalles que, por razones obvias, se le escapan a la autora
en la descripción de la pieza. Es cierto que el modelado de la escultura es muy esquemático, pero no 10 es
que esté poco cuidado . Esquematismo y falta calidad no tienen por qué ir asociados.
El carnero está tallado en un bloque de piedra caliza, muy abundante por la zona, y se encuentra echado,
mirando al frente, aunque con la cabeza y los miembros delanteros más altos que el plano de los cuartos
traseros. La parte inferior de la pieza no es que sea plana (Hernández, 1992: 374) sino que realmente está
formada por una especie de plinto o pedestal, irregular y de mal asiento, que apunta posiblemente a que la
escultura fuera parte, como bien sugiere Hernández, del remate de algún pilar o estela.
Por lo que respecta a las patas del animal, éstas fueron talladas de forma muy esquemática del tal suerte
que además de resultar muy delgadas destacan poco sobre el cuerpo y acaban perdiéndose por la zona del
lomo. Las pezuñas aparecen señaladas con un pequeño abultamiento, que incluso puede apreciarse en las
fotografías que maneja F. Hernández, aunque este detalle le pasa inadvertido. El carnero de Teba (Málaga)
(Fernández Ruiz, 1978) también tiene las pezuñas esbozadas con un tratamiento muy semejante a las del
carnero de Monterrubio.
El cuello se encuentra delimitado por las patas delanteras, que señalan un pequeño rebaje a partir de ellas
hasta la cabeza. Este rebaje viene, además, diferenciado con respecto al resto de la escultura en que rompe el
plano inclinado que proyectaba el cuerpo echado del animal, de tal forma que ahora, por la parte superior,
pretende conseguir un plano horizontal. De esta manera se consigue la proyección de la cabeza del animal, a
través de su cuello, hacia adelante.
Resulta difícil, por las muchas rozaduras que tiene la escultura, precisar si existe algún tipo de trabajo en
la zona del cuello que pretendiera representar el rizado de la lana del carnero. Es posible que esto ocurra,
sobre todo si tomamos como indicio la existencia de un ligero rebaje en torno al trazado de los cuernos, lo
que sitúa entre éstos y las patas delanteras un pequeño resalte, con líneas incisas, que puede ser la lana.
Algo parecido ocurre en la superficie de la cuerna, donde pueden verse algunas incisiones que debieron
dar a la cornamenta su rugosidad característica. Este detalle se encuentra presente en el carnero del Museo
Arqueológico de Córdoba, en el que se han marcado las nervaturas del cuerno mediante líneas cruzadas
marcando rombos que se extienden incluso por la testuz (Chapa, 1986).
(2) Las medidas básicas de la escultura, que no se proporcionan, son: Longitud: 39 ems.; Altura de plinto a cuernos:
23 ems., de plinto a rabo: 14 ems.; Anchura del lomo: 10 máx./8 min.; Perímetro cuello: 44 ems.; Peso: 12 kgs.
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Existen, además, otros elementos de importancia para el conocimiento de la escultura que no se refieren o
aparecen de forma imprecisa . Así, hay que destacar el hecho de que las orejas sean redondas y no mús o
menos apuntadas, como suele ser frecuente en la plástica ibérica en el grupo de caprinos (Chapa, 1995). Ojos
sólo conserva uno que viene señalado por una incisión ovalada, no circular. Lo mismo ocurre con el rabo,
que está bien definido como una banda de 12 cms. de longitud que se estrecha hacia abajo . ConsideracIOnes ,
en fin, que podrían extenderse a rasgos como el hocico del animal, los orificios nasales, el morro, la
asimetría de planos o la ausencia de genitales.
Sobre el contexto arqueológico de la escultura, precisar que al parecer se halló aislada, sin relación con
otros materiales o elementos arquitectónicos. La prospección de La Data resultó negativa: no hay ningún
resto arqueológico en la finca. El yacimiento más inmediato relacionable con el carnero por su cronología y
secuencia cultural es un recinto fortificado en la cima de una de las sierras pr<'>ximas. Se trata de una obra de
cierta envergadura, dentro de lo que tipológicamente hemos definido como Recintos en altura, una construcción con bloques de tipo ciclópeo, rectangular, levantada en una altura dominante sobre el entorno, en este
caso el valle que comunica La Serena y la provincia de Córdoba (Ortiz, 1990).
Tanto por la misma factura de la pieza como por sus paralelos, proponemos una cronología situada en
una banda que no iría más allá de mediados del Ir a. de C. hasta mediados del I a. de c. , es decir, en un
contexto ya romano aunque esculpida a partir de una base cultural y material de indudables raíces indígenas.
Esto sitúa a la pieza en la etapa de pleno apogeo de los recintos de La Serena (Ortiz, 1991), es decir, en los
momentos en que se inicia el declinar de la Il Edad del Hierro y aparece la presencia romana en la zona.
Sobre el análisis comparativo de Hernández en el artículo que nos ocupa, nada que objetar que no sea la
escasa atención que se ha prestado al momento final de la plástica ibérica, allí donde se sitúa el carnero de
Monterrubio. Es muy interesante el trabajo en lo que se refiere a la iconografía del carnero a lo largo del
primer milenio, aunque realmente poco en común tienen los morillos con representaciones de carneros o el
exvoto del Collado de los Jardines con la escultura de Monterrubio. No hay límites temporales cuando
trabajamos en la esfera simbólica y nos ocupamos de buscar antecedentes a cualquier tema iconográfico. Sin
embargo el carnero de Monterrubio está directamente relacionado con el carnero de Teba y con el del Museo
Arqueológico de Córdoba (del que no hay que olvidar que se ignora su procedencia) lo que acota su tiempo,
orígenes y secuencia. El parcial y breve análisis de que son objeto las representaciones de carnero en piedra
nos lleva a considerar que el artículo, cuando menos, está desajustado. Hubiera resultado coherente presentarlo
como un estudio de la iconografía del carnero, donde hubiera tenido su papel el ejemplar de Monterrubio de
la Serena. Al hacerlo a la inversa, sin embargo, el interés de la escultura extremeña queda diluido en un
conjunto de consideraciones no siempre estrechamente relacionadas con ella.
En Extremadura la escultura de Monterrubio es pieza única (3), teniendo en el león de Magacela (Jiménez
el alii, 1950) la más próxima escultura zoomorfa. En lo que respecta a la función no entramos en un análisis
detallado, por no alargar en exceso nuestras consideraciones, pero apostamos por una lectura más práctica
que la meramente simbólica, aquella que viene dada por el contexto cultural y económico de la zona donde
se halló la escultura, relacionándola con zonas de pastoreo, pasos de ganado o lugares de interés estratégico.
PABLO ORTIZ ROMERO
Director de las excavaciones de Hijovejo
Quintana de la Serena, Badajoz
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(3) En el mapa en que se representa la distribución espacial de la iconografía del carnero (Hernández, 1992: 375), la
pieza de Monterrubio no está situada correctamente. Debe colocarse más al este, próxima al río Zújar.
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A PROPOSITO DE LAS "APOSTILLAS" SOBRE LA ESCULTURA ZOOMORFA DE
MONTERRUBIO DE LA SERENA (BADAJOZ)
REPLY TO THE "COMMENTS" ON THE ZOOMORPHIC SCULPTURE FROM MONTERRUBIO DE LA SERENA (BADAJOZ)
Acogiéndonos al derecho de réplica que nos permite Trabajos de Prehistoria, quisiéramos hacer algunas
precisiones a las «apostillas» que Pablo Ortiz Romero presenta en relación con nuestro artículo.
En primer lugar, hemos de decir que las fotografías llegaron a nuestro poder hace cuatro años a través de
una tercera persona que nos comunicó la imposibilidad de acceder directamente a la pieza. Inmediatamente,
nos pusimos en contacto epistolar con quien, supuestamente, había realizado las fotografías, con el fin de
recabar toda la información necesaria que nos permitiera estudiarla directamente. Sin embargo, en ningún
momento tuvimos contestación a nuestra solicitud, por lo que no pudimos saber con certeza dónde se
encontraba depositada ésta y quién la tenía en su poder.
Ahora bien, si como afirma Ortiz, la escultura apareció hace 20 años y era propiedad de la familia Tena,
nos resulta un tanto extraño que, hasta estos momentos, no se haya facilitado el acceso a la misma para su
publicación. En todo caso, si después de realizar todas nuestras diligencias y sin tener conocimiento de que
otra persona sí tenía acceso a la misma y estaba estudiándola, alguien opinara que estamos haciendo
«arqueología de gabinete», nos permitiríamos afirmar que la creación de esta situación parece más bien ser
fruto del más puro obscurantismo provinciano decimonónico, que de falta de rigor científico por nuestra
parte. Prueba de ello es que, aún pudiendo haberla publicado en números anteriores de la Revista, nos
resistimos a hacerlo con la esperanza de poder examinar la pieza personalmente.
Por otra parte, no estamos de acuerdo con Ortiz cuando afirma que no hacemos el «suficiente hincapié»
en la situación en que fue escrito nuestro artículo «llevando en algunos casos al error», porque lo primero
que expusimos fue que «hemos de destacar que desconocemos los datos exactos sobre el origen y descubrimiento de la pieza a la que no se nos ha permitido acceder directamente» (pp. 374-375).
Sin embargo, le agradecemos los detalles que aporta sobre la descripción del carnero, los datos de sus
medidas y de su localización geográfica, a las que nada tenemos que objetar si su información oral es exacta.
Por el contrario, no coincidimos con él cuando afirma que nuestra contextualización de la pieza se hace «sin
base ni fundamento lógico», puesto que, según los pocos datos de que disponíamos, intentamos buscar su
procedencia a través de los topónimos del lugar que, evidentemente, en muchas ocasiones nos ofrecen
diversas referencias arqueológicas. No obstante, dado que afirma que se encontró «aislada y sin relación
alguna con otros materiales», y puesto que toda la zona se caracteriza por la presencia de abundante ganado
ovicáprido, no vemos tanto problema para situarla donde lo hacemos dado que estimar como «capricho
histórico» el que parte del término municipal de Monterrubio se encuentre entre el de Castuera, Cabeza del
Buey y Esparragosa de Lares sin más datos históricos precisos, es pura especulación. Insistimos, por tanto,
que hemos situado la pieza en un marco bastante afín al que apareció realmente, hecho que no desfigura
significativamente su contextualización hasta el punto de que Ortiz llegue a asegurar que dichas referencias
«son pura especulación carente de sentido». En todo caso, en relación al contexto estratégico del carnero nos
gustaría saber por qué, si Ortiz ya conocía la pieza cuando publicó los Recintos Tipo Torre de la Serena
(1991), que él opina están en relación directa con ella, no hizo referencia alguna a ello y explicó detalladamente
sus consideraciones sobre el tema.
Respecto a la descripción de la escultura, si como mantiene el autor «es cierto que el modelado de la
escultura es muy esquemático, pero no lo es que esté poco cuidado», nos extraña que compare dicha pieza
con la de Teba donde se dice textualmente que presenta «un aspecto de obra mal acabada, grosera, que
evidencia torpezas técnicas propias de una escultura todavía no madura» (Fernández, 1978: 172).
No entendemos qué pretende Rubio decir cuando afirma que nuestro artículo «está desajustado». Si se
refiere a que deberíamos haber prestado mayor atención a las esculturas en piedra, tenemos que responder
que poco más podemos añadir a los trabajos realizados en esta línea por Chapa (1980 y 1986). Y, en todo
caso, si Ortiz había realizado un trabajo in extenso sobre este apartado donde aportaba novedades dignas de
T. P.. nQ 50. 1993
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RECENSIONES
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consideración, no nos explicamos que haya retirado un artículo sobre el carnero que, según parece, ya tenía
en imprenta cuando salió el nuestro . Por esta razón, nuestro propósito fue realizar un trabajo comparativo
de dichas representaciones, sin que por ello nuestra pieza quede diluida, puesto que, al aparecer sin contexto
alguno, necesariamente teníamos que remitirnos a otros ejemplares de esta misma tipología.
En cuanto al supuesto error de localización de la escultura al situarla en el mapa, pensamos que al
realizarlo a dicha escala, no deja de ser algo insignificante que en nada altera su ubicación real ni,
necesariamente, confunde al posible lector.
A nuestro entender, decir que la lectura simbólica que nosotros hacemos no tiene en cuenta el contexto
cultural y económico de la zona resulta una afirmación puramente gratuita dado que incidimos expresamente
en el hecho del paso de ganado trashumante y en la importancia de la vía de comunicación entre
Extremadura y Andalucía (p. 374).
Dentro de las referencias hechas a la cronología, opinamos que pretender precisar con detalle el momento
final de la escultura ibérica y el inicio de la plena romanización resulta, cuando menos, excesivamente
aventurado si no se aportan datos precisos y concretos. En este aspecto, coincidimos con Bendala (1979: 42)
cuando afirma que el sustrato prerromano perdura en una actitud competitiva con las distintas visiones
originarias de Roma en el momento de plasmar su cultura material.
En definitiva, con la publicación de dicha pieza sólo hemos pretendido darla a conocer porque sabíamos
de su existencia desde hacia tiempo y de la imposibilidad de acercarse a ella para poder estudiarla y
publicarla. En todo momento fuimos conscientes de que estábamos asumiendo ciertos riesgos al no poder
examinarla directamente, pero de ninguna manera pretendimos hacer elucubraciones acientíficas ni entrar en
competencia con nuestros excelentes amigos arqueólogos extremeños. Tal vez, si se va cambiando en
dirección hacia una nueva mentalidad más abierta con respecto a la importancia de nuestro patrimonio
cultural y arqueológico, evitaremos en lo sucesivo que una pieza conocida como la de Monterrubio de la
Serena tarde en ser publicada más de veinte años. Esperemos que así sea por el mejor futuro del patrimonio
cultural extremeño .
FRANCISCA HERNANDEZ HERNANDEZ
Departamento de Prehistoria
Facultad de Geografía e Historia
Universidad Complutense
Madrid
BIBLIOGRAFIA
BENDALA GALÁN, M. (1981): «La etapa final de la cultura Ibero-Turdetana y el impacto romanizador .. . La Baja Epoca de
la Cultura Ibérica. Asociación Española de Amigos de la Arqueología: 33-48. Madrid .
CHAPA BRUNET, T . (1980): «La Escultura Zoomorfa Ibérica en piedra». Editorial de la Universidad Complutense. Madrid,
2 vols.
- (1986): «Influjos griegos en la escultura zoomorfa Ibérica ... Ministerio de Cultura. Madrid.
FERNÁNDEZ RUIZ, J. (1978): «Una escultura zoomorfa ibérica en Teba (Málaga)>> . Baetica. Estudios de Arte, Geografía e
Historia, 1: 171-179. Málaga .
ORTlZ ROMERO, P. (1991): «Excavaciones y sondeos en los recintos tipo Torre de La Serena» . Extremadura Arqueológica JI.
Actas de las I Jornadas de Prehistoria y Arqueología de Extremadura: 302-317. Mérida-Cáceres.
T. P .. n Q SO. 1993
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