LA CULTURA EN LA EDUCACIÓN ACTUAL Acercamiento a una

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Antropoformas, Nueva Época Año 2, No. 2, pp. 59-75
Julio-Diciembre 2012
LA CULTURA EN LA EDUCACIÓN ACTUAL
Acercamiento a una propuesta para la educación
en la sociedad contemporánea
Carlos Alberto Flores Armeaga*
RESUMEN: La educación como paradigma y una posibilidad desde las Ciencias
Sociales es aquí lo que nos reúne; mirar desde la antropología hacia la filosofía resulta
en todo momento una necesidad y, en términos humanos e intelectuales, es inevitable.
Generalmente cada disciplina plantea su postura con respecto a los temas en cuestión.
A partir del encuentro como algo posible, será importante para la educación y los
sistemas educativos de nuestro país, apuntar hacia al menos cuatro categorías que
podrían ayudar en su fundamentación y en sus resultados: la humanización, la
diversidad cultural, la visión posmoderna al respecto y el apoyo de la teorías de
sistemas para su comprensión, a fin de no solo objetivar sobre la trasmisión del
conocimiento, sino hacer posible el desarrollo de habilidades, aptitudes y actitudes que
generen hábitos y que se reflejen en la resolución de problemas más bien prácticos,
cotidianos e intelectuales, y no únicamente abstractos o discursivos. He aquí entonces
que la posibilidad de una convergencia entre elementos filosóficos y antropológicos en el
tema de la educación, puede ser fructífero para el desarrollo contemporáneo de la
sociedad presente y de interés para la sociología.
PALABRAS CLAVE: educación, antropología, filosofía, pedagogía cibernética
ABSTRACT: Education, seen as a paradigm and as a possibility through the perspective
of Social Sciences is a matter that brings us together; looking from anthropology towards
philosophy becomes a need, and in both, human and intellectual terms, it is unavoidable.
Generally each discipline adopts a position regarding the issues being dealt with. From
the point of encounter as something possible, it will be important for education and
educative systems of our country, to aim at least four categories that could help in its
foundation and results: humanization, cultural diversity, postmodern view towards
respect, and support of system theories for their comprehension, in order not only to
objectify about the transmission of knowledge, but to make possible the development of
abilities, skills and attitudes that generate habits, which can be reflected while solving
practical, intellectual and everyday problems, and not just abstract or discursive ones.
Here is the possibility of a convergence between philosophical and anthropological
elements in the topic of education, which can be fruitful for the contemporary
development of the actual society and of interest for Sociology.
KEY WORDS: education, anthropology, philosophy, cybernetic pedagogy
* Maestro en Antropología Social, Profesor de Asignatura, adscrito a la Facultad de Antropología
de la UAEMéx, desde 2006 ha impartido los cursos de Temáticas Antropológicas, Ecología Humana
y Cultural, Introducción al Trabajo de Campo, Recorridos de Área, Proceso de Investigación en
Campo, Diagnóstico Comunitario y Antropología Médica. Asimismo, se ha desempeñado como Jefe
del departamento de Prácticas de Campo de la misma institución, [email protected].
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Introducción
La educación como paradigma y una posibilidad desde las Ciencias Sociales es aquí
lo que nos reúne, mirar desde la antropología hacia la filosofía, resulta en todo
momento una necesidad, que en términos humanos e intelectuales es inevitable,
pues generalmente cada disciplina plantea su postura con respecto al tema en
cuestión, quedando claro que cada una de ellas asume puntos particulares desde
los cuales panorámicamente explica. Es prioritario escuchar lo que desarrollan y
generan disciplinas tan importantes para el hombre, como lo son la filosofía y la
antropología.
Al parecer uno de los problemas de la educación —aunque sabemos que existen
bastantes— está relacionado con el interés; la educación, así lo pienso, como
palabra institucionalizada o no, definitivamente tiene que ver con ello, y es que el
interés solo puede consolidarse si el camino, el tiempo y “el cada día se práctica
como ejercicio espiritual, escapando del tiempo, despojándose de las pasiones, de
las vanidades, de la maledicencia, de la pena y del odio” (Hadot, 2006: 23). La
educación, por tanto, tiene que volver a ser esa relación con uno mismo, ¿Qué no es
una máxima que la educación sea el medio para hacer a los hombres dignos?, ¿Qué
no es una máxima de la educación que cada individuo en este mundo, emprenda el
vuelo por sí mismo?
Que la educación pueda volverse espiritual, en los términos que ha descrito Pierre
Hadot, es a mi juicio la tarea de todo aquél que practique ideas en esta esfera. Los
ejercicios espirituales “son producto no sólo del pensamiento, sino de la totalidad
psíquica del individuo, que… revela el auténtico alcance de tales prácticas: gracias a
ellos el individuo accede al círculo del espíritu objetivo, lo que significa que vuelve a
situarse en la perspectiva del todo –eternizarnos, al tiempo, que nos dejamos atrás”
(Hadot 2006: 24).
Lo anterior cobra sentido en la medida que la educación y, en específico, la escuela
como ente institucional, han dejado de mirar sobre el fundamento de toda proyección
educativa. Por ahora, la información, discurso, historia, rigor matemático,
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procedimientos y reproducción, son las claves en la educación de todo individuo,
importantes, pero han desplazado desafortunadamente al alimento de nuestro ser,
que consistía en aprender a vivir, aprender a dialogar, aprender a leer y aprender a
morir.
De ahí que adquiere relevancia exponer y reflexionar en torno a la educación y el
discurso —sostenido por Hadot— sobre los ejercicios espirituales como hecho
psicagógico y como elemento pedagógico, así como otros discursos vinculados; a fin
de generar cierto acercamiento a una propuesta para la educación actual.
Reflexiones para una propuesta en torno a los fundamentos de la educación en
la sociedad contemporánea
Exercituum Spirituale documenta el cristianismo latino, mucho antes incluso que
Ignacio de Loyola, y está vinculado con la askesis —la práctica, ejercicio que era
también
contemplado
ya
en
la filosofía
de
la
antigüedad;
interesándole
particularmente a la educación por su valor como fenómeno que precisa alcance e
importancia en la construcción del Ser del hombre, pues sobre ésta no sólo recaía la
enseñanza de teorías abstractas, sino que se revelaba, sobre todo, como un arte de
vivir (Hadot, 2006: 25), vocación que se ha perdido. La educación ha disipado su
actitud concreta y no ha sido capaz, aun con todos sus modelos, de comprometer
para el hombre un estilo de vida útil para su existencia, ¿Qué no es una máxima de
la educación concebirnos como mejores seres humanos?, y si bien no hay individuo
alguno que posea una visión exacta del mundo ¿Por qué no realmente
transformarnos?
La transformación, entonces, se vuelve aquí un elemento que el individuo puede
asir, con la finalidad de salir de la obscuridad en la que el mundo material y
abstractamente económico lo ha acorralado, un mundo lleno de inconsistencias y
preocupaciones; con la firmeza de entender que como hombres con Ser podemos
construir un mundo vital.
Según las escuelas filosóficas, “la principal causa de sufrimiento, desorden e
inconsistencia del hombre proviene de sus pasiones: de sus deseos desordenados y
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de sus temores exagerados” (Hadot, 2006: 25). La educación en su nivel
institucional y como impronta en el ser humano, es exactamente un hecho de
atemorización en el individuo, volviéndose un sinfín de preocupaciones. En ella se
mezclan los cúmulos de conocimiento que el hombre ha desarrollado, con las
categorías culturales que el mismo ha forjado; por ello la educación, tal y como la
conocemos, no ha logrado proyectarse como un estilo que comprometa al hombre
para su existencia, paso de instaurar la enseñanza como formas de aprender y
conocer, a formas llanas de procesos de información.
¡Aprender a vivir en la verdad! tiene que ser el ejercicio de toda escuela que tenga
un compromiso con la auténtica educación y aunque sabemos que cada escuela
genera y aplica sus propios métodos, el objetivo no tendría porque complejizarse: la
transformación, ¿Cómo? “Los estoicos explicaban que la infelicidad de los hombres
provenía de su anhelo por conseguir y conservar ciertos bienes y no perderlos”
(Hadot, 2006: 26).
La educación por consiguiente debe en todo momento enseñar a perder, y esto es
puntual desde la filosofía. Perder es fundamental en el desarrollo del ser humano,
nada más y nada menos, que por su condicionamiento hacia la creación en el
individuo de bienes morales, y he aquí una lista sobre el método, a nivel de
ejercicios espirituales, que toda institución en educación, educador y aprendiz,
deben en todo momento contemplar: zetesis (el estudio), skepis (el examen en
profundidad), akroasis (la lectura, la escucha), prosoche (la atención), meletai (las
meditaciones) y enkrateia (el dominio de uno mismo; cumplimiento de los deberes)
(Hadot, 2006: 27). Debe cuidarse no apartarse de los propios principios y vigilar que
cada uno se practique de forma constante.
De esta manera, otro de los elementos que debiera atender la educación, es el de la
conducción, pero no entendida como aquella forma pedagógica de preámbulo y
equivalente a la inducción, sino como la ecuanimidad del hombre en cuanto a su
alrededor, a fin de no admitir lo inadmisible. “Libérate de las pasiones siempre
provocadas por un pasado o un futuro…” (Hadot 2006: 28), y es que dentro de los
problemas de la educación en su devenir institucional, los fundamentos arquetípicos
y de estereotipo pesan desde la formación y hasta la simple intención de seguir
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adelante en el tema del estudio. La educación, con miras de universalidad, tendría
que proclamarse bajo el lema de “abre tu consciencia a la consciencia cósmica y
oblígate a descubrir el valor infinito de cada instante” (Hadot, 2006: 28).
La educación hoy, debe retomar los caminos de la efectiva Ilustración, pese a correr
el riesgo de fusionar y relativizar, ya que sin duda es la mejor de las puertas hacia
los senderos de la libertad, con el firme propósito de mejorar a la humanidad. Elsa
Cecilia Frost (1986: 10) lo señala de ésta manera, “…la Ilustración fue una especie
de cajón de sastre, en ella se dieron lado a lado el deísmo y el ateísmo, el moralismo
y el inmoralismo, el empirismo escéptico y el idealismo, el realismo y el materialismo,
la libertad y el despotismo”. Es trascendental aprovechar las situaciones actuales en
las que el mundo se está desarrollando y verter así “un cambio notable en nuestras
ideas, un cambio que comprometa la mayor transformación para el futuro” (Frost,
1986: 10), dejando atrás las ideas de que la razón es exclusivamente para el manejo
de nuestras astucias. Kant (citado por Frost, 1986: 10-11), afirmaría “sapere aude,
¡atrévete a saber!, ¡ten el valor de servirte de tu propia inteligencia!”;
definitivamente, la educación y las escuelas tendrían que considerar como una de
sus máximas, el uso de la razón.
Así, es preciso señalar que la educación es y deberá seguir siendo la clave para la
solución de los problemas que más aquejan a nuestra sociedad; ésta ha de
contemplarse siempre a la luz del mundo en que vivimos. En su momento, “el
movimiento ilustrado rompió todos los diques y en una ciudad tras otra, fueron
formándose círculos cuya finalidad era la divulgación de las nuevas ideas, París,
Londres, Edimburgo, Ámsterdam, Berlín, Weimar, Ginebra, Viena, Milán, Florencia,
Nápoles, San Petersburgo y aun las catoliquísimas Madrid y Lisboa fueron tomadas
por asalto y no hubo rey ni burgués que no quisiera contarse entre los ilustrados”
(Frost, 1986: 12). En esta parte del escrito, con sus cuidadosas especificidades, lo
que se pretende es dar cuenta que ante un mundo cada vez más acobardado,
temeroso, inseguro, lleno de incertidumbre —elementos muy parecidos a los vividos
en el Medievo— este S. XXI se prepara para vivir una especie de Ilustración; no
obstante, es importante evitar caer en los mismos errores en los que dicho
movimiento deparó, replanteando o renovando sus propios principios.
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Con la Ilustración y el logro de la razón afanosa de buscar la felicidad de todo
hombre, ésta rápidamente se erigió en acontecimientos económicos.
Se emprendieron reformas económicas tendientes a acrecentar los recursos
naturales, que la época identificaba sin más con la riqueza… se intentaron descubrir
los ordenes naturales en los fenómenos económicos… aumento de la riqueza era
asociado con bienestar social… la economía gozó de libertad absoluta, laissere faire,
en el tema de la producción agrícola se fomentaron nuevos cultivos, se aumento el
comercio, se abrieron caminos y canales, se abrieron bancos, casas de bolsa,…
industrias…El grave problema: que el bienestar anhelado se basaba, en última
instancia, en el trabajo de cada uno de los miembros de la sociedad. (Frost, 1986:
13).
Para otorgar realce a la propuesta de éste escrito, estableceré que el mayor
contenido impulsor de cambios en nuestras sociedades, ineludiblemente tiene que
devenir de las instituciones encargadas del ámbito educativo, rebasando aquéllas
que se construyen sobre perspectivas materialistas. Las instituciones educativas son
las que, en mayor medida, han demostrado resultados efectivos sobre la formación
de mejores personas.
De hecho, “…la ilustración se centró en la Universidades, las más vigorosas en la
Europa del XVIII y surgió, por ejemplo, el alemán como lengua filosófica, con Wolff y
Thomasius” (Frost, 1986: 14). En lo concerniente al postulado que señala que todos
los hombres son iguales por la razón, “…verdaderamente habría que trazar los
caminos que se erraron y se cerraron en la Ilustración; caminos de libertad de
conciencia, libertad frente a la opresión, la explotación y la ignorancia… y adquirir,
así, una conciencia de la dignidad propia” (Frost, 1986: 14).
La escuela es de por sí muy compleja; si las instituciones se comprometen con el
alumnado, sobre todo, a desarrollar en ellos el uso de la razón, ya se habrá ganado
mucho. Se tendrían que reconsiderar algunas situaciones como en épocas de
Locke: la formación individual y no general que, de alguna manera, arrincona y limita
el criterio de todo hombre. Ante ello, sería preeminente activar con certera realidad
lo que el italiano Muratori propuso, “la creación de almacenes o semilleros de
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jóvenes tanto nobles como civiles y plebeyos de uno y otro sexo” (Frost, 1986: 17);
es decir, fomentar la verdadera educación para todos, la educación universal y con
posibilidades de mirar desde la diversidad multicultural —talento y aplicación no son
de la exclusividad del hombre rico. Sería una tarea, asimismo, volver el quehacer de
todo el que usa la razón o se inmiscuye en temas del conocimiento, en factor de
utilidad, pero no de utilidad para los beneficios condicionantes de las pasiones
humanas o de la política, sino para construir el Ser de todo hombre.
Hasta aquí, lo fundamental es que el hombre tienda a evitar falsear su realidad y
entendimiento frente al condicionamiento de su mundo, a fin de que éste se
construya como un hombre que sepa usar su razón, porque siguiendo a Frost (1986:
22), en definitiva para vivir bien hay que discernir con base en el razonamiento.
Los niños, jóvenes y todos aquéllos sobre los que se sustenta la esencia de la
educación, hacen posible la pertinencia de la crítica continua de los modos y
modelos de enseñanza. A pesar del desarrollo tecnológico y la innovación de los
medios informativos, los jóvenes en una realidad nacional, en general siguen
leyendo los mismos textos de siempre; lecturas que suelen apreciarse monótonas y
escasas de análisis. La educación contemporánea ha de proponerse como
máximas, las reformas en cada una de las formas de enseñanza actual, siendo la
insistencia en el aprendizaje, la observación y la experimentación, el bastión y
parteaguas de la reflexión y creatividad en torno a los nuevos escenarios y
consideraciones del mundo que enfrentamos.
Para lograr los objetivos, la igualdad deberá ser uno de los principios fundamentales
del tema en cuestión, pues pareciera que para algunos de los protagonistas de la
educación en nuestro país, ésta se funda en ideas rousseaunianas, colocando
todavía en nuestros días papeles como el de la mujer en lugares secundarios. Por
ello es necesario encontrar las posibilidades y propuestas que la educación puede
ofrecer a la sociedad. No se trata de rechazar tajantemente lo tradicional y caduco,
como tendemos a hacer con frecuencia, o aceptar todo lo que se nos ha dicho como
autoridad, ya desde el pensamiento aristotélico o desde el establecimiento de la
educación en tanto aparato institucional administrativo, se trata de delinear la
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búsqueda y las orientaciones hacia nuevos métodos, nuevas técnicas, herramientas,
considerando los intereses de quienes las construyen.
Dado que la experiencia es fundamental en todo hombre y en todos sus quehaceres,
es ésta la que permitirá corregir los errores del pasado, para que el hombre se erija
al fin como dueño del mundo que le ha tocado vivir (Frost, 1986: 26), dicho mundo
figura hoy sin duda como lo que Nava (1992: 99) denomina una edad pedagógica de
tiempos modernos.
La educación ha albergado irremediablemente en su naturaleza, el designio de
edificarse como un instrumento para la conquista de almas y la reconfiguración del
mundo. La educación debiese comprenderse específica y preponderantemente
como la vía para transformar al hombre y la sociedad. Pues “ahora más que nunca,
en este siglo de Ilustración, el pensamiento, la educación y la cultura escalan las
más altas cimas del protagonismo histórico” (Nava, 1992: 99).
Puede entonces entenderse que es justo el presente, que se depara como el
momento de la educación, el espacio temporal idóneo para —sin con ello implicar un
cuestionamiento a los antiguos regímenes y sus intenciones al respecto— hacer
posible un desarrollo en distintos sentidos, económico, humano e incluso en
términos de felicidad, “…siempre y cuando se establezcan las semillas de la
revolución” (Nava, 1992: 99); misma que es posible, tal como lo expresaba Vico, una
vez que el conocimiento no sea reductible a evidencias medibles matemáticamente,
sino que reivindique el papel de la experiencia que el hombre obtiene de su propia
historia; pues por encima de la razón y la realidad, el ser humano es capaz de crear
e inventar (Nava, 1992: 107). Esto es altamente esperanzador y probablemente la
única ruta —el vínculo entre historia y pedagogía— para proponer al Ser
reconfigurado. Por ello debe prevalecer como una pretensión que nuestros
estudiantes en todos los niveles, entiendan y atiendan los procesos históricos de sus
naciones y de la propia humanidad.
Últimamente, en nuestro país se ha tendido a desprender el discurso de la historia
en el desarrollo escolar, por parte de quienes detentan el poder político y económico.
Ésta ha de comprenderse como una línea de continuidad que de apertura a la
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construcción de todo individuo en cualquier terreno y en cualquier circunstancia, ya
que otra de las etapas de desarrollo individual según Vico (en Nava, 1992: 108),
tiene como objeto conseguir “que la razón venza a la fantasía, ofreciéndole al joven
los instrumentos necesarios para comprender la realidad histórica presente y
pasada, e intentando paralelamente modelar su conducta”. De tal manera que
nuestros jóvenes realmente alcancen su madurez y puedan expresarse libres,
perfilándose este estado como aptitud y actitud en forma constante, tanto para las
presentes como para futuras generaciones; de esta forma se estaría luchando a
favor de que la pedagogía se construya a partir de estímulos, mismos que deben
situarse como primordiales.
En este sentido, queda manifiesto que uno de los fundamentos esenciales de la
educación y sus sistemas, en cualquier parte del mundo, se encuentra cimentado en
la orientación hacia el desarrollo humano e individual. Esta base ha de retomarse en
los métodos pedagógicos a través de los que encauzan la enseñanza los gobiernos
y las instituciones. De tal suerte que es relevante rescatar de la postura de Vico, el
énfasis en que la educación actual no debe gravitar únicamente en torno a una
racionalidad científica, sino permitir sobre todo, la racionalidad del Ser a partir del
conocimiento de su naturaleza.
De tal manera que la razón, en efecto, se presente como una cuestión primordial,
que lleve a cada individuo a proyectar sus capacidades, vinculadas a la libertad de
pensamiento, de ideas y de crítica, que además de fortalecerlo cotidianamente, lo
constituyan como un ser trascendente en todos sus ámbitos de desempeño;
sorteando con ello la formación en masa de futuros desempleados, que además de
todos los pesares han encarnado desafortunadamente el mecanismo de instrucción
por excelencia, en algunos casos aún prevaleciente en la esfera de la educación,
aquél sostenido en la repetición y memorización de información, que hiciera parecer
al hombre condenado simplemente a seguir procedimientos. Esta última e
inconveniente pedagogía, lleva a emprender el camino de la auténtica reforma, no
interesada, no politizada, no condicionada.
Sin duda, la acción que puede reorientar el tema de la educación en nuestro país, es
la proveniente del movimiento intelectual y el que se gesta en el entorno escolar. La
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escuela es el único lugar a partir del que puede exponerse una corriente con
intenciones de Ilustración, que ponga énfasis en la autodeterminación de los
individuos para proyectarse en la sociedad y la cultura. Es manifiesto que los deseos
del cambio no se proclaman desde el autoritarismo de los regímenes y partidos
políticos, sino desde la individualidad y las construcciones colectivas que acaecen
en un entorno democrático, esto es, desde las personas, siempre que prevalezca un
dejar Ser en todas sus particularidades, esencialmente de expresión y libertad; esto
lo fundamentan un vasto número de investigaciones etnográficas que giran
alrededor de la antropología de la educación.
Habría entonces que atender las propuestas de Feijoo, que durante la etapa alta de
la Ilustración, doliente del atraso de España, se aproxima a la razón y a la cultura
como fuentes de felicidad del pueblo y como base de su proyecto de desarrollo
material y espiritual; convencido de que el país debía abrirse a las corrientes
científicas y literarias fuera de sus fronteras, asume la influencia del empirismo
baconiano y el racionalismo cartesiano (Nava, 1992: 112-113). Bajo este proyecto,
por ejemplo, no hay un abandono de las matemáticas pero se pretende que éstas
trasciendan en lo ordinario del individuo, sobrepasando su dimensión abstracta para
fomentar el progreso humano, y evitando erigirlas como mero ejercicio mental.
La naturaleza, las cosas y las personas han de fundamentarse, tal como Rousseau
lo establecía. En este sentido, es relevante considerar los elementos que
pedagógicamente son proclives a dar claridad sobre lo que debe concernir a y
atender la educación, pues hoy queda claro que el individuo, a través de sus
instituciones y prácticas, deforma su primera naturaleza; en palabras de Rousseau
(en Nava, 1992: 118-119), “todo es perfecto cuando sale de las manos de Dios, pero
todo degenera en las manos del hombre”. Entonces, todo sistema que trate de
proyectar la educación como motor del desarrollo y fuente de posibilidades del
mundo presente y futuro, tendría que contemplar y reparar en la naturaleza como
elemento primario y fundamental del hombre.
Según refiere Rousseau es “…lo intrínseco de cada cosa, lo que le hace ser como
es y obrar como tiene que obrar… es lo opuesto a lo artificial, y la educación es bajo
su influencia… el cosmos, el universo… y estas son leyes de orden armónico…”
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(Nava, 1992: 119); por ello, la educación actual y los sistemas escolares, debieran
promover la generación de una cultura de la educación que no merme las
inquietudes de quienes participan en ella, incluso al proponer metodologías basadas
en las competencias —un esquema de enseñanza aún unilineal y unidireccional.
Para que el hombre “logre conservar su estado de bondad original, es aconsejable
no coartar las tendencias naturales del niño, y no sacrificar su presente en función
de la ocupación que, dependiendo de su estatus socio-económico, desempeñará en
el futuro” (Nava, 1992: 119).
La cuestión es que, simple y llanamente, se ajusten elementos sustanciales en
beneficio de todo individuo, es decir, abandonar prácticas que definitivamente
crearán barreras; tales como la insistencia de abandonar muy temprano a los niños,
de establecerles reglas descontextualizadas de ordenamiento, implantar prácticas de
educación sin la posibilidad de ejercitar su cuerpo, entre otras. “Si la humanidad
tiene su puesto en el orden de las cosas, la infancia posee también el suyo en el
orden de la vida humana, por ello es indispensable considerar al hombre en el
hombre, y al niño en el niño” (Rousseau en Nava, 1992: 119).
De esta forma puede sostenerse que si la educación se ha instaurado como un
encuentro entre información e instrucción, ésta sobre todo debe plantearse como
una disciplina que fundamente su quehacer sobre una base práctica y acorde a la
realidad de los individuos. Es imprescindible que los paradigmas que envuelven a
nuestra sociedad, se resuelvan desde la razón y no desde el utilitarismo o el
beneficio de unas cuantas personas, sectores e instituciones; es solamente
partiendo de esta condición que es posible generar orden y coherencia que tanta
falta le hace a nuestro mundo actual, así como distinguir “…dos realidades
diferentes, una natural compuesta por fenómenos o apariencias en el espacio y el
tiempo —el mundo de las cosas, percibidos por los sentidos y que ofrece la base del
conocimiento empírico; y por otra parte, una realidad trascendente, el yo pensante
—el mundo de las ideas, que imprime forma fina a los fenómenos; no hay pues en el
mundo de las cosas un orden precedente, sino que este orden sólo existe cuando
actúa la razón” (Nava, 1992: 125).
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A mi parecer esa es la condición que precisa esta humanidad en el ámbito de la
educación; la liberación del hombre en sentido ilustrado, la convicción de
desvanecer las incapacidades y constituirse en una persona libre en su razón, en su
moral, en su actitud, en su Ser, la firmeza de no abandonar los propios quehaceres a
otros individuos por su capacidad o por su condición económica o social. Es
necesario comprometer a nuestros sistemas de educación y evitar, a toda costa, que
los hombres se construyan en hecho y visión de forma mecánica, ya que derivado
de ello, pocos son los que con esfuerzo de espíritu, han logrado superar esa
incapacidad y proseguir con paso firme. Acorde con el pensamiento de Kant, la
cuestión esencial es la libertad, ¿qué es entonces la libertad? Claro está que puede
ser un contenido individual, pero es quizá de mayor trascendencia para nuestra
sociedad, concebirla como un recurso de uso público bajo cualquier circunstancia,
que encuentra sus raíces en el uso privado del hombre.
La libertad que se refugia en necesidades vitales, es cuestionable y arriesgada —ya
lo estableció Hegel en su momento; principalmente, porque encuentra el mayor de
sus cobijos en el estatus quo, que construye básicamente figuras idealistas, con
características de amor, simpatía, atracción, pero que son sin duda elementos no
subyacentes a la libertad, que así en vez de generar una expresión genera
incertidumbre y duda (Freire, 1970: 30). Generalmente, en nuestra sociedad se
irradia “miedo a la libertad”, no obstante, la libertad es la expresión que todo hombre
puede fundamentar para su cotidianidad y su red de relaciones, no en formas
oprimidas, no para ver lo que no existe, sino para establecerse en la esencia y
explayar sobre la existencia.
La mayoría de las veces los individuos se posicionan en una visión atemorizante
sobre la libertad, activando expresiones de ésta que generalmente son
contraproducentes. La educación se ha establecido y fundamentado ahí, al no saber
orientar con certeza a los hombres hacia el reclamo de libertad pero si de ideales,
que finalmente se configuran en el individuo como elementos categóricos, que
resultan en una formación cultural en torno a las condiciones de mundo.
En el caso de nuestro país, multicultural y tolerante en su diversidad, persiste un
arraigo casi indestructible de grupos culturales que se fundamentan sobre estas
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formaciones, sin sentido, sin profundidad, sin aliento, siendo los jóvenes las
principales víctimas, abanderados en la lucha por la libertad, su libertad, que es al
mismo tiempo, más bien, la muestra de la decadencia del mundo contemporáneo de
impactos macroeconómicos que condicionan la vida, su vida. Algunos movimientos y
expresiones sociales son un ejemplo claro; estudiantes exigiendo una mejor
contienda electoral o una mayor calidad educativa, comerciantes de Tepito
defendiendo la “cultura de la tranza”, reggaetoneros aprovechando la turba para
alentar la violencia, o jóvenes reclutados en la delincuencia organizada para dejar de
ser parte de la atadura de la pobreza. Libertad…, todos ellos en la búsqueda de la
verdad, su verdad, pero la sectorización es siempre castradora, alienante y mística,
por el fanatismo que la nutre.
“La radicalización, por el contrario, es siempre creadora dada la criticidad que la
alimenta y, por ende, liberadora” (Freire, 1970: 32). No obstante buena parte de los
movimientos sociales muestran cierto grado de revolución, se deparan endebles
para visualizar un futuro más confortante. La educación, apoyada en la libertad
auténtica, puede funcionar como la única alternativa capaz de construir en pro, todo
un sistema de radicalización, en el Ser, el hombre, el humano. La libertad, que es
una conquista y no una donación, exige una búsqueda permanente, búsqueda que
sólo existe en el acto responsable de quien la lleva a cabo. La libertad no es un
punto ideal más allá de los hombres; no es una idea mítica, sino una condición
indispensable al movimiento de búsqueda en el que se insertan los individuos en
tanto seres inconclusos (Freire, 1970: 45).
A manera de conclusiones
Será importante, finalmente, que la educación y los sistemas educativos de nuestro
país, vuelvan la mirada a al menos cuatro elementos que ayudarían en su
fundamentación, y en sus resultados; la humanización, la diversidad cultural, la
visión posmoderna al respecto y el apoyo de la teorías de sistemas (pedagogía
cibernética) 1; se plantean éstos como una especie de aproximación a una propuesta
para la educación actual.
1
Ver más en Reynoso, Carlos (1998), Corrientes en antropología contemporánea, Argentina: Biblos.
71
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Humanización refiere a una situación en principio biológica, y ser lo que
biológicamente se es, requiere un sentido moral; para llegar a comportarse de una
manera, el hombre necesita ayuda. La educación encarna, en parte esta esencia
moral, sentando su fin en el mejoramiento de la persona; eso es lo que se pretende
cuando se educa. El hombre es el único animal que necesita aprender a
comportarse como lo que es; posee su propia dotación genética y, al tiempo, cultura,
misma que necesita aprehender de los demás. Es un animal social y adapta el
medio físico a sus propias necesidades, para ello precisa de una habitación cultural;
de ahí que, no despliega una conducta única para todas las situaciones.
La diversidad cultural, por su parte, debe comprenderse como aquella dimensión
que puede convertirse tanto en potencial de creatividad, crecimiento y desarrollo
humano, como en fuente de enormes tensiones sociales. A las políticas públicas,
particularmente en el campo de la educación, les corresponde transformar la
diversidad cultural en un factor de entendimiento y no de exclusión social. La
educación otorga a la diversidad cultural una connotación ética, sin embargo, puede
convertirla en fuente de pluralismo cultural o de discriminación. Así, es necesario
tener cautela con esta cuestión, ya que, si bien la diversidad nos ofrece vastas
posibilidades en los sistemas de educación, si no es comprendida como hasta ahora
los antropólogos se han esforzado, puede caerse en un resultado caótico; de tal
manera que se vuelve preciso ejercer una práctica efectiva de la pertinencia de la
cultura en el asunto de la educación, y no entablar meramente enunciados de
tolerancia o amortiguamiento de las condiciones naturales de la heterogeneidad
cultural, con ello se evitaría enfrascar a la multiculturalidad en aspectos de condición
social, que llevan a erróneas ideas como el que “la educación pública sólo es para
los pobres”, o que “la educación privada es mucho mejor que la pública”.
El reto educativo más importante no descansaría en alcanzar la aceptación de la
diversidad cultural en sí misma, sino en educar las actitudes y las convicciones, de
manera que ésta no se utilice como legitimación de la exclusión social; no se trataría
de poner el acento sobre la diversidad y el hipotético enriquecimiento que supone,
más que sobre el hecho de la igualdad de todos los individuos en dignidad y
derechos. Las instancias, políticas públicas, instituciones y personas involucradas en
los sistemas educativos de cualquier país, tendrían que comprender el fenómeno
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desde visiones más acordes con la realidad, escuchando las expresiones de los
individuos que cotidianamente se vuelven parte y construyen la situación, ya sea
padres, alumnos, profesores, entre otros. Se hace indispensable una implicación de
toda la comunidad educativa, así como la voluntad explícita de las autoridades
responsables, pues es urgente acabar con las aproximaciones paternalistas
equívocas o folclóricas en torno a estos temas que ahogan y ocultan los objetivos
fundamentales.
Cada día más, la humanidad tendría que tender a mirar dimensiones como la de la
educación a través de la discusión posmoderna; ésta ha venido a aclarar escenarios
de crisis, contribuyendo a comprender, por ejemplo, cómo los cambios en la
educación actual no son más que consecuencia de la crisis de valores o
valoraciones del hombre, de la sociedad y de la cultura, que la vida moderna y
globalizada nos ha invadido todo: la familia, la escuela, la religión, la política, la
literatura, los medios de comunicación, y más, y en consecuencia, tenemos que los
jóvenes poseen un vocabulario y sistema de signos propio y muy diferente al que
utilizan padres y profesores. En parte derivado de ello, la educación institucional no
se adecua al ritmo de vida de los jóvenes; padres e hijos parecen coexistir más que
convivir, mientras que la relación educativa se torna tensa y difícil, más legal y
material que íntima y personal.
Aunado a las reflexiones allegadas mediante la interpretación o entendimiento
filosófico y antropológico, frente a condiciones de complejidad es justo proponer a la
Pedagogía Cibernética para nuestra sociedad contemporánea, con el fin de impulsar
a través de estas tres perspectivas, la comprensión total del hecho y asunto en
cuestión, la educación; ésta más que ser vista como un problema, tiene la tarea de
generar nuevas realidades de explicación, siempre con el propósito de estimular el
desarrollo del hombre. El interjuego tripartita alentaría en los sistemas educativos el
énfasis sobre los procesos cognitivos. Generalmente, los sistemas funcionan por
medio de órdenes e instrucciones lineales, por lo que escasamente se comprende y
entiende cómo llega y se asimila la información, siempre se espera una reacción en
forma constante; la mayoría de los sistemas siempre se han fijado como lineales, sin
embargo en la actualidad, por ejemplo, la física cuántica ha planteado que hemos
entendido de forma incorrecta, que la mayoría de los sistemas son abiertos, es por
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ello que casi nunca funcionan como deberían o como se suele esperar, máxime si se
trata de un tipo de interacción entre personas, esto es, de sistemas humanos.
En este sentido, si es que algo se quiere con y para la educación, el mecanicismo
tendría definitivamente que abandonarse, abogando, en cambio, porque se genere
en todos sus protagonistas una especie de auto-organización que se proyecte como
algoritmo, a fin de alcanzar mediante un proceso heurístico, una realimentación
positiva de la cuestión y configurar, de manera más racional, el papel de cada
protagonista desde su posición y en el auto-entendimiento de ella. De esta forma,
finalmente, se proyectaría una auténtica pedagogía sobre el autodidactismo y el
ejercicio cerebral, encauzada a forjar capacidades y competencias que giren sobre
el manejo y control del aprendizaje, más que sobre el simple proceso de
aprehensión de la información, por ejemplo, en el caso del maestro, estudiando
mejor las respuestas del alumno y aprendiendo de él. Así, este proceso pedagógico
permitiría no sólo objetivar la transmisión del conocimiento, sino hacer posible la
formación
de
habilidades,
aptitudes
y
actitudes
generadoras
de
hábitos
encaminados a la resolución de problemas prácticos, cotidianos e intelectuales y no
únicamente abstractos, abriendo inclusive la posibilidad de suscitar una inteligencia
colectiva capaz de mostrar constantes de auto-organización, a pesar de que los
resultados se gesten siempre de forma estocástica.
Bibliografía
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