Novelas cortas de Guy de Maupassant

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H o v e l a s cortas de Guy de M a u p a s s a n t .
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UNIVERSITARIA
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NOVELAS
CORTAS
GUY
DE
DE
MAUPASSANT
La casa de placer
"Desembarco de
lascivia
Especulaciones
amorosas
MADRID
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1902
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Iban allí, todas las noches, hacia las once; c o n o al café, sencillamente.
Encontrábanse siete ú ocho, siempre los
mismos; no calaveras: hombres respetables, comerciantes, jóvenes de la villa; tomaban su chartreuse, entreteniéndose algo con las muchachas ó hablando seriamente con el ama, á la que todos respetaban.
Retirábanse á media noche. Algunas veces, los jóvenes se quedaban hasta más
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La casa era de aspecto decente, pequeña,
UWVD^IOflfi DE HütVO 150*
BIBLIOTECA U N Í V ^
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LA CASA D E P L A C E R
ña, pintada de amarillo y ocupaba la rinconada de una calle, d e t r á s de la iglesia
de San Esteban; desde sus v e n t a n a s se
veía la dársena llena de b u q u e s y la costa
de la Virgen con su antigua capilla ennegrecida.
El ama, procedente,de una familia de
campesinos del d e p a r t a m e n t o del E u r a ,
había aceptado su profesión con la misma sencillez que se h u b i e r a hecho modista ó costurera. El prejuicio del deshonor,
unido á la prostitución, tan violento y vivo en las ciudades, no existe en la campiña n o r m a n d a . E l campesino dice:—«Es un
buen negocio»—, y manda á su hija á explotar un h a r é n de mozas, como la enviaría á dirigir un colegio de señoritas.
Además, esta casa procedía de la herencia de un tío viejo q u e la estableció. E l
ama y su marido, antes posaderos cerca
de Ivetot, habían liquidado i n m e d i a t a mente,
GUY DE MAUPASSANT
mente, considerando el negocio de Fécamp m á s ventajoso p a r a ellos, y f u e r o n
á e n c a r g a r s e de la dirección de la casa,
p o r la cual nadie se interesaría tanto como sus dueños, los cuales e r a n tan buenas
gente?, que se hicieron q u e r e r enseguida
del personal de su casa y de los vecinos.
El h o m b r e murió á los dos años, de un
ataque apoplético. Su nueva profesión,
reduciéndole á la molicie y á la inmovilidad, le hizo e n g o r d a r mucho y la salud le
ahogó.
El ama, desde su viudez, fué deseada
vanamente por todos los p a r r o q u i a n o s del
establecimiento; p e r o se la suponía honesta en absoluto, y ni sus pupilas pudieron
descubrir nada. E r a alta, de buenas carnes y muy agraciada. Su cutis, palidecido
en la obscuridad de aquel recinto siempre
cerrado, lucía como b a j o un b a r n i z g r a siento. Cabellos indómitos, cortos y rizados,
GUY DE MAÜPASSANT
L A GASA D E P L A C E R
zados, r o d e a b a n su frente, dándole un
aspecto juvenil que c o n t r a s t a b a con la
madurez de sus formas. I n v a r i a b l e m e n t e
alegre y de rostro f r a n c o , b r o m e a b a gustosa, pero con alguna reserva, que sus
n u e v a s ocupaciones no pudieron hacerle
p e r d e r aún. Las p a l a b r a s g r o s e r a s la chocaban siempre algo; y c u a n d o un muchacho mal educado llamaba p o r su n o m b r e
la casa que ella dirigía, se molestaba,
protestando. E n fin, tenía el alma delicada, y aun cuando t r a t a b a á sus m u j e r e s
como amigas, hacía notar con frecuencia
que no e r a n todas una misma cosa.
De cuando en cuando, e n t r e semana,
salía en coche de alquiler con p a r t e de su
t r o p a ; iban á corretear sobre la hierba á
orillas del río. Parecían aquellas, escapat o r i a s de colegialas; c a r r e r a s locas, juegos
infantiles, todo el atolondramiento a l e g r e
de reclusas e m b r i a g a d a s por el aire libre.
Comían
Comían f i a m b r e s y bebían sidra, sentadas
sobre el césped, y no r e g r e s a b a n hasta la
noche, con una f a t i g a deliciosa y rebosando t e r n u r a s ; en el coche besaban al ama
como á una m a d r e m u y buena, complaciente y dulce.
La casa tenía dos p u e r t a s . E n la de la
rinconada, una especie de cafetín obscuro,
f r e c u e n t a d o desde el anochecer p o r marineros y artesanos. Dos de las m u j e r e s e n c a r g a d a s del comercio especial del establecimiento, estaban p a r t i c u l a r m e n t e destinadas á las necesidades de esta p a r t e de
la clientela. Ellas servían, a y u d a d a s p o r
un mozo llamado Federico, bajo, rubio,
i m b e r b e y f u e r t e como un buey, los vasos
de vino y de cerveza sobre las movedizas
mesas de m á r m o l ; y r o d e a n d o con sus
brazos el cuello de los bebedores, o sentad a s sobre sus rodillas, p r o c u r a b a n aum e n t a r el gasto.
Las
L A GASA D E P L A C E R
Las o t r a s t r e s (pues e n t r e todas no e r a n
más que cinco) f o r m a b a n una especie de
aristocracia, q u e d a n d o r e s e r v a d a s á los
visitantes de a r r i b a , á menos que no fuer a n a b a j o necesarias, c u a n d o en el piso
no había.gente.
El salón de J ú p i t e r , donde se r e u n í a n
contertulios, estaba tapizado de papel azul
y a d o r n a d o con u n g r a n dibujo representando á Leda, tendida bajo su cisne. Se
llegaba á este lugar por una escalera de
caracol, t e r m i n a d a en una p u e r t a estrecha, de humilde aspecto, d a n d o á la calle,
y sobre la cual b r i l l a b a toda la noche,
d e t r á s de un enrejado, un farolillo como
los que se encienden aún en ciertos pueblos á los pies de las Vírgenes e m b u t i d a s
en los muros.
Las paredes, húmedas y viejas, despedían un tufillo mohoso. De c u a n d o en cuando, una r á f a g a de aire, i m p r e g n a d a de un
perfume
(JUY D E M A U P A S S A N T
p e r f u m e fuerte, a t r a v e s a b a el corredor; ó
la p u e r t a de abajo, e n t r e a b i e r t a , dejaba
r e s o n a r en toda la casa, como la explosión
de un trueno, los gritos ordinarios de los
hombres reunidos en la tienda, p r o d u ciendo en los tertulios del principal un
gesto de inquietud y disgusto.
E l ama, siempre amable con sus clientes y amigos, no a b a n d o n a b a el salón,
interesándose con las m u r m u r a c i o n e s de
la villa que ellos la comunicaban. Su conversación seria, c o n t r a s t a b a mucho con
las divagaciones de las t r e s mujeres; era
como un descanso en el jugueteo canallesco de los b a r r i g u d o s señores que se p e r mitían cada noche el torpe y trivial exceso de beber una copita de licor en compañía de m u j e r e s públicas.
Las t r e s del principal se llamaban F e r nanda, Rafaela y Rosa.
Siendo tan reducido el personal, se había
L A CASA D E P L A C E R
bía p r o c u r a d o q u e cada u n a de ellas fuese
como una m u e s t r a , el r e s u m e n de un tipo
femenino, á fin do que todos los p a r r o q u i a n o s pudiesen e n c o n t r a r allí, aproxim a d a m e n t e al menos, la realización de su
ideal.
F e r n a n d a , campesina, r e p r e s e n t a b a la
hermosa rubia, b u e n a moza, casi obesa,
c a r n o s a y con pelo corto, de color de cáñamo, q u e a p e n a s le c u b r í a la cabeza.
Rafaela, nacida en p u e r t o de mar, hacía
el papel indispensable de la bella judia,
delgada, con los pómulos salientes y enrojecidos. Su cabello e r a negro, b r i l l a n t e á
f u e r z a de p o m a d a ; s u s ojos h u b i e r a n parecido hermosos si n o m a n c h a r a el derecho una nube; su n a r i z a r q u e a d a caía sob r e la boca saliente, en la cual dos dientes
nuevos c o n t r a s t a b a n con los demás, q u e
h a b í a n t o m a d o con los años un color de
m a d e r a vieja.
Rosa,
OÜY D E MAUPASSANT
Rosa, una bola de carne, toda v i e n t r e ,
con u n a s p i e r n a s minúsculas, c a n t a b a
desde la m a ñ a n a h a s t a la noche coplas
a l t e r n a t i v a m e n t e p i c a r e s c a s y sentimentales, r e f e r í a historias i n t e r m i n a b l e s e
insignificantes, y sólo c e s a b a de h a b l a r
p a r a comer y de comer p a r a h a b l a r , moviéndose siempre, ligera como u n a ardilla, á pesar de su g o r d u r a y de la mezq u i n d a d de s u s p i e r n a s ; e r a su risa u n
c h o r r o de g r i t o s agudos, r e s o n a n d o sin
cesar en t o d a s partes, en las alcobas, en
las g u a r d i l l a s , en el café, por c u a l q u i e r
motivo.
.
L a s dos m u j e r e s de abajo, Luisa, la
nájara,-y F l o r a , llamada balancín, p o r q u e
cojeaba un poco, la u n a s i e m p r e vestida
de L i b e r t a d , con un c i n t u r ó n tricolor, y
la o t r a de E s p a ñ o l a de f a n t a s í a , p a r e cían cocineras d i s f r a z a d a s p a r a un Carnaval. S e m e j a n t e s á t o d a s las m u j e r e s del
pueblo,
2
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SZSKÜKTESSEY, MEXICO
GUY D E MAUPASSANT
LA C A S A D E P L A C E R
pueblo, ni más feas, ni más hermosas, verd a d e r a s c r i a d a s de mesón, e r a n conocidas
en el puerto p o r el apodo de las dos
Bombas.
Una paz celosa, p e r o r a r a vez t u r b a d a ,
reinaba entre las cinco mujeres, g r a c i a s á
la prudencia conciliadora del ama y á su
inacabable buen h u m o r .
E l establecimiento, único en la villa, era
m u y f r e c u e n t a d o . El ama supo darle cierto aspecto de distinción: ella se presentab a siempre amable y previsora p a r a todo
el mundo. Su bondad era tan conocida,
q u e la r o d e a b a u n a especie de consideración.
Los p a r r o q u i a n o s se e s m e r a b a n por
a g r a d a r l a , sintiéndose orgullosos cuando
ella los distinguía con su amistad; y al
e n c o n t r a r s e unos con otros por la calle ó
en sus regocios d u r a n t e el día, se decían:
«hasta la noche donde usted sabe», como
se
se dice: «después de comer, en el café».
E n fin, la casa Tellier era un recurso, y
r a r a vez alguno de los contertulios faltaba á su cita diaria.
Pero, una noche, de las ultimas de Mayo, habiendo llegado p r i m e r o el señor
Poulín, almacenista de madera? y antiguo
alcalde, encontró la p u e r t a c e r r a d a .
farolillo no brillaba d e t r á s del enrejado,
ni se oía ningún r u i d o en la casa, que
parecía muerta. Llamó, suavemente primero, después con alguna violencia; nadie
le contestaba. Alejóse calle a r r i b a , m u y
despacio, y al llegar á '.a plaza del Mercado, encontró al señor D u v e r t , e l a r m a d o r ,
que se dirigía al sitio de costumbre. Volvieron los dos juntos, sin l o g r a r mejor
resultado. P e r o un r u i d o fenomenal se
p r o d u j o de pronto cerca de ellos, y acercándose á la esquina vieron un g r u p o de
m a r i n e r o s ingleses y franceses que vociferaban,
L A CASA D E P L A C E R
feraban, dando puñetazos en las m a d e r a s
c e r r a d a s del café.
Los dos b u r g u e s e s pensaron escabullirse p a r a no verse comprometidos; p e r o un
ligero «psht» los d e t u v o : era el señor
T o u r n e b a u , el de la f á b r i c a de salazón,
que, habiéndoles conocido, los llamaba.
Diéronle cuenta del suceso, que le afectó
mucho, porque, h o m b r e casado, con hijos
y expuesto á una d u r a vigilancia, no iba
más que los sábados «sccur tatis causa »,
decía él, haciendo alusión á una medida
de policía sanitaria, cuyos períodos le
había revelado su amigo el doctor Borde.
E r a precisamente su día, y tendría que
a g u a r d a r toda la semana.
Los t r e s dieron un largo paseo hasta el
muelle, t r o p e z a r o n en el camino al joven
Felipe, hijo del b a n q u e r o , otro contertulio, y al señor Pimpesse, el r e c a u d a d o r .
J u n t o s volvieron entonces por la calle de
los
los Judíos, p a r a hacer una ultima tentativa P e r o los marineros, exasperados tenían sitiada la casa, vociferando, aped r e a n d o las p u e r t a s ; y los clientes del
principal, desandando lo a n d a d o m a s q u e
de prisa, f u é r o n s e á pasear p o r otra*, calipa
Aún e n c o n t r a r o n al señor Dupuis, agente de seguros, y al señor Vasse, juez del
T r i b u n a l del Comercio, y juntos llegaron
al muelle, sentándose sobre el. p a r a p e t o
de erranito y m i r a n d o ir y venir las olas,
cuya espuma brillaba en la sombra, mient r a s el r u g i d o monótono del m a r estrellándose contra las rocas, se p r o l o n g a b a
en el silencio de la noche a lo l a r g o de
toda la costa. Después de permanecer allí
algún tiempo, el señor T o u r n e b a u d i j o : Í E s t o no es d i v e r t i d o » . - - « C i e r t a m e n t e
no»—repuso el señor Pimpesse; y todos
volvieron, despacio.
Habiendo
BIBLIOTECA
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LA GASA D E P L A C E R
Habiendo a t r a v e s a d o la calle que domina la costa, volvieron p o r el p u e n t e de
madera, p a s a r o n junto á la vía f é r r e a y
desembocaron otra vez en la plaza del
Merendó, donde comenzó á promoverse
una disputa entre el r e c a u d a d o r y el salador, á propósito de una seta comestible
que uno de ellos a s e g u r a b a haber encont r a d o en las afueras.
Los ánimos estaban a g r i a d o s por el
aburrimiento, y acaso h u b i e r a n llegado á
vías de hecho, sin la o p o r t u n a intervención de los otros. El señor Pimpesse, furioso, se retiró; y enseguida u n nuevo altercado s u r g i ó e n t r e el ex-alealde y el
a g e n t e de seguros, con motivo del sueldo
del r e c a u d a d o r y de los beneficios que
podría proporcionarse. Las f r a s e s injuriosas llovían de una y otra parte, c u a n d o
una tempestad de a t r o n a d o r e s g r i t o s se
desencadenó, y la t u r b a de marineros,
fatigados
GUY DE MAUPASSANT
fatigados de a g u a r d a r en vano f r e n t e á
una" casa c e r r a d a , llegó á la plaza. Iban
cogidos del brazo, por parejas, f o r m a n d o
una l a r g a procesión y g r i t a n d o furiosamente.
,
, .
El g r u p o de los burgueses cobijose bajo
un portal,y la horda bullidora desapareció
en dirección del convento. L a r g o r a t o se
oyó aún el clamor, que disminuía p o r instantes como una tempestad que se aleja, y
el silencio se restableció.
El señor Poulín y el señor Dupuis, f u riosos el uno contra el otro, fuéronse cada
uno por su lado, sin saludarse.
Los otros c u a t r o se pusieron en m a r c h a
b a j a n d o instintivamente hacia la casa Tellier. Seguía cerrada, m u d a , i m p e n e t r a b l e .
Un b o r r a c h o t r a n q u i l o y obstinado, daba
golpes con los nudillos en la p u e r t a del
café; después, á media voz, llamaba al mozo Federico, y como nadie le contesto, decidióse
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cidióse á sentarse p a r a esperar los acontecimientos.
Los b u r g u e s e s iban á r e t i r a r s e cuando
el g r u p o tumultuoso de h o m b r e s del puerto apareció en el e x t r e m o de la calle. Los
m a r i n e r o s franceses c a n t a b a n La MarseIlesa, los ingleses el Himno Británico; se
dirigieron hacia el muelle, donde se t r a b ó
una batalla entre los m a r i n e r o s de las dos
naciones. Un inglés salió con u n b r a z o rot o y un f r a n c é s con la nariz cortad?.
El borracho, que se había quedado junto á la p u e r t a , lloraba entretanto, como
lloran los niños contrariados.
Los burgueses al fin se dispersaron. Poco á poco la calma se restablecía en la población p e r t u r b a d a . De c u a n d o en cuando,
u n ruido, una voz resonaban, luego se perdían á lo lejos.
Sólo u n h o m b r e vagaba constantemente
desconsolado de a g u a r d a r una semana, el
señor
GUY DE MAUPASSANT
señor T o u r n e b a u , el salador; confiaba sin
duda en algún a z a r venturoso, no comprendiendo cómo la policía dejaba c e r r a r
así ur establecimiento de utilidad pública.
Volvió, olisqueando los muros, buscando el motivo, y pudo ver que del sobradillo pendía un cartel. Encendiendo rápidamente una cerilla, leyó estas p a l a b r a s escritas en gruesos c a r a c t e r e s desiguales:
Cerrado ¡>or causa de primera
comunión.
Y se alejó comprendiendo que no podía
confiar en nada.
El b o r r a c h o dormía, dormía ya, tendido á lo l a r g o junto á la p u e r t a inhospitalaria.
A la m a ñ a n a siguiente todos los contertulios, uno t r a s otro, e n c o n t r a r o n excusa
p a r a pasar por aquella calle, con papeles
debajo del brazo, como si f u e r a n á sus negocios; y con una mirada f u r t i v a , todos
leyeron
3
GUY DE MAUPASSANT
L A CASA D E P L A C E R
leyeron el aviso misterioso: Cerrado
causa de primera
comunión.
por
II
Lo cierto es que el ama tenía un hermano c a r p i n t e r o establecido en su país natal,
Yerville, en el E u r a . Siendo aún mesoner a en Ivetot, había a p a d r i n a d o en la pila
bautismal á la hija de ese hermano, á la
que llamó Constanza; Constanza Rivet. El
carpintero, viendo á su h e r m a n a en buena posición,no la olvidaba fácilmente, aun
cuando se veían m u y de t a r d e en tarde, retenidos p o r sus ocupaciones y viviendo
á mucha distancia uno de otro. P e r o como la ahijada iba á cumplir doce años
y hacía entonces la p r i m e r a comunión,
aprovechó el c a r p i n t e r o esta o p o r t u n i d a d
para
p a r a una entrevista, escribiendo á su hermana que contaba con ella p a r a la c e r e monia. No podía negarse á su ahijada, y
aceptó. Su hermano, que se llamaba José,
confiaba en poder obtener con sus muchas
atenciones,un testamento á f a v o r de Constanza, porque la m a d r i n a 110 tenía hijos.
La profesión de su h e r m a n a 110 era p a r a
él motivo de escrúpulo, y, además, nadie
lo sabía en .»u país. Se decía solamente hablando de ella: «La señora Tellier es una
b u r g u e s a de Fécamp>; lo que dejaba comp r e n d e r que podía vivir de sus rentas. De
F é c a m p á Verville había más de veinte leguas; y veinte leguas de camino son más
difíciles de f r a n q u e a r p a r a labriegos, que
el océano p a r a la gente civilizada. Los habitantes de Verville no habían pasado
n u n c a de Rouen; nada atraía á los de Féc a m p hacia el pequeño pueblo de 500 hogares, perdido en la llanura y f o r m a n d o
parte
GUY DE MAUPASSANT
L A CASA D E P L A C E R
leyeron el aviso misterioso: Cerrado
causa de primera
comunión.
por
II
Lo cierto es que el ama tenía un hermano c a r p i n t e r o establecido en su país natal,
Yerville, en el E u r a . Siendo aún mesoner a en Ivetot, había a p a d r i n a d o en la pila
bautismal á la hija de ese hermano, á la
que llamó Constanza; Constanza Rivet. El
carpintero, viendo á su h e r m a n a en buena posición,no la olvidaba fácilmente, aun
cuando se veían m u y de t a r d e en tarde, retenidos p o r sus ocupaciones y viviendo
á mucha distancia uno de otro. P e r o como la ahijada iba á cumplir doce años
y hacía entonces la p r i m e r a comunión,
aprovechó el c a r p i n t e r o esta o p o r t u n i d a d
para
p a r a una entrevista, escribiendo á su hermana que contaba con ella p a r a la c e r e monia. No podía negarse á su ahijada, y
aceptó. Su hermano, que se llamaba José,
confiaba en poder obtener con sus muchas
atenciones,un testamento á f a v o r de Constanza, porque la m a d r i n a 110 tenía hijos.
La profesión de su h e r m a n a 110 era p a r a
él motivo de escrúpulo, y, además, nadie
lo sabía en .»u país. Se decía solamente hablando de ella: «La señora Tellier es una
b u r g u e s a de Fécamp>; lo que dejaba comp r e n d e r que podía vivir de sus rentas. De
F é c a m p á Verville había más de veinte leguas; y veinte leguas de camino son más
difíciles de f r a n q u e a r p a r a labriegos, que
el océano p a r a la gente civilizada. Los habitantes de Verville no habían pasado
n u n c a de Rouen; nada atraía á los de Féc a m p hacia el pequeño pueblo de 500 hogares, perdido en la llanura y f o r m a n d o
parte
L A CASA D E
PLACER
p a r t e de o t r o departamento. E n fin, que
no se sabía nada.
Acercándose la fecha de la comunion,
el ama se hallaba en un conflicto. No tenía
encargada ni estaba decidida á d e j a r su
casa ni siquiera un solo día, p o r q u e en su
ausencia i b a n á estallar s e g u r a m e n t e las
rivalidades entre las m u j e r e s del p r i n c i pal y las de abajo; además, Federico se
e m b o r r a c h a r í a , sin duda, y e m b o r r a c h á n dose disputaba con los p a r r o q u i a n o s p o r
cualquier cosa. Decidióse á llevar toda su
gente, menos al mozo, á quien dejó en lib e r t a d f u e r a de casa.
Consultado el h e r m a n o en este punto,
no hizo la más pequeña objeción, encargándose de alojar á toda la compañía p o r
una noche. Así, el sábado p o r la m a ñ a n a ,
el tren de las ocho llevaba al ama y á sus
pupilas en un vagón de segunda clase.
Hasta Beuceville f u e r o n solas y hablaron
r o n p o r los codos; p e r o en esta estación
subió á su d e p a r t a m e n t o un matrimonio.
El hombre, viejo campesino, vestía blusa
azul con l a r g a s m a n g a s a b r o c h a d a s en las
muñecas, y a d o r n a d a con trencillas blancas; c u b r í a su cabeza con un viejo somb r e r o g r a n d e y de pelo erizado; llevaba
en una mano u n enorme p a r a g u a s verde
y en la otra un g r a n cesto del que salían
las cabezas e s p a n t a d a s de t r e s patos. La
mujer, tiesa, embutida en su t r a j e rústico,
tenía c a r a de p á j a r o , con la nariz puntiaguda como un pico; sentóse f r e n t e á su
marido, y se quedó p a r a d a , sobrecogida
e n t r e tan elegante compañía.
Y en afecto, en el vagón había u n a variedad de colores sorprendente. El ama vestía de azul, de seda azul de los pies á la
cabeza, llevando sobre los hombros un
chai de imitación de cachemira francesa,
rojo, d e s l u m b r a d o r , f u l g u r a n t e . F e r n a n d a
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LA. C A S A D E P L A C E R
iba oprimida p o r un t r a j e escocés, cuyo
cuerpo a b r o c h a d o á f u e r z a de f u e r z a s por
sus compañeras, levantaba su abultado
pecho, tan oscilante y agitado que p a r e cía líquido bajo la tela. Rafaela, con un
tocado de pluma, simulando un nido lleno
de p á j a r o s , llevaba un vestido lila con
r a y a s doradas, algo de oriental, que sentaba bien á su fisonomía judáica. Rosa,
con una falda rosa de anchos volantes,
tenía el aire de una niña g o r d a ó una enana obesa; y las dos Bombas parecían haber confeccionado sus e x t r a ñ a s vestiduras
con cortinas antiguas, de esas cortinas con
r a m a j e s del tiempo de la Restauración.
Así que dejaron de hallarse solas, t o m a r o n un continente g r a v e y se pusieron á
h a b l a r de cosas elevadas p a r a d a r buena
opinión de sí mismas. P e r o en Balbee
apareció u n señor de patillas rubias, con
sortijas y cadena de oro, el cual puso en
GUY DE MAUPASSANT
la rejilla, sobre su cabeza, varios paquetes euvueltos en telas impermeables. Tenía
un aspecto bondadoso y bromista. Saludó
sonriendo y p r e g u n t ó con desparpajo:—
« Estas señoritas,cambian de guarnición »
La p r e g u n t a p r o d u j o en el g r u p o una confusión molesta. E l ama, r e c o b r a n d o al
fin su aplomo, respondió secamente, p a r a
v e n g a r á la clase ofendida:—«Podría ser
usted mejor educado». Él se disculpó:—
«Quise decir de monasterio». El ama, no
hallando réplica, ó creyendo tal vez suficiente lo que había dicho, hizo un saludo
muy digno, a p r e t a n d o los labios.
Entonces el viajero, que t e había sentado e n t r e Rosa y el campesino, se puso á
g u i ñ a r el ojo á los t r e s patos, cuyas cabe- .
zas salían del canasto; luego, al comprender ya que tenía cautivado á su público,
principió á t o c a r á los animales en el
pico, diciéndoles:—«Hemos dejado nuestra
L A GASA D E
PLACER
t r a charca ¡cua! ¡cua! ¡cua!, para conocer
el asador, ¡cua! ¡cua! ¡cua!» Los desdichados animalitos volvían el cuello p a r a evit a r las caricias del guasón, haciendo esf u e r z o s t e r r i b l e s para salir de su cárcel
de mimbre; de pronto, los t r e s á un tiempo
lanzaron un lamentable g r i t o de angustia:—«¡Cua! ¡cua! ¡cua!» Entonces h u b o
u n a explosión de risas e n t r e las mujeres;
todas se inclinaban, t o d a s se e m p u j a b a n
p a r a ver, interesándose locamente por los
patos, y el v i a j e r o r e d o b l a b a sus b r o m a s
con chistes nuevos.
Rosa tomó al punto p a r t e en la b r o m a ,
y apoyándose en las p i e r n a s de su vecino,
inclinóse p a r a b e s a r en la nariz á los t r e s
animalitos. E n s e g u i d a , t o d a s quisieron
hacer lo mismo, y el viajero, sentándolas
una á una sobre sus rodillas, las hacía saltar, las pellizcaba; de p r o n t o las tuteó.
Los dos labriegos, más t u r b a d o s aún
que
que sus patos, a b r í a n y c e r r a b a n los ojos,
sin atreverse á menearse, y a sus enrojecidos rostros, a r r u g a d o s , no asomaba una
sonrisa ni una emoción.
Entonces el viajero, que era un comisionista, ofreció, en broma, b r a g u e r o s a
las mozas, y cogiendo uno de sus paquetes
lo abrió. El paquete contenía ligas.
Las había de seda azul, rosa, n a r a n j a ,
violeta, malva, con broches de metal dorado, que r e p r e s e n t a b a n dos amorcillos
enlazándose. Las mozas lanzaron un g r i t o
de gozo; después examinaron las muestras, r e c o b r a n d o la g r a v e d a d n a t u r a l a
toda m u j e r que examina un adorno, be
consultaban con los ojos ó con una f r a s e
dicha entre dientes; se respondían de igual
manera, y el ama tenía en la mano, viéndolas con gusto, un p a r de ligas a n a r a n jadas, mayores, más imponentes que las
otras; v e r d a d e r a s ligas de matrona.
Contemplándolas,
i
LA CASA D E P L A C E R
Contemplándolas, el v i a j e r o acariciaba
una idea: « A ver, g a t i t a s mías, necesito
probarlas.» H u b o una tempestad de exclamaciones, y se a p r e t a b a n los vestidos
e n t r e las p i e r n a s como si temieran que
las violentaran. El comisionista esperaba
t r a n q u i l o el momento más oportuno. Lueg o dijo:—-Si no queréis, las voy á g u a r dar.» Y añadió finamente:—«Ofrezco un
p a r de ligas, á elegir, á las que se las dejen poner.» P e r o ellas no querían, irguiéndose m u y severas. Sin embargo, las dos
Bombas ponían una c a r a tan triste, que
p a r a animarlas, el viajero repitió la proposición. Flora balancín, sobre todo, tort u r a d a por el deseo, d u d a b a visiblemente.
El insistió: «—Anda, hija mía, decídete;
mira: este p a r lila, dice bien.con t u vestido.» Entonces ella se decidió, y l e v a n t á n dose la falda, enseñó una recia pierna de
campesina, mal calzada con una media
ordinaria.
o r d i n a r i a . E l v i a j e r o , inclinándose p«so
p r i m e r o las ligas por debajo de la rodilla,
luego p o r encima. Cuando hubo acabado
de hacerte cosquillas, dijo: « - ; A quien
ahora'
Todas g r i t a r o n : < ¡A mi! ¡A mi!»
E m p e z ó p o r Rosa, que descubrió una masa
informe, una v e r d a d e r a morcilla, como
diio R a f a e l a . F e r n a n d a recibió los elogios
del viajante, al cual entusiasmaron sus
poderosas columnas. L a s delgadeces de la
bella judía tuvieron menos éxito. L u i s a / «
pájara, en broma, t a p ó la cabeza del viajero con su vestido, y el ama tuvo que
intervenir para contener aquella inconveniencia. P o r fin, hasta el ama tendió su
pierna, una hermosa pierna, gorda y bien
f o r m a d a ; y el viajante, s o r p r e n d i d o y admirado, se quitó el s o m b r e r o p a r a saludar
aquella tan respetable pantorrilla.
Los dos campesinos, petrificadas por la
sorpresa, m i r a b a n de reojo y parecían de
L A CASA D E P L A C E R
tal m a n e r a dos pollos mojados, que cuando el h o m b r e de las patillas rubias, incorporándose, hizo un r u i d o s o quiquiriquí,
se desencadenó una nueva tempestad de
alegría.
Los viejos se apearon en Motteville, con
su canasto, sus patos y su p a r a g u a s , y
alejándose, la m u j e r dijo al hombre:
«—Son prostitutas que van á ese condenado París...»
El chancero comisionista se apeó en
Rouen, después de haberse m o s t r a d o tan
grosero que el ama se vió en el caso de
r e c o r d a r l e secamente que se p r o p a s a b a
mucho, añadiendo esta moraleja:
«- -Así a p r e n d e r e m o s á no h a b l a r con
el p r i m e r o que se acerque.»
E n Oissel cambiaron de_ tren, y en la
estación siguiente, José Rivet las a g u a r d a b a con un c a r r o lleno de sillas y t i r a d o
por u n caballo blanco.
III
El c a r p i n t e r o besó f i n a m e n t e á t o d a s
las mujeres, ayudándolas á subir al carro.
T r e s se sentaron en las sillas, de a t r á s ,
Rafaela, el a m a y su hermano, en las de
delante, y Rosa, no teniendo s i l l a , s e coloco
lo mejor que p u d o sobre la robusta F e r nanda; el c a r r o se puso en marcha. P e r o
en seguida, el trote del caballejo lo sacudió de tal modo, que las sillas comenzaron
á b a i l a r , y las v i a j e r a s á d a r saltos a derecha y á izquierda, con agitaciones de
muñeco sacudido, haciendo gestos, dando
írritos de susto, i n t e r r u m p i d o por otro
f a l t o más violento. Se a g a r r a b a n a uno y
o t r o lado, los s o m b r e r o s les caían sobre
la nariz, sobre la espalda, sobre un hombro- Jv el caballo blanco avanzaba sin ce'
sar,
L A CASA D E P L A C E R
tal m a n e r a dos pollos mojados, que cuando el h o m b r e de las patillas rubias, incorporándose, hizo un r u i d o s o quiquiriquí,
se desencadenó una nueva tempestad de
alegría.
Los viejos se apearon en Motteville, con
su canasto, sus patos y su p a r a g u a s , y
alejándose, la m u j e r dijo al hombre:
«—Son prostitutas que van á ese condenado París...»
El chancero comisionista se apeó en
Rouen, después de haberse m o s t r a d o tan
grosero que el ama se vió en el caso de
r e c o r d a r l e secamente que se p r o p a s a b a
mucho, añadiendo esta moraleja:
«- -Así a p r e n d e r e m o s á no h a b l a r con
el p r i m e r o que se acerque.»
E n Oissel cambiaron de_ tren, y en la
estación siguiente, José Rivet las a g u a r d a b a con un c a r r o lleno de sillas y t i r a d o
por u n caballo blanco.
III
El c a r p i n t e r o besó f i n a m e n t e á t o d a s
las mujeres, ayudándolas á subir al carro.
T r e s se sentaron en las sillas, de a t r á s ,
Rafaela, el a m a y su hermano, en las de
delante, y Rosa, no teniendo s i l l a , s e coloco
lo mejor que p u d o sobre la robusta F e r nanda; el c a r r o se puso en marcha. P e r o
en seguida, el trote del caballejo lo sacudió de tal modo, que las sillas comenzaron
á b a i l a r , y las v i a j e r a s á d a r saltos a derecha y á izquierda, con agitaciones de
muñeco sacudido, haciendo gestos, dando
írritos de susto, i n t e r r u m p i d o por otro
f a l t o más violento. Se a g a r r a b a n a uno y
o t r o lado, los s o m b r e r o s les caían sobre
la nariz, sobre la espalda, sobre un hombro- Jv el caballo blanco avanzaba sin ce'
sar,
LA CASA D E
PLACER
sar, a l a r g a n d o la cabeza, y c m la cola
derecha, una cola de r a t a , sin pelo, con la
cual se sacudía las ancas de cuando en
cuando. José Rivet, con un pie puesto sob r e una de las v a r a s y el o t r o corrido hacia detrás, los codos muy levantados, sosteniendo las riendas, repetía á cada p u n t o
una especie de claqueo que, haciendo end e r e z a r las orejas al caballo, le obligaba
á acelerar el paso.
A una y otra p a r t e del camino se ofrecía
el campo verde. E n t r e l o s centenos,ya bast a n t e crecidos, aparecían florecitas azules
que las m u j e r e s deseaban coger; pero Rivet se negó á p a r a r el carro. A veces un
campo entero p?.recia r e g a d o con sangre,
invadido p o r encendidas amapolas. Y en
medio de estas l l a n u r a s coloreadas p o r
las flores silvestres, el carro, que parecía
llevar también un r a m o de flores de matices vivos, pasaba al t r o t e del caballo
blanco,
GrUY D E M A U P A S S A N T
blanco, p e r d í a s e t r a s los árboles de una
r i b e r a , r e a p a r e c í a de nuevo á t r a v é s de
las mieses, amarillas ó verdes, salpicabas
de r o j o y azul, corriendo siempre b a j o los
r a y o s del sol.
A la una llegaban f r e n t e a la casa del
carpintero, pálidas, r e n d i d a s por el cansancio y p o r el hambre, pues no habían
comido n a d a desde que salieron de su casa. La m u j e r de Rivet corrió, a y u d á n d o l a s
á b a j a r una t r a s otra, besándolas en cuanto ponían los pies en el suelo; no se cansaba de acariciar á su cuñada, á la que se
proponía e n g a t u s a r . Comieron en la carpintería, dispuesta y a p a r a la solemne
fiesta del día siguiente.
Una b u e n a tortilla, á la que siguió una
morcilla asada, rociado todo con abundante-sidra fuerte, b a s t a r o n p a r a r e f l e j a r
la alegría en todos los semblantes. Rivet
cogió u n vaso p a r a b r i n d a r y su esposa iba
y
L A OASA D E P L A C E R
y venía de la cocina m u d a n d o los platos
y diciendo á cada cual:—«¿Se ha s e r v i d o
usted bastante » Los tablones a r r i m a d o s
á la p a r e d y las v i r u t a s a m o n t o n a d a s en
un rincón despedían un p e r f u m e de madera s e r r a d a , olor de carpintería, un vaho
resinoso que penetra hasta el fondo de los
pulmones.
Pidieron á la niña: pero había ido á la
doctrina y no volvería haéta la, noche.
Salieron p a r a d a r una vuelta por el pueblo; estaba f o r m a d o por u n a ancha calle,
en c u y o e x t r e m o aparecía la iglesia, y junto á la iglesia el cementerio; c u a t r o tilos
corpulentos d a b a n sombra á todo el edificio, hecho con sillares labrados, sin estilo
alguno, que r e m a t a b a en un pequeño campanario.
Rivet, ceremonioso, a u n q u e llevaba su
t r a j e de obrero, d a b a el brazo á su hermana con cierta solemnidad. Su mujer, admirando
G U Y DE MAUPASSANT
r a n d o el t r a j e con r a y a s doradas, de R a faela, se había colocado entre ésta y F e r n a n d a . Rosa t r o t a b a d e t r á s con Luisa y
F l o r a que cojeaba mucho, fatigada.
Las vecinas salían á las puertas, los niños i n t e r r u m p í a n sus juegos, levantábase
una cortina dejando entrever una cabeza
cubierta con una cofia de percal; una vieja con muletas y casi ciega se persignó como si p a s a r a la procesión; y todos seguían
largo tiempo con la mirada, el paso de
aquellas hermosas d a m a s de la ciudad,
q u e habíañ ido de tan lejos p a r a asistir a
la p r i m e r a comunión de la niña Rivet.
P a s a n d o f r e n t e á la iglesia, oyeron las
voces de los niños: un cántico lanzado al
cielo con entonaciones atipladas; pero el
ama no consintió que entrasen, p a r a no
t u r b a r á los querubines.
Después de un paseo p o r el campo y la
enumeración de las principales propiedades.
L A CASA D E
PLACEE
GUY DE MAUPASSANT
des José Rivet volvió con su gente p a r a
ínstalarlas.en su casa. Como había pocas
habitaciones, colocaba á sus huéspedes de
dos en dos.
Rivet por aquella noche, dormiría en el
taller sobre las v i r u t a s : su esposa partiría su lecho con la cuñada, y en el c u a r t o
del lado F e r n a n d a y Rafaela d o r m i r í a n
juntas. Luisa y Flora se colocarían en la
cocina sobre un colchón en el suelo; y Rosa ocuparía un cuartito obscuro encima
de la escalera, pared por medio de un cam a r a n c h ó n estrecho donde dormiría 1por
aquella noche la niña.
Cuando ésta e n t r ó en casa se vió envuelta p o r una n u b e de besos; t o d a s las m u j e res la q u e r í a n acariciar, con esa necesidad
de expansiones tiernas y la c o s t u m b r e
profesional de zalamerías que en el tren
las había inclinado á todas á besar los
patos. A su vez, cada una la sentaba sobre
sus
sus rodillas, j u g u e t e a n d o con sus finos cabellos rubios, y la oprimía entre sus brazos con efusión de afecto vehemente y expontáneo. La niña, muy amable, se dejaba
sobar, paciente y recogida.
Como todas estaban cansadas, enseguida de comer f u e r o n á acostarse. El silencio ilimitado de los campos, que parecía
casi religioso envolvía todo el pueblo; un
silencio tranquilo, del que p a r t i c i p a b a n la
t i e r r a y el cielo. Las mozas, acostumbrad a s á las tertulias t u m u l t u o s a s de la casa
pública, sentíanse muy emocionadas por
el mudo reposo del campo dormido.
Tan p r o n t o como se hallaron en sus lechos, de dos en dos, se unieron estrechamente al sentir estremecimientos, no de
frío, sino de soledad, producidos por el
corazón inquieto y turbado, defendiéndose así contra el t r a n q u i l o y profundo silencio de la t i e r r a que todo lo invadía. Pero
L A CASA D E P L A C E E
r o Rosa, en su cuartito obscuro y poco
acostumbrada á d o r m i r t r a n q u i l a y sola,
sentíase presa de una emoción vaga y penosa.
Revolviéndose y no l o g r a n d o conciliar el sueño, oyó, á t r a v é s del tabique, sollozos apagados, como de u n niño que llorase. Asustada, llamó, y una voceeita ent r e c o r t a d a contestóla; era la niña, que
a c o s t u m b r a d a á d o r m i r en la alcoba de su
madre, tenia miedo en el c a m a r a n c h ó n
estrecho.
Rosa, conmovida, se levantó, y con mucho tiento, p a r a n o d e s p e r t a r á nadie, f u é
á coger á la niña y la llevó á su cama, bien
caliente; la oprimió contra su pecho, besándola; la acarició, envolviéndola con las
manifestaciones e x a g e r a d a s de su ternur a ; al fin, calmándose, después de d o r m i r
á la niña, se d u r m i ó también. Así, hasta
la mañana, la f r e n t e p u r a de Constanza
descansó
descansó en el pecho desnudo de la prostituta.
IV
Desde las cinco, al toque de oración,
echada al vuelo la c a m p a n a de la iglesia
despertó á las mozas, a c o s t u m b r a d a s a
d o r m i r por la mañana, único reposo de
sus nocturnas fatigas. La gente del pueb o
estaba ya de pie; las m u j e r e s
a t a r e a d a s de puerta en p u e r t a charlando
vivamente, llevando con cuidado vest d i tos de muselina muy almidonados, tiesos
como el cartón, ó g r a n d e s cirios con un
lazo de seda y oro en el centro. E l sol lucía va en un cielo azul, menos por la parte del horizonte donde conservaba un tinte
rosado, como una huella tenue de la aurora
-
Las
L A CASA D E P L A C E E
r o Rosa, en su cuartito obscuro y poco
acostumbrada á d o r m i r t r a n q u i l a y sola,
sentíase presa de una emoción vaga y penosa.
Revolviéndose y no l o g r a n d o conciliar el sueño, oyó, á t r a v é s del tabique, sollozos apagados, como de u n niño que llorase. Asustada, llamó, y una voceeita ent r e c o r t a d a contestóla; era la niña, que
a c o s t u m b r a d a á d o r m i r en la alcoba de su
madre, tenia miedo en el c a m a r a n c h ó n
estrecho.
Rosa, conmovida, se levantó, y con mucho tiento, p a r a n o d e s p e r t a r á nadie, f u é
á coger á la niña y la llevó á su cama, bien
caliente; la oprimió contra su pecho, besándola; la acarició, envolviéndola con las
manifestaciones e x a g e r a d a s de su ternur a ; al fin, calmándose, después de d o r m i r
á la niña, se d u r m i ó también. Así, hasta
la mañana, la f r e n t e p u r a de Constanza
descansó
descansó en el pecho desnudo de la prostituta.
IV
Desde las cinco, al toque de oración,
echada al vuelo la c a m p a n a de la iglesia
despertó á las mozas, a c o s t u m b r a d a s a
d o r m i r por la mañana, único reposo de
sus nocturnas fatigas. La gente del pueb o
estaba ya de pie; las m u j e r e s iban muy
a t a r e a d a s de puerta en p u e r t a charlando
vivamente, llevando con cuidado vest d i tos de muselina muy almidonados, tiesos
como el cartón, ó g r a n d e s « n o s con un
lazo de seda y oro en el centro. E l sol lucía va en un cielo azul, menos por la parte del horizonte donde conservaba un tinte
rosado, como una huella tenue de la aurora
-
Las
LA CASA D E P L A C E E
GUY DE MAUPASSANT
Las gallinas a n d a b a n picoteando polla calle, y de trecho en trecho un gallo de
reluciente cuello y roja cresta, sacudía las
alas mientras lanzaba su canto p e n e t r a n t e
que repetían los otros gallos.
Llegaban c a r r e t a s de los poblados vecinos, descargando r o b u s t a s n o r m a n d a s con
vestidos obscuros y la pañoleta cruzada
sobre el pecho, sostenida p o r un alfiler de
plata secular. Los hombres se habían
puesto la blusa azul sobre la chaqueta
nueva o sobre el viejo t r a j e de p a ñ o verde.
Cuando los caballos f u e r o n llevados á
las cuadras, quedó á lo l a r g o del camino
una doble fila de carros, carretas, carricoches, vehículos de todas f o r m a s y de
todas edades.
E n la casa del c a r p i n t e r o se notaba una
actividad de colmena. Las" mozas, en enaguas, con los cabellos tendidos sobre la
espalda, unos cabellos p o b r e s y cortos que
parecían
parecían deslucidos y raídos p o r el uso,
se ocupaban en vestir á la niña.
La cual, de pie sobre una mesa, no se
movía mientras la señora Tellier ordenaba los movimientos de su batallón volante.
La enjabonaron, la peinaron, la vistieron,
y con a y u d a de muchos alfileres, marcar o n los pliegues del v. stido, r e d u j e r o n la
cintura, demasiado ancha, y o r g a n i z a r o n
un tocado elegante. Luego, cuando hubier o n terminado, hicieron sentar á la paciente, rogándola que no se moviera; y el
g r u p o agitado de las m u j e r e s corrió á engalanarse.
La campana de la iglesia comenzó de
nuevo á repicar, con débil sonido de campana pobre, q u e se perdía en el cielo como
una voz enferma, p r o n t o ahogada en la
inmensidad azul.
Los comulgantes iban saliendo de sus
casas
GUY DE MAUPASSANT
LA CASA D E P L A C E R
casas p a r a dirigirse al edificio comunal
que contenía las dos-escuelas y el Ayuntamiento, situado á un extremo del pueblo, mientras que «la casa de Dios» ocup a b a el otro extremo.
Los padres, con el t r a j e de los días de
fiesta, con la cara p a r a d a y movimientos
t o r p e s de los cuerpos encorvados constantemente p o r el t r a b a j o , seguían á sus pequeños. L a s niñas desaparecían en una
n u b e de tul nevado semejante á clara de
huevo batida, mientras que los niños, como pequeños mozos de café, con la cabeza
llena de pomada, a n d a b a n s e p a r a n d o mucho las piernas p a r a no m a n c h a r sus pantalones negros.
E r a un honor p a r a la familia cuando
una m u c h e d u m b r e de p a r i e n t e s iba desde
lejos, p a r a a c o m p a ñ a r al niño en tal ceremonia; así, el t r i u n f o del c a r p i n t e r o f u e
completo. El regimiento Tellier, con el
'
ama
ama al frente, seguía á Constanza; el pad r e d a b a el brazo á la h e r m a n a ; la m a d r e
seguía, al lado de Rafaela; F e r n a n d a iba
con Rosa, y las dos Bombas juntas, detrás;
desplegábanse todas majestuosamente como un estado mayor de g r a n uniforme.
El efecto en el pueblo fué magnífico.
E n la escuela, las niñas se r e p l e g a b a n
bajo las tocas de la monja, y los niños bajo
el sombrero del maestro, y rompieron la
m a r c h a e n t o n a n d o un cántico.
Los niños, á la cabeza, en dos filas; seg u í a n las niñas en el mismo orden, y habiendo tenido los vecinos la atención de
ceder el paso á las f o r a s t e r a s del c a r p i n tero, iban las mozas y el ama inmediatamente después de las niñas, prolongando
la doble hilera de la procesión, t r e s á la
izquierda y t r e s á la derecha, con sus
a r r e o s deslumbradores como un castillo
de fuegos artificiales.
Su
6
LA C A S A D E P L A C E E
Su e n t r a d a en la iglesia enloqueció á
todo el pueblo. Se oprimían, se e m p u j a b a n
p a r a verlas; hasta las devotas h a b l a b a n
casi en alta voz, estupefactas en presencia
de aquellas mujeres, más g u a r n e c i d a s que
las casullas de los curas. El alcalde ofreció
su banco, el p r i m e r baneo de la derecha
junto al coro, y la señora Tellier tomó
asiento allí con su cuñada, F e r n a n d a y
Rafaela; Rosa y las dos Bombas o c u p a r o n
el segundo banco, en compañía del carpintero.
En el coro de la iglesia estaban de rodillas, los niños á un lado y al otro las
niñas, teniendo en la m a n o largos cirios.
Delante del facistol, t r e s hombres, de pie,
c a n t a b a n prolongando indefinidamente
las sílabas del latín sonoro, eternizando
los Amén con a a a interminables, que el
serpentón sostenía con su monótono sonido v i b r a n d o sin cesar por la ancha boca
GUY DE
MAUPASSANT
de cobre. La voz a g u d a de un niño daba
la réplica,y de cuando en cuando, u n cura,
sentado en un sillón y con el bonete puesto, se levantaba, se descubría, rezaba ent r e dientes algo incomprensible y volvía
á sentarse, m i e n t r a s los t r e s hombres lanzaban de nuevo sus r o b u s t a s voces con los
ojos fijos en un g r a n libro de canto llano,
abierto ante ellos sobre las alas extendid a s de un águila de madera, que g i r a b a
sobre un eje.
Después hubo un momento de silencio.
Todos los asistentes se arrodillaron, y el
cura que debía oficiar, apareció: viejo,
venerable, con los cabellos blancos, inclinado sobre el cáliz que llevaba en la mano izquierda. Le precedían dos monaguillos vestidos de rojo, y le seguía una muc h e d u m b r e de cantores, que se alinearon
á uno y o t r o lado del coro.
Sonó la campanilla y comenzaron los
divinos
LA CASA D E P L A C E R
divinos oficios. El cui'a iba lentamente de
una p a r t e á otra del tabernáculo, haciendo
genuflexiones, salmodiando con su voz
cascada las oraciones p r e p a r a t o r i a s . Apenas calló, todos los cantores y el serpentón
lanzaron á un tiempo sus voces; a l g u n a s
gentes de las que asistían á la misa también cantaban, p e r o á media voz, humildemente.
El Kyrie Eleison subió á los cielos lanzado p o r todas las g a r g a n t a s y todos los
corazones. Polvo de yeso y partículas de
m a d e r a apelillada se desprendieron de la
vieja bóveda sacudida por aquella explosión de gritos. E l sol convertía en un horno la pequeña iglesia; y una inmensa
emoción, al a p r o x i m a r s e el inefable misterio, oprimía el corazón de los niños y
las g a r g a n t a s de sus madres.
El cura, que se había sentado, volvió
al a l t a r y con manos temblorosas, dirigiéndose
giéndose á sus fieles, pronunció el Orate
fratres «orad h e r m a n o s míos»; todos rezaron; el anciano clérigo balbuceó las pal a b r a s misteriosas y supremas, la campanilla sonaba repetidamente, la muched u m b r e posternada llamaba á Dios, los
niños desfallecían en su ansiedad inmensa.
Entonces, Rosa, con la f r e n t e hundida
e n t r e las manos, recordó á su madre, la
iglesia de su pueblo, su p r i m e r a comunión; y r o m p i ó á llorar. Lloraba t r a n q u i lamente primero, l á g r i m a s lentas humedecían sus párpados, luego los r e c u e r d o s
a u m e n t a r o n su emoción, y, acongojada,
con el pecho palpitante, r o m p i ó en sollozos.
H a b í a sacado su pañuelo p a r a secar sus
lágrimas, y con él se tapaba las narices y
la boca p a r a no g r i t a r : todo f u é inútil;
una especie de r o n q u i d o salió de su garg a n t a y dos lamentos p r o f u n d o s y desgarradores
L A CASA D E P L A C E R
r r a d o r e s le respondieron; p o r q u e sus dos
vecinas, arrodilladas junto á ella, Luisa y
Flora, oprimidas p o r el mismo lejano recuerdo, gemían también e n t r e t o r r e n t e s
de lágrimas.
Y como el llanto es contagioso, el ama,
á su vez, sintió sus p á r p a d o s humedecidos, y m i r a n d o á su cuñada, vió que t< das
las del banco lloraban también.
El cura consagraba; los niños, poseídos
por una especie de t e r r o r devoto, estaban
arrodillados en los escalones del presbiterio, y en toda la iglesia, de trecho en
trecho, alguna m u j e r , m a d r e ó h e r m a n a ,
poseída p o r la e x t r a ñ a simpatía de las
emociones fuertes, impresionada por el
llanto de las mozas, humedecía su pañuelo de percal á cuadros azules, oprimiendo
á la vez con su m a n o izquierda el corazón
palpitante.
V
Como la llama que p r e n d e una mies, las
l á g r i m a s de Rosa y de sus c o m p a ñ e r a s
i n u n d a r o n de l á g r i m a s los ojos de la muchedumbre; hombres, mujeres, viejos y
jóvenes, todos lloraban, y sobre sus cabezas parecía cernirse un espíritu sobrehumano, un alma, el soplo prodigioso de u n
ser invisible.
Entonces, en el coro de la Iglesia, resonó un ruidillo seco: la monja, golpeando
en su libro d a b a la señal de la comunión;
y las niñas, temblando, se a p r o x i m a b a n á
la santa mesa.
Toda una fila se arrodilló. El anciano
sacerdote, sosteniendo en la m a n o izquierda el copón de plata dorada, pasaba, ofreciendo
L A CASA D E P L A C E R
r r a d o r e s le respondieron; p o r q u e sus dos
vecinas, arrodilladas junto á ella, Luisa y
Flora, oprimidas p o r el mismo lejano recuerdo, gemían también e n t r e t o r r e n t e s
de lágrimas.
Y como el llanto es contagioso, el ama,
á su vez, sintió sus p á r p a d o s humedecidos, y m i r a n d o á su cuñada, vió que t< das
las del banco lloraban también.
El cura consagraba; los niños, poseídos
por una especie de t e r r o r devoto, estaban
arrodillados en los escalones del presbiterio, y en toda la iglesia, de trecho en
trecho, alguna m u j e r , m a d r e ó h e r m a n a ,
poseída p o r la e x t r a ñ a simpatía de las
emociones fuertes, impresionada por el
llanto de las mozas, humedecía su pañuelo de percal á cuadros azules, oprimiendo
á la vez con su m a n o izquierda el corazón
palpitante.
V
Como la llama que p r e n d e una mies, las
l á g r i m a s de Rosa y de sus c o m p a ñ e r a s
i n u n d a r o n de l á g r i m a s los ojos de la muchedumbre; hombres, mujeres, viejos y
jóvenes, todos lloraban, y sobre sus cabezas parecía cernirse un espíritu sobrehumano, un alma, el soplo prodigioso de u n
ser invisible.
Entonces, en el coro de la Iglesia, resonó un ruidillo seco: la monja, golpeando
en su libro d a b a la señal de la comunión;
y las niñas, temblando, se a p r o x i m a b a n á
la santa mesa.
Toda una fila se arrodilló. El anciano
sacerdote, sosteniendo en la m a n o izquierda el copón de plata dorada, pasaba, ofreciendo
L A CASA 1)E P L A C E E
ciendo entre dos dedos la hostia, el cuerpo
de Cristo, la redención del mundo.
Los niños a b r í a n la boca desmesuradamente, con gestos nerviosos, con los ojos
c e r r a d o s y el semblante pálido.
Repentinamente llenó la iglesia un r u mor de m u c h e d u m b r e delirante, una tempestad de sollozos y de gritos ahogados.
F u é como un vendaval que encorva los
árboles; y el cura quedó inmóvil, de pie,
con una hostia en la mano, p a r a l i z a d o polla emoción, diciéndose: «Es Dios. E s Dios
que viene á nosotros, que se manifiesta,
que desciende sobre su pueblo arrodillado.» Y balbuceaba oraciones del alma en
santo éxtasis.
Cuando acabó de d a r la comumon, las
piernas apenas le sostenían, y después de
a p u r a r el cáliz, se abismó en una acción
de g r a c i a s ferviente.
_
Poco á poco el pueblo-se calmo. Los del
coro
coro volvieron á sus cantos con la voz alg o insegura, humedecida por sus lágrimas; y hasta el serpentón parecía enronquecido, como si también hubiese llorado.
El cura, l e v a n t a n d o las manos, les hizo
la señal de que se callaran, y pasando ent r e las dos filas de comulgantes, acercóse
á la r e j a del coro
Todos los asistentes se h a b í a n sentado;
unos removían las sillas y otros se s o n a ban ruidosamente; luego callaron, y el
cura empezó su plática en tono muy bajo.
—«Amados h e r m a n o s míos, hermanas, hijas: os doy las g r a c i a s desde lo más prof u n d o de mi corazón: acabáis de p r o p o r cionarme el gozo m a y o r de mi vida. H e
sentido á Dios que descendía sobre vosotros cuando yo le llamaba. Sí, estuvo presente, llenando v u e s t r a s almas y haciendo desbordar v u e s t r o s ojos. Soy el cura
m á s viejo de la diócesis, y hoy, sin duda,
soy
/
/
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W e e s » * » oe HÉfé i ^ s
BIBLIOTECA UNIV--*»
"ALFONSO
teitt"
nrfo. 1625 MONiWKY,
L A CASA B E P L A C E R
GUY DE MAUPASSANT
soy también el más feliz. Un milagro se
acaba de realizar entre nosotros, un verdadero, un g r a n d e , un sublime milagro.
Mientras Jesús p e n e t r a b a p o r p r i m e r a vez
en el cuerpo de estas criaturas, el Espíritu Santo, la Paloma Celestial, el aliento
de Dios ha caído sobre vosotros, apoderándose de vosotros, meciendo v u e s t r a s
almas cómo la brisa mece los rosal- s.»
Luego, con voz más reposada, dirigiéndose á los dos bancos donde estaban las
huéspedas del carpintero, prosiguió: —
«Gracias tengo que d a r o s á vosotras, hermanas mías, que habéis venido de tan lejos, y cuya presencia, cuya fe visible, cuya piedad innegable, han sido p a r a todos
un ejemplo. Sois la edificación de mis feligreses, v u e s t r a s emociones han exaltado
sus almas; es posible que sin vosotras no
tuviera este g r a n día el c a r á c t e r semidivino que tuvo. A veces basta una sola oveja
ja escogida p a r a decidir al Señor á visit a r todo el rebaño.»
La voz le f a l t a b a y terminó: - E s la g r a cia que á todos vosotros deseo. Así sea. »
Y volvió al a l t a r p a r a proseguir los oficios.
La gente iba teniendo g a n a s de acabar;
los niños se impacientaban y algunas mujeres se f u e r o n sin a g u a r d a r al último
evangelio, p a r a disponer en sus casas los
p r e p a r a t i v o s de la comida.
F u é una b a r a ú n d a la salida; voces chillonas, p a l a b r a s vivas; c u a n d o aparecier o n los niños, cada cual a g a r r ó el suyo
precipitadamente.
Constanza se encontró envuelta, b e s u queada p o r las mozas. Rosa, sobre todo,
no la soltaba y al fin la cogió una mano;
la señora Tellier la tomó la o t r a ; Rafaela
y F e r n a n d a la l e v a n t a r o n el l a r g o vestido de muselina p a r a que no lo a r r a s t r a s e
por
LA CASA D E
PLACEE
p o r el polvo; Luisa y Flora c e r r a b a n la
m a r c h a con la señora Rivet.
El festín estaba servido en el taller del
carpintero, sobre largos tablones apoyados en banquetas. La p u e r t a de la calle
abierta, dejaba e n t r a r toda la alegría del
pueblo. Veíanse por las v e n t a n a s los blancos manteles y oíanse los g r i t o s y las bromas de los campesinos que, en m a n g a s d e
camisa, bebían a b u n d a n t e sidra. E n pocas
mesas f a l t a b a una niña ó un niño con el
t r a j e de p r i m e r a comunión.
De vez en cuando, a b r a s á n d o s e con el
calor del medio día, un c a r r o a t r a v e s a b a
el pueblo al t r o t e de un viejo caballo, y el
c a r r e t e r o m i r a b a con envidia tanta muest r a de alegre francachela.
E n casa del c a r p i n t e r o se g u a r d a b a
cierta compostura: u n resto de la emoción
de la mañana. Sólo Rivet estaba dispuesto á todo y bebía mucho.
La
GUY DE MAUPASSANT
La señora Tellier m i r a b a el reloj á cada
momento, p o r q u e p a r a no f a l t a r dos días
seguidos, era necesario que r e g r e s a r a n en
el tren de las t r e s y cincuenta y cinco, en
el cual llegarían á F é c a m p al anochecer.
E l c a r p i n t e r o hacía mil esfuerzos p a r a
distraerla y p r o l o n g a r la estancia de sus
huéspedas hasta el día siguiente; p e r o el
ama no se dejaba seducir, no bromeando
j a m á s c u a n d o se t r a t a b a de su negocio.
Apenaé h a b í a n t o m a d o el café, ordeno
á sus pupilas que se dispusieran, y dijo
á su hermano:—«Ve á e n g a n c h a r »—mient r a s ella misma hizo sus últimos p r e p a r a tivos.
Su cuñada la a g u a r d o para h a b l a r l e de
la niña, y sostuvieron una larga conversación, sin d e j a r acordado nada. L a cunada fingió enternecerse, y la señora Tellier,
que tenía á la niña sentada sobre las rodillas, no se comprometió, insinuando vagamente
LA CASA D E P L A C E R
gamente que ya se ocuparía de Constanza;
tiempo h a b r í a y ocasiones de verse.
El c a r r o no salía y las mozas no bajaban. Oyéronse g r a n d e s risas, golpes, gritos y aplausos. Entonces, m i e n t r a s la mujer del c a r p i n t e r o iba á la c u a d r a p a r a
ver si el c a r r o estaba dispuesto, el ama,
subió al piso.
Rivet muy axaltado y medio desnudo,
t r a t a b a inútilmente de Violentar á Rosa,
muerta de risa. Las dos Bombas le cogían
p o r los brazos, p r o c u r a n d o calmarle, sorp r e n d i d a s por aquella escena, después de
la ceremonia de la m a ñ a n a ; pero Rafaela
y F e r n a n d a le excitaban, m u y divertidas,
lanzando gritos, agudos á cada esfuerzo
inútil del borracho. El hombre, furioso,
descompuesto, con la eara enrojecida, sacudiendo en sus violentos esfuerzos á las
dos m u j e r e s que le sujetaban, a g a r r a d o á
las f a l d a s de Rosa, murmuraba:—«Cochina,
GUY DE MAUPASSANT
na, ¿por qué no quieres? »—; p e r o el ama,
indignada al verlo, cogió á su h e r m a n o
p o r u n h o m b r o y e m p u j ó con tal fuerza,
que le hizo ir tambaleándose hasta la
pared.
Luego, en la cuadra, le oyeron echarse
a g u a sobre la cabeza, y c u a n d o apareció
con el c a r r o estaba ya del todo sereno.
Se pusieron en m a r c h a , como la víspera,
y el caballo blanco t r o t a b a como una especie de bailoteo acompasado y vivo.
Bajo el sol ardiente, la alegría renació.
Las mozas reían m i e n t r a s el c a r r o avanzaba e n t r e uña n u b e de polvo. Rosa comenzó u n c a n t a r desvergonzado; p e r o el
ama la hizo callar, pareciéndole^ poco á
propósito en semejante día. Y añadió:—
«Cántanos algo decente, que se pueda oir»
—Entonces Rosa, después de pensarlo par a escoger, entonó una de sus canciones
dulces y sentimentales.
Todas
UNIVERSIDAD OS
BIBLI01:
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V?^
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"ALFORJO
fetftt"
1€2S .MOÑHRREY, UEXlÓf
LA c a s a
de
p l a c e r
Todas en masa repitieron el estribillo,
y Rivet llevaba el compás d a n d o con el
pie en la v a r a del c a r r o y golpeando con
la tralla las guarniciones del caballo, el
cual, animándose con la música y los golpes, lanzóse al galope, haciendo saltar las
sillas y t i r a n d o á las m u j e r e s u n a s c o n t r a
otras. Dieron todas en el fondo del carro,
y levantáronse r i e n d o estrepitosamente,
pero sin d e j a r su canto; g r i t a b a n como
locas y sus gritos r e s o n a b a n alegres b a j o
el cielo ardoroso, entre las mieses maduras, a r r a s t r a d o s p o r la briosa m a r c h a del
caballejo, que acentuaba el estribillo con
su galope.
Cuando llegaban á la estación, el c a r p i n t e r o dijo tristemente:—«Lástima que
os vayáis tan p r o n t o ; nos hubiéramos divertido mucho.»'
Su h e r m a n a le respondió con su acost u m b r a d a sensatez:—« Cada cosa en su
tiempo;
GHJY D E M A U P A S S A N T
tiempo; una fiesta no puede d u r a r siempre.»—Ui.a idea iluminó el espíritu entonces melancólico de Rivet:—«¡Calla!; iré á
veros el mes que viene. »—Y miró á Rosa
de reojo. El ama replicó:—Es necesario
ser prudente. I r á s cuando quieras; pero
te r u e g o que no h a g a s tonterías.»
El tren se acercaba y el c a r p i n t e r o comenzó á despedirse de sus huéspedas, dando un beso á cada una. Cuando llegó el
t u r n o á Rosa, en lugar de besar en la mejilla, buscó ansiosamente los labios; ella
los apretó, b a j a n d o la cabeza y sin d e j a r
de reir; él insistía y ella, moviéndose á
uno y o t r o lado, evitaba; el c a r p i n t e r o la
oprimía, sin conseguir su propósito, haciendo esfuerzos inútiles.
La campana sonó.—«¡Señores viajeros
al tren!»—Las mozas y el ama subieron
al coche.
A un silbido a g u d o y débil respondió el
silbido
8
\
GUY DE MAUPASSANT
I.A CASV D E P L A C E R
silbido poderoso y v i b r a n t e de la máquina, que a r r o j ó su p r i m e r c h o r r o d e vapor,
mientras las r u e d a s comenzaban á g i r a r
con esfuerzo visible.
Rivet, salió de la estación corriendo para llegar al paso de nivel y ver una vez
más á Rosa; cuando el vagón c a r g a d o con
aquella mercancía de carne h u m a n a pasó,
el c a r p i n t e r o , saltando y sacudiendo su
tralla, repetía el estribillo de la canción de
Rosa, g r i t a n d o con toda la fuerza de sus
pulmones.
Y vió alejarse y perderse al fin con la
distancia, un pañuelo blanco, agitado afectuosamente.
VI
En el tren d u r m i e r o n hasta la llegada,
con e! sueño feliz de las conciencias t r a n quilas;
quilas; y cuando e n t r a r o n en su casa, después de la t r e g u a y el descanso, cenaron
deprisa p a r a volver al combate, á sus costumbres, á sus clientes de todos los días.
Encendióse al anochecer el farolillo, indicando á los t r a n s e ú n t e s que había vuelto
el r e b a ñ o á su redil, y en un a b r i r y cer r a r de ojos, corrió la noticia, 110 se. sabe
cómo ni de qué manera. El hijo del banquero, Felipe, llevó su oficiosidad al ext r e m o de avisar por un recado al señor
T o u r n e b a u , aprisionado entre su familia.
.
,
El salador tenía precisamente los domingos muchos parientes convidados a
comer, y estaban t o m a n d o café cuando se
presentó el m a n d a d e r o con la carta; el señ o r T o u r n e b a u , muy emocionado rompio,
el sobre y palideció: el papel 110 contenía
más que dos renglones, t r a z a d o s con lápiz: «Cargamento dt bacalaos hallado: 11ario
\
GUY DE MAUPASSANT
I.A CASV D E P L A C E R
silbido poderoso y v i b r a n t e de la máquina, que a r r o j ó su p r i m e r c h o r r o de vapor,
mientras las r u e d a s comenzaban á g i r a r
con esfuerzo visible.
Rivet, salió de la estación corriendo para llegar al paso de nivel y ver una vez
más á Rosa; cuando el vagón c a r g a d o con
aquella mercancía de carne h u m a n a pasó,
el c a r p i n t e r o , saltando y sacudiendo su
tralla, repetía el estribillo de la canción de
Rosa, g r i t a n d o con toda la fuerza de sus
pulmones.
Y vió alejarse y perderse al fin con la
distancia, un pañuelo blanco, agitado afectuosamente.
VI
En el tren d u r m i e r o n hasta la llegada,
con e! sueño feliz de las conciencias t r a n quilas;
quilas; y cuando e n t r a r o n en su casa, después de la t r e g u a y el descanso, cenaron
deprisa p a r a volver al combate, á sus costumbres, á sus clientes de todos los días.
Encendióse al anochecer el farolillo, indicando á los t r a n s e ú n t e s que había vuelto
el r e b a ñ o á su redil, y en un a b r i r y cer r a r de ojos, corrió la noticia, 110 se. sabe
cómo ni de qué manera. El hijo del banquero, Felipe, llevó su oficiosidad al ext r e m o de avisar por un recado al señor
T o u r n e b a u , aprisionado entre su familia.
.
,
El salador tenía precisamente los domingos muchos parientes convidados a
comer, y estaban t o m a n d o café cuando se
presentó el m a n d a d e r o con la carta; el señ o r T o u r n e b a u , muy emocionado rompio,
el sobre y palideció: el papel 110 contenía
más que dos renglones, t r a z a d o s con lápiz: «Cargamento dt bacalaos hallado: 11ario
L A CASA D E P L A C E E
rio entrado puerto; buen negocio para usted. Venga pron to.»
Rebuscó en sus bolsillos p a r a darle al
m a n d a d e r o veinte céntimos, y poniéndose
coloradocomo u n tomate,dijo: —«Esindispensable que salga esta noche».- Y puso
delante de su m u j e r la carta lacónica y
misteriosa. Tocó el timbre, pidió á la muchacha su a b r i g o y su sombrero, y al verse al fin en la calle solo, echó á c o r r e r
c a n t u r r e a n d o ; el camino se le hacía interminable; tan viva era su impaciencia.
L a casa de la señora Tellier estuvo m u y
animada. E n la tienda las voces de los
hombres del p u e r t o p r o d u c í a n una bulla
ensordecedora. Luisa y F l o r a no sabían á
quien atender; bebían con uno, al i n s t a n t e
con otro, nunca merecieron mejor su apodo las «dos Bombas». Las llamaban de todas p a r t e s á la vez, no d a b a n abasto y la
noche se ofrecía p a r a ellas muy fatigosa.
GUY DE MAUPASSANT
El cenáculo del p r i m e r piso, estuvo
completo á las nueve.
El señor Yasse, juez del Tribunal de Comercio, el pretendiente reconocido, p e r o
platónico del ama, hablaba con ella misteriosamente en u n rincón, y uno y otro
sonreían como si comenzasen á entenderse. E l señor Poulín, antiguo alcalde, tenía
áRosa montada sobre sus piernas, mientras
ella le acariciaba las patillas blancas acercándose mucho á su rostro. Un muslo asomaba e n t r e la seda amarilla del vestido
levantado y el paño n e g r o del pantalón, y
las medias e n c a r n a d a s estaban p r e n d i d a s
por u n a s ligas azules, r e g a l o del comisionista, su compañero de viaje.
La voluminosa F e r n a n d a echada en el
sofá, tenía los dos pies apoyados en el
vientre del señor Pimpessi, el r e c a u d a d o r ;
la cabeza sobre el chaleco del joven Felipe; Y m i e n t r a s r o d e a b a con el brazo de1
J
reeho
L A CASA D E P L A C E R
recho el cuello de éste, sostenía con la mano izquierda un cigarro.
Rafaela conversaba m u y entretenida
con el señor Dupuis, el agente de seguros,
y terminó diciendo:—«Sí, querido mío, esta noche te complaceré».—Y dando sola
una vuelta de vals r á p i d a al t r a v é s del salón, repetía:—«Esta noche hago todo lo
que me pidan.»
Abrióse la p u e r t a bruscamente, y el señor T o u r n e b a u apareció. E s t a l l a r o n gritos entusiastas:—«¡Viva Tournebau!»—Y
Rafaela, que seguía valsando aún, se dejó
caer sobre su pecho. Él la recogió con un
a b r a z o formidable, y sin decir nada, lev a n t á n d o l a como una pluma, atravesó el
salón, tomó la puerta, y desapareció en la
escalera de las alcobas con su carga viva,
entre los aplausos de todos.
Rosa, que p r o c u r a b a e n a r d e c e r al antiguo alcalde besándole repetidas veces y
tirándole
tirándole de las patillas, aprovechó el
ejemplo: —«Vamos, i m i t a l e » - d i p . Entonces el viejo se levantó, y abrochandost e
chaleco, tentó el bolsillo donde llevaba el
dinero, mientras seguía a la moza.
F e r n a n d a y el ama q u e d a r o n solas con
los otros cuatro, y Felipe dijo: - Y o p a g o
el Champagne. Señora Tellier, haga usted
que t r a i g a n dos betellas». Entonces F e r nanda, estrechándole más, incorporóse
p a r a decirle al o í d o : - « H a z n o s bailar.
Quieres?» Felipe se levantó, y acercándose al piano, que dormía en un rincón, toco
un vals ronco y lacrimoso. L a buena moza enlazó al r e c a u d a d o r , el ama se abandonó en b r a z o s del señor Vasse y las dos
p a r e j a s comenzaron á g i r a r , dándose a
cada vuelta un beso. El Sr. Vasse que
había bailado mucho en sociedad, hacia
fuñirás, y ella le m i r a b a cautivada, con
esos ojos que responden «sí", un «si», mas
discreto
L A CASA D E P L A C E R
discreto y más delicioso que una palabra.
Federico llegó con el C h a m p a g n e y todos bebieron. El Sr. T o u r n e b a u r e a p a r e ció satisfecho, aliviado, r a d i a n t e , g r i t a n d o :
—«No sé qué tiene Rafaela que resulta deliciosa esta noche. Después bebió de un
sorbo una copa que le ofrecían, diciendo:
—«Caramba, esto es u n lujo.»
En seguida, Felipe se puso á tocar una
polka y el Sr. T o u r n e b a u se lanzó con la
bella judía, sosteniéndola en el aire sin
dejarle poner los pies en el suelo. El señor Pimpessi y el señor Vasse, se pusier o n también á bailar. De cuando en cuando, una de las p a r e j a s deteníase junto á la
chimenea p a r a a p u r a r una copa del vino
espumoso; el baile amenazaba eternizarse, cuando Rosa e n t r e a b r i ó la p u e r t a con
una bujía en la mano. E s t a b a con el cabello suelto, en camisa y zapatillas, muy
animada, y con el color encendido: - «Quiero
ÜUY DE MAUPASSANT
-Quiero bailar»—dijo. Rafaela preguntó:
- ¿Y tu viejo?»--«Ya duerme; se d u e r m e
siempre». Y a g a r r á n d o s e al Sr. Dupuis,
que se había quedado solo en el diván,
r e a n u d a r o n la polka.
P e r o las botellas estaban vacías.—«Yo
pago u n a » - dijo el señor Tournebau.—«Y
otra y o » - repuso el Sr. Vasse.—«Pues yo
también otra» - c o n c l u y ó el señor Dupüis.
Todos aplaudieron.
Aquello se organizaba, se convertía en
un v e r d a d e r o baile.
De vez en cuando Luisa y Flora subían a p r e s u r a d a s y d a b a n r á p i d a m e n t e
una vuelta de vals, mientras abajo sus
clientes se impacientaban; luego volvían
corriendo al café con el corazón henchido de pena. A media noche bailaban
aún.
A veces una de las mozas desaparecía, y cuando la buscaban p a r a hacer
un
s
LA CASA D E P L A C E E
un vis á vis, notábase también la falta de
un hombre.
—«¿De dónde vienen »—preguntó Felipe, riendo c u a n d o e n t r a b a n el señor Pimpessi y F e r n a n d a .
—«De ver cómo d u e r m e Poulín»—contestó el r e c a u d a d o r .
La f r a s e hizo mucha gracia, tuvo un
éxito enorme, y todos á su vez subían «á
ver cómo dormía Poulín«, acompañados
por una de las mozas, que se m o s t r a b a n
aquella noche muy complacientes. El ama
sostenía en los rincones largos a p a r t e s
con el señor Vasse, como si a r r e g l a r a n los
últimos detalles de un asunto convenido ya.
P o r fin, á la una, los dos p a d r e s de familia, el señor Tournjebau y el señor Pim>essi, decidieron r e t i r a r s e y p r e g u n t a r o n
o que debían. Solamente les c o b r a r o n el
Champagne, y aun á seis f r a n c o s la botella
Í
GUY DE MAUPASSANT
lia, en lugar de diez francos, precio
costumbre.
Y como se q u e d a r a n sorprendidos
t a n t a generosidad, el ama, r a d i a n t e
gozo, les contestó:
— «No suceden todos los días cosas
traordinarias.»
de
de
de
ex-
"Desembarco de lascivia.
Habiendo salido del H a v r e el día 3 de
Mayo de 1882, con r u m b o á los mares de
la China el bergantín Nuestra Señora de
los Vientos, el día 8 de Octubre de 1886
entró en el puerto de Marsella. Su viaje se
había prolongado, porque al dejar las
mercancías en el puerto chino, á donde
iban consignadas, encontró flete para
Buenos Aires, y allí lo cargaron para el
Brasil, desde donde hizo nuevas travesías,
en las cuales, destrozos, reparaciones, calmas interminables, ventiscas terribles que
lo
GUY DE MAUPASSANT
DESEMBARCO DE LASCIVIA
lf> a r r a s t r a r o n , y todos los accidentes,
a v e n t a r a s y d e s v e n t u r a s del mar, d u r a n t e
c u a t r o años r e t u v i e r o n lejos de su p a t r i a
al b e r g a n t í n , que al cabo e n t r a b a en el
p u e r t o de Marsella a b a r r o t a d o con latas
de conservas americanas.
Al salir llevaba á bordo, a d e m á s del
capitán y del segundo, catorce marineros,
ocho n o r m a n d o s y seis bretones; y al volver solo quedaban cinco bretones y cuat r o normandos; u n b r e t ó n había m u e r t o en
el camino, y c u a t r o de los normandos, p o r
diversas causas, habían sido r e e m p l a z a dos p o r dos americanos, un n e g r o y un
noruego reclutado una noche en una t a berna de Singapoore.
El b e r g a n t í n con las velas arriadas,
a r r a s t r a d o por un- remolcador marsellés,
pasó delante del castillo de Yf; luego bajo las rocas grises de la rada, cuyos picos
doraba el sol poniente, entró en el antiguo
g u o puerto, donde se a m o n t o n a b a n rozándose casi á lo l a r g o de los muelles, embarcaciones de todo el mundo, mezcladas y
confundidas g r a n d e s y pequeñas, de todas f o r m a s y de todas clases.
Nuestra Señora de los Vientos ocupó
su l u g a r entre una barca italiana y una
goleta inglesa que se a p a r t a r o n un poco
p a r a d e j a r sitio al c a m a r a d a ; luego, cuando todas las f o r m a l i d a d e s de la Aduana y
del p u e r t o estuvieron cumplidas, el capitán dió permiso á dos tercios de la t r i p u lación p a r a que saltasen á tierra.
Los diez h o m b r e s que no habían abandonado el b e r g a n t í n en muchos meses, andaban lentamente, inseguros, desorientados, balanceándose y deteniéndose, olisqueando las callejuelas p r ó x i m a s al puerto, llenos de ansias amorosas contenidas
y acumuladas d u r a n t e los meses de vida
de mar. I b a n de dos en dos como en las procesiones;
DESEMBARCO DE LASCIVIA
cesiones; delante, los n o r m a n d o s guiados
por Celestino. Duelos, un moeetón robusto y malicioso que capitaneaba á los otros
cada vez que ponían el pie en t i e r r a firme. Adivinaba los lugares donde h a b r í a
jaleo, inventaba engaños y burlas, y no se
metía mucho en las colisiones, tan frecuentes e n t r e marineros; pero cuando se veía
envuelto, sin poderlo evitar, en algún conflicto, daba la c a r a sin t e m e r á nadie.
Después de a l g u n a s duelas, contemplando las v a r i a s calles que desembocaban en
el puerto, todas n e g r a s y mal olientes, Celestino se decidió p o r la más estrecha y
tortuosa, viendo b r i l l a r en las p u e r t a s de
sus casas, faroles con g r a n d e s n ú m e r o s
pintados en el cristal. En todos los portales, m u j e r e s con delantal, como criadas,
sentadas en sillas" de enea, se l e v a n t a b a n
al verlos y salían al e n c u e n t r o de la doble fila de hombres que a v a n z a b a n lentamente.
OUY DE MAUPASSANT
mente c a n t u r r e a n d o y bromeando, ya emb r i a g a d o s por la p r o x i m i d a d de aquellas
prisiones de prostitutas.
De c u a n d o en cuando, en el fondo de un
vestíbulo, aparecía d e t r á s de una cancela
abierta de pronto, una muchacha gorda,
medio desnuda, cuyos anchos muslos y
p a n t o r r i l l a s abultadas, se d i b u j a b a n b r u s camente. Su pecho, a b u n d a n t e y blando,
caía sobre un corpiño de terciopelo n e g r o
con galón de oro.
—¿Entráis, hermosos?—les decía desde
lejos. Y alguna vez salía para a g a r r a r s e á
un m a r i n e r o y e m p u j a r l e hacia la puerta, envolviéndole con sus brazos como una
a r a ñ a que quiere a r r a s t r a r una presa superior á sus fuerzas. El hombre, soliviantado por este contacto, resistía blandamente; y los otros se p a r a b a n p a r a contemplarlos, vacilando e n t r e el deseo de
e n t r a r enseguida y el gusto de p r o l o n g a r
su
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BIBLIOTECA y *
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*
GUY DE MAUPASSANT
DESEMBARCO DE LASCIVIA
su investigación apetitosa. Cuando la mujer, con encarnizados esfuerzos había conducido al h o m b r e hasta la cancela, y tod o s los compañeros i b a n á p r e c i p i t a e
en el portal, Celestino Duelos, muy prctico en estos asuntos, g r i t a b a :
—No entréis ahí, Márchan, que no es
esta la casa.
El hombre, obediente á la voz de Celestino, con una sacudida se desligaba de la
moza, y todos continuaban su camino
m i e n t r a s ella, exasperándose, les injuriaba con p a l a b r a s inmundas, y o t r a s mujeres asomándose á las p u e r t a s y saliéndoles
al encuentro les a t r a í a n con roncas y conf u s a s promesas.
Ellos a v a n z a b a n cada vez más inflamados entre las zalamerías y la seducción de
los goces ofrecidos por el coro de las port e r a s de a m o r que les i b a n saliendo al
paso y las maldiciones innobles lanzadas
contra
contra ellos á su espalda por el coro de
las despreciadas. De cuando en cuando, se
c r u z a b a n con un g r u p o de soldados, con
otros marineros, con algunos burgueses,
empleados ó comerciantes. Ofrecíanse á
su paso nuevas calles a l u m b r a d a s con
los faroles sospechosos, y la tripulación
del b e r g a n t í n a v a n z a b a en aquel sucio
laberinto, sobre un suelo grasiento, e n t r e
paredes a b a r r o t a d a s de c a r n e de m u j e r .
Al fin, Celestino Duelos, deteniéndose
ante una casa de buen aspecto, hizo ent r a r á sus amigos.
II
¡La fiesta f u é completa! D u r a n t e c u a t r o
horas, los diez m a r i n e r o s se h a r t a r o n de
a m o r y de vino, g a s t a n d o la paga de seis
meses.
Habíanse
GUY DE MAUPASSANT
DESEMBARCO DE LASCIVIA
su investigación apetitosa. Cuando la mujer, con encarnizados esfuerzos había conducido al h o m b r e hasta la cancela, y tod o s los compañeros i b a n á p r e c i p i t a e
en el portal, Celestino Duelos, muy prctico en estos asuntos, g r i t a b a :
—No entréis ahí, Márchan, que no es
esta la casa.
El hombre, obediente á la voz de Celestino, con una sacudida se desligaba de la
moza, y todos continuaban su camino
m i e n t r a s ella, exasperándose, les injuriaba con p a l a b r a s inmundas, y o t r a s mujeres asomándose á las p u e r t a s y saliéndoles
al encuentro les a t r a í a n con roncas y conf u s a s promesas.
Ellos a v a n z a b a n cada vez más inflamados entre las zalamerías y la seducción de
los goces ofrecidos por el coro de las port e r a s de a m o r que les i b a n saliendo al
paso y las maldiciones innobles lanzadas
contra
contra ellos á su espalda por el coro de
las despreciadas. De cuando en cuando, se
c r u z a b a n con un g r u p o de soldados, con
otros marineros, con algunos burgueses,
empleados ó comerciantes. Ofrecíanse á
su paso nuevas calles a l u m b r a d a s con
los faroles sospechosos, y la tripulación
del b e r g a n t í n a v a n z a b a en aquel sucio
laberinto, sobre un suelo grasiento, e n t r e
paredes a b a r r o t a d a s de c a r n e de m u j e r .
Al fin, Celestino Duelos, deteniéndose
ante una casa de buen aspecto, hizo ent r a r á sus amigos.
II
¡La fiesta f u é completa! D u r a n t e c u a t r o
horas, los diez m a r i n e r o s se h a r t a r o n de
a m o r y de vino, g a s t a n d o la paga de seis
meses.
Habíanse
DESEMBARCO DE LASCIVIA
H a b í a n s e instalado con desabogo como
los únicos dueños de la sala, m i r a n d o despreciativamente á los p a r r o q u i a n o s que se
acomodaban en los rincones,á donde algunas de las mozas disponibles, vestidas con
su camisón muy escotado ó con una falda
m u y corta, les a c o m p a ñ a b a n y servían.
Cada m a r i n e r o había escogido al lleg a r su compañera, conservándola toda la
noche, p o r q u e la gente del pueblo n o es
aficionada en estos casos á las variaciones. Se h a b í a n unido t r e s mesas; y después de la p r i m e r a ronda, r e f o r z a d a la
procesión que se aumentó con diez mujeres, lanzóse á la escalera que conducía á
las alcobas p o r donde desfilaron las amorosas parejas.
Volvieron á b a j a r y á beber; volvieron
á subir y á diseminarse, p a r a r e u n i r s e
por tercera vez y seguir bebiendo.
Casi b o r r a c h o s ya, con los ojos enrojecidos
GUY D E MAUPASSANT
cidosy t e n i e n d o á l a s mozas sentadas e n l a s
rodillas, c a n t a b a n ó g r i t a b a n golpeando
sobre la mesa; y bebían dejando en libert a d la bestia humana. E n t r e todos, Celestino Duelos, oprimiendo entre sus brazos
una robusta muchacha m u y colcradota, la
m i r a b a con a r d o r .
Menos b o r r a c h o que los demás, y no
p o r q u e hubiese bebido menos, p e n s a b a en
o t r a s cosas y sintiendo íntima t e r n u r a
prefería comunicarse y h a b l a r . P e r o sus
ideas borrábanse, desaparecían, volviendo á ofrecerse y á b o r r a r s e sin que le
precisaran su deseo.
Riendo, repetía:
—Vaya, vaya... ¿Cuánto tiempo hace que
vives aquí?
—Seis meses—respondió la moza.
Celestino, p r o c u r a n d o m o s t r a r s e amable con ella, insistía:
—¿Y te gusta este oficio?
Ella
DESEMBARCO DE LASCIVIA
Ella dudó y luego dijo r e s i g n a d a :
—Todo es cuestión de acostumbrarse;
tan malo es éste, como los otros.
Celestino a p r o b a b a con un gesto estas
afirmaciones, y seguía p r e g u n t a n d o :
—¿Tú no eres de aquí?
Sin h a b l a r , ella dijo que no con la cabeza.
—¿Eres de muy lejos?
Ella dijo que sí en la misma f o r m a .
—¿De dónde eres
Ella siguió callada, como si r e c o r d a s e
algo; luego m u r m u r ó :
—De P e r p i g n á n .
Y á su vez empezó á p r e g u n t a r l e :
— Y tú, eres marinero?
—Sí, preciosa.
—¿Vienes de m u y lejos?
—De m u y lejos. H e visto muchos puertos y m u c h a s tierras.
—¿Has dado la vuelta al mundo?
—Puedes
GUY DE MAUPASSANT
—Puedes creerlo; más bien dos veces
que una. De nuevo ella calló como si buscara en su memoria un r e c u e r d o confuso. Después, cambiando de tono, seria y
dulce, prosiguió:
—¿Has encontrado muchas embarcaciones en tus viajes?
—Ya lo creo, preciosa; muchas.
— Viste, por casualidad, un b e r g a n tín que se llama Nuestra Señora de los
Vientos?
Celestino contestó b r o m e a n d o :
—Lo vi esta misma semana.
Ella palideció.
—¿Dices v e r d a d ?
—La v e r d a d te digo.
—¿No mientes, no me engañas?
El m a r i n e r o extendió el brazo:
—Te lo j u r o por el n o m b r e de Dios.
—¿Podrías decirme si Celestino Duelos
va en ese bergantín?
Sorprendido,
DESEMBARCO DE LASCIVIA
Sorprendido, inquieto, antes de contest a r quiso enterarse:
—¿Tú le conoces
A su vez, ella se mostró desconfiada.
—Yo no: pero una m u j e r , amiga mía,
le conoce.
—, Una m u j e r de esta casa?
—No, de cerca.
—¿De esta calle?
—No, de la otra.
—¿Qué clase de m u j e r es esa?
—Una m u j e r , como todas... Una m u j e r
como yo.
—¿Qué le quiere? , De q u é le conoce'
— ¿Lo sé yo acaso? ¿Qué me importa?
Se m i r a r o n fijamente, ansiosos de sorp r e n d e r sus mútuos pensamientos, adivin a n d o que alguna cosa g r a v e s u r g i r í a ent r e los dos.
El repuso:
—Dime, ¿puedo verla
—¿Qué
GUY DE MAUPASSANT
—¿Qué le dirías?
—Le diría... le diría... que hace poco he
visto á Celestino Duelos.
—¿Y está bueno?
—Como t ú y como yo.
Ella quedó silenciosa un rato, como si
o r d e n a r a sus ideas; luego dijo lentamente:
—¿A dónde iba Nuestra Señora de los
Vientos?
—Aquí; á Marsella.
La moza no pudo r e p r i m i r un extremecimiento.
—¿Verdad?
—¡Verdad!
—¿Tú conoces á Duelos?
—Le conozco.
Ella vacilaba; luego dijo dulcemente:
—Bien; está bien.
—, Qué le quieres?
—Cuando le veas, dile... ¡No le digas
nada!
Celestino
11
DESEMBARCO DE LASCIVIA
Celestino la m i r a b a t u r b a d o y ansioso,
deseando a v e r i g u a r .
—¿Pero tú le conoces?
-Ño.
—Entonces, ¿por q u é p r e g u n t a s tanto?
La moza tomó b r u s c a m e n t e una resolución, y levantándose, corrió hacia si
m o s t r a d o r donde estaba el ama, cogió un
limón, oprimió su jugo en u n vaso que
llenó luego de agua, y llevándoselo á Celestino, le dijo:
—Bebe.
—¿Para qué?
—Para hacer p a s a r el vino. Luego t e
hablaré.
El m a r i n e r o bebió, y secándose los labios con el reverso de la mano, dijo:
—Ya te escucho.
—Prométeme antes no descubrir que
me h a s visto, ni cómo supiste lo que voy
á contarte. J ú r a l o .
Celestino
GUY DE
MAUPASSANT
Celestino tendió el brazo y juró.
—Pues bien; tú le d i r á s q u e su p a d r e ha
muerto; que su m a d r e ha muerto; que su
h e r m a n o ha m u e r t o ; los t r e s de la fiebre
tifoidea, en Diciembre de 1882; hace cuat r o años.
El m a r i n e r o sintió que se le helaba la
sangre, y estuvo de tal modo t r a s t o r n a d o
un momento, que no sabía qué contestar.
Luego, sin a t r e v e r s e á creer lo que oía,
preguntó:
—;Estás bien segura de que todo es
verdad?
—No lo dudes.
—¿Y á tí, quién te lo ha dicho?
La moza le puso las manos en los
hombros, y m i r á n d o l e fijamente, m u r muró:
— J ú r a m e que g u a r d a r á s el secreto.
—Te lo juro.
—SovJ su h e r m a n a .
De
DESEMBARCO DE LASCIVIA
De los labios del m a r i n e r o , en un g r i t o
de angustia, escapó este nombre:
—¡Francisca!
Ella clavó los ojos en él con más fijeza,
estremecida p o r un espanto, por un h o r r o r p r o f u n d o , y balbuceó:
—¿Eres tú, Celestino?
Quedaron inmóviles y callados los dos.
E l r u i d o de los vasos, de los palmoteos, de
los talones llevando el compás, y los g r i tos agudos de las mujeres, se c o n f u n d í a n
con las voces y los cánticos.
Celestino sintió á su h e r m a n a sobre su
pecho, a b r a z á n d o s e á él, calenturienta y
h o r r o r i z a d a . Entonces, a p a g a n d o la voz
p a r a que nadie le oyera: tan bajo que apen a s ella le oyó, dijo:
— ¡Qué desgracia! ¡Lo que hicimos!
Ella, con los ojos llenos de lágrimas,
preguntó:
—¿Acaso es mía la culpa?
Pero
GUY D E MAUPASSANT
P e r o él, interrumpiéndola, dijo:
—¿Todos han muerto?
—Sí. Todos.
—¿El padre, la m a d r e y el hermano?
—Los tres, en pocos días. Yo quedé sola,
debiendo las medicinas, el entierro, que
p a g u é con los muebles de la casa; y me
f u i á servir al señor Cacheux, el cojo. Yo
tenía entonces quince años y cometí una
falta con el señor Cacheux. Después entré
á servir en casa de un n o t a r i o que también abusó de mí, llevándome luego al
Havre, donde me alquiló un cuarto. Al
poco tiempo dejó de ir á verme. P a s é t r e s
días sin comer; busqué t r a b a j o , inútilmente; y al fin, me decidí á e n t r a r en una c a sa; como t a n t a s otras. Mellan hecho recor r e r muchas poblaciones, todas m u y sucias. Roan, E v r e u x , Lille, Bordeaux, P e r pignan, Niza y Marsella.
Caían de sus ojos a b u n d a n t e s lágrimas,
que
GUY DE MAUPASSANT
DESEMBARCO DE LASCIVIA
que s u r c a n d o sus mejillas y su nariz, lleg a b a n á su boca.
Luego, prosiguió:
—Creí que también habías muerto, ¡mi
p o b r e Celestino!
El m a r i n e r o dijo:
—No era posible que yo te reconociera.
Te dejé niña, y te veo a h o r a t a n desarrollada. Péf o tú ¿cómo no me reconociste?
La moza, exclamó desesperada:
—¡Veo tantos hombres, que todos me
parecen iguales!
El seguía mirándola fijamente, dominado por una emoción confusa y tan violenta, que á punto estaba de g r i t a r como un
chiquillo á quien le pegan. La tenía e n t r e
sus brazos, s o b r e sus rodillas, con las manos abierta's sobre la espalda carnosa de
Francisca; y á fueza de m i r a r l a , reconoció al fin á la h e r m a n a menor q u e había
dejado en su pueblo r o d e a d a de todos
aquellos
A
aquellos que morían poco después mient r a s él c r u z a b a los mares. Entonces, cogiendo e n t r e sus d u r a s manos de h o m b r e
de m a r aquella cabeza tan querida, se puso á besarla con besos fraternales. Luego
subieron á su g a r g a n t a sollozos tristes y
largos, que p a r e c í a n el hipo de la embriaguez.
Y balbuceaba:
—Eres tú, eres tú; ya te reconozco,
Francisca, mi querida Francisca...
De pronto, se levantó r e n e g a n d o con
voz f o r m i d a b l e y golpeando la mesa de
tal modo con el puño, que todos los vasos
cayeron, rompiéndose. Avanzó unos pasos, vacilante, y extendiendo los brazos
cayó de cara al suelo. Se revolcaba, g o l p e a n d o los ladrillos con pies y manos, y
gimiendo como un agonizante.
Sus c a m a r a d a s le m i r a b a n riendo.
—Está borracho; ya le p a s a r á - d i j o uno.
—Acostémosle
DESEMBARCO DE LASCIVIA
—Acostémosle- -dijo otro.—No debe ir á
bordo en tal estado.
Y como aun tenía dinero en el bolsillo,
lo cual aseguraba que al día siguiente no
se iría sin pagar, la dueña del establecimiento le ofreció una cama, y sus compañeros le llevaron en hombros hasta la alcoba de Francisca, donde los dos h e r m a nos acabaron de pasar la noche llorando
amargamente.
Especulaciones
amorosas.
i
— Qué se hizo Leremy.'
—Es capitán en el sexto de dragones.
—;Y Puisón '
—Suprefecto.
—¿Y Racollét.'
—Murió.
Buscábamos otros nombres que nos recordaran á los compañeros de nuestra
juventud, que no habíamos visto en muchos años.
A otros los encontrábamos con frecuencia,
12
DESEMBARCO DE LASCIVIA
—Acostémosle- -dijo otro.—No debe ir á
bordo en tal estado.
Y como aun tenía dinero en el bolsillo,
lo cual aseguraba que al día siguiente no
se iría sin pagar, la dueña del establecimiento le ofreció una cama, y sus compañeros le llevaron en hombros hasta la alcoba de Francisca, donde los dos h e r m a nos acabaron de pasar la noche llorando
amargamente.
Especulaciones
amorosas.
I
— Qué se hizo Leremy.'
—Es capitán en el sexto de dragones.
—;Y Puisón '
—Suprefecto.
—¿Y Racollét.'
—Murió.
Buscábamos otros nombres que nos recordaran á los compañeros de nuestra
juventud, que no habíamos visto en muchos años.
A otros los encontrábamos con frecuencia,
12
ESPECULACIONES AMOEOSAS
cia, ya calvos ó encanecidos, con m u j e r
propia y a b u n t a n t e familia, cosa que nos
estremecía desagradablemente, mostrándonos cuán f r á g i l es la existencia y cuán
pronto cambia y envejece todo.
Mi amigo p r e g u n t ó :
— Y Prudencio, el g r a n Prudencio'.'
Lancé una especie de alarido:
—¡Ah! E n cuanto á éste... La historia es
larga. Escucha. E s t a b a yo, hace c u a t r o
años, haciendo la visita de inspección en
Limoges, y m i e n t r a s a g u a r d a b a la hora
de comer me a b u r r í a solemnemente, sentado en el café de la plaza del Teatro. Los
comerciantes e n t r a b a n por g r u p o s de dos,
tres ó cuatro, á t o m a r el v e r m o u h t ó el
ajenjo, h a b l a n d o en voz alta de los negocios, riendo estrepitosamente, y b a j a n d o
el tono p a r a comunicarse cosas importantes y delicadas.
Yo me decía: «¿Qué h a r é después de comer?»
GUY DE MAUPASSANT
mer?». Y me h o r r o r i z a b a pensando en lo
interminables que resultan las noches en
una provincia, en el v a g a r pausado y siniestro á t r a v é s de las calles desconocidas, en la tristeza a b r u m a d o r a que al
v i a j e r o solitario comunican los t r a n s e ú n tes, e x t r a ñ o s á él en todo y p o r todo: p o r
la hechura del t r a j e , por la f o r m a del
sombrero, por sus costumbres y por su
pronunciación; tristeza p e n e t r a n t e que se
desprende también de las casas, de las
tiendas, de los coches, de los r u i d o s ordin a r i o s del tráfico; tristeza d e s g a r r a d o r a
que nos hace a p r e s u r a r poco á poco el
paso, como si estuviésemos perdidos en
un país peligroso y opresor, que nos hace
desear el hotel, el abominable hotel, cuyas
habitaciones g u a r d a n un vaho pestilente,
cuyo lecho hace reflexionar y extremecer,
cuyos lavabos conservan cabellos y g r a s a
de otros huéspedes.
Pensando
ESPECULACIONES AMOROSAS
P e n s a n d o en todo esto, veía encender
las luces de g a s y sentía en aun:ento mi
desolación y angustia á medida q u e cer r a b a la noche. ¿Qué h a r í a yo después de
comer? Me hallaba solo, e n t e r a m e n t e solo
y despistado.
Un señor g o r d o f u é á sentarse j u n t o á
la mesa próxima, y o r d e n ó con voz formidable:
Mozo, mi witter.
El mi, sonaba en la f r a s e como un cañonazo. Comprendí enseguida que todo era
suyo, m u y suyo en la existencia, y n o de
otro; que tenía su carácter, su apetito, su
pantalón, su «no importa qué», de un modo
especial, absoluto, propio, más completo
que cualquiera. Luego, m i r ó en torno, con
expresión de h o m b r e satisfecho. Le trajeron su witter, y pidió:
—Mi periódico.
Yo me p r e g u n t a b a : «¿Cuál puede ser su
periódico?»
GUY D E MAUPASSANT
periódico?» El título b a s t a r í a p a r a revelarme sus opiniones, sus teorías, sus principios, sus manías y sus simplezas.
El mozo le llevó E! Tiempo y quedé
sorprendido, porque El Tiempo es un diar i o serio, doctrinal, reposado. Y pensé:
«Será un h o m b r e prudente, de buenas
costumbres, de hábitos regulares, un buen
b u r g u é s al fin.»
Montó en su nariz sus lentes de oro, y
antes d e comenzar su lectura, extendió de
nuevo la mirada en t o r n o suyo. Reparando en mí, se puso á e x a m i n a r m e con tal
insistencia que ya me iba c a r g a n d o ; y me
disponía á i n t e r r o g a r l e d u r a m e n t e cuando exclamó:
—¡Caracoles! Me parece tener delante á
G o n t r a n Lardoys.
Le respondí:
— Sí, caballero; soy ese que usted nombra.
Se
ESPECULACIONES AMOROSAS
Se levantó bruscamente, acercándose
con los brazos extendidos.
—¡Tanto tiempo sin verte! ¿Cómo estás'
Algo sorprendido, sin reconocerle, dije:
—Bien... gracias... ¿Y usted
Soltó la c a r c a j a d a .
— J u r a r í a que n o me recuerdas.
—No... la verdad... Y sin embargo, me
parece...
Me puso una m a n o en el hombro.
—Basta de bromas. Yo soy P r u d e n c i o
Robert, soy tu amigo, tu c a m a r a d a .
Entonces le reconocí y le estreché las
manos que me tendía.
—¿Y tú, cómo estás?
—Yo, divinamente. ¿Qué haces por aquí.'
Le di cuenta de mi visita de inspección.
— No estarás descontento de tu s u e r t e '
—No del todo, ;y tú
Con aire de t r i u n f o me respondió:
—Yo estoy como el pez en el agua.
—¿A qué te dedicas?
—Á los negocios.
—¿Ganas mucho dinero.'
—Mucho; estoy m u y rico. Mañana si
quieres te d a r é de a l m o r z a r en mi casa,
calle del Gallo, núm. 17. Ya verás que instalación.
Creí verle d u d a r un momento; luego
prosiguió:
— E r e s tan alegre como antes'.'
—No he variado.
—¿Ni te casaste?
—No.
—Hiciste bien. ¿Y te gustan como siemp r e los jolgorios y las patatas?
Me iba r e s u l t a n d o deplorablemente vulg a r . A pesar de todo le respondí:
—Me g u s t a n como siempre.
—¿Y lns g u a p a s mozas?
—Más que nunca.
Rióse muy satisfecho, y dijo:
—Mejor
ESPECULACIONES AMOROSAS
—Mejor que mejor. ¿Recuerdas n u e s t r a
p r i m e r a locura en Burdeaux? ¡Qué noche!
E n efecto, r e c o r d é aquella y o t r a s posteriores. Reimos. El golpeaba la mesa con
los puños, yo le p r e g u n t é b r u s c a m e n t e :
—. Y tú no te casaste'
—Sí, hace diez años; y tengo c u a t r o
c r i a t u r a s hermosísimas. Ya las v e r á s mañ a n a y á su m a d r e también.
H a b l á b a m o s á voces; los p a r r o q u i a n o s
del café nos m i r a b a n sorprendidos.
De p r o n t o mi amigo miró la hora en su
reló, un cronómetro inmenso, y exclamó:
—¡Caracoles! Mucho lo siento, p e r o necesito d e j a r t e p o r q u e tengo que hacer esta noche.
Se levantó estrechándome las manos y
sacudiéndolas como si quisiera a r r a n c a r me los brazos, dijo:
—Hasta m a ñ a n a , ya lo sabes; á medio
día.
Pasé
G ü Y DE MAUPASSANT
Pasé la m a ñ a n a t r a b a j a n d o con el Interventor de Hacienda que me convidó á alm o r z a r ; pero le dije que tenía cita con un
amigo. Salió acompañándome y le pregunté:
—¿Sabe usted donde está la calle del
Gallo?
—Sí; está un poco lejos, y o le guiaré.
Y nos pusimos en camino.
II
E r a una calle ancha, hermosa, que se
a b r í a en un extremo de la ciudad. El núm e r o diez y siete correspondía á una especie de hotel con jardín. La f a c h a d a
a d o r n a d a con frescos al estilo italiano, me
pareció de mal gusto. Veíanse diosas, reclinadas sobre urnas, o t r a s e n t r e nubes
que
13
—
Km
u
GUY DE MAUPASSANT
ESPECULACIONES AMOROSAS
que ocultaban sus íntimas bellezas. Dos
amorcillos de piedra sostenían el número.
—Esta es la casa.
S o r p r e n d i d o al oirme, el I n t e r v e n t o r de
Hacienda hizo un gesto brusco y singular,
pero no dijo nada, estrechando la m a n o
que y o le ofrecí.
Llamé. Salió una criada.
—¿El señor Robert, vive aquí?
—¿Desea usted hablarle?
—Sí.
E l vestíbuloestaba elegantemente adornado con p i n t u r a s debidas al pincel de un
artista local. P a b l o y Virginia se besaban
á la sombra de las palmeras b a ñ a d a s en
rojiza claridad. Una linterna oriental y
antipática colgaba del techo. Varias puertas estaban ocultas bajo c o l g a d u r a s llamativas.
P e r o lo que más me chocaba de todo,
era
era el olor. Un olor n a u s e a b u n d o y p e r f u mado, q u e r e c o r d a b a los polvos de a r r o z
y el moho de las cuevas. Un olor indefinible en una atmósfera pesada, a b r u m a d o r a como de las estufas. Subí siguiendo á
la criada por una escalera de mármol
revestida con una a l f o m b r a de género
oriental y me i n t r o d u j e r o n en un salón
suntuoso.
Solo allí m i r é lo que me rodeaba. Los
muebles e r a n ricos, pero no elegantes y
d e n o t a b a n una pretensión excesiva. Grabados del siglo 18 r e p r e s e n t a n d o m u j e r e s
m u y p e i n a d a s y casi desnudas, sorprendidas en actitudes interesantes p o r caballeros galanteadores; una señora echada en
un lecho desordenado daba con el pie á u n
perrillo envuelto entre las sábanas; otra
resistía dulcemente á su amante cuya m a no se ocultaba debajo de los vestidos; un
dibujo p r e s e n t a b a c u a t r o pies, cuyos cuerpos
ESPECULACIONES AMOROSAS
pos se adivinaban ocultos d e t r f s de una
cortina. El salón estaba r o d e a d " de anchos y muelles divanes y todo él impregnado en el olor e n e r v a n t e y molesto que
me dió en las narices desde el vestíbulo.
Algo de sospechoso y r e p u g n a n t e se revelaba en los muros, en las colgadura«
en los muebles, en todo.
Me acerqué á la ventana p a r a m i r a r al
j a r d í n que se extendía á la espalda del
hotel. Era g r a n d e , bien sombreado y soberbio. Un ancho paseo r o d e a b a un macizo de v e r d u r a en cuyo centro había un
surtidor.
De pronto, entre los arbustos, aparecier o n tres damas, a n d a n d o lentamente cogidas por el brazo, cubiertas con largos
peinadores blancos Henos de encajes.
Dos e r a n rubias, y la otra morena. Lueg o volvieron á desaparecer entre los árboles. Quedé sobrecogido, encantado ante
aquella
GUY DE MAUPASSANT
aquella b r e v e y a g r a d a b l e aparición, que
hizo s u r g i r en mí todo un mundo poético.
Ellas se h a b í a n mostrado apenas, á u r a
luz conveniente, e n t r e los v e r d o r e s del
r a m a j e en el j a r d í n secreto y delicioso
H a b í a n evocado en mi memoria las her mosas d a m a s del siglo XVIII, v a g a n d o á la
sombra de los caranillos, aquellas hermosas damas, cuyos ligeros a m o r e s recorda
ban los galantes g r a b a d o s del salón. Y
envidié aquel tiempo dichoso, florido, espiritual y tierno, en que las costumbres
e r a n tan plácidas y las caricias tan f á ciles...
III
•
Una voz a t r o n a d o r a , me hizo estremecer. P r u d e n c i o había e n t r a d o en el salón
r a d i a n t e como siempre, y me tendía las
manos.
ESPECULACIONES AMOROSAS
manos. Mirándome á los ojos con solapada
expresión, propia de ciertas confidencias y haciendo un gesto de Napoleón,
me hizo r e p a r a r en su lujo, en su p a r q u e
y en las tres mujeres que volvieron á dejarse ver; luego con voz t r i u n f a n t e y llena de orgullo, exclamó:
—¡Quién diría que todo esto lo empezamos con mi m u j e r y mi cuñada solamente!
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