EL DESAFÍO DEL MAS ALLÁ Belknap Long, Jr.

Anuncio
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
EL DESAFÍO DEL MAS ALLÁ
C.L. Moore, A. Merritt, H. P. Lovecraft, Robert E. Howard y Frank
Belknap Long, Jr.
George Campbell abrió a la oscuridad los ojos aún nublados por el sueño y quedóse
mirando hacia el trozo de cielo nocturno que se divisaba a través de la abertura de la
tienda de campaña, antes de que se despabilase lo suficiente y se preguntase qué era lo
que le había despertado. En el claro y fresco aire de aquellos bosques canadiense
parecía haber un soporífero tan fuerte como el de la droga más poderosa. Campbell
siguió inmóvil un momento, sumergiéndose lentamente en las fronteras del sueño,
consciente del delicioso cansancio que experimentaba, de la desacostumbrada sensación
de haber usado a fondo sus músculos, para dormitar ahora a sus anchas. Aquel era el
momento más codiciado de sus vacaciones, cuando descansaba después del trabajo, en
la transparente y suave noche del bosque.
Deleitándose mientras su mente volvía a hundirse en la nada, Campbell se dijo a sí
mismo, una vez más, que aún tenía por delante tres largos meses de libertad. De libertad
de las ciudades y de la monotonía; de libertad de la enseñanza, de la Universidad, de los
estudiantes sin interés alguno por la geología, que trataba de inculcarles en el
impenetrable entendimiento, y con lo que se ganaba la vida; de libertad...
De pronto, la suave somnolencia cesó bruscamente. Afuera, la paz se había visto
interrumpida por un estrépito de latas entrechocando entre sí. George Campbell
incorporóse súbitamente en su catre y alargó el brazo hacia su linterna. En seguida, y al
tiempo que se reía en voz baja, dejó de nuevo la linterna en su sitio. Al forzar la vista entre
las tinieblas de la noche, vio afuera una bestezuela nocturna que al corretear entre los
botes de conserva había provocado el estrépito. Campbell tendió una mano hacia la
abertura de la tienda en busca de un guijarro para arrojarlo contra el intruso animal. Sus
dedos dieron con una piedra de buen tamaño, y la alzó por encima de la cabeza,
dispuesto a arrojarla.
Pero no llegó a lanzar la piedra. No la tiró porque se dio cuenta de lo extraño que era el
guijarro que había cogido. Se trataba de un objeto cúbico, cristalino, que tenía aristas
redondeadas. La singular sensación de aquellas caras pétreas causó tal curiosidad en
Campbell, que cogió de nuevo la linterna y alumbró con ella el objeto que sostenía en la
mano.
Todo vestigio de sueño le abandonó cuando comprobó lo que había encontrado
tanteando en la oscuridad. Era un cubo de caras lisas, tan transparente como el cristal de
roca. Se trataba de cuarzo, indudablemente, pero no en su habitual forma cristalizada
hexagonal. De algún modo que ignoraba, le había sido dada la forma de un cubo perfecto
que medía unos diez centímetros por cada una de las desgastadas aristas. Pues, en
efecto, estaba increíblemente desgastado. El durísimo cristal aparecía tan redondeado
que las aristas casi desaparecían, y el objeto tenía ya cierto aspecto de esfera. Para
quedar así, aquel extraño objeto tenía que haberse visto sometido al desgaste a lo largo
de milenios, de edades más allá de toda cuenta.
Pero lo más notable de todo era la forma que se podía divisar tenuemente en el corazón
de aquel gran cristal. Incluido en el centro del mismo, se veía un pequeño disco de una
sustancia pálida y desconocida, con unos caracteres inscritos en su superficie. Eran unos
trazos que recordaban vagamente la escritura cuneiforme.
George Campbell arrugó el ceño Y se inclinó más aún sobre el pequeño enigma que tenía
en las manos, preso de una curiosidad sin límites. ¿Cómo podía haber quedado incluido
un objeto como aquel disco, en el interior de una roca de cristal puro? Recordó
vagamente antiguas leyendas que afirmaban que los cristales de cuarzo eran hielo que se
1
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
había congelado tan intensamente que jamás volvió a deshelarse. Hielo... y escritura
cuneiforme. Sí, ¿no se había originado tal escritura entre los sumerios, que llegaron
desde el Norte en los más remotos comienzos de la historia, instalándose en la
Mesopotamia? Pero Campbell reflexionó un poco y echóse a reír en voz baja. El cuarzo,
desde luego, se había formado en los períodos más tempranos de las eras geológicas
terrestres, cuando en el planeta no había más que rocas y un intenso calor. El hielo no
había llegado hasta docenas de millones de años después que aquel objeto se formara.
Y sin embargo... allí se veía una escritura hecha por el hombre, indudablemente, y que
aunque desconocida, le recordaba vagamente los trazos cuneiformes. ¿Era posible que
en la era paleozoica hubieran habido seres con capacidad para trazar signos escritos? ¿O
bien aquel objeto procedía de otros mundos, y cayó a la tierra como un meteorito? Tal
vez...
Decidió no dejarse arrastrar por la imaginación. El silencio y la soledad de aquellos
contornos, así como el objeto indudablemente extraño que había hallado, estaban
jugando una mala pasada a su sentido común. Encogióse de hombros y dejó el cristal en
una esquina de su catre, al tiempo que apagaba la linterna. Quizá el nuevo día, con la
mente más despejada, le permitiera aclarar aquel enigma.
Pero el sueño ya no volvió con facilidad. Por un momento, le pareció que al apagar la
linterna el cubo cristalino había brillado unos instantes, como si hubiese retenido la
luminosidad antes de que se perdiese en las tinieblas circundantes. Aunque... tal vez se
hubiera confundido, y sus ojos habían retenido en la retina la imagen luminosa del objeto.
Los rayos del interior del cubo semejaban ahora pequeños soles de zafiro que bañaban la
esfera con una luminosidad uniforme.
Ya no había tienda. Sólo había una amplia cortina de niebla reluciente, sobre la esfera.
Campbell sintióse atraído al interior de aquella neblina absorbido por ella como por un
poderoso remolino que partiera del sobrenatural globo.
Luego, la luminosa neblina de los soles de zafiro se hizo cada vez más intensa, y los
contornos de la esfera se diluyeron, constituyendo un caos giratorio. El fulgor, el
movimiento y la música se combinaban entre sí junto con la absorbente neblina. Los soles
de zafiro también se fundieron casi imperceptiblemente con la grisácea inmensidad de
aquellas pulsaciones carentes de forma.
Entretanto, Campbell notó que la noción de movimiento hacia delante y afuera se hacía
cósmica e intolerablemente rápida. Todo patrón de velocidad conocido en la Tierra
resultaba allí empequeñecido, y el hombre comprendía que una retirada a la realidad
física significaría la muerte instantánea para cualquier ser humano. Le parecía ver, en
aquella pesadilla de infierno hipnótico, un desfile de meteoros que iban a percutir
dolorosamente en su cerebro. Aunque no había verdaderos puntos de referencia en aquel
espacio gris, pulsante y vacío, Campbell notó que se acercaba, y que incluso
sobrepasaba a la velocidad de la luz. Por fin su conciencia se extinguió, y una
misericordiosa oscuridad lo envolvió todo.
Las ideas y pensamiento volvieron a George Campbell repentinamente, en medio de las
más impenetrables tinieblas. No pudo precisar cuántos años -o siglos, o eternidades-,
habrían transcurrido desde que voló en el seno de la neblina grisácea. Sólo sabía que se
hallaba tranquilo y que no le dolía nada. En realidad, la ausencia de cualquier sensación
física era la cualidad más notable del estado en que se hallaba. La negrura parecía ahora
menos densa. Era como si él existiera en forma de una inteligencia libre de toda atadura a
los sentidos físicos. Podía pensar agudamente y con rapidez, pero no alcanzaba a
hacerse una idea de la situación en que se encontraba.
Casi instintivamente, Campbell se dio cuenta de que no estaba solo en la tienda. No había
catre de campaña debajo suyo, y él no tenía manos para palpar las mantas y la lona.
2
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
Tampoco vio la linterna, ni la abertura de la tienda por donde había observado el pálido
cielo nocturno. Algo andaba mal. Terriblemente mal...
Lanzó su mente hacia atrás y pensó en el cubo fluorescente que le había hipnotizado.
Pensó en eso y en todo lo demás, que siguió después. En el último, momento sintió un
terrible pánico, un miedo subconsciente más profundo aún que el causado por la
sensación del diabólico vuelo. El miedo le llegaba de un recuerdo vago y remoto, que no
podía precisar con exactitud. Trató de recordar forzando su cerebro.
Poco a poco fue haciendo memoria. Una vez, hacía ya mucho tiempo, y mientras ejercía
su profesión de geólogo, había leído algo acerca de aquel cubo. Tenía que ver con
aquellos discutibles e inquietantes fragmentos llamados Eltdown Shards, que habían sido
extraídos en unas excavaciones de estratos precarboníferos en el sur de Inglaterra, treinta
años antes. Su forma y las marcas que aparecían en aquellos fragmentos eran tan
extraños, que algunos estudiosos insinuaron un origen artificial. Procedían, según se
estableció claramente, de una época en que ningún ser humano habitaba el planeta, pero
sus contornos y los trazos que se apreciaban en ellos hacían presumir la intervención de
la mano del hombre.
No fue en los escritos de ningún científico, sin embargo, donde Campbell halló tal
referencia a un cristal que contenía un disco en su interior. La fuente era menos digna de
confianza, pero mucho más interesante. Hacia el año 1912, un clérigo de Sussex, culto
pero con inclinaciones hacia el ocultismo, el reverendo Arthur Brooke Winters-Hall,
procedió a identificar las marcas de Eltdown Shards, y afirmó que se trataba de unos
"jeroglíficos prehumanos", que se veneraban en ciertos círculos místicos. Llegó a publicar,
por su propia cuenta, lo que calificó de una "traducción" de las asombrosas inscripciones,
escrito que aún es citado respetuosamente por los autores de obras ocultistas. En dicha
"traducción" -un folleto sorprendentemente extenso, teniendo en cuenta el número
limitado de fragmentos originales existentes- se aludía a la naturaleza prehumana de
aquellas inscripciones.
La narración hablaba de un mundo -y luego de innumerables mundos- del cosmos en el
que existía una poderosa raza de seres con forma de gusano, cuyos logros y cuyo control
sobre lo natural sobrepasaban todo cuanto podía imaginar la mente humana. Habían
llegado a dominar el arte de la navegación interestelar, y de ese modo poblaron todos los
planetas habitables de su galaxia, pero dando muerte a los seres que encontraban y que
les estorbaban.
Más allá de los límites de su propia galaxia -que no era la nuestra-, no podían aventurarse
en persona, pero descubrieron un medio de trasponer los espacios transgalácticos por
medio de la mente.
Así idearon unos objetos peculiares, unos cubos cristalinos dotados de extraña energía,
que contenían talismanes hipnóticos y que al ser lanzados fuera de los límites de su
propio universo, sólo eran atraídos por la materia sólida y fría, es decir, por materia
planetaria.
Aquellos cubos, unos pocos de los cuales debían caer necesariamente en mundos
habitados de otras galaxias, formarían los puentes de comunicación mental. La fricción
atmosférica quemaba la envoltura protectora, dejando el cubo al descubierto hasta que
fuera hallado por seres inteligentes del mundo donde hubiese caído. Por sus
características, el cubo debía atraer la curiosidad de un ser dotado de raciocinio. Aquella
atención mental, junto con la acción de la luz, serían suficientes para poner en marcha las
propiedades especiales del objeto.
La mente que investigase el cubo, sería atraída por el poder del disco central, y
trasladada por un hilo de oscura energía hasta el lugar de donde el cubo había partido: el
remoto mundo de los seres con forma de gusano, que exploraban los vastos abismos
galácticos. Al ser recibida en la máquina a la que cada cubo estaba sintonizado, la mente
3
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
capturada permanecería en suspenso sin cuerpo ni sentidos, hasta que fuese examinada
por uno de los seres de la raza dominante. Luego, por un proceso especial de
intercambio, a esa mente le sería extraído todo su contenido. La mente del investigador
pasaría a ocupar ahora la extraña máquina, mientras la mente cautiva iba a instalarse en
el cuerpo en forma de gusano del interrogador. Luego, mediante otro intercambio, la
mente del interrogador daría un salto a través del espacio sin límites hasta el cuerpo vacío
e inconsciente del cautivo que se hallaba en el mundo transgaláctico. De este modo,
exploraban los mundos más alejados con el disfraz, casi podía decirse, de los nativos.
Terminada la exploración el aventurero utilizaba el cubo y su disco para el viaje de
regreso. En ocasiones, la mente capturada era devuelta a su lejano mundo, mas no
siempre la raza dominante era tan benévola. A veces, cuando hallaban una raza con
capacidad potencial para viajar por el espacio, a fin de eliminar rivales procedían a
aniquilar mentes por millares, utilizando las exploradoras como agentes de destrucción.
En otros casos, varios grupos de seres con forma de gusano ocupaban permanentemente
un planeta transgaláctico, destruyendo las mentes capturadas como tarea preliminar,
antes de instalarse en los cuerpos vacíos. En tal caso, la civilización madre nunca podía
ser duplicada, ya que el nuevo planeta no solía contener los elementos artísticos
necesarios para el desarrollo de las artes de un modo similar al que conocían los seres
con forma de gusano. Así por ejemplo, los cubos sólo podían ser hechos en el planeta
origen de aquella raza.
Sólo unos pocos de los incontables cubos enviados al espacio, llegaron a caer en un
planeta y a captar la atención de seres inteligentes. Según rezaba el relato, sólo tres
habían aterrizado en mundos poblados de nuestro universo. Uno de ellos cayó en un
planeta cercano al borde de la galaxia, hacía dos mil millones de años, en tanto que otro
lo hizo en el centro galáctico hacía sólo trescientos millones de años. El tercero, y el único
del que se supiera que había llegado a nuestro sistema solar, alcanzó la Tierra unos
ciento cincuenta millones de años antes.
El opúsculo del doctor Winters se refería especialmente a este último cubo. Cuando dicho
objeto cayó en nuestro planeta, escribía él, la especie dominante en el mundo era una
raza de seres enormes, con forma de cono, que superaban todas las formas de vida
anteriores, tanto en capacidad mental como en conquistas logradas. Esta raza era tan
avanzada que llegó a mandar también emisarios al exterior, tanto en el espacio como en
el tiempo. En consecuencia se dieron cuenta de lo que sucedía, cuando el cubo cayó del
cielo y algunos individuos sufrieron la transmutación mental después de observarlo.
Al comprender que los seres captados representaban mentes invasoras, los jefes
ordenaron la destrucción de los sospechosos, aun a costa de dejar desamparadas en el
espacio las mentes de sus semejantes. Luego procedieron a ocultar el cubo
cuidadosamente de la luz y las miradas, para evitar la amenaza que representaba. Pero
no querían destruir un ejemplo tan interesante que podía permitir experimentos de gran
valor. De cuando en cuando, algún aventurero carente de escrúpulos trató de llegar hasta
el cubo para comprobar sus extraños poderes, pero en todos los casos los inconscientes
fueron descubiertos a tiempo y sancionados debidamente.
Los seres en forma de gusano sólo llegaron a enterarse por los nuevos exilados, de lo
ocurrido con sus exploradores de la Tierra, por lo que concibieron un odio profundo contra
nuestro planeta y sus formas de vida. Lo habrían despoblado, de haber podido, y de
hecho enviaron más cubos al espacio, en la esperanza de que cayeran en lugares
desguarnecidos, pero tal casualidad nunca llegó a producirse.
Los terrestres de forma cónica conservaron el único cubo existente en el planeta dentro
de una especie de altar, como reliquia para efectuar una serie de experimentos, hasta
que, después de un tiempo inmemorial, se perdió en el caos de la guerra, al quedar
destruida la ciudad polar donde se guardaba. Cuando, cincuenta millones de años antes,
4
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
los terrestres enviaron sus mentes al futuro infinito, con el fin de evitar el peligro que
corrían en la Tierra en ese momento, el paradero del siniestro cubo era desconocido.
Todo esto es lo que los fragmentos de Eltdown Shards habían contado, según el erudito
ocultista. Lo que ahora provocaba un vago temor en Campbell era la exactitud con que se
había descrito el cubo espacial: dimensiones, consistencia, disco central con jeroglíficos, y
efectos hipnóticos del objeto, Mientras pensaba una y otra vez en el asunto, en la
oscuridad del extraño medio en que se hallaba, se preguntó si toda la experiencia que
había tenido con el cubo no sería una pesadilla provocada por, el recuerdo de alguna de
las ridículas obras que había leído.
Campbell no pudo formarse una idea del tiempo que estuvo reflexionando de aquel modo.
Todo lo relativo a su estado era tan irreal que las dimensiones ordinarias carecían por
completo de sentido. Parecía una eternidad, pero tal vez no había pasado realmente
mucho tiempo cuando llegó la interrupción de aquel estado. Lo que ocurrió fue tan extraño
e inexplicable como la negación que se produjo luego. Tuvo una sensación -más bien de
la mente que del cuerpo- de que todos sus pensamientos eran barridos o absorbidos en
tumultuoso caos, más allá de todo control.
Los recuerdos se alzaban de una forma irresponsable y confusa. Todo cuanto estaba en
su mente -experiencias, estudios, sueños, ideas y tradiciones-, se presentó de improviso,
simultáneamente, con una velocidad de vértigo y tal profusión, que pronto se sintió
incapaz de poder diferenciar los conceptos entre sí. El contenido de su conciencia se
convirtió en un alud, una cascada, un torbellino. Era algo tan horrible y vertiginoso como el
hipnótico vuelo a través del espacio, cuando halló el cubo de cristal. Por fin, su conciencia
se aplacó, trayéndole paz y alivio.
Transcurrió otro lapso de negación, y luego volvieron poco a poco las sensaciones. Pero
ahora eran físicas, en lugar de mentales. Una luz de color zafiro parecía herir su retina, al
tiempo que escuchaba un retumbar sordo y distante. Notó asimismo impresiones táctiles,
y se dio cuenta de que estaba tendido encima de algo, si bien notábase en una postura
extraña. Trató de mover los brazos, pero no notó respuesta definida a su intento. En lugar
de ello, sentía como pequeños pellizcos nerviosos por toda la superficie de su cuerpo.
Trató de abrir más aún los ojos, pero sintióse incapaz de realizar el acto. La luz de color
zafiro llegaba hasta él de una manera difusa, nebulosa, y no podía ser enfocada o
definida a voluntad. Gradualmente, sin embargo, imágenes visuales comenzaron a
filtrarse curiosa e indecisamente. Las características de la visión no eran aquellas a las
que estaba acostumbrado, pero al menos pudo establecer una correlación con lo que
había conocido antes como sentido visual. Cuando la sensación alcanzó cierto grado de
estabilidad, Campbell se dijo que debía estar bajo la influencia de una pesadilla.
Le pareció hallarse en una habitación sumamente vasta, de altura regular, pero de
superficie muy amplia en proporción. A los lados -y según le pareció, podía ver las cuatro
paredes a la vez- había unas aberturas altas y estrechas que parecían servir
simultáneamente de puertas y ventanas. Vio unas mesas extrañas y bajas, como
pedestales, y no se apreciaba ningún mueble de forma o proporciones normales. A través
de las aberturas fluían torrentes de luz azulina, y por ellas podían verse a lo lejos unos
edificios asombrosos, en forma de cubos arracimados. En las paredes, es decir, en los
espacios que había entre las aberturas, se apreciaban unos singulares e inquietantes
caracteres. Pasó algún tiempo antes de que Campbell comprendiese la razón por la que
aquellos caracteres le inquietaban tanto. Era que aquellas inscripciones de las paredes
resultaban muy parecidas a las que había en el disco central del cubo cristalino.
El principal elemento de la pesadilla, sin embargo, fue algo más que aquello. Comenzó
con el ser viviente que entró al fin por una de las aberturas, avanzando deliberadamente
hacia él mientras sostenía una lámina metálica de rara forma, con una superficie bruñida
como la de un espejo.
5
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
Aquel ser no era humano, y ni siquiera parecía salido de los mitos o los sueños del
hombre. Era un gusano gigantesco, de color gris claro, tan grueso como la altura de un
hombre, y dos veces más largo. Su cabeza, aparentemente sin ojos, tenia forma más o
menos discoidal, estaba bordeada de cilias y poseía un orificio central de color purpúreo.
Se deslizaba sobre las patas posteriores, al tiempo que mantenía erguida verticalmente la
parte anterior del cuerpo. De las patas o miembros, al menos dos pares de ellos parecían
servirle de brazos. De su lomo salía una especie de cerdas purpúreas, y su grotesco
cuerpo terminaba en una membrana grisácea en forma de abanico. En torno al cuello
tenia un anillo de cilias rojas y flexibles de las que parecían emanar sonidos similares a
chasquidos y a cuerdas percutidas, en un ritmo preciso y deliberado.
Pero no fue aquella visión de delirio lo que hizo caer a Campbell en un tercer período de
inconsciencia. Para ello necesitó algo más, un choque final e insoportable. Al tiempo que
aquel ser parecido a un gusano avanzaba sosteniendo la lámina parecida a un espejo, el
hombre echó un vistazo hacía donde debía hallarse él tendido. Pero no fue su cuerpo lo
que vio reflejado en la bruñida superficie. En lugar de ello, vio la forma grisácea y
repugnante de otro gigantesco gusano.
Campbell salió del lapso final de inconsciencia con pleno conocimiento de su situación.
comprendió que su mente se hallaba aprisionada en el cuerpo del ser de algún planeta
lejano, mientras que, al otro lado del Universo, su propio cuerpo estaría albergando
seguramente la personalidad del monstruo.
Luchó por dominar el horror irracional que le invadía. Considerada desde un punto de
vista cósmico, ¿por qué tenia que horrorizarle su metamorfosis? La vida y la conciencia
eran las únicas realidades existentes en el Universo. La forma, en cambio, sólo resultaba
algo accesorio. Su cuerpo actual no era repugnante más que de acuerdo con los cánones
terrestres. El temor y el desagrado se vieron ahogados por el absorbente interés de la
aventura increíble.
¿Qué era, al fin y al cabo, su antiguo cuerpo, más que una cloaca que seria destruida por
la muerte? Campbell no alentaba ilusiones sentimentales respecto al mundo del que
había sido exiliado. ¿Qué le había dado a él, más que sinsabores, pobreza y fatigas? Si
aquella otra vida no le proporcionaba más, sin duda tampoco le proporcionaría menos.
Pero su intuición le decía a Campbell que podía ofrecerle más, mucho más.
Con la honradez que sólo es posible cuando la vida queda al descubierto hasta su núcleo
fundamental, se dio cuenta el hombre de que, en cierto modo, habla ya agotado todas las
posibilidades de placer físico inherentes a su antiguo cuerpo terrenal. La Tierra, en
resumen, no parecía tener ya atractivos para él. En cambio, la posesión de aquel cuerpo
nuevo y extraño, le prometía singulares y desconocidas sensaciones.
Notó que una satisfacción sin límites le embargaba. Era ahora un hombre sin mundo, libre
de cualquier convencionalismo o inhibición, no sólo de la Tierra, sino de aquel extraño
planeta; libre de toda restricción en los límites del Universo. Sí, era un semidiós. Pensó
divertido en su propio cuerpo terrenal, moviéndose entre sus semejantes mientras un
monstruo de un mundo lejano contemplaba, seguramente con repulsión, los seres
pequeños y frágiles que eran ahora sus iguales, y que huirían aterrados de saber quién
era él en realidad.
Allá él en la Tierra. que destruyese a mansalva lo que quisiera. Su antiguo planeta y las
razas que lo habitaban ya no tenían significado para George Campbell. De los
innumerables convencionalismos de su vida anterior, sentíase surgir pujante y renovado.
Aquello no había sido una muerte, sino un renacer: el nacimiento de una mentalidad
plena, con una nueva conciencia que en modo alguno le hacía sentirse cautivo en Yekub.
Campbell estremecióse. ¡Yekub! Aquél era el nombre de su nuevo planeta. Pero ¿cómo
podía...? Luego lo supo, del mismo modo que se enteró del nombre que correspondía al
ser cuyo cuerpo estaba ocupando. El nombre del ser era Tothe. La memoria, fuertemente
6
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
impresa en el cerebro de Tothe, estaba agitándose en él, como sombras de las nociones
que Tothe había adquirido. Profundamente embebidas en los tejidos cerebrales del ser, le
hablaban tenuemente y obraban como instintos, permitiéndole entrever el poder y la
libertad que podían proporcionarle. ¡En Yekub no sería un esclavo, sino un rey! Sí, lo
sería del mismo modo que los antiguos bárbaros ascendieron al trono de los viejos
imperios decadentes.
Por vez primera, Campbell contempló interesado todo lo que le rodeaba. Aún seguía
tendido en la especie de diván, en medio de una fantástica estancia, mientras el ser en
forma de gusano seguía sosteniendo delante de él el bruñido objeto, y hacía sonar las
cilias rojas de su cuello. Diose cuenta Campbell de que el otro le hablaba, y lo que le dijo
lo comprendió vagamente, a través del cerebro de Tothe. El ser que estaba delante de él
era Yukth, señor supremo de la ciencia.
Pero Campbell no atendió, pues estaba pensando un plan, un proyecto tan arriesgado y
ajeno al modo de vida del planeta Yekub, que se hallaba más allá de la comprensión de
Yukth, y necesariamente tenía que tomarle desprevenido. Yukth, lo mismo que Campbell,
vio el objeto metálico de aguda punta que había sobre una mesilla cercana, pero para
Yukth el objeto sólo era un instrumento científico. Ni siquiera imaginaba que pudiera ser
utilizado como arma. La mente terrenal de Campbell fue la que le suministró aquel
conocimiento y le impulsó a actuar, haciendo que el cuerpo de Tothe obrase como ningún
ser de Yekub lo había hecho anteriormente.
Campbell aferró el puntiagudo objeto y asestó con él un golpe a Yukth, para después tirar
y desgarrar hacia arriba. Yukth retrocedió primero y en seguida se desplomó con las
entrañas esparcidas por el suelo. Un instante después, Campbell avanzaba hacia una de
las puertas. Su velocidad asombrosa era la primera confirmación de las nuevas calidades
físicas de que ahora estaba dotado.
Mientras corría, guiado por el conocimiento implantado en el subconsciente de Tothe, era
como si tuviera una especie de sensación especial en las piernas. El cuerpo de Tothe le
llevaba por un camino que aquél había recorrido miles de veces, cuando estaba en
posesión de su verdadera mente.
Siguió por un corredor, ascendió una escalera estrecha y pasó a través de .una puerta
tallada. El mismo instinto que le había llevado hasta allí, le dijo que había encontrado lo
que deseaba. Se hallaba en una estancia circular con una cúpula en el techo de la que se
desprendía una luz pálida de color azulino. En el centro del piso, tendida con los colores
del arco iris, alzábase una extraña estructura compuesta por varios pisos superpuestos,
cada uno de ellos de un color vívido y diferente. El piso superior era un cono purpúreo de
cuyo vértice se desprendía un vaho azul que ascendía hasta una esfera que flotaba en el
aire y que relucía con aspecto translúcido, como el del marfil.
Aquello, según le decían a Campbell los recuerdos profundamente instalados en la mente
de Tothe, era el dios de Yekub, al que los nativos del planeta temían y veneraban, sin que
supieran exactamente por qué, desde hacía millones de años. Un sacerdote, vermiforme
como todos los seres de Yekub, se hallaba ante el altar que ninguna mano mortal había
tocado jamás. El tocar aquello hubiera resultado un sacrilegio que jamás se le había
ocurrido a un ser del planeta. El sacerdote se horrorizó al ver la actitud de Campbell, el
cual le hundió en el cuerpo el arma que aún llevaba con él, quitándole la vida.
Irguiéndose sobre sus patas, similares a las de un ciempiés, Campbell trepó al altar sin
escuchar las protestas internas de su conciencia, y sin notar el cambio que se estaba
produciendo en la esfera que flotaba en el aire. Se hallaba embriagado por un sentimiento
de poderío. Temía las supersticiones de Yekub tan poco como había temido las de la
Tierra. Con aquel globo en las manos, sería el rey de Yekub. Los seres vermiformes no
osarían negarle nada, cuando tuviera como rehén al dios que veneraban. Tendió una
mano hacia la esfera, que ya no era de color marfil, sino roja como la sangre...
7
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
El cuerpo de George Campbell salió de la tienda de campaña a la pálida noche de agosto,
moviéndose con paso lento y tambaleante, entre los troncos de los enormes árboles, y
remontó un sendero tapizado de agujas de pino fuertemente aromatizadas. El aire era frío
y vigorizante. Aparecía el cielo como una cúpula oscura constelada de polvo estelar, hacia
cuyo fondo la aurora boreal lanzaba destellos de fuego.
La cabeza del hombre se bamboleaba desagradablemente de un lado a otro. De las
comisuras de su exangüe boca caían espumarajos ambarinos que se agitaban a impulsos
de la brisa nocturna. Al principio anduvo erguido, como lo haría un hombre, pero luego su
postura cambió. Su tronco inclinóse y sus miembros parecieron acortarse.
En un mundo lejano del cosmos la criatura vermiforme que era ahora George Campbell
aferró contra sí el dios de color rojo sangre y corrió con estremecimientos de insecto a
través de un salón de tonos irisados, en dirección a unos portones macizos, hasta llegar al
exterior, donde lucían los rayos de extraños soles.
Oscilando con el movimiento de una torpe bestia, el cuerpo de George Campbell estaba
arrostrando un destino desconocido. Sus largos y aguzados dedos levantaban las agujas
de coníferas mientras avanzaba hacia una amplia extensión de agua reluciente.
A lo lejos, en el mundo extragaláctico de seres en forma de gusanos, George Campbell
corría entre ciclópeos edificios de material oscuro, por avenidas plantadas en los costados
con grandes helechos, mientras sostenía con fuerza la esfera roja que representaba el
dios de Yekub.
Oyóse un áspero grito animal entre los matorrales, cerca del reluciente lago donde la
mente de una criatura vermiforme moraba en un cuerpo al que impulsaba el instinto. Unos
dientes humanos se hundieron en la suave piel de una criatura del bosque, y luego
desgarraron su carne. El pequeño zorro hincó a su vez los colmillos en la muñeca del
hombre, respondiendo al ataque, y luego se debatió desesperadamente, mientras la
sangre iba fluyendo de su organismo. Lentamente, el cuerpo de George Campbell se
puso en pie, con la boca impregnada de sangre fresca. Moviendo con torpeza los
miembros, se dirigió hacia las aguas del lago.
Mientras la criatura vermiforme que era George Campbell seguía andando entre los
bloques de piedra negra, millares de seres en forma de gusano se prosternaban a su
paso. Un poder sobrenatural parecía emanar del oscilante cuerpo que ahora tenía George
Campbell, mientras proseguía adelante con movimientos ondulatorios, en dirección al
trono de un imperio espiritual que dominaba el planeta.
Un trampero llegó asimismo a la orilla del lago, después de atravesar los densos bosques
que rodeaban a la tienda de campaña. Habíase perdido en el bosque, y anduvo errante
por el mismo toda la noche.
Al aproximarse a las aguas creyó observar algo que flotaba en ellas. Acercóse al mismo
borde, se arrodilló en el blando cieno y tendió un brazo hacia el bulto que allí flotaba.
Lentamente lo atrajo hacia la orilla.
Al otro lado del espacio, la criatura vermiforme, que sostenía la roja esfera reluciente,
ascendió a un trono que brillaba como la constelación Casiopea, bajo una bóveda de
supersoles. La gran deidad que había encima prestaba energía a su organismo en forma
de gusano, infundiéndole una espiritualidad sobrehumana y liberándole de las miserias
animales.
En la Tierra, el trampero contempló con horror indescriptible el rostro ennegrecido y
velludo del ahogado. Era un rostro bestial, repugnante, de expresión primitiva, y de cuya
boca contraída fluía una mucosidad negra.
George Campbell sintió contra sí la forma esférica del dios rojo, al que seguía abrazando.
Una serie de vibraciones surgían del seno de la deidad y en el momento en que George
Campbell sentóse en el trono, sintiendo el poder del Imperio en todas sus fibras, la voz del
8
Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús
gran dios de Yebuk, le habló con un acento que avanzó pulsando por las células de su
cerebro.
-Aquel que buscó tu cuerpo desde los abismos del espacio, -dijo el dios rojo-, habitará en
un organismo irresponsable. No hay ser de Yekub que pueda controlar el cuerpo de un
ser humano.
"En toda la superficie de la Tierra, las criaturas vivientes se persiguen unas a otras y se
regodean con increíble crueldad matando a los de su especie. No hay mente de ser
vermiforme que pueda controlar los bestiales instintos del cuerpo humano, cuando éstos
quedan en libertad. Sólo la mente del hombre, condicionada a través de diez mil
generaciones, es capaz de mantener a raya sus instintos. Tu cuerpo se destruirá a sí
mismo en la Tierra, buscando la sangre de los seres vivos, y el agua donde pueda
refrescarse a su gusto. Pero buscará al fin su propia destrucción, ya que el instinto de la
muerte es más poderoso en el hombre que el de la vida, y morirá cuando trate de regresar
al medio del que una vez salió.
Así habló el dios rojo de Yekub, a George Campbell desde un lejano lugar del espaciotiempo, mientras el que fuera un hombre, con todos los deseos e instintos humanos
anulados, sentábase en el trono y gobernaba el imperio de seres vermiformes con mayor
sabiduría, y benevolencia que cualquier ser humano lo hizo nunca en la Tierra, en un
imperio de hombres.
9
Descargar