Educar No 33 - Quaderns Digitals

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Estado, laicización y educación
Leticia Ruano Ruano*
E
l siglo veinte trajo consigo la polarización y la radicalización ideológica de la
separación Iglesia católica y Estado mexicano. Las ideas liberales decimonónicas
cobraron bríos entre las iniciativas y discursos del grupo en el poder. Las etapas
revolucionaria y posrevolucionaria fueron los momentos históricos de mayor auge
en la intransigencia de la aplicación de los principios jacobinos en la política de laicización
del Estado. Uno de los campos en que se aplicaron fue precisamente el educativo, considerado
como eje y motor del dominio de las conciencias. El trinomio Estado-laicización-educación
es una vieja relación impregnada de historias y significados que han dado sentido a las formas
concretas del Estado en las diferentes sociedades del mundo. Pero, ¿qué es laicización? ¿Qué
medidas laicizantes se llevaron a cabo en nuestro país? ¿Por qué la educación socialista es un
ejemplo de secularización?
Un poco de historia del término
Las políticas liberales y socialistas abanderadas por el Estado quedaban insertas en la perspectiva
moderna al pretender rebasar los esquemas tradicionales de las sociedades regidas por los
principios y valores religiosos. Para esto, las ideologías modernas fundamentaron la separación
de las instituciones y la diferenciación de sus funciones en la sociedad —por ejemplo la política,
la educación, la ciencia y la religión (Dobbelaere, 1981 y Casanova, 1994)—. Con el proceso de
separación, cobraron forma la desacralización —lo sagrado era cada vez más restringido—, la
diferenciación y la transposición de funciones. Con esto la religión fue empujada a la periferia
en las sociedades modernas. Dichas ideologías pretendían modificar al sistema educativo, es
decir, quitarles las escuelas a las iglesias y defender el principio de educación laica, fomentar el
Estado laico y separar a la Iglesia del Estado.
El caso mexicano integró rasgos anticlericales con matices antirreligiosos (González S.,
1997: 39) hasta antes de 1992, a pesar del periodo de simulación. México es un ejemplo
del anticlericalismo como una forma de laicización impuesta desde arriba. Este rasgo que
caracterizó a nuestro país puede ser considerado el más radical en la política del Estado laico
en América Latina y uno de los primeros que desplegó su lucha contra la Iglesia católica. El
carácter anticlerical del Estado mexicano se entiende en su relación con una Iglesia católica
fuerte, intransigente e ideologizante. El autoritarismo de ambos poderes —el temporal y el
espiritual— condicionó las características particulares de la laicización mexicana.
La relación Iglesia católica y Estado laico fue una vieja relación que se modificó por
las ideas del mundo moderno liberal y socialista (Poulat, (s.a.): 101-109; y 1990: 31-42).
Las realidades y contextos históricos y culturales orientaron la forma específica en que se
presentó y la manera en que se denominó el proceso de laicización. En sociedades católicas
como la francesa se llamó laicidad, en sociedades protestantes como Inglaterra se designó
secularización. En países donde su formación como Estado-nación estuvo relacionada con
*Catedrática de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal de Jalisco y de la Universidad de Guadalajara.
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un pluralismo religioso, como fue el caso de Estados Unidos, no hizo falta crear un nuevo
vocablo en su constitución (laicidad) que orientara las prácticas secularizantes, pues ya había
nacido religiosamente plural (Duran, 1998: 77).
El hecho de que la laicización en México se impusiera desde el Estado —como una decisión
de las autoridades mexicanas y no resultado de un consenso general del pueblo— produjo
una disparidad acentuada entre la dimensión de la diferenciación institucional y la dimensión
de la racionalización del comportamiento humano (Loaeza, 1985: 43-46). A diferencia de las
sociedades del primer mundo —las europeas y la estadounidense—, en México se requirió
de medidas secularizadoras verticales y, por tanto, de la coerción del poder público para su
legislación y su aplicación.
Rumbos hacia la laicización y al anticlericalismo en México
La laicización ha sido un largo proceso en nuestro país, que va del siglo XIX al XX. En virtud de
que las primeras iniciativas de separación de las esferas tuvieron lugar en los años 1830, pero
no fue sino hasta 1992, con las reformas constitucionales en materia de culto, que se reconoció
jurídicamente a las instituciones religiosas. La laicización impuesta desde arriba en nuestra
sociedad cobró forma legal con la Constitución de 1857, con las Leyes de Reforma y con la
Constitución de 1917. El periodo posrevolucionario en México redefinió la historia de la lucha
entre la laicización impuesta por el Estado y el catolicismo social defendido por la Iglesia.
Como ejemplos están la expulsión del delegado apostólico Ernesto Filippi (1923), la
creación de la Iglesia católica “cismática” (1925), el decreto sobre el número de ministros
(1926), el Código Penal Federal, la rebelión cristera (1926-1929), el agrarismo revolucionario
(1917-1940), el socialismo educativo (1934-1940) y la educación sexual (1974). La rebelión
cristera fue una expresión de violencia entre las facciones que defendían la laicización versus
la religiosidad. En el periodo posterior a la Cristiada, la Acción Católica Mexicana (ACM)
impulsó al catolicismo en su lucha contra la secularización. En el ámbito estatal, en Jalisco
se presenciaron conflictos originados por ejemplo por los decretos 1913 y 1927 sobre el
número de ministros de culto (1918), la legislación en materia laboral (1923), la clausura del
seminario mayor y menor (1924), los inventarios de los templos y las casas curales (1925), el
decreto 2801 sobre el número de sacerdotes (1926) y el socialismo educativo (1934-1940).
En 1923, Álvaro Obregón difundió un discurso que criticaba irónicamente a la Iglesia
católica mexicana (Restauración, 1923). En este documento el ejecutivo señalaba que si
la institución religiosa velaba por el bien de todos en la sociedad, no tendría problema en
reconocer que los postulados sociales de la revolución pretendían precisamente el beneficio
social terrenal. Cada poder podría trabajar en su campo —sin “fanatismos”—, ya que el
Estado moderno buscaba
...encauzar a todos los hijos de México por el sendero de la Moral, de la Virtud y de la Confraternidad,
en la más amplia acepción de la palabra, tratando de encontrar en estos postulados un mayor
bienestar para la vida terrenal, y si los dos programas llegaran a realizarse, sería la conquista
máxima de bienestar para todos lo que habitamos la Tierra, porque la ventura y el bienestar
quedarían definitivamente conquistados para todos en esta y en la otra vida (Restauración, 1923).
Obregón criticó las exigencias de la religión católica y las acciones de la clerecía. Cuestionaba
las situaciones de injusticia y ausencia de un espíritu de confraternidad en que habían vivido
las clases oprimidas. Frente a esta realidad, Obregón se preguntaba por qué miembros
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Ideas y reflexiones para el maestro
del clero pugnaban por remarcar las diferencias entre los dos programas, el católico y el
revolucionario. Desde su punto de vista, las conciencias de los individuos no podían ser
alimentadas sólo por la doctrina afectiva y abstracta, sino que se requería de nutrirles el
estómago, el cerebro y el espíritu y éstas eran las intenciones de la perspectiva social de la
revolución.
Un ejemplo de política educativa secularizante
No obstante que el presidente Cárdenas llegó a utilizar expresiones como lucha de clases
y colectivización, no definió el sentido de ambos términos ni clarificó lo que entendía
por socialismo en general, agrario y educativo, pero sí reconoció que existía una lucha
ideológica en México (Meneses, 1988: 59). El cardenismo aplicó tres elementos pragmáticos
del socialismo mexicano: la economía centrada en el ejido colectivo, la unidad social junto
con la movilización política de campesinos y obreros, y la implantación de un programa
educativo activo y cívico (Meneses, 1988: 50). La educación socialista estuvo relacionada
con los planteamientos de la revolución mexicana, puesto que se pretendía el bienestar social
con la disminución de las desigualdades sociales (Yankelevich, 1985: 45-74). El propósito
educativo era llegar a las masas, con el objeto de desfanatizarlas religiosamente e influirlas
del nacionalismo estatal. Los temas recurrentes en los textos eran el sindicato, la huelga, el
campesino, los explotadores y la guerra imperialista (Meneses, 1988).
La orientación más social de la enseñanza buscaba generar una nación más justa, aspiración
de la revolución (Martínez y Moreno, 1988: 195-196 y 213-216). El carácter social de los
planes y programas de estudio, el énfasis puesto en la participación de los maestros en la
lucha agraria, la ayuda al obrero contra la explotación patronal y la denuncia de la alianza
clero-burguesía, fueron elementos centrales que motivaron la reacción de los sectores
conservadores de la sociedad.
Entre los sectores sociales que se sintieron amenazados por la educación socialista estaban
la jerarquía de la Iglesia católica, sus asociaciones, grupos de intelectuales y universitarios,
sociedades de padres de familia, la derecha laica (Partido Acción Nacional y Unión Nacional
Sinarquista) y la oposición norteamericana (Meneses, 1988: 183-203). La jerarquía
eclesiástica apoyó una campaña para alertar al pueblo sobre la “nueva calamidad” que
amenazaba (Meneses, 1988: 183-188), es decir, la educación socialista. Los laicos católicos
se sumaron a las acciones de protesta de los eclesiásticos, lanzaron una campaña en pro de los
niños de México en la que participaron las 122 organizaciones religiosas existentes entonces
(Meneses, 1988: 183-188). La ACM fue una de las protagonistas, abanderada de su objetivo de
restaurar el cristianismo en la sociedad. Como apoyo central en las parroquias, la ACM desplegó
esfuerzos en la creación de centros catequísticos, escuelas en casas particulares, fundaciones
caritativas para obreros, comedores públicos, dispensarios médicos, cooperativas, centros
hogar, círculos de estudio y folletos. Asimismo, apoyó la labor de la asociación de padres de
familia. La atmósfera de los años treinta fue la ofensiva estatal en el campo educativo y en la
desfanatización religiosa.
De hecho, la Iglesia prohibió que los católicos asistieran a las escuelas oficiales. En este
contexto se desplegó la iniciativa de los Centros Hogar apoyados por la jerarquía y en
conjunción con esta acción se formó la Unión de Padres de Familia (Negrete, 1993: 174-175).
La obligatoriedad legal de la educación socialista causó revuelo entre la población católica.
Idealmente, el programa estatal de la educación socialista era la vía para concientizar sobre
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las desigualdades sociales, luchar por flagelarlas y lograr el bienestar social. Para esto se
consideró necesario llevar la educación a los diferentes estratos sociales, con el objeto de
eliminar prácticas “fanáticas” como la religiosa.
Reflexión final
La respuesta a las tres preguntas realizadas al inicio de este artículo están circunscritas al
conocimiento sobre los intentos de subordinación de la Iglesia hacia los mandatos del Estado
mexicano que contextualizaron al proceso laicizante en el país. De aquí que la separación
y la diferenciación de las esferas seculares de las religiosas se condicionó por la lucha del
poder temporal para constituirse en una fuerza importante, con el objetivo de debilitar el
dominio sociocultural que la Iglesia católica había tenido durante siglos. En el periodo
posrevolucionario, nuestra sociedad fue el escenario de una disputa entre los poderes. Por
lo tanto los ideales de laicidad —surgidos en el siglo XIX y XX— que fueron implantados
constitucionalmente en otros países sobre la autonomía entre los poderes y el derecho a la
libertad religiosa, en México tuvieron el rasgo anticlerical por la falta de neutralidad del
Estado y por la tradición de control de la Iglesia católica. Todavía durante los años treinta el
gobierno civil defendió, abiertamente, la necesaria secularización del país por medio de su
política revolucionaria, sobre todo en lo que se refiere a la educación.
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