Id. Cendoj: 35016370012013100156 Organo: Audiencia Provincial Sede: Las Palmas Sección: 1 Tipo de Resolución: Sentencia Fecha de resolución: 28/06/2013 Nº Recurso: 10/2012 Ponente: IGNACIO MARRERO FRANCES Procedimiento: PENAL - PROCEDIMIENTO ABREVIADO/SUMARIO Idioma: Español SENTENCIA Presidente D./Dª. MIGUEL ÁNGEL PARRAMON I BREGOLAT Magistrados D./Dª. SECUNDINO ALEMÁN ALMEIDA. D./Dª. IGNACIO MARRERO FRANCÉS (Ponente) En Las Palmas de Gran Canaria, a 28 de junio de 2013. Vistos por la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Las Palmas, en juicio oral, los presentes autos de SUMARIO seguidos con el número 1/2012 instruidos por el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Puerto del Rosario, que ha dado lugar al Rollo de Sala número 10/2012, por un presunto DELITO DE ASESINATO y un presunto DELITO DE ASESINATO EN GRADO DE TENTATIVA, frente a Abel, mayor de edad, nacido el día NUM000 de 1991, natural de Vitoria-Gasteiz (Álava), de nacionalidad española, hijo de Carlos y de Julia, con D.N.I. número NUM001, con domicilio en la CALLE000 número NUM002, NUM003NUM004., Puerto del Rosario (Fuerteventura-Las Palmas), con antecedentes penales, en prisión provisional por la presente causa, quien actúa como parte acusada representado por la Procuradora de los Tribunales doña Ana Teresa Kozlowski Betancor y bajo la dirección jurídica y defensa del Letrado don Roberto Hernández Travieso; habiendo ejercitado la acusación pública el MINISTERIO FISCAL, así como con la intervención de Isidoro, en el ejercicio de la acusación particular, representado por la Procuradora de los Tribunales doña Emma Crespo Ferrandiz y bajo la dirección jurídica de la Letrada doña Carmen Oses Guergue; siendo ponente D. IGNACIO MARRERO FRANCÉS quien expresa el parecer de la Sala. ANTECEDENTES DE HECHO PRIMERO.- Las presentes diligencias se iniciaron en el Juzgado de Instrucción indicado en el encabezamiento de esta sentencia, tramitándose el procedimiento correspondiente y habiéndose celebrado en esta Sección de la Audiencia Provincial de Las Palmas, desplazada a tal efecto a Puerto del Rosario, la vista oral, los días veintiocho y veintinueve de mayo de dos mil trece con el resultado que obra en el acta levantada al efecto y que se encuentra unida a las actuaciones. SEGUNDO.- El Ministerio Fiscal calificó definitivamente los hechos procesales como constitutivos de un delito de asesinato, previsto y penado en el artículo 139.1º, en relación con elartículo 22.1º, del Código Penal, y, de un delito de asesinato en grado de tentativa, previsto y penado en los artículos 139.1º en relación con losartículos 62, 15 y 16 del Código Penal, de los que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado Abel a tenor de lo dispuesto en los artículos 27 y 28 del Código Penal, sin la concurrencia de circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, interesando la imposición al acusado, en su consecuencia, de las siguientes penas, a saber: 1.- Por el delito de asesinato, la pena de dieciocho años de prisión, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. Y, 2.- Por del delito de asesinato en grado de tentativa, la pena de once años de prisión, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. Interesando, asimismo, que el tiempo de prisión provisional sufrido provisionalmente sea abonado en su totalidad a la pena que se imponga de conformidad con lo establecido en el artículo 58 del Código Penal, así como la imposición de las costas procesales al acusado. En concepto de responsabilidad civil, el Ministerio Fiscal interesó que el acusado Abel, fuese condenado a indemnizar a Ruth, en la cantidad de 62.805, 90 euros, desglosados de la siguiente manera: a) 600 euros por los ocho días impeditivos de estancia hospitalaria; b) 13.020 euros, por los ciento veintisiete días impeditivos; y, c) 49.185,90 euros por los treinta puntos en que se valoran las secuelas, valorando cada punto en 1.639,53 euros. Así mismo, interesó la condena al acusado a indemnizar a Isidoro, padre del fallecido, en la cantidad de 137.930, 28 euros, interesando que en la sentencia que se dicte se haga constar que dicha cantidad devengará el interés legal incrementado en dos puntos, conforme a lo dispuesto en el artículo 576.1º de la Ley de Enjuiciamiento Civil. TERCERO.- En igual trámite, la ACUSACIÓN PARTICULAR calificó definitivamente los hechos procesales como constitutivos de un delito de asesinato, previsto y penado en el artículo 139.1º, en relación con elartículo 22.1º, del Código Penal, y, de un delito de asesinato en grado de tentativa, previsto y penado en los artículos 139.1º en relación con losartículos 62, 15 y 16 del Código Penal, de los que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado Abel a tenor de lo dispuesto en los artículos 27 y 28 del Código Penal, con la concurrencia de la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal agravante de abuso de confianza del artículo 22.6ª del Código Penal, interesando la imposición al acusado, en su consecuencia, de las siguientes penas, a saber: 1.- Por el delito de asesinato, la pena de dieciocho años de prisión, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. Y, 2.- Por del delito de asesinato en grado de tentativa, la pena de once años de prisión, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. En concepto de responsabilidad civil, la Acusación Particular interesó que el acusado Abel, fuese condenado a indemnizar a Ruth, en la cantidad de 62.805, 09 euros, y, a Isidoro, padre del fallecido, en la cantidad de 137.930, 28 euros, procediendo imponer las costas al acusado. CUARTO.- Por su parte, el Letrado de la Defensa del acusado, en conclusiones definitivas calificó los hechos procesales en los siguientes términos: 1.- Respecto de los hechos concernientes a la víctima Higinio, en primer lugar, a) como constitutivos de un delito de homicidio, previsto y penado en el artículo 138 del Código Penal, del que el acusado es criminalmente responsable en concepto de autor, con la concurrencia de la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal eximente incompleta del artículo 21.1 en relación con elartículo 20.2 del Código Penal, interesando la imposición de una pena de diez años y un día de prisión; subsidiariamente, b) como constitutivos de un delito de asesinato, previsto y penado en el artículo 139.1º del Código Penal, del que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado, con la concurrencia de la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal eximente incompleta del artículo 21.1 en relación con elartículo 20.2 del Código Penal, interesando la imposición de la pena de quince años de prisión. 2.- Respecto de los hechos concernientes a Ruth, en primer lugar, a) como constitutivos de un delito de lesiones previsto y penado en el artículo 148.1 del Código Penal, del que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado, con la concurrencia de la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal eximente incompleta del artículo 21.1 en relación con elartículo 20.2 del Código Penal, interesando la imposición de la pena de prisión de cinco años y un día; y, subsidiariamente, como constitutivos de un delito de homicidio en grado de tentativa previsto y penado en los artículos 138, 15y 16 del Código Penal, del que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado, con la concurrencia de la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal eximente incompleta del artículo 21.1 en relación con elartículo 20.2 del Código Penal, interesando la imposición de la pena de prisión de cinco años y un día. QUINTO.- Tras los informes finales y la última palabra del acusado quedaron los autos vistos para sentencia, procediéndose a su deliberación y votación, siendo ponente el Ilmo. Sr. Don IGNACIO MARRERO FRANCÉS, quién expresa el parecer de la Sala. HECHOS PROBADOS Sobre las 11:00 horas, aproximadamente, del día 13 de julio de 2011, el procesado Abel con DNI NUM001, , mayor de edad, nacido el día NUM000 de 1991, de nacionalidad española, con antecedentes penales no computables a efectos de reincidencia en cuanto condenado ejecutoriamente por sentencia firme de 1 de julio de 2011, como autor criminalmente responsable de un delito de hurto, a la pena de 4 meses de prisión, a la sazón suspendida por plazo de dos años, se personó en el domicilio de su amigo Higinio (nacido el día NUM005 de 1990), sito en la CALLE001, NUM006, NUM007 de la localidad de Puerto del Rosario (Las Palmas), donde se encontraba el mismo en compañía de su novia Ruth (nacia el día NUM008 de 1993), sabedor de que el padre de Higinio, Isidoro, no se encontraba en la vivienda por hallarse trabajando. Una vez allí, el procesado Abel, quien conocía a Higinio desde la infancia, y, mantenía con él una estrecha relación de amistad, habiendo acudido al domicilio de Higinio en numerosas ocasiones anteriores, habiendo llegado a quedarse a dormir en dicha vivienda, estuvo conversando con Higinio en el salón de la vivienda, con el que al cabo de unos minutos se dirigió a su dormitorio, donde se encontraba la novia de Higinio, Ruth, al tiempo que el procesado maniataba con fuerza a Higinio con cinta aislante so pretexto de un falso juego. Cuando Higinio se encontraba sentado en la cama del dormitorio tratando de deshacer la atadura que le había hecho el procesado, quien cerró las cortinas de la estancia al penetrar en la misma, y, mientras Ruth se encontraba acicalándose para marcharse, el acusado Abel, asiendo cuanto menos un cuchillo que medía 23 cm de largo y con una hoja de 12 cm de largo y 1,3 cm de anchura que Higinio tenía en su habitación, con la intención de acabar con su vida, asumiendo que podía causar su muerte sin que tal previsión le hiciera desistir de ello, de modo súbito y repentino se abalanzó, abordándola por la espalda, sobre Ruth, a quien comenzó a asestar cuchilladas por la espalda, el tórax, el abdomen y las extremidades superiores. Al intentar asistir Higinio a su novia, el procesado Abel, con la intención de acabar con su vida, asumiendo que podía causar su muerte sin que tal previsión le hiciera desistir de ello, se dirigió hacia él, que se encontraba sentado en la cama con las manos atadas con cinta aislante, imposibilitado para defenderse, y le clavó un cuchillo de 29,5 cm de largo total, con una hoja acabada en punta de 16,5 cm de largo y 2,3 cm de ancha, con mango blanco con dibujo de una Calavera, y, que Higinio tenía en su habitación, en numerosas ocasiones en el tórax y en ambas extremidades superiores, llegándole a causarle treinta heridas, localizándose, al menos, una cuchillada en el mentón, dos en la zona axilar, cinco en la región torácica y ocho en las extremidades superiores, siendo algunas de esta heridas mortales de necesidad al provocar hemorragia en cavidad torácica y neumotórax bilateral, en particular las siguientes: Nº6- Herida situada a nivel torácico derecho, que atraviesa la piel y el tejido subcutáneo, produciendo una fractura limpia, sin esquirlas, de la costilla nº7, penetrando en la cavidad torácica. Afecta al vaso principal del hilio pulmonar, alcanza la cara lateral externa de la tráquea, sin perforarla, teniendo una profundidad aproximada de 18.5-19 cm. Esta herida provoca un neumotórax y un hemotórax derecho con 900 cc de sangre. Nº11- Herida con trayecto de izquerda a derecha, prácticamente transversal, de unos 8 cm de profundidad, pinchando directamente la cúpula diafragmática. Nº12- Herida situada en la zona lateral del hipocondrio izquierdo, penetra en cavidad torácica abdominal sin lesión de vísceras. Nº13- Herida situada a nivel de la unión del hipocondrio-pericordio izquierdo, penetra en cavidad abdominal, atravesando el pilar diafragmático anterior izquierdo y termina en la parte posterior diafragmática, penetrando otra vez en el tórax y atravesando la lengüeta del lóbulo inferior del pulmón izquierdo y tocando la pared posterior del tórax, determinando un ojal de 3.5 cm en la cara interna de de la pared posterior de la parrilla costal izquierda. Se aprecia otro ojal contiguo al anterior y entrecruzado y otro en la zona lateral de esta pared posterior. Profundidad aproximada de 14.5cm. Dentro de la cavidad abdominal atraviesa la lengüeta hepática, cara externa del estómago y pilar posterior diafragmático. Perfora el lóbulo inferior pulmonar en tres ocasiones contactando con la cara interna de la pared posterior de la parrilla intercostal. Esta herida provocó un neumotórax izquierdo y un hemotórax de 200cc. Como consecuencia de estas heridas, Higinio falleció sobre las 12 horas del día 13 de julio de 2011, a causa de una parada cardio respiratoria por shock hemorrágico/anoxia por neumotórax bilateral, consecuencia de las heridas infligidas con el cuchillo en el tórax. El finado, al tiempo de su fallecimiento, sólo contaba con su padre Isidoro, con quien convivía en el mismo domicilio. El procesado, tras asestar las cuchilladas a Higinio, toda vez que Ruth trataba de incorporarse, se dirigió nuevamente hacia ella y, con la intención de acabar con su vida o a sabiendas que podía causar su muerte, continuó asestándole diversas cuchilladas en la zona del tórax y del abdomen, hasta que Ruth, medio desvanecida, simuló estar muerta para evitar que el procesado continuase asestándole cuchilladas. El procesado Abel, llegó a asestar a Ruth un total de veinte cuchilladas, asestándole cuatro en el tórax, siete en el abdomen, seis en el brazo izquierdo, dos en la espalda y una en la región pubiana, causándole lesiones consistentes en hemoneumotórax izquierdo, lesión de mama izquierda, hemoperitoneo, laceración hepática, laceración esplénica, hematoma en retroperitoneo sin afectación de riñones ni de vías urinarias, lesión neurológica del plexo lumbar derecho, perforación intestinal y de estómago, deserosamiento del sigma y fractura del cuarto metacarpiano de la mano derecha. Dichas lesiones comprometieron gravemente la vida de Ruth, habiendo precisado para su sanidad de un inmediato ingreso hospitalario e intervención quirúrgica de urgencias, sin los cuales habría fallecido, para hemostasia de las lesiones viscerales y sutura de las heridas cutáneas, y, otras medidas tales como expansores de plasma, transfusiones de concentrados de hematíes, exploraciones radiológicas y urológicas, tratamiento con analgésicos, antibióticos, reposo, rehabilitación, apoyo psicológico con medicación sedante, e, inmovilización de fractura de la mano derecha. Las lesiones de Ruth quedaron estabilizadas el 14/2/2012, habiendo estado impedida para el ejercicio de sus tareas habituales durante 217 días, siendo 8 de ellos por ingreso hospitalario, quedando secuelas consistentes en: 1.- Paresia del nervio femoral derecho; 2.- Trastorno de estrés postraumático; y, 3.- daño estético por numerosas cicatrices (19) repartidas por tronco y extremidad superior izquierda, cuyas características son: · cicatriz en el cuadrante superointero de la mama derecha de 1,5 cm, muy notoria · dos cicatrices en zona periaerolar de la mama izquierda de 3 cm cada una de ellas, muy notorias · cicatriz en cuadrante superointerno de la mama izquierda de 2 cm, muy notoria · cicatriz en el tercio medio del borde externo del brazo izquierdo de 4x2 cm, irregular en forma de "L" y muy notoria · cicatriz en el tercio medio de la unión del borde externo con la cara anterior del brazo izquierdo de 2,5 cm, notoria · cicatriz en el tercio proximal de la cara posterior del antebrazo izquierdo de 4,5 cm, notoria · cicatriz contigua a la anterior de 2,5 cm, notoria · cicatriz en el tercio distal de la cara anterior del antebrazo izquierdo de 4,5 cm, notoria e irregular · cicatriz en el borde externo de la región tenar de la mano izquierda de 1,5 cm, notoria· cicatriz quirúrgica por laparotomía media supraumbilical de 15 cm, muy notoria · dos cicatrices paraumbilicales de 3 cm cada una de ellas· cicatriz en flanco derecho de 2,5 cm, notoria· cicatriz en hipocondrio derecho de 1,5 cm, notoria· cicatriz en zona paralumbar-flanco derecho de 2 cm, notoria· cicatriz en cadera derecha de 3,5 cm, notoria· cicatriz en costado izquierdo inmediatamente por debajo del hueco axilar de 3 cm, notoria· cicatriz en flanco izquierdo de 3x1,5 cm, notoria· cicatriz en costado izquierdo de 2 cm, notoria· cicatriz en región inginal izquierda de 2 cm, notoria El procesado, quien en todo momento actuó con plena consciencia y en estado sobrio, observando que ambos se encontraban inconscentes, abandonó de inmediato el lugar. El procesado Abel permanece privado provisionalmente de libertad por la presente causa desde el día 13 de julio de 2011. FUNDAMENTOS DE DERECHO PRIMERO.-Sobre los hechos . La valoración de la prueba ha sido realizada por esta Sala conforme a lo dispuesto en el artículo 741 y concordantes de la Ley de Enjuiciamiento Criminal; apreciando, según su conciencia y conforme a las reglas del criterio racional, las pruebas practicadas en el acto del juicio oral, así como las razones y argumentos expuestos por las partes intervinientes en el presente proceso. En efecto, la presunción de inocencia consagrada en el artículo 24.2 de la Constitución se asienta sobre dos ideas esenciales: de un lado, el principio de libre valoración de la prueba en el proceso penal que corresponde efectuar a los Jueces y Tribunales por imperativo del artículo 117.3 de la Constitución; y, de otro, que la sentencia condenatoria se fundamente en auténticos actos de prueba, y que la actividad probatoria sea suficiente para desvirtuar esa presunción de inocencia, para lo cual se hace necesario que la evidencia derivada de esa actividad probatoria lo sea tanto con respecto a la existencia del hecho punible, como en todo lo atinente a la participación que en él tuvo el acusado, pues el procedimiento probatorio ha de tener lugar necesariamente en el debate contradictorio que, en forma oral, se desarrolla ante el mismo Juez o Tribunal que ha de dictar Sentencia, de suerte que la convicción de éste sobre los hechos enjuiciados se alcance en contacto directo con los medios aportados a tal fin por las partes. Pues bien, desde esta perspectiva, se ha de tener presente que el relato de hechos declarado probado, apreciando en conciencia la prueba practicada en el acto del juicio, bajo los principios de oralidad, inmediación y contradicción, ha quedado acreditado, fundamentalmente, por la declaración testifical en el acto del Juicio Oral de la víctima superviviente doña Ruth, así como por la declaración testifical de don Carlos Jesús, don Artemio, don Fructuoso, don Oscar , don Isidoro, y, la de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía con números de identificación profesional NUM009, NUM010, NUM011, NUM012, NUM013, NUM014, NUM015, NUM016, NUM017 y NUM018, y la de los agentes del Cuerpo de la Policía Local de Puerto del Rosario con números de identificación profesional NUM019 y NUM020; por las manifestaciones efectuadas en el plenario por el acusado, debidamente contrastadas con las efectuadas en el Juzgado de Instrucción; por la documental obrante en las actuaciones incorporada al plenario a instancia del Ministerio Fiscal de conformidad con lo dispuesto en el artículo 726 LECRIM, particularmente, la diligencia de inspección ocular y levantamiento de cadáver (folios 1 a 3), el atestado inicial instruido por la Brigada Local de la Policía Judicial de la Comisaría de Puerto del Rosario (folios 4 a 39), debidamente ratificado por los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que depusieron en el acto del Juicio Oral, los análisis de sangre y orina practicados al acusado el día de los hechos (folios 70 a 72), el acta de inspección ocular técnico policial extendida por efectivos de la Brigada Local de la Policía Científica de la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Puerto del Rosario (folios 76 a 101), debidamente ratificada en el plenario por los agentes que la extendieron, la hoja histórico penal del acusado (folios 298 y 299), así como la documentación médica obrante en los autos atinente a la sanidad de las lesiones de doña Ruth (folios 143 a 148, 150-151, 155-158, 175 a 184), documentación toda ella que no ha sido impugnada por ninguna de las partes intervinientes por lo que despliega la eficacia probatoria que le es propia; y, finalmente por la prueba pericial practicada en el acto del Juicio Oral, consistente, por un lado en la prueba pericial médico forense obrante a los folios 187 a 294, debidamente ratificada y aclarada en el acto del Juicio Oral por los Médicos Forenses don Aureliano y don Gerardo, por otro lado, en la pericial médica de doña Emilia practicada en el plenario, y, por último, en los informes periciales biológico forense obrante a los folios 121 a 127, químico obrante a los folios 134 a 138, ambos confeccionados por peritos adscritos al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, y, el informe técnico sobre análisis de restos biológicos obrante a los folios 161 a 171, ninguno de ellos impugnado por ninguna de las partes intervinientes, habiendo renunciado todas las partes a la ratificación en el acto del Juicio Oral de estos tres últimos informes al no haberlos puesto en cuestión. Como línea de principio, se hace preciso apuntar que en los procesos de reconstrucción fáctica que incumbe a los jueces, mediante la valoración de los medios de prueba producidos en el acto del juicio oral en condiciones constitucionales adecuadas, el objetivo pasa por el establecimiento de un modelo de correspondencia suficientemente aproximativa entre la verdad histórica y la verdad procesal. Dicho modelo de correspondencia, para que pueda servir como base de una sentencia de condena, debe ser el resultado de la aplicación de reglas de racionalidad social, exteriorizables, justificables y justificadas. Toda reconstrucción histórica, y la judicial no es una excepción, no puede asentarse en la idea o en el paradigma científico de la absoluta certeza - por lo demás, en crisis, incluso, en el modelo epistemológico de las ciencias experimentales -. De ahí, que la suficiencia de la verdad procesal se funde no tanto en la regla de la certeza entendida como reproducción exacta, sino en la correspondencia aproximativa: esto es, que el hecho declarado probado se ajuste, desde la lógica de lo razonable, a la manera en que debió producirse el hecho histórico y, correlativamente, convierta a las otras hipótesis fácticas en liza, en manifiestamente improbables, reduciéndolas a un grado de mera posibilidad fenomenológica escasa o irrelevante. Desde esta perspectiva, como pruebas que llevan a la narración de hechos probados, se dispone, en primer término, de la declaración testifical en el acto del Juicio Oral del sujeto pasivo del delito supérstite doña Ruth. Esta testigo, al igual que hiciera en su declaración sumarial prestada en el Juzgado de Instrucción (folios 57 y 58), en el acto del Juicio Oral puso de manifiesto, en apretada síntesis, que mantenía una relación sentimental con Higinio desde hacía unos días, razón por la que la noche del doce al trece de julio de dos mil once, como ya hiciera en un par de ocasiones precedentes, se quedó a dormir en el domicilio de su novio Higinio, sito en la CALLE001 número NUM006, NUM007, de Puerto del Rosario, en donde Higinio convivía con su padre; Ruth significó que en el decurso de dicha noche, sin saber precisar la hora, un amigo de Higinio que creía que se trataba del hermano de Abel, fue a buscar al domicilio a su novio pretextando que Abel le tenía una sorpresa, negándose Higinio a ir en su compañía respondiéndole que no podía ir con él porque se encontraba en su padre y su novia. A la mañana siguiente, prosiguió la testigo, entre las 10 y las 11 horas, aproximadamente, cuando ella y su novio Higinio se encontraban durmiendo en la habitación de Higinio, les despertó el timbre de la puerta, de modo que Higinio fue a abrir la puerta tratándose del acusado Abel. A decir de la Srta. Ruth, mientras ella permanecía en la habitación de su novio preparándose para marcharse a la autoescuela, Higinio y Abel permanecieron en el salón de la vivienda conversando a lo largo de un rato cuya duración no sabría precisar; no escuchó de qué estaban conversando ni tampoco que estuviesen discutiendo, cuanto menos de forma acalorada, habiendo podido constatar, tan sólo, cuando en un momento dado se dirigió hacia la cocina con la finalidad de beber un vaso de agua, que Higinio le había atado las manos al acusado Abel quien consiguió despojarse de la cinta. Al cabo de unos minutos de haber regresado a la habitación tras beber agua, puso de manifiesto la testigo, Higinio y el acusado se introdujeron en la habitación en que ella se encontraba, en donde recordaba vagamente que había un cuchillo encima de las torres del ordenador, hallándose el acusado Abel atándole las manos a Higinio, quien se sentó sobre la cama cruzando las piernas en tanto que el acusado le decía que le daría treinta euros si lograba desatarse las manos; de repente, mientras ella se encontraba aún acicalando para marcharse sin prestar mucha atención al acusado y a su novio, el acusado Abel se abalanzó sobre ella abordándole por la espalda, tomando conciencia ella de que el acusado le estaba asestado cuchilladas al verlo por el rabillo del ojo; la testigo puso de manifiesto que todo sucedió con cierta rapidez y que por el aturdimiento no recordaba todo el episodio con absoluta precisión y minuciosamente, si bien recordaba cómo su novio le gritaba a Abel para que la dejase, y, cómo acto seguido el acusado se dirigió hacia su novio a quien comenzó a asestarle varias cuchilladas tratando Higinio de dirigirse hacia el baño, quedando ella aturdida y desconcertada, cuando al poco regresó el acusado hacia donde ella se encontraba intentando incorporarse para gritarle que se callase, al tiempo que continuaba asestándole cuchilladas, cayendo ella nuevamente desvanecida, semiinconsciente, haciéndose en la muerta con la finalidad de que el acusado dejase de agredirla, de modo que cuando ella creyó que el acusado había abandonado la vivienda, intentó nuevamente incorporarse, cayéndose al suelo al instante al fallarle las piernas, por lo que se desplazó por la vivienda arrastrándose por el suelo pidiendo auxilio, tratando de buscar el teléfono móvil para llamar a la policía, todo ello mientras se debatía en un continuo duermevela, durmiéndose y volviendo a despertarse hasta que finalmente sintió voces y comenzó a gritar pidiendo ayuda, siendo socorrida por los servicios médicos de urgencias. Ruth también puso de manifiesto que no recordaba cuántos cuchillos pudo haber aprehendido el acusado, que recordaba uno que había encima de la torre del ordenados cuyas características concretas no podría precisar, si bien se trataba de un cuchillo que recordaba como "grandito"; así mismo, indicó que después de haberle asestado varias cuchilladas el acusado a su novio, pensaba que éste podría estar en el baño, pues le pareció verle caer hacia la puerta del baño, si bien no lo encontró ignorando dónde se encontraba; y, finalmente, la testigo hizo notar que cuando el acusado se introdujo en la habitación en compañía de su novio, corrió las cortinas de la habitación, que a la sazón se encontraban abiertas, so pretexto de que no quería que le viesen los vecinos, detalle que en aquel momento le pareció un poco extraño aunque tampoco le prestó particular atención. Finalmente, la víctima describió sucintamente las consecuencias de las múltiples heridas que sufrió a causa de las cuchilladas asestadas por el acusado, indicando que amén de las veintitrés cicatrices que tenía a causa de las cuchilladas y de las intervenciones quirúrgicas a que fue sometida a causa de ellas, continuaba teniendo problemas en la pierna, así como que se encontraba muy afectada psicológicamente. Sentado lo anterior, se debe partir en el caso de autos de la reiterada doctrina jurisprudencial a cuyo tenor el testimonio impropio de la sedicente víctima de la infracción constituye prueba de cargo válida, y aun suficiente por sí sola, para enervar la presunción constitucional de inocencia (por todas y como más recientes, sentencias 111/1999, de 30 de enero, 486/1999, de 26 de marzo, 711/1999, de 9 de julio, y 927/2000, de 24 de junio). A este respecto, la Sentencia Tribunal Supremo (Sala de lo Penal), de 18 diciembre 1991, recurso núm. 1346/1987, pone de manifiesto "...El tratamiento procesal penal del ofendido o perjudicado, ante una regulación específica inexistente, se rige por las normas de la prueba testifical respecto a sus declaraciones. Son, a veces, testigos cualificados, cuando fueron víctimas: violación, atracos, robos con violencia o intimidación, etc. y en otras ocasiones sólo perjudicados, el dueño de un establecimiento en el que se ha producido un robo del que ignora todos los datos el dueño...La diferencia esencial entre el testigo, sin más adjetivos, y la víctima testigo es que aquél es ajeno al proceso y ésta no. Pero existe un claro denominador común: se trata de juicios históricos sobre la vivencia o vivencias que tuvo el declarante...". Y así la Sentencia Tribunal Supremo núm. 324/2002 (Sala de lo Penal), de 25 febrero, recurso núm. 1054/2000, nos recuerda "... Vuelve a presentarse ante esta Sala el tema del valor probatorio de la declaración de la víctima, siempre que esté prestada en el juicio oral con las garantías de contradicción, oralidad e inmediación. Tanto la doctrina del principal intérprete de nuestro texto fundamental - sentencias 201/1989 (RTC 1989\201), 173/1990 (RTC 1990\173), y 229/1991 ( RTC 1991\229) del Tribunal Constitucional- como de este órgano de casación -sentencias de 21 de enero (RJ 1988\410), 18 de marzo (RJ 1988\4042) y 25 de abril de 1988 (RJ 1988\2860), 16 (RJ 1991\118) y 17 de enero (RJ 1991\141), 29 de mayo (RJ 1991\3886) y 13 de septiembre de 1991 (RJ 1991\6177), 10 de febrero (RJ 1992\1084), 17 de marzo (RJ 1992\2148), 2, 10 (RJ 1992\2951) y 13 de abril (RJ 1992\3039), 13 de mayo (RJ 1992\4019), 5 (RJ 1992\4857) y 30 de junio (RJ 1992\5695), 8 de julio (RJ 1992\6554), 9 (RJ 1992\7098), 18 (RJ 1992\7181) y 29 de septiembre (RJ 1992\7397) y 10 de diciembre de 1992 (RJ 1992\10203), 1322/1993, de 26 de mayo (RJ 1993\4321), 847/1994, de 15 de abril (RJ 1994\3292), 1431/1994, de 7 de julio (RJ 1994\6254), 1745/1994, de 4 de octubre (RJ 1994\7620) y 2116/1994, de 5 de diciembre (RJ 1994\10066), 181/1995, de 15 de febrero (RJ 1995\863), 443/1995, de 22 de marzo (RJ 1995 \4562), 697/1995, de 23 de mayo (RJ 1995\3909)- han señalado que las declaraciones de la víctima del delito tienen valor de prueba testifical siempre que se practiquen con las debidas garantías, incluso tratándose de víctimas menores sentencias, por todas, 741/1994, de 5 de abril (RJ 1994\2878) y 27 de abril de 1994 (RJ 1994\3302)- siendo medios hábiles «per se» para la enervación de la presunción de inocencia - sentencias de 19 y 23 de mayo de 1991, diciembre de 1992 (RJ 1992\4487) y 26 de mayo y 10 de 10 de marzo de 1993 (RJ 1993\2132)-. La víctima no es un testigo, pues característica de este medio de prueba es la declaración de conocimiento prestada por una persona que no es parte en el proceso y el perjudicado puede mostrarse parte en la causa como acusador particular o incluso con sólo finalidad resarcitoria como actor civil, sin embargo, su declaración se equipara al testimonio ...". En definitiva, como apunta la Sentencia Tribunal Supremo núm. 1137/2004 (Sala de lo Penal), de 15 octubre, recurso de casación núm. 1783/2003 "...Las víctimas tienen aptitud para declarar como testigos en el proceso penal, incluso aunque actúen ejerciendo la acusación, a diferencia de lo que ocurre en el proceso civil en que ninguna de las partes puede actuar como testigo: (ha de hacerlo bajo la forma y requisitos de la llamada prueba de confesión) ...". El testimonio de la víctima, pues, se encuadra en la prueba testifical, y su valoración corresponde al tribunal que con inmediación, oralidad, publicidad y contradicción efectiva ha percibido directamente el contenido de cuanto expresa el testigo, esto es, los hechos que vio personalmente. Elemento esencial para esa valoración es la inmediación a través de la cual el tribunal de instancia forma su convicción, no sólo por lo que el testigo ha dicho, sino también su disposición, las reacciones que sus afirmaciones provocan en otras personas, la seguridad que transmite, en definitiva, todo lo que rodea una declaración y que la hace creíble, o no, para formar una convicción judicial. Así, el Tribunal Supremo ha señalado en multitud de resoluciones que las declaraciones de la víctima o perjudicado tienen el valor de prueba testifical siempre que se practiquen con las debidas garantías y se hayan introducido en el proceso de acuerdo con los principios de publicidad, contradicción e inmediación, siendo hábiles por sí solos para desvirtuar la presunción constitucional de inocencia, incluso cuando su testimonio se enfrenta a varios que se expresan en dirección opuesta, aunque en todo caso la resolución ha de ser motivada de acuerdo con el art. 120.3º de la Constitución, y por ello, el antiguo principio jurídico «testis unus», «testis nulus», no tiene ya significación jurídica alguna, pues de no ser así, se llegaría a la más absoluta impunidad en relación a aquellos delitos que se desenvuelven en el más absoluto secreto, o situaciones solitarias. En este sentido, la reiterada jurisprudencia del Tribunal Supremo ha venido admitiendo como prueba de cargo suficiente para destruir o enervar la presunción de inocencia, la declaración testifical de las víctimas, pero a la vez que sienta el aludido principio, dicho Tribunal atempera la credibilidad de las declaraciones testificales a una serie de cautelas en orden a prevenir que tales manifestaciones se efectuasen por ánimo de venganza o resentimiento, autoexculpación de quien las efectúa, o, en definitiva, vengan presididas por otras finalidades espurias diferentes de narrar verazmente la ocurrencia de un hecho. De este modo la jurisprudencia viene otorgando valor probatorio al testimonio de la víctima cuando concurren las siguientes notas (SSTC 201/89, 173/90 y 229/91; SSTS 5-11-94, 21-3-95, 3-4-96, 24-5-96, 27-7-96 y 21-9-98): 1ª) Ausencia de incredibilidad subjetiva derivada de las relaciones acusado-víctima que pudieron conducir a la deducción de existencia de un móvil de resentimiento o enemistad que privase al testimonio de la aptitud para generar ese estado subjetivo de certidumbre en que la convicción judicial estriba esencialmente. 2ª) Verosimilitud: el testimonio que no es propiamente tal, en cuanto que la víctima puede mostrarse parte en la causa, ha de estar rodeado de ciertas corroboraciones periféricas de carácter objetivo que le doten de aptitud probatoria. En definitiva, lo fundamental es la constatación de la real existencia de un hecho. 3ª) Persistencia en la incriminación, la cual ha de ser prolongada en el tiempo, plural, sin ambigüedades ni contradicciones de carácter sustancial, pues constituyendo la única prueba enfrentada a la negativa del acusado, que proclama su inocencia, prácticamente la única posibilidad de evitar la indefensión de éste es permitirle que cuestione eficazmente dicha declaración, poniendo de relieve aquellas contradicciones que señalen su inveracidad (Sentencias del Tribunal Supremo, entre otras, de 28 septiembre 1988, 26 mayo y 5 junio 1992, 8 noviembre 1994, 27 abril y 11 octubre 1995, 3 y 15 abril 1996, entre otras). Bien entendido, que estas habituales exigencias han de tomarse como lo que realmente son: reglas de la sana crítica que han de aplicarse en el caso concreto ponderando todas las circunstancias concurrentes y sin erigirse a su vez en criterios de valoración rígidos y tasados que permitan eludir el compromiso que implica la libre apreciación de la prueba. En este sentido se pronuncian, además de la sentencia 1208/2000, de 7 de julio, con especial energía y claridad, la sentencia 2045/2000, de 3 de enero de 2001, y la sentencia 305/2001. En definitiva, como recuerda la sentencia de 11 de marzo de 1992, el testimonio de la víctima constituye un válido medio probatorio, sin perjuicio de que el juzgador deba ponderar y valorar con toda mesura y discreción las concurrentes circunstancias del caso afectantes a su fuerza de convicción; ya que lo contrario, en uno u otro sentido, significaría restaurar un añejo y periclitado sistema de prueba legal, bien por vía de exclusión del testimonio de la sedicente víctima, bien por su erección en una especie de nueva probatio probantissima. Estas tres referencias, pues, no deben entenderse, ni mucho menos, como exigencias cuasi normativas, de tal suerte que concurriendo todas, se deba concluir que las declaraciones de la víctima son veraces, o por el contrario, cuando no se da ninguna o falta alguna de ellas, está abocado el Tribunal a descalificar tal testimonio. En realidad lo que se pretende con tales recomendaciones, es dirigir una llamada de atención a los juzgadores para que sean escrupulosos en la valoración de esta prueba. La observación de tales cautelas, no cabe duda, que contribuirá a reafirmar o desechar las impresiones, intuiciones o convicciones del Tribunal enjuiciador. En efecto, el medio testifical ha sido objeto de ciertas matizaciones y cautelas por parte de la Jurisprudencia cuando se trata de un único testigo y, más aún, cuando es la propia víctima. Sin embargo, el juicio correspondiente a la valoración de dicho testimonio debe ser llevado a cabo y motivado por el Tribunal de instancia de conformidad con lo dispuesto en el art. 741 LECRIM. Las cautelas señaladas no constituyen, por ello, requisitos o condiciones determinantes de la existencia de la prueba, sino reglas orientativas que deben ser tenidas en cuenta por el Tribunal de instancia en su operación valorativa. Efectivamente, es ya una obviedad referirse a la verificación de la credibilidad del testigo teniendo en cuenta las circunstancias o relaciones existentes entre el mismo y el sujeto activo del delito, cuidando el Tribunal de depurar las mismas, valorando en su debida medida posibles móviles espurios, de resentimiento o venganza, es decir, la credibilidad, elemento subjetivo, debe ser tamizada mediante la interposición de elementos objetivos; de la misma forma que la versión ofrecida por el testigo-víctima necesita una suerte de objetivización para su corroboración o refuerzo, bien de elementos objetivos o de versiones de otros testigos o personas que coincidan en aportar indicios o hechos confluyentes con la versión principal, lo que se denomina elementos periféricos o corroboradores; por último, la llamada persistencia en la incriminación consiste en enfrentar entre si las propias declaraciones del testigo, conforme se han ido produciendo a lo largo de la instrucción y en el Plenario. Reglas, en síntesis, que tienen valor orientativo para la apreciación de la prueba pero que no condicionan la existencia de la misma. En suma, lo anterior son simplemente criterios proporcionados por la jurisprudencia del Alto Tribunal para procurar la racionalidad en la valoración de la prueba conforme al art. 717 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, pero no suponen que el principio de valoración en conciencia y racional de la prueba (artículos 741 y 717 de la Ley procesal) sea sustituido por unas reglas de valoración como las que se expresan; es decir, se trata de criterios proporcionados por la Sala Segunda a fin de comprobar y ayudar a la racionalidad de la valoración de la prueba pero que no sustituyen a la inmediación en la práctica de la misma. En este sentido advierte la STS. 11-12-2006 " que tales tres elementos no han de considerarse como requisitos, de modo que tuvieran que concurrir todos unidos para que la Sala de instancia pudiera dar crédito a la testifical de la víctima como prueba de cargo. A nadie se le escapa, dice la STS. 19- 3-2003 que cuando se comete un delito en el que aparecen enemistados autor o víctima, en estas infracciones que ordinariamente se comenten en la clandestinidad puede ocurrir que las declaraciones de esta última tengan que resultar verosímiles por las concretas circunstancias del caso. Es decir la concurrencia de alguna circunstancia de resentimiento, venganza o cualquier otro motivo ético y moralmente inadmisible, es solamente una llamada de atención para realizar un filtro cuidadoso de sus declaraciones, no pudiéndose descartar aquellas, que aún teniendo esas características tienen solidez, firmeza y veracidad objetiva ( STS. 29-1-2005) ". En el mismo sentido, las SSTS de 13 de junio de 2005, de 30 de septiembre de 2005, y de 28 de septiembre de 2005, entre otras. La STS, sala 2ª, de fecha 12 de mayo de 2009, a su vez indica que "... Como ya apuntábamos en nuestra STS 850/2007, 18 de octubre, con cita de la STS 1137/2004, 15 de octubre, "las víctimas tienen aptitud para declarar como testigos en el proceso penal, incluso aunque actúen ejerciendo la acusación, a diferencia de lo que ocurre en el proceso civil en que ninguna de las partes puede actuar como testigo: ha de hacerlo bajo la forma y requisitos de la llamada prueba de confesión". Con vocación de síntesis, la STS 339/2007, 30 de abril, ha afirmado que la declaración de la víctima no es prueba indiciaria sino prueba directa y ha sido admitida como prueba de cargo tanto por la doctrina del Tribunal Supremo como del Tribunal Constitucional (cfr. por todas, SSTC 201/89, 173/90 y 229/91). Esto no quiere decir que la existencia de esa declaración se convierta por sí misma y automáticamente en prueba de cargo suficiente, pues, como todas, está sometida a la valoración del Tribunal sentenciador. Así el Tribunal Supremo parte de que las declaraciones de la víctima no son asimilables totalmente a las de un tercero, por ello cuando el Tribunal Constitucional respetando, con buen criterio, el ámbito de exclusividad de la potestad jurisdiccional penal constitucionalmente atribuidos a jueces y tribunales ordinarios, señala que la declaración de la víctima o denunciante puede ser prueba hábil para desvirtuar la presunción de inocencia, incumbiendo su valoración al tribunal sentenciador, ello no significa, desde luego, que con dicha declaración quede automáticamente desvirtuada la presunción de inocencia, en el sentido de que se invierta la carga de la prueba, dándose ya por probada la acusación e incumbiendo al acusado desvirtuar su presunta presunción de certeza de la acusación formulada, sino únicamente que dicha prueba no es inhábil a los efectos de su valoración como una prueba más, por el tribunal sentenciador, el cual debe aplicar obviamente, en esta valoración, criterios de razonabilidad que tengan en cuenta la especial naturaleza de la referida prueba. ..". Y, por su parte, con vocación de síntesis, la reciente STS de fecha 17 de octubre de 2012, expone en igual sentido que: "...esta Sala en STS. 625/2010 de 6.7 tiene declarado, recogiendo reiterada jurisprudencia que: "La declaración de la víctima es una actividad probatoria hábil en principio, para enervar el derecho fundamental a la presunción de inocencia. Encuadrable en la prueba testifical, su valoración corresponde al Tribunal de instancia que con creencia de los principios que rigen la realización del juicio y la práctica de la prueba oye lo que los testigos deponen sobre hechos percibidos sensorialmente. Elemento esencial para esa valoración es la inmediación a través de la cual el tribunal de instancia forma su convicción, no sólo por lo que el testigo ha dicho, sino también su disposición, las reacciones que sus afirmaciones provocan en otras personas, la seguridad que transmite, en definitiva, todo lo que rodea una declaración y que la hace creíble, o no, para formar una convicción judicial. La credibilidad de la víctima es una apartado difícil de valorar por la Sala de casación, pues no ha presenciado esa prueba pero en su función revisora de la valoración de la prueba puede valorar la suficiencia de la misma y el sentido de cargo que tiene, así como sobre la racionalidad de la convicción manifestada por el tribunal sentenciador de instancia. Por ello el testimonio de la víctima cuando se erige en prueba de cargo, como normalmente sucede en hechos como el enjuiciado, está sujeto a la hora de su valoración a unos criterios, que no exigencias ( STS. 15.4.2004), como son los de ausencia de incredibilidad, verosimilitud del testimonio y persistencia en la incriminación. a) Respecto al criterio de la credibilidad tiene, como señala la sentencia de 23 de septiembre de 2004 dos aspectos subjetivos relevantes: a) Las propias características físicas o psicoorgánicas, en las que se ha de valorar su grado de desarrollo y madurez, y la incidencia que en la credibilidad de sus afirmaciones pueden tener algunas veces ciertos trastornos mentales o enfermedades como el alcoholismo o la drogadicción. b) La inexistencia de móviles espurios que pudieran resultar bien de las tendencias fantasiosas o fabuladoras de la víctima, como un posible motivo impulsor de sus declaraciones, o bien de las previas relaciones acusado-víctima, denotativas de móviles de odio o de resentimiento, venganza o enemistad, que enturbien la sinceridad de la declaración haciendo dudosa su credibilidad, y creando un estado de incertidumbre y fundada sospecha incompatible con la formación de una convicción inculpatoria sobre bases firmes ; pero sin olvidar también que aunque todo denunciante puede tener interés en la condena del denunciado, no por ello se elimina de manera categórica el valor de sus afirmaciones , pues a nadie se le escapa, dicen las SSTS. 19.12.2005 y 23.5.2006, que cuando se comete un delito en el que aparecen enemistados autor y víctima, puede ocurrir que las declaraciones de esta última tengan que resultar verosímiles por las concretas circunstancias del caso. Es decir la concurrencia de alguna circunstancia de resentimiento, venganza, enemistad o cualquier otro motivo ético y moralmente inadmisible es solamente una llamada de atención para realizar un filtro cuidadoso de sus declaraciones, no pudiéndose descartar aquellas que, aún teniendo estas características, tienen solidez, firmeza y veracidad objetiva. Es por cuanto si bien el principio de presunción de inocencia impone en todo análisis fáctico partir de la inocencia del acusado, que debe ser desvirtuada fuera de toda duda razonable por la prueba aportada por la acusación, si dicha prueba consiste en el propio testimonio de la víctima, una máxima común de experiencia le otorga validez cuando no existe razón alguna que pudiese explicar la formulación de la denuncia contra persona determinada, ajena al denunciante, que no sea la realidad de lo denunciado. b) Por lo que a la verosimilitud del testimonio se refiere y siguiendo las pautas de la citada sentencia de 23 de septiembre de 2004, aquella, la verosimilitud, debe estar basada en la lógica de su declaración y el suplementario apoyo de datos objetivos. Esto supone: a) La declaración de la víctima ha de ser lógica en sí misma, o sea no contraria a las reglas de la lógica vulgar o de la común experiencia, lo que exige valorar si su versión es o no insólita, u objetivamente inverosímil por su propio contenido. b) La declaración de la víctima ha de estar rodeada de corroboraciones periféricas de carácter objetivo obrantes en el proceso; lo que significa que el propio hecho de la existencia del delito esté apoyado en algún dato añadido a la pura manifestación subjetiva de la víctima ( Sentencias de 5 de junio de 1992; 11 de octubre de 1995; 17 de abril y 13 de mayo de 1996 ; y 29 de diciembre de 199 ). Exigencia que, sin embargo habrá de ponderarse adecuadamente en delitos que no dejan huellas o vestigios materiales de su perpetración ( art. 330 LECrim.), puesto que, como señala la sentencia de 12 de julio de 1996, el hecho de que en ocasiones el dato corroborante no pueda ser contrastado no desvirtúa el testimonio si la imposibilidad de la comprobación se justifica en virtud de las circunstancias concurrentes en el hecho. Los datos objetivos de corroboración pueden ser muy diversos: lesiones en delitos que ordinariamente las producen; manifestaciones de otras personas sobre hechos o datos que sin ser propiamente el hecho delictivo atañen a algún aspecto fáctico cuya comprobación contribuya a la verosimilitud del testimonio de la víctima; periciales sobre extremos o aspectos de igual valor corroborante; etcétera. c) Por último, en lo que se refiere a la persistencia en la incriminación, y siguiendo la doctrina de la repetida sentencia, supone: a) Ausencia de modificaciones esenciales en las sucesivas declaraciones prestadas por la víctima sin contradecirse ni desdecirse. Se trata de una persistencia material en la incriminación, valorable «no en un aspecto meramente formal de repetición de un disco o lección aprendida, sino en su constancia sustancial de las diversas declaraciones » ( Sentencia de 18 de junio de 1998). b) Concreción en la declaración que ha de hacerse sin ambigüedades, generalidades o vaguedades. Es valorable que especifique y concrete con precisión los hechos narrándolos con las particularidades y detalles que cualquier persona en sus mismas circunstancias sería capaz de relatar. c) Coherencia o ausencia de contradicciones, manteniendo el relato la necesaria conexión lógica entre sus diversas partes. En todo caso los indicados criterios no son condiciones objetivas de validez de la prueba sino parámetros a que ha de someterse la valoración del testimonio de la víctima, delimitando el cauce por el que ha de discurrir una valoración verdaderamente razonable y controlable así casacionalmente a la luz de las exigencias que estos factores de razonabilidad valorativos representen. Por ello -como decíamos en las SSTS. 10.7.2007 Y 20.7.2006 - la continuidad, coherencia y persistencia en la aportación de datos o elementos inculpatorios, no exige que los diversos testimonios sean absolutamente coincidentes, bastando con que se ajusten a una línea uniforme de la que se pueda extraer, al margen de posibles matizaciones e imprecisiones, una base sólida y homogénea que constituye un referente reiterado y constante que esté presente en todas las manifestaciones. Por tanto, los indicados criterios, no son condiciones objetivas de validez de la prueba sino parámetros mínimos de contraste a que ha de someterse la declaración de la víctima. Por tanto -dice la STS 1313/2005, de 9-11 - como se deduce de lo expuesto tales tres elementos no han de considerarse como requisitos, de modo que tuvieran que concurrir todos unidos para que la Sala de instancia pudiera dar crédito a la testifical de la víctima como prueba de cargo. A nadie se la escapa que cuando se comete un delito en el que aparecen enemistados autor y víctima, en estas infracciones que ordinariamente se cometen en la clandestinidad, puede ocurrir que las declaraciones de esta última tengan que resultar verosímiles por las concretas circunstancias del caso. Es decir la concurrencia de alguna circunstancia de resentimiento, venganza o cualquier otro motivo ético y moralmente inadmisible, es solamente una llamada de atención para realizar un filtro cuidadoso de sus declaraciones, no pudiéndose descartar aquellas que, aun teniendo esas características tienen solidez, firmeza y veracidad objetiva ...". Sentado lo anterior, en el presente supuesto considera este Tribunal que la declaración de la víctima, Ruth, es suficiente para desvirtuar la presunción de inocencia que ampara al procesado y fundamentar una sentencia condenatoria. En este sentido, debe tenerse presente que Ruth, mayor de edad y en pleno uso de sus facultades mentales, declaró de forma suficientemente circunstanciada, uniforme y continuada, sobre los hechos procesales, con suficiente detalle y sin vacilaciones ni titubeos, firme y segura, resultando perfectamente comprensible que la víctima no recordase con absoluta precisión todos y cada uno de los detalles de lo acontecido el día de autos habida cuenta de la importante carga ansiógena de los hechos procesales, de lo sorpresivo, inopinado y rápido de la agresión, y, de la importancia y gravedad de las lesiones que la víctima sufría que le causaron momentáneos desvanecimientos o pérdidas de conciencia mientras se debatía entre la vida y la muerte, como se verá más adelante, circunstancias todas ellas que, sin duda, afectaron a la capacidad de la perjudicada de retener la experiencia pasada, esto es, a su memoria, particularmente en la fase de codificación o registro de la información recibida dado el contexto en que los hechos tuvieron lugar. De la misma manera, no se puede obviar que el relato dado por la joven Ruth es objetivamente verosímil por su propio contenido, lógico, no hay nada en él que sea ilógico en sí mismo, contrario a la lógica vulgar o a la común experiencia, es decir su narración no es insólita en cuanto no resulta inverosímil en su propio contenido, siendo un relato coherente, suficientemente circunstanciado y substancialmente persistente, sin contradicciones ni ambigüedades de carácter substancial, habiendo efectuado una narración razonablemente ordenada temporal y espacialmente, con suficiente detalle y, como se ha señalado, persistente en el tiempo y uniforme, esencialmente, en las diversas declaraciones prestadas a lo largo de la causa (la testigo ha sido firme, constante, reiterativa, clara y contundente en sus distintas declaraciones, tanto en el Juzgado instructor, como ante los Médicos Forenses, como ante este Tribunal). De esta manera, este Tribunal tuvo ocasión de apreciar la fiabilidad del testimonio de Ruth, la firmeza y coherencia en su exposición. Desde el punto de vista de la persistencia en la incriminación, pues, el examen de sus sucesivas declaraciones pone de relieve las exigencias citadas anteriormente: fueron concretas y precisas, con suficiente detalle y sin generalizaciones. Por otra parte, el relato es internamente coherente porque no contiene en sí mismo elementos contradictorios o incompatibles entre sí. Y fue mantenido y persistente en las declaraciones sumariales y en la prestada en Juicio Oral. Sobre este aspecto de la necesaria persistencia, la Sentencia de 5 de diciembre de 2008 del Tribunal Supremoy reiterado en la de 9 de febrero de 2009, recuerda que la persistencia no exige una repetición mimética, idéntica o literal de lo mismo sino la ausencia de contradicciones en lo sustancial y en lo relevante. No es falta de persistencia: a) cambiar el orden de las afirmaciones cuando ello no afecta a la significación sustancial de lo narrado; b) ni modificar el vocabulario o la sintaxis, es decir la forma expresiva de lo que, con una u otra forma, sigue siendo lo mismo; c) los cambios en lo anecdótico o secundario cuando tan sólo expresan falta de certeza en lo accesorio pero no en lo principal, que es lo que por su impacto psicológico permanece en la mente de la víctima; salvo que los cambios en lo secundario evidencien en el caso concreto tendencia a la fabulación imaginativa, de posible valor en la credibilidad subjetiva. La STS de fecha 26 de septiembre de 2006, recuerda que "... la reiteración mimética en los testimonios inculpatorios no es un signo de credibilidad, sino que puede ser todo lo contrario. La persona decidida a imputar un hecho delictivo a otra, cuanto más falsa sea la acusación, más cuidado tendrá en mantener una versión uniforme que no se vea alterada por circunstancias tan naturales como el transcurso del tiempo y su influencia sobre la percepción, cada vez más lejana, de los hechos ...". Y, la STS de fecha 27 de mayo de 2010, significa que "...Debe existir una persistencia en la incriminación, lo que puede ser compatible con que el relato no haya sido siempre y en todo momento idéntico milimétricamente, ya que es normal que existan modificaciones y alteraciones, lo relevante es que el núcleo central sea mantenido. En tal sentido, SSTS 1845/2000, 104/2002 de 29 de Enero, 1046/2004 de 5 de Octubre. En definitiva con este triple examen o perspectiva de la declaración de la víctima, lo que se persigue es verificar la credibilidad del testimonio, porque como acredita la psicología del testimonio, un acontecimiento del que alguien ha sido testigo, y en mayor medida, si ha sido víctima, puede sufrir una reelaboración en su mente con el paso del tiempo, y ello, partiendo de una sinceridad inicial, ya que la memoria puede sufrir cambios en el recuerdo de lo vivido y la fantasía lo ha podido trasformar. Por eso, la credibilidad de un testigo --y en mayor medida, de una víctima-- debe verificarse desde una doble perspectiva: a) La capacidad de transmitir la veracidad que se desprende del relato que haga la persona concernida, es decir, capacidad de transmitir veracidad y b) El grado de verdad que la narración merezca objetivamente, lo que dependerá de las fuentes de prueba del testigo ...". Partiendo de lo anterior, este Tribunal tiene el pleno convencimiento de que el testimonio de Ruth ha sido persistente y por ello creíble, pese a la existencia de algunas inexactitudes o imprecisiones en algunos de los detalles relatados que no desmerece a criterio de este Tribunal el crédito y la fiabilidad del testimonio de la víctima que, con el posible añadido u olvido de algún detalle, o la presencia de alguna inexactitud o imprecisión en sus diversas manifestaciones, que son normales por el transcurso del tiempo y, como antes se indicó, por las circunstancias que afectaron a la capacidad de la perjudicada de retener la experiencia pasada, esto es, a su memoria, particularmente en la fase de codificación o registro de la información recibida dado el contexto en que los hechos tuvieron lugar, son coincidentes en lo fundamental. En efecto, en el caso presente no se aprecian contradicciones substanciales ni falta de persistencia en las informaciones aportadas por la víctima respecto a la parte sustancial de las mismas, respecto a su núcleo central. Las modificaciones apreciables o bien afectan a lo intranscendente, o son expresiones distintas pero no contradictorias, o no pasan de ser precisiones o matizaciones de lo mismo, en declaraciones complementarias entre sí que no invalidan la persistencia de lo manifestado. Los elementos en los que existe contradicción son periféricos al núcleo esencial de los hechos; son datos que no se presentan esenciales y cuya percepción secundaria los hace más fáciles de desdibujar por el paso del tiempo. La persistencia en la incriminación es por tanto evidente, porque no hay cambios en lo sustancial ni se desdijo nunca la víctima en lo principal de su versión, debiendo insistirse en que la perjudicada aportó informaciones relevantes que se ajustan a una línea uniforme de la que se puede extraer, al margen de posibles matizaciones e imprecisiones, una base sólida y homogénea que constituye un referente reiterado y constante que está presente en todas las manifestaciones. Así mismo, se ha de hacer notar que no consta la existencia de animadversión alguna entre tal testigo y el acusado, pues fuera de los hechos que ahora nos ocupan, no ha sido alegada ni probada la existencia de circunstancias reveladoras de móviles espurios denotativos de odio o de resentimiento, venganza o enemistad, que enturbien la sinceridad de la declaración de la perjudicada haciendo dudosa su credibilidad o creando un estado de incertidumbre y fundada sospecha incompatible con la formación de una convicción inculpatoria sobre bases firmes, no pudiendo perderse de vista que una máxima común de experiencia otorga validez al testimonio de la víctima cuando no existe razón alguna que pudiese explicar la formulación de la denuncia contra persona determinada, ajena al denunciante, que no sea la realidad de lo denunciado, como es el caso. En este punto no es ocioso recordar como pone de manifiesto la STS de 11 de mayo de 1994, que "t odo denunciante tiene, por regla general interés en la condena del denunciado, pero ello no elimina de manera categórica el valor de sus dichos ", y es que no se puede considerar como un móvil espurio el hecho de declarar como víctima o perjudicado de un delito contra el acusado. Bien es verdad que el hecho de ser perjudicado del delito conlleva una animadversión contra el acusado. Pero esto va implícito en cualquier delito, y no por ser la víctima o perjudicado del delito queda una persona automáticamente inhabilitada para declarar. Sólo cuando se advierta que el perjudicado o la víctima trata de abusar maliciosamente de su posición y de perjudicar al acusado más allá de lo que por ley le corresponde, procederá descartar dicho testimonio. Pero el simple hecho de ser el perjudicado del delito no inhabilita a nadie para declarar. Es interesante, a este respecto, lo declarado por la Sentencia del Tribunal Supremo 1168/2001, de 15 de junio (Sr. Delgado García): "Dice el recurrente que nos encontramos ante un caso de motivación espuria que habría de invalidar el testimonio de la víctima como prueba de cargo, pues Maximiliano. fue detenido, juzgado y condenado por un delito de resistencia a agente de la autoridad como consta acreditado en la causa. Replica muy bien el Ministerio Fiscal en esta alegación. Tal posible motivación espuria está basada en los mismos hechos de autos. Si valiera para la finalidad aquí pretendida por el recurrente, en la práctica, en la mayoría de los casos, esta tacha del testimonio podría utilizarse, pues ha de considerarse normal el que la víctima de un delito tenga alguna clase de aversión a su autor. Entendemos que, al menos como regla general, la motivación bastarda, apta para tener en cuenta como criterio a la hora de valorar la suficiencia de su testimonio, ha de medirse con referencia a las relaciones, entre el ofendido y el responsable del delito, existentes con anterioridad al hecho concreto que se enjuicia ". Al respecto de este extremo, se ha de indicar que con anterioridad a los hechos que ahora nos ocupan, ni la víctima Ruth ni el acusado tenían especial relación, siendo significativas las manifestaciones efectuadas al respecto por el propio acusado en el plenario, donde aseguró que no tenían problemas previos con ella, a la que prácticamente no conocía, extremo en el que convino igualmente la testigo Ruth, quien puntualizó que si bien conocía al acusado con anterioridad a penas había tenido relación de ningún tipo con él, y, de hecho, lo volvió a ver con motivo de la relación iniciada con Higinio, a raíz de la cual el acusado le pidió un día disculpas por un incidente habido hacía más de un año atrás, no habiendo sido alegada ni probada la existencia, a lo largo de este prolongado período de tiempo, de ningún tipo de incidente o desencuentro entre la perjudicada y el acusado que permita advertir siquiera el más mínimo atisbo de animadversión o la concurrencia de móviles espurios. Por tanto, desde el punto de vista de la credibilidad subjetiva no constan factores o datos contrarios a ésta: no se detectan posibles motivos espurios de resentimiento o de venganza realmente serios procedentes de hechos distintos de los que ahora nos ocupan; no se advierte ninguna motivación utilitaria en el relato de la perjudicada ni su inducción a contar una mentira por parte de su entorno familiar o de personas más cercanas, no apreciándose animadversión hacia el acusado ni ganancias secundarias para una denuncia falsa; ni tampoco existen datos que permitan suponer en la testigo personal inclinación a la fabulación o la mendacidad. Finalmente, en orden a este testimonio, no puede perderse de vista que las manifestaciones de la testigo se hallan rodeadas de numerosas corroboraciones de carácter objetivo que le dotan de aptitud probatoria, esto es, de corroboraciones objetivas que ratifican las conductas objeto de la acusación. - Así, en este sentido, se cuenta con las declaraciones del propio acusado Abel en el acto del Juicio Oral, donde, en esencia, admitió la realidad de los hechos por los que viene siendo acusado, si bien introdujo en su relato, con una finalidad claramente exculpatoria, diversos extremos que los restantes medios de prueba, como se verá acto seguido, revelan ser objetivamente inverosímiles. En efecto, el acusado puso de manifiesto en el plenario, en síntesis, que conocía a Higinio desde la infancia, en tanto que a Ruth tan sólo la conocía de vista, teniendo con él una estrecha relación de amistad. Por este motivo, significó el acusado, el día de autos fue a la casa de Higinio para estar con él un rato, a cuyo efecto le había avisado previamente, siendo así que cuando llegó a la vivienda le abrió la puerta Higinio, quien le dijo que su novia Ruth estaba en la habitación, por lo que permanecieron durante un largo rato en el salón de la vivienda solos, tomando pastillas (tranquimazín) y bebiendo entre ambos un barril pequeño de cerveza. El acusado puntualizó que tan sólo pretendía estar un rato con su amigo Higinio, no siendo cierto que le exigiera en momento alguno a Higinio que le debía pagar una deuda que tenía con él, como tampoco el que dijese a nadie que Higinio le debía dinero. A decir del procesado, en un momento dado le propuso a Higinio el juego consistente, en esencia, en comprobar quién lograba desatarse las manos, de modo que primero le ató Higinio logrando él soltarse con cierta facilidad, y, acto seguido, él ató a Higinio con bastante fuerza; a continuación, según puso de manifiesto el acusado, pasaron a la habitación donde estaba Ruth y, una vez allí, vio un cuchillo en la pared y se le "piró la pinza", comenzando a acuchillarlos a los dos. El acusado significó que el juego de las ataduras lo había hecho en ocasiones anteriores, si bien nunca había jugado antes al mismo con Higinio; puntualizó que antes de acudir a la casa de Higinio también había estado tomando a lo largo de la noche alcohol y pastillas tranquilizantes, así como puso de manifiesto que si bien recordaba el haber comenzado a asestar cuchilladas a Ruth y a Higinio, sin embargo, no recordaba a quien agredió primero, ni que persiguiese a Higinio hacia el baño, ni el número de cuchilladas que pudo haber asestado a cada uno de ellos. A su decir, paró que acuchillarlos cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, momento en que bajó las escaleras para marcharse, encontrándose en dicho instante a Higinio en el rellano de las escaleras, marchándose del lugar asustado, no pensando que los hubiese matado. El acusado Abel significó, así mismo, que al llegar a su casa siguió consumiendo alcohol y tranquimazín,, que cuando la policía llegó esa tarde a su casa no recuerda haberle dado la ropa de forma voluntaria, ni haberles dicho que había acuchillado a Higinio por una deuda de droga; de igual modo, el acusado puso de manifiesto que creía que había cogido dos cuchillos para cometer los hechos, encontrándose ambos en la habitación de Higinio, así como que creía que los había tirado en la calle cerca de la casa de Higinio; así mismo, ignoraba el número de cuchilladas que pudo haber asestado a las víctimas, creyendo que le habría asestado tres a Higinio y dos a Ruth, no recordando haber cerrado las cortinas de la habitación de Higinio cuando ambos se introdujeron en ella. En consecuencia, el acusado cuanto menos admitió el haber acudido el día de autos al domicilio de Higinio, a quien conocía desde la infancia y con quien mantenía una estrecha relación de amistad, de suerte que en numerosas ocasiones anteriores había acudido a dicha vivienda e incluso había llegado a quedarse a dormir en alguna ocasión, donde Higinio se encontraba con su novia Ruth, así como admitió el haber procedido a asestarles varias cuchilladas a ambos en un momento dado y cuando Higinio se encontraba maniatado, para marcharse acto seguido del lugar de los hechos. Sentado lo anterior, la Sentencia del Tribunal Supremo, sala 2ª, de 27 de noviembre de 2007, señala al respecto de la confesión de los acusados "... Pues bien, respecto al valor de la confesión es doctrina reiterada y constante la de que obtenida con las debidas garantías legales, constituye prueba idónea y suficiente para estimar enervada la presunción de inocencia (entre otras, 25.6.85, 23.12.86, 9.10.95, Sentencias 7.10.82, 27.1.97, 2.2.98, 27.9.83, 25.6.84), 4.5.98, 8.7.2002, 12.5.2003). Es cierto que son numerosas las sentencias en la que el Tribunal Supremo exige la necesidad de practicar otras pruebas distintas de la confesión que corroboren la veracidad de la misma (Sentencia 26.12.89), pero ello no significa que la confesión por si sola, carezca de valor probatorio y que deba acreditarse por medio de otras pruebas distintas. Es significativa al respecto la STS. 18.1.89, que distingue entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito), y la prueba de la autoría y en la que se afirma expresamente que "si la Ley impone al Juez el deber de verificar la existencia del delito confesado para adquirir la convicción respecto de la verdad de la confesión, es porque sola (la confesión) no es prueba suficiente de la existencia misma del delito... (...). El art. 406 LECrim . exige distinguir entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito) y de la prueba de la autoría. Solo la primera no puede ser probada exclusivamente por la confesión. Con respecto a la autoría, por el contrario, la confesión es por si misma suficiente". Igualmente la Sentencia del Tribunal Supremo 20 de diciembre de 1991 recuerda cierto que el art. 406 LECrim . establece que la mera confesión del procesado no dispensará al Juez Instructor de practicar todas las diligencias necesarias para adquirir el convencimiento de la verdad de la confesión y de la existencia del delito", pero la STS. 30.4.90 precisa el valor pleno de las declaraciones de los acusados, acreditada la existencia del delito o falta, la confesión del acusado puede ser prueba suficiente de su autoría. ..En efecto el art. 406 LECrim. no puede ser interpretado como una negación del carácter del medio de prueba que a la confesión indudablemente corresponde, sino como una afirmación del mismo. Por tanto, la confesión, en un correcto entendimiento de dicho precepto, no será idónea, en principio para probar el cuerpo del delito que no consta por otros medios de prueba. Pero constando el cuerpo del delito la confesión puede, por sí misma, ser prueba suficiente de la autoría...En este sentido el Auto de 15 de octubre de 2005 recordó que se cuenta como prueba de cargo la propia confesión del recurrente efectuada en el juicio oral. Dicha prueba es suficiente para enervar el derecho a la presunción de inocencia por resultar lógico dotar de suficiente verosimilitud a esta declaración (en similar dirección Sentencia de 14 de abril de 2005)...Igualmente la Sentencia del Tribunal Constitucional 86/95 y también en relación a la prueba de confesión del imputado, declaró la aptitud de tal declaración una vez verificado que se prestó con respecto a las garantías de todo imputado, declarando que la validez de tal confesión y su aptitud como prueba de cargo capaz de provocar el decaimiento de la presunción de inocencia no puede hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas objetivas en las que se obtuvo. Doctrina reiterada en la Sentencia del Tribunal Constitucional 161/49 al afirmar; "de lo que se trata es de garantizar una prueba como es la confesión, que por su propia naturaleza es independiente de cualquier otra circunstancia del proceso ya que su contenido es disponible para el acusado y depende únicamente de su voluntad, no responde a un acto de inducción fraudulenta o intimidación... ". Doctrina reiterada, entre otras, por la Sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo de fecha 21 de diciembre de 2007, significando la Sentencia del Tribunal Supremo, Sala 2ª, de fecha 5 de junio de 2008, que "...debemos destacar igualmente como el Tribunal Constitucional ha estimado que la declaración en sede judicial del imputado, con todas las garantías asistido de letrado, que confiesa y reconoce su intervención en el hecho delictivo, debe ser estimada como prueba autónoma y no derivada, ni por tanto, contaminada de nulidades de otras pruebas. En este sentido la STC 86/95, declaró la aptitud de tal declaración una vez verificado que se prestó con respeto a las garantías de todo imputado, declarando que la validez de tal confesión y su aptitud como prueba de cargo capaz de provocar el decaimiento de la presunción de inocencia no puede hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas objetivas en las que se obtuvo. Doctrina reiterada en la STC. 161/99 al afirmar: "de lo que se trata es de garantizar una prueba como es la confesión que por su propia naturaleza es independiente de cualquier otra circunstancia del proceso ya que su contenido es disponible para el acusado y depende únicamente de su voluntad, no responde a un acto de inducción fraudulenta o intimidación"...Más recientemente la STC. 8.5.2006, vuelve a reiterar esta doctrina en los siguientes términos: declarando la autonomía jurídica y la legitimidad constitucional de la valoración de la prueba de confesión, esto es, de las declaraciones de los imputados, al entender que los derechos a no declarar contra sí mismo, a no confesarse culpable y a que las declaraciones se presten con asistencia letrada son garantías constitucionales que constituyen medio eficaz de protección frente a cualquier tipo de coerción o compulsión ilegítima, por lo que el contenido de las declaraciones del acusado puede ser valorado siempre como prueba válida. ..". El ATS de fecha 28.10.2009, significa en igual sentido que "... Es doctrina reiterada de esta Sala la de que la confesión del imputado obtenida con las debidas garantías legales, constituye prueba idónea y suficiente para estimar enervada la presunción de inocencia (entre otras SSTS. 23.12.86, 27.1.97, 2.2.98, 6.4.98, 4.5.98). Es cierto que son numerosas las sentencias en las que el Tribunal Supremo exige la necesidad de practicar otras pruebas distintas de la confesión que corroboren la veracidad de la misma ( STS. 26.12.89), pero ello no significa que la confesión por sí sola, carezca de valor probatorio y que deba acreditarse por medio de otras pruebas distintas. Es significativa al respecto la STS. 18.1.89, que distingue entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito), y la prueba de la autoría y en la que se afirma expresamente que "si la Ley impone al Juez el deber de verificar la existencia del delito confesado para adquirir la convicción respecto de la verdad de la confesión, es porque sola (la confesión) no es prueba suficiente de la existencia misma del delito...(...). El art. 406 LECrim. exige distinguir entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito) y de la prueba de la autoría. Solo la primera no puede ser probada exclusivamente por la confesión. Con respecto a la autoría por el contrario, la confesión es por sí misma suficiente". Igualmente la STS. 20.12.91 recuerda que es cierto que el art. 406 LECrim., establece que la mera confesión del procesado no dispensará al Juez Instructor de practicar todas las diligencias necesarias para adquirir el convencimiento de la verdad de la confesión y de la existencia del delito, pero la STS. 30.4.90precisa el valor pleno de las declaraciones de los acusados, señalando que acreditada la existencia del delito, la confesión del acusado puede ser prueba suficiente de su autoría...En el mismo sentido, la STC. 86/95y también en relación a la prueba de confesión del imputado, declaró la aptitud de tal declaración una vez verificado que se prestó con respeto a las garantías de todo imputado, declarando que la validez de tal confesión y su aptitud como prueba de cargo capaz de provocar el decaimiento de la presunción de inocencia no puede hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas objetivas en las que se obtuvo. Doctrina reiterada la STC. 161/99 al afirmar: "de lo que se trata es de garantizar una prueba como es la confesión, que por su propia naturaleza es independiente de cualquier otra circunstancia del proceso ya que su contenido es disponible para el acusado y depende únicamente de su voluntad, no responde a un acto de ... inducción fraudulenta o intimidación" ...". Pudiendo citar, finalmente, la más reciente STS, sala 2ª, de fecha 31.3.2010, al significar que "... En efecto respecto al valor de la confesión es doctrina reiterada y constante de esta Sala la de que, obtenida con las debidas garantías legales, constituye prueba idónea y suficiente para estimar enervada la presunción de inocencia( SSTS. 8.7.2002, 12.5.2003)...Es cierto como hemos recordado en STS. 1105/2007 de 21.12, que son numerosas las sentencias en la que el Tribunal Supremo exige la necesidad de practicar otras pruebas distintas de la confesión que corroboren la veracidad de la misma ( STS. 26.12.89), pero ello no significa que la confesión por si sola, carezca de valor probatorio y que deba acreditarse por medio de otras pruebas distintas. Es significativa al respecto la STS. 18.1.89, que distingue entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito), y la prueba de la autoría y en la que se afirma expresamente que "si la Ley impone al Juez el deber de verificar la existencia del delito confesado para adquirir la convicción respecto de la verdad de la confesión, es porque sola (la confesión) no es prueba suficiente de la existencia misma del delito... (...). El art. 406 LECrim. exige distinguir entre la prueba de la existencia del delito (cuerpo del delito) y de la prueba de la autoría. Solo la primera no puede ser probada exclusivamente por la confesión. Con respecto a la autoría, por el contrario, la confesión es por si misma suficiente". Igualmente la STS. 20.12.91recuerda cierto que el art. 406 LECrim. establece que la mera confesión del procesado no dispensará al Juez Instructor de practicar todas las diligencias necesarias para adquirir el convencimiento de la verdad de la confesión y de la existencia del delito", pero la STS. 30.4.90precisa el valor pleno de las declaraciones de los acusados, acreditada la existencia del delito o falta, la confesión del acusado puede ser prueba suficiente de su autoría...En efecto el art. 406 LECrim. no puede ser interpretado como una negación del carácter del medio de prueba que a la confesión indudablemente corresponde, sino como una afirmación del mismo. Por tanto, la confesión, en un correcto entendimiento de dicho precepto, no será idónea, en principio para probar el cuerpo del delito que no consta por otros medios de prueba. Pero constando el cuerpo del delito, la confesión puede, por sí misma, ser prueba suficiente de la autoría...En este sentido el ATS. 15.10.2005 recordó que se cuenta como prueba de cargo la propia confesión del recurrente efectuada en el juicio oral. Dicha prueba es suficiente para enervar el derecho a la presunción de inocencia por resultar lógico dotar de suficiente verosimilitud a esta declaración (en similar dirección STS. 14.4.2005)...Igualmente la STC. 86/95y también en relación a la prueba de confesión del imputado, declaró la aptitud de tal declaración una vez verificado que se prestó con respecto a las garantías de todo imputado, declarando que la validez de tal confesión y su aptitud como prueba de cargo capaz de provocar el decaimiento de la presunción de inocencia no puede hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas objetivas en las que se obtuvo. Doctrina reiterada en la STC. 161/49al afirmar; " de lo que se trata es de garantizar una prueba como es la confesión, que por su propia naturaleza es independiente de cualquier otra circunstancia del proceso ya que su contenido es disponible para el acusado y depende únicamente de su voluntad, no responde a un acto de ... inducción fraudulenta o intimidación" ...". En efecto, la sentencia del Tribunal Supremo 498/2003 de 24 de abril y las en ella citadas, entre las que se recoge la doctrina del Tribunal Constitucional en la sentencia 86/95 de 6 de junio, declara la validez de la confesión del imputado y su aptitud para provocar el decaimiento de la presunción de inocencia cuando tal confesión se ha efectuado, comprobadamente, con respeto a las garantías del proceso, y por tanto con independencia de los motivos internos que tuviera el confesante para tal proceder, doctrina que se reitera en las SSTC 49/99, 8/2000, 136/2000, 299/2000, 14/2001 y 138/2001, entre otras, y de esta Sala, SSTS 550/2001, 676/2001, 998/2002, 1011/2000 y 1989/2000, entre otras. En términos de la STC 8/2000, de 18 de febrero, " la independencia jurídica de esta prueba se sustenta, de un lado, en que las propias garantías constitucionales que rodean su práctica- derecho a no declarar contra uno mismo, a no confesarse culpable y asistencia letrada- constituyen un medio eficaz de protección frente a cualquier tipo de coerción o compulsión ilegítima; de otro lado, en que el respeto a esas garantías permite afirmar la espontaneidad y voluntariedad de la declaración ...". En el mismo sentido la STC de 29 de octubre de 2003, reitera la autonomía jurídica y la legitimidad constitucional de la valoración de la prueba de confesión, al entender que los derechos a no declarar contra sí mismo, a no confesarse culpable y a que las declaraciones se presten con asistencia letrada son garantías constitucionales que constituyen medio eficaz de protección frente a cualquier medio de coacción o compulsión ilegítima, por lo que el contenido de las declaraciones pueden ser valorado. En consecuencia, la confesión, aún parcial, del procesado Abel en el acto del Juicio Oral que, pudiendo negarse a declarar o limitarse a negar los hechos, admitió paladinamente el haber sido la persona que el día de autos asestó las cuchilladas a Higinio y a Ruth, en el domicilio del primero, no puede ser desoída por este Tribunal, sin que la validez de la confesión pueda hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas y objetivas de su obtención, siendo así que en este sentido las declaraciones han sido prestadas por el acusado libremente, siendo informado previamente de sus derechos y asistido de su Letrado. - Coadyuvan igualmente a la reconstrucción fáctica de los hechos procesales, amén de la declaración de la víctima sobreviviente doña Ruth y de las manifestaciones del propio acusado Abel, los datos objetivos contenidos en la diligencia de inspección ocular y levantamiento de cadáver (folios 1 a 3), y, en el acta de inspección ocular técnico policial (folios 76 a 101), complementados por la declaración testifical en el acto del Juicio Oral de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que extendieron esta última acta (con números de identificación profesional NUM017 y NUM018), así como la de los restantes agentes del Cuerpo Nacional de Policía que se personaron en el lugar de los hechos (números NUM009, NUM010, NUM011, NUM012, NUM013 y NUM014), así como la de los sanitarios que acudieron al lugar de los hechos en primer lugar (don Artemio y don Fructuoso). En efecto, en torno al valor probatorio del atestado la Sentencia del Tribunal Supremo, Sala 2ª, de fecha 5 de junio de 2008, nos recuerda que "... Pues bien en relación a los atestados, debemos significar que las diligencias sumariales no carecen en absoluto de eficacia probatoria, ya que pueden tener dicho valor cuando se cumple el requisito de su reproducción en el juicio oral, no como simple formula de estilo, sino en condiciones que permitan someterlas a contradicción. Las diligencias sumariales son actos de investigación encaminados a la averiguación del delito e identificación del delincuente, no siendo prueba de cargo, pues su finalidad específica no es la fijación definitiva de unos hechos sino la de preparar el juicio oral. En tal sentido, las diligencias sumariales sólo son eficaces cuando bajo los principios de oralidad, publicidad, inmediación y contradicción lleguen al juicio oral o, en casos imprescindibles se ratifiquen aunque fuera por la fórmula del art. 730 LECrim. Por ello si bien únicamente pueden considerarse auténticas pruebas que vinculen a los órganos de la justicia penal en el momento de dictar sentencia las practicadas en el juicio oral, esta regla no puede ser entendida en un sentido tan radical que conduzca a negar toda eficacia probatoria a las diligencias policiales o sumariales practicadas con las formalidades que la Constitución y el ordenamiento procesal establecen siempre que las mismas sean reproducidas en el juicio oral en condiciones que permitan a la defensa del acusado someterlas a contradicción ( SSTC. 15.4.91, 28.5.92 ). La prueba efectiva y válida debe estar rodeada de las garantías que proporciona la publicidad, inmediación y contradicción de las sesiones del juicio oral, pero ello no impide que algunas actuaciones de la fase previa de la investigación se consoliden como instrumentos probatorios si se someten al contraste necesario que se deriva de su reproducción publica y oral. Cuando se produce una diferencia entre testimonios probatorios sumariales y las y los manifestados ante el Tribunal sentenciador se puede someter a contraste su contenido y depurar las discordancias para obtener de manera directa una conclusión válida sobre la veracidad de unas u otras. El Tribunal sentenciador no puede caprichosamente optar por el material probatorio existente en el sumario sino que debe explicar y argumentar las razones que se han llevado a considerarlo verosímil y fiable. Solo con estas cautelas se puede dar paso a pruebas obtenidas en la fase de investigación, al margen de la publicidad y fuera de la presencia de los órganos juzgadores. En definitiva la doctrina constitucional relativa al valor probatorio del atestado policial se resume en los siguientes puntos: 1) Solo puede concederse al atestado valor de autentico elemento probatorio si es reiterado y ratificado en el juicio oral, normalmente mediante la declaración testifical de los agentes de Policía firmantes del mismo ( SSTC. 100/85, 101/85, 173/85, 49/86, 145/87, 5/89, 182/89, 24/91, 138/92, 301/93, 51/95 y 157/95). En consecuencia, vulnera el derecho a la presunción de inocencia la sentencia condenatoria que se dicte sobre la única base del atestado policial no ratificado ( SSTC. 173/85, 182/89, 303/93). 2) No obstante lo anterior, el atestado tiene virtualidad probatoria propia cuando contiene datos objetivos y verificables, pues hay partes del atestado, como pueden ser planos, croquis, huellas, fotografías que, sin estar dentro del perímetro de las pruebas preconstituidas o anticipadas, pueden ser utilizadas como elementos de juicio coadyuvantes, siempre que sean introducidos en el juicio oral como prueba documental a fin de posibilitar su efectiva contradicción por las partes ( SSTC. 132/92, 157/95 ). Asimismo cuando los atestados contienen determinadas pericias técnicas realizadas por los agentes policiales -por ejemplo, el test alcoholímetro- y que no pueden ser reproducidas en el acto del juicio oral, es posible considerar dichas pericias como actividad probatoria, a titulo de prueba pericial preconstituida, siempre y cuando el atestado se incorpore al proceso y sea debidamente ratificado ( SSTC. 100/85, 145/85 y 5/89). 3) Por último, en cuanto al carácter de prueba documental del atestado policial cabe precisar que el atestado, con independencia de su consideración material de documento, no tiene, como regla general, el carácter de prueba documental, pues incluso en los supuestos en los que los agentes policiales que intervinieron en el atestado presten declaración en el juicio oral, las declaraciones tienen la consideración de prueba testifical ( STC. 217/89, SSTS. 2.4.96, 2.12.98, 10.10.2005, 27.9.2006). Sólo en los casos antes citados -planos, croquis, fotografías, etc.... el atestado policial puede tener la consideración de prueba documental, siempre y cuando, como hemos subrayado, se incorpore al proceso respetando en la medida de lo posible los principios de inmediación, oralidad y contradicción ( STC. 173/97 de 14.10) ...". En suma, se ha de tener presente que es reiterada la doctrina jurisprudencial que declara que si bien el atestado equivale, en principio a una denuncia, también tiene virtualidad probatoria propia cuando contiene datos objetivos de imposible reproducción en el plenario, los cuales pueden ser aprovechables como elementos de juicio coadyuvantes (STC 157/95); otorgándose valor de prueba preconstituida a todas aquellas diligencias que se limitan a reflejar fielmente determinados datos o elementos fácticos de la realidad externa (SSTC. 107/83, 201/89, 138/92), de manera que si bien el atestado equivale a una denuncia, debe tener virtualidad propia cuando contiene datos objetivos y verificables, y que encajan por definición en el concepto de prueba preconstituida o anticipada, como pueden ser la constancia del cuerpo, los efectos o instrumentos del delito, el hallazgo de droga, armas, documentos o cualquier otro objeto, los croquis sobre el terreno, huellas, localización de desperfectos en vehículos, las fotografías en él obtenidas y la comprobación de la alcoholemia, entre otras, que se limitan a reflejar fielmente determinados datos o elementos fácticos de la realidad externa (SSTC 107/83 y 201/89, entre otras); admitiéndose el valor documental del acta que refleja la diligencia de inspección ocular en cuanto a los datos objetivos que en ella se contienen (SSTS 4.3.86, 17.1.92, 22.7.96, 23.1.98); diligencias como son, en el presente caso, todos los datos relativos a las circunstancias espaciales y temporales en que se produjo la intervención policial, así como los documentos fotográficos, en los que se puede apreciar con claridad meridiana las circunstancias espaciales en que fue hallado el cadáver de Higinio y las condiciones en que se encontraba, los vestigios y regueros de sangre existentes en las escaleras del inmueble y en el interior del inmueble, los restos y vestigios de los que se obtuvieron muestras biológicas, así como el estado en que se encontraba la vivienda. Datos todos ellos, plasmados en el contenido documental del atestado que, amén de ser el fruto de diligencias practicadas por miembros de una institución oficial (por lo que gozan, prima facie, de la garantía de imparcialidad, objetividad y solvencia), han sido introducidos en el acto del juicio, debatiéndose sobre sus extremos, habiendo sido dicho atestado ratificado en el acto del juicio oral por los agentes en aquél momento actuantes, particularmente por los agentes del Cuerpo Nacional de Policía con números NUM017 y NUM018, que ratificaron en el plenario el acta de inspección ocular técnico policial, puntualizando ambos, que en el momento de proceder a la inspección ocular de la vivienda tuvieron que abrir las cortinas para poder realizar las fotografías pues se encontraban cerradas y no había buena iluminación. Así mismo, en relación con lo anterior, se ha de tener presente que según una reiterada jurisprudencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo (SSTS de 14 de febrero de 2006, 20 de marzo de 2006, y 4 de octubre de 2006) es de aplicación la decisión del Pleno no Jurisdiccional de fecha 31 de enero de 2006 que estableció que: " La Policía Judicial puede recoger restos genéticos o muestras biológicas abandonadas por el sospechoso sin necesidad de autorización judicial ". Conforme a tal doctrina resulta que en la recogida de muestras sin necesidad de intervención corporal para la práctica de análisis sobre ADN, conforme al artículo 326 LECrim., la competencia la tendrá tanto el juez como la policía, dada su obligación constitucional común de investigar y descubrir delitos y sus autores. En supuestos como el enjuiciado no es necesaria autorización judicial para la recogida de muestras de la vivienda en que tuvieron lugar los hechos, ya que no se ha producido ninguna intervención corporal, en cuyo caso si sería preceptiva aquella por suponer una injerencia en la intimidad o integridad del sujeto afectado (STC 49/1999). La correspondiente muestra de sangre se convierte así en una "res nullius" y por ende accesible a la fuerza policial y sí puede constituir un instrumento de investigación de los delitos. Así sucede en los casos de saliva arrojada, colillas abandonadas, o similares. La STS de 14 de febrero de 2006, ya citada dice: "Ni la autoridad judicial ni la policial que investiga a sus órdenes ha de pedir permiso a un ciudadano para cumplir sus obligaciones. Cosa distinta es que el fluido biológico deba obtenerse de su propio cuerpo o invadiendo otros derechos fundamentales, que haría precisa la autorización judicial .". La STS de 4 de octubre de 2006, indica: " ...La doctrina sentada en la sentencia 501/2005de 19.4, ha sido sometida a revisión por esta Sala, a raíz de la posterior sentencia 1311/2005de 14.10, que distinguió entre la obtención de muestras corporales realizada de forma directa sobre el sospechoso, y la toma subrepticia derivada de un acto voluntario de expulsión de materia orgánica realizada por el sujeto objeto de investigación, sin intervención de métodos o prácticas incisivas sobre la integridad corporal, precisando que en estos casos, no entra en juego la doctrina consolidada de la necesaria intervención judicial para autorizar, en determinados casos, una posible intervención banal y no agresiva. La toma de muestras para el control, se lleva a cabo por razones de puro azar y a la vista de unos sucesos totalmente imprevisibles. Los restos de saliva en las colillas de los cigarrillos o en un vaso se convierten así en objetos procedentes del cuerpo de los sospechosos pero obtenidos de forma totalmente inesperada. El problema que pudiera suscitarse es el relativo a la demostración de que la muestra había sido producida por el acusado, a quien se le imputa...Sobre la ausencia de consentimiento de los acusados, en la toma de las muestras, la STS. 179/2006 de 14.2, precisa que ni la autorización judicial ni la policial que investiga a sus órdenes ha de pedir permiso a un ciudadano para cumplir con sus obligaciones. Cosa distinta es que el fluido biológico deba obtenerse de su propio cuerpo o invadiendo otros derechos fundamentales, que haría precisa la autorización judicial...En el caso de autos las colillas arrojadas por los recurrentes se convierten en "res nullius" y por ende accesibles a las fuerzas policiales pudiendo constituir instrumento de investigación del delito...Tampoco resulta acorde con la estructura y finalidad del proceso penal la afirmación de que en ausencia de regulación legal sobre recogida de vestigios, éstos no puedan ser recogidos, analizados y sometidos al dictamen pericial...Nos hallaríamos ante una prueba pericial legítima de la que pueden servirse tanto las partes acusadoras, como acusadas, sin perjuicio de que merezca mayor o menor credibilidad en atención a las garantías de su práctica, en ausencia de disposiciones legales que la regulen con suficiencia...Análisis separado debe merecer el argumento, que encuentra apoyo jurisprudencial en la sentencia de esta Sala, (501/2005), sobre la necesidad de la iniciativa judicial en la práctica de la prueba como condición de licitud o validez de la misma.... Dicha sentencia contiene un argumento central, condicionante del fallo, que asegura su corrección legal. Cuando declara la invalidez de la pericia practicada fue porque faltaban toda clase de garantías en su realización, particularmente porque no se aseguraba la cadena de custodia, si atendíamos al desarrollo de la actuación policial. Ante la irregularidad descalificante de la diligencia la causa quedó huérfana de prueba de cargo suficiente para asentar una condena...Junto a esa idea, con carácter de refuerzo argumental, se realizaron en la propia sentencia algunas manifestaciones, exacerbando la intervención judicial para atribuir validez a la práctica de la prueba...En nuestro panorama legislativo actual -continua diciendo la sentencia precitada 179/2006-, quedan bien diferenciadas la obtención de muestras para la práctica de la prueba de ADN del cuerpo del sospechoso, de aquéllas otras en la que no se precisa incidir en la esfera privada con afectación a derechos fundamentales personales...En el primer caso contamos con el art. 363 L.E.Cr. y para el segundo el 326 L.E.Cr., ambos reformados por la Ley Orgánica 15 de 25 de noviembre de 2003...En el 363, párrafo 2º se dice: "Siempre que concurran acreditadas razones que lo justifiquen, el Juez de instrucción podrá acordar, en resolución motivada, la obtención de muestras biológicas del sospechoso que resulten indispensables para la determinación de su perfil de ADN. A tal fin, podrá decidir la práctica de aquellos actos de inspección, reconocimiento o intervención corporal que resulten adecuados a los principios de proporcionalidad y razonabilidad"...El art. 326, párrafo 3º, se pronuncia en los siguientes términos: "Cuando se pusiera de manifiesto la existencia de huellas o vestigios cuyo análisis biológico pudiera contribuir al esclarecimiento del hecho investigado, el Juez de Instrucción adoptará u ordenará a la Policía Judicial o al médico forense que adopte las medidas necesarias para que la recogida, custodia y examen de aquéllas muestras se verifique en condiciones que garanticen su autenticidad sin perjuicio de lo establecido en el artículo 282"...La precitada sentencia 501/2005 ante el raquitismo normativo existente en el momento de ocurrir los hechos ensayó una interpretación posible pero rigurosa, con apoyo en el párrafo 1º del art. 363 L.E.Cr. vigente a la sazón, sosteniendo que "sin resolución judicial que ordenara o autorizara la prueba de ADN", nos hallamos ante una prueba irregular, ilícitamente obtenida y por tanto sin ningún valor probatorio...Es claro que la resolución judicial es necesaria bajo pena de nulidad radical, cuando la materia biológica de contraste se ha de extraer del cuerpo del acusado y éste se opone a ello. En tal hipótesis es esencial la autorización judicial...Pero el supuesto que nos concierne es otro. Será el art. 326 L.E.Cr. sistemáticamente incluido dentro de la inspección ocular a practicar en el sumario, el aplicable, en el cual dando por supuesta la intervención del juez, se establece un mecanismo para dotar del mayor grado de garantía posible a la diligencia que atribuye el control de la misma a la autoridad judicial en los casos usuales y al sólo objeto de "garantizar la autenticidad" de la recogida de la muestra y posterior análisis...Pero lo cierto es que después de la reforma de 2003, y como criterio asumible antes y después de la misma, se puede concluir que la intervención del juez, salvo en supuestos de afectación de derechos fundamentales, no debe impedir la posibilidad de actuación de la policía, en el ámbito de la investigación y averiguación de los delitos en los que posee espacios de actuación autónoma. ..Esa ha sido la decisión de la Sala 2ª, del Pleno no jurisdiccional que tuvo lugar el 31 de enero del corriente año que estableció: "La Policía Judicial puede recoger restos genéticos o muestras biológicas abandonadas por el sospechoso sin necesidad de autorización judicial". Acuerdo que ha sido recogido en las SSTS. 179/2006 de 14.2, 20.3.2006 y 701/2006de 27.6...Conforme a tal doctrina resulta que en la recogida de muestras sin necesidad de intervención corporal para la práctica de análisis sobre ADN, conforme al art. 326 L.E.Cr., la competencia la tendrá tanto el juez como la policía, dada su obligación común de investigar y descubrir delitos y delincuentes. Las medidas de garantía para la autenticidad de la diligencia deberán adoptarlas, según el orden preferencial siguiente: - el juez de instrucción en los casos normales. - en supuestos de peligro de desaparición de la prueba también la policía judicial en atención a la remisión que el art. 326 hace al 282...No obstante, esta Sala estima oportuno interpretar de forma flexible las facultades atribuidas a la policía, dada la vetustez del párrafo 1º del mentado art. 282 al que remite el art. 326, que debe verse enriquecido con una interpretación armónica en sintonía con el contexto legislativo actual, en atención a las más amplias facultades concedidas a una policía científica especializada y mejor preparada, con funciones relevantes en la investigación de los delitos (véase Ley Orgánica de Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado de 13 de marzo de 1986, art. 11.1.g; y Real Decreto de Policía Judicial de 19 de junio de 1987, art. 4º)...Todavía habría que plantearse los supuestos en que sin ordenarlo el juez instructor y sin existir riesgo de que la prueba se pierda o desaparezca, intervenga la policía y conforme a sus protocolos proceda a la recogida y práctica documentada de la diligencia, poniéndola en conocimiento del juez y aportando a la causa sus resultados...En estos casos nos hallaríamos ante una infracción procesal, que no viciaría de nulidad la diligencia, sin perjuicio de la devaluación garantista de autenticidad provocada por el déficit formal que podría llegar hasta la descalificación total de la pericia si la cadena de custodia no ofrece ninguna garantía, como fue el caso contemplado por la reseñada sentencia de esta Sala nº 501 de 19 de abril de 2005...En efecto la policía judicial tiene como imperativo constitucional, art. 126, la averiguación del delito y el descubrimiento del delincuente, esto es, le corresponde la práctica de los actos de investigación pertinentes para el descubrimiento del hecho punible y su autoría, instrumentos o pruebas que acrediten su perpetración, como se recoge en el art. 282 que expresamente faculta a la Policía Judicial para recoger los efectos, instrumentos o pruebas del delito de cuya desaparición hubiera peligro, poniéndolos a disposición de la autoridad judicial. Se trata, en todo caso, de actos de investigación policial. En este sentido puede citarse las SSTS. 7.10.94, 9.5.97, 26.2.99, 26.1.2000que precisan que los arts. 326 y ss. LECrim. se han de poner en relación con los arts. 282 y 786.2 (actual 770.3), del mismo Texto Legal y con el Real Decreto 769/87 de 17.6, regulador de la Policía Judicial, de cuya combinada aplicación se puede llegar a establecer que la misión de los funcionarios policiales se extiende a la recogida de todos los efectos, instrumentos o pruebas del delito de cuya desaparición hubiera peligro, poniéndolos a disposición de la autoridad judicial...Estimación que no quebranta el art. 326 LECrim. ni se causa indefensión por el hecho de que los vestigios obtenidos sean remitidos a los respectivos Gabinetes Científicos para su identificación ...". (En igual sentido, la sentencia del Tribunal Supremo Sala 2ª, 2-12-2008, nº 813/2008, rec. 10136/2008). La STS de fecha 3 de diciembre de 2009, nos recuerda que "... Como ya dijimos en SSTS. 1337/2005 de 26.12 y 1281/2006 de 27.12 no es precisa la intervención de Secretario judicial en la inspección ocular realizada por la Guardia Civil. La Policía Judicial tiene por imperativo constitucional, art. 126, la averiguación del delito y el descubrimiento del delincuente, esto es, le corresponde la práctica de los actos de investigación pertinentes para el descubrimiento del hecho punible y de su autoría, y para la efectividad de este cometido está facultada para la recogida de efectos, instrumentos o pruebas que acrediten su perpetración como expresamente se recoge en el art. 282 de la Le criminal que expresamente faculta a la PolicíaJudicial para " recoger los efectos, instrumentos o pruebas del delito de cuya desaparición hubiere peligro, poniéndolos a disposición de la Autoridad Judicial". Se trata en todo caso, de actos de investigación policial que los arts. 282 y 770.3 LECrim. atribuyen a la Policial Judicial y el art. 11.1 g de la LO. 2/86 otorga a los Cuerpos y Fuerzas de seguridad. El descubrimiento y recogida de objetos para su ulterior examen en busca de huellas, perfiles genéticos, restos de sangre, etc... son tareas que exigen una especialización técnica de la que gozan los funcionarios de la Policía científica a los que compete la realización de tales investigaciones, sin perjuicio de que las conclusiones de las mismas habrán de acceder al Juzgador y al Tribunal sentenciador para que, sometidas a contradicción puedan alcanzar el valor de pruebas. En tal sentido pueden citarse las sentencias de esta Sala de 7.10.94, 9.5.97 y 26.2.99, 26.1.2000, que recuerdan que los arts. 326 y 22. LECrim. se han de poner en relación con los arts 282 y 786.2(actual art. 770.3) del mismo Texto Legal y con el Real Decreto 769/87 de 17.6, regulador de la PolicíaJudicial, de cuya combinada aplicación se puede llegar a establecer que la misión de los funcionarios policiales se extiende a la recogida de todos los efectos, instrumentos o pruebas del delito de cuya desaparición hubiera peligro, poniéndolos a disposición de la autoridad judicial. Estimación que no quebranta el art. 326 LECrim. ni se causa indefensión, por el hecho de que los vestigios hallados por los especialistas en identificación, sean remitidos a los respectivos Gabinetes científicos. En cuanto que no se levantara acta de la diligencia de ocupación de la lata y no estuviera presente secretario judicial, carece de relevancia, toda vez que la prueba del hecho no radica en el acta de ocupación, sino en el testimonio prestado por los funcionarios en el juicio oral con todas las garantías relatando las circunstancias y resultado del registro practicado. En efecto, el acta levantada por el secretario judicial constituye el único vehículo que permite la valoración de la diligencia como prueba preconstituida en cuanto a su contenido y la reseña de los efectos hallados, sin que precise de ratificación alguna por parte de las personas que hubieran intervenido, derivando su función acreditativa a la propia naturaleza de la función orgánica atribuida al Secretario Judicial. Por tanto la presencia del secretario es requisito necesario para la validez de esta actuación como prueba preconstituida, pero no para la validez de una diligencia policial como mero acto de investigación y así al tratarse de meras diligencias de investigación carecen en sí mismas de valor probatorio, aunque se reflejen documentalmente en un atestado policial, por lo que los elementos probatorios que de ellas pudiesen derivarse deben incorporarse al juicio oral, mediante un medio probatorio aceptable en derecho: por ejemplo, la declaración testifical de los agentes intervinientes debidamente practicada en juicio con las garantías de la contradicción y la inmediación. Pues bien en el caso presente el informe técnico-policial NUM001 del Laboratorio de Criminalística de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Comandancia de la Guardia Civil de Zaragoza en relación a la inspección ocular escenario del hecho fallecimiento de Carlos Miguel (folio 243 a 269) detalla como en el cuarto-cocina del domicilio de la víctima, en el cubo de basura que se encontraba en el armario situado en el lateral izquierdo, bajo la poza, se localizó una lata de cerveza, marca San Miguel 0,0, abierta y consumida (ver fotografía nº 07, folio 250). En el acto del juicio oral compareció el instructor de tal informe Guardia Civil NUM002 , responsable de Criminalística de la Guardia Civil de Zaragoza quien ratificó dicho informe, manifestando que ene. cubo de basura había una lata consumida. Se fijó en los bordes para localizar el ADN. Al detenido se le reseñó y se le tomaron muestras por el medico forense. La muestra que se toma de los objetos es la que se remite al laboratorio de Madrid. De la casa del fallecido se recogieron dos latas y de la vivienda del detenido se recogió una. El perfil genético del acusado coincide con las muestras tomadas en la lata del cubo de basura. Solo eran de un donante. Generalmente no hay márgenes de error en este tipo de muestras. Dan un 99% de fiabilidad. Asimismo el Guardia Civil nº NUM003 declaró en el plenario que en la inspección ocular apareció en la bolsa de basura una lata de cerveza que había sido consumida. Que estuvieron en la vivienda hasta que llegó la policía científica. Que en el primer registro en el domicilio del acusado le pidió a la secretaria que hiciera constar una lata de cerveza que se intervino. El Guardia Civil con carnet profesional NUM004 relató en el juicio oral que en el piso del fallecido encontraron dos latas, una de ellas en el cubo de basura. En el domicilio del acusado se encontró una lata de cerveza, marca San Miguel 0,0 como la encontrada en la casa del fallecido. En el mismo sentido el Guardia Civil NUM005 indicó que en el domicilio de la víctima había una lata de cerveza en el cubo de la basura y otra en la cocina. Consecuentemente ha existido prueba constituida por la testifical de los guardias civiles intervinientes practicada ante el tribunal "a quo" con las debidas condiciones de inmediación y contradicción acreditativa de la ocupación en el cubo de basura del domicilio de la víctima de una lata de cerveza San Miguel ...". Pudiendo citarse, así mismo, la STS de fecha 7 de julio de 2010 , que con vocación de síntesis pone de manifiesto que "... la controversia inicial acerca del alcance gramatical de los arts. 326, párrafo 3 y 363, párrafo 2 de la LECrim, ha sido ya resuelta por la jurisprudencia de esta misma Sala y definitivamente clarificada a raíz de la publicación de la LO 10/2007, 8 de octubre, reguladora de la base de datos policial sobre identificadores obtenidos a partir de ADN. En efecto, el acuerdo del Pleno no jurisdiccional que tuvo lugar el 31 de enero 2006, proclamó que "la Policía Judicial puede recoger restos genéticos o muestras biológicas abandonadas por el sospechoso sin necesidad de autorización judicial". Esta idea fue ratificada por numerosos precedentes, de los que las diciembre, 701/2006, 27 de junio, SSTS 1190/2009, 3 de 949/20064 de octubre y 1267/2006, 20 de diciembre, son sólo muestras más que significativas. Esta tesis era plenamente congruente con el art. 126 de la CE, que impone a la PolicíaJudicial la averiguación del delito y el descubrimiento del delincuente, esto es, le atribuye la práctica de los actos de investigación pertinentes para el descubrimiento del hecho punible y de su autoría. Y precisamente para la efectividad de este cometido está facultada para la recogida de efectos, instrumentos o pruebas que acrediten su perpetración, como expresamente se recoge en el art. 282 de la LECrim, que faculta a la PolicíaJudicial para "...recoger los efectos, instrumentos o pruebas del delito de cuya desaparición hubiere peligro, poniéndolos a disposición de la Autoridad Judicial". Se trata, en definitiva, de actos de investigación policial que los arts. 282 y 770.3 LECrim atribuyen a la Policial Judicial y que el art 11.1.g de la LO. 2/1986, 13 de marzo, otorga a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. En suma, el descubrimiento y recogida de objetos para su ulterior examen en busca de huellas, perfiles genéticos, restos de sangre u otras actuaciones de similar naturaleza, son tareas que exigen una especialización técnica de la que gozan los funcionarios de la Policía científica a los que compete la realización de tales investigaciones, sin perjuicio de que las conclusiones de las mismas habrán de acceder al Juzgador y al Tribunal sentenciador para que, sometidas a contradicción puedan alcanzar el valor de pruebas. Esta interpretación jurisprudencial, que buscaba integrar la estricta literalidad de los arts. 326 y 363 de la LECrim con los principios constitucionales que informan nuestro sistema de investigación y enjuiciamiento, se ha visto confirmada por la ya citada LO 10/2007, 8 de octubre. En su Disposición Adicional 3ª -a la que el propio texto adjudica el carácter de ley orgánica- se establece que "...para la investigación de los delitos enumerados en la letra a) del apartado 1 del artículo 3, la policía judicial procederá a la toma de muestras y fluidos del sospechoso, detenido o imputado, así como del lugar del delito. La toma de muestras que requieran inspecciones, reconocimientos o intervenciones corporales, sin consentimiento del afectado, requerirá en todo caso autorización judicial mediante auto motivado, de acuerdo con lo establecido en la Ley de Enjuiciamiento Criminal". Este precepto, pese a que deja sin resolver algunas cuestiones todavía pendientes y decididamente abordadas en el derecho comparado, tiene la virtud de clarificar, acogiendo el criterio ya proclamado por esta Sala, el régimen jurídico de la toma de muestras para la obtención del ADN. De acuerdo con su contenido, resultará indispensable distinguir varios supuestos claramente diferenciados.a) En primer lugar, cuando se trate de la recogida de huellas, vestigios o restos biológicos abandonados en el lugar del delito, la Policía Judicial, por propia iniciativa, podrá recoger tales signos, describiéndolos y adoptando las prevenciones necesarias para su conservación y puesta a disposición judicial. A la misma conclusión habrá de llegarse respecto de las muestras que pudiendo pertenecer a la víctima se hallaren localizadas en objetos personales del acusado. b) Cuando, por el contrario, se trate de muestras y fluidos cuya obtención requiera un acto de intervención corporal y, por tanto, la colaboración del imputado, el consentimiento de éste actuará como verdadera fuente de legitimación de la injerencia estatal que representa la toma de tales muestras. En estos casos, si el imputado se hallare detenido, ese consentimiento precisará la asistencia letrada. Esta garantía no será exigible, aun detenido, cuando la toma de muestras se obtenga, no a partir de un acto de intervención que reclame el consentimiento del afectado, sino valiéndose de restos o excrecencias abandonadas por el propio imputado. c) En aquellas ocasiones en que la policía no cuente con la colaboración del acusado o éste niegue su consentimiento para la práctica de los actos de inspección, reconocimiento o intervención corporal que resulten precisos para la obtención de las muestras, será indispensable la autorización judicial. Esta resolución habilitante no podrá legitimar la práctica de actos violentos o de compulsión personal, sometida a una reserva legal explícita -hoy por hoy, inexistente- que legitime la intervención, sin que pueda entenderse que la cláusula abierta prevista en el art. 549.1.c) de la LOPJ, colma la exigencia constitucional impuesta para el sacrificio de los derechos afectados ...". En el supuesto de autos la policía judicial en labores de investigación descubrió en el interior de la vivienda diversas muestras de lo que parecía ser sangre, que necesariamente debió recoger de inmediato, dado el riesgo de pérdida o devaluación de los fluidos que contenía para proceder al inmediato análisis, evitando el peligro de desaparición de esa fuente de prueba. Actuó por tanto de conformidad a los arts. 326, 282 y 770.3 LECRIM, ya que es perfectamente posible que la policía recoja o el juez ordene la recogida para su custodia y examen de las muestras halladas en el locus delicti o en cualquier otro lugar para su examen biológico, que es precisamente como se hizo en el caso que nos afecta, siendo así que las muestras así obtenidas de carácter dubitado fueron cotejadas, en lo que atañe al acusado Abel, con otra de carácter indubitado del mismo sujeto obtenidas con su consentimiento en una causa diferente, como se verá más adelante. En este punto, se ha de significar que amén del acta de inspección ocular técnico policial debidamente ratificada en el plenario, se dispone de la inicial diligencia judicial de inspección ocular y levantamiento de cadáver, que concluye con las instrucciones dadas por el Juez Instructor a los agentes de la policía judicial presente en la diligencia de inspección ocular, y, principia efectuando una breve descripción del lugar de los hechos y del cadáver, pudiendo destacarse de la ponderación conjunta de ambas actas (la judicial y la técnico policial), y, la declaración de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía antes citados que efectuaron el acta técnico policial, que el cadáver fue hallado en el rellano de la escalera con las extremidades superiores semiflexionadas con las manos sobre la cabeza, atadas a nivel de las muñecas con cinta negra, vistiendo una camiseta sin mangas y calzoncillos; que en las escaleras del inmueble había regueros de sangre y paredes salpicadas con sangre; que en el interior de la vivienda, amén de los restos de una cinta negra, había restos de sangre por todo el suelo y a lo largo de la escalera hasta la casa, en pared y suelo, que había un charco de sangre en el baño y, en el dormitorio de la víctima restos de sangre en el suelo, en el colchón y en la almohada, así como en las paredes y en las zonas adyacentes al dormitorio. Estos datos objetivos, por lo demás, no hacen más que abonar y corroborar la declaración testifical de la víctima supérstite, por cuanto evidencian que la agresión se desarrolló principalmente en el dormitorio de Higinio, cuyos restos de sangre en el baño y a lo largo de las escaleras y el rellano, permiten inferir con fluidez que tras la agresión perpetrada en su dormitorio y en el baño, trató de huir por las escaleras hasta finalmente desplomarse fallecido en el rellano de la escalera. Por otra parte, amén de los resultados de los informes biológicos y químicos, se ha de destacar el dato de que en el interior de la vivienda se encontraba un teléfono móvil cuyo número era utilizado habitualmente por el acusado, lo que abunda en su presencia en el domicilio en el día de autos, así como dos cuchillos en la habitación del fallecido, sobre la torre del ordenar, uno con el emblema del Fútbol Club Barcelona que mide 23 cm de largo con una hoja de 12 cm y otro con el mango blanco con relieve de una calavera que mide 29 cm de largo, con una hoja de 16 cm. - En relación a las circunstancias en que fueron hallados el cadáver de Higinio y la víctima Ruth, se cuenta principalmente con la declaración testifical de los sanitarios que se personaron en el lugar en primer término, don Artemio y don Fructuoso, quienes pusieron de manifiesto en el plenario, en síntesis, que cuando se personaron en el lugar se encontraron al chico tendido en el suelo del rellano de la escalera con un gran charco de sangre; el cuerpo se encontraba de cúbito prono, por lo que el Sr. Artemio le dio la vuelta con la finalidad de tomarle las constantes vitales comprobando que no tenía, momento en que el Sr. Fructuoso le indica que estaba oyendo voces provenientes arriba pidiendo ayuda, de modo que mientras el primero permanece con el chico, el segundo sube precipitadamente al piso superior donde halló a Ruth bañada en sangre y con numerosas heridas; el Sr. Artemio, tras considerar que el chico había fallecido, como así fue realmente, decidió acudir junto con su compañero en auxilio de la chica, quien, como queda dicho, se encontraba bañada en sangre y tenía numerosas heridas, encontrándose en un estado grave, por lo que la atendieron hasta que llegó la ambulancia medicalizada. Así mismo, las condiciones en que fue hallado el cuerpo sin vida de Higinio fueron descritas sucintamente por los testigos don Carlos Jesús y don Oscar, vecinos ambos del inmueble, habiendo sido el segundo, a la sazón presidente de la comunidad de propietarios, quien efectuó la llamada al 112, así como por los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que se personaron en el lugar de los hechos, quienes efectuaron una breve descripción del lugar de los hechos en términos que en esencia se corresponden con los datos objetivados en sendas actas de inspección ocular, pudiendo destacarse que el agente número NUM021 significó, además, que al acudir en compañía de Ruth en el lugar de los hechos y preguntarle por el autor de los hechos, le dijo que había sido un tal Abel, Abel, si bien no pudo dar mayor detalle pues se encontraba prácticamente desmayada, habiendo incidido igualmente el agente número NUM011, que si bien él no llegó a hablar con la chica, los sanitarios le refirieron que había nombrado a un tal Abel. Cabe reseñar que la declaración de dichos testigos ofrece plena garantía de credibilidad y verosimilitud, toda vez que, primero, no consta ningún elemento de incredibilidad subjetiva que permita dudar de su aptitud probatoria, que pudiera conducir a la deducción de existencia de un móvil de resentimiento o enemistad que privase a su testimonio de la aptitud para generar ese estado subjetivo de certidumbre en que la convicción judicial estriba esencialmente. En efecto, desde el punto de vista de la credibilidad subjetiva del mentado testigo no constan factores o datos contrarios a ésta: no se detectan posibles motivos espurios de resentimiento o de venganza realmente serios procedentes de hechos distintos de los hechos enjuiciados, debiendo recordarse que la motivación bastarda, apta para tener en cuenta como criterio a la hora de valorar la suficiencia de su testimonio, ha de medirse con referencia a las relaciones, entre los testigos y el responsable del delito, existentes con anterioridad al hecho concreto que se enjuicia - -STS 1168/2001, de 15 de junio--, siendo así que en el caso que nos ocupa no concurre en los testigos tacha objetiva o subjetiva alguna, no existiendo constancia de ningún tipo de circunstancia que permita advertir atisbo alguno de incredibilidad subjetiva. Segundo, sus manifestaciones han sido, en esencia, suficientemente circunstanciadas, siendo substancialmente persistentes todas las declaraciones prestadas a lo largo del procedimiento, sin ninguna contradicción ni ambigüedad de carácter substancial, habiendo depuesto con seguridad y firmeza, sin vacilaciones ni titubeos, coincidiendo substancialmente con las declaraciones prestadas en el decurso de las actuaciones. Y, finalmente, sus manifestaciones se corroboran recíprocamente, amén de hallarse abonadas por la declaración de la víctima, la de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que depusieron en el plenario, así como por los datos objetivos y verificables constatados en las diligencias de inspección ocular. - Por otra parte, al margen de las circunstancias espaciales y temporales en que fueron halladas las víctimas, la situación en que se encontraban, el estado del inmueble y la vivienda en que los hechos sucedieron, y, los vestigios, restos y muestras que fueron hallados y tomados, en relación a las circunstancias de la detención del acusado, la extracción de sangre y la obtención de las ropas del mismo de su domicilio, se cuenta principalmente con la declaración de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía con números de identificación profesional NUM011, NUM012, NUM013, NUM014, NUM015, NUM016, NUM017 y NUM018, y la de los agentes del Cuerpo de la Policía Local de Puerto del Rosario con números de identificación profesional NUM019 y NUM020, quienes, en apretada síntesis, narraron cómo en el decurso de las diligencias de averiguación del paradero del acusado, sobre las 17 horas, aproximadamente, del día de autos, recibieron una llamada anónima al 091 comunicando que el acusado se encontraba en el Centro Comercial "Las Rotondas", comprando un bate de béisbol y que se dirigía hacia su domicilio, de modo que se desplazaron hasta su domicilio en donde tras llamar a la puerta en reiteradas ocasiones, finalmente les respondió el acusado, quien se encontraba solo en el domicilio; a partir de dicho instante, a decir del agente del CNP número NUM014 y de los referidos agentes de la Policía Local, se inició una conversación entre el mentado agente del CNP y el acusado, quien portaba consigo un bate de béisbol, un cuchillo y un cigarro porro, tratando el agente de convencer al acusado de que les acompañase a las dependencias policiales, llegando el acusado a invitar al referido agente a acceder al interior de su domicilio, en donde le puso de manifiesto que había apuñalado a un chico varias veces, a la vez que se interesaba por su estado y afirmaba que había sido por una deuda de drogas, siendo así que cuando el acusado dejó el cuchillo encima de la mesa, el agente aprovechó para abalanzarse sobre él y reducirle, siendo auxiliado por los restantes agentes. Por otra parte, tanto el agente número NUM014 como los agentes de la Policía Local que acudieron a la detención del acusado, aseguraron que el acusado se encontraba lúcido, en su sano juicio, normal aunque un poco nervioso. Por lo demás, el agente número NUM012, aseguró que la extracción de sangre del acusado se realizó en el hospital y en presencia del abogado del acusado, quien consintió a ello, así como los restantes agentes del CNP antes se significados abundaron en el hecho de que el acusado, tras su declaración prestada en dependencias policiales en presencia de su abogado, autorizó, estando presente su abogado, la entrada en su domicilio así como procedió a la entrega voluntaria de sus prendas de vestir a los funcionarios policiales. Pues bien, las manifestaciones de los referidos agentes del Cuerpo Nacional de Policía y del Cuerpo de la Policía Local de Puerto del Rosario realizadas en el acto del juicio han sido contestes, coherentes, suficientemente circunstanciadas y substancialmente persistentes, coincidiendo con exactitud entre sí y, en esencia, con lo plasmado en su día en el atestado que dio origen a las presentes actuaciones, por lo que junto a la circunstancia de gozar su testimonio, a priori, de una imparcialidad, profesionalidad y objetividad que no se ha visto empañada por la presencia de ningún elemento de incredibilidad subjetiva derivada de las relaciones con el acusado que pudieran conducir a la deducción de existencia de un móvil de resentimiento o enemistad que privase a sus respectivos testimonios de la aptitud para generar ese estado subjetivo de certidumbre en que la convicción judicial estriba esencialmente, así como a la circunstancia de resultar sus declaraciones en el plenario veraces y creíbles atendiendo la concurrencia de suficientes elementos indicativos de veracidad, pues a la pluralidad de declaraciones coincidentes se añade su ponderación desde la óptica de la actuación profesional de dichos agentes, que actuaron desinteresadamente, en exclusivo ejercicio de su función de velar por la seguridad pública, se erige en prueba de cargo suficiente capaz de destruir el principio de presunción de inocencia que, como verdad interina, amparaba inicialmente al acusado. En este punto, conviene recordar que los miembros del Cuerpo Nacional de Policía o de los distintos Cuerpos de Seguridad, cuando deponen en el Juicio Oral sobre datos de hechos que conocen de ciencia propia y han visto y percibido con sus propios ojos, los hace testigos hábiles y su testimonio constituye prueba de cargo suficiente para enervar la presunción de inocencia. Una constante doctrina jurisprudencial del Tribunal Supremo ha venido declarando que las declaraciones testificales de los agentes en Juicio Oral con garantías de publicidad, oralidad, contradicción efectiva de las partes e inmediación del Tribunal, puede estimarse prueba de cargo bastante para enervar la presunción de inocencia. En este sentido, la STS 16-VII-2009, pone de manifiesto "... Con referencia al valor de estos testimonios la STS. 1227/2006 de 15.12, recuerda que el art. 717 LECrim. dispone que las declaraciones de las autoridades y funcionarios de la Policía Judicial tendrán el valor de declaraciones testificales apreciables, como éstas, según las reglas del criterio racional. Así tiene declarado esta Sala, STS. 2.4.96, que las declaraciones testificales en el plenario de los agentes de la Policía sobre hechos de conocimiento propio, al estar prestadas con las garantías procesales del acto, constituyen prueba de cargo, apta y suficiente, para enervar la presunción de inocencia; STS. 2.12.98, que la declaración de los Agentes de Policía prestadas con las garantías propias de la inmediación, contradicción y publicidad, es prueba hábil y suficiente para desvirtuar la presunción de inocencia, correspondiente su valoración, en contraste con las demás pruebas, al Tribunal de instancia, por cuanto la relevancia del juicio oral reside en la posibilidad que tiene el Juez de percibir directamente las pruebas que se desarrollan, que en el caso de la prueba testifical adquiere una mayor importancia, al poder discernir las condiciones del testigo el origen de su conocimiento, su capacidad de comprensión de la realidad, lo que, en definitiva, se resume en la fuerza de convicción de sus testimonios; y en STS. 10.10.2005 que precisa que las declaraciones de autoridades y funcionarios de la Policía Judicial tendrán el valor de declaraciones testificales, apreciables como éstas, según las reglas del criterio racional. Estos funcionarios llevan a cabo sus declaraciones de forma imparcial y profesional, en el sentido de que no existe razón alguna para dudar de su veracidad, cuando realizan sus cometidos profesionales, teniendo las manifestaciones que prestan un alto poder convictivo, en cuanto no existe elemento subjetivo alguno para dudar de su veracidad, precisamente en función de la profesionalidad que caracteriza su cometido profesional, la formación con la que cuentan y la inserción de la policía judicial en un estado social y democrático de Derecho, como es el nuestro, todo ello de conformidad con los arts. 104 y 126 CE...". Lo que reitera la reciente STS de fecha 12 de diciembre de 2011, al significar que. "...En reiteradas ocasiones, esta Sala ha sentado la doctrina de que las declaraciones de los agentes de la Policía Nacional, Autónoma o Local o miembros de la Guardia Civil pueden servir de prueba de cargo bastante para desvirtuar la presunción de inocencia cuando se practican en el acto de la vista oral con sometimiento a los principios de contradicción, oralidad e inmediación ( SSTS 1086/2004, de 27 de septiembre y 1366/2004, de 29 de diciembre), conforme a lo previsto en el art. 717 LECrím...". - Finalmente, junto a la prueba personal y documental relacionada, se cuenta con la prueba pericial practicada en el acto del Juicio Oral, consistente, por un lado en la prueba pericial médico forense obrante a los folios 187 a 294, debidamente ratificada y aclarada en el acto del Juicio Oral por los Médicos Forenses don Aureliano y don Gerardo, por otro lado, en la pericial médica de doña Emilia practicada en el plenario, y, por último, en los informes periciales biológico forense obrante a los folios 121 a 127, químico obrante a los folios 134 a 138, ambos confeccionados por peritos adscritos al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, y, el informe técnico sobre análisis de restos biológicos obrante a los folios 161 a 171, ninguno de ellos impugnado por ninguna de las partes intervinientes, habiendo renunciado todas las partes a la ratificación en el acto del Juicio Oral de estos tres últimos informes al no haberlos puesto en cuestión. En efecto, en primer término, el informe pericial biológico forense obrante a los folios 121 a 127, concluye que se encontraron restos de sangre en los hisopos, el raspado de uñas, las muestras tomadas de la cinta aislante (que se encontraba en el interior de la vivienda) y el pelo (que se encontraba en el cadáver de Higinio), así como en los hisopos, el raspado de uñas, la cinta aislante, el lavado del pelo, así como la hoja y el mango del cuchillo número 1 (esto es, el de mango blanco con una forma de calavera) se ha obtenido un perfil de ADN autosómico que coincide con la muestra indubitada de la víctima Higinio, siendo así que en el caso del mango del cuchillo número 2 se ha obtenido un perfil autosómico compatible con una mezcla de ADN de al menos tres personas, tratándose de una mezcla muy balanceada en la cual no se observan todos los alelos de la víctima ni del presunto agresor, por lo que no se pueda afirmar una contribución con restos biológicos por parte de estas personas a dicha mezcla. Por su parte, el informe químico obrante a los folios 134 a 138, que tiene por objeto el examen y análisis de las muestras procedentes del cadáver de Higinio, concluye que la determinación de alcohol se efectuó por técnicas de cromatografía de gases, con detector de ionización a la llama (FDI), en la fracción de vapor en equilibrio con la muestra siendo el resultado negativo; posteriormente se llevaron a cabo sistemáticas toxicológicas generales encaminadas a la determinación de otros compuestos orgánicos, siendo así que los extractos obtenidos se analizaron por cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas, detectándose los siguientes compuestos: cocaína, benzoilecgonina y ecgonina metil ester, estos últimos metabolitos de la cocaína. Finalmente, el informe técnico sobre análisis de restos biológicos obrante a los folios 161 a 171, llega a las siguientes conclusiones: 1.- En la sangre que fue recogida en diversas partes del domicilio de la víctima Higinio, tales como las paredes de las escaleras del edificio, la cerradura de la puerta, así como también del suelo del baño del domicilio; los restos biológicos de saliva de una colilla encontrada en el cenicero de la cocina y de varios de los que se encontraban en el cenicero de color rojo localizado en la cama del fallecido; los restos de sangre hallados en la ropa del fallecido; así como en las manchas de sangre localizadas en las ropas del acusado Abel, tanto en su camiseta como en las zapatillas; se encontró un perfil genético que coincide con el perfil genético encontrado en la sangre indubitada del fallecido Higinio. 2.- Se encontró el perfil genético de Ruth, en en los restos de sangre recogida de una mancha localizada en el interruptor de la luz que se encuentra en la pared entre las dos habitaciones del domicilio, los restos biológicos recogidos de los bordes de dos vasos, así como también de los restos de saliva de alguno de los cigarrillos que se encontraban en el cenicero localizado sobre la cama de la víctima, y, en las ropas de Ruth. 3.- Así mismo, se concluye que se encontró el perfil genético coincidente con el del acusado Abel, en los restos localizados en los cigarrillos del cenicero que se encontraba en el salón de la vivienda, en la habitación del fallecido y en el de la cocina. 4.- Se encontró una mezcla de perfiles genéticos en las muestras de sangre localizadas en las zapatillas del acusado, compatible con la mezcla del perfil genético encontrado en la muestra indubitada del acusado y de Higinio. 5.- En la muestra de sangre de una mancha localizada en la parte superior de la puntera de la zapatilla del pie izquierdo del acusado, se encontró una mezcla de perfiles genéticos compatible con las del acusado y la víctima Ruth. 6.- Finalmente, se encontró una tercera mezcla de perfiles genéticos coincidente con la mezcla de perfiles genéticos de ambas víctimas, en los restos biológicos de los cigarrillos que se encontraban en los ceniceros de la habitación del fallecido y de la cocina. Las conclusiones de estos tres informes, por una parte, no hacen más que abundar y corroborar la autoría del acusado de los hechos que se le imputan, a tenor de los restos biológicos del mismo hallados en el domicilio de la víctima, así como los restos de sangre de las víctimas hallados en sus prendas de vestir (en su camiseta y en las zapatillas); por otra parte, permiten inferir razonablemente que uno de los cuchillos que fue empleado por el acusado para perpetrar los hechos fue el cuchillo de mango blanco con la imagen de una calavera, de 29 cm de largo siendo 16 cm de hoja, habida cuenta de los restos de sangre de la víctima Higinio hallados en el mismo, sin descartar el empleo del otro cuchillo, dado el hallazgo de restos de sangre correspondientes a tres perfiles genéticos distintos; y, finalmente, coadyuvan a desvirtuar las manifestaciones de carácter exculpatorio que fueron efectuadas por el acusado en el acto del juicio oral, por cuanto tienden a descartar la versión dada por el acusado en el plenario de que tanto la víctima, Higinio, como él mismo, habían estado bebiendo cerveza y tomando pastillas tranquilizantes, toda vez que el informe químico de las muestras obtenidas del cadáver de Higinio arroja un resultado negativo en alcohol y en lo que atañe a las sustancias estupefacientes arrojan un resultado positivo tan sólo en cocaína y no en otras sustancias estupefacientes como pudieran ser las benzodiazepinas, datos que han de ponderarse con la circunstancia de que en el lugar de los hechos no fueron hallados vestigios ni restos de benzodiacepinas, como tampoco fue localizado ningún barril de cerveza de la marca Heineken. El valor probatorio de dicho informe resulta patente si se tiene presente que amén de haber sido emitido por centros oficiales especializados, ha sido aceptado por todas las partes intervinientes, no habiendo sido impugnado en ningún momento en el curso de las actuaciones, y, no habiendo sido desvirtuado por ningún otro medio de prueba en contrario, habiendo renunciado por ello tanto el Ministerio Fiscal como la acusación particular, y, la defensa del acusado, a la ratificación de dicho informe en el plenario al no ser cuestionados sus resultados. En este sentido la sentencia del Tribunal Supremo, Sala 2ª, de fecha 31-1-2008, significa: " Pues bien la jurisprudencia de esta Sala (STS. 475/2006 de 2.5) tiene declarado que si la prueba pericial no ha sido expresamente impugnada por la defensa, en principio no necesita su ratificación en el acto del juicio oral. Por ejemplo la STS 31.1.2002 afirma que: "La doctrina de esta Sala, nos viene diciendo que los dictámenes y pericias emitidas por Organismos o Entidades oficiales, dada la imparcialidad, objetividad y competencia técnica de los miembros integrantes, ofrecen toda clase de garantías técnicas y de imparcialidad para atribuirles, "prima facie", validez plena SSTS 10.6.99, 23.2.2000, 28.6.2000, 18.1.2002)". Igualmente en el Pleno no jurisdiccional de esta Sala de 21.5.99, se acordó (punto 2º) la innecesariedad de ratificación del dictamen de los peritos integrados en organismos públicos, salvo que la parte a quien perjudique impugne el dictamen o interese su presencia para someterlos a contradicción en el plenario y lo hiciera en momento procesal oportuno,..., En el mismo sentido la STS. 16.4.2001 citando jurisprudencia anterior, afirma con carácter general que: "... como se expresa en sentencia de esta Sala 1642/2000 de 23.10, son numerosos, reiterados y concordes los precedentes jurisprudenciales de este Tribunal de casación que declaran la validez y eficacia de los informes científicos realizados por los especialistas de los Laboratorios Oficiales del Estado, que, caracterizados por las condiciones de funcionarios públicos, sin interés en el caso concreto, con altos niveles de especialización técnica y adscritos a organismos dotados de los costosos y sofisticados medios propios en las modernas técnicas de análisis, viene concediéndoseles unas notas de objetividad, imparcialidad e independencia que les otorga "prima facie" eficacia probatoria sin contradicción procesal, a no ser que las partes hubiesen manifestado su disconformidad con el resultado de la pericia o la competencia o imparcialidad de los peritos, es decir, que el Informe Pericial haya sido impugnado de uno u otro modo, en cuyo caso será preciso la comparecencia de los peritos al juicio oral para ratificar, aclarar o complementar su dictamen sometiéndose así la prueba a la contradicción de las partes, para que sólo entonces, el Tribunal pueda otorgar validez y eficacia a la misma y servirse de ella para formar su convicción. Pero cuando la parte acusada no expresa en su escrito de calificación provisional su oposición o discrepancia con el dictamen pericial practicado, ni solicita ampliación o aclaración alguna de ésta, debe entenderse que dicho informe oficial adquiere el carácter de prueba preconstituida, aceptada y consentida como tal de forma implícita SSTS 1.12.95, 15.1 y 6.6.96 entre otras muchas),..., Este criterio ha sido avalado por el Tribunal Constitucional (SS. 127/90, 24/91) al declarar la validez como elemento probatorio de los informes practicados en la fase previa al juicio, basados en conocimientos especializados y que aparezcan documentados en las actuaciones que permitan su valoración y contradicción, sin que sea necesaria la presencia de sus emisores, y ha sido seguido en multitud de sentencias de esta Sala que, al abordar el mismo problema suscitado ahora, ha dejado dicho que si bien la prueba pericial y cuasipericial en principio, como es norma general en toda clase de prueba, ha de ser practicada en el juicio oral, quedando así sometida a las garantías propias de la oralidad, publicidad, contradicción e inmediación que rigen tal acto, puede ocurrir que, practicada en trámite de instrucción, nadie propusiera al respecto prueba alguna para el acto del juicio, en cuyo caso, por estimarse que hubo una aceptación tácita, ha de reconocerse aptitud a esas diligencias periciales o "cuasi periciales" para ser valoradas como verdaderas pruebas, máxime si han sido realizadas por un órgano de carácter público u oficial SSTS 5.5, 30.11.95, 23.11 y 11.11.96)"... ". -Por último, otro dato de especial relevancia que permite dotar de crédito y verosimilitud a la versión de la víctima Ruth, y, que como se verá en el Fundamento Jurídico siguiente evidencia el ánimo de matar del acusado, viene representado por la constatación objetiva de lesiones tanto en la persona del fallecido Higinio como de la víctima superviviente Ruth, perfectamente compatibles con la narración de los hechos efectuada por esta última en el acto del juicio oral y en sus precedentes declaraciones sumariales y en un momento temporal eminentemente próximo a aquél en que tuvieron lugar los hechos, según se desprende tanto de la documentación médica relativa a la asistencia dispensada a Ruth tanto en el servicio de urgencias hospitalarias como en el decurso de la evolución de sus lesiones (folios 143 a 148, 150-151, 155-158, 175 a 184), como del informe médico forense confeccionado por los Médicos Forenses don Aureliano y don Gerardo, a la sazón obrante a los folios 250 a 281, como, así mismo, del informe médico forense de autopsia relativo al fallecido Higinio confeccionado por dichos médicos forenses, obrante a los folios 187 a 249, debiendo destacarse que ni dicha documentación médica ni dichos informes médico forenses han sido impugnados por ninguna de las partes intervinientes, así como que los mismos han sido incorporados al plenario a instancia de la acusación pública y la particular de conformidad con lo dispuesto en el artículo 726 LECRIM, amén de haber sido ratificados debidamente los informes médico forenses por los médicos forenses que los emitieron en el acto del Juicio Oral no habiendo sido desvirtuada dicha documentación médica por ningún medio de prueba en contrario. A este respecto, se ha de tener presente en relación a los partes de asistencia médica del servicio de urgencias, que en relación a los certificados médicos relativos a la asistencia dispensada a Ruth tanto en el servicio de urgencias hospitalarias como en el decurso de la evolución de sus lesiones y que no pierden por ello su propio carácter de prueba pericial, la sentencia del T.C. 24/1991, de 11 de febrero, les atribuye la naturaleza de prueba pericial documentada, pues, debido a la necesaria práctica de dichas pericias con anterioridad a la celebración del juicio, alcanzan a constituir pruebas preconstituidas que despliegan toda su validez si no son impugnadas por ninguna de las partes y son aportadas al acervo de diligencias, entendiendo que el único modo de desvirtuar la fuerza de convicción que las pruebas preconstituidas periciales puedan tener es interrogando al perito en el acto del juicio oral, lo que deberá ser reclamado por la parte que pretende impugnar el mismo. Así, la citada sentencia TC 24/1991, 11-2, pone de manifiesto en relación a dicha documentación médica que " ...Considerar como se hace en la demanda, que tal declaración de ciencia tiene el valor de atestado pugna con la propia naturaleza del certificado en cuestión que es una pericia técnica, que se adjunta al atestado ( arts. 284, 292, 293 L.E.Crim.). Tal pericia no pierde su propio carácter por el hecho de que se adjunte, incluya, mencione o relacione en un atestado. Sólo éste tiene consideración de denuncia, tal como estatuye el centenario art. 297, I, L.E.Crim. (así, desde STC 31/1981) (RTC 1981\31). El atestado, tal como cabe entender rectamente del citado precepto, se refiere a las manifestaciones que se contienen vertidas por los funcionarios de Policía Judicial en el curso de sus averiguaciones. Y un examen médico, es decir, una determinada pericia, no es averiguación alguna. Este Tribunal ya ha tenido ocasión de recordar la precedente distinción entre atestados y otros elementos que lo acompañan o complementan, en especial en relación a los tests de alcoholemia [por ejemplo, SSTC 100/1985 (RTC 1985\100), fundamento jurídico 1. º, o 147/1987 (RTC 1987\147), fundamento jurídico 2.º, entre otras]. Estas pericias practicadas, necesariamente con anterioridad a la celebración del juicio, e incluso con antelación al inicio del proceso latu sensu entendido constituyen pruebas preconstituidas que despliegan toda su validez si no son impugnadas por ninguna de las partes y son aportadas al acervo de diligencias.... En los presentes Autos resulta innegable la condición de prueba preconstituida que el certificado médico inicial y los posteriores forenses incorporan, dado que la determinación de las lesiones sufridas sólo pueden acreditarse en el momento de producirse y mientras éstas pueden ser observadas, es decir, mientras duran sus efectos o secuelas. El único modo de desvirtuar la fuerza de convicción que pruebas preconstituidas periciales puedan tener es interrogar al Perito en el acto del juicio oral, para lo cual deberá ser reclamado por la parte que pretende o ratificar su dictamen o como podía haber sido aquí el caso, impugnar el mismo. No haber puesto en duda la corrección científica del citado certificado lleva aparejado como consecuencia que, en tanto que prueba documentada, que no documental, el órgano judicial, tal como estatuye el art. 726 L.E.Crim., haya examinado «por sí mismo los libros, documentos, papeles y demás piezas de convicción que puedan contribuir al esclarecimiento de los hechos o a la más segura investigación de la verdad». No ha de olvidarse que este precepto encabeza la regulación de la prueba documental y de la inspección ocular y que, por tanto, de no efectuarse tacha alguna sobre los citados elementos, el Tribunal dispone libremente de ellos y puede formarse su pertinente convicción legítimamente... ". En la línea expuesta, la sentencia del T.S., de fecha 24-6-1991, viene a declarar que cuando se trata de informes periciales o cuasi periciales sobre circunstancias de hecho fundamentales en la causa penal concreta que se tramite, practicados durante el sumario o diligencias previas, máxime cuando son realizadas por organismos oficiales o por funcionarios públicos especializados al respecto, y ninguna de las partes propone prueba alguna sobre ese extremo, lo que motiva que en el acto del juicio oral nada se practique sobre el particular, ha de entenderse que hay una aceptación tácita por todas las partes sobre la mencionada pericia, y ello permite que el Juzgado o Tribunal en la instancia pueda considerar como probado el hecho al que se refieren esas diligencias realizadas durante la fase de instancia, señalando la sentencia del T.S., de fecha 11-3-1991, el que "... no es conforme con la buena fe procesal impugnar en casación aquello que tácitamente admitido en la instancia, pues la parte pudo proponer prueba sobre dicho extremo, y si pudo hacerlo y no lo hizo es porque aceptaba su realidad como hecho no discutido ". En desarrollo de esta cuestión, la STS de fecha 25.5.2010, pone de manifiesto "... En efecto es doctrina de esta Sala -por ejemplo SSTS. 1601/2005 de 22.12, 1058/2006 de 2.11, entre otras muchas, que si la prueba pericial procedente de la actividad de los Laboratorios Oficiales del Estado no ha sido expresamente impugnada por la defensa, en principio no necesita su ratificación en el acto del juicio oral. En otros términos le posibilita la consideración como prueba pericial preconstituida en los dictámenes periciales emitidos por Gabinetes y Laboratorios Oficiales, debidamente documentados, siempre que sus conclusiones no sean impugnadas por las partes del enjuiciamiento, en cuyo caso la eficacia probatoria de los dictámenes requiere la contradicción de toda actividad probatoria ( SSTS. 151/2000 de 7.3, 625/2001 de 16.4, 1293/2003 de 7.10, 990/2004 de 25.9). Por ejemplo la STS. 31.1.2002afirma que: "la doctrina de esta Sala nos viene diciendo que los dictámenes y pericias emitidos por Organismos o Entidades Oficiales, dada la imparcialidad, objetividad y competencia técnica de sus miembros integrantes, ofrecen toda clase de garantías técnicas y de imparcialidad, para atribuirles "prima facie" validez plena", siempre que, además de su documentación en el procedimiento con cabal conocimiento de las partes, éstas no lo impugnen en sus escritos de conclusiones, mientras que en caso contrario han de ser sometidos a contradicción en el juicio oral como requisito para su eficacia probatoria. Y es que tales dictámenes no están exentos de la posibilidad de error, por lo que la parte, instruida de su contenido convenientemente, tiene reservada la posibilidad de someter dicho informe a debate contradictorio mediante cita de los peritos al juicio oral o articular contraprueba en su escrito de calificación provisional y si no lo hace debe entenderse que acepta su contenido, siendo entonces medio idóneo para formar la convicción judicial ( STS. 1007/2007 de 23.11). Por tanto, nada impide -decíamos en la STS. 56/2009 de 3.2-, que la defensa pueda proponer la práctica de cuantas pruebas considere procedentes a la defensa de sus tesis, orientadas a completar, a precisar o a contradecir los resultados de tales análisis, especialmente en los casos de mayor complejidad o que presenten características extraordinarias, aunque su admisión quede condicionada a las reglas generales de pertinencia y necesidad. Tampoco impide que la defensa censure a través de sus argumentaciones y planteamientos determinados aspectos del análisis que pudieran ser considerados por el Tribunal en el momento de valorar las pruebas disponibles. En la sentencia 647/2006 de 16.6, se declara que el casuismo que la realidad ofrece nos permite verificar tres supuestos: a) que la impugnación se produzca en el trámite de conclusiones definitivas, de forma oral y sorpresiva, o incluso en el cauce de un recurso de casación. En tal caso ha de estarse por la aceptación tácita del resultado de la pericia así cuestionado, ya que la impugnación resulta totalmente extemporánea, pudiendo valorar la Sala sentenciadora dicho informe, máxime si se trata de dictámenes efectuados por organismos oficiales. En tal sentido, pueden citarse las SSTS de 5 de junio de 2000, nº 996/2000 de 30 de mayo, 1101/2000 de 23 de junio y 1297/2000. b) un segundo supuesto, sólo en parte diferente al anterior, se producirá cuando durante toda la instrucción del sumario se mantiene un silencio respecto al contenido de la pericia de la que se ha tenido conocimiento y luego en el trámite de conclusiones provisionales se efectúa una genérica impugnación. En tal caso, en una interpretación del acuerdo del Pleno no jurisdiccional de esta Sala de 25.5.2005, se ha estimado que tal impugnación formal del informe emitido por un organismo oficial no se puede sic et simpliciter privarle de validez ni eliminar su fuerza probatoria, aunque no haya comparecido al plenario su autor para ratificarlo. En tal sentido se pueden citar las SSTS nº 652/2001 de 16 de abril y 1521/2000 de 3 de octubre. c) el tercer supuesto tendría lugar cuando en fase de instrucción se produce la impugnación con o sin petición de nuevo examen, y tal impugnación se reproduce en el trámite de conclusiones provisionales, pero argumentando con un mínimo de consistencia los extremos de tal disidencia, en cuyo caso devendría en necesaria la ratificación del informe en el plenario con la presencia del perito. Pero como hemos precisado en STS. 1271/2006 de 19.12, para que la impugnación no se convierta en una mera exigencia formal de ratificación de estos informes -carente de fundamento-, o que incluso llegue a constituir un manifiesto abuso de derecho o un fraude procesal (v. art. 11 LOPJ), la jurisprudencia viene exigiendo que la parte que impugne el informe pericial precise oportunamente -de conformidad con los principios de la lealtad y buena fe procesales- los extremos y las razones de su impugnación, interpretación ésta asentada en la jurisprudencia tras la entrada en vigor de la Ley 38/2002 de 24.10, añadiendo un segundo párrafo el art. 788.2LECrim. y el Pleno no jurisdiccional de 25.5.2005( SSTS. 1115/2006 de 8.11, 1601/2005 de 22.12)... ". En el caso de autos se dispone de los correspondientes partes médicos facultativos confeccionados por galenos en su mayor parte adscritos a un organismo público como lo es el Servicio Canario de Salud, cuya profesionalidad y capacitación, objetividad e imparcialidad, en todo caso, no ha sido cuestionada en momento alguno por ninguna de las partes intervinientes, no habiendo sido impugnados dichos partes médicos facultativos en momento alguna por la defensa del acusado, quien tampoco ha interesado la declaración de los facultativos autores de los mismos en el acto del Juicio Oral, por lo que dicha prueba pericial documentada adquiere plena eficacia probatoria. Junto a dicha documentación médica se dispone, como queda dicho, del informe médico forense confeccionado por los Médicos Forenses don Aureliano y don Gerardo, a la sazón obrante a los folios 250 a 281, como, así mismo, del informe médico forense de autopsia relativo al fallecido Higinio confeccionado por dichos médicos forenses, obrante a los folios 187 a 249, ratificados debidamente por los médicos forenses que los emitieron en el acto del Juicio Oral no habiendo sido desvirtuada dicha prueba pericial médica por ningún medio de prueba en contrario. En dicho informe, por lo demás, además de constatar lesiones tanto en el fallecido como en Ruth perfectamente compatibles en características, intensidad y tiempo de producción con la narración de los hechos efectuada por la testigo y en un momento temporal eminentemente próximo a aquél en que tuvieron lugar los hechos, se concreta, así mismo, en lo que atañe a Ruth, el alcance y entidad de las lesiones padecidas por la misma. En este sentido, debe tenerse presente que la pericial médico-forense obrante en las actuaciones ha sido emitida por el organismo público competente (forenses pertenecientes a la Clínica Médico Forense) y no ha sido cuestionado en ningún momento ni su resultado ni la neutralidad y competencia de los profesionales que los han emitido y, además, han sido debidamente ratificados y aclarados por los Médicos Forenses autores de los mismos en el plenario, por lo que resulta incuestionable que tales dictámenes adquieren valor de prueba de cargo, debiendo asumirse sus conclusiones en atención a la credibilidad que merecen teniendo en cuenta el contenido de los mismos, el hecho de haber sido emitidos por sendos médicos forenses, a quienes, obviamente, ninguna razón hay para considerar parciales, el no haber sido desvirtuados por ninguna otra prueba en contrario, y, finalmente, por corresponderse con los informes médicos del servicio de urgencias hospitalarias que objetivaron las lesiones al poco de haber tenido lugar los hechos, los informes médicos de evolución de la lesionada, y, en lo que respecta al fallecido Higinio, con los datos objetivos dimanantes de las actas de inspección ocular y levantamiento de cadáver. En consecuencia, por un lado, tanto por los informes médicos de la lesionada como por el Médico Forense, la realidad, entidad y tratamiento de las lesiones de la víctima están plenamente probadas, y, por otro lado, el extenso, exhaustivo y minucioso informe de autopsia médico forense permite constatar las lesiones sufridas por el fallecido y las causas de su muerte. Finalmente, a la consistencia de la prueba de cargo relacionada se ha de añadir la inconsistencia e inverosimilitud de la versión del acusado en relación a la concreta forma en que se desarrollaron los hechos demostrándose inveraz y falsa por contradictoria con el desarrollo de los acontecimientos y además por repeler lo creíble según las enseñanzas de la común experiencia (SSTS 22 de abril y 22 de junio de 1988, 19 de enero y 10 de marzo de 1989). En efecto, la versión dada por el procesado en el plenario en orden a su posible afectación a causa del consumo de drogas y alcohol, ha sido contundentemente desvirtuada por los restantes medios de prueba pracitados en el plenario. En este sentido, no se puede pasar por alto que a pesar de haber asegurado el acusado que el día de autos permaneció junto con Higinio un largo rato consumiendo pastillas de tranquimazín y cerveza de un barril de la marca Heineken, sin embargo, así como se hallaron en el interior de la vivienda de la víctima numerosos cigarrillos dispersos en tres ceniceros distintos (salón, cocina y habitación de la víctima), no fue localizado en la vivienda vestigio alguno de benzodiacepinas ni del barril de cerveza que el procesado asevera haber consumido, siendo así, además, que a tenor del informe químico de las muestras obtenidas del cadáver de la víctima, éste arrojó un resultado negativo a alcohol y un resultado positivo tan solo a cocaína, circunstancias ambas (ausencia de vestigios de un consumo prolongado de alcohol y de benzodiacepinas, y, resultados del informe químico) que tienden a desvirtuar la versión dada por el acusado en el plenario en el sentido de haber estado ambos consumiendo desmedidamente dichas sustancias. Por otra parte, se ha de resaltar la circunstancia de que los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Policía Local de Puerto de Rosario que acudieron al domicilio del acusado en el momento de la detención convergieron todos ellos de forma conteste y contundente en el dato de que el procesado se encontraba a su juicio perfectamente lúcido y normal, no pudiendo obviarse que el parte del centro de salud en el que fue asistido tras la detención se limita a consignar los datos proporcionados por el propio acusado, y que el informe de alta de urgencias constata la realización de la analítica y da el alta al procesado por no presentar patología clínica. Finalmente, se ha de tener presente que las sustancias ingeridas por el procesado son todas ellas de naturaleza psico-drepresora, que de ordinario actúan sobre el sistema nervioso central con efectos sedantes, tranquilizantes y relajantes, habiendo puesto de manifiesto en tal sentido los Médicos Forenses en el acto del Juicio Oral que la combinación de dichas sustancias, principalmente, de las benzodiacepinas con el alcohol, no hace más que potenciar los efectos depresores del sistema nervioso central, sus efectos tranquilizantes, determinando un comportamiento presidido por movimientos torpes, tambaleantes y una mayor somnolencia, comportamiento que en nada se compadece con la virulencia, ímpetu, intensidad y fuerza con la que el acusado perpetró la agresión contra ambas víctimas, agresión que, por lo demás, ejecutó tras tomar ciertas precauciones reveladoras de su previa ideación y premeditación incompatible con un estado de intoxicación etílica o tóxica por sustancias estupefacientes, como el haber acudido al domicilio de la víctima en una franja horaria en que sabía que no estaría su padre en la vivienda, el juego propuesto para privarle de la aptitud de defenderse ante la agresión proyectada, el perfecto conocimiento que el acusado tenía de la afición de la víctima por las armas blancas y de la existencia de varias en su habitación, o, finalmente, el haber tomado la precaución de cerrar las cortinas de la habitación antes de ejecutar la agresión. Así, hay que recordar que es conocida la guía valorativa y de razonamiento ofrecida por la doctrina jurisprudencial cuando en referencia a la coartada fallida (entre otras, SSTS de 22 de junio de 1988, 19 de enero, 10 y 29 de marzo y 9 y 27 de junio de 1989, 8 de julio de 1991, 19 de febrero de 1993, 11 de marzo de 1994, etc.) señala que nunca será "irrelevante o intrascendente" (vid. STS 14 de octubre y 20 de diciembre de 1986 y 7 de febrero de 1987), entendiendo que si bien el acusado en modo alguno ha de soportar la intolerable carga de probar su inocencia, sí puede no obstante padecer las negativas consecuencias de que se demuestre la inveracidad o falsedad de sus alegatos exculpatorios, ya que, tal evento, "acaso sirva para corroborar ciertos indicios de culpabilidad" (STS 22 de julio de 1987), en el caso de autos para corroborar las contundentes manifestaciones de la víctima y de los agentes policiales, así como los datos objetivos incriminatorios dimanantes de la prueba documental y pericial que se acaba de relacionar. En este sentido, la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, sección 27ª, de fecha 3 de abril de 2008, nos recuerda: "...Pues bien, esta declaración del acusado constituye un elemento o indicio más que refuerza la convicción, tal como se indica en la sentencia impugnada, siendo de aplicación la jurisprudencia ( SSTS 9.6.99, 17.11.2000) que precisa que si el acusado, que carece de la carga probatoria, introduce defensivamente un dato en el proceso y tal dato se revela falso, su simple resultado negativo no puede ser representado irrelevante o intranscendente, ya que indudablemente la convicción judicial sobre la culpabilidad del reo se verá corroborado con tal importante dato... La STS 5.6.92 es particularmente explícita al señalar que los contraindicios pueden cobrar singular relieve si se demuestran falsos o inexistentes, insistiendo en que la versión que de los hechos proporciona el acusado cuando se enfrenta con determinados indicios suficientemente acreditativos y significativos habría de ser examinada cuidadosamente, toda vez que explicaciones no convincentes o contradictorias, aunque, por si solas no son suficientes para declarar culpable a quien las profesa, si pueden ser un dato más a tener en cuenta en la indagación rigurosa de los hechos ocurridos y personas que en ellos han intervenido...Es decir que la manifiesta inverosimilitud de las manifestaciones exculpatorias del acusado, no implica invertir la carga de la prueba, ni vulnera el principio "nemo tenetur", cuando existan otros indicios relevantes de cargo que, por si mismos, permitan deducir racionalmente su intervención en los hechos. En estos casos se trata únicamente de constatar que existiendo prueba directa de los elementos objetivos del tipo delictivo y una prueba indiciaria constitucionalmente valida, suficiente y concurrente, acerca de la participación en el hecho del acusado, como ya hemos analizado en este caso, a dicha prueba no se le contrapone una explicación racional y mínimamente verosímil, sino que por el contrario las manifestaciones del acusado por su total ausencia de explicación alternativa plausible refuerzan la convicción racionalmente deducida de la prueba practicada... Así se pronuncia la STS 15.3.2002 "es cierto que no recae sobre el acusado la carga de probar su inocencia, pero cuando existen pruebas de cargo serias de la realización de un acto delictivo ... la ausencia de una explicación alternativa por parte del acusado, explicación "reclamada" por la prueba de cargo y que solamente éste se encuentra en condiciones de proporcionar, puede permitir obtener la conclusión por un simple razonamiento de sentido común, de que no existe explicación alternativa alguna ...". En suma, este conjunto probatorio se erige en prueba de cargo suficiente capaz de destruir el principio de presunción de inocencia, permitiendo tener por plenamente acreditados los hechos motivadores de la acusación, en los términos recogidos en el relato de hechos probados, y la intervención y participación en ellos del acusado, y en tal sentido dice la STS de 12 de Diciembre de 2002: " Las reglas básicas, y consolidadas jurisprudencialmente por su reiteración, para analizar el ámbito y operabilidad del derecho a la presunción de inocencia pueden resumirse de acuerdo con múltiples pronunciamientos de esta Sala, como las Sentencias de 4 de octubre de 1996 y 26 de junio de 1998 entre otras, en el sentido de que para poder apreciar en el proceso penal una vulneración del derecho fundamental a la presunción de inocencia se requiere que en la causa exista un vacío probatorio sobre los hechos que sean objeto del proceso o sobre alguno de los elementos esenciales de los delitos enjuiciados, pese a lo cual se dicta una sentencia condenatoria. Si, por el contrario, se ha practicado en relación con tales hechos o elementos, actividad probatoria revestida de los requisitos propios de la prueba de cargo, con sometimiento a los principios procesales de oralidad, contradicción e inmediación, no puede estimarse la violación constitucional basada en la presunción de inocencia, pues las pruebas así obtenidas son aptas para destruir dicha presunción, quedando sometidas a la libre y razonada valoración del Tribunal de instancia, a quien por ministerio de la Ley corresponde con exclusividad dicha función ( artículo 741 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y 117.3 de la Constitución Española) ". TERCERO.- Calificación jurídica de los hechos . Los hechos declarados probados son constitutivos de un delito de asesinato previsto y penado en el art.139.1º del Código Penal, en relación a Higinio, y, de un delito de asesinato en grado de tentativa previsto y penado en los artículo 139.1º y 16 del Código Penal, respecto de Ruth, de los que resulta criminalmente responsable en concepto de autor el acusado Abel por haber ejecutado tales hechos material, directa y voluntariamente, no siendo acogibles, por ende, las calificaciones alternativas de homicidio y lesiones propuestas por la defensa del acusado. Así, establece el artículo 139 del Código Penal que "S erá castigado con la pena de prisión de quince a veinte años, como reo de asesinato, el que matare a otro concurriendo alguna de las circunstancias siguientes: 1. ª Con alevosía.2.ªPor precio, recompensa o promesa. 3.ªCon ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido . ". El hecho básico es la acción de matar a otra persona, precisando por tanto la concurrencia de los siguientes elementos: a) Una conducta del sujeto activo del delito que haya dirigido a privar de la vida a otra persona. b) Un resultado de muerte del sujeto pasivo de la acción. c) Una relación de causalidad entre acción y resultado, y, d) Ánimo de matar en el sujeto activo -o "animus necandi"-que concurre tanto en el supuesto de dolo directo como eventual. I.-Ánimo de matar . Señala al respecto la STS de fecha 19 de octubre de 2006 que "... los juicios de valor sobre intenciones y los elementos subjetivos del delito pertenecen a la esfera del sujeto, y salvo confesión del acusado en tal sentido ( STS. 22.5.2001), solo pueden ser perceptibles mediante juicio inductivo a partir de datos objetivos y materiales probados... En efecto esta Sala considera juicios de inferencia las proposiciones en que se afirma o eventualmente se niega, la concurrencia de un hecho subjetivo, es decir de un hecho de conciencia que, por su propia naturaleza no es perceptible u observable de manera inmediata o directa -en este caso el ánimo homicida. (...) la determinación del ánimo homicida constituye uno de los problemas mas clásicos del derecho penal, habiendo elaborado esta Sala una serie de criterios complementarios, no excluyentes para en cada caso, en un juicio individualizado riguroso, se puede estimar concurrente o por el contrario, "el animus laedendi o vulnerandi", en una labor inductiva, pues se trata de que el Tribunal pueda recrear, ex post facti, la intención que albergara el agente hacia la víctima, juicio de intenciones que por su propia naturaleza subjetiva solo puede alcanzarlo por vía indirecta, a través de una inferencia inductiva que debe estar suficientemente razonada. En efecto debemos recordar que en este sentido el elemento subjetivo de la voluntad del agente, substrato espiritual de la culpabilidad, ha de jugar un papel decisivo al respecto llevando a la estimación, como factor primordial, del elemento psicológico por encima del meramente fáctico, deducido naturalmente, de una serie de datos empíricos, muchos de ellos de raigambre material o física, de los que habría que descubrir el animo del culpable y ello a pesar de su relatividad y de advertencia de las dificultades derivadas de la circunstancia de la igualdad objetiva y equivalencia del bien jurídico vulnerado en las lesiones consumadas y el homicidio que no transcendió en su ejecución de la forma imperfecta. Las hipótesis de disociación entre el elemento culpabilístico y el resultado objetivamente producido, dolo de matar, por un lado, y mera originación de lesiones, por otro, ha de resolverse llegando a la determinación de si realmente hubo dolo de matar, dolo definido en alguna de sus formas, aún el meramente eventual -que surge cuando el sujeto activo se representa como probable la eventualidad en que la acción produzca la muerte del sujeto pasivo, aunque este resultado no sea el deseado, a pesar de lo cual persiste en dicha acción que obra como causa del resultado producido-, o la intención del individuo no fue mas lejos del "animus laedendi o vulnerandi", sin representación de eventuales consecuencias letales. El delito de homicidio exige en el agente conciencia del alcance de sus actos, voluntad en su acción dirigida hacia la meta propuesta de acabar con la vida de una persona, dolo de matar que, por pertenecer a la esfera intima del sujeto, solo puede inferirse atendiendo a los elementos del mundo sensible circundante a la realización del hecho y que según reiterada jurisprudencia ( ss. 4.5.94, 29.11.95, 23.3.99, 11.11.2002, 3.10.2003, 21.11.2003, 9.2.2004, 11.3.2004), podemos señalar como criterios de inferencia: 1) Las relaciones que ligan al autor y la víctima, "también están las circunstancias personales de toda índole, familiares, económicas, profesionales, sentimientos y pasionales" ( sTS. 17.1.94). 2) La personalidad del agresor, "decidida personalidad del agente y el agredido" ( sTS. 12.3.87). 3) Las actitudes o incidencias observadas o acaecidas en momentos procedentes al hecho, si mediaron actos provocativos, palabras insultantes, amenazas de males y repetición en su pronunciamiento. 4) Manifestaciones de los intervinientes durante la contienda, "palabras que acompañaron a la agresión ( sTS. 3.12.90) y del agente causante tras la perpetración de la acción criminal. 5) Dimensiones y características del arma empleada y su idoneidad para matar o lesionar, "medios e instrumentos empleados en la agresión" ( sTS. 21.2.87). 6) Lugar o zona del cuerpo hacia donde se dirigió la acción ofensiva, con apreciación de su vulnerabilidad y de su carácter más o menos letal, "las modalidades de ataque, el ímpetu del mismo y las regiones contra las que se dirige, no todas ellas ostentan la misma fuerza de convicción, y así la naturaleza del arma y la zona anatómica sobre la que se ejercita la acción tienen al igual que la potencialidad del resultado letal un valor de primer grado" ( sTS. 13.2.93). Pero si bien la mayoría de la jurisprudencia esta circunstancia de las zonas de las heridas coinciden en considerarlo el argumento más concluyente del ánimo que mueve al agresor, "las zonas sobre las que se produce la incisión ponían en riesgo la vida de la víctima y revelaban un ímpetu homicida más allá del simple propósito de causar lesiones" ( sTS. 9.6.93) no son extrañas otras de signo contrario, "el hecho de que las heridas fuesen susceptibles de causar la muerte no quiere decir que nos encontramos ante un inequívoco e indiscutible "animo de matar" ( ss. 13.6.92 y 30.11.93). g) Insistencia y reiteración de los actos atacantes, "duración, número y violencia de los golpes" ( ss. 6.11.92, 13.2.93), continuación del acometimiento hasta la propia vía pública ( s. 28.3.95); pero que es matizado por la misma jurisprudencia en el sentido de poderse inferir la existencia de ánimo de matar en el caso de herida poco profunda, pero como recuerdan las ss. 14.7.88 y 30.6.94, cuando el autor realiza un comportamiento que por si mismo es idóneo para producir el resultado, no cabe sino delito de homicidio frustrado. h) Conducta posterior observada por el infractor, ya procurando atender a la víctima, ya desatendiéndose del alcance de sus actos, alejándose del lugar, persuadido de la gravedad y transcendencia de los mismos ( s. 4.6.92). Estos criterios que "ad exemplum" se describen no constituyen un sistema cerrado o "numerus clausus", sino que se ponderan entre si para evitar los riesgos del automatismo y a su vez, se contrastan con menos elementos que puedan ayudar a informar un sólido juicio de valor, como garantía de una más segura inducción del elemento subjetivo. Esto es, cada uno de tales criterios de inferencia no presentan carácter excluyente sino complementario en orden a determinar el conocimiento de la actitud psicológica del infractor y de la auténtica voluntad impetuosa de sus actos. ..". En igual sentido, la STS de fecha 2 de abril de 2009, que "... Sobre este particular una reiterada jurisprudencia, por todas STS 1199/2006 de 11 de diciembre, ha destacado que el cuestionamiento de la concurrencia del ánimo que guía la conducta del acusado en la realización de los hechos es un hecho de carácter subjetivo que pertenece al ámbito interno de la conciencia del sujeto, el cual generalmente solo pueden acreditarse a través de una inferencia realizada por el tribunal sobre la base de aspectos objetivos previamente acreditados ( STS. 1228/2005 de 24.10). Por ello el elemento subjetivo de la voluntad del agente, substrato espiritual de la culpabilidad, ha de jugar un papel decisivo al respecto llevando a la estimación, como factor primordial, del elemento psicológico por encima del meramente fáctico, deducido naturalmente, de una serie de datos empíricos, muchos de ellos de raigambre material o física, de los que habría que descubrir el ánimo del culpable y ello a pesar de su relatividad y de advertencia de las dificultades derivadas de la circunstancia de la igualdad objetiva y equivalencia del bien jurídico vulnerado en las lesiones consumadas y el homicidio imperfecto en su consecución. Las hipótesis de disociación entre el elemento culpabilístico y el resultado objetivamente producido, dolo de matar, por un lado, y mera originación de lesiones, por otro, ha de resolverse llegando a la determinación de si realmente hubo dolo de matar, dolo definido en alguna de sus formas, aún el meramente eventual -que surge cuando el sujeto activo se representa como probable la eventualidad en que la acción produzca la muerte del sujeto pasivo, aunque este resultado no sea el deseado-; o la intención del individuo no fué mas lejos del "animus laedendi o vulnerandi", sin representación de eventuales consecuencias letales. El delito de homicidio exige en el agente conciencia del alcance de sus actos, voluntad en su acción dirigida hacia la meta propuesta de acabar con la vida de una persona, dolo de matar que, por pertenecer a la esfera íntima del sujeto, solo puede inferirse atendiendo a los elementos del mundo sensible circundante a la realización del hecho y que según reiterada jurisprudencia ( ss. 4.5.94, 29.11.95, 23.3.99, 11.11.2002, 3.10.2003, 21.11.2003, 9.2.2004, 11.3.2004), podemos señalar como criterios de inferencia: 1) Las relaciones que ligan al autor y la víctima, "también están las circunstancias personales de toda índole, familiares, económicas, profesionales, sentimientos y pasionales" ( STS. 17.1.94). 2) La personalidad del agresor, "decidida personalidad del agente y el agredido" ( STS. 12.3.87).3) Las actitudes o incidencias observadas o acaecidas en momentos procedentes al hecho, si mediaron actos provocativos, palabras insultantes, amenazas de males y repetición en su pronunciamiento.4) Manifestaciones de los intervinientes durante la contienda, "palabras que acompañaron a la agresión ( STS. 3.12.90) y del agente causante tras la perpetración de la acción criminal. 5) Dimensiones y características del arma empleada y su idoneidad para matar o lesionar, "medios e instrumentos empleados en la agresión" ( STS. 21.2.87).6) Lugar o zona del cuerpo hacia donde se dirigió la acción ofensiva, con apreciación de su vulnerabilidad y de su carácter más o menos letal, "las modalidades de ataque, el ímpetu del mismo y las regiones contra las que se dirige, no todas ellas ostentan la misma fuerza de convicción, y así la naturaleza del arma y la zona anatómica sobre la que se ejercita la acción tienen al igual que la potencialidad del resultado letal un valor de primer grado" ( STS. 13.2.93). Pero si bien la mayoría de la jurisprudencia esta circunstancia de las zonas de las heridas coinciden en considerado el argumento más concluyente del animo que mueve al agresor, "las zonas sobre las que se produce la incisión ponían en riesgo la vida de la víctima y revelaban un ímpetu homicida más allá del simple propósito de causar lesiones" ( STS. 9.6.93) no son extrañas otras de signo contrario, "el hecho de que las heridas fuesen susceptibles de causar la muerte no quiere decir que nos encontramos ante un inequívoco e indiscutible "animo de matar" ( SS. 13.6.92 y 30.11.93). 7) Insistencia y reiteración de los actos atacantes, "duración, número y violencia de los golpes" ( SS. 6.11.92, 13.2.93), continuación del acometimiento hasta la propia vía pública (S. 28.3.95); pero que es matizado por la misma jurisprudencia en el sentido de poderse inferir la existencia de ánimo de matar en el caso de herida poco profunda, pero como recuerdan las SS. 14.7.88 y 30.6.94, cuando el autor realiza un comportamiento que por si mismo es idóneo para producir el resultado, no cabe sino delito de homicidio frustrado.8) Conducta posterior observada por el infractor, ya procurando atender a la víctima, ya desatendiéndose del alcance de sus actos, alejándose del lugar, persuadido de la gravedad y transcendencia de los mismos (S. 4.6.92). Estos criterios que "ad exemplum" se describen no constituyen un sistema cerrado o "numerus clausus", sino que se ponderan entre si para evitar los riesgos del automatismo y a su vez, se contrastan con otros elementos que puedan ayudar a informar un sólido juicio de valor, como garantía de una más segura deducción del elemento subjetivo. Esto es, cada uno de tales criterios de inferencia no presentan carácter excluyente sino complementario en orden a determinar el conocimiento de la actitud psicológica del infractor y de la auténtica voluntad de sus actos ...". « La jurisprudencia de esta Sala viene sosteniendo invariablemente que el tipo subjetivo, es decir la existencia de una voluntad de matar se infiere de la dirección dada por el autor al golpe dirigido contra la víctima. De esta manera, cuando el autor dirigió el golpe con un arma a una parte del cuerpo, que de haber tenido éxito el ataque, podría haber producido la muerte, se considera acreditado que obró con el dolo propio del delito de homicidio. La Defensa argumenta sin tener en cuenta que lo decisivo es la dirección del golpe, no el éxito del golpe. El éxito es evidentemente necesario para la consumación, pero irrelevante para la tentativa, por la que ha sido condenado el recurrente. Tampoco tiene en cuenta la Defensa que carece de relevancia que el recurrente no haya empleado la fuerza necesaria para producir la muerte. La causa por la que una acción que comenzó la ejecución del delito no ha logrado la consumación no es tampoco relevante para la calificación del hecho como tentativa. Toda tentativa es consecuencia de una acción incapaz de lograr el propósito del autor. En consecuencia, la herida producida en la cara ha sido causada por un golpe dirigido a una zona donde hubiera sido peligrosa para la vida de la víctima, dada la cercanía del cuello. Lo mismo ocurre con la herida dirigida 2ª-25/05/2009-1717/2008-EDJ2009/150942-; al hemitorax y » (STS STS 2ª-27/04/2009-11603/2008-EDJ2009/82810 -). "... Los datos o indicios que normalmente, según la doctrina de esta Sala, -evidenciarían el "animus necandi"-, son entre otros: a) La clase, dimensiones y características del arma empleada y su idoneidad para matar o lesionar. b) Lugar o zona del cuerpo al que se dirige la acción ofensiva, con apreciación de su vulnerabilidad y su carácter más o menos vital, teniendo en cuenta la violencia del golpe. c) Conducta posterior observada por el infractor, ya procurando atender a la víctima, ya desentendiéndose del alcance de sus actos y alejándose del lugar en clara actitud de huída. d) Relaciones del autor y la víctima. e) Condiciones de espacio, lugar y tiempo, etc. Los datos de mayor relevancia para la apreciación del "animus necandi" son el arma empleada, la zona del cuerpo afectada y la naturaleza o intensidad de los golpes ..." (STS de fecha 14 de noviembre de 2012). El ATS de fecha 17 de enero de 2013, reitera que "... La jurisprudencia de esta Sala ha entendido que, para afirmar la existencia del ánimo de matar propio del delito de homicidio o de asesinato, deben tenerse en cuenta los datos existentes acerca de las relaciones previas entre agresor y agredido; del comportamiento del autor antes, durante y después de la agresión, lo que comprende las frases amenazantes, las expresiones proferidas, la prestación de ayuda a la víctima y cualquier otro dato relevante; del arma o de los instrumentos empleados; de la zona del cuerpo a la que se dirige el ataque; de la intensidad del golpe o golpes en que consiste la agresión, así como de las demás características de ésta; de la repetición o reiteración de los golpes; de la forma en que finaliza la secuencia agresiva; y, en general de cualquier otro dato que pueda resultar de interés en función de las peculiaridades del caso concreto. Si el análisis de estos datos y de los demás concurrentes permiten afirmar que el autor actuó con conciencia del riesgo que creaba para la vida de la víctima, y a pesar de ello ejecutó su acción, la conclusión correcta es que estamos ante un delito de homicidio. ( SSTS 13-02-2002 y 16-5-04). C) La cuestión suscitada gira en torno a la corrección o no del juicio de inferencia alcanzado por el Tribunal de instancia, respecto a la concurrencia que se declara del "animus necandi". En el caso los datos objetivos tenidos en cuenta por el Tribunal a quo para concluir el ánimo de matar y no simplemente el de herir, son suficientes para razonablemente afirmar que su intención era efectivamente la de acabar con la vida de Adelaida: utiliza una navaja de 15 centímetros de hoja, apta sin duda para causar heridas mortales; elige una zona vital como lo es el hemitorax; el golpe es intenso como lo demuestra la profundidad de la herida al penetrar en la cavidad torácica, produciendo el seccionado de la arteria mamaria y perforando también el pericardio, habiendo quedado la herida a tan solo un centímetro del corazón; causó un hemotorax a la víctima y un sangrado masivo que hubieran determinado su muerte de no recibir asistencia médica y quirúrgica de urgencia; el acusado había amenazado con matar a la víctima al no acceder a casarse con él; el día de la agresión le dijo "este es tu fin", conforme manifestó la madre de Adelaida y ésta misma. Con todos esos datos queda patentizado un irrefutable "animus necandi", pues no puede pretenderse que el despliegue de una conducta de tal entidad, como la llevada a cabo por el acusado, pueda excluir como resultado la muerte de la agredida. Muy al contrario, las características y condiciones de la acción agresora permitían augurar, con alto grado de probabilidad, el resultado letal, lo que no impidió llevar a término la acción emprendida con aceptación de sus consecuencias. La intención homicida, por tanto, es imputable a título de dolo, pues aunque el recurrente diga que su voluntad era simplemente la de herir, es claro que teniendo en cuenta el instrumento, modo y lugar de efectuar la agresión, que según los dictámenes periciales, eran aptos para producir la muerte, ese resultado mortal fue eventualmente esperado, asumido y aceptado por su autor. ..". Significando la STS de fecha 29 de abril de 2013, que "... Como hemos dicho ( Sentencia de 28 de febrero de 2005), cuando se realiza un ataque con arma blanca de una persona contra otra ( STS 1281/2004, de 10 de noviembre), son tres los elementos de los que cabe inferir esta voluntad de matar: 1º. La clase de arma (blanca) utilizada en el ataque. El mismo concepto de arma blanca (navaja, cuchillo, puñal, espada u otros objetos con alguna clase de filo o punta que tienen aptitud para introducirse dentro del cuerpo humano, como un destornillador), ya nos conduce a este primer elemento. La capacidad de penetración en la anatomía del agredido es elemento del que partimos en la hipótesis que estamos examinando.2º. La zona del cuerpo a la que se dirige el golpe contra la víctima. Ha de ser una zona vital para que pueda afirmarse ese ánimo de matar. Ordinariamente, cuando se trata de agresiones con arma blanca y se quiere matar, éstas se dirigen hacia el tórax, el abdomen o el cuello, que es donde se puede producir esa penetración y donde existen órganos cuya afectación puede derivar en la pérdida de la vida humana. 3º. La intensidad del golpe, de modo que éste sea apto para introducirse en el cuerpo de la persona atacada y alcanzar esa zona vital. Una vez producida la penetración en esta parte del cuerpo, siempre que ésta alcance (o pueda alcanzar) cierta profundidad, podemos afirmar que hay ánimo de matar, es decir, un dolo directo de primer grado, o intención; pero para la tentativa es válido también el dolo eventual. La intensidad fue tan grave, que la víctima perdió casi dos litros de sangre. Véanse las 280/2003 y 1508/2003...". sentencias de esta sala 2127/2002, 405/2003, II.- Dolo directo, dolo eventual e imputación objetiva. El delito de homicidio requiere, pues, un elemento objetivo, el resultado de muerte del sujeto pasivo de la acción, un elemento subjetivo, consistente en el dolo homicida, tanto si ello es directamente querido por el agente, como si este se ha representado la posibilidad del resultado y la ha aceptado de algún modo (Dolo-eventual), y por último que exista relación de causalidad en la acción y el resultado. Al respecto, ha señalado la jurisprudencia del Tribunal Supremo, que sólo es admisible establecer dicha relación, cuando la conducta haya creado un peligro no permitido, es decir jurídicamente desaprobado y el resultado producido haya sido la concreción de dicho peligro (STS 1670/2002 de 16/10). Reitera dicho Tribunal que quien conoce suficientemente el peligro concreto generado por su acción, que pone en riesgo específico a otro, y sin embargo actúa conscientemente, obra con dolo pues sabe lo que hace, y de dicho conocimiento y actuación puede inferirse racionalmente su aceptación del resultado, que constituye consecuencia natural, adecuada y altamente probable de la situación de riesgo en que deliberadamente ha colocado a la víctima. (Entre otras SS. 1160/2000, de 30 de junio; 439/2000, de 26 de julio; 1715/2001, de 19 de octubre y 20/2002, de 22 de eneroque citan la de 27-12-1982 caso Bultó y 23 de abril de 1992-caso del síndrome tóxico-). A este respecto, la sentencia del Tribunal Supremo de 17 de octubre de 2.001 ha establecido que "... la jurisprudencia de esta Sala más reciente, en relación con este tema, ha declarado: "En la medida en que dicha jurisprudencia ha adoptado para la caracterización del tipo objetivo (al menos en los delitos de resultado) la teoría de la imputación objetiva, será condición de la adecuación del comportamiento a dicho tipo objetivo que el autor haya ejecutado una acción generadora de un peligro jurídicamente desaprobado. Consecuentemente, obrará con dolo el autor que haya tenido conocimiento de dicho peligro concreto jurídicamente desaprobado para los bienes jurídicos, pues habrá tenido el conocimiento de los elementos del tipo objetivo, que caracterizan, precisamente, al dolo. Por lo que se entiende que quien actúa no obstante tal conocimiento está ratificando con su decisión la producción del resultado. Aseverando que la aceptación del resultado existe cuando el autor ha preferido la ejecución de la acción peligrosa a la evitación de sus posibles consecuencias, con lo que en ella no se rompe del todo con la teoría del consentimiento, aunque se atenúen sus exigencias al darlo por presunto desde el momento que el autor actúa conociendo los peligros de su acción. Con ello la jurisprudencia de esta Sala, en su propósito de acomodarse a los casos concretos, ha llegado a una situación ecléctica y próxima a las últimas posiciones de la dogmática, que conjugan la tesis de la probabilidad con la del consentimiento, considerando que el dolo eventual exige la doble condición de que el sujeto conozca o se represente la existencia en su acción de un peligro serio e inmediato de que se produzca el resultado y que, además, se conforme con tal producción y decida ejecutar la acción asumiendo la eventualidad de que aquel resultado se produzca. Pero, en todo caso, y como se dijo, es exigible la consciencia o conocimiento por el autor del riesgo elevado de producción del resultado que su acción contiene" ( Tribunal Supremo sentencias de 20 de febrero de 1.993, 11 de febrero de 1.998 y 16 de marzo de 1.998)... ". O la más reciente sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo de fecha 30 de mayo de 2007 pone de manifiesto: "..., no solamente queda comprendido en nuestro sistema penal el actuar mediante dolo directo, sino en muchos delitos,..., el dolo eventual, entendiendo por dolo el conocimiento por parte del sujeto activo del peligro concreto, jurídicamente desaprobado, de infringir la norma, y a pesar de ello, proseguir con la consecución de su actuar, o de su omisión. Obra con dolo quien sabe lo que hace, y de dicho conocimiento y actuación puede inferirse racionalmente la aceptación del resultado, que constituye la consecuencia natural, adecuada y altamente probable de la situación de riesgo en que deliberadamente ha colocado a la víctima...Como hemos dicho recientemente ( STS 21/2007, de 19 de enero), debemos recordar que según la teoría de la imputación objetiva, obrará con dolo de autor en los delitos de resultado quien haya creado un riesgo jurídicamente desaprobado habiéndose producido el resultado lesivo que no es más que la concreción de dicho peligro, con conocimiento de los elementos del tipo objetivo...Recuerda la STS núm. 194/1998, de 10 de febrero (citada por la STS de 17 de mayo de 2005), que "como ya puso de relieve la sentencia de 23 de abril de 1992, conocida vulgarmente como de la colza, el conocimiento del peligro propio de una acción que supera el límite de riesgo permitido es suficiente para acreditar el carácter doloso del comportamiento. La jurisprudencia de esta Sala, permite admitir el dolo cuando el autor somete a la víctima a situaciones peligrosas que no tiene seguridad de controlar, aunque no persigue el resultado típico, no excluyéndose la categoría del dolo eventual simplemente por la esperanza de que no se producirá el resultado o porque éste no haya sido deseado por el autor - sentencia del 27 de diciembre de 1982, conocida como caso Bultó- que reputó existente esta clase de dolo, cuando el autor toma medidas poco serias para la eliminación del peligro, que como tal conoce...En tales supuestos, su acción no es sino una manifestación de su indiferencia respecto a unos resultados, cuya producción se ha representado como no improbable sentencias de 30 de octubre y 26 de diciembre de 1987, 6 de junio y 24 de octubre de 1989 -. En definitiva, en la medida que la jurisprudencia ha adoptado, al menos para los delitos de resultado, la teoría de imputación objetiva, será condición de la adecuación del comportamiento a dicho tipo objetivo, el que el autor haya ejecutado una acción generadora de un peligro jurídicamente desaprobado. Así, obrará con dolo el que haya tenido conocimiento de dicho peligro concreto y desaprobado jurídicamente, pues habría tenido conocimiento de los elementos del tipo objetivo, que caracterizan precisamente al dolo. La aceptación del resultado existe cuando el agente ha preferido la ejecución de la acción peligrosa a la evitación de sus posibles consecuencias...De modo que volviendo a la ya citada Sentencia 348/1993, de 20 de febrero, la jurisprudencia de esta Sala, ha llegado a una situación ecléctica, conjugando las tesis de la probabilidad con la del consentimiento, estimando que el dolo eventual exige la doble condición de que el sujeto conozca o se represente la existencia en su acción de un peligro serio e inmediato de que se produzca el resultado y que, además, se conforme con tal producción y decida ejecutar la acción pretendida asumiendo la eventualidad de que aquel resultado se produzca, pero en todo caso, es exigible la consciencia por el autor del riesgo elevado de producción del resultado que su acción contiene". ..Todo según recuerda la más reciente septiembre...Tiene declarado también Sentencia 1028/2004, de 21 de esta Sala como es exponente la Sentencia 1611/2000, de 19 de octubre, que la teoría de la imputación objetiva es la que se sigue en la jurisprudencia para explicar la relación que debe mediar entre acción y resultado y vino a reemplazar una relación de causalidad sobre bases exclusivamente naturales introduciendo consideraciones jurídicas, siguiendo las pautas marcadas por la teoría de la relevancia. En este marco la verificación de la causalidad natural será un límite mínimo, pero no suficiente para la atribución del resultado...Conforme a estos postulados, comprobada la necesaria causalidad natural, la imputación del resultado requiere además verificar: 1º. Si la acción del autor ha creado un peligro jurídicamente desaprobado para la producción del resultado; 2º. Si el resultado producido por dicha acción es la realización del mismo peligro (jurídicamente desaprobado) creado por la acción ...". « El tema relativo a la imputación objetiva o relación de causalidad ha sido analizado en sentencias de esta Sala, como las 30/2001 y 1210/2003 en los siguientes términos: "En los delitos de resultado, para solucionar los problemas de la llamada relación de causalidad, la doctrina actual acude al concepto de imputación objetiva, entendiendo que hay tal relación de causalidad siempre que la conducta activa u omisiva del acusado se pueda considerar como condición sin la cual el resultado no se habría producido conforme a la tradicional doctrina de la equivalencia de condiciones o 'condicio sine qua non', relación que se establece conforme a criterios naturales que proporcionan las reglas de la ciencia o de la experiencia, estableciéndose después, mediante un juicio de valor, las necesarias restricciones acudiendo a la llamada imputación objetiva, que existe cuando el sujeto, cuya responsabilidad se examina, con su comportamiento origina un riesgo no permitido, o aumenta ilícitamente un riesgo permitido, y es precisamente en el ámbito de ese riesgo donde el resultado se produce, entendiéndose que no se ha rebasado ese ámbito cuando dicho resultado se estima como una consecuencia normal o adecuada conforme a un juicio de previsibilidad o probabilidad, porque debe estimarse que normalmente ese concreto resultado se corresponde con esa determinada acción u omisión sin que pueda achacarse a otra causa diferente, imprevisible o ajena al comportamiento del acusado ( sentencias de esta Sala de 20-5-81-EDJ1981/4520-, 5-4-83, 1-7-91, y más recientemente la de 19 de octubre de 2000). Cuando se producen cursos causales complejos, esto es, cuando contribuyen a un resultado típico la conducta del acusado y además otra u otras causas atribuibles a persona distinta o a un suceso fortuito, suele estimarse que, si esta última concausa existía con anterioridad a la conducta del acusado, como pudiera ser una determinada enfermedad de la víctima, ello no interfiere la posibilidad de la imputación objetiva, y, si es posterior, puede impedir tal imputación cuando esta causa sobrevenida sea algo totalmente anómalo, imprevisible y extraño al comportamiento del inculpado, como sucedería en caso de accidente de tráfico ocurrido al trasladar en ambulancia a la víctima de un evento anterior, pero no en aquellos supuestos en que el suceso posterior se encuentra dentro de la misma esfera del riesgo creado o aumentado por el propio acusado con su comportamiento". Véanse también la sentencias nuestras de 4.7.2003 y 26.9.2005 y 1026/2007 de 10.12, que precisa que en general es posible afirmar que sin causalidad (en el sentido de una Ley natural de causalidad) no se puede sostener la imputación objetiva, así como que ésta no coincide necesariamente con la causalidad natural. De esta manera, sólo es admisible establecer la relación entre la acción y el resultado cuando la conducta haya creado un peligro no permitido, es decir, jurídicamente desaprobado y el resultado producido haya sido la concreción de dicho peligro. Por tanto, lo primero que debe ser comprobado, antes de imputar un determinado resultado a una acción agresiva es si ésta es idónea, en virtud de una Ley natural científica, para producirlo. Naturalmente se trata de una cuestión cuya solución, como cualquier otra de hecho, queda confiada a la conciencia del Tribunal pero éste no puede formar juicio al respecto sino sobre la base de una constatación pericial garantizada por conocimientos especializados. En el presente caso, la cuestión de la causalidad natural no ofrece duda y es admitida por la sentencia de instancia (FJ. 1º) que concluye, que la causa principal, directa y eficaz del fallecimiento del perjudicado fue la agresión y múltiples golpes que el acusado le propicio en la cara y cabeza (...) pues este tipo de agresiones en la cabeza son aptas para provocar incluso con debut tardío el surgimiento de hematomas en el cerebro en lo que se conoce como lesiones de contragolpe ». (STS 2ª-26/11/2008). La STS de fecha 17 de julio de 2008, razona que "... es cierto que no toda relación de causalidad entre una acción y un resultado es suficiente para que quede integrado el tipo. La doctrina científica y jurisprudencial han establecido mecanismos correctores. Esta funcionalidad correctora tienen en la actualidad teorías como la de la causalidad adecuada, la relevancia típica o la imputación objetiva, teoría ésta última que está también detrás del criterio adoptado por la jurisprudencia de la llamada preterintencionalidad, y que permite calificar los hechos en concurso ideal entre el hecho doloso y el imprudente en casos en los que el autor crea un riesgo doloso y otro imprudente, y cada uno de ellos se realiza en un resultado diferente, que es el imputado. Línea jurisprudencial expresada en la STS. 887/2006 de 25.9 y 168/2008 de 29.4, que casan las sentencias de instancia afirmando que el resultado más grave producido no era imputable al riesgo doloso creado por el autor. Ausencia de dolo respecto de éste que no puede subsumirse en el riesgo imprudente, dado que existe una conducta previa dolosa que debería castigarse por separado. Ahora bien esta doctrina no resulta aplicable al caso sometido a nuestra revisión casacional, en el que en su relato fáctico -cuyo respeto escrupuloso exige la vía casacional del art. 849.1 LECrim.- se hace constar que: " Juan Luis dio alcance a Ismael y le agredió con un arma blanca que portaba. A pesar de que Ismael intentó defenderse con las manos no pudo evitar que Juan Luis , sabiendo que atacaba partes vitales y que con ello podía causar la muerte, le clavase el arma dos veces en la espalda, dos en el brazo derecho y dos en el tórax....". De todos estos datos la inferencia del animo homicida que realizó el Tribunal del Jurado debe entenderse correcta y razonable. En efecto es necesario subrayar -como decíamos en las STS. 210/2007 de 15.3 y 172/2008 de 30.4que el elemento subjetivo del delito de homicidio no solo es el "animus necandi" o intención especifica de causar la muerte de una persona, sino el "dolo homicida", el cual tiene dos modalidades: el dolo directo o de primer grado constituido por el deseo y la voluntad del agente de matar, a cuyo concreto objetivo se proyecta la acción agresiva, y el dolo eventual que surge cuando el sujeto activo se representa como probable la eventualidad de que la acción produzca la muerte del sujeto pasivo, aunque este resultado no sea el deseado, a pesar de lo cual persiste en dicha acción que obra como causa del resultado producido ( STS. 8.3.2004). Como se argumenta en la STS. de 16.6.2004 el dolo, según la definición más clásica, significa conocer y querer los elementos objetivos del tipo penal. En realidad, la voluntad de conseguir el resultado no es mas que una manifestación de la modalidad mas frecuente del dolo en el que el autor persigue la realización de un resultado, pero no impide que puedan ser tenidas por igualmente dolosas aquellas conductas en las que el autor quiere realizar la acción típica que lleva a la producción del resultado o que realiza la acción típica, representándose la posibilidad de la producción del resultado. Lo relevante para afirmar la existencia del dolo penal es, en esta construcción clásica del dolo, la constancia de una voluntad dirigida a la realización de la acción típica, empleando medios capaces para su realización. Esa voluntad se concreta en la acreditación de la existencia de una decisión dirigida al conocimiento de la potencialidad de los medios para la producción del resultado y en la decisión de utilizarlos. Si además, resulta acreditada la intención de conseguir el resultado, nos encontraremos ante la modalidad dolosa intencional en la que el autor persigue el resultado previsto en el tipo, en los delitos de resultado. Pero ello no excluye un concepto normativo del dolo basado en el conocimiento de que la conducta que se realiza pone en concreto peligro el bien jurídico protegido, de manera que en esta segunda modalidad el dolo radica en el conocimiento del peligro concreto que la conducta desarrollada supone para el bien jurídico, en este caso, la vida, pues, en efecto, "para poder imputar un tipo de homicidio a título doloso basta con que una persona tenga información de que va a realizar lo suficiente para poder explicar un resultado de muerte y, por ende, que prevea el resultado como una consecuencia de ese riesgo. Es decir, que abarque intelectualmente el riesgo que permite identificar normativamente el posterior resultado. En el conocimiento del riesgo se encuentra implícito el conocimiento del resultado y desde luego la decisión del autor está vinculada a dicho resultado" (véase STS de 1 de diciembre de 2.004, entre otras muchas). Así pues, y como concluye la sentencia de esta Sala de 3.7.2006, bajo la expresión "ánimo de matar" se comprenden generalmente en la jurisprudencia tanto el dolo directo como el eventual. Así como en el primero la acción viene guiada por la intención de causar la muerte, en el segundo caso tal intención no puede ser afirmada, si bien el autor conoce los elementos del tipo objetivo, de manera que sabe el peligro concreto que crea con su conducta para el bien jurídico protegido, a pesar de lo cual continúa su ejecución, bien porque acepta el resultado probable o bien porque su producción le resulta indiferente. En cualquiera de los casos, el conocimiento de ese riesgo no impide la acción. En otras palabras, se estima que obra con dolo quien, conociendo que genera un peligro concreto jurídicamente desaprobado, no obstante actúa y continua realizando la conducta que somete a la víctima a riesgos que el agente no tiene la seguridad de poder controlar y aunque no persiga directamente la causación del resultado, del que no obstante ha de comprender que hay un elevado índice de probabilidad de que se produzca. Entran aquí en la valoración de la conducta individual parámetros de razonabilidad de tipo general que no puede haber omitido considerar el agente, sin que sean admisibles por irrazonables, vanas e infundadas esperanzas de que el resultado no se producirá, sin peso frente al más lógico resultado de actualización de los riesgos por el agente generados. En similar dirección la STS. 4.6.2001dice el dolo supone que el agente se representa un resultado dañoso, de posible y no necesaria originación y no directamente querido, a pesar de lo cual se acepta, también conscientemente, porque no se renuncia a la ejecución de los actos pensados. Lo que significa que, en todo caso, es exigible en el autor la consciencia o conocimiento del riesgo elevado de producción del resultado que su acción contiene. En definitiva, el conocimiento del peligro propio de una acción que supera el límite de riesgo permitido es suficiente para acreditar el carácter doloso del comportamiento, al permitir admitir el dolo cuando el autor somete a la víctima a situaciones peligrosas que no tiene seguridad de controlar, aunque no persigue el resultado típico. Condiciones que concurren en el supuesto enjuiciado, pues con su acción, el acusado atacando con un arma blanca y dirigiendo los golpes a partes vitales, - pues aunque no se expresen en el relato fáctico que partes vitales resultaron afectadas, como razona el Tribunal del Jurado "casi todas las puñaladas estaban localizadas ene. Tórax de Ismael , zona del cuerpo, como cualquier persona conoce, que se encuentran todos los órganos vitales"no podía descartar el riesgo de muerte subsiguiente a tal acción concreta de peligro, siendo adecuada para causarla, lo que permite que, al menos, por dolo eventual, la posibilidad o probabilidad de la muerte de la víctima, fue asumida por el acusado quien no obstante no desistió de su conducta. ..". En efecto, téngase presente que el dolo va enraizado en la psiquis de la persona por medio de dos circunstancias distintas, una el requisito intelectual o capacidad cognoscitiva, y otra el requisito volitivo, de la voluntad, como desencadenante de todos los deseos y tendencias que se esconden en lo más profundo del alma humana. El dolo directo (Sentencia 29 de enero de 1992) existe cuando, de mano consciente y querida, la voluntad del sujeto se dirige directamente al resultado propuesto incluidas las consecuencias necesarias del acto que se asumen, en tanto que el denominado dolo eventual concurre si habiéndose representado el agente un resultado dañoso de posible, no directamente querido y deseado, se acepta ello no obstante, sin renunciar a la ejecución de los actos pensados. En cualquier caso ambas modalidades carecen de trascendencia diferencial a la hora de calibrar distintas responsabilidades, criminales. El conocimiento del acto y sus consecuencias, así como la probabilidad del resultado dañoso, aunque directamente no se deseare, comportan conforme a la más estricta legalidad la posibilidad de llegar a la imputación criminal. A este respecto, la sentencia del Tribunal Supremo, Sala 2ª, de fecha 29 de septiembre de 2005, pone de manifiesto: "... Tiene declarado esta Sala, como son exponente las SS. 1611/2000 de 19.10 y 1484/2003 de 10.11, y 470/2005 de 14.4, que la teoría de la imputación objetiva la que se sigue en la jurisprudencia de esta Sala para explicar la relación que debe mediar entre acción y resultado y vino a reemplazar una relación de causalidad sobre bases exclusivamente naturales introduciendo consecuencias jurídicas, siguiendo las pautas marcadas por la teoría de la relevancia. En este marco la verificación de la causalidad natural será un límite mínimo, pero no suficiente para la atribución del resultado. Conforme a estos postulados, comprobada la necesaria causalidad natural, la imputación del resultado requiere además verificar: 1º. Si la acción del autor ha creado un peligro jurídicamente desaprobado para la producción del resultado. 2º. Si el resultado producido por dicha acción es la realización del mismo peligro (jurídicamente desaprobado) creado por la acción. Caso de faltar algunos de estos dos condicionantes complementarios de la causalidad natural, se eliminaría la tipicidad de la conducta y, por consiguiente, su relevancia para el derecho penal. La creación de un peligro jurídicamente desaprobado está ausente cuando se trate de riesgos permitidos, que excluyen la tipicidad de la conducta que los crea, y próximos a estos los casos de disminución del riesgo, en los que el autor obra causalmente respecto de un resultado realmente ocurrido, pero evitando a la vez la producción de un resultado más perjudicial. Son de mencionar igualmente otros supuestos de ruptura de la imputación objetiva entre los que se pueden incluir los abarcados por el principio de confianza, conforme al cual no se imputarán objetivamente los resultados producidos por quien ha obrado confiando en que otros se mantendrán dentro de los límites del peligro permitido, así como las exclusiones motivadas por lo que doctrinalmente se denomina la prohibición de regreso, referidas a condiciones previas a las realmente causales, puestas por quien no es garante de la evitación de un resultado. El segundo requisito al que antes hacíamos referencia exige que el riesgo (no permitido) creado por la acción sea el que se realiza en el resultado. Es en este segundo condicionante de la imputación objetiva en el que se plantea la presencia de riesgos concurrentes para la producción del resultado, cuestión en la que habrá que estar al riesgo que decididamente lo realiza, como aquellos otros casos en los que no podrá sostenerse la realización del riesgo en el resultado cuando la víctima se expone a un peligro que proviene directamente de su propia acción, en cuyo caso el resultado producido se imputará según el principio de la "autopuesta en peligro" o "principio de la propia responsabilidad". Se trata de establecer los casos en los que la realización del resultado es concreción de la peligrosa conducta de la propia víctima que ha tenido una intervención decisiva. Ciertamente, la jurisprudencia de esta Sala (SSTS de 12 de febrero de 1993; 26 de junio de 1995; 28 de octubre de 1996, 1311/1997, de 28 de octubre; 1256/1999, de 17 de septiembre; 1611/2000, de 19 de octubre y 448/2003, de 28 de marzo) viene sosteniendo que la relación entre la acción y el resultado en delitos cuyo tipo penal incluye la lesión del objeto de la acción no se limita a la comprobación de la causalidad natural, sino que dependerá de la posibilidad de la imputación objetiva del resultado de la acción. En general es posible afirmar que sin causalidad (en el sentido de una ley natural de causalidad) no se puede sostener la imputación objetiva, así como que ésta no coincide necesariamente con la causalidad natural. De esta manera, sólo es admisible establecer la relación entre la acción y el resultado cuando la conducta haya creado un peligro no permitido, es decir, jurídicamente desaprobado y el resultado producido haya sido la concreción de dicho peligro ...". Más recientemente, la Sentencia del Tribunal Supremo, sala 2ª, de fecha 12 de mayo de 2009, pone de manifiesto al respecto del dolo eventual "... 3. - La doctrina de esta Sala sobre el dolo eventual ha sido resumida en reciente Sentencia 706/2008 de 11 de noviembre y en Sentencia 181/2009 de 23 de febrero en los siguientes términos: En el dolo eventual la realización de los elementos del tipo -en este caso la muerte de una persona- es considerada o percibida por el sujeto como un resultado de producción posible junto a la consecución del fin propuesto, de modo tal que queda abarcado por lo querido aquello mismo que el autor asume. Mas exactamente concurre dolo eventual cuando el sujeto, conociendo la probabilidad de producción de los elementos de otro tipo delictivo -distinto de aquél que pretende cometer-, pese a ello actúa, asumiéndolos junto a la consecución del fin propuesto. La distinción entonces con la culpa consciente o culpa con representación exige introducir un criterio diferenciador, que permita separar los limites de uno y otra... A) Para la teoría del consentimiento o de la aceptación en el dolo eventual el sujeto aunque no persigue la realización del hecho típico como un fin, ni lo acepta como de necesario advenimiento junto a la consecución del objetivo propuesto, sí "consiente", "acepta", "asume" o "se conforma" -según la terminología de los distintos autores- con su eventual producción; mientras que en la culpa consciente el sujeto la rechaza, no se conforma con ello o confía en su no realización. La formula para discernir uno u otro supuesto sería no un juicio hipotético de lo que hubiese hecho el sujeto de conocer anticipadamente la certeza del resultado, sino el que atiende a la actuación concreta observada por el sujeto, una vez se ha representado lo eventualmente acaecible: si actuó a toda costa independientemente de la ocurrencia del evento típico hay dolo, pero si actuó tratando de eludir su ocurrencia habría imprudencia consciente... B) Para la teoría de la probabilidad, el dolo eventual no requiere ningún elemento volitivo sino sólo el intelectivo o cognoscitivo de la representación del resultado típico como acaecimiento eventual, de modo que si el sujeto actúa considerando ese resultado, no solo como posible sino además como probable, es decir con determinado grado elevado de posibilidad, lo hará con dolo eventual, y si sólo lo considera meramente posible pero improbable, actuará con culpa consciente o con representación, entendiendo como probabilidad algo más que la mera posibilidad aunque menos que probabilidad predominante... C) Aunque la doctrina de esta Sala ha seguido una y otra teoría en distintos momentos de su evolución, actualmente su posición es favorable a una postura ecléctica. En efecto, por una parte, una vez adoptada para la caracterización del tipo objetivo la teoría de la imputación objetiva y ser condición de la adecuación del comportamiento a dicho tipo objetivo el que el autor haya ejecutado una acción generadora de un peligro jurídicamente desaprobado, obrará consecuentemente con dolo el autor que haya tenido conocimiento de dicho peligro concreto jurídicamente desaprobado para los bienes jurídicos, pues habrá tenido entonces el conocimiento de los elementos del tipo objetivo. Pero por otra parte quien actúa, no obstante tal conocimiento, asume con su decisión la producción del resultado, pues en definitiva la aceptación de éste se encuentra implícita en el hecho de haber preferido la ejecución de la acción peligrosa a la evitación de sus posibles consecuencias. Como señala la Sentencia de 17 de octubre de2001 " no se rompe del todo con la teoría del consentimiento aunque se atenúen sus exigencias al darlo por presunto desde el momento que el autor actúa conociendo los peligros de su acción". La posición ecléctica de esta Sala conjuga la tesis de la probabilidad con la del consentimiento considerando que el dolo eventual exige la doble condición de que el sujeto conozca o se represente la alta probabilidad o riesgo serio y elevado de producción del resultado, que su acción contiene, y además que se conforme, asuma, o acepte esa eventualidad decidiendo ejecutar la acción. Esta orientación ecléctica ha sido recogida en numerosas Sentencias como la de 10 de febrero de 1998, 14 de mayo de 1998, 21 de junio de 1999, 21 de octubre de 2.002, 24 de mayo de 2.004 y 28 de febrero de 2.005 entre otras" ...". Doctrina que recoge igualmente la Sentencia del Tribunal Supremo, Sala 2ª, de fecha 19 de octubre de 2009, al significar con vocación de síntesis: "... El conocimiento de la posibilidad de que se produzca el resultado y la conciencia del alto grado de probabilidad de que realmente se produzca, caracteriza la figura del dolo eventual desde el prisma de la doctrina de la probabilidad o representación, frente a la teoría del consentimiento que centra en el elemento volitivo, asentimiento, consentimiento, aceptación, conformidad, o en definitiva «querer» el resultado, el signo de distinción respecto la culpa consciente. Ambas constituyen las dos principales posiciones fundamentadoras del dolo eventual. Esta Sala, en su evolución, ofrece un punto evidente de inflexión en la Sentencia de 23 de abril de 1992(conocida como «caso de la colza»), en la que se afirma que «si el autor conocía el peligro concreto jurídicamente desaprobado y si, no obstante ello, obró en la forma en que lo hizo, su decisión equivale a la ratificación del resultado que con diversas intensidades ha exigido la jurisprudencia para la configuración del dolo eventual». Añade dicha sentencia que «la jurisprudencia de esta Sala, sin embargo, permite admitir la existencia del dolo cuando el autor somete a la víctima a situaciones peligrosas que no tiene la seguridad de controlar, aunque no persiga el resultado típico. El dolo eventual, por lo tanto, no se excluye simplemente por la esperanza de que no se producirá el resultado o porque éste no haya sido deseado por el autor»... Por medio del dolo eventual, el agente se representa un resultado dañoso, de posible y no necesaria originación y no directamente querido, a pesar de lo cual se acepta, también conscientemente, porque no se renuncia a la ejecución de los actos pensados. La misma imputación deviene, conocido el acto y sus consecuencias, con la voluntad de realizarlo y con la probabilidad del daño directamente no deseado. Por tanto, el dolo eventual exige la doble condición de que el sujeto conozca o se represente la existencia en su acción de un peligro serio e inmediato de que se produzca el resultado y que, además, se conforme con tal producción y decida ejecutar la acción asumiendo la eventualidadde que aquel resultado se produzca. Lo que significa que, en todo caso, es exigible en el autor la conciencia o conocimiento del riesgo elevado de producción del resultado que su acción contiene ( SSTS 20-2-1993, 20-10-1997 y 11-2 y 18-3-1998, entre otras)... Esta Sala ya expresó en Sentencia de 21-1-1997, que el conocimiento y la voluntad -componentes esenciales del dolo como actitud consciente y deliberadamente finalística de producción de un resultado dañoso o lesivo- son determinantes por su intensidad del nivel de consentimiento que su titular presta a la acción; mas, no siempre corren parejos con la objetiva probabilidad del resultado o con el alcance de la actuación exterior. De ahí que quepa hablar de varias clases de dolo, efecto clasificatorio que, si bien sirve con eficacia para discernir matices de la cromatografía culpabilística, en modo alguno rebaja la dosis de responsabilidad que ofrece tal espectro en la zona que no se identifica con la imprudencia ( STS de 21-6-1999). Partiendo de tal concepción, que -por su fórmula sincrética- trata de excluir posicionamientos monopolísticos en favor de tendencias afines al consentimiento, la probabilidad o al sentimiento (todos ellos presentes en el campo doctrinal), debe destacarse que la doctrina de esta Sala apunta definitivamente hacia una conformación ecléctica de la figura del dolo eventual en la que se consignan elementos de probabilidad y actitudes de consentimiento, conocimiento y representación que permiten una aproximación más exacta a los últimos estímulos desencadenantes de la actuación del agente o, lo que es lo mismo, al soporte intencional y volitivo de su acción ...". Pudiendo citarse, finalmente, la reciente STS de fecha 25 de septiembre de 2012, que al respecto expone: "... Como se dice en SSTS. 599/2012 de 11.7, 93/2012 de 16.2, 632/2011 de 28.6, 172/2008 de 30.4, el elemento subjetivo del delito de homicidio -o asesinato- no sólo es el "animus necandi" o intención específica de causar la muerte de una persona, sino el "dolo homicida", el cual tiene dos modalidades: el dolo directo o de primer grado constituido por el deseo y la voluntad del agente de matar, a cuyo concreto objetivo se proyecta la acción agresiva, y el dolo eventual que surge cuando el sujeto activo se representa como probable la eventualidad de que la acción produzca la muerte del sujeto pasivo, aunque este resultado no sea el deseado, a pesar de lo cual persiste en dicha acción que obra como causa del resultado producido ( STS 415/2004, de 25-3; 210/2007, de 15-3)... Como se argumenta en la STS de 16-6-2004, el dolo, según la definición más clásica, significa conocer y querer los elementos objetivos del tipo penal. En realidad, la voluntad de conseguir el resultado no es más que una manifestación de la modalidad más frecuente del dolo en el que el autor persigue la realización de un resultado, pero no impide que puedan ser tenidas por igualmente dolosas aquellas conductas en las que el autor quiere realizar la acción típica, representándose la posibilidad de la producción del resultado. Lo relevante para afirmar la existencia del dolo penal es, en esta construcción clásica del dolo, la constancia de una voluntad dirigida a la realización de la acción típica, empleando medios capaces para su realización. Esa voluntad se conecta en la acreditación de la existencia de una decisión dirigida al conocimiento de la potencialidad de los medios para la producción del resultado y en la decisión de utilizarlos. Si además, resulta acreditada la intención de conseguir el resultado, nos encontraremos ante la modalidad dolosa intencional en la que el autor persigue el resultado previsto en el tipo en los delitos de resultado... Pero ello no excluye un concepto normativo del dolo basado en el conocimiento de que la conducta que se realiza pone en concreto peligro el bien jurídico protegido, de manera que en esta segunda modalidad el dolo radica en el conocimiento del peligro concreto que la conducta desarrollada supone para el bien jurídico, en este caso, la vida, pues, en efecto "para poder imputar un tipo de homicidio a título doloso basta con que una persona tenga información de que va a realizar lo suficiente para poder explicar un resultado de muerte y, por ende, que prevea el resultado como una consecuencia de ese riesgo. Es decir, que abarque intelectualmente el riesgo que permite identificar normativamente el conocimiento del resultado y desde luego la decisión del autor está vinculada a dicho resultado". (véase STS 1-12-2004, entre otras muchas)... Así pues, y como concluye la sentencia de esta Sala de 3-7-2006, bajo la expresión "ánimo de matar" se comprenden generalmente en la jurisprudencia el dolo directo como el eventual. Así como en el primero la acción vine guiada por la intención de causar la muerte, en el segundo caso tal intención no puede ser afirmada, si bien en el autor conoce los elementos del tipo objetivo, de manera que sobre el peligro concreto que crea con su conducta para el bien jurídico protegido, a pesar de lo cual contenía su ejecución, bien porque acepta el resultado probable o bien porque su producción le resulta indiferente. En cualquiera de los casos, el conocimiento de ese riesgo no impide la acción... En otras palabras, se estima que obra con dolo quien, conociendo que genera un peligro concreto jurídicamente desaprobado, no obstante actúa y continua realizado la conducta que somete a la víctima a riesgos que el agente no tiene la seguridad de poder controlar y aunque no persiga directamente la causación del resultado, del que no obstante ha de comprender que hay un elevado índice de probabilidad de que se produzca. Entran aquí en la valoración de la conducta individual parámetros de razonabilidad de tipo general que no puede haber omitido considerar el agente, sin que sean admisibles por irrazonables, vanas e infundadas esperanzas de que el resultado no se produzca, sin peso frente al más lógico resultado de actualización de los riesgos por el agente generador... En similar dirección la STS 4-6-2011dice que el dolo supone que el agente se representa en resultado dañoso, de posible y no necesaria originación y no directamente querido, a pesar de lo cual se acepta, también conscientemente, porque no se renuncia a la ejecución de los actos pensados. Lo que significa que, en todo caso, es exigible en el autor la conciencia o conocimiento del riesgo elevado de producción del resultado que su acción contiene... En definitiva, el conocimiento del peligro propio de una acción que supera el límite de riesgo permitido es suficiente para acreditar el carácter doloso del comportamiento, al permitir admitir el dolo cuando el autor somete a la víctima a situaciones que no tiene seguridad de controlar, aunque no persigue el resultado típico... En el caso presente en el factum se recoge que el recurrente cogió una botella de cristal y golpeó a la víctima con ella en la cabeza de arriba hacia abajo, para acto seguido y con la misma botella de abajo hacia arriba, realizar un giro de muñeca sobre el cuello de la víctima con tal fuerza que le seccionó la yugular derecha, llegando incluso a dejar impreso un arañazo con la uña de sus dedos... Resulta evidente que el acusado actuó con intención de matar. La previsión del resultado de muerte, elemento esencial para determinar la concurrencia del dolo de matar, no abarca la previsión del mecanismo causal concreto en que produjo el óbito. Basta conocer la peligrosidad de la agresión cualquiera que sea luego la incidencia en el cuerpo humano que ocasiona directamente la muerte, para que haya que entender que el ánimo homicida existió. Cualquier persona ha de saber y sabe que realizar con una botella un giro de muñeca impactando de abajo a arriba en el cuello de una persona con gran violencia puede seccionar la yugular y producir la muerte, y si se actúa así es porque se quiere matar -dolo de primer grado- o al menos, aceptar ese resultado para el caso de que pudiera producirse -dolo eventual-. El ánimo de matar es un elemento interno del sujeto que, como perteneciente a su conciencia solo puede ser acreditado generalmente mediante la inferencia construida sobre hechos objetivos debidamente acreditados... En el caso presente, el instrumento utilizado en la agresión, su localización o intensidad, impiden considerar la posibilidad de su causación casual o imprudente, siendo clara la intencionalidad de la conducta y, por tanto, su animo de matar ( STS. 319/2007 de 18.4) ...". III.- Alevosía. Por lo que se refiere a la concreta cualificación por alevosía del nº 1 del artículo 139 , establece el citado precepto que "Será castigado con la pena de prisión de quince a veinte años, como reo de asesinato, el que matare a otro concurriendo alguna de las circunstancias siguientes: 1.ª Con alevosía," consagrando el artículo 22.1ª como agravante dicha circunstancia y estableciendo que "Hay alevosía cuando el culpable comete cualquiera de los delitos contra las personas empleando en la ejecución medios, modos o formas que tiendan directa o especialmente a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la defensa por parte del ofendido." La sentencia del Tribunal Supremo de 21 de abril de 2004 ha venido a señalar que: " Dispone el artículo 139 del Código Penal que será castigado como reo de asesinato el que matare a otro concurriendo alguna de las circunstancias siguientes: "1ª Con alevosía". Y dispone el artículo 22.1ª del mismo Código que hay alevosía "cuando el culpable comete cualquiera de los delitos contra las personas empleando en la ejecución medios, modos o formas que tiendan directa o especialmente a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la defensa por parte del ofendido ". Continúa diciendo esta sentencia que " Decíamos en la STS nº 1214/2003, de 24 de setiembre, que "de acuerdo con esta definición legal, para apreciar la alevosía es necesario, en primer lugar, un elemento normativo consistente en que se trate de un delito contra las personas. En segundo lugar, que el autor utilice en la ejecución medios, modos o formas que han de ser objetivamente adecuados para asegurarla mediante la eliminación de las posibilidades de defensa, sin que sea suficiente el convencimiento del sujeto acerca de su idoneidad. En tercer lugar, que el dolo del autor se proyecte no sólo sobre la utilización de los medios, modos o formas empleados, sino también sobre su tendencia a asegurar la ejecución y su orientación a impedir la defensa del ofendido, eliminando así conscientemente el posible riesgo que pudiera suponer para su persona una eventual reacción defensiva de aquél. Y en cuarto lugar, que se aprecie una mayor antijuridicidad en la conducta derivada precisamente del modus operandi, conscientemente orientado a aquellas finalidades ( STS nº 1866/2002, de 7 noviembre )." Así" De lo antes expuesto se entiende que la esencia de la alevosía se encuentra en la existencia de una conducta agresora que tienda objetivamente a la eliminación de la defensa. Como señalábamos en la STS nº 1890/2001, de 19 de octubre , el núcleo de la alevosía se encuentra en el aniquilamiento de las posibilidades de defensa; o bien en el aprovechamiento de una situación de indefensión, cuyos orígenes son indiferentes ( STS nº 178/2001, de 13 de febrero ). Una de las modalidades de ataque alevoso es el realizado por sorpresa, de modo súbito e inopinado, imprevisto, fulgurante y repentino ( STS nº 382/2001, de 13 de marzo y las que se citan en ella). En estos casos es precisamente el carácter sorpresivo de la agresión lo que suprime la posibilidad de defensa, pues quien no espera el ataque difícilmente puede prepararse contra él, al menos en la medida de lo posible. Esta modalidad de la alevosía es apreciable en los casos en los que se ataca sin previo aviso. También reviste este carácter cuando, aun habiendo mediado un enfrentamiento, se produce un cambio cualitativo en la situación ( STS nº 178/2001, de 13 de febrero , ya citada), de modo que esa última fase de la agresión, con sus propias características, no podía ser esperada por la víctima en modo alguno en función de las concretas circunstancias del hecho ". También señala dicha resolución que " ha de recordarse que la alevosía no requiere que la eliminación sea efectiva, bastando la idoneidad objetiva de los medios, modos o formas utilizados y la tendencia a conseguir tal eliminación. Y finalmente, respecto a la intención del acusado acerca de la indefensión, nada indica que no fuera suficientemente consciente de las características de su acción, de su naturaleza sorpresiva y de los efectos que tal forma de proceder producían en las posibilidades de defensa de la víctima ". Y la de 20 de diciembre de 2006 que: "El asesinato, palabra cuyo origen etimológico está curiosamente ligado al término árabe "haschís", tan de actualidad ahora porque con él se designa uno de los modos de preparación de la droga derivada del cáñamo indico o "Cannabis Sativa", tiene precisamente su más caracterizada modalidad en la llamada muerte aleve o a traición, recogida ya de antiguo en diversos fueros municipales, en el Fuero Real y luego en Las Partidas, apareciendo ligada a la tradición caballeresca de la Edad Media como la modalidad más grave del homicidio en contraposición a aquel que se producía cara a cara y en desafío .". Continúa diciendo la citada resolución que " El asesinato en su modalidad alevosa se encuentra presente en todos nuestros Códigos Penales, desde el primero de 1.822 hasta el texto ahora vigente, aunque extrañamente desapareció la palabra asesinato del de 1.848 ". Y que " En el Código Penal vigente, en el art. 22.1º, la alevosía se encuentra expresamente delimitada en su ámbito de aplicación a los delitos contra las personas, concretándose como la primera de las circunstancias que cualifican el asesinato en el art. 139 de dicho código. Aparece definida por la utilización de medios, modos o formas de ejecución que aseguran la realización del delito porque no existe riesgo para el sujeto activo del hecho que procediera de la defensa que pudiera hacer el ofendido. Es decir, el núcleo del concepto de alevosía se halla en una conducta que tiene por finalidad eliminar las posibilidades de defensa por parte del sujeto pasivo. Tal eliminación de posibilidades de defensa puede derivarse de la manera de realizarse la agresión, bien de forma proditoria o aleve, cuando se obra en emboscada o al acecho a través de una actuación preparada para que el que va a ser la víctima no pueda apercibirse de la presencia del atacante o atacantes hasta el momento mismo del hecho, bien de modo súbito o por sorpresa, cuando el agredido, que se encuentra confiado con el agresor, se ve atacado de forma rápida e inesperada. También puede haber alevosía como consecuencia de la particular situación de la víctima, ya por tratarse de persona indefensa por su propia condición (niño, anciano, inválido, ciego, etc.), ya por hallarse accidentalmente privada de aptitud para defenderse (dormida, drogada, sin conocimiento, anonadada, etc.). " Así " En todos estos supuestos existe una mayor peligrosidad y culpabilidad en el autor del hecho, que revela en este modo de actuar un ánimo particularmente ruin, perverso, cobarde o traicionero (fundamento subjetivo) y también una mayor antijuridicidad por estimarse más graves y más lesivos para la sociedad este tipo de comportamientos en que no hay riesgos para quien delinque (fundamento objetivo). Asimismo, ha de ponerse de relieve la particular significación que tiene el dolo en esta forma peculiar de asesinato, al ser necesario que el conocimiento y la voluntad del autor del delito abarque no sólo el hecho de la muerte, sino también el particular modo en que la alevosía se manifiesta, pues el sujeto ha de querer el homicidio y ha de querer también realizarlo con la concreta indefensión de que se trate, requisito que ha de concurrir en este delito como en cualquier otro de carácter doloso, que aparece recogido en el texto legal con la expresión "tiendan directa y especialmente a asegurarla". En estos términos se viene manifestando con reiteración la doctrina de esta Sala (Sentencias de 9-2-89 , 19-4-89 , 26-10-89 , 24- 11-89, 23-1-90 , 28-2-90 , 29-6-90 , 22-9-90 , 15-10-90 , 19-1-91 , 15-4-91 , 22-7-91 y 18-10-91 , 15-2-93 , 8-3-94 , 24.9.1999 , 10-6-94 , 3-2- 19.5.2000 , 95 , 6-4- 31.12.2001 , 95 , 6.5.1996 , 9.12.2002 , 7.2.1997 , 26.9.2003 , 17.9.98 , 24.2.2004 , 13.10.2004 , 2.11.2004 , 7.12.2005 y 19.5.2006 , entre otras muchas) ." Por otra parte, la reciente STS de fecha 11 de julio de 2012, nos recuerda que: "... Respecto a la concurrencia de la alevosía en STS 632/2011, de 28-6, explica que el TS viene aplicando la alevosía a todos aquellos supuestos en los que el modo de practicarse la agresión queda de manifiesto la intención del agresor o agresores de conectar el delito eliminando el riesgo que pudiera proceder de la defensa que pudiera hacer el agredido, es decir, la esencia de la alevosía como circunstancia constitutiva del delito asesinato (art. 139-1) o como agravante ordinaria en otros delitos contra las personas (art. 22-1), radica en la inexistencia de probabilidades de defensa por parte de la persona atacada... En cuanto a su naturaleza, aunque esta Sala unas veces ha destacado su carácter subjetivo, lo que supone mayor culpabilidad, y otras su carácter objetivo, lo que implica mayor antijuricidad, en los últimos tiempos, aun admitiendo su carácter mixto, ha destacado su aspecto predominante objetivo pero exigiendo el plus de culpabilidad, al precisar una previa escogitación de medios disponibles, siendo imprescindible que el infractor se haya representado su modus operandi suprime todo eventual riesgo y toda posibilidad de defensa procedente del ofendido y desea el agente obrar de modo consecuencia a la proyectado y representado... En definitiva, en síntesis, puede decirse que la alevosía es una circunstancia de carácter predominantemente objetivo que incorpora un especial elemento subjetivo, que dota a la acción de una mayor antijuricidad, denotando todo riesgo personal, de modo que el lado de la antijuricidad ha de apreciarse y valorarse la culpabilidad ( STS 16-10-96) lo que conduce a su consideración como mixta ( STS 28-12-2000)... En cuanto a la "eliminación de toda posibilidad de defensa de la víctima debe ser considerada desde la perspectiva de su real eficacia, siendo compatible con intentos defensivos ínsitos en el propio instinto de conservación" ( STS. 13.3.2000). Por ello, esta Sala arrancando de la definición legal de la alevosía, refiere invariablemente la concurrencia de los siguientes elementos ( SSTS. 155/2005 de 15.2, 375/2005 de 22.3): a) En primer lugar, un elemento normativo. La alevosía solo puede proyectarse a los delitos contra las personas. b) En segundo lugar, un elemento objetivo que radica en el "modus operandi", que el autor utilice en la ejecución medios, modos o formas que han de ser objetivamente adecuados para asegurarla mediante la eliminación de las posibilidades de defensa, sin que sea suficiente el convencimiento del sujeto acerca de su idoneidad. c) En tercer lugar, un elemento subjetivo, que el dolo del autor se proyecte no sólo sobre la utilización de los medios, modos o formas empleados, sino también sobre su tendencia a asegurar la ejecución y su orientación a impedir la defensa del ofendido, eliminando así conscientemente el posible riesgo que pudiera suponer para su persona una eventual reacción defensiva de aquél. Es decir el agente ha de haber buscado intencionadamente la producción de la muerte a través de los medios indicados, o cuando menos, aprovechar la situación de aseguramiento del resultado, sin riesgo. d) Y en cuarto lugar, un elemento teleológico, que impone la comprobación de si en realidad, en el caso concreto, se produjo una situación de total indefensión, siendo necesario que se aprecie una mayor antijuricidad en la conducta derivada precisamente del modus operandi, conscientemente orientado a aquellas finalidades ( STS. 1866/2002 de 7.11). De lo antes expuesto se entiende que la esencia de la alevosía se encuentra en el aniquilamiento de las posibilidades de defensa; o bien en el aprovechamiento de una situación de indefensión, cuyos orígenes son indiferentes ( STS. 178/2001 de 13.2). Entre las distintas modalidades ejecutivas de naturaleza alevosa, esta Sala por ejemplo S. 49/2004 de 22.1, viene distinguiendo: a) alevosía proditoria, equivalente a la traición y que incluye la asechanza, insidia, emboscada o celada, situaciones en que el sujeto agresor se oculta y cae sobre la víctima en momento y lugar que aquélla no espera. b) alevosía súbita o inopinada, llamada también "sorpresiva", en la que el sujeto activo, aun a la vista o en presencia de la víctima, no descubre sus intenciones y aprovechando la confianza de aquélla actúa de forma imprevista, fulgurante y repentina. En estos casos es precisamente el carácter sorpresivo de la agresión lo que suprime la posibilidad de defensa, pues quien no espera el ataque difícilmente puede prepararse contra él y reaccionar en consecuencia, al menos en la medida de lo posible. c) alevosía de desvalimiento, que consiste en el aprovechamiento de una especial situación de desamparo de la víctima, como acontece en los casos de niños de corta edad, ancianos debilitados, enfermos graves o personas invalidas, o por hallarse accidentalmente privada de aptitud para defenderse (dormidas, drogada o ebria en la fase letárgica o comatosa). En estos casos, hay una mayor peligrosidad y culpabilidad en el autor del hecho, que revela con estos comportamientos un animo particularmente ruin, perverso, cobarde o traicionero (fundamento subjetivo) y también una mayor antijuricidad por estimarse más graves y más lesivas para la sociedad este tipo de conductas en que no hay riesgo para quien delinque (fundamento objetivo). De lo antes expuesto, se entiende que la esencia de la alevosía se encuentra en la existencia de una conducta agresiva, que tienda objetivamente a la eliminación de la defensa. Como señala la STS. 19.10.2001, es precisamente el carácter sorpresivo de la agresión lo que suprime la posibilidad de defensa, pues quien no espera el ataque difícilmente puede prepararse contra él, al menos en la medida de lo posible. Esta modalidad de la alevosía es apreciable en los casos en los que se ataca sin previo aviso. (...) Hay alevosía, en su modalidad de sobrevenida en al acción de seguir golpeando a la víctima ya en el suelo semiinconsciente, y por tanto, totalmente desvalida. El acusado golpeó y tiró a un colchón a la víctima, continuando pegándole patadas en la cabeza, cuando estaba totalmente a su merced. La alevosía sobrevenida aparece en al acción de seguir golpeando estando inconsciente y sin oportunidad de respuesta defensiva -hay aplicación individualizada de la agravante -dice la STS 1346/2005, de 21-10- a un segmento de la agresión, aquella que comienza con la pérdida de conocimiento de la víctima... La conducta ha de ser alevosa desde el momento mismo de la acción, sin embargo ello no obsta a que, iniciada una acción delictiva con carácter alevoso, se inicie después otra distinta contra el mismo sujeto en que puede apreciarse una alevosía sobrevenida ( STS 147/2007, de 19-2). La alevosía puede aparecer en el desarrollo del ataque si éste es capaz de alguna forma de individualizase en un nuevo contexto de indefensión creada o buscada por el agresor. Hay alevosía en supuestos de indefensión sobrevenida, que reproduce en ciertos casos aun cuando en el comienzo de la agresión no se halla presente esta agravante, siempre que en una segunda secuencia de la actuación del autor, el ataque se reanuda aprovechando éste la indefensión en que se encuentra la víctima ( STS 243/2004, de 24-2; 306/2005, de 8-3; 880/2007, de 2- 11; 550/2008, de 18-9; 640/2008, de 8-10; 790/2008, de 18-11) ...". « En el presente caso, más allá de la etiqueta con la que la alevosía pueda resultar calificada -el Tribunal a quo se refiere a la modalidad proditoria-, lo cierto es que el carácter inesperado, súbito, sin capacidad de reacción para la víctima, está inequívocamente presente en esa descripción fáctica. Incluso, los momentos previos al ataque son descritos sin referencia alguna a discusiones ni tensión que pudieran anticipar la tragedia. No faltan precedentes en esta Sala en los que la significación alevosa de la agresión se enriquece a la vista de la existencia de una especial relación de confianza proveniente de la convivencia, generadora para la víctima de su total despreocupación respecto de un eventual ataque que pudiera tener su origen en acciones del acusado (cfr. SSTS 1284/2009, 10 de diciembre y 86/1998, 15 de abril). Concurrió alevosía, el delito fue certeramente calificado por los Jueces de instancia y, por tanto, procede la desestimación de los motivos primero y segundo ( arts. 884.3 y 4 y 885.1 LECrim). » (STS 2ª-08/07/2011). Finalmente, en relación a la compatibilidad del dolo eventual y la alevosía, la STS 2ª-12/05/2009 , nos recuerda que "... No es obstáculo que la muerte lo fuese con dolo eventual: esta Sala se pronunció por la incompatibilidad con la alevosía en algunas Sentencias como las Sentencias 1245/95 de 5 de diciembre, 219/96, de 15 de marzo; 1043/96 de 19 de diciembre y 861/97 de 11 de junio. Posteriormente, sin embargo, ha consolidado la doctrina de la compatibilidad entre la intención dolosa meramente eventual y la alevosía: concretamente la Sentencia 466/2007 de 24 de mayo citada por la acusación particular en su recurso declara que la incompatibilidad entre alevosía y dolo eventual ya no es el criterio que viene manteniendo reiteradamente la más reciente jurisprudencia de esta Sala. Y añade, con referencia a Sentencias anteriores que en la Sentencia 119/2004, de 2 de febrero se declara que no hay ninguna incompatibilidad ni conceptual ni ontológica en que el agente trate de asegurar la ejecución evitando la reacción de la víctima -aseguramiento de la ejecución- y que al mismo tiempo continúe con la acción que puede tener como resultado de alta probabilidad la muerte de la víctima, la que acepta en la medida que no renuncia a los actos efectuados. En esa misma línea se pronuncian las Sentencias 415/2004, de 25 de marzo, 514/2004, de 19 de abril y 653/2004 24 de mayo. Esta última declara que de los hechos probados no se deduce con racional certeza la intención directa de matar, pero se infiere con lógica que el acusado conocía suficientemente el grandísimo peligro generado por su acción, que ponía en grave riesgo la vida de dos personas, prefiriendo de manera consciente la ejecución peligrosa del incendio a la evitación de sus posibles consecuencias, y añade que la agravante específica de alevosía, 1ª del artículo 139 del Código Penal, es compatible con el dolo eventual, de acuerdo con una jurisprudencia amplia y constante de esta Sala sostenida por sentencias recientes, aunque la cuestión es ardua y ha sido debatida y cuestionada en algunos pronunciamientos de la propia Sala. Ha afirmado la compatibilidad, entre otras, las sentencias 2615/93 de 20 de diciembre, 975/96 de 21 de enero de 1997, 1006/99 de 21 de junio, 1011/2001 de 4 de junio, 1804/2002 de 31 de octubre y 71/2003 de 20 de enero, citando las dos últimas a las cuatro primeras. En la misma línea la sentencia 1010/2002 de 3 de junio estableció que "en el delito de asesinato alevoso el dolo eventual respecto del resultado es suficiente para la realización del tipo" (F.J. 2º). La definición legal de la alevosía, tanto en el Código actual como en el derogado, hace referencia a asegurar la indefensión como recordaba la sentencia citada de 21 de junio de 1999 que estimó la existencia de la agravante con independencia de que el autor tuviera intención directa de matar o, simplemente, la aceptara como consecuencia de su acción. Y en la más reciente sentencia 1007/2006, de 10 de octubre), igualmente se pronuncia por la compatibilidad.. .", en igual sentido, entre otras, las SSTS de fecha 10 de junio de 2009, o, la de fecha 4 de julio de 2012. IV.- Delito consumado de asesinato, previsto y penado en el artículo 139.1º del Código Penal. Sentadas las anteriores consideraciones, en el presente caso, y, con relación a la víctima don Higinio, concurren los anteriores elementos, a la vista de los datos recogidos en el apartado relativo a la valoración fáctica, toda vez que la acción ejecutada por el acusado en la forma que se ha explicitado iba dirigida a causar la muerte de Higinio, existiendo, por ello tanto la acción de matar, el resultado de muerte, la relación de causalidad entre la acción y el resultado, como el elemento subjetivo o "animus necandi". En efecto, en el presente caso concurren todos los elementos conformadores del citado tipo penal: 1.- Elemento dinámico, consistente en una acción de matar a una persona, en el caso de autos, la agresión consistente en asestar diversas cuchilladas el acusado en diversas y múltiples partes de la anatomía de la víctima, don Higinio, interesando sobre todo al tórax y ambas extremidades superiores. 2.- La existencia de un resultado de muerte: en este sentido, según se deduce de los datos obtenidos de la pericial médico forense practicada en el acto del Juicio Oral, se trata de una muerte violenta cuya causa inmediata fue la parada cardio respiratoria por Shock Hemorrágico/Anoxia por Neumotórax Bilateral, resultando su causa fundamental la agresión física/heridas torácicas por arma blanca. 3.- Relación de causalidad entre la acción comisiva y el resultado dañoso, en cuanto que la muerte de Higinio trae su causa directa de la agresión de que fue objeto por el acusado Sr. Abel, de modo que el resultado de muerte causado es objetivamente imputable a la conducta ilícita del acusado, puesto que con ella generó un riesgo para el bien jurídico tutelado por la norma penal (la vida de la víctima) que finalmente se materializó en la muerte causada. En efecto, el ataque dirigido contra la víctima por parte del acusado era eficaz para ocasionar la muerte, según se desprende de los datos obtenidos de la pericial médico forense practicada en el acto del Juicio Oral, explicada con precisión, claridad y contundencia por los médicos forenses autores de la misma, atendida la cantidad y características de las heridas, así como de la región corporal en la que las mismas se encuentran. A este respecto, se ha de tener presente que el acusado le clavó el cuchillo a la víctima en numerosas ocasiones, debiendo puntualizarse que los datos objetivos obrantes en la causa permiten inferir razonablemente que el acusado perpetró la agresión mediante un cuchillo de 29,5 cm de largo total, con una hoja acabada en punta de 16,5 cm de largo y 2,3 cm de ancha, con mango blanco con dibujo de una Calavera, pues en el mismo fueron hallados restos de sangre pertenecientes a la víctima, no pudiendo descartarse que el acusado emplease también el cuchillo con el escudo del FC Barcelona, de 23 cm de largo total, y, hoja de sierra de 12 cm de largo y 1,3 cm de ancha, pues en el mismo fueron objetivados restos de sangre con un perfil autosómico compatible con una mezcla de ADN de al menos tres personas, siendo así que ambos cuchillos fueron localizados en el lugar de los hechos y que la víctima presentaba numerosas heridas por arma blanca de diversa naturaleza y en ambos lados de la anatomía de la víctima, a quien el acusado llegó a causar hasta treinta lesiones, localizándose, cuanto menos, una cuchillada en el mentón, dos en la zona axilar, cinco en la región torácica y ocho en las extremidades superiores, siendo algunas de estas heridas mortales de necesidad al provocar las causas inmediatas de la muerte, esto es, la hemorragia en la cavidad torácica, causante del shock hemorrágico, y, el neumotórax bilateral causante de la anoxia. Así, los forenses significaron que las heridas localizadas en las extremidades superiores, eran claramente de defensa, tanto para esquivar cuchilladas como para intentar asir el arma blanca, e, incluso, como para intentar anteponer sus ligaduras y que fueran cortadas en algunas de la puñaladas recibidas. Sin embargo, las heridas que penetraron en ambas cavidades torácicas produjeron lesiones que en definitiva fueron mortales de necesidad, tales como la lesión nº11: consistente en una herida con trayecto de izquierda a derecha, prácticamente transversal, de unos 8 cm de profundidad, pinchando directamente la cúpula diafragmática; y, la nº 12: consistente en herida situada en la zona lateral del hipocondrio izquierdo, penetra en cavidad torácica abdominal sin lesión de vísceras. Y, particularmente, la lesión número 6, consistente en una herida situada a nivel torácico derecho, que atraviesa la piel y el tejido subcutáneo, produciendo una fractura limpia, sin esquirlas, de la costilla nº7, penetrando en la cavidad torácica, afectando al vaso principal del hilio pulmonar, llegando a alcanzar la cara lateral externa de la tráquea, sin perforarla, teniendo una profundidad aproximada de 18.5-19 cm., herida ésta que provocó un neumotórax y un hemotórax derecho con 900 cc de sangre; y, la lesión número 13, consistente en una herida situada a nivel de la unión del hipocondrio-pericordio izquierdo, que penetró en cavidad abdominal, atravesando el pilar diafragmático anterior izquierdo y terminó en la parte posterior diafragmática, penetrando otra vez en el tórax y atravesando la lengüeta del lóbulo inferior del pulmón izquierdo y tocando la pared posterior del tórax, determinando un ojal de 3.5 cm en la cara interna de la pared posterior de la parrilla costal izquierda, si bien se aprecia otro ojal contiguo al anterior y entrecruzado y otro en la zona lateral de esta pared posterior, todo ello con una profundidad aproximada de 14.5cm. Dentro de la cavidad abdominal la herida atraviesa la lengüeta hepática, cara externa del estómago y pilar posterior diafragmático, perfora el lóbulo inferior pulmonar en tres ocasiones contactando con la cara interna de la pared posterior de la parrilla intercostal, provocando un neumotórax izquierdo y un hemotórax de 200cc. Es de resaltar que los forenses encontraron en la cavidad torácica unas cantidades de sangre bastante voluminosas, que conjuntamente superaron los mil cc de sangre, a la que habría de adirse la importante cantidad de sangre que la víctima perdió en el lugar de los hechos, siendo así que a la hemorragia de ambas cavidades, se aúna el neumotórax bilateral, esto es, el colapso de los pulmones cuando se produce una entrada de aire en la cavidad pleural. Ambos fenómenos, hemorragia en la cavidad torácica y neumotórax bilateral, produjeron efectos mortales en la víctima por compromiso de las funciones vitales tanto cardio circulatorias como respiratorias, siendo dichas lesiones mortales de necesidad, siendo muestra evidente de la eficacia del ataque perpetrado por el acusado la inmediata muerte de la víctima en el lugar de los hechos, pues cuando los primeros vecinos y sanitarios se personaron en el rellano de la escalera, Higinio ya yacía muerto. A este respecto, los médicos forenses destacaron la virulencia y la gravedad de la lesión número seis, por cuanto la misma tocó un vaso importantísimo, el hilio pulmonar, lo que supone la muerte segura, siendo muestra de la violencia con la que se clavó el cuchillo el que se produjese la fractura limpia de la costilla número siete, evidenciando, por lo demás, la lesión número trece, que con el cuchillo dentro del cuerpo, se sacó y se volvió a introducir hasta en tres ocasiones, denotando el propósito del agresor de asegurar la muerte de la víctima como se verá acto seguido. 4.- Elemento subjetivo o "animus necandi", elemento que indudablemente concurre en el caso enjuiciado, pues en una agresión como la descrita en la narración fáctica de la presente sentencia, producida de un modo consciente e intencional, la adecuación entre la culpabilidad del agente y el resultado mortal es evidente, en cuanto que la causación de tal resultado entra dentro de los términos de la probabilidad del acto y fue cuando menos aceptado por el autor al elegir el medio empleado para la agresión y la zona del cuerpo contra la que dirigió el ataque; ninguna duda cabe, pues, de que con su actuación el acusado ha creado, consciente y voluntariamente, un riesgo jurídicamente desaprobado que se concreta en el resultado producido del que debe responder el autor de la acción que directa y causalmente ha generado dicho resultado. En efecto, de todas las circunstancias expuestas se puede deducir, como conclusión lógica y razonable, que el autor del hecho pretendió causar la muerte de Higinio, tanto porque esa fuera su intención directa, como porque aceptara la posibilidad de que ello ocurriera por la gravedad de las heridas que pudiera causar, de forma que el sujeto activo actuó guiado al menos por un dolo eventual, desde el momento en que necesariamente tuvo que representarse el resultado mortal como algo probable, consecuencia del alto riesgo creado con su acción, además consentido y asumido. Esto es el acusado, con "animus necandi" practicó los actos de ejecución que objetivamente deberían producir como resultado la muerte de Higinio, como así fue, ánimo de matar que se infiere razonablemente de una pluralidad de datos objetivos como lo son, a saber: 1.- El empleo de un arma apta para causar heridas mortales, pues, como antes se dijo, los datos objetivos obrantes en la causa permiten inferir razonablemente que el acusado perpetró la agresión mediante un cuchillo de 29,5 cm de largo total, con una hoja acabada en punta de 16,5 cm de largo y 2,3 cm de ancha, con mango blanco con dibujo de una Calavera, pues en el mismo fueron hallados restos de sangre pertenecientes a la víctima, no pudiendo descartarse que el acusado emplease también el cuchillo con el escudo del FC Barcelona, de 23 cm de largo total, y, hoja de sierra de 12 cm de largo y 1,3 cm de ancha, pues en el mismo fueron objetivados restos de sangre con un perfil autosómico compatible con una mezcla de ADN de al menos tres personas, siendo así que ambos cuchillos fueron localizados en el lugar de los hechos y que la víctima presentaba numerosas heridas por arma blanca de diversa naturaleza y en ambos lados de la anatomía de la víctima; en cualquier caso, ambos cuchillos, aisladamente considerados, son aptos, sin duda, para causar heridas mortales. 2.- El lugar o zona del cuerpo hacia donde se dirigió la acción ofensiva, por cuanto el acusado eligió zonas vitales, pues al margen de las heridas de naturaleza defensiva localizadas en las extremidades superiores, la acción ofensiva se dirigió hacia la zona torácica, habiendo causado cuanto menos dos heridas en la zona axilar y cinco en la región torácica. 3.-La insistencia y reiteración de los actos atacantes, el número y violencia e intensidad de los golpes, pues el acusado llegó a asestar cuchilladas a la víctima que le causaron treinta lesiones, debiendo destacarse las causadas en la cavidad torácica, y, de entre ellas, como antes se dijo, la lesión número 6 y la lesión número 13, revelando ambas la intensidad y virulencia de las cuchilladas asestadas pues la primera llegó a causar una fractura limpia, sin esquirlas, de la costilla nº7, y, penetró en la cavidad torácica, afectando al vaso principal del hilio pulmonar, llegando a alcanzar la cara lateral externa de la tráquea, sin perforarla, teniendo una profundidad aproximada de 18.5-19 cm., y, la segunda, amén de la profundidad (14,5 cm) y pluralidad de zonas afectadas, presentaba tres ojales distintos, de modo que con el cuchillo dentro del cuerpo, se sacó y se volvió a introducir hasta en tres ocasiones, denotando ello el propósito del agresor de asegurar la muerte de la víctima. Y, 4.- La conducta posterior observada por el acusado desatendiéndose del alcance de sus actos, alejándose del lugar, persuadido de la gravedad y transcendencia de los mismos, pues el acusado lejos de procurar atender a la víctima se marchó del lugar de los hechos, desentendiéndose del mismo. A estos cuatro principales datos, cabría añadir la concurrencia de otros que evidencian el inicial propósito del acusado, cuales son, el dato de que la noche inmediatamente anterior a los hechos uno de sus hermanos se dirigiese al domicilio de la víctima para comunicarle que el acusado le tenía una sorpresa, lo que denota la ideación precedente de la agresión por parte del acusado; así mismo, las circunstancias espacio temporales en que los hechos acontecieron, por cuanto el acusado tenía una especial relación de confianza y amistad con la víctima, hasta el punto de haber acudido en numerosas ocasiones anteriores a su domicilio llegando a haber pernoctado en alguna ocasión, de modo que el acusado era sabedor de que la víctima convivía con su padre, don Isidoro, así como que éste trabaja desde temprana hora de la mañana, habiendo acudido el acusado al domicilio de la víctima precisamente en horas de la mañana sabedor, pues, de que en el domicilio no se encontraría el padre de Cristhian; en relación con lo anterior se ha de tener presente el perfecto conocimiento que el acusado tenía de la afición de la víctima por las armas blancas y de la existencia de varias en su habitación; denota igualmente el propósito del acusado, el juego propuesto a la víctima, juego al que él había jugado en numerosas ocasiones anteriores, según él mismo reconoció, y, nunca antes con la víctima, y en cuyo decurso ató con fuerza las manos a la víctima, sin duda, buscando con ello una situación de desvalimiento que le impidiese del inminente ataque que pretendía efectuar tanto a su novia como a él mismo; y, por último, no se puede obviar que el acusado, una vez en el interior de la habitación en que se encontraba junto con las dos víctimas, una de ellas con las manos atadas, corrió las cortinas cerrándolas, todo ello con la finalidad de evitar ser visto por la ventana por posibles vecinos. Con todos esos datos queda patentizado un irrefutable "animus necandi", pues las características y condiciones de la acción agresora permitían augurar, con alto grado de probabilidad, el resultado letal, lo que no impidió llevar a término la acción emprendida con aceptación de sus consecuencias. La intención homicida, por tanto, es imputable a título de dolo, pues es claro que teniendo en cuenta el instrumento, modo y lugar de efectuar la agresión, que según los dictámenes periciales, eran aptos para producir la muerte, ese resultado mortal fue eventualmente esperado, asumido y aceptado por su autor. Por lo demás, también concurre la alevosía. En efecto, se ha de tener presente que los hechos se desenvuelven en el marco de la existencia de una especial relación de confianza proveniente de la duradera relación de amistad que unía a la víctima con su agresor, generadora para la víctima de su total despreocupación respecto de un eventual ataque que pudiera tener su origen en acciones del acusado. Muestra de ello es que la víctima deja entrar al acusado a su domicilio, lo recibe en ropa interior y conversa con él amigablemente durante un rato, y, señaladamente, accede a participar en el juego que el acusado le propone, dejándose atar con fuerza las manos, maniobra mediante la cual el acusado, por lo demás, crea una situación de desamparo de la víctima, de desvalimiento, por hallarse prácticamente privado de aptitud para defenderse a sí mismo y a su novia. Y estas circunstancias, especial relación de confianza generadora para la víctima de su total despreocupación respecto de un eventual ataque que pudiera tener su origen en acciones del acusado y privación de la víctima de la aptitud para defenderse al encontrarse fuertemente maniatado, lo que el acusado logró precisamente a tenor de dicha confianza, el acusado las aprovecha para abalanzarse sorpresivamente, de forma repentina e inopinada, cuando se encontraba de espaldas, sobre la novia de la víctima, aprovechando además, la ventaja que le proporcionaba su propia constitución física y fortaleza que junto a la sorpresa de su inesperado asalto impidió cualquier reacción evasiva o de huída de la víctima Ruth, cercenando de tal modo cualquier posibilidad de auxilio a la víctima Higinio, contra el que el acusado se abalanza a continuación, aprovechando la sorpresa de su asalto inesperado y la imposibilidad de defenderse al hallarse fuertemente maniatado, para propinarle múltiples cuchilladas, siendo muestra evidente de la situación de desvalimiento en que se encontraba la víctima la constatación de diversas heridas de carácter defensivo reveladoras de la futilidad de los vanos intentos de la víctima de defenderse de su agresor. La forma de ataque así definida tiene perfecto encuadre en la circunstancia agravante de alevosía, ya que el acusado aprovechó una situación de evidente indefensión de su víctima, quien no podía esperar el sorpresivo ataque, circunstancia ésta conocida y querida por el agresor, que inició inmediatamente la agresión, consciente de la ventaja que la situación le ofrecía. V.- Delito de asesinato en grado de tentativa, previsto y penado en los artículos 139.1º y 16 del Código Penal. Así mismo, en el presente caso, y, con relación a la víctima doña Ruth, concurren los anteriores elementos, a la vista de los datos recogidos en el apartado relativo a la valoración fáctica, toda vez que la acción ejecutada por el acusado en la forma que se ha explicitado iba dirigida a causar la muerte de Ruth. En efecto, en el presente caso concurren todos los elementos conformadores del citado tipo penal, por cuanto, primero, concurre un elemento dinámico consistente en una acción que daña o menoscaba la integridad física o la salud física o psíquica de una persona, en el caso de autos, la agresión consistente en asestar diversas cuchilladas el acusado en diversas y múltiples partes de la anatomía de la víctima, doña Ruth, dispersas por tórax y abdomen y en el miembro superior izquierdo. Segundo, se constata la existencia de un resultado lesivo: a consecuencia de estos hechos Ruth sufrió lesiones consistentes en hemoneumotórax izquierdo, lesión de mama izquierda, hemoperitoneo, laceración hepática, laceración esplénica, hematoma en retroperitoneo sin afectación de riñones ni de vías urinarias, lesión neurológica del plexo lumbar derecho, perforación intestinal y de estómago, deserosamiento del sigma y fractura del cuarto metacarpiano de la mano derecha. Dichas lesiones comprometieron gravemente la vida de Ruth, habiendo precisado para su sanidad de un inmediato ingreso hospitalario, intervención quirúrgica de urgencias para hemostasia de las lesiones viscerales y sutura de las heridas cutáneas, y, otras medidas tales como expansores de plasma, transfusiones de concentrados de hematíes, exploraciones radiológicas y urológicas, tratamiento con analgésicos, antibióticos, reposo, rehabilitación, apoyo psicológico con medicación sedante, e, inmovilización de fractura de la mano derecha. Las lesiones de Ruth quedaron estabilizadas el 14/2/2012, habiendo estado impedida para el ejercicio de sus tareas habituales durante 217 días, siendo 8 de ellos por ingreso hospitalario, quedando secuelas consistentes en: -paresia del nervio femoral derecho -trastorno de estrés postraumático -daño estético por numerosas cicatrices (19) repartidas por tronco y extremidad superior izquierda, cuyas características son: · cicatriz en el cuadrante superointero de la mama derecha de 1,5 cm, muy notoria · dos cicatrices en zona periaerolar de la mama izquierda de 3 cm cada una de ellas, muy notorias · cicatriz en cuadrante superointerno de la mama izquierda de 2 cm, muy notoria · cicatriz en el tercio medio del borde externo del brazo izquierdo de 4x2 cm, irregular en forma de "L" y muy notoria · cicatriz en el tercio medio de la unión del borde externo con la cara anterior del brazo izquierdo de 2,5 cm, notoria · cicatriz en el tercio proximal de la cara posterior del antebrazo izquierdo de 4,5 cm, notoria · cicatriz contigua a la anterior de 2,5 cm, notoria · cicatriz en el tercio distal de la cara anterior del antebrazo izquierdo de 4,5 cm, notoria e irregular · cicatriz en el borde externo de la región tenar de la mano izquierda de 1,5 cm, notoria · cicatriz quirúrgica por laparotomía media supraumbilical de 15 cm, muy notoria · dos cicatrices paraumbilicales de 3 cm cada una de ellas · cicatriz en flanco derecho de 2,5 cm, notoria · cicatriz en hipocondrio derecho de 1,5 cm, notoria · cicatriz en zona paralumbar-flanco derecho de 2 cm, notoria · cicatriz en cadera derecha de 3,5 cm, notoria · cicatriz en costado izquierdo inmediatamente por debajo del hueco axilar de 3 cm, notoria · cicatriz en flanco izquierdo de 3x1,5 cm, notoria · cicatriz en costado izquierdo de 2 cm, notoria · cicatriz en región inginal izquierda de 2 cm, notoria Finalmente, concurre la relación de causalidad entre la acción comisiva y el resultado dañoso, en cuanto las lesiones sufridas por Ruth traen su causa directa de la agresión de que fue objeto por el acusado Abel, siendo el resultado lesivo causado objetivamente imputable a la conducta ilícita del acusado, puesto que con ella generó un riesgo para el bien jurídico tutelado por la norma penal (la vida, la salud e integridad física de la víctima) que finalmente se materializó en las lesiones causadas, debiendo concluirse que también concurre el elemento subjetivo o "animus necandi", elemento que indudablemente concurre en el caso enjuiciado. En efecto, de todas las circunstancias concurrentes se puede deducir, como conclusión lógica y razonable, que el autor del hecho pretendió causar la muerte de Ruth, tanto porque esa fuera su intención directa, como porque aceptara la posibilidad de que ello ocurriera por la gravedad de las heridas que pudiera causar, de forma que el sujeto activo actuó guiado al menos por un dolo eventual, desde el momento en que necesariamente tuvo que representarse el resultado mortal como algo probable, consecuencia del alto riesgo creado con su acción, además consentido y asumido. Esto es el acusado, con "animus necandi" practicó los actos de ejecución que objetivamente deberían producir como resultado la muerte de Ruth, resultado que finalmente no tuvo lugar por causas ajenas a la voluntad del acusado, ánimo de matar que se infiere razonablemente de los siguientes datos objetivo: 1.- El empleo de un arma apta para causar heridas mortales, pues, el acusado cuanto menos empleó el cuchillo con el escudo del FC Barcelona, de 23 cm de largo total, y, hoja de sierra de 12 cm de largo y 1,3 cm de ancha, en que fueron objetivados restos de sangre con un perfil autosómico compatible con una mezcla de ADN de al menos tres personas, siendo así que dicho cuchillo fue localizado en el lugar de los hechos, tratándose de un arma apta, sin duda, para causar heridas mortales. 2.- El lugar o zona del cuerpo hacia donde se dirigió la acción ofensiva, por cuanto el acusado eligió zonas vitales. En este punto conviene tener presente que la víctima ingresó el día de autos en el Hospital General de Fuerteventura en un estado crítico por shock hipovolémico, habiendo sufrido veinte heridas por arma blanca, dispersas en zonas vitales como el tórax y el abdomen, con afectaciones de especial gravedad como hemoneumotorax izquierdo y laceraciones en hígado, bazo, intestinos, retroperitoneo y lesiones neurológicas en raíces del plexo lumbar derecho, encontrándose localizadas la mayoría de las heridas del tronco, en el plano anterior tanto del tórax como del abdomen, habiendo afectado varias a la mama izquierda, tratándose de lesiones que, a decir de los forenses, comprometieron seriamente la vida de Ruth al localizarse algunas de ellas en zonas vitales, habiendo significado los forenses en el acto del juicio oral que dichas heridas pudieron haberle causado la muerte que no tuvo lugar por la rápida intervención de los sanitarios, quienes le salvaron la vida. 3.-La insistencia y reiteración de los actos atacantes, la duración, el número y violencia de los golpes, pues el acusado llegó a asestar cuchilladas a la víctima que le causaron veinte lesiones, en tórax y abdomen, amén de algunas lesiones defensivas localizadas en el antebrazo izquierdo de la víctima, habiendo perpetrado el acusado el ataque en dos momentos, pues tras abalanzarse sobre ella de forma sorpresiva y repentina, asestándole diversas cuchilladas, el acusado arremetió contra el fallecido Higinio, y, acto seguido, regresó al lugar en que se hallaba Ruth a la que conminó a callarse al tiempo que continuaba asestándole cuchilladas hasta que la víctima cayó al suelo entre desvanecida y simulando estar muerta, a decir de la víctima en el plenario. Por lo demás, las afectaciones causadas por las cuchilladas asestadas en el tórax y en el abdomen, como hemoneumotorax izquierdo y laceraciones en hígado, bazo, intestinos, retroperitoneo y lesiones neurológicas en raíces del plexo lumbar derecho, son muestra palmaria de la intensidad de los golpes ejecutados por el acusado. 4.- El acusado con su acción causó lesiones consistentes en hemoneumotórax izquierdo, lesión de mama izquierda, hemoperitoneo, laceración hepática, laceración esplénica, hematoma en retroperitoneo sin afectación de riñones ni de vías urinarias, lesión neurológica del plexo lumbar derecho, perforación intestinal y de estómago, deserosamiento del sigma y fractura del cuarto metacarpiano de la mano derecha, con un sangrado masivo que hubieran determinado su muerte de no recibir asistencia médica y quirúrgica de urgencia, como significaron con contundencia en el plenario los médicos forenses. 5.- La conducta posterior observada por el acusado desatendiéndose del alcance de sus actos, alejándose del lugar, persuadido de la gravedad y transcendencia de los mismos, pues el acusado lejos de procurar atender a la víctima se marchó del lugar de los hechos, desentendiéndose de la misma precisamente cuando ésta cayó desvanecida simulando estar ya muerta. Y, por último, no se puede obviar que el acusado, una vez en el interior de la habitación en que se encontraba junto con las dos víctimas, una de ellas con las manos atadas, corrió las cortinas cerrándolas, todo ello con la finalidad de evitar ser visto por la ventana por posibles vecinos. Con todos esos datos queda patentizado un irrefutable "animus necandi", pues no puede pretenderse que el despliegue de una conducta de tal entidad, como la llevada a cabo por el acusado, pueda excluir como resultado la muerte de la agredida. Muy al contrario, las características y condiciones de la acción agresora permitían augurar, con alto grado de probabilidad, el resultado letal, lo que no impidió llevar a término la acción emprendida con aceptación de sus consecuencias. La intención homicida, por tanto, es imputable a título de dolo, pues aunque por la defensa del acusado se sostenga que su voluntad era simplemente la de herir, es claro que teniendo en cuenta el instrumento, modo y lugar de efectuar la agresión, que según los dictámenes periciales, eran aptos para producir la muerte, ese resultado mortal fue eventualmente esperado, asumido y aceptado por su autor. Por lo demás, también concurre la alevosía. En efecto, si bien es cierto que entre el acusado y la víctima Ruth no había una especial relación de amistad, sin embargo, no se puede perder de vista que la víctima participa de la relación de confianza que unía al agresor con su novio, Higinio, de modo que al igual que Higinio, Ruth se hallaba totalmente despreocupada respecto de un eventual ataque que pudiera tener su origen en acciones del acusado, siendo muestra de ello el que se estuviese dedicando despreocupadamente a sus quehaceres (preparándose para marcharse a la autoescuela), en tanto su novio Higinio y el acusado conversaban primero en el salón y luego en la habitación en la que ella se encontraba acicalándose. Esa despreocupación se evidencia igualmente, al percatarse de que su novio se encuentra maniatado, en lo que ella pensaba que se trataba simplemente de un juego, sin esperar de modo alguno un eventual ataque del acusado ni reparar en que ello privaba a su novio de la posibilidad de defenderse o de defenderla respecto de un ataque que ninguno de ellos se podía siquiera imaginar. Estas circunstancias vertebradas en torno al clima de confianza reinante en la vivienda y la privación de Higinio de la aptitud para defenderse o defender a su novia Ruth al encontrarse fuertemente maniatado, el acusado las aprovecha para abalanzarse sorpresivamente, de forma repentina e inopinada, cuando se encontraba de espaldas, sobre Ruth, aprovechando además, la ventaja que le proporcionaba su propia constitución física y fortaleza que junto a la sorpresa de su inesperado asalto impidió cualquier reacción evasiva o de huída de la víctima Ruth, contra la que el acusado reiteró su ataque después de la primera sorpresiva acometida, continuando asestando cuchilladas a una víctima que carecía de la más mínima aptitud para defenderse del ataque recibido, siendo imposible recibir ayuda alguna de su novio Higinio. La forma de ataque así definida tiene perfecto encuadre en la circunstancia agravante de alevosía, ya que el acusado aprovechó una situación de evidente indefensión de su víctima, quien no podía esperar el sorpresivo ataque, circunstancia ésta conocida y querida por el agresor, que inició inmediatamente la agresión, consciente de la ventaja que la situación le ofrecía. Finalmente, el delito se ha ejecutado en grado de tentativa por cuanto el procesado inició la ejecución del delito directamente por hechos exteriores, practicando todos los actos que objetivamente deberían producir el resultado perseguido y deseado, no produciéndose éste por causas ajenas a la voluntad del autor, por cuanto el acusado, quien se marchó de lugar desentendiéndose de ambas víctimas, infligió a Ruth lesiones que, como queda dicho, de no haber recibido la asistencia médica y quirúrgica de urgencia inmediata que se le dispensó, hubieran determinado sin duda el fallecimiento de la víctima tal como destacaron en el plenario los Médicos Forenses ya reseñados. Los actos que ejecutó el proceso eran por sí mismos suficientes para producir el resultado que persiguió con ellos --acabar con la vida de Ruth--, tanto desde un punto de vista objetivo como desde la valoración subjetiva del autor eran idóneos para causar la muerte de quien resultó agredido. Desde la óptica del autor se hizo lo que debía, de acuerdo con el plan que trazó, para conseguir aquello que perseguía y que no era sino la muerte de la víctima. Se agotaron todos los actos ejecutivos que deberían producir el resultado querido, estándose pues ante un supuesto de tentativa acabada . CUARTO .- Autoría. Por su participación voluntaria, directa y material en los hechos relatados en esta sentencia se considera al acusado Abel autor criminalmente responsable de los delitos antes definidos de acuerdo con el art. 28 pfo.1º del CP. QUINTO.- No concurren circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal . En este sentido, en relación a las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal agravantes y atenuantes aducidas por la acusación particular y la defensa del acusado, respectivamente, se han de efectuar las siguientes consideraciones, a saber: 1.-/Circunstancia agravante de abuso de confianza . En lo que respecta a la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal agravante de abuso de confianza, la STS de 11 de diciembre de 2000, define y describe que el abuso de confianza exige, como circunstancia agravante, una relación especial subjetiva y anímica, entre el ofensor y la víctima, relación de confianza que ha de encontrar su razón o causa en una serie de circunstancias distintas, nacidas de diversas motivaciones, bien sean relaciones laborales, amistosas, convivencia de vecindad, razones familiares o cualquier otra, que genere una especial confianza en virtud de la cual se inhibe la sospecha o la desconfianza. La agravante requiere además que el autor se aproveche de las facilidades que para la comisión del delito implican los referidos vínculos, lo que significa una mayor posibilidad en la ejecución del mismo. Y esa confianza ultrajada se manifiesta como un plus de culpabilidad, al revelar una mayor perversión en la ejecución de unos actos constitutivos de unos delitos que no la llevan implícita...". Según la doctrina jurisprudencial representada entre otras por las Sentencias Sala 2ª del T.S., de 20-10-88, 28-6-89 y 4-6-90, tiene en cuenta la confianza que el sujeto pasivo de la acción antijurídica enjuiciada otorgó a la acusada con acceso a los bienes jurídicos lesionados por ésta depositando en ella su confianza, quien se aprovechó de ella faltando a los deberes de lealtad y fidelidad, cometiendo los hechos con mayor facilidad y éxito en su propósito criminal. La Sentencia del TS de 28-10-00 establece que: "La esencia de esta agravante es el mayor grado de antijuridicidad que comporta un plus de culpabilidad que supone la lealtad quebrantada entre personas vinculadas por una relación de confianza , de la que se aprovecha el autor faltando los deberes de fidelidad que le impone esa relación. En el ámbito de las relaciones laborales, no basta la existencia de este vínculo para la aplicación de la agravante "aunque puede derivar de las mismas" (STS de 9 de octubre de 1989), limitándose a aquéllas que se mueven dentro de una específica situación laboral que implicaba confianza de la empresa para manejar caudales, efectos, documentos... (STS de 23 de octubre de 1993)." Declara la SAP de Barcelona, de 3-12-2002 que: "Concurren en el acusado/a circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, la agravante de abuso de confianza del art. 22.6 del CP y ello por concurrir en la conducta del acusado los elementos característicos de dicha agravación tales como: a) Uno subjetivo integrado por la relación de confianza entre sujeto activo y perjudicado caracterizada dicha relación por razones de convivencia social, laboral o profesional, de hospedaje o de amistad a través de los que surgen recíprocamente deberes -no necesariamente jurídicos- de lealtad. Y b) Otro objetivo consistente en la captación de cierta facilidad para cometer el delito, derivada de la situación creada a consecuencia de esos deberes recíprocos entre el agente y el sujeto pasivo con aprovechamiento de las facilidades que proporciona la confianza ofrecida por el sujeto pasivo autor del delito (ATS 1 febrero 1995)." Por su parte la AP Madrid en su sentencia de 17-9-2002: "Hay abuso de confianza, TS 2ª 21-04-1999, cuando se quebranta la lealtad puesta en el agente en el curso de relaciones humanas de variadas clases: convivencia, amistad, de servicio o dependencia o laborales y profesionales. Como el prevalecimiento del abuso de confianza depositada en el culpable facilita la comisión del hecho quien, consciente de ello, asegura el resultado de su acción muestra un plus de perversidad y culpabilidad que aumentó su reprobabilidad", entre otras muchas. En suma, la esencia de esta agravante es el mayor grado de antijuridicidad que comporta un plus de culpabilidad que supone la lealtad quebrantada entre personas vinculadas por una relación de confianza, de la que se aprovecha el autor faltando a los deberes de fidelidad que le impone esa relación. Enseñando la sentencia del Tribunal Supremo núm. 768/2004 de 18 de junio, que la circunstancia agravante de "obrar con abuso de confianza ", como literalmente dice el art. 22.6 CP, reproducción literal de lo que disponía el núm. 9º del art. 10 CP anterior artículo.10 .9 D 3096/1973 de 14 septiembre 1973, requiere para su aplicación dos elementos: 1º. Una especial relación entre el sujeto activo y el pasivo del delito de que se trate, por razones profesionales, laborales, de dependencia o servicio, familiares, de comunidad de intereses o de vida, amistad, compañerismo, que originan un específico deber de lealtad entre ambos sujetos. 2º. Un aprovechamiento de esa particular relación que permite una mayor facilidad para la comisión del delito de que se trate con la consiguiente infracción de ese deber de lealtad. Sentado lo anterior, se ha de tener presente que la condena producida lo es por asesinato por expresa apreciación de la alevosía, atendidas las circunstancias del acometimiento causante de la muerte de la víctima, y esta permitiría subsumir en la configuración de la alevosía el abuso de confianza en los términos en que se plantea en el presente caso, so pena de incurrir en un bis in idem en cuanto a las circunstancias agravantes la alevosía, que lleva a la calificación delictiva de asesinato, y el abuso de confianza, atendido lo que señala la sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo, nº 479/2001, de veinte de marzo (rec. 524/2000 ) , en su fundamento de derecho cuarto, "... Se combate la aplicación de la agravante de abuso de confianza en la muerte de María Antonieta. Este motivo, que es apoyado por el Ministerio Fiscal, debe ser estimado. El Tribunal de instancia ha apreciado tanto la agravante de alevosía como la de abuso de confianza en la muerte de María Antonieta. Tiene declarado esta Sala (Cfr. sentencia de 22 de junio de 1993 ) que la alevosía requiere de un elemento normativo que se cumple si acompaña a cualquiera de los delitos contra las personas; de un elemento instrumental que puede afirmarse si la conducta del agente se enmarca, en un actuar que asegure el resultado, sin riego para su persona, en algunas de las modalidades que doctrina y jurisprudencia distingue en el asesinato alevoso; y de un elemento culpabilístico, consistente en el ánimo de conseguir la muerte sin ofrecer a la víctima posibilidad alguna de defensa. En cuanto a los modos, situaciones o instrumentos de que se valga el agente para asegurar el resultado excluyendo toda defensa y consiguiente riesgo para su persona, la doctrina de esta Sala distingue tres supuestos de asesinato alevoso. La alevosía llamada proditoria o traicionera, si concurre celada, trampa o emboscada; la alevosía sorpresiva, que se materializa en un ataque súbito o inesperado; y la alevosía por desvalimiento, en la que el agente se aprovecha de una especial situación de desamparo de la víctima que impide cualquier manifestación de defensa. Y es asimismo doctrina de esta Sala, como es exponente la Sentencia de 11 de diciembre de 2000, que el abuso de confianza exige, como circunstancia agravante, una relación especial subjetiva y anímica, entre el ofensor y la víctima, relación de confianza que ha de encontrar su razón o causa en una serie de circunstancias distintas, nacidas de diversas motivaciones, bien sean relaciones laborales, amistosas, convivencia de vecindad, razones familiares o cualquier otra, que genere una especial confianza en virtud de la cual se inhibe la sospecha o la desconfianza. La agravante requiere además que el autor se aproveche de las facilidades que para la comisión del delito implican los referidos vínculos, lo que significa una mayor posibilidad en la ejecución del mismo. Y esa confianza ultrajada se manifiesta como un plus de culpabilidad, al revelar una mayor perversión en la ejecución de unos actos constitutivos de unos delitos que no llevan implícita el abuso de la confianza como elemento esencial o constitutivo de la figura delictiva de que se trate. Esta Sala igualmente ha examinado la compatibilidad o no de la agravante de alevosía con la de abuso de confianza. Así en la sentencia de 31 de marzo de 1990 se inclina por la incompatibilidad, aunque otras sentencias ven necesario precisar la modalidad alevosa que se ha tenido en cuenta antes de pronunciarse sobre esa compatibilidad. Con ese criterio, la Sentencia de esta Sala 1443/2000, de 20 de septiembre, señala que la alevosía proditoria o a traición destaca como elemento esencial el abuso de confianza con el que actúa el sujeto activo respecto al pasivo que no teme, dada la relación de confianza existente, una agresión como la efectuada, y nos recuerda otra, la 210/96, de 11 de marzo en que se declara que "la alevosía requiere esencialmente más el aprovechamiento de la confianza de la víctima, generadora de la situación de indefensión, que una superioridad física y material del autor". En el mismo sentido la STS 343/2000, de 7 de marzo, en la que se afirma que la modalidad de alevosía proditoria "requiere traición y éste presupone una especial relación de confianza que ha sido defraudada por el autor". En el caso que examinamos en el presente recurso, indudablemente existía una relación afectiva entre el acusado y María Antonieta , con la que había tenido el hijo cuya muerte violenta igualmente causó, y la convivencia que ambos mantenían es lo que a juicio del Tribunal del Jurado y del Tribunal Superior de Justicia justifica la agravante de abuso de confianza por haberse aprovechado, se dice por este último, de los lazos de lealtad y confianza que tenía con la víctima. Sin embargo, conforme a la doctrina jurisprudencial antes expresada, hay que destacar que la apreciación de la agravante de alevosía , según razona el Tribunal Superior de Justicia de Galicia, surge por la inexistencia de reacción defensiva al encontrarse la víctima durmiendo o que al menos hubo una agresión súbita e inesperada que impide la reacción y permite rematar a la víctima, actuación alevosa en cuanto se aprovecha la sorpresa para asegurar el resultado y eliminar el riesgo de una eventual defensa de la ofendida. Y estos razonamientos de la sentencia recurrida en casación permiten sostener que, en este caso, ha sido esa especial relación personal y de convivencia que la víctima mantenía con su agresor la que le indujo a quedarse dormida o mantener una actitud de confianza que fue aprovechada por su agresor para causar la muerte sin ofrecerle posibilidad alguna de defensa. Así las cosas, apreciada la agravante de alevosía , en este caso no puede aplicarse, asimismo, la de abuso de confianza en cuanto responde a una mayor facilidad comisiva que está implícita en aquella, y la apreciación de ambas supondría penar dos veces el aprovechamiento por el agresor de la ausencia de reacción defensiva basada en una relación de confianza que inhibe la sospecha frente a una posible agresión ...". En similar sentido, expone sintéticamente la STS de fecha 7 de junio de 2007, que "... Respecto a la agravante de abuso de confianza , el Ministerio Fiscal ha apoyado el motivo. Dice el Fiscal que toda la acción desde su inicio tiende a asegurar la ejecución del delito como medio de comisión alevosa, lo que conlleva que el aprovechamiento de la relación de confianza quede embebido en la alevosía. La Sala comparte ese criterio. En la mayor parte de los casos, especialmente en los ataques sorpresivos y a traición, la alevosía implica el aprovechamiento por el autor de un cierto grado de confianza de la víctima, que no espera la agresión. En el caso, es precisamente el aprovechamiento de la confianza de la víctima lo que permite a la recurrente ejecutar el hecho de la forma alevosa en que lo hizo. ..". Esto último es lo que ocurre en el supuesto que nos ocupa, por cuanto es precisamente el aprovechamiento de la confianza de la víctima lo que permitió al acusado ejecutar el hecho de la forma alevosa en que lo hizo, pues ésta se vertebra, principalmente, en torno a la confianza existente entre la víctima y el acusado, generadora para la víctima de su total despreocupación respecto de un eventual ataque que pudiera tener su origen en acciones del acusado, confianza y despreocupación que es la que facilita al acusado el maniatar con fuerza a la víctima, disminuyendo sino eliminando cualquier capacidad de defensa ante el sorpresivo e inesperado ataque perpetrado, de modo que no es de apreciar la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal aducida por la acusación particular. 2.- Circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal atenuantes. Como línea de principio debe tenerse presente que, como tiene reiterado la Sala Segunda del Tribunal Supremo -por todas S. 9.10.99- la carga de la prueba obliga a cada parte a probar aquello que expresamente alegue, por lo que, así como sobre la acusación recae el onus de probar el hecho ilícito imputado y la participación en él del acusado, éste viene obligado, una vez admitida o se estime como probada la alegación de la acusación, a probar aquellos hechos impeditivos de la responsabilidad que para él se deriven de lo imputado y probado, hechos impeditivos que es insuficiente invocar sino que debe acreditar probatoriamente el que los alegue, pues no están cubiertos por la presunción de inocencia, ya que de otro modo se impondría a las acusaciones la carga indebida, y hasta imposible, de tener que probar además de los hechos positivos integrantes del tipo penal imputado, y de la participación del acusado, los hechos negativos de la no concurrencia de las distintas causas de exención de responsabilidad incluidas en el catálogo legal de las mismas, ya que la prueba de su existencia recae sobre el acusado, de acuerdo con los principios procesales "onus probandi incumbit qui decit non qui negat" y "afirmati non neganti incumbit probatio, negativa non sinut probanda", STS. 18.11.87, 29.2.88, en las que se afirma que la presunción de inocencia no puede recaer sobre algo en principio anormal, cual es una circunstancia de imputabilidad, siendo igualmente doctrina jurisprudencial la de que las circunstancias modificativas han de surgir de la declaración de hechos probados y han de tener tan notoria claridad y evidencia como el hecho mismo, sin que puedan fundarse en conjeturas y presunciones (SSTS. 12.4.95, 23.10.96). Como dice el Auto del Tribunal Supremo de 13 de junio de 2003, rec. 2777/2002, " esta Sala tiene establecido en constante doctrina que la carga de la prueba obliga a probar a cada parte aquello que expresamente alegue, por lo que, así como sobre la acusación recae el "onus" de probar el hecho ilícito imputado y la participación en él del acusado, éste viene obligado, una vez admitida o se estime como probada la alegación de la acusación, a probar aquellos hechos impeditivos de la responsabilidad que para él se deriven de lo imputado y probado, hechos impeditivos que es insuficiente invocar sino que debe acreditar probatoriamente el que los alegue, pues no están cubiertos por la presunción de inocencia, ya que de otro modo se impondría a las acusaciones la carga indebida, y hasta imposible, de tener que probar además de los hechos positivos integrantes del tipo penal imputado y de la participación del acusado, los hechos negativos de la no concurrencia de las distintas causas de extinción de responsabilidad incluidas en el catálogo legal de las mismas ". Se requiere, en definitiva, la prueba clara de la eximente o de la atenuante en la misma intensidad que la prueba del hecho mismo. 2.1 . Sentado lo anterior, en cuanto a las consecuencias penológicas de la drogadicción, la reciente sentencia del Tribunal Supremo, sala 2ª, de fecha 22 de noviembre de 2012, expone profusamente: "...Como hemos dicho en recientes sentencias 347/2012 de 25-4, 312/"011 de 29-4; 129/2011 de 10-3, 11/2010, de 24-2, según la Organización Mundial de la Salud, por droga ha de entenderse "cualquier sustancia, terapéutica o no, que introducida en el organismo por cualquier mecanismo (ingestión, inhalación, administración, intramuscular o intravenosa, etc.) es capaz de actuar sobre el sistema nervioso central del consumidor provocando un cambio en su comportamiento, ya sea una alteración física o intelectual, una experimentación de nuevas sensaciones o una modificación de su estado psíquico, caracterizado por: 1º) El deseo abrumador o necesidad de continuar consumiendo (dependencia psíquica). 2º) Necesidad de aumentar la dosis para aumentar los mismos efectos (tolerancia). 3º) La dependencia física u orgánica de los efectos de la sustancia (que hace verdaderamente necesarias su uso prolongado, para evitar el síndrome de abstinencia). La OMS define la toxicomanía en su informe técnico NUM022 como "el estado de intoxicación periódica o crónica producido por el consumo reiterado de una droga natural o sintética", y la dependencia como "el estado de sumisión física o psicológico respecto de una determinada droga resultado de la absorción periódica o repetitiva de la misma". En cuanto a su incidencia en la responsabilidad penal hemos dicho en sentencias de esta Sala 16/2009 de 27.1; 672/2007 de 19.7; 145/2007 de 28.2; 1071/2006 de 9.11, 282/2004 de 1.4, las consecuencias penológicas de la drogadicción pueden ser encuadradas, dentro de la esfera de la imputabilidad, bien excluyendo total o parcialmente la responsabilidad penal, ( arts. 20.2y 21.1 CP), o bien actuando como mera atenuante de la responsabilidad penal, por la vía del art. 21.2ª del Código penal, propia atenuante de drogadicción, o como atenuante analógica, por el camino del art. 21.6º. Los requisitos generales para que se produzca dicho tratamiento penológico en la esfera penal, podemos sintetizarles del siguiente modo: 1) Requisito biopatológico, esto es, que nos encontremos en presencia de un toxicómano, cuya drogodependencia exigirá a su vez estos otros dos requisitos: a') que se trate de una intoxicación grave, pues no cualquier adicción a la droga sino únicamente la que sea grave puede originar la circunstancia modificativa o exonerativa de la responsabilidad criminal, y b') que tenga cierta antigüedad, pues sabido es que este tipo de situaciones patológicas no se producen de forma instantánea, sino que requieren un consumo más o menos prolongado en el tiempo, dependiendo de la sustancia estupefaciente ingerida o consumida. El Código penal se refiere a ellas realizando una enumeración que por su función integradora puede considerarse completa, tomando como tales las drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos. 2) Requisito psicológico, o sea, que produzcan en el sujeto una afectación de las facultades mentales del mismo. En efecto, la Sentencia 616/1996, de 30 septiembre, ya declaró que "no es suficiente ser adicto o drogadicto para merecer una atenuación, si la droga no ha afectado a los elementos intelectivos y volitivos del sujeto". Cierto es que la actual atenuante de drogadicción sólo exige que el sujeto actúe a causa de su grave adicción a las sustancias anteriormente referidas, lo cual no permitirá prescindir absolutamente de este requisito, ya que es obvio que la razón que impera en dicha norma es la disminución de su imputabilidad, consecuencia presumida legalmente, ya que tan grave adicción producirá necesariamente ese comportamiento, por el efecto compulsivo que le llevarán a la comisión de ciertos delitos, generalmente aptos para procurarse las sustancias expresadas ( STS. 21.12.99), que declaró que siendo el robo para obtener dinero con el que sufragar la droga una de las manifestaciones más típicas de la delincuencia funcional asociada a la droga, la relación entre adicción y delito puede ser inferida racionalmente sin que precise una prueba específica. 3) Requisito temporal o cronológico, en el sentido que la afectación psicológica tiene que concurrir en el momento mismo de la comisión delictiva, o actuar el culpable bajo los efectos del síndrome de abstinencia, requisito éste que, aún siendo necesario, cabe deducirse de la grave adicción a las sustancias estupefacientes, como más adelante veremos. Dentro del mismo, cabrá analizar todas aquellas conductas en las cuales el sujeto se habrá determinado bajo el efecto de la grave adicción a sustancias estupefacientes, siempre que tal estado no haya sido buscado con el propósito de cometer la infracción delictiva o no se hubiere previsto o debido prever su comisión (en correspondencia con la doctrina de las "actiones liberae in causa"). 4) Requisito normativo, o sea la intensidad o influencia en los resortes mentales del sujeto, lo cual nos llevará a su apreciación como eximente completa, incompleta o meramente como atenuante de la responsabilidad penal, sin que generalmente haya de recurrirse a construcciones de atenuantes muy cualificadas, como cuarto grado de encuadramiento de dicha problemática, por cuanto, como ha declarado la Sentencia de 14 de julio de 1999, hoy no resulta aconsejable pues los supuestos de especial intensidad que pudieran justificarla tienen un encaje más adecuado en la eximente incompleta, con idénticos efectos penológicos. A) Pues bien la doctrina de esta Sala ha establecido que la aplicación de la eximente completa del art. 20.1 será sólo posible cuando se haya acreditado que el sujeto padece una anomalía o alteración psíquica que le impida comprender la ilicitud de su conducta o de actuar conforme a esa comprensión ( STS. 21/2005 de 19.1). La jurisprudencia ha considerado que la drogadicción produce efectos exculpatorios cuando se anula totalmente la capacidad de culpabilidad, lo que puede acontecer bien cuando el drogodependiente actúa bajo la influencia directa del alucinógeno que anula de manera absoluta el psiquismo del agente, bien cuando el drogodependiente actúa bajo la influencia de la droga dentro del ámbito del síndrome de abstinencia, en el que el entendimiento y el querer desaparecen a impulsos de una conducta incontrolada, peligrosa y desproporcionada, nacida del trauma físico y psíquico que en el organismo humano produce la brusca interrupción del consumo o la brusca interrupción del tratamiento deshabituador a que se encontrare sometido ( Sentencia de 22 de septiembre de 1999).A ambas situaciones se refiere el art. 20-2º del Código penal, cuando requiere bien una intoxicación plena por el consumo de tales sustancias, impidiéndole, en todo caso, comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión. B) La eximente incompleta, precisa de una profunda perturbación que, sin anularlas, disminuya sensiblemente aquella capacidad culpabilística aun conservando la apreciación sobre la antijuricidad del hecho que ejecuta. No cabe duda de que también en la eximente incompleta, la influencia de la droga, en un plano técnicamente jurídico, puede manifestarse directamente por la ingestión inmediata de la misma, o indirectamente porque el hábito generado con su consumo lleve a la ansiedad, a la irritabilidad o a la vehemencia incontrolada como manifestaciones de una personalidad conflictiva ( art. 21.1ª CP). Esta afectación profunda podrá apreciarse también cuando la drogodependencia grave se asocia a otras causas deficitarias del psiquismo del agente, como pueden ser leves oligofrenias, psicopatías y trastornos de la personalidad, o bien cuando se constata que en el acto enjuiciado incide una situación próxima al síndrome de abstinencia, momento en el que la compulsión hacia los actos destinados a la consecución de la droga se hace más intensa, disminuyendo profundamente la capacidad del agente para determinar su voluntad ( STS de 31 de marzo de 1997), aunque en estos últimos casos solo deberá apreciarse en relación con aquellos delitos relacionados con la obtención de medios orientados a la adquisición de drogas. C) Respecto a la atenuante del art. 21.2 CP, se configura la misma por la incidencia de la adicción en la motivación de la conducta criminal en cuanto es realizada a causa de aquella. El beneficio de la atenuación sólo tiene aplicación cuando exista una relación entre el delito cometido y la carencia de drogas que padece el sujeto. Esta adicción grave debe condicionar su conocimiento de la ilicitud (conciencia) o su capacidad de actuar conforme a ese conocimiento (voluntad). Las SSTS. 22.5.98y 5.6.2003, insisten en que la circunstancia que como atenuante describe en el art. 21.2 CP. es apreciable cuando el culpable actúe a causa de su grave adicción a las sustancias anteriormente mencionadas, de modo que al margen de la intoxicación o del síndrome de abstinencia, y sin considerar las alteraciones de la adicción en la capacidad intelectiva o volitiva del sujeto, se configura la atenuación por la incidencia de la adicción en la motivación de la conducta criminal en cuanto realizada "a causa" de aquélla ( SSTS. 4.12.2000y 29.5.2003). Se trataría así con esta atenuación de dar respuesta penal a lo que criminológicamente se ha denominado "delincuencia funcional" ( STS. 23.2.99). Lo básico es la relevancia motivacional de la adicción, a diferencia del art. 20.2 CP. y su correlativa atenuante 21.1 CP, en que el acento se pone más bien en la afectación a las facultades anímicas. La STS. de 28.5.2000declara que lo característico de la drogadicción, a efectos penales, es que incida como un elemento desencadenante del delito, de tal manera que el sujeto activo actúe impulsado por la dependencia de los hábitos de consumo y cometa el hecho, bien para procurarse dinero suficiente para satisfacer sus necesidades de ingestión inmediata o trafique con drogas con objeto de alcanzar posibilidades de consumo a corto plazo y al mismo tiempo conseguir beneficios económicos que le permitan seguir con sus costumbres e inclinaciones. Esta compulsión que busca salida a través de la comisión de diversos hechos delictivos, es la que merece la atención del legislador y de los tribunales, valorando minuciosamente las circunstancias concurrentes en el autor y en el hecho punible. Respecto a su apreciación como muy cualificada, en STS. 817/2006 de 26.7, recordábamos que la referida atenuante es aquella que alcanza una intensidad superior a la normal de la respectiva circunstancia, teniendo en cuenta las condiciones del culpable, antecedentes del hecho y cuantos elementos o datos puedan destacarse y ser reveladoras del merecimiento y punición de la conducta del penado, SSTS. 30.5.91, y en igual sentido 147/98de 26.3, y que no es aconsejable acudir en casos de drogadicción a la atenuante muy cualificada, pues los supuestos de especial intensidad que pudieran justificarla tienen un encaje más apropiado en la eximente incompleta. D) Por último, cuando la incidencia en la adicción sobre el conocimiento y la voluntad del agente es más bien escasa, sea porque se trata de sustancias de efectos menos devastadores, sea por la menor antigüedad o intensidad de la adicción, más bien mero abuso de la sustancia lo procedente es la aplicación de la atenuante analógica, art. 21.6 CP. Es asimismo doctrina reiterada de esa Sala SS. 27.9.99y 5.5.98, que el consumo de sustancias estupefacientes, aunque sea habitual, no permite por sí solo la aplicación de una atenuación, no se puede, pues solicitar la modificación de la responsabilidad criminal por el simple hábito de consumo de drogas, ni basta con ser drogadicto en una u otra escala, de uno u otro orden para pretender la aplicación de circunstancias atenuantes, porque la exclusión total o parcial o la simple atenuación de estos toxicómanos, ha de resolverse en función de la imputabilidad, o sea de la evidencia de la influencia de la droga en las facultades intelectivas y volitivas del Sujeto. En consecuencia, los supuestos de adicción a las drogas que puedan ser calificados como menos graves o leves no constituyen atenuación, ya que la adición grave es el supuesto límite para la atenuación de la pena por la dependencia de drogas. Es decir, para poder apreciarse la drogadicción sea como una circunstancia atenuante, sea como eximente, aún incompleta, es imprescindible que conste acreditada la concreta e individualizada situación del sujeto en el momento comisivo, tanto en lo concerniente a la adición a las drogas tóxicas o sustancias estupefacientes como al periodo de dependencia y singularizada alteración en el momento de los hechos y la influencia que de ello pueda declararse, sobre las facultades intelectivas y volitivas, sin que la simple y genérica expresión narradora de que el acusado era adicto a las drogas, sin mayores especificaciones y detalles pueda autorizar o configurar circunstancia atenuante de la responsabilidad criminal en ninguna de sus variadas manifestaciones SSTS 16.10.00, 6.2, 6.3y 25.4.01, 19.6 y 12.7.02). En la STS. 21.3.01se señala que aunque la atenuante de drogadicción ha sido en ciertos aspectos "objetivada" en el nuevo CP, no cabe prescindir de que la actuación del culpable sea causada, aunque solo sea ab initio, por su adicción grave el consumo de droga. La citada doctrina no es sino afirmación del reiterado criterio jurisprudencial de que las circunstancias modificativas de la responsabilidad han de estar acreditadas como el hecho típico de que dependen ( SSTS 15.9.98, 29.11.99, 23.4.2001, STS. 2.2.200, que cita STS. 6.10.98, en igual línea 21.1.2002, 2.7.2002, 4.11.2002y 17.9.98, 19.12.98, SSTS. 20.5.2003, que añaden que no es aplicable respecto de las circunstancias modificativas el principio in dubio pro reo. En el caso presente, la independencia de que en el relato de hechos probados -cuyo respeto exige la vía casacional (del art. 849.1 LECrim, solo se recoge que " Gabino era consumidor de cocaína en la fecha de los hechos en una frecuencia de 1 a 2 veces por semana" -dato fáctico insuficiente para sustentar la concurrencia de la circunstancia del art. 21.1 CP, lo cierto es que el informe del Centro Alborada, informes forenses y testificales, solo confirmarían ese consumo de cocaína, pero no consta esa disminución de su capacidad de culpabilidad ni un deterioro psicosomático asociado a un consumo prolongado, ni una afectación profunda asociada o otras causas deficitarias del psiquismo, como leves oligofrénicas o psicopatías, ni que los actos enjuiciados incidan en una situación próxima al síndrome de abstinencia, momento en que la compulsión hacia los actos destinados a la consecución de droga se hace más intensa, disminuyendo profundamente la capacidad del agente para determinar su voluntad, por lo que la eximente incompleta no puede ser apreciada. En efecto, la ofensa al bien jurídico no es el resultado de un acto irreflexivo, impulsado por la adicción a las drogas o el deterioro psicosomático asociado al consumo prolongado de estupefacientes. Es cierto que la jurisprudencia del TS, ss. 201/2008, de 28- 4, y 457/2007, de 12-6, ha llevado a cabo una renovada interpretación del régimen jurídico-penal de las toxicomanías adaptada a la verdadera influencia de aquellas en la capacidad de culpabilidad de quien la padece ( STS 28/2004, de 1-3). Pero por más flexibilidad que quiera atribuirse a la aplicación, no ya de la inviable eximente incompleta, sino de la atenuante de drogodependencia, su marco jurídico no puede desconectarse de una exigencia clave que se desprende del art. 21.2 CP, a saber su significación causal, su perturbadora influencia en la voluntad del acusado. Como recuerdan las SSTS 343/2003, de 7-3y 507/2010, de 21-5, lo característico de la drogadicción a efectos penales es la relación funcional con el delito, es decir, que actúe como un elemento desencadenante del mismo, de tal manera que el sujeto activo impulsado por la dependencia de los hábitos de consumo y conecta al hecho delictivo, hace para procurarse dinero suficiente para satisfacer sus necesidades de ingestión inmediata o trafique con drogas con objeto de alcanzar sus posibilidades de consumo a corto plazo y al mismo tiempo continuar con sus costumbres e inclinaciones, no bastando por ello, con la mera condición de consumidor de sustancias estupefacientes, aunque el consumo sea habitual. Por todo ello, todo apunta a que la aplicación de la atenuación de Gabino supondría conferir a aquélla un carácter puramente objetivo, ligado a la simple constatación de la presencia de droga en el organismo, al margen de su verdadera influencia en la capacidad de culpabilidad, propugnándose así una concepción de la atenuación de aplicación aritmética, ligada al segmento de la población que en uno u otro momento ha podido tener contacto con alguna sustancia estupefaciente. Y ello implica, desde luego, apartar la atenuación del fundamento que le es propio ...". 2.2 Por otra parte, en cuanto a la incidencia del alcohol, la sentencia del Tribunal Supremo de 28 de enero de 2002 (reiterando las de 2- 21990, 12-7-1991, 14-4-1992, 16-2-1993, 31-10-1994 y 11-11-1996) estima como válida la doctrina sentada con anterioridad al Código Penal de 1995, y así reconoce a la intoxicación etílica efectos exoneradores de la responsabilidad criminal, de acuerdo con el art. 20.2º CP, cuando impida comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión -la embriaguez anteriormente llamada plena por la profunda alteración que produce en las facultades cognoscitivas y volitivas- y siempre que no haya sido buscada de propósito para cometer la infracción criminal y que ésta no hubiese sido prevista o se hubiera debido prever, presupuestos que coinciden con el clásico requisito de la embriaguez fortuita o casual, ahora más clarificado con la expresa exclusión de la embriaguez culposa. Por otra parte, la eximente será incompleta, a tenor de lo dispuesto en el art. 21.1º CP, cuando la embriaguez no impida pero dificulte de forma importante la comprensión de la ilicitud del hecho cometido bajo sus efectos o la actuación acorde con esa comprensión, quedando excluida la eximente, aun como incompleta, en los supuestos de embriaguez preordenada o culposa, del mismo modo que en el pasado se exigía que fuese fortuita para integrar la eximente incompleta de trastorno mental transitorio. Así, al examinar los efectos del alcohol sobre el organismo se pueden distinguir diversos grados, desde la simple excitación nerviosa que no perturba la conciencia y todo lo más revela el fondo del carácter, pasándose a un período de embriaguez incompleta que altera parcialmente las facultades mentales, seguido de otro de total perturbación de la conciencia para concluir en un estado letárgico. Para que la eximente sea plena se exige que sea fortuita en cuanto a su origen, que sea plena en cuanto a su grado y que sea total en cuanto a los efectos sobre la conciencia del agente, no admitiendo mayor grado de embriaguez; en tanto que para que la eximente sea incompleta, se exige que siendo plena no sea fortuita o siendo fortuita no sea plena (Ss. TS 11 Feb. 1981, 18 Ene. 1994, SAP Madrid 25 Sep. 1995), y para la atenuante, que no sea habitual ni preordenada y tenga un grado bastante para perturbar la inteligencia y limitar la voluntad, y con diferente valor de cualificada o simple según el grado de intensidad de sus efectos (Ss. TS. 31 Oct. 1994, 19 Abr. 1995). La sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo, de fecha 5 de diciembre de 2005, resume la doctrina jurisprudencial de la siguiente manera: "... debemos distinguir entre alcoholismo y embriaguez, en cuanto que el primero implica una intoxicación crónica y la segunda una intoxicación aguda, con encaje jurídico ya en la enajenación mental, ya en el trastorno mental transitorio, exigiéndose en todo caso una afectación de las bases de imputabilidad -intelecto y voluntad- de modo que será la intensidad de la alteración la que nos dará la pauta para graduar la imputabilidad, desde la inoperancia de la responsabilidad hasta la exoneración completa e incompleta de la misma. Por otra parte el alcoholismo crónico es una toxifrenia que puede determinar una demenciación acreedora a ser recogida como circunstancia eximente de enajenación mental o, al menos, como atenuante eximente incompleta cuando se ha producido un notable deterioro de las capacidades intelectivas y volitivas del sujeto a consecuencia de su patología de origen alcohólico generalmente determinada por la ingestión reiterada frecuentemente y a lo largo de un tiempo de cierta duración de bebidas alcohólicas. La jurisprudencia al tratar estas cuestiones, ha declarado que el alcoholismo crónico y la psicosis tóxicas pueden ser acogidas como circunstancias eximentes o como alternativas de exención incompleta "cuando se ha producido un notable deterioro a las capacidades intelectivas y volitivas del sujeto a consecuencia de su patología ( STS. 11.4.93) poniendo de relieve también "para apreciar la psicosis de origen alcohólico con efecto de eximente incompleta es preciso no solo la presencia de la enfermedad, sino también la afectación real de las facultades intelectuales y volitivas de quién la sufre, de tal modo que la intensidad de la alteración habrá de ser el criterio determinante para graduar la imputabilidad ( STS. 31.10.94). Ello es así porque el alcoholismo crónico puede presentar diversos cuadros de alteraciones extramuros lógicas y neurológicas y desde el punto de vista psíquico puede provocar alteraciones varias ya en el orden evolutivo, ya en el de su permanencia caracterizados por su duración o por su tono episódico. La jurisprudencia al tratar estas cuestiones ha declarado ( STS. 18.9.2003), que el alcoholismo y las psicosis tóxicas puede ser acogidas como circunstancias eximentes o como atenuantes de exención incompleta, "cuando se ha producido un notable deterioro de las capacidades intelectivas y volitivas del sujeto a consecuencia de su patología"; poniendo de relieve también que: "para apreciar la psicosis de origen alcohólico con efecto de eximente incompleta es preciso no sólo la enfermedad, sino también la afectación real de las facultades intelectivas y volitivas de quien la sufre, de tal modo que la intensidad de la alteración habrá de ser el criterio determinante para graduar la imputabilidad", ya que: "el simple alcoholismo crónico, y controlado, no causa alteración alguna en la capacidad de obrar y discernir" ( SSTS. 27.4.2000, 28.9.95). Para considerar el alcoholismo crónico como sustrato de una circunstancia que exima o aminore la imputabilidad del sujeto, es preciso no sólo la presencia de la enfermedad, sino también la constatación de la afectación real de las facultades intelectivas y volitivas de quien la sufre, de tal modo que la intensidad de la alteración habrá de ser el criterio determinante para graduar la imputabilidad, ya que, fuera de las acreditadas situaciones graves que pueden llegar a la "locura alcohólica" que origina la irresponsabilidad del sujeto, o las situaciones menos graves en las que no se anula la personalidad pero sí se disminuyen las facultades de inteligencia y voluntad, fuera de esas situaciones, -se reitera- el simple alcoholismo crónico y controlado, no causa alteración alguna en la capacidad de obrar y discernir ( STS de 2.5.2001). Lo verdaderamente importante, a los efectos de valorar su capacidad de imputabilidad o culpabilidad, es el estado mental y sus padecimientos patológicos que es lo que nos permite establecer los grados de conocimiento y su nivel, para considerar que el acusado estaba con su capacidad de culpabilidad, notoriamente disminuida, hasta el punto de considerar que se puede calificar como una eximente incompleta de enajenación mental ( STS. 5.3.2003). (...)Con relación a la embriaguez conlleva situaciones diferentes en el ámbito penal que es necesario distinguir y analizar: Así la STS. 19.6.2000, con cita de la de 7.10.98, recuerda: a) cuando la embriaguez es plena y fortuita se está ante una eximente completa por trastorno mental transitorio ( art. 20.1 CP). Eximente ampliamente abordada por la jurisprudencia que la considera como reacción anormal tan enérgica y avasalladora para la mente del sujeto que le priva de toca capacidad de raciocinio eliminando y anulando su capacidad compresiva y volitiva, en expresión de la S. 15.4.98 " fulminación de conciencia tan intensa y profunda que impide al agente conocer el alcance antijurídico de su conducta despojándole del libre arbitrio que debe presidir cualquier proceder humano responsable". b) cuando la embriaguez es fortuita pero no plena se puede llegar a la eximente incompleta si las facultades intelectivas y volitivas se encuentra seriamente disminuidas cuando la ejecución de los hechos ( art. 21.1 CP). c) no siendo habitual ni provocada con el propósito de delinquir, que determine o influya en la realización del hecho delictivo, se estará ante una atenuante del art. 21.2 CP, incluso como muy cualificada si sus efectos han sido especialmente intensos; y d) cuando la diminución de la voluntad y de la capacidad de entender ha sido leve, cualesquiera que sean las circunstancias alcohólicas que las motivan, únicamente puede ser apreciada la atenuante analógica, art. 21.6 CP ( STS. 20/2002 de 28.1). La STS. 21.9.2000 , interpretando el actual art. 20 CP , matiza estas categorías indicando que en supuestos de adicción acreditada del sujeto a las bebidas alcohólicas, dicha dependencia por sí sola será relevante si además concurren alguna de las siguientes condiciones: o bien la existencia de anomalías o alteraciones psíquicas que tengan su causa en dicha adicción, lo que podrá constituir también base para estimar la eximente completa o incompleta según el grado de afectación del entendimiento o la voluntad; o, en segundo lugar, por la vía de la atenuante del artículo 21.2 C.P ., atendida su relevancia motivacional, supuesta la gravedad de la adicción, debiendo constatarse una relación causal o motivacional entre dependencia y perpetración del delito. Ahora bien, no basta el consumo de bebidas alcohólicas para que se entienda siempre disminuida la imputabilidad y la responsabilidad penal del sujeto, pues en cualquier caso, en el actual sistema del Código Penal se trata de circunstancias que afectan a las capacidades del sujeto, no es suficiente con determinar la causa que las origina, sino que es preciso además especificar los efectos producidos en el caso concreto. En particular, cuando se trata de la ingesta de bebidas alcohólicas, es necesario determinar de alguna forma los líquidos ingeridos o al menos la existencia del consumo junto con datos que permitan su valoración, y además precisar suficientemente los efectos que ha causado en la capacidad del sujeto para entender la ilicitud del hecho o para actuar conforme a esa comprensión ...". La STS de fecha 4.3.2010, sintetiza la doctrina jurisprudencial significando "... Como hemos señalado en numerosas resoluciones (Cfr. SSTS de 17-7-2007, núm. 683/2007; de 12-11-2008, nº 750/2008), no caben dudas acerca de la capacidad del alcohol para influir en la capacidad del sujeto, a la hora de valorar adecuadamente la ilicitud de un hecho y para ajustar su conducta a esa valoración. Sin embargo, aun partiendo de presupuestos generalmente aplicables, la ingestión de alcohol no afecta a todas las personas de la misma forma ni tampoco lo hace por igual a la misma persona en todas las ocasiones. La actual regulación del Código Penal contempla como eximente la intoxicación plena por consumo de bebidas alcohólicas, junto a la producida por drogas u otras sustancias que produzcan efectos análogos, siempre que impida al sujeto comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión, exigiendo además como requisitos que tal estado no haya sido buscado con el propósito de cometer la infracción penal y que no se hubiese previsto o debido prever su comisión. Cuando la intoxicación no es plena, pero la perturbación es muy importante, sin llegar a anular la mencionada capacidad de comprensión o de actuación conforme a ella, la embriaguez dará lugar a una eximente incompleta. Y, en los casos en los que pueda constatarse una afectación de la capacidad del sujeto debida al consumo de alcohol de menor intensidad, debería reconducirse a la atenuante analógica del artículo 21.6ª, pues no es imaginable que la voluntad legislativa de 1995 haya sido negar todo efecto atenuatorio de la responsabilidad penal a una situación que supone un mayor o menor aminoramiento de la imputabilidad, pues es evidente que existe analogía -no identidad- entre una cierta alteración de las facultades cognoscitivas y/o volitivas producida por una embriaguez voluntaria o culposa y una perturbación de mayor intensidad que es consecuencia, además, de una embriaguez adquirida sin previsión ni deber de prever sus eventuales efectos, que es la contemplada como eximente incompleta en el núm. 1º del art. 21 puesto en relación con el núm. 2ºdelart. 20, ambos del Código Penal( STS núm. 60/2002, de 28 de enero) ...". 2.3. Sentadas las anteriores consideraciones, en el caso de autos fuera de las manifestaciones del acusado no concurre ningún medio de prueba que acredite que el acusado actuase bajo la influencia directa del alucinógeno de modo que anulase de manera absoluta su psiquismo, ni tampoco que el acusado actuase bajo la influencia indirecta de la droga dentro del ámbito del síndrome de abstinencia, de manera que no pudiese comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión; tampoco consta que el acusado padeciese una profunda perturbación que, sin anularlas, disminuyese sensiblemente aquella capacidad culpabilística aun conservando la apreciación sobre la antijuridicidad del hecho que ejecuta, como tampoco se ha practicado prueba alguna de la que pueda inferirse que el acusado en el momento de cometer los hechos se encontrase con sus capacidades volitivas y/o cognoscitivas alteradas por la previa ingestión de alcohol, ni de la influencia de esa supuesta intoxicación por consumo de drogas. Ninguna acreditación objetiva existe de que en el momento de perpetrar los hechos las capacidades de entender y querer del procesado Abel se encontrasen minoradas y menos aun hasta qué punto tales capacidades se encontraban alteradas, al no existir prueba médica alguna al respecto. Así mismo, no se dispone de ningún tipo de informe atinente a la eventual existencia de una base morbosa o patológica en el acusado, pues no consta que padezca enfermedad mental alguna asociada a un consumo prologando y grave de sustancias estupefacientes ni que sufra alcoholismo crónico--ni menos aun la objetivación de la presencia de sintomatología psicótica alucinatoria o delirante, no pudiendo perderse de vista la doctrina sentada en la STS. 908/2002 de 25.5 en el sentido de que "el alcoholismo por sí mismo o la alcoholización del autor no opera automáticamente como eximente o en su caso, como atenuante"--. El único dato de que se dispone, pues, es el informe de análisis de sangre efectuado al procesado el mismo día de los hechos con motivo de su detención (folios 38 y 39), que arrojó un resultado positivo en cannabis, benzodiacepinas y etanol. No obstante, dichos resultados tan solo permiten entender probado el consumo anterior a la extracción de sustancias estupefacientes y de bebidas alcohólicas, pero no la antigüedad del consumo ni la incidencia del mismo en las facultades volitivas e intelectivas del sujeto, en definitiva de su capacidad de culpabilidad. Repárese a este respecto, que la extracción de las muestras de sangre objeto del mentado análisis tiene lugar a raíz del ingreso del acusado en el centro hospitalario tras su detención por efectivos policiales, lo que aconteció en torno a las 20:00 horas, aproximadamente, del día 13 de julio de 2011, según es de ver del informe de alta de urgencias obrante a los folios 36 y 37, esto es, cerca de nueve horas más tarde a la comisión de los hechos procesales, habiendo tenido lugar la detención del procesado por efectivos policiales entre las 17:00 horas y las 17:30 horas del día de autos, por ende, entre seis horas y seis horas y media más tarde de la ejecución de los hechos procesales por parte del acusado, de modo que entre la comisión de los hechos y la detención del procesado medió un lapso de tiempo lo suficientemente amplio como para que hubiese podido ingerir bebidas alcohólicas, consumir cannabis e ingerir benzodiacepinas, sustancias todas ellas de naturaleza psico-drepresora, que de ordinario actúan sobre el sistema nervioso central con efectos sedantes, tranquilizantes y relajantes, efectos que, por tanto, parece razonable y lógico que el procesado buscase tras la excitación nerviosa propia de la ejecución de hechos de la naturaleza y características de los ejecutados. Así mismo, junto al amplio margen de tiempo existente entre la comisión de los hechos y la detención del procesado algunas horas antes de la extracción de las correspondientes muestras de sangre, no se puede obviar la concurrencia en las actuaciones de diversos datos que, como se ha expuesto en fundamentos anteriores, coadyuva a desvirtuar la versión de cariz exculpatorio efectuada por el procesado en el acto del Juicio Oral. En este sentido, no se puede pasar por alto que a pesar de haber asegurado el acusado que el día de autos permaneció junto con Cristhian un largo rato consumiendo pastillas de tranquimazín y cerveza de un barril de la marca Heineken, sin embargo, así como se hallaron en el interior de la vivienda de la víctima numerosos cigarrillos dispersos en tres ceniceros distintos (salón, cocina y habitación de la víctima), no fue localizado en la vivienda vestigio alguno de benzodiacepinas ni del barril de cerveza que el procesado asevera haber consumido, siendo así, además, que a tenor del informe químico de las muestras obtenidas del cadáver de la víctima, éste arrojó un resultado negativo a alcohol y un resultado positivo tan solo a cocaína, circunstancias ambas (ausencia de vestigios de un consumo prolongado de alcohol y de benzodiacepinas, y, resultados del informe químico) que tienden a desvirtuar la versión dada por el acusado en el plenario en el sentido de haber estado ambos consumiendo desmedidamente dichas sustancias. Por otra parte, se ha de resaltar la circunstancia de que los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Policía Local de Puerto de Rosario que acudieron al domicilio del acusado en el momento de la detención convergieron todos ellos de forma conteste y contundente en el dato de que el procesado se encontraba a su juicio perfectamente lúcido y normal, no pudiendo obviarse que el parte del centro de salud en el que fue asistido tras la detención se limita a consignar los datos proporcionados por el propio acusado, y que el informe de alta de urgencias constata la realización de la analítica y da el alta al procesado por no presentar patología clínica. Finalmente, se ha de tener presente que las sustancias ingeridas por el procesado son todas ellas de naturaleza psico-drepresora, que de ordinario actúan sobre el sistema nervioso central con efectos sedantes, tranquilizantes y relajantes, habiendo puesto de manifiesto en tal sentido los Médicos Forenses en el acto del Juicio Oral que la combinación de dichas sustancias, principalmente, de las benzodiacepinas con el alcohol, no hace más que potenciar los efectos depresores del sistema nervioso central, sus efectos tranquilizantes, determinando un comportamiento presidido por movimientos torpes, tambaleantes y una mayor somnolencia, comportamiento que en nada se compadece con la virulencia, ímpetu, intensidad y fuerza con la que el acusado perpetró la agresión contra ambas víctimas, agresión que, por lo demás, ejecutó tras tomar ciertas precauciones reveladoras de su previa ideación y premeditación incompatible con un estado de intoxicación etílica o tóxica por sustancias estupefacientes, como el haber acudido al domicilio de la víctima en una franja horaria en que sabía que no estaría su padre en la vivienda, el juego propuesto para privarle de la aptitud de defenderse ante la agresión proyectada, el perfecto conocimiento que el acusado tenía de la afición de la víctima por las armas blancas y de la existencia de varias en su habitación, o, finalmente, el haber tomado la precaución de cerrar las cortinas de la habitación antes de ejecutar la agresión. Así pues, fuera de las manifestaciones interesadas del acusado, no ha quedado acreditado que el mismo en el momento de la comisión de los hechos tuviera mermadas sus capacidades cognitivas o volitivas como consecuencia de la ingesta de bebidas alcohólicas y de sustancias estupefacientes, no obrando ningún dato revelador de esa disminución de la capacidad de culpabilidad del acusado, ni de la influencia de esa supuesta intoxicación por consumo de drogas o de alcohol, y es reiterada la jurisprudencia -por todas STS 1125/2001, de 2-11 - que recuerda que el principio constitucional de presunción de inocencia no sirve de cobertura a las circunstancias eximentes y atenuantes, por cuanto a la concurrencia y prueba de las mismas no corresponde a la acusación sino a la defensa que las alegan. Es decir, que el acusado viene obligado a probar los hechos impeditivos de la responsabilidad penal que para él derive de lo imputado y probado. La citada doctrina no es sino afirmación del reiterado criterio jurisprudencial de que las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal han de estar acreditadas como el hecho típico de que dependen, STS 19-12-98 , 29-11-99 , 2-2 - 200, 21-12002 , 4-11-2002 y 20-5-2003 , que añaden que no es aplicable respecto a las circunstancias modificativas el principio in dubio pro reo, por mucha amplitud que quiera dársele no puede dar cobertura a su apreciación. La STS 493/2005, de 2-4, recuerda que " compete a la acusación o acusaciones probar la existencia del hecho delictivo, la participación en él del acusado y las modificaciones o agravaciones que se postulan así como la producción de daños y perjuicios que se interesase. Pero en lo concerniente a las atenuaciones o causas de exención de responsabilidad criminal, es el acusado quien debe acreditarlas. Nuestro Código parte de la plena imputabilidad del sujeto activo del delito. Cualquier anomalía o déficit en tal sentido debe acreditarlo la defensa, que no es lo mismo que probar su inocencia ", en igual sentido STS 139/2008, de 28-2 . SEXTO.- Penalidad. En orden a la determinación de la pena, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 139.1 y 66.1 6ª del Código Penal, no concurriendo circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, ha de considerarse la pena privativa de libertad más adecuada a la peligrosidad criminal que se desprende de los hechos acaecidos, dada la gravedad de los mismos denotada por el arma empleada, el número y características de las lesiones causadas, habiendo asestado el acusado a la víctima hasta un total de treinta cuchilladas en diversas partes de su anatomía, localizadas principalmente en el tórax y en las extremidades superiores, llegando a fracturar una de las costillas de la víctima, lo que evidencia la energía criminal del acusado y la intensidad y violencia con que perpetró los hechos, así como denotada por el carácter particularmente alevoso observado en su ejecución, toda vez que el acusado aprovechó la confianza existente con la víctima no sólo para dirigir un ataque sorpresivo, repentino e inopinado, sino para mermar previamente su capacidad de defensa al lograr maniatarle con fuerza so pretexto de un juego, así como principiando la agresión cercenando cualquier posibilidad de auxilio al abalanzarse previamente sobre la novia de la víctima, datos a lo que se aúna la circunstancia de contar el acusado con antecedentes penales previos a la ejecución de los hechos, no habiendo el mismo interiorizado la norma penal, por lo que, ponderando dichas circunstancias cumple imponer al acusado, por el delito consumado de asesinato, la pena de prisión de DIECIOCHO AÑOS, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 41 y 55 del Código Penal. En lo que atañe al delito de asesinato en grado de tentativa, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 139.1, 16, 62 y 66.1 6ª del Código Penal, no concurriendo circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, ha de considerarse la pena privativa de libertad más adecuada a la peligrosidad criminal que se desprende de los hechos acaecidos, atendida la circunstancia de que nos encontramos en el marco de una tentativa acabada, toda vez que el procesado inició la ejecución del delito directamente por hechos exteriores, practicando todos los actos que objetivamente deberían producir el resultado perseguido y deseado, no produciéndose éste por causas ajenas a la voluntad del autor, por cuanto el acusado, quien se marchó de lugar desentendiéndose de ambas víctimas, infligió a Ruth lesiones que de no haber recibido la asistencia médica y quirúrgica de urgencia inmediata que se le dispensó, hubieran determinado sin duda el fallecimiento de la víctima, la gravedad de la agresión denotada por el arma empleada, el número y características de las lesiones causadas, habiendo asestado el acusado a la víctima hasta veinte cuchilladas en zonas tan vitales como el tórax y el abdomen, lo que evidencia la energía criminal del acusado y la intensidad y violencia con que perpetró los hechos, así como a tenor de la entidad de las lesiones infligidas y de las secuelas que le han restado a la víctima, a lo que se aúna, como antes se indicó, la circunstancia de contar el acusado con antecedentes penales previos a la ejecución de los hechos, no habiendo el mismo interiorizado la norma penal, por lo que, ponderando dichas circunstancias cumple imponer al acusado, por el delito de asesinato en grado de tentativa, la pena de prisión de ONCE AÑOS, con inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 41 y 55 del Código Penal. No obstante, el máximo de cumplimiento efectivo de condena del procesado será de veinticinco años de prisión, a tenor del art. 76.1 a) del CP . SÉPTIMO.- Responsabilidad civil. Conforme a los artículos 109.1 y 116.1 del Código Penal, la ejecución de un hecho descrito por la Ley como delito o falta obliga a reparar en los términos previstos por las Leyes los daños y perjuicios por él causados, de modo que toda persona criminalmente responsable de un delito o falta lo es también civilmente, si del hecho se derivaren daños y perjuicios, devengando, en tal caso, las indemnizaciones pecuniarias que se fijen, el interés legal previsto en el art. 576.1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil; quedando conferida la determinación cuantitativa de los daños e indemnizaciones al razonado arbitrio judicial por el artículo 115 del propio Código, sin perder de vista, en cualquier caso, que la acción civil aún cuando se ejercita dentro del procedimiento penal no pierde su naturaleza propia, rigiéndose por los principios que le son innatos entre los que se encuentran el dispositivo, el de aportación de parte y el de rogación, que implican que para poder otorgar una indemnización por daños y perjuicios lo primero que se exige es que sean reclamados bien por el perjudicado (artículo 110 LECRIM), bien por el Ministerio Fiscal en nombre de aquél (artículo 108 LECRIM), sin que en cualquier caso el juzgador pueda otorgar más de lo pedido ni cosa distinta de la solicitada. A este respecto enseña TS Sala 2ª, S 25-1-1990 "Es importante destacar, dados los términos de la denuncia analizada, que la acción civil ex delicto no pierde su especial naturaleza por el hecho de ser deducida en el proceso penal (vid. art. 117 del Código Penal) por lo cual la misma debe quedar sometida a los principios de rogación y de congruencia, lo cual implica la necesidad de determinar su cuantía y la exigencia de no condenar por mayor responsabilidad civil de la pedida (vid. Sentencia de 24 de marzo y 6 de abril de 1984).". Sobre esta base normativa, y para cuantificar la indemnización por lesiones o por causa de fallecimiento, razones de igualdad y seguridad jurídica aconsejan racionalizar el arbitrio judicial en la materia acudiendo a la aplicación analógica del sistema de valoración de los daños personales instaurado por la Ley 30/1995 en el ámbito de la responsabilidad civil automovilística y actualmente regulado en el Real Decreto Legislativo 8/2004, de 29 de octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley sobre responsabilidad civil y seguro en la circulación de vehículos a motor, en sus cuantías actualizadas para el año 2012 en lo que atañe a la víctima Ruth, dada la fecha de alta médica de la perjudicada, según criterio adoptado por el Tribunal Supremo, Sala 1ª, Pleno, de fecha 17-4-2007, (rec.2598/2002. Pte: Roca Trías, Encarnación), y, para el año 2011 por el fallecimiento de la víctima don Higinio, momento en que quedó concretado el luctuoso resultado de muerte. La posibilidad de aplicación orientativa del llamado baremo del automóvil al daño corporal derivado de delitos dolosos, con las matizaciones y peculiaridades que sean del caso, ha sido legitimada como práctica correcta por la Sala Segunda del Tribunal Supremo en sentencias como la 2076/2002, de 23 de enero de 2003 (sic) y la 601/2003, de 25 de abril. A tenor de lo expuesto, corresponde al padre de la víctima fallecida, don Isidoro, quien convivía con su único hijo, Higinio, en el domicilio en que los hechos acontecieron, como puso de manifiesto el Sr. Isidoro en el plenario, teniendo su hijo veintiún años de edad en el momento del fallecimiento, no teniendo la víctima relación ninguna con su madre, una indemnización de 99.775,96 euros, al que ha de sumarse, un factor corrector por hijo único menor de veinticinco años, del 40 %, a tenor de la aflictivadad psicológica dimanante de la violenta muerte de la víctima, lo que arroja un importe total de 139.686,34 euros, que ha de reducirse al máximo interesado por las acusaciones personadas, esto es, 137.930,28 euros. En lo que respecta a Ruth, debiendo significarse, como línea de principio, que para ello adquiere especial relevancia e importancia la prueba de peritos. A este respecto, no resulta ocioso recordar que en la prueba pericial lo que el perito aporta al Juzgador no son hechos, sino conocimientos técnicos sobre los mismos que puedan resultar necesarios para su correcta apreciación; se trata, de una prueba de auxilio judicial para suplir o completar la ausencia o insuficiencia de determinados conocimientos científicos o técnicos de Jueces y Tribunales, constatando con la máxima objetividad una realidad no perceptible directamente por los sentidos. Por ello, la prueba pericial, como todas las demás pruebas, se halla sometida al principio de libre valoración (art. 741 LeCrim.) y no tiene carácter vinculante para el juzgador, esto es, que los Jueces y Tribunales gozan de absoluta libertad para apreciar o valorar la prueba pericial, sin que en ningún caso se hallen vinculados por el resultado de la misma, puesto que al perito le corresponde el asesoramiento técnico y al juzgador la valoración de los datos que la pericia le suministra (SSTS. de 18 de enero de 1993, 20 de abril de 1994 y 18 de mayo de 1996), pues los mismos "no son en sí mismos manifestación de una verdad incontrovertible" (ATC 868/1986), sino que constituyen "sólo un asesoramiento práctico y científico para mejor comprenderla realidad" (SSTS de 22 de junio de 1993, 28 de marzo de 1994, 14 de octubre de 1994, 27 de octubre de 1995 y 7 de junio de 1995). Desde esta perspectiva, de conformidad con las reglas de la sana crítica, atendiendo a los convincentes, acertados y exhaustivos argumentos, apreciados en relación al conjunto de la actividad probatoria practicada en el acto del juicio, esta Sala acoge plenamente las conclusiones a que llegan los Médicos Forenses, quienes en el acto del Juicio Oral efectuaron unas explicaciones claras, concisas y contundentes, debiendo asumirse, en el prudente ejercicio de la libre valoración de la prueba pericial practicada, en la forma declarada probada, las conclusiones emitidas por los Médicos Forenses, cuyo informe se estima correcto y ajustado a la realidad, amén de por las razones sucintamente expuestas, en primer lugar, porque se trata de un informe médico al que ya en una primera aproximación cabe otorgar un superior valor probatorio habida cuenta de que en los mismos no concurre riesgo ninguno de parcialidad, pues participa a priori de una imparcialidad, profesionalidad y objetividad que no se ha visto empañada por la presencia de ningún elemento de incredibilidad subjetiva derivada de las relaciones con ninguna de las partes litigantes, de modo que su informe debe prevalecer, tratándose de un informe médico pericial emitido por sendos médicos forenses ajenos a los intereses partidistas de las partes, pues dicho informe pericial-forense consta y se halla dotado de los principios de objetividad e imparcialidad en sus conclusiones; y segundo, porque sus conclusiones se corresponden con la naturaleza de las lesiones padecidas por la perjudicada según es de ver de los partes de asistencia médica y de los informes médicos de evolución. En consecuencia, corresponde por los ocho días de hospitalización, la cantidad de 556, 88 euros. Por los restantes doscientos nueve días de carácter impeditivo en que tardó en estabilizar sus lesiones, la cantidad de 11.829,40 euros. Lo que arroja un importe total de 12.386, 28 euros. La cantidad así determinada por lesiones ha de experimentar un incremento adicional del diez por ciento en concepto de indemnización complementaria por perjuicios económicos presuntivos, como permiten la tabla V-B del sistema legal aplicado. Resulta así, salvo error aritmético o de cifra en alguno de los pasos, una indemnización en concepto de lesiones de 13624, 90 euros, cantidad que ha de reducirse a la de 13620 euros que en este concepto ha sido peticionada por las acusaciones. En concepto de secuelas, en lo se refiere a la paresia del nervio femoral derecho, ponderando que a tenor de las manifestaciones efectuadas en el plenario por los médicos forenses y la doctora doña Emilia, la misma ha evolucionado favorablemente y con considerable mejoría, más al tiempo que aún sigue ocasionando limitaciones relevantes para la realización de esfuerzos especiales o para correr, estima esta Sala adecuado valorarla en un término medio de ocho puntos. Por lo que respecta a la secuela de trastorno por estrés postraumático, en tres puntos, a tenor de la importante aflictividad psicológica de los hechos procesales. Y, finalmente, en lo que respecta al daño estético, a tenor del número de cicatrices, su localización en diversas partes de la anatomía de la víctima, muchos de ellos visibles a simple vista, se estima adecuado, considerando el perjuicio estético importante, valorarlo en diecinueve puntos de secuela. Todo ello arroja una indemnización en concepto de secuelas por importe de 33.173, 06 euros. La cantidad así determinada por lesiones ha de experimentar un incremento adicional del diez por ciento en concepto de indemnización complementaria por perjuicios económicos presuntivos, como permiten la tabla V-B del sistema legal aplicado, y además un factor corrector por la mayor aflictividad psíquica de las lesiones dolosas, que se puede fijar en un treinta por ciento. Resulta así, salvo error aritmético o de cifra en alguno de los pasos, una indemnización en concepto de secuelas por importe de 47.437,47 euros, que sumado el atinente a las lesiones temporales arroja una cifra indemnizatoria total por todos los conceptos de 61.057, 47 euros, incrementada en su caso con los intereses prevenidos en el art. 576 LEC. OCTAVO.- Costas procesales. Han de imponerse las costas procesales causadas a quienes se han declarado como autores de un delito o de una falta, y ello por imperativo del artículo 123 del Código Penal, no siendo ocioso recordar la STS de 18 de marzo de 2004 cuando expone que "...la doctrina de esta Sala Casacional mantiene con reiteración que en materia de costas procesales de la acusación particular se ha prescindido del carácter relevante o no de su actuación para justificar la imposición al condenado de las costas por ellas causadas y, conforme a los arts. 123 y 124 del Código Penal y 240 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, por el contrario se entiende que rige la "procedencia intrínseca" de la inclusión en las costas de la acusación particular, salvo cuando ésta haya formulado peticiones absolutamente heterogéneas de las mantenidas por el Ministerio Fiscal, de las que se separa cualitativamente y que se evidencien como inviables, inútiles o perturbadoras...", doctrina que ha sido reiterada, por ejemplo, en la STS de fecha 26 de octubre de 2009, que expone "...La imposición de costas procesales de la acusación particular, se fundamenta en nuestra doctrina legal. En efecto, es doctrina mantenida por esta Sala Casacional que, conforme a los artículos 123 del Código Penal y 240 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ha de entenderse que rige la «procedencia intrínseca» de la inclusión en las costas de las de la acusación particular, salvo cuando ésta haya formulado peticiones no aceptadas y absolutamente heterogéneas con las del Ministerio Fiscal (Cfr. SSTS de 6 abril 1988; 2 noviembre 1989; 9 marzo 1991; 22 enero y 27 noviembre 1992; 8 febrero 1995; y 12-7-2009, nº 773/2009). En este caso, la acusación no ha sido perturbadora, ha sido homogénea con la acusación pública, y sus pretensiones han sido acogidas en su mayor parte por la sentencia...", en la STS de fecha 22 de enero de 2010, que pone de manifiesto "...Finalmente, en el motivo 14º, reprocha la imposición de costas procesales de la acusación particular, siendo así que la doctrina de esta Sala Casacional, ha declarado con reiteración que ha superado el criterio de la "relevancia" de actuación, y atiende al más objetivo de la homogeneidad. Es doctrina generalmente admitida que, conforme a los artículos 123 (antes 109) del Código Penal y 240 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ha de entenderse que rige la «procedencia intrínseca» de la inclusión en las costas de las de la acusación particular, salvo cuando ésta haya formulado peticiones no aceptadas y absolutamente heterogéneas con las del Ministerio Fiscal (cfr., entre muchas, Sentencias de 6 abril 1988, 2 noviembre 1989, 9 marzo 1991, 22 enero y 27 noviembre 1992 y 8 febrero 1995, y más recientemente 1980/2000, de 25 de enero de 2001, 1731/1999, de 9 de diciembre o la sentencia núm. 1414/1997, de 26 de noviembre). El motivo no puede prosperar ...", o, finalmente, la STS de fecha 30 de marzo de 2010, con cita de la STS de 18 de marzo de 2004. Por otra parte, resulta ilustrativa, la STS de fecha 25 de octubre de 2012, al significar: "... La inclusión en la condena en costas de las originadas a la víctima o perjudicado por el delito, que se persona en las actuaciones en defensa de sus intereses y en ejercicio de los derechos constitucionales a la tutela judicial efectiva ( art. 24.1 C.E ) y a la asistencia letrada ( art. 24.2 C.E ), constituye, en consecuencia, la aplicación última al proceso penal del principio de la causalidad, como destaca la doctrina procesal. El efecto de este principio es el resarcimiento por el condenado, declarado culpable del acto delictivo que causó el perjuicio, del gasto procesal hecho por la víctima en defensa de sus intereses...Junto a esta dimensión constitucional de las costas, como resarcimiento de los gastos procesales originados a los perjudicados por un comportamiento antijurídico, destacada por el Tribunal Constitucional en diversas resoluciones, no ha de olvidarse que a través del proceso penal también se ejercitan acumuladamente acciones civiles de reparación de daños, que no resulta congruente someter a criterios procesales antagónicos con los que rigen en el proceso civil. Constituiría un supuesto de diferenciación irrazonable, y por ende discriminatorio, que quien ejercite en el propio proceso penal sus acciones civiles para la reparación de un daño derivado de un ilícito penal sea obligado a soportar sus propios costes procesales pese a obtener el pleno reconocimiento de su derecho, mientras que si se reserva las mismas acciones para ejercitarlas separadamente a un proceso civil la norma procesal civil aplicable imponga las costas al condenado como responsable del daño, salvo supuestos excepcionales...En definitiva la doctrina jurisprudencial de esta Sala en materia de imposición de las costas de la acusación particular, puede resumirse en los siguientes criterios: 1) La condena en costas por delitos sólo perseguibles a instancia de parte incluyen siempre las de la acusación particular ( art. 124 C.Penal ). 2) La condena en costas por el resto de los delitos incluyen como regla general las costas devengadas por la acusación particular o acción civil. 3) La exclusión de las costas de la acusación particular únicamente procederá cuando su actuación haya resultado notoriamente inútil o superflua o bien haya formulado peticiones absolutamente heterogéneas respecto de las conclusiones aceptadas en la sentencia. 4) Es el apartamiento de la regla general citada el que debe ser especialmente motivado, en cuanto que hace recaer las costas del proceso sobre el perjudicado y no sobre el condenado. 5) La condena en costas no incluye las de la acción popular ( SSTS. 464/2007 de 30.5 , 717/2007 de 17.9 , 750/2008 de 12.11 ). Ahora bien, no sería preciso interesar la condena en costas para que el Tribunal las concediera, en supuestos del condenado (costas causadas en juicio) porque las impone la Ley ( art. 123 CP .), ni tampoco las de la acusación particular en los delitos sólo perseguibles a instancia de parte, por igual razón ( art. 124 CP .). Sin embargo, si debería imperativamente mediar previa petición cuando se trate de incluir dentro de las costas del acusado o acusados las de la acusación particular en los demás delitos y también las que pudieran imponerse a los querellantes por haber sostenido pretensiones temerarias frente al acusado, pues de lo contrario el Tribunal incurriría en un exceso sobre lo solicitado o extra petita ( SSTS. 1784/2000 de 20.1 , 1845/2000 de 5.12 , 560/2002 de 28.3 , 1571/2003 de 25.11 ). Téngase presente que las costas se hallan reguladas dentro del titulo que reza: "De la responsabilidad civil derivada de los delitos y faltas y de las costas procesales", poniendo al mismo nivel normativo conceptos que justifica la similar naturaleza resarcitoria o compensatoria. Las costas ya no tienen el carácter de sanción o penalización, sino de compensación indemnizatoria por los gastos que se ha visto obligada a soportar una parte, a quien el derecho ampara, por lo que debe aplicárseles los principios de postulación y contradicción. En similar sentido la STS. 1455/2004 de 13.12, considera necesaria la petición expresa no bastando con la alusión genérica a costas, razonando sobre su naturaleza privada y la exigencia de petición de parte; y la STS. 449/2009 de 6.5 incide en que es doctrina reiterada de este tribunal que tal reclamación es presupuesto ineludible de dicha imposición, cuando se trata de las costas causadas por el ejercicio de la acusación que han de diferenciarse de las costas atribuibles al proceso mismo, de automática imposición conforme al artículo 123 del Código Penal. Tanto por regir, en cuanto a la de la acusación, el principio de rogación, al tratarse de materia diferenciada del derecho penal material, cuanto porque sin preceder dicha expresa petición la parte condenada no habría tenido ocasión de aprestarse a la defensa frente a la misma ...". En consecuencia, procede imponer al acusado las costas procesales, incluidas las de la acusación particular, que interesó la expresa condena en costas en conclusiones definitivas. Vistos los artículos citados y demás de general y pertinente aplicación y observancia, en nombre de S.M. el Rey y por la Autoridad que me confiere la Constitución de la Nación Española. FALLO 1.-/ Que debemos condenar y CONDENAMOS al procesado Abel como autor criminalmente responsable de un delito consumado de asesinato, ya definido, sin la concurrencia de circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, a la pena de DIECIOCHO AÑOS de prisión, con la accesoria de inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. 2.-/ Que debemos condenar y CONDENAMOS al procesado Abel como autor criminalmente responsable de un delito de asesinato en grado de tentativa, ya definido, sin la concurrencia de circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, a la pena de ONCE AÑOS de prisión, con la accesoria de inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena. 3.-/ Que debemos condenar y condenamos al procesado Abel, a que indemnice a don Isidoro, en la cantidad de 137.930,28 euros, y, a Ruth, en la cantidad de 61.057, 47 euros, devengando tales cantidades un interés anual igual al del legal del dinero, incrementado en dos puntos, desde la fecha de la presente resolución hasta la de su total cumplimiento. 4.-/ Se impone al acusado el abono de las costas procesales, incluidas las de la acusación particular. 5.-/ El máximo de cumplimiento efectivo de condena del procesado será de veinticinco años de prisión. Para el cumplimiento de la pena de prisión impuesta le será abonada al condenado el tiempo que hubiere permanecido privado de libertad por esta causa si no le hubiese sido aplicado a otra. Notifíquese al Ministerio Fiscal y a la partes advirtiéndoles que contra esta resolución pueden interponer RECURSO DE CASACIÓN, que deberá anunciarse en la forma establecida en los arts. 855 y 856 de la LECRIM ante este mismo Tribunal en el plazo de CINCO DÍAS a contar desde la última notificación de la presente. Líbrese testimonio de esta resolución para su unión a los autos de su razón. Así por esta nuestra Sentencia, lo pronunciamos, mandamos y firmamos.