Cada vez que tenía que acudir a declarar a la Audiencia Nacional

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Cada vez que tenía que acudir a declarar a la Audiencia Nacional, Miguel Durán Campos, nacido
en Azuaga (Bilbao), hijo de Rafael y Agustina, con domicilio en Sant Boi de Llobregat, acudía a
la Fiscalía a llorarle sobre el hombro al fiscal jefe Eduardo Fungairiño Bringas.
-¿Por qué este hombre me tiene a mí imputado, si yo soy inocente de los hechos que me
atribuye?
Ese hombre era el juez Baltasar Garzón Real, y Miguel Durán el presidente de la Organización
Nacional de Ciegos Españoles. El titular del Juzgado Central de Instrucción Número 5 de la
Audiencia Nacional en el procedimiento 262/1997 le atribuía, junto a otras ocho personas, varios
delitos contra la Hacienda Pública, falsedades y delitos societarios por los que le pedían varias
penas de dos años de prisión, hasta un total de casi nueve de cárcel.
Era cierto que Durán, uno de los empresarios de la etapa del pelotazo, había recibido 500
millones de pesetas el 12 de diciembre de 1992 de la sociedad Pléyade, propiedad de los
empresarios pacenses Ángel Medrano Cuesta y Rafael Álvarez-Buiza Diego. Era el pago que
Gestevisión Telecinco debía a Promociones Calle Mayor, otra empresa de los empresarios de
Badajoz, como pago por las gestiones realizadas para localizar estudios de televisión.
No se sabe por qué razón, porque el sumario tampoco lo explica, los quinientos millones fueron
a parar a las manos de Miguel Durán Campos, de quien todo el mundo sabía por entonces que
era ciego pero no tonto. Durán dedicó parte del dinero -95 millones de pesetas- a comprarse una
casa en el elitista barrio de Conde de Orgaz. El resto, 405 millones, los ingresó en la cuenta
corriente de su sociedad personal Dinv.
Meses antes, sin embargo, el juez Garzón había iniciado un sumario en el que acusaba a treinta y
tres personas, que luego se quedaron reducidas a nueve, de un gigantesco fraude fiscal de varios
cientos de miles de millones de pesetas en la gestión de Telecinco. También les acusó de delitos
societarios y otros delitos instrumentales como falsificación de documentos, necesarios para
cometer ese fraude.
Al tener conocimiento de que era perseguido por la justicia, Miguel Durán regularizó su
situación personal y la de su empresa con la Agencia Tributaria, indicando que algunas
cantidades que tenía declaradas como provisión de gastos eran realmente ingresos. También
liquidó sus impuestos. Su situación con la Hacienda Pública era, por tanto, limpia y cristalina
como el agua desde 1993.
-¿Por qué este tío me tiene inculpado a mí si soy inocente? -se quejaba a Fungairiño.
Durán, en realidad, tenía parte de razón. Preocupado además por su fama personal y por los
titulares de los periódicos, el responsable del Juzgado Central de Instrucción había elaborado uno
de sus macrosumarios con el objetivo casi exclusivo de meter en la cárcel al magnate Silvio
Berlusconi, perseguido en Italia por delitos similares por sus compañeros de Mani Pulite. Si
levantaba la inculpación al ex presidente de la ONCE, accionista mayoritaria durante un tiempo
de Telecinco por medio de un tinglado de empresas interpuestas, el sumario se le venía abajo
como un castillo de naipes.
Fue lo que ocurrió el 19 de abril de 2007.Tras un largo juicio que sólo sirvió para demostrar la
endeblez investigadora del juez más famoso del mundo, la Sección Primera de la Sala de lo
Penal de la Audiencia Nacional, integrada por los magistrados Manuela Fernández Prado, Clara
Bayarri García y Eustaquio de la Fuente González, absolvió a Miguel Durán y al resto de
imputados de los delitos fiscales y de falsedad.
Los miles de millones de pesetas de IVA no devengado por los contratos suscritos entre los
diversos socios para repartirse el negocio de la contratación de artistas, la captación de la
publicidad y otras minucias, se quedó en nada, salvo que de la pieza separada para exigir
responsabilidades a Silvio Berlusconi y sus hombres de confianza se deduzca lo contrario.
***
Todo empezó en las elecciones del 3 de marzo de 1996, cuando la coalición abertzale Herri
Batasuna decidió prestar su espacio electoral para difundir una proclama de ETA a la sociedad
vasca.
El fiscal general del Estado se querella contra el brazo político de ETA y Baltasar Garzón se
encarga de instruir, deprisa y corriendo, un sumario imputando a los dirigentes abertzales un
delito de colaboración con banda armada, antes de inhibirse a favor del Supremo al figurar entre
los encausados cinco miembros del Parlamento de Navarra y Euskadi.
Aunque el ministerio público solicita para cada uno de los imputados seis años de cárcel, las
posibilidades de una sentencia condenatoria eran poco probables. Sin embargo, la sentencia
hecha pública el 1 de diciembre de 1997 marca un hito en la historia de la lucha contra ETA. La
Sala Segunda del Tribunal Supremo, siguiendo la tesis de Garzón, considera que los miembros
de HB han cometido un delito de colaboración con banda armada «al ceder a una organización
terrorista espacios gratuitos que le corresponden como formación política, con lo que han
prestado su apoyo a ETA, que pretende dominar por el terror a la sociedad para imponer sus
criterios de sinrazón y violencia».
Tras esta valoración de los hechos, en una sentencia de 138 folios, cuyo ponente había sido el
magistrado Roberto García-Calvo, condenaba a siete años de cárcel a los veintitrés miembros de
la Mesa Nacional de Herri Batasuna.
A la semana siguiente, por primera vez en la reciente historia de la España democrática, y
probablemente en la de cualquier país de Europa occidental, todos los dirigentes de un partido
político ingresaban en la cárcel.
La fuerte condena generó una oleada de protestas entre los sectores más próximos al
nacionalismo radical vasco. «Ninguno de los sospechosos había cometido acto de violencia
alguno, ni poseído o usado armas, ni mucho menos cometido ataques. Sucrimen fue la
distribución de un vídeo durante la campaña electoral. En el vídeo, miembros armados de ETA
hablaban de una propuesta de paz», señaló el abogado belga Paul Bekaert. «Yo creo que todo ha
sido pura invención y manipulación de Garzón, que
es un juez que se lo inventa casi todo y se permite el lujo de dictar autos de prisión fabulados,
dando por demostradas vinculaciones orgánicas entre diversos sectores de la sociedad vasca y
ETA. Está claro que el vídeo era una propuesta de paz y no una amenaza a la sociedad.
Difundiéndolo, HB estaba buscando una salida política y no terrorista a la cuestión vasca, hecho
que el instructor de la Audiencia Nacional obvió», remachó el juez Joaquín Navarro Estevan.
Casi dos años después, el 20 de julio de 1999, el Tribunal Constitucional aceptaba el recurso de
amparo de los abogados de HB y revocaba la sentencia, con lo que los veintitrés dirigentes de
Batasuna quedaron de inmediato en libertad. Aunque admite un delito de colaboración con banda
armada, el Constitucional estima que, a la vista de los hechos que aparecen en la causa, la
sentencia resultaba desproporcionada.
Pese a que la mayoría de los españoles consideraban que HB constituía el brazo político de la
banda terrorista, la escasa y mala instrucción del juez de la Audiencia Nacional había jugado,
una vez más, a favor de los asesinos de la paz en el País Vasco.
***
Años más tarde, por razones completamente diferentes, el empresario y político Nicolás López
de Coca Fernández-Valencia sufría el mismo calvario tras un sumario abierto por el titular del
Juzgado de Instrucción Número 5 de la Audiencia Nacional.
Los hechos arrancaban de un presunto fraude sobre las subvenciones para la plantación de lino
en España, abonadas por la Unión Europea, que la izquierda y en especial el presidente de la
Junta de Castilla-La Mancha, José Bono, atribuía al entorno de la ministra de Agricultura,
Loyola de Palacio.
Como responsable del Fondo de Español de Garantía Agraria, López de Coca tenía como misión
establecer las directrices generales para el reparto de los fondos, labor encomendada a las
comunidades autónomas. Sin embargo, a sus cincuenta y siete años, y de la noche a la mañana,
se convirtió en el principal sospechoso de beneficiarse de las ayudas, que repartía con sus
amigos.
El escándalo apareció en la prensa a mediados del año 1999 como la clásica maniobra política
para desgastar al PP en las elecciones generales. Posteriormente derivó al Congreso de los
Diputados, donde una comisión de investigación dictaminó que los responsables de distribuir las
ayudas a la plantación de lino eran las comunidades autónomas y no el Gobierno central.
Visto así el panorama, para que no hubiera la menor duda sobre su gestión, el 12 de enero de
2001 la ministra Loyola de Palacio acudió a la Audiencia Nacional y formuló una denuncia,
dejando los hechos en manos de los tribunales.
El asunto, como la mayoría de los casos que tienen proyección pública en los medios de
comunicación, cayó casualmente en el juzgado de Baltasar Garzón. Tras acumular diversas
diligencias instruidas en Zamora, Teruel y Valladolid, abrió las diligencias con el número
5/2001.
Pocos meses después, los acusados de cometer irregularidades en la denuncia de Loyola de
Palacio, los responsables de la gestión de los fondos del lino en la Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha, en la Junta de Castilla y León, en la Comunidad Autónoma de Aragón y en
la Junta de Extremadura pasaban de acusados a acusadores. Y en el banquillo de los acusados
aparecían un total de veinticuatro personas encabezadas por el ex subsecretario de Agricultura y
presidente del Fondo de Español de Garantía Agraria, Nicolás López de Coca.
A López de Coca el juez estrella le imputa primero un delito relacionado con las negociaciones
prohibidas a funcionarios públicos. Su abogado recurre a la sala, que le da la razón. A Garzón,
sin embargo, no hay quien le eche un pulso, como se verá a lo largo de este libro. Veinticuatro
horas después, le llama a su presencia.
-Ahora está inculpado de un delito de tráfico de influencias. Tras este travestismo judicial con
escasos precedentes en la justicia española pero bastante frecuente en la forma de instruir de
Baltasar Garzón, el 8 de julio de 2004 se dio por concluido el sumario y se decretó la apertura de
juicio oral. La mayoría de los imputados eran acusados de cometer un delito continuado de
falsedad en documento mercantil y otro de estafa para la obtención indebida de fondos
comunitarios.
Antes de empezar la vista propiamente dicha, en las cuestiones preliminares la sala decidió no
enjuiciar a Nicolás López de Coca, que estaba artificialmente metido en el sumario por el juez
instructor como hombre de confianza de Loyola de Palacio, y dedujo testimonio para que su caso
fuera enjuiciado en los tribunales ordinarios.
Después de ocho años inculpados, el 23 de abril de 2007 la Sección Primera de la Sala de lo
Penal de la Audiencia Nacional dictaba la sentencia 49/2007 declarando inocentes a todos los
acusados ante la falta absoluta de pruebas. «La profusa y continuada labor de investigación y
control realizada por las comunidades autónomas para el abono de las subvenciones del lino
hacía imposible el fraude. [Bastaba que el juez instructor] ahondara en los datos que poseían las
distintas administraciones y los rigurosos controles establecidos para llegar a la concusión, como
ha llegado este tribunal, de que no ha habido ningún tipo de connivencia falsaria».
La sentencia representaba un descomunal varapalo a Baltasar Garzón, quien, si hubiera realizado
bien su trabajo, no debería haber admitido ni siquiera a trámite el asunto. Ahí quedaban, sin
embargo, sin resolver los problemas causados por el juez en numerosas familias.
«Es algo terrible. Bono y Garzón, con la ayuda del fiscal Carlos Jiménez Villarejo, montaron
toda una tramoya que después de ocho años de calvario se ha revelado falsa, un completo y
absoluto montaje judicial. Bono salió en las elecciones autonómicas de 2003 con su máquina de
picar carne, el Grupo Prisa prestó su machete mediático y Garzón puso la justicia al servicio del
PSOE para montar toda una trama falsa. A mí me destrozaron la vida y a alguno de mis amigos
este asunto le llevó a la tumba por un cáncer al no poder soportar la presión. ¿Quién le exige
ahora responsabilidades a Garzón y lo sienta en el banquillo por el daño que nos ha hecho?».
La reacción de Nicolás López de Coca, autor de la frase anterior, es tremenda. ¿Quién juzga al
juzgador cuando se equivoca y causa daños irremediables entre los justiciables?
***
Años atrás, a finales de la década de los noventa, se negó a admitir a trámite una querella de
varios familiares de personas inocentes, asesinadas en Madrid, sin ningún tipo de juicio, en
noviembre de 1936, durante la Guerra Civil.
El escrito iba dirigido contra el ex presidente del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo
Solares, a quien en numerosos libros se le achaca su participación en las matanzas de Paracuellos
del Jarama, como se cuenta en otra parte de este libro.
Ocho años después, una institución de carácter distinto, la Asociación para la Recuperación de la
Memoria Histórica, dirigida por republicanos, socialistas y comunistas, presentaba un escrito
similar en el Juzgado Central de Instrucción Número 5 de la Audiencia Nacional.
En el documento, registrado el 14 de diciembre de 2006, el letrado de la acusación particular
pedía al juez Baltasar Garzón que se esclarecieran las muertes de dieciséis personas cometidas en
Ponteareas (Pontevedra) durante la última contienda militar.
«Al no haberse hallado los cuerpos, se trata de personas desaparecidas y el caso no ha prescrito.
Al tratarse, además, de delitos contra la humanidad, tipificados por los tribunales de Núremberg,
el asunto podría ser investigado pese al tiempo pasado», señaló el letrado de la acusación
particular.
El 6 de enero de 2007, el magistrado de la Audiencia Nacional admitía a trámite la denuncia,
según informaba desde Pontevedra el diario progubernamental El País.
Con posterioridad, familiares de desaparecidos de Huelva, Cádiz y Sevilla pedían al titular del
Juzgado de Instrucción Número 5 de la Audiencia Nacional que abriera un macro sumario «no
sólo para castigar a los culpables sino para averiguar el paradero de los asesinados », según el
letrado Fernando Magán.
«Hay 30.000 víctimas, la mayoría de las cuales fueron secuestradas después del golpe de Estado,
que claman Justicia o al menos una reparación moral adecuada», añade el letrado, quien asegura
haber tenido que recurrir a la vía judicial porque el resto de las instituciones públicas se han
inhibido del problema.
Y es que el Congreso de los Diputados se niega a incluir en las listas de asesinados a aquellos
que lo fueron por motivos religiosos, lo que obligaría a sacar a la luz a los once mil curas, frailes
y monjas asesinados en el bando republicano, como piden PNV y CiU, hecho que no se quiere
reconocer por los actuales mandamases, herederos de los partidos del Frente Popular.
Garzón, el juez que no se ha atrevido a procesar a Santiago Carrillo, uno de los pocos presuntos
responsables de las «sacas» ocurridas en Madrid durante la guerra fratricida española, se sumaba
así, antes de aprobarse, a la Ley de la Memoria Histórica.
Una particular forma, sin duda, de hacer Justicia.
***
El viernes, 3 de noviembre de 2006, a petición de la Fiscalía Anticorrupción, los hombres de
Harrelson-Garzón irrumpían por sorpresa en las oficinas en España de los bancos Espirito Santo
y BNP Paribas, en la sociedad Cartera Meridional y en la aseguradora Cahispa.
«La Guardia Civil y la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF) señala al banco
Espirito Santo como responsable de crear sociedades en el extranjero a las que se transferían los
fondos que pretendían evitar el pago de impuestos en España», según informaba el Ministerio del
Interior en una nota de prensa. Asimismo, implica al grupo asegurador Cahispa Seguros S.A.
como responsable de la gestión de los fondos que estas sociedades transferían posteriormente a
España. Las cantidades embargadas en la operación Suéter superan los 1.800 millones de euros.
De acuerdo con el comunicado, la trama económica tenía como finalidad ocultar el origen de
importantes fondos depositados en cuentas corrientes e imposiciones a plazo fijo en entidades
bancarias españolas. Los fondos eran sacados de España a través de un entramado de cuentas
cuyos titulares eran sociedades tipo trust creadas en la isla portuguesa de Madeira y en otros
países.
Posteriormente, desde estos países eran presumiblemente enviados a otras entidades bancarias
situadas en el extranjero, para finalmente, a través de Luxemburgo, volver a entrar a entidades
bancarias en España, pero ya a nombre de sociedades no residentes en nuestro país.
«Esta modalidad de evasión fiscal se estaría practicando al menos desde 2004 y fue detectada por
la Agencia Tributaria tras analizar la documentación intervenida en una operación anterior,
llevada a cabo por la Guardia Civil y la ONIF y dirigida por la Fiscalía Especial
Anticorrupción», concluía el comunicado.
Al final, aclarados todos los extremos con los directivos de las entidades financieras, la
pretendida investigación de blanqueo de capitales a gran escala que perseguía Baltasar Garzón se
redujo a una operación de fuegos artificiales.
Tras doce horas de registros en Madrid y Barcelona y el chequeo de un centenar de ordenadores
en las entidades bancarias, con agentes tomando todas las plantas, sótanos y hasta los
aparcamientos de los directivos, los expertos en delitos económicos se limitaron a inmovilizar 7,
23 millones de euros de un cliente en el banco Espirito Santo. En el Paribas ni siquiera eso. No
había fondos opacos.
Cinco días después, el presidente del grupo portugués, Ricardo Espirito Santo Salgado, calificaba
la intervención policial de «espectáculo mediático» y acusaba a Baltasar Garzón de cazar moscas
a cañonazos. «Fue una intervención innecesaria», remacha Julio Andrade, de la misma entidad
financiera.
Un par de meses después, con el archivo de la causa a Cartera Meridional y el desbloqueo de las
cuentas corrientes, el caso se desinfla. En octubre de 2007, una operación en la que se emplearon
más de cien guardias civiles y dos docenas de agentes fiscales se encuentra en el olvido judicial.
***
Los hechos narrados anteriormente se corresponden a cinco operaciones judiciales cogidas al
azar, realizadas por el juez Baltasar Garzón Real, el magistrado más popular en España y con
mayor prestigio en el extranjero.
Considerado como un hombre honrado y valiente hasta la temeridad por unos y un magistrado
efectista y tocado por el pecado de la vanidad por otros, sobre su pasado, presente y futuro se han
gastado ríos de tinta. Y se seguirán consumiendo.
En pocas ocasiones, sin embargo, se ha tratado de llegar hasta el fondo del personaje, a
desentrañar su pasado, escudriñar sus decisiones y desmitificar su figura. ¿Es cierto que es un
hombre íntegro, trabajador incansable, independiente y estudioso o todo ello es mera fachada
para construirse una imagen de persona comprometida con su profesión y ascender en la escala
social?
¿Sus acusaciones, especialmente las de los GAL, han estado marcadas por la necesaria
neutralidad e imparcialidad que debe regir todo proceso judicial?
Para responder a estas preguntas el autor ha tenido que bucear en centenares de libros, sumarios,
recortes de prensa, informes policiales y comisiones rogatorias; hablar con decenas de testigos,
viajar a Nueva York -donde Garzón pasó quince meses becado por el Consejo General del Poder
Judicial, con derecho a secretaria y todo-, y reconstruir su infancia y juventud hablando con sus
vecinos de Torres (Jaén), Sevilla, Vitoria, Almería y otras localidades españolas.
El resultado de la investigación es el libro que tienen en sus manos, una obra voluminosa,
cargada de datos, conversaciones y anécdotas, que les puede gustar o no, pero que, obviamente,
no les va a dejar indiferentes.
Porque, pese a la falta de cultura y a las maneras de hombre tosco, chapucero y megalómano,
como le definen muchos de sus compañeros, hay un individuo que en septiembre de 2007 fue
definido en Nueva York como un «juez socialista», que pretende convertirse en el paladín de la
Justicia Universal, de los derechos humanos y de una serie de valores que él y unos pocos
izquierdistas pretenden patrimonializar en beneficio exclusivo de los suyos.
Aquí se narra también con todo tipo de detalles cómo es el autor de una controvertida
investigación sobre el caso de los GAL, que algunos aseguran constituyó una cacería vengativa
contra Felipe González cuando no logró sus objetivos en la política. Tras este fracaso abandonó
los sumarios y se convirtió en el perseguidor implacable del torturador Augusto Pinochet
(desdoblando un sumario para robar el que instruía el juez Manuel García Castellón), al que no
logró encausar en ningún momento.
Sobre estos dos hitos básicos de su carrera, auténticos fracasos si se tiene en cuenta que los
asesinos de veinticuatro de las veintinueve víctimas de los GAL siguen sin conocerse, y con la
inestimable ayuda de la prensa, el titular del Juzgado de Instrucción Número 5 de la Audiencia
Nacional ha edificado su fulgurante ascensión a la cúspide de una cuestionable popularidad hasta
tal punto que su nombre y primer apellido figuran nada menos que 650.000 veces en Google.
Los lectores que se adentren en su contenido descubrirán que, aunque parezca increíble, tras
veinticinco años de carrera no se le conoce una sola sentencia, ni siquiera por una falta. De ahí
que, como contaremos en otra parte de este libro, el Consejo General del Poder Judicial, con
razón o sin ella, pusiera fin a su posible endiosamiento -de manera bastante cruel, por ciertoimpidiendo su acceso a la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, una plataforma en la que
pretendía reafianzar su poder para dedicarse a su otra actividad.
Porque, como se comprobará desde la primera hasta la última página, la verdadera ocupación del
juez más rutilante del firmamento judicial es la de acumular doctorados honoris causa, impartir
conferencias, dictar clases magistrales y elaborar ponencias bien pagadas y corregidas hasta hace
unos años por la periodista Julia Pérez, de Cambio 16, porque el magistrado no sólo no sabía
escribir, sino que cometía faltas de ortografía.
La obra pretende ser, al mismo tiempo, el retrato de toda una época que arranca con la irrupción
de la beautiful people en la escena política y económica española con los Albertos, Mario Conde
y Javier de la Rosa, y acaba, como no podía ser menos, con la muerte del poder, es decir, de
Jesús de Polanco, el falangista de los años sesenta, presunto demócrata, que convirtió la libertad
en un negocio y quiso mandar más que Franco en España hasta unas semanas antes de su muerte.
Un capítulo del libro se dedica, en exclusiva, a contar los auténticos vericuetos del asunto
Sogecable, aún desconocidos.
Sólo en la España del pelotazo, en la era del felipismo y del todo vale, resultaba posible el
nacimiento de los jueces estrella, un haz de luz fugaz en el firmamento, incompatibles con una
sociedad democrática y pluralista donde no puede haber jueces que interroguen e instruyan de
forma cuestionable.
No es sólo la mente humana, y en especial la de José Luis Rodríguez Zapatero, la que genera
monstruos. La Audiencia Nacional también los ha producido y en cantidad.
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