El Origen de la Humanidad

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El Origen de la Humanidad
África es el lugar de origen y centro de dispersión de la especie humana. Por
esa razón su diversidad étnica es la más rica del planeta. Desde los pueblos de
raíces hamíticas del Sahara y Sahel a los grupos bantúes de las regiones más
húmedas de la periferia de la selva, y desde los pigmeos m’buti del bosque
tropical húmedo a los bosquimanos !kung de los desiertos y estepas del sur, el
continente posee la variedad más grande de grupos humanos claramente
diferenciados.
Las sociedades agrícolas africanas se desarrollaron con la domesticación de
ciertos cereales locales, como el sorgo y el mijo y animales de pastoreo
(bovinos, ovinos, cabras y más tarde, camellos dromedarios), que permitieron
el establecimiento de comunidades más sedentarias en las sabanas y
bosques. Este proceso comenzó probablemente en la región del Nilo, en las
sabanas del Sudán y Sahel y gradualmente se extendió hacia el sur y el oeste.
Por lo menos una parte de la sabana africana es de origen secundario,
desarrollada hace algunos miles de años, después de la destrucción antrópica
de los bosques intertropicales (sobre todo debido a la quema) a medida que
eran deforestados para la producción agrícola y animal.
El foco más antiguo de desarrollo agrícola estaba ubicado en los valles del río
Nilo y sus afluentes. Las principales áreas pobladas fueron el delta del Nilo, la
porción inferior de las llanuras fluviales de Egipto, los cursos medio y superior de
este río, la zona norte del actual Sudán (Nubia), las llanuras meridionales del río
Nilo Blanco (que corre hacia el norte desde las tierras altas de Uganda) y las
llanuras sedimentarias de los ríos Nilo Azul y Atbara, ambos provenientes de la
meseta etíope. Esta cultura estaba basada en la domesticación de cereales,
como el trigo, el control de las crecientes periódicas del río e inundación de la
llanura adyacente y la domesticación de rumiantes, como es el caso del Bovis
primigenius. La cultura agraria se extendió hacia el sur a lo largo de los ríos
principales al actual Sudán y finalmente a Etiopía, donde permaneció aislada
y relativamente intocada por largo tiempo.
El desarrollo agrícola y la necesidad de desarrollar estrategias de gestión
hídrica dieron lugar a la evolución de estructuras políticas de tipo “estado”
basadas en un régimen y una ideología teocráticos y absolutista: el llamado
período faraónico. La influencia política e ideológica de esta cultura se
extendió hacia el sur, al igual que sus aspectos agrícolas. El ejemplo de estos
estados agrarios fue repetido primero en Etiopía y Sudán y luego hacia el oeste
a lo largo de la franja sudanesa hasta la: costa atlántica. Los imperios políticos
de Ghana y Malí y los reinos Hausa y Songhai se basaron en gran medida en
esta economía agrícola así como en los elementos políticos que la
acompañaban.
Los pueblos sudaneses fueron probablemente los primeros en domesticar
ganado en la región subsahariana (una práctica aparentemente adoptada a
partir de la región mediterránea, vía Egipto y el valle del Nilo), y los pueblos
nilóticos y bantúes fueron tal vez los primeros en plantar las variedades iniciales
de sorgo y mijo domesticado. Con el tiempo, algunos grupos migraron al
sureste, estableciéndose en las sabanas de África Oriental (en lo que son hoy
Kenya, Mozambique, Tanzania y Zimbabwe), desarrollando allí estados
agrarios, como la llamada “civilización de Zimbabwe” cerca de Harare.
Cuando los colonos europeos llegaron a África del Sur, tenía lugar un proceso
gradual de expansión de algunos pueblos agropastoriles de habla bantú (los
tsuana, los sotho, los basuto, los zulú y los suazi, entre otros), que al mismo
tiempo estaban desplazando o asimilando a los grupos autóctonos de las
etnias khoisian (hotentotes y bosquimanos).
Otro aspecto importante de la evolución subsahariana fue el desarrollo del
comercio trans-sahariano, tanto a lo largo de las rutas costeras atlánticas
como a través del desierto. En gran medida, la prosperidad de Cartago en
tiempos “romanos” se debió a su control de los itinerarios comerciales que
atravesaban el Sahara, a través de los cuales recibían el marfil, el oro y< los
esclavos.
Durante largo tiempo las selvas húmedas quedaron fuera de la “colonización”
humana con la única excepción de los antepasados de los pueblos m’buti
que ocuparon tempranamente varias zonas de bosques húmedos. La mayoría
de las culturas africanas que se basaban en el sorgo y el mijo y en la cría de
ganado, se mantuvieron en las zonas de sabana sin introducirse en el interior
de la selva. Esta situación duró hasta que aparecieron en el escenario africano
ciertas especies de plantas adaptadas a las condiciones forestales.
La crianza de animales domésticos en el ambiente selvático estaba limitado
debido al efecto que la mosca tse tse y otros vectores de enfermedades
letales tenían sobre el ganado y otros grandes mamíferos (incluyendo los seres
humanos). Más tarde, como resultado de la deforestación (que impide la
proliferación de esta mosca) y debido al combate de esta plaga, se pudo
producir una ocupación generalizada de las regiones forestales (muchas de
las cuales se fueron transformando, por lo menos parcialmente, en sabanas.
El grupo humano más antiguo que logró adaptarse plenamente a las
condiciones de la selva húmeda, fue el de los m’buti (pigmeos). Estas
sociedades desarrollaron una cultura extractiva y agrícola itinerante muy
apropiada a la complejidad del ambiente de la jungla, utilizando sistemas
productivos sostenibles que permitieron su supervivencia en un ecosistema que
es considerado “hostil” por los pueblos que no viven en él. Esta cultura
permaneció prácticamente sin ser modificada durante varios miles de años.
Para los pueblos de lenguas bantúes y otras sociedades agrícolas, el proceso
de ocupación tuvo lugar de forma diferente. Estos grupos eran
fundamentalmente pueblos de sabanas. A diferencia de los pigmeos que se
establecieron en la selva desde adentro, los bantúes se internaron a la selva
desde su periferia. Se clareaban ciertas zonas de cultivo limitándose su
utilización a unos pocos años debido a la fertilidad limitada de los suelos del
bosque. Luego se mudaban a un sitio diferente continuando el ciclo.
Con el tiempo, estos dos tipos de sistemas de producción en cierto modo
complementarios se extendieron a toda la región selvática: los agricultores
itinerantes en la periferia y los “claros” del bosque tropical y el “pueblo de la
selva” más simbióticamente adaptado al ecosistema natural. Por muchos
siglos, estas estrategias duales y combinadas continuaron en forma estable y
equilibrada.
En las zonas de bosques, la comunicación por tierra era difícil debido a la
vegetación densa. Por esa razón, la expansión agrícola tuvo lugar sobre todo
en las márgenes de los ríos, a lo largo de las vías fluviales, generando tan solo
“islas” de ocupación humana a lo largo de estos cursos de agua. Las
sociedades agroforestales que se formaron como resultado de este proceso se
mantuvieron relativamente aisladas; sus unidades políticas eran pequeñas y su
diversidad cultural muy grande.
África en el siglo XV
A mediados del siglo XV, cuando los exploradores portugueses llegaron a
África, encontraron una región de sabana alternada con selva, en donde
existían numerosos “reinos” pequeños y medianos basados en sistemas de
producción agro-pastoriles y una red comercial estructurada a lo largo de las
rutas trans-saharianas en el oeste, a través del río Nilo en el noreste y a lo largo
de las rutas del océano Indico en el este.
En general, estos reinos eran relativamente pequeños, con poblaciones que no
excedían los 30 ó 40 mil habitantes. A menudo permanecían estructurados en
el marco de límites definidos étnicamente; las fronteras políticas separaban
pueblos de diferentes culturas, lenguas, dialectos o religiones. La organización
era estable, aunque la configuración política concreta podía no serio.
En las regiones de selva, los grupos locales se desarrollaron en aislamiento
relativo y las unidades políticas resultantes eran muy pequeñas, normalmente
con varios cientos o a lo sumo miles de integrantes y superficies de unos pocos
cientos de kilómetros cuadrados o menos.
En síntesis, las unidades políticas africanas se basaban en la naturaleza local,
en una base agropastoril económica, una situación particular con relación a
los flujos comerciales y sobretodo, en tradiciones, lenguajes y culturas
comunes. Ocasionalmente, algunos grupos dominaban a otros o algunas
sectores se unían o dividían. Por regla general tendían a estabilizarse de
acuerdo a sus identidades nacionales o étnicas. En estas unidades políticas, las
estructuras de gobierno eran pequeñas: un grupo o familia que gobernaba
con una pequeña “corte” de subordinados. Las características del grupo o
“clase” en el gobierno dependían de los superávits productivos en cada
sociedad particular y diversos factores específicos.
Las ciudades se desarrollaron en los puntos de convergencia de las rutas
comerciales: Dongola en el Alto Nilo, Timbuctú en el Níger,
Mombasa y Dar es Salaam sobre la costa del océano Indico. Su presencia dio
lugar a entidades políticas más poderosas, con una concentración
demográfica y de recursos mayor y burocracias bien desarrolladas. Estas
ciudades controlaban pequeños territorios y actuaban como centros de
intercambio comercial.
La llegada de los europeos
Los exploradores, comerciantes y fuerzas militares europeas llegaron por la vía
marítima. Más tarde habrían de penetrar al interior a caballo, a pie o con
embarcaciones a lo largo de los pocos ríos navegables. En la primera fase, su
aparición y establecimiento dio lugar al desarrollo de varios puertos costeros.
En la costa de Guinea y en los puertos de África oriental surgieron nuevos
centros comerciales, particularmente en los puertos de tráfico de esclavos. Los
primeros sustituyeron a los oasis comerciales del Sahel. Los segundos fueron
gradualmente dominados por las fuerzas europeas expansionistas, que se
sobrepusieron a las élites swahili y árabes y tomaron control de la zona costera.
La expansión del comercio, junto con la colonización y deforestación de las
zonas costeras y de las sabanas secundarias del interior, fortalecieron varios
estados africanos en desmedro de otros. Entre aquéllos se encontraban los
reinos Yoruba y Ashanti en los territorios actuales de Nigeria y Ghana
respectivamente que habrían de adquirir un poder considerable en los siglos
siguientes.
Más tarde cuando las potencias europeas consolidaron su control, estas zonas
de influencia se expandieron hacia el interior dando lugar a una nueva
configuración política del continente. Este proceso de colonización europea,
que en un principio se basó en el tráfico de esclavos, se fue orientando
gradualmente a la explotación de los recursos naturales para la exportación a
Europa, utilizando trabajo esclavo o semi-esclavo. Se “abrieron” minas de
cobre en Rhodesia del Norte británica (hoy Zambia), se comenzó la
explotación de minas de oro y placeres en Rhodesia del Sur (hoy Zimbabwe) y
se establecieron plantaciones de banana, cacao, copra y muchos otros
cultivos indígenas e introducidos en varias áreas apropiadas. Gradualmente,
los “puertos de esclavos” se transformaron en centros de exportación de la
producción local.
Las fronteras territoriales coloniales se definieron a través de acuerdos políticos
en Europa sin ninguna consideración de los límites étnicos, lingüísticos,
culturales y religiosos. Casi todas las colonias europeas en África incluían
gentes de varias naciones africanas y muchas naciones fueron divididas por
fronteras artificiales.
A menudo, los nuevos sistemas administrativos ignoraron las organizaciones
tradicionales, impusieron unidades “anti-naturales” en los pueblos locales en
una forma autoritaria y arbitraria. En otros casos, sobre todo en las zonas bajo
control británico, las estructuras tradicionales fueron adaptadas a las
necesidades de la administración colonial.
Heredando fronteras irracionales y una estructura colonial
Cuando los movimientos de independencia africana triunfaron, los nuevos
estados tuvieron que enfrentarse con las fronteras artificiales que habían sido
establecidas por los europeos durante su dominio colonial. En muchos casos,
como en el Congo Belga (hoy República Democrática del Congo, por un
período corto llamada Zaire) y Tanganica (hoy Tanzania continental), los
nuevos estados eran muy grandes, en otros, como en Gambia o Guinea
Ecuatorial, eran pequeños o con configuraciones insólitas.
Estas naciones están pagando un precio por esos acuerdos artificiales que
ignoraron las organizaciones y conocimientos tradicionales. Las dificultades de
administración y la inestabilidad política crónica son problemas causados en
gran medida por este marco político heredado.
En muchos países, los sistemas comerciales de exportación agrícola se han
deteriorado y los recursos financieros son insuficientes para mantener las
burocracias
estatales,
paralizando
las
funciones
administrativas.
Frecuentemente, los sistemas productivos de orientación predominantemente
comercial, resultan incapaces para mantener los niveles de producción y a la
vez suministrar oportunidades de empleo suficientes. Al mismo tiempo, al
disminuir la producción de alimentos para el consumo del agricultor y de las
comunidades locales, se está viendo afectada la función subsistencial de la
misma. El resultado es una migración masiva de las zonas rurales a las
ciudades.
Esta situación es agravada por la disminución gradual de los excedentes
agrícolas que son necesarios para abastecer a las zonas urbanas creando
crisis de desabastecimiento en las mismas.
Otra causa importante de la excesiva concentración de gente en las
ciudades es la migración y la “relocalización” de los refugiados de guerra
(caso de Angola, Sudán, Mozambique, Somalia, Congo, Ruanda y Sierra
Leona). Desafortunadamente, no hay ni empleo ni servicios para los millones
de inmigrantes que se mudan a las zonas urbanas, y los conflictos entre los
grupos étnicos se están volviendo más frecuentes, empujando a muchas
sociedades africanas a una situación de crisis crónica.
Diversidad, globalización y la sabiduría de la naturaleza. Capítulo 9. África en
el Siglo XXI: ¿ocaso o amanecer?
IDRC Books y Piriguazú Ediciones
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