Argentina y la revolución cubana. Asociación

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CAPÍTULO IX
ARGENTINA Y LA REVOLUCIÓN CUBANA
1. La V Reunión de Consulta
En los primeros meses de 1959 el entusiasmo liberal por la revolución de los jóvenes barbudos que habían
derrocado al tirano Batista, comenzó a enfriarse. Diversas medidas de nacionalización, la apertura del comercio con la
U.R.S.S., los paredones y por último la puesta en marcha de la Reforma Agraria (17 de mayo) no hacía prever
elecciones ni prensa libre. A ello se agregaban algunos intentos de exportar la revolución, como en el caso de Panamá
en agosto, que según A. Lanús fueron desautorizados por Castro. No obstante, la revolución cubana se iba
transformando en bandera de las izquierdas latinoamericanas a pesar de que sus dirigentes se esforzaban por desvirtuar
toda vinculación con el comunismo. Según relata Babini, cuando el Che Guevara se entrevistó con Vítolo, en marzo del
59, en su gira para explicar el carácter de la revolución y promover el reconocimiento, "'...sentado a mi lado, golpeó con
el puño el cristal de la mesa para reforzar su alegato de que no eran comunistas y que el marxismo de Castro era un
invento de los derrotados para impedir el reconocimiento del nuevo régimen'. Dejando de lado la sinceridad de todas
esas manifestaciones, creo que el destino actual de Cuba no estaba definido en 1959." (Babini, op. cit.)
La situación del Caribe se complicó por la política de Trujillo y Duvalier, agresiva y protegida por los Estados
Unidos, que llevó a la amenaza de invasiones desde Venezuela y Cuba. Ello dio lugar a la convocatoria del Órgano de
Consulta, la que se verificó en Santiago de Chile en agosto de 1959.
La delegación argentina fue encabezada por Diógenes Taboada, de Pablo Pardo, Rodríguez Araya, Camilión y otros.
Los motivos de la consulta no tenían que ver con el conflicto de la guerra fría, y si hubo debates, fue por la
obstinada posición norteamericana en defensa del "principio de no intervención" con lo que elípticamente preservaban a
Trujillo, de los cuestionamientos latinoamericanos, que bregaban por la condena de las dictaduras que violaban los
derechos humanos.
La delegación cubana propuso la exclusión de los gobiernos dictatoriales de la Organización de los Estados
Americanos, así como también la condena por la violación de derechos humanos, que justificarían, según los cubanos,
la utilización de la fuerza sin violencia del principio de no intervención. Paradojalmente, en 1962 Cuba sería defendida
por el principio de no intervención y autodeterminación y expulsada de la O.E.A. por su misma propuesta de 1959.
La Declaración de Santiago votada por unanimidad, incorporaba al sistema interamericano principios que eran del
orden constitucional interno de cada país. También condenaba la perpetuación en el poder. (Conil Paz y Ferrari, op.
cit.).
2. La Asociación Latino Americana de Libre Comercio
La idea de crear un mercado común latinoamericano se había considerado en el Comité de los 21. Sin embargo no
se habían dado los pasos para su constitución. El origen del proyecto con las características que finalmente tuvo, están
originados en la C.E.P.A.L. y no precisamente en los Estados Unidos. La propuesta cepalina apuntaba a promover un
esfuerzo de industrialización a través de una política de sustitución de importaciones en el marco del comercio
intrarregional.
El otro factor que influyó en la constitución del sistema fue la presión del G.A.T.T. para evitar las políticas
proteccionistas que la propuesta de la CEPAL suponía. De ahí entonces la necesidad de constituir un espacio regional
de comercio donde las diferencias arancelarias pudieran compatibilizarse sin afectar tales políticas. Es por ello que la
integración no vendría por la unión aduanera sino por acuerdos comerciales.
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En abril, en su discurso en Santiago de Chile, Frondizi había señalado: "Juzgamos que este tipo de acuerdo es
preferible a la concertación de las llamadas uniones aduaneras, cuya aplicación resulta, en el estado actual de nuestros
respectivos desarrollos económicos, poco menos que irrealizables. En tales condiciones, los tratados que las establezcan
se verán obligados a estipular tal número de excepciones, que el instrumento respectivo quedará reducido a poco más
que una expresión de anhelos".
En febrero de 1960, Argentina, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú y Uruguay firmaban en Montevideo el tratado
constitutivo del sistema. Poco después se agregaron otros países sudamericanos, llegando a contar con una población a
fines de los '60 del orden de los doscientos millones de habitantes.
El crecimiento de la A.L.A.L.C. fue lento y se vio afectado por problemas estructurales de base: diferentes grados
de desarrollo entre sus componentes, alto volumen de comercio bilateral (sólo Brasil y Argentina el 60%), los acuerdos
de complementariedad, que orientados a promover inversiones entre los estados miembros y formar empresas
latinoamericanas, terminaron por facilitar la expansión de las empresas multinacionales extrarregionales, quienes a
través de sus filiales racionalizaron su sistema de producción y ventas. Además la A.L.A.L.C. nunca logró un
mecanismo de compensación de los desequilibrios lo impidió el desarrollo armónico de sus miembros. (J. y C. Neme,
Organizaciones Económicas Internacionales).
3. San José de Costa Rica
El 24 de junio de 1960, un automóvil cargado con sesenta y cinco kilos de trylita volaba al paso de la comitiva
presidencial que conducía a Rómulo Betancourt, en las proximidades de Caracas. El presidente venezolano salvó su
vida, aún cuando con graves quemaduras. Un informe cuidadosamente elaborado por personal de la O.E.A. comprobó
que el atentado había sido ejecutado por exiliados venezolanos provenientes de Santo Domingo, impulsados y
protegidos por Truji1lo. Los terroristas planeaban un golpe de derecha a partir de la revuelta que desencadenaría la
muerte de Betancourt. Era un nuevo aporte a la crisis del Caribe, que se agravaba por el lado cubano a partir de la
declaración soviética del 9 de julio de 1960 en la que los rusos hacían público ante el mundo su respaldo militar a la
revolución cubana y mencionaban la posibilidad de emplear misiles intercontinentales. La gravedad de la amenaza
reintroducía violentamente la guerra fría en las relaciones interamericanas.
El 13 de julio, la cancillería argentina exhortaba a Cuba a "expresar su desaprobación a toda manifestación que
signifique injerencia de potencias extracontinentales en los asuntos americanos".
La amenaza era evidente y sirvió de base para la convocatoria del Órgano de Consulta, que se reunió en San José de
Costa Rica entre el 22 y el 29 de agosto de 1960.
Según Conil Paz y Ferrari, la delegación encabezada por el canciller llevaba dobles instrucciones para su accionar
en la Conferencia. En las primeras, —originales— se insistía en que la delegación debía reafirmar nuestro
occidentalismo y condenar la amenaza de intervención extracontinental. Las segundas instrucciones, dadas a conocer
por Musich ya en viaje la comitiva, insistían en que se debía presionar a los Estados Unidos para obtener ayuda
económica, vinculándola a las decisiones políticas que habrían de discutirse. La delegación se dividió por una y otra. El
canciller oscilaba entre uno y otro grupo.
En Panamá, Toranzo Montero, que asistía a la conferencia de Ejércitos Americanos, se interiorizó de las mismas y
apoyó las originales cosa que hubiera bastado para dirimir la cuestión, pero Taboada se mantuvo indeciso.
Al iniciarse la Conferencia, se entrevistó con el Secretario de Estado Herter, ante quien planteó el tema de las
"segundas instrucciones". Herter, tras recordar que Eisenhower contaba con la aprobación del senado norteamericano
para impulsar un plan de ayuda a América latina "... insistió con firmeza en que los Estados Unidos no querían verse
arrastrados por la fuerza a esa colaboración. La ayuda norteamericana sería libre y espontánea y no debía mezclarse con
los planteos políticos de la reunión." (op. cit.). Hubo vacilaciones en la delegación y varios intercambios de
comunicaciones con Buenos Aires. La Argentina insistió, pero los yankis no transaron en vincular los asuntos.
Concluido el tratamiento de la cuestión dominicana en la VI Reunión de Consulta, Trujillo fue encontrado culpable
del atentado venezolano, por lo que se aprobó en forma colectiva romper relaciones con la República Dominicana y
suspender el comercio de armas con dicho país, hasta que se estudiaran nuevas medidas que profundizaran las
sanciones.
De inmediato se constituyó la VII Reunión de Consulta para considerar la amenaza rusa y la expansión subversiva
del comunismo.
La disposición general de los latinoamericanos era evitar una condenación expresa de Cuba, sin que ello significara
eludir la amenaza extracontinental.
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La delegación argentina presentó un proyecto más acorde con las primeras instrucciones. Por el mismo se proponía
elaborar un tratado que estableciera: "a) Los derechos y obligaciones de los estados en la lucha contra el comunismo; b)
los métodos más idóneos para la prevención y erradicación del movimiento comunista en América, creándose si fuese
necesario, un organismo especializado; c) solicitar de la Junta Interamericana de Defensa la presentación de un informe
relativo a la guerra revolucionaria y los métodos para prevenirla y reprimirla; d) la colaboración de los estados con más
experiencia en el análisis de los métodos contrarrevolucionarios." (A. Lanús, op. cit.). Semejante proyecto parecía más
una provocación a la delegación cubana que una propuesta viable. Roa, el canciller cubano, reaccionó con violencia
atacando a Frondizi "como la concreción viscosa de todas las excrecencias humanas...". Hubo una protesta de nuestra
cancillería, pero no ruptura. Por intermedio de Centeno, subsecretario de Relaciones Exteriores, Taboada fue duramente
reconvenido por el presidente, que no había sido consultado "directamente antes de adoptar decisiones no convenidas".
Taboada estuvo a punto de renunciar en plena Conferencia. De todos modos, el proyecto no prosperó y la reunión
terminó aprobando por unanimidad —Cuba y la República Dominicana se retiraron— una Declaración por la que se
condenaba toda amenaza de intervención extracontinental así como la específica "pretensión chino-soviética de utilizar
la situación económica o social de cualquier estado americano con el propósito de quebrar la unidad continental y de
poner en peligro la paz y la seguridad del hemisferio".
No se mencionaba para nada a Cuba, lo que privaba a los norteamericanos de la justificación jurídica para una
intervención abierta o encubierta en la isla. "Ni el apoyo de los Estados Unidos contra Trujillo, ni una promesa de ayuda
económica adicional hecha en vísperas de las reuniones de San José persuadieron a las delegaciones latinoamericanas a
aceptar una resolución más enérgica." (G. Connéll Smith, op. cit.). Es más, México insistió en agregar al Acta Final una
declaración que afirmara: "que de ninguna manera es una condena o amenaza contra Cuba, cuyas aspiraciones de
mejoramiento económico y justicia social cuentan con todo el apoyo del gobierno y del pueblo de México".
4. Playa Girón
Según confiesa Eisenhower en sus Memorias, el proyecto de una intervención en Cuba venía elaborándose desde
marzo de 1960. Se trataba de repetir la experiencia exitosa que había provocado la caída del presidente de Guatemala,
Jacobo Arbenz, en 1954. El plan era similar, la ejecutarían exiliados cubanos entrenados por la C.I.A. en Guatemala y
se efectuaría con apoyo aéreo norteamericano. En el Departamento de Estado se barajó la idea de constituir y reconocer
un gobierno cubano en el exilio. Se suponía, con mucho optimismo, que iniciado el desembarco se produciría un
levantamiento general contra Castro.
La escalada diplomática se inició el 3 de enero de 1961 con la ruptura unilateral de las relaciones. A partir de ese
momento menudearon las advertencias y acusaciones cubanas con las consiguientes réplicas norteamericanas. Como
hemos visto, la Declaración de San José no acompañó los propósitos estadounidenses.
A pesar de la creciente agudización del conflicto se quería evitar un desenlace imprevisible.
El 17 de febrero, la cancillería argentina desestimó una propuesta ecuatoriana de mediación colectiva. Se consideró
que varios países se sumaran a la ruptura norteamericana. Para evitar su expansión, Cuba solicitó los buenos oficios de
los países con los cuales todavía mantenía relaciones.
El 4 de marzo, por sendos telegramas, nuestra cancillería ofreció su mediación, al par que enviaba delegados a otros
países latinoamericanos para tratar la cuestión. En el orden interno, la propuesta de Frondizi mereció duras críticas del
jefe de la armada, Clement, quien la consideró "equivocada e inoportuna". A su vez, el almirante puntualizó su
desacuerdo con la política seguida, que según él mantenía una "absurda neutralidad" ante la penetración comunista. Era
"una tercera posición de una época superada; esta vez entre el gobierno comunista de Cuba y el occidental de Estados
Unidos".
Por parte de los afectados tampoco hubo una respuesta entusiasta. Cuba consideró que el conflicto era bilateral y si
los norteamericanos no estaban dispuestos a negociar toda mediación era imposible. Estados Unidos rechazó la
propuesta porque consideró que el problema era hemisférico. En realidad, conociendo los proyectos de invasión,
difícilmente interesaran a los norteamericanos una mediación. El fracaso de la mediación dio lugar a críticas y
explicaciones no siempre muy claras, como así también gestos inesperados. Esta conducta internacional, según Conil
Paz y Ferrari (op. cit.) se debieron al "deterioro de la influencia del general C. S. Toranzo Montero en la conducción del
ejército (lo que dejaba) a Frondizi y sus asesores libres de toda vigilancia a presión militar...".
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La invasión se produjo por fin el 17 de abril en Playa Girón y Bahía de los Cochinos. Después de tres días de
combates y sin protección aérea que sólo podía provenir de una desembozada intervención norteamericana, la intentona
fue derrotada por las milicias cubanas.
Como consecuencia del fracaso se consolidó el poder de Castro y el prestigio norteamericano cayó a su nivel más
bajo.
Sólo su condición de potencia rectora y su influencia puede explicar por qué el Consejo de Seguridad no llegará a
condenar a los Estados Unidos como agresor. Kennedy reconoció posteriormente su responsabilidad pero advirtió a los
latinoamericanos que si se trataba de cuestiones que afectaban a su seguridad podrían actuar unilateralmente. Por
supuesto que la O.E.A. tampoco condenó la aventura de Playa Girón.
5. Playa Girón y el movimiento obrero
En un tono "ordenado" y "respetuoso", el primer plenario de Secretarios Generales de la C.G.T. en vías de
normalización discutió, el 20 de abril de 1961, un pronunciamiento de la central obrera en el que se fijara su posición
frente al desembarco en Playa Girón.
La iniciativa había partido de Alberto Córtese, de extracción comunista, secretario general del Sindicato de
Vendedores de Diarios, gremio adherido al M.U.C.S. (Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical). Córtese
sostuvo que la declaración cegetista debía expresar la solidaridad del movimiento obrero con Cuba "...ante el atentado
criminal de que ha sido objeto por parte del imperialismo yanqui". Para el dirigente "canillita" la Revolución "...había
logrado la emancipación política y social; constituía un ejemplo para los demás países latinoamericanos y los obreros
argentinos no podían permanecer silenciosos ante el ataque alevoso de que había sido objeto el pueblo hermano del
continente".
José Alonso, peronista, del gremio del Vestido, manifestó sentirse solidario con el pueblo de Cuba que había sufrido
y combatido contra la dictadura de Batista. Dijo: "...seguimos con emoción la lucha contra el régimen de Batista, y
finalmente contemplamos satisfechos el triunfo obtenido. Yo no voy a decir, sin embargo, que soy solidario con el
gobierno cubano; no soy cubano y solamente al pueblo de Cuba le corresponde juzgar a su gobierno. Es un hecho que
Cuba ha sido atacada y, ante el drama del pueblo cubano, que es el drama de indoamérica, tenemos que hablar con
claridad. Somos antiimperialistas sin distinciones y por eso estamos contra el imperialismo yanqui, que atacó con la
fuerza brutal y sin máscara, pero también contra el imperialismo soviético, que trata de ganar terreno con el antifaz de la
infiltración.
La Unión Soviética no ayudó a Cuba: atacó a los Estados Unidos, que no es lo mismo, para quedarse con lo que le
conviniera de Cuba. Levanto mi voz de solidaridad con el pueblo cubano, sufrido y vejado, y apoyo una declaración de
solidaridad con la aclaración de que no apoyamos a ningún imperialismo.
Así como los trabajadores argentinos levantamos nuestra voz para solidarizarnos con el pueblo húngaro, lo tenemos
que hacer hoy con el pueblo cubano, y por esta solidaridad, que sale del corazón, no cobramos ni cobraremos ningún
interés bastardo".
El petrolero Pedro Gomís (S.U.P.E.) adhirió al repudio por la intervención armada, pero sostuvo que tal repudio
debía extenderse al "imperialismo ideológico".
Armando March (Empleados de Comercio) hizo uso de la palabra en medio de un silencio expectante —anota La
Razón— pues todos sabían de su inicial adhesión a Castro y sus reservas posteriores. "Dijo que había apoyado a la
Revolución Cubana habiendo tenido la oportunidad de apreciar su labor positiva. Pero añadió que Castro se había
equivocado al atacar el sentimiento religioso de su pueblo y que los hechos actuales son la consecuencia de ese error
(sic). Manifestó también que repudiaba al imperialismo yanqui, pero que respetaba el sentimiento de los cubanos que
han inmolado sus vidas en defensa de sus ideas, aunque no las comparta personalmente". March pidió al plenario un
pronunciamiento por el respeto al principio de autodeterminación del pueblo cubano. Concluyó diciendo: "Castro podrá
caer o no, pero lo que nunca caerá es el movimiento revolucionario que él llevó al triunfo".
El debate, que adquirió un carácter marcadamente ideológico, concluyó con una autorización a la Comisión
Directiva Provisional para que redactara una declaración que armonizara las opiniones vertidas. (La Razón, 21 de abril
de 1961).
6. El espíritu de Uruguayana
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En marzo de este año terrible, Kennedy había esbozado en discurso pronunciado en la Casa Blanca, el programa de
ayuda que se conocería como Alianza para el Progreso. Pero el proyecto no se comenzó a implementar sino después de
la firma de la Carta de Punta del Este, el 17 de agosto de 1961.
Como hemos visto, la iniciativa era la continuidad del compromiso adquirido, por la administración Eisenhower, al
firmarse el Acta de Bogotá en setiembre de 1960, al concluir la tercera y última reunión del Comité de los 21. Los
norteamericanos se comprometieron a proporcionar quinientos millones de dólares para "lograr un mejor modo de vida
para los ciudadanos de los países latinoamericanos".
Al adherir a la Carta de Punta del Este, Estados Unidos se comprometió a aportar una masa de capitales de
aproximadamente veinte mil millones de dólares, en su mayor parte provenientes de fondos públicos, a desembolsar en
un período de diez años. Los gobiernos latinoamericanos se comprometían a desarrollar reformas que aseguraran una
justa distribución de los frutos del progreso económico y social. Además, cada país debía elaborar sus propios
programas de desarrollo para los cuales recibiría el correspondiente aporte. Se fijaban límites al crecimiento económico
anual con un mínimo de 2,5% per cápita.
Frente al desafío de la Alianza y los acontecimientos que la vinculaban, la diplomacia desarrollista buscó la
configuración de una plataforma regional que ampliara las bases de negociación con los Estados Unidos. Para ello se
concibió la idea de un acuerdo con el Brasil. No porque lo presidiese J. Quadros, que en el orden internacional
condenaba públicamente los errores de la diplomacia yanqui, ni tampoco por su tercerismo, sino más bien por la
potencialidad del Brasil y por los esfuerzos del carioca de desvincular los problemas del desarrollo de los
condicionantes políticos de la guerra fría.
Después de cuidadosas negociaciones ambos presidentes se encontraron en Uruguayana entre el 20 y el 22 de abril
de 1961, cuando todavía sonaban los ecos de Playa Girón.
Frondizi fue advertido por un memorándum del almirante Clement del desacuerdo del arma por la Conferencia.
Incluso llegó a amenazarlo veladamente con el golpe. Fraga lo conminó a evitar compromisos que pudieran enfrentar a
la Argentina con los Estados Unidos. Nuestros mandos no estaban dispuestos a tolerar ninguna política neutral y por lo
tanto independiente. El horror por la tercera posición continuaba vigente.
Las negociaciones fueron arduas y complejas. Se pasó revista a todos los problemas continentales y mundiales. El
esfuerzo de Frondizi se orientó con éxito, a evitar que Quadros acentuara su agresivo neutralismo y a persuadirlo de que
no era posible presionar a los Estados Unidos para obtener ayuda desde posiciones extracontinentales.
En definitiva se suscribió la llamada Declaración de Uruguayana y un convenio de Amistad y Consultas por el que
ambos países se comprometían a efectuar consultas previas ante cada decisión trascendente a tomar en orden
internacional. Este compromiso mutuo fue interpretado como una obsecuente subordinación futura en la capacidad de
decisión de cada Cancillería.
El Acuerdo no tuvo gran repercusión en el Departamento de Estado. Quizá porque no llegó a funcionar plenamente
nunca. Ni el senado brasileño (que lo recibió días antes de la renuncia de Quadros) ni el argentino lo ratificaron. De
todos modos se intentó ponerlo en ejecución recurriendo al sistema de notas reversales que fueron intercambiadas en
noviembre de 1961.
Por las mismas se constituyeron como órganos de aplicación Comisiones Mixtas que debía celebrar periódicamente
reuniones de consulta e intercambios de información. La prensa gorila de ambos países, fustigó el acuerdo por la
recíproca obsecuencia que ambos países se dispensaban.
El 21 de setiembre Frondizi suscribía con el presidente chileno, Arturo Alessandri, la Declaración de Viña del Mar,
que seguía las pautas de Uruguayana.
7. Los nuevos esfuerzos mediadores
Durante el desarrollo de la Conferencia Interamericana Económico Social, en Punta del Este, que concluiría con la
Carta que hemos visto, el representante cubano, el Che Guevara, no eludió las posibilidades de abrir negociaciones con
los Estados Unidos.
Durante sus intervenciones, si bien es cierto que manifestó su incredulidad por la Alianza para el Progreso, se
mostró dispuesto a apoyar el proyecto, si efectivamente contribuía a mejorar la situación latinoamericana.
Concluida la Conferencia, mantuvo una entrevista de cuatro horas con R. Goodwin, representante norteamericano, a
título personal. A dicha reunión asistieron el delegado brasileño E. Barbosa da Silva y el argentino Horacio Rodríguez
Legarreta. Según este último, Guevara "reiteró su actitud conciliadora, defendió la autodeterminación de su país y
aseguró dos cosas muy importantes para los Estados Unidos: que Cuba no tenía intención alguna de entrar en pactos
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militares o políticos con el sistema comunista (Goodwin temía el ingreso de Cuba al Pacto de Varsovia) y que tampoco
tenía deseos de ser excluida de la O.E.A.." (Isidro J. Odena, op. cit.). De acuerdo al informe confidencial de Rodríguez
Legarreta, Guevara propuso:
1. compromiso de los Estados Unidos de respetar la Revolución Cubana cualquiera fuese su signo ideológico
suspendiendo la ayuda a los exiliados;
2. compromiso cubano de no exportar la revolución a otros países de América latina;
3. Cuba indemnizaría en moneda local los bienes norteamericanos expropiados;
4. recomendación de la cuota de azúcar para Cuba en el mercado norteamericano y
5. se pondría fin al secuestro de aviones y si ocurrían, Cuba devolvería a los terroristas. (A. Lanús, op. cit.).
De la reunión surgió la idea de una entrevista con Frondizi, la que se verificó en forma casi secreta, en Buenos Aires
el 18 de agosto. Según Odena, lo conversado giró en torno a la mediación argentino-chilena. El Che estuvo de acuerdo,
aunque dudaba de la actitud yanki. Se analizaron otras cuestiones referentes a las características de los modelos
argentino y cubano. Luego el Che partió a Brasil vía Uruguay, donde fue recibido con honores por Quadros. El
brasileño debió afrontar una crisis que lo llevó a la renuncia.
Mientras tanto en Buenos Aires, Frondizi se enfrentaba a los comandantes en jefe enfurecidos porque no habían sido
consultados respecto a las gestiones realizadas. Hubo reuniones de mandos, acuartelamientos parciales, radiogramas a
las unidades. Aramburu retiró públicamente su respaldo al gobierno.
Frondizi asumió la responsabilidad en un mensaje radial el 21 de agosto en el que sostuvo: "Si el representante
cubano quería discutir con el presidente argentino (el problema de su país) habríamos faltado a nuestros deberes de
gobernantes y de americanos si hubiéramos rehuido el diálogo. Solamente los débiles eluden la confrontación con
hombres que no piensan como ellos (...) Nosotros no querríamos ser jamás gobernantes de un pueblo que tiene miedo de
confrontar sus ideas con otras ideas".
Como la indignación militar no cesaba, Frondizi convocó a los mandos en Olivos y les increpó duramente porque
estaba dispuesto a rendir examen ante las Fuerzas Armadas cada vez que su gobierno actuaba conforme a los principios
tradicionales de su política exterior argentina. La intervención de Fraga, apoyándolo distendió el planteo, pero por poco
tiempo.
Conocidos los entretelones de la gestión hubo desmentidas del Departamento de Estado, incluso de Guevara con
respecto al tema de los pasaportes. Todo provocó la renuncia del canciller Mujica. Frondizi lo reemplazó por M. A.
Cárcano, diplomático conservador de mucho prestigio.
8. El bluff de las Cartas Cubanas
A pesar del planteo militar, Frondizi no desistió de su proyecto de continuar con la mediación. A fines de setiembre
viajó con el flamante canciller a los Estados Unidos, donde volvería a reiterar su propuesta.
El 26 de setiembre se reunió con Kennedy, previo a la lectura de su discurso ante la Asamblea General de la O.N.U.
En la antesala, recibió del Secretario de Estado, Dean Rusk, un conjunto de fotocopias de documentos supuestamente
sustraídos de la embajada cubana en Buenos Aires, en los que, además de comprometer a funcionarios de la cancillería
argentina, se detallaba un plan por el que se transformaría a la Argentina en base del accionar guerrillero en América del
Sur, así como el desarrollo de un amplio espectro de actividades subversivas que —de ser ciertas— configuraban un
caso concreto para la ruptura de relaciones entre la Argentina y Cuba. De esta manera se pretendía hacer fracasar la
mediación.
Ante el estupor de los norteamericanos, Frondizi negó de plano su autenticidad y condicionó su inminente reunión
con Kennedy a su no publicación hasta tanto se pudiera investigar y comprobar fehacientemente el asunto.
En la reunión con Kennedy, el mandatario argentino reiteró en un minucioso análisis el proyecto de la mediación,
basado en el sustancioso argumento de que la Argentina era el único país confiable en América latina y que su
concreción permitía zanjar el conflicto en el ámbito del sistema americano sin comprometer su unidad, (ver Scenna,
M.A., "Frondizi y el caso de las cartas cubanas" en Todo es Historia, N° 48). Según este autor y Odena (op. cit.),
Kennedy —en principio— pareció estar de acuerdo, aún cuando tuviese dudas y soportase fuertes presiones de los
sectores duros de su país. Con posterioridad le reiteró a Cárcano su acuerdo con el proyecto.
Mientras tanto, en Buenos Aires un oscuro asilado cubano llamado Frank Díaz Silveira hacía público el material en
conferencia de prensa, eludiendo sugestivamente la presentación ante la cancillería. Se desató un escándalo donde la
voz cantante la llevó la prensa liberal, en especial Correo de la Tarde. Se exigía la ruptura de relaciones con Cuba y la
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sanción de los funcionarios involucrados en la denuncia. Al coro se sumaría más adelante la Sociedad Interamericana de
Prensa (S.I.P.) con su infaltable coronel, el periodista Jules Dubois.
En las Fuerzas Armadas, la Aeronáutica se mantuvo a la expectativa, el Ejército se dividió y la Armada pasó a la
ofensiva, al presentar el almirante Clement pruebas de las actividades delictuosas de funcionarios de la cancillería y
exigir su correspondiente castigo.
El canciller fue interpelado en Diputados, donde defendió la política seguida. La estrategia de la cancillería se
orientó en primer lugar a obtener de los cubanos anticastristas los originales de los documentos fotocopiados para
efectuar el correspondiente peritaje. Los exiliados se mostraron reticentes y al final presentaron documentos irrelevantes
que nada tenían que ver con los que Rusk mostrara a Frondizi. Un complejo e incuestionable equipo de peritos
demostró sin lugar a dudas, la burda falsificación. Según Cárcano y Vítolo, los documentos habrían sido fraguados en
Buenos Aires.
Pese a esta guerra psicológica, en noviembre de 1961 Frondizi volvió a encontrase con Kennedy en Palm Beach,
conferenciando en forma ostensiblemente secreta. En esta reunión, Frondizi se habría comprometido —a pedido del
presidente norteamericano— a enviar por intermedio de del Carril sus propuestas para la Conferencia de Punta del Este.
9. El desenlace de Punta del Este.
Pese a todos los esfuerzos mediadores, Cuba se involucraba cada vez más en las redes de la guerra fría y el 1° de
mayo de 1961 Fidel declaró a la revolución cubana revolución socialista.
El 2 de diciembre se declaró marxista-leninista. Los sectores duros de la derecha norteamericana presionaron a
Kennedy para que promoviera la expulsión de Cuba de la O.E.A. Así se convocó a la VIII Reunión de Consulta de
Cancilleres en Punta del Este. La declaración del 2 de diciembre dejó sin fundamentos un proyecto dilatorio de Colombia, que apuntaba a darle tiempo a Castro para que tomara distancia con el bloque soviético. La reunión fue
convocada para fines de enero de 1962.
Las tramitaciones previas a la reunión pusieron en evidencia las dificultades que los Estados Unidos tendrían para
lograr su cometido.
Los latinoamericanos estaban convencidos de que debían condenar el régimen marxista-leninista como incompatible
con el hemisferio pero no lo estaban respecto a la aplicación del Tratado de Río, por cuanto Cuba no había incurrido en
un acto de agresión específico.
La delegación argentina fue instruida directamente por Frondizi, no obstante hubo en toda la tramitación fuertes
interferencias de los servicios de informaciones y la misma Marina.
Después de intensos debates se procedió a la votación. Al votarse la Resolución VI que tenía que ver con la
expulsión de Cuba, Estados Unidos estuvo a punto de fracasar al no conseguirse en las instancias previas los dos tercios
necesarios. Los norteamericanos debieron convencer a Haití, lo que les dio la ajustada mayoría necesaria. El resultado
fue el siguiente: catorce votos a favor, uno en contra (Cuba) y seis abstenciones: Argentina, México, Chile, Brasil,
Bolivia y Ecuador.
La Resolución votada establecía en su parte resolutiva:
"1. Que la adhesión de cualquier miembro de la Organización de Estados Americanos al marxismo-leninismo es
incompatible con el sistema interamericano y el alineamiento de tal gobierno con el bloque comunista quebranta la
unidad y la solidaridad del hemisferio.
2. Que el actual gobierno de Cuba, que oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista, es
incompatible con los principios y propósitos del sistema interamericano.
3. Que esta incompatibilidad excluye al actual gobierno de Cuba de su participación en el sistema interamericano.
4. Que el Consejo de la Organización de los Estados Americanos y los otros órganos y organismos del sistema
interamericano adopten sin demora las providencias necesarias para cumplir esta Resolución".
Como puede verse, se impusieron a Cuba sanciones limitadas y se excluyó a su actual gobierno de participar en el
sistema americano. La fórmula de la exclusión, salvaba la deficiencia de la Carta de la O.E.A. que no preveía la
expulsión de ningún Estado. Se creaba además un Comité Especializado, consultivo para encarar el combate en el
hemisferio de la subversión comunista.
Este comité no fue asumido por los países latinos con entusiasmo. Muchos gobiernos temieron que se transformara
en un instrumento de intervención en los asuntos internos de cada Estado.
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Frondizi y sus delegados debieron rendir cuentas a los comandantes en jefe de las actitudes y decisiones adoptadas,
en un planteo que ya preanunciaba la crisis terminal de la experiencia desarrollista.
Con gran dignidad, Cárcano respondió a la interpelación de la marina, diciendo que había votado como había votado
porque así se lo indicó el presidente y porque además era su propia convicción. Si hubiera tenido otras instrucciones
habría dejado la Conferencia.
El 3 de febrero, Frondizi explicó al país desde Paraná la conducta asumida y el sentido de la abstención argentina
para rematar diciendo: "Yo asumo la responsabilidad de denunciar estos políticos que se presentan como apóstoles de
democracia en el orden mundial, pero que están empeñados en acabar con la democracia en su propia patria. Agitan el
fantasma de la supuesta claudicación del gobierno ante el comunismo con el único y encubierto propósito de implantar
una dictadura en su país".
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