La noche le es propicia, de José Agustín Goytisolo

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La noche le es propicia, de José Agustín Goytisolo
por Almudena del Olmo Iturriarte
En grado diverso reúne José Agustín Goytisolo en La noche le es propicia (1) las
voces y los ecos de San Juan de la Cruz -desde la sugerencia del mismo título pasando
por múltiples préstamos de versos con o sin variaciones-, de Pedro Salinas -a quien se
dedica el libro- o de Pablo Neruda. En primera instancia, la razón de la convocatoria
estriba en el denominador común de haber dado cauce poético a un tema nada nuevo:
el amor. En el caso de San Juan de la Cruz este tema da pie al canto gozoso, arrebatado y espiritual de la unión mística entre la esposa alma y el esposo Cristo. Es decir, el
sentido señalado por esta trayectoria va desde la separación hasta el encuentro de los
amantes. En el caso de Pedro Salinas, de Pablo Neruda, así como de José Agustín
Goytisolo, el camino parece discurrir justamente en sentido inverso. Los mismos acordes, aunque en tono bien distinto al empleado por el carmelita, les sirven a estos tres
poetas para entonar también canciones de amor, pero no tan gozosas ni tan espirituales.
Que el amor es efímero y que esta característica presenta implicaciones irrevocables para los amantes es lo que muestra Pedro Salinas, con tono perfectamente serio y
despechado, en el arco que se traza desde La voz a ti debida hasta Largo lamento; es
lo que con ironía distanciada muestra Pablo Neruda en Veinte poemas de amor y una
canción desesperada. Y esto mismo es también lo que confirma José Agustín Goytisolo en La noche le es propicia, intentando objetivar tan lacerante conclusión -que para
los protagonistas poéticos se erige como premisa que condiciona su peripecia- y sirviéndose de procedimientos diversos para lograr un distanciamiento aparente con respecto a una historia de amor en particular. Procedimientos como la ironía o un juego
de enmascaramientos literarios con los que se disfraza la anécdota concreta -voces de
otros poetas, subgéneros de la lírica medieval o tópicos temáticos de sólida tradición.
En otra clave, claro está, y con resultados tonales distintos, tanto Salinas y Neruda como Goytisolo, en su análisis de la experiencia y del sentimiento amorosos, paradójicamente, parecen haber llegado al punto del que partiera San Juan según lo explica en
su “Anotación” al Cántico espiritual:
“Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer, viendo que la vida
es breve (Job 14, 5), la senda de la vida eterna estrecha (Mt. 7, 14), que el justo
apenas se salva (1 Pe. 4, 18), que las cosas del mundo son vanas y engañosas, que todo se acaba y falta como el agua que corre (2 Re. 14, 14), el tiempo incierto, la
cuenta estrecha, la perdición muy fácil, la salvación muy dificultosa”. (2)
Con respecto a este inicial hermanamiento literario a tres bandas que señalo, Goytisolo va a imponer sus diferencias. Quizás la más llamativa de estas diferencias sea el
hecho de que José Agustín incide en una voluntad de distanciamiento, que adopta
distintas marcas tanto explícitas como implícitas, en el enfoque de la historia de amor
que se nos entrega a lo largo de los treinta y ocho poemas que acoge el libro. Una voluntad de distanciamiento que, a mi juicio, resulta determinante para la configuración
ficcional de La noche le es propicia y que, sin embargo, tiene como resultado que el
lector vea estrechado su cerco ante el asedio de una verosimilitud descarnada, aunque
para llegar a ese final antes hayamos atravesado -por fortuna- las sendas de la carne.
Veamos algunos de los resortes puestos en marcha por Goytisolo para lograr este distanciamiento.
Tras la dedicatoria “A Pedro Salinas” encontramos dos citas que portican el conjunto e imponen una inicial y explícita pantalla distanciadora. La primera de ellas es de
Carlos Barral; la segunda, de Jaime Gil de Biedma. Se diría que para emprender el viaje José Agustín necesita la compañía de dos amigos y compañeros de generación. Ambas citas inciden en la ficcionalidad de la literatura, en la independencia de la poesía
con respecto a anécdotas autobiográficas concretas, ya sean vividas, leídas o soñadas,
pensadas o sentidas. Carlos Barral no habla de sí mismo en tanto que Carlos Barral, sino de un “personaje despojado de toda naturaleza” porque ésta ha sido reemplazada
por un “disfraz literario”. Jaime Gil de Biedma no habla de su propia voz ni de la de
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nadie, sino de “la voz que habla en un poema” como abstracción, como entidad poemática. Esta voz no implica experiencias o emociones particulares del poeta porque “el
poeta trabaja la mayor parte de las veces sobre experiencias y emociones posibles, y
las suyas propias sólo entran en el poema -tras un proceso de abstracción más o menos acabado- en tanto que contempladas, no en tanto que vividas”.
De modo que el lector queda advertido: los poemas que vienen a continuación son
mentiras literarias, ficciones poéticas. No recogen experiencias vividas ni emociones
sentidas por el poeta José Agustín Goytisolo. Son las experiencias y emociones posibles y abstraídas de otro, de un personaje poético que se disfraza con palabras. Es probable que con la intención de marcar de forma más acusada esta inicial perspectiva
distanciadora, la historia amorosa que se nos ofrece a continuación no fluye por los límites inmediatos del diálogo directo o indirecto entre el yo y el tú, protagonistas de la
pasión amorosa -como sucede en los versos de San Juan, Salinas y Neruda-. Los protagonistas ficcionales que construye Goytisolo para representar una ficcional historia
de amor se esconden bajo la máscara de la tercera persona. Protagonistas distanciados
bajo las formas de él y ella. Y siendo así no pueden tener voz propia: para contarse,
para ser dichos, necesitan de una voz subsidiaria que tampoco es la del poeta, sino la
de un narrador, otra entidad cubierta por un disfraz ficcional que le otorga la naturaleza
aparente de la objetividad y de la omnisciencia.
Es este narrador quien cuenta en tercera persona el fugaz encuentro amoroso entre un hombre y una mujer, encuentro que cabe tan sólo en una noche, aunque, eso sí,
propicia. Es este narrador quien, modificando alternativamente la perspectiva, nos sitúa en el lugar y en la piel del protagonista o de la protagonista de manera independiente y contrastada, porque ambos están viviendo una misma historia, pero como es
lógico no de la misma forma. En este juego de perspectivas el narrador hace, pues
Goytisolo así lo quiere, que la balanza se incline de un lado. La perspectiva femenina
se impone sobre la masculina, cobra un mayor peso, incluso desde el mismo título. En
el poema que da título al conjunto es a ella a quien corresponde la expresión de una
certeza: “y sepa que la noche / le es propicia”; es a ella a quien corresponde un temor
que ha de cumplirse al alba: que “continúe con sed / igual que siempre”. Certeza y temor referidos por el narrador a través del ritmo entrecortado de endecasílabos quebrados que se combinan con heptasílabos.
Me parece que este predominio de la perspectiva femenina no obedece en absoluto a razones de calidad. Es decir, no creo que la percepción e interpretación que ella
realiza de los acontecimientos pretenda mostrarse como más perspicaz que la de él.
Tampoco me parece que el narrador tome partido por uno de los dos protagonistas,
puesto que nunca a lo largo del libro se plantea la historia amorosa como un enfrentamiento entre el hombre y la mujer y, al fin y al cabo, los dos terminan por pagar un
precio similar. Más bien creo que la mayor relevancia otorgada a la perspectiva femenina no es más que otra forma de distanciamiento que Goytisolo pone al servicio del
análisis de la pasión amorosa que se objetiva en ella como entidad poemática. Otro filtro impuesto voluntariamente por el autor para subrayar la ficcionalidad de la historia y
de sus protagonistas. Pudiendo elegir, Goytisolo obliga a adoptar al narrador preponderantemente la perspectiva que le aleja de la propia naturaleza genérica del autor.
Así, ella acaba por metaforizar las implicaciones y consecuencias de la materia narrativa, de una historia de amor, de una historia de ganapierde en la que juegan dos, él y
ella. (3)
Otras veces el narrador hace confluir las perspectivas diferenciadas de los protagonistas en un común ellos, inevitable en las ocasiones en que “los amantes no están para otra cosa / sino para ellos mismos”, como ocurre en “Tal si fuera incienso”. Una
evanescente imagen que reaparece tras veintiún poemas en “Y todo fulguraba” -“y el
humo del incienso en todas partes”- para representar la magia purificadora, casi litúrgica, que para los amantes suponen los momentos de celebración sexual. Quizás “Tal si
fuera incienso” sea significativo para evidenciar dentro del propio poema cómo opera
el proceso de abstracción de experiencias y de emociones posibles en tanto que contempladas, no en tanto que vividas, y cómo las maniobras distanciadoras emprendidas
por José Agustín generan un inquietante y paradójico acercamiento tanto del narrador
como del lector.
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En “Tal si fuera incienso” nos encontramos un inicial mandato acompañado de
una explicación: “No molestar. No estaban para nadie / sino para ellos mismos”. El
narrador puede leer la orden colocada en el pomo de la puerta de una habitación de
hotel. La misma habitación a la que previamente, en “Canción era su nombre”, se nos
ha permitido el acceso porque cuando allí entraron los amantes, el narrador se coló
con ellos dentro. “No molestar”, la misma prohibición igualmente explicada se reitera
al final del poema. Entre tanto tiene lugar el primer encuentro carnal de una serie bastante nutrida. En buena lógica semejante orden sólo puede leerse desde fuera de la
habitación. El narrador la pronuncia y se expulsa a sí mismo, y también al lector, del
recinto de la intimidad de los protagonistas al que todos habíamos accedido. Y sin embargo el narrador describe lo que sucede dentro de la misma habitación y nos lo ofrece
para que lo contemplemos.
A fuerza de insistir en la ficcionalidad de la poesía que encubre en un proceso de
abstracción una particular pasión amorosa, a fuerza de máscaras y disfraces hechos de
palabras, a fuerza de levantar pantallas distanciadoras, esta historia de amor, que en
principio sólo a dos concierne, se transforma en historia multitudinaria. No está mal la
ironía sobre la que Goytisolo construye La noche le es propicia, porque ¿qué le pasa a
este narrador? ¿Es un voyeur? ¿Cree el ladrón que todos son de su condición y nos
convierte a los destinatarios en complacientes y complacidos voyeurs? ¿Por qué este
narrador sabe de las miradas, de las caricias, de las palabras -siempre insuficientes- y
de los silencios de los amantes? ¿Por qué se finge ajeno cuando parece saberlo todo?
O, si se quiere, volvamos al principio, puesto que hay algo que de entrada resulta sospechoso.
Se abre el libro con las citas de Barral y Gil de Biedma que inciden en que la poesía es mentira ficcional, y en el primer poema con que topamos, “Bajo la sombra”, nos
encontramos con un protagonista poético cuya actividad no resulta difícil identificarla
con la de un escritor, como Goytisolo o como cualquier otro poeta, que ha ofrecido un
recital ante un auditorio. Al concluir se encienden las luces y “vio el semblante de la
mujer / cuyos ojos ya percibiera / en la penumbra de la sala”. No hacen falta palabras,
basta con el intercambio de miradas para que se logre el encuentro de los inminentes
amantes: “Y la mujer siempre mirando / sin decir nada. Ya salían / cuando se puso
junto a él”. Y a partir de aquí únicamente es necesaria la convocatoria del deseo con
que se inicia el segundo poema del conjunto,“Su casa sosegada”: “El deseo convoca
perdición”.
El posible reconocimiento y la cómoda identificación del protagonista poético que
nos proporciona el narrador en el primer poema -sin que vuelva a repetirse en los
treinta y siete restantes- importan sólo en la medida en que generan una irónica fricción con las citas preliminares. En este caso el personaje no ha perdido del todo su naturaleza; ésta no ha sido reemplazada del todo por un disfraz literario. Que la poesía es
mentira ficcional parece ponerse en entredicho en el comienzo de La noche le es propicia. Mentira ficcional, ma non troppo. Por lo demás, este es el único cabo suelto
que deja el narrador para delatar una posible igualdad entre personaje-autor o entre
poesía-vida, porque en el libro las amarras más sólidas se tienden hacia el muelle de la
tradición literaria, comenzando por el arco temporal bajo el que se traza la histora: la
noche y el alba, el encuentro y la separación. Tal arco y aquello que bajo él se acoge
perfila el diseño global de La noche le es propicia adaptado a los límites del subgénero tradicional de la “alborada”. Pero no acaba aquí la cosa.
Para la mujer protagonista de la historia no es posible encontrar, y además nada
importa, un referente que nos remita a una realidad vivida. Lo que se impone es un referente literario de sólida tradición. Me refiero obviamente al tópico de “la bella mal
maridada” procedente de las canciones medievales y que también es utilizado por Jaime Gil de Biedma en “A una dama muy joven, separada”. Como ha señalado Pere
Rovira, en este poema de “Moralidades”, el divertimento literario sirve para “una implacable sátira de costumbres que, a la vez, perfila claramente el vigor moral de su
protagonista” (4). La sátira de costumbres no me parece que se evidencie explícitamente en el libro de Goytisolo, pero quizás sí quede perfilado el vigor moral de sus
protagonistas. El estrecho círculo de intimidad formado por los dos amantes margina
todo aquello que les rodea; el gozo y arrebato de la pasión amorosa trasciende todo
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convencionalismo social. El narrador se atreve a levantar un tanto la máscara que oculta el rostro de él en el primer poema del libro; en el segundo, ella, “en ansia y en temores confundida”, se va hacia el teléfono público de un bar: “Cuando volvió traía
nueva luz / en el rostro. La amada / dejaba ya su casa sosegada”. Los aranceles matrimoniales y maternales, las convenciones sociales, se cancelan con esa “casa sosegada”. La proyección hacia lo colectivo queda aplazada hasta que llegue el alba. Los
amantes están solos en la noche frente a sí mismos y el deseo de su pasión amorosa
les exorciza moralmente.
Lo mismo que sucede en el subgénero tradicional de la alborada, ese momento
ineludible marcará el final del encuentro. Y ese momento llega en “Se oyen los pájaros”. La separación, la despedida, ya no puede aplazarse. A pesar de que aún quede
tiempo para “La ternura última”, él sabe que “No hay retorno”: “pues sabe que la
muerte / le es propicia / que ha de hundirse en la sombra / más profunda / y que nada varía su derrota”. En “No hay retorno” el narrador recupera el ritmo de endecasílabos quebrados de “La noche le es propicia”. Allí refería la certeza y el temor de la
amada; aquí sólo queda la certeza del amante. Una certeza que es derrota porque la
noche pasada se ha convertido en muerte. En los dos poemas que siguen, últimos del
libro, él parece volver a la sombra de la que partiera. La perspectiva que nos ofrece el
narrador es la de ella que “Llegará sigilosa” a la casa que hubiera dejado sosegada. La
proyección hacia la cotidianidad de las convenciones sociales se restablece: “los suyos
aún duermen”, “ya prepara el desayuno”, “la mesa preparada”, “ella se cambia”, “tedio otra vez y soledad”. Pero la noche no ha pasado en vano. Todo es lo mismo, “mas
ahora / sabe de amor y tiene / una esperanza”.
El libro se cierra con “El aire huele a humo”, título ya significativo en sí mismo
porque todos sus elementos se desvanecen inaprensibles. Mala cosa también que el poema se construya sobre preguntas reiteradas: ¿Qué hará...? ¿Qué hacer...? Y peor aún
que el objeto de esas preguntas lo constituyan realidades tan evanescentes como la memoria, con sus caprichos y traiciones; necesidades tan imperiosas como la sed, que no
puede saciarse “sabiendo que está lejos / la fuente en que bebía”; la acerada espuela
del deseo, el maleficio de la tristeza y el declive del otoño que sólo ampara al pensamiento. No hay respuesta explícita porque se trata de “Preguntas / a un azar que ya
tiene / las suertes repartidas”. El azar impuesto por otro tópico literario que ejerce una
presión ineludible sobre todo el poemario asociado a la historia de amor: el tópico del
tempus irreparabile fugit.
A este respecto hay un poema en el libro que, a mi juicio, resulta significativo porque en él se marca una diferencia que estimo clave en relación con todos los demás.
En “Se pierde como el eco” el narrador asume el protagonismo y se resuelve a hacer
su particular balance. Hasta ahora la pasión amorosa nos había sido ofrecida encarnada en dos protagonistas concretos y acrisolada en una historia particular bajo la perspectiva de él y de ella. Ahora se nos entrega en abstracto: ¿qué es amar en general?
El poema se abre con lo que se constituye casi como una definición: “Amar es un revuelo / es halago en el aire”. Y el poema se cierra con una explicación conclusiva de
este arranque: “Porque amor es el dios / que trunca los caminos / los que con él se
encuentran / han de darse a lo efímero”.
En este punto el narrador parece coincidir plenamente con los protagonistas de su
historia. Así lo confirman los amantes extraviados en su propio deseo. El deseo que
convoca perdición en “Su casa sosegada” deriva hacia la afirmación de una verdad única proclamada en “Lo demás es engaño”: “Noche de los amantes: un abrazo / y el
mundo vuelve a andar. / Sobran palabras pero no extravío. /Lo demás es engaño”.
Pero al mismo tiempo ella sabe que “estas horas pasarán pronto / llegará el día y el
adiós / y quedará sólo la ausencia” (“Como si fuera una tormenta”). Y el amante es “el
que cuenta las campanadas / como un enfermo desahuciado”. Esto es precisamente,
como he referido con anterioridad, lo que explica San Juan en la “Anotación” al Cántico espiritual: cayendo en la cuenta de que “todo se acaba y falta como el agua que
corre (2 Re. 14, 14), el tiempo incierto, la cuenta estrecha, la perdición muy fácil, la
salvación muy dificultosa”.
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Antes me preguntaba ¿qué le pasa al narrador de La noche le es propicia? Creo
yo que aquí está la respuesta. Tanto los protagonistas de la historia como el narrador
saben cuál es el precio del amor: lo efímero. Al convertir en multitudinaria la historia
íntima de los dos amantes, el narrador nos propone una invitación que va más allá de
la celebración amorosa y carnal. De la levedad del tiempo nos habla este narrador, la
levedad del tiempo la confirman los amantes en sus carnes y al lector no le queda otra
opción más que sancionarla. “Que todo se acaba y falta como el agua que corre” era
uno de los thema mencionados por San Juan, Salinas recorre el camino de La voz a ti
debida a Largo lamento, y Neruda pasa de sus “veinte poemas de amor” a una sola
“canción desesperada” de un náufrago abandonado en su distancia. Pero ¿qué ocurre
antes de que llegue lo efímero, antes de que se cumpla la certeza de que llegará? ¿Qué
ocurre en La noche le es propicia antes de que llegue el alba?
Con el primer beso de los amantes se instaura “El reino del esplendor”. En este
reino al amante le es dado, aunque sea por un momento, habitar la luz que entre sus
brazos crea para él la amada; le es dado apartarse, aunque sea por un momento, “de
una suerte sin caridad” (“Para que habite entre su luz”). En este reino del esplendor la
amada puede restablecer la ilusión de los juegos infantiles: “y la mujer sólo quisiera /
seguir jugando a ser más niña” (“Así el deseo recomienza”). La amada se recupera a sí
misma y es “La niña que jugaba a la rayuela”, la que escapaba de las olas en la playa,
la que esperaba un viaje imprevisto, la que jugaba en el parque al que te pillo que te
mato, la que jugaba al ganapierde. La amada vuelve a ser aquella niña antes de que la
ilusión se quebrantara, antes de que se sintiera desheredada bajo su propia piel, antes
de que se ensuciaran sus esperanzas y “sus zapatos / con el polvo del abandono”. La
fugaz pasión amorosa es el premio que recibe quien “se vio acosada por los años feos
/ y un día tuvo miedo de la vida”; es el bálsamo contra el despojo en que la ha convertido el ayer; es lo que permite “que se olvidara de sus horas tristes / de sus años sin
rostro”. En definitiva, el amor en “El revuelo se sus cabellos”:
“es la enmienda que le atribuye
algún dios o tal vez la suerte
por tantos años desabridos”.
Y es que, a pesar de su condición efímera, en La noche le es propicia se cumplen
los efectos ennoblecedores de la pasión amorosa tal como fuera tratada por los poetas
provenzales del fin’amor, otro de los tópicos temáticos tradicionales que convergen en
el libro, aunque quizás resulte el menos explícito. En sus composiciones, bajo la invocación del dios Amor, éstos se declaraban poetas y a un mismo tiempo protagonistas
enamorados: esto es lo que hace el narrador con él, un poeta que bien pudiera ser
Goytisolo u otro cualquiera, en “Bajo la sombra”. En sus composiciones el amador cortés jamás revelaba, salvo en clave más o menos hermética, la comprometida identidad
de su dama: no hay claves en La noche le es propicia. La idealidad del amor cortés
hace parecer un engaño todo aquello que es ajeno a la noche de los amantes. La idealidad del amor cortés, aunque engañosa, se cumple en este libro; aunque quepa tan sólo en un momento de “carpe noctem”, pero se cumple y es suficiente; aunque luego
llegue el alba con sus impertinentes trinos y nos devuelva a la realidad (5). Algo ha sucedido entre tanto: quien lo probó lo sabe, aunque no haya escuchado aún esos trinos
de “los pájaros -cabrones-”.
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Viaje a Segovia de los residentes en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe. En el extremo derecho José A. Goytisolo
con sombrero (30 de enero de 1949)
NOTAS
(1) Barcelona, Lumen, 1992.
(2) San Juan de la Cruz, Obra completa (2), ed. de Luce López-Baralt y Eulogio Pacho, Madrid,
Alianza, 1991, p. 21.
(3) En las “Palabras para José Agustín Goytisolo” que prologan La noche le es propicia afirma Carme Riera que al poeta “le interesa la actitud activa de la amante”. Según esta autora se cifra en esta cuestión las diferencias que Goytisolo impone con respecto al modelo que le brindan Salinas y
Neruda: la mujer deja de ser objeto amoroso, no se configura ya “desde la pasividad, en el estar
sencillamente allí, dejándose querer” (op. cit., p. 9). Quizás la crítica feminista considere pernicioso
el que una mujer se deje querer por un hombre. Por lo demás, en La noche le es propicia, en boca
del narrador -que no aparece en ningún poema con marca de sexo, masculino o femenino, y que
no puede ser identificado con José Agustín- los dos protagonistas son objetos de la pasión amorosa, por igual él y ella.
(4) Pere Rovira, La poesía de Jaime Gil de Biedma, Barcelona, Edicions del Mall, 1986, p. 187.
(5) A este respecto señala Pere Pena que “la experiencia de esta noche posee algunos de los rasgos más frecuentes en los poemas amorosos de libros anteriores. Las sensaciones y sentimientos
que experimenta la mujer casan en muchos sentidos con aquellos que expresaba el autor en A veces gran amor: cómo el amor irrumpe de imprevisto y llena de luz lo más oscuro; cómo es una forma de detener el tiempo y, a la vez, recuperarlo; cómo, finalmente, obra el milagro de la reconciliación con la vida”. En “Al otro lado del espejo”, aunque sea por un instante, se puede acceder a
ese “otro lado de la vida / de la edad y del desengaño / fijos los dos como en el lienzo / de Apolo y
Dafne: ella hecha árbol / y él aferrado a su pasión”. Partiendo de la imagen inmutable contenida en
estos versos, Pere Pena concluye muy acertadamente: “Son los fundamentos del mito. En este
sentido, el amor se aproxima a la elegía porque opera como una acción reconstructora de la vida:
en este estado, todas las imágenes parecen encajar en una sola imagen”, en José Agustín Goytisolo: la poesía, el poeta y la ciudad, Tesis doctoral inédita, Universidad de Lérida, 1997, pp. 285 y
290.
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