EUCARISTÍA, OFRENDA DE AMOR

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 EUCARISTÍA, OFRENDA DE AMOR
Todos hemos experimentado la sencillez y la complejidad del «dar». Los escenarios donde se desarrolla este ejercicio son cercanos, porque se trata de un fenómeno propio del hombre; la casa, la escuela, el trabajo, entre muchísimos otros, funcionan como ambientes de dádiva. Podemos apreciar que son espacios abiertos, que permiten la interacción comunitaria, requisito indispensable para la faena que estamos abordando, porque lo que damos proviene de la misma comunidad. En este sentido, la parroquia, lugar de encuentro con Dios, es el principal entorno comunitario porque congrega a todos los cristianos que respondemos al llamado divino de encontrarnos con nuestro Creador. Dentro de la misma dinámica de «dar», acudimos al templo para «ofrecer» las dichas y tristezas, e incluso los bienes materiales, a los pies del Señor y, Aquél que se entrega ilimitadamente, nos da su vida misma en cada Eucaristía, cuando recibimos su Cuerpo y su Sangre, ¿acaso, no es ésta, una ofrenda de amor, por parte de Aquél que es el amor mismo? Reflexionaremos en este concepto: Eucaristía, ofrenda de amor. ¿Por qué la Eucaristía es una ofrenda? Esta cuestión puede parecer extraña a primera vista, así que vayamos por partes. En primer lugar, abordemos la riquísima noción de «ofrenda». Esta palabra, que proviene del latín offero, que quiere decir «poner delante, presentar, mostrar»1, y el Diccionario de la Real Academia de la Lengua la define como un «don que se dedica a Dios o a los santos, para implorar su auxilio o algo que se desea, o bien para cumplir con un voto u obligación»2. Considerando ambas expresiones, deducimos que una ofrenda es sinónimo de desprendimiento, es un don, o sea, implica entregar o «regalar» un poco de nosotros mismos para obtener un favor de la divinidad o de aquél que puede concedernos cierto privilegio. ¿La ofrenda es un concepto religioso? No exclusivamente, pero sí hay un predominio de ello, basta con leer la Biblia. Los ejemplos de ofrendas en la Historia de la Salvación son vastos, no exentos de claroscuros y cargados de un profundo sentido. Remontémonos a Caín y Abel; ambos son hombres que le llevan un regalo a Dios: Caín lleva alimento que él ha cultivado y Abel lleva la mejor oveja que tiene. Yahvé recibe con agrado la ofrenda de Abel, más no la de Caín. Esto es así porque Abel es bueno y ama a Dios y a su hermano, mientras que Caín no ha obrado bien y el pecado acecha a su puerta (Cfr. Gn. 4, 6-­‐10). En contraste, las ofrendas ofrecidas por Moisés y el pueblo israelita (Cfr. Ex 35,5-­‐29), o las descritas en el libro de Levítico (Cfr. Lv 9, 7-­‐24), entre otras, se caracterizaron por un espíritu generoso y justo (Cfr. Si 35, 1-­‐10). Incluso, el mismo Jesús vio en la ofrenda un sentido de búsqueda, de alcanzar la purificación y la trascendencia (Cfr. Lc. 5,14). 1 “Offere”, en Diccionario Ilustrado Latino-­‐Español, Español-­‐Latino, Barcelona, 1982, p.353 2 “Ofrenda”, en Diccionario de la Real Academia Española, http://lema.rae.es/drae/?val=ofrenda
1 Por todo lo anterior, no es aventurado afirmar que la ofrenda es «apartar algo de uso común y utilitario, y ofrecerlo a otro como don que se recibe en sí mismo, sin privarlo de su valor humano, sino dándole un valor superior de encuentro y comunión con Dios»3. Tras entender qué es una ofrenda, es necesario saber lo que es necesario para que esta sea agradable al Todopoderoso. En primer lugar, debe ir acompañada de un corazón arrepentido (Cfr. Sal. 40, 51), y esto sólo se consigue a través del contacto con Dios en la oración, reconociendo nuestro pecado y pidiendo a Dios que reciba la ofrenda de nuestra alma contrita (Cfr. Sal 51, 12.19). El cristiano está posibilitado para unirse a la acción sacerdotal de Cristo y presentar su propia vida como ofrenda pura, grata a Dios, sin reservas ni condiciones de ningún tipo (Cfr. Rm. 12, 1), pues la verdadera ofrenda del cristiano, lo mismo que la de Cristo, radica en el amor y en la entrega de la propia vida: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Como segundo punto, es ineludible una renovación y comunión de vida, la necesidad de reconciliación, «si pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-­‐26). De hecho, el mismo Jesús está en contra del ritualismo y el formalismo cultual, es decir, de rendir culto únicamente para incentivar una relación utilitarista, que busca sólo el beneficio personal y que no se compromete en corresponder al amor mostrado por Dios: «Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio» (Mt 9, 13). Por lo visto, presentar una ofrenda genuina no es cosa fácil. ¿Por qué la Eucaristía es una «ofrenda de amor»? Primeramente consideremos que, según la primera carta de Juan, «Dios es amor» (1 Jn 4,16), y es Él mismo quien se hace presente en cada Misa durante la consagración. Recordemos las palabras de Jesús en la Última Cena: «Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío…Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros» (Lc. 22, 19); estas frases reafirman su decisión de ir hasta el final, ofrendándose por todos los hombres. El Papa Francisco afirma: «Jesús no vive este amor que conduce al sacrificio de modo pasivo o como un destino fatal; ciertamente no esconde su profunda turbación humana ante la muerte violenta, sino que se entrega con plena confianza al Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la Cruz, Jesús “me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20). Cada uno de nosotros puede decir: Me amó y se entregó por mí. Cada uno puede decir esto: "por mí”»4. Celebrar la Eucaristía es hacer memoria de este Jesús, que se ofrece a sí mismo a través del sacerdote, quien hace la ofrenda en representación del pueblo a Dios Padre en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. Sin embargo, la muerte de Jesús no podrá romper la comunión con Él. Celebrar la Eucaristía es hacer memoria de este Jesús, que nos anima y fortalece para ser ofrenda viva de amor, para hacer de este, un mundo más humano. Juan Pablo II, en Ecclesia de 3 BOROBIO, D., Eucaristía, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2000, p.241 4 Papa Francisco, Audiencia General en la Plaza de San Pedro, Miércoles 27 de Marzo de 2013 2 Eucharistia, recalca que «al entregar su sacrificio a la iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse a sí misma unida al sacrificio de Cristo»5. Benedicto XVI, en su primera encíclica cuyo tema fue sobre el Amor, refuerza esta idea aseverando que «No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega»6; el Logos, término con el cual la teología designa, en lengua griega, a la Segunda Persona de la Trinidad, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno. La misma liturgia es muy reveladora en cuanto a los signos oferentes que apreciamos en la Misa. Basta con prestar atención a las palabras de la Plegaria Eucarística III «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad […]. Que él nos transforme en ofrenda permanente…». Podemos considerar que en el momento del ofertorio, al inicio de la Liturgia Eucarística, se presentan y se unen tres tipos de ofrenda, la ofrenda «cósmica», o sea, los dones materiales; la ofrenda «personal», la vida de cada participante, y la ofrenda «social», representada en la entrega y solidaridad por los demás7; es notoria una doble dimensión, ascendente y descendente, el hombre y Dios, lo sacro y lo profano interactuando sublimemente. Asimismo, el Catecismo de la Iglesia Católica puntualiza que «la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo»8. Este valor no es ningún otro más que el Amor, o sea, la puesta en práctica del mandato que nos ha legado Cristo antes de subir al Padre (Cfr. Jn. 15, 12) y que es inflamado con la recepción en nuestra alma de su Cuerpo y Sangre. En Deus Caritas Est, el Papa emérito advierte: «no puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión a todos los que son suyos o lo serán»9. Lejos de ser una «reunión exclusiva» para gente ejemplar y piadosa, hay que recalcar una característica tal vez un poco olvidada de la Eucaristía, pues es también una ofrenda de Amor, por parte de Jesús, para las personas abatidas y humilladas que anhelan paz y respiro, para los pecadores que buscan perdón y consuelo, precisamente para ellos es este «cauce de paz», recordemos las palabras del Maestro: «Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt. 11, 28). El Papa Francisco destaca este aspecto, en Evangelii Gaudium: «El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón»10. La mesa del Señor sigue abierta para todos, pues cada uno tiene un lugar en el corazón de Dios. Cristo es la revelación del amor, su fuerza puede transformar el mundo. Recordemos las palabras del Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud, 5 Cfr. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 2003, n.13. 6 Benedicto XVI, Deus Caritas Est , 2005, n.13. 7 BOROBIO, Eucaristía, p.140. 8 Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.1368.
9 Benedicto XVI, Deus, n.14. 10 Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, n.35. 3 en 2013: «Él te espera también en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y Él te espera también en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje del amor, de la bondad, del servicio. También vos, querido joven, querida joven, podés ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo. Déjate buscar por Jesús, déjate amar por Jesús, es un amigo que no defrauda» 11. Que este Pan de Vida encamine nuestra voluntad hacia la completa generosidad, y llegar a ser como otro Cristo para el hermano. 11 Homilía del Papa Francisco en la Fiesta de Acogida de los Jóvenes, Viaje Apostólico a Río de Janeiro con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013. 4 
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