eterna luz 2010 concurso

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Eterna Luz Sonora
“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la
sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca
dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía
sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras
ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros;
junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son
siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”
(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).
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I
Arquitectura, fe, oración y sueño.
Como mariposas al alba en mi recuerdo donde se oxidan las melodías,
revolotean tus sones:
pináculos de catedrales, éxtasis de místicos, arcanos de la música:
arquitectura, fe, oración y sueño.
Como sonrisas del horizonte resuenan las súplicas de las estrellas,
líquidas alabanzas surcan el tiempo o el infinito o el cosmos,
o inflaman de anhelo por lo eterno el vuelo de los ángeles,
cuya melodía moldeaste del adobe de tu plegaria concertante.
Como terciopelo de viento arropa el violonchelo
un susurro de yerba al pétalo ardiente de la estrella
o un crujido de universo a los sueños de los vientres
o una lágrima de Dios sobre el rostro de la muerte.
Como cíclopes de viento aletean edificios de fusas:
voz de órgano en carrera para asir el corazón del infinito,
o catedral en vuelo de diamantes construyendo la luz del arco iris,
o canción de serafines para acunar el sueño de la galaxia,
o combustión de Dios en la pústula de la miseria.
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Se cauterizan las heridas de mi alma que supura lodo,
angustia, ceniza, polvo, sufrimiento.
No sé si fueron el viento o la llama o la melancolía o la nube
quienes hollaron el tiempo y arrojaron la simiente de tus sones
sobre mi venero apasionado
cuyo horizonte se perfila en la hoguera del ocaso
ardiendo en nubes como caricias,
incendiado por soles como sueños,
henchido por tus notas como retratos del Eterno.
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II
De la Pequeña Crónica de Ana Magdalena Bach
Cuando Ana Magdalena escribió que tus manos fabricaban la armonía con materia de brisa,
¿intuyó que el mismo aire mecería por los siglos, el sueño de lo eterno nacido de tus dedos y
enviado como flecha decisiva a nuestros corazones?
Cuando sus ojos fijaban su pupila enamorada en el correr de tus manos sobre el inmóvil teclado,
que en la alcoba nocturna sonaba como caricia sobre el centro de su pecho,
¿soñó el largo viaje emprendido por las notas enlazadas como racimos de trinos, verbo de luna
percutiendo en el cosmos sobre el alma de los astros?
5
III
Suites para violonchelo
6
Un eclipse lunar borra la noche. (Suites 1 y 2).
Los problemas que acechan allá en el horizonte semejan nubes del ocaso,
¿o son monstruos que despedazan almas
camuflados en el arrebol de una sonrisa?
Mi espíritu se torna lapislázuli:
frío sueño de azul cobalto.
Silenciosos, mis ojos desentrañan el crepitar de la madera,
y el declinar lluvioso de la tarde,
y el dolor sin final por tanta ausencia.
Se han quedado las palabras muertas,
cadáveres en mitad de una sonrisa.
Un eclipse lunar borra la noche y germina una sensación de helor, de herida...
El tictac del reloj se desmorona ante el abismo del osario que sufre los silencios del olvido.
Puedo, quizá, esculpir bellas palabras, pero serían oquedades en la entraña de un sepulcro…
No tengo explicación para el dolor, para cualquier dolor:
ni el de la especie, ni el de tu ausencia atormentándome.
Mis versos crujen al reptar de una serpiente,
gritan como arroyo de hielo dentro de mis entrañas…
Y lo demás es farsa.
Mi sonrisa es pozo amargo.
Mi corazón disimula, como la sonrisa de un payaso.
Su fortaleza es arena temerosa del soplo de la brisa;
su solidez, decapitada estatua de héroe muerto,
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su salud de piedra, indolencia de hoja de otoño,
su arrojo, feroz carrera a nada.
Galopa el tiempo, frenesí de manecillas a lomos de huracanes.
Las prisas nos enredan, como murciélagos,
en latidos que desmoronan el compás de la tarde…
alrededor estruendo y confusión,
bullicio y cláxones,
ceguera y arritmia;
el autobús escapa con mi ausencia;
la ciudad sin ojos me fagocita…
Antes que la noche nos envuelva en sus pestañas como olas,
mil fogonazos cegarán mis pupilas,
aturdirán mis pensamientos ahítos de ansiedades y prisas,
agobios y apariencias,
cláxones y bullicio,
empujones y frenazos,
insultos y zancadillas:
batahola de máscaras sin luz…,
y miradas que siempre miran más allá,
más lejos:
evitando acunar este presente...
Se ovilla el mundo inerme,
girola de vacío ruidoso y de nada recubierta de oropeles.
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En el alma se cuela la tristeza, cual lágrima por leves intersticios.
Mi pupila de melancolía recorre todo cuanto hiere mi retina:
aristas como dagas, cielos como plomo, huracanes como caníbales, lluvias como plagas,
tragedias, injusticias, oprobio, miedo, miseria, hambre, muerte...
Mas, si vuelvo mis ojos donde mi corazón susurra,
otearé el peor de todos los paisajes:
el hielo lo asedia,
un frío azul cobalto me hiere como cuchillo con garras,
como vendaval de alfileres, escarcha congelada;
columbraré páramos sin horizonte o desiertos sin sombra
regados por esqueletos de flores marchitas,
osarios calcinados durante la helada
cuya sonrisa de vampiro pudre el agua;
alentaré eterna noche, eterno helor de cadáveres,
mudez de fantasmas, silencio de espectros;
descubriré la verdadera entrada del infierno:
muerte y vacío, desolación y nada.
Paseo acompañado por mi sombra en la matriz de este bosque de plata
para que la tristeza que me invade y me corroe y me destroza,
huya de mis entrañas doloridas, veloz cual ciervo por la fiera herido.
Me asomo, mientras, al recuerdo
y descubro nuestros ojos contemplando
enamorados, enlazados, uno,
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el ocaso descendiendo sobre el espejo de oro de las hojas,
en el instante previo a su deliquio,
vuelo yerto de los sueños,
cuando la ilusión vestía con rebrillo de ámbar
nuestras miradas enamoradas, enlazadas, una.
La soledad, ahora, me acompaña en el paseo por este bosque, recordado apenas,
y no entiendo por qué aquel halo deshizo para siempre su destino,
rompió su paso de algodón,
e hirió de muerte al amor.
Difuminando el orto desde oriente se acercan ilusiones
cabalgando a grupas de unicornios de cristal.
Me acarician sus dedos como cálidos pétalos de rosas,
calman la fiebre ardiente que me aturde.
Aunque la intensidad de los colores no sea nítida,
aunque no vibre como en el mediodía de luz en vertical canto,
es suficiente el tono de esperanza susurrando a lo lejos.
Aunque viva con este sufrimiento, aunque una cierta angustia sea mi sombra,
deseo que los demás lean en mi mirada el horizonte en resplandor
Que los demás columbren el futuro luminoso a través de mi pupila.
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En este día apacible como un beso… (Suite 3)
La mirada bucea más allá del arco iris de las ventanas,
mientras, la llovizna de dedos líquidos recorre sus cristales
en este día apacible como un beso.
La tarde horizontal,
sonrisa en el meridiano de las pupilas,
amasa levadura de dicha:
una merienda de luz
o un paseo tras el surco navegable de las risas,
o un café bien cargado de amistad o de recuerdos,
o un poema como titileo de hierba,
o una caricia como danza de llamas,
o un beso de labios como brasas,
o un latido junto al nuestro,
o una loca carrera en pos de la silueta que se pierde, que se escapa...
Este mundo está bien hecho.
Cuando canto en medio de una ciudad dormida sobre ruido,
mi voz es apenas un zafiro invisible.
No me importa el trasiego de las gentes,
vaivén de latidos y de piernas;
pero me duele que les impidan embrazar el himno de la vida,
me arañan la mirada tantas prisas, inútiles
como sombra para trocarse en beso,
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me hiere que cieguen la cerradura
donde dormita el maná gozoso de la existencia.
Me importa la arribada de la alegría,
y el estallido del muro de cristal donde se aislaba al corazón,
ya no cabe en sus límites estrechos hasta ayer suficientes, hoy escasos.
Tú eres el nuevo cauce de mi curso.
Crezco sobre tu lecho, Amado, y crezco;
recibo tanto amor derramándose como agua mansa de primavera,
que necesito tornarme cuenco donde canten otros corazones.
Procesión de ataúdes como plagas,
nubes como entierros se aproximan.
Un temblor chocando contra el aire en medio de la noche
estremece a la oscuridad de ambos ijares
y a las estrellas estremece
y estremece al relente en la alborada,
el seísmo de la pasión desmembrada
en mar de cadáveres hastiados.
Bailemos, ahora, Amada, mientras perdure el tiempo de la danza,
convirtamos el reloj impaciente en zarabanda de cuerpos,
sea nuestro espacio ilimitada zambra de labios y de dedos.
Dejemos que su ritmo nos invada
y recorra el venero que nos riega
y esparza la semilla del universo
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y depure el hedor que nos destroza
y mate la bacteria que nos mata.
Busquemos el remedio a la ponzoña
que golpea, envenena, daña y ciega,
detengamos su avance con el baile que se acerca en nuestro auxilio.
Luchemos sin parar contra la muerte.
Unamos nuestras vidas y empujémosla,
alejémosla al ritmo salvador…
No hay nada más sencillo que el latido del corazón
al ritmo de sonrisas brotando del lago de tus ojos.
Necesito el silencio de los valles a esa hora revestida de niña sonriendo.
Su voz no es grito,
a penas silbo que sosiega y sugiere,
propone y ruega,
ofrece y espera
que los ojos decidan enfocar el camino
serpeando hacia su eterna presencia
enamorada.
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No estás, pero sonrío al evocarte (Suite 4)
No estoy contigo, y esa ausencia tuya,
más bien mi marcha de tu lado, Amado, es honda cárcava de luto.
Me tortura este abismo, depredador hambriento:
soy ovillo de miedo, carnada arrojada a sus dominios,
soy ronco grito en la oscuridad,
y sólo me responde el eco de la noche sin cimientos
como un vacío de trueno que absorbe cuanto rodea su presencia.
Siento un cansancio de cera y luna torturando mis miembros de lluvia.
El orvallo del ocaso detiene mi salida
y recuerdo otros días tan borrascosos,
en los que el manantial de tu mirada y mi pupila vuelta al infinito,
buscaban el abrazo sin fronteras.
Sé que esta tarde coloreada en aguacero y humo
me dañará como puñalada de traición,
mas no puedo evitar que la sombra de ayer oscurezca mis ojos de hoy
y los retorne, viaje entre las nubes,
a aquellas tardes de pasión y fuego,
mientras desde fuera, la tormenta se asomaba,
envidiosa,
a través de los cristales.
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No estás, pero sonrío al evocarte,
pues es tan nítida tu imagen,
que sólo me falta oír tu risa para saber que ocupas este espacio.
Por rápido que avancen esas nubes atravesando el cuello del celaje,
por rápido que acudan esos ríos desde los montes hasta las llanuras,
por rápido que alcen esas aves su vuelo desde los árboles al viento,
por rápido que rían esos niños las gracias del payaso de colores,
por rápido que cruce ese segundo el tictac invisible de la vida...,
más veloz estaré junto al quicio de tu orilla.
Ya sólo sueño que tus brazos acunen este deseo que me enerva,
esta pasión que me da vida,
este delirio que me impulsa.
Allí estaré dispuesto a que tu corazón me meza como beso ilimitado.
Quizá por ser mitad de madrugada, no hay nadie en la ciudad, salvo las sombras.
Apocalípticas visiones de funerales.
Soy vagabundo insomne,
ruina de una sonrisa,
y deambulo por sendas de alfileres, monstruos de mis pesadillas.
El insomnio taladra el cerebro sin descanso
y se enreda como serpiente de légamo en el iris sin brillo.
Siento miles de alas cortadas en mi alma sin latidos.
Otearé el horizonte, abriré los ojos con premura
y evitaré que el reptil que me aprisiona
devore mi último suspiro casi resquebrajado
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y convierta en cenizas o en pavesas,
inermes aunque vuelen en el viento,
este postrer anhelo que me alienta.
Paseo solo por la ciudad,
atravieso los intestinos minerales de la madrugada:
cómo desgarran sus garfios mi mirada,
cómo muerde su veneno el talón de mis palabras,
cómo inyecta su ponzoña en mis entrañas.
Si yo hubiera encontrado solución a la ecuación absurda de mi vida,
acaso no fuera tan feliz como cuando contemplo tu hermosura.
Escruto tu sonrisa y anhelo hurtarte ese tesoro tan valioso,
y guardarlo muy adentro, bajo llave,
lejos, detrás de las retinas, lejos,
y luego la luna mirará en lo hondo de mis ojos sin descanso
y envidiará mi tesoro:
perfecta curvatura de tus labios: gargantilla de rubíes que me adorna,
baile cautivador en tus pupilas; soga de seda que a ti me ata,
rebrillo de nácar en tu boca:
faros alumbrando mi senda que pasea hacia tu paisaje oculto.
Si estar a tu lado me embarga tanto como este amanecer que me desborda,
no quiero separarme del quicio de tu ser,
ni durante una micra de segundo…
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Y grito al viento:
no quiero alejarme ni una pulgada de tu piel de llama y luz,
ni un centímetro de tus entrañas, cuna de mi anhelo:
sólo deseo latir al compás de tus labios.
Te contemplaré con la lentitud del sosiego,
y mientras me sonríes como ninfa de auroras,
desearé abrazarte,
muy despacio.
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Eco de tu presencia en mi mirada… (Suite 5)
La noche viene convocada de la nada por sueños muertos.
Siento un dolor inabarcable en el silencio de esta sima sin luz.
¿Cómo pude abandonar la armonía de tu presencia?
Soy pecador que acude, como hijo pródigo, a tus estancias.
Esta visión fugaz de madrugada despeja la tormenta:
mueren las pesadillas, muere el miedo.
Vengo de vuelta a tu morada en medio de la noche.
Supongo que tu puerta estará abierta, como siempre ocurre,
da igual el rincón del calendario donde el sol se duerma,
sé que el abrazo de tu corazón me inundará.
Siento el perfume de tu misericordia acercándose.
Y se me alegra tanto el alma, tanto,
que entona melodías repletas de ilusiones.
Aunque aún el eco nocturno me acompañe,
sé que las palmas de tus manos sujetarán mis desvaríos.
Cantaré un cántico de acción de gracias,
perseguiré sus notas a la captura de mi dueño:
tu sonrisa sin tiempo y sin espacio.
Mira otra vez mi corazón en llanto,
pon en él, sobre su podredumbre,
el aliento de tu misericordia
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envuelta en brisa sin fronteras,
vestida en aromas de madreselva.
Aún percibo el golpe de mi enésima caída sobre el lodo,
pero siento tu brazo extendiéndose en mi ayuda,
como un relámpago de clemencia.
El peso de mi culpa me ensombrece,
llena mi alma un dolor de llagas como heces.
Las cicatrices sanarán un día,
me lo asegura el quicio de tu risa,
y el tacto cálido de tu pulso
refrescando la fiebre de mis llagas…
Gracias por tu perdón,
porque no llevas cuenta del delito,
porque miras a tus criaturas con misericordia,
porque es ilimitada tu paciencia,
porque prefieres el perdón a la justicia,
porque miras al hontanar de las pupilas,
donde manan verdad y sufrimiento,
porque tus manos me acarician cuando las lágrimas golpean.
El mundo corre en pos de mí blandiendo cuchillos de amenazas,
porque con mi gesto sin ruido
niego su poder absoluto cimentado en la opresión,
y en la mentira,
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y en la faz reflejada en un espejo,
y en la faceta fatua del triunfo,
y en el sonido del dinero.
Aunque mi oposición no es rebeldía,
sino silencio, indiferencia, a veces llanto,
y algunos versos que supuran pus, veneno concentrado,
acaso voces de cementerio,
perdidas en los pliegues de la multitud que avanza,
siento la intriga en mi contra.
Confusión a mi alrededor. Oprobio.
Pero sé en quién confío, quién me guía.
Me abruma lo infinito de tu amor.
Tu misericordia nace cada aurora,
y permanece siempre, luz eterna.
Por ello imploro tu perdón con esta melodía:
a tu encuentro cruzo abismos,
salvo cárcavas, vadeo ríos, transito valles…
El vuelo de las aves que recortan el celaje
es el vuelo de mi alma a tu morada.
Los pétalos de flores son perfecta arquitectura,
pero comparados con tu sonrisa,
apenas son un sueño dormido en otro sueño.
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Corro hacia ti impulsado por la fuerza de mi gratitud,
como un resorte sin cadenas
otorgado por tu perdón eterno.
En el atardecer de la vida,
nos examinarás del amor,
entrega bañada en desmesura,
que olvida cálculos o ecuaciones,
cimentada en sonrisas y caricias,
constancia, libertad y ternura.
Es insondable la capacidad de tu seno, pozo sin fondo,
donde acogerás a tus criaturas
como una madre acuna a sus polluelos.
Y confío en que cuando llegue mi hora,
y tus ojos contemplen mis dos manos,
éstas no estén vacías o descansadas,
sino que sean ásperas y duras,
que mi jornal sean mis obras.
Quiero tener el eco suficiente de tu mirada,
de tu voz, de tus caricias, de tus sonrisas
en cada paso sobre la piel de este planeta,
eco de tu presencia en mi mirada,
eco de tu presencia en mi latido.
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¿Por qué no te hice caso corazón…? (Suite 6)
Impaciente como las manos de un niño,
la tarde se dirige a su final en medio del trasiego de fauces
con el hambre colgada de su aliento.
La noche avanza, nunca detiene su pulso inexorable.
Aunque esté dentro de mi corazón o por ello,
no logro apartar este ruido cegador de mi espíritu.
Aquella lágrima me alborota adentro.
Si soy sincero, sólo una verdad descubriré:
mi corazón no late, reposa ahíto sobre el lodo,
donde un pétalo se hundiría cual piedra,
pero mi cuerpo vive,
como bacteria de la muerte,
pues su sustancia es la de esta ciénaga donde respiro.
Cuando ante mi dintel te has detenido,
con tu mirar de brasa me has amado,
sintiendo en las entrañas tu aleteo,
tu silbo susurrándome mil besos.
¿Por qué no te hice caso, corazón?
¿Por qué alteré el compás de esos murmurios que latían con intensidad?
¿Por qué troqué en miedo al infinito
los susurros inconfundibles de tus dedos?
¿Por qué me despeñé a la desventura?
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¿Por qué precipité mi paso de plantígrado
hacia la hoguera que abrasa y asesina, sin piedad y sin preguntas,
los gestos amigables, las miradas sembradoras de futuro,
el Amado, la Amada, los amantes?
Sé que las respuestas sobrevuelan el espacio
entre una arteria y la primera célula epidérmica.
Incluso sé que las preguntas tienen un envés
donde el corazón escondió la afirmación sabia:
una mirada de paz acurruca el alma y acepta el latido que nos mece.
Siento mi espíritu dentro del baile del cosmos,
cada estrella traza curvas líricas
o dibuja ingeniosos acentos circunflejos
como columpios en el linde de algún asteroide,
o en la órbita de lunas invisibles…,
y tus dedos hacendosos, en el quicial del universo,
tamborilean sin descanso el ritmo acompasado de la danza.
Así será la vida que no acaba:
tras un banquete sin medida,
un baile en tu regazo eterno.
Goza mi espíritu en el Dios que salva,
porque miró mi pequeñez
a pesar de ser sólo brizna de tiempo que no acaba.
23
Su iris me ha amado.
Cantaré el cántico del gozo en su presencia
y acudiré para sentir
la caricia de su mirada como dedos amorosos.
24
IV
Conciertos de
Brandenburgo
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Últimos compases del adagio Concierto nº, 1
El frío ha desnudado la arboleda y los troncos de plata dormitan y añoran el sol lejano.
Mi espíritu, guarida del invierno, resucita melodías que ocultan en su entraña sufrimientos sin
[piel,
sólo carne resquebrajada en gutural bramido.
Un ave rapaz se cierne sobre la grupa del viento en busca de los sueños.
A pesar de la orquesta que lo envuelve, los últimos compases del adagio,
esas notas del oboe en sangre,
suenan en la madrugada como alarido sin arpegio, desgarro de la nada…
Se desmoronan en picado
y gimen
y lloran
y despedazan la tierra donde moran
sus párpados, lienzos de los besos,
y sus manos, recipientes de caricias,
y su pecho, cofre de la vida…
Desesperados, los gritos, como dedos de barro y piel,
buscan el último suspiro que exhaló su alma antes del viaje hacia los territorios sin brújula
y sin tiempo
que se ocultan en el cosmos…
El llanto de corcheas acuchilla la carne del aire
y bombardea el corazón de mis entrañas con apocalíptico engranaje de disonancias
y estremece al vacío de la muerte como hemorragia de miedo.
Racimo de segundos sin luz anega el vacío: sima de vértigo o abismo sin eco.
26
Aquellas notas que lloraste son alcazaba donde refugio mi gemido,
explicación exacta de mi grito,
compases que dibujan mi vacío,
notas desesperadas excavando la tierra donde yace
y buscan la última exhalación de su alma
antes del viaje hacia los territorios sin brújula y sin tiempo
ocultos en el cosmos…
27
El reflejo de jaspe de tus ojos Concierto nº 2
Me envuelven sonrisas
como pálidas muecas de humo,
viven lejos de tu latido que atesora tu presencia en sonido y melodía.
Tu discurso se alarga como sombra en el ocaso,
se adensa como harina de pan con levadura.
Nuestras gargantas, aprendices de querubines, sólo copian su apariencia,
no saborean la pulpa de su cauce.
A la vuelta de un suspiro, la espesura del tiempo calla,
apaga tu voz
o la esconde en el filo de la hierba.
No estás aquí, de pronto has huido.
La languidez de un interrogante preside nuestros pasos,
la tiniebla cuelga de los ojos, aunque no es tan espesa como ayer.
Estamos perdidos, bifurcando la encrucijada de una duda,
tanto, que el llanto nos ocupa,
una lágrima cuarteándose en la ausencia inexplicable.
Azorados, buscamos tus huellas, el eco de tu paso.
Las criaturas, tras contemplar nuestros rostros,
nos preguntan en murmurios,
¿a quién buscáis?,
¿adónde vais tan presto?
28
En el amanecer el reflejo de jaspe de tus ojos me sonríe,
y a quienes quiero,
grito, empujo y conduzco ante tu manto.
Tal es nuestra alegría con tu encuentro,
que ya bailamos y saltamos como niños.
Y el gozo acaba en alabanza, en canto,
en himno feliz, en feliz poema.
Emprenderemos juntos el camino,
competiremos en veloz carrera por alcanzar tu acogedor regazo.
Tu sonido acuna nuestro aliento disperso
y lo une en un abrazo sin orillas.
29
Cuchillada desgarrando… Concierto nº 3. Andante.
Cuchillada desgarrando el corazón dormido.
Brutal golpe, fiera puñalada, mas no mortal, mas no definitiva…
La mirada será, a partir de este segundo, más oscura.
Respirar será como una estocada.
Contemplar el próximo futuro será
difuminar de melancolía el horizonte,
pintar de duelo el fondo de cada sueño
extender una catarata de grisalla
entre el espíritu y el sol radiante.
30
Crepita el fuego de la noche… Concierto nº 4. Estampa.
Crepita el fuego de la noche en el hogar. Los padres siembran susurros, hojas de árboles en la foresta. De
su boca renace a la vida, como milagro cotidiano, la realidad, el exterior, la lucha. Los hijos, aún
pequeños y aún tan inocentes como lirios, escuchan del dolor y de la guerra y de la muerte y de los
sufrimientos; y también escuchan del amor y de la entrega y de la amistad y del odio y de la mentira y
de la vida nueva; y de toda la belleza del planeta y de toda la amargura del planeta y de los días felices
y transparentes y de los días tristes y mortecinos… Crepita el fuego de la noche en el hogar…
Pero un día, como un terremoto traidor, esas llamas que ondeaban e iluminaban las noches reducen a
sueño las palabras, a humo huyendo a través de la madrugada sin estrellas… El eco de un latido
adivina, intuye, que las palabras no son la vida, sino sus espejos sin azogue. Fue inútil la palabra
amante, afable, como es inútil la sonrisa vacua. Fue necesario el silencio; fue preciso el dolor; fue
inevitable la angustia; fue inexorable enjugar el rostro de los hijos. Sólo cuando las lágrimas se caen y
ruedan y se desbordan hacia el río de la vida, la reflexión que causa la herida sirve, abono en tierra
regada tras las lluvias.
Crepita, de nuevo, el fuego de la noche en el hogar. De nuevo, la charla amable, vuelta a la luz que ondea
e ilumina una estancia revestida de latidos y sonrisas; la oscuridad de la herida hedionda no volverá a
colarse en nuestra vida. Hemos aprendido pronto. Pero tampoco volverán los tiempos rotos, ya
olvidados, de la inocencia.
Ya no es un coro acompasado, voces infantiles que cantan nuestro tema, sino solistas con voz propia,
clara. A veces, mi discurso es el de ayer, mientras que su himno es himno enérgico de hoy. Y sólo
cuando escucho el nuevo tema en sus gargantas jóvenes, potentes, vuelvo a la vida y abandono el
sueño del pasado incierto. Miro impotente y feliz el paso que me marcan, intento suavizar el ritmo
presto, pero al final su compás me doblega… Mientras, crepita el fuego de la noche en el hogar,
llamas que ondean e iluminan las tinieblas.
31
Donde el dolor de la vida es recuerdo Concierto nº 5.
Tres almas en vuelo azul acarician las estrellas…
De pronto, tu trazo, Amada,
acaso herido por el tiempo,
cae, baja…
Tu voz recuerda un llanto sin voz,
una estrella sin luz,
una flor sin aroma.
Escuchemos, Amada, su voz, fuente de agua viva,
dejemos que su acento nos envuelva,
que su historia nos salve, nos conforte,
y que sus fuertes alas nos eleven a las alturas siderales
donde el dolor de la vida es un recuerdo.
Después nuestras almas surcarán espacios,
descubrirán que el tiempo es sólo nuestro.
Nada será del todo oscuro, nada será del todo claro,
como si la sombra del pasado fuera un lastre
que impidiera alzar el vuelo a su presencia.
Contempla su imagen,
bebe el agua de su discurso,
olvida el peso de tu sombra.
32
¿Por qué aún escucho tus lamentos,
velo de nubes,
si su mirada te acaricia?
Al fin tus gemidos suenan a cicatrices muertas.
Crece la calma, avanza la fragancia rodeándonos como viento sin aristas,
rociándonos como agua sin grietas.
Siento aliviado que tu llanto huye hacia el olvido,
oigo otra vez tus risas rebrotando del pasado escrito en el amanecer.
Quizá no sea todo euforia, quizá no sea ilusión sin freno, pero es esperanza.
Eso me basta, Amada, eso me sirve,
y doy por bueno el vuelo a estas alturas.
33
Al acunarte, te susurro aquella nana. Concierto nº 6. Adagio ma no tanto
Delicadeza vegetal es mecerte en mis brazos,
mientras contemplo cómo llega el sueño a tus pupilas tiernas,
despacio, lento
tal que el vuelo del oro en el ocaso.
Al acunarte con la precisión que el amor otorga,
te susurro aquella nana que te invento a diario…
Todo es posible, pero asusta,
no vayas a romperte entre mis dedos,
como un pétalo de lirio, agrietado por el aullido del lobo.
Suena la melodía de mi nana acariciando la orla de la noche.
Se adhieren a sus notas los sudores de las fatigas de los días,
mas la sonrisa de la luna sirve para alejar preocupaciones;
mientras en tus ojos nuevos ríela ágil su brillo mudo, intenso…
34
V
Conciertos para violín
35
¿Por qué saliste huyendo de mi orilla?
Cuajado de rubíes y amatistas, languidece el ocaso de esta tarde:
instante reflexivo, quietud del cosmos que palpita.
Se cierne el tiempo sobre el quicio de una flor…
y se licua como sonrisas tenues,
empapadas de zumo de granada,
anhelos de anudarse en el amado:
ser parte del ser, ser fusión de volcán y de caricias,
ser explosión de ansiedad vertical.
Mas la mirada turbia del amante anuncia la agonía de la noche:
la pesadilla atroz del abandono.
¿Por qué saliste huyendo de mi orilla?
¿Por qué tu negra ausencia me persigue?
¿No ves mis lágrimas perdidas?
¿Es que es posible esta estocada, Amado?
Miro a la noche sin fanales y no veo sino
tu ausencia, amor, de mi costado.
Anhelo, busco, lloro, grito, ansío,
que tu presencia, Amado, me ilumine
y por respuesta nada, nadie… ausencia sólo…,
sólo el silencio infinito de la noche.
En la espesura busco tu mirada
o su recuerdo o el eco de tus ojos;
36
pero la densa sombra engulle mis deseos
y me devuelve este vacío sin luz.
Anhelo el fuego de tu iris,
tu caricia de llama en mi deseo.
Te persigo sin brújula, busco aquellas huellas por ver si encuentro,
al menos, tu recuerdo.
Como beso de tus labios, se acerca la dama del oriente,
son sus pasos cantos, alegres sones aflorando el futuro,
mas mi mente encarcelada en el recuerdo
aún no comprende el elevado alcance de tal vuelo,
la noticia que me acercan tus voceros.
Entiendo vuestras voces, sé el mensaje,
pero la noche del cerebro impide que vuestra risa de manantial
corte de un tajo firme este dolor…
Ya amanece el alba como un zafiro de pétalos,
y se desgarra el velo que me oprime.
Arranco, corro, vuelo, ya soy viento
tras mi amado, en pos de su latido.
Se abre el camino tras vuestra canción,
sé que está a vuestro lado, estoy seguro…
Arranco, corro, vuelo, ya soy viento
hacia vuestros corazones
pues soy un pedazo de la orla de la brisa
tras el Amado, en pos de su latido.
37
El clave bien temperado
VI
Libro I
BWV 846-869
38
1. En la cima del monte.
La cima del monte acaricia las orlas de granito de las nubes,
y sus ojos brillan en la laguna de aguas frías.
El aire de la mañana es estatua sin perfil,
y las piedras contemplan su carne en el azogue sin aliento.
La transparencia es campana de cristal
protegida en un espacio cimentado por sillares y silencios,
y se eleva hasta las bóvedas sobre notas de diamantes,
y ondea en vigas de armonía y luz.
Aquí, el brillo de la nieve, su latido de espejos,
entibia mi espíritu, vacía el ser de sus dolencias.
Percibo que me fundo en sus entrañas,
que me hago uno en su unidad eterna,
que soy nota de silencio,
buceador de sus secretos.
El frenesí de la ciudad llaga mis latidos
y el corazón se me retuerce sobre la pulpa del hastío
y busca la paz con la avidez de un niño.
Voltearé hacia mi venero oculto mis ojos agrietados por la suciedad,
entrañaré la mirada de estrellas rebrincando entre sus dedos,
busco esa luz que se me esconde y tiembla como pábilo que espira.
Cierro los ojos y contemplo mi abismo.
Necesito un silencio que me engulla en ritmos detenidos casi,
para encontrar el verdadero pulso de mi entraña.
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2. No vago solitario
No vago solitario por la vida, más pasos se acompasan a los míos. De entre todas las huellas que
se marcan junto a mi señal torpe y solitaria, he percibido un muelle roce, que me seduce
como el polen embriaga a la abeja. El paseo dorado en este bosque es hermoso si no
respiro solo. El abrazo, después, será definitivo en el amor sin pausa.
3. Acuarela.
La risa del arroyo que desciende.
Los trinos de las aves de colores.
El latido de mi venero lleno de Dios,
del Dios vivo.
La dicha de tus ojos iluminando el lento discurrir de la mañana.
El viaje de las nubes en el cielo, huyendo hacia el invierno.
Sonidos que me elevan al futuro,
visiones ofreciendo optimismo; risas, cristal sonoro,
seducción del alma que se esponja en tu caricia.
Oigo tu voz cantando maravillas y el corazón se alboroza y brinca.
Nunca te olvides: hoy somos felices.
Aunque la vida nos dañe con sus uñas de felino,
aunque se tambalee la piedra clave el edificio,
aunque un túnel sin luz nos envuelva y nos confunda,
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nuestros latidos marchan al compás,
y el cimiento será inmóvil.
Que el mundo entero sepa nuestra dicha,
y el universo aplauda, grite, ría,
que un sideral escalofrío cruce por sus vértebras azules,
que las estrellas ovacionen nuestros besos…
4. Salmo.
Señor, desbórdame con tu mirada,
abrázame con la luz tensa de tu caricia.
Abandonado e inerme, exangüe y derrotado;
inhalo los aromas de los albañales de la vida,
habito en medio de mi culpa, como un roedor habita su cloaca.
Sin embargo sé que me amas,
sé que tu latido lavará mi miseria,
como los dedos de una madre acarician la fiebre de sus hijos.
Noto los pasos de tu ausencia y tengo miedo,
como si una nube de turbación resquebrajara mis arterias.
No me dejes, mi voz es un clamor,
escucha el grito envuelto en plomo de mis dedos.
Una súplica por tu vuelta pronta se me desliza por el quicio de los labios de arena y sal.
Sólo anhelo contemplar el oasis de tu sonrisa,
sólo anhelo sentir la caricia de tus besos,
sólo necesito ser desbordado, Señor, por tu mirada.
41
5. La oscuridad no es el final
Que felices, todos los hombres canten,
pues detrás de una lágrima aparece,
luz de la alborada,
una sonrisa seductora.
La oscuridad no es el final.
Aunque nuestras entrañas no lo vean, la luz todo lo invade de ternura…
Llegas al fondo de mi corazón,
tus ojos son los cirujanos de mis latidos
y no sé cómo detener la fuerza de este torrente que me arrastra a ti.
La dicha de este mediodía de estío me conquista,
pues su figura cubierta de llama y luz es fiel trasunto de tu esencia.
6. Aunque esté solo, sé que estás conmigo.
Mis enemigos, sedientos de mi felicidad,
persiguen el suspiro donde se difumina mi sombra,
ya lanzada en pos de tu sendero,
son perros resquebrajando el alba con aullidos.
Mi corazón, como asustado antílope,
se abalanza en fuga sin pupilas.
El poder de tu brazo me consuela;
ni me importa la bruma de la tarde,
ni la lluvia cayendo por mi rostro:
sé que no estoy perdido ni estoy solo,
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sé que cuento contigo:
las palmas de tus manos me sostienen...
Aunque esté solo, sé que estás conmigo.
7. Las huellas invisibles de tu esencia.
Mírame,
estoy dispuesto a ser átomo de tu mirada
o fragmento despreciable de tu hálito mientras vuela desde tu boca al cosmos.
La calma de la noche, su silencio de estrellas estremeciéndose,
esta quietud donde se remansan tus ecos,
son las huellas invisibles de tu esencia…
Que tu risa de terciopelo y mar no me abandone,
que los sonidos que flotan y me rodean, también me alcen hasta tu mirada.
Quiero que continúe mucho tiempo la eternidad si es posible,
este sonido que me inunda
en paz y felicidad, sosiego y calma.
43
8. ¿Por qué te huyes tan lejos del latido?
El peso de la culpa araña mi alma y la convierte en guiñapo de lágrimas y pudridero.
Quiero elevar mis ojos pedregosos y estás tan alejado por mi causa,
que sólo las lágrimas podrán colocarme más cerca de tu aurora.
El silencio, ausencia muda de tu mirada, me oprime la respiración, como un mausoleo.
Ten compasión, olvida tanta culpa,
tanto olvido, tanto resentimiento, tanta mentira, tanta traición…
Te siento lejos, y sin embargo aún te siento.
Pasos de hormigas se confunden con temblores de hojas.
Es suave la cadencia de la brisa,
es suave el ritmo de melancolía de la noche.
¿Dónde te fuiste amado y me dejaste?
¿Por qué te huyes tan lejos de mi latido enlagrimado?
Intuyo el aroma de tu presencia, aunque otros olores me confunden,
fragancia de sol y luna,
perfume de cordillera y océano,
esencia de caricia y beso.
La calma de la madrugada como el cristal de estatuas imposibles,
es el sueño irrompible de un niño.
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9… Hoy me requieres
Esta mañana el sol brilla y ríe
y retumba el eco de sus carcajadas por los rincones de cada calle:
en pleno estío estalla la algazara,
desalojan las sombras su vocerío.
Tengo la puerta del corazón atrancada,
como si temiera la llegada de la muerte,
pero llamas con urgencia, golpeas sin desmayo, sin pausa, con dulzura.
Sólo ayer eras ido, hoy me requieres.
Otro galope de mi corazón, que sin el tuyo late casi muerto,
tras la senda iluminada por tu sombra en claror vestida.
10. Sueño con el perfil de tu fragancia.
Sueño que acaricio los párpados de espuma de tus ojos,
liquen cálido respirando entre mis dedos.
Sueño que tus hebras revestidas de sol,
sombra cálida respirando entre mis dedos,
enarbolan deseos de justicia.
Sueño con el perfil de tu fragancia.
Sueño que estás aquí, junto a mis dedos hambrientos, ávidos, de ti sedientos.
Podría ser fuego el eco de tu paso,
o podría ser huracán la estela de tu son
o podría ser tormenta el reverbero de tu caricia.
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Lo más probable es que la onda expansiva de esta pasión erosione mi corazón,
o en dos trozos lo parta,
para que caigan a tus pies,
leves como la fragancia de la hierba.
11. ¿Tu sonrisa…?
¿Tu sonrisa…?
Tu sonrisa dura un segundo esta tarde,
mas vale el mundo entero,
el cosmos deteniéndose en tus labios.
El horizonte ataviado con nubes como cofres de tesoros
danza el baile de los ocasos.
El aire peina cumbres pedregosas con bucles tenues
de organdí traslúcido que adorna de hilos de plata el sueño,
luz precisa.
12. Afuera el manantial…
La hoja de ámbar cae acunada en la brisa. Una caída reflexiva: figura de mi olvido. Están vacías
las habitaciones. Cada rincón es el recuerdo de tu ausencia, el eco de mis pasos huecos por
el sendero de hielo que conduce a mi melancolía, que no quiero padecer, mas me acecha,
felino hambriento en medio de la noche. Una lágrima se despedaza por el centro del alma,
amenaza con hendir la médula del corazón malherido por tu ausencia. Si atravesara con
mis ojos el cristal de aquellos ventanales, contemplaría el manantial que en la paz brota y
corre como el murmullo de una sonrisa. Pero mis pupilas hoy son incapaces de este
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esfuerzo doloroso. Las telarañas azuladas difuminan la luz de su mirada. Hoy no está el
cielo gris, hoy no hace frío. Pero no estás conmigo, junto a mí…Afuera, el manantial de la
verdad…
13. Una punzada de felicidad.
Una punzada de felicidad me acosa el corazón acostumbrado sólo a la tristeza.
El brillo de contornos precisos de la tarde no enturbia mi horizonte de tinieblas.
En lontananza escucho la arribada de los sonidos de una existencia sin fronteras.
Tras los montes nevados una brisa transporta vida nueva, aunque lejana.
Espero que la sorpresa de luz y vida no detenga mi camino.
Que esta marcha no cese ahora, pues he de alcanzar la meta columbrada.
No importa cuándo, sólo importa cómo.
14. Mi piel huele a amanecer y a escarcha.
Aquí estoy dispuesto en tu presencia,
firme el ánimo, despierta la esperanza,
descansado como una brizna de hierba renacida en el rocío.
Mi piel huele a amanecer y a escarcha
y anhela ser geografía transitada por tus labios en besos revestidos.
Tu ritmo, tranquilo como danza de estrellas, calma mi premura.
Percibo la luz de tus ojos sumergida en esencia de entrega.
Y aunque vislumbro la vieja lágrima otra vez al acecho,
rondando por el espacio donde deambulo,
es más preciso el campanilleo del hontanar que canta afuera,
con vocación de eternidad y vida…
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15. Otra vez luz y amor, fuego y sonrisa.
Otra vez luz y amor, fuego y sonrisa.
Tu luz, tu amor, tu fuego y tu sonrisa…
Esa pasión protege mi camino,
empuja la ilusión hacia el futuro,
seca el sudor que anega mi entusiasmo,
despeja cada nube de amenaza.
Nada me puede detener contigo,
escudo del latido de mi entraña.
Quiero bailar la danza de la vida,
y nadie detendrá la melodía,
salvo la fuerza de tus ojos firmes
vigor que nace desde tus entrañas,
esencia y zumo de misericordia,
que ha podido salvarme de la muerte:
la que no acabará cuando concluya
el tiempo que no tiene quien lo mida.
16. Las campanas del alma tocan a rebato.
Las campanas del alma tocan a rebato, escapadas de su ritmo, desenfrenadas risas, desmesuradas
cabriolas de los dedos perfumados por tu mirada. La pasión de fuego devora todo el hielo
que yo he sido en este tiempo. Necesito que el agua de la fontana apague tantas llamas,
como me cubren por doquier, como fieras de hambre. Tú eres origen de este incendio, y de
su extinción sólo tú serás su origen.
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17. Como daguerrotipo de luz.
En lo alto el sol brilla y refulge, abajo el lago,
como daguerrotipo de luz,
refleja el esplendor de este instante inabarcable.
La cima de la cumbre es acariciada por la brisa que alivia como una sonrisa.
El roce de tus dedos me alcanza el corazón en su punto delicado.
Su latido crece y me ensordece el alma que se abruma en tu pasión.
Y mientras este instante sella su perfil en mi memoria,
también recuerdo con ternura y paz,
tu presencia junto a mi costado,
aunque mis ojos, mi piel y mi latido,
se hayan convertido en torpes ciegos sin mirada.
18. Jirones de mi piel ondean a la luz de la tarde
Soy campo de batalla:
jirones de mi piel ondean a la luz de la tarde,
la risotada del ocaso se embriaga con mi sangre
repartida en el filo del vuelo de los mirlos.
Por mucho que lo intente, siempre retorna a mi flanco el golpe de la fiera.
Sin embargo, al mismo tiempo, como un infatigable constructor de vida,
siento el poder que me levanta y me iza
e impide que me estrelle contra la fosa de la angustia que corroe las entrañas.
No me dejes abandonado, pues estoy rendido y roto y malherido.
No quedan lágrimas en mis dedos ni llanto en mis caricias.
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Cuando se acerca la hora de la muerte,
sólo deseo tu mano cobijándome en su cuenco.
Paz detrás del bosque, calma después del osario.
Sé que no me dejarás.
El vaivén de la marea mece mis entrañas rotas;
en el centro,
la inmensidad sin límites del mar.
19. Alabanza.
Cantaré un cántico de dicha.
Un salmo de alabanza rebosará el lindero de mi corazón contrito.
Su mano es poderosa como el beso de una madre,
es inmensa como la mirada de un niño,
es fuerte como el latido de una estrella.
Su misericordia es infinita como el agua del océano.
Su nombre es dulce como miel de las flores de las cumbres.
Sus ojos miran como la madre contempla a su hijo mientras le amamanta.
Su corazón camina al compás lento del corazón del hombre detenido.
Su venero son cósmicas estrellas alimentando de luz el engranaje invisible de un instante.
Porque mi Dios es grande y generoso, lento a la ira y rico en la clemencia.
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20. Danza.
Saltemos como niños en mitad de la pradera
o en medio de la playa alcemos nuestros rostros al infinito.
Las caricias del sol calentarán nuestra vida.
Nos tumbaremos en el prado eterno,
y veremos crecer las briznas de la yerba.
El río fluye caudaloso y denso, sonriente y transparente.
La vida avanza y crece como el ardor de los enamorados refugiados en la piel
como un escudo ante la muerte.
Sólo resta que mis cansadas manos se enlacen a las tuyas,
construidas de entraña y danza.
21. A las puertas del perdón.
Gloria, alabanza y risa.
Ahora y siempre.
Por los siglos, amén, amén, amén.
Porque he sentido la misericordia,
el perdón ha tocado mi alma resquebrajada.
Puedo decir, mi Dios es grande, eterno.
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22. En medio de la noche.
En medio de la noche miro quieto la espesura de un perfume nuevo.
No me siento agitado, ni el miedo atenaza mis poros.
El dolor sordo no es desesperante.
Cuando mis ojos se acostumbran a esta negritud,
veo la sonrisa de las perlas adornando la piel de la noche.
Sólo me restan fuerzas para acariciar el aire que transite a mis pulmones.
En medio de estas horas sólo escucho el himno de las estrellas.
Esta es la última etapa de mi viaje.
No sé por qué dirijo atrás mi vista.
No me arrepiento, aunque quizá debiera;
a veces siento que las fuerzas me abandonan, se alejan, vuelan, huyen.
He de seguir sin falta este camino, no conviene que desfallezca ahora...
Miraré al frente en medio de lo oscuro,
iluminado por la sonrisa de las perlas adornando la piel de la noche.
23. Ya llego
Ya llego, estoy aquí, casi te alcanzo...
Siento que puedo intuirte
si extendiera las puntas tenebrosas de mis dedos.
Veo tus ojos envolviéndome como rubíes en la fragua…
Y el ritmo de mi corazón está lleno de paz por tu presencia.
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24. He alcanzado la meta deseada.
Tras los anhelos de mis pasos, previos al silencio de la sinfonía incombustible, oigo el crepitar de
los tuyos, porque me acompañan sobre el barandal del último horizonte. Ahora que el
camino se ha ensanchado hasta convertirse en arena de playa definitiva, deduzco que quizá
hayan estado siempre junto a mí, sin embargo mi piel nunca los escuchó como hasta ahora,
con esta nitidez de ocaso inabarcable. Tu aurora me sonríe y me ilumina. En la hora del
final ya sólo hay paz. He llegado a la meta deseada. Siento el consuelo de tu mano,
poderosa como el beso de una madre, en mi hombro Soy parte de ese inmenso manantial.
Soy parte de la luz que envuelve el cosmos. Oh luz generatriz de vida eterna. Ya solo resta
la caricia de tu mirada que me sigue desde el principio queda, tan callando.
53
El clave bien temperado
VII
Libro II
BWV 870-893.
54
1. He emprendido hacia ti veloz carrera.
Anhelo de infinito me subyuga.
Y salvo admiración,
¿qué más palabras cubrirán mi boca?
He emprendido hacia ti veloz carrera:
atravesaré mares, ríos, montes,
valles, vaguadas, cárcavas, oteros,
desiertos, hoces, bosques, polos, junglas…
Sólo iré en pos de ti, a tu alcance, sólo.
Salvo el miedo a perderte,
nada, nadie, podrá parar mi marcha
tras la luz de tus huellas.
2. En el rincón umbrío de una lágrima.
Calma detrás del soto, en el rincón umbrío de una lágrima.
Un alto en el camino, una parada.
Siento el dolor: tu ausencia tan temida.
Me ocultas tu llama.
Anhelo tu presencia, como el amante anhela un beso de su amada,
y, sin embargo, es prenda que no alcanzo.
Vacío, soledad, dolor, tristeza.
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3. Bailaré de nuevo el baile de los niños.
Esta cruel insistencia de tu fuga se ve recompensada en tu regreso.
Como el ocaso es tu sonrisa, amado.
Como si el ígneo astro,
retozando sobre la comba azul del horizonte,
susurrara feliz la melodía
de la infancia inalcanzable.
Bailaré de nuevo baile de los niños,
celebraré tu encuentro con cabriolas.
Retornaré a la danza de las nupcias.
Esparciré mil lágrimas dichosas por cada beso de tus labios.
4 … A ti precipitado.
En la espesura dormida de este bosque,
el diáfano sonido del arroyo tranquiliza mi espíritu
ataviado con harapos de cansancio
o de hastío que se pudre.
Sólo escuchar me envuelve en la paz de un espejo sin sombras.
¡Cómo me gustaría sumergirme en sus puras corrientes de cristal!
Me alcé luego, a la búsqueda inaplazable de tu sonrisa
que ha rendido mi ser para siempre.
Ya voy en vuelo, a ti precipitado, pues estás junto al corazón fugado...
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5. ¿Cómo será si te contemplo de cerca y acaricio el aroma de tu
mirada?
Las criaturas del bosque danzan, cantan
y la espesura se torna malabar sobre un bucle de luz
creciendo como un felino de arena que se despereza.
Miro su baile y me uno a tanta dicha,
aunque mi paso sea el tenue vuelo de una mariposa incierta.
Somos rueda de esperanza y pasión,
signos de vida agradecida,
veleros acariciados por las sonrisas de los delfines,
que vuelan como labios de plata sobre su respiración.
La llamada al dintel de tus dedeos, ha sido intensa,
como una lágrima sobre el desierto, y
mi corazón acecha tu respuesta:
el timbre claro de tus deseos que me pulsan.
No olvidaré su intensidad de diamante y fuego.
Si ya estoy feliz al intuir tus susurros,
si ya ardo al sentir su fragancia de madreselva en el horizonte,
¿cómo será si te contemplo cerca y acaricio el aroma de tu mirada?
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6. Los colores del día enrejan mi iris.
Apresurada estoy por alcanzarte,
zozobro en esta angustia que me asalta
a causa de tu lejanía.
De nuevo has huido,
juegas con la llama, que tan sólo arde cuando me miras.
Asustada como un cervatillo,
me achico y tirito si distancias tu pulso de mi piel.
Has marchado de mi presencia, mudo,
¿entristecido, acaso, por mi traición?
Por más que te busco, no te encuentro.
El corazón se me desboca y tiembla,
teme que la huida no sea breve ausencia.
Los colores del día enrejan mi iris,
quizá apiadados por este miedo que ennegrece mi respiración.
Por un momento engaño al sentimiento,
y contemplo la hermosura inasible de este mundo.
7. Ajorca de mis latidos.
El ocaso de estío, regato de rubí, riega la pradera donde duerme el universo. Siento, como caricia
de luna, tus manos en mis sienes de horno, y la frescura de tus dedos alivia mi tragedia. El
reloj de la vida transcurre con trasparencia exacta, pasea con la calma de una pantera cuya
presa pace o duerme descuidada. Nada nos turbe, nada nos espante. Quiero que seas
sustancia de mi tiempo, ajorca de mis latidos. Sólo soy brizna de un segundo sobre la
cubierta sin quicios del tiempo. Eres el regazo donde se acunan sonrisas y amor, lágrimas y
duelos, caricias y besos, egoísmos y asperezas…
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8. Como el carillón de un ataúd al mediodía.
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
resuena la calle de este invierno donde habito
repleta está de hielos y humedades:
las miradas vacías que he lanzado a tantas gentes,
tantas veces, tantas…
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
hoy me responden con indiferencia:
ni mil antorchas licuarán tal hielo,
esa escarcha que aplasta mis suspiros,
el silencio sin luz de la madera.
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
el infierno es la soledad impuesta,
la respuesta incontestable a mi desprecio.
El infierno es el frío de una noche
sin piel donde arrojar mi llanto.
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
sólo tu ausencia inclina mis oídos hacia el clamor
de una luna tropezando entre mis uñas,
y mis labios sin sangre tiemblan como cristales resquebrajados
por el llanto que causa tu partida a la sombra de los gemidos.
Como el carillón de un ataúd al mediodía.
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9. Traje de ilusión cosido en sombra.
He vivido en mitad de un sentimiento
con traje de ilusión cosido en sombra:
endecasílabo perenne y blanco;
pero después de nuestro encuentro he vuelto
transfigurado: libre, puro, limpio,
más tranquilo y sincero, más humano.
Contemplo el paso del cortejo fúnebre:
dentro del ataúd, mi cuerpo muerto.
10. Presto emprendo veloz vuelo a tu caza.
Presto, emprendo veloz vuelo a tu caza.
Prestidigitador de tus sonidos,
percibo tu llamada sin estruendos
en el silencio del amanecer.
Ya parto, marcho, raudo voy sin pausas.
Presto hallaré la forma de alcanzarte,
presto veré tu sombra en lontananza,
presto hollaré la senda de tus pasos
marcados con la traza de una hoja.
Dar a la caza alcance es mi trabajo…
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11 Como rayo que no cesa.
Por más preguntas que me traiga el viento,
por más sonidos que las aves lancen,
por más que todo quiera confundirme,
distinguiré tus pasos de diamantes
del correr de cristal del arroyuelo.
Estoy feliz. Estoy tranquilo, en paz.
No quiero un sentimiento pasajero,
fugaz rayo de tormenta,
ni busco un sentimiento tan liviano,
que se escape como agua entre los dedos.
Mi corazón se aburre con lo efímero,
traza bostezos como niebla,
ante cimientos de aire y de perfume.
Anhelo un sentimiento duradero,
como rayo que no cesa.
12. Hierba respirando…
Un suspiro de hierba respirando
mientras la madrugada se detiene,
felino hambriento en busca de la pieza.
Giro, lleno de dicha, la cabeza.
No tengo dudas: sé que son tus pasos,
es tu presencia amada y deseada,
es tu respiración, cristal en calma,
es tu aroma de hierba respirando…
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13. Único en el cosmos.
Sentado, escucho el canto de tus labios,
y la primera nota me estremece…
Mejor sonrisa que la tuya, viva,
aguja cenital de la mañana,
no habita el cosmos.
Mejor caricia que la tuya, viva,
faro de luz en medio de la noche,
no habita el cosmos.
Mejor fragancia que la tuya, viva,
dichoso címbalo de los ocasos,
no habita el cosmos.
Afortunado soy, pues si amanece,
tú me sonríes con esa sonrisa,
aguja cenital de la mañana,
única en el cosmos.
Afortunado soy, pues en la tiniebla
tus dedos son antorchas en mi piel,
faros de luz en medio de la noche,
únicos en el cosmos.
Afortunado soy, pues en la tarde
tu aroma de jazmín y madreselva,
repiquetea intenso en mi cerebro,
dichoso címbalo de mis ocasos,
único en el cosmos.
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14. ¡Tantas cosas faltan!
Sólo añoro el recuerdo de tu pelo sobre mi hombro,
recién peinado por la luz de un amanecer de topacio.
Añoro la presencia de tu aliento
junto al mío en compases de silencio.
Anhelo ser el cuenco de tus manos.
Tu ausencia duele más que las inquinas
que trenzan mis rivales.
Busca el latido de mi corazón
acompasar su ritmo a tu zancada:
falta tu calidez y tu ternura,
y tu emoción, y tu misericordia,
y tu justicia...
¡Tantas cosas faltan!
15. Avanza
Aquí estamos, dispuestos a vencer la última resistencia de la brisa, del vendaval, del viento aprendiz de
huracán.
La postrera resistencia ha de caer: avanza el tiempo, como el río avanza sobre su lecho de piedras.
La vida avanza como el tiempo, continua como el río avanza.
Como la vida y como el tiempo avanzan, también el amor perenne avanza.
Igual que el río, igual que el tiempo, siempre camino de su desembocadura, crece el amor eterno, cuyo
caudal engendra vida, en el anhelo del alcanzar al fin, el delta de tu seno donde nos esperas
aquietado, y sin embargo, ávido, dichoso.
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16 Limito con tu pasión callada
Al fondo de esta espera, limito con tu pasión callada
y mi deseo anhelante de sumergirme en tus entrañas.
Tengo noticia de tu paso, Amado:
me la envía la brisa de la tarde,
el viento de la noche me la envía,
me la envía aquel pájaro en su vuelo,
la liebre gris y rauda me la envía.
Y la noticia de tu paso, Amado,
es alegría, ebullición, belleza,
llama que arde, pasión que acrece.
Detengo mi mirada en sus destellos
y a su vera descubro tu tranco:
ya te percibo, pero te has marchado;
presiento tu presencia pronta, Amado,
y de repente, cual ladrón, te has ido.
17. Desde lo alto del monte.
Desde lo alto del monte, contemplo tu figura en marcha y sonrío afortunado.
La presencia de un niño inspira un verso
y canto un arrullo de sonidos limpios.
Mi voz suena feliz;
dichosa y suave
en el espacio abierto como el viento.
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El niño que me escucha es mi pasado muerto,
y el reflejo del próximo futuro al que caminas,
corazón,
de nuevo.
18. El cansancio del día derrumba mi aliento.
El cansancio del día derrumba mi aliento,
pero no impide aflorar la sonrisa
como brote de hierba.
El horizonte explica mis deseos:
leve vela alumbrando el infinito.
Mi corazón está intranquilo mustio,
y me susurran sus latidos inquietudes.
Espero que no toquen a rebato,
espero que no sea falso signo de derrota o fin inútil,
que sólo sea muestra de fatiga.
19. He despertado hundido en tu caricia.
He despertado hundido en tu caricia.
La paz inunda todo lo que veo:
la breve luz me alumbra,
el tenue roce del son asomado a los cristales del corazón,
cadencia lenta de melodía casi vegetal.
Paz… Esperanza… Calma…
65
Aquella fuente, a lo lejos, desgrana un canto elemental como la vida.
La madrugada es una hermosa casa construida por silencios,
oquedades, ritmos lentos y un canto simple, elemental como la vida:
una fuente, a lo lejos, desgranando su solitario canto de cristal…
La fuente donde el hontanar nos mana y nos inunda, sé yo dónde nace.
Por mucha sed que tenga,
siempre el agua del bosque esparcirá su canto puro y libre,
para saciar mi sed antigua y triste.
20. Intuyo el final del camino.
Intuyo el final del camino,
pero aún quedan cumbres por subir,
y nemorosos valles solitarios por cruzar.
La senda es marcha lenta, pasos cortos.
No es fría la mañana.
Tampoco aprieta el sol.
Aún no es hora de parada, sigamos.
Por cuatro veces suena el corazón.
Son cuatro voces transparentes.
Alguien llama a mi puerta para asaltarme el alma.
Adornaré la habitación donde moro,
pues tu visita es importante, Amado.
21 Un baile
Organizo en tu honor un baile de sonrisas y caricias.
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Los invitados gozan, ríen, danzan.
La noche quiere entrar a cientos, miles
y rodearnos con sus brazos de estrellas.
Ancestral baile de sencillos pasos, sin límite, sin pausa,
el ritmo raudo.
En las estancias de los niños cuatro juguetes danzan fieles,
mientras velan los sueños infantiles.
Un baile glauco de polichinelas, de muñecos, soldados, arlequines.
Sólo la luna nueva los contempla.
22. Melancolía invertebrada.
Vuelvo a sentir la melancolía invertebrada invadiéndome como mancha de petróleo:
material viscoso que anega la limpieza de mi playa.
Vuestras ausencias son deserciones con la consistencia de las rocas,
hirientes como cuchilladas de minerales sin respiración.
Es demasiado peso el acero de este abandono.
Quizá sea el atardecer de plomo de este verano extrañamente frío…
Quizá haya sido la tormenta intensa que aún retumba lejos…
Quizá estoy muy cansado, de repente…
Alzaré el vuelo pronto, estoy seguro,
por eso la desesperación me atisba desde lejos, derrotada;
pero a mi corazón lo azotan crueles balas de cristal y sal,
lágrimas lanzadas hoy por el ayer, feroz monstruo que no se extingue.
De nuevo me despierto, en medio de esta madrugada de sombras,
de penumbras sin miradas,
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y percibo, de nuevo, con la misma intensidad que los latidos neutros de los segundos,
la oquedad rotunda que me deja el vacío de tu cuerpo.
Si yo fuera capaz de dar la vuelta,
y entornar las pupilas apagadas hacia tu espacio en nuestro lecho,
sólo vería el hueco que has dejado, amada.
No lo haré, cerraré los ojos con la cancela de la desesperación,
y convocaré al sueño para que acuda a mí con la urgencia de la herida.
Pero intuyo que todo será inútil:
el pensamiento se repetirá, como se repite el zumbido de la sangre
y retornará y me avasallará como la fiera sin comida.
No volveré a dormir en esta noche,
pues tu ausencia es concreta como los latidos del espacio,
como la respiración de los relojes lacios que reptan,
pared arriba,
hacia la nada de catafalcos de viento.
23. Más que un beso apasionado
Repica el sol.
La esperanza solicita voluntarios que abracen las nubes precisas del amanecer.
Tus ojos contemplan el crecimiento de la vida,
tan deprisa, en medio de los campos
o en mitad de las entrañas.
No detengas tu agitado correr raudo.
Abraza el fleco de la brisa del orto.
Entera es para ti.
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Percibo, noto, intuyo tu presencia… el pecho se hinche.
La emoción cuaja los sentidos que me acechan a flor de piel,
atentos para convertir en arcilla el sueño intuido.
Sé que, por fin, entonaré tu canto.
Presiento que los ángeles iniciarán la melodía
indicándome la sonrisa de tus ojos,
pues sé que tal sonrisa es mucho más que cientos de caricias del amante,
y es más, también, que un beso apasionado.
24. Densa paz.
Siento el manantial, un lago en calma,
una densa y palpable paz me inunda.
No me queda melancolía o angustia.
No tengo prisa.
Todo lo que había de suceder ha sucedido a tiempo.
Mi corazón cansado no está triste,
sólo espera con paz que llegue a su hora el último latido.
Llamo a la puerta azul de tus estancias,
noto con alegría que tus pasos acuden a mis golpes como un tintineo.
Y para siempre, estamos ya completos.
Y nada nos podrá separar nunca.
Y con más brío la luz de tu presencia iluminará mis ojos,
hasta hoy pupilas inservibles, ciegas.
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VIII
El arte de la fuga
BWV 1080.
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Introito. (A modo de obertura)
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
aleteo de leves mariposas,
puesta de sol intensa,
ternura de los besos en silencio,
como susurro inmenso de potencia.
Oh luz generatriz, inmensa luz
sonora voz divina…
Como águila invisible,
sobrevuelas el sueño
de este planeta azul que desconoce
aún la procedencia del venero
que vivifica su girar continuo.
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
voz armónica autora del aliento,
y de la creación,
caricia eterna en nuestra piel terrena
que distribuyes por la inmensidad
como cálido hálito de vida.
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Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina…
A él le susurraste;
y él te dibujó en notas
como claros aljibes con estrellas,
que cabalgan a grupas de lo eterno:
flecha arrojada al infinito espacio.
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
que nuestra voz imita,
pues somos el reflejo de su esencia
y en nuestra sangre canta tu latido
brillando en nuestros sueños:
venablos arrojados a lo eterno.
Con el cantor de Leipzig, los humanos
nos hemos asomado
a ese balcón colgado en el abismo,
y gracias a sus notas,
con los dedos, pulsamos su semilla…
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina.
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1. Brizna del tiempo.
Como brisa que huye en el atardecer, como roce inasible de alas de mariposa en el ocaso, así, su
esencia bucea en el verdadero sentido de la vida: esperanza, ternura, amor, pasión, entrega,
paz, melancolía, muerte. Somos un átomo del cosmos, cuyo sentido es sólo el equilibrio. Es
un camino sin final para todos los seres que respiran. Una rueca que gira hacia el futuro…
Aunque los pasos sean diferentes, nos dirigimos a la luz eterna: armonía en la unión… Brizna
del tiempo.
2. Voz.
Imagina: tu voz es llanto,
y tu llanto es mi voz que gime triste a causa del dolor que te atormenta.
Todas nuestras voces son fragmentos como esquirlas convocadas por la Voz sin
[límites o aristas.
Todas las melodías son compases de la sinfonía que interpreta el cosmos.
Desnudemos los oropeles que estorban al sonido del universo que se expande sin
[tiempo ni frontera.
Después del llanto, tras el grito de las galaxias,
llegará una mirada de compasión o quizá una caricia enamorada,
y al fin sólo habrá Voz…
Voz sin fronteras, sin aristas, sin tiempo…
Voz amada…
Voz.
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3. ¿Queréis saber…?
¿Queréis saber la esencia de la música de Dios
que resuena en vuestras almas…?
La melodía de ángeles es la senda como hilo,
que acerca al centro de su armonía.
Pero nuestros oídos no interpretan
la riqueza del son guardada en su matriz de luz.
No nos creemos que Él esté en la brisa,
lo buscamos en el huracán que aniquila.
No nos creemos que Él esté en la risa de los niños,
lo buscamos en el milagro que no existe.
No nos creemos que Él esté en las manos que curan úlceras bañadas en pus,
lo buscamos en reuniones santas.
No nos creemos que Él esté en los estómagos del hambre,
lo buscamos en bisbiseos de plegarias.
Si el silencio ocupara más espacio en las neuronas donde rebosa el ruido,
escucharíamos su melodía tan adentro
que la confundiríamos con el latido de nuestro corazón.
4. Cada emoción.
Cada emoción es una gota de agua destilando su esencia desde el alma. Cuando las gotas de agua
se unen, crece el río, aumenta su caudal y la vida se hace navegable. Si el corazón se abriera,
si escuchara la fuerza inabarcable y densa de los temblores cósmicos del alma, sería como el
mar cuando se nutre de lluvias y de ríos. Las emociones libres que siembran los latidos de
nuestros corazones, son el manantial donde Dios nos mece cada noche en su regazo de madre.
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5. Fundirme en tus entrañas
No estoy seguro de que al fondo del corazón esmerilado
encuentre la nitidez turquesa de tu presencia deseada…
Mi latido se desboca, arde en tu búsqueda, galope súbito…
Aunque no sepa medir sus diástoles ni sus sístoles,
el ansia por tu encuentro me espolea
y me estremece y me empuja y me remueve…
Miro, busco, espío, oteo, valles, vaguadas, cárcavas, oteros...
Quizá confunda tu presencia con sombras de la noche.
No sé si cuando llegue tu ángel fuerte atenderé a su llamada,
pero sé que mi corazón gastado late para fundirse en tus entrañas.
6. Plegaria.
¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué el dolor? ¿Hasta cuándo hemos de sufrir para que te apiades de
nosotros, de cada uno? Mi voz es una plegaria que se resquebraja en súplica vertida entre mil
llagas: no dejes que caigamos de tus palmas, sólo en ellas estamos vivos, libres. Nos
atormentamos sin fundamento, nos devora la angustia, el miedo muerde en el centro de las
entrañas de hielo. Nos has hecho así de pobres e inseguros, pequeñas briznas, micras del
tiempo y del espacio ilimitados. Haz que el latido de tu corazón proteja nuestro caminar
cansado. Haz que sintamos en nuestra alma herida, la presencia de tu sonrisa viva, que es más
que todas las caricias lentas, más que todos los besos amorosos. Haz que nos zambullamos sin
espanto en las honduras cálidas e inmensas, hialinas y puras, de tu corazón eterno.
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7. Soy lamento de fangal.
A veces, hasta el pensamiento duele,
como si mil agujas se clavaran en las neuronas sin vértebras.
En el silencio de esta madrugada soy sincero como un niño hambriento.
Por eso la añoranza se me clava en mitad de la soledad licuada.
Miradme…
Contemplad mi ser de lodo,
este estercolero que os grita,
este lamento de fangal,
este aroma de basural al sol.
Pero al fondo una luz de madreselva habla:
todavía no todo está perdido
ni está todo muerto todavía…
A esa llama, que crepita como el escalofrío de un feto,
asomaré mi espíritu doliente,
por si su brasa desinfecta la herida que aún supura hedionda,
y restaña mi entraña podrida.
8. Amor, entrega, caridad, servicio…
Algunos días tu voz suena con la misma rotundidad que el sol.
Hay momentos en que tu presencia es nítida brisa de tul
acariciando mi rostro de esqueleto.
Pero en la mayoría de los minutos olvido el significado de tu son.
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A lo mejor, los tímpanos de los niños están más limpios que los míos
para entender las palabras que susurras.
La prisa, el ajetreo, el egoísmo,
son bombas de racimo arrojadas a mi esencia.
Sé que algunas mañanas brilla el sol como lo hace tu presencia.
Y también sé que tu palabra es única,
sólo una palabra en mil maneras repetida:
amor, entrega, caridad, servicio…
9. La esencia que nos une.
¡Qué bueno es asomarse a la calle en compañía!
¡Qué bueno es que sintamos la esencia que nos une!
¡Que bueno es comprobar que la alegría compartida aumenta la alegría!
Es hermoso saber que mi destino es el mismo destino que el de todos.
Es tan maravilloso comprobar que la palabra soledad no existe en ciertos diccionarios.
Salgamos a la calle convencidos, y mirémonos fijos a los ojos.
Y que todas las voces suenen firmes,
mas preservando su propia variación que distingue a los unos de los otros.
La melodía, al fin, será tan rica como cualquier pintura de Velázquez,
o una puesta de sol en el otoño,
cuando sus rayos doran las primeras hojas que amarillean en tremor de ocaso.
Al final, el estruendo de las voces se transformará en solo un himno,
un canto levantado sobre armonías de una sinfonía celestial.
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10. La respuesta.
La respuesta del coro de los ángeles será inmediata.
La alegría derramará su contenido de oro como cataratas de corazones,
como decenas de cumbres nevadas refulgiendo al sol del mediodía,
como cientos de bosques ardiendo en la aurora,
como miles de ocasos incendiando el horizonte,
como un millón de arco iris resquebrajando la tormenta,
como miríadas de estrellas acariciando corazones ateridos.
Y no dudaremos al oír su canto de serafín alabando con potencia tu nombre inabarcable.
Pues nuestra voz contiene el mismo timbre de su potencia:
poco inferiores que ángeles nos hizo.
Y la hermosura de su canto será respuesta a nuestra frase,
a la canción fundida en el crisol de todos nuestros cantos, latidos y presencias.
Las risas alumbrarán las micras de infinito.
No nos cansaremos de escuchar su canto,
porque es la respuesta al nuestro, más torpe acaso, pero al fin, el nuestro.
11. Somos un solo respirar, dos voces.
Somos un solo respirar, dos voces,
dos discursos buscando hacerse lazo
de besos que concluyen en tu rostro.
En las palabras, nos resuenan ecos
del pasado más próximo y lejano,
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los sueños que soñamos,
hoy son esencia y carne de pureza,
se desnudan de sombras y vacíos.
Somos, según nos dijo aquel poeta,
voces enamoradas recorriendo
de parte a parte el universo.
Somos la esencia, el néctar
de una pasión fundida en el eterno.
12. Mi voz, tu voz, su voz son nuestra voz…
La inquietud de la duda, como un yugo,
se proyecta en el centro de la noche,
no sólo a mí me pesa y me impacienta.
A mi pregunta, tú respondes siempre,
a tu duda se escucha la respuesta vecina,
tan rápida en la ayuda.
El sonido de las certezas se hace armonía,
decrece la duda que conduce a la melancolía.
Es la certeza intuida en el pasado:
mi voz, tu voz, su voz son nuestra voz…
Única voz repleta de matices,
sílabas poliédricas,
como sueños dorados de futuro.
Voz sumergida en alas sin extremos.
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13. No importa la distancia recorrida.
La senda de la vida es una búsqueda.
Es la respuesta a la pregunta clave.
Aunque todos sepamos su final,
siempre hemos de ir en el sendero.
No importa la distancia recorrida,
importa lo profundo de sus huellas
de nuestros pasos, saltos y carreras,
brújula del futuro y sus misterios.
No importa la distancia recorrida,
porque el sendero no concluye nunca.
Aunque parezca que avanzamos muchos
por el mismo lugar,
nuestro trayecto es único,
pero no es solitario, aunque parezca
que la vida traiciona su sentido
en macabro escondite de ataúdes.
La respuesta a este enigma
es la esencia sin sombras
de la felicidad que perseguimos.
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14. Como un vértigo sin huesos.
En el útero de la noche me ha cubierto el fango de una pesadilla viscosa.
No puedo dar explicaciones de este miedo, de esta angustia.
El peso del espejismo me oscurece la respiración,
y dilapida mis sentidos,
y hunde mi corazón hacia la arritmia
como un vértigo sin huesos.
Por la ventana diviso la calma opaca de la madrugada.
Una quietud que no presagia paz,
sino muerte empedrada por coronas de cipreses.
No tengo miedo a su guadaña, sino a cuanto la rodea:
dolor, enfermedad, sufrimiento:
el tuyo, el mío, aquél de quien amamos.
No sé por qué, la muerte me visita en estas horas tenebrosas,
tortuosas como pasadizos de cloacas y pústulas.
Quizá convenga leer en sus paredes cubiertas de heces
su mensaje de cicatrices indelebles.
Escucho a lo lejos un monótono caer de agua,
allá la fuente del jardín murmura sonidos de perlas,
pero no se tranquiliza este latido de miedo.
El amanecer está aún lejano.
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15. El paisaje del universo.
El paisaje del universo es una mirada cuya forma mis dedos aún no han definido,
donde cantan cientos de colores sin bautizo,
donde las perspectivas derrumban los sentidos limitados,
donde la distancia es armonía del silencio,
donde los sones escapan a nuestro oído,
donde los planetas danzan en vaporosos giros,
donde se mecen nuestros latidos.
El paisaje del universo oval se transcribió en los átomos
y en las galaxias siderales se hizo cosmos.
Es el horizonte idéntico al del corazón de mis entrañas.
En silencio tan sólo intuimos su hermosura.
El día que podamos expresarlo, será el final,
porque entonces seremos parte de esa acuarela viva.
Seremos cosmos...
En el cosmos, cosmos.
16. Avanza la risa divina.
Avanza la risa divina,
contundente como ejército de mariposas…
Nuestros sentidos no son capaces de intuir
su presencia de alas como cristal de aire.
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Su armamento es tan poderoso que las empalizadas,
aunque redoblen su musculatura,
son leves armazones tejidos con sueños de espuma.
La brisa es la artillería de sus besos,
la lluvia es la infantería de sus caricias,
el sol es el zapador de su pasión,
la sombra es la trinchera de sus miradas,
el tiempo es el general de su amor.
17. Mi voz es voz cuando tu voz la acoge.
Mi voz no es voz, porque la grite.
Mi voz es voz cuando tu voz la acoge.
Mi mirada es mirada cuando observas
con tu pupila atenta hacia mi anhelo.
Mi caricia es caricia
si sonríes y besas a mis dedos.
Mi voz no es voz porque se extienda
audaz sobre la estrella de la noche,
o tímida en los valles de la aurora,
sino porque esta lenta madrugada
tus oídos acunan sus silencios,
como has apaciguado mi deseo,
pues, al fin, soy mi voz y mis palabras,
mi esencia dilatada en la espesura.
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Mi voz no es voz porque hable y te susurre…
Mi voz es voz cuando tu voz la acoge.
18. Cuando amanezca construiremos danzas.
Cuando amanezca construiremos danzas
elevaremos nuestros corazones,
macerados en luz melancolía,
a las mágicas sendas del arrobo,
donde la cima blande luz de estrellas.
Y soñaremos que el dolor y la muerte,
la soledad y la angustia,
el miedo y el duelo
se han escapado allá, han huido lejos.
Sólo somos los dos sobre la aurora,
abrazados: aliento junto a aliento
en esta melodía del amor,
de amor sediento y solo...
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19 y 20. ¿Respuesta o pregunta?
El universo trenza su danza en respuesta a nuestro baile.
¿O respondimos con nuestra mazurca enamorada
a la zarabanda del cosmos donde respiran las galaxias?
¿O todo el universo, sumergidos nosotros en su regazo,
forma parte de la misma partitura?
¿O somos parte de respuesta de esa giga sin final? …
… La danza universal, que es nuestra danza,
no tiene como fundamento el ritmo,
ni en la armonía su virtud descansa.
Su cimiento es la melodía densa,
como un río lechoso y maternal.
Pues lo que importa es su sustancia firme:
nuestro baile avanza en la esencia misma del baile divino
que causa el resto de los bailes siderales,
del resto de los bailes celulares,
del resto de los bailes personales.
21. Troquemos el latido en danza y piel
Troquemos el latido en danza y piel
ya que portamos su semilla libre.
Los sones de su melodía crezcan,
se expandan de mi corazón al tuyo.
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Las caricias de las miradas nutran
nuestro horizonte sin bandera inútil.
No haya más luz en todo el universo
salvo tu luz, amada, en mi pupila.
No haya caricias salvo las queridas
por la piel libre del deseo amante.
No haya pasión generatriz de vida
salvo la que el amor engendra y salva.
Nuestras voces serán en el futuro
una voz esencial, amante y pura.
22. En el final de la melodía de la vida…
En el final de la melodía de la vida, como delta sin sombra,
deseo que mi canto se funda en la sinfonía de cada himno
refugiado en tu regazo donde ensalzamos tus caricias.
Me mece la marea de vidas en su vaivén de olas como besos sin cansancio.
El sonido agrietado de mi voz,
temblando,
hacia ti camina y se esconde bajo los pliegues de otras voces más hermosas.
Esta fracción azul del sendero iluminado en dicha,
a pesar de tantos recuerdos como túneles de pus,
lo festonea la presencia amable de los cadáveres felices
convertida su dicha en proposición irrefutable:
si amas a destajo todo sirve, nada importa,
excepto que piel y manos sean entrega sin fronteras, mapa de cansancio.
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Mi melodía simple, como la brisa o como el llanto,
roza la eterna melodía que ayer me parecía captura inalcanzable.
Empiezo a recorrer la última etapa de este viaje
y al fin comprendo que no importa la distancia caminada,
sino que nuestras huellas sean brasas en la vereda,
para que quien nos siga no pierda tiempo en encontrar su curso.
Aún me detengo junto al brocal del mar y escucho antes de tornarme gota de su seno:
¡Qué hermosa es esta melodía meciendo mis oídos aturdidos!
La luz del día alumbra los contornos de las voces y los sueños…
¡Sólo luz, pureza sólo…!
Quiero entonar un canto en solitario,
de este modo mi torpe voz será reconocida por su ronco acento.
Acompañadme, en mi última hora.
Mirad y sonreíd conmigo:
sus infinitos brazos maternales me esperan y me enjugarán el llanto.
Si me asomo al quicial del corazón, sólo luz de infinito veo.
Camino a ella con la risa anclada a la comisura de los labios.
No sé si habré hecho bien este camino.
Me faltaron, quizá, caricias,
quizá sonrisas me quedaron dentro del alma donde se pudrieron…
Mas, aquí estoy con todo lo que he sido…
Seré una nota breve en este mar
donde me fundo y vivo y ya no muero…
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Y Johann Sebastian Bach murió ciego.
No pudo finalizar esta hermosísima fuga, no pudo concluir esta pieza, la
más inasible de todas las que su fértil pluma dejó escritas. Quizá el
compendio de la música esté oculto en las melodías que no escribió.
Hasta aquí llegó su obra. Y la última nota de esta fuga nos deja tan
colgados al borde un precipicio, que el vértigo nos invade, como si nos
hubiéramos asomado, de improviso, a un insondable abismo; pero, de
inmediato, nos damos cuenta de que es abismo de eterna luz sonora.
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