PLATÓN El mito de la caverna -Esta es pues,-dije yo

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PLATÓN
El mito de la caverna
-Esta es pues,-dije yo-estimado Glaucón, la imagen completa que hay que aplicar a las
paralelas que se han dicho antes, asociando el mundo que se nos aparece a través de
la vista con la vivienda de la cárcel y la luz del fuego que hay con la energía del Sol, y
si comparas la subida y la contemplación de los objetos de arriba con el ascenso del
alma hacia el mundo inteligible no te desviarás paso de mi conjetura, ya que es ésta la
que deseas escuchar. Sólo la divinidad sabe si por azar resulta ser verdadera. Es esta,
pues, mi manera de ver la cuestión: en el mundo inteligible la última idea es la de Bien
apenas puede ser percibida; una vez percibida, pero, hay que concluir que es la
causante de todo lo que debe recto y de bello en todos los seres, en el mundo visible
es la que engendró la luz y su soberano, en el mundo inteligible es la soberana y la
proveedora de verdad y de inteligencia, y que hay que la contemple aquel que se
proponga actuar sensatamente tanto en la vida privada como en la pública.
Platón. La república, 517b.
El origen del Universo
Digamos ahora por qué causa el artesano hizo el devenir y este Universo. Es bueno y
lo bueno nunca cueva ningún tipo de mezquindad. Al carecer la lista, quería que todo
llegara a ser lo más parecido posible a él mismo. [...] Como el dios quería que todas
las cosas fueran buenas y no hubiera, en la medida de lo posible, nada de malo, tomó
todo lo que es visible, que se movía sin descanso de forma caótica y desordenada, y
lo condujo del desorden al orden, porque pensó que este último es en cualquier
sentido mejor que aquel. Ya que a aquel que es óptimo sólo le era y le es permitido
hacer lo más bello. Mediante el razonamiento llegó a la conclusión de que entre los
seres visibles nunca ningún conjunto carente de razón no será más bello que lo que en
posee y que a la vez, es imposible que esta se genere a partir de lo que no tiene alma.
Debido a este razonamiento, en acoplar el mundo, colocar la razón en el alma y el
alma en el cuerpo, para que su obra fuera la más bella y mejor por naturaleza.
Plató.Timeo, 29 e.
En cuanto a la configuración del alma, hay que habla de la manera siguiente: para
explicar cómo es, habría una exposición totalmente divina y muy extensa, mientras
que decir a qué se parece es humano y ciertamente más breve, hablamos, por tanto,
de esta manera. Imaginemos, pues, que se parece a una fuerza en la que
naturalmente unidos un auriga y una pareja de caballos alados. Sin duda, los caballos
y los aurigas de los dioses son todos buenos y de buenas cualidades, pero en el caso
de los otros se trata de una mezcla. En cuanto a nosotros, hay primero un auriga que
conduce una pareja de animales de tiro y después uno de estos caballo es bello y
bueno, éstas mismas cualidades, mientras que el otro es lo contrario y también de
cualidades contrarias. En cuanto a nosotros, pues, el hecho de conducirlos es
necesariamente difícil y desagradable.
Platón. Fedro, 246.
-Te lo diré-contesté-. Hay justicia propia del individuo, y no hay también una justicia
propia del Estado?
-Claro que sí-respondió Adimanto.
-Y no es el Estado más grande que un individuo?
-Por cierto que es más grande.
-Entonces tal vez en lo que es más grande haya más justicia y sea más fácil de
aprehender. Si quieres, investigaremos primero como es ella en los Estados; y
después, del mismo modo, inspeccionaremos también en cada individuo, poniendo
atención a la semejanza de lo más grande en la figura de lo más pequeño.
Platón. República, 368 e.
"También afirmamos que Hay algo Bello en sí y Bueno en sí y, análogamente,
respecto de toda aquellas cosas que postulábamos como múltiples, a la inversa, a su
vez postulamos cada multiplicidad como siendo una unidad, de Acuerdo con una idea
única, y denominamos a cada una "lo que se". (...) Y de aquellas cosas decimos que
son vistas, pero no pensadas, mientras que, por su parte, las ideas son pensadas,
mas no vistas "
(PLATÓN: República)
"Bien sabes que los ojos, Cuando se los vuelve sobre los Objetos cuyos colores no
están ya Iluminados por la luz del día, sino por el resplandor de la luna, vende
débilmente, como si no tuvieran Claridad en la vista. (... ) Pero Cuando el sol brilla
sobre Ellos vende nítidamente, y parece como si estos mismos ojos tuvieran la
Claridad (...). Del mismo "modo piensa así lo que corresponde al alma: Cuando fija su
mirada en Objetos sobre los cuales brilla la verdad y lo que se, inteligente, Conoce y
parece Tener inteligencia; pero Cuando se vuelve Hacia lo sumergido en la oscuridad,
que nace y perece, entonces opina y percibe débilmente con opiniones que la hacen ir
de aquí para allá, y da la impresión de no tener inteligencia ".
(PLATÓN, República)
Me parece necesario que precisamos quiénes son los filósofos a que nos referimos
cuando nos atrevemos a sostener que deben gobernar el Estado, y esto, a fin de que,
siendo bien conocidos, tengamos medios de defendernos mostrando que a ellos les es
propio por naturaleza tratar la filosofía y gobernar el Estado, ya los demás seguir el
que gobierna. [...] A menos que los filósofos gobiernen en los Estados o que todos
aquellos que se llaman reyes y dinastas practiquen noblemente y adecuadamente la
filosofía-salvo que coincidan una y otra cosa: la filosofía y el poder político-, no hay,
amigo Glaucón, tregua para los males de los Estados, ni tampoco, según creo, para
los del gobierno humano.
PLATÓN, República
Hay, en efecto, que el hombre ejercite su comprensión basándose en lo que llamamos
«idea» y que proceda a partir de percepciones múltiples hacia una única cosa lograda
por medio del razonamiento. Y eso es, ciertamente, la reminiscencia de lo que en otro
tiempo nuestra alma vio mientras caminaba junto a la divinidad, contemplando desde
arriba las cosas que ahora decimos que «son» y elevando la mirada hacia lo que
realmente "es". Por eso justamente la mente del filósofo es la única que [...] en la
medida que le es posible, siempre permanece, gracias al recuerdo, junto a aquellas
cosas que hacen que una divinidad, porque no se aparta de ellas, alcance su carácter
divino. Por lo tanto, sólo el hombre que sabe hacer un buen uso de estos recuerdos se
inicia continuamente en los misterios perfectos, conseguirá ser realmente perfecto. En
rehuir las preocupaciones humanas y acercarse a lo divino, este hombre se convierte
en objeto de desprecio por parte de la multitud, como si fuera un perturbado, pero la
multitud ignora que está poseído por un dios.
PLATÓN, Fedro, 249d
- Si alguien no es capaz de discernir con la razón la idea de bien, distinguiéndola de
todas las demás, ni de triunfar, como en una batalla, sobre todas las dificultades,
esforzándose para fundamentar las demostraciones no en la apariencia sino en la
esencia de las cosas para poder refutar al final todas las objeciones, ¿no dirás de él
que no conoce el bien en sí ni ninguna otra cosa buena, sino que, incluso en el caso
de que alcance alguna imagen del bien, lo hará por medio de la opinión, pero no de la
ciencia? [...]
- Sí, por Zeus! -Exclamó-. Diré todo ello y con todas mis fuerzas.
- Entonces, si algún día tienes que educar realmente aquellos hijos que ahora
imaginas criar
y educar, no les permitirás, creo yo, que sean gobernantes de la comunidad y dirijan
los asuntos más importantes mientras estén privados de razón, como si fueran líneas
irracionales.
- No, en efecto-dijo.
- ¿Los prescribirás, pues, que se dediquen particularmente a aquella disciplina que los
haga capaces de preguntar y responder con la mayor competencia posible?
- Se lo prescribiré-dijo-, completamente de acuerdo contigo.
- ¿Y no crees-dije-que tenemos la dialéctica en lo más alto de nuestras enseñanzas y
que no hay nada que pueda ponerse con justicia por encima de ella, y que ella es
como la cumbre de toda enseñanza?
PLATÓ. República, 534c
La justicia, en efecto, es algo parecido a lo que prescribíamos, aunque no se refiere a
las acciones exteriores del hombre, sino en su interior, no permitiendo que ninguna de
las partes del alma haga otra cosa que lo que le concierne y prohibiendo que las unas
se entrometiera en las funciones de las otras. Quiere que el hombre, después de
haber ordenado cada una de las funciones que le son propias: después de haberse
hecho dueño de sí mismo y de haber establecido el orden y la concordia entre estas
tres partes, haciendo que reine entre ellas un perfecto acuerdo, como entre los tres
términos de una armonía, el grave, el agudo y el medio, y los otros intermedios, si los
hubiere, después de haber ligado unos con otros todos los elementos que lo
componen, de manera que de su reunión resulte un todo bien templado y bien
concertado, entonces es cuando empieza a obrar, ya se proponga reunir riquezas o
cuidar su cuerpo, ya consagrarse a la vida privada o la vida pública ; que en todas
estas circunstancias dé el nombre de acción justa y buena en la que crea y mantiene
en él este buen orden, y el nombre de prudencia a la ciencia que preside las acciones
de este tipo, que, por el contrario, llame acción injusta a la que destruye en él este
orden, e ignorancia a la opinión que preside una acción similar.
PLATÓN, República
DESCARTES
Ya he negado que yo tenga sentidos ni cuerpo. Con todo, titubea, ya que, ¿qué se
sigue de esto?, Soy tan dependiente del cuerpo y los sentidos que sin ellos no puedo
ser? Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo, ni cielo ni tierra, ni espíritu ni
cuerpos, y no estoy igualmente persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo
estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy.
DESCARTES, Meditaciones de filosofía primera
La existencia del cogito.
Pero, ya he negado que tuviera sentidos ni cuerpo; dudo, sin embargo, y qué resulta
de esto? Soy tan dependiente del cuerpo y los sentidos que sin ellos no podría ser?
Pero, me he convencido de que no había nada de nada en el mundo: ni cielo, ni tierra,
ni espíritus, ni cuerpos. Y no estoy, por tanto, convencido de que yo tampoco existo?
Pues no, si estoy convencido de algo o si sólo pienso algo, es porque indudablemente
soy. Ciertamente hay no sé qué engañador muy poderoso y astuto que utiliza todo su
ingenio para engañarme siempre. No hay, pues, ninguna duda que si me engaña es
porque yo soy, y, ya me puede engañar tanto como quiera, que nunca podrá hacer
que yo no sea nada, permitir que yo piense que soy algo. De modo que, después de
pensarlo bien y examinarlo todo con mucho cuidado, finalmente hay que concluir y dar
por cierto que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cada
vez que la pronuncio o la concibo en mi espíritu.
Rene Descartes. Meditaciones metafísicas, II.
Ahora bien, lo que esta naturaleza me enseña más expresamente es que tengo un
cuerpo que se encuentra indispuesto cuando siento dolor, que necesita comer o beber
cuando siento hambre o sed, etc. Y, por tanto, no debo dudar nada que en eso hay
alguna verdad.
La naturaleza me enseña también, mediante estos sentimientos de dolor, de hambre,
de sed, etc., Que no soy sólo en mi cuerpo, como un piloto en su nave, sino que
además de estar estrechamente unido y de tal manera confundido y mezclado en él,
es como si formara una sola cosa. Ya que, si no fuera así, no sentiría dolor cuando el
cuerpo está herido, ya que no soy más que una cosa que piensa, pero notaría esta
herida únicamente por el entendimiento, como un piloto percibe por la vista si algo se
rompe en su barco.
René Descartes. Meditaciones metafísicas, VI.
El método cartesiano.
(1) No admitir jamás cosa alguna como verdadera que no supiera con evidencia que lo
era, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender
en mis juicios, sino aquello que se presentara a mi espíritu tan claramente tan
distintamente que no tuviera ocasión de ponerlo en duda.
(2) Dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como fuera
posible y que se requirieran para resolverlas mejor.
(3) Conducir con orden mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y
fáciles de conocer para despegar me poco a poco, como gradualmente, hasta el
conocimiento de los más compuestos, e incluso, suponiendo orden entre aquellos que
no se preceden unos a otros de manera natural.
(4) Confeccionar enumeraciones tan completas y revisiones tan generales de todo,
que estuviera seguro de no omitir nada.
Descartes Discurso del método, II.
Estas largas cadenas de razones, tan simples y fáciles, de que suelen serbio a los
geómetras para llegar a las demostraciones más difíciles me habían dado ocasión de
imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento humano se siguen
de la misma manera, y que, sólo que nos abstengamos de aceptar boca verdadera sin
serlo y que guardamos siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no
puede haber ninguna que no podamos finalmente llegar, o por oculta que no podamos
descubrir. Y no me costó mucho buscar por cuáles era preciso comenzar, pues ya
sabía que por las más simples y las más fáciles de conocer, y, considerando que,
entre todos los que hasta ahora han buscado la verdad en las ciencias, sólo los
matemáticos han podido encontrar demostraciones, es decir, razones ciertas y
evidentes, no dudaba que había que empezar por las mismas cosas que ellos habían
examinado.
René Descartes. Discurso del método, II.
El Cogito.
Dado que entonces sólo deseaba dedicarme a la búsqueda de la verdad, creía que
había [...] rechazar como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la
menor duda, para ver si, después de esto, quedaba algo en la mea creencia de que
fuera enteramente indudable. Así, como que nuestros sentidos más de una vez nos
engañan, quise suponer que no había nada que fuera tal y como ellos nos la hacen
imaginar. Y, como hay hombres que se equivocan cuando razonan, incluso respecto
de las cuestiones más simples de geometría-y establecen paralogismos-creyendo que
estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las
razones que antes había tomado como demostraciones. Y, finalmente, considerando
que todos los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos, podemos
también tener cuando dormimos, sin que haya ninguna que sea verdadero resolví
fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrar en mi espíritu no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños [...]. Pero inmediatamente después capté
que, mientras quería pensar así, que todo era falso, era necesariamente que yo, que lo
pensaba, fuese alguna cosa. Y advirtiendo que esta verdad: "Pienso, luego existo"
(cogito, ergo sum) era tan firme y tan segura que todas que todas las suposiciones
más extravagantes de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, creí que
sin escrúpulos podía acoger como primer principio de la filosofía que buscaba.
Descartes. Discurso del método, IV.
Como sabemos que los pensamientos que nos vienen en sueños son más falsos que
los otros, si a menudo no son más vivos y nítidos? Y, por mucho que los mejores
espíritus lo estudien, no creo que puedan dar ninguna razón que sea suficiente para
eliminar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Porque, primeramente lo
mismo que antes he tomado como regla, a saber, que las cosas que concebimos muy
clara y distintamente son todas verdaderas, sólo es seguro porque Dios es o existe,
porque es un ser perfecto y porque todo lo que hay en nosotros proviene de él. De
donde se sigue que, siendo nuestras ideas o nociones cosas reales y que provienen
de Dios en todo lo que son claras y distintas, no pueden en ello ser sino verdaderas.
De modo que, si tenemos bastante a menudo que contienen falsedad, sólo puede
tratarse de aquellas que incluyen algo de confuso y oscuro, porque en eso participan
de la nada, es decir, se encuentran en nosotros así de confusas sólo porque nosotros
no somos totalmente perfectos.
Rene Descartes. Discurso del método, IV.
"Posteriormente se, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir
que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o ligar algunos en que me
encontrase, pero que por ellos no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario,
solo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otra cosa, se seguía muy
evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con solo que hubiese CESADO de
pensar, aunque el resto de lo que había imaginación hubiese sido VERDADERO , no
tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a CONOCER a partir de
todo "Ello que era una substancia cuya esencia o naturaleza no resida sino en pensar
y que tal substancia, para existir, no Tiene Necesidad de lugar algunos ni Depende de
cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo
soy lo que soy, se enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y,
aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es".
(DESCARTES: Discurso del método)
"Y aunque los ingenios más capaces estudian esta cuestión cuanto las plazca, no creo
que puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipa esta duda, si no
presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, inclusive lo que
anteriormente he consideración como una regla (a saber: que lo concebida clara y
distintamente es verdadera) no es válida más que si Dios existe, es un ser perfecto y
todo "lo que hay en nosotros procede de Él. De donde se fue que nuestras ideas o
nociones, siendo Seres reales, que provienen de Dios, en todo "aquellos en lo que son
Claras y distinguidas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien
frecuentemente poseemos Algunas que encierra falsedad, éstos no pueden provenir
sino de aquellas en las que algo se confusa y oscuro, pues en estos participan de la
nada, es decir, que no se dan en nosotros sino Porque no somos totalmente perfectos
".
(R. Descartes, Discurso del método).
"Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo" lo que se requiere
para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de
identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué
consisten esta certeza. Y habiéndome percatado que nada Hay en pienso, luego soy
que me aseguramos que digo la verdad, a no ser que yo veo Muy claramente que para
pensar se necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas
que concebimos Muy clara y distintamente son Todas verdaderas, no obstante, Hay
solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuales son aquellas que
concebimos distintamente ".
(R. DESCARTES, Discurso del Método, IV).
Pero advertí inmediatamente que mientras quería pensar así que todo es falso, era
necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad:
«pienso, luego soy», era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes
de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía recibirla sin
escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba. Examiné después
atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no
había mundo ni lugar donde yo me encontrara, pero que no po-día fingir, por eso, que
yo no fuera, sino que, al contrario, del hecho mismo que piensa-dijo que podía dudar
de la verdad de las otras cosas se seguía muy cierta y evidentemente que yo era,
mientras que con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado
fuera verdad, no tenía ya ninguna razón para creer que yo era, conocí por ello que yo
era una sustancia toda la esencia y naturaleza de la que es pensar, y que no necesita
de ningún lugar para ser, ni depende de ninguna cosa material, por lo que este yo, es
decir, el alma, por la que yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y,
incluso, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuera , el alma no
dejaría de ser todo lo que es.
DESCARTES. Discurso del método, IV
En fin, si aún hay hombres a quienes las razones que he presentado no han
convencido bastante
la existencia de Dios y del alma, quiero que sepan que todas las demás cosas de las
que piensan que quizás están más seguros, como que tienen un cuerpo, que hay
astros, y una tierra, y otros similares, son, sin embargo, menos ciertas. Es verdad que
tenemos una seguridad moral de esas cosas tan fuerte que la duda sobre su
existencia parecería una extravagancia. Sin embargo, si lo que está en cuestión es la
certeza metafísica, no se puede negar [...] que tenemos motivos suficientes para
excluir la seguridad completa cuando nos damos cuenta de que igualmente podemos
imaginar, en un sueño, que tenemos otro cuerpo y que vemos otros astros y otra tierra,
sin que esto sea así. Pues, ¿cómo sabremos que los pensamientos que se nos
ocurren durante el sueño son falsos, y que no lo son los que tenemos despiertos, si
muchas veces sucede que los primeros no son menos vivos y manifiestos que los
segundos? Y por mucho que estudien los mejores ingenios, no creo que puedan dar
ninguna razón que pueda apaciguar esa duda, a menos que presuponen
la existencia de Dios. Así, en primer lugar, esta misma regla que antes he aceptado, a
saber, que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas,
esta misma regla recibe su certeza sólo de que Dios existe y es un ser perfecto.
DESCARTES, Discurso del método
Porque, en definitiva, tanto si estamos despiertos como si dormimos, no nos debemos
dejar convencer nunca sino por la evidencia de la razón. Y hay que remarcar que digo
de la razón, y no de la imaginación ni los sentidos. Así, aunque veamos muy
claramente el Sol, no debemos juzgar por ello que debe tener el tamaño con que lo
vemos, y muy bien podemos imaginar distintamente una cabeza de león unida al
cuerpo de una cabra, sin necesidad de concluir por eso que existe realmente ese ser
quimérico, para que la razón no nos dice que lo que vemos o imaginamos así sea
verdad, pero sí que nos dice que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún
fundamento de verdad, ya que no es posible que Dios, que es totalmente perfecto y
conforme a la verdad, las haya puesto en nosotros sin este fundamento. Y, puesto que
nuestros razonamientos no son nunca tan evidentes ni tan completos durante el sueño
como durante la vigilia, aunque, a veces, nuestras representaciones mientras soñamos
sean tan vivas y nítidas, o más, la razón nos dice también que, como que nuestros
pensamientos no pueden ser todos verdaderos porque nosotros no somos totalmente
perfectos, lo que éstos tienen de verdad debe encontrarse infaliblemente más bien en
los que tenemos estando despiertos que en nuestros sueños.
DESCARTES. Discurso del método, IV
Hace mucho tiempo que había observado que, en cuanto a las costumbres, hace falta
a veces seguir opiniones, que sabemos que son muy inciertas, como si fueran
indudables de la manera que antes he dicho, pero dado que entonces deseaba
ocuparme sólo en la investigación de la verdad, vais pensar que en esto tenía que
hacer todo lo contrario, y rechazar como absolutamente falso todo aquello en que
pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si después de eso no quedaría algo
en mi creencia de que fuera indudable. Así, ya que los sentidos nos engañan a veces,
quise suponer que no hay nada que sea tal como nos lo hacen imaginar, y ya que hay
hombres que se equivocan al razonar, incluso sobre las más simples razones de la
geometría, y cometen en ellas paralogismos, pensé que yo estaba tan expuesto a
equivocarme como cualquier otro, y rechacé como falsas todas las razones que había
tenido antes por demostrativas, y, en fin, considerando que todos los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos pueden venirnos también cuando dormimos,
sin que haya entonces en ellos nada verdadero, resolví fingir que todas las cosas que
hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las
ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente advertí que, mientras quería pensar así
que todo era falso, era, necesariamente, que yo, que lo pensaba, fuese algo, y,
observando que esta verdad, «yo pienso, yo existo», era tan firme y segura que las
suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de hacerla
tambalear, pensé que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la
filosofía que buscaba.
DESCARTES, Discurso del método
HUME
Crítica del principio de causalidad
Estamos determinados sólo por la costumbre a suponer el futuro de acuerdo con el
pasado. Cuando veo una bola de billar que se mueve en dirección a otra, mi mente es
inducida de forma inmediata por el hábito a pensar en el efecto acostumbrado y
anticipa mi visión al concebir la segunda bola en movimiento. En estos objetos,
considerados en abstracto, no hay nada más independiente de la experiencia que nos
lleve a una conclusión: incluso después de haber tenido la experiencia del muchos
efectos repetidos de este género, no hay ningún argumento que nos determine a
suponer que el efecto estaré de acuerdo con la experiencia pasada. Las fuerzas por
las que operan los cuerpos nos son totalmente desconocidas. Nosotros percibimos
sólo cualidades sensibles. Y qué razón tenemos para pensar que las mismas fuerzas
hayan de estar siempre conectadas con las mismas cualidades sensibles?
David Hume. Tratado de la naturaleza humana.
Relaciones de ideas y cuestiones de hecho.
Todos los objetos de la razón investigación humana pueden ser divididos naturalmente
en dos clases, a saber, relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Pertenecen a la
primera clase las ciencias de la Geometría, la Algebra aritmética y, en resumen,
cualquier afirmación que es cierta intuitivamente o demostrativamente. Que el
cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos catetos es una proposición
que expresa una relación entre estas figuras. Que tres veces cinco es igual a la mitad
de treinta, expresa una relación entre estos números. Se descubre proposiciones de
esta clase por la mera operación del pensamiento, sin dependencia de lo que existe en
todo el Universo.[…]
Las cuestiones de hecho, los segundos objetos de la razón humana, no se descubren
de la misma manera, nuestra evidencia de su verdad, por muy grande que sea, no es
de la misma naturaleza que la precedente. Siempre es posible lo contrario de toda
cuestión de hecho, ya que nunca puede implicar una contradicción y la mente la
concibe con la misma facilidad y claridad que de ser lo más ajustada a la realidad. Que
el sol no saldrá mañana no es una proposición menos inteligible ni implica más
contradicción que la afirmación de que saldrá. En vano, pues, intentaríamos demostrar
su falsedad. Si fuera demostrativamente falsa, implicaría una contradicción y jamás
podría ser concebida de manera suficientemente clara por la mente. [...] Todos los
razonamientos sobre las cuestiones de hecho parecen basarse en la relación causaefecto. Solo mediante esta relación podemos sobrepasar la evidencia de nuestra
memoria y nuestros sentidos.
David Hume. Investigación sobre el entendimiento humano, IV, 20-22.
Todas las ideas, especialmente las abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La
mente no tiene sino un dominio escaso sobre ellas; tienden fácilmente a confundirse
con otras ideas semejantes, y cuando hemos usado muchas veces una palabra
cualquiera, aunque sin darle un significado preciso, tendemos a imaginar que tiene
una idea determinada anexa. En cambio, todas las impresiones, es decir, toda
sensación-bien externa, bien interna-es fuerte y vivaz: los límites entre ellas se
determinan con más precisión, y tampoco es fácil caer en error o equivocación con
respecto a ellas. Por tanto, si tenemos la sospecha de que un término filosófico es
usado sin significado o sin ninguna idea (como ocurre con demasiada frecuencia), no
debemos hacer nada más que preguntarnos de qué impresión se deriva la supuesta
idea, y si es imposible de asignarle hay una, esto serviría para confirmar nuestra
sospecha.
HUME, Investigación sobre el conocimiento humano
[...] Después de la conjunción constante de dos objetos-calor y llama, por ejemplo, o
peso y solidez-, sólo la costumbre nos obliga a esperar el uno a raíz de la aparición del
otro. Incluso esta hipótesis parece la única que explica una dificultad que no es nada
diferente: ¿por qué hacemos a partir de mil casos una inferencia que no sabemos
hacer a partir de un solo caso? La razón es incapaz de una variación como esta. Las
conclusiones que deduce de la consideración de un círculo son las mismas que se
formaría examinando todos los círculos del universo. Ningún hombre, sin embargo,
que sólo haya visto moverse un cuerpo después de haber sido impulsado por otro,
podrá inferir que cualquier otro cuerpo se moverá si recibe un impulso igual. Todas las
inferencias hechas a partir de la experiencia, por tanto, son efecto de la costumbre, y
no del razonamiento. La costumbre, pues, es el gran guía de la vida humana. Sólo
este principio convierte en útil nuestra experiencia y nos hace esperar, para el futuro,
una serie de hechos similares a los que han aparecido en el pasado.
HUME, Investigación sobre el entendimiento humano
Bueno hay que admitir que la naturaleza nos ha mantenido lejos de todos sus secretos
y que sólo nos ha facilitado el conocimiento de unas pocas cualidades superficiales de
los objetos, mientras que nos esconde aquellos poderes y principios de los que
depende su influencia. Nuestros sentidos nos informan del color, el peso y la
consistencia del pan, pero ni sentido ni razón pueden nunca informarnos sobre
aquellas cualidades que lo hacen adecuado para la alimentación y el apoyo de un
cuerpo humano. La vista y el tacto dan una idea del movimiento actual de los cuerpos,
pero, en cuanto a esta maravillosa fuerza o poder de mantener el movimiento de un
cuerpo para siempre en un continuo cambio de lugar, movimiento que los cuerpos no
pueden perder nunca sino para comunicarlo a otros, no podemos formar ni el concepto
más remoto. Sin embargo, a pesar de esta ignorancia de los poderes y principios
naturales, siempre suponemos, cuando vemos cualidades sensibles iguales, que
tienen poderes ocultos iguales y esperamos que se seguirán efectos similares a los
que hemos experimentado.
HUME, Investigación sobre el entendimiento humano
Contra el Cogito
¿Qué entendemos por un escéptico? Y, hasta qué punto es posible llevar estos
principios filosóficos hacia la duda y la incertidumbre? Hay una clase de escepticismo,
anterior a todo estudio y filosofía, que inculcan Descartes y otros, como primer palo en
las ruedas del error y el juicio precipitado. Recomienda una duda universal, no sólo de
todas nuestras antiguas opiniones y principios, sino también de nuestras mismas
facultades, la veracidad, dicen debemos garantizar mediante una serie de
razonamientos deducidos algún principio originario que no puede ser ni falso ni
engañador. No existe, sin embargo, un tal principio originario con una perspectiva
sobre los demás, los cuales son evidentes por sí mismos y convincentes: y si existiera,
no podríamos ir más allá sino con la ayuda de estas mismas facultades, que se
supone que no son ya de mucha confianza. La duda cartesiana, si alguna criatura
humana puede alcanzar (y evidentemente, no puede), sería de todo trance incurable, y
ningún argumento no podría llevarnos nunca a un estado de seguridad y convicción
sobre cualquier tema.
D. Hume, Investigación sobre el entendimiento humano, 12.
Crítica a la idea del yo.
Si hubiera una impresión que originara la idea del Yo, esa impresión debería
permanecer invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, ya que se supone que
el Yo existe de esta manera. Pero no hay ninguna impresión que sea constante e
invariable. [...] En cuanto a mí, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo
mí mismo topo en todo momento con una percepción particular u otra, ya sea de calor
o de frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. No me puedo atrapar
nunca a mí mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra
cosa que la percepción. [...]
La mente es una especie de teatro en la que diferentes percepciones se presentan
sucesivamente; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y se barreras en una verdad
infinita de posiciones y situaciones. No existe con propiedad ni simplicidad en un
tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación
natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro
no debe confundir: son tan sólo las percepciones las que constituyen la mente, de
manera que no tenemos ni la noción más remota del lugar donde se representan estas
escenas, ni tampoco de los materiales de que se componen.
D. Hume, Tratado de la naturaleza humana, I, 4.
Si convencidos de estos principios damos un vistazo a las bibliotecas, qué estragos
habrá que hacemos? Si cogemos, por ejemplo, algún volumen de teología o de
metafísica escolástica, preguntémonos: Es que contiene algún razonamiento abstracto
sobre la cantidad o el nombre? No. Es que contiene algún razonamiento empírico
sobre los hechos y la existencia? No. Confíenos lo entonces a las llamas, ya que no
puede contener más que sofistería e ilusión.
D. Hume. Investigación sobre el entendimiento humano, XII, 3 ª parte.
En todo sistema moral que hasta ahora he encontrado, me he dado cuenta siempre
que el autor procede durante algún tiempo según el modo correcto de razonar, y
establece la existencia de Dios o hace observaciones acerca de los asuntos humanos,
y, de repente, resto asombrado al comprobar que, en lugar de las cópulas usuales de
las proposiciones: es y no es, no encuentro ninguna proposición que no sea enlazada
con un deber o un no deber. Este cambio es imperceptible, pero es, sin embargo, de
gran importancia. En efecto, como este haber o no haber expresa una nueva relación
o afirmación, es necesario que ésta sea observada y explicada y que al mismo tiempo
se tenga que dar una razón por lo que parece absolutamente inconcebible, es decir,
como es posible que esta nueva relación se deduzca de otras relaciones que son
completamente diferentes esta. Pero ya que les autores generalmente no emplean
esta precaución, me atreveré a recomendar a los lectores, y estoy convencido de que
esta pequeña atención subvertiría todos los sistemas habituales de moralidad, y nos
permitiría ver que la distinción entre el vicio y la virtud ni está basada meramente en
las relaciones de objetos, ni tampoco es percibida por la razón.
D. Hume, Tratado de la naturaleza humana, III, I, I.
Dado que un fundamento principal de la alabanza moral está en la utilidad de cualquier
cualidad o acción, es evidente que la razón debe tener una participación notable en
todas las decisiones de esta clase, puesto que nada, sino esta facultad, puede instruir
acerca de la tendencia de las cualidades y acciones y señalar sus consecuencias
beneficiosas para la sociedad y para su poseedor. En muchos casos es un asunto
sujeto a gran controversia: pueden surgir dudas, darse intereses opuestos y debe
darse preferencia a un extremo, por sutiles consideraciones y por un pequeño
predominio de la utilidad. Esto se debe notar, particularmente, en cuanto a la justicia,
como es natural suponer por esa especie de utilidad que acompaña a esta virtud. Si
cada uno de los casos de justicia fuera útil, como los de la benevolencia, a la
sociedad, la situación sería más simple, y rara vez estaría sujeta a controversia. Pero
como los casos individuales de la justicia son perniciosos con frecuencia en su
tendencia primera e inmediata, y como las ventajas para la sociedad resultan sólo de
la observación de la regla general y de la concurrencia y combinación de varias
personas en la misma conducta equitativa, el caso aquí se vuelve más intrincado y
complejo. Las diversas circunstancias de la sociedad, las diversas consecuencias de
cualquier práctica, los diversos intereses que pueden proponerse: todo ello, muchas
veces, es dudoso y sujeto a gran discusión y encuesta.
HUME, Investigación sobre los principios de la moral
Me gustaría preguntar a esos filósofos que basan en tan gran medida sus
razonamientos en la distinción de sustancia y accidente, se imagina que tenemos
ideas claras de cada una de estas cosas, si la idea de sustancia deriva de las
impresiones de sensación o de las de reflexión. Si nos es dada por nuestros sentidos,
pregunto: ¿por cuál de estos, y de qué manera? Si es percibida por los ojos, deberá
ser un color, si por el oído, un sonido, si el paladar, un gusto, y el mismo con respecto
a los otros sentidos. Pero no creo que nadie afirme que la sustancia es un color, un
sonido o un sabor. La idea de sustancia deberá derivarse, entonces, de una impresión
de reflexión, si es que realmente existe. Pero las impresiones de reflexión se reducen
a los postres pasiones y emociones, y no parece posible que ninguna de estas
represente una sustancia. Por tanto, no tenemos ninguna idea de sustancia que sea
diferente de la de una colección de cualidades particulares, ni en poseemos otro
significado cuando hablamos o razonamos sobre este asunto.
HUME, Tratado de la naturaleza humana
Sin embargo, a pesar de esta ignorancia de los poderes principios naturales, siempre
suponemos, cuando vemos cualidades sensibles iguales, que tienen poderes ocultos
iguales y esperamos que se sigan efectos similares a los que hemos experimentado.
Si se ofrece un cuerpo de color y consistencia iguales a los del pan que hemos comido
antes, no tenemos ningún escrúpulo en repetir la experiencia y prever, con certeza,
que tiene el mismo alimento y poder de apoyo. He aquí un proceso de la mente o el
pensamiento, del que suficiente me gustaría saber la base. Todo el mundo acepta que
no hay ninguna conexión conocida entre las cualidades sensibles y los poderes
ocultos, y, por tanto, que la mente no puede sacar ninguna conclusión sobre su
conjunción constante y regular, por medio de lo que sabe de su naturaleza. [...] El pan
que comí antes me alimentaba, es decir, un cuerpo con determinadas cualidades
sensibles era, al mismo tiempo, dotado con determinados poderes ocultos. ¿Se sigue,
sin embargo, que otro pan, en otra ocasión, debe alimentarme
también y que siempre deben concurrir las mismas cualidades sensibles con los
mismos poderes ocultos? La consecuencia no parece de ninguna manera necesaria.
Al menos, se debe reconocer que hay una consecuencia sacada por la mente, que se
ha hecho ciertos pasos, que hay un proceso del pensamiento y una inferencia que
requiere una explicación. Estas dos proposiciones son bien lejos de ser la misma: «Me
he dado cuenta de que siempre un objeto tal va acompañado de un efecto tal» y
«preveo que otros objetos, que son aparentemente similares, irán acompañados de
efectos similares ».
HUME, Investigación sobre el entendimiento humano
NIETZSCHE
Apolo y Dionisio
Hasta ahora hemos estado considerando lo que es apolíneo y su antítesis, lo que es
dionisíaco, potencias artísticas que brotan de la naturaleza misma, sin mediación del
artista humano, y en las que encuentran satisfacción por primera vez y por vía directa
los instintos artísticos de aquella: por un lado, como mundo de imágenes del sueño, la
perfección del que no mantiene ninguna conexión con la altura intelectual o con la
cultura artística del hombre individual; de otra parte, como realidad embriagada, la
cual, a su vez, no presta atención a este hombre, sino que incluso intenta aniquilar al
individuo y redimirlo mediante un sentimiento místico de unidad. Respecto de estos
estados místicos inmediatos de la naturaleza, todo artista es un "imitador" y,
ciertamente, o un artista apolíneo del sueño o un artista dionisíaco de la embriaguez o,
en fin,-como, por ejemplo, en la tragedia griega-, a la vez un artista del sueño y un
artista de la embriaguez: hemos de imaginar este último más o menos como alguien
que en la embriaguez dionisíaca y en la auto alienación mística, se prosterna solitario
y apartado de los coros entusiastas, y el que entonces se hace manifiesto, a través del
influjo apolíneo del sueño, su estado, es decir, la sea unidad con el fondo más íntimo
del mundo, en una imagen onírica simbólica.
F. Nietzsche. El nacimiento de la tragedia, 2.
Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos? ... Por ejemplo, su
falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos
creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni (desde
la perspectiva del eterno)-cuando hacen una momia. Todo lo que los filósofos han
manejado desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió
vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos,
cuando adoran-se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La
muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos
objeciones-incluso refutaciones. Lo que es no deviene, lo que deviene no es... Ahora
bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Pero, como no
pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les escapa. «Tiene que
haber una ilusión, un engaño en que no percibimos lo que es: donde se esconde el
engañador?» - «Lo tenemos, gritan dichosos, es la sensibilidad! Estos sentidos, que
también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan sobre el mundo verdadero.
"
NIETZSCHE, El crepúsculo de los ídolos
En el estado de naturaleza, el individuo, si quiere preservar de los otros individuos,
tiene que utilizar el intelecto • entendimiento, casi siempre, sólo para fingir, pero el
hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, quiere vivir en sociedad,
gregariamente, por lo que necesita un tratado de paz, para hacer desaparecer de su
mundo una guerra de todos contra todos constante. Este tratado de paz lleva con él el
primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este
mismo momento se fija lo que, a partir de entonces, debe ser «verdad», es decir, se ha
in-verdad una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder
legislativo del lenguaje proporciona también las primeras normas de verdad al nacer,
por primera vez, el contraste entre verdad y mentira.
NIETZSCHE. Verdad y mentira en sentido extramoral
El grado mayor o menor de peligro que para la comunidad, que para la igualdad hay
en una opinión, en un estado de ánimo y un afecto, en una voluntad, en un don, eso es
lo que ahora constituye la perspectiva moral: también aquí el miedo vuelve a ser el
padre de la moral. Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo
apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del promedio y de la
hondonada de la conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia dignidad de
la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por decirlo así, se
hace pedazos: en consecuencia, las cosas que más estigmatiza y es calumniado
serán exactamente estos instintos. La espiritualidad elevada e independiente, la
voluntad de estar solo, la gran razón son ya sentidas como peligro, todo lo que eleva al
individuo por encima del rebaño e infunde temor al prójimo es calificado, a partir de
este momento, de malvado, los sentimientos equitativos, modestos, sumisos,
igualitarios, la mediocridad de los apetitos adquieren ahora nombres y honores
morales.
NIETZSCHE, Más allá del bien y del mal
Hasta ahora no ha dudado ni vacilado lo más mínimo a considerar que el «bueno» era
superior en valor al «malvado», superior en valor en el sentido de ser favorable, útil,
provechoso para el hombre como tal (incluido el futuro del hombre). ¿Qué pasaría si la
verdad fuera lo contrario? ¿Qué pasaría si en el «bueno» hubiese también un síntoma
de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que
debido a esto el presente viviese tal vez a costa del futuro?
NIETZSCHE, La genealogía de la moral
Zaratustra habló así a la gente:
Yo os predico el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué debe
hacer para superara-lo? Hasta ahora todos los seres han creado algo que los supera:
y vosotros queréis ser el reflujo de esta gran marea y retroceder hasta la bestia en vez
de superar el hombre? ¿Qué es el simio para el hombre? Una carcajada o una
vergüenza dolorosa. Y precisamente esto ha de ser el hombre para el superhombre:
una carcajada o una vergüenza dolorosa. Ha seguido el camino desde el gusano hasta
el hombre y aún en vosotros hay muchas cosas que siguen siendo gusano. Antaño
fuisteis simios y ahora el hombre es aún más similar que cualquier simio. Pero lo más
sabio de vosotros es también un conflicto, un híbrido medio planta, medio fantasma.
Pero que tal vez os digo que os vuelva fantasmas o plantas?
Mirad, yo os predico el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Que
vuestra voluntad diga: sea el superhombre el sentido de la tierra! Yo os conjuro,
hermanos míos, que permanezca fieles a la tierra y que no os creáis aquellos que
hablan de esperanzas sobre terrenales! Son gente que envenenan, tanto si lo saben o
no. Son gente que desprecian la vida, son gen que agonizan, que se han envenenado
ellos mismos, la tierra ya está harta: ojalá se en pierda el tipo!
Antaño, ultrajar a Dios era el ultraje más grande: pero Dios ha muerto, y con él han
muerto también esos ultrajadores. Ahora la cosa más horrorosa es ultrajar la tierra y
estimar las entrañas del inescrutable más que el sentido de la tierra! Antaño el alma
miraba el cuerpo con desprecio: y ese desprecio era lo más elevada:-ella quería el
cuerpo magro, feo, famélico. Así pensaba escaparse del cuerpo y de la tierra. Oh! Esta
alma como era, de magro, fea y famélica: y la crueldad era la voluptuosidad de esta
alma!
F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, 3.
Cuando se tiene la necesidad de hacer de la razón un tirano, como hizo Sócrates, por
fuerza se da un peligro no pequeño que otra cosa haga de tirano. Entonces se adivinó
que la racionalidad era la salvadora, ni Sócrates ni sus "enfermos" eran libres de ser
racionales, era de rigor, era su último remedio. El fanatismo con que la reflexión griega
entera se lanza a la racionalidad delata una situación difícil: estaba en peligro, se tenía
una sola elección: o bien perecer o bien ser absurdamente racionales... El moralismo
de los filósofos griegos a partir de Platón tiene unos condicionamientos patológicos, y
el mismo su efecto en la dialéctica. Razón = virtud = felicidad significa simplemente:
hay que imitar Sócrates e implantar de manera permanente contra los apetitos oscuros
una luz diurna-la luz diurna de la razón. Hay que ser inteligentes, claros, lúcidos a
cualquier precio; toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce hacia
abajo[...]. Lo que ellos escogen como remedio, como salvación, no es, a la vez, más
que una expresión de la décadence [...]. La luz diurna más deslumbrante, la
racionalidad a toda costa, la vida lúcida, fría, previsora, consciente, sin instinto, en
oposición a los instintos, todo esto era sólo una enfermedad diferente-y de ninguna
manera un camino de retorno a la "virtud ", a la" salud ", a la felicidad... Tener que
combatir los instintos-esta es la fórmula de décadence: mientras la vida asciende, la
felicidad es igual a instinto.
F. Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, "El problema de Sócrates", 10-11.
¿Quiere alguien mirar hacia abajo y contemplar el misterio de cómo se fabrican ideales
en la tierra? ¿Quién tiene valor para hacerlo...? Espléndido! Aquí la mirada abierta a
ese obrador oscuro. Espere un poco, señor Indiscreción y Temerario. Sus ojos tienen
que acostumbrarse a esta falsa luz cambiante...
-No veo nada, pero siento mucho mejor. Se trata de un murmullo y un susurro cautos,
pérfido, que provienen de todos los ingles y de todos los rincones. Me parece que esa
gente miente. Una suavidad dulce se pega a cada sonido. No hay duda de que la
debilidad debe convertirse falazmente en mérito y ganancia. Es exactamente como
usted lo decía.
-Adelante!
-Y la impotencia que no se desquite, en "bondad", la bajeza llena de temor, en
"humildad", la sumisión a los que odia, en "obediencia" (es decir, obediencia a alguien
de quien dicen que ordena esa sumisión, a uno que llaman Dios). Lo que es inofensivo
del débil, la misma cobardía, que tiene mucha, su actitud de esperar a la puerta, su
actitud de tener que esperar necesariamente, recibe aquí un buen nombre: el de
"paciencia", llama también la virtud. El hecho de no poder vengarse se llama no querer
vengarse e incluso quizás perdón. [...] Una atmósfera mala! Me parece que este
obrador donde se fabrican ideales huele a mentiras manifiestas.
-[...] Si tuvieras que confiamos en únicamente de sus palabras, sospecharíais que se
encuentra en medio de los hombres del resentimiento?
F. Niezstche, La genealogía de la moral, I.
"Se piensa, pues hay un sujeto que piensa": ello se reduce la argumentación de
Descartes. Pero equivale a admitir como "verdad a priori" nuestra creencia en el
concepto de sustancia. Decir que si hay pensamiento debe haber algo "que piensa",
no es más que una formulación propia de nuestro hábito gramatical que atribuye a
todo acto un sujeto que actúa. Brevemente, aquí se establece un postulado lógico y
metafísico, en lugar de simplemente constatarlo... Por el camino de Descartes no se
llega nunca a una certeza absoluta, sino sólo comprobar una creencia muy
pronunciada. Si se redujera la proposición a esto: "se piensa, pues hay pensamiento",
estableceríamos una simple tautología. Por eso, que precisamente se pone en duda "la realidad del pensamiento" -, no se toca para nada, de esta manera no se rechaza el
"carácter aparente" del pensamiento. Sin embargo, lo que Descartes quería es que el
pensamiento no sólo tuviera una realidad aparente, sino una realidad en sí.
F. Nietzsche, Voluntad de poder, 484.
El nihilismo, como estado psicológico, surgirá en primer lugar cuando hayamos
buscado en todos los sucesos el "sentido" que no tienen, por lo que quien lo busque
acabará perdiendo el ánimo. El nihilismo consistirá entonces en la conciencia de la
enorme derroche de fuerzas, la tortura de haber actuado "en vano", la inseguridad, la
imposibilidad de rehacer sus fuerzas, de encontrar la mínima tranquilidad-el descaro
íntimo por haber a mentido a sí mismo durante demasiado tiempo ... Este "sentido de
la vida" podría haber consistido en descubrir en el futuro el "cumplimiento" de algún
código moral elevado; el orden moral del Universo; incremento del amor y del
harmonía entre los seres; o la aproximación a un estado de felicidad universal, o
incluso, el impulso hacia un estado de nada universal: todo fin es siempre un sentido.
Lo que hay en común en todas estas concepciones es que el proceso tiende hacia una
meta, y en nuestros días se ha entendido que el devenir no tiende hacia nada, no logra
nada ... Por lo tanto, le decepción hacia un supuesto fin del devenir es una de las
causas del nihilismo: sea en relación con la ausencia de un fin determinado, sea,
generalizando, la consideración de la insuficiencia de todas las hipótesis finalistas
relativas al conjunto de la "evolución" (el hombre que ya no es el colaborador, y mucho
menos el centro del devenir).
F. Nietzsche. La voluntad de poder, III.
Pero Zaratustra miró la gente y se maravilla. Entonces habló así:
El hombre es una cuerda tensa entre la bestia y el superhombre-una cuerda sobre el
abismo.
Un peligroso pasar a latría lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un
peligroso temblar y estar parado.
La grandeza del hombre radica en el hecho de ser un puente y no una meta: lo que en
el hombre se puede amar es el hecho de ser una transición y un ocaso.
Yo amo a los que no saben vivir de otra manera que hundiéndose en su ocaso, porque
ellos son los que pasan al otro lado.
Yo amo los grandes desdeñosos, porque son los grandes veneradores y flechas de
anhelo hacia la otra orilla.
Yo amo a los que detrás de las estrellas, no buscan una razón para hundirse en su
ocaso y sacrificarse: sino aquellos que se sacrifican a la tierra porque la tierra llegue a
ser del superhombre.
Yo amo aquel que vive para conocer y que quiere conocer para que el superhombre
llegue a vivir. Y así quiere su propio ocaso...
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra.
Durante períodos enormemente largos, el intelecto. Esto sólo generó errores. Algunos
de estos errores resultaron útiles y sirvieron para la conservación de la especie: quien
tropezó o bien los heredó llevó a cabo con una felicidad más grande su combate a
favor de sí mismo y de su nueva generación. Este tipo de artículos de fe erróneos, los
que continuaron siendo heredados y al cabo se convirtieron casi en una parte
integrante de la especie humana, son por ejemplo los siguientes: Que hay cosas que
duran, que hay cosas que son iguales, que hay cosas, materias, cuerpos, que una
cosa lo que constituye su manifestación fenoménica, que nuestra voluntad es libre,
que lo que es bueno para mí también es bueno en sí y por sí. Sólo mucho más tarde
aparecieron aquellos que negaron este tipo de principios y en dudaron-sólo mucho
más tarde apareció la verdad, como la forma más débil del conocimiento.
Pareció que no se podía vivir con esta verdad, que nuestro organismo estaba
preparado para su contrario. Todas sus funciones superiores, las percepciones de los
sentidos y cualquier tipo de sensación en general, colaboraban con aquellos errores
fundamentales incorporados desde hacía tanto tiempo. [...] Por consiguiente: la fuerza
de los conocimientos no reside en su grado de verdad, sino en su antigüedad, en su
capacidad de incorporación, en su carácter como condición de vida.
Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, III, 110.
Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo "aparente", ya sea como lo
hace el cristianismo, ya sea como lo hace Kant (en última instancia un cristiano
alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence,-un síntoma de vida
descendente... El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no
constituye una objeción contra esta tesis. Ya que "la apariencia" significa aquí la
realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico
no es un pesimista,-precisamente dice sí hasta todo a todo aquello problemático y
terrible, es dionisíaco...
Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, 6.
"Nosotros que somos distintos, nosotros los inmoralistas, Hemos abierto, por el
contrario, Nuestro corazón a toda especie de intelección, comprensiones, aprobación.
No nos resulta fácil negar, buscamos Nuestro honor en ser afirmador. Se nos han
idoneidad Abriendo cada vez más los ojos para ver aquella economía que necesita y
sabe aprovechar Aun todo "aquellos que se rechazado por el santo desatino del
Sacerdote, por la razón enferma del Sacerdote, para ver aquella economía que RIGE
en la ley de la vida, lo cual saca provecho inclusivo de la repugnante especies del
mojigato, del Sacerdote, del Virtuoso: ¿qué provecho? Pero nosotros mismos, los
inmoralistas, somos aquí la respuesta”.
(F. Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos).
En el hombre noble ocurre exactamente lo contrario: con la idea de «bueno» de una
forma previa y espontánea, es decir, a partir de su propia persona, y sólo a partir de
ello se hace una idea de lo «malo». Este concepto de «malo» de origen noble y
aquella idea de «perverso» surgida de la perola de cerveza que es el odio insaciable
[...] son muy diferentes, aunque ambos términos, «malo» y «perverso », parece que se
contraponen a la misma idea de« bueno ». Sin embargo, la idea de «bueno» no es la
misma: basta que uno se pregunte quién es propiamente «perverso» en el sentido de
la moral del resentimiento. La respuesta rigurosa es esta: precisamente «el hombre
bueno» de la otra moral, precisamente el noble, el poderoso, el dominador, sólo que
coloreado, interpretado y visto de reojo por la mirada llena de veneno del
resentimiento.
NIETZSCHE. La genealogía de la moral,
STUART MILL
Las mismas razones que muestran que la opinión debe ser libre, prueban también que
se debe permitir sin obstáculos a cualquier individuo poner en práctica sus opiniones
por su cuenta y riesgo. Que los humanos no son infalibles; que las sus verdades, en
gran parte, no son más que verdades a medias; que la unanimidad de opinión no es
deseable, salvo que resulte de la más completa y libre comparación de opiniones
opuestas y que la diversidad no es un mal, sino un bien, hasta que los humanos sean
mucho más capaces de lo que lo son ahora de reconocer todos los aspectos de la
verdad, son principios aplicables tanto a la manera de actuar de los humanos como
sus opiniones. Del mismo modo que es útil, mientras los humanos sean imperfectos,
que haya diversas opiniones, lo es que haya varias maneras de vivir; que se deje el
campo libre a las diferentes individualidades, salvo que perjudiquen a los demás, y que
el valor de las diversas maneras de vivir sea reconocido en la práctica, cuando alguien
crea que le conviene adoptarlas. En resumen, es deseable que, en cosas que no
conciernen primariamente los demás, la individualidad se haga prevalecer.
John Stuart Mill. Sobre la libertad, 3.
Si bien la sociedad no se base en un contrato, y aunque no se gane nada
inventándose uno para deducir las obligaciones sociales, todos los que reciben la
protección de la sociedad le deben algo en retorno del beneficio recibido, y el hecho de
vivir en sociedad hace indispensable que cada uno se vea en la obligación de observar
una cierta línea de conducta hacia el resto. Esta conducta consiste, ante todo, a no
perjudicar los intereses de los demás, o mejor dicho, ciertos intereses que, por
disposición legal o consentimiento tácito, deben ser considerados como derechos, y,
en segundo lugar, a soportar cada uno la carga que le corresponda (fijada según un
principio de equidad) de los trabajos y sacrificios exigidos por la defensa de la
sociedad o sus miembros de ofensas y vejaciones. La sociedad está justificada a
imponer estas condiciones, a cualquier precio, a aquellos que preferirían incumplirlas.
[...] Pero no hay motivo para plantearse esta cuestión cuando la conducta de una
persona no afecta al interés de ninguna otra persona, o cuando no puede afectar el
interés de quienes no quieren ser afectados (bajo el supuesto que los interesados son
todas adultas y con un grado normal de entendimiento). En todos estos casos, el
individuo debería tener una perfecta libertad, social y legal, para hacer la acción y
atenerse a las consecuencias.
MILL. Sobre la libertad, IV
La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por
nuestro camino propio, siempre que no privamos los demás de su o impedimos que
esforzarse para conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea
física, mental o espiritual. La humanidad sale más ganadora consintiendo a cada uno
de vivir a su manera que no obligándole a vivir a la manera de los otros.
J. STUART MILL, Sobre la libertad
«La felicidad que constituye el criterio utilitarista de lo que es correcto en una conducta
no es la propia felicidad del agente, sino la de todos los afectados. Entre la felicidad
del agente y la de los demás, el utilitarista obliga a aquel a ser tan estrictamente
imparcial como un espectador desinteresado y benévolo »
J. STUART MILL
"Los actos de un individuo pueden resultar nocivos a los demás o hacer caso omiso de
la debida consideración que se merece su bienestar, sin necesidad de llegar a violar
alguno de sus derechos constituidos. En este caso el ofensor puede ser castigado
justamente por la opinión, pero no por la ley. Tan pronto como un aspecto del
comportamiento de una persona afecta de una manera perjudicial los intereses de
otros, la sociedad tiene jurisdicción y se convierte en objeto de discusión la cuestión de
si la intervención de la sociedad es favorable o desfavorable al bien común. Pero no
viene nada plantear esta cuestión cuando la conducta de una persona afecta sólo sus
propios intereses o no tiene necesidad de afectar a los intereses de los demás si no lo
quieren (partiendo del supuesto de que todas las personas afectadas son mayores de
edad y tienen un grado normal de entendimiento). En todos estos casos, el individuo
debería gozar de una libertad perfecta, tanto jurídica como social, para cumplir el acto
que quiera y atenerse a las consecuencias. "
J. STUART MILL
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