El contexto iconográfico de los grabados canarios y marroquíes del

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El contexto iconográfico de los grabados canarios y
marroquíes del ámbito líbico-bereber:
El poblamiento amazigh de Canarias
A. José Farrujia de la Rosa*
Alessandra Bravin**
Resumen
Una de las cuestiones problemáticas relativas al poblamiento de las Islas Canarias es la
identificación de las regiones de origen y el momento cronológico en que los grupos
humanos norteafricanos cruzaron el océano y se establecieron en el Archipiélago. En el
presente trabajo abordaremos la contribución del arte rupestre en el debate,
centrándonos en las representaciones de antropomorfos en los casos de Tenerife (Aripe I
y II y Risco Blanco) y Gran Canaria (Balos), y en las relaciones que presentan estos
motivos con los documentados en otras estaciones rupestres del Sáhara Occidental y del
Sur marroquí, respectivamente. En el presente trabajo, paralelamente, analizaremos
algunos problemas teóricos relacionados con la investigación rupestre en Canarias y
sacaremos a relucir la conexión que existe entre las manifestaciones rupestres Canarias
y norteafricanas, en concreto con los grabados del ámbito líbico-bereber.
*
Sociedad Española de Historia de la Arqueología, [email protected]
6 rue El Alaouiyine 40000 Marrakech, [email protected]
**
2
1. Introducción: la conexión entre Canarias y el Norte de África a través de la
historiografía
La relación establecida entre los indígenas canarios y el norte de África, desde
una perspectiva historiográfica, se remonta a la segunda mitad del siglo XIV, cuando a
raíz del redescubrimiento de las Islas Canarias se comenzó a emparentar a los indígenas
de las islas con los moradores del vecino continente, a partir de la tradición judeocristiana y de los paralelismos etnográficos y lingüísticos. Este enfoque permanecería
relativamente estable hasta mediados del siglo XIX. En la segunda mitad de esta
centuria, el arraigo del evolucionismo, de la Arqueología, de la Antropología física y de
la raciología, serían aspectos que acabarían convirtiendo a la “raza” en el elemento
definidor de los modelos difusionistas esbozados a partir de entonces, aspecto éste que
incidiría decisivamente en la europeización del guanche y en la infravaloración de la
conexión canario-africana. En este sentido, se defendió la relación entre los guanches y
algunas culturas europeas (celtas e iberas), pues esta era la única manera de ligar a los
indígenas canarios con la historia universal. Tal y como ha señalado Fernando Estévez
(1987: 100 y 163) al respecto, la aplicación de la teoría evolucionista elaborada en
Europa – asimilada por los autores canarios – emplazaba a las sociedades no
occidentales fuera de la historia. Dentro de estas coordenadas, sólo las grandes
civilizaciones antiguas podían reclamar una posición honorable en la historia de la
humanidad, y precisamente por ello los autores canarios insistieron a la hora de asociar
a los indígenas canarios con los fundadores de las grandes civilizaciones.
Con posterioridad, tras la Guerra Civil española, el auge del historicismo cultural
y los cambios experimentados en la arqueología canaria, fruto de su nacionalización e
institucionalización (Farrujia, 2007), serían factores que acabarían posibilitando la
eclosión de los modelos difusionistas de carácter algo más arqueográfico que los
precedentes. Y ello, obviamente, permitiría la aplicación del concepto “cultura
arqueológica”. Sin embargo, este giro aquí esbozado no daría pie, en ningún momento,
a la desaparición del elemento racial, pues lo cierto es que la raza sería otro de los
rasgos definidores de las tesis difusionistas por entonces en boga. Como consecuencia
de esta lectura eminentemente “racial” de la Prehistoria canaria y de la nacionalización
de la arqueología desarrollada en las islas, se recuperó la conexión canario-africana,
3
aunque focalizándose en el Sahara y en relación con las culturas ibero-mauritana e
ibero-Sahariana.
Frente a esta realidad, el panorama actual es bien desolador, pues las líneas de
investigación hoy desarrolladas presentan soluciones dispares a la hora de ubicar la cuna
de los primitivos pobladores del Archipiélago. De esta manera, nos encontramos con
trabajos que abogan por focos de procedencia norteafricana distintos a los sugeridos por
los autores franquistas, frente a aportaciones que siguen insistiendo en la raigambre
sahariana de los primeros pobladores – especialmente en islas como La Palma o
Tenerife –, en el carácter multiétnico de los indígenas canarios, o en la lectura
revivalista del poblamiento al recuperarse la opción fenicio-púnica, ya barajada, desde
una perspectiva arqueológica, desde finales del siglo XIX. Por consiguiente, a pesar de
haberse consolidado en las últimas décadas la relación canario-africana, lo cierto es que
no existe un consenso a la hora de abordarse el problema de los orígenes (¿cuándo se
poblaron y colonizaron las islas?, ¿desde dónde llegaron los primeros habitantes?,
¿cómo llegaron?...).
2. El contexto rupestre canario en relación con el ámbito norteafricano. Algunos
problemas de fondo
La interpretación del registro artístico prehistórico y, por ende, de las
manifestaciones rupestres, se ha efectuado a partir de distintos enfoques. La propuesta
del arte por el arte (Halverson, 1987), el arte como expresión mágica (Breuil, 1952) o la
propuesta estructuralista (Leroi-Gourhan, 1965) vendrían a formar parte de una época
“inocente” en la que se suponía que la sistematización del registro rupestre permitiría
conocer el significado del mismo en las sociedades que lo produjeron1. Con
posterioridad se desarrollaron otras propuestas, como la del funcionalismo ambientalista
procesualista (Mithen, 1990) y marxista (Gilman, 1984), el funcionalismo chamánico
(Lewis-Williams, 1981) y el posfuncionalismo ideológico (Barich, 1996; Tilley, 1991).
Todas estas propuestas interpretativas se han pretendido más o menos holísticas (magia
1
El término “arte” procede de un enfoque que emana del propio sustrato de los investigadores, no
reflejando un concepto similar en los tipos de sociedad que estamos estudiando.
4
cazadora, estructuralismo o modelo chamánico), y todas han defendido de manera
apriorística que la interpretación dada era la correcta.
Frente a este panorama, es muy importante tener presente que el saber científico
se construye a la luz de los conocimientos existentes, sancionados por la comunidad
cognoscente, según su método de entender el mundo. En este sentido, consideramos que
la forma más adecuada de acercarse a la interpretación de las manifestaciones rupestres
pasa por un enfoque contextual, y no generalista. La explicación general, tal y como ha
señalado Fraguas (2006: 33), parece cada vez más imposible e indeseable, pues en la
multiplicidad de enfoques y de soluciones culturales está la esencia de los grupos
humanos como conglomerados socio-culturales. Esto quiere decir que deberíamos dejar
de buscar paradigmas globales a la hora de interpretar las manifestaciones rupestres.
En la mayoría de las ocasiones, no obstante, las manifestaciones rupestres no
pueden ser “leídas” directamente, pues los motivos representados son el resultado de la
destilación cultural producto del habitus del grupo. Curiosamente, en aquellos contextos
donde existen datos etnográficos directos y podemos desentrañar más fácilmente las
figuras, el arte nunca significa lo que es mostrado directamente (Fraguas, 2006: 37). Por
ello, si nos centramos en el ámbito canario, donde los datos etnográficos directos
desaparecen progresivamente como consecuencia de la conquista y colonización del
archipiélago en el siglo XV, podremos entender lo complejo que resulta adentrarnos en
el terreno interpretativo de las manifestaciones rupestres canarias. En otras palabras,
pretender aproximarnos al significado o a la función de los paneles dentro de la
sociedad que los generó es una empresa que resulta, cuanto menos, intrépida2. Y
paradójicamente, cronología y significado han sido los dos pivotes en torno a los que
han girado muchas de las valoraciones sobre las manifestaciones rupestres canarias.
Todo este panorama se complica aún más, si cabe, si tenemos presente que la
producción científica relativa a las manifestaciones rupestres canarias se caracteriza por:
a) la aparición de numerosas publicaciones elaboradas en muchos casos fuera de
programas de investigación y divorciadas de la discusión teórica; b) por el estudio
aislado de determinadas estaciones rupestres, configurándose así totalidades históricas
de pequeña escala (comarca, barranco, etc.); c) por la no incorporación – en la mayoría
2
Una discusión teórica sobre la importancia del “conocimiento indígena” aplicado a la arqueología y a la
interpretación de las manifestaciones rupestres, como parte del desafío al pensamiento y la
conceptualización “occidentales”, puede encontrarse en el trabajo de Horsthemke (2008). Para el caso
canario puede consultarse este trabajo: Farrujia (2009c).
5
de los casos – de la perspectiva de la arqueología espacial; y d) por el desarrollo de
investigaciones que se han limitado a la descripción formal de las manifestaciones
rupestres, sin llegar a ahondar en la problemática crono-cultural o interpretativa
inherente a ellas3.
En el África sahariana, por ejemplo, el paso del periodo bovidiense a los
períodos equidiense y cameliense se puede interpretar funcionalmente (la progresiva
aridez dificultaría la cría de bóvidos), pero también ideológicamente en el sentido de
expresión simbólica de poblaciones cada vez más marginadas y con recursos estéticos
en declive (Fraguas, 2006: 38-39). Frente a este panorama, en el ámbito canario la
prehistoria presenta un corto desarrollo temporal, en torno a 20 siglos (desde mediados
del siglo V a.n.e. hasta el siglo XV), por lo que, obviamente, resulta harto complicado la
aplicación de los criterios estilísticos definidos para el África sahariana por autores
como Monod (1932), Lhote (1961) o Muzzolini (1995)4. A la luz del conocimiento
científico actual, las Islas Canarias tan sólo pueden relacionarse con el marco de
referencia africano a partir del período del caballo y, aún así, debemos tener en cuenta
que tanto el animal que define precisamente a este período (caballo), como el que define
al período siguiente (camello), fueron introducidos en las islas con posterioridad a la
conquista. Ello permite entender, en buena medida, la práctica inexistencia de
representaciones de caballos y la total ausencia de camellos en las manifestaciones
rupestres canarias, a diferencia de lo que sucede en África5. Por consiguiente, la
comparación de las manifestaciones rupestres canarias con los períodos del caballo y del
camello debe efectuarse teniendo en cuenta esta realidad. Los grupos humanos que
arribaron a Canarias, procedentes del norte de África, portaban consigo un bagaje
3
Esta última problemática recogida en el apartado “d)” ya ha sido puesta de manifiesto con anterioridad
(Farrujia, 2002: 108-113; González et al., 2003; Soler, 2005: 167).
4
Autores como Le Quellec (1998: 142-143) han criticado acertadamente el uso del concepto de estilo,
porque a partir de la realidad observable actualmente en África, a una gran diversidad aparente de estilos
puede corresponder una homogeneidad cultural no perceptible por la sola contemplación de las
producciones artísticas. Además, el concepto de estilo lleva implícita una carga evolucionista (estilo
temprano, posterior, esquemático…).
5
Los únicos caballos documentados hasta la fecha en las manifestaciones rupestres canarias son los del
yacimiento de Aripe I (Guía de Isora, Tenerife), en donde aparecen representados dos ejemplares, o los
del Barranco de Balos (Tirajana, Gran Canaria), en donde se han registrado dos ejemplares con sus
respectivos jinetes (Farrujia y García, 2007). Cabe señalar, no obstante, que dentro del corpus de las
manifestaciones rupestres canarias se han documentado otros animales cuya presencia no está constatada
en el registro arqueológico y, por lo tanto, habría que asociar su representación con el bagaje cultural de
los grupos humanos responsables de tales manifestaciones. Nos referimos aquí al posible grabado
zoomorfo de bóvido de La Cañada de los Ovejeros (El Tanque, Tenerife) y a la escultura zoomorfa de
carnero de Zonzamas (Teguise, Lanzarote) (Mederos et al., 2003: 170 y 291).
6
cultural, pero lo cierto es que estos grupos tuvieron que hacer frente a cambios
ambientales y culturales como consecuencia de la colonización insular. Y tales cambios
debieron tener importantes repercusiones, entre otros campos, en el de las
manifestaciones rupestres, pues un grupo colonizador no puede reproducir íntegramente
la cultura de la que procede por llevar consigo tan sólo una pequeña proporción de las
características culturales, sociales y tecnológicas de aquella. Los cambios culturales,
obviamente, son la mayor parte de las veces graduales y se extienden a lo largo de
varias generaciones y, además, tienen orígenes multicausales y no exclusivamente
ambientales (Hassan, 1981).
Una vez asentados los grupos humanos en las Islas Canarias, existen otra serie
de factores que permiten explicar no sólo las diferencias que se dan entre los ámbitos
canario y africano, sino incluso dentro del propio panorama canario, que se define,
precisamente, por la variada temática de sus manifestaciones rupestres, documentándose
claras diferencias entre unas islas y otras. Los factores que explican este panorama son:
el propio condicionante geográfico (insularidad), el aparente aislamiento existente entre
las islas y el poblamiento de las islas por distintos grupos étnicos (Farrujia, 2004: 108118; González, 2004: 140-142; Tejera, 2006). Este panorama se complica aún más, si
cabe, por la inexistencia de secuencias diacrónicas que permitan explicar el desarrollo
de cada prehistoria insular, siempre y cuando exceptuemos el caso de la isla de La
Palma (Martín, 1998).
3. El arte rupestre de Marruecos y la realidad "líbico-bereber"
Los yacimientos rupestres en Marruecos se concentran en dos grandes regiones:
la región sur del Sahara y el norte montañoso. La primera incluye el Anti Atlas, Jebel
Bani y el curso del Oued Draa y sus afluentes. Se extiende desde el Océano Atlántico
hasta las montañas de Figuig (la frontera entre Marruecos y Argelia), con una tendencia
al suroeste-noreste. Los yacimientos catalogados integran un inventario de más de
doscientos (Simoneau, 1977). Desde el punto de vista temático, podemos distinguir el
horizonte de los cazadores y la vida silvestre, concentrado principalmente entre los
Jebel Bani y Oued Draa, y el "Bovidiano", de criadores de ganado vacuno, cuyos
yacimientos se concentran entre los Jebel Bani y el sur del Anti Atlas.
7
En la segunda región se encuentran los tres grandes grupos del Alto Atlas
Central, al sur de Marrakech: el Oukaimeden, el Yagour y el Jebel Rat, y se caracteriza
por el hecho de que los yacimientos están en zonas altas, a una altitud de entre 1800 y
2700 metros, siendo frecuentada en verano por los pastores trashumantes. En estos
centros los principales temas representados son las armas metálicas, y se podría decir
que estos diseños tienen armas reales como modelos típicos de la civilización de El
Argar, en su apogeo, alrededor del 1800 a.n.e. (Chenorkian, 1988; Rodrigue, 1996).
Estas dos grandes regiones tienen en común un tipo de representaciones
rupestres conocido como "arte líbico-bereber" y lo que podríamos llamar el tercer
horizonte. Se centra más o menos en la representación de figuras a caballo, armadas con
escudo y lanza, dedicadas a la caza o las acciones de lucha. Los grabados son casi
siempre hechos mediante la técnica de picado6 y su tamaño no suele ser superior a 3035 cm. Este tipo de representación es un tema omnipresente, que atraviesa las distintas
regiones geográficas. Mediante el análisis de la situación geográfica, sin embargo,
podemos afirmar que existe un signo inequívoco en la elección del sitio en que se
documentan los grabados: responder a algunas necesidades como controlar el territorio,
o las vías de acceso y comunicación.
Encontramos concentraciones significativas de estos yacimientos líbicobereberes en Lgaada, cerca del Océano Atlántico, en una colina que domina la llanura
de Tiznit (Bravin, 2009) y controla el acceso a la meseta del mismo nombre. El sitio de
Azrou Klan (Monteil, 1940; Rodrigue, 2007) se encuentra en un barranco, obligado
paso por las montañas. El sitio de Assif Tiwandal (Searight et al., 1987), en el Anti
Atlas occidental, se encuentra en un barranco por un sendero que conduce a Igherm, un
pueblo a 1800 metros de altitud, que controla un paso que también es un punto de
encuentro entre los diferentes valles. También en el Anti Atlas se encuentran, en un
afluente del Oued Draa, el yacimiento de Foum Chenna, con una impresionante
concentración de dibujos, tal vez unos dos mil (Glory et al. 1955; Reine, 1969;
Simoneau, 1968-1972; Pichler 2000a y b)7. El yacimiento está ubicado en la costa del
Oued, probablemente en un camino de acceso controlado a las montañas, donde hay una
mina de cobre. En el paso de Tizi ´n Tighyst (a los pies del Jebel Rat, Alto Atlas
6
Un yacimiento rupestre con pinturas de varios estilos comprendidos en el grupo “líbico-bereber” está
siendo actualmente investigado por parte de una misión italo-marroquí, de la que forma parte Alessandra
Bravin.
7
El yacimiento de Foum Chenna es actualmente objeto de estudio, como parte de la Tesis doctoral de
Alessandra Bravin.
8
Central) se localiza el yacimiento homónimo (Glory, 1953; Malhomme, 1959-1961;
Rodrigue, 1996). El paso conecta dos valles, que todavía están habitados por pastores
trashumantes, y una meseta en la que se documentan muchos grabados incisos8. Un sitio
cerca de Marrakech, ahora destruido casi por completo, dominaba la llanura del Oued
Tensift (Rodrigue, 1987-1988).
La primera mención de la existencia de representaciones de figuras a caballo se
debe al rabino Mardoqueo Aby Serour, quien señaló en 1875 (Sémach, 1928) que en el
suroeste de Marruecos existían algunos grabados de este tipo acompañados de
inscripciones. Fue G.-B.-M. Flamand (1921) el primero en aislar, en su periodización de
los sitios de Argelia, un grupo de grabados recientes con figuras esquemáticas e
inscripciones "líbico-bereberes”. A partir de esta clasificación, Flamand detectó esta
etapa en Marruecos en algunos sitios en el Col de Zenaga, en la frontera entre Argelia y
Marruecos. Sin embargo, las publicaciones dedicadas a la "fase líbico-bereber", desde
su redescubrimiento, siguen siendo limitadas y no más de dos docenas. Esto refleja el
interés marginal en esta etapa, que sigue siendo poco conocida en toda su complejidad.
Sin embargo, es una etapa crucial de la protohistoria marroquí, ya que en el
primer milenio a.n.e. se asiste a la transición de una economía pastoral, que consume
importantes recursos hídricos y se desarrolla en un ambiente apropiado, a una economía
de escasez, en la que se asiste al aumento de la aridez. El arte "Líbico-bereber" refleja la
presencia, en la sociedad que la produjo, de nuevos elementos: la proliferación de armas
de metal y un animal previamente desconocido: el caballo. Estos nuevos recursos
probablemente transformaron las relaciones sociales, las comunidades económicas y
culturales, aunque los detalles y la dinámica de este cambio por el momento se nos
escapan.
En relación con la enucleación de horizontes presentados anteriormente, parece
existir cierta convergencia entre los estudiosos, pero lo mismo no puede decirse con
respecto a su posición cronológica en el arte rupestre de Marruecos. La diferencia es
entre aquellos que apoyan una cronología "corta" (Searight, 2004; Rodrigue, 2006) y
aquellos que apuestan por una cronología "larga" (Hachid, 1992; Aumassip, 1994 y
1997; Guerra, 2005). Pero todos coinciden en situar el arte rupestre "líbico-bereber" en
la etapa final de la expresión artística marroquí y en general del Sahara.
8
El yacimiento de Tizi 'n Tighyst es actualmente objeto de estudio, como parte de la Tesis doctoral de
Alessandra Bravin.
9
4. "Líbico-bereber”: una categorización muy amplia
En el grupo que lleva por nombre "líbico-bereber”, que se extiende por
Marruecos o la totalidad del Sahara, se documentan toda una serie de elementos muy
heterogéneos, que a su vez generan definiciones muy diferentes dependiendo de los
autores que han analizado esta fase. Los elementos que se incluyen en la categorización
“líbico-bereber" son principalmente representaciones de animales (caballos con y sin
silla de montar, camellos, avestruces, felinos, muflones, cánidos), personajes (jinetes
armados y sin armas, soldados de infantería armados o no, personajes asexuados en
posición orante), inscripciones alfabéticas, objetos (broches, pulseras, dagas árabes),
huellas,
huellas
de
manos,
signos
geométricos
no
interpretables.
En cuanto a las dos regiones rupestres de Marruecos, nos referiremos brevemente a los
elementos principales mencionados anteriormente para tratar de delimitar con mayor
precisión el concepto de "Líbico-bereber":
- Las figuras a caballo, ampliamente consideradas como el sello distintivo de esta fase.
- Antropomorfo: se representan personajes a pie, armados con una lanza o un palo o
completamente libre de armas. Las actividades que realizan son las mismas que para los
jinetes, pero a menudo no participan en ninguna actividad. Las representaciones son
generalmente asexuadas, pero justo en un sitio en el suroeste de Marruecos, Azrou Klan,
los personajes, todos varones, se caracterizan por mostrar claramente su sexo (Rodrigue,
2007). Cabe señalar que al lado de ellos hay, entre otras figuras, tanto jinetes como
camellos y objetos de adorno.
- Escritura/inscripciones: aparecen en el Alto Atlas, en las mesetas del Oukaimeden
(Rodrigue, 1996) y del Yagour (Malhomme, 1959-1961), antes de la fase en cuestión, y
son abundantes en algunos sitios como Foum Chenna (Reine, 1969; Pichler, 2000a),
donde están a veces estrechamente asociados con figuras de jinetes. Sin embargo, no
puede considerarse como un sello distintivo de esta fase hasta tanto se aclare cuándo
surge la escritura, su evolución y distribución en las diferentes regiones (Camps, 1975 y
1996). Además, hay sitios con figuras de jinetes que están completamente libres de
escritura (Tiznit, Tizi 'n ‘Tighyst, Marrakech).
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- Dromedario: no puede ser considerado como un sello distintivo de esta fase porque
históricamente su entrada en el norte de África es posterior a la del caballo: apareció en
Marruecos probablemente en nuestra Era (Nouhi, 1990). Identifica la fase del camello,
continuación histórica de la fase anterior, pero con diferentes implicaciones sociales y
culturales.
- Signos geométricos no interpretables: no pueden tener carácter distintivo debido a que
no se asocian sistemáticamente con los jinetes y su posición cronológica, cuando
aparecen aislados, no está clara.
- Joyas y puñales de hoja curva: en general la pátina es clara o muy clara, se asocian en
ocasiones con las figuras de los jinetes, y esta asociación debe ser mejor estudiada
debido a que algunos de ellos, las fíbulas, son hoy parte del adorno femenino y el
mundo rupestre "Líbico-bereber" es un universo masculino. El puñal de hoja curva es
llamado también puñal árabe, introducido después de la islamización del país, y no se
puede atribuir a la fase “Líbico-bereber”.
De todos estos elementos es evidente que sólo la figura a caballo es el distintivo
esencial para caracterizar la fase de “Líbico-bereber", ya que otros elementos tienen una
posición cronológica todavía no consolidada (inscripciones alfabetiformes), o resultan
ser claramente posteriores (dromedario ) y en este caso, esta fase debe tener derecho a
llamarse a sí misma "camelina”. No obstante, sigue siendo difícil asignar una figura en
un
momento
u
otro
cuando
este
es
un
caso
aislado
y
sin
contexto.
Sin embargo, es necesario afinar las herramientas de análisis para distinguir la
fase del caballo de la del camello, que es el último animal doméstico que entra en el
norte de África. La distinción es importante porque pone de relieve los rasgos de la
clasificación y el sustrato cultural diferente del mundo del caballo y el del camello. La
presencia de los camellos, de hecho, indica una perspectiva cultural estrechamente
relacionada con un mundo "Sahara", basada principalmente en el nomadismo, la
reproducción y el control del pastoreo. Por otra parte, sólo a través del camello podría
iniciarse el transporte y el comercio a larga distancia en áreas donde aumentó la aridez,
por lo que este fue el motor de la realidad económica de las poblaciones del Sahara. El
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caballo, que coexistió con el dromedario, se mantuvo como animal de prestigio. El
mundo de los nómadas pudo incorporar el del jinete . Pero lo mismo no se puede decir
para el mundo de los jinetes, que precede al de los nómadas: su horizonte se basa en el
control de un territorio y sus recursos. El caballo, que necesita cuidados y agua
diariamente, es el animal de prestigio por excelencia, especialmente valorado en la
lucha y la guerra por el control del territorio mismo.
5. Análisis iconográfico
El análisis iconográfico de los elementos que caracterizan la etapa "líbicobereber" marroquí nos lleva a repasar el caballo y la montura, así como al jinete con su
armamento y los aspectos particulares, tales como el peinado o el tocado.
-El caballo se introdujo a mediados del II milenio a.n.e. en Egipto (Camps, 1982). De
allí se extendió rápidamente a través del Sahara y África del Norte. Sin embargo, el
modo de difusión y los caminos son por ahora totalmente desconocidos y es imposible
determinar cuando el caballo llegó al extremo representado por la costa occidental
atlántica de Marruecos, que se muestra en el sitio de Lgaada, situado a cuatro kilómetros
de la costa (Bravin, 2009). El caballo fue introducido junto al carro ligero, y sólo más
tarde se convirtió en un caballo montado (Camps, 1993; Muzzolini, 1982). En el arte
rupestre del Sahara central el carro tirado por caballo marca el comienzo de la fase
“equina", en la que se representa el caballo en una especie de carrera frenética, con las
piernas totalmente extendidas horizontalmente, y por ello estas representaciones se han
denominado “au galop volant" (a galope tendido) (Mori, 1965; Lhote, 1958 y 1982;
Muzzolini, 1995). Esta fase se desarrolla sólo en los macizos del Hoggar, Tassili y del
Akakus.
En Marruecos, en el estado actual de la investigación, la asociación formal del
caballo y el carro aún no se ha documentado y el carro se representa, generalmente, sin
animales de tiro. El caballo aparece entonces en escena con la iconografía típica de la
etapa marroquí "líbico-bereber", es decir, con un jinete y, a menudo con la silla de
montar.
- Arreos (silla y riendas): una silla de tipo moderno, con los arzones y el
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relleno, apareció alrededor del siglo V a.n.e. entre los pueblos nómadas de las estepas de
Asia y fue probablemente introducido en Grecia y el Oriente Próximo por los Escitas.
Se extendió a Roma y entre los Galos, que mejoraron la funcionalidad. En África del
Norte la vía de difusión pudo ser diversa, no sólo porque los mercenarios galos
combatieron en las filas del ejército cartaginés, sino sobre todo gracias a los contactos
directos entre el norte de África y la propia Grecia, en particular en el momento de
Masinisa. Posteriormente, pudo propagarse a través de Roma y su ejército. En el arte
rupestre la silla está representada con una simple convención gráfica que consiste en dos
líneas verticales o ligeramente oblicuas al frente y detrás del jinete. El aspecto
problemático representado por la silla de montar en el arte rupestre es el hecho de que
coexisten en el mismo sitio caballos ensillados y no, sin diferencias entre estas dos
categorías de estilo, de técnica y de pátina. No se puede decir, por tanto, que el caballo
sin silla es más antiguo que el que no la tiene. El único sitio conocido hasta la fecha en
la que todas las representaciones carecen por completo de sillas, se encuentra cerca de
Marrakech (Rodrigue, 1987-1988).
En cuanto a las riendas, están representadas en casi todas las imágenes de
caballos, a menudo con un simple trazo que se extiende desde el brazo del jinete a la
cabeza o la boca del caballo. Otros detalles como el bocado no están resaltados.
- El personaje: la forma de representar al jinete varía mucho de un sitio a otro y
se puede hablar de verdaderos estilos regionales. Por ejemplo, el sitio de Lgaada en
Tiznit incluye personajes representados con un cierto grado de plasticidad (parte
superior del cuerpo bien diseñado), en Tizi-n Tighyst las expresiones están muy
acentuadas, mientras que la mayoría de los grabados de Foum
Chenna son
esencialmente dibujos esquemáticos. Otra característica regional es la presencia o
ausencia de las piernas del jinete por debajo del vientre del caballo. En Lgaada éstas
nunca se representan, en el Tizi ‘n Tighyst sólo se representan las piernas en algunos
casos, mientras que en Foum Chenna aparecen muchos representados con piernas.
Debido a la reducida dimensión de las representaciones, los pequeños detalles a menudo
escapan a la vista. De hecho, a veces varía la forma de los adornos en la cabeza que
podrìamos definir un peinado o tocado. En Tiznit, en Foum Chenna y en algunos
ejemplos del Tizi-n Tighyst son numerosos estos elementos, pero el análisis no nos
permite definir su verdadera naturaleza.
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- Armas: el escudo es el arma de defensa por excelencia del caballero y está
presente en todos los sitios "Líbico-bereberes”. Se suele representar como un objeto
pequeño, redondo y sostenido por la mano del jinete o del personaje a pie. En algunos
sitios aparece suspendido del brazo del personaje.
Otras armas ofensivas que portan los jinetes y los personajes a pie son la jabalina
o lanza. La distinción se hace a menudo difícil por la falta de proporción entre los
diversos componentes de la figura. A veces se presenta una punta de la lanza más grande
que el caballo, mientras que otras veces sólo una sección corta en línea recta al extremo
del brazo indica la presencia de un arma. No todos los jinetes están armados en todos
los yacimientos en que aparecen representados. Por ejemplo, en Lgaada ningún
personaje tiene un arma ofensiva, mientras que la gran mayoría de los personajes en el
Tizi ‘n Tighyst’ están armados y participan en duelos y cacerías. No es posible por ahora
conocer las razones de estas diferencias. Cuando la punta del arma no es visible, es
posible que el objeto representado en las personas a pie sea un bastón.
El mundo representado en el arte rupestre “Líbico-bereber” es totalmente
masculino. Los personajes armados a caballo son claramente hombres, así como los
guerreros, los personajes armados con lanza y escudo, actuando en los duelos o en la
caza de muflones y felinos. Aparte de algunos detalles poco comunes relacionados con
el tocado (casco, pelo, plumas), se representan generalmente con pocos tramos rectos en
los que se identifica el tronco, los brazos y las piernas. Igualmente rara es la
representación de las prendas de vestir, quizá pantalones, reconocibles por la forma
redondeada de las piernas. Entre las miles de imágenes de este tipo, la presencia de la
figura femenina, si la interpretación es correcta, es siempre muy rara. En Foum Chenna
tan sólo se conocen unos tres casos y en Tizi ‘n Tighyst’ uno sólo. Estos personajes no
manejan ni escudo ni lanza, tienen un vientre pronunciado o el busto triangular que
puede ser la representación de una especie de capa o una prenda de vestir. Difieren en
cada caso por las formas lineales de todos los otros personajes.
5.1. El contexto iconográfico
Los personajes de la fase “Líbico-bereber" aparecen a menudo acompañados de
otras figuras, aunque las escenas son pocas, es decir, entre todos el tema de la caza y
lucha son predominantes. Los personajes luchan, se ocupan de las armas y los escudos o
persiguen a un felino que perforan con una lanza (Tizi ‘n ‘Tighyst), o a veces
14
representan la caza de avestruces y muflones con la ayuda de perros. En Foum Chenna y
al’ Assif Tiwandal parece predominar el tema del choque entre la caballería y la
infantería, pero no así la caza de felinos, escena que aparece representada
sistemáticamente en Foum Chenna. Estas actividades están totalmente ausentes de
algunos sitios (Lgaada, Marrakech) y la imagen del jinete aparece aislado, sin relación
aparente con la imagen más cercana.
5.2. El Estilo
Es reconocible a primera vista, no sólo por el tema representado, sino porque el
estilo de esta fase es generalmente llamado "esquemático", crea pequeñas figuras
marcadas por una fuerte estilización, que deja de lado los detalles, predominan las
siluetas y la técnica es por lo general el picado, tanto directo como indirecto. Sin
embargo, la variabilidad dentro de esta definición genérica es muy alta. La tendencia es
a evolucionar de una forma naturalista a una forma más esquemática, pero son muchos
los casos de incisiones ejecutadas cuidadosamente durante la fase del camello, en
comparación con incisiones más mediocres de la etapa "Líbico-bereber". En la
actualidad la investigación no permite asignar un valor cronológico al estilo, por lo que
es necesario analizar los yacimientos “líbico-bereberes" en toda su complejidad, para no
caer en generalizaciones.
5.3. Encuadre Cronológico
Los elementos de que se dispone para establecer una cronología de la fase
"Líbico-bereber" y del camello son esencialmente dos: la silla y el dromedario. En
cuanto al primero, hemos visto que su distribución entre las distintas civilizaciones en el
Mediterráneo y Norte de África (bereberes antiguos, Cartago, Roma, Iberia, Galia), fue
probablemente simultánea y se produjo probablemente en los últimos siglos antes de la
Era Cristiana. Su presencia en el arte "Líbico-bereber" podría convertirse en una
referencia cronológica importante si la investigación confirma esta hipótesis. El
dromedario apareció, como hemos visto, en torno a nuestra Era, por lo que es una
referencia cronológica relativamente contrastada y universalmente aceptada. El arte
rupestre "Líbico-bereber" y del período del camello puede haberse desarrollado durante
un período comprendido entre los siglos V y III a.n.e. C. y los principios de la
islamización, en torno a los siglos VII-VIII d.n.e.
15
6. Sur de Marruecos y Barranco de Balos: comparación de dos contextos rupestres
En el estado actual de la investigación, el origen de la población de las Islas
Canarias, que tuvo lugar a mediados del primer milenio antes de la Era, hay que
buscarlo en África, especialmente en las regiones del norte de África. Las
manifestaciones rupestres y las inscripciones alfabéticas descubiertas en el archipiélago
pertenecen al mundo Líbico-bereber, pudiéndose reconocer la presencia del "ciclo de los
jinetes del Sáhara" en algunas islas, especialmente Tenerife (Farrujia y García Marín,
2007), a partir de la afinidad existente con algunas manifestaciones rupestres del suroeste del Sahara.
En esta parte de nuestra contribución proponemos la lectura de algunos
petroglifos de Gran Canaria, en particular, los grabados del Barranco de Balos, para
tratar de identificar las afinidades posibles con algunas imágenes de la fase rupestre
Líbico-bereber y con la etapa del camello del sur de Marruecos.
Antonio Beltrán Martínez publicó en 1971 el conjunto de los grabados del
Barranco de Balos (Beltrán Martínez, 1971). A los efectos de nuestro análisis tendremos
en cuenta las siguientes cuestiones: los antropomorfos, los jinetes a caballo y un signo
definido como en forma de abeto. El primer apartado incluye alrededor de 130 figuras
humanas, mientras que el segundo se trata en el capítulo dedicado a los animales (124126), que describe los cinco caballos con jinete documentados en el yacimiento. La
tercera se compone de cuatro figuras.
El grupo de los antropomorfos fue dividió en 17 grupos tipológicos (Beltrán
Martínez, 1971: 118-122), de los cuales dos se definen como “estilo naturalista”, uno
como "tipo evolucionado", cinco como “estilo esquemático” con diferentes subgrupos,
nueve son definidos como "estilizados", y también incluye varios subgrupos. El total de
la clasificación asciende a 29, entre los grupos y subgrupos. Desenredar esta
clasificación no es fácil, pero hemos destacado un pequeño grupo de antropomorfos
que presentan similitudes con algunos sitios de Marruecos. Se trata de la figura 31 del
Panel XIX, que presenta un personaje con cabeza, los brazos extendidos, el sexo
representado y las piernas y los pies orientados hacia la izquierda. En una mano parece
tener un objeto que podría ser un escudo. La segunda es la figura 63 – panel XXXV nº
1, en posición frontal, no sexuada, la pierna izquierda no está completa y porta en la
mano izquierda un objeto que podría ser un escudo. En el mismo panel, otro personaje,
16
de factura distinta, será descrito más adelante. Este tipo de representación está más
cerca de algunas imágenes del yacimiento de Foum Chenna (Fig. 1, 2 y Foto n. 1): los
personajes, todos de pequeñas dimensiones y no sexuados, tienen los brazos abiertos y
en una mano empuñan un objeto circular, identificado como un escudo.
La segunda figura del panel XXXV presenta un antropomorfo filiforme,
sexuado, con los brazos abiertos y las manos grandes apuntando hacia abajo, los pies
también se muestran con cinco dedos grandes. En el sitio de Azrou Klan (Rodrigue,
2007) dos personajes tienen características similares (Fig. 3 y 4): el sexo es
representado, tienen los brazos extendidos y grandes manos y los dedos de los pies
también aparecen representados, destacando su gran tamaño.
Por último, la figura 44 del panel XXV muestra claras similitudes con el
personaje representado en Igherm (Anti Atlas), como se muestra en la Figura No. 5 de la
publicación de Werner Pichler (2008: 198). Es un pequeño personaje con las piernas
ligeramente flexionadas, sexuado, y el pecho y los brazos forman una cruz.
Aparte de este pequeño grupo, hay decenas de grabados en Balos difíciles de
identificar, que se agrupan bajo el nombre de "salamandra" según la tipología de
Beltrán Martínez (p. 119), que incluye nueve subgrupos. Este signo tiene un valor
ambiguo, ya que se puede interpretar tanto como un reptil, o como una figura masculina
sexuada y muy simplificada. Este tipo de figuras tiene una gran dispersión en los
yacimientos de la etapa del camello en Marruecos, caso del yacimiento de Azrou Klan
(Rodrigue, 2007: 98, fig. 8), donde este tipo de figura aparece junto a un caballo
estilizado y junto a signos abstractos no interpretables.
El tema de los caballos y de los jinetes, como hemos señalado, ha sido tratado
por Beltrán en el capítulo dedicado a los animales. Este autor los presenta como una
"estilización de caballos montados" (Beltrán Martínez, 1971: 125) y los distingue en dos
grupos con las características siguientes: el primer grupo (panel XLIII), integrado por
dos representaciones, se presenta de perfil, con sólo dos patas, los jinetes son muy
toscos y ejecutados mediante una línea vertical, y sólo se pueden ver las piernas, que
descienden casi hasta el suelo, y las riendas del caballo. El segundo jinete no tiene
piernas y su caballo no tiene riendas. Este grupo, debido a la presencia del caballo, fue
catalogado como histórico, se atribuyó a una época posterior a la llegada de los
Europeos. El segundo grupo (panel XLVII) consta de tres figuras en las que todos los
caballos tienen cuatro patas, dos jinetes están representados por una sola línea vertical y
el tercero es una cruz. Ninguno tiene riendas. En la búsqueda de posibles relaciones con
17
figuras similares, Beltrán relaciona el tema del primer grupo con una figura de caballo
montado del desierto de Negev, "no muy antiguo", mientras que para el segundo grupo
refiere un ejemplo, en Suiza, Carschena, que data de la Edad del Bronce ( Martínez
Beltrán, 1971: 125). En la secuencia cronológica propuesta para los grabados de Balos,
los caballos se integran en el mismo grupo de los antropomorfos con botas de tacón,
posteriores a la llegada de los europeos a las Islas (Beltrán Martínez, 1971: 154).
En muchos yacimientos "Líbico-bereberes" del sur de Marruecos se pueden
encontrar muchas figuras de jinetes del todo similares a los de Balos, y si nuestra
interpretación es correcta para el caso canario, no podemos relacionar estas figuras con
la invasión española, sino que tales grabados forman parte del ciclo "de las figuras a
caballo, pero de un tipo diferente a las ya documentadas en Tenerife (Farrujia y García,
2007). En la fase líbico-bereber y del camello marroquí, son frecuentes las figuras
realizadas sumariamente, con un esquematismo extremo. La manera de representar el
caballo con una simple línea horizontal, interrumpida en un extremo por una línea
vertical para indicar la cabeza y sin representar las piernas del jinete se documenta en el
yacimiento de El Rhoula (Fig. 5), de Jorf El Rhil (Fig. 6) y cerca de Marrakech
(Rodrigue, 1987-1988: 2).
En estos yacimientos se representa el caballo con una sola línea vertical. Es
representado a veces con un trazo cruciforme, como en Foum de Chenna (Fig. 7, 8, 9 y
10), o en Igherm, en el Anti Atlas (Pichler, 2008 : foto 28 p. 215, foto 35 p. 217, foto 65
p. 235), mientras que hay un sinnúmero de figuras humanas que están en forma de cruz
que portan un escudo (Fig. 11). Un rasgo característico de las representaciones de
“Líbico-bereber” es la representación del caballo, siempre de perfil, con sus cuatro
patas, mientras que el jinete se ve de frente. De este modo, se pueden apreciar los dos
brazos, de los cuales uno por lo general levanta el escudo y el otro sujeta las riendas del
caballo o la lanza.
En la figura 31 del yacimiento de Igherm (Pichler, 2008: 216) se presenta, como
siempre, el caballo de perfil mientras que el jinete tiene las riendas de una manera que
recuerda la postura del jinete del grupo XLVII de Balos. Este panel, según la foto LXIX,
puede presentar también el jinete de perfil, pero el brazo puede pasar inadvertidamente
debido al mal estado de la incisión. Por último recordamos el cuerpo del panel XXXII
de la figura n 8, que Beltrán no describe en el texto, y que también podría identificarse
con un caballo montado, muy estilizado.
18
El tercer tema representado en el Barranco de Balos en cuatro figuras (panel
XXXII nº 2, panel XXXIV nº 2 y 3) es el que se denomina "en forma de abeto” (Beltrán
Martínez, 1971: 87 y 88). El signo consiste en una línea central y cortada por líneas
paralelas, cuyo número varía de un mínimo de cuatro a un máximo de diez. Dos de
estos "abetos" están separados por una forma rectangular con dos líneas paralelas en el
interior. En el yacimiento de Tiwandal se documenta un dibujo con la misma estructura,
atravesada por líneas paralelas, en número de seis (Foto n. 2). Este dibujo, de pátina
total, se halla sobre una losa con dibujos también de patina total, y sobre algunos de los
cuales, en un momento sucesivo, se realizó un jinete y una huella de pie, que tienen por
eso una pátina sensiblemente más clara.
La posibilidad de que los grabados del Barranco de Balos analizados en este
trabajo puedan identificarse como pertenecientes a la etapa de grabados "Líbicobereberes" y de la fase del camello, tal como se ha definido anteriormente para
Marruecos, se basa en la afinidad de "estilo" de las figuras: la esquematización extrema
del caballo y jinete; en la afinidad formal: la analogía del signo "abeto"; y en el
contenido o tema: el caballo montado, presencia de personajes con escudo,
representaciones antropomorfas filiformes con manos grandes y, finalmente, en el
contexto de las propias figuras: la presencia de inscripciones alfabéticas "líbicobereberes", signos en forma de "salamandra" y signos que no pueden interpretarse,
como signos geométricos en forma de U, de cruz, etc.
La asignación de los "caballos de montar”, propuesta por Antonio Beltrán
Martínez, a un momento posterior a la llegada de los europeos, quienes introducen el
caballo en el archipiélago, no es aceptable. En la época de la conquista de las Islas
Canarias, la caballería estaba equipada con arreos y arneses muy sofisticados como la
silla de montar y los estribos (común en Europa desde el siglo IX-X). A pesar de la
estilización extrema del dibujo, difícilmente se omitirían detalles tan importantes como
non se omitieron, por ejemplo, las botas de los antropomorfos, que son la única pieza de
ropa que aparece representada y por tanto es un detalle claramente importante para el
autor de los grabados. Es muy probable, sin embargo, que los autores de los dibujos de
"équidos montados" hayan realizado los grabados desde la memoria, sin la necesidad de
observar el modelo del natural, pues no se ha documentado en Canarias la presencia de
caballos durante la época indígena, así como se hizo desde la memoria para los signos
alfabéticos grabados sobres las losas del archipiélago.
19
7. El ciclo sahariano de los jinetes y su presencia en Tenerife
Tal y como ya hemos argumentado en otras publicaciones (Farrujia y García,
2005 y 2007), los yacimientos de Risco Blanco y Aripe I y Aripe II (Tenerife),
presentan claras afinidades con los documentados en el conjunto de Leyuad (zona I), al
sur del Sahara Occidental, integrado por pinturas y grabados, sobre todo de
antropomorfos, si bien también se representan animales y algunos signos de carácter
antropomórfico (Pellicer et al., 1973-1974: 39-41). Asimismo, los motivos geométricos
de ambos yacimientos presentan claras afinidades con los documentados en las
estaciones de Gleib Qetba y Uad Bomba, ambas emplazadas también al sur del Sahara
Occidental (Pellicer et al., 1973-1974: 28-29). El conjunto de Leyuad pertenece al
denominado ciclo de los jinetes, avanzado en el Sahara Occidental y definido, entre
otros aspectos, por los antropomorfos esquemáticos tendentes a la forma cuadrática. Por
su parte, los yacimientos de Gleib Qetba y Uad Bomba han sido relacionados con el
Periodo del Camello (Pellicer et al., 1973-1974: 28-29).
Tal y como ha señalado Lhote (1982: 119) en relación con el ciclo de los jinetes,
el estilo de los caballeros o jinetes puede considerarse como una prolongación del de los
carros a galope. La vestimenta experimenta cambios (se pasa ahora al estilo bitriangular
o cuadrático), pero el armamento permanece idéntico: lanzas y escudo redondo. Estas
manifestaciones se desarrollan, a lo largo del primer milenio a.n.e., por los mismos
lugares que las de sus predecesores, es decir, llegan más allá de los grandes macizos,
abarcando zonas montañosas y grandes valles, hasta arribar, en fechas más recientes, al
Sahara suroccidental. En este periodo se multiplican las figuraciones, lo que se
corresponde con un crecimiento demográfico sensible. Así, por ejemplo, en el macizo
de l’Aïr la imagen del guerrero libio con escudo redondo se cuenta por docenas de
millares9. Tanto en el Este como en el Oeste del Sahara, los grabados rupestres de la
misma época representan tipos de guerreros de estilo y armamento diferente, pero no así
9
La etapa del guerrero libio se desarrolla tanto en el período del caballo como en el periodo del camello,
en diversas regiones del Norte de África, pero especialmente en Adrar des Iforas (Mali), l’Aïr (Níger) y
Hoggar (Argelia). Los guerreros pueden aparecer representados con o sin armamento, en estilo
esquemático o geométrico, por lo general de frente y mediante la técnica de picado (Muzzolini, 1983:
439-442; Searight, 2004: 186).
20
en el Sahara central, realidad ésta que pone en evidencia la identidad y la uniformidad
del poblamiento del Sahara central, donde no se constatan intrusiones extranjeras10.
Por estas fechas el Sahara estuvo dominado por el caballo, tal y como se
confirma a partir de los grabados y pinturas rupestres en donde este animal aparece
tanto como la montura del guerrero como del nómada. Con posterioridad, durante la
ocupación romana de África del norte, el África sahariana estuvo poblada por tres
grupos étnicos diferentes, tal y como se desprende a partir del arte rupestre. En l’Aïr y
alrededores los antropomorfos y guerreros se pueden relacionar con las poblaciones
Garamantes, los Atarantes y los Atlantes que, por esa época, ocupaban el Tassili y
Hoggar. El sur de Tassili, casi hasta Níger, estaba ya ocupado por los libios, tal y como
se puede deducir a partir de los carros grabados en l’Adrar des Iforas. En el actual
Marruecos los guerreros están relacionados con los Gétulos (Lhote, 1982: 150-154;
Hachid, 2000: 105). Por su parte, los antropomorfos y guerreros esquemáticos y
cuadráticos que se localizan en el Suroeste de Marruecos, Sahara Occidental y al sur del
Atlas sahariano (Norte de la actual Mauritania), están en relación con poblaciones
nómadas, blancas y de origen bereber, pues los hallazgos arqueológicos han confirmado
el uso de caracteres líbico-bereberes entre estas poblaciones (Lhote, 1982: 142; Salama,
1983: 527-528; Searight, 2004: 53)11.
Las características de las manifestaciones rupestres asociadas a los distintos
grupos étnicos han sido definidas por autores como Monod (1932, 1938), Lhote (1972 y
1982), Muzzolini (1983), Le Quellec (1993: 25) o Hachid (1992 y 2000: 163-172). En
el Sahara oriental (Tibesti), se representan dos tipos de personajes: los arqueros de
perfil, que suelen llevar dos plumas en la cabeza, y los lanceros de frente, de cabeza
redonda y coronada por una o varias plumas, que portan una lanza muy larga, de tipo
sudanés. Estos guerreros difieren totalmente de los representados en el Sahara central y
10
La idea acerca del aislamiento del Sahara Central ha sido recientemente cuestionada por Malika Hachid
(2000: 195), pues según este autor, los hallazgos arqueológicos reflejan que los bereberes del desierto no
vivían aislados en el Sahara central, es más, se desplazaron hacia el norte. Las elites poseían los medios
para desplazarse: carro, caballos, armas metálicas y más tarde el camello. Y la escritura facilitaba la
comunicación. En cualquier caso, sí que es cierto que las características de los guerreros del Sahara
Central difieren de las de los del Oeste y Este del Sahara.
11
Mientras que es posible lanzar una hipótesis para explicar el poblamiento del Sahara Central, gracias a
las crónicas egipcias, a los textos de Herodoto o a la documentación rupestre emplazada en el país de los
touareg, no sucede lo mismo con el Sahara suroccidental, en donde existen más problemas a la hora de
definir a los grupos humanos bereberes de este ámbito (Lhote, 1982: 154; Hachid, 2000: 105). Asimismo,
la distribución de los yacimientos rupestres en esta franja sahariana revela una intensa actividad humana
en un área en la que prácticamente no se han desarrollado excavaciones arqueológicas (Searight, 2004).
21
no aparecen caracteres líbico-bereberes asociados a los personajes. Este ámbito se
conoce como el país de los Tebous (Lhote, 1982: 143 y 145).
En el Sahara Central, que se corresponde con el país actual de los Touareg, las
manifestaciones se emplazan en Tassili-n-Ajjer, Hoggar, l’Adrar des Iforas y l’Aïr. Es
la zona más rica en pinturas y grabados rupestres. El personaje característico es el
guerrero bitriangular armado con tres lanzas, dos en una mano y una en la otra, y con el
escudo redondo. No obstante, también se representan individuos sin armas, tal y como
ya hemos comentado. Con posterioridad al carro se representa la caballería montada,
representada por guerreros portando tres lanzas, escudo redondo y plumas en la cabeza.
Estas representaciones de guerreros suelen aparecer con el puñal colgado del brazo y
acompañadas de caracteres líbico-bereberes. Con el paso del tiempo este tipo de
guerrero aparece progresivamente acompañado del camello y pasa a portar sólo una
lanza o un sable de tipo tuareg, aunque en ocasiones aparece sin armas. Las poblaciones
del Sahara Central se pueden considerar como descendientes de los libios garamantes
(Monod, 1932: 128-139; Lhote, 1972: 191-203 y 1982: 144 y 154; Muzzolini, 1983:
442, 464-467 y 1988; Hachid, 2000: 163-172).
La tercera y última zona se emplaza en el Oeste, en concreto, en el Suroeste de
Marruecos, en el Sahara mauritano y en el Sahara Occidental, pudiéndose hablar, según
Lhote (1982: 234) de un parecido familiar que permite relacionar las estaciones
rupestres documentadas en este extremo del Sahara. Aquí las figuraciones se presentan
de forma diferente, pues las figuras tienden a ser más geométricas y el período líbicobereber entra dentro de la abstracción. El diseño figurativo tiende a desaparecer y
comienza a predominar el estilo geométrico (Hachid, 1992: 147). El caballo aparece
representado, pero en las manifestaciones rupestres analizadas en el Sahara occidental
(casi 3000 motivos), en concreto en las representaciones esquemáticas de carros,
plasmados exclusivamente en grabados, no se puede afirmar si éstos fueron tirados por
caballos o no, aunque en ocasiones aparecen tirados por bueyes. Los guerreros, por su
parte, aparecen representados de una forma más esquemática, en ocasiones de forma
cuadrática. Por lo que concierne al armamento, sólo se suele representar la lanza, y no
siempre, mientras que desaparece el puñal colgando del brazo, que nunca se representa.
En cuanto al vestido, se puede distinguir la pluma, de origen libio, aunque sólo en
ocasiones muy contadas. Aquí también se representan inscripciones líbico-bereberes,
pero sin relación directa con los guerreros o grabados, como sucede en Tichit-Oualata.
Es decir, las inscripciones aparecen aisladas (Lhote, 1982: 144-145). En este ámbito, y
22
desde el punto de vista de la distribución geográfica, las representaciones de
antropomorfos no se reparten con igual frecuencia, pues mientras que en el Norte y Este
de Marruecos son bastante extrañas, en el Suroeste de Marruecos y Sahara Occidental
son frecuentes y pueden aparecer en estaciones con inscripciones líbico-bereberes
(Searight, 2004: 50-82).
Théodore Monod engloba esta última zona y estas manifestaciones dentro de su
grupo II, es decir, dentro del grupo medio, líbico-bereber, período del camello,
alfabético (tifinagh antiguo), preislámico (Monod, 1938: 93). Por consiguiente, este
grupo puede relacionarse con el Líbico-bereber definido por Mauny (1954) en el África
occidental, con una cronología que abarca desde el año 200 a.n.e. hasta el 700 d.n.e.
Las características de esta última zona son las que aparecen reflejadas
precisamente en los yacimientos de Tenerife antes aludidos (Farrujia y García, 2007).
Los antropomorfos de Risco Blanco, por ejemplo, reproducen la forma cuadrática y no
llevan armamento, y aparecen grabados sobre un panel previamente preparado por
abrasión, tal y como sucede en Leyuad (Pellicer, 1973-1974: 40). Asimismo, las figuras
de Leyuad y Risco Blanco son asexuadas y no reflejan detalles en la vestimenta. Las
estaciones de Aripe I y Aripe II, documentadas en Guía de Isora (Tenerife), también
presentan claras afinidades con este marco de referencia africano, pues tal y como ya
hemos señalado (Farrujia and García, 2005), los antropomorfos o guerreros
esquemáticos que aparecen representados en ellas repiten las características de los
africanos, pudiéndose apreciar incluso, en el caso del guerrero de Aripe II, la
representación esquemática de dos posibles lanzas o banots12. Por su parte, los motivos
geométricos de Risco Blanco, como ya hemos comentado, presentan claras afinidades
con los documentados en los yacimientos de Gleib Qetba y Uad Bomba, y repiten los
motivos de tendencia rectilínea y curvilínea documentados en estos dos yacimientos. No
obstante, tales motivos, por su extraordinaria simplicidad, también tienen paralelos en
casi todos los yacimientos del Sahara Occidental (Pellicer, 1973-1974: 56).
12
El banot, documentado arqueológicamente, es un arma de madera (de Pinus canariensis o de Cneorum
pulverulentum), en forma de lanza, con la punta quemada para hacerla más aguzada. En ocasiones se
colocaba también en su extremo un cuerno de cabra para hacerla más resistente. Las fuentes
etnohistóricas canarias hablan del uso de escudos por los indígenas de Tenerife o Gran Canaria, pero no
se han documentado arqueológicamente (González y Tejera, 1990: 276-279), ni aparecen representados
en Tenerife, en las manifestaciones rupestres en relación con los guerreros o antropomorfos. No sucede lo
mismo en Gran Canaria, en donde, tal y como hemos argumentado, sí se representan.
23
7.1. La introducción del ciclo de los jinetes en Tenerife
Las figuras humanas a pie, caso de las de Aripe I y Aripe II, así como de las de
Risco Blanco, son elementos característicos de las gentes que usaban el caballo, es
decir, libios, egeos, atlantes o garamantes, dentro de una segunda época en la que ya no
se representan carros con caballo al galope, sino caballos montados o infantes. Todo
esto se está produciendo en el suroccidente sahariano en torno al cambio de era. Por su
parte, los motivos geométricos documentados en Risco Blanco también pueden
relacionarse con esta época, pues las referidas figuras humanas se representan junto a
motivos geométricos durante un período aproximadamente comprendido entre el 200
a.n.e. y el 700 d.n.e., que se corresponde con la etapa líbico-bereber definida por Mauny
(1954). Por consiguiente, la introducción en Tenerife de las manifestaciones rupestres
documentadas en Risco Blanco o en Aripe I y Aripe II debió de producirse en un
momento próximo al cambio de era, o ligeramente posterior, y en conexión con las
poblaciones bereberes y nómadas que habitaron el Suroeste de Marruecos, Sahara
occidental y el sur del Atlas sahariano (Norte de la actual Mauritania). Obviamente, las
referidas estaciones rupestres documentadas en Tenerife no son los únicos elementos
relacionables con el ciclo sahariano de los jinetes y con el mundo bereber, pues hay una
cultura material y un arte rupestre con alfabeto líbico-bereber presente no sólo en
Tenerife sino en el resto de las Islas Canarias.
En función de esta información hasta aquí barajada podemos afirmar que el
poblamiento de Tenerife se produce durante la dominación romana del Norte de
África13, con bereberes procedentes del Suroeste de Marruecos, Sahara Occidental y del
Norte de la actual Mauritania. Desde el punto de vista arqueológico, las manifestaciones
rupestres documentadas en Tenerife (Risco Blanco, Aripe I y Aripe II) se encuadran en
un momento cronológico en torno al cambio de era, y por lo tanto, guardan relación con
el ciclo de los jinetes del Sahara suroccidental.
La hipótesis acerca del poblamiento de las Islas Canarias por pueblos bereberes,
durante la dominación romana del Norte de África, ya ha sido tratada por extenso
(Atoche et al., 1995; Santana et al., 2002; Pichler, 2003; González, 2004; Farrujia,
13
En relación con la dominación romana en el norte de África son significativas las siguientes fechas: año
146 a.n.e.: destrucción de Cartago y fundación de la provincia romana de África (noroeste del Túnez
actual); año 46 a.n.e.: derrota y muerte de Juba I, creación de la provincia romana de África Nova (ex
reino de Numidia); año 42. d.n.e.: creación de las provincias romanas de Mauritania Tingitana
(Marruecos) y de Mauritania Cesariense (Argelia central y occidental); años 146 a.n.e.-439 d.n.e.:
período de dominación romana en el norte de África (Camps, 1998: 78).
24
2006; Tejera, 2006), por lo que no insistiremos aquí en este apartado. Tan sólo señalar
que las Islas Canarias fueron conocidas y explotadas por gentes romanizadas, quienes
trasladaron contingentes humanos (bereberes procedentes de distintas tribus de la
Mauritania Tingitana y Cesariense, así como del sur del limes), explotaron los recursos
marinos e introdujeron la agricultura. De entre los bereberes saldría la mano de obra
para ejecutar los distintos trabajos relacionados con la pesca, agricultura, ganadería, etc.,
bajo el control de los mercaderes que los habían enviado14. Tras la caída del Imperio
romano se agudizaría el aislamiento de las islas, hasta el punto de convertirse en
territorios independientes con culturas diferenciadas entre islas.
8. La escritura líbico-bereber y el poblamiento de Canarias
En función del conocimiento científico actual, no existen dudas sobre el origen
amazigh de los primeros pobladores de Canarias. Pero el panorama se torna más
complejo al intentar definir la distribución étnica en cada una de las islas, el momento
cronológico en que aconteció el poblamiento y si hubo una o varias oleadas migratorias.
En función de la tesis que hemos desarrollado en otros trabajos (Farrujia et al; 2009a y
2009b), el poblamiento de las Islas Canarias habría acontecido en dos momentos
cronológicos diferentes, a partir de dos oleadas migratorias, tal y como se desprende del
estudio de las inscripciones líbico-bereberes y latino-canarias y de la cultura material
indígena. No obstante, no es posible ofrecer una conclusión definitiva sobre la situación
del archipiélago en su totalidad, pues el nivel de investigación difiere enormemente
entre islas. El análisis de las inscripciones líbico-bereberes permite hablar de una
división de las Islas Canarias en dos ámbitos de influencia amazigh, en épocas distintas
pero solapados geográficamente:
•
Una Cultura amazigh Arcaica a partir del siglo VI a.n.e., que estaría
representada en las islas de El Hierro (El Julan, La Caleta etc.), partes de Gran
Canaria (Barranco de Balos, Arteara etc.), la inscripción de La Palma (Cueva de
Tajodeque) y probablemente las de La Gomera (Las Toscas del Guirre).
14
La hipótesis del poblamiento canario a raíz de la dominación romana del Norte de África ha quedado
atestiguada arqueológicamente a partir de: la presencia de ánforas romanas en los mares canarios desde el
siglo I a.n.e. hasta el III d.n.e.; la representación de barcos en las manifestaciones rupestres; el pozo
romano de El Rubicón (Lanzarote); el yacimiento de El Bebedero (Lanzarote), con una cronología que se
extiende desde el siglo I a.n.e. hasta el siglo IV d.n.e.; etc. (Farrujia, 2006).
25
•
Una Cultura amazigh romanizada, desde la época de Augusto y Juba II,
representada en Lanzarote, Fuerteventura, probablemente en partes de Gran
Canaria (Hoya Toledo, Llanos de Gamona, etc.), algunas inscripciones de El
Hierro (Barranco de Tejeleita, Barranco del Cuervo, etc.) y la inscripción de
Tenerife (Cabuquero). La conexión en el mismo panel entre la inscripción de
Tenerife y otros motivos lineales y geométricos, similares a los documentados
en Lanzarote y Fuerteventura, refuerza la adscripción de esta inscripción a esta
segunda etapa. La adscripción de las inscripciones de Gran Canaria y El Hierro
es hipotética.
Además de estas dos oleadas de poblamiento con sendas influencias culturales,
tan sólo contamos con una evidencia arqueológica que refrende el contacto, dentro de la
Era, con el alfabeto de transición (Llano de Zonzamas, Lanzarote). Por otra parte, no se
ha documentado la introducción del alfabeto Tifinagh, por gentes norteafricanas, con
posterioridad a la conquista.
A partir de la distribución poblacional y cultural propuesta no podemos excluir
la posibilidad de que inmigrantes relacionados con la cultura arcaica alcanzaran las islas
orientales y Tenerife, tal y como argumentaremos a continuación. Probablemente no
dejaron evidencia de su escritura en superficies pétreas, las inscripciones han podido
desaparecer por motivos diversos, o simplemente pueden existir yacimientos
arqueológicos que aún no han sido descubiertos. Estas mismas premisas pueden
aplicarse en el caso de La Palma, donde pudieron llegar inmigrantes de la cultura
romanizada.
Siendo conscientes de estas posibilidades, ¿cómo encaja esta propuesta
diacrónica con el resto de evidencias arqueológicas? Desafortunadamente, tan sólo
disponemos de unas pocas dataciones absolutas, radiocarbónicas, para algunos
yacimientos canarios. En Tenerife, por ejemplo, el yacimiento más antiguo (una cueva
de habitación en Icod) se remonta al siglo V a.n.e., pero también es cierto que en esta
isla tan sólo conocemos una inscripción líbico-bereber. Por tanto, resulta evidente que
esta isla fue poblada desde la primera etapa antes descrita.
En el caso de La Palma, algunos autores han argumentado la existencia de dos
fases al hablar del poblamiento amazigh de esta isla, aunque sin el apoyo de dataciones
radiocarbónicas y concediéndole el peso de la argumentación a la tipología cerámica.
26
En esta isla la datación absoluta más antigua, obtenida de un tablón funerario
(chajasco), se remonta al siglo III a.n.e., y tal y como sucede en Tenerife, tan sólo
conocemos una inscripción líbico-bereber en la isla. La arqueología, en definitiva, ha
permitido constatar la introducción de la Cultura amazigh Arcaica, pero no existen
argumentos contrastados que permitan defender la posibilidad de una segunda oleada de
poblamiento. Cabe señalar, no obstante, que recientemente, en el año 2008, se han
documentado grabados incisos con motivos lineales y geométricos (Barranco de Agua
Dulce, en Puntagorda, o Barranco de Los Gomeros, en Tijarafe), similares a los ya
conocidos, por ejemplo, en Lanzarote y Fuerteventura, por lo que podríamos estar ante
indicios de la presencia de la segunda oleada de poblamiento romanizada.
En el caso de La Gomera, la cultura material presenta paralelismos con la
documentada en Tenerife, poblada desde la primera fase, pero la datación absoluta más
antigua con que contamos es reciente: siglo V d.n.e. Por tanto, es plausible pensar que
La Gomera fue poblada desde la primera fase, dadas las características de la cultura
material y, probablemente, de las inscripciones líbico-bereberes recientemente
descubiertas (Yacimientos de Las Toscas del Guirre). Lo mismo puede decirse en el
caso de El Hierro: la isla fue poblada desde la primera fase, a pesar de que la fecha
absoluta más antigua es también reciente (siglo II d.n.e.) y a pesar de que no existen
similitudes entre la cultura material de esta isla y la de La Gomera o El Hierro.
En Gran Canaria contamos con una evidencia que confirma la presencia de la
primera etapa: la necrópolis de Arteara. Este es el primer caso de yacimiento rupestre
canario, con caracteres líbico-bereberes, antropomorfos y signos geométricos, asociado
a un contexto funerario. El estrato más antiguo de la necrópolis ha sido fechado en el
siglo V a.n.e. La segunda oleada o fase también ha sido documentada, no sólo a partir
de las inscripciones líbico-bereberes sino también a partir de la cultura material, como
es el caso, por ejemplo, de los ídolos cerámicos.
En el caso de Lanzarote, las dataciones absolutas y la cultura material permiten
constatar la presencia de la segunda fase (Cultura amazigh romanizada), si bien algunos
autores han argumentado la colonización fenicia de la isla, a partir del yacimiento de
Teguise (en fase de investigación, encabezada por el profesor Atoche Peña), que ha
aportado una fecha absoluta del siglo X a.n.e. En el yacimiento arqueológico de El
Bebedero, el estrato más antiguo ha ofrecido una fecha próxima al cambio de Era (año
30 a.n.e.), mientras que la cultura material del yacimiento está representada, entre otros
materiales, por fragmentos de ánforas y diferentes artefactos de hierro, cobre, bronce y
27
un fragmento de una pieza vítrea. Las ánforas proceden de la Campania (Dressel 1A, 1B
y 1C), la Bética (Dressel 20 y 23), y el Norte de África (área tunecina, tipo Class 40).
En Fuerteventura el panorama es relativamente similar al descrito para El Hierro
y La Gomera, en cuanto a escasez de datos se refiere. La datación absoluta más antigua
se remonta al siglo III d.n.e., pero las analogías culturales que existen entre esta isla y
Lanzarote permiten sostener la hipótesis de un poblamiento posiblemente protagonizado
por un mismo grupo humano, teniendo en cuenta además que ambas islas apenas distan
entre sí 15 km.
9. Conclusiones
Una de las cuestiones problemáticas relativas al poblamiento de las Islas
Canarias es la identificación de las regiones de origen de los grupos que cruzaron el
océano y se establecieron en el archipiélago. La contribución del arte rupestre en el
debate ha sido puesta de relieve en el presente trabajo a partir de la identificación del
"ciclo de los Jinetes", que podría sugerir el Sáhara Occidental como una de las zonas de
origen de la población de varias islas. La aparente convergencia de algunas imágenes
del Barranco de Balos y las imágenes "líbico-bereberes" de la fase del camello del sur
de Marruecos, nos llevan a entablar igualmente una relación entre ambos contextos.
A partir del panorama científico actual, sin embargo, no es posible ofrecer una
conclusión definitiva sobre el poblamiento de las islas. No obstante, tal y como hemos
argumentado a partir del estudio de las inscripciones líbico-bereberes y latino-canarias,
y del repertorio arqueológico, podemos afirmar que el primer poblamiento de Canarias
(Cultura Bereber Arcaica) se desarrolló a partir del siglo VI a.n.e. en El Hierro, La
Palma, La Gomera, Tenerife y Gran Canaria. En una segunda fase tuvo lugar la
introducción de la Cultura Bereber romanizada, coincidiendo con la época de Augusto y
Juba II, viéndose afectadas las islas más orientales, Lanzarote y Fuerteventura, así como
Gran Canaria, El Hierro, Tenerife y posiblemente La Palma, si bien en este último caso
los indicios son precarios.
28
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