Santiago, a dos de julio de dos mil nueve. VISTOS: En esta causa Nº 1669-2001, rol del Trigésimo Segundo Juzgado del Crimen de Santiago, por sentencia de veintidós de febrero de dos mil seis, que corre de fojas 802, se condenó a Patricia del Pilar Cabello Caro y a Roberto Salvador Rodríguez de Mendoza, a sufrir, cada uno, cinco años y un día de presidio mayor en su grado mínimo, las accesorias de inhabilitación absoluta perpetua para cargos y oficios públicos y derechos políticos e inhabilitación absoluta para profesiones titulares mientras duren sus condenas, más el pago proporcional de las costas del litigio, por su responsabilidad como coautores del delito de homicidio simple del menor Sebastián Andrés Navarrete Velásquez, ocurrido el uno de marzo de dos mil uno, en la comuna de Las Condes. Impugnada esta decisión por la vía de los recursos de casación en la forma y apelación, una Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago, por dictamen de veintinueve de mayo de dos mil ocho, que rola a fs. 938, desestimó el primero de tales arbitrios y la confirmó, con declaración de que se reduce a quinientos días de reclusión menor en su grado mínimo la pena privativa de libertad impuesta a los enjuiciados como coautores del cuasidelito de homicidio investigado, sustituyéndose las accesorias por la de suspensión de cargo u oficio público durante el tiempo de la condena y otorgando a ambos inculpados el beneficio de la remisión condicional de la pena. En contra de este último pronunciamiento, la asistencia letrada del querellante, Servicio Nacional de Menores, representada por el abogado Mauricio Estrada Hormazábal, formuló un recurso de casación en el fondo asilado en la causal segunda del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal. A su turno, la sentenciada Patricia Cabello, representada por el abogado Jaime de Larraechea, dedujo un recurso de casación en el fondo sustentado en el ordinal séptimo del artículo 546 del mismo cuerpo legal. Luego, la abogado Solange Borgeaud, por la Junta Nacional de Jardines Infantiles, formalizó un recurso de casación en el fondo sustentado en el literal segundo del artículo 546 de la misma compilación legal; y, finalmente, el letrado Sebastián Sirner Álvarez, en representación de los padres de la víctima y querellantes de autos, dedujo un recurso de casación en el fondo por las causales segunda y séptima del artículo 546 del código procesal citado. A fojas 1.021, declarados admisibles los indicados arbitrios, se trajeron los autos en relación. C O N S I D E R A N D O: PRIMERO: Que el recurso incoado por el Servicio Nacional de Menores se sustenta en el numeral segundo del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal, esto es, en que la sentencia, haciendo una calificación equivocada del delito, aplique la pena en conformidad a ese criterio. Reclama que los sentenciadores de la alzada han errado en la aplicación de la ley penal al calificar jurídicamente los hechos de la causa como de homicidio culposo, en lugar de uno perpetrado con dolo, toda vez que claramente se desprende de ellos que se obró con dolo eventual y no con imprudencia temeraria, como concluyen los sentenciadores, yerro que se verifica al efectuar la operación lógico jurídica de subsumir los acontecimientos comprobados en el encuadramiento típico que la ley penal contempla para ellos, pues la conducta de los encausados se condujo de modo racional desde que se puso la cinta adhesiva en la boca del lactante hasta dejarlo en la cuna, donde agonizó. Esta situación, de conducirse racionalmente, importa el análisis y dominio de toda la situación, incluso la previsión de la ocurrencia de riesgos o escenarios colaterales no contemplados inicialmente, desde que basta que el agente refleje con su actitud que prefiere la realización del resultado de su acción a evitar sus posibles consecuencias. Añade que la indiferencia acerca de la ocurrencia del riesgo posible constituye la nota definitoria del dolo eventual. En este caso, sostiene que los enjuiciados se representaron la existencia de un peligro serio, inminente de producir un resultado antijurídico y, sin embargo, aceptaron la eventualidad que ese efecto acaeciera, siéndoles indiferente. Reclama que en la especie se da la situación de un peligro concreto -que se produjo-, lo que supone la concurrencia del dolo eventual, a diferencia de la culpa, que importa la confluencia de un peligro abstracto. En la conclusión, insta por la invalidación del dictamen cuestionado a fin que, en su reemplazo, se aplique correctamente la ley penal y se califiquen los acontecimientos como constitutivos del delito de homicidio simple, de conformidad con lo previsto en el artículo 391 N°2 del Código Penal, aplicando las sanciones en el máximo legal y las penas accesorias correspondientes. SEGUNDO: Que, enseguida, la asistencia de la condenada Patricia Cabello Caro ha formalizado un recurso de casación en el fondo sustentado en la causal séptima del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal, es decir, en haberse violado las leyes reguladoras de la prueba y siempre que esta infracción influya substancialmente en lo dispositivo de la sentencia. Aduce que el fallo de alzada elimina la reflexión que establecía los hechos en primer grado y luego procede a fijarlos, determinando que el deceso del menor se originó debido a la obstrucción de sus vías respiratorias por la colocación y mantención de la cinta adhesiva, sustentados en el informe del médico Ezequiel Jiménez, perito de criminalística de Carabineros, quien expone que examinó al menor cuando ya estaba en el Instituto Médico Legal y concluyó por lo observado que éste falleció por sofocación causada por obstrucción de vía aérea compatible con los antecedentes de habérsele cubierto la boca con cinta adhesiva; en el informe de autopsia y declaraciones de la tanatóloga que practicó la pericia; el informe de histopatología, que concluye que la intensidad y distribución de las petequias observadas sugieren un mecanismo de muerte de asfixia mecánica; en el informe del médico de turno, doctora Estuardo, de fojas 42, y en el informe complementario de autopsia, que deduce que al momento de ingresar la víctima a la posta de urgencia aún se habría encontrado con vida, lo que equivale a decir que la cinta adhesiva no le pudo ocasionar la muerte. No obstante ello, asegura que de las mismas probanzas surge que la huincha no produjo el deceso del menor, conclusión que emana luego de explicar el perito de criminalística aludido la evolución que se produce ante una asfixia, cualquiera sea su origen; de los dichos de la doctora Estuardo, alusivos a que el niño presentaba una temperatura rectal de 37°, sin livideces y con su cuerpo fláccido, no rígido; de lo referido por la tanatóloga que realizó la autopsia, en el sentido que si el menor hubiese tenido los orificios nasales y boca tapados habría fallecido en pocos minutos; porque habría presentado hipoxia, cianosis, agitación, convulsiones y espasmos y, finalmente, porque si hubiera fallecido cerca de las 14:30 horas, al ingresar a la posta a las 16:55, debió manifestar livideces visibles y una temperatura rectal a lo sumo de 35°. De lo relacionado cuestiona que el fallo acepta la prueba de los aludidos doctores Jiménez y Estuardo pero sólo en la parte que conviene a la decisión, dejando sin valor sus razonamientos aclaratorios de la imposibilidad que la conducta de la acusada haya causado la muerte del niño. Respecto del hecho establecido consistente en que la cinta no fue removida por la enjuiciada, indica que el fallo no da crédito a los dichos de un testigo presencial -Mónica Tapia- por estimarlos desvirtuados por otros que menciona, de lo que se sigue que la sentencia, tomando en consideración una sola declaración, acoge los indicios que formula y sopesándolos le permite concluir que Patricia Cabello no le sacó la cinta a la víctima. Contra ello reclama que existen al menos otras dos declaraciones que unidas a la desestimada de Mónica Tapia forman legalmente prueba completa al no estar contradichas por ninguna otra, cumpliéndose con los requisitos del artículo 459 del Código de Procedimiento Penal, de modo que tales antecedentes de convicción satisfacen lasexigencias de los artículos 457 y siguientes del indicado ordenamiento para concluir que la acusada retiró la cinta al infante antes de acostarlo. Otra infracción que revela surge al decir el fallo que “el deceso del menor Andrés Navarrete se originó a consecuencias de la imprudencia temeraria de los encausados quienes, por un lado, al colocarle al lactante una cinta adhesiva en su cavidad bucal para evitar que siguiera llorando …” (basamento B.5° de segundo grado), por cuanto afirma que no hay probanza alguna del hecho que Patricia Cabello le colocara la cinta al menor. La prueba completa que existe es de dos circunstancias: que ella no puso la mentada cinta y que se la retiró antes de acostarlo. También afirma que entre los motivos quinto y séptimo del veredicto existen decisiones contradictorias, pues el segundo de ellos refiere que fue Roberto Rodríguez de Mendoza quien colocó la huincha, no su representada. De este modo, aduce que los sentenciadores no dieron correcta aplicación a los artículos 108, 109, 456, 456 bis, 457, 459, 464 y 472 del Código de Procedimiento Penal, disposiciones que de ser aplicadas correctamente, conducirían a la conclusión que la intervención de Patricia Cabello en los hechos no es constitutiva del cuasidelito de homicidio que se dio por comprobado, de modo que es procedente anular la sentencia de segundo grado para que en su lugar se absuelva a su representada de los cargos, toda vez que su participación en los acontecimientos no ha sido establecida con arreglo a derecho. TERCERO: Que, por su parte, la Junta Nacional de Jardines Infantiles, representada por la abogada Solange Borgeaud Correa, ha entablado un recurso de casación en el fondo fundado en la causal segunda del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal, conforme al cual denuncia infringidos los artículos 1°, 18 inciso 1°, 30 y 391 N° 2 del Código Penal, por falta de aplicación; 28, 37, 490 del mismo cuerpo normativo y 3 a 6 de la Ley N° 18.216, por falsa aplicación. Estima que los hechos son suficientes para dar por establecido el delito de homicidio del menor, pues el fallo cuestionado confirmó la sentencia de primera instancia en lo que concierne a su sustrato fáctico, a lo que debe adicionarse los antecedentes que surgen del fundamento cuarto del dictamen de primer grado de los cuales se concluye queel niño fue acostado con la cinta adhesiva, la que nunca se retiró. A propósito de la participación de la acusada Cabello, ésta sostiene que cuando su cónyuge puso la cinta, percibió que era peligroso, pero no intervino. Rodríguez por su parte refiere que pensó era riesgoso pero que lo podía manejar y no debería pasar nada, pues él sabe por la experiencia que es peligroso acostar a un menor de espalda y poner una cinta adhesiva, pero la intención era sacarla rápidamente. Agrega que él se representó que dificultaba la respiración por eso le mantuvo la boca un poco abierta. En la especie, refiere la compareciente que se trataba de un lactante de seis meses entregado al cuidado de una parvularia y su cónyuge, dueños de un jardín infantil y sala cuna que contractualmente asumieron una posición de garantes. Ella, educadora de párvulos, conocía o debía conocer los cuidados que debía dispensar al menor. Él, creó un peligro o riesgo concreto más allá del permitido para quien se hallaba bajo su cuidado. Al efecto, señala que esta Corte, el cuatro de agosto de mil novecientos noventa y ocho, reconoció que para que un delito de acción como el homicidio pueda ser cometido mediante omisión, es preciso que el actor se encuentre en posición de garante respecto del bien jurídico que está amenazado, por situarse en alguno de los casos que la doctrina consagra como “fuentes de la posición de garante”. Agrega ese dictamen que “una de las fuentes de posición de garante es, precisamente, la conducta anterior del autor creadora del peligro, el cual, en razón de ella, queda erigido en custodio de ese bien, surgiendo para él el deber de actuar a fin de sustraerlo a los riesgos así generados, de suerte que, si no lo hace, el resultado típico le es imputable a título de comisión por omisión”. En el caso, la fuente de la posición de garante se configura por el contrato en virtud del cual los acusados asumieron el deber de custodia y cuidado del lactante. La conducta de los sentenciados estuvo compuesta por dos comportamientos sucesivos: la acción, aproximadamente a las 14:00 horas, del cónyuge, y la omisión de la parvularia al acostarlo y dejarlo con la cinta durante aproximadamente dos horas. Los encausados crearon un riesgo concreto, reprobado respecto del menor entregado a su cuidado, y lo hicieron a través de un curso causal determinado respecto del cual tenían conciencia que era apto e idóneo para producir el resultado típico. Sostiene que en el caso en estudio es posible afirmar la existencia de un delito de homicidio por omisión y, doctrinariamente, en éstos el dolo se satisface con el elemento cognitivo, no es menester la concurrencia del volitivo. De esta manera aduce que correspondía aplicar una sanción de, a lo menos, cinco años y un día de presidio mayor en su grado mínimo, más las accesorias legales correspondientes y las costas de la causa, como pide en la conclusión. CUARTO: Que, finalmente, los querellantes de fojas 188, Oscar Navarrete Sandoval y Ninoska Velásquez Gaete, asistidos por el abogado Sebastián Sirner Álvarez, han formulado un recurso de casación en el fondo motivado por las causales segunda y séptima del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal, en consonancia con los artículos 1, 2, 61, 68, 391 N° 2 y 490 N° 1 del Código Penal. Acerca de la calificación de la conducta de los acusados, refieren que, en cuanto a Rodríguez, al colocar la cinta en la boca del menor creó el riesgo de muerte y, de haberla retirado, el resultado se habría evitado, de modo que, a su respecto, existe una acción homicida seguida de una omisión. El acto de colocación de la cinta, agregado a la necesaria representación de su resultado –la muerte del menor- es constitutiva del dolo eventual, por manera que el querellado es homicida de acuerdo a lo que en doctrina se conoce como homicidio por omisión impropia. Advierte la ausencia de la acción salvadora, cual es, retirar la huincha, es decir, Rodríguez es homicida tanto por acción como por omisión, lo que lleva aparejado la infracción a los artículos 1° del estatuto punitivo, pues se trata de una acción y una omisión voluntaria penada por la ley; 2° del mismo texto, por cuanto se está ante una acción y una omisión cometida con dolo, lo que importa la perpetración de un delito; 391 N° 2, que establece el delito y la pena de la conducta; y el artículo 490 N° 1, erradamente aplicado desde que está comprobada la malicia. En cuanto a la enjuiciada Patricia Cabello, refiere que su actuación homicida radica en su posición de garante, pues por su oficio, especialidad y contrato debía resguardar la vida del menor. La forma de comisión consistió en la omisión en “ejecutar su responsabilidad” y salvarle la vida. Ello conlleva la infracción a los artículos 1°, 2°, 391 N° 2 y 490 N° 1, todos del Código Penal, por cuanto se trata de una omisión voluntaria penada por la ley verificada con dolo, que corresponde sancionar con presidio mayor en sus grados mínimo a medio. Enseguida reclama vulneración a las normas reguladoras de la prueba al no haber dado correcta aplicación al artículo 488 del Código de Procedimiento Penal, configurándose la causal de casación contenida en el ordinal séptimo del artículo 546 del mismo cuerpo legal. Asevera que los distintos medios de prueba consistentes en testigos, pericias, inspección del tribunal y las propias declaraciones de los querellados, constituyen presunciones suficientes para dar por probado que Rodríguez de Mendoza puso la cinta en la boca del menor para que se callase y mofarse de él, se representó la peligrosidad de su conducta y la muerte del menor, pese a ello no retiró la cinta de su boca y se fue del lugar, falleciendo el niño a consecuencia de una asfixia por sofocación. Por su parte, permiten concluir que Patricia Cabello tenía bajo su cuidado a Sebastián Navarrete, vio al menor con la cinta en su boca, sin retirársela lo acostó en una cuna, dejándolo sin evitar su muerte. Asegura que el dolo eventual de Rodríguez queda evidenciado desde que se representó la muerte del lactante, dio lugar al curso causal de la asfixia y no realizó nada para evitar el desenlace conocido, además de la posición de garante que no ejerció. El de Patricia Cabello está en su posición de garante, la antijuridicidad de su conducta, su obligación de evitar el daño y el conocimiento elemental que la cinta en la boca de un menor, asfixiándolo, provocará su muerte. Se infringió el señalado artículo 488 al no aceptar como prueba las presunciones, a pesar de reunirse todas las condiciones para ello y al calificar erróneamente el delito, se estableció una pena inferior excluyendo la posibilidad de aplicar las agravantes del artículo 12, Nros. 1 y 18 del Código Penal. Por estos argumentos insta por la anulación de la sentencia a fin que se condene a los enjuiciados en calidad de autores del delito de homicidio simple con la concurrencia de las agravantes de responsabilidad referidas. QUINTO: Que para un adecuado tratamiento de los diversos tópicos planteados, corresponde en primer término dilucidar si se han configurado los errores de derecho en que se sustenta la causal séptima del artículo 546 del Código de Procedimiento Penal, esgrimida en lo pertinente de los libelos de fojas 958 a 962 vuelta y 999 a 1009, por la condenada Patricia Cabello Caro y los querellantes Oscar Navarrete Sandoval y Ninoska Velásquez Gaete, respectivamente, única vía que permitiría alterar los acontecimientos que se han dado por demostrados, cuya calificación jurídica también se cuestiona, como se ha relacionado en los motivos precedentes. SEXTO: Que tal como se ha sostenido reiteradamente, para que pueda prosperar este motivo de invalidación, se precisa el enunciado de normas reguladoras de la prueba, que caen dentro del estudio y decisión de este tribunal, o sea, aquellas pautas básicas que importan prohibiciones o limitaciones impuestas por la ley a los sentenciadores para asegurar una correcta decisión en el juzgamiento criminal y que, si son conculcadas con influencia sustancial en lo resolutivo del fallo, pueden provocar su invalidación. En este orden de ideas, por regla general, se ha estimado inobservancia de las aludidas leyes cuando se invierte el peso de la prueba, se rechaza un medio probatorio que la ley permita o admite uno que repudia o cuando se modifica, niega o altera el valor probatorio que ésta asigna a los diversos medios establecidos. SÉPTIMO: Que los quebrantamientos a las reglas ordenadoras de la prueba esgrimidos por los impugnantes se refieren, en el caso de la encartada Cabello Caro, a que el dictamen de alzada desconoce los artículos 108, 109, 456, 456 bis, 457, 459, 464 y 472 del Código de Procedimiento Penal; y para la defensa de los querellantes Navarrete y Velásquez, el artículo 488 del mismo cuerpo legal, en todos sus numerales. OCTAVO: Que acorde con lo expuesto, los artículos 108 y 109 del estatuto procedimental penal no son normas reguladoras de la prueba, sino ordenatorios de la contienda, pues se circunscriben a la ritualidad procesal, desde que establecen reglas o instrucciones de carácter general a las que han de ceñirse los jueces durante la indagación, pero no establecen pautas a que debe sujetarse el tribunal al dictar el fallo. Tampoco comparte tal aptitud el artículo 456 del mismo ordenamiento, como se afirma por la impugnante, toda vez que no contiene limitación alguna a la labor de la magistratura en la ponderación de los medios de convicción producidos. En cuanto al artículo 456 bis del Código de Procedimiento Penal, cabe advertir que, como lo ha sostenido esta Corte en otros casos, particularmente tratándose de sentencias absolutorias, no constituye una regla reguladora de la prueba y representa sólo una pauta o principio de carácter general, dirigido al sentenciador para ordenar el juzgamiento, tendiendo a obtener su convicción sobre la existencia del hecho punible y la participación del inculpado. Sin embargo, en este caso, en que se trata de una sentencia condenatoria, sí puede reunir el carácter normativo en estudio, puesto que implícita pero claramente regula la forma en que puede tenerse por comprobado un delito y dictarse una subsecuente condena, esto, en la medida que establece el criterio de la prueba legal como principio central, haciendo objetables las sentencias condenatorias que no cuentan con los medios de prueba legal que las sustenten, en parte alguna se ha visto violentado. Más aún, el impugnante no atribuye a los juzgadores haber fundado su decisión en algún medio probatorio no contemplado en la ley, por el contrario, en el desarrollo del recurso reconoce que se ha recurrido a la prueba indiciaria, documental, pericial y testimonial, probanzas contempladas expresamente como idóneas en el artículo 457 del mencionado cuerpo legal, precepto que, por consiguiente, tampoco se ha visto conculcado. A propósito de la prueba testimonial, basta decir que, en lo pertinente, el artículo 459 del código procedimental penal carece de la calidad requerida, toda vez que sólo faculta al tribunal para otorgar a la declaración de testigos el valor de demostración suficiente del hecho sobre el cual atestiguan, es decir, no constituye un imperativo para el proceder de los jueces del grado. Por su parte, el artículo 464 del indicado cuerpo legal no contiene una regla reguladora de la prueba, sino que autoriza a los sentenciadores para apreciar la fuerza probatoria de las declaraciones de testigos que no reúnan los requisitos exigidos por el artículo 459 del mismo ordenamiento, agregando que talesdeclaraciones pueden constituir indicios judiciales, lo que importa que aún cuando éstos no atestigüen bajo juramento en razón de su edad o del parentesco que los liga con alguna de las partes, pueden servir de base a esta clase de presunciones, quedando el mérito probatorio de sus testimonios entregado por entero a los jueces de la instancia; vale decir, prodiga un criterio determinado para estimar y valorar los hechos vertidos por los deponentes, y en cuya apreciación los jueces obran con potestades privativas, que quedan fuera de la órbita del tribunal de casación. La fuerza probatoria de las presunciones judiciales que puedan originar tales testimonios en tanto no reúnan los requisitos exigidos por el citado artículo 459, de conformidad con lo que prescribe el artículo 464 del ordenamiento en estudio, continúa sometida a la apreciación prudencial de los jueces del fondo. Esta última disposición consulta uno de los aspectos del ejercicio de la potestad otorgada por la ley a los jueces del fondo para apreciar soberanamente los dichos de los testigos y hacer un examen estimativo y comparativo estando autorizados discrecionalmente para considerar o no como suficiente prueba de un hecho los atestados que no reúnan las calidades que determina el citado artículo 459. Por otra parte, no puede renovarse por esta vía el señalado proceso, porque ello llevaría a inmiscuirse en el ámbito de los hechos y, por lo mismo, atentaría contra el sistema y la finalidad del presente recurso para convertirlo en una tercera instancia que nuestra legislación no consulta. A propósito del artículo 472 del Código de Procedimiento Penal, como se advierte de su texto, utiliza la expresión “podrá ser considerado como prueba suficiente de un hecho”, es decir inequívocamente se refiere a la facultad de que están investidos los jueces para apreciar la fuerza probatoria de los informes periciales y con su mérito dar o no por justificado el o los hechos sobre los que recae, de modo que no constituye norma reguladora de la prueba de aquellas a que los jueces están obligados a sujetarse. Finalmente, en lo que concierne al artículo 488 del código procesal, únicamente los ordinales 1° y 2°, este último en la parte relativa a la multiplicidad de las presunciones, son ordenadores de la prueba, desde que limitan las atribuciones soberanas de los sentenciadores en el sentido que las presunciones no pueden fundarse en otras presunciones, sean legales o judiciales, y que una sola presunción es ineficaz para constituir prueba completa de un hecho. Los restantes elementos exigidos por el artículo no quedan dentro de la órbita de un recurso de casación, pues caen dentro de las atribuciones propias de los jueces del fondo. En el caso en estudio, el compareciente extiende el reclamo a todos los literales de la disposición, lo que impide a esta magistratura entrar a conocer determinadamente la trasgresión esgrimida, pues carece, en este punto, de la precisión que un recurso extraordinario y formal como el presente exige. No altera esta conclusión la circunstancia de haber hecho alusión a los requisitos contenidos en los números 1 y 2, precedentemente analizados, si no expresa de qué manera dichas reglas han sido conculcadas en la decisión, lo que se advierte de la sola lectura del recurso. NOVENO: Que de lo anterior se colige que el quebrantamiento de derecho atribuido a los juzgadores respecto de la causal séptima, en la forma que se indica en lo pertinente de los libelos de fojas 958 y 999, no concurre, por consiguiente, a esta Corte le está vedado entrar a conocer de los hechos del litigio, que han de tenerse por inamovibles, con arreglo a la facultad que en esta materia incumbe a los jueces de la instancia. DÉCIMO: Que, en consecuencia, tales sucesos han quedado definitivamente establecidos en los siguientes términos: “a) Que el día primero de marzo de 2001, alrededor de las 14.00 horas, encontrándose el menor Sebastián Navarrete Velásquez, de siete meses de edad, al cuidado de los encargados de una sala cuna, uno de los guardadores, ante el insistente llanto que mantenía el lactante mientras era atendido por una parvularia, y a fin de poner término a dicho llanto, procedió a cubrir la boca de éste con una cinta adhesiva, sobre la cual escribió la frase ´soy un llorón´, exhibiendo a continuación la criatura a dos auxiliares de párvulo presentes en la sala, burlándose de su llanto. b) Que la parvularia que se encontraba atendiendo al menor, sin retirar de la boca de éste la cinta adhesiva referida, procedió a acostarlo en una cuna, donde fue mantenido hasta alrededor de las 16.00 horas, momento en que las auxiliares de párvulos se percataron que se encontraba inconsciente. c) Que el lactante fue llevado a la posta Aristía, lugar donde fue recibido aproximadamente a las 16.55 horas, agónico, por la médico de turno Nivia Rosa Estuardo Agurto, quien constató que la criatura no respiraba espontáneamente, que carecía de pulsos palpables, presentando además cianosis facial y palidez de extremidades, sin que mostrara livideces en el cuerpo, el que se encontraba flácido y no rígido; que se llevaron a cabo maniobras de resucitación cardiopulmonar avanzada durante 30 minutos, al cabo de los cuales fueron suspendidas, por no haber sido posible revivir al lactante. d) Que el fallecimiento del menor en referencia ocurrió a consecuencias de una asfixia por sofocación provocada por la obstrucción de sus vías respiratorias a consecuencias de habérsele tapado su boca con una cinta adhesiva.” (fundamento B) 1° del fallo de alzada) “… el deceso del menor se originó debido a la obstrucción de sus vías respiratorias por la colocación y mantención de la cinta adhesiva referida …” (fundamento B) 2°) “ … el menor fue acostado en la cuna sin que se le retirara previamente la cinta adhesiva …”, “…la colocación de la cinta adhesiva en la boca del niño no privó a éste de inmediato de toda respiración, sino que la asfixia debió producirse”, “la cinta adhesiva colocada fue encontrada en la cuna ..” (motivo B) 3°) UNDÉCIMO: Que, al no haberse vulnerado las normas reguladoras de la prueba, como se acaba de razonar, los hechos antes referidos adquieren el carácter de inamovibles para este tribunal de casación, por lo que procede analizar la calificación jurídica que de ellos han hecho los tribunales de instancia y que se impugna a través de la segunda causal invocada, tanto por el representante del Servicio Nacional de Menores, como la Junta Nacional de Jardines Infantiles y los querellantes Oscar Navarrete Sandoval y Ninoska Velásquez Gaete, en que, se dice, los jueces han hecho una errónea calificación de ellos, lo que se produce, en opinión de lo recurrentes, al no calificarse éstos como homicidio simple, cometido con dolo eventual. DUODÉCIMO: Que, al efecto, en lo pertinente, los considerandos quinto y sexto de la sentencia de segundo grado afirman que “el deceso del menor Andrés Navarrete se originó a consecuencias de la imprudencia temeraria de los encausados quienes, por un lado, al colocarle al lactante una cinta adhesiva en su cavidad bucal para evitar que siguiera llorando, impidiéndole respirar por la boca; y por otro, al acostarlo en una cuna sin retirar previamente dicha cinta, no obstante haber debido tener conocimiento de lo inconveniente y peligroso de ello, “ “…en la especie la conducta de los victimarios sólo revistió el carácter de culposa y no dolosa, por cuanto, de autos, no aparece antecedente alguno encaminado a establecer que haya existido de parte de ellos la intención positiva de dañar al lactante; asimismo cabe descartar la posibilidad de un dolo eventual, por no existir elementos de juicio que lleven a esa conclusión y, además, por cuanto no resulta racional estimar que hayan actuado de ese modo, de haberse representado como posible la muerte del menor a consecuencias de su actuar, sin que les importara que ello ocurriera…”, “….resulta más ajustado a la razón concluir que, aun de haberse representado la posibilidad de que sus actos imprudentes podrían causar algún daño al niño, desecharon totalmente esa posibilidad, incurriendo en culpa con representación.” DÉCIMO TERCERO: Que por las razones que a continuación se explican, esta impugnación también deberá ser desestimada, pues esta Corte estima que los juzgadores del grado, al efectuar el proceso intelectual de calificación jurídica del hecho establecido en la sentencia a través de su incorporación en una determinada figura delictiva, no han cometido error de derecho y han dado una correcta y cabal aplicación a las disposiciones que se dicen quebrantadas. En efecto, el análisis y ponderación de los elementos de juicio reunidos en autos, efectuado de acuerdo a las respectivas normas reguladoras, que llevaron a los jueces del fondo a calificar, en ejercicio de sus facultades privativas, los hechos establecidos (inamovibles para esta Corte), como delito culposo de homicidio, resulta acertado, carente de reproche y fundado en una correcta aplicación de la ley penal sustantiva. Es conveniente tener en cuenta que, como ya ha resuelto este tribunal, según la mejor doctrina, el dolo eventual exige que el agente se haya representado como posible el resultado fatal no querido y, no obstante esta representación, lo haya aceptado o aprobado, mostrándose indiferente a la lesión también representada- del respectivo bien jurídico puesto en peligro. No basta, por tanto, con la mera representación del evento previsible no perseguido, es necesario -conforme a la teoría del asentimiento o consentimiento- que el sujeto activo haya aceptado, asumido, admitido o aprobado el evento lesivo como algo probable para el caso que se produzca. (Sainz Cantero, Lecciones de Derecho Penal, Parte General, T. III, Bosch casa Editorial, 1985, Pág.59; Muñoz Conde - García Arán, Derecho Penal, parte General, Págs. 286 y s.s.; Etcheberry, Derecho Penal, T. I, Págs. 300 y s.s.; Cury; Derecho Penal, Parte General, págs. 317 y s.s.; Garrido , Nociones Fundamentales de la Teoría del Delito, Págs. 80 y s.s.; Politoff, Matus, Ramírez, Lecciones de Derecho Penal Chileno, Parte General, Págs. 275 y s.s.; Náquira, Derecho Penal, Teoría del Delito, I, Págs. 139 y s.s.) Nuestra jurisprudencia ha acogido sin excepciones la categoría del dolo eventual, exigiendo en el ánimo del hechor la “aceptación” o “ratificación” del resultado, para el caso en que éste se produzca. (SCS, 21.04.1960, RDJ, t. LVII, 2ª parte, secc. 4ª, Pág. 60 y los fallos citados por Cousiño, Derecho Penal Chileno, T. I, 771) DÉCIMO CUARTO: Que en el caso en estudio, dada la calidad de la acusada y las circunstancias en que se desempeñaban ambos enjuiciados, si bien debieron representarse como posible el resultado lesivo finalmente ocurrido, no es factible arribar a la íntima convicción de que al obrar como lo hicieron, desentendiéndose de la situación delicada que afectaba al menor, tomaron seriamente en cuenta la posibilidad del deceso y la acogieron en su voluntad de realización, evidenciando total indiferencia por la suerte de los bienes jurídicos involucrados en el entorno de peligro objetivamente existente. Como ya se adelantó, no es suficiente para el surgimiento de la categoría de dolo en análisis, y conforme a las teorías volitivas, con la representación del resultado lesivo previsible, como posible evento ligado causalmente a la acción emprendida, sino que a ello debe añadirse como plus subjetivo esencial, la conformidad con ese resultado, su aceptación o aprobación, dada a conocer con la continuación de la conducta peligrosa puesta en marcha, que pudo haber detenido; en otras palabras - y como lo señalara Frank en su conocida “ segunda fórmula” -, el sujeto se dice a sí mismo, “sea así o de otra manera, suceda esto o lo otro, en todo caso actúo“; por ende, quien obra con dolo eventual renuncia a su posibilidad de detenerse en el curso desplegado y evitar de este modo la previsible -y prevista- lesión del objeto jurídico puesto en peligro; al agente no le importan las consecuencias lesivas de su proceder, aceptando que sobrevengan. DÉCIMO QUINTO: Que en anteriores pronunciamientos, este tribunal ha resaltado los complejos problemas que ofrece la prueba del dolo en la sede procesal penal, por tratarse de un “conglomerado de hechos internos”, debiendo averiguarse determinados datos de naturaleza psicológica. Ha de indagarse una realidad que, como afirma Herzberg, “se encuentra en la cabeza del autor”, o, como puntualiza Schewe, se basa en “vivencias subjetivas del autor en el momento del hecho”, unos fenómenos a los que puede y debe accederse en el momento posterior del proceso. (SCS, 10.07.2008, rol nro. 208-08) Los elementos subjetivos del delito “se han de concebir como realidades psíquicas previamente dadas y susceptibles de desvelamiento a partir de un proceso de averiguación”. (Diez Ripollés, Los elementos subjetivos del delito. Bases Metodológicas, Valencia, 1990, Pág. 32) Que el medio probatorio por excelencia al que se recurre en la praxis para determinar la concurrencia de los procesos psíquicos sobre los que se asienta el dolo, entendido como conocer y querer o aceptar la realización del tipo objetivo, no son ni las ciencias empíricas, ni la confesión autoinculpatoria del imputado, sino la llamada prueba indiciaria o circunstancial, plasmada en los denominados juicios de inferencia. (Ragües i Vallés, El Dolo y su prueba en el proceso penal, U,. Externado de Colombia, JM Bosch Editor, Barcelona, 2002, Pág. 238) Pérez del Valle sostiene que “la prueba de la concurrencia en un delito de los elementos subjetivos necesarios para imponer una sanción se desenvuelve en la jurisprudencia en un ámbito necesariamente vinculado a la prueba indiciaria, ya que el objeto de la convicción del tribunal es un elemento que, en principio, permanece reservado al individuo en el que se produce, de modo que para su averiguación o para su confirmación, se requiere una inferencia a partir de datos exteriores.” (RDP, 1994, Pág. 413) No es posible afirmar la concurrencia de dolo eventual si falta la prueba de sus elementos, si lo que ha sido objeto de prueba sólo arroja dudas acerca de la intimidad psíquica del acusado (in dubio pro reo)- (STS español, 22.04. 1977). El tribunal ha de realizar, en el caso concreto, una fina y exhaustiva investigación para llegar a la convicción de que el procesado actuó con dolo eventual (STS español, 03.05.1982). Esta Corte ha establecido que un comportamiento subjetivo sólo admite una prueba indirecta, porque, como con innegable ironía puntualiza Baumann, “al dolo nunca nadie lo ha visto”, de suerte que la única forma de constatar su presencia es acudiendo a presunciones judiciales. (SCS, 16.05.2005, RDJ, t. CII. Nro 1, enero-junio 2005,2ª parte, secc. 4ª, pág. 395; SCS, 10.07.2008, Gaceta Jurídica Nro. 337, Págs. 143 y s.s.) La doctrina postula que ante la duda sobre la concurrencia de dolo o culpa, ha de optarse, por aplicación del principio in dubio pro mitius (en caso de duda optar por lo menos gravoso), por la imputación de culpa, a fin de no extender el ámbito del dolo eventual a costa de aquélla. (Politoff, Matus, Ramírez, Lecciones de Derecho Penal Chileno, Parte General, pág. 279). DÉCIMO SEXTO: Que, en consecuencia, la decisión más ajustada al mérito de los antecedentes y a una calificación jurídica adecuada a la dificultad de pesquisar y establecer procesos internos de los agentes con sus dudas consecuentes -en relación al requerimiento del artículo 456 bis del Código de Procedimiento Penal-, es la acogida por la sentencia censurada, al sancionar a los querellados como autores de delito culposo de homicidio. DÉCIMO SÉPTIMO: Que por los fundamentos anotados, cabe concluir que los juzgadores del grado al fijar los hechos, ponderarlos y calificar sus circunstancias en la forma que lo hicieron, no han cometido error de derecho y han dado una correcta y cabal aplicación a las disposiciones que se dicen quebrantadas y en las que descansa la causal segunda del artículo 546 del Código Adjetivo Penal, reclamada por los representantes del Servicio Nacional de Menores, de la Junta Nacional de Jardines Infantiles y de los querellantes Oscar Navarrete Sandoval y Ninoska Velásquez Gaete, por lo cual las impugnaciones promovidas por tales comparecientes carecen de asidero, porque se asientan en presupuestos que no son válidos para el evento a que se refieren y no contravienen la normativa referida en los escritos de formalización de los recursos. Por estas consideraciones y visto, además, lo preceptuado en los artículos 535, 546, N°s 2° y 7°, y 547 del Código de Procedimiento Penal, SE RECHAZAN los recursos de casación en el fondo promovidos por los abogados Mauricio Estrada Hormazábal, Jaime de Larraechea, Solange Borgeaud Correa y Sebastián Sirner Álvarez, en lo principal de sus libelos de fojas 949, 958, 987y 999, respectivamente, en representación del Servicio Nacional de Menores, por la acusada Patricia Cabello Caro, por la Junta Nacional de Jardines Infantiles y por los querellantes Oscar Navarrete Sandoval y Ninoska Velásquez Gaete, en contra de la sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago de veintinueve de mayo de dos mil ocho, que se lee a fojas 938, la que, en consecuencia, no es nula. Regístrese y devuélvase. Redactó el Ministro señor Dolmestch. Rol Nº 3970 - 08. Pronunciado por la Segunda Sala integrada por los Ministros Sres. Nibaldo Segura P., Jaime Rodríguez E., Rubén Ballesteros C., Hugo Dolmestch U. y Carlos Künsemüller L. No firman los Ministros Sres. Segura y Ballesteros, no obstante haber estado en la vista de la causa y acuerdo del fallo, por estar con permiso y con licencia médica, respectivamente. Autorizada por la Secretaria de esta Corte Suprema Sra. Rosa María Pinto Egusquiza. En Santiago, a dos de julio de dos mil nueve, notifiqué en Secretaría por el Estado Diario la resolución precedente, como asimismo personalmente a la señora Fiscal Judicial de la Corte Suprema, quien no firmó.