hojas universitarias - Universidad Central

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73 • julio-diciembre 2015
Matías Luque
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v
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xi
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xiii
xiv
xv
xvi
xvii
xviii
xix
xx
xxi
xxii
Por la izquierda se circunscribe,
como dije,
con el terreno del mismo testador:
Matías Luque Aruquipa,
de cansadas articulaciones, ahora,
pero con ganas de vivir por siempre
(aunque hoy seas tarde para mi vida).
ISSN: 0120-1301 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
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Dejo todo para no llevarme nada,
solo testimonio de existencia
como estrella en extinción,
de que viví
un cierto tiempo
rebosante de muchos bienes
que desaparecieron luego, como la vida.
Acompañado de una inspiración profunda
y hondo recuerdo,
espero alguien lo lea,
a pesar del tiempo
que transcurra
desde mi existencia terrena hasta
los que hoy leen estos poemas fingidos
desde el carnaval de la vida.
julio-diciembre 2015
Leoncio Luque Ccota, Perú, 1964. Del libro Dejo mi sombra:
entrega de memorias (2015), ganador del Concurso Internacional
de Libro de Poesía “Fernando Charry Lara” (2015),
Universidad Central.
El miedo en el espejo del siglo XX
Un enigmático narrador en la
guerra de secesión de los Estados
Unidos, o Ambrose Bierce
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES,
HUMANIDADES Y ARTE
Departamento de Humanidades y Letras
Nereo López: los primeros pasos
de un maestro de la fotografía
ISSN: 0120-1301
Temas humanísticos Aproximaciones literarias Creación Libros
73
hojas universitarias
julio-diciembre 2015
Consejo Superior
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Rafael Santos Calderón
Jaime Arias Ramírez
Jaime Posada Díaz
Carlos Alberto Hueza
(Representante de los docentes)
Germán Ardila Suárez
(Representante de los estudiantes)
Rafael Santos Calderón
Rector
Luis Fernando Chaparro Osorio
Vicerrector académico
Imagen de cubierta: Nereo López
Cusco (serie El Tren), Perú, 1960. Fotografía.
Nelson Rafael Gnecco Iglesias
Vicerrector administrativo y financiero
Hojas Universitarias, n.° 73Bogotá D. C., xxxxxxx-xxxxxxxx de 201x
ISSN: 0120-1301
Isaías Peña Gutiérrez
Director
Joaquín Peña Gutiérrez
Coordinador
Comité Editorial
Fernando Sánchez Torres, Jaime Posada Díaz, Enrique Bautista, Óscar Godoy Barbosa, Isaías
Peña Gutiérrez, Juan Malaver, Jairo Restrepo Galeano.
Correspondencia
Departamento de Humanidades y Letras
Universidad Central
Calle 21 n.º 5-84 (4.º piso), Bogotá, D. C., Colombia, Suramérica
Correo electrónico: [email protected]
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Corrección de textos: Nicolás Rojas Sierra y Fernando Gaspar Dueñas
Digitación:
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Las ideas aquí expresadas, lo mismo que su escritura, son de exclusiva responsabilidad de sus autores
y no comprometen a la Universidad Central ni a la orientación de la revista.
Contenido
La apoteosis polifónica de un doble
apocalipsis34
philip potdevin
Conciencia del desastre y novela
en el conflicto
38
Recuerdos de Óscar Collazos
42
La novela de los nukaák
45
Un enigmático narrador en la guerra
de secesión de los Estados Unidos,
o Ambrose Bierce
51
luz mary giraldo
josé luis díaz-granados
nelson ricardo amaya espitia
jaime gómez nieto
Creación
Temas
humanísticos y
sociales
El miedo en el espejo del siglo XX
omar ardila
Poesía
5
¿Se puede hacer minería en cualquier
parte de este país? 13
Análisis de la publicación
Hojas Económicas
de la Universidad Central 16
david rangel botía
trujillo, ocampo y melo
Aproximaciones
literarias
Osorio Lizarazo, maestro del claroscuro
novelístico29
ernesto gómez-mendoza
Poemas de Leoncio Luque Ccota
58
Poemas de Nelson Romero Guzmán
70
Dislocaciones. Muestra
de jóvenes poetas españoles
guillermo molina morales
83
Cuento
Atando anzuelos
90
El pájaro de la lluvia
97
La sangre del mundo
99
La tierra del olvido 104
jorge valbuena
andrés nanclares
fabián mauricio martínez gonzález
ana maría puentes pulido
Epístola106
laura camila latorre
cuentista clásica
La cuerda katherine anne porter
Cine
108
Fotografía
Nereo López: los primeros pasos
de un maestro de la fotografía eduardo márceles daconte
alberto bejarano
113
Crónica
128
Onigiris (bolas de arroz
para la autoestima) 129
andrea salgado
Sobre De artes y oficios,
de Luz Mary Giraldo
143
Sobre La insaciabilidad, de Marco
Tulio Aguilera
144
“La vida contada como una balada
interminable”: El juego favorito,
de Leonard Cohen
146
El gran problema de esta historia
era cómo contarla
148
Una sombra que no deja de posarse
149
pablo di marco
jairo restrepo galeano
Entrevista
Nelson Romero Guzmán
y la forma suprema
de edificar el arte julio césar rodríguez
álvaro castillo granada
131
137
Libros
pablo di marco
Carne frita con arroz y
tajadas (o la última comida
de un condenado a muerte)
andrea salgado
El cine como (re)invención
de la cotidianidad: el caso
de Rapsodia en Bogotá,
de José María Arzuaga (1963)
adrián lópez borchardt
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Temas
humanísticos y sociales
El miedo en el espejo del siglo XX
omar ardila
Pitalito, Valle de Laboyos, 1975. Poeta, ensayista y analista cinematográfico.
Publicó Alas del viaje en un instante (Sic Editorial, 2005), Palabras de cine (Sic
Editorial, 2006), Corazón de otoño (Sic Editorial, 2010), Espejos de niebla (A Seis
Manos, 2012), Cartografías cinematográficas (Gente Nueva, 2013), Antología de
poesía anarquista I y II (Gato Negro, 2013), Esquizoanálisis y pensamiento libertario
(Senderos Editores, 2015), Devenires menores (La Valija de Fuego, 2015).
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
alejandra pizarnik
El miedo, esa antigua y poderosa emoción
con tanta incidencia en el devenir humano,
ha demarcado distintos procesos culturales que nos permiten hablar de variaciones
tanto en el objeto de este como en su forma de ser percibido por los sujetos. De esta
manera, son también diversos los análisis
que pueden hacerse para entender el funcionamiento de dicha emoción. La neurología hoy nos permite conocer los procesos
fisiológicos que se desencadenan como respuesta a los estímulos asociados con el peligro, luego de conocer la microorganización
de los sistemas nerviosos y la naturaleza de
la función neuronal.
Asimismo, la psicología, en su constante búsqueda de identificar patrones
primigenios que determinan las conductas posteriores, le ha dedicado largos capítulos al papel que juega el miedo en la
estructuración de las subjetividades, sobre
las que permanentemente se ejerce un control social. El miedo también ha sido un
soporte básico para que muchas ideologías
religiosas ofrezcan planes liberadores del
horror que, con anterioridad, ellas mismas
han ayudado a producir entre sus fieles. Y
podríamos seguir enumerando disciplinas
(como la biología, la antropología, la estética) que se han ocupado de indagar y sistematizar discursos referentes al miedo; sin
embargo, trataremos de concentrarnos en
algunos acontecimientos asociados con la
producción del miedo durante el siglo XX,
los cuales están vinculados con estrategias
políticas, con el poderío casi inabordable de
los medios de comunicación y con algunas
iconografías del terror.
Del control íntimo
al control social
(libertad vs. seguridad)
El siglo XX nos legó el miedo como una de
las herramientas más efectivas para ejercer
el control y la dominación por parte de las
grandes corporaciones, cada vez más fortalecidas con el avance del capitalismo y su
intensiva generación de insalvables brechas
socioeconómicas. El anterior miedo teológico que incidía en el interior de los sujetos
con el anuncio de horrendas o placenteras
experiencias posteriores a la muerte, según
hubieran sido sus acciones previas, adquirió durante el pasado siglo una notable
dimensión política que se fue acentuando
paulatinamente con los gobiernos contemporáneos, al punto de ubicarse en el centro de los intereses del “arte de gobernar”.
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Así las cosas, con el miedo como poderosa
arma que concentraba los discursos políticos, resultó oportuna la instauración de las
“políticas de seguridad” con su consabida
estrategia engañosa. El miedo como tal no
era la novedad en estos discursos; lo que sí
resultó novedoso fue la forma que adoptaron y el carácter protagónico alcanzado
dentro de la sociedad.
Las poderosas ideologías revolucionarias de finales del siglo XIX y comienzos
del XX, que habían hecho de la libertad,
la equidad y la confianza los fundamentos
de su lucha, se empezaron a ver debilitadas
cuando las políticas de seguridad lograron
interiorizarse y triunfaron sobre las aspiraciones al libre ejercicio de las voluntades. En
adelante se abriría la ventana de la sospecha
y asistiríamos al teatro de la seguridad, el
cual brindaba espectáculos que resultaban
efectivos a corto y mediano plazo. La estrategia fue sencilla: aprovechar los miedos
“espontáneos” que poblaban los imaginarios culturales y producir miedos “reflejos”
que permitieran dirigir las conciencias colectivas, para poder instalar un permanente
“estado de sitio” en el cual todos resultan
sospechosos. De esta manera, se empezó
a legislar en pro de la constitución de un
“ambiente seguro” que pudiera disipar los
miedos cotidianos. Los temores entrecruzados se convirtieron en un artefacto efectivo que lograba controlar al individuo y
las colectividades, y degradaba, de paso, la
antigua noción de política (la búsqueda del
bien común para las mayorías) favoreciendo el mercado y la (supuesta) seguridad.
Este mecanismo, aunque por una vía
distinta a la desarrollada con fines teológicos, también pudo interiorizarse y ejercer
su dominio desde adentro para evitar la
actuación de los individuos como actores
revolucionarios. La práctica utilizada por
los gobernantes, que podría verse como
aparentemente paradójica, ha dado mag-
níficos resultados, pues se ha logrado el
control social potenciando la angustia (los
temores íntimos). La lucha contra el miedo se ha realizado infundiendo más miedo
(con la elaboración de armas sofisticadas;
la construcción de muros, linderos y zonas
restringidas; la propagación de cámaras de
vigilancia, entre otras tantas estrategias),
aunque, según reza la doctrina Huntington,
“hay que negarse a vivir con miedo”. No
obstante, cada vez ha sido mayor la desproporción de los países poderosos en las maquilladas “guerras contra el terrorismo”, con
las que han logrado infundir los mayores
miedos entre las comunidades que, sin saber
por qué, han terminado arrasadas.
Por otra parte, algunos teóricos como
Ulrich Beck o Alain Badiou, siguiendo distintas líneas de análisis, han caracterizado
el acontecimiento del miedo político y su
intensificación en los discursos contra el
terrorismo como algo asociado con la fractura causada en la seguridad que en cierta
forma brindaba el Estado de bienestar de
la modernidad. La pérdida de incidencia
del Estado benefactor facilitó la aparición
de “inseguridades”, que sagazmente fueron
utilizadas para darle un viraje a los discursos políticos. Beck habla de una primera
modernidad (la del Estado-nación benefactor) y de una segunda modernidad en
la cual se da una desestructuración a gran
escala que conlleva “riesgos” globales. Pese
al desarrollo tecnológico acaecido de forma
vertiginosa en los últimos años, que parece
facilitar las labores y tener todo bajo control, ha seguido aumentando la sensación
angustiosa de correr múltiples riesgos provenientes de todos los flancos y, además, de
todos los órdenes. Este desarrollo ha sido
ampliamente trabajado por Ulrich Beck en
sus textos sobre la “sociedad del riesgo”, en
los cuales ha logrado deslindar los conceptos de miedo y de riesgo al considerar que
este último tuvo su aparición en el periodo
Los medios
al servicio del miedo
Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que
nunca he presenciado... ¡Espera un minuto!
Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo.
Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese
hoyo negro dos discos luminosos... ¿Son ojos? Puede
que sean una cara. Puede que sea...
h. g. wells, La guerra de los dos mundos
Un acontecimiento especialmente introducido con claridad e intensidad durante el
siglo XX fue la incidencia preponderante
de los medios masivos de comunicación en
la construcción de figuras del miedo, como
difusores y propulsores, e incluso como generadores de este. Hoy en día no es desconocido el papel determinante de los medios
en la configuración de imaginarios socioculturales ni la consagración de estos como
un poder adicional que actúa no solamente
de forma velada, sino también expresa, con
el fin de favorecer los intereses de los mag-
nates que son sus dueños. Y en ese juego
de intereses, una de las prácticas que mejores resultados les ha dado para mantener el
control sobre sus audiencias ha sido la “estrategia del miedo”, orientada a colonizar el
interior de los individuos.
Una primera referencia histórica sobre los efectos colectivos del pánico, como
producto de la acción de los medios, nos la
recuerda Joanna Bourke. Se trata de la serie de artículos aparecidos entre el 6 y el 10
de julio de 1885 en la publicación The Pall
Mall Gazette del Reino Unido, con el título
de “Primer tributo a la Babilonia moderna”,
cuyo autor fue William Thomas Stead. En
esta extensa crónica, el escritor denunciaba
una serie de crímenes sexuales que estaban
ocurriendo en la victoriana ciudad de Londres, aclarando que su fin no era atacar la
moralidad sexual (que consideraba parte
del ámbito privado). Pero ante la omisión
encubridora de las autoridades, Stead apela
a la publicación de sus investigaciones en
un medio de amplia difusión para que la comunidad conozca la realidad de los hechos.
Los crímenes que pone en conocimiento
Stead se pueden resumir así: la compraventa y violación de niños, la procuración de
vírgenes, el sometimiento y la ruina de las
mujeres, el comercio internacional de niñas
esclavas y las atrocidades, brutalidades y
crímenes contra natura. Esta publicación,
además de convocar al debate público y a
la enmienda de unos artículos del Código
Penal, generó entre los lectores una fuerte
sensación de miedo e impotencia.
7
Temas humanísticos y sociales
asociado con la modernidad (luego de la revolución industrial) y que tiene que ver con
la manera de anticiparse a las “catástrofes”
anunciadas. Dicho riesgo, que era calculable en el Estado benefactor, ahora, en la
segunda modernidad, ha desbordado todas
las posibilidades de control generando una
nueva dinámica de confrontación basada
en la incertidumbre. Esta situación supone
la necesidad, para algunos, de generar nuevos mecanismos de control, o, para otros, de
seguir ejerciendo la resistencia.
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La lucha contra el
miedo se ha realizado
infundiendo más miedo
(con la elaboración
de armas sofisticadas;
la construcción de
muros, linderos y
zonas restringidas; la
propagación de cámaras
de vigilancia, entre otras
tantas estrategias),
aunque, según reza la
doctrina Huntington,
“hay que negarse a vivir
con miedo”.
8
Bourke también refiere un programa
radiofónico británico de la BBC, realizado en 1926, que también generó un miedo
desproporcionado entre los oyentes, aunque
hoy casi no se recuerda. Pero, indudablemente, la mayor referencia de inoculación
de miedo por la vía mediática en la primera
mitad del siglo pasado fue la versión radiofónica de La guerra de los dos mundos, hecha
por Orson Welles en 1938 desde los estudios de la Columbia Broadcasting System
(CBS). El programa, aunque advirtió de
su carácter ficticio en la introducción y durante algunos momentos de la transmisión,
tuvo tal efecto de pánico colectivo que las
comunicaciones colapsaron ante las llamadas de los aterrados oyentes que buscaban
indicaciones para protegerse del ataque de
los marcianos.
Después del alcance logrado por la
emisión radiofónica de Welles, era evidente
que en adelante los medios jugarían un papel
decisivo en la transmisión del miedo, pues
cada vez se hizo más evidente que ellos no
estaban solo para informar, sino que además
actuaban ocultando o sobredimensionando
muchos hechos. En las condiciones actuales, que permiten acceder a muchos medios
desde cualquier punto del orbe y ubicar lo
local en las dimensiones globales, también se
brinda la oportunidad para que los miedos
locales logren universalizarse con vehemencia y prontitud. En suma, son los medios los
que en gran parte han ayudado a posicionar
el terror como una narrativa poderosa y de
trascendencia global.
Esta dinámica se ha intensificado notoriamente después de la caída de las Torres
Gemelas de Nueva York, cuando —bajo
el pretexto de defender instituciones tan
arraigadas como la “libertad, democracia
y civilización”— las grandes potencias capitalistas emprendieron un proceso de “acciones preventivas” contra ciertos territorios
que eran identificados como “ejes del mal”.
Con estos presupuestos, tal como pudimos
ir corroborando, se legitimaron prácticas de
guerra y se crearon discursos para perseguir
a potenciales insurrectos (individuos o colectividades) que no se acomodaban a ese
“estado de cosas”. Sin duda, la creación conceptual más vaga, aunque al mismo tiempo
más peligrosa, fue la del terrorismo, con la
cual señalaron a todos aquellos considerados como enemigos. Una vez más, fueron
los medios al servicio de aquellos poderes
los que se encargaron de sobredimensionar
el terrorismo como la más grande amenaza que se cernía sobre las sociedades contemporáneas. Pero no es que el miedo al
terrorismo haya sido una creación posterior
al 11-S, pues este ya se había generalizado
desde la década de los setenta, cuando entre
el 85 % y el 90 % de la población consideraba al terrorismo como un problema muy
serio. La investigadora Bourke, en su libro
El miedo: una historia cultural, recuerda que
entre 1980 y 1985 solo diecisiete personas
Iconografías del terror
En un mundo gobernado por los muertos, por fin
nos vemos obligados a empezar a vivir.
robert kirkman, The Walking Dead
En sus lúcidas conferencias pronunciadas
en el Colegio Internacional de Filosofía
entre 1998 y 2001, Alain Badiou afirmaba
que el siglo XX corroboró sin contempla-
ciones que la vida (el principal problema
ontológico del mismo siglo) respondía a su
destino de manera positiva por medio del
terror. Esta aseveración proponía una riesgosa paradoja: la vida como problema fundamental pero en un juego permanente de
reversión con la muerte; como si la muerte
necesariamente condujera al fortalecimiento de la voluntad de vivir. Dicho siglo estuvo gozosamente obsesionado con su propio
itinerario de horror, el cual no iba más allá
de lo que la realidad misma proporcionaba.
Hubo una aceptación expresa del horror de
lo real como una necesidad ineludible para
alcanzar la promesa de los “porvenires que
cantan”. Este planteamiento coincide con
el de Lacan, para quien “la experiencia de
lo real es la experiencia del horror”. Y si
algo caracterizó al siglo XX fue la “pasión
de lo real”, del aquí y del ahora, del cambio
inmediato. La esperanza de darle vida a un
“hombre nuevo” debía cumplirse perentoriamente, sin detenerse a pensar en el costo
que supondría esta búsqueda. La necesidad
de lo real, aunque no se vislumbrara con
claridad, fue el antagonismo del siglo, ya
que la pasión verdadera fue la guerra, asumida como si fuera una “lucha final”.
Es en este marco donde aparece un
referente iconográfico que se identifica plenamente con el devenir del siglo: el zombi.
Aprovechando el temor atávico hacia lo
desconocido, lo irrepresentable, lo que está
por fuera de la realidad y que además rebasa el lenguaje, surge el zombi para encarnar
esa fuerza escondida y fundar su propia territorialidad al margen.
Sin duda, las mayores luces para pensar el itinerario zombi nos las ha dado Jorge
Fernández Gonzalo, en su ensayo Filosofía
zombi. Según este autor, el pensar zombi
está inscrito en una sociedad capitalista y
mediatizada, y se ubica precisamente en lo
impensable, en el “cuerpo sin órganos”, sin
identidad, sin fisonomía, pero que al mismo
9
Temas humanísticos y sociales
perdieron la vida a causa de actos terroristas en Estados Unidos; sin embargo, el New
York Times publicó un promedio de cuatro
artículos sobre terrorismo por edición. Asimismo, entre 1989 y 1992 murieron treinta
y cuatro estadounidenses por la misma causa en el mundo, y, en el mismo lapso, tres mil
libros fueron catalogados en las bibliotecas
de ese país bajo el rótulo de “terrorismo”.
Con dichas tensiones previas, el 11-S
sirvió a los estadounidenses para identificar
a los enemigos como “externos” (en adelante serían los “fundamentalistas islámicos
extranjeros”), pues era necesario encontrar
“chivos expiatorios” sobre los cuales generar inquietudes como sujetos generadores
de miedo, para solapadamente avanzar con
sus políticas imperialistas y apropiarse de
ciertos recursos estratégicos. El punto que
marcó la diferencia entre la caída de las Torres Gemelas y otros eventos (incluso más
catastróficos) fue el despliegue que tuvo en
tiempo real a través de los medios televisivos. En cierta forma, este mecanismo de
divulgación fortaleció la iconografía de la
catástrofe, que ya había sido alimentada
por la gran industria del entretenimiento
(Hollywood) como un presagio de los fatídicos hechos reales. Tanto los espectáculos artísticos como los noticieros en sus
preponderantes franjas especializadas en el
horror han venido trabajando aunadamente para intensificar la “estética del terror”.
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10
tiempo es poseedor de una territorialidad: el
terror. Con el surgimiento del zombi se hace
evidente una fractura de los “pactos sociales”,
del cuerpo social que nos ha delineado y nos
ha proporcionado máscaras que confrontan
las máscaras de otros personajes, y que nos
brindan las respuestas ante nuestros propios miedos. El zombi nos recuerda aquello
que nos desborda de nosotros mismos; que
es más de lo que creemos ser. Esos cuerpos
sin vida que deambulan ante nosotros son
nuestra proyección. El poder discursivo y
deconstructivo del zombi se levanta contra
la antropología que idealiza lo humano. De
ahí que el miedo en el espejo del zombi sea
un miedo hacia nosotros mismos, hacia ese
otro que nos habita. Y en el siglo de la pasión
de lo real, dicho miedo, antes que espiritual
o psicológico, es material, físico, hacia el otro
que puede conocernos y traernos la muerte,
pero también un miedo al grupo, a la masa
desbordada, a mezclarnos con los otros. De
esta manera, el zombi “alienado”, “extranjero”, se convierte en el mito de las sociedades
de consumo.
Una primera acción del zombi está
alineada con el fluir capitalista y su sucedáneo, el consumo, que lleva al triunfo de
lo efímero, de lo que puede ser fácilmente reemplazable, de lo que está hecho para
no durar; al respecto, la metáfora perversa
que nos ha vendido la publicidad como lo
más efímero por excelencia es la juventud.
Por tal motivo, se incita a consumirlo todo
de la forma más rápida: ¡enrúmbate y después derrúmbate!, como decía Andrés Caicedo. La apuesta del capital es conducir a
la juventud a ser zombis por medio de sus
nuevos patrones publicitarios (anorexia,
bulimia, cuerpos hiperdelgados), los cuales
se han tomado tanto los espacios comunes
como los privados.
Poco a poco, el zombi ha ido trazando
una estrategia efectiva para imponer su estética, que busca sacar lo obsceno, afianzarse
en el exceso, dejar al descubierto la intimidad que antes nos daba un aura de seguridad, sumergirse en el vacío que se alimenta
de más vacío. De esta manera se va presentando una desacralización del cuerpo, luego
de haber hiperexaltado las mismas estructuras corporales en todas sus profundidades
y perspectivas. El cuerpo ya no está definido por la anatomía (la cual varía según los
desmembramientos o vaciamientos que va
padeciendo), sino por su actuación de máquina, que fluye, se acopla y funciona (según
la concepción de Deleuze y Guattari), y que
se propaga por contagio. La perversión de
la estética gore (la que respalda el acontecer
mismo sistema. Puesto que el zombi responde a la lógica del instinto (solo necesita
comer, alimentarse para sobrevivir) no tiene
la necesidad social de “situarse” armónicamente dentro de los planes preponderantes de una construcción cultural. Esto le da
un carácter resbaladizo, nómada, que no
le permite aconductarse (más allá de poder resolver su necesidad básica de comer).
Al no dejarse masificar se convierte en un
cuerpo sin órganos, con toda su ambigüedad
revolucionaria, que replantea el “deseo y el
miedo al deseo”, pues la nueva economía
deseante que nos propusieron Deleuze y
Guattari despierta el temor de que el desear
rebase la organización social y ponga en peligro el poder. De esta manera, el capital ve
en el transgresor zombi un antisistema, una
manada que se abalanza peligrosamente
sobre sus seguridades. Y el mayor peligro
que alcanzan a avistar y que les desmorona más dichas seguridades es que la horda
zombi se alza contra el poder, sin poder alguno
y sin luchar por el poder, pues no le interesan
las jerarquías ni los principios de autoridad.
Por último, quiero resaltar que el actuar
zombi logra corroborarnos que no existe el
tan promocionado “choque de civilizaciones”, sino que lo que hay es “una civilización
en estado de muerte clínica sobre la que se
despliega un equipo de supervivencia artificial y que extiende una pestilencia característica por la atmósfera planetaria” (Comité
Invisible). El primer zombi, creado como
pieza funcional del capitalismo, se aproxima
a su muerte, mientras que el zombi insurrecto está dispuesto a acometer inmediatamente, para que esa sociedad moribunda, con un
cadáver en la espalda que se resiste a morir,
encuentre su destino final de una buena vez.
No más prolongación engañosa de ese cuerpo vacío. Que la muerte arrope ese proyecto
perverso para poder plegarnos a la esperanza
de una nueva vida.
11
Temas humanísticos y sociales
zombi) radica en que tiene como propósito
llevarnos hacia su reverso. Tras mostrarnos
el exceso de lo desconocido, su punto más
alto de desnudez, logra que terminemos familiarizándonos con la presencia zombi. Es
allí donde nos encontramos con un miedo
mayor: “el de ya no temer nada”.
En la dinámica actual de la globalización, del capitalismo que busca absorberlo
todo, se ha perdido la noción del afuera; los
zombis se han humanizado (por lo tanto,
banalizado en su aparente complejización).
Ha resultado tan estratégica la generación
del deseo consumista, que los propios zombis se ha vuelto autómatas, sin identidad,
quienes ahora “viven la muerte”, se preocupan por la muerte y hasta tienen miedo a
la muerte. De ahí que los zombis hoy nos
propongan esta pregunta: ¿quiénes son los
muertos, aquellos o nosotros? Con esta pregunta ponen al descubierto el simulacro en
que hemos convertido la vida.
Finalmente, es innegable que el capitalismo ha logrado su cometido: constituirnos en zombis, en autómatas. En adelante,
el zombi ya no asusta por el barroquismo,
sino porque su presencia está cada vez más
entre nosotros, aunque día tras día se nos
haga más difícil deslindar lo nuestro de lo
externo. Lo único que nos une y nos da
cierto carácter es el vacío. El flujo zombi
nos devora con la dinámica de su indefinición. La visceralidad enternece el vacío a la
vez que lo profundiza.
Pero el zombi también tiene otra faceta, su línea de fuga, su devenir minoritario. Este aspecto es el que nos interesa
resaltar al final de esta intervención, dado
su carácter generador de rupturas frente
al mismo organismo que lo ha creado. En
efecto, la plaga zombi busca “la caída del
sistema [...], la desmembración del cuerpo
de lo social” transmitiéndose por contagio y
aprovechando el mecanismo mediático del
Bibliografía
Badiou, Alain. El siglo. Buenos Aires: Manantial, 2005.
Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad.
Barcelona: Paidós, 2006.
Bourke, Joanna. Fear: A cultural history. London: Virago Press, 2006.
Comité Invisible. La insurrección que llega. Bogotá: Insurrección Nómada Ediciones, 2011.
Fernández Gonzalo, Jorge. Filosofía zombi. Barcelona: Anagrama,
2011.
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julio-diciembre 2015
Sitios web consultados
12
www.threemonkeysonline.com/es/article.php?id=49
www.filosofiadigital.com/?p=5966
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2348430
http://recuerdosdelpresente.blogspot.com/2008/09/el-riesgopermanente-ulrich-beck.html
david rangel botía
Biólogo de la Universidad Incca de Colombia. Especialista en Planeación
Ambiental y Manejo Integral de los Recursos Naturales de la Universidad
Militar Nueva Granada. Correo electrónico: [email protected].
¿Se puede hacer minería en cualquier parte
de este país?
Sí.
garon 416 títulos en 106 118 hectáreas. Y,
en humedales Ramsar, se dieron 44 títulos
en 9013 hectáreas (Pulido).
¿Existe una ley que lo prohíba?
Sí.
Según el artículo 34 de la Ley 685 de 2001
(Código de minas) —modificado por el
artículo 3 de la Ley 1382 de 2010— y el
artículo 2002 de la Ley 1450 de 2011 (Plan
Nacional de Desarrollo 2010-2014), están
excluidas de las actividades mineras los
ecosistemas de páramos, los humedales en
la lista Ramsar, los arrecifes de coral, los
manglares, las áreas del Sistema de Parques
Nacionales Naturales, los Parques Naturales Regionales y las áreas de Reservas Forestales Protectoras (Negrete 44).
¿Qué hizo este gobierno?
El día 2 de julio de 2013 se abrió nuevamente la ventanilla de solicitud de títulos
mineros. Cinco días antes, el Ministerio del
Medioambiente promulgó el Decreto 1374
y la Resolución 0705, que pretendían proteger algunas zonas de la minería y corregir
los errores cometidos en la anterior apertura, en la cual se otorgaron títulos mineros
en zonas de ecosistemas protegidos (Noticias Uno).
¿Qué muestran los hechos?
“Una tercera parte del territorio continental de Colombia cuenta con título minero,
está solicitado para titulación o está destinado para el desarrollo minero a través
de las áreas estratégicas mineras” (Negrete
44).
¿Se da solución al problema?
Temporalmente. Si se vence el término de
la reserva (un año) sin que las autoridades
ambientales hayan declarado o delimitado
de manera definitiva las zonas protegidas,
la Agencia Nacional de Minería retirará
el área de la reserva temporal del catastro
minero y, por lo tanto, se abrirán todas las
áreas que no estén delimitadas (Ministerio
de Minas y Energía)
¿Cuántos títulos mineros se han entregado
en áreas protegidas?
En el anterior gobierno, se entregaron 38
títulos mineros en 36 400 hectáreas de Parques Nacionales. En Reservas Forestales
Protectoras, se concedieron 71 títulos en
14 708 hectáreas. En los páramos, se otor-
Tienen un año, ¿qué podría salir mal?
El gobierno lleva doce años en la tarea de
delimitar las zonas excluidas de minería
que le ordenó la Ley 685 de 2001. Hasta
ahora solo ha podido entregar los planos
preliminares del páramo de Santurbán
(Noticias Uno).
13
Temas humanísticos y sociales
¿Se puede hacer minería en
cualquier parte de este país?
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
¿Por qué sucedió esto?
Ingeominas violó la ley y otorgó títulos mineros en zonas de Parques Nacionales Naturales y en otros ecosistemas protegidos.
El Ministerio del Medioambiente y
las corporaciones autónomas regionales
(CAR) son incapaces de definir y delimitar
las áreas de los ecosistemas a la escala que
ordena la ley y de ordenar el territorio según parámetros ambientales.
14
el ofrecimiento de cargos y otras situaciones de privilegio (Bermúdez).
¿Por qué esa gente gobierna así?
No podemos liberarnos de nuestra atadura
como especie biológica.
¿Por qué esa gente gobierna aquí?
“En casi todos los sistemas políticos se
suelen aprobar leyes y prácticas administrativas en beneficio de ciertos grupos sociales, más por razones políticas
que por lograr un uso eficiente de los
recursos o de distribuir razonablemente la renta. Estas regulaciones, además de
transferir ingresos a los grupos favorecidos, suelen tener repercusiones negativas
sobre el medioambiente” (Field y Field).
¿Atadura?
Aún carecemos de una conciencia social
que pueda velar por el interés de todos los
individuos de la especie. La concepción humanista es incompleta. El ser humano, además, de ser un primate social, es jerárquico,
territorial, tribal y agresivo.
El arte, la ciencia y la tecnología han
superado a la especie biológica. Sin embargo, la cultura no logra controlar los impulsos naturales más básicos, como el interés
particular de conseguir ascender en la escala jerárquica, incluso a cualquier precio. La
política puede ser útil. Para eso, se deben
buscar las alianzas, por empatía o mediante
¿Cómo se crean esos grupos sociales?
Son la continuación de las políticas extractivas del colonialismo, hechas ahora por
nacionales:
“Los que tienen poder político y económico estructuran las instituciones para
garantizar la continuidad de su poder, y
logran hacerlo. Este tipo de círculo vicioso
conduce a la persistencia del subdesarrollo,
de las instituciones extractivas y del poder
en manos de las mismas élites” (Acemoglu
y Robinson).
Esto conduce a un Estado incapaz al
que no le interesa hacer las cosas bien porque sabe que se encuentra por encima de
Conclusiones
Haría falta una investigación que permita
precisar las relaciones de causalidad entre
los grupos sociales con poder político y
económico y las leyes y prácticas administrativas que se utilizan en Colombia.
Debería hacerse un seguimiento de la
efectividad del Decreto 1374 y de la Resolución 0705, que pretenden proteger algunas zonas de la minería, para refutar o no la
tesis aquí planteada.
Este trabajo puede incentivar a algunos biólogos que podrían utilizar la política
colombiana como campo de estudio de la
etología.
Bibliografía
Acemoglu, Daron, y James Robinson. Por qué fracasan los países.
Colombia: Deusto, 2013.
Bermúdez, José María. La evolución del talento: de Atapuerca a Silicon
Valley. Barcelona: Debate, 2010.
Contraloría General de la Republica. Minería en Colombia.
Fundamentos para superar el modelo extractivista (Luis Jorge Garay
Salamanca, director), 2013.
Field, Barry, y Marta Field. Economía ambiental. Madrid: McGrawHill, 2003.
Ministerio de Minas y Energía. “Mediante decreto, Gobierno
nacional busca evitar futuros conflictos entre títulos mineros y
áreas de protección ambiental”, 2013. Consultado el 3 de julio
de 2013 en http://www.minminas.gov.co/minminas/index.
jsp?cargaHome=2&opcionCalendar=4&id_noticia=2018.
Noticias Uno. “Arrancó la feria de títulos mineros del Gobierno
Santos”, 2013. Consultado el 1 de julio de 2013 en http://
noticiasunolaredindependiente.com/2013/07/01/noticias/
feria-de-titulos-mineros/.
Popper, Karl. La responsabilidad de vivir: escritos sobre política, historia
y conocimiento. Barcelona: Paidós, 1995.
Pulido, Alejo. “La escandalosa adjudicación de títulos mineros en
parques naturales”. La Silla Vacía, 2008. Consultado el 11 de
agosto de 2014 en http://lasillavacia.com/historia/la-escandalosaadjudicacion-de-titulos-mineros-en-parques-naturales-26448.
15
Temas humanísticos y sociales
la justicia y por encima de la amenaza del
despido (Popper).
Análisis de la publicación Hojas
Económicas de la Universidad Central
Un acercamiento a las revistas científicas
john trujillo trujillo
Docente de la Universidad Central y director del Centro de Investigaciones
Económicas y Sociales (CIES) de la Facultad de Ciencias Administrativas,
Económicas y Contables de la misma Universidad.
paola ocampo constaín
Profesional de investigación del CIES de la Facultad de Ciencias
Administrativas, Económicas y Contables de la Universidad Central.
celmira melo pedreros
Investigadora del Observatorio Mercadológico de Bogotá
de la Universidad Central.
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
Introducción
16
En el contexto en que ha transcurrido la
evolución de las publicaciones científicas
en Colombia, se destaca el peso que ha tenido el Departamento Administrativo de
Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias) en los últimos tres quinquenios
en su búsqueda de dar un nivel internacional a la calidad de lo que se publica en
el país en materia de ciencia y tecnología.
Este proceso lo ha adelantado Colciencias
a través de sus convocatorias periódicas a la
comunidad científica para clasificación de
centros e institutos, grupos, investigadores
y publicaciones, inicialmente en 1991, y
con posterioridad en los años 1996, 1997,
1998, 2000, 2002, 2004, 2006, 2010, 2011
y 2013. Su objetivo es identificar cómo se
hace y desarrolla la ciencia en Colombia,
para poder trazar el mapa del llamado Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología.
Este sistema busca definir las rutas que se
deben seguir en pro de modernizar la labor
de la ciencia en el país mediante políticas
públicas que permitan integrar los desarrollos científicos y tecnológicos a la solución
de los problemas de la nación.
Esa identificación de los agentes que
participan en esta misión de hacer ciencia
ha conllevado a la par el reconocimiento de
que el nuevo saber científico, producto de las
pesquisas formales que todo investigador o
grupo de investigadores lleva a cabo, se valida en la comunidad académica mediante
la publicación de los resultados de investigación. En este contexto, la elaboración de
artículos publicables en revistas de carácter
científico ha sido el camino elegido, que en
el mundo industrializado es ya de vieja data,
pero que en Colombia y en la región apenas
empezó a formalizarse en los últimos años.
Este rápido tránsito hacia esquemas con requerimientos internacionales
ha obligado a muchos comités de revistas
editadas en instituciones de investigación
en Colombia a plantearse la posibilidad
de permanecer o desaparecer, puesto que
1.Las revistas científicas
Las llamadas revistas científicas tienen que
cumplir una serie de parámetros que las habilitan para recibir tal reconocimiento (indexación). Entre dichos requerimientos hay
aspectos tanto de forma como de fondo.
Entre los requerimientos formales se destacan los siguientes: un comité editorial de
corte científico, periodicidad, circulación,
intercambio editorial con otras instituciones, esquemas de contenidos, formas de
redacción, citación y referenciación, entre
otros puntos. A su vez, entre los aspectos de
fondo sobresalen estos: exigencias de arbitraje internacional científico, procesos editoriales rigurosos, exigencias de contenidos
bajo esquemas estandarizados y reconocimiento a través de citaciones en artículos
por parte de otros especialistas que publican en otras revistas igualmente indexadas.
Ante estas exigencias, se aprecia la capacidad de apenas una veintena de publicaciones dedicadas a temas económicos que
han intentado incorporar en sus propuestas editoriales los criterios de indexación
científica internacional, en pos de mantenerse vigentes ante las nuevas demandas
de Colciencias. Por otra parte, se ha dado
la desaparición paulatina de muchas revistas o la reducción de sus expectativas para
limitarse tan solo a operar como medios
de divulgación científica de saberes disciplinares. Esta situación se ha repetido
para todas las áreas del conocimiento y
en todos los países de la región, donde se
puede afirmar que se ha dado una reacción
similar en las últimas décadas en pos de no
marginarse aún más de la tarea de hacer
ciencia y tecnología, y poder participar de
alguna forma en la generación de nuevo
conocimiento, y así evitar condenarse al
eterno subdesarrollo del saber comprado,
es decir, la dependencia de la transferencia
científico-tecnológica.
Así, los esfuerzos editoriales para
contar con publicaciones de calidad científica internacional demandan hoy más que
nunca la inversión de grandes cantidades
de recursos humanos y financieros que garanticen la continuidad y alta calidad de lo
que se publica. Pero aceptar este reto no es
fácil ni para las instituciones de educación
superior ni para los investigadores, quienes
17
Temas humanísticos y sociales
la continuidad se hace altamente exigente
tanto en materia de recursos financieros
como de conocimientos editoriales, para
responder a los parámetros que en la actualidad orientan el tema de la calidad de
las publicaciones a nivel mundial. A ello se
suma el hecho de que en muchos casos las
revistas solo logran publicar pocas ediciones, ya sea por la escasez de artículos, por
la dificultad para conseguir el dinero requerido para cada publicación, por el retiro
de los responsables directos de las revistas
o por el desinterés de las instituciones de
mantener el apoyo financiero a sus revistas.
En ese contexto, la revista Hojas Económicas ha tenido una trayectoria intermitente pero relevante. Esta revista nació en el
año 1981 en la entonces Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central, bajo la iniciativa del entonces decano
de Economía Alfonso Delgado Martínez
y de Antonio Munar, director del Centro
de Investigaciones de la época, quienes con
visión académica apostaron por impulsar
un medio estratégico de reflexión y circulación del pensamiento de los profesores de
la facultad y de especialistas externos interesados en dar a conocer sus avances de investigación y reflexión mediante artículos.
El propósito de este artículo es mostrar algunos elementos de dicho esfuerzo y cómo
ha cambiado el panorama en materia de
exigencia a las revistas científicas; para ello
recurre a una mirada estadística, cualitativa
y reflexiva del asunto.
encuentran todo tipo de dificultades para
apostar por mantener la tarea colosal de
publicar revistas de esta naturaleza.
Estas limitaciones son las mismas que
acompañaron periódicamente la publicación de la revista Hojas Económicas, que en
distintos espacios de tiempo afrontó crisis
de uno u otro tipo, pero que, más allá de
esta situación y de su no circulación en el
presente, fue en su momento un medio
importante para recoger el devenir y la actualidad del pensamiento económico local,
regional y mundial, al dar a conocer a la comunidad de especialistas y a los estudiantes
del área los temas relevantes de la disciplina
a través de sus páginas.
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
2.Historia y memoria
de Hojas Económicas
18
La revista Hojas Económicas ha aparecido
en tres épocas diferentes, lo que le ha permitido analizar diacrónicamente la realidad
económica y la teoría económica en periodos que han experimentado la transformación del mundo desde lo que se concebía
como un mundo ordenado, lineal y conservador hacia el reconocimiento de la realidad
actual vista como compleja, cambiante y local.
Así, una primera etapa vio el nacimiento de
la publicación en el año 1981; posteriormente apareció de nuevo la revista hacia el
año 1993, momento en que logró su mayor vigencia y reconocimiento hasta el año
1997, y, finalmente, la última etapa vio aparecer solo un número de la revista en el año
2003 (tabla 1).
de cada momento, al igual que las situaciones metodológicas, las coyunturas y la
vida de la Facultad de Economía (hoy Departamento) en torno a sus transiciones y
transformaciones para adecuar el programa
Tabla 1. Periodos de la revista Hojas Económicas
Periodo
Números editados
1981
2
1993-1997
7
2003
1
Total
10
Fuente: elaboración propia.
A pesar de esa situación, los distintos
números reflejan las discusiones teóricas
a los nuevos contextos. Así, integrando globalmente los asuntos abordados, se pueden
identificar los siguientes intereses, acopiados en cinco grandes bloques:
1. Temas de orden interno: la Facultad de
Economía de la Universidad Central, la formación de economistas y la
pedagogía.
2. Temas de orden local o nacional: la planeación económica, la reforma agraria,
la apertura, la modernización del Estado, la pobreza, la salud, las pensiones,
el trabajo, el aparato productivo y los
gobiernos de turno.
3. Temas globales: la mundialización, la
internacionalización, la globalización,
el neoliberalismo, el comercio internacional, el orden internacional, el tercer
mundo, la deuda externa y América
Latina.
4. Temas teóricos y conceptuales: el capitalismo, el keynesianismo y postkeynesianismo, la crisis económica, el marxismo,
la historia económica, la economía política, el papel de Estado, la inflación,
los salarios, el déficit fiscal, los precios y
la monetarización.
5. Otros temas: diversos homenajes, los
discursos en eventos, reseñas y la planificación administrativa.
2.1 Las tres etapas
de la revista
Primera etapa
En un primer momento, la revista presentaba una apertura temática, de modo que
no existía una focalización sobre asuntos
especializados o una intención de orientar
los artículos hacia contenidos comunes en
algunos aspectos, sino que se trató de un
esfuerzo por abrir el escenario a materiales de diversa orientación y caracterización.
Esta condición fue común en las revistas
académicas en nuestro medio, pues en sus
primeras fases intentaban simplemente
abrir escenarios de publicación sin mayores pretensiones ni exigencias, que solo se
dirigían a constituir espacios para la puesta
en discusión de las reflexiones y los análisis académicos en torno a sus intereses
particulares.
A pesar de esto, en este primera etapa
ya se destaca el marcado carácter de análisis crítico y reflexivo que mantuvo la revista
durante sus tres etapas, en su papel de responder a la urgencia por generar un espacio
académico para la Facultad de Economía
de la Universidad Central, en el ámbito de
las facultades de esta disciplina en el país.
En cuanto a sus contenidos específicos, se destaca su capacidad para recoger
desde un primer momento artículos que
trabajaban la relación entre lo internacional y lo local, al tiempo que incorporaban
el sentimiento de la época, cargado por la
polarización entre capitalismo y socialismo,
lo que se refleja en un número importante
de materiales publicados en ese entonces.
Para detallar lo antes indicado, la tabla 2 presenta datos de los dos números del
periodo en relación con los autores y los títulos de los artículos allí aparecidos.
Tabla 2. Artículos y autores de la primera etapa
Fecha
Autores
Título del artículo
Alonso Delgado Martínez y Antonio
Editorial
Munar
Mayo de
1981
Alonso Delgado Martínez
Algunos aspectos sobre planeación económica
Antonio Munar
La crisis económica internacional y el tercer mundo
Fabio Cardozo
Indicadores socio-económicos mundiales
Cristobal Kay y Peter Winn
La reforma agraria en el gobierno de la unidad popular
Alonso Delgado Martínez
Editorial
Fidel Castro Ruz
Rosario Green
Septiembre
de 1981
Discurso pronunciado por el comandante en jefe Fidel
Castro Ruz, primer secretario del Comité Central del Partido
Comunista de Cuba y presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros de la República de Cuba
Bancarización de la economía mundial, deuda externa del tercer
mundo y nuevo orden internacional.
Orlando Caputo Leiva
Comercio internacional, intercambio desigual y NOEI
Pedro González Olvera
Las transnacionales y el monopolio de la tecnología en el tercer
mundo: las patentes
Heberto Castillo
Los energéticos y el tercer mundo
Gonzalo Arroyo
La crisis alimentaria de la fase actual del capitalismo
Jan Tinbergen
Políticas económicas internacionales necesarias para estimular
el desarrollo del tercer mundo
Total de artículos
Fuente: elaboración propia.
13 artículos
19
Temas humanísticos y sociales
Segunda etapa
Se puede afirmar que este segundo periodo
permitió el florecimiento de la revista, lo
que se evidencia en el hecho de que se logró
su continuidad por cinco años durante los
cuales aparecieron siete números. Esto deja
ver una preocupación y un trabajo destacado para conseguir la edición de artículos de
calidad en temas de diversa orientación.
En esta etapa, la revista incorporó traducciones de reconocidos economistas del
mundo, así como ensayos de connotados
pensadores colombianos sobre temas que
abarcan tanto las discusiones sobre teoría económica y sus implicaciones para la
comprensión de la realidad del momento,
como situaciones de interés nacional en un
momento de transición abierta hacia una
economía neoliberal hegemónica reguladora del orden global.
También se destacan las reflexiones
pedagógicas y las preocupaciones del programa de formación de economistas de la
Universidad Central, como también las
revisiones de temas de disciplinas no económicas como la administración o de áreas
transversales como los temas de comunicaciones, información y nuevas tecnologías,
por cuanto empezaban a incursionar de
manera insoslayable en los ámbitos de la
economía (tabla 3).
Tabla 3. Artículos y autores de la segunda etapa
Fecha
Autores
Alonso Ortega Rodríguez
Editorial
Libardo González Flórez
El nuevo orden mundial: los colores del camaleón
Campo Elías Cruz Bermúdez
Agosto de
1993
Título del artículo
Jairo Estrada Álvarez
La modernización del Estado colombiano: consecuencias y
proyecciones
Notas sobre acumulación de capital, intervencionismo de
Estado y desarrollos de la planeación
Pedro Vuskovic Bravo y Eduardo Ruíz
Contardo
Crisis y pobreza crítica en América Latina.
Freddy Fernando Cruz P.
Reflexiones sobre la Facultad de Economía.
Para observar el bosque: reflexión acerca de la formación del
economista.
Recomendaciones generales para la elaboración del plan de
Centro de Investigaciones Económicas
tesis
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
Humberto Pérez Marín
20
Mayo de
1994
Alfonso Ortega Rodríguez
Editorial
María Alicia Botero
Notas sobre la salud en Colombia
Alejandro Alzate Donoso
La nueva ley de pensiones: una gran oportunidad
para todos
Héctor López López
Julián Trujillo, caballo de Troya de la Regeneración
Pablo Guadarrama González
¿Qué se incrementa en la modernidad: la alienación o la
desalienación?
Nelson Fajardo
Del neoliberalismo a la apertura económica en Colombia
José Arturo Gutiérrez Trujillo
Reflexiones sobre apertura y desindustrialización
Libardo González
América Latina y sus problemas críticos
John Vásquez Hernández
Coyuntura cambiaria, déficit comercial crónico y
normalización de capitales
Richard Ballesteros P.
Análisis cuantitativo del municipio colombiano
Jairo Estrada Alvarez
Planeación y acumulación de capital en Colombia
Jairo A. Molano R.
Metodología para la planificación situacional
Editorial
Isaías Aguilar Huerta
Los retos de América Latina: convertir el ahorro externo en
inversión productiva y mejorar su desempeño exportador
Gustavo Tabares Ramírez
La deuda externa de América Latina: un problema sin solución
Jairo Estrada Alvarez
José Arturo Gutierrez Trujillo
Diciembre
de 1994
Junio de
1995
Libardo González
El gobierno de Gaviria y el agro: la semilla del descontento
Martha Rosario Piña López
Inflación: el fantasma de Gaviria
Freddy Cruz Parra
La salud pública en Colombia fuentes y aplicaciones en los
recursos en 1993 (una aproximación)
Alfonso Ortega Rodríguez
Editorial
Gustavo Tabares Ramírez
El fin del espejismo mexicano
Hector López López
El agente de la salud tradicional
Georg Zinn Karl
Apreciaciones críticas de la metafísica
en la economía política
Libardo González
Los estudios sobre historia económica en Colombia
Henry Amorocho Moreno
Jairo A. Molano R.
Febrero de
1996
El plan del “salto social” y la política macroeconómica. Una
realidad inconsistente
El salto social dentro de un contexto de planeación
participativa
Jairo Estrada Álvarez
Reflexiones sobre inflación y salarios en el “pacto social”
Iván David Ortiz Palacios
Notas sobre la política laboral del Estado
Philippe Queau
Novedosos desarrollos en las tecnologías de la comunicación.
¿Quién controlará la cibereconomía?
Ricardo Guell Camacho
La mundialización y el orden monetario internacional
Alfonso Ortega Rodríguez
Editorial
Orlando Villanueva Martínez y Carlos
Arboleda González
La democracia liberal: el nuevo autoritarismo
Héctor López López
Manizales, la estratégica
William Graf
El Estado en el tercer mundo
Maxime Durand
Frente a la globalización capitalista
Anwar Shaikh y Ernest Mandel
Capitalismo internacional en crisis: ¿qué sigue?
Libardo González
Jairo Estrada Álvarez
Febrero de
1997
Elementos para una caracterización de la política económica y
social del gobierno de Samper
Cambios en el aparato productivo industrial y condiciones de
trabajo de los asalariados
Colombia en la economía mundial: las condiciones de la
nueva dependencia
Colombia y el pacto internacional de derechos económicos,
sociales y culturales
Varios traductores
Los prólogos de historia económica general de Max Weber.
Ricardo Güell Camacho
Descentralización y déficit fiscal
Reynaldo Ariza Mateus
Aproximación pedagógica al concepto de fetichismo en Marx
Alfonso Ortega Rodríguez
Editorial
Émile Durkheim
Debate sobre la economía política y las ciencias sociales
Gustavo Tabares Ramírez
América Latina, globalización y bloques regionales
Jorge Sáenz Castro
Los precios hedónicos en la valoración económica
Orlando Villanueva Martínez
Camilo: pensamiento y proyecto político
Antonio Negri
John M. Kaynes y la teoría capitalista del Estado en el 29
Karl Betz
Economía de mercado y economía monetaria en la perspectiva
del keynesianismo monetario
Continúa
Temas humanísticos y sociales
Diciembre
de 1994
21
Alfonso Ortega Rodríguez
... Viene
Fecha
Autores
Jorge Lambuley Alférez
Título del artículo
El proceso de sustitución de importaciones a la luz de la teoría
keynesiano-monetaria
Blanca Luz Rache y Jaime Páez Méndez Gastos en recesión para la recuperación
Febrero de
1997
Bonel Patiño Noreña
La solución a la crisis colombiana de los 30: ¿un
keynesianismo sin Keynes?
Libardo González
Prólogos de la edición francesa de la Teoría general
Mario Aguilera Peña
Jaime Puyana Ferreira
Alfonso Ortega Rodríguez
José Félix Cataño
1997
Libardo González Flórez
1997
La introducción del papel moneda y el motín bogotano de
1893
El concepto de “excedente económico” de Paul Baran: validez
y relevancia actual
Editorial
Un esquema para comprender la situación actual de la teoría
económica general
La economía neoclásica: amores y odios en la teoría
económica
Peter Weise
Evolución económica y autoorganización
Rainer Schwarz
¿Qué es lo nuevo en la economía evolutiva?
Constanza Cubillos y Alexander
Combariza
Entrevista a Albert Berry
Bonel Patiño Noreña
Hacia una revaluación de la llamada colonización antioqueña
Martha Rosario Piña López
Los ciclos y el desarrollo económico: el caso colombiano
Renán Vega Cantor
Notas sobre algunas relaciones entre marxismo y ecología
Alcides Gómez Jiménez
La gestión de la biodiversidad en Colombia
Nelson Fajardo
La investigación: sentido y razón de su existencia.
Apreciaciones críticas
Reinaldo Ariza Mateus
Mercado y deshumanización en el fin de siglo
Libardo González Flórez
Entrevista a Antonio García
Ricardo Sánchez
Antonio García y la revolución de los Comuneros
Mauricio Cárdenas
Empleo y distribución del ingreso en América Latina: ¿hemos
avanzado?
Total de artículos
78 artículos
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
Fuente: elaboración propia.
22
Tercera etapa
Esta última fase de la revista, a pesar de limitarse a un único número editado, se destaca por sus cambios en busca de responder
a los estándares exigidos a las revistas que
en la actualidad buscan su indexación como
publicaciones científicas.
Este tránsito hacia la indexación fue
acompañado en este número por una orientación temática que dirigió su interés hacia
el asunto de la globalización. Se pueden encontrar allí pensadores locales y mundiales
dedicados a analizar las transformaciones
acaecidas en las últimas décadas hacia la
consolidación de la llamada globalización,
abarcante de todas las realidades económicas del planeta. En ese contexto se destacan análisis, revisiones teóricas y reflexiones
críticas sobre el impacto en todos los órdenes de lo global en la vida de la población
mundial, en adelante subsumida bajo una
lógica del consumo y del paulatino deterioro medioambiental, en provecho de unos
pocos actores mundiales y en detrimento de
todo lo demás.
Así las cosas, esta nueva época de la revista presagiaba un punto de maduración de
se introducen materiales que reconocen la
necesidad de profundizar sobre las miradas
complejas, las perspectivas de los nuevos
movimientos sociales y la identificación de
opciones ante la condición de dominio generada por el marco económico neoliberal.
Tabla 4. Artículos y autores de la tercera época
Fecha
2003
Autores
Título del artículo
Carlos José Herrera Jaramillo
Pensar la globalización
Benjamín Herrera Chávez
Lecturas de la globalización
Daniel Cohen
Las mutaciones en curso. Sociedad en redes y capitalismo
financiero. ¿Es tóxica la polivalencia en el trabajo?
Olivier Mongin
Las revoluciones del tiempo
Dani Rodrik
El debate sobre la mundialización: lecciones del pasado
Ricardo Güell
La globalización y el empleo: una visión crítica
Zoilo Pallares Villegas
La asociatividad empresarial: una respuesta de los pequeños
productores a la internacionalización de las economías
Julián Bautista Rosero
Globalización, participación, y desarrollo social
Jaime Mejía Gutierréz
Las funciones de los Estados y los gobiernos en el contexto de
la globalización
Pascal Delisle
Gobernabilidad
Juan José Plata
Globalización, tecnología y medioambiente
Rodrigo París Rojas
Luis Ernesto Loboguerrero Sanz
Escuela de Economía de la Universidad
Central
Escuela de Economía de la Universidad
Central
CNN y su influencia internacional: el caso del conflicto de
Kosovo
El conflicto armado colombiano: ¿una amenaza para la
seguridad regional?
Vida académica de la Escuela de Economía
El objeto de estudio de la economía
Total de artículos
15 artículos
Fuente: elaboración propia.
2.2. Análisis estadístico
de la revista
Durante los tres periodos estudiados, la revista Hojas Económicas publicó un total de
106 artículos en 10 números. Estos datos
(que se desagregan por tipología y año en
las tablas 5 y 6) permiten reconocer que se
trató de una publicación capaz de recoger
artículos tanto en niveles de difusión como
reseñas, descripciones y revisiones de contenidos, al igual que investigaciones y aportes creativos para el fortalecimiento del
programa de Economía de la Universidad
Central.
Esta caracterización es el mayor insumo para determinar el sentido de una revista que durante sus tres etapas de existencia
respondió a los criterios comunes para las
publicaciones académicas del país en cada
uno de esos momentos. Así, se aprecia en
su trasegar un uso frecuente del estilo de
escritura reflexiva y de revisiones documentales y académicas, a su vez que un reducido
número de publicaciones como resultado de
investigaciones formales (tabla 5 y figura 1).
23
Temas humanísticos y sociales
la publicación, que acogía materiales de una
elaboración adecuada para las exigencias del
momento y dirigidos a mantener una postura crítica de la economía como disciplina
científica, con discursos alternativos a los de
la economía oficial (tabla 4). De este modo
Tabla 5. Tipos de artículos publicados
Tipo de artículo
Artículos de investigación
Cantidad
Año (cantidad por año)
%
1
1994
0,94
2003 (5)
1997 (8)
1996 (6)
Artículos de reflexión
42
1995 (6)
39,62
1994 (7)
1993 (5)
1981 (5)
2003 (4)
1997 (9)
1996 (4)
Artículos de revisión
34
1995 (3)
32,07
1994 (8)
1993 (1)
1981 (5)
Biografía
2
1997 (1)
1994 (1)
1,88
Crónica
1
1995
0,94
Diálogo
1
1997
0,94
2003 (1)
1997 (2)
1996 (1)
1995 (1)
Editorial
10
1995 (1)
9,43
1994 (2)
1993 (1)
1981 (2)
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
Modelamiento
24
1
1997
0,94
Descripción
4
2003 (3)
1997 (1)
3,77
Investigación
1
1997 (1)
0,94
Reseña
1
1997 (1)
0,94
Traducción
2
2003 (2)
1,88
Entrevista
2
1997 (2)
1,88
1997 (1)
Otros
4
1994 (1)
1993 (1)
3,7
1981 (1)
Total de artículos
Fuente: elaboración propia.
106
100
Crónica
Diálogo (1 %)
Editorial (9%)
Modelamiento (1 %)
Descripción (4 %)
Investigación (1 %)
Artículos
de reflexión
39 %
Reseña (1 %)
Traducción (2%)
Entrevista (2%)
Otros (4%)
Artículos de investigación (1 %)
Articulos
de revisión
32%
Figura 1. Porcentaje de artículos publicados por tipología. (Fuente: elaboración propia)
Por otra parte, en la tabla 6 se detecta que,
en términos porcentuales, la revista tuvo un
pico de artículos publicados en el año 1997,
cuando hizo circular un total de veintiocho textos, en contraste con el año previo,
cuando fueron solo once los contenidos que
circularon (figura 2). En muchos casos, esta
variación obedece a la dificultad de conseguir textos adecuados para la publicación o
a los ritmos de la edición para poder publicar los materiales recibidos. Estos aspectos
no facilitan la estandarización de una cantidad promedio permanente de textospara la
edición y publicación física de las revistas.
Tabla 6. Artículos publicados por año
Año
Cantidad
%
1981
13
12,2
1993
8
7,5
1994
20
18,8
1995
11
10,3
1996
11
10,3
1997
28
26,4
2003
15
14,1
Total de artículos
76
100
Fuente: elaboración propia.
Temas humanísticos y sociales
25
Biografía
1997
14 %
1997
14 %
1997
27 %
1993
8%
1994
19 %
1996
10 %
1995
10 %
Figura 2. Porcentaje de artículos publicados por año. (Fuente: elaboración propia.)
73
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julio-diciembre 2015
3. Consideraciones
finales. Retrospectiva de
las posibilidades y límites
de la revista
26
A la luz de la trayectoria de Hojas Económicas descrita anteriormente, es notorio
el cambio que han vivido las revistas académicas en Colombia y en la región en el
último periodo. Esto se evidencia en una
transición en la escritura desde la forma
del ensayo profesional hacia la redacción
de artículos que privilegian la estandarización de un estilo técnico para dar a conocer
resultados de investigación. Hoy priman
los contenidos donde se dan a conocer las
hipótesis, las metodologías y las pruebas
soporte de los resultados. Se trata de un
cambio radical en la manera de escribir y
publicar, un cambio de fondo en el que la
crítica y el análisis que muestra los efectos sociales de la teoría y de la orientación
económica preponderante han pasado a un
segundo plano, en beneficio de una lógica
que prioriza un estilo sintético centrado en
resultados, en el modo de obtenerlos y en
las descripciones sucintas de lo hallado.
Es oportuno aclarar al respecto que
no se busca en este escrito indicar que una
forma de publicación es más o menos válida que la otra; por ejemplo, que el estilo
del ensayo sea mejor que la producción de
resultados de investigación, la elaboración
matematizada o la presentación de modelos econométricos. Lo que sí es oportuno
reconocer es que solo una combinación
equilibrada de las diferentes perspectivas
podrá propiciar interpretaciones de mayor
alcance en el análisis económico de cara a la
consecución de propuestas adecuadas para
intervenir lo social.
Así, acentuar el carácter técnico de las
publicaciones científicas puede mejorar la
“objetivación” sobre los asuntos estudiados;
pero no es menos cierto que esa “objetivación” carece de sentido si se desconocen los
contextos, los intereses y los usos que polí-
la disyuntiva entre ajustarse a los cánones actuales de la indización internacional u optar
por publicar a la luz del análisis económico
comprometido con el cambio social. El primer camino, que hoy es privilegiado, llevaría
a la estandarización de las investigaciones y
a la consecución de resultados que se puedan mostrar en términos de las exigencias
de la comunidad académica predominante,
es decir, aquella que se interesa por los resultados de cifras y modelos econométricos. El
camino contrario, al que seguramente muy
pocas instituciones apuestan en el momento
actual, exige optar por el compromiso social.
Sin embargo, generar una mezcla de ambas
posibilidades puede llegar a ser la mejor alternativa.
Bibliografía
Colciencias. Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología
e Innovación. Modelo de medición de grupos de investigación,
desarrollo tecnológico y/o de innovación, año 2013. Bogotá:
Colciencias, octubre de 2013.
Hojas Económicas. Bogotá: Universidad Central, 1981, 1993-1997 y
2003.
27
Temas humanísticos y sociales
ticamente se dan a los resultados obtenidos
por los científicos de la economía. Lo que
se viene evidenciando es que los investigadores encuentran menos espacios de publicación cuando sus discursos se orientan a
criticar reflexivamente los modelos predominantes en la disciplina económica. Por
el contrario, en los espacios de las revistas
cada día se privilegian más los contenidos
que priorizan los resultados y que enuncian de modo sintético las interpretaciones
económicas que surgen al establecer conexiones con las demás realidades: políticas,
socioculturales y humanas.
En este punto se puede decir finalmente que pensar en una cuarta etapa de la revista Hojas Económicas pasa necesariamente por
Aproximaciones
literarias
Osorio Lizarazo, maestro del
claroscuro novelístico
ernesto gómez-mendoza
Barranquilla, 1951. Ha ejercido la crítica teatral, cinematográfica y literaria
en medios como El Heraldo, El Espectador, Cinemateca, Nueva Frontera,
Quimera y Número. Últimamente lo hace en revistas digitales como Casa
de Esterión y La Movida Literaria.
Con respecto a la figura del novelista J. A.
Osorio Lizarazo, se cierne la duda sobre la
calidad de sus novelas. Algunos gustos se
han sentido abrumados por los universos
míseros y lumpen que cobran vida en estas novelas y que han hecho que a su autor se le acuse de demagogo, de predicador
social anticuado. Fueron sus contemporáneos los más interesados en confinarlo a un
rincón de desdén. Lo ignoraron o pasaron
por alto figuras como Caballero Calderón,
García Márquez, Zapata Olivella, Álvarez
Gardeazábal, Mejía Vallejo, Rojas Herazo, J. Mario y Jaime Jaramillo Escobar, tal
vez por su desafortunada colaboración con
el estrafalario dictador caribeño, Leónidas
Trujillo.
En la actualidad, las nuevas generaciones y los Departamentos de Literatura y
Lenguas de las universidades colombianas
y del extranjero se ocupan extraordinariamente de la obra de este escritor bogotano,
que también fue colaborador y biógrafo del
mítico Jorge Eliécer Gaitán, el más grande
líder populista de la historia de Colombia.
La editorial Laguna Libros ha reaccionado
a este interés académico con títulos como
Garabato y El camino en la sombra, dos de
sus novelas que hasta ahora eran imposibles
de encontrar en las librerías.
Si alguna intención de denuncia
ideológica hay tras las páginas de estos
dos textos, se neutraliza cuando el autor
se abandona fácilmente a las pulsiones del
novelista y a su sugerente poética de la pobreza y la parvedad. El tema profundo de
Osorio Lizarazo es el universo de lo relegado, precario, humilde y desposeído. Un
universo que rechaza lo superfluo, legítimo
y exuberante de las prácticas relacionadas
con las cosas, las mercancías y el dinero.
Garabato es una novela de aprendizaje
en la cual el héroe confirma una vocación
atávica por el margen social en que es posible vivir apartado de la enconada lucha
sofisticada por el rango y la opulencia. Juan
Manuel Vásquez, apodado Garabato en
la escuela, en su aprendizaje, codifica gradualmente las emociones que le permitirán
organizar una existencia libre, una independencia del espíritu que lo pone por encima
de la multitud ansiosa por la falsa seguridad
de posesiones multiplicadas y redundantes.
Por lo mismo, simultáneamente, el novelista elabora otro tema, el de la supervivencia,
la gloria humilde de sobrevivir pobre pero
subjetivamente íntegro.
En el relato de la infancia de Garabato, el novelista encuentra una serie de
situaciones y contextos que le permiten
desarrollar su poética de lo parvo y lo humilde. Garabato, su madre y su padre son
insignificantes, pero el autor los aureola de
dignidad y de racionalidad. La misma estructura de la frase, su cadencia y el léxico
poseen esa dignidad de lo pequeño e inci-
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
30
piente que solo puede ser reivindicada por
sensibilidades como la de Osorio Lizarazo.
Y sea dicho oportunamente: no es un predicador social, ni un panfletario, es un artista, con un universo personal y sus demonios
particulares y una forma que le obedece y es
mediadora de dicho universo.
En este aporte a un nicho, el de la
poética de lo pequeño y precario —de
destacada presencia en la historia de la literatura moderna—, radica la importancia
de nuestro autor. Osorio se articula a una
tradición que alimenta la novela picaresca,
a Los miserables, de Víctor Hugo y a la obra
popular de George Sand y Charles Dickens, entre otros.
En Colombia, se articula a la parte de
la obra de García Márquez que alude a la
marginalidad y a la pobreza, todo un lúcido imaginario en el que la necesidad y el
abandono transfiguran la condición humana y en el cual caben el coronel que espera
noticias de su pensión en vano —mientras
se acostumbra con su esposa a no comer—,
el marginal y frugal profesor de colegio —
que celebra sus noventa años mirando a
Delgadina dormir desnuda en un sencillo
burdel de Barranquilla— o el estoico Florentino Ariza —hecho una sola pieza con
su humilde oficio de escritor de cartas de
amor—.
Claro que este imaginario sin esplendores ni aureolas debe ser tóxico para el
gusto de esta época adicta al consumo narcisista y respecto a la cual muchos escritores
construyen despiadadas herejías (con qué
asco algunos personajes de la lumpen-burguesía soportarán un libro lleno de pobres
y de cosas insignificantes y polvorientas
como Los Ejércitos, de Evelio Rosero). El
tema es vasto porque incluye también el
ideal de la vida de renuncia en la bohemia,
tan importante para el campo literario y
para escritores como Henry Miller, Gunter
Grass, Julio Cortázar, Cabrera Infante, Wi-
lliam Faulkner y Ernest Hemingway, entre
otros.
En el nicho de las novelas de la parvedad y el abandono, las masas de información y de atmósferas son uno de los
elementos sujetos a la manipulación del
autor. Las descripciones y atmósferas que
multiplican las percepciones sobre calles,
viviendas, costumbres, interiores, utensilios
deben poseer matices, tonalidades e imágenes que produzcan el efecto: el lirismo de lo
relegado e insignificante.
En Garabato, Osorio Lizarazo trabaja estas masas narrativas de forma análoga
a William Faulkner, para quien tales masas son parte de su sello particular como
narrador. Es un texto de la misma trascendencia de María, de Jorge Isaacs, que
construye también una mirada especial
sobre las cosas pequeñas y de “bajo perfil”,
ese cortejo sin estruendos ni exaltaciones
operáticas de Efraín y María. Solo que, a
diferencia de Isaacs, Osorio es un maestro
del claroscuro.
Los aprendices de novelistas pueden
conocer esa mirada en Garabato y aprender
a orquestar amplias masas narrativas, aunque no sea un clásico. Pero podría serlo. Jorge Luis Borges define el texto clásico como
uno “que las generaciones de los hombres
leen con previo fervor y admiración”. El
fervor y la admiración previos se adhieren a
un texto cuando se estratifican los comentarios afirmativos y las recomendaciones de
oleadas sucesivas de lectores. Podría pasarle
a esta novela, que llegará a más lectores sin
el estigma que le pusieron a su autor, por
gaitanista o por hereje.
Una de esas masas narrativas precisamente es el poderoso retrato, explícito y
abundante, de la rutina de un colegio jesuita en Bogotá a principios del siglo pasado. En este, un equipo de sotanas implanta
abusivamente en las mentes de los estudiantes una ideología reaccionaria, exclu-
Durante estas explicaciones el padrecito
se enfurecía mucho y se dejaba poseer
de una santa indignación. Seguramente,
si en aquel momento hubiera tenido un
liberal a mano, lo habría estrangulado.
Declaraba que durante las guerras civiles matar rojos era un merecimiento que
Dios premiaba. Pedía con ahínco una
nueva revolución para acabar con todos
esos monstruos y evitar que algún día
volvieran a levantar la cabeza, animados y
sostenidos por el propio Satanás. Él mismo se sentía capaz de coger el fusil y lanzarse sobre los campos de batalla a matar
bandidos. Para ratificar esta enseñanza de
piedad y de amor, el padre Guerrero nos
hacía gritar: ¡Abajo los liberales masones!
Y también: ¡Viva el gran Partido Conservador! (Osorio, Garabato 106)
Ante este brío novelesco, casi produce pudor
ocuparse de los incidentes estilísticos. Osorio Lizarazo muchas veces oscurece su estilo
con elementales cacofonías y frases retorcidas que minan la eficiente máquina de su
relato. En Garabato, hay partes que parecen
más corregidas y replanteadas que otras. Por
las noticias biográficas con que contamos y
por el dato de su esclavitud en el oficio del
periodismo, podemos conjeturar que escribía entre efímeras pausas dentro de absor-
bentes compromisos extraliterarios. Y eso
nos permite atenuar sus exabruptos de estilo.
El camino en la sombra
El hondo rencor que le carcomía el alma
se trocó de súbito en misericordia y amor,
cuando vio al pobre ser que se había
arrancado de la entraña dolorida de su
hija. No se atrevía a hacer manifestaciones de una ternura que hubiera parecido
complicidad, porque era necesario prolongar cuanto fuera posible la justicia de
su enojo. Pero, en el fondo de su alma, sin
que ella misma se diera cuenta, se operó la transformación de su sentimiento.
Por las mejillas, enjutas y ajadas, le corrían lágrimas de compasión por la hija
infortunada y por el nieto, que acababa
de aparecer en el mundo, que era parte de
su propia sangre y que llegaba navegando
sobre un río de dolor. (Osorio, El camino
en la sombra 81)
Para un lector de la era actual, esta fraseología suena mal y estrambótica. Pero no hay
que darle a la cuestión excesiva atención, así
sea porque fácilmente podemos encontrar
en Balzac media docena de párrafos análogos, con la misma alegoría del alma (casi
no puede escribirse novela sin recurrir a
la mención del alma, objeto que la ciencia
ignora por completo) y similares imágenes
retóricas (esas lágrimas corredoras).
31
Aproximaciones literarias
yente e intolerante. Una idea de la fuerza
de esta parte de la novela puede obtenerse
de este pasaje:
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
32
Era un lenguaje que Osorio Lizarazo
compartía con poetas, oradores, políticos y
periodistas de su época. Y, principalmente,
con los lectores, con sus lectores naturales.
Es el primer lenguaje que hay que descodificar para leer una novela sobre la familia y la supervivencia como El camino en
la sombra; que, en 1963, un año antes del
fallecimiento del autor, obtuvo el premio
Esso de Novela Colombiana, que ganaron,
en la misma década de los sesenta, García
Márquez, Héctor Rojas Herazo y Manuel
Zapata Olivella.
¿Dura tarea? Concedámosle a Osorio
el mismo beneficio que le reconocemos a
Balzac o a Stendhal cuando los leemos “con
previo fervor y admiración”, abriéndonos
paso y hasta disfrutando de una fraseología
propia de su era y, al fin y al cabo, fraseología de novela; narración que se enuncia
a través de un lenguaje híbrido en el que
luchan varias clases de discurso y no supera
fácilmente su mestizaje, su impureza y los
altibajos estilísticos (las delicadezas de estilo, los relatos diáfanos y melódicos, se logran en otro género, la “novella” o noveleta,
que es el género propio de García Márquez,
aunque solo sea en el ámbito anglosajón, en
donde los editores le ponen ese rótulo a sus
producciones).
El camino en la sombra es la historia de
una familia, las historias entrelazadas de sus
seis miembros, todos devorados por el atavismo familiar. ¿Suena familiar? Suena, porque en la narración de Cien años de soledad
hay un marco similar y eso hace del libro de
Osorio Lizarazo una especie de precursor
del mítico libro de García Márquez.
La forma como los genes compartidos
por un puñado de seres los determinan e intentan aprisionarlos en un estrecho círculo
de rituales y obsesiones es un tema no solo
fascinante, sino muy pertinente en Colombia, un país en el cual es poderoso motivo
en el imaginario colectivo y en la práctica
El fervor y la admiración
previos se adhieren
a un texto cuando
se estratifican los
comentarios afirmativos
y las recomendaciones
de oleadas sucesivas de
lectores. Podría pasarle a
esta novela, que llegará
a más lectores sin el
estigma que le pusieron a
su autor, por gaitanista o
por hereje.
de clanes y familias que se atribuyen una
calidad metafísica, trascendental, que incluso implica un desdibuje de las otras estructuras sociales y políticas. Es buen signo
que contemos en nuestra tradición novelesca con dos muy logradas alusiones a este
tema de la familia, que merece una crítica
cultural que explore, por ejemplo, por qué
los individuos en este país cumplen con la
familia, pero se consideran por encima de
las normas de convivencia colectivas.
El autor de El camino en la sombra labra cada figura de la familia con la misma
dedicación y viveza. Pero siempre dentro
del cerco fatalista en que la comunidad de
sangre es una fuerza centrífuga que captura
y somete las individualidades. Es un tema
propicio para la actitud vitalista de Osorio
Lizarazo: la vida en sus amplios e implacables principios y fuerzas ciegas constriñe el
impulso y el querer individual.
En el caso de la familia García, que
se desplaza a Bogotá como partidaria de la
revolución vencida (1885), parece tener una
oportunidad para superar su autismo e in-
con una infección de viruelas que hacen su
rostro repulsivo, acogida casi por fórmula
para que sirviera en grotesca esclavitud, se
desahogan la ansiedad y las frustraciones
de todos.
En el nudo de la trama es esta esclava despreciable el único recurso para restablecer las comunicaciones con el coronel
Feliciano García. Matilde logra llegar a
los campamentos revolucionarios porque
su pequeña y repulsiva figura no significa
nada para los soldados gobiernistas. En una
de las escenas memorables, recibe un homenaje del coronel García por sus valiosos
servicios a la causa; cuando regresa a Bogotá, debe asumir otra vez su oscuridad en el
seno de la familia.
Es una figura que oscila en la narración, que se eclipsa en las sucesivas historias de doña Rosario, Raquel, Feliciano y
Lucía, como si, para Osorio Lizarazo, tuviera valor de símbolo. Símbolo de lo que
permanece fiel y constante, bajo las mutaciones y las pasiones que entran en combustión, que se inflaman en un destello
y finalmente se extinguen para satisfacer
las ciegas fuerzas vitales. Sus ojos verán el
desmoronamiento irreparable de la familia, tras lo cual su figura se pierde en las
calles indiferentes.
Es un mundo novelesco, proyectado
con los recursos del novelista que se enseñorea de él. De ese mundo novelesco cuya
falta constituye el fracaso de muchos pretendientes de la novela dotados de formas
de enunciación más seductoras y ágiles. Los
personajes que habitan ese mundo tienen
una animación pura, penetran al lector y
defienden su causa conmovedoramente. Es
suficiente para superar el debate sobre las
calidades de novelista y artista de Osorio
Lizarazo y darle el puesto que merece en la
tradición de la novela colombiana.
33
Aproximaciones literarias
sinuar un destino diferente para sus miembros; la involución, en manos del novelista,
tiene una insólita, épica y peregrina dignidad cuando el grupo —desde la matrona
doña Rosario hasta Matilde, la niña abandonada y deforme criada por la familia—
responde como alma colectiva al llamado
de la revolución de los Mil Días.
Feliciano, el varón, que dejó la familia
sin promesa de superar su apocamiento ni
su candidez, envía noticias sorprendentes:
es un capitán de las tropas rebeldes. No solo
para doña Rosario, viuda de un legendario
guerrillero liberal, sino para todos, la adhesión a la causa es ciega y profunda. Es el
episodio central de la novela y un testimonio útil para entender el mecanismo que
movía a aquellas sectas políticas al ritual de
la guerra civil sangrienta y brutal.
Las virtudes de Osorio Lizarazo como
cronista se destacan en este episodio con el
relato en amplios movimientos de los recursos y afanes de la retaguardia urbana de
los guerrilleros liberales de los Mil Días.
La familia García despliega una fructífera campaña de acopio de implementos,
dineros y víveres que, por rutas insospechadas, llegan a manos de los revolucionarios.
Los liberales de Bogotá tienen confianza en
las García, descendientes del general García y hermanas del capitán, y, luego, coronel
Feliciano García; cuya transformación en
un legendario guerrero a partir de un mozo
errático y tímido recuerda cómo, en Cien
años de soledad, Aureliano Buendía se troca
de pacífico fabricante de dijes de oro en comandante de tropas heroicas y obstinadas
que luchan hasta el último cartucho.
Cuando se estrecha la vigilancia del
Gobierno sobre las García, la figura de la
huérfana criada por la familia pasa a primer
plano. Es una figura inquietante: En Matilde, abandonada en la puerta de la casa,
La apoteosis polifónica de un doble apocalipsis*
philip potdevin
73
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Escritor. Su obra literaria abarca novela, cuento, poesía, ensayo y
traducciones. Ha ganado concursos nacionales de cuento y el Premio Nacional
de Novela con Metatrón. Dirigió durante diez años el Centro de Estudios Alejo
Carpentier. Abogado de la Universidad de San Buenaventura, con estudios de
posgrado de Historia y Filosofía.
34
Noviembre de 1985. Hay dos o tres generaciones de colombianos marcados por
los acontecimientos de ese infausto mes.
Aquellas conformadas por personas que
pueden recordar con precisión dónde estaban y qué hacían cuando se enteraron, primero, de la toma del Palacio de Justicia por
un comando del M-19, el miércoles 6 de
ese mes, y luego, ocho días más tarde y sin
recuperarse aún del holocausto en el que se
sacrificó a un centenar de personas —entre
ellas una buena parte de la intelectualidad
jurídica del país, los magistrados de las altas
cortes—, del aniquilamiento de veinticinco
mil o más almas de Armero y sus alrededores por la avalancha del río Lagunilla tras la
erupción del volcán Arenas.
Recordar esos hechos vividos como
testigo frente a un televisor, con la oreja pegada a un radio o enterándose por el voz
a voz de los pasillos y las calles es regresar
a una pesadilla inconcebible para cualquier
persona, para cualquier nación.
Hay otra generación que no vivió o no
alcanza a recordar el noviembre de 1985. Se
enteró de oídas y hoy se asoma a él desde la
estupefacción y el asombro. Lo importante,
más allá de a cuál generación se pertenece, es que los hechos de ese noviembre son
fuente inagotable de aproximaciones desde
*
Reseña publicada originalmente por su autor en el
blog El rinoceronte ilustrado (goo.gl/lLVkVd).
múltiples ángulos de las ciencias sociales y,
por supuesto, de la literatura. ¿Se ha hecho
alguna bibliografía de los estudios, análisis,
crónicas, reseñas, entrevistas, cuentos, novelas, obras de teatro sobre uno o los dos
hechos?
Quizás, después de La Violencia,
aquel noviembre del Palacio y de Armero
es el segundo tema más seductor para escritores e intelectuales. En especial si estos de
alguna manera tuvieron una cercanía con
los hechos, con los personajes involucrados.
De tantas obras vertidas sobre el tema quedan pocas para el recuerdo y la lectura que
pueden sobrevivir el juicio del tiempo; por
ejemplo, de manera necesaria y decidida,
las dos novelas de Jairo Restrepo: Cada día
después de la noche y La marca de la ausencia.
Once días de noviembre** apareció en
librerías justo para conmemorar los treinta
años de los acontecimientos. Fue presentada, ante un auditorio colmado, en el aula
máxima de la Universidad Central en Bogotá, el pasado 9 de noviembre, y despertó
de inmediato la curiosidad de los participantes. Su lectura se impuso por encima de
muchas otras opciones para el fin del año y
el comienzo de este.
Digamos, para comenzar, que la novela de Godoy Barbosa abarca, entrelaza y
amalgama, en un solo aliento, los dos acon** Bogotá: Ediciones El Huaco, 2015.
fondo. Esta es una novela, una historia de
personajes atrapados cada uno en su propia
búsqueda. Cada cual busca afanosamente
algo: don Guillermo, una vida después de la
jubilación; Guillo, volver a encontrar a Eloyse, su exesposa por conveniencia, que lo ha
dejado tras cumplir su contrato; Camila, la
joven de provincia que llegó al Palacio el
día del horror, el apoyo de un magistrado
para encontrar a su hermana, que se ha desvanecido del mapa; doña Sara, la madre y
abuela de los Guillemos, que la dejen morir tranquila en un Armero sobre el cual se
cierne cada vez más cerca la amenaza de la
avalancha; Leyla, la segunda esposa de don
Guillermo y por quien Guillo se ha disgustado para siempre con su padre, al que
llama traidor, evitar ir a Armero, alarmada
ante la catástrofe anunciada, y, una vez en
el pueblo, salir de allí lo más pronto posi-
Digamos, para
comenzar, que la novela
de Godoy Barbosa
abarca, entrelaza y
amalgama, en un
solo aliento, los dos
acontecimientos. Y
lo logra de manera
magistral con una
desbordante polifonía de
voces que se entrecruzan,
se sobreponen y
se enclavan en los
intersticios de los eventos
para narrar una sola
tragedia, una sola
malaventura.
35
Aproximaciones literarias
tecimientos. Y lo logra de manera magistral
con una desbordante polifonía de voces que
se entrecruzan, se sobreponen y se enclavan
en los intersticios de los eventos para narrar
una sola tragedia, una sola malaventura.
¿Qué posibilidades tiene un ser humano de quedar atrapado en una toma guerrillera que termina en holocausto? Una en un
millón. ¿Qué posibilidades tiene de vivir la
peor catástrofe natural que haya tenido un
país? Y... ¿de padecer las dos? Matemática
o estadísticamente sería casi infinitesimal.
Y, sin embargo, esto sucede en Once días de
noviembre bajo la cuidada artesanía narrativa de Godoy y su prosa magistral, prístina
y elegante.
La historia está meticulosamente
ensamblada con tres voces narrativas, asegurada al más pequeño detalle, armada y
encajada con paciencia de orfebre, pulida
y lustrada con la obsesión del artífice de la
filigrana. Guillermo Devia, el mismo nombre para dos personajes, padre e hijo.
Uno, “don Guillermo”, es un exmagistrado auxiliar de la Corte recién pensionado que acude, dos meses después de
haberse retirado de su cargo, a una cita al
Palacio con su exjefe, uno de los magistrados titulares, en busca de continuar prestando sus servicios de alguna manera a la
justicia colombiana.
El otro, Guillo, es un díscolo buscavidas de veintinueve años, exiliado hace once
del país, que ha huido de su terrible padre y
de su tierra madre en busca del “sueño europeo” y que ha encontrado allá una lucrativa y secreta profesión, bajo los hilos de una
hábil Vivianne que le provee las conexiones para atender a clientes millonarios ávidos de experiencias extremas. Guillo está
siempre dispuesto a satisfacerlos, siempre y
cuando haya una buena suma de por medio.
Esta no es una novela —mucho menos la historia— de los hechos del Palacio
y de Armero, ellos son apenas el telón de
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
La tragedia de Armero. Imagen en dominio público, tomada de http://volcanoes.usgs.gov.
36
ble —quizás es la única persona centrada y
dotada de cordura—.
Asimismo, el grupo guerrillero busca un reconocimiento internacional, una
atención del Gobierno para negociar sus
exigencias más profundas; el Ejército, que
toma el control de la situación por encima de la Presidencia, salvar la democracia
a cualquier precio, incluso por encima de
la vida de los rehenes; el volcán, el protagonista de la tragedia, restablecer la paz de
sus entrañas tras siglo y medio de malestar
interior evacuando todo lo que ya no necesita y recordando a los habitantes del cañón
del Lagunilla y su valle anexo una historia
siempre olvidada.
Los ritmos de la novela están manejados con precisión. El crescendo, que va desde
el momento en que Guillermo se ve atrapado junto con otras cinco personas en el
que fuera su despacho hasta el momento de
la liberación, es agotador para los nervios
del lector: los hechos, el miedo, la angustia están narrados de manera espeluznante.
Pero anticipamos que saldremos de Palacio
para adentrarnos en un apocalipsis peor, el
de Armero.
Y para eso, Godoy nos da apenas un
respiro, un alivio, como si, entre ambos
apocalipsis, nos llevara al paraíso por unos
instantes. En este caso, a la isla de Paros,
la de pueblitos con muros encalados y techos azules sobre un Egeo fosforescente.
Es el primer destino que tiene Guillo en
su autoexilio europeo, pero también en las
aventuras casi picarescas que vive, saltando de un lugar a otro (Niza, París, Berlín,
Ámsterdam, Londres, Barcelona) y, entre
los temibles —quizás por sus inclinaciones— Condes de Viali, las fastuosas fiestas
de los ricachones berlineses Van Epp y los
desencantos con las vetustas madame parisinas, como la Courvier, que no tiene efectivo para pagar, pero sí ropas finas y botellas
en Palacio, al igual que aquellos sobre los
que se cierne la avalancha, están sujetos a
manifestar toda su condición humana durante los episodios que viven.
¿Qué hace, entonces, a Once días de noviembre una novela imprescindible? Podría
resaltar, entre muchas, dos razones, aquellas
que interesan a todo lector. La primera es
quedar atrapado en la trama, en una trama
que ya creemos conocer, pero que, aun así,
nos despierta la curiosidad, el interés de
avanzar en ella. La segunda es la de querer volver a leer la novela, de comienzo a
fin, como toda buena novela, para recuperar cada detalle que pudimos omitir en la
primera lectura, distraídos por la vorágine
de acontecimientos. Esa segunda —y hasta
tercera— se disfruta aún mucho más.
De esta forma, después de Duelo de
miradas (2000) y El arreglo (2008), también
de Óscar Godoy Barbosa, Once días de noviembre se convierte en un referente obligado en la literatura nacional. Y justo por los
días en que la novela colombiana tiene quizás el mejor momento de su historia, cuando aparecen cada mes nuevos y excelentes
títulos de jóvenes autores, pero también de
otros que demuestran ya su maestría y veteranía en el oficio, como es el caso de Godoy.
Por último, es necesario resaltar la bellísima edición que ha logrado Ediciones El
Huaco, según el concepto editorial de Germán Gaviria, un veterano y avezado editor
que sabe cuidar hasta el más pequeño detalle para llevarle al lector no solo el placer
del texto, sino, además, la experiencia, nunca igualada, de un bello libro que se deje
masajear y tocar en la medida que avanza
la lectura. Toda una experiencia intelectual
y estética.
37
Aproximaciones literarias
de añejos vinos de Borgoña con los cuales
compensar los servicios de Guillo y Nadja,
su malabarista de compañía.
Este oasis narrativo es apenas la preparación para el nuevo infierno que nos
prepara Godoy en la parte final de la novela. Todos sabemos cuál será el desenlace.
Aquí no hay, ni puede haber, sorpresas: la
avalancha es inevitable. Y, sin embargo, el
lector sufre y padece, página a página, línea
a línea, el destino que tendrán Guillermo,
Leila, doña Sara y el tío Joaquín para saber
si escapan o no de la avalancha.
La caracterización de Guillermo y de
Guillo es fuerte, verosímil. Hay un hilo de
fatalidad e inevitabilidad que los cubre y los
enreda a los dos: el uno va al encuentro del
otro en una anhelada reconciliación para
restablecer tanto extrañamiento familiar.
Desafortunadamente, quizás no ocurre lo
mismo con la caracterización de los personajes femeninos, como Eloyse, Vivianne, Silvia, Margarita, Camila, Juliana. Pero,
en últimas, los protagonistas que jalonan
la historia, los Guillermos, están llenos de
vida, de pasión, de miedos y aprensiones;
de amores y de odios. La transformación de
Guillo es más clara que la de su padre, pero
quizás así debe ser: es él quien tendrá que
cargar para el resto de su vida con la doble
tragedia que ha arrasado su vida; es él quien
queda solo, sin familia, salvo su media hermana, Juliana, sin lugar de arraigo y sin un
futuro claro.
También queda reflejada en la novela
la compleja dinámica del ser humano que
sale a relucir en los momentos de mayor
tensión y crisis: el egoísmo, la codicia, la
barbarie, pero también la solidaridad, la
amistad, el amor. Los personajes atrapados
Conciencia del desastre y novela en el conflicto
luz mary giraldo
Ibagué, Colombia, 1950. Licenciada en Filosofía y Letras. Docente, poeta,
ensayista, crítica literaria, antologista. Entre sus libros se encuentran Camino
de los sueños y La novela colombiana ante la crítica, 1975-1990, Ciudades escritas. Ha
recibido numerosos reconocimientos, como el Gran Premio Internacional de
Poesía Academia Oriente-Occidente 2013 (Rumania).
Terminaba de leer Once días de noviembre*,
de Óscar Godoy, cuando me encontré con
un episodio arrasador en el que la avalancha de hace treinta años en Armero engulle todo como una enorme boca, mientras
con desgarrada angustia, huyendo del lugar
amenazante al final de la noche, una familia
vive y siente la proximidad del horror:
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Un estruendo como no lo han escuchado
nunca. Ni siquiera en lo peor de la batalla del Palacio de Justicia. Un rugido de
marea, de catarata que lo embiste todo.
De materiales que se quiebran, se arrastran, chocan entre sí, se pulverizan. De
boca monstruosa en el acto de consumir
al mundo.
Entonces la ven.
Una forma rugiente, una masa más oscura que la noche.
Con una altura que dobla o triplica la de
los techos más altos.
Iluminada parcialmente, en su base, en su
cuerpo y en su cresta, por autos que ya
viajan adheridos a su argamasa.
Una ola viscosa, con olor a azufre, absorbe y derriba y consume y arrasa y aplasta.
Segura de su poder, sinuosa y voraz, la ola
avanza.
Leila mira a Guillermo.
Llora.
Entonces era esto, dice él.
Quién cuidará de Julianita.
Quién abrazará a Guillo.
Quién buscará a Camila ahora.
La marea feroz se les echa encima. (228)
38
*
Bogotá: Ediciones El Huaco, 2015.
He aquí la manera más contundente de
enlazar dos episodios que dolorosamente
nos hermanaron a los colombianos en el
más profundo dolor de patria, en noviembre de 1985. El momento culminante que
acabo de leer une la toma y retoma del Palacio de Justicia y la avalancha que arrasó a
todo un pueblo. Y además los presenta desde la angustia de sus víctimas. Dos catástrofes que pudieron evitarse. Dos eventos
terribles que, como dicen escritores que entonces eran adolescentes, vinieron a cerrar
las puertas de la verdad para abrir paso a
la mentira y al engaño; para enmascarar la
realidad al ocultarla.
Además de recordar los horrores de
esas fechas, el episodio me trae a la memoria el poema “La creciente” de Álvaro
Mutis, escrito en su juventud a finales de
los cuarenta o comienzos de los cincuenta, cuando ya hablaba de los elementos del
desastre, de la vida con su carga de muerte,
deterioro y podredumbre; de aquello que en
la década de los setenta definiría también
como una actitud que debe ser propia del
creador lúcido: la desesperanza. Ese no esperar nada que no esté en el ser humano
mismo. El poema dice:
Al amanecer crece el río, retumban en el
alba los enormes troncos que vienen del
páramo.
Sobre el lomo de las pardas aguas bajan
naranjas maduras, terneros con la boca
bestialmente abierta, techos pajizos, loros
Son los territorios del Tolima en el poema, de la vida y de la muerte, del horror.
Los mismos de la novela de Godoy. Pero
en Once días en noviembre, el relato no solo
cruza metáforas y analogías de la existencia,
sino que se alimenta de realidades sociales,
políticas, culturales y emocionales de la ciudad y la provincia; de aquellos seres humanos que sucumbieron ante la negligencia de
los otros.
Son cinco capítulos en los que se sigue
la medida del tiempo que transcurre ante
los hechos. En los dos primeros, el énfasis
está en Bogotá: en ese adentro y ese afuera que alternan frente a la Plaza de Bolívar o en el Palacio de Justicia. Y muy lejos,
en Francia, un joven que después de once
años de ausencia de la familia y de su tierra,
creyendo haber roto vínculos, se entera por
las noticias de la situación de su país, del
ocultamiento de la desgracia a través de la
emisión de un reinado nacional de belleza
y un partido de fútbol, que son aprovechados para evitar que la verdad se le revele a
un pueblo ávido más de diversión que de
entender su realidad. Y como preparando
el terreno de una segunda parte igualmente aterradora, aparecen anuncios de lo que
amenaza en Armero con el nevado del Ruiz,
el río Lagunilla, la desinformación, en fin,
aquello que no solo dará fin a una vida cotidiana tranquila, sino a todo un territorio.
La gran ciudad se destruye no solo en
la interioridad y exterioridad del edificio,
sino en las entrañas de la justicia y la gobernabilidad. Adentro y afuera, en la perspectiva de los guerrilleros, su nerviosismo,
su osadía, su perplejidad ante lo inesperado.
Asimismo, en la de los rehenes y su angustia: magistrados, secretarias y secretarios,
abogados, visitantes que no entienden lo
que pasa. Adentro: el encierro, la violencia,
la destrucción, el ruido infernal, el fuego, las
expectativas, el miedo. Es una casa doblemente tomada de la que no se puede salir.
Afuera: los transeúntes que van desapareciendo hasta dejar el centro de la ciudad
desolado y lleno de ruidos, órdenes amenazantes, balas y, como un animal feroz, los
tanques subiendo por las escaleras. El Palacio en su ruina, la rabia ciega, la desolación.
Aquello que años más tarde representara
Doris Salcedo en su instalación de sillas,
señalando paso a paso la medida del tiempo
en lo que puede la violencia.
En cursivas, un narrador da testimonio:
En el instante previo se detiene el mundo. Los
últimos escalones se convierten en parapetos. Y se
impone el silencio. Si el hombre que está ubicado
más adelante, con el arma lista, pudiera pensar
en algo distinto al infierno que está a punto de
desatarse, tal vez notaría el silencio absoluto. [...]
Y entonces irrumpe el bramido de los tanques de
guerra en el primer piso. Y llega la orden. Son
las 5 y 58 de la mañana cuando suena el primer
disparo. Antes de ese segundo imperaba el silencio.
Después, ruge la guerra. (90)
Adentro y afuera no es solo el juego descriptivo de la imagen que en toda la novela
transcurre muy cinematográficamente, sino
también un movimiento emocional, para
lograr que el lector no solo recuerde, sino
que tome conciencia, que vuelva sobre los
hechos y piense, analice, reflexione. Y el ritmo narrativo es en ocasiones de ráfaga:
Entonces sobreviene la explosión.
La explosión.
39
Aproximaciones literarias
que chillan sacudidos bruscamente por
los remolinos.
[...] Los murciélagos que habitan la Cueva del Duende huyen lanzando agudos
gritos y van a colgarse a las ramas de los
guamos o a prenderse de los troncos de
los cámbulos. Los espanta la presencia
ineluctable y pasmosa del hediondo barro
que inunda su morada. Sin dejar de gritar,
solicitan la noche en actitud hierática.
El rumor del agua se apodera del corazón
y lo tumba contra el viento [...].
El ruido ensordece a Guillermo por
completo. Se siente como adentro de una
campana, con un eco metálico sostenido.
Un fogonazo.
Ningún guerrillero dio aviso. No estaban
preparados para un ataque por la pared
del toallero.
Antes de perder la conciencia, Guillermo
alcanza a ver cuerpos estrellados contra
los orinales. Cabezas sueltas como balones. Carne roja rasgada por huesos blancos. Chisguetes de sangre en las paredes.
Y polvo por todas partes. Un polvo oscuro, pegajoso. Los ojos se le nublan. Me
mataron, Guillo. Me mataron y no pude
verte. (100)
Y metiendo el dedo en la llaga, los informes incompletos de los medios de comunicación, las respuestas evasivas, los silencios.
El limbo:
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Las voces de los periodistas agregan
elementos a la confusión. Informes incompletos, entrevistas a funcionarios
herméticos, especulaciones parecidas a
las que todo el mundo tiene. (101)
40
Y como en un interregno, las noticias angustiosamente esperadas y trasmitidas cada
tanto en Francia. La vida incierta de Guillo,
el hijo de Guillermo, ese padre tal vez no
ejemplar pero sí personaje del Palacio que
aun pensionado hizo de este lugar su casa, y
precisamente ese día regresa a una cita con
quien fuera su jefe. Y si el capítulo tres es
una suerte de transición que enfoca a Guillo —el hijo lejano y ajeno a toda realidad
que cuenta sus andanzas en Europa, parte de su adolescencia, la idea de su hogar
deshecho, sus rabias y rencores—, mientras
en Colombia los hechos se reflejan en el
Palacio y en Armero como una imposición de regresar, el cuarto capítulo enfatiza
la situación de la catástrofe en esa ciudad
del Tolima amenazada por la crueldad de
la naturaleza. Son mundos paralelos que se
fusionan en los miembros de una familia y
se definen en Guillermo y Sara, hijo y madre, o —desde la perspectiva de Guillo—
padre y abuela, quienes protagonizan las
dos situaciones que se anudan al final, para
desde ellos hacer ver el país que se deshace
en la naturaleza y la justicia. La violencia
ciega. La avalancha. Lo que pudo evitarse.
Los que por algún azar cayeron. Los acusados. Los desaparecidos. Los arrasados por
las aguas feroces. El apocalipsis.
Como un epílogo, en el último capítulo se trata de buscar en los escombros,
en lo que quedó, en lo que subyace bajo
tierra, en un país donde ser rehén no significa nada y unos “hombres desataron el
volcán del Palacio de Justicia, lo justificaron con sus causas, auspiciaron su brutalidad”, y “esos mismos hombres no actuaron
a tiempo para prevenir los efectos del otro
volcán” (239).
La estructura temporal en la que se
alternan los dos hechos, las frases de unos
y de otros, la perspectiva dual y a la vez
multifacética, la intensidad dramática que
va en aumento en los dos escenarios y se
vuelca con mayor intensidad en los sucesos
de Armero, permiten adentrarse en lo que
pudieron vivir y sentir las víctimas con un
cometido: salvar del olvido.
La frase siguiente de Sara, esa mujer
octogenaria que hizo de aquel territorio su
lugar para vivir, se extiende a los vínculos
con la tierra, al arraigo: “Todo lo que somos se encuentra en Armero. Si nos tenemos que morir preferimos esta muerte en
la tierra de nosotros” (223). Esto remite a
una pregunta: ¿qué hacer ante el desastre
que la naturaleza anuncia, cuando todo lo
que es propio, la vida misma, allí encuentra su lugar? El lector también percibe que,
ante el desastre, el hijo distante recupera los
vínculos, aunque paradójicamente los lazos originarios quedan bajo tierra, cuando
ve que la corriente de ese río furioso que
lo destruyera todo, al día siguiente “bajaba
desastre, consigna las ausencias, los atropellos, los abusos, las “jugadas de la suerte”,
y recuerda a “quienes sacan provecho de la
muerte”. Recae sobre el lector este otro interrogante: ¿qué hacer con el vacío y ante
las nuevas responsabilidades?
41
Aproximaciones literarias
fresca y leve, como si no tuviera nada que
ver con la pesadilla de la noche anterior. La
naturaleza es eso: una fuerza que se desata para disponer a su antojo de nosotros,
y luego regresa a su implacable rutina de
milenios” (232). Guillo escarba en el doble
Recuerdos de Óscar Collazos
josé luis díaz-granados
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Santa Marta, 1946. Poeta (El laberinto, Oficio terrenal, El libro de las visiones),
novelista (Las puertas del infierno —finalista en el Premio Rómulo Gallegos—,
El muro y las palabras —Premio Nacional Ciudad de Pereira—, El esplendor del
silencio), ensayista (Las mil caras de la URSS, El otro Pablo Neruda) escritor infantil
(Juegos y versos diversos, Cuentos y leyendas de Colombia), dramaturgo (La muñeca
nocturna), periodista cultural, docente y funcionario.
42
Una noche de marzo de 1966, el novelista Manuel Zapata Olivella convocó en su
apartamento del barrio Santa Fe a un grupo de jóvenes colaboradores de su revista
Letras Nacionales. Se trataba de hacerle un
homenaje a Jorge Artel, conocido como “el
poeta de la raza negra”, un hombre de izquierda y exiliado en Panamá a raíz de los
sucesos del 9 de abril de 1948 que acababa
de retornar a Colombia. Viejos amigos de
Artel, como Manuel Mejía Vallejo y el novelista chocoano Arnoldo Palacios, aguardaban ansiosos su llegada.
Cuando el fornido escritor ingresó a
la sala del pequeño apartamento, todos los
presentes nos pusimos de pie. Aparte de los
ya citados, éramos unos noveles escritores
que apenas rebosábamos los veinte años.
Y ninguno, salvo Germán Espinosa, tenía
libro publicado. Recuerdo, además de Germán, a Luis Fayad, a Olga Elena Mattei
(poeta y bellísima modelo antioqueña), a la
pintora Josefina Torres y a Óscar Collazos,
con estampa de boxeador, tímido y expectante, que había publicado en la revista de
Manuel un cuento sobre un burdel en Semana Santa. Estaba escrito en impecable
estilo y con aciertos narrativos sorprendentes y había suscitado la admiración pública
de Gabriel García Márquez. Desde entonces, entre el cuentista de Bahía Solano y
el escritor de Aracataca se gestó una buena aunque distante amistad. (En los años
ochenta, Collazos publicó una semblanza
de Gabo titulada “García Márquez, la soledad y la gloria”).
A partir de la tertulia en casa de Manuel, comenzamos a reunirnos casi todas las
tardes en la sala de Letras Nacionales. Allí
celebrábamos recitales poéticos y lecturas
de cuentos de jóvenes inéditos, siempre regados con ron Tres Esquinas o aguardiente
Néctar. Eran encuentros que luego prolongábamos en los cafés circunvecinos del sector de Las Nieves.
La empatía entre Collazos y quien
esto escribe fue inmediata. Me llamaban la
atención su desfachatez, la seguridad de sus
conceptos siempre originales y sorprendentes y su total antagonía con la solemnidad
bogotana. Cuando alguien preguntaba a
los nuevos autores por los comienzos literarios, hablábamos de las novelas de Joyce,
Faulkner, Hemingway o de El cuarteto de
Alejandría, de Durrell, que se convirtió en
lectura emblemática de nuestra generación.
Óscar, por el contrario, soltaba la carcajada
y decía: “Mientras ustedes estaban leyendo
a Faulkner y a Durrell, yo estaba bebiendo aguardiente Platino en los burdeles de
Buenaventura”.
A mediados de 1966, publicó su primer libro de cuentos, El verano también
moja las espaldas —obra que sigo considerando la mejor de Collazos, por encima
de sus novelas— y, casi enseguida, Son de
Aproximaciones literarias
43
máquina, también de cuentos. Durante esos
años, hasta que viajó a Europa del Este, a
París y luego a Cuba (en donde reemplazó
a Mario Benedetti en la dirección del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de
las Américas), anduvimos por Bogotá “para
arriba y para abajo”.
Siempre andábamos fumando, tomando café y bebiendo aguardiente, discutiendo de literatura y política, recorriendo
las calles del centro y de Chapinero sin un
peso en el bolsillo, visitando al novelista
José Stevenson, que tenía una biblioteca gigantesca, y alternando con otros escritores,
como Germán Espinosa, Luis Fayad, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Roberto Burgos Cantor, Hugo y Roberto Ruiz,
Alberto Duque López, Umberto Valverde,
Policarpo Varón, Fernando Cruz Kronfly,
Fanny Buitrago, Isaías Peña Gutiérrez, Óscar Alarcón Núñez y los poetas de la “Generación sin Nombre” (Giovanni Quessep,
Juan Gustavo Cobo Borda, Álvaro Miranda, Darío Jaramillo Agudelo y Augusto Pinilla), entre otros.
Fui testigo de muchas noches de penurias y altibajos: recuerdo ver a Óscar con una
preciosa mulata, con una rubia italiana, con
una elegante galerista; también, quejándose
de un dolor de muelas; o con un sello negro
en el ojo causado por una pelea callejera el
día anterior; tomando café fuerte en abundancia con todos nosotros, admirados ante
una lúcida disertación ideológica del joven
maestro barranquillero José Ramón Llanos Henríquez; discutiendo con el maestro
Eduardo Carranza y atacando su actitud a
favor del franquismo; o siendo respetuosos y
exhibiendo temor reverencial ante León de
Greiff, Jorge Zalamea y Luis Vidales; y defendiendo a Cuba, a Fidel y a su revolución
con vehemencia provocadora ante los dirigentes del liberalismo reinante en Colombia.
Durante muchos años dejamos de vernos. Collazos estuvo varios años viviendo en
Barcelona. Siempre inquieto, tanto política
como intelectualmente, sus opiniones suscitaban polémica y atención obligada. En
1970, publicó un libro que lo proyectó internacionalmente: Revolución en la literatura
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y literatura en la revolución, en coautoría con
Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa.
Publicó luego media docena de novelas, todas ellas interesantes (Crónica de
tiempo muerto, Todo o nada, Fugas, Morir con
papá, La modelo asesinada, Señor Sombra y
Rumor) y con el estilo ágil y elegante que
lo caracterizaba, aunque siempre nos dejó
con la impresión de que su “gran” novela se
le había escapado de las manos. A nuestra
generación nos dejó esperando con su novela estelar.
En Colombia, se destacó, en los últimos veinte años, como columnista de opinión culto, racional y rebelde en el diario El
Tiempo. Estaba vinculado a la Universidad
Tecnológica de Bolívar y participaba con su
luminoso saber en eventos literarios tanto
en el país como en el exterior. Me sorprendió verlo hace pocos años en un congreso
literario en Cali, confundido entre el públi-
44
co, que escuchaba una conferencia mía sobre Pablo Neruda. Al final, me felicitó por
mi “poder hipnótico” en la narración de la
vida novelesca del poeta chileno.
Hace dos meses recibí una carta de
Óscar en la que me invitaba a participar
en un diplomado sobre Gabo: “Pensé en
ti —me escribió— para que nos dieras
una conferencia sobre la saga de los García
Márquez, una especie de árbol genealógico
en cuyas ramas estás enredado”.
Le prometí que nos veríamos en junio
en Cartagena. Pero no se pudo. La esclerosis lateral amiotrófica que lo atormentaba desde hacía un año cortó su vida en
la mañana del 17 de mayo de ese 2015, un
año y un mes después de que abandonara
este mundo el fabulista de Macondo. Había nacido en Bahía Solano (Chocó), el 29
de agosto de 1942. En el mar de su ciudad
natal serán regadas sus cenizas.
nelson ricardo amaya espitia
Comunicador con estudios de Maestría en Literatura. Investigador, poeta y
ensayista.
Lo bueno de leer es lo que se consigue en el camino. No puedo sustraerme de parafrasear
el epígrafe de la más reciente novela de Mariela Zuluaga, Gente que camina*, que habla
por sí solo: “Lo bueno de caminar es lo que
se consigue en el camino”, dicen los nukaák.
Y lo parafraseo a manera de epígrafe de esta
reflexión sobre la novela, porque me propongo indicar varios caminos que inviten
tanto a la lectura de la novela como a una
inicial reflexión sobre ella.
Antes del camino, el avío: una novela
es una novela.
En el caso singular de Gente que camina, es necesario decir que una novela es
una novela. Su texto no es una crónica —
aunque lo parezca—, acerca de los nukaák,
una comunidad que era nómada y ha vivido
en el departamento de Guaviare, Colombia. De entrada, es difícil decir si esta es una
novela de los nukaák, desde los nukaák, sobre
los nukaák, con los nukaák, a los nukaák, por
los nukaák, tras los nukaák. Cada lector lo
decidirá luego de navegar sus páginas, que
se leen como un descenso suave y delicioso en canoa por un río del Guaviare. Sin
embargo, propongo que Gente que camina
es la novela de y desde los nukaák, porque
es la primera y única novela de este pueblo
nómada de las selvas de Colombia, narrada
desde su perspectiva y que busca reflejar la
visión nukaák.
*
Bogotá: Orbis Traducciones, 2013.
Gente que camina puede ser lo que se
llama una novela de viaje —¿acaso todas no
lo son?—, pues el lector viaja con su protagonista el joven Jeenbúda´, quien regresa
a su comunidad después de haberse visto
impelido por fuerzas externas a introducirse en otra cultura, ajena a la de él, en la
ciudad colombiana de Villavicencio. Mientras Jeenbúda´ hace este viaje de regreso a la
comunidad, a su antiguo oficio de caminar,
en una especie de viaje a la semilla —como
en el cuento de Alejo Carpentier— somos
testigos de sus vivencias en la selva, de la
vida y creencias de su cultura, que nos son
contadas por un testigo, un narrador omnisciente, y por el recurso del recuerdo o
la reconstrucción de la memoria del protagonista. También nos enteramos de los
desencuentros violentos de los nukaák con
los blancos u occidentales; del encuentro
de Jeenbúda´ con la Mona, que lo seduce
y se lo lleva...; de la relación de él con sus
familiares, con su pueblo y con su ambiente
natural, la selva.
Diferentes verdades
Umberto Eco, en su libro Confesiones de un
joven novelista, explica cómo funcionan las
verdades de lo que llamamos la realidad 1 y
1 En verdad, la categoría de realidad tiene diverso
contenido según la perspectiva científica y filosófica.
Es decir, ha cambiado con el tiempo. Para Hegel,
por ejemplo, y esta es una perspectiva dialéctica,
la verdadera realidad es la unidad que se manifiesta
en las recíprocas relaciones de cada cosa con las demás
45
Aproximaciones literarias
La novela de los nukaák
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la ficción. Resumidamente se puede ver con
un par de ejemplos: primero, no tenemos la
prueba verdadera y definitiva de que Hitler
se haya suicidado, dice Eco; y, segundo, sí
tenemos la prueba de que Gregorio Samsa,
el personaje de Kafka, amaneció convertido
en un monstruoso bicho. La verdad en el
relato de ficción se halla en el relato mismo,
que está limitado entre el título de la obra y
la palabra fin. En cambio, lo que llamamos
realidad es infinito y, por lo tanto, también
lo es su verdad, o sus verdades, según vayamos avanzando en nuestro conocimiento;
piénsese en cómo ha cambiado el concepto
de átomo. Las novelas, como textos literarios, tienen la apariencia de ser verdaderas
más allá del límite de sus páginas, en el luy en relación con el todo. En términos gruesos, las
relaciones de los fenómenos y sus leyes con otros
fenómenos y todo lo que existe independiente del
hombre. En este sentido, es diferente de todo lo factual, aparente, imaginario o fantástico, y también de
todo lo posible o probable.
gar que los teóricos del texto llaman el contexto. Y esta novela tiene esta característica,
análogamente a las novelas históricas, que
la tienen más que otro tipo de novelas.
Gente que camina pareciera ser un
texto acerca de los nukaák, como lo es una
crónica o un estudio de antropología; pero
no lo es. Por eso la aclaración: una novela
es una novela (incluso dejando margen para
que un lector especializado cuestione acerca de su estructura novelesca); sin embargo,
no puede uno sustraerse, como lector, a ver
como real la narración ficcional. Ante esta
novela, nosotros, los modernos-premodernos (híbridos e históricos), nos asomamos
desde nuestra perspectiva a ese mundo extraño, prehistórico, de los hombres nómadas que aún viven, o vivían hasta hace pocos
años, totalmente integrados a la naturaleza,
desnudos literalmente; y es como si hiciéramos un viaje a nuestro lejano pasado. Y
lo hacemos con deleite, gracias a la destreza
narradora de la autora de este asombroso
nukaák, porque para ellos son fuente de
vida, simultáneamente de la comunidad y
del mundo habitado por plantas y animales.
Y en este sentido, apreciamos su respeto por
la naturaleza, que nos puede dejar algunas
lecciones, aunque no sea este un propósito
de la novela.
Así mismo, llegamos a conocer por
Jeenbúda´, el protagonista, muchas situaciones verdaderas sobre los nukaák: cómo
elaboran una cerbatana; las historias falsas
sobre ellos, como su supuesto canibalismo, según dicen algunos. Respecto a esto,
sus ancestros nukaák afirman que no es
así, como tampoco comen danta ni tigre
ni venado: “porque estos animales son las
esposas de la gente espíritu que viven en
el mundo de abajo y toman esa apariencia
para venir al bosque en el mundo del medio, a tomar agua y a comer pepas de los
árboles sagrados”.
Primer camino de la
forma: el texto narrativo
Un texto es un tejido, y este tejido suele tener unas matrices sobre las que se estructuran sus texturas, sus colores, sus imágenes.
En este tejido, una matriz es la narrativa
novelística; otra, su poesía mítica en movimiento. Estas dos matrices están unidas por
trece capítulos que arrancan con su Génesis,
pasan por la madre, el padre, el vigor de la
selva y de los tiempos, hasta llegar a Tomachipán, un lugar real-imaginado del cual
muchos nos enteramos por la geografía de
la violencia en Colombia. Y este tejido tiene forma de río, o de planta de sucesivos
capítulos que se pueden llamar o se llaman
nukaák.
El joven nukaák, Jeenbúda´, huye de
una mujer rubia, sin que en un principio sepamos exactamente por qué. Regresa a su antiguo oficio de caminar. Él ya había huido de
los hombres vestidos del color de la selva que
47
Aproximaciones literarias
relato, que nos sorprende con los choques
particulares entre estos dos mundos múltiples y, al mismo tiempo, con su poética
literaria.
Entre especialistas se ha discutido si
los textos literarios son solo ficción; es decir, si tienen un carácter autónomo respecto de la realidad. Y entiendo que sí lo son,
pero no de manera absoluta, y menos en las
narraciones de tinte histórico o biográfico,
como la novela de Mariela Zuluaga lo es,
en un sentido histórico o antropológico. Es
decir, la novela tiene dos grandes capas de
lectura, una autónoma y otra extratextual.
La autónoma puede incluir su relación con
otras novelas o con otros textos literarios,
donde prima la novela misma. La extratextual es la que relaciona la historia de la
novela con la realidad, o las realidades, si se
quiere, en este caso de los nukaák y de una
región de Colombia.
Así pues, los toques realistas de la novela (un campo de lectura) nos ponen en
contacto con lo que ha sido la vida de esta
comunidad nómada (otro campo de lectura), ahora relacionada con lo que genéricamente se llama el mundo del blanco, o de
Occidente; o de los arijuna, en palabras de
los arahuacos; o de los ka´wáde, como nos
llaman los nukaák (en general, extranjeros).
Así que la disfrutamos como una
novela, pero, de alguna manera, nos asomamos al (para nosotros) extraño mundo
de los nukaák, que, reitero, es como ir hacia nuestro remoto pasado. Apreciamos su
relación con la naturaleza, sagradamente
útil (se venera la sagrada tierra porque es la
que provee la vida); sus relaciones sociales
particulares; sus percepciones del tiempo, y
sobre todo del espacio, donde no hay fronteras o cercas como en el mundo nuestro.
Tal como plantea el antropólogo Mircea
Eliade en libros como Mito y realidad, en
la novela se puede apreciar la concepción
sagrada del tiempo y el espacio para los
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lo perseguían con sus darditos de fuego y de
los hombres vestidos de blanco que lo perseguían con sus jeringas para chuzarlo en el
brazo. Busca a su familia, a su tierra sagrada
donde se originaron los nukaák (p. 24)2. Regresa a Agua Bonita y va hacia los espacios
de Tomachipán: “reconocido y transitado
por varias generaciones de nukaák, cuyo derecho y conocimiento para utilizarlo fue heredado de sus ancestros. Allá donde se siente
mucha alegría porque no hace falta nada, y
donde están los micos, los paujiles, los peces,
los saínos, la miel, las pepas de monte, los
gusanos y los senderos para trasladarse de un
lugar a otro. Hablaban de cómo vivir en ese
nuevo y estrecho terreno donde los blancos
les habían permitido quedarse, hasta donde
no llegan los darditos de fuego que se disparan entre sí los hombres del monte, pero que
no tiene animales grandes para cazar, frutos
para recolectar, ni caños para bañarse y pescar” (31).
En el camino de Jeenbúda´ nos enteramos de que para ellos el sol es un nukaák
con muchas mujeres (37); también de sus
rituales de pintado, de sus ceremonias de
encuentro y otras particularidades de esa
cultura. Y vemos, por ejemplo, como Jeenbúda´ “quería, ahora, mezclar el achiote que
acababa de encontrar con el zumo de las
hojas del kéná´ para producir un colorante fuerte que le sirviera para vestirse y, al
mismo tiempo, para ahuyentar los insectos
que le rodeaban deseosos de picar su piel
untada de ka´wáde y de chupar su sangre”
(39). Preparar esa mezcla es parte de lo que
un nukaák aprende durante el ritual de iniciación, donde confirma su paso de wé´ep
butu a jin´bú, como lo vivió él un poco antes
de que “los darditos de fuego le cambiaran
la vida” (38).
2 Se utiliza la primera edición en pasta dura de la
novela, un libro artístico del cual se hablará más adelante.
El fervor y la admiración
previos se adhieren
a un texto cuando
se estratifican los
comentarios afirmativos
y las recomendaciones
de oleadas sucesivas de
lectores. Podría pasarle a
esta novela, que llegará
a más lectores sin el
estigma que le pusieron a
su autor, por gaitanista o
por hereje.
También existen poéticas descripciones del parto, de ceremonias de purificación, de la gente con ropa, de su dramática
situación de desplazamiento: “una finca
que antes se utilizaba para guardar ganado
y ahora guarda desplazados”, y antes era de
los aborígenes.
Vemos, igualmente, los enfrentamientos entre los colonos y los antiguos
habitantes; de los uniformados entre sí, y
entre estos y los colonos cultivadores de
coca; vemos el encuentro con la Mona, una
mujer blanca que se enamora de él, y nos
enteramos del dios creador Maúro´. El encuentro con la mujer representa la pérdida
de su comunidad, dado que se narra en la
novela cuando él está volviendo y se pierde
momentáneamente en el camino, como si
los dos hechos se conectaran.
En el trasegar de vuelta a su mundo y
tras una noche de descanso, despierta con
la tea que lleva a punto de apagarse, “como
si fuera un muñón”; poesía, sin duda poesía.
Y el narrador nos cuenta que: “El caminar
y curiosear es la esencia de un nukaák por-
Segundo camino de la
forma: mapas y algunos
objetos nukaák
Desde el punto de vista de la forma, si bien
la novela en el siglo XX introdujo muchas
variaciones creativas —como una partitura
musical en el Ulises de Joyce, o epigramas
y un largo etcétera—, no es muy frecuente que se recurra a signos extralingüísticos
(científicos o propios de otras artes). Umberto Eco, de nuevo, lo hizo en El nombre
de la rosa, al mostrarnos al principio de su
novela el plano de la abadía donde se desarrolla la historia, y lo reforzó con un prólogo
que tituló “Naturalmente, un manuscrito” y
una nota además; recursos que se constituyen en una especie de puente entre la realidad y la ficción narrada.
Análogamente, tanto en la hermosa edición
numerada de pasta dura como en la formato más pequeño, Gente que camina abre con
un mapa y cierra con otro, que son los lugares donde ficcionalmente ocurren los caminos narrados. Esta estrategia textual tiene
dos razones, a mi modo de ver. Una, ser un
complemento del discurso lingüístico, un
mapa del que podría prescindir el lector
—como sucede con el plano de la abadía
de El nombre de la rosa—, aunque contra
esta posibilidad se planta la curiosidad del
lector y, claro, la propuesta de la autora al
estructurar la novela. La otra razón es que
los mapas son reales; es decir, sitúan a los
lectores en el espacio geográfico donde han
vivido los nukaák en la vida real. Y son realistas porque tienen el estilo de los mapas
medievales, curiosamente. Aquí la novela se
entrelaza con otras expresiones artísticas.
Otro elemento adicional, tal vez insoslayable para el lector, son las fotos e
ilustraciones. Estas tienen también una
doble carga: una simbólica y otra realista.
En efecto, son objetos que pertenecen a esa
comunidad (su aspecto realista), pero transformados por el fotógrafo, el ilustrador o el
diseñador del libro. Las transformaciones
pasan por la fragmentación, la aplicación
del color y de los tonos, la búsqueda de las
texturas, entre otras. Mucho se podría agregar de esta simbología.
Tercer camino de la
forma: la edición de pasta
dura o el libro artístico
Comentario aparte debe hacérsele a la edición y al diseño de la primera edición numerada del libro en pasta dura. Creo que es
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Aproximaciones literarias
que de ello depende su vida y la de su familia. Como ha sido desde el tiempo de los
be´wun, sus ancestros”. Dichas actividades,
que tanto afectan nuestra salud física y espiritual, nosotros, los civilizados, las hemos
perdido en gran parte.
Entre las particularidades literarias
del relato, aparte de las riquezas poéticas
en las descripciones ya mencionadas y de
su prosa fluida, está la utilización de varios
relatos que se entrecruzan espacio-temporalmente y van dando cuenta del particular
mundo de la novela. Por ejemplo, mientras
se narra su regreso, se cuentan aspectos propios de la comunidad mediante el recuerdo
o la ensoñación.
Así mismo, nos asomamos a los nombres que dan los nukaák a sus objetos, a sus
experiencias, a su mundo. Nombres que están transcritos en nuestra grafía latina con
el propósito de trasladar los sonidos de esa
comunidad; estos “traslados” tienen su discreta traducción al español para que no nos
perdamos en la lectura, y, al mismo tiempo,
nos conectan con el tiempo y espacio de la
comunidad nukaák, y nos evidencian la labor investigativa de la autora y de quienes
han estudiado la lengua nukaák.
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un buen ejemplo del libro físico como objeto artístico; lo pienso a la altura de los mejores libros-objeto así elaborados en todo el
mundo. Aunque no es usual referirse a este
aspecto en un comentario sobre un texto
literario, no puedo sustraerme de hacerlo.
La tapa del libro (portada y contraportada) impacta por su sencillez y carga
simbólica. En ella se combinan una ilustración y tipografía sobrias con un profundo
contenido simbólico que le hace honor a la
cultura nukaák al recrear los diseños corporales elaborados por ella.
El color pastel del papel y su textura
hace más evidente su origen vegetal y son
elementos que de alguna manera refuerzan
los contenidos simbólicos llenos de naturaleza de la novela. Sobre la superficie vegetal
del libro deslizamos nuestros ojos e incluso
nuestros dedos, y seguimos los acontecimientos del protagonista y su familia nukaák.
Para separar cada uno de sus trece capítulos, la novela tiene fotografías en blanco y negro y en tonos grises y ocres. Estos
últimos son análogos al color del achiote que utilizan los nukaák para pintar su
cuerpo y sus objetos. Estas fotografías son
fragmentos de sus objetos cotidianos, como
canastos, vasijas de barro o instrumentos
musicales. Constituyen, pues, algunos referentes físicos de la novela.
Por otra parte, el diseño de cada página nos proyecta hacia el espacio abierto,
y si se quiere, libre, de la selva donde vive la
comunidad real y la comunidad novelada,
y establece un contraste fuerte con la historia de una comunidad que está condenada a desaparecer absorbida por su entorno
hostil.
En esta edición de pasta dura, la novela está guardada y conservada en una caja
cuidadosamente elaborada, donde también
se incluye un cuadernillo con, ahora sí, una
crónica de mirada antropológica sobre la
comunidad nukaák. Además, el libro tiene
su propio separador de páginas con los diseños usados en el conjunto del libro. Este
arte-facto, sin duda, lo hace un objeto de
colección para quienes gustan de conservar
este tipo de libros.
Por su parte, la edición de bolsillo está
a la altura de su edición en pasta dura, y
al alcance de más lectores con los mapas e
ilustraciones mencionados, con su belleza
propia. Estoy seguro de que con el tiempo
se abrirá camino paso a paso entre los lectores; y por su valor literario, que sin duda
lo tiene, va a dar de qué hablar a la crítica
y la historia de la literatura colombiana y
mundial.
A propósito de esto último, la novela
se lanza simultáneamente en inglés y francés, tarea nada fácil. Los trabajos de traducción, como es natural, fueron supervisados
por la autora. De este tipo de lanzamientos
multilingües simultáneos gozan pocos autores colombianos, según es sabido.
El reconocimiento de la obra de filigrana, fruto de varios años de trabajo, es
para Mariela Zuluaga, su autora, en primer
lugar. Y para la casa editora, encabezada
por Jannette Insignares y la propia Mariela
Zuluaga, y todo su equipo, entre ellos el diseñador Carlos Martín Riaño, profesor de
la Universidad Nacional de Colombia. Se
trata, pues, de una novela escrita y editada
con mucho trabajo de investigación, talento
y, por qué no decirlo, con mucho amor.
jaime gómez nieto
Bogotá, 1958. Es licenciado en Español y Literatura y especialista en
Administración de Informática Educativa. Treinta poemas (1989), Arte, pasión y
palabras (crónicas sobre artistas colombianos y extranjeros) (2010), El camino
no termina (2011) son algunos de sus libros. Fue finalista en el Sexto Concurso
Internacional de Poesía de la revista La Porte des Poetes, París.
Ambrose Bierce tiene una historia particular, como todo escritor que se respete.
De forma indefinida y en su condición de
hombre de letras, Bierce va recogiendo información sencilla para poder escribir. Su
universidad es la guerra. Nació el 24 de junio de 1842 en Meigs County, Ohio. Es un
observador permanente desde sus épocas
en Indiana. Su escenario creativo son los
paisajes de Chattanooga, Chickamauga,
Stones River, Nashville y Shiloh.
En 1861, se alistó en Norteen para luchar en la guerra de secesión, para ser un
protagonista más y ser nombrado teniente segundo y primero a medida que esta
avanzaba. Estos grados los adquirió por su
participación en las batallas de Lookout,
Mountain y Missionary Rigde. Pero este
comentario no es para exaltar la vida militar
de Bierce, sino para hablar del cuentista que
escribe sobre las adversidades de la guerra y
sobre cómo llegó después de esta al trabajo
periodístico, para convertirse en una mezcla de extraño escritor.
Su libro Historias de soldados (en su
título original, Soldiers) se podría ubicar
desde varios puntos de vista: el paisaje de
Virginia Occidental, Alabama del Norte, el
estado de Georgia, la guerra en sí y la desgracia humana.
En Jinete al cielo, el paisaje no está ausente. Es una forma de supervivencia ante
la mancha de sangre de encarnizados enemigos: los confederados de la Unión y las
fuerzas federales. “La zona era boscosa por
todos lados, salvo en la parte norte del valle,
donde había una pequeña pradera natural
a través de la cual corría un arroyo apenas
distinguible desde la cima”. El protagonista, Cartes Druse, asesina a su padre desde
una alucinación mientras descansa sobre
unos matorrales; confuso estado de recuerdos que lo enredan con hechos de la misma
supervivencia en el campo de batalla.
Algo diferente es Un suceso en el puente
de Owl Creek. Peyton Farquhar es un civil
que va ser ahorcado. Está colgado en la mitad del puente. Era un simpatizante de la
causa sureña, político, rico, hacendado. Un
día llega un soldado a su hacienda, agotado
y mugriento, que le pide agua. Su esposa lo
atiende con agrado. Este le cuenta lo que
está pasando en el puente Owl Creek, pero,
al despedirse, Farquhar duda. No sabe si
este soldado es un espía. Farquhar termina
colgado en el puente:
[…] mirando hacia el bosque a la orilla
del río. Vio cada árbol por separado, vio
las hojas y vio las venas de cada hoja, incluso los insectos posados sobre ellas: los
51
Aproximaciones literarias
Un enigmático narrador
en la guerra de secesión de los
Estados Unidos, o Ambrose Bierce
grillos, las moscas de cuerpos brillantes,
las arañas grises que tejían telarañas de
rama en rama. Percibió los colores irisados de todas las gotas de rocío que había
en un millón de hojas de hierba. El zumbido de los mosquitos que danzaban sobre
los remolinos de la corriente, el aleteo de
las libélulas, las zancadas de las arañas de
agua, como remos que alzaran el bote por
los aires, todo eso componía una música
audible. Un pez se deslizó bajo sus ojos
y él alcanzó a oír el roce de su cuerpo al
hendir el agua.
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Y, así, el comandante declara que todo civil
que traspase el puente será ahorcado. Al final, Peyton Farquhar está muerto, meciéndose suave con el cuello roto de lado a lado
en el puente de Owl Creek.
Bierce es un narrador de la guerra,
un meticuloso descriptor desde el repetido
paisaje, testigo de situaciones de lo que representó este hecho despiadado. Un hijo de
los dioses es un cuento con un plan determinado: enfrentar al enemigo a partir de una
fuerza superior, las armas.
Comandantes, oficiales, escoltas y
soldados, todos en busca de la estrategia
perfecta para vencer al enemigo. Ríos de
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hombres, una colina espantosa, ruido de
cañones, heridos, tropas de asalto y, una vez
más, muertos innecesarios. Finalmente, un
plan eterno para un plan divino.
Pero esta colección de cuentos continúa desde la tragedia. Cada uno es particular: es el caso de Un desaparecido, en el
estado de Georgia. Es la historia de un soldado raso llamado Jerome Searing que, en
pleno combate, huyendo del enemigo, cae
en un hueco que es una trampa. Un desorden de escombros de madera, ramas, palos
y hasta piedras caen sobre su cuerpo hasta
dejarlo atrapado bocarriba. En la confusión
de volteretas que da el soldado por el aire,
su fúsil se desprende de sus manos y queda
apuntándole.
Cualquier movimiento sería fatal.
Unas intrusas comienzan a subirse sobre
los pedazos de palos merodeando y curioseando. Solo su boca tiene movimiento
para espantar las ratas y alejarlas del fúsil.
Sabe que volverán para roerlo o que, quizá,
el fúsil se dispare y la bala llegue directo a
su cabeza. El tiempo pasa. Al cabo de unos
días, un regimiento pasa cerca del profundo
hueco donde se encuentra Jerome Searing,
cosas estaba esta carta”, le dijo. Cuando la
tuvo entre sus manos la ojeó. Al comienzo,
detenidamente, pero después asumió la actitud de no importarle. Sin embargo, al notar la mirada fija del soldado, se sonrojó y se
convirtió en una persona amable que le dio
de forma educada las gracias. Entre tanta
diplomacia le preguntó despectivamente sobre la muerte de Herman. Dándose
cuenta del desinterés y la indiferencia, pensó que no tenía sentido hablarle de la forma trágica como había muerto el teniente
Brayle ni de su heroísmo. Le respondió “lo
mordió una serpiente”.
Es notable que sus cuentos solo describen el horror de la guerra. En El caso de
Coulter’s Notch, un capitán prefiere morir
con su familia en el sótano de su antigua
casa ante la mirada de un regimiento. En El
golpe de gracia, aparecen dos hermanos: el
sargento Caffal Halcrow y el mayor Creede
Halcrow. En confusas circunstancias en el
campo de batalla, antes de morir ven como
un soldado es atravesado por una espada
en el corazón. Un hilillo de sangre que serpentea es la última prueba de vida entre las
ropas destrozadas.
El libro culmina con una serie de
cuentos llenos de curiosidad. Parker Adderson, filósofo trata de un prisionero que pronto será ejecutado, no por espionaje, sino por
averiguar datos. En Historia de una conciencia, un aparente civil pasa ante las tropas
enemigas con indiferencia, un oficial nota
algo raro en él y lo hace llamar. Después de
un interrogatorio, el civil termina diciendo
que es un espía confederado y un prisionero
de ellos con toda tranquilidad.
Un tipo de oficial es un cuento sobre
el no saber nada y el recibir órdenes. Abren
fuego, pero en el fondo cada cual lleva una
sabiduría más honda que la simple suma
de todo lo que sabe. Un oficial, un soldado.
Un ejército está en línea de batalla y a la
espera de un ataque, pero los hombres que
53
Aproximaciones literarias
mientras sus ojos se van apagando para
siempre.
Dado de baja en resaca es otra historia en la pluma de Bierce. Es la historia
de un héroe idiota en la batalla de Stones
River que siempre se enfrentó al enemigo
mostrando su cuerpo sin temor alguno o
corriendo con su caballo de frente a las balas enemigas. Su grado era el de teniente y
su nombre, Herman Brayle. Su coraje era
diferente al de los otros soldados del regimiento de Ohio. Cada cual era valiente a
su manera.
Su cuerpo parecía volar por los algodonales, en los bosques de cedros cerca de la
carrilera, donde no se puso nunca a cubierto.
En otras palabras, siempre se exhibió en las
batallas. De tanto jugar como un negligente
le llegó la muerte. Lo rescataron de entre un
montón de cuerpos caídos con la poca sangre caliente que le quedaba. Era un cuerpo
tiroteado entre el desgano. El capitán dio la
orden de que cada soldado tomara alguna
pertenencia y se la llevara de recuerdo.
A un amigo cercano le dieron una
especie de estuche plano con unas cartas.
Dentro de este se destacaba una dirigida a
la señorita Mendenhall. El soldado compañero de Herman Brayle llegó un día
después de la guerra a donde la amiga de
Brayle, en California, y le entregó la carta.
Ella era una mujer refinada, culta y, sobre
todo, hermosa que vivía en un elegante sector de Rincon Hill.
Él tuvo curiosidad: un soldado teniente con el atrevimiento de exponer su vida de
semejante forma y, además, dejar una relación misteriosa con Marian Mendenhall…
Ante el encuentro y la presentación del antes soldado, ella no se sorprendió para nada.
Su fina mirada no se inmutó, y lo escuchó
siempre con respeto. Era indiferente a lo
que la rodeaba.
El antes soldado terminó hablándole del teniente Herman Brayle. “Entre sus
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no combaten nunca están listos. Tantas
cosas, para saber que el capitán Graffenreid no había visto en su vida a un enemigo armado.
George Thurston es un cuento curioso
desde el punto de vista de un narrador en
primera persona que va contando con detalles los acontecimientos en el campo de
batalla. No se sabe si Bierce es el mismo
narrador, que es lo más probable, o si simplemente todos los aconteceres de la guerra
buscan un narrador.
Un día, Thurston, cansado de la guerra, quiso demostrar muchas cosas. Por
ejemplo, que la vida en la guerra no tenía
valor y que si recordaba algo de la niñez
podría ser feliz. Su mirada se detuvo en un
columpio sostenido en el vacío de un espacio alimentado por el viento. Como un
niño, el teniente primero George Thurston
se dirigió al columpio y se sentó con una
ligera alegría de peligro. De inmediato el
balanceo fue creciendo y, en un instante,
Thurston voló sin prejuicio por los aires.
“Una pierna, doblada bajo el cuerpo, estaba
rota más arriba de la rodilla, y el hueso se
había clavado en la tierra. Tenía reventado
el estómago, regada las entrañas. Se había
desnucado. Apretaba los brazos cruzados
sobre el pecho”.
El sinsonte es un cuento extraño, en el
que se quiere decir que el heroísmo también es un acto de cobardía. Las guerras son
cementerios móviles entre ese heroísmo y
cobardía. Lágrimas llenas de pesar salen de
ojos confusos que no quieren cerrarse. La
naturaleza es un escenario infinito para la
muerte. Toda guerra necesita un paisaje, la
luna llena, los luceros de la noche, el sol luminoso y hasta los lodazales que se forman
en época de invierno. Ahí está el sentido de
la guerra, ella se alimenta de la sangre inocente de soldados de los dos bandos.
Bierce muestra un panorama desolador que no respeta la condición huma-
na. Deja ver el misterio de un mundo sin
esperanza, de un mundo real y cotidiano:
la muerte. En uno de sus cuentos, Bierce
plantea que “el acto de morir bien puede ser
muy desagradable para quien no ha perdido
la capacidad de sentir”. Es una ironía que
los grandes honren a los grandes. De alguna forma, el ser humano siempre quiere ser
reconocido, aunque haya vivido de forma
humillante más por su heroísmo que por su
dolor.
En la guerra, la vida tiene diversas
formas. La muerte pasa por una bala, un
sablazo, un cañonazo que perfora la misma existencia, y el espíritu se avergüenza
de las formas miserables de la vida. O por
fusilamiento. Pero también por ser ahorcado, acto propio de las leyes antiguas para
ciertos imbéciles que defendieron causas
inútiles.
Los personajes de Bierce están dentro de estas circunstancias. Difícilmente
sobreviven porque las armas de un ejército
comparten su desaliento. Los cadáveres son
criaturas inservibles. El resto del ejército no
quiere estar en el lugar de esas expresiones
teatrales, confundidas con la indolencia de
la tierra. La tierra es justa, amable y cruel.
Estos personajes no tienen oportunidades. La expresión “dados de baja” es un
triunfo para el orden político. Solo queda el
aliento de la fresca mañana de la cabeza levantada hacia arriba, en el silencio de la noche y la espesura y el ruido ensordecedor de
uno que otro cañonazo. Los enemigos de la
imaginación pueblan raras malezas para tener motivo y disparar. El sentido instintivo
es una virtud en la guerra.
En su cuento El sinsonte, se advierte
cierta incertidumbre de forma inverosímil.
El soldado raso Grayrock, del ejército federal, después de descansar a la sombra de un
árbol dispara contra algo. Emociones vanas
lo confunden. Regresa al campamento para
recibir nuevas órdenes. Piensa en algo que
no lo deja tranquilo, quiere saber por qué
disparó. En ese momento, desea volver al
sitio y observar el lugar para encontrar respuestas. Disparar sin razón significa algo.
El soldado Grayrock vive agotado, el descanso en la guerra es una ilusión.
Después de recibir las indicaciones
para volver al puesto de centinela, se queda de nuevo dormido cerca del árbol del
incidente de los disparos. El sueño aparece como una revelación. Las imágenes
son claras. Recuerda su niñez: una región
a orillas de un gran río, altos barcos de vapor que lo navegan, carreras con un hermano gemelo para observar la llegada de
esas embarcaciones; en la carrera desordenada, recogían manojos de menta hasta
subir unas colinas y observar el gran paisaje. Al otro lado del río quedaba el Reino
de la Conjetura. Pero al sur podían ver, a
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Aproximaciones literarias
Bierce muestra un
panorama desolador que
no respeta la condición
humana. Deja ver el
misterio de un mundo
sin esperanza, de un
mundo real y cotidiano:
la muerte. En uno de
sus cuentos, Bierce
plantea que “el acto de
morir bien puede ser
muy desagradable para
quien no ha perdido la
capacidad de sentir”.
Es una ironía que los
grandes honren a los
grandes.
la distancia, otra región llamada la Tierra
Encantada.
Unidos de la mano y del corazón, los
dos hermanos recorrían senderos de paz y
luz entre días dorados. Un sonido melodioso se escuchaba, la emotiva melodía era
la del sinsonte. Dicha melodía bendecía
el espíritu del espacio. El alegre pájaro no
descansaba en su oficio de músico. Esa melodía parecía ser el alma del paisaje, era la
sensación de sentir e interpretar los misterios de la vida y del amor. El sueño terminó
bajo un conjunto de lágrimas y confusión
de sombras.
Seguía dudando porque estaba seguro de que le había disparado a alguien. Él
estaba guiado por un sentido instintivo del
blanco. Era el rey del tiro en tres ciudades
y esto lo convertía en un soldado confiable.
Sin embargo, quería llegar hasta las últimas
consecuencias. Si era posible, no le importaría ingresar en el campo confederado para
averiguar a quien le había disparado. Tenía
que encontrar a ese hombre muerto entre
matorrales o arbustos. ¿Quién sería?
El sinsonte salía de entre espesas arboledas para posarse de forma visible sobre
algún tronco desnudo y emitir un conjunto
de trinos convertidos en melodías divinas
venidas de los cielos galantes donde hay
vida, y como una criatura de Dios terminaba alabándolo. El hombre, agotado, se
detuvo, descargó su rifle. Observó al ave
con respeto y admiración. Un sentimiento
profundo y desconocido lo embargó, se llevó las manos a los ojos y se puso a llorar. De
forma inmediata, se calmó, se inclinó, recogió el arma y decidió continuar su camino.
Al pasar por una brecha, vio dentro
de ella un uniforme botado con una gran
mancha de sangre hacia la parte del pecho,
yacía con indiferencia y como síntoma de
muerte. Un rostro pálido se perdía en el
tiempo olvidado, todavía tibio engañaba
su presencia entre la vida y la muerte. Era
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John Grayrock con una bala en el pecho.
El soldado William Grayrock cayó de rodillas al piso y miró con desgracia esa insigne
obra de la guerra civil. El sinsonte calló su
melodía hermosa y revoleteó confuso y volvió de forma nerviosa a lo alto del ramaje.
Y, como lo dice Bierce, “bañado en la
gloria roja del poniente”, el pájaro “voló en
silencio por los majestuosos espacios del
bosque”. Así, Bierce cuenta de forma triste la desaparición de un soldado más en la
guerra de secesión de los Estados Unidos:
“Cuando esa noche llamaron a lista en el
campamento federal, el nombre de William Grayrock se quedó sin respuesta… y
no volvió a tenerla nunca”.
Ambrose Bierce, dentro de una historia real de su vida, soldado, periodista y
escritor, no establece diferencias para contar y hablar de la condición humana. Es un
hombre que experimentó la guerra y del
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cual, cumplidos los setenta años, nunca se
volvió a saber nada de él, en 1914.
Un escritor consagrado con una obra
compleja, poética y humana es lo que se encuentra en cada cuento suyo: dolor, angustia, sangre y desesperanza. La guerra como
un escenario y material para la inspiración.
Su poética es una búsqueda constante dentro de la forma narrativa. Un universo curioso de figuras literarias fluye entre una
rara condición libertaria de escritor.
En su país, algunos críticos le dieron
más el carácter de periodista que de escritor. Pero es gracias al periodismo como
Bierce se fundamentó para convertirse en
narrador con una técnica y un estilo particular y personal que demuestra en su obra
literaria una proyección en una línea del
tiempo. Historias de soldados es una colección de cuentos necesarios en la historia de
la literatura universal, así de sencillo.
Creación
Poesía
Poemas de Leoncio
Luque Ccota
Leoncio Luque Ccota
Nació el 2 de abril de 1964 en Huancané (Puno, Perú). Estudió Literatura en
la Universidad Nacional Federico Villareal. En 1990, en compañía de algunos
amigos, fundó la agrupación poética Noble Katerba, grupo que daría inicio
en el Perú a la llamada generación del noventa. Ha obtenido varios reconocimientos en concursos nacionales e internacionales, entre los cuales se destaca
el Premio Copé de Oro de la XVI Bienal de Poesía (2013). Entre sus obras
publicadas se destacan Más allá de mis ojos (2015) y Exilio interior y otros poemas
devastados (2011). Es ganador del Concurso Internacional de Poesía de la Universidad Central 2015. La selección que se presenta a continuación considera
todos sus libros publicados hasta el momento.
4.10 Entre piedras y combas
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La vida se deforma en espasmos.
Yo tengo una hora precisa
para contarte mi vida, Casandra.
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Los cuerpos de pausa furiosa
acumulan deudas ajenas,
cruzan con el viento,
dividen los ojos, de manera que
no pueden ver la realidad, sino
solo despedida de muerte.
El vértigo nos asalta.
¿En cuántos adioses
se puede despedir uno
del otro?
Acaso ¿setenta veces siete?
Tú deberías saberlo:
a la fantasía solo se la supera
con las ganas de dispararse
un tiro en la sien,
pero uno se ensucia.
De Exilio interior y otros poemas
devastados (2014)
Creación
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1.5 Carl Sandburg en Lima
Por Lima,
Carl Sandburg agita sueños envejecidos
a las masas
y camina desnudo en su propia sombra,
por callejuelas sucias
como retratos de penumbra y antorcha.
La puerta terca
de las tinieblas se cierra
como enfurecido párpado
a la hora del olvido.
Y él sigue caminando,
cazando inasequibles estatuas de pisadas
e imágenes rupestres de nuestras vidas,
recitando estos versos:
“Yo soy el pueblo, la chusma, la multitud, la masa;
sabéis que todas las grandes obras que existen en el mundo
las he hecho yo.”
Pero tú ahora
ya no estás presente
en este caos hermoso
que se posa delicado en el escenario de este movimiento.
Ruina de mis panoramas.
De Por la identidad de las imágenes (1996)
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5.6 Arcoíris
60
i
Centro giratorio abolido por el tiempo,
ii
parcela, morada de mis ancestros
iii
sagrada e inerte, que renace para nombrar los perfiles
iv
del alma aimara.
v
Parcelas intocadas que colindan con el principio del mundo andino.
vi
El mundo es una hermandad de origen oculto
vii
que construí con Mariano y Benito, amigos de la misericordia,
viii
a quienes conozco
ix
desde hace mucho tiempo,
x
acariciando el viento, la paz de los astros acariciaba sus rostros.
xi
Nos conocimos jugando por estos cerros azules y verdosos
xii
a no perdernos en la soledad de la lluvia perpetua
xiii
que mojaba nuestras vidas,
xiv
entre eucaliptos y vizcachas agoreras
xv
que luego han ido desapareciendo,
xvi
con relámpagos deslumbrantes que conformaban
xvii nuestra edad de viento inmaduro
xviii y arcoíris como bandera que nos saluda.
xix
Son quienes nos vigilan antes de sucumbir en nuestra lengua
xx
y a quienes consideramos amigos
xxi
en resistir los males de cada día.
De Igual que la extensión de tu cuerpo (2013)
Creación
61
3.17 ¿Te acuerdas?
Nos habíamos marchado de repente
entre carcajadas
socavándonos la voz
en este espacio cerrado.
¿Te acuerdas?
Seguro que no.
Pero aún estamos en esta tierra fértil
donde el rumor secreto del poder
no nos alcanza.
Rechazamos
y amamos una y otra vez
el canto de los dioses
hundido en el oído ajeno.
La selva y el mar soportan
la fractura del tiempo;
encontramos en el umbral de la agonía
antiguos hombres
construyendo su regreso.
La angustia nos consume
en este espacio cerrado y
violento donde no gozamos
de las palabras que vienen volando.
¿Pero no es eso
lo que al final
ambicionamos con deseo y sacrificio?
¿No es eso
lo que anhelamos
después de la ruina,
al borde de la confusión,
mezclando la guerra de oriente
sobre la tierra?
La confusión nos recuerda
que estamos de más
para consolarnos entre gritos.
De Crónicas de Narciso (2005)
3.6 Solo polvo
El canto enseña a no ser nada
y al mismo tiempo todo,
final de todo,
comienzo de todo.
Aquí nacemos y morimos,
en este lugar vacío
donde nos encontramos
como fieles pasajeros de la noche.
Aquí asomamos nuestras quejas
desgastadas en el tiempo;
aquí golpeamos, inmisericordes,
a los seres del medioevo que se esconden
detrás de nosotros.
Aquí peregrinamos con frecuencia
sobre el final de la noche sin ozono
en que amanece la ciudad.
73
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julio-diciembre 2015
Aquí preguntamos
quiénes somos destruyendo la vida.
como dice alguien?
¿Acaso polvo
¿Acaso polvo
como nos responden otros?
62
¿Acaso un final agazapado que
nos espera y nos conduce a pie
como alpargatas
dejando huellas frescas en el camino?
¿Acaso voces del pasado que nos alimentan y
nos perforan el corazón para morir,
haciéndonos estallar el cráneo desnudo
en campos desnudos después de la guerra?
El agua se acaba en la sed del desierto.
El mundo no vuelve a ser lo mismo
en el labio cerrado
de los que vienen después.
El aire se calienta,
del cielo cae poca lluvia,
el encanto se borra y
nos volvemos angustia,
hechos polvo;
polvo
polvo
polvo como la tierra muerta.
De Crónicas de Narciso (2005)
La soledad hiela mis venas.
El sol se enrosca como una serpiente.
alejandro peralta
Levántate y olvida este efímero mundo.
omar khayyam
En el ayllu Hachasullcata1, en la estancia de Quencha
i
El susodicho Matías Luque, insuficiente, roído por la muerte,
ii
ha llamado a los testigos —a familias enteras de esta jurisdicción
iii
donde ha forjado imágenes de vientos helados, sin cerrojo—
a medianoche, antes de que el aliento se enfríe en la garganta,
iv
v
en esta capital aimara, reino del folclore donde ha vivido
/despierto
como un cuerpo deshabitado entre conjuros del pasado y
vi
/del presente.
vii
A los veintinueve días del mes de octubre de mil novecientos
viii
cuarenta y uno2
ix
deja la sombra de invierno, como cuando el cuerpo se enferma
x
al borde de la fiebre y el deseo raspa el alma inquieta de un ojo
/que parpadea.
Son las dos de la tarde en pleno viento de agosto, de tardes
xi
/débiles,
xii
de balbuceos en que la parca despierta a la muerte
xiii
—herencia de lo humano, espejo con que uno choca cada
/mañana—
xiv
con el viento trenzado de los eucaliptos, al compás de la coca
/que chacchamos
xv
y que dicta la aspereza de nuestra voz ahogada
xvi
que devela la frontera de la vida y parece acabar entre insomnios
/y duermevelas
xvii presentándose a los testigos de la vida, reblandeciendo los /frutos de los insomnios
1 Un ejemplo de la existencia del ayllu en las comunidades lo constituye el de Hachasullcata, al que se integraba la comunidad de Calahuyo. Esta comunidad fue en el pasado una
parcialidad que, al lado de otras —denominadas Quencha, Callapani, Accoccoyo, Totorani,
Huayrapata, Chacacruz y Azangarillo—, conformaba el indicado ayllu. Dentro del conjunto de dichas parcialidades, una de ellas representaba la capital —en el caso de Hachasullcata, la constituía Azangarillo—, donde se concentraba una autoridad central identificada
como el jilakata del ayllu.
2 Fecha de la redacción del testamento.
63
Creación
5.1 Prólogo a la muerte de Matías Luque
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xviii
xix
xx
xxi
xxii
64
que nos apuntan con su mirada fatal de soledad entre /despedidas y entelequias,
espantando al dueño del manto negro que, debajo de los /cabellos, acaricia la herrumbre de su rostro cetrino,
cuando el sueño es la llave de otro sueño mágico sin retorno.
Con ruegos de avemarías y cánticos tristes al margen del /cuerpo lloran los presentes,
que tal vez no tengan imágenes de acierto en el dolor en que
/viven sobre un papel arrugado con noticias antiguas y
/amarillas.
xxiii Están a su lado, aprovechando la oportunidad de la partida /celestial,
xxiv
Mariano, Jacinto, Juan, amigos de desengaño, a quienes les
/lleva la delantera nada más —que así es la vida, dice
/gimiendo—.
xxv Ellos, mayores de edad en cosas sólidas, tejen la vida en la
/mañana con tacto preciso en la pesca de la vida;
xxvi son labradores de amor y hombres crédulos en casamiento
xxvii y consejos de desacierto para la vida, y ahora consuelan,
/desde esta mañana
xxviii en que amanece todo en silencio de vida torpe,
xxix esta enfermedad purificadora que es arma secreta para estar
/despierto
xxx todos los días, con la muerte de teclado en mi pensamiento;
xxxi que me consume en melancolía y remordimiento.
De Igual que la extensión de tu cuerpo (2013)
1.1 Por la identidad de las imágenes
Ya los animales, sagaces, advierten
que en el mundo no estamos
como en nuestra casa.
rainer maria rilke
A Feli
¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada
si llamo de súbito tu gesto? Pero yo te escribo.
Te escribo desde mi oscura cueva,
desde Lesbos,
desde cualquier sitio.
Allí,
paciente,
cuento las hierbas,
mis sueños no encontrados en su sitio,
y me consumo
en una fiebre jamás conocida por humano.
¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada
si llamo de súbito tu gesto? Pero yo te escribo.
Te escribo desde mi soledad
de funesto humano
de oscuros huesos
cerca de la luz blanca,
cerca de las ramas desechas.
Y luego
te cuento
que todos teníamos un caminar moderado
en sombra.
Pero también te cuento que había gente que olía a tierra
y por las tardes
recitaba versos de D’Annunzio
casi perfectamente.
Poetas danzando
en el semicírculo del espacio cósmico,
gente danzando y rompiendo el ritmo
y la pregunta eterna:
Creación
65
¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada
si llamo de súbito tu gesto?
Cómo he pensado,
andando el tiempo,
a través del tiempo,
para decirte todo, mientras caminábamos por Roma con Catulo,
recitando estos versos:
“¡Oh, funestas tinieblas del Orco, que devoráis todo lo bello,
el mal sea con vosotras, me habéis separado de tan bello gorrión.”
Y así era,
y así fue.
Alguien dirá: qué terrible,
pero lo bello es eso: lo terrible.
Ese caos que confunde
y que es la razón de nuestra vida,
de nuestra bella vida.
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julio-diciembre 2015
(Alguien dirá que no teníamos nada
de
nada, poeta Catulo.
Qué éramos vagos
borrachos,
desesperados por la nada;
que rompíamos violentamente la tranquilidad del sistema,
que rompíamos el juego del amor por nada,
que colgábamos espantapájaros para los amantes.)
66
Pero ahora quién podría escucharnos entre gritos de guerra
si somos amenazados por los animales sagaces
cuando nadie comprenda, o
nadie comprendía entonces,
que somos animales deformes,
que no estamos amoldados a sus cuerpos
y que no respetamos las reglas sociales.
Y no queda otra cosa que hacer poesía
para romper el círculo
de todos los animales funestos
bebiendo fuego
en el candelabro de vino.
De Por la identidad de las imágenes (1996)
Creación
67
2.1 Martín, Martín
¿Solo esto, para la ventana?
Martín, Martín:
¿solo esto, cubriendo la noche,
con grandes brazadas de mástiles,
tu partida?
¿Dónde tanta luz y cielo
escondiendo la mañana
a las estrellas?
¿Por qué el paisaje detenido?
¿cuántas veces el silencio?
¿cuánto tiempo tu cuerpo
oculto en el horizonte?
¿Por qué tanto sol
amaneciendo en tu espalda?
Martín, Martín.
¿Por qué tantos recuerdos
si no fue posible despedirnos?
De En las grietas de tu espalda (2001)
4.8 Las nubes azules
Esta ciudad es llanto,
musgo de antiguo lamento,
palabra vacía.
Palabras sin sentido,
empedradas de miedo.
Ritmo de danza antipoética
donde se hurgan deseos vanos
de gente que nos mira.
Rincón de amor castrado
donde las costumbres
se calcinan en parques fantasmas sin árboles
/de los cuales escapamos
entre neblinas tenebrosas.
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Casandra,
qué esperamos de esta ciudad
de nubes azules / que se fueron hace tiempo
hacia exilio de aves que buscan tu fosa nasal
para asfixiarte.
68
Todo se vuelve marrón arena.
Nuestra vida ya no existe.
La contaminación se apodera
de nuestro cuerpo.
Las lágrimas se evaporan,
se secan en pozos que parecen inextinguibles.
Cortinas de garúas
/ socavan nuestra muerte
acarician cabellos / deslizándose
en charcos de agua putrefacta.
El viento convulsiona
en la tormenta de arena muerta.
El instinto se atasca sin razón.
La vida rumorea una guerra por el agua
y no entiendo a la gente / buscando morir
en estos tiempos de miedo.
De Exilio interior y otros poemas
devastados (2014)
2.3 Qué de la invitación
¿Qué de los pájaros agoreros
bajo la mirada de los hombres?
¿Qué de la bóveda perfecta, la aldea
y el paisaje donde viviste?
¿Qué de la invitación que te llega
para que conozcas tu tierra marchando al caos?
Ya termina la fiesta de la Candelaria, mal o bien.
Todo en honor al gigante
en alambique de un alcohol infausto;
los hombres montados
sobre enormes ubres lloran.
Hoy es carnaval en el sur,
y cambia el temporal.
¿Y tú crees que el mar
y los hombres cambien ahora
aquí en la tierra?
¿Ahora, todos los que conocen el lugar
en que la tierra y el cielo se confunden?
Hoy los nombres de tu recuerdo
han venido.
Los astrólogos también.
Y todos los hombres del sur
te saludan.
De En las grietas de tu espalda (2001)
Creación
69
Poemas de Nelson Romero
Guzmán
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Nelson Romero Guzmán
70
Ataco, Tolima, Colombia, 1962. Licenciado en Filosofía y Letras (Universidad
Santo Tomás) y magíster en Literatura (Universidad Tecnológica de Pereira y
Universidad del Tolima). Es profesor de tiempo completo de la Universidad
del Tolima, en el Instituto de Educación a Distancia.
Premio Nacional Universitario de Poesía Euclides Jaramillo, Universidad del Quindío (1995); Premio del Concurso Nacional de Poesía Fernando
Mejía Mejía, Manizales, por su libro Rumbos (1992); XIV Premio Nacional de
Poesía, Universidad de Antioquia, por el libro Surgidos de la luz (2000); Premio
Nacional de Poesía, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, por su libro Obras
de mampostería (2007); Premio de Poesía Casa de las Américas, por su libro
Bajo el brillo de la luna (2015); Premio Nacional de Poesía, Ministerio de Cultura, por el libro Música lenta (2015). Reconocimiento a Escritores del Tolima,
Fondo Mixto de Cultura del Tolima (2000).
Otras publicaciones. Los libros Días sonámbulos (1988); La quinta del sordo
(Universidad Nacional de Colombia, 2006), Grafías del insecto (Universidad del
Valle, 2005); Apuntes para un cuaderno secreto (en coautoría con la mexicana Kenia
Cano, Biblioteca Libanense de Cultura, 2011). Los ensayos El espacio imaginario
en la poesía de Carlos Obregón (Universidad Tecnológica de Pereira, 2011) y El porvenir incompleto: tres novelas históricas colombianas (Biblioteca Libanense de Cultura, 2011). En el libro colectivo Mientras el tiempo sea nuestro —los otros poetas
son Lilia Gutiérrez Riveros, Winston Morales Chavarro, Hernán Vargascarreño y
Andrés Berger Kiss— se incluye una muestra considerable de 53 poemas de su autoría. La selección que se presenta a continuación fue realizada por el propio autor.
Erótico meridiano
De pronto, tus senos
—como el día—
empiezan a rotar entre mis manos.
De pronto, también,
me llaman a la batalla
y vas anocheciendo
hacia el olvido de los pájaros.
De Días sonámbulos (Bogotá:
Ediciones Mundo Nuevo, 1988)
Historia de sonámbulos
Ningún camino nos llevó
a la tierra donde crece el trigo.
Tuvimos que aprenderle el sendero
a las hormigas para no perdernos.
Llevábamos camisas rotas
y enhebramos agujas en lo oscuro
con la seda robada a los gusanos.
Por donde íbamos
el sol pintaba nuestras sombras en los muros
sin anunciar llegadas.
Tanteando, al fin, bajamos a la tierra
con mucha hambre de luz entre los ojos
y nadie nos enseñó a amasar el trigo.
De Rumbos (Manizales: Casa de
Poesía Fernando Mejía Mejía, 1992)
Aladino
El mundo es cóncavo.
“Vas a nacer rojo”, dijo ella.
“Vas a un mundo apagado”, dijo él.
“Razones tengo de sobra para ser lámpara”,
me dije. Y vine…
Creación
71
Patria
Viajo por tus aires
al lado de palomas azules.
En tus bases de piedra fundo el verbo.
Con tu vaso de polvo me embriago.
Me peino frente a la luna clara,
en la ventana más oscura de tu reino.
Y cada vez veo en mi cara la tuya,
como recién salida de un hospital
o una taberna.
De Obras de mampostería (Bogotá:
Instituto Distrital de Cultura y Turismo,
2007)
28
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Sin escribir escribo.
Salto de esta tapia al patio ajeno
a robar los melones encendidos.
Robo
para ser inocente.
Que Dios se perdone a sí mismo,
si quiere de verdad perdonarme.
72
30
La ciega Narcisa enloqueció y dijo: “Estoy
en el paraíso”. Ese lugar no existía, hasta
que la alucinada lo pronunció, y alguien
tomó papel y pluma para escribir su viaje, y
para meternos en este embrollo.
No se llamó Eva, se llamaba Narcisa,
loca y ciega. Nombre bastante usado en la
época de las grandes alucinaciones: la serpiente, la manzana, el engaño, el trabajo, el
destierro.
Alguien escribió mal su versión para
condenarnos.
En un inquilinato, Narcisa padeció la
peor de las crisis de su mente: se vio salir
por las costillas del hombre.
En ese tiempo trabajaba de jardinera.
Las aves la querían, y una vez se enamoró la
ciega, hasta que el mismo amor la arrastró,
y su mente se fue dando tumbos de hospicio en hospicio, la muchacha pobre, la
jardinera.
Al nombrarla nos burlamos de su
noche.
Si algún lugar de verdad fuera el Paraíso, sería una clínica de enfermos mentales, donde estuvo asilada Narcisa.
Lo demás es la falsa versión del psiquiatra del Génesis.
De Apuntes para un cuaderno secreto
(Líbano: Biblioteca Libanense de
Cultura, 2011)
Homenaje al Pequeño Larousse Ilustrado
Te contemplo en un Pequeño Larousse, ilustrando una definición. La
jaula del lenguaje no puede con el destello y el rugido, salta a pedazos,
desbarrotada. ¿Cómo detener en la definición la aguja del lenguaje enloquecida en tu cerebro? ¿Cómo mancharon la hoja con tu estampa al
lado de lo que no puede definirse? Luego de definida, sigilosa huye la
palabra hacia la muerte, es como cerrar una puerta y huir antes de que
resucite lo nombrado y te destroce. Quien te nombró debe de estar
encerrado en la locura, estará destejiendo su propia jaula, golpeando
desesperadamente, sin ayuda, en la puerta de lo definido. El lenguaje
es una caja negra, adentro guarda unas orejas, un rugido, un manantial
para verse, un sabor a muerte entre la lengua, una jungla, un zarpazo
en la carne, pero nada de esto es el tigre. El tigre huye de la necesidad
de definir. Las palabras tienen rabo para amarrarse al árbol de lo que
nombran. No deberían ser empujadas de la jungla hasta la hacinada
celda del diccionario, pero se les corta el rabo para que quepan en la
definición. Los forjadores de celdas hacen volar la paloma en el cielo
de un estrecho párrafo. Ella tropieza su cuerpo contra los puntos cardinales y, al final, muere desangrada por las aristas de la p a l o m a. Luego
ponen al lado la estampa del ave volando al infinito, para encubrir el
crimen. El tigre, por sí solo, se (encierra) en un (paréntesis). Entre las
aves se abriga para que pasen por encima de su cuerpo los muros de
la academia, los acentos mudos, la gutural, la vibratoria que lo cercena, para que así las palabras no lo coronen vanamente. A su cuerpo
lo adjetivó el relámpago. De ahí la imposibilidad de ser tomado por
asalto. La palabra, transformada en serpiente, lo ha seguido hasta el
río, donde él bebe la sangre del crepúsculo, para dejarse comer por él y
luego atravesarse en su garganta y decir: “¡lo nombré!”. Pero el tigre es
sigiloso y el instinto es el arma contra la trampa de la Palabra vestida
de serpiente que no puede inocularle su veneno. Misteriosamente, en
ese instante, el tigre y la luz son uno solo y la palabra queda en la orilla
del río, tras la desaparición del animal, buscándose a sí misma como
la moneda arrojada al laberinto por los falsos reyes, por el dios de la
barbarie y los ídolos que pesan el mundo y lo venden al mejor postor.
El tigre, devorador de Aladino, conoce la noche y, en los tiempos de
peligro, una mitad está en vigilia para cuidar la otra mitad que duerme,
pues la palabra —su enemiga sanguinaria— entra a la selva a buscarlo.
Ante la imposibilidad de atraparlo, regresa al diccionario con amargura, sin la presa, para volver a ser la definición al lado de la estampa en
alguna página de ese desconsolado y Pequeño Larousse.
Creación
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Tigre
Decir sin cantar
El niño paga con tres monedas y un pájaro
el derecho a la realidad.
Sabe que las solas monedas no bastan,
que más allá de la moneda hay un valor
agregado al precio material de las cosas: y
de su mano
alarga un pájaro al tendero.
Este lo ve volar por la ventana.
Es la dicha que al niño le regocija,
y que el tendero no entiende
ni podrá entender detrás de los
mostradores.
El vuelo dejó un círculo
de satisfacción en la boca del niño
y una especie de luz sobre el vidrio
que la ira del tendero extinguió.
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De Grafías del insecto (Cali:
Universidad del Valle, 2006)
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Tinta de escarabajo
El escarabajo huye de mi pluma. Mientras
vaya redondeando materia pestilente, el insecto no se deja escribir.
Un gran escarabajo hizo la redondez
achatada de este planeta, gracias al poder de
su imperfección.
Cuando el escarabajo se cansa de redondear la materia, se escarabaja, y sueña.
Deja de ser escarabajo. El pequeño Larousse informa en sentido figurado: escarabajear
es escribir haciendo escarabajos. Yo escribo
escarabajos. Y, cuando también me canso
de redondear mi propio excremento, me escarabajo, sueño.
Escribo en una escalera, el abismo es
insecto coleóptero. La tinta de mi pluma no
le huye, ni se acuesta a esperar a que el ángel
del abismo le quite el peldaño. El escarabajo anda con su mundo bajo el vientre, no
vaya a ser que le arrebaten el planeta. Poseo
el oficio exquisito del insecto en mi mano:
hacer redonda, aunque por un instante, la
dicha invisible de una materia inútil.
75
Creación
Un trazo
Tengo la devoción del santo,
que se unta las manos
de la tinta roja de un insecto
para simular que acaba
de cometer un crimen.
Escribo con esa tinta
el cuerpo del delito,
describo el escenario, me complazco
en dibujar la víctima.
Todos los días mato,
pero nadie me condena.
De Surgidos de la luz (Medellín:
Universidad de Antioquia, 2000)
Para una iniciación
¿Quién no hubiera querido ser la mano de
Van Gogh? Estos poemas quisieran, por lo
menos, revelar al lector los secretos de su
oreja mutilada. Por ahora, sueño que estoy
sentado sobre la silla que dibujó y que él
viene. Viene bajo el cielo de Arles, se me
acerca y desenrolla un lienzo transparente
a través del cual puedo mirar unas campesinas barriendo en los patios de su infancia.
Más allá, veo sembradores de patatas
y cuervos que sobrevuelan trigales por cielos de eternidad. Pero, cuando voy a entrar
a una casa que me ha dibujado, despierto
asomándome por ventanas solares. Antes,
el pintor me ha pedido que le lleve a Théo
una carta.
Carta
Sólo como pan y cerveza.
El hambre es de pinceles, de telas...
Miro los soles concluir en estas tardes verdes
que me aguardan una esperanza, y algo
se crispa en el espíritu insaciable.
El alba me acoge con brazos blancos
y creo comer de las patatas que pinto.
El hambre es de colores.
Envíame un poco de dinero para ganar los días que vienen,
voy a terminar los bordes de un cielo por el que quiero escapar.
De La quinta del sordo (Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia, 2005)
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El que cultiva flores en las tinieblas
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—Ese hombre, ¿qué hace cultivando flores en las tinieblas?
Por maldición no está ahí.
No es tampoco ningún torturado consigo mismo,
ni está obligado a maravillarnos.
Trabaja para que el mundo sea menos vidrio.
Dejémoslo debatirse en las tinieblas,
y nunca luchemos por entenderlo.
No vayamos a borrarle su nublado.
Sus manos libres trabajan, no importa si es el color.
Él no está ahí por obligación.
Dejémoslo en su escenario de sombras,
pero existiendo de su propia luz,
y nunca lo rebajemos a nuestro desprecio.
No sabemos si acaso somos algunos
de los huéspedes de su obra
y aún nos atrevemos a preguntar de nuevo:
—Ese hombre, ¿qué hace cultivando flores en las tinieblas?
Creación
77
Carta devuelta
¡Conoce el dificultoso desatino del tonto!
¡Envía a tus hijos a la escuela del Baboseo!
william blake
El mensajero llama a la puerta. Trae esta carta urgente:
En mi íntimo ser batalla otro ser. He matado la Escuela y de su
sangre me valgo para pintar esta otra cosa que es un Manicomio. Lo
que era el orden dentro de la Escuela lo transformé en un antro donde
el negro alucina la luz sobre las espaldas laceradas de los condenados.
Pero, en la Escuela, todos son santos y en sus espaldas la luz no duele,
surge indemne en forma de espíritu. Mas, en este antro, el Espíritu
se repliega en el caos y tiene fondo humano: humillación, adoración,
canto y libertad.
La Escuela, su pulcra fachada, recibe la luz en formas y cantos
puros, siempre custodiada por ángeles inútiles o retratos de habitantes
del paraíso. Quienes se acercan a los locos de mi fachada huyen despavoridos de sus ojos. Dejan allí sus alas cortadas los recién fugados
del Taller de los Maestros, que no quieren comprender que el arte es
la ofrenda a otros seres, menos ambiciosos y perfectos.
En mi íntimo ser batalla otro ser, de negros apetitos.
De Música lenta (Bogotá: Arte es Colombia, 2014)
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Lección de culinaria
78
Este ha sido el infierno para una mujer: pelar una cebolla. Las hojas
en las manos se multiplican delgadísimas. “Hijos, en el corazón de la
cebolla está Dios”, decía mi madre para darse consuelo y consolarnos.
Ella no hacía uso del cuchillo, pues temía herirle el corazón a Dios.
Por tanto, el hambre en la casa era la eternidad. Mi madre no veía la
hora en que un ángel aleteara entre sus manos. Por el momento, de esa
carne comeríamos. Tiempos en que los ángeles, nuestros guardianes,
se transformaban bondadosamente en aves de corral. Pero los tiempos
cambian y eso ya no ocurre. Así que un día las cosas empeoraron:
nos volvimos transparentes como las mismas hojas de la cebolla. Fue
hermoso porque, a través de mi hermano, veía a mi madre en el punto
más lejano del universo pelando, sin descanso, esa maldita cebolla.
Hasta que llegó al punto oculto del centro, donde estaban las regiones
superiores. Pero, por desgracia, Dios había salido un rato del centro
de la cebolla. Pobre sirvienta de Dios, mi madre, en los misterios de la
cocina. Lo cierto es que nunca pudimos comer en el Reino. Yo no sabía que mi madre, de tanto pelar cebollas, se había convertido una envoltura de cielos transparentes; algo así como un cielo dentro de otro
cielo, y este dentro de otro. Recuerdo que no comimos, pero tampoco
vimos a Dios. Ahora entiendo que la demasiada religión es la peor
de las culinarias. Por fin quiero vengarme de todo esto derribando el
Araboth, el árbol del cielo.
Hoja, celeste invisible,
ventana que en el aire relampaguea,
¿dijiste “país”?
“País en el aire por ti cantado”,
yo diría, aún mejor que los pájaros
y el viento de tu morada.
No dejo de oírte, tus voces secretas
me bastan.
El espacio, el tiempo en tu poesía son un don.
A ninguna otra Colombia, esa misma del cuchillo
atravesado
en la garganta,
la cantaste suave, muda,
la cosiste silenciosamente con tu música.
La anegada, la de tus ángeles cargados de harapos,
a ti debo las canciones, el ritmo, la visión de la altura.
Mi ángel no podrá llevar mi pluma hasta tu cima,
pero me has dado la paciencia,
el silencio para alumbrar un país
que no se cansa en la oscuridad de barrer
hojas muertas.
Nos enseñaste que, sólo cuando se canta,
la tierra es de nadie.
De Bajo el brillo de la luna (Cuba: Casa de las Américas, 2016)
Crónica en claro de luna
El poeta francés René Char, en uno de sus poemas, llamó a la luna
“diosa tallada en siete climas diferentes para acceder al macizo superior”. Lo dicho por Char tuvo origen en dos cuadros de Edvard
Munch, el titulado Claro de luna, pintado en 1893, y Casa en claro de
luna, de 1895. En las dos pinturas aparece la misma luna, pero en años
y ciudades diferentes: Berlín y Lubeck. Leamos la crónica que sobre
el origen de dichas obras narra a continuación Mónica Graen, según
hechos que conmovieron a los habitantes de las dos ciudades:
79
Creación
Homenaje a la música de Arturo
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Berlín, 1893
80
A partir de estos acontecimientos cambia la
historia de Berlín. Las entrañas del joven pintor fueron halladas por unos niños engarzadas
de la ripias de una cerca formada por paralelas
simétricas, detrás de una casa que fuera lujosa,
al parecer abandonada, a las afueras de la ciudad. Por arriba del cercado y hacia la derecha,
una sombra deja divisar una ventana dando
forma a unos túneles o entradas, como únicas
posibilidades de que más allá de la pared existe
un adentro, una ciudad o un Berlín por nacer.
Estos hechos no interesaron a la crónica en su
tiempo y vienen a saberse ahora luego de una
minuciosa lectura de los cuadros. Los niños,
únicos testigos fieles de esta historia, vieron al
pintor pasearse esa tarde por la casa en ruinas. Como detestaba tanto el olor de la muerte,
por lo que escondía su nariz en las solapas del
abrigo, se acostó a esperar la noche sobre unas
tablas caídas. Cuando en el horizonte asomó
la “diosa tallada en siete climas diferentes”,
en la medida en que se hacía más clara y redonda, el pintor miraba asombrado cómo sus
propias entrañas se extendían sobre el cercado,
blanqueándolo. Berlín, en ese instante, olía a
muerte, aunque todos sus habitantes —salvo
el pintor y los niños— ignoraran lo ocurrido
en la casa en ruinas, lo cual es irrepetible. Se
trata, para no enredar el asunto, de uno de los
partos más glorioso del pintor. Sólo los niños
pudieron ser sus verdaderos testigos, pues un
adulto en la escena hubiera arruinado esta
bella crónica que la historia del arte mantuviera oculta hasta hoy. Quien aparece en el
centro del cuadro es la figura del propio pintor,
cortando el cercado, vestido completamente de
negro, con los brazos escondidos atrás. En un
lado del cuadro reina la oscuridad completa
y, en el otro, la luz precisa algunos rasgos del
macabro escenario, dejando ver la ventana y
las ripias del cercado con una claridad envidiosa (mientras tanto la rutinaria Berlín se
ocupaba de sus asuntos personales y empezaba
a cerrar las ventanas como si clausurara todos
los hechos de ese día). Así, la luna se veía nacer
de las entrañas del pintor. Puesto de pie en el
momento del parto, la noche cobijó al artista
con su antiguo traje de monasterio. Del rostro
redondeado emana la claridad, por lo que los
cercados y los postigos de la ventana aparecen
completamente iluminados en contraste con la
noche de Berlín que ignoró este privilegio. La
luna, como es de suponerse, no se deja ver en el
cuadro ni en el cielo de la ciudad. Pero si “el
macizo superior” del arte no se ocupara de
esconderla, los niños huirían decepcionados del
lugar o hubieran lanzado contra el pintor las
mismas piedras de la casa en ruinas. Tan sólo
ellos, a la vez alarmados y sonrientes, vieron
nacer por los túneles de la ventana a la nueva
Berlín, completamente blanca, como si la ciudad ahora fuera un claro de luna acabado de
parir de las mismas entrañas del pintor. Los
niños en un acto de inocencia parecían decirnos: El arte verdadero se hace con las entrañas.
Desde entonces, Berlín ya no era la misma. Por
lo menos, toda la ciudad fue invadida por el
claro de luna que emanaba del mundo del cuadro. Quienes no han vivido lo que vivieron los
niños, son parte del eclipse del hombre o, lo que
es lo mismo, habitan sin saberlo una Berlín que
construyeron con sus propias manos, con peldaños para bajar al infierno.
Dos años después, la misma luna nace en Lubeck. En varios apartes del diario del pintor,
los colores tienen vida propia. Los verdegrises
pueden estar tristes, algunos anuncian calamidades, otros expresan sufrimiento. Él mismo
dejó dicho que su pintura era una confesión
hecha por su propio albedrío. He aquí los hechos de esta confesión que conmocionaron a
Lubeck y que se relacionan con la disputa por
una mujer.
Munch y Strindberg se enamoraron de
una misma mujer, a espaldas del esposo de la
infiel. Para expresarle el sufrimiento, que era
su amor, el pintor realizó su amarga confesión
en su cuadro Casa en claro de luna. En él la
presunta amada tiene presencia en dos dimensiones donde a la vez se oculta y se muestra: la
claridad y la oscuridad. Sólo en ese espacio compartido puede vivir la enemiga y pertenecer a
dos seres a la vez, sin que se entregue completamente a ninguno. Por eso su faldón resplandece
en la más osada claridad, como llamarada del
deseo, pero el resto del cuerpo se oculta en la noche más ciega. Cuando la mujer se le revela a
uno de sus amantes en la oscuridad, al otro se le
oculta en la claridad. Nunca se deja ver completa en ninguno de los dos mundos. El amor
siempre está al otro lado, donde no se le pueda
ver del todo. Aprisionada entre dos noches, la
casa anaranjada alza su presencia. Su color
son las manchas del deseo. Las dos ventanas
sirven de entrada a cada uno de los amantes
sigilosos. El resto es un mundo revuelto de os-
curidad, miedo, caos y miseria alrededor de la
casa. Pero, realmente, ¿qué ocurría adentro en
esa noche cualquiera de 1895?
El cuadro, desde luego, no deja ver nada
de lo que ocurre en cuartos y pasillos, pero el
anaranjado de las paredes narra la calamidad
de lo que adentro está sucediendo: un crimen.
Strindberg ha asesinado el claro de luna, por
celos. Los críticos, que saben participar en los
crímenes, dicen ver en la diagonal del cuadro
una sombra avanzando en dirección a la falda blanca de la mujer, pero de la cintura hacia
arriba, Munch, enfurecido por los celos oculta a
su infiel en la noche más horrible, como única
posibilidad de hacerla suya. Sin embargo, la
figura de afuera es un reflejo de lo que oculta
la casa: la luna de Lubeck. Esa noche la diosa
no hizo su ronda por la ciudad. Pero, mientras
esto ocurría en la mansión abandonada, los
habitantes fueron presa de un extraño furor, al
punto que muchos terminaron descuartizando
en sus habitaciones a sus propias esposas. Cosa
que los diarios se abstuvieron de registrar, para
que nadie se enterara de la mancha de la Lubeck que toda la vida amaron. Pero la composición del cuadro, construido a partir de un
amasijo de manchas verdegrises, oscuras y rojas, se encarga de encubrir uno de los crímenes
más bellos de la historia del arte. Si lo miras,
sentirás deseos de entrar a la casa, a la que muy
pocos han logrado acceder. En sus cuartos y pasillos, los hombres son presa de la locura o de
la muerte cuando el claro de luna los invade.
A Santiago Mutis Durán
De Tablas de salvación (inédito)
Creación
81
Lubeck, 1895
Hipótesis de la mosca
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julio-diciembre 2015
…ni me mueve el infierno tan temido.
anónimo
82
Soñé que me sostenía por una cuerda al vacío,
abajo me esperaba un lago de fuego.
Yo sabía que a cualquier momento despertaría,
y que eso me iba a salvar de caer.
Fue angustioso.
Entonces lancé esta hipótesis:
El infierno está en los sueños,
¿qué hice el día anterior de ese sueño
para merecer ese castigo?
Revisando, estirando al sol
los trapos sucios de la conciencia,
al final del almuerzo yo maté una mosca.
Cuando volaba solita, hambrienta, en círculos,
yo le caí con el limpión húmedo.
Y ella se desprendió, para más desgracia,
a una olla de agua hirviendo.
Así que hay un paralelo perfecto
entre mi sueño en el vacío, el lago de fuego al fondo
y la mosca que cayó a la olla de agua caliente.
Resultado de la indagación: el infierno existe
paralelo a nuestros actos, pero con una variable:
La mosca cayó, pero el soñador no.
Conclusión: Caer, incluso hasta la muerte,
no es lo peor, sino
dejar suspendida la conciencia en el vacío.
Habrá que indagar si a mayores errores,
mayor vacío.
Hoy, a la hora del almuerzo, vi a otra mosca.
Antes de matarla, pensé en el sueño terrible.
Finalmente la maté sin remordimiento.
Esta noche la voy a pasar en vela.
guillermo molina morales
España, 1983. Poeta. Su último libro publicado, Estado de emergencia (Hiperión,
2013), ganó el IX Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez. Profesor
de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central.
Durante la época colonial, la poesía escrita
en España era, junto con la grecolatina, el
único modelo posible para la Nueva Granada. Esta realidad continuó, con algunas
aperturas, durante el siglo XIX, hasta que el
modernismo se encargó de ampliar los horizontes. Así, durante el siglo XX, y gracias
a la labor de revistas como Mito, aumentó
el contacto con otras regiones del planeta y
se relegó la poesía española a la sana posición de “una más” en la lista de influencias.
En la época reciente, los contactos entre Colombia y España tienden a ser asimétricos, debido principalmente al poder de
la industria editorial de la Península. Con
todo, la poesía española que llega a Colombia suele estar sesgada por un problema del
que, hasta donde sabemos, ningún país está
a salvo: el “amiguismo”. Sin entrar a discutir
la calidad de estos poetas-amigos, lo cierto
es que están quedando fuera otros nombres
que reclaman una mayor atención y que seguramente pasan desapercibidos en el babélico laberinto de internet.
El objetivo de esta muestra, por lo
tanto, es acercar al público colombiano el
trabajo de seis jóvenes poetas españoles
(nacidos entre 1979 y 1988) que no son conocidos en esta orilla y que exploran opciones estéticas diferentes a las habitualmente
difundidas. De esta manera pretendo contribuir al diálogo entre ambas regiones y
abrir nuevos caminos que podrían interesar
al joven creador colombiano.
Omitiré reseñas biográficas y bibliográficas, y me limitaré a comentar en unas
pocas líneas por qué considero interesantes
sus propuestas en nuestro contexto (en espera de que el lector siga, a través de internet, las pistas que más le interesen). Por
último, debo reconocer la deuda con generosos informadores españoles sin los cuales
esta muestra no hubiera sido posible1.
1 Algunos de los críticos y lectores españoles que respondieron de forma fructífera a nuestra demanda
fueron: Alberto Santamaría, Alfredo Saldaña, Ángel Petisme, David Mayor, Jesús Munárriz, Julián
Cañizares, Luis Bagué, María Moreno, Mariano
Peyrou, Martha Asunción Alonso, Martín Rodríguez Gaona, Nacho Escuín, Pablo López Carballo
y Vicente Luis Mora. Cabe anotar, por otro lado,
que para evitar el problema del “amiguismo” hemos
evitado incluir los poetas que conocemos de forma
personal.
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Creación
Dislocaciones. Muestra
de jóvenes poetas españoles
Juan Andrés García Román (1979)
El nombre de García Román comienza a ser bastante conocido, y reconocido,
en la poesía española. Su obra lleva al extremo el juego con la tradición literaria
y con los recursos lingüísticos, y ha logrado que el pastiche funcione gracias a
su inteligencia e ironía. El poema que he elegido nos recuerda a Luis Vidales,
quien abrió caminos muy interesantes que todavía no ha terminado de recorrer
la poesía colombiana.
Mes de febrero de un solo día
Tlan-tlán, tlan-tlán, la campana
gira como la falda
de una mujer mecánica, llamando
a sus gallos mecánicos,
que sobre los tejados se vuelven para ver
cómo el cielo se ha puesto color ponche.
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Porque las tardes ya se notan,
las nubes sacan pecho
por todas sus esquinas
y ¡¡Brrhhhmmm!! cuatro relámpagos
le dan al cielo forma de alambrada.
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Es la hora en que un niño herrumbroso
te pide que lo lleves
a su casa y te enseña
la ramita que tiene en vez de brazo.
¡Ay cómo está raquítica y sin hojas!
Pero eso va cambiar. La primavera
—una levita antigua
que se ha puesto de pie porque la aplauden—
está ya de camino. Bhrrrhrrrp eructa
el campo de cebada
y el tapete de la noche
se abate sobre la jaula del mundo,
la eterna alcoba en la que el bisabuelo
reza junto a la cama
de rodillas, apaga
la palmatoria que
flota sola en el aire
y se acuesta y bosteza y
se müere y bosteza.
Erika Martínez (1979)
Desde la irrupción de la crisis económica en España, cada vez son más los
poetas que retoman los temas sociopolíticos en sus obras. Sin embargo, a la
declamación heroica y maniquea propia del franquismo (y del antifranquismo) la ha sucedido una poesía más compleja e irónica, acorde con el mundo
globalizado actual. El uso del versículo, tan viejo como la Biblia, es otro rasgo
que podría ser fructífero en el contexto colombiano, con precedentes como los
de Jorge Zalamea y Álvaro Mutis.
Carga y descarga
Los técnicos de equipaje caminan erguidos, a cámara lenta, con la
figura desdibujada por el calor de los motores. Llevan cascos
amarillos para aislarse de un estruendo que tampoco se escucha
dentro del avión: película muda a ambos lados de la ventanilla.
Los técnicos de equipaje vienen de Bolivia, Marruecos, Zambia.
Cargan, descargan maletas que han hecho tantos kilómetros
como ellos pero mucho más rápido. Las maletas no necesitan
pasaportes, visados, asilo: tienen códigos de barra.
Los técnicos de equipaje se fajan la cintura como un luchador de
sumo antes de salir al ring. Son hermosos como eran hermosos
los proletarios de Pasolini, que los imaginó hedonistas con un
clasismo a su manera. Pasolini, al que escupieron, violaron, lincharon; Pasolini, que también era hermoso a su manera.
Los técnicos de equipaje visten monos azules aunque la empresa
que los contrata cultiva el respeto a la diferencia. Cuando salen
llevan todos los mismos vaqueros, zapatillas, camisetas estampadas. El capitalismo es un uniforme.
Los técnicos de equipaje son muy feos porque lo perdieron todo y
viajaron para comer basura, para cargar, descargar maletas hasta volverse feos. Miran a los pasajeros que los miran a través
de la ventanilla y piensan: qué hermosos, qué feos son mientras trasladan nuestras maletas con souvenires procedentes de
Bolivia, Marruecos, Zambia, donde fuimos a hacer juegos de
supervivencia.
Los técnicos de equipaje saben que cuatro maletas pesan igual que el
cuerpo de un técnico de equipaje.
Creación
85
Pablo López Carballo (1983)
López Carballo apuesta por una poesía intelectual, autorreflexiva y fragmentaria; un camino que está dando muy buenos frutos en España. En el poema
elegido se perciben de forma clara las diferencias con la poesía paisajística
tan común en Colombia, representada magistralmente por Aurelio Arturo. En
López Carballo, el énfasis ya no recae en lo contemplado, ni en la comunión
con la naturaleza, pues él prefiere problematizar los efectos de la mirada.
La alucinación de las parcelas
Todo se ensombrece cuando lo miro. Definir
como reptar en semejanzas. En la carencia
permanezco quieto. Coloco estacas
y aparece el paisaje.
Desechando perspectivas
el prado deja de ser una parte
y se retira en braceos de reloj.
A mí también me duelen los objetos.
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Intervenimos.
Lo dominamos porque nuestra mirada
es el paisaje.
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La autopista por encima del puente,
capas geológicas
que se diluyen.
Un poste sobre el rojo
nervadura radial
árboles
solo la línea de la carretera.
Mirar es un punto direccional,
un ir de tuberías bifurcándose:
subsuelo imaginado.
Lo sencillo sería levantar la voz,
impedir el troceo. Nunca valemos para esto,
solo de lejos.
El paralaje quema como el miedo a ser canto.
Espacio
sin su vacío: buscar lo oscuro
lejos de lo claro. Es inútil.
La manutención viaria desequilibra
el bloqueo de la imagen,
volvemos a tolerarnos a escondidas.
Quien quiera que se acerque,
deje en silencio la puerta. El sonido
es un punto de fuga, un arrastrar fuera
del poema. Cal para los rostros. Contrapoder de los objetos
para alejarte de ellos.
María Salgado (1984)
Habitualmente se considera que el contenido sociopolítico en los poemas es
incompatible con la experimentación formal. María Salgado es un excelente
ejemplo de la necesidad de reunir ambas exploraciones. A fin de cuentas, no
puede haber cambio social si no hay un cambio en la forma de percibir la sociedad, esto es, en el lenguaje que la expresa. Por su propio afán experimentador,
que incorpora también otras disciplinas artísticas, además de los juegos tipográficos, resulta especialmente artificioso extraer algo de su obra; lo haremos,
sin embargo, con dos fragmentos de ready (2012).
ready
La mamá de ready, como la mamá de morrisey,
nació en el hospital de madres de Reading donde
ellas mismas se cuidan y se peinan el pelo con un tenedor
Juntan sus costillas a los radiadores y de ahí extraen
el famoso calor de regazo materno
Después un señor las abandona a la puerta de un orfanato
y algún niño las recoge. Al principio parecen una col,
luego una medalla,
ellas. Al principio las corta el aire
***
estoy lejos de casa, xinesa
tú no lo entiendes porque solo eres del Xino
Creación
87
no habitabas como yo un pequeño bourg ajardinado
ennoblecido al pequeño boom desarrollista gracias
no venías aquí
sin ser de aquí
y ahora que estamos aquí
tú, si me permites, y yo, que trátame de tú
¿de dónde vienes tú? ¿de Xina?
Berta García Faet (1988)
En los últimos años, los jóvenes poetas colombianos, como los del resto del
orbe occidental, suelen gustar de la poesía coloquial, confesional, directa, que
en realidad tiene ya amplio recorrido (los “nadaístas” y Mario Rivero, por dar
ejemplos locales, que podrían remontarse hasta la época colonial). No carece
de riesgos este camino, como el de caer en la obviedad, en lo plano, en lo
falto de intensidad. Solo maestros como Jaime Jaramillo Escobar logran escapar a ello. Proponemos ahora un ejemplo más contemporáneo, Berta García
Faet, quien deslumbra por el acertado manejo de este tono coloquial y aparentemente banal, con el que expresa el desconcierto del sujeto ante el mundo
contemporáneo.
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poema sobre mirar el cielo de noche y pensar muchas
cosas
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yo que opino que la hipermetropía es una manera legítima de
existir y que intento ser buena persona y que estudio mucho ética
y metaética y yo que lloro mucho con david hume y con los galgos
maltratados y con los viejos maltratados y con la contaminación de
las heces de las gallinas y sus obscenas celdas del tamaño de un folio
A-4 y sus viscosas fiebres del tamaño de un subcontinente y yo que
creo en los tirabuzones de los páramos y yo que ignoro todo y que
me pregunto qué hacer sin lenin y sin cielo qué hacer con el mundo
y su cabello cardado y reseco y cómo tocar sus huesos arcaicos y su
praxis y el humo de su belleza impenetrable y yo que siempre siento
la presencia de un muro fratricida del sabor umami de la leche
cuando quiero verter una palabra amable y desaliñada en la gorra
entreabierta del mendigo o del músico y yo que sé bastante del amor
y que lucho activamente aunque con sueño o con sueños excesivos
a favor de la pandemia global de perdón y de esperanza que arrase
el planeta tierra tal y como lo desconocemos de una vez por todas
David Leo García (1988)
David Leo García es un poeta en continua revisión de sí mismo, que nunca
deja de experimentar con la palabra, lo que, además de sano, debería ser obligatorio en todo poeta joven. En el proceso está logrando poemas de valor, como
el que aquí reproduzco, que nos recuerda parcialmente a los poetas L=A=N=G=U=A=G=E de los Estados Unidos. Sirva esta muestra para invitar a los jóvenes poetas colombianos a un mayor juego con las palabras, desacralizándolas
para que así vuelvan a significar.
DÍGAME un color. El verde. Otro. El
verde.
Una parte de la casa. El aire.
Una pregunta. La pregunta. Un escritor.
El misterio. ¿Qué asocia con un pájaro?
El misterio. ¿Y con un pájaro?
La infancia. ¿Y con el césped?
La infancia. Dígame un color.
No lo sé. Un país. Casi todos.
Una enfermedad. Todas salvo la mía.
A qué ha venido aquí. Las... ya sabe,
las... qué le voy a decir, ya sabe,
lo de siempre.
Un instrumento de cuerda. El pentagrama.
Una parte del cuerpo. Los pulmones.
Una parte de la casa. El deterioro.
¿Un motivo para vivir? Alguno, el deseo.
¿Una enfermedad? La enfermedad.
¿Una cita célebre? “Claro que sí”.
¿Un motivo? Para morir. ¿Un motivo
para morir? Ninguno,
tal vez. El deseo.
89
Creación
y yo que sueño excesivamente sueños de carácter excesivamente
erótico y a veces perverso y abrupto y que nunca le perdonaré a
mi especie auschwitz rosa parks el estado-nación el dinero el niño
muerto y yo que olvido mucho y que propongo encender una vela
con todos vosotros juntos para recordar todos nuestros olvidos y
yo que hurgo en la ranura del logos y no encuentro nada y yo que
tengo un progenitor A y un progenitor B y un hermano y una
hermana y yo que aun así ignoro todo de la muerte y me pregunto
qué cantar cuando anochece y qué cantar que no insulte al famélico
o al translúcido o a la mujer bajo las piedras del odio y yo que tirito
con virginal desasosiego en el instante crítico de tener que elegir un
campo cromático favorito o un animal favorito o un juicio moral
verdadero tan solo un juicio moral verdadero yo me río un poco
con envidia un poco con amargura sí lo admito me río un poco con
amargura un poco con envidia un poco con resentimiento de la
seguridad ontológica del hombre medieval, qué enternecedor
Atando anzuelos
Cuento
Jorge Valbuena
Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central. Cuento ganador
del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá 2014.
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Cada árbol se conoce por su fruto.
lucas 6:43
90
A La Meca se entra con palanca, por recomendación, por algún conocido que lo ayuda
allá con los duros. Vea, si usted quiere, yo le
puedo ayudar, pero no directamente, sino
que lo pongo en contacto con una persona
que le dará todas las indicaciones. Lo que
pasa es que a mí ya no me creen. Desde que
estoy aquí, lo único que recibo son amenazas
y malas razones: que, al menor alarido, me
mandan matar, que, si digo algo, soy hombre
muerto, que pilas con mis movimientos.
Pero yo no soy así, yo no los voy a vender. No
necesito hacer eso para que cada uno vaya
cayendo, como le pasó a El Pato, a Comejenes, a Erika, a Pastor. Además, no me interesa. Uno no dice nada y vea, solitos los van
encontrando en cualquier esquina, rodeados
por ellos mismos, mostrando los colmillos
que siempre se han guardado. A mí los colmillos me los cortó el amor, o la casualidad,
o alguna cosa parecida a eso, porque, aquí
donde me ve, yo también debería estar
muerto… Eso es lo que creo. Usted allá puede llegar hecho todo un cabrón, que esto es
así y asá, y se lleva por delante al que quiera.
Y los primeros meses se llena de plata y se
gana el respeto de los que van llegando. Y
aprende a mandar y hasta se gradúa con honores en la moral y buenas costumbres para
esas cosas de robar. Hasta que un día se mira
al espejo y se da cuenta de que ya no existe.
Si usted quiere, yo le puedo ayudar, le digo a
ese tipo que lo instale en algún grupo, que le
den una función, un encargo. Y allá usted si
se deja ganar de esa vuelta o viene mejor a
hacerme aquí compañía. Porque yo, así como
usted, me vine de ese pueblo para conseguir
mejores oportunidades y huirle a tanta perseguidera. Pero nada, aquí todo empeora y
uno ni se da cuenta. A uno aquí le toca es
morder más fuerte el anzuelo para no ahogarse, porque todos llegan huyéndole a un
anzuelo y terminan buscando otro. Y ese anzuelo para mí fue La Meca. Uno qué se iba a
imaginar que esa tienda a donde llegué, pequeña, toda llena de lucecitas de neón y avisos, “Si no lo tenemos se lo conseguimos”,
“Últimos modelos importados para usted”,
“No busque más, lo atiende el inventor”, y de
marcas de lo último en tecnología, iba a ser
lo que es y a convertirse en lo que es ahora.
Además, yo nada que ver con tanto aparato.
Eso de conocer los últimos modelos, las mejores marcas, los precios en dólares y en euros, las formas de activar y desactivar, de
crear un mercado, ¿cuándo? Pero fue lo que
encontré. No había nada más. Desde el primer día me di cuenta de que eso no iba para
ninguna parte. Todos ahí saben que eso no
va para ninguna parte, pero siguen hacia allá.
De una, apenas entré, El Pato me ordenó un
encargo, ese mismo día, qué contratos ni qué
ocho cuartos de eso que dan en todos los trabajos. Por la tarde, después de almorzar, ya
estaba en busca de un Samsung Galaxy
dijo. Y me mostró la caja en la que yo había
visto el modelo, y ahí estaba ese puto lápiz, al
lado de la foto del celular. Estoy seguro de
que no fue cuestión de mala observación
porque para uno el celular es un teléfono y
ya, quién iba a pensar que ya venían hasta
con lápices y tajalápices. Yo traté de reírme
pensando aceptar mi novatada como algo
pasajero, pero a El Pato eso no le hacía gracia. Era como si le escupieran la cara, porque
enseguida se ponía histérico, como nunca
pasaba, nunca había pasado eso, ese man no
era así, usted debe acordarse, así sea un poquito. Yo a El Pato siempre lo tuve cerca desde el colegio porque se las sabía todas, porque
siempre le buscaba una solución a todo en
ese hueco en el que andábamos, y El Pato
ahí arreglando planchas y licuadoras para
ayudar en la casa. Nunca supimos cómo
aprendió todo eso, pero era como si hubiera
nacido entre cables o heredado un taller de
electricidad. Hubo un tiempo en el que en el
pueblo todos lo necesitaban, todos preguntaban por El Pato cuando no estaba, lo buscaban para “algún arreglito por ahí”. Por esos
días uno se imaginaba hasta a los aparatos
dentro de las casas, enfermos, preguntándolo. Y El Pato aparecía como un superhéroe a
salvar todo lo que se había dañado, y le daban de comer en todas las casas y le mandaban sus recados de puerta en puerta. Hasta
que le dio por montar ese parlante en la torre
de la iglesia. Usted todavía estaba muy pequeño, no debe acordarse. Era un parlante
pegado a un megáfono que El Pato se había
encontrado dañado en uno de sus viajes, y se
sentó a arreglarlo con ese cuidado que siempre tuvo. Y, como si nada, sin avisar, un domingo la iglesia del pueblo por fin estrenó
campanas. Ese día, todos despertamos al
tiempo. La gente se acercaba a las ventanas y
salía a las puertas como si el sonido de las
campanas tuviera rostro y fuera a pasar a saludarnos, como si se tratara de algún temblor. Todos queríamos mirar las calles del
91
Creación
Note, así lo anoté en un papelito, en buen
estado, sin rayones ni marcas, que el cliente
lo esperaba a los dos días, que esa era mi
prueba, me dijo. Y yo miré el modelo de esa
vaina con detalle, porque muchos se parecen,
y salí con Pastor, que tenía un encargo diferente ese día. “Usted tiene que ir mirando a
la gente con cuidado —me decía— hasta
que da en algún lugar de la ciudad con su
encargo, ahí, puestecito en bandeja de plata.
Y, listo, se pilla bien en qué lugar lo guardan,
si es un bolsillo, un bolso o un morral, y busca la forma de traerlo. Si es muy temprano,
no arriesgue y busque varias posibilidades.
Pero, si ve que se va poniendo difícil, prenda
la alarma y láncese. Con las mujeres es más
fácil, a algunas el pánico las anestesia, las
deja quieticas. ¡Pilas! Si usted no le llega a El
Pato con esa vuelta, comienza mal aquí, después lo cogen de gancho para otras pendejadas”. Así fue. Caminé unas ocho cuadras
hacia las universidades, hacia el centro, y empecé a mirar quién podía ser. Estaba asustado, recuerdo que pasaba saliva muchas veces
y hasta pensaba que los nervios iban a terminar delatándome. Y justo ahí, mientras cruzaba por el frente de una fotocopiadora, vi el
encargo: un pelado, gomelito, todo pintoso,
caminaba con una chica, con ese celular pegado al oído. Lo dejé andar, me detuve para
amarrar mi zapato sin perderlo de vista, lo
pensé, calculé la situación, revisé que efectivamente fuera ese el encargo. No podía fallar, miré alrededor, había mucha gente, pero
todos iban de afán, cero policías, me lancé,
solo fue jalarlo de su mano y correr entre los
carros hasta perderme en una esquina. No
fue más, tenía la tarea hecha, mi corazón latía entre asustado y decidido, y mi prueba,
lista. Pero lo malo fue cuando se lo llevé a El
Pato, se lo entregué y empezó a revisarlo con
cuidado. Yo pensé que se iba a alegrar y que
se iba a lanzar a felicitarme por mi buen inicio. Pero no. “¿Dónde está el lápiz? Esta
mierda no la compran sin eso”, fue lo que me
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pueblo atravesadas por esos sonidos. El curita solo ponía el cassette en el radio y empezaban a cimbrar las paredes. El parlante
inundaba todo, hasta los platos temblaban
cuando estábamos tomando sopa. Era un estruendo que a todos nos ponía alerta. Entonces, se nos olvidó que esa iglesia era solo
para misas, y los de la Junta de Acción Comunal armaron viaje para comprar un micrófono y otro parlante, y la gente iba y
hablaba allá todo el día, que “están todos
cordialmente invitados al bazar del día domingo”, que “las exequias de don Avelino
serán en la Funeraria El Recuerdo”, que “la
misa de primer aniversario, de segundo, de
tercero”… Y ahí fue cuando mataron a Julián, el hermano de El Pato. Nadie se lo esperaba, y medio barrio se fue allá a decir lo
que habían visto, a desahogarse, a leer acrósticos y a denunciar a los que suponían eran
los culpables. Hasta que una noche se subieron a esa torre, usted ya sabe quién, no voy a
nombrarlos aquí, y mucha gente lo dijo, muchos lo saben, y bajaron parlante, micrófono
y todo hasta que acabaron con el invento. Al
cura y a El Pato les tocó abrirse de allá amenazados. Los que nos quedamos pensábamos que eso iba a ser cosa de sana que sana,
una mala temporada y ya. Pero lo cierto es
que allá las cosas se jodieron más, véase usted
nomás sobrino, ¿a qué vino aquí? Por mí, que
me hubieran dado por muerto y no tener
que recibir la visita de medio pueblo aquí en
la cárcel para ver cómo les puedo ayudar.
Cada uno llega con lo suyo, con su petición,
con sus deudas y sus dolores y los depositan
acá entre el pan y las frutas que me dejan,
como si yo fuera el mismísimo Papa o algo
así. Y yo hago lo mismo con todos, me la
paso atando anzuelos. Allá los mando, a La
Meca, así ya no quieran saber de mí, así hayan desaparecido a El Pato, a Pastor, así yo
no sepa ya nada de eso. Esa sigue siendo la
única posibilidad que nos queda, la sucursal
de dolores que nos dejó tanta mierda. Y así
fue la historia. Empezó todo con el tal encarguito chistoso ese, y no se tragaron mis
risitas. Me tocó salir a buscar el dichoso lápiz. El Pato no iba a recibirme así nomás, sin
tener la tarea completa, que porque el modelo era ese y punto. Entonces esa noche trabajé hasta tarde, hasta que di con eso. Acerté
con más tranquilidad, sin problemas ni nervios, solamente impulsado por la necesidad
de tener eso y ya, descansar. Lo llevé y se
vendió, recibí mi comisión y empecé a entender eso de la competencia. La competencia es como una droga que uno se inventa,
porque, entre más rápido se consigue algún
encargo, más encargos se dan y mejores comisiones, y en esa rutina ya nos habíamos
engolosinado. Los clientes cada vez pedían
otra vez, con plan turístico bajo la manga,
hacia alguna parte que nadie había conocido,
hacia el mar, hacia otro planeta, era preferible no comentarlo. El día que mataron a Julián en las puertas de la iglesia, cada uno en
silencio se preguntó por Bibiana. Ese par
nunca se separaba y hasta su propia familia
lo único que hizo fue cerrar las ventanas y no
salir a buscarla, decidieron darla por muerta,
no ponerse a arriesgar a sus hermanas. Nadie
la nombró por el parlante cuando salieron a
quejarse, cada uno la enterró a su manera en
el fondo de cualquier explicación. Que ella
estaba muerta, que se había alcanzado a fugar a otro país y se había cambiado de identidad, que había tenido un bebé de Julián y
trabajaba en una casa de familia, que la estaban buscando los del efebeí, que se había
vuelto loca y estaba en un manicomio; rumores muchos que se tuvieron sobre dónde
podía estar. Y yo ya me había olvidado del
caso hasta que la vi en La Meca. Casi no la
reconozco, me desvió la mirada la primera
vez que nos cruzamos, cabello corto, gafas.
Ya es otra, mejor que ni la conozca, ni sepa
nada de ella, a veces es mejor no saber nada
de nada. Sí, datos, sobrino, así es. No me
mire con esa cara de extraño porque aquí los
datos se venden también, y mejor que cualquier cosa. Pues sí, quién iba a imaginarlo, ya
no es el bicho, sino el zumbido lo que cuesta.
Y sé que desde que cogieron a media banda
a eso es que ahora se dedica La Meca. Eso ya
no es una tienda y no ha estado siempre en
el mismo lugar, nunca ha tenido lugar. Seguramente, al paso que iban, ya tendrán un local en el cielo, o en el infierno. Vaya uno a
saber con qué se va usted ahora a encontrar,
sobrino. Porque la cosa empezó a tener otra
cara cuando ya no anotábamos la marca del
aparato, si el modelo tenía lapicito o no, sino
el nombre del que lo llevaba, el lugar dónde
podríamos encontrarlo, las vainas que hacía
en su vida diaria, las direcciones… Y, sí, usted tiene razón. A lo mejor si nos hubiéra-
93
Creación
cosas más exclusivas, más difíciles de conseguir, aparatos que yo en mi vida había utilizado o escuchado. Muchos novatos llegaban
allá, así peladitos como usted, y empezaba
también la historia para ellos, como siguiendo una cartilla. Les hacían la prueba del lápiz y después aumentaba la carga laboral. Y
se aprendía a no ser selectivo, sino a robar lo
que se viera a la mano para cuando se pidiera
con lápices o sin lápices, para sumar comisión. Guardábamos las ganancias en silencio,
una parte de todo para mandar a la casa y a
la otra casa, con la esperanza de irnos de visita algún día, un fin de semana libre, algún
festivo. Pero con el tiempo nos dábamos
cuenta de que no podíamos. Allá todas esas
fantasías son diferentes, uno mismo es diferente y aprende a serlo. Entre más tiempo
pasaba, más adentro estábamos de La Meca,
más parte hacíamos de todos sus demonios.
Y es que empezamos a recibir encargos de
varias partes del país, a tal punto que ya nos
íbamos para cualquier sitio, con todo pago,
hechos los ejecutivos a hacer trabajos que
merecían ser planeados en equipo, días de
observación, reuniones, hoteles lujocitos,
hasta que ya podíamos dar con el objetivo.
Porque empezaron a llegar encargos muy diferentes, cosas que ni el Pato ni Bibiana se
imaginaban. Es posible que a usted lo reciba
Bibiana, la mujer de El Pato, que quedó a
cargo de todo eso, y que su prueba ya no sea
de lapicitos y esas pendejadas, sino de datos.
¿Se acuerda de ella? Pues sí, usted qué va a
acordarse, si apenas era un peladito desvirolado por ahí. Bibiana desapareció del pueblo
cuando mataron a Julián, ella era la novia de
Julián, andaban siempre escondidos, juntos y
viajando y escondidos. Allá todos sabían que
se daban largos viajes y volvían, aparecía un
político muerto, alguien amenazado, vacunas, cuentas por saldar. Y no se sabía nada.
La parejita no hacía más que viajar sin traer
noticias del otro lado del mundo. Pasaban
unos cuantos días en casa y desaparecían
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mos dedicado a la labor de detectives, en
lugar de andar rapando por ahí huesos, nos
habría ido muy bien. Pero es que, sobrino, en
esa tiendita a nadie le importa negociar, sino
salvarse, a su manera, salvarse. Y nos íbamos
días enteros a planear los encargos, y tocaba
entrar también a las casas y a las oficinas,
raptar los bichos y después llevarlos a que les
desvalijaran toda su armadura. Era cosa de
arriesgar. La cosa podía ponerse peligrosa,
pero la comisión a uno lo impulsaba. Lo que
uno se hacía en tres semanas atrapando teléfonos y computadores, obligado a ser atleta
por las calles y arriesgando algún tropiezo,
con eso de los datos, era recuperado en una
hora. Además, para los clientes todo era más
rápido y más efectivo que buscar un hacker,
¡un hacker!… Es un mancito que se encarga
de meterse a los datos que queremos conseguir, pero con claves electrónicas y vainas
satelitales de última tecnología y esas cosas.
Nosotros íbamos por otra ruta. Sencillamente robábamos el aparato, se decodificaba
en poco tiempo y ya el cliente podía ser dueño y señor de la información que quisiera, de
la persona que quisiera, su vecino, su enemigo, su amante. Eso fue todo un éxito. Cualquier persona acudía a nuestro servicio, a
todos les era útil. Parecía que todo el mundo
estuviera ansioso por husmear bajo la piel de
los otros. Ya usted me entenderá, sobrino,
cuando le coja el tiro a todo eso y hasta se
arme sus propias historias. Pero lo cierto es
que ahí no vale la pena ser uno. Cuando uno
se mete a eso, hay que olvidarse de todo lo
demás, olvidarse de sentimientos y pendejadas de esas y, sobretodo, no quedarse ahí,
porque uno termina desapareciendo. Y, ya
cuando uno se siente muy lejos de uno mismo, lo mejor es salir, tomar aire y volver a
respirar… Cosa que yo no pude, no alcancé,
habría podido, pero me quedé buscándole
más profundidades al vacío. Estuve a punto
de irme, se me había metido en la cabeza la
idea de abrirme de ese negocio, desaparecer
y ya, dedicarme a lo mío. Pero llegó ese encargo… Al comienzo, significó para mí lo
que podría ser cualquier otro encargo, un
caso de rutina. El cliente necesitaba entrar a
la cuenta de la señorita, robar un par de datos y ya. Él recibe su parte, yo recibo la mía,
nos olvidamos del cliente y la señorita puede
denunciar, cambiar sus cuentas, todas las
contraseñas, ponerse un guardaespaldas, más
seguridad, blablablá. Pero esto era distinto,
todo menos matar, yo no quería matar, entre
mis planes no estaba volverme un asesino ni
nada de eso. Pastor me acompañó en esa labor, pero él ya había roto todos los límites.
Hablaba mucho de llegar a las últimas consecuencias, de que una tarea se cumplía costara lo que costara; y, por eso, nunca pude
confiar en él ni en nadie ahí. La Meca es una
jaula con lobos hambrientos y con la puerta
abierta, y yo solo vine a conocer el rugido de
la jaula cuando estábamos en medio de esa
tarea. Resulta que uno de los clientes para el
que ya habíamos trabajado volvió a contactar
a El Pato y entonces le compró el paquete
completo, “banda ancha” vine a saber que le
llamaban. Si lo que usted encontraba en los
datos recuperados no le gustaba, podía recurrir a otras opciones: alterar la información,
bloquearla o, si era necesario, desaparecer al
familiar. Parece sencillo, pero yo ni siquiera
estaba enterado de las nuevas ofertas y catálogos de la organización, de esos nuevos lujos que se estaban ofreciendo a diestra y
siniestra y de toda la gente rara que entonces
estaba entrando a la organización. Esa tarde
con Pastor nos tomamos una cerveza, reímos
un rato. Fue la última vez que lo vi. Esperamos a que la señorita indicada saliera del
trabajo, se me hizo raro que en ese caso
nuestro objetivo solo llevara un apodo cualquiera, un sobrenombre, la rubia. La vimos
salir, esperamos en la tienda hasta que se alejó un buen trecho de la calle y, casi sin me-
¿acaso no vio que un arma le apuntó y traté
de salvarla? No queda mucho tiempo, tiene
que irse, alguien la quiere muerta”, fue lo
único que alcancé a decir antes de que el celular se apagara. Al otro día compré un cargador para ese modelo. Ya lo conocía muy
bien, aunque nunca había tenido uno de
esos, y esperé a que volviera a timbrar. Y ahí
estaba otra vez la voz de la rubia, desgarrándose, desgarrándome. Que a las doce iba a
recibir una llamada importante, que, por favor, le ayudara, que se trataba de asuntos laborales urgentes. Y yo accedí. Solo tenía que
decir que la señorita se encontraba ocupada
en una reunión y dar un número telefónico,
“hasta luego, con mucho gusto, feliz tarde”.
Imagínese, sobrino, de ladrón a mandadero.
Ni siquiera le había visto los ojos a la rubia y
ya era su secretario. “Pero, espérese, usted no
debería estar aquí. Piérdase pronto, hay unos
matones que la están buscando. Dígame
dónde nos podemos encontrar para entregarle su chip y su celular, ¡señorita!”, le repetí
las veces que pude, pero el teléfono volvía a
sonar. A veces era ella, a veces era nadie. Ella
llamaba a pedirme el reporte de las llamadas
que había recibido. Todo era muy rápido, la
escuchaba agitada, me pedía descripciones
de la voz, la hora, las razones que le habían
dejado. Números, siempre números… A veces nadie llamaba o alguien no hablaba, solo
se quedaba en silencio por varios segundos.
La buscaban muchas voces distintas. “La señorita está ocupada en una reunión, gusta
dejar la razón”, era todo lo que decía, y ahí
empezaba a anotarle direcciones, números,
códigos. “¿Quién me quiere matar?…
¿Quién me quiere matar?…”, fue lo último
que le escuché. Ya estaba rodeado. Estaba en
el cuarto de ese hotel y golpearon a la puerta
muy fuerte, policías, armas, sirenas. Me sentí
en una película cuando vi todas esas sombras
entrando por la ventana. Les entregué el celular creyendo que era todo lo que buscaban.
Pensé que en La Meca me habían usado de
95
Creación
diar palabra, me fui caminando por uno de
los andenes con la intención de jalar su bolso
y salir a correr lo más que pudiera. Y así fue.
Me acerqué, tomé su bolso y ya estaba listo
para desaparecer cuando apareció Pastor, detrás de mí, apuntándole con una pistola. “Ya,
déjela, ya tengo el bolso, vámonos”, le decía.
Pero Pastor no quiso reaccionar, en los ojos
se le veía lo decidido que estaba a dispararle.
Y entonces yo me abalancé sobre él, lo tumbé al piso golpeándolo, pidiéndole que me
explicara lo que pretendía hacer. Pero solo
me lanzó un insulto. “Tengo que matarla, cabrón”, me dijo, y salió a correr por una esquina. La gente se había empezado a aglomerar
y yo hui por el otro extremo. No sabía si era
rencor, odio, dolor o miedo lo que sentía. No
sabía quién era, ni yo, ni ella. ¿Por qué la querían matar? El bolso era brillante y a cada
paso que daba parecía reflejar todas las luces
de la noche. Me detuve, busqué el celular, lo
saqué y boté el bolso con todo y lucecitas entre unos matorrales. No sabía hacia dónde ir,
no quería saber ya nada de La Meca, ni de El
Pato, ni de encargos. Estaba muy confundido. Quería escaparme de todo. Habría perfectamente alcanzado a hacerlo. Esa noche
pagué una pensión lejos de donde acostumbraba quedarme y vi el celular de la rubia
rebotar durante horas sobre la madera de la
mesa de noche. Un número insistente se repetía en la pantalla. La cabeza me daba vueltas. En medio del frío de la noche un sudor
se había instalado en el fondo de mí sin señales de aflojar. Al rato, noté que le quedaba
poca carga al aparato y decidí contestar. “No
sé quién sea usted, pero puede quedarse con
el celular. Lo único que le pido es que me
devuelva el chip con los datos, los necesito.
Tengo cosas ahí muy importantes”, me dijo
con una voz dulce y estremecedora, a punto
de quebrarse, voz que ya había escuchado
otras veces, pero que en ese momento me
despertó otra sensación: la sentí cercana,
conmovedora, indefensa, mía. “Escúcheme,
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carnada, que me habían vendido, que les había jodido la vuelta y que Pastor había ido
allá a envenenar a El Pato. Pero yo estaba
tranquilo. Entre estar condenado o no, solo
me importaba que la rubia estuviera sana y
salva, que el tipo que la quería matar se hubiera quedado viendo un chispero. No sé por
qué esa voz que se quebraba me dominó,
pensaba en ella, la hacía cantar en mis pensamientos, la desnudaba, me la bebía… Sí,
cosa de locos, sobrino. Por eso, a veces pienso
que eso fue lo que hice mal, que estoy aquí
por eso, que la única condena que merezco
es por culpa de sentir. Yo quería ser un salvador para ella, pero no fue así. A veces uno
piensa que la historia va a terminar como
siempre la ha vivido, como se la han contado
desde chiquito. Pero ahí vienen los cambios.
Estando aquí vine a entenderlo todo, El
Pato, Pastor, el tipo que la quería matar, su
exesposo… Me puse a atar cabos. De simple
ladrón pasé a ser parte de unos robos millonarios sin saberlo. Bancos enteros robé en
una noche, lo que no pude lograr con unos
cuantos computadores. ¿Puede creerlo, sobrino? Ríase, tranquilo. Si me hubieran condenado por todo lo que hice en La Meca,
estaría purgando una sentencia de unos añitos por un par de robos y esas vainas. Pero
no, aquí la cosa es más letal. Vine a ser parte
de una orquesta que vaciaba cuentas bancarias en todo el mundo. Y yo que creía que le
llevaba la batuta a la pobre rubia, que la iban
a matar, que pobrecita. Era el superhéroe que
salva a la princesa de las garras de la bestia, y
todo resultó ser un cuento chino que nadie
se esperaba. Eso de que uno nunca sabe para
quién trabaja es muy cierto. A El Pato lo
desaparecieron. El cliente que pagaba por el
crimen, el exesposo de la rubia, quedó en
bancarrota. La rubia alcanzó a lograr su cometido, le exprimió sus cuentas todo lo que
pudo. Y entonces el riquito cayó como una
plaga sobre La Meca. Puso en evidencia to-
dos los tentáculos en los que nos habíamos
ido encerrando a diario. Solo Bibiana alcanzó a escapar, ella nunca estuvo boleteada, El
Pato la cuidaba mucho. Se perdió junto a los
novatos que apenas estaban pasando las primeras pruebas. Y después me enteré de que
Pastor sí alcanzó a matar una noche a un
tipo de un taxi que no lo quiso llevar a dónde
él le decía. Hasta que lo desaparecieron también. Pastor quería eso y lo hizo en sus horas
extras, como un hobby que se quiso dar en un
descanso. En cambio, a mí me empezaron a
buscar por un radar. Yo, que robaba de todos
los modelos, solo vine a conocer de radares
aquí encanado. Ahí están las pruebas, grabaciones enteras de las llamadas que me hacía
la rubia, mi voz desconocida, cambiada, dominada. Nunca sabré a ciencia cierta qué fue
lo que me pasó. En cada sesión, la escuchaba
mientras fijaban mi condena, y un temblor
me estremecía. Aún siento su forma de robar
toda mi tranquilidad, una voz cualquiera,
como una enfermedad que me obligaba a
perderme de mí… No sé, sobrino, esa gente
se salvó, me imagino que la rubia estará
bronceándose en alguna playa escondida, pidiendo con su vocecita de ángel un whisky
en las rocas… Me gusta imaginarla y cierro
los ojos y me sonrío de vez en cuando. Yo soy,
yo fui, el puente para su salvación, así me lo
repito todos los días, así quiero creérmelo.
Por La Meca me preguntan todos los días.
Yo solo digo lo que pienso, que solo fui una
sombra de un cabaret en ruinas, como dice la
canción. Si quiere, yo le puedo ayudar. Es
cosa de un par de días cuadrar los anzuelos.
Allá es más fácil entrar que salir. Pero hágame caso, enamórese antes de ir allá. Váyase,
así se demore en encontrar, pero lárguese lejos hasta que pueda sentir eso en todo su vacío. Piérdase en usted mismo. Quien no sabe
lo que es eso, sobrino, nunca va a entender lo
que es matar, cometer un crimen, robar. Sin
eso todo siempre será una misma miseria.
Andrés Nanclares
Abogado de la Universidad de Antioquia. Se gana el pan fabricando fanfreluches aristotélicos para que otros los presenten ante la Sala de Casación de la
Corte Suprema de Justicia. Se divierte tocando la espinela y la flauta alemana
de cuatro llaves y echándole moscas a la leche de los demás. Vive en Satumaá,
una casita de sueños situada en un lugar equidistante entre Masallá y Masacá,
dos bellas veredas del Valle de los Descreídos.
De repente, murió: que es cuando un hombre llega
entero, pronto de sus propias profundidades. Se
pasó para el lado claro. La gente muere para probar
que vivió. Pero ¿qué es el pormenor de la ausencia?
Las personas no mueren. Quedan encantadas.
clarice lispector
Lo mismo, copiado, me decía esa tarde Joao
en su email.
Se refería en él a mi padre, su compañero de cacería en las selvas profundas de
Bajirá. Y aludía a él porque el día anterior, al
segundo de haber disparado su escopeta de
dos cañones contra una bandada de pájaros
de la lluvia, mi padre había dicho ¡ay! y se
había desplomado sobre el piso de la canoa
y había expirado en cámara lenta y su piel se
había puesto al instante de color violeta.
—Explícame, Joao —le contesté,
desconcertada.
—Desacostúmbrate a pensar fácil —
me dijo, en tono de regaño.
En el aeropuerto, ese mismo día, recibí la caja hermética de metal en la que Joao
había enviado el cadáver.
Enseguida me fui entre lágrimas a
la morgue y a la iglesia y al cementerio, y
fui sola, sin mi madre, porque ella se había
sentido incapaz de afrontar la indiferencia
desalmada de la muerte.
En los mensajes que más adelante recibí, se me hizo patente que la partida sor-
presiva de su amigo de tantos años, el de las
fuertes afinidades y los hondos desacuerdos, había hecho amargo el tono de las palabras de Joao, y supe también de la tristeza
de su corazón contraído por el desamparo
y la desventura.
Y me enteré asimismo de que la escritura de uno de sus cuentos, el que al cabo
de los años conocimos con el título de “Los
hermanos Dagobé”, había sido suspendida
a causa de que la congoja de esos días había enturbiado las luces de su inteligencia y
sumido su vida en una revuelta marea marcada por el signo del despojo y la ausencia.
Su invitación a dejar de pensar fácil
acerca del destino de su amigo me llenó
de inquietud. Al fin y al cabo, quien había
muerto era mi padre. En su deceso inesperado, y en tan particular circunstancia, había mucho de misterio.
La verdad, me dije, y compartí las dudas con mi pobre y desolada madre, algún
vínculo tenía que haber entre este doloroso
acontecimiento y algo parecido a una fuerza
fuera del alcance de nuestro entendimiento.
Decidí, entonces, mandarle un mensaje.
—Mi papá, Joao —le dije—, no puede
haberse pasado para el lado claro.
Tuve la ilusión de que me iba a responder cuanto antes. Pero no fue así. Transcurrieron las horas. Pasaron los días.
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Creación
El pájaro de la lluvia
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La espera, cada vez más punzante,
me hizo pensar que también había muerto.
Pero por canales diversos, llegué al convencimiento de que, por fortuna, aún vivía. De
pronto, el día menos pensado, encontré en
mi portátil esta respuesta:
—El lado claro, Maritza, está en el
fondo de la pupila del pájaro de la lluvia.
Obvio que no entendí.
Hablé con mi madre y le pedí que me
diera su opinión sobre el significado de estas palabras.
No supo qué decirme.
Entré a Google y busqué todo lo que
había sobre el pájaro de la lluvia.
Leí textos y más textos sobre el modo
de vivir de esta ave, y miré y volví a mirar
cientos de fotografías.
Poca claridad, por no decir ninguna,
obtuve de esa información.
Esta mañana, mientras me aprestaba
a desayunar en La Bagatelle de la calle 94,
consulté, como todos los días, mi portátil.
Entre los múltiples mensajes de condolencia que hallé, vi uno de Joao.
Lo abrí de inmediato y me pareció
que era extenso y denso.
No me daba su pésame ni le enviaba
un abrazo a mi madre.
Se extendía en explicaciones, como
si estuviera loco, sobre la experiencia de lo
trascendente.
Refería que mi padre nunca había
sido consciente de sentirla, puesto que su
antiguo oficio de amansador de caballos le
había impedido ocuparse de profundidades.
Pero, de todas formas, me decía, siempre tuvo claro que en la mirada de los demás, en la fuerza de arrastre de los ojos de
los otros, estaba el encanto vital de hallar la
plenitud y entender quiénes somos y qué
significamos en el mundo.
Al tanteo, quise entender que mi padre, según Joao, y sin que en mi casa lo supiéramos, había vivido de conformidad con
un irrefrenable sentido de lo sagrado.
Y quise entender también, otra vez al
tanteo, que quizás ese sentido de la interrogación y de la espera, esa señal que avistó
en los ojos de los pájaros de la lluvia al momento de dispararles, era el mismo sentido
de continuidad que había querido darle a su
propia muerte.
Ninguna de estas respuestas me
satisfizo.
Pensativa, tomé un sorbo del café caliente que habían acabado de ponerme en
la mesa.
Miré de reojo la pantalla de mi portátil y vi en ella otro mensaje. Era de Joao.
—No te angusties, Maritza —me decía—. Tu padre no ha muerto. Ha quedado
encantado en la profundidad de los ojos del
pájaro de la lluvia.
No supe qué pensar. En la neblina
matinal de la calle 94, fijé mis ojos en el
humo del café y tuve una visión. Entre ese
hilo de humo, sonriendo, estaba mi padre.
Y sentí que yo, la hija del amansador
de caballos metido a cazador, estaba en él.
Sentí que yo, la hija del amansador de caballos metido a cazador, estaba en la insondable profundidad de su mirada.
Fabián Mauricio Martínez González
Bucaramanga. Estudió literatura y periodismo. En tres ocasiones ha ganado
la Mención de Reconocimiento del Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia. Fue ganador del II Concurso Nacional de
Cuento RCN y MEN. Ha sido finalista, en tres oportunidades, del Concurso
de Cuentos La Cueva. Ha sido coordinador de talleres de literatura. Ha publicado los libros Me llamo José Antonio Galán (juvenil), los libros de cuento Una
ciudad llamada Bucaramanga y Cuervos en la ventana y la novela El sexo de las
salamandras. Trabajos suyos aparecen en diversas colecciones, como Colombia
cuenta, Demasiado jóvenes para morir, Todos amábamos a Monina Klevens y otros
cuentos (cuentos) y Sucedió en la ciudad (crónicas).
Para Jairo Alejandro
Mi abuelo me despertó acariciándome la
cabeza:
—Hora de levantarse, mijo.
Con los ojos pegados por las lagañas
de las cuatro de la mañana, observé, todavía
sumergido en las aguas del sueño, el revuelo que hacían mis padres y tíos. Camisetas,
trajes de baño, toallas y pantalonetas formaban montañitas en las camas que poco
a poco desaparecían dentro de las maletas.
Allí estaba mi familia, dos horas antes de
un amanecer de febrero, preparando un viaje al mar.
Los preparativos habían comenzado
en octubre, en el cumpleaños de mi prima Sabrina. La familia estaba reunida y
mi abuelo propuso un viaje a la costa. Los
tíos hicieron cálculos mientras los primos
correteábamos por la casa cazando arañas
y moscas de las ventanas para arrojarlas al
retrete y llenábamos de gritos y estampidas
los corredores y las escaleras.
Los tíos decidieron que febrero era
el mejor mes para viajar. Encontraríamos
hospedaje a precios económicos y, sobre
todo, tranquilidad para un viaje en familia
con los niños pequeños. Recuerdo que era
la época en que mis tíos menores todavía
no se casaban. Así que solo estábamos en
la pandilla de primos, mi hermano Gustavo, mi primo Gaspar, mi prima Sabrina
y yo.
La noche anterior al viaje, mi mamá,
mi tía y mi abuela envolvieron en papel
aluminio emparedados de pollo. A mí me
encantaba sentarme en la cocina y verlas
trabajar. Me gustaba escucharlas hablar
sobre cualquier cosa mientras encendían
fogones, hervían el pollo, cortaban las cebollas en cuadritos y untaban los panes con
mayonesa.
Segundos después de que mi abuelo
me despertara, sentí las manos tibias de
mamá alzándome de la cama:
—Es la primera vez que vas a ir al mar,
Camilo —me dijo mamá entre sus brazos—. El mar es más grande que tu papá,
mucho más grande que tu abuelo —me
dijo mamá, y me llenó la cara de besos de
camino al baño.
Me desnudó y, antes de que pudiera
quejarme por el frío, me sumergió en una
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Creación
La sangre del mundo
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100
tina de agua caliente. Agradecí los chorros
de agua en la espalda y las caricias de sus
dedos en mi pelo. Mamá me sacó de la tina,
me cubrió con una toalla y me dejó parado
junto al retrete, mientras ayudaba a papá a
encontrar sus medias.
Mi hermano Gustavo, ya vestido, se
cepillaba los dientes en el lavamanos. Terminó de enjuagarse la boca, espió tras la
puerta para asegurarse de que mamá no viniera y me dijo:
—El mar está lleno de tiburones, ballenas asesinas y anguilas eléctricas. Te vas
a morir, Camilo, te vas a morir y nadie va a
hacer nada para salvarte —y me pellizcó los
brazos antes de salir corriendo.
Allí mismo, en las aguas amarillas del
retrete, me vi devorado por un pez gigantesco. Me vi flotando en ese minúsculo mar,
triturado por unas enormes mandíbulas
asesinas. Mamá vino por mí, me llevó a la
cama y me vistió.
Nos reunimos en el comedor. La
abuela repartió huevos duros, almojábanas,
panes y tazas de chocolate. El tío Miguel
hablaba de parar en pueblos con nombres
extraños y almorzar guisado de iguana.
—El guisado de iguana es mejor que
el pargo frito, el róbalo en salsa o el ceviche
de corvina —decía el tío Miguel, con un
convencimiento que le brillaba en los ojos.
El abuelo, sin mirar al tío Miguel,
como mirando el aire sobre las tazas de
chocolate, contestó:
—Yo prefiero el pescado, no veo la
hora de comerme un bocachico frito con
patacón —y, apoyando el dorso de su mano
derecha sobre su antebrazo izquierdo, nos
enseñó de qué tamaño quería su pescado.
—Camilito sí va a comer iguana con
el tío, ¿cierto? —me preguntó el tío Miguel,
mientras mi tía Ángela, su esposa, hacía
una mueca de asco.
Yo sorbí el chocolate y, lamiéndome el
bigote de espuma tornasolada, contesté:
—La iguana no se come, tío… La
iguana tomaba café, tomaba café, a la hora
del té.
Todos rieron, menos mi hermano, que
me sacó la lengua y me enseñó su nariz de
marrano. Los tíos se levantaron de la mesa
y mi prima Sabrina, mi primo Gaspar, mi
hermano y yo fuimos a los automóviles.
Los tíos llevaban maletas, bolsas y paquetes a los baúles de los coches. Sabrina
dormía sobre las piernas de Gaspar, que leía
un libro ilustrado sobre payasos. Ahora que
lo recuerdo, Gaspar siempre andaba con ese
libro, se lo sabía de memoria y no perdía
oportunidad de montar pequeños shows
para toda la familia.
Allí estaba yo, espiando a mis primos
desde nuestro carro, mientras mi hermano
me empujaba la cabeza contra la ventanilla
repitiendo con voz fastidiosa:
—Llore, llore, llore, llore.
Gustavo estrelló mi nariz contra el
cristal. Yo pegué un berrido de oveja y los
adultos vinieron en mi auxilio. Mamá me
sacó por la ventana y me mimó, mi abuela y
mi tía hicieron lo mismo. Papá haló a Gustavo fuera del auto y le pegó dos correazos.
—¡No le pegue a su hermano! ¡No ve
que es más pequeño!
Mamá subió al auto, ajustó una balaca roja en su pelo negro y se recostó en el
asiento. Papá cerró su puerta, besó a mamá
en los labios y le dio arranque al carro. Mi
abuelo comandó la caravana, en su vieja camioneta Ford, secundado por el tío Miguel,
en su Fiat 1300, y rematado por nosotros,
en aquel inolvidable Renault 4 amarillo.
Me quedé dormido luego de ver a través de la ventana potreros con árboles torcidos y vacas a blanco/negro exhalando su
aliento de humo de dragón. Soñé que papá
tenía los ojos oscuros, la cabeza en punta y
un catálogo escalofriante de dientes. Papá
me enseñaba sus colmillos y aceleraba. Yo
trataba de gritar, pero no podía. El auto iba
Los fines de semana los dedicaba a tallar
vidrios en el patio de la casa de los abuelos.
Gustavo partió el cuerpo de la libélula
en dos. Un líquido viscoso, como leche condensada, brotó del vientre del insecto. Mi
hermano arrojó el cadáver por la ventana
y limpió sus dedos en el asiento del carro.
Pidió una servilleta a mamá y, antes de acabar de limpiar su mano, me la restregó en la
nariz. Yo grité, pero mis padres no prestaron atención. Gustavo hizo un agujero en
la servilleta y metió uno de sus dedos allí.
Sacó su brazo por la ventana y se inventó un Superman enredado en su pequeña
mano.
Mamá tenía su hermosa cara colorada
por el calor. Sonreía con la misma luz del
sol mientras acariciaba la barba de papá,
que conducía el auto mientras le daba golpecitos al timón siguiéndole el ritmo a alguna canción de La Sonora Matancera.
Los pueblos se multiplicaron, como
los niños en calzoncillos bañándose en los
101
Creación
por una carretera que bordeaba un abismo.
Papá sacaba el auto de la carretera y, mientras volábamos por el vacío, saltaba sobre mí
y me arrancaba la cabeza de un mordisco.
Me desperté sudando. No había nadie
en el Renault 4. Temí encontrarme en medio del mar, acechado por la aleta asesina de
mi padre. Me incorporé y vi que el Renault
4 estaba firmemente estacionado sobre un
campo de tierra. A poca distancia, mi familia almorzaba bajo un kiosco de palma.
Mamá vino por mí. Me sacó del auto y me
dejó caminar.
El suelo no tenía hierba ni plantas.
Era pura tierra amarilla en donde varias
lagartijas rojas, verdes y azules huían despavoridas al sentirme cerca. Perseguí a las
salamandras hasta que me topé con unos
niños en calzoncillos. Su piel era oscura
como el chocolate y hablaban igual de enredado a la mujer que servía platos de arroz,
postas de pescado y patacón. Yo no quería
almorzar, quería jugar con los niños y las
lagartijas de colores.
—Tú no puedes jugar hasta que almuerces —ordenó mamá mientras me metía trozos de pescado en la boca.
Me resigné a ver a los niños en calzoncillos corriendo a la orilla de la carretera. Antes de reemprender el viaje, el tío
Miguel me llevó a cada uno de los tres
autos y me mostró los radiadores. De las
rendijas oxidadas de la camioneta Ford, del
Fiat 1300 y del Renault 4 pendían libélulas,
escarabajos y mariposas muertas. Me alzó
sobre cada uno de los capotes y me señaló el
parabrisas, que estaba repleto de cadáveres
de insectos.
Mi hermano Gustavo tomó una libélula del radiador de nuestro Renault 4 y
subió al carro. Las líneas y óvalos dibujados
en las alas de la libélula nos recordaron los
vitrales que el tío Miguel hacía los fines de
semana. El tío Miguel era odontólogo, pero
su verdadera pasión era diseñar cristales.
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ríos, como las mujeres de sonrisas blancas
vendiendo frutas y agua en los peajes, como
el desespero de llevar horas y horas en el
Renault 4.
—¿Ya vamos a llegar? ¿Ya vamos a llegar? ¿Ya vamos a llegar? —Pregunté tantas
veces como pude.
Papá gritó que me callara. Y, en ese
grito, su cabeza se convirtió en la de un tiburón, un tiburón que nos devoraría a todos
en el mar. Mi hermano se burló de mí. Me
hizo muecas y me pegó una palmada en la
cabeza. Luego, me arañó la cara y, en ese
momento, me le fui encima como un gato
de monte. Le mordí una oreja y, en el caos
de sus gritos, los gritos de mamá y la frenada en seco del Renault 4, no me di cuenta
de que papá, desenfundaba su correa, abría
la puerta, nos sacaba del auto y nos pegaba
varias veces, en frente de un grupo de niños
barrigones, rodeados de gallinas coloradas y
perros flacos de todos los tamaños.
—¿Guisadito de iguana, patrón? —le
ofreció el papá de aquella familia al papá
de la nuestra. Papá nos empujó de vuelta al
carro, se sentó frente al timón y, sin decir
una sola palabra, emprendió la marcha del
Renault 4.
Si papá no interviene aquel día, le
habría arrancado la oreja a mi hermano,
de eso estoy seguro, como también de que
Gustavo me hubiera arrancado los ojos.
Así, en medio de ese calor, continuamos
nuestro largo viaje al mar, muy rezagados
de la camioneta de mi abuelo y del Fiat de
mi tío, a quienes no volveríamos a ver hasta
el final del viaje.
Pasamos por un pueblo con cientos
de toldos a lado y lado del camino. Toldos
vestidos con toallas y hamacas de colores.
Los hombres, las mujeres y los niños corrían
junto a la ventanilla del carro mostrándonos
toallas de Batman, Acuaman y el Chapulín
Colorado. El sol descendía y el mundo se fue
manchando de fucsias, dorados y rojos.
Aparecieron, a lado y lado de la carretera, laberintos de platanales en los que
hombres sin camisa caminaban doblados
por el peso de los racimos verdes. Los platanales quedaron atrás y una brisa fresca,
más fresca que todas las brisas que yo hubiera sentido, se coló desvergonzada por las
ventanillas del Renault 4.
Mamá miraba inquieta el horizonte
y murmuraba “ya casi niños, ya casi”. Su
cabeza muy atenta al panorámico del auto,
antes de señalar con su dedo índice la línea
inconfundible por la que habíamos viajado
tantas horas:
—Miren, niños, miren...
Una línea perfecta dividía el cielo del
mar. Una línea trazada con regla y pulso de
relojero. Una línea que contenía al ancho
mar. El mar que parecía una enorme mermelada de mora. Un inmenso estanque tumultuoso, espeso y vibrante.
Papá orilló el auto unos metros más
adelante y, abriendo la puerta, descendió por
una suave loma de arena. Mamá corrió detrás
de él, lo tomó de la mano y nos llamó a gritos. Gustavo y yo salimos del carro y corrimos
sobre las dunas, mientras recibíamos gentiles
bofetadas de la brisa cargada de salitre. De
cerca, el mar era una monstruosa masa liquida que se revolvía en terribles espumarajos, al
tiempo que los alcatraces se zambullían en su
jalea para retornar al cielo con peces plateados
que les temblaban en los picos.
Nos quitamos los zapatos y las medias. Sumergimos los pies en el agua y no
tuve miedo de los pececillos diminutos que
se paseaban por la orilla. Intenté atraparlos,
pero se desvanecían a mis pies como pinceladas de luz. Mi hermano me arrojó una
bola de arena en el cuello. Yo hice varios
proyectiles y se los lancé en el pecho. Nos
perseguimos por la orilla lanzándonos escupitajos de agua salada, revolcándonos en
la playa bajo el atardecer más bello de nuestras vidas.
ballenas asesinas ni anguilas eléctricas, con
ese monstruo encrespado por el que habíamos viajado tanto tiempo y recién veníamos a conocer. Mi hermano y yo, agarrados
al borde de la ventanilla, señalábamos los
buques en el horizonte, mientras papá nos
explicaba por qué los barcos no se hundían
en las aguas.
La sangre del mundo corría entre nosotros. Mi hermano y yo comprendimos
aquella tarde de febrero que, pasara lo que
pasara, no importaba qué, no importaba
cuándo, seguiríamos mirando ese mismo
mar desde la ventanilla del viejo auto de
papá por el resto de nuestras vidas.
La tierra del olvido
ana maría puentes pulido
Mientras el cielo se pintaba de los colores
del atardecer, doña Eloísa se disponía a volver a su casa. En sus manos llevaba la bolsa de compras, y en el bolsillo, la libreta de
apuntes. Cuando llegó, tachó “Ir de compras” de la lista. Cocinó y tachó “Preparar
ajiaco”. Y se acostó sin comer, porque había
olvidado escribir “Cenar” en la libreta.
A sus ochenta años, eran muchas
las cosas que Eloísa no podía hacer por sí
sola, entre ellas recordar. Su doctor había
resuelto no recetarle más pastillas; decía
que “a esas alturas de la vida era mejor
remedio olvidar”, y le dio la libreta que
llevaría hasta la muerte. Era una libreta de hojas amarillas y pasta dura. Doña
Eloísa la había dividido en dos partes.
La primera la diligenciaba todos los días
apenas se levantaba, allí escribía su rutina (que era básicamente la misma todos
los días) y, cuando finalizaba las tareas, las
iba tachando de la lista. Un día había olvi-
dado tachar “desayunar”, y comió arepa y
tinto durante todo el día hasta que sospechó que, o había olvidado un detalle, o no
podía dejar de recordar algo. La segunda
parte de la libreta consistía en unas escasas
diez hojas; esta sección estaba destinada
a las cosas que doña Eloísa había de recordar siempre: que el año tiene 365 días,
que para el dolor de espalda basta con una
aromática, que en caso de sentirse mal llamara al número esbozado en la hoja, que
un día habría de morirse y que su esposo
ya había muerto. Esa última nota le sacaba
de aprietos cuando, después de gritar su
nombre por toda la casa, comprendía por
qué no le respondía.
Pero había algo que doña Eloísa nunca pudo olvidar: catorce nombres y la certeza de un vientre seco. Aseguraba que el
Espíritu Santo le había revelado los catorce
nombres de los catorce hijos que llevó en su
vientre pero que nunca vieron la luz. Y por
103
Creación
Papá nos levantó con sus enormes
brazos y nos llevó de vuelta al Renault 4.
—Hora de alcanzar al abuelo, niños.
De cabeza, con el mundo al revés,
atrapado por el codo de papá, vi a mamá
colgada del cuenco del cielo, caminando
por la playa, trayendo nuestras cosas en sus
manos, con una sonrisa hecha de sal. Vi a
mi hermano junto a mí, tenía su cabeza
sobre la espalda de papá y lo amé con la
sencillez con la que se aman a las nubes, las
olas o los árboles.
En el Renault 4, compartimos la ventana que daba al mar, embelesados con ese
gigante que no parecía contener tiburones,
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eso llevaba colgadas al cuello catorce cadenitas de metal barato, una por cada vástago,
que más que adornos parecían las cadenas
que la atarían toda la vida a sufrir por lo
que nunca fue.
Dirigir su día por tareas simples anotadas en papel le dejaba gran tiempo libre.
Era entonces cuando entraba en esos estados de somnolencia, de epifanías improductivas, pensaba y moldeaba en su mente
ideas absurdas y brillantes, pero que permanecían un par de minutos con ella y luego
desaparecían para siempre, sin convertirse
jamás en voz ni en tinta sobre papel. Una
vecina, que ya había notado el carácter soñador de doña Eloísa, le había aconsejado
en más de una ocasión compartir esas ideas.
—Vea que a usted no le faltan las buenas ideas —le insistía—. Debería escribir
y pedirle a alguien que le ayude a publicar.
—A nadie le hace falta lo que yo piense —respondía Eloísa de mala gana.
—Para los jóvenes y los niños nunca
están de más unas palabras de quien ha vivido más que ellos.
—No, a ellos no vale decirles nada. A
esa edad no se ha aprendido a escuchar.
—Se ha aprendido a leer, por lo
menos.
—Pero no a recordar. Estamos condenados a olvidar y vivir en el olvido toda la vida.
—¿Entonces lo guardará todo para
usted?
—Es lo único que es mío, aunque sea
poco.
Lo que la gente no sabía es que esa genialidad oculta de doña Eloísa no era cosa
de la vejez, ni mucho menos de la experiencia; esa chispa siempre había estado con ella.
Desde pequeña había notado que pensaba
y divagaba cosas que los demás no llegaban
a imaginar. A veces escribía en trozos sueltos de papel cuentos, poemas y breves ensayos, pero luego los guardaba y dejaba que
se perdieran. No permitía que nadie leyera
sus líneas porque, las pocas veces que había
mostrado sus obras, sentía que le veían el
alma. Por eso prefirió la vida de una persona
ordinaria. Optó por ser un fantasma, no dejar
huella. Ser un soplo de vida ordinario. Solía
pensar que haber aprisionado ese talento en
el olvido la había condenado a no recordar
nada, a perderse como sus ideas. Y entonces
entendió su esterilidad: no estaba hecha ni
para ser madre de sus propios pensamientos.
De ahí que la muerte no fuera motivo
de preocupación. Empezó a morir en vida
cuando olvidó cuál era su nombre, cuando olvidó los motivos para existir... porque
nunca pudo dar nada. Le daba lo mismo si
moría hoy o mañana. Es más, un día llegó a
preguntarse por qué aún no había muerto.
—¿No eres muy conversadora, verdad? —insistió.
La Parca se limitó a extender su mano,
como si pidiera algo. Y Eloísa supo qué era
lo que quería. Del bolsillo sacó, con mano
firme, la libreta y se la entregó.
Poco a poco la distancia entre ambas
fue haciéndose más pequeña. Doña Eloísa
solo alcanzó a sentir cuando Ella puso sus
helados dedos sobre su frente y luego nada
más.
Con su dedo esquelético, La Muerte
tachó “Morir” de la libreta. La guardó bajo
la túnica y marchó de regreso, con paso solemne, a la tierra del olvido.
Epístola*
laura camila latorre
Camino vacilante de vuelta a casa. Abro la
puerta, y el comedor está inundado de facturas, cartas, peticiones, rechazos de trabajo
y… una citación del juzgado: el lugar donde
se supone que debo cenar está volviéndome
loco. No he comido desde hace dos días, no
estoy a dieta, no es una huelga, no es un
ayuno, simplemente no tengo hambre.
Cuarenta y cinco cervezas, entre ayer y
hoy. No estoy ebrio ni sobrio.
No tengo sueño, porque estoy haciendo algo todo el tiempo desde el martes, hoy
es sábado. Las ojeras no me favorecen. Pero
al carajo, no me importa.
Ayer me despidieron del trabajo porque no les servían personas deprimidas. No
tenía idea de que para redactar cartas de
amor hay que estar feliz. Ahora lo sé. Mis
ideas oscilaban entre “Ojalá duremos toda
* IV Concurso Nacional de Cuento para bachilleres.
la vida… No, mejor: ojalá mueras mañana”
y “Hoy estas hermosa, es un buen día para
verte, follarte e irme”.
—Tus frases son descaradas y apáticas, hombre —dijeron los que dirigían la
compañía.
Trabajaba allí porque el trabajo de la
abogacía está jodido con eso de que somos deshonestos y unos ladrones… Pero
es nuestro maldito trabajo, no podemos hacerlo gratis. No funciona así.
—Esa es la precisa descripción del
desamor —contesté—. Ustedes quieren que
venda una falsa idea sobre cómo se siente
estar enamorado y no voy a hacerlo. Quiero
decir que el amor también trae dolor a sus
alrededores, que también lastima y te deja
marcas. El amor no es malo, pero nos iría
mejor si vendiéramos cartas de desamor en
vez de la mierda barata que ustedes quieren
hacerle creer a la gente.
105
Creación
—¿Flaca, tampoco puedes recordar?
¿También te olvidaste de mí? —decía con
frecuencia.
***
Una noche, mientras tomaba tinto y
pensaba en nada, sintió frío. Quiso buscar una manta, pero al intentar levantarse,
se encontró con que su cuerpo perezoso la
ataba a la mecedora, y fue en ese intento de
luchar con su cuerpo cuando la vio. Estaba junto al marco de puerta, mirándola sin
ojos. Era como le habían dicho: una túnica negra abrigaba su cuerpo huesudo, alta
y delgada, no podía verle la cara, quizá era
mejor así.
—¿Qué quieres, flaca? —le preguntó
con tranquilidad. Pero no le contestó.
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—La gente triste y enojada no quiere
entregar cartas —dijo el sujeto al que llamaba jefe, pero yo lo interrumpí.
—¿Qué sabe usted de la gente triste?
—le espeté—. Usted nunca ha amado a nadie, solo se acuesta con prostitutas —no me
agradaba mucho, era un hombre rico y alcohólico —. La gente triste quiere entregar
más cartas y decir más cosas que las personas felices. La felicidad solo nos permite ver
todo tan hermoso que no deja espacio libre
para pensar. Las personas que están cabreadas con el mundo piensan demasiado, lo que
los hace querer escribir, así no tengan talento
—había olvidado que estaba con esas personas, y hablé de más, ¡qué demonios!
—Entonces vaya a escribir para otras
personas.
Y me quedé sin trabajo. Habría preferido renunciar, pero es tarde.
Iba a ir a mi casa, pero me distraje y
terminé en un bar a las dos de la tarde (me
despidieron como al mediodía). Bebí cerveza hasta vomitar, y luego bebí más.
Salí del bar, pálido y despeinado. Me
senté en una banca del parque y vi como
anochecía. Escuché música el resto del día.
Los audífonos se me perdieron en alguna
parte y tuve que escucharla públicamente
en mi celular.
Algunas canciones me hacían sentir
mal. Otras, peor. Algunas me reconfortaban y otras me hacían enojar mucho. Con
otras pensaba cosas como “algún día voy a
tener sexo escuchando esta canción”. Y con
todas llegaba a la conclusión de que la extrañaba mucho.
Me quedé dormido.
Cuando desperté, eran las cuatro de la
mañana de hoy.
Volví a sentarme (estaba acostado en
la silla) y observé mis zapatos como por
diez minutos, eran azules, grandes y estaban sucios.
Me levanté con dolor de cabeza y fui
a comprar más cervezas. Caminé sin rumbo
por largo tiempo.
Pasé por el cementerio. “Vanessa
Fuentes”, “Daniela Heredia”, “Uriah Pedrad” fueron algunos nombres que leí en
algunas lápidas y que quise memorizar sin
motivo alguno. Ahora me pregunto cómo
murieron esas personas.
De repente ya estaba mirando el mismo lugar que miraba hace tres días: la misma
lápida, sin flores, con una mancha de sangre.
La observé por una hora. No había
nada nuevo, por más minutos que pasaran.
Era la misma mierda. Su nombre sonaba
más inexistente con el pasar de los días, un
frío absurdo me recorría todo el cuerpo.
“En memoria de María Quintero, que murió cuando no debía”. Qué estupidez: todos
mueren cuando no deben.
En esa lápida se veía absolutamente ridícula esa frase. Es cierto, murió inesperadamente, pero en el momento en el que debía
morir… Al menos para ella era el momento
exacto para morir. Ella lo decidió. Que las
personas ignoren que la gente se está muriendo cada segundo es cosa de ellos, no mía.
Desde que nacemos ya estamos muriendo,
y las personas dicen cosas como “lo siento”.
Pero ¿qué demonios sienten? Me molesta
hacer preguntas que nadie puede responder.
—Te extraño, María —digo al aire—.
Extraño que respondas mis preguntas y que
me veas a los ojos. Extraño todo de ti —un
nudo, en la garganta y agua, en mi mejilla,
el duelo no termina.
Salí del cementerio con un cuerpo
más pesado, como si me hubiese puesto una
armadura.
Caminé vacilante de vuelta a casa.
Abrí la puerta, y el comedor estaba inundado de facturas, cartas, peticiones, rechazos
de trabajo y… una citación del juzgado: el
lugar donde se supone que debo cenar está
Un suspiro más al aire y ya casi concluyo.
Estoy en el sexto piso, en donde María y yo vivíamos, ella siempre, yo a veces.
Resuelvo que suicidarme no sería condecorado con una frase en mi lápida como
la que los padres de María escogieron para
ella, así que yo he decidido resbalar. De un
sexto piso no, sería un cliché. He decidido
que, como quiero tiempo antes de morir,
cuanto más alto, mejor.
Espero que alguien encuentre esta
carta, no para que la comparta, solo quiero
que la lea, que sepa que el amor me trajo de
vuelta y que el amor me lleva con él. María
y yo llevábamos seis años juntos. No le di
motivos para irse e igual lo hizo. Yo llevo
seis meses sin ella. No tengo motivos para
vivir e igual lo hago. No más.
Posdata: dieciocho pisos me parecen
suficientes para recordar lo que es memorable. Solo ella.
Laura Quintero, quien encontró la carta de Simón
y no sabe si murió.
107
Creación
volviéndome loco. No he comido desde
hace dos días, no estoy a dieta, no es una
huelga, no es un ayuno, simplemente no
tengo hambre.
Después de escribir todo esto, me doy
cuenta de que sí estoy ebrio.
Traté de dormir. Pero, después de un
intento inútil, me levanté de la cama y empecé a escribir. No sé si para alguien, pero
sin duda es para mí.
No puedo dejar de ver la lápida en mi
memoria. No puedo dejar de pensar en los
últimos días que viví con ella y trato de retroceder para ver qué hice mal. Pero no encuentro nada más grave que mi existencia.
Dicen que María murió cuando no
debía porque era joven. Pero yo sé que murió cuando ella quería, la vi suicidarse. No
fue un accidente. Fue un suicidio, me lo dijo
con los ojos cuando traté de detenerla. En
la declaración, yo dije que no sabía bien que
había pasado, así que concluyeron que la
mujer de la que estaba enamorado se había
resbalado del sexto piso, en donde vivía. Yo
la vi tirarse.
La cuentista clásica
Katherine Anne Porter
Katherine Anne Porter. 1890-1980. Narradora y ensayista. Trabajó en publicidad para ayudarse a vivir. Publicó los libros Judas en flor y otros cuentos, Pálido
caballo, pálido jinete, La torre inclinada y otros cuentos y La nave de los locos. Fue
ganadora de los premios National Book Award, 1965, y el Pulitzer, 1969 (los
más importantes otorgados en Estados Unidos a una obra literaria). Obtuvo
tres nominaciones al Premio Nobel.
Nació en Texas y vivió en Nueva York. Se casó la primera vez a los 16 años y,
después, se casó en otras tres oportunidades. En uno de sus matrimonios, hizo
un viaje en barco a Europa, de cuya experiencia se originó La nave de los locos
(1962), novela más vendida en ese año en Norte América. Con Eudora Welty,
Dorothy Parker, Flannery O’Connor, Carson McCullers y Edith Wharton,
conforma lo más grande del equipo de mujeres narradoras de los Estados Unidos; pero más allá del grupo femenino, está entre los mejores narradores de
todos los tiempos.
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La cuerda
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A los tres días de haberse instalado en
el campo, él regresó del pueblo andando,
con una cesta de provisiones y un rollo de
cuerda de veintidós metros. Ella, secándose las manos en su delantal verde, salió a su
encuentro. Tenía el pelo revuelto y la nariz
escarlata por el sol; él le dijo que su aspecto ya era el de una campesina de toda la
vida. A él se le pegaba al cuerpo la camisa
de franela gris y tenía los pesados zapatos
llenos de polvo. Ella le aseguró que parecía
el personaje rural de una representación
teatral.
¿Se había acordado del café? Ella había estado esperando durante todo el día el
café. Habían olvidado comprarlo al hacer
su encargo a la tienda el primer día.
¡Caramba, no, no lo había comprado!
¡Dios, tendría que volver! Sí, si en ello le fuera la vida, sin duda regresaría, pero pensó que
tenía todo lo demás. Ella le recordó que eso
se debía únicamente a que él no bebía café.
De lo contrario, lo hubiese recordado. Imaginaos que se quedase sin cigarrillos. Entonces ella vio la cuerda. ¿Para qué era? Pues
bien, él pensaba que podía servir para tender
ropa o algo. Y, naturalmente, ella le preguntó
si creía que iban a poner una lavandería. Ya
tenían una de quince metros colgada ante
sus ojos. ¿De verdad que no se había dado
cuenta? Para ella, afeaba el paisaje.
Él comentó que una cuerda podía servir para un montón de cosas. Ella quiso saber para qué, que le diera un ejemplo. Él lo
desgracia. Había pensado hacer filetes para
la cena. No había hielo, la carne no se podía guardar. Él quiso saber por qué ella no
podía terminar de romper los huevos en un
tazón y colocarlos en un lugar fresco.
¡Lugar fresco! Si era capaz de encontrarle uno, ella estaría encantada de ponerlos
allí. Bien, entonces, a él le parecía perfectamente posible cocinar la carne al mismo
tiempo que los huevos y luego calentarla al
día siguiente. La idea sencillamente la escandalizó. Carne recalentada cuando podían
muy bien comerla recién hecha. Sucedáneos,
sobras e improvisaciones, ¡hasta con la carne!
Él le frotó un poco la espalda. En realidad,
no era tan importante, ¿no, querida? A veces,
cuando estaban de buen humor, él le frotaba
la espalda y ella se arqueaba y ronroneaba.
Esa vez siseó y estuvo a punto de arañarlo.
Él se disponía a decir que seguramente se
podrían arreglar de alguna manera cuando
ella se volvió y dijo que si le decía que se podrían arreglar de alguna manera, no dudaría
en darle una bofetada.
Él se tragó esas palabras al rojo vivo y
su cara ardió. Levantó la cuerda para colocarla en el estante más alto. Ella no quería
tenerla en el estante más alto, donde colocaban frascos y latas; decididamente, no
quería que estuviese ocupado por tantos
metros de cuerda. Había soportado todo el
desorden que era capaz de soportar en el
piso de la ciudad; al menos, ahí había espacio y se proponía tener las cosas en orden.
Bien, en ese caso, él quería saber qué
estaban haciendo el martillo y los clavos
allí. Y por qué los había puesto allí cuando sabía muy bien que él necesitaba aquel
martillo y aquellos clavos arriba para fijar
los marcos de las ventanas. Ella no hacía
más que retrasarlo todo y duplicar el trabajo con su insensata costumbre de cambiar
las cosas de lugar y esconderlas.
Estaba segura de no haberle oído bien
y, si hubiese tenido alguna razón para creer
109
Creación
consideró unos segundos, pero no se le ocurrió nada. Podían esperar y ver, ¿no? Se necesita toda clase de chismes raros allí en el
campo. Ella dijo que sí, que así era, pero que
creía que justo en aquel momento, cuando
cada centavo era valioso, parecía tonto comprar más cuerda. Eso era todo. No quería
decir nada más. Al principio no había comprendido por qué él creía que era necesaria.
¡Ya está bien, diablos! La había comprado porque quería y basta. Ella pensó que
esa era una razón suficiente y no podía entender por qué él no lo había dicho desde
el principio. Indudablemente, serían útiles
veintidós metros de cuerda. Aunque no le
venía ninguna a la cabeza en ese momento,
había cientos de utilidades. Desde luego.
Como él había dicho, en el campo esas cosas siempre son necesarias.
Pero se sentía un tanto decepcionada
con lo del café y, ¡oh, mira, mira, mira los
huevos! ¡Oh, no, están todos rotos! ¿Qué les
había puesto encima? ¿No sabía que no hay
que poner peso alguno sobre los huevos?
Chafar, quién los había chafado, quería saber él. ¡Qué tontería! Él, sencillamente, los
había llevado en la cesta junto con las otras
cosas. Si se habían roto, era culpa del hombre de la tienda. Aquel hombre debía saber
mejor que nadie que no había que poner
cosas pesadas encima de los huevos.
Ella creía que había sido la cuerda.
Era lo más pesado del paquete. Lo había
visto claramente cuando él llegaba de la
tienda y la cuerda destacaba como un enorme envoltorio encima de todo. Él deseaba
que el mundo entero diese fe de que eso no
era cierto. Había cargado con la cuerda en
una mano y con la cesta en la otra, ¿y de qué
le servía a ella tener ojos si no era capaz de
sacarles más provecho?
En cualquier caso, ella señaló que al
menos una cosa estaba clara: no habría huevos para el desayuno. Y tendrían que hacer
un revuelto para la cena. Era una verdadera
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que él iba a fijar los marcos de las ventanas aquel verano, habría dejado el martillo
y los clavos exactamente donde él los había
puesto: en medio del suelo del dormitorio,
para poder pisarlos bien en la oscuridad. Y
ahora, si él no se llevaba aquello de allí, lo
arrojaría todo al pozo.
¡Oh, de acuerdo, de acuerdo!... ¿Podría
ponerlo en el armario? Desde luego que no,
había escobas y fregonas y recogedores, ¿y
por qué no podía encontrar un lugar para
la cuerda fuera de su cocina? ¿No se había
parado a pensar que había siete habitaciones dejadas de la mano de Dios en la casa y
solo una cocina?
Él quiso saber qué tenía que ver. ¿Y
comprendía ella que estaba haciendo el ridículo? ¿Y por quién le tomaba? ¿Por un idiota
de tres años? El problema era que ella necesitaba de alguien más débil para acosarlo y
oprimirlo. Justo en aquel momento él deseaba desesperadamente tener un par de niños
sobre los que ella pudiera descargarse. Quizá
así conseguiría algún descanso.
Ante ese comentario, a ella se le mudó
el rostro. Le recordó que había olvidado el
café y comprado un inútil trozo de cuerda. Y
cuando ella consideraba todas las cosas que en
realidad necesitaban para que aquel sitio fuese siquiera decentemente adecuado para vivir
bien, se echaba a llorar, eso era todo. Se la veía
tan desamparada, tan perdida y desesperada,
que él no podía creer que un simple trozo de
cuerda fuera el causante de todo el jaleo. ¿Qué
era lo que ocurría, por el amor de Dios?
Oh, ¿le haría él el favor de callarse y
salir y quedarse fuera, si podía, durante cinco minutos? Claro, así lo haría. Si ella lo
deseaba se quedaría fuera indefinidamente. Dios, sí, no había nada que él desease
más que marcharse y no volver nunca. Ella
no entendería en su vida qué le retenía entonces. Era una oportunidad estupenda.
Ahí estaba ella, clavada, lejos de cualquier
ferrocarril, con una casa medio vacía entre
las manos, ni un centavo en el bolsillo y
todo por hacer en el mundo; parecía el momento elegido por Dios para que él escapara de allí. Estaba sorprendida de que no
se hubiera quedado en la ciudad, como de
costumbre, hasta que ella hubiese salido y,
después de que ella hubiera terminado con
todo el trabajo, llegara él para hacer como
que ponía las cosas en orden. Era su truco
habitual.
Él tenía la impresión de que las cosas
estaban yendo demasiado lejos. Saliéndose
un tanto de madre, si a ella no le importaba
que lo dijera así. ¿Por qué demonios se había quedado en la ciudad el verano anterior?
Para hacer media docena de trabajos extras
y conseguir el dinero que le había enviado.
De eso se trataba. Ella sabía perfectamente
que no podían haberlo hecho de otra manera. Aquella vez había estado de acuerdo
con él. Y esa había sido la única ocasión en
que le había dejado hacer las cosas por sí
misma.
Oh, él podría contárselo a su bisabuela. Ella tenía cierta idea de lo que le había
retenido en la ciudad. Mucho más que una
idea, si él quería saberlo. ¿De modo que ella
iba a remover otra vez todo aquello? Pues
bien, podía pensar lo que quisiera. Estaba
cansado de dar explicaciones. Quizá hubiese parecido ridículo, pero sencillamente
había mordido el anzuelo y ¿qué más podía
hacer? Era imposible creer que ella fuese a
tomárselo en serio. Sí, sí, sabía qué pasaba
con un hombre: si se le dejaba libre un minuto, con toda seguridad alguna mujer lo
raptaría. ¡Y, naturalmente , él no podía herir
sus sentimientos negándose!
Pues bien, ¿qué la enojaba? ¿Olvidaba
que le había dicho que aquellas dos semanas sola en el campo habían sido las más
felices en cuatro años? ¿Y cuánto tiempo
llevaban casados cuando lo dijo? ¡De acuerdo, calla! Si creía que aquello no había sido
un golpe bajo...
presión de que él intuía cuál era el momento
perfecto para dejarla en la estacada. Quería
que sacaran los colchones al sol, pero si se
disponían a hacerlo, al menos tendrían para
tres horas. Él debía de haberle oído decir por
la mañana que tenía la intención de airearlos. De modo que, por supuesto, se marchaba y le dejaba todo el trabajo. Dedujo que él
creía que el ejercicio le haría bien.
Bueno, él tan solo iba a buscar su café.
Una caminata de seis kilómetros por un
kilo de café era algo ridículo, pero él estaba perfectamente dispuesto a hacerlo. La
adicción la estaba destrozando, pero si ella
quería destruir su vida, no había nada que
él pudiera hacer al respecto. Si creía que era
el café lo que la estaba destrozando, ella le
felicitaba; debía de tener una conciencia
condenadamente tranquila.
Con la conciencia tranquila o no, él no
veía por qué los colchones no podían esperar hasta el día siguiente. Y de todos modos,
por el amor de Dios, ¿vivían en la casa o
iban a permitir que la casa los llevara a la
muerte? Ella palideció al oír eso y su rostro
se puso lívido en torno a la boca. Su actitud
parecía intimidatoria, y le recordó que el
cuidado de la casa no era más obligación de
uno que de otro; ella tenía otras cosas que
hacer y a ese ritmo, ¿cuándo creía que iba a
encontrar tiempo para hacerlas?
¿Iba a empezar de nuevo? Sabía tan
bien como él que su trabajo proporcionaba
ingresos regulares mientras que el de ella
era solo ocasional. Si dependieran de lo que
ella hacía... ¡y ya era hora de que lo comprendiera con toda claridad de una vez por
todas!
Definitivamente, ese no era el problema. La cuestión era si, cuando ambos
estuvieran trabajando a la vez, habría o no
división del trabajo doméstico. Ella simplemente quería saberlo, pues tenía que hacer
sus planes. Pues bien, él creía que todo estaba arreglado. Era un hecho que él iba a
111
Creación
Ella no había querido decir que estuviese contenta porque él se encontrara lejos.
Había querido decir que se había sentido
feliz poniendo la maldita casa bonita y en
condiciones para él. Eso era lo que había
querido decir ¡y ahora, mira! Sacando a
relucir algo que ella había dicho hacía un
año, únicamente para justificarse por haber
olvidado el café y roto los huevos y comprado un condenado trozo de cuerda que
no podían permitirse comprar. En realidad
pensó que ya era hora de abandonar el tema
y que solo quería dos cosas en el mundo.
Quería que él sacara esa cuerda de debajo
de sus pies y volviera al pueblo y consiguiera café y, si era capaz de recordarlo, trajera
un estropajo de aluminio para las sartenes y
dos barras más para cortinas y, si hubiese en
el pueblo, guantes de goma, pues tenía las
manos en carne viva, y una botella de leche
de magnesia de la farmacia.
Él contempló el atardecer azul oscuro
abrasador sobre las laderas de las colinas, se
enjugó la frente, suspiró profundamente y
dijo que, si ella fuese capaz de esperar tan
solo un minuto por alguna cosa, él volvería.
Había dicho eso, ¿no?, justo en el momento en que se dieron cuenta de que lo había
olvidado.
Oh, sí, de acuerdo... vete. Ella iba
a limpiar las ventanas. ¡El campo era tan
hermoso! Dudaba de que tuvieran un
momento para disfrutarlo. Él se refería a
marcharse, pero ni siquiera se atrevía a insinuarlo pues ella, una melancólica incurable,
no creería que volvería al cabo de unos días.
¿No recordaba nada agradable de los otros
veranos? ¿No se habían divertido siempre
de alguna manera? Ella no tenía tiempo
para hablar de eso, y ¿le haría el favor de no
dejar esa cuerda por ahí para que tropezara?
Él la cogió, pues se había deslizado de la
mesa, y salió con ella bajo el brazo.
¿Se marchaba justo entonces? Seguramente. Eso pensó ella. A veces tenía la im-
73
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112
ayudar. ¿No lo había hecho siempre, durante los veranos?
¿Lo había hecho? Oh, ¡lo había hecho! ¿Y cuándo y dónde y haciendo qué?
¡Dios, qué broma tan divertida!
Hasta tal punto era divertida la broma
que el rostro de ella se tornó ligeramente
púrpura y estalló en una carcajada. Rió tanto que tuvo que sentarse y al final un torrente de lágrimas brotó de sus ojos y rodó
hacia las alzadas comisuras de sus labios. Él
se precipitó hacia ella, la obligó a ponerse
en pie y trató de echarle agua en la cabeza.
El cucharón colgaba de un clavo por una
cuerda y al tirar él la rompió. Entonces trató de sacar agua con una mano mientras
luchaba con la otra. Así que dejó de intentarlo y, en su lugar, la sacudió.
Ella, haciendo un gran esfuerzo, se
soltó de sus manos, gritándole que cogiera su cuerda y se fuera al infierno. Sencillamente lo había abandonado; y corrió. Él
oyó sus zapatillas de tacón haciendo ruido
y tropezando en las escaleras.
Salió, rodeó la casa y se internó en el
sendero; de pronto se dio cuenta de que tenía una ampolla en el talón y de que sentía
arder la camisa. Las cosas estallan tan repentinamente que no se sabe cuándo han
comenzado. Se ponía hecha una furia por
nada. Era terrible, maldición, ni una pizca de sensatez. Cuando estaba así daba lo
mismo hablar con un colador que con esa
mujer. ¡Que le condenasen si tenía que pasar toda su vida dándole la razón! Y bien,
¿qué iba a hacer? Devolvería la cuerda y la
cambiaría por otra cosa. Las cosas se acumulaban, las cosas eran gigantescas y no se
podían mover, ni seleccionar, ni eliminar.
Están por ahí y se pudren. La devolvería.
Diablos, ¿por qué? Él la quería. Al fin y al
cabo, ¿qué era? Un trozo de cuerda. Imaginad a alguien que se preocupe más por
un trozo de cuerda que por los sentimientos
de un hombre. ¿Qué derecho tenía ella a
protestar por eso? Recordó todas las cosas
inútiles, sin sentido, que compraba para sí
misma. ¿Por qué? Porque quería, ¡por eso!
Se detuvo y eligió una piedra grande junto al camino. Cuando regresara, pondría la
cuerda detrás de ella en la caja de herramientas. Ya había oído hablar de la cuerdecita bastante para el resto de su vida.
Cuando regresó, ella estaba apoyada
en el buzón, a un lado del camino, esperando. Era bastante tarde; el olor a filete asado
le llegó, flotando en el aire fresco. La cara
de la mujer era joven, tersa y de buen color.
Su rebelde y gracioso cabello negro estaba
revuelto. Le saludó con un gesto desde lejos
y él se apresuró. Ella gritó que la cena estaba lista y esperando, ¿tenía hambre?
Ya lo creo que tenía hambre. Ahí estaba
el café. Lo alzó para que lo viese. Ella miró
su otra mano. ¿Qué era lo que tenía allí?
Bueno, era otra vez la cuerda. Él se detuvo de golpe. Tenía el propósito de cambiarla, pero había olvidado hacerlo. Ella
quiso saber por qué había de cambiarla, si
tanto deseaba tenerla. ¿No era ahora agradable el aire y bueno el estar allí?
Ella caminó junto a él sujetándose
con una mano en su cinturón de cuero. Tironeaba y le empujaba un poco al andar y
se apoyaba en su cuerpo. Él la rodeó con
su brazo libre y le dio una palmadita en el
estómago. Intercambiaron cautelosas sonrisas. ¡Café, café para los tortolitos! Él se
sintió como si le trajera un hermoso regalo.
Era un amor, creía la mujer con toda
firmeza, y de haber tenido su café por la
mañana no se hubiese comportado de
modo tan sorprendente... Había un chotacabras, imagínate, totalmente fuera de estación, que se posaba en el manzano silvestre
y llamaba solo a los demás. Tal vez su hembra lo hubiese abrumado. Tal vez. Tenía la
esperanza de oírlo una vez más, amaba los
chotacabras... Él sabía cómo era ella, ¿no?
Claro, él sabía cómo era ella.
Fotografía
Nereo López en Nueva York, 2006. foto de Oscar Frasser
Nereo López: los primeros pasos
de un maestro de la fotografía
eduardo márceles daconte
Escritor, curador de artes visuales y periodista cultural. Autor de Nereo López:
testigo de su tiempo (2002), Los recursos de la imaginación: artes visuales de la región
andina de Colombia (2011) y El umbral de fuego (2015).
A diferencia de muchos fotógrafos, Nereo
nació lejos de una cámara fotográfica, en
Cartagena de Indias, en el barrio San Diego, con más precisión, en la calle Segunda
de Badillo, el 1.º de septiembre de 1920.
No alcanzó a conocer a su papá, Vicente López, que murió cuando él tenía solo
seis años de edad. Como su mamá, Carmen
Meza Brum, descendiente de inmigrantes
alemanes, sufría de asma. Tuvo que irse a
vivir a Arenal, un pueblo cercano a Carta-
gena, que tenía un clima más seco y resultaba más conveniente para la deteriorada
salud de su madre. Cuando Nereo contaba once años, su madre también murió, de
modo que lo dejó a él y a sus dos hermanas,
Ana Araceli y Bertila (Betty) López Meza,
en la más completa orfandad.
Sus hermanas tuvieron la suerte de ser
criadas por sus madrinas. La madrina de
Nereo, sin embargo, consideró que era mejor que el varón entrara a un seminario y así
un niño, tenía doce años, y no alcanzaba a
levantar las pesadas láminas. Así que tuvo
que dejar ese trabajo e irse a vivir con su
tía Regina Meza y su hijo, pero allí tampoco pudo acomodarse. En su opinión, había
adquirido un complejo de orfandad que le
hacía rechazar cualquier regaño u observación como ofensivos.
Por aquella época, uno de sus tíos tenía
una flota de buses urbanos y Nereo encontró albergue en uno de esos buses. Dormía
sobre la banca de atrás hasta las cuatro de la
madrugada, cuando se presentaba el chofer
a trabajar. Mientras el bus hacía sus primeros viajes de mañana, Nereo permanecía
en una gasolinera, donde aprovechaba para
bañarse con la manguera de lavar automóviles. Más tarde, Garita, el chofer del bus,
y el cobrador (en la Cartagena de aquel
tiempo los buses llevaban uno a bordo), a
quien llamaban El Flaco, lo recogían para ir
a desayunar.
Río Amazonas, 1965
Puerto fluvial de Barrancabermeja, 1957
73
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se hizo. A pesar de su empeño, a los pocos
meses Nereo se dio cuenta de que la férrea
disciplina de un seminario no estaba hecha
para su temperamento y una noche sin luna
se escapó con un compañero. Se refugió
en una pequeña finca cercana a Cartagena,
pero fue descubierto y llevado de vuelta al
seminario, en donde el prefecto de disciplina, un sacerdote bonachón, consideró que
era un error mantener al joven encerrado
contra su voluntad.
Empezó, entonces, para Nereo, una
vida solitaria, rodando de sitio en sitio,
hasta que llegó a vivir con Constanza Gómez, una prima de su madre. Ella intentó
encarrilar al muchacho por el camino de
un trabajo que lo llevó a la Base Naval de
Cartagena a trabajar como pailero, es decir, la persona que se encarga de mover las
planchas metálicas para la construcción de
embarcaciones. Los capataces no tardaron
en darse cuenta de que Nereo era todavía
114
San Andrés Isla, 1959
ban con denunciarlos por creer que el oficial era el de contrabando.
Uno de esos días, Nereo conoció a
Miguel Arenas, que trabajaba en el Cine
Rialto, frente al Pasaje Leclerc, sobre la Calle Larga, donde se encontraba la cantina.
El funcionario de Cine Colombia no tardó en encariñarse con aquel desamparado
muchacho de la cantina. Pero, para tristeza
de Nereo, tiempo más tarde su amigo fue
trasladado a Barranquilla.
El cine
El portero del Cine Rialto siempre entraba
a echarse un trago en la cantina antes de
empezar a trabajar. Con el tiempo se hizo
amigo del muchacho y comenzó a dejarlo entrar gratis a ver las películas, muchas
veces en compañía de sus amigos, entre
quienes se encontraban Manuel Zapata
Olivella, Hernando Franco Bossa y Tole
Schuster. A esa pandilla de jóvenes tra-
115
Creación
Armado de paciencia, Nereo estudiaba en un parque mientras esperaba a que
abrieran el colegio. A la hora del almuerzo,
Garita y El Flaco volvían por él y luego Nereo regresaba al plantel hasta las cinco de
la tarde, cuando terminaba su jornada escolar. Entonces tenía que deambular por la
ciudad en un puesto asignado por el chofer
hasta las once de la noche, cuando guardaban el bus. Los domingos ocupaba el puesto de cobrador para ganarse unos pesos.
Así, andando el tiempo, Nereo aprendió a
conducir autobús.
Además de los buses, el tío tenía una
pequeña cantina. Y, durante las vacaciones
y los días de asueto, Nereo trabajaba allí y
hacía buen negocio rebajando el alcohol
puro a la categoría de ron y agregándole
semillas de anís y cáscaras de naranja, un
licor que se volvió el favorito de la clientela.
Tuvo tanto éxito que, cuando servían el ron
oficial, pues también había que consumirlo,
los clientes protestaban y hasta amenaza-
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Piropos callejeros, Bogotá, sin fecha
116
Corraleja (serie Rojo más Rojo), Sucre, 1967
Bogotá-Girardot (serie El Tren), 1958
De adolescente, la ambición de Nereo era ingresar de grumete, o aprendiz de
marinero, para hacer la carrera de oficial de
marina en la Base Naval de Cartagena. Pero
el destino le tenía reservada una sorpresa.
Los buses de su tío empezaron a hacer el
recorrido hasta Barranquilla, la metrópolis
del Caribe colombiano que parecía inalcanzable. En aquel tiempo, la carretera entre
las dos ciudades era una trocha por donde
se transitaba durante ocho horas.
Aprovechando esta coyuntura, Nereo
se comunicó con su viejo amigo Miguel
Arenas para solicitarle que le ayudara a encontrar un puesto en Cine Colombia. Pero
no era fácil para un joven de catorce o quince años conseguir un trabajo en la distribuidora de películas más importante del país.
De modo que, con verdadera pesadumbre,
Arenas tuvo que excusarse, ya que sentía un
real afecto por aquel muchacho huérfano.
Pero Nereo nunca se ha dejado intimidar por los obstáculos. Su obstinación
empezó a dar frutos el día que Arenas, qui-
Pero Nereo nunca se
ha dejado intimidar
por los obstáculos. Su
obstinación empezó
a dar frutos el día que
Arenas, quizás cansado
de su insistencia, le
ofreció el cargo de
portero del lujoso y
recién inaugurado Teatro
Murillo, en donde tenía
que ponerse un uniforme
de mariscal de campo.
117
Creación
viesos se le conocía con el nombre de Los
Mets, mucho tiempo antes de que existiera
en Nueva York un equipo de béisbol con el
mismo nombre.
Hijo de Jacobo Schuster, un inmigrante de Polonia, Tole, que en realidad
se llamaba Antonio, se comportaba como
el financista del grupo, entre otras cosas
porque siempre tenía dinero para invitar a
sus compañeros. También tenían el truco
de conservar el talón de las entradas para
colarse gratis el día que coincidiera el color.
Sin duda, hay un fuerte vínculo entre esa
temprana afición por el cine y la vocación
de Nereo por la fotografía.
De esa época recuerda películas como
la primera versión de Ben Hur, protagonizada por Ramón Novarro. También recuerda que el telón del teatro estaba en la mitad
de la sala, de modo que media audiencia
veía el derecho y la otra media, el revés del
filme, lo que resulta bien curioso si pensamos que en los primeros años de la década
de los treinta la mayoría de las películas que
llegaban a Cartagena eran mudas con títulos explicativos.
En ese momento Cartagena era una
ciudad pequeña. Así que, si bien Nereo vivía
en la calle San Juan de Getsemaní, se encontraba con sus amigos en las retretas del
Parque Centenario, donde flirteaban con las
chicas o se iban juntos al cine. Las diversiones de los muchachos eran muy sanas.
Después de la función, caminaban hasta
el Polo Norte, donde vendían los mejores
helados de la ciudad. Allí, recuerda Nereo,
Tole tuvo que venir en más de una ocasión
en auxilio de sus amigos, cuando observaba
que alguno, sin tener los recursos suficientes
para pagar la cuenta del consumo, trataba de
que le aceptaran como prenda por el saldo
su pluma Parker, una posesión valiosa en ese
tiempo, y así evitar la vergüenza frente a las
invitadas, ante quienes querían lucirse.
73
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zás cansado de su insistencia, le ofreció el
cargo de portero del lujoso y recién inaugurado Teatro Murillo, en donde tenía que
ponerse un uniforme de mariscal de campo.
Sin embargo, el talento y la simpatía de
Nereo fueron motivos suficientes para que,
al cabo de un mes, ascendiera al Departamento de Publicidad, en donde se preparaban las cuñas de los programas y se recibía y
distribuía el material de propaganda, como
fotografías y carteles, para divulgar los es-
118
Niña andina, sin fecha
trenos. Además, este departamento era el
responsable de velar por el buen estado de
las películas antes de su proyección.
Para Nereo, este trabajo no tenía un
horario definido. Su interés estaba completamente centrado en conocer los intríngulis
del negocio cinematográfico. A los nueve
meses de estar en Cine Colombia, se inauguró el Cine Rialto, una sala al aire libre
sobre la antigua calle Las Vacas, en Barranquilla. Nereo confiaba en que fuera nom-
Primer contacto
con la fotografía
Un día que Nereo se encontraba trajinando
con sus obligaciones administrativas, llegó su amigo Hernando Franco Bossa con
una cámara fotográfica y le pidió que se la
guardara mientras salía de viaje. Los ecos
huracanados de la Segunda Guerra Mundial llegaban al país y, por razones de seguridad, estaba prohibido viajar en avión con
un equipo fotográfico. De esta manera, tan
inesperada como premonitoria, Nereo tuvo
su primer contacto con una herramienta
que, andando el tiempo, sería su profesión.
Era una cámara alemana de fuelle
Agfa, y empezó a tomar fotos sin ningún
conocimiento. Por supuesto, esas primeras
tomas fueron un desastre. Se fue entonces a
visitar a su amigo Jimmy Scopell, dueño de
un almacén de artículos fotográficos en Barranquilla, que le recomendó que comprara
un manual de instrucción fotográfica Kodak para que empezara a ahondar en los secretos del oficio. Ese fue el verdadero inicio
del periplo que lo conduciría, en un futuro,
a ser uno de los fotógrafos más connotados
de Colombia.
A medida que estudiaba el manual,
Nereo se empezó a interesar más y más por
la fotografía y comenzaron a surgirle inquietudes. Entonces, intensificó sus visitas
a Scopell, que de manera generosa compartía sus conocimientos técnicos con el ansioso aprendiz. El capítulo final del manual
estaba dedicado a las fórmulas para revelar
rollos y Nereo encontró allí un problema
difícil de resolver. En esa ocasión, decidió
acudir a un pariente de su esposa, uno de
esos fotógrafos que iban de pueblo en pueblo tomando fotografías para cédulas, y este
se tomó el tiempo necesario para enseñarle
a revelar una película en el cuarto oscuro.
De manera rudimentaria, utilizando los platos de la cocina, pues durante la
guerra escaseaban los implementos para
cuarto oscuro, Nereo empezó a investigar
por su cuenta el proceso de revelar, aprovechando la noche en un lugar de su vivienda que acondicionó para ese fin. Siguiendo
las instrucciones del manual, construyó
una ampliadora de cartón con una cámara
de fuelle. También comenzó a coleccionar
libros sobre fotografía, los que compraba
cada vez que iba al almacén de Scopell o
donde los encontrara, hasta llegar a tener
una biblioteca especializada que hoy alcanza, según inventario reciente, cerca de 1800
volúmenes.
Mientras tanto, seguía ejerciendo su
labor de supernumerario en Cine Colombia, un trabajo en el que, en realidad, no
tenía horario. Se encargaba de todos los
oficios de la sala, desde seleccionar y proyectar la película, hasta la publicidad y el
sonido. Un día que un técnico verificaba la
resonancia de los parlantes en el teatro, Nereo se puso a escuchar y comentó la calidad
del sonido. Impresionado por su buen oído,
el técnico empezó a utilizarlo desde enton-
119
Creación
brado operador de casilla, o proyeccionista,
pero se sintió defraudado cuando nombraron a su cuñado, el esposo de su hermana
Ana Araceli. Venciendo su proverbial timidez, se atrevió a manifestar que él estaba
esperanzado en conseguir esa plaza. Arenas
respondió con una risotada: “No sea pendejo —le dijo—, usted va de administrador, va
a ser jefe de su cuñado”.
Así empezó a cimentar su reputación
de tener buen ojo para seleccionar películas
que garantizaban una excelente programación. En poco tiempo su fama lo llevó a ser
nombrado administrador supernumerario y
comenzó a ir de teatro en teatro para salvarlos de la quiebra. Se volvió entonces un
amuleto de la buena suerte para Cine Colombia en Barranquilla.
73
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Flautista en Carnaval de Barranquilla, sin fecha
120
ces como consejero para la calibración de
las cornetas en los cines de la ciudad.
Para esa época, ya Miguel Arenas había sido trasladado a la zona de Bogotá, la
más importante de la empresa, aunque la
sede oficial era Medellín. Cuando vino para
la inauguración del nuevo Teatro Colombia, una sala cerrada con grandes ventiladores en el centro de Barranquilla, Nereo
aprovechó para solicitarle un traslado a la
capital. Pero Arenas, siempre cauteloso, lo
instó a que permaneciera en Barranquilla hasta que apareciera una oportunidad.
No obstante, lo invitó a Bogotá a conocer
la sede principal. Nereo se hospedó en un
hotelito frente al recién inaugurado Teatro
Colombia, hoy Jorge Eliécer Gaitán, sobre
la carrera séptima, y, por primera vez, tuvo
la oportunidad de conversar con los dirigentes de la empresa.
Uno de esos días de 1947, ya de regreso, en Barranquilla, llegó de visita Jorge
Osorio Gil, abogado de la compañía. En
el curso de su primera conversación con
Nereo, Osorio le propuso ir como administrador general de la zona sur de Santander, con sede en Barrancabermeja, en
Vapor en el río Magdalena, Barrancabermeja, 1947
donde, a raíz de un arqueo de caja, se había
detectado un desfalco. Al incipiente fotógrafo esta plaza desconocida le pareció
un reto y la oportunidad de demostrar la
experiencia que había ganado en los cines
de Barranquilla. El nombramiento era de
urgencia, tenía que partir en dos días, pues
en la ciudad petrolera lo esperaban con
impaciencia.
Barrancabermeja
El Teatro Libertador de Barrancabermeja era amplio, tenía un segundo piso que
estaba dividido entre un palco abajo y un
apartamento trasero con oficina, en donde
se hospedaba y trabajaba el administrador.
En el momento de posesionarse Nereo, esta
sala, arrendada por Cine Colombia, estaba
totalmente desprestigiada entre la comunidad, debido a su mal sonido y a la pésima
calidad de sus proyecciones.
Nereo empezó a trabajar con tesón,
pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el cine
no prosperaba. Fue necesario insistir hasta
el cansancio para que por fin le encargaran
al hijo del dueño de la sala, con quien ya ha-
mejoras introducidas, la concurrencia aumentó hasta hacerse rentable. La gerencia
de Cine Colombia estaba contenta con el
giro que había tomado la sala. Mientras
tanto, Nereo siguió incrementando su afición por la fotografía. Y sus amigos de los
campamentos petroleros empezaron a pedirle que les revelara sus rollos de película,
cosa que hacía con gusto, ya que sentía un
verdadero amor por el oficio.
Para entonces también había mejorado su equipo fotográfico, con una cámara
Leica de 35 mm, una Rolleiflex y otra de
4×5. Llegó el momento en que empezó a
cobrar por el revelado, para pagar los costos
del material. Y, cuando se hizo muy grande
el pedido, decidió montar al lado del teatro
un almacén de artículos fotográficos, como
aquel de Jimmy Scopell en Barranquilla, en
donde había iniciado su aprendizaje.
Como fanático de la “pelota caliente”,
con el dinero que ganaba fundó un equipo
de béisbol, cuyo desempeño contribuyó a
popularizar el deporte en la capital petrolera. Si bien Barranca es una ciudad santandereana, la mayoría de sus habitantes son
inmigrantes del litoral Caribe que conservan la afición por este popular deporte, y en
esa época cada campamento petrolero tenía
su equipo. La revista La Antorcha saludó
esta empresa deportiva con la publicación
de una foto del joven administrador y de
uno de los integrantes del equipo, así como
con una nota:
El ambiente deportivo de Barranca se
tonificará con la fundación de un nuevo conjunto de béisbol. No sabemos qué
nombre llevará el equipo ya en plena organización, pero sí tenemos el placer de
estampar el nombre de nuestro amigo don
Nereo López como el del fundador y organizador de ese conjunto [...].
La Dirección de esta revista aprovecha
la ocasión para agradecer al señor Nereo
López la ayuda prestada a La Antorcha me-
121
Creación
bía entablado una amistad, que armara un
buen sistema de sonido. Cuando se estrenó
el nuevo equipo, con la película Mujer, basada en una canción de Agustín Lara, sonó
tan bien que Nereo se puso en contacto con
Discos Fuentes para que le enviaran cada
semana las grabaciones recientes y, en contraprestación, anunciaba en la pantalla: “La
música que escuchan es cortesía de Discos
Fuentes”. Con este primer paso, se empezó
a enderezar el destino del teatro, porque,
desde antes de la función, los espectadores
escuchaban la música rumbera que se tocaba en la sala y, después, se popularizaba en
el resto de la ciudad.
Si bien Nereo llegó solo a Barranca,
una vez instalado trajo a su esposa, la cartagenera Sarita Cordero Leal, con quien
tuvo dos hijos: Álvaro y Nereida. En poco
tiempo, el flamante administrador empezó
a moverse en los círculos sociales más influyentes de la ciudad. Se hizo socio fundador del Club Cardales, nombre derivado
de una ciénaga que forma el río Magdalena
detrás del puerto fluvial, a través del cual
contribuyó a hacer obras en beneficio de la
comunidad.
Sin embargo, a medida que crecía su
popularidad, también comenzó a deteriorarse su matrimonio. Nereo era una persona
carismática que atraía a amigos y admiradoras. Pero tal cosa no encajaba bien con su
esposa, que, ante el intenso horario que exigía su trabajo como administrador del cine,
así como ante las demandas de su afición a
la fotografía y las actividades deportivas y
sociales de un mujeriego insobornable, desarrolló unos celos furiosos. En esa época,
estaba en boga el mambo de Dámaso Pérez
Prado, y su esposa se quejaba, con razón, de
sus andanzas y calaveradas en las fiestas en
las que él, asiduo bailarín, era el centro de
un núcleo de celebrantes.
Bajo su administración, el Teatro Libertador empezó a ganar terreno. Con las
diante sus magníficas fotografías. Como ya
es de dominio general, Nereo es un magnífico reportero gráfico, cuyas instantáneas
han adornado en varias oportunidades esta
revista. (La Antorcha, 5 de septiembre de
1951)
73
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En efecto, entre las primeras fotografías que
Nereo publicó en Barrancabermeja se encontraban imágenes deportivas tanto en La
Antorcha, como en Barranca Deportiva y el
Diario Gráfico. El miércoles 31 de octubre
de 1951 se publicó una en particular que
muestra al orgulloso equipo “Nereo, Estudio
Fotográfico”, integrado por Santander Ortiz, José Foster, Guillermo Ennis, Hernando
Galvis, Tito Camargo, Solongel Rodríguez,
Arturo Palomino, José Camargo, Luis Téllez, Fortunato Machuca y José Tovar.
Un poco antes de esto, en la publicación Santanderes, cuyo lema era “Revista
de expresión santandereana al servicio de
Colombia”, había aparecido un perfil que
sintetizaba de manera contundente la incipiente trayectoria fotográfica de Nereo:
122
Desde hace tres largos años se encuentra
radicado en la ciudad de Barrancabermeja el ya prestigioso fotógrafo cartagenero
Nereo López, nuestro colaborador gráfico
en ese puerto. Nereo es un hombre joven,
sencillo, con una abrumadora personalidad de artista que lo distingue a primera
vista entre los de su profesión. Ha infundido a su personalidad el juvenil desasosiego
espiritual que lo mantiene en la búsqueda
permanente de motivos panorámicos y de
tipos étnicos y sociales para captar con su
máquina fotográfica.
Nereo es, antes que todo, un estudioso
de su profesión. De la etapa del retrato
propiamente dicho ha pasado al campo
intuitivo, pudiera decirse, de la fotografía,
campo que exige condiciones sensoriales e
intelectivas, recreación amorosa en el desentrañamiento de la expresión estética y
la verdad plástica de las figuras y paisajes.
(Santanderes, febrero-marzo de 1951)
Desde esta reseña inicial de su trabajo, se
advierten los intereses que dominarán para
siempre la vocación artística de Nereo. La
semblanza de aquella época es precisa en
detallar los temas que enfocaba el naciente
fotógrafo:
En esta función —que tiene para él un
alto significado deleitante— emplea la
mayor parte de su tiempo, ora en su estudio de la ciudad, o ya recorriendo las callejas del puerto, en contacto con los tipos
humanos de braceros o bogas, de marineros y trabajadores del petróleo. Otras veces, no importa la hora, con luz de sol o de
luna, se suma al laboreo de la pesca para
presenciar la faena en toda su intensidad
gráfica.
Así, y como resultado de su vocación,
exhibe Nereo un archivo completísimo
de fotografías que relievan en todos sus
rasgos visibles los principales aspectos
del puerto, desde el esfuerzo humano del
obrero que mantiene tensa la soga metálica del barco, pasando por las escenas
movibles de la pesquería, hasta la serena
presencia de los panoramas cambiantes
del río Magdalena, con sus muelles, sus
barcos y sus lanchas. Su obra comienza
a despertar interés entre los entendidos
y amigos de la fotografía moderna, de la
reseña gráfica periodística. (Santanderes,
febrero-marzo de 1951)
En su almacén de artículos fotográficos,
Nereo organizó también un pequeño estudio que en poco tiempo ganó una numerosa clientela. Si bien era todavía un fotógrafo
aficionado, sin instrucción precisa sobre
iluminación o las técnicas necesarias para
lograr un buen retrato, era un mago de la
intuición con un eficaz equipo. Y las mujeres, en especial, se emperifollaban y maquillaban en exceso para retratarse, aunque
después tuvieran dificultad para reconocerse en la fotografía.
Sin embargo, los celos de la competencia no tardaron en sembrar cizaña en
Creación
123
Cusco (serie El Tren), Perú, 1960
el normal desarrollo de sus actividades comerciales. Para evitar la inquina y desembarazarse del estrés que tal situación causaba,
decidió concentrar todos sus esfuerzos en
sus intereses fotográficos independientes, su equipo de béisbol y su trabajo
administrativo.
El ambiente político de la ciudad también conspiraba para inquietar a Nereo. Un
año después de llegar a Barrancabermeja, el
asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer
Gaitán, el 9 de abril de 1948, había caldeado los ánimos. Los conservadores armados
intimidaban, torturaban e incluso ejecutaban a quienes consideraran enemigos de
su doctrina. Eran los inicios de una época
funesta que llegaría ser conocida como La
Violencia, por el estado de degradación a
que llegó el conflicto.
En esa atmósfera de incertidumbre,
los oportunistas del momento empezaron
a asediarlo para exigirle entradas gratis
al teatro. Por supuesto, Nereo se negó de
manera obstinada hasta que empezaron a
llegar las amenazas. Recuerda que por las
noches circulaba una camioneta con altavoces que instigaba a los conservadores a
“castigar” liberales. Y, a medida que crecía la
inseguridad, algunas personas comenzaron
a preguntarle por su filiación política.
Como siempre, Nereo trató de mantenerse al margen de la política, pero su posición suscitó todo tipo de sospechas. Una
madrugada llegaron personas a rastrillar las
rejas del teatro con los revólveres, gritando que necesitaban que fuera a tomar una
fotografía “a las buenas o a las malas”. A
pesar de sus protestas, Nereo no tuvo otra
alternativa que vestirse y dejarse llevar en
un jeep hasta el Hotel Pipatón, en donde
tuvo que fotografiar un retrato de Laureano
Gómez con un grupo de conservadores que
se entretenían con sus pistolas en medio de
una aterradora borrachera.
Finalmente, Nereo tuvo la suerte de
que militarizaran la zona y de que el comandante del Ejército, que oficiaba de
policía, fuera un fanático de la fotografía y
católico de misa diaria. El coronel Acosta
visitaba su almacén para revelar sus rollos,
hacía preguntas o solicitaba consejos sobre
fotografía.
Aprovechando la amistad que entablaron, un día Nereo le expuso la situación
de desamparo en que se encontraba por las
amenazas recurrentes. “Usted sabe, coronel
—le dijo en tono confidencial—, si dejo
pasar a todo el mundo, se me llena el teatro y sin recursos económicos termino en la
calle”. El militar se manifestó sorprendido
con esta revelación, pero con decisión solidaria se propuso hallar a los responsables y
puso coto a la zozobra por la que atravesaba
su amigo fotógrafo.
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julio-diciembre 2015
La fotografía como
actividad profesional
124
Fue en esta coyuntura cuando Nereo empezó a pensar en profesionalizar su afición
y se matriculó en un curso de especialización de fotografía por correspondencia en
una escuela de Nueva York. Por esa época,
un día desembarcó en el puerto el escritor
Manuel Zapata Olivella, que iba para Barranquilla en uno de esos hermosos barcos
fluviales que surcaban el río Magdalena.
Nereo estaba en el muelle cuando vio
desembarcar a su viejo compañero de infancia. El encuentro de estos dos amigos,
que no se habían visto en largos años, fue
de intensa emoción para ambos. Después
de los saludos y los recuerdos, Nereo invitó a Zapata Olivella a visitar el teatro que
administraba.
Una vez allí, el escritor quedó impresionado con el trabajo que Nereo había
hecho en el teatro, pero se impresionó aún
más cuando lo llevó al segundo piso. Lo
primero que vio fue una fotografía del Salto
de Tequendama. “¿De quién es esta toma?”,
preguntó Zapata. “Es mía —respondió Nereo—. Es más, mira todas estas fotos que
tengo aquí”.
Asombrado al ver las fotografías, que
revelaban una sensibilidad especial, Zapata Olivella exclamó: “Nereo, ¡tú tienes
aquí una mina!”. Zapata insistió en llevarse una selección para escribir un reportaje
sobre el encuentro con su viejo amigo de
infancia. Lo que hizo fue llevarlas donde
Gabriel Trillas, un español exilado de la
guerra civil de su país que se desempeñaba
como jefe de redacción de la revista Cromos en Bogotá.
“Cargado con aquel tesoro —recuerda Zapata— deslumbré al español Trillas
en Cromos, que dio al traste con la anónima pasión del administrador de una sala
de cine ribereña. ‘¿Este tipo quién es?’,
me preguntó. ‘Dile que siga colaborando
con nosotros’”. Zapata Olivella también le
mostró las fotos a José el Mono Salgar en El
Espectador. Y solo fue cuestión de tiempo
para que entre todos conspiraran para que
Nereo mostrara sus imágenes.
La primera fotografía que apareció
en el diario capitalino fue publicada el 22
de enero de 1952. Y el 27 de enero se lee:
“Foto enviada desde Barranca”. La revista
Cromos incluyó su primera imagen el 22 de
noviembre de 1952. Y el 13 de diciembre
el editor expresó: “Fotos tomadas por Nereo, el extraordinario fotógrafo de la costa”.
El 24 de mayo de 1953, el Magazín Dominical, de El Espectador, dedicó la portada a
una de sus fotografías, titulada Sancocho. Y
una semana antes, el 16 de mayo, Cromos
ilustró su portada con una bella imagen del
legendario vapor David Arango, que tiempo
después sucumbiría bajo las llamas de un
criminal incendio.
Muestra de transfografías (fotografía experimental)
Marta Traba, 1964
Escalera al cielo, sin fecha
126
Cuando regresó a Barranquilla, en
1952, Nereo fue nombrado corresponsal de
El Espectador, cuyos jefes de redacción y de
fotografía, el Mono Salgar y Alberto Garrido, respectivamente, ya conocían el trabajo
que había adelantado durante su permanencia en Barranca.
Como fotógrafo independiente, trabajó en todo tipo de proyectos. Uno de los
más rentables era el de los álbumes de boda,
que incluían una secuencia de fotografías
que narraban la boda y una portada bordada con cordones de seda. Esto se volvió
tan famoso que matrimonio que se respetara tenía que incluir en su presupuesto el
álbum fotográfico de Nereo; un nombre
que, en la Barranquilla de los años cincuenta, estaba asociado a un trabajo de calidad
artística y que permitía, además, entretener
San Pedro Pescador, Canal del Dique, Atlántico, sin fecha
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Ese era el estímulo que Nereo necesitaba para lanzarse de lleno a la fotografía. Renunció a su trabajo como administrador del
teatro en Barrancabermeja y, con el dinero de
la cesantía y las prestaciones sociales, se fue a
Nueva York a presentar su tesis de grado en
la especialización de fotografía de niños.
En Nueva York, divorciado ya de su
primera esposa, el tiempo le alcanzó para
conocer a Ester, una bella dama con quien
se casó para formalizar una fugaz alianza
que se había iniciado a raíz del interés que
suscitaba en la “gringa” el exotismo de esa
Colombia, con su selva, sus montañas, sus
playas y caudalosos ríos, aderezada, además, con las maravillosas historias que
Nereo le contaba a la luz de una chimenea en Manhattan, en medio de un nevado
invierno.
gráfico de la entrega del Premio Nobel de
Literatura a Gabriel García Márquez en
Estocolmo (1982); su paso como corresponsal gráfico de la famosa revista brasileña O’Cruzeiro, en donde se publicaron
destacados reportajes gráficos; los numerosos premios nacionales e internacionales
que acreditan la calidad de su trabajo fotográfico; hasta la última etapa de su vida
en Nueva York (2000 a 2015), en donde
incursionó en la fotografía digital con estimulantes propuestas gráficas, sin olvidar su
prodigiosa creatividad consignada en una
veintena de libros que dejó publicados o inéditos para futuras ediciones.
Nereo López y Eduardo Marceles en el estudio del fotógrafo en New York, 2012
127
Creación
la ilusión de que las fotos fueran publicadas
en El Espectador.
A partir de esta etapa de su vida como
fotógrafo, su fama empezó a crecer de manera ininterrumpida, pasando por su integración al Grupo de Barranquilla y sus
fotos de La Cueva; su participación como
protagonista y director de fotografía de La
langosta azul, que ha pasado a la historia
como la primera película con un argumento
surrealista que se haya realizado en Colombia y América Latina (1954); su cobertura especial de la visita del Papa Paulo VI
a Bogotá, a clausurar el Congreso Eucarístico Internacional de 1968; el cubrimiento
Crónica
Carne frita con arroz y
tajadas (o la última comida
de un condenado a muerte)
andrea salgado
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Mención por calidad del testimonio autobiográfico, Premio Nacional de
Crónica Ciudad de Bogotá 2010.
128
Nací cuando mis hermanos ya eran adultos,
de tal manera que me convertí en la niña
consentida de la casa y era tal el apego de
mi madre hacia mí, que fui yo misma quien
tuve que suplicarle a los cinco años que ya
era hora de que me enviara a la escuela.
Partí llevando una lonchera de metal
de Fresita: yogur y un sánduche de jamón,
queso y mermelada, hecho en una de esas
sanducheras de hierro que se ponen directamente sobre el fuego. Fue un día extraño.
Casi todos los niños de primero de primaria
tenían siete años, así que me sacaban una cabeza en estatura. Yo era un parche pequeñito
y de otro material, y todo por culpa de mi
madre. Semanas atrás, cuando me alistaba
para iniciar mi vida académica, fui con ella
a comprar el uniforme. Al llegar al almacén,
se escandalizó por la pobre calidad de la tela
y la confección, así que compró una del mismo azul pero mucho más fina y le pidió a su
prima, la costurera más prestigiosa de Sevilla, Valle, que lo hiciera a mi medida.
Por si fuera poco, en vez de los zapatos
marca Grulla tenía yo las últimas zapatillas Reebok negras, enviadas desde Nueva
York por mi tía. “Es un desperdicio, mija,
comprar un par de zapatos negros adicionales, además mire qué toscos se ven esos
zapatos, le salen ampollas, mejor póngase
los que mandó Nidia”, había dicho mamá.
La mía era una escuela pública, y mientras todos se veían normales con su uniformes
y sus zapatos marca Grulla, ahí estaba yo, el
bicho raro con jardinera de prenses perfectos,
dos trenzas largas y negras coronadas con cintas azules y mis zapatos de Volver al futuro.
Me senté en la primera fila para no
sentir la mirada de nadie y al descanso salí al
patio sola con mi lonchera. Rosario, una niña
con el pelo corto como un niño, salió detrás
de mí y sin decir nada se sentó conmigo en
el patio. Las dos sacamos los contenidos de
nuestras loncheras. Ella traía arroz, carne
frita y aguapanela, y yo con mi sanduchito y
ese yogur tan fuera de lugar como yo misma.
Con el paso del tiempo nos volvimos
amigas e intercambiábamos la comida.
Moría por la lonchera de Rosario.
Hace un par de años, en una de mis
visitas al pueblo, paramos con unos amigos
en un puesto de arepas.
“¿Andrea?”, me dijo una señora acuerpada y de pelo corto como un hombre. “Soy
yo, Rosario, ¿se acuerda de mí?”.
“Hola, cómo está, ¿este es su negocio?,
tanto tiempo, claro, claro que me acuerdo”.
Contesté una sarta de estupideces, roja hasta el pelo. Ahí estaba Rosario de nuevo con
el uniforme de verdad y yo pequeñita, con
mis telas finas y mis tenis extranjeros.
Si estuviera condenada a muerte pediría de última comida una carne frita encebollada con arroz blanco, tajadas maduras,
tomate pintón en rodajas, una arepa blanca
y un vaso de aguapanela fría con limón.
andrea salgado
A los dieciséis, después de terminar el colegio, me fui a vivir a Nueva York. Me había
graduado muy joven y mis papás, atemorizados por los atentados del narcotráfico
que ocurrían en las principales ciudades de
Colombia, decidieron que era mejor que
viajara un par de años y aprendiera inglés
antes de comenzar la universidad.
Tan pronto llegué a La Guardia Community College, ñoña que siempre he sido,
hice un pacto conmigo misma: no establecería amistad con ningún hispanohablante
que me impidiera aprender inglés. Así que
me hice amiga de una japonesa de veintisiete años que, junto con su esposa, me
convirtió en su Tamagotchi. Sonomi tenía
una vida que a mí, bajada con espejo desde
las profundidades de los Andes colombianos, me parecía de ficción: Sonomi era una
make-up artist (maquillista profesional) y su
vida transcurría en el círculo de la moda de
Nueva York. Me arrastraba a los estudios, al
backstage de los desfiles, conocía modelos,
fotógrafos, músicos, actrices y una fauna diversa y multicultural.
Nos movilizábamos, ella en patineta y
yo en mi patines en línea; rastreábamos tendencias; me cortaba el pelo, me hacía pruebas de maquillaje y, en general, efectuó en
mí un cambio de look desde el alma. Todo
lo que la rodeaba era estéticamente perfecto y equilibrado. Los fines de semana me
quedaba en su casa en Lexington Avenue,
y con su esposo, Obi, productor en aquel
entonces de hip hop, me llevaban a comer a
alguno de los restaurantes que aparecían en
las guías. El asunto consistía en rastrear lo
más étnico, lo más regional, lugares secretos
y pequeños, escondidos entre los rascacielos
de Manhattan.
En Nueva York, y gracias a Sonomi y
su marido, comí comida hindú, jamaiquina,
vietnamita, koreana, szechuan, griega, japonesa, mexicana, hawaiana y otras que ni
recuerdo. Y gracias a Sonomi descubrí que
la comida no era solo olores y sabores, sino
un despliegue visual y táctil, un arte de lo
efímero, pero de todas maneras una experiencia intensa que debía ser vivida en toda
su elegancia y armonía.
En su cocina, cuando no nos encontrábamos con ánimo de salir, ensayábamos
diferentes recetas. Yo le enseñé a hacer sudados, fríjoles, lentejas y arepas de la Areparina.
El sudado lo preparábamos con papas criollas que conseguía congeladas en una tienda
colombiana en Jackson Heights y la carne
la cortábamos en pequeños bastones. Todo
debía poder ser comido con palitos chinos.
Por su parte, Sonomi me enseñó a
preparar algunas cosas, pero sobre a todo a
comer curries japoneses o coreanos explosivamente picantes. Yo lloraba, reía de que
se me escurrieran las lágrimas, y me metía
otra cucharada de curry con arroz. Nunca
me ha gustado dejarme vencer por la comida. Practico los sabores como un deporte extremo, siempre dándoles una segunda
oportunidad, hasta que afino los músculos y
puedo disfrutarlos a plenitud.
La última vez que vi a Sonomi fue en
el 2008. La visité en su casa en South Old,
un suburbio en Long Island, al costado
opuesto de los Hamptons, donde vive una
comunidad comprometida con los alimentos orgánicos y la sostenibilidad.
129
Creación
Onigiris (bolas de arroz
para la autoestima)
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En las calles no se ve ni un solo almacén, ni un solo restaurante de cadena.
Cuando fue madre, Sonomi, siguiendo la
tradición japonesa, abandonó su profesión
para dedicarse totalmente a la crianza de su
hijo. Fue extraño verla, sin su patineta, sin
su marido hip-hopero, que ahora se dedicaba a producir música para filmes japoneses
y ya no sonreía, ya nada parecía divertirlo.
Me quedé con ella tres días. El primero fuimos hasta Manhattan a un restaurante etíope (la tendencia de aquel entonces en
Nueva York). Sobre una injera, una especie
de pancake de textura elástica, ponen diferentes guisos que uno come con la mano.
Muy básico, casi como nuestros sudados
colombianos pero con más especias.
El segundo día cocinó para mí, una
mesa impecable, dolía de lo hermosa, todo
en su sitio, cuencos y más cuencos formando una sinfonía. El plato central era tempura de mariscos, pero también había un poco
de sopa de miso con tofu fresco, arroz blanco; pequeños cuencos de porcelana con rábano blanco rallado y jengibre en conserva,
y como era por los días de la Navidad, unos
pequeños pescados ahumados y dulces con
textura de caramelo que los japoneses envían como regalo en las festividades.
Los mariscos los habíamos comprado
al atardecer, directamente en la pescadería
del puerto. Los pescadores todavía estaban
bajando la carga cuando parqueamos el
carro.
En la comida, tan pronto Obi mordió
el primer langostino, declaró que la masa
no estaba perfecta, que la tonta de Sonomi
había arruinado el baño de María invertido,
que debía haber quedado más esponjoso y
firme, y que no se iba a comer semejante
porquería. Todo eso dijo, o por lo menos eso
fue lo que Sonomi me tradujo después de
que él se encerrara a trabajar en su estudio.
Sonomi, Kai (el hijo) y yo terminamos
de comer en silencio.
El tercer día, al desayuno, antes de que
me llevara a la estación del tren, Sonomi
preparó bolas de arroz para la lonchera del
pequeño Kai. La colita del langostino asomaba por uno de los costados, un pedazo
de alga tostada en teriyaki la envolvía para
que uno la cogiera sin ensuciarse las manos.
Kai entró en la cocina justo cuando
Sonomi empacaba las bolas de arroz en la
lonchera y dio un gritico de felicidad tipo
anime; le salieron emoticones de la emoción. Sonomi sonrió al ver al niño y espantó
de su cara el rastro de la tristeza por el episodio con el marido la noche anterior.
Empacó dos bolas para mi viaje de regreso a Nueva York.
Me fui de la casa de Sonomi algo triste, pensando en cómo nos cambia el tiempo.
Años más tarde, en Austin, Texas, me
descubrí preparando hermosas bolas de
arroz rellenas de langostinos para llevar al
trabajo de mierda que tenía como editora en
Pearson Education, una especie de fábrica
del conocimiento, inhumana y absurda. Me
reconfortaba al almuerzo, mientras todos
comían su comida de microondas, el sabor
limpio del arroz y los langostinos crudos,
el dulce-salado-crocante del alga tostada en
teriyaki, el equilibrio de la forma, lo mucho
que yo me quería a mí misma para proporcionarme semejante banquete solitario. Me
imaginaba como una sailor moon, flotando
entre los condenados del sistema, brillante,
bella, invencible, dándole un mordisco a la
perfección de arroz.
Nelson Romero Guzmán
y la forma suprema
de edificar el arte
julio césar rodríguez
Esta entrevista que compartimos con ustedes es una muestra de esos encuentros
poéticos que, desde el más allá, se tejen con
los hilos del más acá. En este, a la vez que
compartimos “con los ojos del iluminado”
la poesía y el pensamiento del poeta Nelson
Romero Guzmán, aprovechamos para dar
inicio a esta primera jornada del homenaje
a Carlos Obregón, en sus cincuenta años
bajo la sombra de los olmos.
¿Qué es para usted la poesía?
No hay una definición concreta alrededor
de la poesía justamente porque hay muchas formas de expresar la poesía a través
del lenguaje. Y no solo del lenguaje, de su
expresión lingüística, sino de diferentes tipos de lenguaje: plástico, sonoro… Y, por lo
demás, existen diferentes maneras de experimentar con el lenguaje, de tal suerte que
la definición se escapa al concepto. Pero podría decir que lo que exige la poesía es una
creación, una revelación del mundo a través
del lenguaje.
El pequeño Larousse informa en sentido
figurado: escarabajear es escribir haciendo
escarabajos. Yo escribo escarabajos, y, cuando también me canso de redondear mi excremento, me escarabajo, sueño. (Tinta de
escarabajo)
La poesía es ver el mundo de otra manera. Es ver lo no visto, es ver aquello que el
mundo oculta, pero siempre trasgrediendo
justamente las normas que sostienen a ese
mundo. En esto consiste la creación: en la
transgresión, en el divertimento, en el juego.
Un gato en mi escritura no me deja
/escribir. Le lanzo tres versos
para espantarlo, pero él los desescribe en
/perfectos arañazos.
Es más que una escritura negra, llena de
/ pelos, con los ojos
del iluminado. Cuando en la casa huele a
/infierno, es porque
el gato ya empieza a escribir. Lo sé
/cuando se ovilla con las palabras
que no permitirá que nadie escriba
/porque pertenecen al mundo
de sus propios misterios. Sabe, más que
/los críticos, que la escritura
es un robo despiadado… (Centinela)
¿Cómo fue su nacimiento como poeta?
Comencé a asombrarme por la palabra, por
la poesía, cuando estudiaba en el colegio, en
mi pueblo natal, Ataco, Tolima. Me escapaba de las clases de química, de física, para
meterme en la biblioteca a leer poesía, a leer
literatura. Y, por eso, aún no tengo la conciencia de ser bachiller de verdad. Me pasé
la vida en el ocio de la lectura y también de
la escritura.
Lo que era el orden dentro de la Escuela
/lo transformé
en un antro donde el negro alucina la luz
/sobre las espaldas
laceradas de los condenados. Pero en la
/Escuela todos son santos
y en sus espaldas la luz no duele, surge
/indemne en forma de espíritu.
[…]
131
Creación
Entrevista
En mi íntimo ser batalla otro ser. He
/matado la Escuela
y de su sangre me valgo para pintar esta
/otra cosa
que es un manicomio.
[…]
En mi íntimo ser batalla otro ser de
/negros apetitos. (Carta devuelta)
¿Cómo empezó a tener conciencia sobre la
poesía?
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Creo que he tenido conciencia de la poesía
como el arte de la dificultad. Es muy difícil
escribir poesía. Sin embargo, vivimos en un
país donde todo mundo dice ser poeta. Pero
es muy difícil hablar de grandes poetas, que
lo son, como Vallejo, como Neruda, en sus
buenos momentos. Como los grandes poetas
de la Generación del 27. Como Vicente Huidobro y tantos poetas que en realidad lo son.
Y creo que ese ha sido mi mayor asombro.
132
Pintar la locura de los girasoles
/y hacer que iluminen la oscuridad del
hombre.
Esa es la Grandeza.
Lo demás se subasta fácil como las telas
/de holán.
Pero nada más cercano a la gloria
que un girasol que está muerto
y nos alumbra. (Para un homenaje)
Cuando se escapaba a leer poesía, ¿cuáles
fueron esos primeros poetas que descubrió?
Tuve una malformación, pero en el fondo fue una formación. ¿Por qué digo una
malformación? Porque en ese tiempo leí
únicamente los poetas que aparecían en los
manuales de literatura de los colegios. Recuerdo que el autor era Lucila González de
Chávez. Y lo que se publicaba allí era esa
poesía tradicional, todavía muy conservadora, muy clasicista, muy romántica, muy
enaltecedora del Yo íntimo.
Después fui irrumpiendo en otras
lecturas que le aportaban más a lo que era
realmente la poesía y el arte… A mí Baudelaire me transformó, Rimbaud me transformó… Y, en español, Vallejo fue para mí un
poeta esencial y Vicente Huidobro, principalmente. También la primera vanguardia.
I. ¿La simetría de Dios en la piel del tigre
fue otro de tus grabados, terrible Blake?
XIV. Dios pela una cebolla, el Diablo
pela una cebolla, ¿quién llegará primero al
corazón?
XVI. Abro el libro, pero el tigre ya se ha
ido. Sigo sus huellas. (Blake)
¿Qué les debe a estas lecturas?
En este proceso de lectura y de escritura, lo
que uno hace es corregirse en cierta forma y
enriquecerse a través de los autores que uno
lee. El concepto de poesía va cambiando a
través del tiempo, a través de esa experiencia de lectura y a través del ensayo, principalmente. El poeta tiene que leer ensayos
acerca de la poesía. Tiene que leer filosofía,
pienso yo. Tiene que leer arte.
El poeta tiene que tener una sensibilidad para esas otras formas de expresión, pues
esta justamente ha sido la enseñanza de la
poesía moderna. Baudelaire, Rimbaud, Shelley, los poetas románticos, Hölderlin fueron
poetas que escribieron poesía, crearon mundos, pero también reflexionaron acerca del
acto de escribir, reflexionaron acerca de la
palabra. Creación y reflexión son dos actos
que no pueden separarse —y la crítica—.
Cuando Hölderlin escribe poemas en su
/cabaña,
el viento se le lleva el techo.
Es cuando mira la hoja vacía en que
/escribe
y dice “¿para qué?”
El poeta escribe su poema último con la
/pluma partida.
Luego, en el punto más alto de su locura,
Pero creo que lo que más me asombra de
la poesía no es solo su belleza a través de
la imagen, sino que esa imagen esté llena y
sea capaz de resignificar el mundo, que sea
capaz de reinterpretarlo, que sea capaz de
verlo de otra forma. Y no solo de verlo desde un Yo íntimo, personal, sino desde ese
Yo otro. Ese Yo que somos Todos.
Tengo las manos teñidas de rojo, luego
/de pintar mi autorretrato.
Me pinté en el infierno. En ningún otro
/lugar están todos los óleos.
Sólo en la tempestad de esos colores
/pude dibujarme. A mi lado,
la cena abandonada, y el rojo entre mis
/manos. Siento miedo
al saberme el autor de mí mismo. (El
relato del Conde Harry Kessler)
En su obra hay un diálogo con la pintura, ¿por qué no nos habla de la relación
poesía-pintura a propósito de la relación
poesía-poema?
En la poesía colombiana hay una tendencia temática a expresar la poesía a través del
lenguaje plástico, a través de la pintura. Yo
me aventuré a expresar la pintura a través
de la poesía por medio de esos pintores que
son canónicos, pero que, a su vez, son marginales, como Van Gogh o como Goya. Y
estos pintores lo que han hecho es ver el
mundo a través de la marginalidad, a través
de la escisión, a través de la locura. Incluso
a través de la enfermedad.
Sólo como pan y cerveza. El hambre es
/de pinceles, de telas…
Miro los soles concluir en estas tardes
/verdes que me aguardan
una esperanza, y algo se crispa en el
/espíritu insaciable. El alba
me acoge con brazos blancos y creo
/comer de las patatas que pinto.
El hambre es de colores. Envíame un
/poco de dinero para ganar
los días que vienen. Voy a terminar los
/bordes de un cielo
por el que quiero escapar. (Carta)
Y es así como estos grandes pintores, que
tienen una postura negativa frente a lo estético, son grandes pintores y, a su vez, grandes poetas, porque no necesariamente los
creadores tienen que ser poetas en pintura o
poetas en poesía. Y ellos me enseñaron eso…
Entonces escogí a esos poetas pintores, que
realmente tienen un mundo, un drama interior, porque la poesía es eso también: un
drama interior (“En mi íntimo ser batalla
otro ser de negros apetitos”); pero no para
retratarlos, no tanto para ubicarme de una
manera contemplativa con el lenguaje a través del poema, sino como una manera de reencarnarlos por medio de la palabra.
Me aterro
cuando salen corriendo
de esta casa todos los personajes
y me dejan solo.
Entonces tomo el pincel y regreso a mi
/ocupación:
volverme a hacer. (Autorretrato)
De ahí surgió un momento que tuve con mi
poesía, porque creo que he ido cambiando
de formas con la poesía.
Leyendo sus poemas sobre Van Gogh,
Goya, pareciera que el poeta que escribe
entrara en los cuadros que pinta y se sentara en la silla, por ejemplo. ¿Cómo hace
usted para habitar ese mundo pictórico?
Aprendí de la poesía moderna, y de Baudelaire principalmente, que “mi grandeza
existe en no tener corazón”. Baudelaire separó el yo biográfico del yo estético. Por eso,
133
Creación
/la devuelve a sus dioses,
sin darles las gracias, con un “¿para
/qué?”.
Y con el fuego guardado para tiempos
/de escasez
quema la cabaña. (En tiempos de miseria
Hölderlin prende fuego a su cabaña)
cuando escribo, me ubico en ese “Yo soy
Otro”, en la posibilidad de ser “El Otro”. Y,
en este caso, en ser el pintor.
Digo una palabra
y su sombra proyecta una escalera.
Por ella subo
a las altas basílicas de la luz,
apuntillo el cielo
y cuelgo los girasoles de Van Gogh
para que la eternidad
sea un lienzo
purísimo. (Instalación al aire libre)
En el desdoblamiento de ese yo, el poema
va surgiendo… Pero yo nunca digo: “Voy
a escribir un poema que va a empezar así
y que va a terminar asá”. Tengo un gran
mural, el esquema. Sé sobre lo que voy a
escribir, voy poniendo la primera frase y el
poema se va dando. Y en muchos de estos
casos está ese Van Gogh íntimo de las cartas a su hermano Théo. Y es allí, en estos
textos, donde lo estoy viendo dentro del
cuadro. Es decir, es meterse por medio del
lenguaje dentro del mundo de su obra.
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¿Quién no hubiera querido ser la mano
/de Van Gogh?
134
Estos poemas quisieran, por lo menos,
/revelar al lector
secretos de su oreja mutilada. Por ahora,
/sueño que estoy
sentado sobre la silla que dibujó y que él
/viene; viene
bajo el cielo de Arles, se me acerca y
/desenrolla un lienzo
transparente a través del cual puedo
/mirar a unas campesinas
barriendo en los patios de su infancia.
/Más allá, sembradores
de patatas y los cuervos sobrevolando
/trigales por cielos
de eternidad. Pero, cuando voy a entrar a
/una casa que me ha dibujado,
despierto asomándome por ventanas
/solares.
Antes, el pintor me ha pedido que
/le lleve a Théo una carta. (Para una
iniciación)
En poesía existe el poeta que reflexiona sobre su obra, ¿usted tiene alguna arte poética?
Creo que una de las grandes tendencias de
la poesía moderna es ubicarse dentro de la
poesía misma. Es decir, la poesía que reflexiona sobre la poesía a través de la poesía.
Entonces esto no es algo que solo yo hago.
Es una tendencia moderna y contemporánea del poeta. Estos poemas que leí, Tinta
de escarabajo y Centinela, son el símbolo del
poeta y son justamente como una arte poética. En mi libro Grafías del Insecto, creo que
es donde mejor está simbolizada esta arte.
Poseo el oficio exquisito del insecto en
/mi mano:
hacer redonda, aunque por un instante,
/la dicha
invisible de una materia inútil. (Tinta de
escarabajo)
¿Por qué la cercanía de su obra con la locura?
Creo que la marginalidad y el absurdo son
una forma suprema de edificar el arte. Pero
no hablo de una locura como una enfermedad mental, sino como una desorganización, incluso consciente, del yo que es
capaz de fragmentar la realidad a través
del lenguaje. No hablo de esa locura de la
estulticia, sino de esa locura de la ingeniosidad para crear y, casi siempre, desde allí,
desde esa negatividad, mirar al mundo y
enriquecerlo.
La ciega Narcisa enloqueció y dijo:
/“estoy en el paraíso”.
Ese lugar no existía hasta que la
/alucinada lo pronunció
y alguien tomó papel y pluma para
/escribir su viaje,
y para meternos en este embrollo.
De todos los grabados expuestos en la
/galería, el rey ha terminado
enamorándose de La enfermedad de la
/razón. Esa escena de moribundos
—según lo ha dicho— parece expresar la
/maravilla de quien perdió
en la tierra todo consuelo. (Carta de un
crítico inédito a Goya)
Háblenos del ensayo, ¿cómo es ese trabajo
suyo, el de un poeta que reflexiona sobre la
poesía de otro, en este caso específico, sobre Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Ramón
Cote Lamus y Carlos Obregón?
He venido haciendo reseñas sobre libros.
Publiqué durante muchos años, en las páginas culturales del periódico Nuevo Día,
notas sobre poesía, sobre grandes poetas
y sobre poetas colombianos de diferentes
épocas. Pero últimamente he hecho ensayos, principalmente de la poesía colombiana a partir de Carlos Obregón, un poeta
que se está empezando a reconocer y que
fue muy difundido en España1.
El silencio gira en torno de la espiga.
La espiga asciende, palpa, escucha.
Y, en el filo del exilio,
la noche florece fervorosamente.
Y estas reflexiones me han servido mucho
para conocer un poco más la poesía colombiana y para atar ciertos cabos acerca de lo
que pienso sobre la poesía misma y sobre el
mundo construido en particular por Carlos
1
A partir de acá, y hasta el final de la entrevista, todos los poemas que se citan hacen parte de la obra
poética de Carlos Obregón.
Obregón y por la poesía colombiana; que,
eso pienso, empezó a ser grande a partir
de la revista Mito, en la cual estuvo Carlos
Obregón creando, justamente, esos espacios
imaginarios, a pesar de ser espacios vívidos,
afectivos: una de las grandes rupturas de la
poesía colombiana con la tradición.
A veces,
al caer la noche,
temo entrar con mi cuerpo
en tu vasto silencio.
Y, sin embargo,
entre los cirios
hay algo que ya es mío.
Tu misterio está en todo.
Estás solo y te amas.
Y, sobre Carlos Obregón específicamente,
¿cómo llegó a encontrase con su obra?
Comencé a leerlo en antologías de la poesía colombiana. Es un poeta del cual siempre se habla, pero del que poco se escribe.
Y me asombró que todas las antologías lo
incluían, pero no había un estudio, una investigación acerca de él. Entonces empecé
a leer su obra, que fue publicada por Procultura en el año 1985. Ahí fue cuando comencé a indagar sobre sus obras y a ampliar
ese trabajo de investigación y reflexión. Y
debo decir que fue mucho lo que aprendí
en este ejercicio ensayístico.
Rezar es preguntarse por qué la hierba
/crece,
por qué el trigo gravita santamente en
/su espiga,
por qué la tierra se entrega en su
/alabanza
cuando mi ser la cubre.
¿Y el ensayo qué importancia tiene para
usted?
Es muy importante el ensayo hoy porque
existen ensayos que son capaces de impulsar la creación. Hablo, por ejemplo, de los
135
Creación
La poesía es distinta a esa literatura edificante, que no parte del absurdo, sino de
entregarnos una moraleja, de enseñar al
hombre a ser bueno, a edificarlo… Y creo
que esa literatura no se ha identificado con
las grandes obras. Por eso, en ese sentido,
pienso la locura o el mal cuando escribo.
libros de Bachelard o de los ensayos de
Octavio Paz. Pero, sobre todo, Bachelard:
su publicación en los años ochenta propició en la poesía colombiana toda una serie de libros, incluso sobre la poética del
espacio.
Y de estas imágenes de la poética del
espacio surgieron libros sobre la casa, tema
que retoma Bachelard en sus ensayos para
explicar la fenomenología de la imagen. De
ahí es de donde surgen libros como La casa,
de Víctor López Rache, Premio Nacional
de Poesía, y obras de Piedad Bonnett, que
también llegó a escribir sobre el tema.
Si nosotros miramos minuciosamente
los ensayos de Bachelard que se publicaron
en Colombia en esa época, y la difusión que
se hizo de este género a través del Magazín
Dominical, podremos observar cómo la
poesía se nutre del ensayo.
Roca viva en milenios,
llama de piedra contra el tiempo,
conjuro matutino
tras el rezo del mar,
tras el silencio.
Rito del ser bajo la ausencia.
Roca del sol sediento
extiende su clamor,
su santa guerra.
Desde el alma domina
el ángel que atestigua
el verbo sumergido,
unidad que se adora,
y lo proyecta.
Bogotá, D. C., 23 de abril de 2013
73
hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
Como estamos recordando a Carlos Obregón, tras sus cincuenta años de muerte,
¿podría, para concluir, leernos un poema
del poeta bogotano?
Una de las imágenes más recurrentes
en la obra de Carlos Obregón es Es Vedrà.
Es Vedrà es una roca inmensa en las Islas
Baleares de casi cuatrocientos metros de
altura. Y este lugar se convirtió, en la simbología, para Carlos Obregón, como en
el centro del mundo, como en el viaje que
realiza el poeta a través de su libro Distancia destruida y su llegada justamente a este
lugar sagrado.
136
Stavros, The Island of Es Vedrà off the Spanish island of Ibiza. CC BY 3.0.
El cine como (re)invención
de la cotidianidad:
el caso de Rapsodia en Bogotá, de
José María Arzuaga (1963)
alberto bejarano
Doctor en Filosofía de la Universidad París VIII e investigador en estética
y literatura comparada del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá: alberto.
[email protected]; [email protected].
Resumen
En esta ponencia nos internamos en un día de
la vida de Bogotá a través del mediometraje documental Rapsodia en Bogotá (1963), del español José María Arzuaga, en el que se interroga
la ciudad como un cuerpo en vigilia. Para ello
nos apoyaremos en la lectura del cine que propone Derrida, como “oscilación” y “fantasmagoría” de lo real.
Palabras clave: ciudad, crítica de cine, documental, Jacques Derrida, teoría del cine.
Ficha técnica
Rapsodia en Bogotá
Año:
1963
Producción:
Cinesistema
Guion y dirección:
José María Arzuaga
Fotografía:
Juan Martín
Escenografía:
Ángel Arzuaga
Asistente general de producción:
Pablo Salas
Locución:
Jorge A. Vega
Formato:
35 mm, color
Duración:
27 min
Este artículo es la tercera parte de un trabajo en curso sobre el lugar (no-lugar) de
lo anónimo, de los “John Doe”, de los extras, de los gozques en Bogotá a través del
cine. La primera parte obtuvo el premio
de ensayo sobre cine en Idartes en 2010 y
fue publicado en el libro colectivo Bogotá
fílmica (Bejarano, “Naturaleza muerta con
gozques”); en esa ocasión me concentré en
el análisis de los noticieros cinematográficos de los hermanos Acevedo en los años
veinte. La segunda parte fue presentada en
marzo pasado en el ciclo de charlas Zona
C de la Universidad Jorge Tadeo Lozano,
y consistía en interrogar otras partes del archivo Acevedo a la luz de Didi-Huberman.
En esta ocasión me interesa continuar esta
exploración sobre el cine en los espacios
y personajes “grises” de la ciudad a través
del mediometraje del español José María
Arzuaga Rapsodia en Bogotá (1963). Para
ello, entiendo el concepto de espectralidad
como una intervención, una operación de
des-creimiento de las imágenes a la manera
de Derrida:
Desde el momento en que hay representación novelesca, o ficción cinematográfica,
hay un fenómeno de creencia que es sostenido por la representación. La espectralidad, en cambio, es un elemento en el que
la creencia no es asegurada ni desmentida.
Por esta razón creo que hay que unir el
137
Creación
Cine
problema de la técnica con el de la fe, en
el sentido religioso y fiduciario, es decir, el
crédito concedido a la imagen. Y al fantasma. En griego, y no solo en griego, fantasma designa a la imagen y al aparecido.
El fantasma es un espectro. (Derrida 4)
Ante esta película, una primera mirada se
concentra en los aspectos más directos visibles en ella, en interrogar los focos más
testimoniales de la Bogotá de los sesenta,
tal como lo han hecho destacados críticos
del cine colombiano, desde Hernando Salcedo Silva y Martínez Pardo hasta los más
recientes comentarios surgidos a partir de
la restauración y exhibición de la cinta en
los últimos cinco años1. Una buena síntesis
de su recepción puede verse en esta cita de
Zuluaga:
73
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Rapsodia en Bogotá es evidencia material
de una ciudad que ya no existe. Urbanistas, arquitectos o investigadores sociales
pueden encontrar aquí preciosos índices
de la ciudad de los años sesenta que tras el
remezón del Bogotazo se sacudía sus viejos hábitos y se entregaba, aparentemente
obsequiosa, a una radical transformación.
Rostros, objetos, mobiliario, los contrastes de la moda como reflejo de un cambio
138
1 Según Umbarila: “Tanto en Arzuaga como en Gaviria, vemos claras referencias a la idea de ciudad.
Arzuaga no lo oculta con su Rapsodia en Bogotá
(1963), imágenes de la ciudad sobre la Rhapsody in
Blue de Gershwin, no me extrañaría que Arzuaga,
influenciado por el Neorrealismo italiano, buscara
dar cuenta de la ciudad a través de personajes marginales; y quién mejor puede dar cuenta de ella, sino
quien se ve abocado a sus calles”. Según Zuluaga:
“La selección de imágenes del documental está a
tono con las políticas desarrollistas implementadas
en Latinoamérica en las décadas de los cincuenta
y sesenta, como una de las tantas respuestas de las
élites y los gobiernos frente al pánico de una posible
extensión del comunismo en la región, a partir del
modelo de la triunfante Revolución cubana. En esta
selección hay claros indicios del progreso material
de la ciudad, pero también de aquellos márgenes
que falta por integrar o poner en cintura, siempre
bajo una mirada vigilante que aquí es la de una
cámara fisgona y entrometida, pero que bien puede
ser la del Estado”.
generacional y cultural de largo aliento, la
publicidad, los lugares emblemáticos o los
olvidados son unas entre muchas señales guardadas en esta cápsula del tiempo.
(Zuluaga)
En esta perspectiva se ha estudiado la película desde su restauración por Patrimonio
Fílmico Colombiano en 2009. El foco privilegiado ha sido remontarse a la influencia
neorrealista que el mismo Arzuaga expresó
en varias entrevistas. Se trata, en últimas, de
una película que propone una visión contrastada de la ciudad: por un lado, el paso
del progreso, y por otro, la periferia que va
siendo arrasada por la metrópolis moderna.
Como lo expresa Torres en la presentación
de la película restaurada:
Rhapsody in blue - Rhapsody in Bogotá es el
título original de este documento audiovisual conocido como Rapsodia en Bogotá.
Trascurre en un tiempo circular durante el
cual se registra un día —de un amanecer
a otro amanecer—, en la vida de la cotidianidad urbana de Bogotá y de sus habitantes, a comienzos de los años sesenta
del pasado siglo. El respaldo musical de la
Rapsodia in Blue y Un americano en París,
obras sinfónicas del compositor estadounidense George Gershwin, con sus acordes sincopados, hacen de contrapunto a
las imágenes. (Torres)
El mismo Arzuaga rememora su relación
con el neorrealismo en estos términos —
aunque lo que más nos interesa subrayar
aquí es su expresión deambular—:
Termino la secundaria y empiezo a deambular. Me voy a Francia y a Italia y regreso
a España. Me inscribo en una escuela de
derecho y estoy poco tiempo allí porque
no me interesaba realmente. Yo quería ser
arquitecto. pero era una carrera demasiado
costosa. Entonces empiezo a buscar por
los lados de la poesía, el teatro, la pintura...
[Luego] empezamos a ver las películas del
neorrealismo italiano, Roma Cittá Aperta,
El limpiabotas, Ladrón de bicicletas. ¡Ese
Ahora bien, mi intención es penetrar en
el misterio de otros contrapunteos, más
espectrales, menos territorializados. Una
ciudad no es solo una ciudad recordada o
“imaginada”, es también una ciudad perdida, extraviada entre lo “visto”, lo “no visto”
y lo irremediablemente ido. Una ciudad no
es la visualización efectiva, aparentemente
“fáctica”, de cosas y seres: es más bien un
misterio hecho de fantasmas que habitaron
en ella y siguen moviéndose gracias al cine
en los espacios renombrados por nosotros,
a posteriori. Apoyado en Derrida, parto de
esta definición: “Una imagen, sobre todo en
el cine, es siempre pasible de interpretación:
el espectro es un enigma, y los fantasmas
que desfilan por las imágenes constituyen
misterios” (Derrida 3).
La idea no es, pues, describir los contrastes ya mencionados. Mi hipótesis de
lectura de Rapsodia en Bogotá es revisitar
la cinta como un diálogo espectral con las
imágenes, donde la cotidianidad sobrepasa
la concepción de “invención” y se sumerge
en una capa de “reinvención” espectral. En
este sentido, cuando nos acercamos a archivos, en este caso fílmicos, no vamos hacia
un “objetivo”, sino que somos atravesados
por ese “objetivo”, vemos proyecciones y
hacemos proyecciones. Para Derrida:
mos que esta rapsodia es una prolongación
de la famosa melodía “Rapsodia in blue” de
Gershwin (1924), que a la vez ha sido reproyectada en la inolvidable escena de baile de
“Un americano en París” de Minelli y Gene
Kelly en 1951 y en la mítica “Manhattan” de
Woody Allen de 1979. En el origen griego
de la palabra “rapsodia” se evoca el carácter
fragmentario del género y del interprete,
una rapsodia y un rapsoda interpretan fragmentos (en un primero momento desprendidos de los poemas de Homero). Es decir,
hay una obra primera que da lugar a “suites”,
a variaciones. En nuestro caso, la primera
obra es la melodía de Gershwin y la rapsodia
intermedia, entre Gershwin, Kelly y Allen,
es la bogotana de 1963. Tanto en Minelli y
Kelly como en Allen todo se juega en torno
a una inmersión romántica en el espíritu de
una ciudad: en los primeros es París; en el
segundo, Nueva York.
En nuestra rapsodia en Bogotá, estamos en un punto intermedio: no es del
mismo tipo de las películas señaladas. Son
trozos más desordenados, por el carácter
mismo de la producción de Arzuaga. Esto
le da otro gusto, otra relación con la ciudad,
más intermitente, más misterioso. Hay supervivencias de la imagen que se salen del
foco presupuestado y de la recepción acostumbrada. Tal como lo señala Didi-Huberman en una entrevista:
No creo que haya archivos que conserven
solamente [...]. El archivo es una violenta
iniciativa de autoridad, de poder, es una
toma de poder para el porvenir, preocupa
el porvenir; confisca el pasado, el presente
y el porvenir. Sabemos muy bien que no
hay archivos inocentes. (Derrida 2)
En la historia no hay una fuente. No hay
relación causa-consecuencia sino una
suerte de río que fluye. El origen no esta
aquí —en la imagen vertical— sino en estos trazos desordenados. Es una revuelta.
Hay dos modelos. El que yo prefiero es
el modelo de supervivencia que tiene una
concepción radical de la raíz. (Macón)
Si asumimos Rapsodia en Bogotá no como un
simple paseo más o menos pintoresco sobre
la Bogotá de los sesenta, sino como una confiscación en el sentido de Derrida, ¿en qué
tipo de rapsodia incursionamos? Recorde-
Si desplazamos nuestra mirada hacia los
márgenes de la película, podemos captar
mejor la espectralidad que tenemos frente a nosotros: ¿qué es lo que vemos?, ¿qué
proyectamos en esos fragmentos de ciu-
139
Creación
cine me deslumbró! (“Reportaje a José
María Arzuaga”)
dad? Tal vez podamos ser rapsodas de esa
rapsodia, deambular por las imágenes como
detectives salvajes que no operan en busca de descifrar un misterio, sino para prolongarlo más. Hay un aura en Rapsodia en
Bogotá, una mirada caleidoscópica que se
resiste a ser puro testimonio de vida y nos
sugiere tímidamente que incursionemos en
ella como espectros, como proyectores, y
no como meros espectadores pasivos. Para
Derrida:
73
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julio-diciembre 2015
Ya que la dimensión espectral no es la del
viviente ni la del muerto, ni la de la alucinación, ni la de la percepción, la modalidad del creer relacionada con ella debe
ser analizada de modo absolutamente original. Esta fenomenología no era posible
antes del cinematógrafo pues esta experiencia del creer está ligada a una técnica
particular, la del cine, siendo histórica en
su totalidad. Con esa aura suplementaria,
esa memoria particular que nos permite
proyectarnos en los films de antaño. Es
por esto que la visión del cine es tan rica.
Permite ver aparecer nuevos espectros aun
manteniendo en la memoria (y proyectándolos sobre la pantalla a su vez) los fantasmas que habitaban los films ya vistos.
(Derrida 3)
140
Recordemos cuáles fueron los otros puntos
de partida de Arzuaga:
Con Rapsodia en Bogotá hay una cierta
mística. Son noches enteras esperando
determinados momentos. Es una película
más personal, hecha con cuidado. Después los productores la mutilaron. Tenía
27 minutos, la remontaron y la dejaron en
doce o quince minutos. El corto sobre el
incendio de Avianca tiene un valor documental interesante. Estábamos haciendo
unas tomas aéreas para Historia de dos ciudades y vimos el incendio, entonces obturamos la cámara y registramos el suceso.
(“Reportaje a José María Arzuaga”)
Rapsodia en Bogotá nos permite llevar a
cabo ejercicios de “des-confiscación” de las
imágenes, resistiéndonos a revisitarla a partir de los elementos más evidentes, como
lo hemos sugerido desde el principio. La
espectralidad de la mirada supone rechazar
de plano la “inocencia” de los archivos, bien
sea por ser demasiado publicitarios o por
ser de denuncia; nos conduce más bien a reconfigurar nuestra relación con los archivos
asumiéndolos no como puntos de llegada
de la historia desde donde contemplamos
el pasado, sino como puntos intermedios,
problemáticos, inciertos y en buena medida enigmáticos. ¿Qué pasaría, por lo tanto,
si no vemos Rapsodia en Bogotá desde una
preconcepción documental? Ese deambular de veinticuatro horas en la vida de una
ciudad puede que responda a otras cartografías de lo sensible. Hay una composición
casi abstracta en el fluir de las imágenes, en
la espectralidad de los tambores, los tragos
y las luces de neón que iluminan una ciudad que nunca habíamos visto así. Mejor
que sean pedazos que no podemos ubicar
en lugares o personas concretas. La potencia de esta rapsodia radica en su dimensión
irreductible, en que las parejas no bailan al
ritmo de Gershwin (¿de Lucho Bermúdez
en el viejo Cuban Jazz Café del sótano de
la Jiménez?). Esa discordancia desmedida y
arbitraria contiene su poética. Ese desfase
entre las imágenes y la música no corresponde al romanticismo de Minelli y Allen.
Tan solo el doble amanecer del borracho
que no duerme con la ciudad y se retira por
un costado del Cementerio Central nos da
la pauta de lo que puede ser esta rapsodia
en Bogotá... Tan solo esas hojas de periódico que vuelan sin destino nos dejan captar
algo de lo confiscado.
Bejarano, Alberto. “Naturaleza muerta con
gozques”. En Bogotá fílmica. Bogotá:
Idartes, 2013.
Derrida, Jacques. “El cine y sus fantasmas”.
Entrevista por Antoine de Baecque y
Thierry Jousse (traducida por Fernando
La Valle). Cahiers du Cinéma 556 (abril
de 2001). Disponible en http://goo.gl/
xXm0r1.
Macón, Cecilia. “Georges DidiHuberman: ‘Yo no sé lo que es el arte’”
(entrevista). La Nación, 31 de octubre
de 2014. Disponible en http://goo.gl/
DK7Afw.
“Reportaje a José María Arzuaga”.
Cinemateca. Cuadernos de Cine
Colombiano 5 (1982). Disponible en
http://goo.gl/CnYUaa.
Torres, Rito. “Pormenores de un gran
cortometraje” (2009). Disponible en
http://goo.gl/27IQVv.
Umbarila, J. D. “Sobre la idea de lugar en
la obra de José María Arzuaga y Víctor
Gaviria”, en el blog Cátedra Cinemática
(2014). Disponible en http://goo.gl/
YJIe1C.
Zuluaga, P. “El blues de la ciudad.
Rapsodia en Bogotá de José María
Arzuaga”. Iletrada. Revista de Capital
Cultural (virtual) (2010). Disponible en
http://goo.gl/Jah3Ob.
Creación
141
Bibliografía
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Libros
142
Tomado de goo.gl/oZmqRZ
Sobre De artes y oficios,
de Luz Mary Giraldo
De artes y oficios
Luz Mery Giraldo
Taller de Edición Rocca
Bogotá, 2015
La mente funciona de un modo extraño:
mientras leía los últimos versos de De artes
y oficios, recordé las primeras páginas de La
insoportable levedad del ser. En ellas, Kundera cita a Parménides y su teoría de que
el mundo se divide entre principios contradictorios: la luz y la sombra, lo sutil y lo
tosco, el calor y el frío, el ser y el no ser.
Cerré el libro de Giraldo y me quedé
ensimismado un buen rato, preguntándome por qué mi mente había hecho tal asociación. No tardé en intuir una respuesta: a
través de sus poemas, la autora había logrado unir dos principios muchas veces contradictorios: la profundidad y la sencillez. ¿Por
qué contradictorios? Porque, por desgracia
—y esto vale tanto para la vida como para
el arte—, lo profundo suele ir de la mano de
cierta dosis de altanería y pomposidad que
poco ayuda a tender puentes con el otro; y a
la sencillez se la confunde a menudo con lo
ligero, lo trivial, lo prescindible.
El logro de Luz Mary Giraldo no se
remite al medio centenar de poemas que
componen De artes y oficios: buena parte de
su obra poética y de su pensamiento crítico
transitan en equilibrio perfecto entre esos
dos polos de difícil conjugación. En ese espíritu, reabrí el libro para repasar una estrofa que me había conmovido especialmente:
Acaricio cada instante,
lo saboreo,
lo guardo en la memoria
como quien envuelve migas de pan
para la última noche de invierno.
Y allí estaba: lo profundo y lo sencillo resumidos en un puñado de versos. ¿Cómo
logran estos poemas unir con tanta naturalidad los extremos de un mismo lazo?
¿Cuál es el secreto detrás de la alquimia?
Creo que, como les sucede a los grandes
poetas, ni siquiera Luz Mary lo sabe. A fin
de cuentas suele haber mucho de inconsciencia en la inspiración del artista, a tal
punto que a menudo es él mismo su primer
espectador.
Pero podría arriesgar que no bastan
el talento y el trabajo para escribir un libro
como De artes y oficios. Hace falta algo más.
Apostaría a que sus poemas son también
resultado y consecuencia de una vida vivida
a pleno, con el cuerpo entero de cara a las
dichas…, pero también a esos golpes que
pretenden quebrarnos y derrumbarnos.
Con su sabia poesía, basada en una
experiencia vital reveladora, Luz Mary Giraldo alcanza la aspiración de todo artista
auténtico: rozar, alcanzar y, al fin, abrazar
la belleza.
pablo di marco
73
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La insaciabilidad
Marco Tulio Aguilera Garramuño
Editorial de la Universidad
Veracruzana
Veracruz, 2014
144
Quienes tuvimos la suerte o desgracia de
caer en el vicio de la escritura sabemos que
debemos escapar de los adjetivos grandilocuentes tanto como de la peste. Sin
embargo, es imposible analizar la obra de
Aguilera sin utilizar términos como soberbia, ególatra, brillante, vanidosa, única, autorreferencial. Como era de esperar, su última
novela no escapa de esta premisa; es más: la
subraya y reafirma con creces.
En tiempos en los que pareciera que
cualquier persona capaz de decir dos palabras de corrido tiene derecho a ser considerada “artista”, Aguilera comete un acto casi
revolucionario: escribe terriblemente bien.
No me avergüenza decir que leer las primeras páginas de La insaciabilidad retrasó
la escritura de mi nueva novela. La prosa
de Aguilera —magnética, pulida, juguetona; cálida a pesar de ser filosa como una
daga— me hizo dudar por algunos días de
mi propia capacidad para llevar adelante mi
trabajo.
Una pluma rica basta y sobra para
sostener cualquier novela, pero La insaciabilidad tiene el agregado de ofrecernos
un puñado de personajes inolvidables —y
vuelvo a disculparme por el uso de adjetivos
grandilocuentes—, entre los cuales se destacan Ventura y Trilce.
Tomado de goo.gl/tzvZA8
Sobre La insaciabilidad, de
Marco Tulio Aguilera
Ventura es un escritor de mediana
edad, megalómano, talentoso, triste y felizmente desgarrado por un pequeño harén de
mujeres que lo aman y detestan en partes
iguales:
Estás solo, Ventura, completamente solo, y
nadie te va a salvar de eso, porque tu soledad se basa en el convencimiento de que
no existe una sola persona que alcance tu
estatura.
Y como sé que la polémica será inevitable,
me anticipo a ella y aclaro que me niego a
debatir si la novela es (o no) autobiográfica,
o si Ventura es (o no) el alter ego del propio
Aguilera. Es una discusión inútil que dejo
de lado por trillada e inconducente. Toda
buena novela es una misteriosa alquimia de
verdad y mentira, y ya todos sabemos que
cuando hablamos de literatura no hay nada
más mentiroso que la verdad y nada más
verdadero que la mentira.
El mismo Aguilera nos recuerda la
frase de Flaubert que dice que “toda gran
novela debe tener por lo menos un gran
personaje femenino”. La insaciabilidad lo
tiene en la figura de Trilce: una adolescente
reflejo de su despampanante madre (amante de Ventura) y virtuosa del violín, instrumento del amor del que Ventura no logra
equivoco, ya no hablo del deseo de Ventura
sino del mío propio hacia esa niña diabólicamente angelical— y sospeché que ese
deseo no sería saciado. Solo puedo decir
que me equivoqué: Aguilera paga hasta
su última promesa y, con elegante y sutil
maestría, nos demuestra que una clase de
violín puede encerrar tanto erotismo como
las obras completas de Sade, los Trópicos de
Henry Miller o La historia del ojo de Georges Bataille. Un logro no menor en tiempos
en los que la venerable literatura erótica se
encuentra reducida a clichés garabateados
sobre papel picado.
Intuyo que Marco Tulio Aguilera —
presumido, cabrón, terco, pero también
derecho y talentoso hasta la exasperación—
escribe con un solo fin: responderse a sí
mismo si es un gran artista o apenas un
farsante. Yo sé muy bien la respuesta pero
jamás se la diré. Pretendo que siga escribiendo con pasión hasta el último día de
su vida, para deleite de este pequeño grupo
de desquiciados que todavía somos capaces
de excitarnos, maldecir, reír a carcajadas y
también llorar ante la lectura de una buena
historia.
pablo di marco
145
Creación
obtener más que sonidos huecos. Trilce es
un personaje magnético, de veras memorable, y ruego que la novela llegue pronto
al cine para ver cómo sus realizadores resuelven el desafío de trasladar a esta niña
a la pantalla. Podría asegurar que la Lolita
que enamoró a Jeremy Irons en la película
que recreó el clásico de Nabokov es apenas
cartón pintado en comparación al potencial
que ofrece Trilce.
La pluma de Aguilera vuelve a Ventura y a Trilce tan reales que el lector de la
novela, aun apartando sus ojos del libro, es
capaz de oírlos susurrar o gritar en su oído.
Y no se me ocurre mayor elogio: un escritor es, ante todo, un pequeño Dios capaz de
crear vida con apenas imaginación, tinta y
papel; y los deseos satisfechos e insatisfechos de sus criaturas deben hacerse obligatoriamente carne en la piel del lector.
Y fue en relación con los deseos insatisfechos que llegó mi primer reparo. En
algún momento de mi lectura intuí una
falencia: Aguilera no me daría lo que prometía. Una novela es una promesa, y es el
autor, por medio de sus personajes, quien
está obligado a saldarla. La insaciabilidad,
página tras página, no hacía otra cosa más
que hacer crecer en proporciones descomunales mi deseo por Trilce —sí, no me
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El juego favorito
Leonard Cohen
Edhasa
Barcelona, 2011
146
Leonard Cohen es novelista judío, poeta y
cantautor; es una figura mundial de la literatura y del folk de los años sesenta y setenta.
Nació en Montreal, Canadá (1934). Además de escribir El fuego favorito (1963),
novela que nos ocupa en estas líneas, ha
publicado las novelas El libro de Desiderio,
A mil besos de profundidad, Libro del anhelo y Hermosos vencidos, así como conjuntos de poemas tales como Comparemos
mitologías —inspirado en Federico García
Lorca, por el que siempre ha manifestado admiración—, La caja de las especias y
Flores para Hitler. Se licenció en literatura
en la Universidad McGill de Montreal. En
1956 se hizo acreedor de una subvención
del Canadá Council para escribir un libro.
Recibió el Príncipe de Asturias de Letras
en el año 2011. En toda su obra, los temas
recurrentes son la persecución de los judíos,
las relaciones de pareja y la religión.
El juego favorito (Buenos Aires: Edhasa, 2009), considerada una de las diez
novelas canadienses del siglo XX y XXI,
ha sido comparada con El guardián entre
el centeno, de Salinger, y El extranjero, de
Camus. Sin embargo, es una obra inclasificable, es como si formara un género en sí
mismo.
La novela cuenta con un protagonista, Lawrence Breavman, que a lo largo de
Tomado de goo.gl/1anbMY
“La vida contada como
una balada interminable”:
El juego favorito, de
Leonard Cohen
la trama va de la infancia a la adultez. La
historia se compone de cuatro partes. En
la primera mitad (libros I y II), con un estilo lírico, de oraciones breves, párrafos mínimos, escuetos y secos, reconocemos los
actos y deseos del protagonista a través de
un narrador en tercera persona que suele
utilizar el estilo indirecto libre en muchos
pasajes. Cuenta la infancia y adolescencia
de Breavman, hijo único de una familia
judía acomodada de Montreal que experimenta tanto la muerte de su padre como la
viudez de su madre. Además de eso, vamos
conociendo las inquietudes de Breavman:
el amor, el sexo opuesto, la amistad y la
religión.
Al lado de su amigo Krantz aprende
a ver el mundo de una manera irónica y
romántica a la vez. En ese sentido, es una
novela de iniciación vital. El personaje
principal examina a las personas que están
junto a él y que forman parte de una generación que se revela contra el mundo de
sus padres. La pérdida de la figura paterna
y materna y sus fantasías sobre el deseo de
hacer lo que el instinto le pide le crean conflictos en muchos de los ámbitos de su vida.
Su adolescencia la desarrolla enfrentado al mundo del adulto de la posguerra.
A través de diálogos intencionadamente
inconexos, por momentos pretenciosos,
seductora como la pérdida de su libertad.
Amor y libertad entran en contradicción,
agitan el mar interior de su personalidad.
Las referencias a la sociedad que se hacen
en aquella época son mordaces, lúcidas e
incisivas.
En la tensión interna de Brevman, que
es lo que mueve la novela, la soledad del
hombre es irremediable y se liga a la existencia del cuerpo. Se reconoce que no es solo
la soledad del alma, sino también la soledad
que está ligada a la que impone la existencia
del cuerpo. No se penetra el cuerpo del otro
para ser uno, sino que se experimenta la absoluta imposibilidad de la unión. De eso se
concluye que el mundo no es más que una
ilusión. De ahí, también, la presencia del
sexo (Lisa, Shell, Támara, Patricia) como
intento de superación de esas barreras.
En medio de todas las imposibilidades del acaecer humano (las charlas con su
amigo Krants no son lo mismo, la madre
se convierte en una intratable idishe mame),
hay una especie de isla de sosiego y esperanza para el protagonista: el consuelo que
es Martin, entre retrasado y superdotado,
en cuyo peculiar comportamiento Brevman
encuentra esperanza. Lo capta como un ser
auténticamente libre de sufrimiento y soledad. Hasta cuando Martin muere trágicamente y todo se desbarranca.
Vale la pena leer una novela como
esta. Allí se conjuga lo sagrado y lo profano,
la Biblia y la carne, la mujer y la muerte,
Dios y el sexo. Todo ello de una manera
lúcida y artística, como una balada interminable, según lo expresa el jurado del premio
Príncipe de Asturias.
jairo restrepo galeano
147
Creación
el narrador construye la ridiculez y grandeza del hombre superando todo tipo de
solemnidad.
Durante noches de aventura con
Krants, su confidente, los amores del mundo femenino empiezan a entrar y a salir de
su vida. Crece en el orden práctico, se torna
cínico y huye de Montreal a Nueva York,
deja atrás idealismos y se compromete más
con el arte.
En los libros III y IV, la poesía cede
ante la acción narrativa, los párrafos pierden en color poético y ganan en extensión.
Breavman es un joven emigrado a Nueva
York con toda la carga de sus obsesiones.
Conoce a Shell, “la persona más bella”, que
se convertirá en su gran amor, además de
volverse su pareja. Ella le descubre el amor
y sus exigencias, con todo lo que implica
hacerse hombre en una sociedad que no
le proporciona claridad a su existencia. En
el mundo introspectivo del personaje, hay
momentos surrealistas con enfoques poéticos reflexivos al estilo avant garde.
El protagonista no es cualquier persona ni cualquier personaje. Aunque comprende que el amor y la vida en pareja
reportan felicidad y comodidades que le
dispersan un tanto su soledad, entiende
esa dicha seductora como un lugar en el
que se pierde la libertad: amor y libertad se
contradicen.
Cohen trata tal agitación en la conducta de Breavman de manera sútil, sin
explicitaciones ni obviedades. El amor y la
vida en pareja ofrecen evidentes felicidades
y comodidades que le ayudan a escapar de
la soledad que tanto sufre y teme. Pero, de
algún modo, Breavman concibe esta dicha
El gran problema de esta
historia era cómo contarla
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hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
William Ospina
Penguin Random House
Bogotá, 2015
148
Los días del verano que nunca llegó en
1816 —debido a los trastornos climáticos
causados por la erupción en Indonesia del
volcán Tambora—, cuando del 16 al 19 de
junio se hospedaron en la villa Diodati,
cerca del lago de Ginebra en Suiza, Lord
Byron, Mary Wollstonecraft Godwin, Percy Bysshe Shelley, Claire Clairmont, la
condesa Potocka, Matthew Lewis y John
Polidori (entre otros), y allí, en medio de
una atmósfera fantasmagórica, Lord Byron
propuso que cada uno escribiera una novela de terror. Así nacieron entonces y para
siempre Frankenstein o el moderno Prometeo
de la después conocida como Mary Shelley, y El vampiro de John Polidori, que han
sido suficientemente narrados y explorados.
Hasta hoy. Y lo seguirán siendo.
¿Cómo volver a narrar, entonces, “historias tan viejas que estaban ya cubiertas de
musgo y retorcidas como raíces”? ¿Cómo
volver a narrar lo que ya se sabe, lo que ya
ha sido explorado y estudiado hasta la saciedad? Una de las más fascinantes versiones de los últimos años es Fake (2003), del
cubano Alberto Garrandés.
William Ospina (Padua, Colombia,
1954) encontró la respuesta al ver que la
única manera posible era no inventar nada
y hacer de los azares biográficos, temporales
y geográficos, la materia de un viaje perso-
Tomado de goo.gl/RwXaIj
El año del verano que nunca llegó
nal alrededor de la historia, la geografía, los
lugares y los libros que rodean los sucesos
de estos tres días.
No solo ignoramos para dónde va sino
que a cada giro todo en ella se mezcla con
todo y los protagonistas más apartados se
juntan de pronto sin que nadie haya pretendido unirlos, como si todo obedeciera
a una conjura secreta, a un plan oculto
gobernado por alguien, que traza rutas
secundarias en los planos del laberinto,
que superpone sombras y transparenta
espejos y duplica destinos.
La clave está en reconocer que “nadie es
capaz de reconstruir una historia si no hay
hilos secretos que la enlazan con su propia
vida”. Los vasos comunicantes nos llevan a
un recorrido del cual no podemos ni queremos desprendernos, pues al reconocerlos
nos reconocemos. Ese es el gran logro de
este libro (¿novela, diario de viajes, autobiografía, ensayo?): hacernos partícipes de
la investigación y contagiarnos de la misma
curiosidad y extrañeza que habitan al autor.
Descubrimos que nada es gratuito, que todo sucede por algo, que cuando
un tema (o cualquier cosa) nos obsesiona
no hay que buscarlo, pues siempre llega a
nuestro encuentro, se topa y cruza con nosotros, nos rodea, porque de alguna manera
extraña estamos destinados a él. “El radar
dudas y preguntas que nos llevarán a otras
lecturas, porque todo se relaciona con todo.
La clave, el secreto, está en querer ver la
figura.
P. D.: Para este librero fue un placer
descubrir que la biografía de Lord Byron
de André Maurois, publicada por la Editorial Aguilar, que le consiguió hace años al
autor de este libro cumplió su cometido en
este viaje fantasmagórico e infinito.
álvaro castillo granada
Dora Bruder
Patrick Mondiano
Seix Barral
Barcelona, 2009
En la memoria del ser humano existen recuerdos dolorosos bien difíciles de borrar.
Están los recuerdos del propio contexto: de
la calle, del barrio, de la familia, recuerdos
personales que afectan de manera directa.
Y están también los recuerdos que afectan
a la distancia. Recuerdos que a veces tienen
más peso, que no afectan a uno, ni a dos, ni
a cientos, sino que se hacen inmortales en la
mente de naciones enteras y que, a pesar de
no tocarnos en la piel, de no percibirlos cerca, se sienten como si fueran vividos en carne propia. Recuerdos no vividos, recuerdos
Tomado de goo.gl/BhFbSj
Una sombra que no deja
de posarse
de lejanas décadas, pero que se construyen
por anécdotas, por la huella pronunciada
que dejan, que roban la calma y que, precisamente por su carga no solo histórica y
política, sino también emocional, producen
dolor en cualquiera.
Este es el caso de Patrick Modiano,
que, obsesionado por el fenómeno nazi durante la Segunda Guerra Mundial, hace un
retrato a distancia de lo que fue este capítulo doloroso para la historia del hombre. Y
no particularmente en su obra Dora Bruder
(2009, Barcelona, Seix Barral), sino en toda
149
Creación
del azar” (como escribió el poeta Armando
Orozco) es algo que no debemos esperar
o comprender, sino más bien ver. Y en El
año del verano que nunca llegó se trata, sobre
todas las cosas, de que al mirar “esos fragmentos muertos que había que ensamblar
para tener una noción de la vida” descubrimos que las fuentes de las que salen las
historias se nutren tan solo de tiempo. Y el
tiempo y lo que hagamos con él y en él es lo
que define nuestra vida.
Vale la pena adentrarse en los meandros de esta historia. Saldremos llenos de
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hojas universitarias | Número
julio-diciembre 2015
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su producción literaria, la cual se concentra
en este tema, que funciona como motivo recurrente. Escarba en él como si fuera suyo,
le da vida desde diferentes ángulos, con el
objetivo de dejar un testimonio y, quizás,
para dar fin a un duelo que aún palpita en
muchos corazones.
Modiano nace justamente cuando
acaba la guerra, en 1945, tan solo unos meses después de la rendición alemana. No
obstante, el escritor asume como propio
este tema, pues considera que encarna su
prehistoria personal. Su padre, de ascendencia italiana judía, y su madre, belga, se
conocieron en la Francia ocupada, por lo
que tuvieron que aguantar el peso de esta
sombra que cada vez se hacía más imponente. Huyeron de este monstruo aterrador
que los perseguía sin una razón aparente.
Así pues, además de crecer en el ambiente
lúgubre de la posguerra, el pasado de sus
padres fue profundamente marcado por el
nazismo. Por esa razón, Modiano tuvo de
entrada un fuerte interés en este.
A manera de reportaje periodístico,
Modiano reconstruye la historia de Dora
Bruder, una chica que nació en Francia y
que fue desaparecida en medio de la turbulenta ocupación. Treinta años después, el
protagonista y autor encuentra un recorte
de periódico de un “se busca” y emprende
todo un viaje al pasado para resolver el mis-
terio de la desaparición de Dora, una joven
de quince años.
Aunque Modiano no encuentra una
fuente confiable y determinante que le
ayude a develar el misterio, es su búsqueda
exhaustiva, la recolección de datos hallados en informes y cartas, la que le ayuda
a hacer una reconstrucción lógica de los
hechos. Son sus supuestos los que también
le van dando ritmo al caso. En todo caso,
definitivamente entra una tercera variable:
los inevitables vacíos históricos, la falta de
información que afecta la construcción del
relato; pero que es tarea del lector llenar.
Esta es la sombra del nazismo, que
aún deja su pesada marca en el recuerdo. Y Dora Bruder es la que la aviva. Con
voz silenciosa habla no solo por ella, sino
por toda una comunidad que fue devastada por un odio injustificado, llevado a los
extremos. Dora Bruder es, quizás, el reflejo
de lo que habría sido Modiano si hubiera
nacido unos años atrás, pues las numerosas
coincidencias sirven de vasos comunicantes
que conectan ambas historias. Este relato,
que funciona como crónica, resulta ser una
especie de autobiografía ficcional que pone
a su autor en una época temida, pero que le
intriga profundamente.
adrián lópez borchardt
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Matías Luque
i
ii
iii
iv
v
vi
vii
viii
ix
x
xi
xii
xiii
xiv
xv
xvi
xvii
xviii
xix
xx
xxi
xxii
Por la izquierda se circunscribe,
como dije,
con el terreno del mismo testador:
Matías Luque Aruquipa,
de cansadas articulaciones, ahora,
pero con ganas de vivir por siempre
(aunque hoy seas tarde para mi vida).
ISSN: 0120-1301 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
73
Dejo todo para no llevarme nada,
solo testimonio de existencia
como estrella en extinción,
de que viví
un cierto tiempo
rebosante de muchos bienes
que desaparecieron luego, como la vida.
Acompañado de una inspiración profunda
y hondo recuerdo,
espero alguien lo lea,
a pesar del tiempo
que transcurra
desde mi existencia terrena hasta
los que hoy leen estos poemas fingidos
desde el carnaval de la vida.
julio-diciembre 2015
Leoncio Luque Ccota, Perú, 1964. Del libro Dejo mi sombra:
entrega de memorias (2015), ganador del Concurso Internacional
de Libro de Poesía “Fernando Charry Lara” (2015),
Universidad Central.
El miedo en el espejo del siglo XX
Un enigmático narrador en la
guerra de secesión de los Estados
Unidos, o Ambrose Bierce
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES,
HUMANIDADES Y ARTE
Departamento de Humanidades y Letras
Nereo López: los primeros pasos
de un maestro de la fotografía
ISSN: 0120-1301
Temas humanísticos Aproximaciones literarias Creación Libros
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