El liderazgo de Juan Pablo II Rafael Mies M., Ph.D. Profesor Titular de la Cátedra de Capital Humano Embotelladora Andina ESE - Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Resulta al menos sorprendente la desinhibición con que el tema religioso ha aparecido en todos los medios de comunicación a raíz de la muerte del Santo Padre. Desinhibición puesto que la tendencia en el último tiempo es la de circunscribir el “fenómeno” religioso al ámbito puramente privado de la conciencia de las personas. Nada de más mal gusto que incluir la palabra: Dios o religión en algún discurso o artículo referido a realidades eminentemente practicas, como lo son la actividad laboral o empresarial. Nada más fuera de tono que explicitar la postura religiosa personal en la agenda política. De hecho, ¿se imagina usted a un Gerente de Recursos Humanos usando argumentos bíblicos o salvíficos, para explicar o entender un problema en su empresa? ¿Se le vendría a la mente un mes atrás escuchar a algún político de renombre, señalando los valiosos aportes del Papa que podrían ser parte de su programa político? Creo no equivocarme si ambas respuestas, para una gran mayoría se resume en la palabra: impensable. Como impensable es también que un anciano octogenario entusiasmara el alma de tantos jóvenes, que jornada a jornada le expresaban su cariño y no escatimaban esfuerzos por pasar unas horas junto a su pastor. Impensable resulta también que más de dos millones de fieles se junten para su funeral, haciendo sentir a los líderes de las más importantes naciones de la tierra que la fe es más importante para el ser humano que el orden político y económico. Pues bien, son esas cosas impensables las que siempre en la historia han marcado la diferencia. La diferencia entre las personas exitosas y mediocres, entre empresas que muestran resultados positivos, que nos sorprenden en condiciones competitivas francamente malas, y empresas que no son capaces de generar valor ni para ellas ni para sus accionistas a pesar de estar frente a oportunidades de crecimiento evidentes. Juan Pablo II, tenía una visión acerca del hombre y la cultura, una visión que desafía abiertamente los paradigmas sociales sobre los que se construye nuestra economía de mercado. Hoy Juan Pablo II es reconocido por ello, sus frutos están a la vista. Al menos por un momento podemos hablar de Dios es nuestras organizaciones, podemos considerar el sentido de la vida y la muerte, sin avergonzarnos del “que dirán”. Nos permitimos incluso unos ojos llorosos ante el testimonio de este Santo hombre que se nos fue de nuestras manos. ¿Nos habremos vuelto sensatos por un momento? ¿Qué hizo Juan Pablo II con muchos de nosotros? Como una forma muy simple de decirlo, el Papa ejerció un verdadero liderazgo, un liderazgo trascendente, de esos que se desean seguir a pesar de la ausencia física del líder. La integridad de carácter, condición esencial de un líder, fue algo evidente en Juan Pablo II. Él, como pocos en la historia, encarno con su vida aquello en que creía. Su reciedumbre y perseverancia permitió a muchos entender su mensaje y seguirle, a otros atacarle frontalmente, pero a ninguno acusarle de dobles discursos o “agendas ocultas”. Sorprendentemente al final, eso es lo que se premia. Para los creyentes y no creyentes, que hoy se detienen seriamente a considerar la figura de Juan Pablo II, el mundo ya no es el mismo después de todo lo sucedido. La partida del Papa ha afectado fuertemente los modelos mentales sobre el cual construíamos los presupuestos organizacionales. Ya no debería causarnos incomodidad las consideraciones espirituales de nuestros compañeros de trabajo, sean estos superiores, pares o subordinados. No debiera molestarnos que junto al puesto de trabajo apareciera discretamente una cruz, un rosario o la imagen de algún santo de devoción. Quizás hasta vuelvan a aparecer esas prácticas tan humanas y tan nuestras como bendecir las fábricas, los vehículos y permitir que el lugar de trabajo cobre esa dimensión espiritual que a tantos hace tanto bien. Cómo nos dijo el Santo Padre en el Estadio Nacional: “No tengamos miedo de mirarlo a Él”. No tengamos miedo de redescubrir a Dios en el prójimo y reconocerle su dignidad, no me cabe duda de que esto traerá enormes beneficios a nuestras empresas, incluso económicos, y aunque este no fuera el caso, hará del ambiente de trabajo un lugar más humano y vivible, que es en definitiva lo que la gran mayoría quiere. Publicado en la "Columna de Recursos Humanos", Diario Financiero. Abril 2005